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01 - Stars - Nerea Pantiga
01 - Stars - Nerea Pantiga
Bilogía Proyecto F1
NEREA PANTIGA
Copyright © 2023 Nerea Pantiga
The characters and events portrayed in this book are fictitious. Any similarity to real persons, living
or dead, is coincidental and not intended by the author.
No part of this book may be reproduced, or stored in a retrieval system, or transmitted in any form or
by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without express written
permission of the publisher.
ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456
Era la última oportunidad que tenía para atarme a las patas de mi cama o de
salir huyendo para que el chofer de Michael no me llevase lejos de mi casa.
En contadas ocasiones había salido de Blackpool. En el barrio tenía de todo,
la playa cerca de casa, las atracciones a un paso del paseo marítimo, la
panadería al lado de mi casa, las pequeñas tiendas que confiaban en
nosotras cuando no llegábamos a fin de mes… En fin, mi vida entera.
—Mamá.
En cuanto su apodo sale de mis labios veo como sus ojos se llenan de
agua. Me lo va a poner difícil porque para ella esta situación es cuanto
menos agradable. Odia las despedidas. Le traen malos recuerdos, lo sé y
pese a eso había complicado las cosas, menos mal que había sucedido todo
tan rápido que la tirita había sido arrancada al instante.
Mi madre había sido demasiado joven para ser madre. Había crecido a la
par que yo lo hacía, aprendiendo, equivocándose y confiando en que mi
capacidad intelectual no me llevase por el mal camino. Sin duda no había
seguido a mi intelecto hace unos meses, quizá por eso ella veía como una
gran oportunidad esta salida del barrio.
—Los Douglas no nos van a separar. No llores.
Sería un eufemismo pensar que, después de haberme abandonado,
confiara más en ellos que en la persona que me ha dado la vida.
—No son los malos de la película, solo estoy un poco sensible.
—Ven aquí.
Ambas nos encontrábamos sentadas en el sofá de nuestra pequeña sala
de estar. El pobre mueble tiene los mismos años que mi madre y yo juntas.
Cada vez que pones el culo en él se te clava alguno de los muelles rotos.
Nos excusamos diciendo que le tenemos cariño, y es que así es, de las casas
que habíamos habitado, en la que residimos es la más digna de todas. Algo
a lo que poder llamar hogar. Lo habíamos pintado, reformamos algunos
muebles y pusimos nuestro toque en cada rincón. Estaba orgullosa de poder
tener ese techo aunque tuviera algunos defectos como ese.
Mi madre extiende los brazos y nuestros cuerpos se funden en una unión
llena de movimientos ascendentes y descendente fruto de los sollozos.
—Te voy a llamar todos los días —prometo.
—Si no lo haces tú, yo misma lo haré.
Y vaya si lo creía, era capaz de presentarse en la mansión Douglas con
tal de saber por qué no le cogía el teléfono móvil.
Reviso su rostro cuando la separo de mi cuerpo.
Mi madre es joven, muy guapa con esos ojos almendrados que no he
heredado, con la piel tersa y con la sonrisa más bonita del mundo. Había
tenido la misma edad que yo ahora mismo cuando me tuvo por primera vez
en sus brazos. Ahora, con treinta y seis años, había perdido la esperanza de
ser feliz porque todo lo basaba en nuestro bienestar. Ayer, cuando la
almohada acogió las lágrimas de mi despedida, medité en esa opción. ¿Y si
ella, al no notar el peso de mi presencia, se permitía ser feliz, pensar en ella
antes que en nadie?
Había sido una etapa muy difícil. Mis malas decisiones la habían hecho
sufrir en exceso. Por la vida que había tenido, y la multitud de heridas que
tuvo que coser ella misma con hilo y aguja, había creado tal coraza a su
alrededor que no era capaz de confiar en nadie. A mí me había sucedido lo
mismo, solo nos teníamos la una a la otra y hasta que metí la pata, nos había
ido muy bien.
Yo solo perseguía dinero, y quizá mi sueño, no era consciente de que
podía destrozar todo a mi paso.
—¿Tú me prometes que saldrás de fiesta algún fin de semana?
Utiliza mi frase para separarse definitivamente de mi cuerpo y hacer un
aspaviento.
—No digas tonterías, los fines de semana estoy agotada.
—Mamá, por salir a tomar un café con Luna y el resto de las chicas no
vas a morirte.
—Ya veremos…
Se levanta del sofá y camina dos pasos por la pequeña sala antes de que
yo la siga de cerca.
—Prométeme que vas a intentar volver a ser una chica de tu edad. Si
eres una treintañera buenorra, mami.
—Qué cosas tienes.
Y vuelve a emplear la misma estrategia de huida, es por eso que rodeo la
mesa en la que comemos todos los días y atrapo su cuerpo entre mis brazos.
—Promételo.
Mis ojos, castaños y duros se encuentran con los azules y preciosos de
ella.
Asiente antes de abrir la boca.
—Lo haré.
Como si la vida se quisiera reír de mí, el ruido de un motor al acercarse
a nuestro hogar nos hace girar a ambas la cabeza hacia la ventana. Allí,
ocupando toda la visión, hay un enorme coche de esos que cuesta una
hipoteca y dos vidas pagar, o por lo menos, al tipo de ciudadano que yo
conozco. Por supuesto, Michael Douglas no es un ciudadano al uso.
◆◆◆
El viaje tuvo una duración de alrededor de unas cinco horas. Casi nos
habíamos cruzado Reino Unido en un día por el mero hecho de contentar al
señor trajeado.
El hombre, el cual solo me había dicho su apellido que era Núñez,
redujo la velocidad para entrar en una amplia urbanización.
Cualquiera se imaginaría que un millonario tiene una casa acorde a su
cuenta bancaria, ¿no?, eso está más claro que el agua, pero lo que yo no me
imaginaba es que esta clase de casas existían en la vida real.
—¿Es que viven con más familiares y yo no tengo conocimiento?
Pasamos una mansión, después otras dos, todas con una amplitud
descomunal.
—No, señorita, solo residen las tres personas que conoces.
—¿Y se ven todos los días? Porque en estas casas tiene que haber más
pasillos que en el túnel del terror.
—Esa es la clave, si no se quieren ver, pueden no encontrarse durante
días.
Núñez viene de la misma clase social que yo y me acaba de entregar la
clave, encubierta, de la clase de familia que voy a conocer.
—Es aquí.
El hombre señala al frente, hacia una valla negra decorada con puntas
doradas como si del mismísimo palacio real se tratase.
El coche acorta la distancia hasta la entrada y, al dejar los altos pinos
atrás, puedo vislumbrar la estructura en todo su esplendor.
Fachada de piedra blanca, altos ventanales, una entrada ¡con una
rotonda!, y una piscina al final de la finca. Es el mayor lujo que he visto en
mi vida. La casa de mi padre no era tan ostentosa.
—¿Cuántas habitaciones hay aquí?
—Quince, señorita Stars.
—¿¡QUINCE!?
—Y, si me permites el atrevimiento, tengo conocimiento de que una de
las mejores está reservada a tu nombre.
Vuelve a sonreír, pero muy lejos de la carcajada de hace unas horas.
Estoy tan embobada que me quedo muda. Muda aunque con la boca
abierta observando desde la luna delantera del coche todo lo que me rodea.
Cualquiera en mi situación hubiera sentido euforia, era como meterse en
una película, pasar a ser millonario en un segundo parecía… ¿Guay?
Pese a lo cual, lo único que mi cerebro repite es: Iris, ten cuidado.
Sí.
No es un: Iris, disfrútalo.
Es una clara advertencia a lo que, por lógica, siento miedo de lo que
pueda suceder.
Trago saliva, intento no clavar la mirada en todos los detalles lujosos
que hay alrededor y me centro en la persona que tengo delante.
Hubiera sido una idiota con una neurona si hubiera pensado, por un
minuto, que mi tío iba a sacar tiempo de su apretada agenda para recibirme.
Sabía que no era así, en cambio, su mujer está en la entrada acompañada de
una chica con el mismo uniforme que Núñez. Ambas sonríen. A la segunda
no tengo el gusto de conocerla, pero a Mai sí.
De ella solo sabía que era viuda antes de casarse con Michael y que
sonreía. Mucho. Todo el día tenía buen humor, unido al cuerpazo que
ostentaba y a la clase que irradiaba era… Perfecta para esta vida.
Si me paraba a reflexionar qué significaba para mí, la sombra de los
malos pensamientos lo oscurecían todo. Mai era la representación de lo que
perdí, de lo que su único hijo me arrebató en mi peor momento.
Salgo del coche cuando Núñez me abre la puerta.
No he sido consciente de que ha bajado del vehículo y que se ha
acercado a mi posición, lo que revela que me he quedado absorta
completamente.
Cuando salgo le agradezco su amabilidad y le susurro que pronto iré a
buscarlo para tener una conversación. Él se queda en silencio. No sé qué
tipo de jefes son los Douglas y no quiero meter en un lío a ningún
trabajador. Yo o mi madre podíamos ser una de ellos.
—¡Iris, bienvenida!
Mai se acerca a mí sonriendo y con las manos ligeramente separadas de
su cuerpo. No hace el amago de darme un abrazo, sería demasiado para el
tipo de relación que mantenemos que es… Nula. En cambio, toma mis
manos entre las suyas y las aprieta con lo que me parece que es un gesto
cariñoso.
—Gracias.
No me salen las palabras, juro que desde que he escuchado el motor
apagarse mi cerebro también lo ha hecho. Ahora es real, he aceptado esta
condena y no puedo huir. Estoy a merced de las directrices de un hombre
que no conozco y que no se ha tomado la molestia de recibirme. Mi madre
y mi vida están a kilómetros de distancia y, para más inri, tendré que vivir
con la persona que más odio del planeta Tierra. Porque, oye, en Marte me
puedo hacer otro enemigo, que repetir es demasiado agobiante.
—¿Qué tal ha ido el viaje?
El tono de voz de Mai es reconfortante. Ni muy alto ni muy bajo.
Mi madre me indicó que se dedicaba a impartir charlas como ayuda
profesional. Es psicóloga, pero lleva mucho tiempo realizando terapias de
grupo. Creo que, basándonos en mi odio hacia esta familia, desarrollé la
idea de que esos grupos eran exclusivos para pijos con problemas idiotas,
ahora cuando miro su forma de expresarse dudo que sea así.
—Bien, ha ido mejor de lo esperado.
—Me alegro.
Y por la forma en que su boca se curva llego a pensar que lo hace de
verdad.
—Disculpa a tu tío, le ha entrado una llamada urgente y por eso no ha
podido acudir a recibirte.
—No pasa nada. No te preocupes.
Me importa una soberana mierda ese hombre.
Si tanto quería que estudiara en una buena universidad, se hubiera
agarrado al plan que le planteé. Que él pagase los estudios y yo la
residencia, pero no, teníamos que ser una familia feliz.
—Si te parece, te enseño la casa y acudimos a su despacho a darle una
sorpresa.
—Seguro que se lleva un ¡sorpresón!
Mai no comprende mi sarcasmo, me sucede a menudo porque, en lugar
de interpretar la sonrisa forzosa como una burla, se lo toma al pie de la letra
y me empuja hacia una enorme puerta a la que no alcanzaría ni subiéndome
encima de una escalera.
—Hemos pensado que estarías más cómoda en las habitaciones
principales. Tenemos una suite de invitados que también puede ser para ti,
Iris.
—No será necesario, me conformo con poco. No me voy a quedar a
vivir aquí más de lo necesario.
Mai no rebate mi comentario, sigue con su mano fija en mi baja espalda
aportando una especie de calidez dentro del palacio de cristal al que acabo
de acceder.
Como buena friki de internet me he visto todos los realities de famosos.
Las Kardashian no me gustan en exceso, pero me he tragado las temporadas
con una buena bolsa de palomitas. La casa de los Douglas podría ser similar
a la de ellas, pero nada tiene que ver. Entre estas paredes se percibe el lujo,
la elegancia y el gusto por ¿la comodidad?
Miro hacia la mujer de mi tío y la verdad es que ella encaja en la casa
como una pieza de un puzzle enorme. Más allá de las escaleras de cristal y
de las lámparas de lágrimas que bajan hasta casi mi cabeza, el resto del
mobiliario tiene gusto. Hay una mesa de madera que aporta calidez y unas
cuantas alfombras que, más allá de la pasta que deben de costar, son muy
bonitas.
—¿Te gusta?
—No me lo imaginaba de este modo.
—Me tomaré el comentario como positivo.
La mujer rodea mi cuerpo con la sonrisa iluminando todo su rostro.
Sube las escaleras y la sigo como una polilla a la luz. Puede ser muy
incómodo que me pierda dentro de esta mansión.
—En este pasillo están todas las habitaciones de invitados, podrás
acceder a ellas si lo deseas, ya sea ahora o dentro de unos meses, tú decides.
—¿Tenéis dos pasillos dentro de la casa para diferenciar estancias?
Creo que la he incomodado con el comentario, soy buena leyendo el
lenguaje corporal, aun cuando en su rostro, una vez más, no se aprecia
absolutamente nada.
—Tu tío es un hombre de negocios muy importante. En ocasiones
acuden a reuniones personas influyentes que les gusta la comodidad. Esta
casa está pensada para ser también una oficina.
Quizá Mai hubiera preferido una casita más pequeña a la que llamar
hogar… La mente de los ricos es todo un crucigrama.
—Voy a enseñarte tu habitación, espero que te guste, de no ser así, el
decorador estará aquí a primera hora.
Mai camina delante de mí por el enorme pasillo, está siendo muy
amable y mi madre me ha enseñado buenos modales. Incomodar a alguien
que está ofreciendo su mejor cara no es de ser una persona educada.
—No será necesario, Mai, me adapto bien.
Y no me pienso quedar a vivir aquí… pero eso no se lo digo, me lo callo
para no crear más tensión.
Abre la puerta de una de las habitaciones y juro que no estoy
exagerando cuando digo que tengo que cerrar un poquito los ojos debido a
la luz que sale de ella.
—Es muy soleada, es una de mis favoritas, por eso la he elegido.
—Gracias.
Me invita a entrar con un movimiento de su brazo derecho. Lo hago
como puedo porque la ventana está abierta de par en par.
Una cama, de las más grandes del mercado colchonero, preside la
habitación empapelada con un tono camel. El cabecero que la acompaña es
de lo que mi madre y yo admiramos en las revistas, blanco y acolchado, leer
apoyada en él debe de ser una gozada.
Hay un baño al final de la pared y un enorme ventanal por el que entra
toda la luz.
—Es muy bonito, gracias de nuevo.
—Falta que le pongas tu estilo, no he querido añadir nada más que lo
esencial para no incomodarte.
Me siento agradecida, pero repetirlo de nuevo sería arrastrarme hasta las
profundidades. Yo no he elegido vivir en esta casa, me hubiera conformado
con una residencia estudiantil cutre y una compañera de habitación toca
pelotas, es más, lo hubiera preferido.
—Haré que te suban las maletas mientras te acomodas.
Espera, ¿me va a dejar sola en esta casa?
No estoy cómoda —ese es el primer pensamiento que opaca a toda mi
cabeza.
—¿Y mi tío? —suelto en el último momento a la desesperada.
—¡Es cierto! Vamos a buscarlo a su despacho.
Sale de la habitación y yo la sigo de cerca. Necesito gritar, soltar los
nervios, ir a correr, hacer deporte… Algo que borre la sensación de
incomodidad de una vez por todas.
Nos acercamos con sigilo a las escaleras. Mai espera a que llegue a su
altura y comienza a descender. Me da algunas indicaciones básicas de
dónde se encuentra la cocina, el salón y el despacho de Michael.
—Esperemos que no esté ocupado, está siempre al teléfono.
La sonrisa me ha parecido la menos sincera desde que llegué. Mueve la
mano sobre la puerta con dos toques firmes. Se escucha un movimiento al
otro lado de zapatos pesados.
¿Quién en su sano juicio puede trabajar desde casa y no lo hace en
pijama?
La puerta se abre, o más bien se traslada hacia el lado derecho
pegándome tal susto que me separo de ella dos pasos hacia atrás. De ella
sale una figura alta, esbelta en ciertas partes y fornida en el tronco superior.
Parece ser que mi tío es todo un sugar daddy en potencia con un traje a
medida.
—Bienvenida, Iris.
Sus manos están ocupadas por un buen taco de papeles y, sus ojos, muy
similares a los míos y a los de mi padre, varían entre mi postura y la de su
mujer. A ella la mira con un toque más cálido, a mí me está midiendo como
hacen los perros cuando se encuentran con otro en el parque. Quizá si me
giro y dejo que me huela el culo, compruebe que tengo el mismo pedigrí
que él.
