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Stars

Bilogía Proyecto F1

NEREA PANTIGA
Copyright © 2023 Nerea Pantiga

Correción: Sonia Garcia

All rights reserved

The characters and events portrayed in this book are fictitious. Any similarity to real persons, living
or dead, is coincidental and not intended by the author.

No part of this book may be reproduced, or stored in a retrieval system, or transmitted in any form or
by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without express written
permission of the publisher.

ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456

Cover design by: Art Painter


Library of Congress Control Number: 2018675309
Printed in the United States of America
Para todos aquellos que se salen del molde, os vais a comer el mundo.
1. EL ODIO Y LA RABIA SON COMO EL FUEGO,
CALIENTES Y ROJOS
IRIS

Llevo diez minutos intentando entender por qué la actitud de mi madre da


que pensar que no ha sucedido nada, que nuestras vidas, mi vida, no va a
cambiar después de la llamada telefónica de esta tarde.
—¿No vas a disculparte?
He tenido tanta confianza con ella desde que tengo uso de razón que en
ocasiones borro la línea que separa a una madre de una hija, pero es que
estoy enfadada. No, enfadada es poco, la rabia hierve en mi interior como
un volcán a punto de entrar en erupción. ¿A quién se le ocurre pedir
limosna a ese ser trajeado? Nosotras hemos podido vivir con el dinero justo
toda la vida, no era necesario cambiarlo ahora, no porque mi padre haya
muerto. Para mí lleva muerto muchos años, muchísimos, los mismos que
lleva desaparecido de esta casa.
—No seas insolente, Iris. Tenía que hacerlo, es lo mejor para ti.
—¿Lo mejor para mí, mamá? Lo mejor para mí es quedarme en el barrio
en el que he crecido, entre las calles que conozco al dedillo, con la gente
que siempre ha estado a mi lado.
—Crecer tiene consecuencias, y entre ellas está evolucionar.
—¿Por qué no me consultaste antes de enviar ese email?
No voy a negar que parte de esta rabia se ha creado por la poca
comunicación de mi madre. Como digo, nosotras no somos una familia al
uso, confiamos la una en la otra, lo hemos hecho así siempre para
sobrevivir. Mi madre no tuvo reparos en pedirme con dieciséis años que
comenzara a trabajar porque ella, con sus dos trabajos, no podía pagar todas
las facturas, el alquiler y mis libros de estudiante. Una madre convencional
no le pediría eso a sus hijos, pero la mía sí lo hizo y no le guardo ningún
rencor porque tengo dos hermosas manos para trabajar. Del mismo modo
que cuando me metí en líos porque, déjame decirte que el dinero corrompe
y cuando tienes falta de ello más aún, ella me ayudó a salir. O por lo menos
estuvo a mi lado, justo lo que no ha hecho en esta ocasión.
Se lleva el tenedor a la boca para tener más espacio en sus respuestas.
Teresa Stars es la definición de elegancia natural, todo lo contrario a lo que
yo porto que, por desgracia, soy un calco de mi padre.
—Si te soy sincera no creía que Michael me fuera a responder.
—Michael… —suelto con desgana, como si el nombre quemase en mi
garganta—. El gran Michael Douglas.
Michael Douglas es nada más y nada menos que un hombre millonario,
jefe de una de las mayores empresas de motores, además del hermano de mi
reciente fallecido padre, es decir, mi puñetero tío. Y no, no he pasado ni una
triste Navidad en su casa como para aceptar ahora su ayuda. Apenas lo
conozco, perdimos la relación cuando mi padre se piró, yo era una niña y
con dieciocho años he olvidado a todas las personas que no estuvieron a mi
lado en las malas, en las canutas y las que el agua nos ahogaba.
—Te ofrece ir a la universidad, ¿sabes lo que es eso, Iris? La
oportunidad de ser alguien en la vida.
—¡Ya soy alguien en esta vida! Soy Iris Stars. Los estudios no van a
cambiarme el nombre, ni mi carácter, ni nada de mí.
—Pero sí tus posibilidades.
—Me gusta trabajar, mamá. No quiero más posibilidades que un buen
trabajo.
—Puede que tu tío, después de estudiar, te ofrezca un puesto en su
compañía.
Mi plato, a rebosar de arroz con un trozo de filete, está intacto, el de mi
madre ha ido disminuyendo conforme su tenedor se perdía entre la comida.
Se me borró el apetito a eso de las cuatro de la tarde, cuando el don Michael
Douglas llamó a esta casa.
—No quiero la limosna de un millonario.
—Tu padre era millonario, Iris.
Qué enrevesada es la vida, ¿eh? Mi padre, un hombre pudiente que dejó
preñada a una camarera de un bar de carretera, creyó que le podía ofrecer
libertad, pero cuando ella no abandonó sus raíces, ni sucumbió a las normas
