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PROSAR U 2 - Di Nella (2012) PP 40-60
PROSAR U 2 - Di Nella (2012) PP 40-60
2020
Unidad 2
Intervenciones para el fortalecimiento de la comunidad
Di Nella (2012)
Cap. 1: Modelos de Estado y políticas de Salud (Mental):
Historización
(págs. 40 a 60)
SERIE PSICOSOCIAL
INCLUSIÓN MENTAL
Políticas públicas con enfoque de derechos
(Por la superación del dogma manicomial)
Autor:
YAGO DI NELLA
Presentan:
Dr. Juan Sylvestre Begnis - Lic. Mercedes Rattagan
Participan:
Lidia Calvillo - Martín de Lellis - Lorena Negro -
Andrea Paz – Lucía Pomares - Miriam Sola - Sofía
Venesio - Romina Urios - Martín Yacachury
www.koyatuneditorial.com.ar -1-
Yago Di Nella
Inclusión mental : políticas públicas con enfoque de derechos. -
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Koyatún Editorial, 2012.
216 p. ; 20x14 cm.
ISBN 978-987-1939-00-8
-2- www.koyatuneditorial.com.ar
CAPÍTULO 1
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Presentación
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lud es aquí presentado sintéticamente. Aclaramos además una idea bási-
ca: cada modelo se fue implementando de modo simultáneo y no sucesivo
a lo previo establecido. Cada modelo entonces no excluye al anterior, sino
que se le superpone.
Los viejos modelos de Estado dejan sus legados, con sus lógicas
funcionantes. Así, por ejemplo, las personas con padecimientos mentales
sin recursos económicos propios siguen en este período atendiéndose, en
su mayoría, en los asilos monovalentes. El advenimiento del hospital poli-
valente no viene a sustituirlo, sino a ofrecer otra nueva y yuxtapuesta ofer-
ta: la de la atención del sufrimiento agudo mediante servicios de consul-
torios externos y la atención psicológica en los servicios más propiamente
médicos, como los de obstetricia, de cirugía, etc. El sistema privado se
monta sobre las fallas de los anteriores, prestando servicios diferenciales
a los sectores pudientes de la sociedad. Por lo tanto, hoy en día es usual
ver todos los modelos de concebir el Estado en relación a la Salud Mental
(motivo del presente trabajo) en complejas tramas de mestizaje y superpo-
sición funcional, en cualquier distrito del país, salvo algunas excepcionales
provincias con procesos de Reforma Integral de sus Sistemas.
I- El Estado Conservador
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ración a una cultura que intenta legitimarse como dominante. La pobla-
ción autóctona es inferior debido a su barbarismo y su grado de atraso
evolutivo, respecto a lo que se considera civilización. De este modo no
cabe atribuirle a Sarmiento un pensamiento racista colonialista en térmi-
nos naturalistas, dado que no plantea a la población originaria como una
subespecie vinculada a su biología, sino vinculada a su barbarismo, antes
que nada de índole cultural.
Este momento histórico se corresponde con el intento de construir
una nación que debía poblarse de seres civilizados, de acuerdo al pensa-
miento evolucionista en el que cabía imaginar a las sociedades. La pobla-
ción civilizada, y como tal superadora del atraso evolutivo o primitivismo
en el que se encontraba la población bárbara, se caracterizaba por poseer
trabajo, dueño, patrón, residencia y alfabetización.
La Salud Mental estaba dada por el mismo grado de civilización. Ser
saludable era ser civilizado. El ser racional, civilizado y sano controla sus
pasiones, y dado que la pasión es un desborde respecto del ideal moral
racional, al bárbaro se le atribuye el carácter pasional, desordenado, irra-
cional; a la espera de que el orden y la ley civilizadora vengan a ordenar.
El otro modelo es el de Ramos Mejía: para él, la enfermedad se
vincula a lo racial, las leyes naturales de la evolución encuentran aquí su
aplicación. El enfermo es aquel ser (o sociedad) biológicamente inferior.
La naturaleza pasional, la sobreexcitación de las pasiones no controladas
volitivamente son retraducidas en términos raciales y conducen al extravío
mental, a la enfermedad. De esta manera, hay una raza biológicamente
inferior, irracional, enferma.