«No te metas en líos, Iris, esto para mí es importante» —pienso en las
palabras de mi madre y actúo como la mejor actriz de pacotilla de
Hollywood que soy cuando tengo a un idiota delante.
—Me alegro de verte, Michael.
¿Cuánto han sido? ¿Cinco años? ¿Seis años? ¿Siete años?
La última vez que vi a mi tío tenía doce años así que, sí, han sido más de
seis años sin tener ni una noticia de la familia Douglas.
—Espero que te encuentres cómoda en tus aposentos.
¿Por qué me ha sonado a: no salgas de ahí, guapa, que como lo hagas
molestas?
—Por supuesto, son tan grandes y cómodos que me va a costar
separarme de ellos.
A su favor diré que me gustan mis espacios. Soy un lobo solitario que
vaga por la vida sin manada. No daré problemas en ese aspecto si me dejan
a mi libre albedrío.
—En cuanto estés acomodada pactaremos actividades en familia.
La voz de Mai rompe todos mis planes de estar a mi bola. Quedaría feo
que le dijese que yo no pienso unirme a la primera de cambio, así que busco
una excusa fácil.
—No quiero molestar a Michael con su trabajo, iré a deshacer las
maletas.
Ni siquiera busco la aprobación de él, al fin y al cabo he captado en
todos sus movimientos que está tan incómodo como yo con mi presencia.
¿Para qué narices me ha enviado aquí si no me quería? Solo él lo sabe, con
todo, no pienso moverme en esos pensamientos o romperé a rabiar en
cualquier momento. Mai asiente aunque tampoco hace el amago de seguir
mis movimientos, se queda al lado de su marido y lo tomo como el
indicativo de huir.
Espero no perderme.
Tengo buena memoria, de las mejores según la opinión de mis
profesores de la escuela y me he fijado en todo los detalles y los giros que
hemos hecho desde mi habitación hasta el despacho del hombre con traje
negro. Supongo que el espíritu de piloto sigue en mí aunque nunca lo haya
podido explotar. Sería la mejor memorizando cada curva, cada ángulo, cada
chicane… En fin. Encuentro la salida del pasillo de las oficinas antes de lo
esperado, he vuelto al recibidor y desde este lugar sé llegar sin problema a
la habitación así que lo utilizo para fijarme en los detalles que antes he
tenido que obviar mientras subo las impolutas escaleras.
El techo de esta casa es el más alto que he visto en mi vida. A Mai le
deben encantar las flores porque tiene varios jarrones llenos de rosas
frescas. Quizá el jardín esté decorado con ellas, no he tenido tiempo a
reparar en ello.
No hay ni una foto decorando las paredes o las mesas adyacentes al
recibidor. Donde los muebles dan calidez al hogar, falta un poco de
humanidad en la misma. Puede que mi madre y yo seamos demasiado
exageradas en ese aspecto porque nuestra habitación tiene tantas Polaroids
que hace tiempo que hemos tenido que añadir la pared del salón como parte
de nuestro escenario.
—Siempre fuiste demasiado chismosa, primita.
La voz.
Esa voz.
La voz del diablo.
El enemigo.
El usurpador.
El maldito Beck Hunter.
Cambio la atención hacia él con un buen susto en el cuerpo que no hago
evidente. Sería darle munición antes de que la guerra comience.
Ha cambiado mucho con el paso de los años. No es el niño flacucho que
recuerdo, aunque tampoco es que tenga los músculos de hombretón de mi
tío. Es lo que tiene ser piloto de la categoría más alta de la Fórmula 1, que
uno no puede lucir el cuerpo que le gustaría porque se tiene que adaptar al
coche. Además, y para joder más a mi mente, las fotos de redes sociales no
le hacen nada de justicia porque sus ojos grises son más espectaculares en
persona que en las imágenes.
De lujo. Ha envejecido como el buen vino.
—Y tú siempre fuiste demasiado ladrón, y aquí estás.
Está en lo alto de la escalera, baja el primer escalón con una sincronía
propia de alguien que conoce que tiene el mundo a sus pies. Cruza los
brazos por debajo de su pecho y fija la mirada en mí. Realiza el mismo
movimiento y se queda a dos peldaños de mi cuerpo, con una diferencia de
altura considerable. Y no solo por las escaleras, es que el muy idiota
además de pasar de ser el patito feo al cisne, ha pegado un estirón de más de
un metro ochenta.
Como punto a favor diré que tengo sus huevos en la trayectoria de mi
rodilla.
—Yo no soy la muerta de hambre que viene a pedir limosna después de
que su papi la dejara sin blanca.
—No tienes ni puta idea.
Las palabras han salido apretadas, y es que mis labios están formando
una línea recta llena de rabia.
—Aprovecharte del dinero de Michael, es demasiado hasta para ti,
primita.
—¿Tienes miedo de que tu papi postizo te quite la paga?
Sonríe, y fíjate que hubiera preferido que se quedase serio porque los
dientes que le ha pagado Michael combinan muy bien con los labios
rechonchos que ha heredado de Mai.
—En esta casa, nos sobra el dinero a todos.
Beck Hunter no es solo un buen piloto, es también modelo de las
mejores marcas de moda, joyería, bañadores… Todo lo que te puedas
imaginar. En sus redes sociales junta a millones de seguidores, con que
salga a la calle con una camisa ésta se agota al momento. Hace dos años,
cuando tenía mi edad, consiguió un buen contrato en el equipo Aston
Martin de Fórmula 1. Era el piloto más joven de la parrilla y ahora, después
de dos años y con solo veinte, ha conseguido el contrato soñado por
cualquier piloto. Abrazar a los Tifosi, lucir el mono rojo de Ferrari y
participar en una de las leyendas más antiguas del mundo del motor.
No dudo que lo tiene todo, pero lo ha conseguido gracias a que no ha
tenido buena competencia.
Lo hubiera machacado de haber tenido la oportunidad.
—Por ese motivo —continúa—, hacemos obras de caridad en ocasiones.
—¿Te olvidas que yo no me he pegado a la familia Douglas, que soy
una Douglas?
—No tenía entendido eso, Iris Stars.
El muy cabrón sabe más de lo que está diciendo.
Puede que lo sepa todo, incluso el oscuro secreto que me ha lanzado a
los brazos de mi tío.
Si conoce que utilizo el apellido de mi madre de soltera es que…
—No te pienso joder si tú no me estorbas, así que vamos a tener una
buena convivencia, Hunter.
He ido subiendo los dos escalones que nos separaban. Como bien había
supuesto, aun así la diferencia de altura es notoria.
Vuelve a mover sus labios hacia arriba. La barba de dos días, recortada
con gusto, añade un toque prepotente a su cara angelical.
—Que tengas una buena estancia, arcoIris.
Antes de que pueda agarrarle de los pelos y restregarlos por el suelo,
baja escopetado las escaleras sin mirar atrás.
De pequeño utilizaba ese mote para hacerme rabiar. Soy daltónica, no
veo los colores del puñetero arcoíris. Él lo sabe, y lo emplea para joderme,
como todo lo que hace. El juego de mi nombre le ha ayudado a continuar
con la bromita que tiene menos gracia que un chicle pegado en la raíz del
pelo.
«Las personas feas no pueden ver lo bonito de la vida, por eso no puedes
ver los colores». Eso me dijo hace más de seis años el estupendo y
magnífico Beck Hunter.
3. LOS SECRETOS SON PELIGROSOS
BECK
Desde muy pequeño aprendí que para proteger a los que más quieres,
tienes que hacer cuanto esté en tu mano. Lo que sea. Si Iris tenía que ser un
daño colateral lo iba a ser, tampoco es que le tuviese un gran cariño, solo
había sido la niña que un día me acompañó en mis fantasías de ser adulto y
con la que tenía varias cosas en común.
Descubrir su secreto fue sencillo. Michael estaba nervioso por la llegada
de su sobrina, más nervioso de lo habitual, ya que el hombre es de pocas
palabras. Le pregunté si le podía ayudar y entonces lo soltó todo. Como un
crío agobiado que necesita ayuda y no tiene ni idea de dónde pedirla. La
doble vida de Iris podía acarrearnos consecuencias a toda la familia porque,
claro, una empresa que se dedica al deporte, una persona como yo que tiene
exclusividad con las altas esferas del mundo del motor, no es bueno que se
relacione con la morralla que genera tráfico a altas velocidades.
No hizo falta que me lo pidiera. Llamé a Asher al finalizar ese día.
Necesitaba que borrase toda la información en la red que hubiera
relacionado con el tema. Mi padrastro cuenta con la mejor tecnología y los
mejores informáticos para llevarla a cabo, pero no todos son de extrema
confianza. Los documentos que Ash encontró representaban a una Iris muy
diferente a mi arcoIris. Había entrado con fuerza en un mundo oscuro, no
tenía unas calificaciones excelentes y tampoco se relacionaba con lo mejor
del pueblo. No podía poner como excusa la afección por la muerte de su
padre. El hombre había pasado de ella desde que perdió la cabeza en alguna
parte del mundo. La relación con él siempre fue disfuncional, ni Michael ni
mi madre habían conseguido llegar a ningún acuerdo con él con respecto a
la empresa familiar. Había puesto las cosas difíciles a todos menos a Iris.
Que se fuera de su lado fue lo mejor que le pudo pasar aunque ella no lo vea
de esa forma.
Sus ojos color avellana se clavan en mi rostro con fuerza. He
conseguido lo que buscaba, ha bajado las defensas porque no se esperaba el
golpe.
Siento mucho no tratarla como una muñequita a punto de romperse, es
lo que tiene vivir en la selva, solo los más fuertes sobreviven.
Sin sentimientos.
Sin oportunidades.
Sin dar la espalda al enemigo.
Si tenía que empezar una guerra con ella para despejar el foco de
atención lo haría. Ni Michael, ni mi madre me lo habían tenido que pedir.
Yo podía acercarme a Iris y desconcertarla, siempre se me había dado bien.
Desde pequeños los dos nos retábamos constantemente a ver quién
conseguía avanzar.
Y, en una guerra, mientras el luchador sangra por su herida, no se da
cuenta del paisaje. No puede percibir los detalles que lo rodean.
Solo iba a ser un año.
Un año y todo se acabaría.
Podía hacerlo.
No.
Iba a hacerlo.
6. LA ÚNICA SOLUCIÓN POSIBLE ES QUE BECK
HUNTER SE DIGNE A DEJAR DE SER IDIOTA.
IRIS
Mai me avisó hace una hora que nos íbamos a poner rumbo a Bélgica
cuanto antes. Esta es otra cosa de los pijos, que como tienen aviones
privados ni requieren de hacer colas kilométricas, ni esperan horarios.
Ahora me apetece, ahora me voy.
No es que tuviese que hacer una enorme maleta para dos días, pero sí
que he preparado una mochila con lo esencial.
Hagas lo que hagas, ponte bragas. Y si son limpias mejor que si les
tienes que dar la vuelta a las que ya traías el día anterior.
Lo último no es parte del dicho, es algo que me sucedió en un viaje que
hice que se extendió más de lo estipulado por culpa de la nieve. La ropa no
secaba a causa del frío y me fui quedando sin ropa interior. Esa fue la única
solución que encontré, no me juzgues.
Bajo las escaleras de cristal que, después de unos cuantos resbalones, ya
he aprendido a frenar en el medio, donde la misma se ensancha, y finalizar
agarrada de la barandilla. Ese tramo final cuenta con unos escalones más
finos que pueden ser la perdición de mis dientes, más cuando bajo a toda
pastilla como en estos momentos. Me he ido por las ramas más de lo
necesario y llego dos minutos tarde. Como si de una película se tratase, en
la que Michael sería el claro villano, éste ya se encuentra en el quicio de la
puerta principal, acompañado de su hermosa mujer, mirando el reloj.
—Ya estoy aquí.
—Un minuto más y te hubieras quedado en tierra.
«A sus órdenes, mi sargento…» En realidad giro los ojos y los dejo en
blanco en lugar de añadir cualquier comentario. Como si él nunca hubiese
llegado tarde a ningún evento de poca importancia como coger un avión.
—¿Será tu primera vez en avión privado?
Mai, siempre mucho más agradable que mi tío, me toma la mano para
entrar en el coche de Núñez.
—Sí, y en avión comercial hace muchos años que no viajo, así que es
una especie de bautismo en el aire.
—¡No me digas que te mareas! No he traído las pastillas para dormir
que utilizo en viajes largos.
—Tranquila, en mis recuerdos no entra echar la pota en un avión.
—Me dejas mucho más tranquila, pero ya verás como se hace corto. Es
todo un visto y no visto.
Lo que se me hizo rápido fue el viaje hasta el aeropuerto. Núñez fue
relatando en voz alta la agenda de Michael como si fuese su secretario y no
su chófer. Mi vena cotilla se lo pasó en grande descubriendo los horarios y
las citas del gran señor Douglas. Para cuando alcanzamos la sala vip del
aeropuerto todo me parecía tan desorbitado, tan fuera de mi alcance, que no
había espacio para sentirme incómoda. Mis ojos van a mil por hora.
—Es la hora, Iris, vamos.
Sigo a Mai como el primer día que me enseñó la mansión, con la
diferencia de que vamos caminando por el asfalto del aeropuerto hacia un
avión de menores dimensiones y con una pequeña escalera para acceder a
él. Es Michael quien lo alcanza en primer lugar, seguido de Mai, yo, y por
último Núñez que al parecer también se une al fin de semana en familia. Lo
primero que me sorprende no es el lujo o la moqueta del pequeño espacio,
es que hay dos personas ya sentadas en el habitáculo y a una de ellas la
conozco de vista.
Este chico acude a la misma universidad que yo.
—Iris, este es Nate, seguro que te suena su cara, es un chico de lo más
carismático que estudia contigo.
—Me suenas —le digo directamente al ojitos tiernos que no suelta mi
mirada.
Es el típico inglés con clase. Tupé rubio peinado hacia atrás con la laca
imprescindible. Ni un poquito más ni un poquito menos. Unos ojos azules
impresionantes y una cara que rompería corazones y todo lo que se
propusiese.
—Tú también me suenas. Hemos coincidido en alguna clase y por los
pasillos, sabía que eras la prima de Beck, pero no te quería atosigar, los
comienzos suelen ser complicados.
Y además agradable y correcto.
—Encantada, entonces —tiendo mi mano hacia su cuerpo y él me la
estrecha con fuerza.
—Encantadísimo.
—Nate es el hijo del mejor amigo de Michael, Jack Scoll —comenta
Mai por encima de nuestras miradas. Me giro hacia la otra persona, es un
hombre, de mayor edad que mi tío, pero con el mismo corte guapérrimo que
él luce—. Los verás mucho por casa, Nate también es un buen amigo de
Beck.
De lujo, ya no me puede caer tan bien.
—Nos hemos criado juntos, no hemos tenido otra opción.
Hay algo en el deje que utiliza Nate al hablar de mi primastro que me
gusta. Creo que quiere decir, sin decir, que Beck es un grano en el culo con
el que ha tenido que lidiar durante toda su vida.
—Vamos a llegar tarde, si ya habéis acabado con las presentaciones,
¿podéis tomar asiento?
El mal humor de Michael se huele a leguas. No es hasta que Mai se
sienta a su lado que no destensa la mandíbula. Tiene que tener fuertes
dolores de dientes este hombre, siempre está apretando esa parte de su cara.
Miro hacia los dos lados. El avión es igual de estrecho que aparenta
desde el exterior, no obstante hay que admitir que dentro de la capacidad,
los altos techos, la moqueta color camel y los asientos de cuero separados
por mesas, le dan una amplitud muy diferente a lo que yo conocía hasta
entonces de un avión.
Mi tío, su amigo y Mai han ocupado la parte derecha con dos asientos
separados por una mesa para enfrentar a otros dos.
De ese modo solo queda libre el asiento enfrente del de Nate. Solitario y
por lo que aparenta, muy cómodo.
—No molesto, si prefieres el silencio en los viajes, así será.
—En estos momentos no tengo ni idea de lo que prefiero.
«Me estoy adaptando a esta vida. Voy de camino a un Gran Premio en
directo después de años de pérdidas en el deporte. Estoy de camino a ver
con mis propios ojos como mi enemigo alcanza la gloria mientras yo
mastico el polvo».
—Eso está bien, las nuevas experiencias siempre dejan un buen sabor de
boca.
Oye, pues este chico cuando sonríe es aún más guapo, eh.
—Mai me comentó que eres una aficionada del mundo del motor.
—Me gusta pilotar y me gusta verlo en la pantalla, pero no tanto.
Al instante se le forma una sonrisa pícara en su cara.
—¿Sabes que en el paddock, dentro de las actividades, hay un simulador
bastante real?