A la oposición salvaje-ciudadano de Sarmiento, Ramos Mejía le su-
perpone la oposición aborigen-europeo. Aquellos que poseían característi-
cas ágrafas, de vida en el medio rural, mestizados y con precario control de
las pasiones, conforman un salvaje o aborigen ser inferior, y es el Estado
el que debe establecer su destino, su control. A su vez, tales características
constituyen lo que se entendía por enfermedad. Ciudadanos sanos eran
aquellos cultos, urbanos, racionales (como contraparte de las pasiones).
Esta dicotomía llegaría a formulaciones horrorosas que son más
bien negadas y olvidadas por sus defensores. Dirá por ejemplo Sarmien-
to: “Se nos habla de gauchos... La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda
esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este
es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma
criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos”5.
Estos atributos dan lugar a la producción de una figura tipo, el
“gaucho malo” quien encarna la locura rural. Esta es identificada por Vez-
zetti, parafraseando a Sarmiento, en los siguientes términos: “[…] el gau-
cho malo es una criatura del desierto, pura naturaleza, los vicios lo ligan a
5 Carta de Sarmiento a Mitre del 20 de septiembre de 1861 y publicada en El Nacional el 3 de febrero de 1857.
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la sociedad humana, es cuasi animal, instinto, ciego, tigre”.
El gaucho malo incluye al nómade sujeto de tierras adentro que,
entre otros supuestos vicios, no respondía a los valores que poseía el
ciudadano, como tener patrón, compartir costumbres urbanas, tener como
valor al par propiedad-trabajo, ser monogámico. El gaucho tenía un modelo
de vida totalmente diverso al esperado por Occidente. Trabajaba cuando lo
creía necesario, solamente bajo necesidad, no entregaba su libertad en que-
hacer alguno (los modos de empleo distaban de ser mínimanente liberales
en esos momentos), no se hacía cargo de sus hijos, era polígamo y no tenía
interés en la propiedad de la tierra ni aceptaba patrón a sus intereses.
De lo anterior se desprende, sin demasiada sutileza intelectual, que
el concepto de enfermedad mental fue utilizado, por parte del Estado Con-
servador como una estrategia de control de aquello que aparecía como
desajustado frente a un ordenamiento dominante. Era imprescindible es-
tablecer lo sano y lo no sano, lo correcto de lo inmoral. Tanto la noción
de bárbaro de Domingo Faustino Sarmiento como la noción naturalista de
raza de Ramos Mejía constituyen formas de construcción discursiva que
sirvieron al Estado Conservador en su necesidad de ejercer tal control,
dado que la delimitación e identificación de estos grupos como subcultu-
ras es la base sobre la cual la enfermedad va a apoyarse.
Estos grupos además eran ajenos a las dos grandes razones de
organización del Estado en aquel momento, la propiedad de las tierras y
la organización de la familia nuclear; es así como, mediante control social
formal, se les asignaría la categoría de enfermos mentales. Se asiste aquí
al nacimiento de la enfermedad mental en nuestro país, pero como cate-
goría necesaria y estratégica al control social de la población refractaria a
la implantación del Modelo de Estado Conservador.
La población autóctona, entonces, constituía algo peligroso; debía
ser controlada con determinadas pautas culturales de orden. En palabras
de Sarmiento:
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agitados de los tranquilos y prevenir sus contactos. La distribu-
ción metódica de los alienados facilita las medidas de adminis-
tración y disciplina, y se constituye en sí mismo en un régimen
físico y moral. Pero el orden exige no sólo el aislamiento de los
internados según criterios a la vez psiquiátricos [crónicos-agu-
dos; tranquilos-agitados], económicos [pudientes, o sea “pen-
sionistas” y no pudientes] y morales [colaboradores-rebeldes].
También impone el aislamiento respecto del medio exterior,
sobre todo la familia. La secuestración es una condición del tra-
tamiento moral, y el espacio manicomial no sólo reemplaza a su
familia, más que eso se postula como el paradigma de la familia
virtuosa y verdadera” (Vezzetti, 1985: p. 59).
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para retratar la crisis de la sociedad argentina alrededor del
noventa [...] Así surgen algunos clichés perdurables: para la
masa nativa, la mala disposición para el trabajo; para los inmi-
grantes, el excesivo afán de lucro. Finalmente, miseria y locura
se superponen y se explican recíproca y directamente, por el
recurso a una psicología o a una etnología –igualmente “sal-
vajes”– que reducen la fenomenología social conflictiva a los
componentes mentales de las masas” (Vezzetti, 1999: p. 84).
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Es este el venerado padre de la Educación de la patria, destinatario
de incontables calles, museos, plazas y centros “culturales”. El proyecto
conservador, sea por su vertiente culturalista o por la naturalista, no deja
de ser evolucionista, y discriminadora, etnocentrista-occidentalista y, so-
bre todo, intolerante. Teniendo resuelto el destino de los habitantes ori-
ginarios (su deshumanización y posterior exterminio), aún persiste el pro-
blema de los gauchos y los inmigrantes que no se avenían, por diversas
razones, al modelo occidental de propiedad, trabajo y familia. Entonces
fue necesario otro paso.
El asilo y la cárcel son las instituciones que se inventan (mejor
dicho, se importan del mismo occidente venerado) para sumarse a esta
estrategia de control. A las personas que no se subordinaban al orden
civilizado dominante les eran asignados esos espacios interiores, incluidos
en la red social, pero que aun así implican una exclusión de la persona
mediante el aislamiento que le proporciona.
El modelo de abordaje vigente en el Estado Conservador es la
educación (para Sarmiento) y la reclusión (para el naturalismo de Ramos
Mejía). Este último modelo renuncia a la estrategia educativa porque lo
caracterizado como enfermedad es del orden natural, por lo cual se hacen
diagnósticos que nombran patrones de conducta no esperables en un ser
civilizado. Tales diagnósticos introducen una selectividad que produce un
sujeto de intervención típico, aquel otro cultural ajeno, exterior al modelo
impuesto. Bermann (1965) relata que las personas internadas en esa épo-
ca pertenecen al mismo grupo social: “los pobres, indios, negros, mestizos
y blancos indigentes”. En tanto apartamiento de un patrón cultural, es es-
perable entonces el confinamiento de un estereotipo. Veamos un ejemplo:
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pios de un ser considerado culto, civilizado, constituían el modelo de lo
sano, pero en los tiempos modernos se alertaba sobre los riesgos de la
civilización, y no tardará en producirse, hacia fines del siglo, el viraje por
el cual la ciudad es el espacio de producción de nuevas formas de locura.
La población europea que se esperaba bajaría industriosa y laborio-
sa de los barcos de ultramar, no fue precisamente la que llegó. Arribaron
a estas costas aquellos grupos de crianza desplazados de Europa. El in-
migrante no es el portador de la civilización, sino un buen bárbaro, según
términos de Vezzetti. Sería, en cambio, el turno de dos tipos de grupos, o
un importador y portador de ideologías contrarias al orden y progreso que
suponía el nuevo poblamiento del interior del país: anarquistas, comunis-
tas, etc., los cuales generarían luego nuevos conflictos no imaginados. O
bien, el inmigrante, dotado de razón, pero con afán desmesurado por la
propiedad y el dinero; con ambiciones sólo materiales. Este último, será
rápidamente descalificado por el pensamiento minoritario, de la élite. De
esta manera, lo civilizado, urbano, deja de ser un modelo de salud para
pasar a ser el germen de la “nueva” locura.
Los inmigrantes que no encontraban localización rural o agrícola
ocupaban la periferia de las ciudades. Vivían en conventillos, hacinados,
espacios convertidos en espacios de enfermedad, según la visión alienis-
ta. La urbanización entonces, según lo observa el modelo conservador,
produce locura, y emerge una nostalgia por la naturaleza y las relaciones
humanas propias de la vida rural.
En este punto del problema, se crean las Colonias Agrícolas para
Alienados bajo el supuesto de que lo civilizado y urbano ya no produce
salud necesariamente, y –en cambio– el contacto con la naturaleza y el
trabajo agrícola la propician. La psiquiatría presta al Estado la arquitectura
técnica y científica para ejercer la persecución y reclusión de estos sectores
o grupos sociales “agitadores” del orden social.
Hacia fines del siglo XIX, hay una significativa atención a estos
espacios de “mala vida” que constituyen la amenaza de la civilización. Es
necesario practicar sobre ellos una reclusión hacia las Colonias Agrícolas
de Alienados, para que allí el orden exterior de la naturaleza se proyecte
en el orden interno moral. Claro que, siendo provenientes de la civilizada
Europa, ya no es practicable aquel destino prefijado para el indio y para el
gaucho. Los tiempos transcurridos han dado otras mejores opciones, más
humanas. El proyecto tomaría el nombre de su mentor: Cabred.