—¿Eso quiere decir que hay un volante, pedales y una pantalla con el
circuito?
—Quiere decir exactamente eso.
—Lo necesito.
Sonríe de nuevo y yo lo hago con él. Me acaba de animar el viaje.
—Con las pulseras verdes podemos hacer lo que nos dé la gana.
¿Alguna vez lo has visto desde dentro?
—Hace muchos años, no lo recuerdo.
Y es que sí, hace muchos años Michael y mi padre también acudían
como aficionados a ver las carreras que quedaban cerca de casa. Beck y yo
íbamos con ellos. No fueron muchas las ocasiones, dos o tres, pero hay
pequeños recuerdos en mi cabeza que me sacan sonrisas cuando pienso en
ellos. Después veo la realidad, y cómo han cambiado las cosas, y se me
borra de un plumazo.
Nate me relata las ocasiones en las que él ha ido a visitar a los
corredores en directo. Ha tenido la oportunidad de viajar por todo el mundo
y, además de levantarme envidias de las no sanas, me flipa la conversación
que tiene. Es un chico sencillo dentro de todo el lujo que lo rodea. Hace de
las horas minutos y no todo el mundo tiene esa capacidad. Cuando me
quiero dar cuenta, el piloto nos avisa que vamos a aterrizar y que debemos
de ponernos los cinturones de seguridad.
Ha sido un visto y no visto como me prometió Mai, aunque creo que mi
compañía ha tenido que ver en que el viaje haya sido menos aburrido de lo
que esperaba.
◆◆◆
Cuando Nate dijo que había un simulador, imaginé que más bien era como
los juegos comerciales que hay a la venta en cualquier sitio. Me equivocaba
soberanamente. En medio del club privilegiado del circuito, había un coche,
con unos muelles debajo de él como los toros mecánicos de la feria, y unas
enormes pantallas para hacer más realista la actividad.
Los pedales se sentían como mantequilla debajo de las deportivas que
había elegido ese día y, con toda la tensión y la emoción del momento, los
pantalones pitillo junto con la blusa floja blanca que portaba, estaban
haciendo mi tarea un poco más compleja. Digo un poco porque estaba
machacando a todo aquel que se me acercaba.
—Madre mía, esto es impresionante —exclamó Nate en algún punto de
la competición.
Él aún no se había sentado para ser mi contrincante, había dejado a
todos los curiosos que lo hicieran en primera instancia.
—¿Cómo voy, Nate, hay alguien con posibilidades en la cola?
Mientras me mofo de la cantidad de victorias que he conseguido en la
media hora que llevo sentada en el simulador, Nate ríe sobre mi cabeza.
—No entiendo cómo has desaprovechado la oportunidad de dedicarte a
esto, Iris.
«Si tú supieras…»
Pero él no sabía, y tampoco debía hacerlo. La vida sucede entre los y
si… y los fue… Yo misma peco de remolonear demasiado en el pasado,
pero mi presente es muy diferente a ese tiempo vivido. El sueño murió hace
años, me gusta poder disfrutar de esta oportunidad, vivir el momento en el
paddock, pero sé que generar de nuevo expectativas sobre un futuro
prometedor en el mundo del motor es un espejismo que ni yo misma quiero
ver.
—Mierda.
Es lo único que escucho y no ha salido de la boca de mi contrincante al
que le estoy dando una buena paliza, ha sido Nate quien lo ha expuesto.
Muevo la mirada hacia él que a su vez tiene la cabeza perdida en algún
punto del fondo de la sala. Las personas se mueven nerviosas, sacan sus
teléfonos móviles y captan el momento en el que el gran Beck Hunter, con
el mono de carrera atado a la cintura y recién salido de los entrenamientos
libres, acaba de aparecer por la sala del paddock club.
El paddock para muchos es ese lugar en el que transcurre toda la magia
antes del circuito. Bien es cierto que guarda algo de encanto porque todas
las escuderías se posicionan a lo largo de un enorme pasillo y puedes
encontrarte con todo tipo de celebridades en él. A mí, como buena
aficionada, me parece el sitio más perfecto del mundo. Donde quisiera estar
cada fin de semana más allá de la tontería que algunos famosos se traen con
ellos.
Bien es cierto que justo ahora, en estos instantes, no me apetece nada
encontrarme aquí metida. ¿Alguien conoce el modo de teletransportarse a
las gradas del circuito?
—Fuera —suelta Beck en un tono de enfado al chico que estaba
corriendo a mi lado.
—¿Es así como tratas a los fans? —pregunto muy seria para que no
perciba mis nervios.
El circuito de la pantalla continúa desarrollándose, pero he perdido el
hilo y mi monoplaza se ha estrellado. Toda la atención, no solo mía, sino de
la sala completa, la ha acaparado el idiota de turno.
—¿Podemos hablar?
—¿Tú y yo? —pregunto convirtiéndome yo misma en la idiota.
A mi favor he de reconocer que ha sido un movimiento tan inesperado y
rápido que no tengo munición para una respuesta ingeniosa.
—Eres un aguafiestas, Beck, ¿no ves que lo estábamos pasando bien?
Nate no parece nada impresionado por la llegada del moreno. Y, por
cómo se miran el uno al otro, me ha entrado la curiosidad de conocer el tipo
de relación que tienen estos dos.
—Tengo que hablar con Iris, ¿te piras?
—No. Estaba con ella antes que tú nos interrumpieras. Y lo estábamos
pasando bien.
—Venga ya Nathaniel, deja de hablar como si fueras un niño de teta.
—Hunter, no me hagas contar las tetas que tú te comiste después de que
mi boca pasara por ellas.
Coño, menudo vocabulario se gasta el bueno de Nate, hasta este
momento ha sido el niño entrañable con cara de no haber roto un plato.
—¿Vosotros dos no se suponía que erais grandes amigos?
Salgo del asiento para dejar libertad al resto de participantes. Beck está
apoyado al lado de la pantalla y también camina lejos, cerca de la salida y
de Nate.
—Es una larga historia —suelta él con esa chulería propia que siempre
porta.
—Tengo tiempo.
Miro hacia Nate, pero él no me mira a mí, sonríe hacia Beck y no parece
una sonrisa tensa de «a ver quién la tiene más larga, bro», es más bien una
sonrisilla de «qué piel más fina tienes, Hunter, pero me caes de puta
madre».
—¿No te lo ha contado? —pregunta Beck hastiado con el giro de la
conversación.
—Si lo supiera, no lo preguntaría. No me gustan las repeticiones, ni
habladas ni las que deja la comida. Son desagradables, como el olor del ajo
después de una buena comilona.
El rostro de mi primastro se compunge y me hace gracia su actitud.
—Hemos crecido juntos —suelta como quien no quiere la cosa.
Mai me comentó cuando me presentó a Nate que era el hijo del mejor
amigo de Michael. Intuyo que ha estado desde hace muchos años por la
mansión de los Douglas y por eso…
Nate toma la palabra sacándome de mis pensamientos.
—Hemos crecido juntos en las competiciones de karting.
—¿Qué? ¿También eres piloto?
Joder, ahora entiendo por qué no ha querido competir conmigo, no
quería mostrar todas sus cartas.
Lo que yo digo, los pijos son muy extraños, cuesta un mundo llegar a
entender sus cabezas y sus juegos.
Parece que Nate y yo tenemos más cosas en común de lo que me
imaginaba. Y, con ese carácter tan fácil de llevar, puede convertirse en un
buen amigo dentro de esta locura de niños ricos.
—Sí, y como puedes comprobar, primita, siempre le ganaba.
Punto para Beck.
Nate no tiene ningún contrato porque, de ser así, estaría en la pista con
Beck y no conmigo comiéndose los mocos y añorando soltar gas a toda
velocidad.
—Todo llega, Hunter. No gana quién más corre, sino el que mejor
aguanta.
—Y, como también puedes verificar, además de piloto es poeta. Tiene
un potencial el chaval…
Se acerca hacia él. Lo hace como si lo quisiera matar, pero finaliza por
darle un pescozón en el cuello con lo que me parece un toque de cariño.
—Quiero hablar con Iris, ¡a solas!
Rodea a Nate y clava la vista en mi postura. ¿No era él el que decía que
no se gritaba? Pues lo acaba de hacer y con el rostro lleno de furia.
—¿Tienes algún mecanismo para cambiar de estado de ánimo tan
rápido?
—Sí, tenerte cerca. Es un interruptor muy potente para hacerme enfadar.
—Joder, qué piropo más bonito.
Camino lento hacia él. No quiero tener ningún tipo de conversación ¡a
solas!, porque me importa una mierda él y lo que me tenga que decir. Su
actitud es dañina y, aunque no me he quedado atrás en el planteamiento de
maldades, creo que él está un pasito más allá.
—Tengo prisa, haz el favor de hacer las cosas más sencillas.
Camino con la misma parsimonia que en un comienzo. Él continúa
alejándose de Nate, pienso que se dirige a una de las puertas adyacentes que
hay a nuestro alrededor. Tiene el logo de «paso privado», pero como intuía,
Beck se lo salta a la torera. Abre la puerta y espera con la manilla en la
mano hasta que accedo con mi paso lento. Taaaan lento que acaba
empujándome con su espalda para poder cerrar tras su incorporación.
—Este cuarto no tiene luz.
Puedo ver lo esencial, el entorno más cercano, pero no tengo ni idea de
lo que hay a dos metros de distancia y no me gusta. Es una sensación
incómoda que despierta todas mis alertas y mis nervios.
—Sí la tiene, pero no hace falta encenderla.
—¿Qué es esa sombra de ahí?
—Estamos en el cuarto donde se guardan las piezas de los monoplazas,
no le des más vueltas.
Ah claro, como si me fiara de él después de la sorpresita del callejón.
«Una y no más, Santo Tomás».
—Me parece más interesante conocer este lugar que ver tu cara.
Enciende la luz.
Doy un paso en su dirección, nos quedamos a escasos metros de rozar
nuestras extremidades.
—Escúchame, arcoIris, te estás metiendo en juego peligroso.
—¿En qué juego me he metido? Porque hasta donde yo soy consciente,
tu madre me ha invitado, he venido a ver cómo pierdes, y seguiré pasado
mañana con mi vida tan feliz.
Es el turno de que Beck se acerque a mi cuerpo como un tigre a punto
de cazar a su presa. Hasta la mirada se le transforma.
—No tenías que haber venido. Yo no te he invitado.
—Mala suerte, porque como te acabo de decir, tu madre sí lo ha hecho.
Si pretende infundir miedo, es lo que menos produce.
—¿Sabes quién es Nate?
—¿Con que con esas estamos? No te importa que esté aquí, te importa
que esté aquí con Nate. Tu problema psicológico es más grave de lo que
pensaba eh, Hunter.
Hago el amago de darle una palmadita en la mejilla, pero sostiene mi
mano con fuerza entre las suya.
—Nate y tú no hacéis una buena combinación. Sois peligrosos.
—¿Peligrosos y calientes, primito?
Está celoso y me hace gracia su actitud. Hace mucho tiempo que Beck
Hunter no pierde, puede que haya llegado su momento.
—Peligroso porque ambos estáis buscando lo mismo. Ansiáis encontrar
vuestro lugar y os arrastráis para conseguir las migajas de los demás.
Tiro con fuerza para soltarme de su agarre.
—Yo no me arrastro, no te confundas. El único gusano que come la
mierda eres tú, Hunter.
—¿Estás segura de eso?
—Muy segura, además, me gusta la compañía de aquellos que tienen
claro lo que buscan. Detesto a los ladrones, por si no te había quedado
claro.
—No vuelvas a repetir eso.
Da un paso firme hacia mi posición. En estos momentos no me apetece
su cercanía, está dando a entender cosas que no son verdad y, pues me pone
nerviosa tenerlo tan cerca. Ya lo he dicho.
Comenzamos un baile que nos introduce en la oscuridad. Él da un paso
hacia mí y yo doy otro hacia la pared.
—¿No te gusta escuchar la verdad?
—Si lo fuera, no me preocuparía en absoluto, pero la que tú ves como
verdad no lo es.
—Claro que sí, dale la vuelta a la tortilla, a ver si de ese modo te sientes
mejor contigo mismo, no obstante la realidad no va a variar.
—Yo no te robé nada, arcoIris, fuiste tú quien lo dejó ir, o… ¿Mejor
digo, fuiste tú quien se dejó ir?
Trago saliva con confusión.
Su cuerpo está a unos centímetros del mío. Es incómodo su altura, hace
que me sienta inferior cuando en realidad me considero mucho más fuerte
que él. La oscuridad nos ha rodeado por completo, no puedo ver nada que
no sea su cuerpo porque la ventana que daba un poco de luz ha quedado
atrás. Y luego están sus palabras. ¿Por qué es experto en generar ese tipo de
películas en mi cabeza? No sé si está hablando de mi sueño de ser piloto o
del beso que compartimos años atrás.
Mi primer beso.
El maldito beso que lo cambió todo. Pasamos de ser niños a
adolescentes en un parpadeo.
Tampoco ayuda que se haya convertido en la clase de tío que haría que
mojara las bragas cada vez que me sonriera. Sí, a efectos sexuales soy una
tía básica que en ocasiones, o en muchas ocasiones, se deja llevar por sus
instintos.
—No me has respondido, Stars, ¿qué bando es el bueno?
—Eres un media neurona capaz de despertar todos mis nervios además
de mentiroso.
—¿Ah sí?
He sentido cada una de las letras sopladas sobre mi nariz.
La oscuridad oculta sus rasgos más angelicales dejando que las sombras
descubran al tipo duro, chulo y sensual que se esconde en él. Para más inri,
enfundado en el traje de carrera.
La vida te pone piedras, y una de ellas es esta. Un tío bueno, que le
chuparías hasta el alma, pero tonto de remate, con una lengua viperina y
con un pasado en común digno de una serie dramática de Netflix.
Ahora mismo si tuviera un látigo me fustigaría por pensar en él de otro
modo que no fuera en la hoguera de San Juan tirando su cuerpo al fuego y
viendo cómo se quema lentamente. En cambio, con esa vocecita grave que
me está poniendo, me lo imagino más quitándose la ropa a mi lado junto al
fuego.
Si es que no tengo perdón de ningún Dios.
—Me encanta que, cuando tengo la razón, te quedas calladita y
boqueando como un pez fuera del agua. Deberías rendirte más a mí, Iris
Stars.
—Ya te gustaría, Hunter.
—Puede que sí, o puede que no… Pero ambos sabemos que tú sacarás
una opinión de esto y será la que tenga validez para el resto de la eternidad.
—Me estás dibujando como la mala de la película.
—¿Acaso no lo eres, juzgando a todo el mundo que se cruza en tu
camino?
—Me jodiste la vida.
—Te hubiera jodido de muchas maneras, pero te encanta exagerar y
llorar por las esquinas y no tengo tiempo que perder.
Trago saliva de nuevo mientras el nudo en la garganta se aprieta cada
vez con más fuerza.
—Yo no lloro por las esquinas, idiota.
Hago el amago de empujarlo lejos de mi cuerpo para poder respirar aire
que no sea compartido, pero está más fuerte de lo que pensaba y no se
mueve ni un milímetro, es más, con la inercia de hacer fuerza se ha quedado
más cerca, si es posible, de mi cara.
—Siempre lloras por lo que «te han robado».
Me jode en el alma las comillas que ha dejado flotando en el aire.
—Es lo que tiene no luchar por tus sueños y deseos, arcoIris, que te
pierdes en la batalla y solo te queda llorar.
¿Que me pierdo en la batalla?
Este no sabe nada…
Miro hacia él, lo hago de verdad, comprobando cada uno de sus
movimientos. Su boca parece firme, encantada de lo que está soltando. Sus
pómulos cincelados para levantar pasiones, tienen un ligero color por el
roce que él mismo ha ejercido mientras hablaba. Y luego están sus ojos,
esperando la respuesta de los míos.
—Sí lucho por mis deseos.
—Jamás lo has hecho.
¿Que no?
Espera y verás.
Planto mi boca sobre la suya a riesgo de quedarme sin aire porque no he
tenido tiempo ni de pensar en lo que estaba haciendo. Deseaba tener sus
labios sobre los míos, morderlos hasta que saliera sangre de ellos y luego
chuparlos con su lengua enredada en la mía hasta que el gemido en mi
garganta fuese tan fuerte y profundo que rompiera el nudo que él mismo
creó.
Son segundos.
Mini segundos en los que no hay una reacción por su parte.
Cuando comprende lo que acabo de hacer, aprieta los labios e
instantáneamente temo su reacción. Beck Hunter es el ser más impredecible
que he conocido en los últimos tiempos, por no decir en mi vida.