Los grandes hospicios que se desarrollan en esta época albergan
gran número de personas, la Colonia Montes de Oca tenía miles de inter-
nos, y allí se producía la verdura que abastecía tanto a la misma Colonia
como a Luján y zona de influencia. Cabred fue el iniciador del sistema
psiquiátrico de puertas abiertas, el cual se define como un conjunto de
disposiciones de orden material y de régimen interno que tienden, todas,
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a dar al establecimiento el aspecto de un pueblo, a proporcionar a sus
moradores la mayor suma de libertad compatible con su estado de locura
y a hacer del trabajo uno de los elementos más importantes del tratamien-
to moral. Además, Cabred propone al trabajo como eje de la asistencia
dándole mayor amplitud a formas organizadas y sistemáticas, pero al aire
libre, dotando a las colonias de buenas tierras cultivables, aún hoy tan
deseadas por otros organismos del Estado o por privados.
El papel terapéutico del campo y la naturaleza se establecen a partir
de la aparición de los desórdenes de la gran ciudad como generadores
de locura, encarnada en los inmigrantes, los cuales habían enfermado en
Buenos Aires, en la oscuridad de la noche, el vicio, la vagancia, el sexo.
Según Cabred, la luz del día del trabajo rural introducía buenas
costumbres, el hábito al trabajo, la familia. En un discurso inaugural, dice:
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accionar directo se proyecta en la atención cotidiana de las necesidades
primarias de Salud, en el sentido del caritativismo. Este deber moral opera
según el modelo de familia: el Estado es el padre, el pueblo el hijo, y como
tal el Estado debe garantizar la asistencia a su prole.
Específicamente en el ámbito de la salud, las necesidades se tra-
ducen en determinadas enfermedades, tal es así que el Estado tiene la
obligación de asistir la enfermedad. De este modo se entiende la gestión
política de la Salud. Es decir, que desde este modelo de concebir el Es-
tado, la salud queda reducida a la asistencia de la enfermedad. Dicha
atención se produce, por lo general, en el momento en que esta última
se ha presentado ante el Estado, esto es, en su fase terminal, cuando es
imperiosa la intervención externa.
No hay una preocupación por la salud en su sentido positivo, en
relación a procurar el bienestar físico y psíquico de quienes están sanos.
Desde este modelo no es usual que se generen campañas o programas de
promoción de salud. Lo que se propone el Estado es cubrir la atención de
todas las enfermedades una vez ya instaladas en la población, o en la per-
sona por “asistir” o “rehabilitar”. El efecto buscado sobre el enfermo es la
remisión del daño o enfermedad. En este sentido, es la población con me-
nos recursos, en general, la que termina siendo objeto de asistencia: “El
beneficio secundario de ser pobre es que uno es asistido” (Di Nella, 2010).
El Hospital Polivalente es la institución tipo de este modelo de
gestión política del Estado para con la Salud, reemplazando a las cárce-
les y asilos propios del modelo de Estado conservador. En la institución
polivalente se atienden todas las demandas que en él recaen en materia
de enfermedad. Toma, entonces, al individuo en situación de enfermedad
sobre la base de un marco teórico biológico, biopsicológico o psicológico.
Sea cual fuere, el resultado es el mismo: asistir al enfermo del momento y
esperar a que ingresen al servicio otros nuevos enfermos.
El dispositivo instrumentado para abordar las necesidades de salud
es organizado por el modelo médico hegemónico, en el cual el objeto de
estudio se ve atomizado y, por ende, se corresponde con una especiali-
zación de las prestaciones. La especialización se reduce a una sola varia-
ble (fragmentación de la diagnosis mediante), la pregunta por las causas
de cualquier padecimiento, es decir, produce una lectura unicausalista
y monodisciplinaria de los problemas por abordar. Fragmenta al sujeto
en relación a su sufrimiento, apuntando sólo a aquello que produce el
malestar y desde la subdisciplina por la que interviene el profesional o
técnico actuante. No hay una visión integral y holística de la persona, ni
una historización de su caso. El abordaje es enteramente sintomático y
circunstancial; esto es, apegado a la idea directriz de remitir el cuadro.
Aparece la categoría de individuo enfermo como categoría sobre
quien diagnosticar, la cual viene a prevalecer sobre la idea de raza o grupo
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enfermo del anterior modelo de Estado. Esta noción de individuo es parti-
daria de una concepción ahistórica y asocial del hombre y sus problemáti-
cas. Por ende, no se incluyen en la consideración de la salud-enfermedad
otras categorías de análisis más que las que conciernen sólo al individuo y
su actual patología en cuestión, disgregando, como ya se ha mencionado,
la noción de un sujeto integral histórico-social7. Se aísla la enfermedad
de toda la constelación de factores que pueden influir en su surgimiento,
implantación en el sujeto y posterior desarrollo.
De este modo, por medio de este “aislamiento” de las enfermeda-
des, a las cuales se procuraba abarcar por completo en frondosas taxono-
mías y permanente especialización de subdisciplinas y servicios, se llega
a una idea de cobertura sobre todo el espectro de las enfermedades, lo
cual resulta una visión poco probable y de muy difícil abordaje, dado que,
como es bien sabido, hay tantas o más enfermedades como personas
enfermas. Si bien las enfermedades pueden ser las mismas, estas toman
características diversas en relación con el sujeto que las porta, el contexto
histórico-social en que se desarrolla, ni pensar en los casos en los que una
o más enfermedades se ven combinadas en una misma persona.
Este modelo plantea que cuanto más se divide algo es mejor para
estudiarlo –pleno auge del mecanicismo–: el cuerpo humano es entendido
como una máquina. A partir de este paradigma, comienzan a surgir las
especialidades, se deja de tener en cuenta el sujeto como un Todo. Pos-
tula, asimismo, una hegemonía de la medicina en las ciencias de la salud.
Es lo que se llamó el Modelo Médico Hegemónico (término acuñado por
Eduardo Menéndez). El Estado Benefactor queda, de este modo, definido
como el responsable de asegurar los bienes y servicios fundamentales y la
protección de la salud de los habitantes.
7 Hemos trabajado este tema en su aplicación a lo mental al estudiar su impacto en la formación y ejerci-
cio profesional de la psicología. Para más detalle sobre esta cuestión ver Di Nella, 2010.
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sociedad civil, principalmente la responsabilidad primaria que
atañe a cada una de las partes y los alcances de lo que debe
evaluarse como participación social (De Lellis, 2006: p.136)
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del paradigma individual restrictivo en las concepciones y prácticas de
salud” (De Lellis, 2006: p.18).
El deber del Estado es garantizar el accionar del mercado, sostener
la acción del mercado de la salud por medio del establecimiento del sis-
tema de salud privado (ganancias privadas) y desregulación de las obras
sociales (que compitan siguiendo leyes de mercado).
Desde este modelo de Estado se opera mediante una conceptualiza-
ción de la población, en tanto pasiva (al igual que en el Estado de Bienes-
tar), frente al patrón de intercambios: el mercado. Este último se ocupa de
establecer las reglas, distribuir roles y funciones. Lo que queda por fuera
de las leyes del mercado no es considerado objeto de políticas públicas –a
no ser como modo de control social–, y, de esta manera, todo este sector
de población excluida de sus reglas se ve recluido en los hospicios como
población no integrada.
Como las políticas públicas tienen por objeto sostener al mercado
(de la salud mental, en este caso), lo que no es productivo al Sistema
queda en la posición de “lo salvaje, lo incontrolado, lo bárbaro” (Di Nella,
2007: p.102). Los sujetos que padecen mentalmente en forma crónica –y
carentes de recursos para ingresar al mercado– son, en sí, innecesarios
al modelo y peligrosos. Están de más, sobran. Lo mejor es mantenerlos
alejados de la sociedad que no los necesita.
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este riesgo de enfermar, sin que medien acciones en torno al cuidado de
la salud. El buen cliente es el que no enferma, que se cuida solo su salud
y no anda ocasionándole gastos a la prepaga.
La salud queda así establecida como un bien que se compra, como
un servicio privado adquirible en el mercado. Esto se lleva a cabo en ins-
tituciones que se conforman como empresas de salud constituidas por los
seguros que crean centros de salud o clínicas y sanatorios asociados a los
seguros. Dentro de ellos, el modelo de prestación preferido es el de con-
sultorio externo (es el más barato y de mayor beneficio económico). En los
centros no privados se ofrece una cobertura mínima frente a una demanda
potencial con posibilidades de elegir pagar por una oferta-cobertura mayor.
De este modo, se produce una privatización de los servicios de
salud, teniendo acceso a los niveles de más alta complejidad tecnológi-
ca quienes tienen posibilidades de pagar el costo que esto representa.
Aunque parezca exagerado, no puede más que concluirse que se trata de
un modelo donde los servicios de salud son un componente más de la
sociedad de consumo, que define a la salud de la población como un bien
de transacción, bajo la idea de costo-beneficio. Su principio fundante es
la rentabilidad.