Coge aire por la nariz y suelta tal gemido que mis pantalones tiemblan
en el proceso mientras sus manos rodean mi cintura con fuerza para
apretarme contra su cuerpo.
Nos convertimos en una maraña de movimientos extraños e inevitables
que ninguno de los dos reprime sus emociones.
Tiro de las hebras de su pelo que se han colado entre mis dedos y él me
clava sus dedos por debajo de la blusa buscando la carne más tierna de mis
caderas.
—Te odio —suelto.
—Lo sé y esto no va a volver a pasar.
Pero, en lugar de tomar distancia, es él quien abre la boca y me da
acceso directo a su lengua.
El beso que compartimos cuando éramos niños en nada se parece a lo
que está sucediendo entre nosotros. Hay sensualidad, pasión y ganas,
muchas ganas. No sé de qué porque ni yo misma me entiendo, pero mi
cuerpo se enfrenta a las ansias de rozar mis senos contra su pecho, y mi
cabeza no para de decir que estoy mordiéndole el labio al enemigo y, como
cuente con veneno, me voy a envenenar.
—Como me pegues alguna mierda, te mato.
No rebate mis palabras, en consecuencia lleva la mano que apretaba mi
cadera hacia mi mandíbula, gira mi rostro hacia el suyo y aprieta con tal
ansia su boca con la mía que temo haber perdido la conciencia y estar
soñando.
Y lo dudo con fuerzas porque, en medio de la oscuridad ha aparecido
una luz blanquecina que nos está iluminando a ambos y…
—Venga ya, Iris, te creía más fuerte.
—Nate…
Es la voz de Beck la que sale apretada. Está más afectado de lo que mis
sentidos podían percibir. Su pelo se ha quedado revuelto por mi interacción
y ahora no solo sus mejillas tienen color, también sus labios fruto de mis
múltiples mordiscos.
Si un beso nos ha dejado a los dos fuera de combate como sería…
Ni de coña, Iris Stars, esto no debería de ocurrir, Nate solo te ha salvado
la vida.
El susodicho levanta las manos hacia sus hombros ante la mirada
mordaz que le está lanzando Beck. Utilizo esa interacción para recolocar mi
blusa. Lo que menos quiero en estos momentos es enseñarle una teta a Nate.
—Confiaba en tu fuerza de voluntad, Iris.
—Ha sido el mono de carreras. Lo juro.
Me separo del cuerpo de Beck que se ha quedado tenso desde que la luz
se hizo a nuestro alrededor. No me ha vuelto a mirar. Sus ojos varían de
Nate al suelo y al bulto que se le marca en su traje verde. Cuando se da
cuenta de que es más prominente de lo normal, deshace el nudo que
permitía que la prenda no se resbalara de sus caderas y lo ata más abajo.
Punto positivo, no se nota nada.
Ese movimiento ha sido automático, ¿cuántas veces lo habrá repetido?
Si es que soy imbécil. Y no tengo excusa, he iniciado yo la juerga.
—Esto… —miro hacia Beck que, por primera vez, me devuelve el
gesto. Ya no hay pasión ni ganas de tocarme las narices, en su mirada hay
enfado— Suerte para la clasificación.
Ninguno de los dos había recordado minutos atrás que él se tenía que
volver a montar en el monoplaza para que el espectáculo continúe su curso.
Los fines de semana de los pilotos cuando hay Gran Premio son
intensos. Por norma general, los jueves tienen reuniones con la prensa y
actividades con el público, los viernes dos sesiones de entrenamientos
libres. Los sábados comienzan con una sesión de entrenamientos libres para
hacer pruebas y finalizan el día con un sprint de clasificación. Esa lista
determina las casillas de salida de la carrera que siempre se disputa de
domingo. Es por eso que la concentración es la clave de sus vidas. Puede
que, en estos momentos, Beck Hunter esté de todo menos concentrado.
9. NOTA MENTAL: NO PERMITIR A MAXI BECK
SALUDAR A IRIS
BECK
Mai nos está esperando con una sonrisa impresa en la cara a la entrada del
hall.
—Estás preciosa, Iris.
Beck, que en esos momentos pasa al lado de Mai, mira hacia atrás, me
da un breve repaso y suelta
—Gracias, mamá.
¿A qué le ha dado las gracias?
¿A que su madre me haya puesto espectacular o a que a él no le haya
lanzado un piropo? Es que, claro, las frases pueden tener muchos tipos de
significados si no se especifican.
Su madre se ríe al instante y le da un golpe en el hombro con sorna, así
que creo que la segunda opción es la correcta. Vuelve a fijarse en mí y veo
algo similar a la felicidad del orgullo en sus ojos. Es extraño, nos
conocemos muy poco, y aun así me trata como si fuese alguien importante
para ella. Más allá de mi madre, nadie me ha tratado con delicadeza y
cariño. Supongo que… me gusta.
—Michael ya está en el coche, no lo hagamos esperar más.
Caminamos los tres con elegancia hacia el vehículo de Núñez. En esa
ocasión, Beck sí que deja que su madre y yo tomemos asiento primero que
él. De esta forma, quedamos ambos sentados uno al lado del otro.
—¿Has visto, primita? Puedo ser todo un caballero cuando quiero.
—Cuando quieres… —recalco echándole un ligero vistazo.
Mai y Michael están sentados enfrente de nosotros, hablando de sus
cosas.
—Solo cuando hay paparazzis de por medio —aclara muy cerca de mi
oído.
—Ya decía yo que tanta caballerosidad no era normal.
Se remueve en el asiento para ajustar la americana y ocupa su espacio y
el mío.
—¿Te has echado todo el bote de colonia? No puedo respirar.
Estoy exagerando para que no se note en exceso que me gusta esa
colonia. Es de las que tu mente dice al instante: esto solo puede llevar a un
tío bueno.
Núñez arranca el vehículo y me pierdo en la ciudad a través de los
cristales tintados. Mai comentó que el restaurante estaba cerca, si así es,
¿qué coño hacemos en el coche? Puede que los Douglas quieran evitar a los
paparazzi, pero de ahí a esta exageración.
Cinco minutos después estamos entrando en un garaje para acceder al
restaurante.
—¿Llevamos una bomba a punto de detonar y por eso hay tanto
secretismo?
Veo como mi tío pone los ojos en blanco y se separa del asiento, Beck se
ríe de su movimiento, la única que me responde es Mai.
—Es para evitar ir con guardaespaldas. Cuando nos juntamos todos
tenemos que extremar precauciones.
A ver, que esta gente tiene dinero, no guarda la vacuna contra la muerte.
Me quedo calladita, por una vez en la vida, ante semejante revelación.
Guardaespaldas para ir a cenar, ¿y si quieren ir al McDonald's, solo podrán
acudir por el Mcauto?
Cómo son los pijos…
Salgo del vehículo y sigo la estela de Beck para acceder al edificio. No
hay más complicación que entrar en un nuevo ascensor que, de primeras
parece simple, pero cuando salimos del garaje y entiendo que la pared de
cristal es para ver la ciudad a medida que este se eleva, flipo en colores.
Flipo tanto que me pego hacia él como puedo porque la luz hace un feo
reflejo que me impide captar todos los detalles.
La escena de película finaliza antes de que la pueda disfrutar porque
alcanzamos la última planta en tiempo récord. Es Mai la primera que sale
del habitáculo y, en cuanto poso la mirada en el restaurante, veo a un Nate,
también trajeado y tremendamente guapo, sentado en una mesa rodeado de
personas.
A su lado está su padre con la que entiendo que es su mujer por el modo
en el que están cogidos de la mano. También se encuentra un hombre con
dos chicas jóvenes a su lado. Una de ellas es Ada, así que interpreto que
este es el jefe de Beck y la otra chica la hija pequeña: Lyn.
Ada sonríe ante mi presencia, desde que hemos coincidido aquí está más
relajada que en la universidad. Juro que no le he hecho nada y en algún
cambio de clase que me la he encontrado por el pasillo, he tenido miedo a
que me lanzase un mordisco o algo similar. Su hermana en apariencia
parece una chica dulce las veinticuatro horas al día.
Nos saludamos todos y tomamos asiento. La mesa es redonda y, con tan
buena suerte, he querido coger la máxima distancia con mi primastro
sentándome al lado de Nate y de Mai, pero el idiota de turno ha quedado
justo enfrente de mí.
Tengo una maravillosa panorámica a sus movimientos, a sus risas de
medio lado cuando Nate abre la boca, y al modo en que su nuez de Adán se
mueve cuando traga saliva.
¿Por qué los hombres con traje se transforman en fresas mojadas en
chocolate para mi cerebro?
Las copas de champán comienzan a rular por la mesa al mismo tiempo
que los platos llenos de comida elegante. Me tengo que poner un puntito en
la boca porque, a diferencia de mi pensamiento inicial, hay abundancia en
las raciones y está rico. Tan rico que si no me diera vergüenza quedar como
la pobre del lugar, hubiese repetido de un plato que el chef ha llamado no sé
qué con trufa.
—Los patrocinadores quieren tener contenido. Ahora mismo los chicos
son un producto, no simples corredores.
El señor Aston mira hacia mi tío con cara larga. Michael y Jack sacuden
la cabeza mientras la mujer de este segundo y Mai discuten sobre algo
banal, a la par que Nate está más interesado en Lyn y su cortejo que en tener
una conversación de calidad. Ada y Beck están fuera de la ecuación porque
ambos se mantienen en silencio uno al lado del otro.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta mi tío.
—Necesito más contenido, lo que queda de contrato, quiero que dé todo
de sí.
Creo que está hablando de Beck, sin embargo, no lo está hablando
directamente con él.
Miro hacia él con disimulo. Tiene la vista fija en el plato, no está
comiendo absolutamente nada, solo removiendo la comida para que nadie
se dé cuenta. Cuando percibe que alguien lo está observando, mantiene
nuestras miradas hasta que yo la retiro.
Ha sido incómodo porque considero que él está muy incómodo.
—Sabes que Beck está dando todo de su parte.
—Sé quién es Beck, Micki, pero ahora mismo no estamos hablando de
él como chaval, sino de él como piloto.
Espera, ¿es Michael quien lleva la carrera de Beck como su mánager?
Esto es flipante.
En estos instantes me encantaría estar en mi casa, tirar el tenedor sobre
el plato y mandar a todo el mundo a la mierda.
Sigo sin comprender qué cojones quiere mi tío con mi estancia en la
mansión Douglas. No me ha hablado desde que he llegado, la universidad
que me paga es buena, eso se lo compro, pero está lo suficientemente lejos
como para que fuese más cómodo tener una habitación en la residencia. Y
después está lo de ponerme la miel en los labios. ¿Para qué me invitan a
estas cosas? Quizá es para verme llorar, para que les pida que me den una
oportunidad.
Jamás me arrastraría por el suelo que ellos pisan. Eso me lo prometí
hace muchos años y así va a seguir siendo. No quiero su puto dinero.
—Voy a ir al servicio.
Me levanto sin hacer ruido y de la forma más elegante posible. Tan solo
Nate mueve la atención hacia mí, me sonríe y vuelve a atender a Lyn que
habla tan bajito que dudo mucho que sea capaz de captar todo lo que sale
por su boca.
No tengo ni pajolera idea de dónde están los baños, pero la aventura de
descubrirlo ahora mismo me parece de lo más interesante.
Varios camareros se retiran a mi paso y antes de darme cuenta estoy sola
en un pasillo infinito con destino final a una enorme terraza.
Echarme agua en el cuello pasa inmediatamente a un segundo plano,
creo que ver la ciudad de noche y desde las alturas puede calmar los nervios
y la rabia que siento en estos momentos.
El repiquetear de los tacones me acompaña hasta que alcanzo ese
huequito de aire puro en medio de toda la morralla. El ligero viento azota
mi cara y retira con delicadeza el pelo que he colocado hacia delante de mis
hombros. Es una sensación de libertad absoluta. Me hubiese encantado
poder hacer turismo por las calles que se aprecian llenas de vida para la
hora que es.
—¿Te encuentras bien?
Puto Beck Hunter.
—Si no dejas de darme sustos de muerte te denunciaré por riesgo de
infarto.
—¿Eso existe?
Deja la posición a mi espalda y se posiciona a mi lado. Me da un breve
repaso, no obstante rápido también clava la mirada en la ciudad a nuestros
pies.
—Todo lo que te propongas puede existir —afirmo con contundencia.
—No era consciente de que, además de toca pelotas, también eras poeta.
—Tú no sabes nada de mí.
Lo he soltado con rabia, la misma que atesoro contra mi tío.
—Háblame de ti y así no podrás utilizar esa frase en mi contra.
—No me interesa que sepas nada de mi vida.
—A mí puede que me interese.
Deja atrás la ciudad y se gira con medio cuerpo hacia mí. Ha apoyado
uno de sus hombros en la barandilla y tengo toda su atención retenida. De
lujo…
—Si esto es por lo de antes, ya puedes dejar de hacerte películas.
—Soy más de series.
—Ahora mismo te empujaría por esta terraza.
Me ha salido una puñetera sonrisa porque, en realidad lo que quiero
hacer es gritarle que me desespera su carácter y lo bien que le queda el
traje.
—Soy muy grande y peso más que tú, jamás podrías hacerlo.
—No me retes.
—¿Sabes, arcoIris? Una de las cosas que no han cambiado en ti es que
te flipan los retos.
—De pequeña siempre te ganaba.
—Permíteme que te refresque la memoria, guapa.
—Y una mierda, era mucho mejor que tú, más lista y más guapa.
Se queda en silencio. No sé si por lo de guapa, si por lo de lista o porque
era mejor que él. Solo tengo claro que su mandíbula está apretada, ha
escondido sus manos en los bolsillos delanteros del pantalón y tiene esa
mirada de «te follo» que le sale en las portadas de las revistas que
protagoniza.
—Juguemos —dice sin soltar la atención de mi cara.
—¿A qué?
—Tres preguntas sinceras el uno al otro. Así nos ponemos al día y
partimos de cero. Después de esto el marcador estará a cero, todo lo que
hagamos será responsabilidad de las personas en las que nos hemos
convertido.
—¿Y de qué sirve?
—Quiero saber quién eres después de tantos años, Stars.
No me pasa desapercibido el tono dulce que le ha puesto a mi apellido,
al recordatorio de lo que ambos creábamos cuando éramos pequeños. De la
atmósfera en la que nos escondíamos para huir de la mierda de mundo que
nos rodeaba.
—Empieza tú.
Quiero saber si va a ir a por todas o se va a quedar en preguntas
superficiales. Además, que no tengo ni idea de lo que le puedo preguntar.
—¿Por qué corrías ilegalmente?
Joder, con que ha sacado la artillería pesada en la primera.
He abierto los ojos en exceso y él se está riendo de mi movimiento.
Miro hacia la oscuridad. Es bonita aunque nadie la sepa apreciar, en ella
todos sacamos la verdadera cara, esa que escondemos en nuestro día a día.
Con ella salen nuestros verdaderos miedos, nuestro ego, y lo que
verdaderamente buscamos. Siempre me ha parecido que hay un símil entre
la supervivencia y la oscuridad. Ambas son voraces y, si no eres más fuerte
que ellas, más inteligente, con más recursos, siempre ganan.
—Necesitábamos dinero rápido. No podíamos cubrir las cosas básicas
del día a día, debíamos dinero a las tiendas locales y mi madre ya no podía
trabajar más horas.
—Nunca llamaste.
No es una pregunta, tampoco una acusación, creo que en estos instantes
Beck está intentando entender por qué jamás recurrí a la ayuda de mi tío o
tal vez ¿a él? No, eso es imposible, nosotros éramos unos niños cuando
dejamos de ser familia. Tampoco nunca llamó, ni nos visitó.
—Y nunca lo hice, yo no.
—¿Guardas rencor a Teresa por haberlo hecho ella?
Mi madre en esta ecuación no pinta nada.
—¿Es esa tu segunda pregunta?
Lo miro con sinceridad, pidiéndole sin palabras que no me haga
responder a esto porque desde que he llegado a la mansión tengo
sentimientos del todo opuestos. Por un lado, odio que mi madre se haya
arrastrado por el fango para darme una oportunidad, pero, por otro lado,
estoy viviendo experiencias que consideré perdidas. Como la de este fin de
semana, como la de llevar este vestido, sentirme guapa, sentirme nueva en
un nuevo lugar como en la universidad, con la capacidad de aprender de…
No, definitivamente no quiero responder a esa cuestión.
—No —dice sin soltar la atención de mis movimientos. He retirado el
pelo rebelde hacia atrás y he dejado la clavícula a la vista—. Es tu turno.
—¿Qué se siente al alcanzar el sueño?
Él sabe lo que estoy preguntando. Lo que acabo de poner sobre la mesa.
El miedo que se ha entendido en mi voz y el daño que me puede infligir su
respuesta.
—Es diferente a lo que habíamos soñado. Es un deporte despiadado,
exigente, sin amistades, constantemente viajando y solitario. Muy solitario.
Sus ojos se clavan en los míos, sinceros, tiernos y más brillantes que en
toda la noche. Siempre han sido peculiares, algo así como la marca personal
que lo diferencia de todos los guaperas de catálogo porque le da un toque
tierno que…
Asiento. Me ha dado toda la información que necesitaba y, en realidad,
no quiero saber más de eso. Meter el dedo en la herida es demasiado hasta
para mí.
—¿Por qué me has besado?
—Me da la sensación que más que una pregunta esto es un reproche,
Hunter. Y, que yo recuerde, no te vi nada preocupado en el beso.
—Responde. Es el trato.
—Porque tienes los putos labios más irresistibles del planeta.
Puede que sea una exageración, o puede que no. Lo que sí que esconde
es la parte de verdad que me niego a reconocer en estos instantes: que fue
un instinto al que no pude detener.
Quizá esté enferma, sea de gravedad y nadie me lo haya diagnosticado y
nos estemos aquí riendo de mis desgracias.
Ante el silencio inquietante, miro a mi izquierda. El muy idiota se está
riendo. ¡RIENDO!
—A mí me gusta tu lengua, arcoIris.
—¿Busco el doble significado o sigo pensando que te estás metiendo
con mi forma de expresarme?
—Es una pena que malgastes tu segunda pregunta, ¿verdad?
Los mejores jugadores no tienen que demostrar su capacidad con su
mejor esfuerzo, sino con el movimiento más inteligente y Beck Hunter, por
más que me joda, es un buen jugador.
—¿Iris, te encuentras bien?
Es Ada la que está a nuestra espalda. Creo que es la primera vez que se
dirige a mí directamente y eso solo puede significar que Mai la ha enviado
al baño para hacer una comprobación y ella no me ha encontrado allí.
Sonrío ante su ceño fruncido. Es una persona de lo más extraña, pero
supongo que las vibraciones del primer día estaban mal enfocadas.
—Sí, lo siento, me he despistado y no encontraba el comedor.
Asiente, mira hacia Beck y frunce aún más el ceño. Se da la vuelta sin
abrir la boca, ellos deben de ser más amigos de lo que aparentan porque con
una simple mirada han comprendido lo que querían decir.
Me separo de la barandilla y la sigo, pero un brazo me intercepta el
camino.
—Nos quedan preguntas por resolver, Iris Stars.
En lugar de dejarme continuar con mi camino, me adelanta por la
derecha, me abraza con su colonia y deja a mi cabeza de lo más confundida.
13. MI VIDA SE HA CONVERTIDO EN UNA
TELENOVELA Y NO SOY CAPAZ DE APAGAR
LA TELEVISIÓN.
IRIS
Los días en los que puedo estar con Beck por norma general son buenos
días. Y más si tras ello puedo acudir a la universidad. Sé que la mayoría de
la gente de mi edad odia el proceso de ser estudiante, se quedarían solo con
la parte de fiesta y descontrol. Ojo, me flipa esa parte, pero poder
desconectar con el murmullo de los pasillos, olvidarme por un momento de
las cuatro paredes de mi casa y estudiar la historia que otra peña dejó escrita
me flipa a niveles estratosféricos. Cada vez que lo digo en voz alta Beck me
mira con cara de estar loco.
—¿Estás seguro de que no prefieres quedarte hoy en casa? —pregunta
por enésima vez cuando ambos salimos por la puerta trasera de mi casa.
La urbanización es de las mejores en las que he vivido. Fue él quien
consiguió este pequeño apartamento con una parte trasera llena de
vegetación.
La universidad me encanta, aunque no podría vivir en la residencia
porque admiro la privacidad y respirar alrededor de la naturaleza. Es algo
así como otro paso superior en la escala de lo que me despierta tranquilidad.
—Sí, hace unos días que no puedo acudir y lo echo de menos.
—Solo tú podrías echar de menos acudir a clase, tío.
Sonrío porque ya estoy acostumbrado a sus comentarios sobre este tema.
Él nunca lo va a entender del mismo modo que yo no comprendo la
necesidad que tiene de ponerse en peligro con un coche a toda hostia por un
circuito cerrado.
—Nos vemos después —finalizo la conversación por ambos.
Me calzo el casco de la moto antes de que me pueda convencer para
arrastrarme lejos de mi objetivo. No ha sido la primera vez que lo ha
conseguido ni será la última. Escucho su risa cuando camino directo hacia
la moto. Antes de que pueda accionar el motor él ya sale hecho una furia de
la urbanización.
Alcanzo el edificio de piedra antigua de la universidad antes de lo
esperado y juro que no me he saltado la velocidad establecida en ningún
momento, pero por una extraña razón hoy no ha habido nada de tráfico. Veo
el deportivo de Beck estacionado en la puerta, sin embargo, lo dejo atrás
para acudir a la zona de aparcamiento de motos. Cuando me bajo no retiro
el casco hasta que no reviso la hora.
Mierda, la clase ya ha comenzado.
Subo las escaleras que separan el aparcamiento de la entrada a las
taquillas y corro todo lo que puedo. Odio llegar tarde a los lugares. No
soporto la sensación de que los demás verifiquen cada uno de mis pasos y
eso es algo que desde hace años no puedo evitar. Mi rostro llama la atención
de todo aquel que se cruza conmigo.
—¡Ash! —escucho que me llaman cuando ya estaba corriendo con los
libros en la mano.
Beck ha salido de los servicios y me insta a ir con él.
—¿En serio?
—Es necesario, joder.
Capto la mirada de necesidad que tiene y por eso mismo no me fijo en
que no estoy solo en el pasillo, que alguien, otro rezagado, también llegaba
tarde a clase.
Cierro la puerta de los aseos y me enfrento a la sonrisa y a los ojos
grises de Beck.
—He tenido que firmar unos papeles, pero ya me piro. ¿Estarás bien?
—¿Te vas?
—Algo así, necesito unos días de tranquilidad.
—¿Es por Iris?
—Me tiene la puta cabeza echando humo.
Sonrío sin ocultarlo. A Beck le viene bien que alguien le baje los humos,
el único problema es que es la mismísima Iris Stars. Un peligro demasiado
inteligente que ronda la línea peligrosa a cada paso que da Beck. Guardar su
secreto a su lado va a ser complicado.
—La cabeza y los pantalones —incluyo a su comentario.
—Ni de coña.
Lo niega rotundamente, demasiado rápido y demasiado movimiento a su
alrededor.
—A mí no me engañas, Hunter.
Me empuja con el hombro para que me calle, aunque me río del vago
intento que hace por ocultar que la primita le tiene loco de atar. Lo ha hecho
desde que era un niño.
—¿Qué narices hacéis aquí…?
Ada, la amiga de la infancia de Beck y mi vecina, es una chica de lo más
sencilla para el poder adquisitivo que tiene su familia. Pequeña, no
alcanzará a medir el metro sesenta y con un cuerpo de escándalo que
esconde debajo de ropa de lo más casual. No marca nunca sus curvas y las
tiene porque la he visto en multitud de revistas de moda posando como una
profesional aunque nunca sonría en ellas.
—Joder, Ada, qué puto susto me has dado —exclama Beck.
—Por si no os habéis dado cuenta, las clases han comenzado.
—Danos una tregua, ¿vale? —exclama Beck aun con la mano en el
pecho fruto de la interrupción fortuita.
He intentado tener una conversación distendida con ella desde que me
mudé a la urbanización, pero siempre me lo pone de lo más complicado. Me
ignora soberanamente, solo se rodea de Beck, su hermana o de Nate Scoll.
Lo nuestro se ha convertido en una especie de reto. Yo queriendo
demostrarle que mi rostro no es lo único que me identifica, y ella obviando
que existo. A fin de cuentas, «me lo merezco». Sus palabras no las mías.
Beck habla de que Iris es compleja, pero la vecina no se queda atrás. Detrás
de su carácter tranquilo y tímido se esconde una tía de armas tomar. A mí
me tiene entre ceja y ceja.
—Estás muy guapa hoy, Ada «del bosque».
Beck se ríe sin ocultar que ama la interacción que tenemos entre
nosotros. O más bien tengo yo con ella porque suele responder con bufidos
o rodando los ojos.
—Voy a continuar mi camino como si no os hubiese visto y escuchado a
través de la puerta.
Hace el amago de girarse para darnos la espalda y huir. Extiendo el
brazo antes de que lo pueda llevar a cabo y corto su paso con delicadeza.
No la toco más de lo necesario, un ligero roce y ella ya salta lejos de mí.
—¿Cómo puedes ignorar que has visto a estas dos bellezas?
Beck se ríe ya a carcajadas y Ada aprieta las carpetas contra su pecho
inspirando con fuerza. Da unos buenos bofetones, me he ganado un par en
los últimos meses.
—Tu pelo parece un enjambre de abejas peleadas porque la reina ha
tomado una decisión incorrecta para la colmena, así que déjame continuar
con mi camino porque no veo a ninguna belleza por aquí que me ciegue las
ideas.
—¡Eh! No te pases conmigo, el culpable solo es él —exclama con un
toque de enfado Beck por detrás de nuestros cuerpos.
Ada no mira hacia atrás, su mirada se ha quedado clavada en mi cara.
Evitando captar demasiados detalles pero sin ser capaz de despegar su
atención de ella.
—¿Estás nerviosa, «Adita del bosque»?
—Tú me pones nerviosa y deja de llamarme así. No tengo tanta
paciencia como Iris con Beck.
—¡Eh! ¿Pero qué coño te pasa hoy conmigo?
Beck se pone al otro lado de Ada con los brazos cruzados sobre el pecho
en una postura que intenta ser amenazante. Ada es su ojito derecho, no haría
nada que la preocupara más de la cuenta.
—No te pondrías nerviosa si no me mirases con tanto ahínco.
Cierra los ojos, los deja casi chinos y arruga la nariz.
—Sabes que eso es mentira.
Me encanta la forma que tiene de enfadarse. Sin poder elevar el tono de
voz más de lo necesario aunque su cuerpo grite.
—Asher no tontees con mi mejor amiga si no te quieres quedar sin
pelotas.
La susodicha se gira hacia Beck con el ceño fruncido. Juro que es como
un emoji. Pasa de enfadada, a exasperada, a enfadada, a sonriente en un
microsegundo.
—Tú no tienes que decidir con quién tonteo.
—Paso de vosotros, os mandaría a la mierda, pero me importáis
demasiado así que… Pudriros en los aseos.
Eleva la mano, la lleva a la sien y deja en el aire un saludo militar como
despedida.
—Parece que te has quedado con el lobo a solas.
De nuevo hace el movimiento de proteger su pecho con los apuntes.
—Yo no soy Caperucita roja.
16. TODO ES CULPA DE LA NUTELLA Y DE
MIGUEL ÁNGEL SILVESTRE
BECK
Esta noche había quedado en casa con Beck en hacer una sesión de
videojuegos online junto con Nate. Tenía en mente machacarlos a ambos.
Conozco el mecanismo de ese videojuego al pie de la letra aunque ellos no
son conocedores de estos datos. El creador se puso en contacto conmigo
para realizar el desarrollo, como otros muchos, y hace unos meses que salió
a la luz. Beck y Nate saben que es mi método de vida, que me flipa
desarrollarme como informático y después machacarlos en la pantalla. En
alguna ocasión Beck se ha enfadado tanto por haber perdido que me ha
retado a ir un día a la pista con ellos. A Nate nunca le ha parecido tan buena
idea, aunque en su fuero interno disfrute de esas interacciones. Sabe que el
moreno es mucho mejor que él o por lo menos en estos momentos en los
que su entrenamiento copa todas sus horas del día. Algún día Nate llegará al
mundo de la Fórmula 1 y nos pondrá a todos un puntito en la boca.
El motivo por el que me he quedado sin plan es que Beck se ha ido a
cuidar de Iris y Nate ha decidido que perder en solitario no es tan divertido
como ver la cara de derrota del piloto de Aston Martin. Como sea, me han
dejado solo y aburrido y de camino al McAuto en busca de una buena
hamburguesa a rebosar de queso y bacón que cubra mi soledad.
Subo a la moto con la maleta de carga vacía, porque uno tiene que ir
preparado en estos momentos, y salgo pitando calle arriba. La urbanización
es de clase alta así que tengo que recorrer algunos kilómetros para alcanzar
el restaurante de comida rápida para llevar. Para ser sincero tengo un Auto
King más cercano, pero soy chico McDonald's antes que Burger King. Me
puedes matar u odiar, en tus manos está tomar una buena o mala decisión.
Dejo que el motor ruja mientras me acerco a las barreras que delimitan
el espacio de espera. Delante tengo a un coche familiar con el que voy a
tener que esperar un buen tiempo porque la parte trasera está ocupada por
tres niños llenos de emoción. Tomo aire y reviso la hora en el reloj
inteligente que Beck me regaló las navidades pasadas.
No tengo ninguna prisa, sin embargo, el aire comienza a ser frío y no he
venido preparado.
Vuelvo la atención al coche familiar que, a diferencia de lo que creí en
un primer momento, no es quien está entregando la comanda en este mismo
momento.
Me estiro todo lo que puedo y entonces sonrío. Sí, como un puto idiota
que se ha fumado la pipa de la felicidad porque justo delante de mis narices
está la mismísima ninfa del bosque pidiendo su orden a través de la
pantalla.
Solo Ada Aston iría a buscar una hamburguesa en bicicleta con cesta y
no en un modelo de coche de última generación. La familia de esta
muchacha tiene una escudería en Fórmula 1, siendo su padre el jefe de
Beck, además de una fábrica de automóviles de lujo y la tía, ¡utiliza una
bicicleta azul con cesta!
Se lleva la mano al pelo para enroscar los mechones que le cubren el
rostro hacia la oreja. La persona detrás de la pantalla le pregunta qué bebida
quiere y lo susurro a la par que lo hace ella en voz alta.
—Batido de plátano y fresa.
Se pasa la vida entera con esa bebida entre las manos. Las fotos Tumblr
de chicas guapísimas con un batido en la mano fueron influenciadas por
ella, lo tengo clarísimo.
Da las gracias a la voz que le ha atendido y pedalea con fuerza para
esperar a que su orden esté lista. Solo rezo para que la familia tenga claras
sus comandas y así poder interceptar a la chica de pelo castaño y de sonrisa
tímida. Últimamente, coincidimos demasiado en los lugares más
insospechados.
En esta ocasión tengo suerte y en menos de cinco minutos me estoy
dirigiendo a la última parada de la cadena de espera. Allí, en una esquina
con su bicicleta aparcada, está Ada leyendo las instrucciones de algún
objeto diminuto que tiene en las manos.
—¿Conoces las consecuencias nocivas que puede tener tu pedido
grasiento?
Se mueve con rapidez hacia el sonido de mi voz y el de la moto al ser
apagada. No se muestra molesta con mi presencia pero sí sorprendida. Un
punto a mi favor, normalmente veo más sus ojos en blanco que el color
verde eléctrico que poseen.
Entiendo que su padre haya hecho toda una escudería con ese color, es
espectacular tanto en ella como en su hermana. Digamos que es una
estrategia de marketing brutal, de ahí que su padre quiera que sus hijas
estén al tanto de todos los movimientos de la empresa. Son su mejor carta
de presentación. A Lyn no la conozco muy bien, pero Ada pasa
absolutamente de todo lo que no sean sus libros y el mundo en silencio. O
el mundo sin mi voz cerca de ella. De nuevo, sus palabras, no las mías.
—Así que el médico, experto en nutrición, ha vuelto a salir a la luz.
Sonríe sin enseñar todos los dientes al tiempo que dicen su nombre por
megafonía. Cree que ha vencido y que podrá salirse con la suya al
ignorarme, pero mi nombre es el siguiente que dicen. Bajo de la moto y
ambos acudimos a la cola de espera.
—¿Tienes algún plan para esa hamburguesa con batido de fresa y
plátano?
—Si lo tuviera, tampoco te lo diría.
—He comprado una para mí, no temas, no voy a robarte la tuya cuando
te des la vuelta. Podemos tener una cita para ponernos al día.
—Yo no tengo citas. No me interesan.
—Una tía dura.
Cierro los ojos para darle intensidad a la frase. No cesa en ponerme las
cosas difíciles cuando solo busco una tierna amistad con ella. Y quizá algún
que otro arrumaco debajo de la manta cuando pongamos Netflix rodeados
de palomitas.
Joder, sí, sería el plan perfecto, pero me ha encasillado en el tío pedante
y graciosete que no le interesa cuando, en realidad, me flipan más los
momentos a solas en casa con una buena película, un instante reflexivo, sus
correspondientes arrumacos y vuelta a empezar.