Ahora bien, quien no puede entrar en el circuito comercial queda
excluido del derecho a la mejor atención posible, generando aún más
exclusión en las clases menos favorecidas de la sociedad. Las prepagas
introducen otro modelo diagnóstico: lo a diagnosticar en este contexto
es el riesgo a enfermar, con lo cual se hace un cálculo del costo de la
atención a una persona y en función de ello se evalúa si la atención por
ofrecer cabe a ese sujeto o no. De lo anterior se desprende que el sujeto
por intervenir debe ser lo más sano posible, un individuo (y no un grupo)
sano con necesidad objetiva o subjetiva de cobertura y con capacidad
adquisitiva suficiente como para asegurar económicamente su salud. Se
pretende cubrir la necesidad de cobertura de salud del individuo sano. A
ello se debe entonces el inconmensurable auge de la atención por medio
de consultorio privado o externo.
Este modelo prestacional necesita para su implementación un perfil
profesional especial, y el mismo Estado tiene la capacidad de producirlo.
“Dicho paradigma, sostenido por los organismos multilaterales de crédito
y de amplia vigencia durante la década pasada, asiste hoy a un relativo
declive, en parte por las consecuencias negativas que se han manifestado
en el plano social: desempleo, inequidad, pobreza, desigualdad entre los
grupos sociales y entre las naciones” (De Lellis, 2006: p.136)
Llegamos, de este modo, a otro momento “bisagra”, entre este mo-
delo y el siguiente, el cual todavía se encuentra en etapa de preparación
e implantación, donde lo que aún falta es ponerlo en práctica en forma
equitativa e igualitaria.
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IV- El Estado Jus-Humanista
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del desarrollo social y el económico global de la comunidad.
Representa el primer contacto de los individuos, la familia y
la comunidad con el sistema nacional de salud; lleva lo más
cerca posible la atención de salud al lugar donde residen y
trabajan los individuos y constituye el primer elemento de un
proceso permanente de asistencia sanitaria.
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instrumentos y técnicas de acercamiento a la comunidad (Di Nella, 2010).
La APS postula también la necesidad de descentralizar los servicios
de salud, promoviendo que aquellos que poseen más complejidad puedan
también brindarse en los niveles primarios de atención (esto implicaría un
gran cambio en relación a los centros altamente complejizados y de poco
acceso para la población en general, que se hereda del modelo anterior).
Otra de las modificaciones que se introducirían en este modelo sería la
reasignación y capacitación técnica de los profesionales para que puedan
operar en Unidades Sanitarias o Centros de Atención Primaria, resolviendo
las diferentes problemáticas a las que deban enfrentarse en materia de
salud-enfermedad.
De este modo se da el pasaje: “De una ética liberal para la cual la
salud es un bien individual, y por cuanto su cuidado es responsabilidad de
cada uno, se pasa a una ética solidaria donde el autocuidado se articula
como responsabilidad, en tanto la salud y la enfermedad son bienes y
costos sociales” (De Lellis, 2006: p.18).
Para establecer un diagnóstico desde el modelo Jus-Humanista es
necesario ampliar la mirada desde el individuo enfermo hacia una trama
social condicionante de los modos de enfermar y –lo cual es nuevo– los
modos de mantenerse en estado saludable. Por un lado, esto implica de-
tectar cuáles son las capacidades y potencialidades del grupo humano en
cuestión y especificar sus recursos. Luego, detectar cuáles son los factores
que vulneran la salud de ese lugar. En este interjuego de las capacidades y
dichos factores es donde se producen las intervenciones. Y por último, es
necesario relevar cuáles derechos no son garantizados por el Estado. Esto
se lleva a cabo en la comunidad, que es el sujeto de intervención, con la
posibilidad de focalizar en grupos de mayor vulnerabilidad.8
A diferencia de los modelos anteriores, se exige a los profesionales
un cambio completo respecto a sus usos y costumbres. En el modelo de
APS, el lugar predominante de trabajo es el vecindario. Se interviene en
terreno, con frecuencia en el domicilio del grupo atendido. Si lo que se
intenta es producir salud (no atender la enfermedad), entonces la tarea
sobre las condiciones cotidianas de vida se vuelve fundamental, condición
irremplazable. El eje pasa a estar en los determinantes sociales de la sa-
lud. En los capítulos siguientes, nos referiremos a este cambio absoluto
del modelo de intervención.
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VARIABLE ESTADO ESTADO DE ESTADO ESTADO
CONSERVADOR BIENESTAR NEOLIBERAL JUS-HUMANISTA
Categoría Descriptor Descriptor Descriptor Descriptor
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