Tengo que buscar la forma de dar la vuelta a la opinión que tiene de mí,
sin embargo, solo capto su atención cuando soy insistente a más no poder.
Juro que he probado con todo tipo de técnicas.
—Mejor dicho, una tía con dos dedos de frente.
—Venga ya. No puedes ir hasta tu casa a comer esa hamburguesa. Te
llegaría fría y el batido derretido, tienes que tener otros planes. Déjame
acompañarte, te prometo ser una buena compañía.
Ella se inclina hacia delante, roza mi hombro con el suyo y vuelve a
repetir un claro no. Huele a una mezcla de frutas explosivas. Dulce y a la
par con un toque ácido. Un olor que la representa a la perfección y que me
produce una sonrisa instantánea.
—¿Qué te molesta un poco de buena compañía?
—No eres una buena compañía.
—¿Lo dices por mi cara? —Toco mis facciones a sabiendas de que he
llamado su atención. Lleva mal que bromeé sobre el tema porque para ella
es incómodo. Yo he asumido lo que hay—. Puedo ponerme una bolsa en la
cabeza. Sé dialogar.
Soy un genio en el diálogo, solo necesito que me dé una oportunidad
para demostrarlo.
—Eres un tío raro. Muy raro.
Lo dicho, se ha sentido incómoda porque juegue con la moralidad que se
despierta en ella al mirarme a la cara. A Ada Aston le flipa tener en orden
todo a su alrededor y que algo se salga de ello es rechazado al instante.
—¿Eso quiere decir que no hay cita?
—He tenido un día de lo más desagradable, Asher, no fuerces la
maquinaria.
Hay algo en su mirada que me pide que cese en mi empeño de seguir
con la broma. Para mí no es tal cosa. Creo y siento que Ada es mi alma
gemela perdida en un mundo asquerosamente cruel. No me merezco a un
ser tan puro y lleno de luz por eso mismo estoy teniendo tantas dificultades
para que se fije en mí. Mai siempre dice que la naturaleza es sabia y,
supongo, que si Ada no está interesada al fin y al cabo es porque es más
inteligente que el resto y conoce que no le conviene un tío como yo.
Intento sonreír para no hacer incómodo el momento aunque por dentro
me haya dado un bajón importante. Dejo que recoja la comida cuando esta
está lista y no abro la boca en su marcha. Es ella la que me lanza un escueto
gesto de despedida y espero paciente a que mi comida esté lista para
empaquetar.
Los cambios de humor constante son un handicap en mi vida. Los he
sufrido desde el día que mi vida cambió, desde que la oscuridad fue mi
mejor baza y me tuve que convertir en una persona que jamás creí que
pudiese existir.
Cuando recojo la comida ya no tengo hambre, tengo unas ganas
inmensas de perderme en un bar de carretera donde nadie se fije en mí.
22. UNA NOCHE ESTRELLADA. UNA BICICLETA
AZUL Y UN BORRACHO GUAPO.
ADA
Durante toda mi vida he tenido el foco de atención sobre mí, y en cada uno
de esos instantes he deseado con todas mis fuerzas estar en mi casa, rodeada
de un silencio sepulcral y eligiendo por mí misma lo que debía de hacer con
mi persona. Por el trabajo de mis padres he tenido que acudir a cientos de
fiestas. La mayoría de ellas aburridas con un único objetivo: hacer
negocios. El mundo en el que se mueve mi padre me aburre, no busco tener
una carrera destacada en el mundo de la moda como espera mi madre y, a
diferencia de mi hermana, no tengo un don de gentes que haga más apacible
esas reuniones.
Estar cerca de Asher es volver a ese ojo del huracán. Estar en boca de
todos de un modo que me genera rechazo. Pienso que él tiene la creencia de
que lo odio por algún motivo. Bien es cierto que me saca de quicio, que no
me esperaba su llegada a mi vida, pero más allá de eso mis motivos son
muy diferentes a los que él baraja. Debería de sacarlo de su error, pero de
nuevo no conozco el modo. En mis libros no relatan este tipo de problemas,
y mira que me gusta variar de género dentro de la literatura, a pesar de ello,
en los mundos ficticios todo parece más simple.
En estas últimas semanas en las que he visto a Iris enfrentarse a Beck
desde la lejanía, la he envidiado de forma sana constantemente. Juro que la
apoyo mentalmente cuando le responde con ese tono cortante que utiliza
cada vez que el de los ojos grises abre la boca. Ojalá tener esa fuerza
interna, esa capacidad para expresar las emociones sin miedo a que los
demás jueguen con ellas.
Porque sí, mi apellido y mi familia me han dado una vida de ensueño,
no me ha faltado de nada, pero también he sido la pieza que muchos han
usado para conseguir sus propios beneficios y eso, rompe a cualquiera por
dentro.
Pedaleo con fuerza para acortar la distancia hacia el mirador. Suelo
acudir a esta zona de la ciudad cuando busco tranquilidad. Normalmente,
me acompaña un bol de frutas, pero hoy había tenido un día de lo más
intenso y prefería que la grasa y mi batido favorito escucharan mis
problemas.
La noche me atrapa con el batido aun guardando el frío de los hielos y
con una despedida del sol alucinante. Jamás me cansaré de estos instantes
que para los demás son cosa de la rutina, y que para mí esconden detalles
especiales de los que nadie se percata.
Cuando el frío comienza a calar mis huesos, entiendo que es la hora de
volver a casa. Nadie está esperándome en ella, hoy tenían una reunión muy
importante y mi hermana ha acudido a la última fiesta de sus amigas. Se
inventan una fiesta diferente cada día, así que es algo común.
Decido en el último momento cambiar la dirección para regresar a casa
y dejo que mi mente fluya a través de los sonidos de las ruedas al chocar
contra el asfalto. Media hora después vislumbro las luces de la urbanización
a unos pocos metros de distancia. He vivido aquí desde que tengo uso de
razón y parece que nada ha cambiado con el paso de los años. Todo sigue
estático, demasiado perfecto.
El rugido de una moto al intentar ser encendida sin éxito me alerta de
que no estoy sola. Busco con esmero la fuente de ruido, pero no está en la
misma calle en la que me encuentro, debe de ser en la paralela. Es de noche
y, aunque adoro los momentos a solas, no soy idiota y veo la cantidad de
locos y locuras que se realizan a diario. Debería volver a casa, sin embargo,
el ruido ya no es lo único que capta mi atención, las palabras de una
persona hablando consigo misma también me tiran hacia el lugar.
Puede que alguien esté en apuros, sin teléfono y… Son excusas vagas
para que les relaten a mi familia si algún loco me mata, a mí me sirven para
acudir a ayudar a la persona en problemas.
Lo que menos me esperaba cuando tomo el camino contrario al de mi
casa es que esa persona sea la misma de la que llevo huyendo todo el día.
Camina por la carretera empujando su moto con dificultad. No se ha
retirado el casco aunque sí que ha elevado la visera para que sus ojos
queden a la vista de cualquiera. Va dando tumbos de un lado a otro. Primero
su pierna derecha se enreda entre los cordones sueltos del pie izquierdo y
tropieza a punto de besar el suelo. Maldice en voz alta.
Así que es eso, está borracho y con la moto a cuestas.
—¿Asher, qué estás haciendo?
Se gira con los ojos abiertos como platos. No sé si algo en su rostro
también se modifica con mi pregunta, y me inquieta pensar que he
necesitado conocer esos movimientos.
—Vaya, así que ahora sí te interesa mi compañía, «Ada del bosque».
Hay un tono mordaz en su voz que achaco al alcohol y a las malas
decisiones que haya podido tomar esta noche, porque encontrarse en el
estado en el que está no ha sido una buena decisión.
—¿Cómo has pasado de comprar una hamburguesa a estar tan borracho
que apenas puedes caminar?
Me acerco a su lado. No me resulta complicado porque va caminando
muy despacio. Entiendo que el peso de la moto le impide llevar un ritmo
más ágil, así que me bajo con cuidado de la bicicleta y copio su postura.
—Muy sencillo. Tragando la hamburguesa en tiempo récord sin que el
estómago sea capaz a digerirla. Buscar un bar de carretera lo
suficientemente lejos como para que nadie me conozca pero no tanto como
para volver andando. Y beber litros y litros de cerveza mezclada con un par
de chupitos de Jägermeister para no recordar nada al día siguiente.
Por la forma en la que sus ojos se achinan entiendo que está hinchando
sus mejillas para hacerse el gracioso. Para mí su actitud se aleja mucho de
ese sentimiento. No debería de observar ni leer su lenguaje corporal, Asher
es un tío difícil por lo que sé, y aun así lo hago.
La forma en la que sus puños aprietan con fuerza la moto me dicen que
está tenso y harto de la situación. La necesidad de tapar con bromas su
estado habla sin palabras de la tormenta que tiene sobre su cabeza, y luego
están los hombros: derrotados, sabiendo que ha perdido la batalla.
—Te acompaño hasta casa.
Suelta una carcajada seca y hueca.
—Muy detallista por tu parte, pero no es necesario.
—Quiero hacerlo y, si tanto te gusta saber cosas sobre mí, te diré que es
muy complejo hacer que cambie de opinión.
Algo en él cambia. Su cuerpo se estira y eso solo puede significar que ha
dejado de tener esa postura de derrota.
—¿Por qué me ayudas si hace un par de horas me rechazaste como la
peste?
—No seas exagerado. Me caes bien al fin y al cabo.
—Estás deseando besar mis tiernos labios.
Aunque quiera negarlo es complicado porque son rechonchos y tienen
una pinta exquisita. Pero es imposible. Por muchos motivos y muy diversos.
—No te vengas arriba. Tan solo busco evitar que te abras la cabeza
cuando retires el casco.
Sonrío con ganas. Sé diferenciar cuando los demás necesitan de un
rescate emocional. Me hubiera encantado que alguien lo hiciera conmigo,
por eso sé que en estos momentos coger la bicicleta y hacer como si nada
hubiera pasado no es una opción.
—Venga, nos vamos antes de que me hagas cambiar de opinión.
Si abre la boca no sé si voy a huir para siempre o pedirle que no se vaya
de mi lado jamás por miedo a que la soledad me arrulla como está haciendo
con él.
¿Es posible que dos almas vacías se puedan hacer compañía?
No, Ada, la respuesta debe ser que no. Él tiene una carga y trae unas
consecuencias demasiado caras de pagar —me digo a mí misma mientras
abro la puerta de su casa con delicadeza.
23. HACER DE NIÑERA ES MI SUEÑO
FRUSTRADO.
BECK
Es un puto suplicio viajar con Iris. Me pone contra las cuerdas a cada
posibilidad que tiene y, joder, me gusta demasiado. Al igual que el libro de
mierda que me tiene con la mente fuera de la pista.
Debería de estar pensando en la estrategia de este fin de semana. El
Gran Premio de Hungría es uno de mis circuitos favoritos porque tiene la
distribución de uno de karts, pero no, mi cerebro sigue en el momento en el
que Feyre conoce a un tal Tamlin que se parece a la Bestia del cuento de
Bella y Bestia. Como al final sea un truño e Iris me tenga que dar la razón,
haré que me bese los pies por las molestias ocasionadas.
En cuanto accedo a mi habitación, al lado de la de Iris aunque ella
desconoce este dato porque he estado más tiempo del necesario en la
recepción firmando a los fans que estaban allí reunidos, me meto en la
ducha. En unas horas tengo la reunión oficial con la prensa de la Fórmula 1.
Es uno de esos momentos del trabajo que odias a muerte, pero que sabes
que tienes que hacer sí o sí. Sirve para nada porque las preguntas son una
mierda y las respuestas otro tanto, y los fans se lo pasan por el forro del
culo, ellos solo quieren hacer actividades al aire libre, no vernos en una sala
con un micrófono aburridos de la vida.
Me recreo con los chorros que salen de la pared con una buena presión
de agua. Quiero destensar los nervios que se han acumulado en mi cuerpo
tras el viaje y la decisión de mi madre de que lo realice con compañía. Sigo
pensando que es una pésima idea, ella misma se dará cuenta cuando
volvamos.
Nada más que regreso a la sala del dormitorio busco el uniforme dentro
de la maleta de viaje. Me gusta la moda, me ayuda a representar el estado
de ánimo que tengo cada día, pese a ello en ocasiones me gusta llevar el
uniforme de la escudería. Es como cuando iba al colegio, no tener que
ponerme a combinar ropa a las ocho de la mañana es una suerte. Además, el
color verde me favorece, no tanto como el rojo, pero para eso habrá tiempo.
Todo es cuestión de paciencia como siempre cita Michael.
Hablando del marido de mi madre, no sé qué cojones le pasa
últimamente, pero viaja más de lo habitual. Sabía que la llegada de Iris a
casa iba a descontrolar su paz, en cambio, no era consciente del grado.
Tengo suficiente mierda sobre mis hombros como para limpiar la de los
demás, ellos se aclararán llegado el momento, o no y seguirán en la burbuja
de odio en la que sé que Iris se encuentra.
Reviso que no me haya dejado nada importante y le envío un mensaje al
conductor designado que tengo para moverme por la ciudad.
Cuando estoy a punto de tomar el ascensor una llamada entrante me
frena.
Odio soberanamente bajar las escaleras, pero al leer el nombre de mi
madre sé que la conversación tiene que ser efectuada si no quiero tener a los
bomberos, a la policía y a la ambulancia a la salida del circuito.
—Mamá, ya he llegado.
—No me has enviado un mensaje, Beck Hunter. ¿Sabes la preocupación
que tenía? No, no lo sabes. Hasta que no seas padre no lo sabrás y dado el
momento me alegraré de que tus hijos me avisen a mí antes que a ti para
que sientas en tus propias carnes el sufrimiento.
Día intenso al parecer…
—Lo siento, mamá.
—Eso está mejor. Un mensaje no hace daño a nadie.
—¿Me llamabas solo para eso?
—El tono insolente lo guardas para los periodistas, y no. No te llamaba
para tirarte de las orejas, quería saber si Iris te acompañará el día de hoy a
todos tus eventos.
—¿Por qué lo iba a hacer? Por si se te ha olvidado viajo dos o tres veces
al mes a alguna parte del mundo para TRABAJAR.
—Puede acompañarte, no seas así.
—Ella ha sido la primera en salir corriendo de mi lado. Estará tranquila
en su habitación.
—Sé que no tienes mucho tiempo entre unas cosas y otras, pero no la
dejes sola. Es una sensación horrible.
—Mamá, a Iris le gusta la soledad.
—No lo voy a rebatir porque opino lo mismo, pero pon de tu parte, ¿sí?
Aunque sea un poquito. Ha tenido muchos cambios en su vida en las
últimas semanas.
—Está bien, haré lo que pueda.
—Con eso me vale.
Sé con firmeza que está sonriendo porque le cambia el tono de voz. Mai
Hunter, porque para mí siempre tendrá ese apellido, es la tía más genial que
podré conocer en mi vida.
—Te tengo que dejar, voy directo a la reunión.
—No armes jaleo, que nos conocemos.
—No es mi intención.
Toco el botón rojo antes de que me entre la risa floja. Hace un par de
meses ya entendí ese dicho de que «si no puedes con el enemigo, únete a
él», así que he convertido las reuniones de prensa obligatorias en un paseo
divertido para que mis fans y mis enemigos hablen de mí. Juro que mis
patrocinadores adoran esta faceta porque después de días aún se sigue
hablando de mis aportaciones en redes sociales.
◆◆◆
Al día siguiente mi pecho pesa y duele de tal forma que busco el teléfono
antes de que pueda cambiar de idea. Necesito respirar fuera de esta casa,
ansío poder despertar el carácter toca pelotas de Iris y, sin lugar a dudas, me
hace falta huir de todo aquello que me recuerda que soy un puto actor de mi
propia vida.
La cara sonriente de Nate me saluda desde la aplicación de WhatsApp.
Le he comentado en multitud de ocasiones que parece el puto presidente de
los Estados Unidos todo trajeado y perfecto. Al tío le hace gracia mi
comentario y, sin embargo, sigue con la misma imagen desde hace más de
dos años. Si busco en mi lista de contactos tengo una de él todo lo contrario
a la perfección. Se la hice un día, ambos borrachos, perdidos por Mónaco y
con la necesidad de decirnos lo buenos que somos el uno al otro. Lo dicho,
el alcohol confunde a la gente.
Recurro a él porque de algún modo extraño ha conseguido llegar a Iris
de un modo que ni Ada ni yo alcanzamos.
Busco la conversación, escribo las palabras claves que se resumen en:
«cuando tengas un minuto, llámame» y cierro de nuevo la aplicación.
Nate es la persona más desastrosa en cuanto a cuestiones con el teléfono
móvil se refiere. Puede que tarde en responder una semana como quince
días. Juro que he estado tentando en pagarle una community manager que le
lleve ese aspecto de su vida.
Guardo el teléfono en el bolsillo del chándal y me dirijo hacia el
gimnasio de la planta baja. En el desayuno la asistenta que se encarga de
informar de los pasos de Iris nos hizo llegar que no estaba de humor y que
prefería utilizar el día para leer. Todos lo entendimos, creo que Michael se
llevó un disgusto por ello, no obstante habíamos contemplado esta opción
cuando conociera la verdad de su padre.
¿Me muero de ganas de ir a verla? Sí.
¿Es la mejor opción? No porque después me siento como una puta
mierda y no es bueno ni para ella ni para mí.
Cierro la puerta detrás de mí y acto seguido escucho el zumbido del
inconfundible tono de llamada de mi teléfono móvil.
—Eso ha sido alucinante —respondo sin dar opción a otra información
por parte de Nate—. ¿Ha caído un ovni en tu casa y no me he enterado?
—Me ha parecido que necesitabas auxilio en el mensaje.
—Idiota demasiado inteligente.
Le cuento el plan por alto. Había pensado llevar a Iris al circuito de karts
que hay a unos kilómetros de nuestra casa. Nada excepcional, pero sí lo
suficiente exclusivo para que no haya ni cámaras ni chismosos a nuestro
alrededor. Si Ada y Nate se añaden al plan será menos formal y ella estará
más cómoda.
—¿Y por qué tengo que decir que la idea es mía si no lo es?
—Hazlo y ya está. No quieras tener explicaciones de todo lo que sucede
en el mundo.
—Espera —pongo los ojos en blanco porque me imagino al rubio
moviéndose en su habitación alucinando con mi forma de actuar—. No será
que te importa demasiado y no quieres que ella lo sepa.
—No te pases de la raya, Nate Scoll.
—Joder, si es que ya lo veía venir.
La voz se le entrecorta y eso solo puede significar que el idiota ha
extendido los brazos y ha llevado el teléfono hacia una parte lejana a su
boca. Como si lo viera.
—No ves nada así que déjate de sermones y dime que lo vas a hacer.
—¿Beck?
—¿Qué? —suspiro y espero a su respuesta que me da en la nariz que no
me va a gustar ni un pelo.
—¿Qué pasaría si te dijese que me mola Iris y que quiero intentar algo
con ella? Ya sabes, hoy es un buen día para ser un hombro sobre el que
llorar.
—Da un paso hacia ella y te rompo todos los dedos de la mano para que
no puedas coger un volante más en tu vida.
—TOXICIDAD MASCULINA ASQUEROSA.
Ha puesto la voz de Ada para decir esa frase y es que ella es la que nos
recuerda cuando nos pasamos de la raya por «el machirulismo que tenemos
en las venas propia de nuestra cultura». De las pocas ocasiones en las que
nuestra amiga eleva la voz son de este estilo.
Mis ojos vuelven a fundirse al blanco. Sí, no ha sido mi mejor respuesta,
pero los nervios y la rabia me ha hervido en la sangre y conozco de las
actuaciones de Nate. Es capaz de camelar a cualquiera con tal de salirse con
la suya y no estoy dispuesto a que Iris sufra por él.
—Lo he pillado, Hunter. Estás hasta las trancas.
—¡Eh…!
—Voy a enviar el mensaje antes de que me dejes sordo, un besito amore.
Cuelga antes de que le pueda cantar las cuarenta porque ni estoy pillado
por Iris como él piensa, ni voy a dejar que se vaya de rositas. Me siento mal
por ella, y me gusta cómo sus labios se mueven sobre los míos. Fin. Iris
Stars jamás debería de encontrarse en un plano cercano a mi corazón.
◆◆◆
Cuando el coche de Nate se detiene delante del circuito salto de él con una
mezcla de nerviosismo y entusiasmo. Cierro los ojos por un momento y
aspiro el aire fresco, llenando mis pulmones con la emoción contenida
durante años. Cuando los abro de nuevo, el circuito se extiende ante mí, con
sus curvas y rectas listas para ser conquistadas. Era todo lo que necesitaba
en estos momentos. Camino hacia la valla que separa las gradas donde se
aloja el público de la pista. Mi mirada recorre cada detalle: el asfalto
impecable, los karts alineados en los boxes, el rugido apagado de los
motores que anticipa la acción inminente.
Una sonrisa se dibuja en mis labios, es una mezcla de emoción y
gratitud.
Han sido días complicados. La primera noche no pegué ojo. Le pedí a
Beck que me dejase sola y así lo hizo. Estuve con el móvil en la mano
durante dos horas hasta que conseguí llamar a mi madre. ¿Hasta dónde
sabía ella? ¿Cómo lo vivió y por qué me ocultó parte del infierno?
Respondió al instante, preocupada por que hubiera tenido algún problema.
—He hablado con Michael —Fue lo primero que dije cuando ella me
preguntó por segunda vez si estaba bien.
En el otro lado de la línea escuché un resoplido y una puerta al cerrarse.
No le llegué a preguntar si estaba sola en casa, tan solo asumí que había
llegado el momento de que las dos hablásemos claro.
—¿Y cómo te sientes?
—Engañada, dolida, utilizada… De muchas formas —respondí con
pesar.
Era así, tenía tantos sentimientos acumulados en el pecho que era
incapaz de darle voz a todos ellos.
—¿Quieres hablar de ello?
—¿Por qué nunca me contaste que había sido un infierno vivir con él?
Tardó unos instantes en responder.
—¿De qué hubiera servido que conocieras todos los desplantes que viví
con él? Cuando nos separamos y él se fue, te convertiste en una niña llena
de rencor. Por más que intentaba que vieras la vida de otra forma, tu
capacidad intelectual no cesaba en retenerte en los hechos que no eran
normales. Tan solo intenté pintar de colores lo que había sido negro, cariño.
—Mamá, tuviste que vivir un infierno.
—Fue mi decisión seguir a su lado. Tú no tomaste esa decisión y por eso
no quería que juzgases a una persona por los recuerdos de otra.
—Los que yo tengo con él tampoco es que sean muy buenos.
—Eso es mentira. Ha habido momentos de todo tipo, pero no te quedes
solo con los malos.
En los últimos meses, y sobre todo con su reciente muerte, no había
cesado en recordar todo lo que me separaba de él. Robert Douglas era un
hombre con una cruz en la frente para mi cabeza, no obstante puede que no
siempre hubiera sido así.
La acumulación de emociones me llevó a soltar a mi madre lo que
Michael me había comentado. Robert estaba enfermo y jamás quiso que ella
lo supiera. Escuchar el llanto de mi madre en la otra parte de la línea
telefónica me rompió. Sabía lo que estaba sintiendo. Enfado consigo
misma, rabia por no haber sabido leer lo que en realidad estaba sucediendo
y los miles de pensamientos de «¿y si hubiera hecho algo más?».
Desde entonces me encuentro vacía. Mai me preguntó esta misma
mañana si podía hacer algo por mí y lo único que le pude responder es que
no necesitaba nada porque mi mente se había apagado. Me podía sentir mal
conmigo misma, con mi madre, con mi tío, pero, ¿de qué serviría? Mi padre
jamás iba a poder despejar las miles de preguntas que tenía sobre él.
Culparlo de sus errores se me hacía dañino porque nadie con una
enfermedad mental debería de ser juzgado por sus actos cuando no es dueño
de sus pensamientos. Y ahora, ¿ahora qué? ¿Cómo seguía mi vida?
Cuando Nate me envió el mensaje supe al instante que no era idea de él.
Había hablado con Beck sobre realizar una competición en los karts en la
cena de las estrellas. Sabía que él estaba detrás de todo el entramado desde
primera hora y aun así me callé. Nada iba a cambiar entre nosotros.
Conocer la verdad de mi padre no nos iba a cambiar. Seguíamos siendo
eternos rivales sin opciones a un final feliz porque, ¿es que quería un final
feliz con él?
No es el momento para responder a esa cuestión, es momento para
despejar la cabeza, así que cuando freno delante de la línea de meta y lo
insto a que su cabreo por ser el mejor aumente, solo busco volver a ser Iris
Stars y Beck Hunter. Dos eternos rivales que comparten babas de vez en
cuando.
El sonido de los karts de Ada y Nate tomando la pista llenan el aire a mi
alrededor, y mi corazón late en sintonía con ese ritmo. Cada giro, cada
adelantamiento, cada derrape me había permitido alcanzar el objetivo. El
ruido de los motores, la velocidad, la competición; todo se mezclaba en una
sinfonía de sensaciones que habían hecho que volviera a escuchar mi
corazón latir dentro de mi pecho.
Un trabajador de la instalación nos indicó los lugares en los que
teníamos que aparcar. Lo hicimos mientras el resto comentaba los
adelantamientos que habían surgido. Estaba callada no porque hubiese
vuelto a desinflarme como un globo, sino porque tenía unas ganas locas de
abrazar a Beck y eso era muy extraño.
—Has estado a punto de tragar asfalto —suelta Ada a un Nate nada
convencido de la actuación que ha tenido.
—Estaba concentrado en que Iris disfrutase, no he puesto empeño en
ganar la partida.
Ada y Beck se miran antes de romper a reír. Me uno a ellos en silencio
porque la postura de Nate, extendida en los hombros, pero con el mono
apretando por encima de sus tobillos, es de todo menos seria.
—Nunca te dejas ganar —sentencia Beck muy convencido de lo que ha
dicho—. Por consiguiente, es que has hecho una actuación de mierda.
El portador de los ojos azules del grupo saca el casco de su cabeza y
atusa el pelo con énfasis antes de plantar su sonrisa matadora en el rostro.
Entiendo que la gente alabe la belleza de Beck. Hace reportajes
fotográficos para las mejores revistas del país, tiene su puntito en el mono
de carreras y luego ostenta siempre la actitud de chulo prepotente, pero
mucho ojito si Nate llega a ser su competidor. Tiene todas las de ganar.
—Después quiero la revancha.
Y con las mismas toma del brazo a Ada para llevarla hacia la cafetería.
En un parpadeo nos ha dejado a Beck y a mí solos en la escena.
—Y bien, Stars, ¿me puedes explicar ese último movimiento dentro de
la pista?
No estoy preparada para dejar que mi cerebro funcione, y en estos
momentos funcionaría para atraer a Beck hacia mi cuerpo y fundirme con
él. Es extraño, pero me siento mal y rara porque he juzgado su postura y
ahora que sé la verdad, él no me ha reprochado nada.
Soy complicada de entender, pero creo que si él se hubiera puesto como
un basilisco, lo hubiera llevado mejor. No nos hubiésemos salido del guion
propio que hemos conformado con los años.
Como me he quedado parada, tan solo parpadeando, un movimiento de
lo más peculiar por mi parte que siempre tengo respuestas para todo, es él
quien toma la iniciativa de acercarse a mi posición.
—Eh, ¿estás bien?
—¿Podemos buscar un lugar más despejado?
—Claro.
Asiente, me toma de la mano y vamos hacia los vestuarios.
No debería de mostrar mis debilidades, no de nuevo porque sé que él las
puede pisotear. Si lo tiene que hacer, Beck lo hará. O eso es lo que me ha
demostrado toda la vida.
Pasamos la entrada a los vestuarios en silencio. Mi mirada solo es capaz
de contemplar el modo en el que nuestras manos se entrelazan. Dos de mis
dedos están enredados en los suyos, el resto solo se toca ligeramente y con
esas siento una electricidad por todo mi cuerpo como si fuese capaz de
abrazar cada parte que lo necesita.
Las taquillas nos abrazan cuando Beck se gira hacia mí y me pide con la
mirada que me apoye allí para que él compruebe si hay alguien en los
vestuarios. Es una idiotez, lo he visto en unas cuantas ocasiones con el
mono de carrera puesto; sin embargo, al observar mi cuerpo, con uno
idéntico, se me pasan mil historias por la cabeza. Decido no aferrarme a la
tristeza y me quedo anclada en sus ojos, hoy más silenciosos de lo habitual
porque guardan un semblante serio.
—¿Estás bien?
—¿Cuándo hemos pasado de odiarnos a tratarnos de este modo?
—Desde que uno de los dos lo necesita.
—¿Antes necesitábamos tratarnos como enemigos?
—Lo éramos, Stars. Siempre lo hemos sido, pero supongo que el dicho
de que del odio al amor hay un paso…
—¿Te estás declarando, Hunter?
Por el modo en el que está sonriendo sé su respuesta antes de que la
exponga.
—Ni de coña, solo me he aferrado al dicho.
—Y a que te flipa como beso.
—Puede ser…
Da un paso hacia mí y me olvido de todo. De lo que pasó, de lo que
podría haber sucedido si hubiéramos tomado otras decisiones, del rencor, de
la felicidad efímera. Me olvido de todo y me apoyo con todo mi cuerpo
sobre las taquillas mientras separo la cadera para que choque contra la de
Beck.
—Al final va a ser verdad y tienes un imán para atraer los problemas.
—Siempre.
Sus labios se posan sobre los míos. Sedientos y dulces a partes iguales.
Antes de que pueda hacer ningún movimiento, siento sus manos rodear
mi cuello y aspirar con fuerza mientras mueve la lengua sobre la mía.
Beck Hunter es todo lo que necesito cuando el mundo me traga y me
escupe lejos de mis deseos. Solo él es capaz de desquiciarme, atraerme y
despertar en mí cualquier sentimiento contradictorio que exista en el
mundo.
Respondo con la misma fuerza. Muerdo su labio inferior, él gime o
grita, no me queda claro y busco desesperadamente que nuestros centros se
unan. El mono de carrera ayuda a que la fricción sea real porque debajo
solo hemos dejado nuestra ropa interior.
—No me has respondido —dice entre besos cortos que utiliza para
coger aire.
Hemos comenzado a dar vueltas para que el apoyo contra las taquillas
vaya variando y por eso no tengo ni idea de dónde estamos.
—Estoy aquí. No aprietes más las tuercas.
No estoy preparada para hablar de eso ahora, y mucho menos en estos
instantes.
—Entonces, ¿qué ha sido ese movimiento final en la pista?
Gimo, no por lo que me hace sentir el cuerpo de Beck rozando el mío
que también es parte de la causa, sino porque es de las primeras veces que
consigo que realice lo que quiero y se lo agradezco.
—Solo quería demostrar lo que ambos sabemos y uno de nosotros no
reconoce.
Mi respuesta la emplea para torturarme porque deja de besarme y apoya
ambas manos a cada lado de mi cara. No puedo mirar a otro lugar que no
sea su perfecto rostro.
—Eres una condena, Stars.
—Cadena perpetua —afirmo.
—Condena de muerte, diría yo.
Son sus labios, de nuevo, los que caen con fuerza sobre los míos.
No sé cuánto tiempo transcurre entre que sus manos desabrochan mi
mono y me quedo con el sujetador a la vista y llena de besos de Beck
Hunter.
—No me jodas…
Esa no es la voz de Beck ni la de nadie conocido para mí. Me despego al
instante de mi primastro y me encuentro con un rostro perfecto. Juro que es
más guapo en la realidad que en las fotos de redes sociales y hay algo en
ese pensamiento que me lleva al inicio de todo esto. Cuando llegué a la
mansión tuve el mismo planteamiento con respecto a Beck. ¿Qué narices
pasa con los pilotos de Fórmula 1 que todos sorprenden en persona?
Cody Gilter. El joven conductor del equipo Mercedes está cambiando su
atención de mi rostro sonrojado al de Beck.
—¿Qué cojones haces aquí, Cody?
—Disfrutar de la vida, pero ya veo que no se me da tan bien como a ti,
Hunter.
Utilizo su breve conversación para cerrar el mono y arreglar el pelo que
se ha vuelto loco con el paso de Beck por él.
Cody es una de las estrellas del circuito. Unos años mayor que Beck,
alcanzó uno de los mayores equipos por su valía, además de por el apellido
que todo aquel amante del deporte reconoce. Su padre fue una leyenda. Un
caso de los que recuerdan generaciones por lo triste que es su final además
de por lo bueno que fue el camino.
Es impresionante verlo a dos pasos de mi cuerpo.
—Hola —doy dos pasos hacia delante. Paso que tenga de mí la imagen
de una de las miles de novias de Beck. Solo nos ha visto besarnos y
magrearnos un poco. Nada que no haga daño a nadie—. Soy Iris Stars.
Extiendo la mano derecha y él se sorprende por mi movimiento. Sonríe
de medio lado y no descuelga su mirada de la mía. Creo que le ha gustado
justamente eso, que no sea como las demás. Su agarre es fuerte y
contundente, del mismo modo que pilota dentro del circuito.
—Toda una sorpresa conocerte, Iris Stars. Soy Cody Gilter.
—Lo sé. —Elevo los labios cuando suelto las palabras—. Soy una gran
aficionada de tu trabajo.
Sus cejas bailan sobre su frente. De nuevo, se ha llevado una sorpresa.
En lugar de mantener mi mirada, cambia la atención hacia Beck que se ha
quedado a mi espalda. No dice ni una palabra, tan solo silba.
—¿Cómo llevas eso, Hunter?
—Lo lleva bien.
Soy yo la que responde porque esto no tiene nada que ver con Beck. Es
verdad que me gusta el modo en el que pilota Cody. Es agresivo y no tiene
miedo a nada ni a nadie.
—Una chica con carácter.
—Y con la aspiración de robaros el puesto a alguno de los dos.
Esa no se la esperaba y Beck tampoco porque rompe su silencio con una
carcajada antes de caminar hacia mi lado.
Cuando alcanza la misma posición que yo, rodea mi cadera con su brazo
antes de hablar.
—Es mejor que no subestimes sus palabras porque son totalmente
ciertas.
Cody asiente y sonríe a partes iguales.
—Me gusta tu actitud, Iris Stars. Es una pena que yo no sea tan fácil de
derrotar como Beck.
—Eso ya lo veremos.
Se funde el silencio entre los tres y por un momento siento el miedo de
haberme pasado de frenada e ir más lejos de lo políticamente correcto. No
conozco de nada a esta persona y he sido prepotente, pero Cody de nuevo
sonríe y extiende la mano hacia mí.
—¿La próxima temporada nos veremos en la pista?
—Lucharé para que sea así.
Aprieto su agarre. En esta ocasión soy yo quien ejerzo más fuerza.
Beck suelta su agarre en mi cuerpo y aprieta también la mano de Cody
cuando él se la extiende.
—No dejes que te ganen fuera de la pista, Hunter, que después es muy
jodido concentrarse en el circuito.
No dice nada más, golpea su hombro cuando pasa a su lado y
desaparece por el vestuario.
—¿Qué ha sido eso? —pregunto.
No he entendido ni una palabra y me ha parecido que guardaba un
mensaje interesante.
Beck mueve la mano por delante de su cara antes de responder.
—Hay rumores en el paddock que lo sitúan enamorado.
—¿Y eso es un problema?
—Puede que para su concentración sí lo sea.
35. ALERTA PELIGROSA
ASHER
¿Te preocupas por mí? Porque de ser así necesitaría una enfermera que
me diese un par de mimitos antes de que me desmayase de cansancio.
Ada: En realidad, es buena idea hablar con mi padre. Iris se merece las
mismas oportunidades que cualquier maromo con cualidades dentro del
deporte.
¿Y no las tiene?
Ada: Pienso derribar a todo aquel que se cruce en mi camino, así que
mucho cuidadito.
Pero me adoras.
Un pitido en la pantalla principal de mi mesa de ordenadores me
despega de la atención de Ada. Ese sonido solo acontece en mi casa cuando
hay una alerta. Una alerta que debe de ser atendida al instante.
Abro el mensaje y todo mi cuerpo se queda tieso.
«Mierda»—susurro antes de volverme hacia el sofá y calzarme la ropa
que ayer dejé tirada.
Creo que he encontrado lo que Michael buscaba con tanto ahínco.
36. CONSEJOS VENDO QUE PARA MÍ NO
TENGO.
BECK
—Beck, atiende. Tenemos que buscar una solución para este problema.
Sé que Michael lleva hablando desde hace unos minutos, pero soy
incapaz de procesar la información que emite. ¿Por qué cuando uno cree
alcanzar la felicidad esta se evapora tan rápido?
Siempre me he sentido un tío afortunado por el simple hecho de poder
seguir viviendo que eso, aunque parezca obvio, no lo es en mi caso.
He tenido dificultades, quizá más que otros, sin embargo, estaba en un
momento de la vida dulce. Había alcanzado el contrato de mis sueños con
una de las mejores escuderías de la parrilla. Había conseguido tener un buen
equilibrio entre mi vida social y mi familia, o los amigos que considero
familia. Y había encontrado un lugar cómodo entre las miradas de Iris y su
odio/amor hacia mí. Era feliz con lo que tenía, quizá algún día me quejaba
más de la cuenta, pero eso no era motivo para arrebatármelo de nuevo. Otra
vez. Sin previo aviso.
—¿Cómo de grave es?
Mis hombros son tapados por las manos de Michael.
Desconozco el momento en el que se ha levantado de su silla de cuero y
se ha acercado a mí. El efecto túnel que desarrollan en las películas para dar
intensidad es totalmente cierto. Lo estoy viviendo en primera persona.
Incluso me pitan los oídos.
—No vamos a precipitarnos. Asher ha podido descubrir la fuente,
trabajará con el equipo para eliminar todo y buscar a los posibles culpables.
Esa información alguien la ha tenido que subir y lo vamos a descubrir, no
temas.
—¿Se puede ir todo a la mierda y tú estás tan tranquilo?
Creo que soy de las pocas personas que tengo la capacidad de hablarle
de esa forma a Michael sin cagarme encima. Siempre ha sido un padre para
mí y una de las consecuencias de ello es que cuando pierdo los nervios
actúe de esa forma.
—Nadie ha dicho que esté tranquilo.
Su boca sigue apretada aunque nada en su postura hace presagiar que
sus palabras sean ciertas.
—Mi madre, ¿lo sabe?
—Aún no. Quiero actuar con cabeza, la misma que acabas de perder tú.
Asher hace escasas horas que descubrió la información, no sabemos nada
más así que no te aventures a hacer una locura, que nos conocemos.
—¿No te fías de mí?
—No confío en tu impulsividad. No quiero que desates ningún follón.
Necesito que sigas tu vida como si nada de esto hubiera sucedido. Iris
asumirá lo de su padre tarde o temprano y volverá a ser la misma.
—Eso no cambia nada pueden interceptarla de nuevo en cualquier Gran
Premio.
—No la lleves. Invéntate alguna excusa, pero no podrá acudir.
—Claro, ¿y crees que es tan sencillo con ella?
—Tendrá que serlo por su bien.
—Me odiará de nuevo.
Mis manos suben y bajan como las de un niño que está teniendo su
primera rabieta. Un niño que acaba de expresar su miedo más profundo
porque puede que Iris Stars le importe más de lo que muestra al resto.
Michael suelta el agarre que mantenía sobre mis hombros para
acercarme contra su pecho. Más allá de la apariencia que tiene, fría y
distante, siempre ha estado cuando lo he necesitado. Cuando lo hemos
necesitado.
Sus brazos me inspiran confianza. No tengo ni la menor idea de cómo lo
consigue, pero en su pecho todo parece menos peligroso de lo que la vida
en realidad es. Michael Douglas es un lugar seguro que no quiero perder.
Aprieto su espalda con fuerza.
—Lo vamos a solucionar. No sé cuánto tiempo nos llevará, pero todo
volverá a la normalidad. Vamos a salir de esta como hemos hecho en más
de una ocasión.
Asiento mientras Ash aprieta mi brazo con cariño.
Salimos ambos del despacho después de que Michael nos pida
encarecidamente que no levantemos sospechas ya que no nos podemos fiar
de nadie. Y por supuestísimo, que mi madre no se entere de nada de lo que
está sucediendo. Tras todos los años que llevan juntos mi madre y Michael,
sigo sin creerme que él la proteja y la cuide como se merece. Sin miedos a
que ella sufra en el camino. Tengo muy claro que si Michael tuviera que
tomar una bala por mi madre, lo haría sin pestañear.
Esto no solo puede destrozar mi vida, también la de ella y tenemos que
ir con pies de plomo para que no caiga de nuevo en una profunda depresión.
Echo un vistazo rápido a Asher. Hemos salido por la parte trasera del
despacho, no obstante, conociendo que hay varias personas en la casa no
me gusta dejar ningún cabo suelto.
—Esto no lo he hablado delante de Michael porque quería conocer tu
opinión pero, ¿no crees que tú también deberías de tener cuidado?
—¿En qué sentido? Siempre tengo cuidado, lo sabes mejor que nadie.
—No sé, Ash. Aquí todo el mundo te puede ver, es peligroso, ambos lo
sabemos y con toda esta situación…
—Oye —toma mis hombros bajo su tacto como hizo Michael hace unos
instantes—. Me sé cuidar mejor que nadie. No tienes que rayarte por mí. No
saldré de casa si no es estrictamente necesario.
—Ni pasearás detrás de Ada.
No es una pregunta es una afirmación.
Asher nunca me ha dicho lo que siente por mi amiga, es algo que he
asumido por la forma en la que la busca, me habla de ella y espera
encontrar algo en la dark web que la haga sonreír al enviárselo en un
mensaje friki.
Al principio tenía pánico de que Ada me odiase más de lo que el perdón
pudiera hacer en nuestra relación. Nada de eso sucedió, sino todo lo
contrario, estos dos cada vez están más cerca el uno del otro.
—¿Te ha dicho algo?
Sonríe como un idiota y ha obviado lo que le acabo de decir. Tenía
razón, Ash está atontado con el carácter pasota y tímido de Ada.
—No ha abierto la boca. No es necesario, es de lo más expresiva.
Sonríe y se le pone cara de idiota enamorado.
Madre mía, espero que esto no salga mal.
—Me cae bien, es una chica de lo más críptica.
—Y a ti, como buen hacker, te mola todo lo críptico.
—No soy hacker.
—Es verdad que lo que haces es todo muy legal.
Ambos nos reímos de la broma que comenzó hace años cuando Michael
destinó parte del trabajo de su equipo informático profesional en él. Me
gusta cómo las facciones de Asher se transforman cuando ríe, transmite paz
y algo cálido en mi pecho.
—Prométeme que tendrás cuidado.
—Lo he hecho desde que éramos niños, Beck. No temas por mí.
—Si fuese tan sencillo decirlo como hacerlo…
Asher ha sido mi talón de Aquiles desde que tengo uso de razón. El
soñador al que protegería por encima de cualquier demonio que intentase
eliminar su bondad y su sonrisa. El que ha sufrido porque la vida se cebó
con él desde una edad demasiado temprana. El que no ha conocido la
libertad de ser por mi culpa. El que ha tenido que vivir escondido, siempre
en las sombras y aun así iluminaba al resto con su luz.
Creo que Asher e Iris, aun siendo personalidades totalmente diferentes,
guardan una similitud y es que me gusta tenerlas en mi vida porque borran
todos los malos momentos de un plumazo. Por su forma de ser, por su
forma de actuar y porque sacan nuevas versiones de mí mismo. La creativa,
la juguetona, la protectora, la sonriente, la canalla…
—¿QUÉ COJONES ES ESTO?
Y el miedo.
También desatan el miedo a la pérdida porque, cuando tienes un tesoro,
lo peor que te puede ocurrir es que tú mismo lo pierdas.
La voz de Iris rompe por completo la burbuja de alivio que había
construido tras el paso por el despacho de Michael.
—Mierda —suelta Asher ante la atenta mirada de Iris.
Intenta echar a correr lejos de mi cuerpo, pero se lo impido con un tirón
en el brazo.
—Déjalo, Ash. Ya no hay nada que hacer.
38. ESTO NO LO VI VENIR EN LA VIDA.
IRIS
Ada sale pitando hacia el servicio en cuanto nos posamos del coche de
Nate que desaparece antes de que podamos despedirnos de él. Ha sido un
día más normal de lo que creía en un comienzo y todo se debe a estas
personas que de primeras apunté con el dedo como pijos sin sentimientos.
Una de las cosas a las que debo darle la razón a mi madre es que en
ocasiones hablo más de la cuenta. No debería de haber juzgado con tanto
fervor a los Douglas ni su forma de vida. Ha sido diferente a la mía, muy
pero que muy diferente, no obstante he descubierto que se quieren y se
protegen del mismo modo que yo y mi madre hemos hecho siempre.
Hablando de familia. Me he olvidado por unas horas de mi padre. No lo
he conseguido al cien por cien porque en el trayecto de vuelta he hecho un
par de búsquedas en internet sobre su enfermedad.
Quiero conocer cómo su problema afectaba a su día a día, a sus
decisiones. También me encantaría conocer las opiniones de familiares que
han sufrido desde otro punto de vista la enfermedad. Sin embargo, cuando
entro en las noticias y en los informes psicológicos que encuentro en
internet, me siento una impostora porque nunca hice nada por buscar una
razón para su comportamiento. Vale que desconocía su diagnóstico, pero
aun así me dejé cebar por mis propias opiniones infundadas en la rabia.
Lo dicho, que tengo tal montaña de sensaciones, sentimientos y
emociones que no sé hacia donde mirar porque siento que con cada
movimiento me mareo.
—¿Qué tal ha ido el día, Iris?
No he escuchado a Núñez acercarse a mí. Hasta tal punto llega mi
desconexión con la realidad que no sé a quién tengo delante.
—Ha sido interesante. Los he derrotado en la pista.
Hay algo en la postura de Núñez que no me inspira confianza. Está más
rígido de la cuenta como si la conversación no naciese de su propia
voluntad, sino que fuese algo impostado. Una orden de uno de sus jefes.
Borro el pensamiento al instante en el que me lanza una sonrisa que le
llega a los ojos. Me estoy volviendo loca con tanto pensamiento.
—No dudaba de tus capacidades. Aún tenemos pendiente que tomes mi
asiento cuando me encuentre de vacaciones.
—Eso sería una pasada. ¿Has hablado con mi tío porque sino lo haré yo
misma?
Sonríe, pero baja la cabeza para evitar que vea todos sus dientes.
—No será necesario. Estoy seguro de que el señor Michael desestimará
tu propuesta, eres parte de la familia.
—Eso no quita a que pueda trabajar para él, es más, debería de ir
dándole la idea.
Llevo desde que salí esta mañana de casa con la idea de hablar con mi
tío de una forma más cordial. No quiero sacar el tema de mi padre, ni el
porqué no he estado con ellos durante todos estos años. Ahora mismo no
estoy preparada para ello, pero sí para recuperar un tío con el que poder
hablar sin miedo a que me juzgue. Que me aporte consejos cuando tenga
incertidumbres. Que sea un punto de apoyo más allá de mi madre.
Una familia al fin y al cabo.
Esquivo el cuerpo de Núñez para subir a su despacho a pesar de ello este
es más rápido y me corta el paso.
—¿Qué haces?
—No es necesario que lo molestes por nuestra broma, ya habrá tiempo
para hablar.
—¿Qué ocurre Núñez?
—Nada.
Siempre debería de tomar en consideración mi primer instinto. Algo no
anda bien porque el chófer no cesa en retirar los brazos hacia la espalda en
una postura rígida e intentar cortar mi paso.
—¿Dónde está Beck?
—No tengo constancia de su presencia.
—No me hables como un puto robot.
Camino de lado y consigo subir un par de escalones antes de que él me
tome del brazo.
—Iris, por favor, no subas.
—¿Qué me están ocultando?
—No hay nada que ocultar, simplemente confía en Michael.
Me suelto de su agarre con fuerza y sin ninguna delicadeza.
—¿Cómo queréis que confíe sin pruebas de ello? Nadie ha confiado en
mí para hablar de la verdad. Es normal, lo más normal del mundo que dude
de las intenciones de ellos.
El hombre parpadea y deja que su brazo vuelva a su posición natural.
Derrotado porque sabe que he tomado la decisión de acudir al despacho de
Michael con todas las consecuencias.
Cambio la dirección y corro para subir todas las escaleras que restan. En
mi cabeza solo hay un objetivo. Abrir esa puñetera puerta y pedir
explicaciones a Michael por lo que acaba de ocurrir. Si quiere tener una
relación cordial las mentiras deberán de ser olvidadas o me iré de esta casa
antes de que pueda hacer algo para borrar la idea de mi cabeza.
Estoy tan enfocada en decir unas palabras fuertes cuando abra la puerta
que no me doy cuenta de que antes de alcanzar dicha estancia hay dos
personas.
Dos personas totalmente idénticas.
Con el mismo rostro.
Si no fuera porque lucen diferentes vestimentas, achacaría a mi
incapacidad de concentrarme en la realidad de las últimas horas la dualidad
que estoy viendo.
Pero no.
Esto que tengo delante es muy real.
¿Por qué Beck está repetido delante de mis ojos?
¿POR QUÉ HAY DOS BECK MIRANDO HACIA MÍ?
CONTINUARÁ...
Pero antes de que te vayas te quiero pedir un favor como autor. Guarda este
secreto para ti. Descubrirlo es un viaje que todos los lectores deberían de
hacer a ciegas.