sociales de su vida, la dejó atrás. Sin un duro y con una criatura en brazos.
Me alegro de que esté muerto, o por lo menos lo hice durante los dos meses
que lleva enterrado, ahora que su familia ha llegado a reclamarme, no me
hace ninguna gracia.
Y pensarás, si él era millonario y tú su única hija… ¿La herencia?
Todo está a nombre de la empresa familiar Douglas de la cual en estos
momentos solo mi tío es dueño y señor. Hasta que cumpla veinticinco años
no podré tocar ni una de las acciones y, por tanto, tampoco el dinero. Se
pueden meter su empresa por el culo, yo solo quiero comprar una pequeña
casa para mí y para mi madre y no tener que pensar en el alquiler cada
veinte de mes.
—No tengo padre, así que no te refieras a él.
—Lo que tú digas.
De nuevo el movimiento de su muñeca lleva el tenedor hacia su boca.
Sé que está contenta, no sonríe porque si lo hiciera yo gritaría tan fuerte que
algún vecino llamaría a los bomberos, a la policía y a la prensa, no obstante
ella se ha salido con la suya.
—Hay una universidad pública a una hora del barrio, iba a acudir a ella.
—No tienes coche.
—Existe el transporte público —rebato con fervor.
Empujo el plato lejos. No me gusta tener esos movimientos con la
comida, pero es que tengo el estómago tan cerrado que cuando sube el olor
me entran ganas de vomitar.
—No tiene el mismo prestigio, Iris, y sabes, porque eres una chica
inteligente, que en este mundo todo se resume en títulos, capacidad y ganas.
¿O te lo tengo que recordar?
No, no hace falta traer a colación mi pasado oscuro.
O no tan pasado.
En realidad, ¿era tan oscuro?
Otro sueño perdido del que no quiero ni mentar porque… En fin,
demasiado relacionado con Michael Douglas y con mi padre.
—Cariño —suelta su amado tenedor y extiende la mano para tomar con
fuerza la mía—, quiero un buen futuro para ti, el que yo siempre soñé y
jamás pude alcanzar.
—Lo podemos conseguir nosotras, sin ellos.
—En el banco nos deniegan todos los créditos estudiantiles porque no
cumplimos con las cláusulas.
—Eso no es excusa para llamarlo a él.
—Iris, sabes que es lo mejor.
¿Lo sabía? ¿La ira estaba opacando la realidad?
Tenía sueños, los había rozado de la mano de los Douglas cuando era un
ser minúsculo lleno de esperanzas y purpurina en la cabeza. Por aquel
entonces, y aunque efímero, mi familia estaba unida. Pronto todo se
desmoronó, el peso del apellido Douglas pudo con mi padre y con su
matrimonio y la única opción viable que planteó fue la de viajar por el
mundo para ser el mejor en su trabajo. Trabajo, que no familia.
Desde entonces mi familia paterna me ha tenido como la paria de toda
su prole, la que no merece portar el apellido, por eso mismo utilizo el de mi
madre de soltera, es mucho más bonito y especial porque mi madre es un
cuerpo que brilla con luz propia en el firmamento.
—Sus normas son demasiado, parecen sacadas de un cuento maléfico.
Una sonrisa cubre el rostro de mi madre. Me gusta la luz que le aporta,
no debería de apagarse jamás. Aprieta mi mano con más fuerza y resoplo
mientras la escucho.
—No seas exagerada.
No soy exagerada.
Michael Douglas me obliga a vivir en su mansión mientras él me paga
una de las mejores universidades de Reino Unido.
En mi desesperación de contentar a mi madre, le pedí un margen para
buscar trabajo y pagarme yo misma la residencia estudiantil, «no quería
molestar a su familia», pero nada le hizo cambiar de opinión. Eran sus
normas, y si quería acatarlas, genial, si no me gustaban podía quedarme
donde estaba. Después de ver la cara de angustia y felicidad de mi madre,
porque había pasado por todas las fases en la llamada de mi tío, acepté.
Y no solo acepté ser una mantenida y tener una cama en su mansión,
también tuve que aceptar trabajar en conjunto para «recuperar la relación
familiar» y convivir con su mujer, Mai Hunter, ahora Mai Douglas, una
guapísima cuarentona rubia y despampanante.
¿Qué podría salir mal?
Todo. Todo va a salir mal porque Mai no es una mujer cualquiera, es la
madre del grandísimo piloto Beck Hunter que acaba de fichar por uno de
los mejores equipos para competir dentro de la Fórmula 1, que además vive
en la misma mansión, y para finiquitar, lo odio con todo mi ser porque me
robó el sueño de mi vida.
Y alguna que otra cosa más, pero eso ya se lo explicaré a él a la cara.
A mí no me importa que sus ojitos grises hayan conquistado a medio
mundo, ni que su barbita de niño pijo, con cara de no haber roto un plato,
rompa corazones. Yo sé quién es realmente Beck Hunter mucho antes de ser
el piloto que lleva años despuntando en las categorías inferiores del mundo
del motor y que, recientemente, ha conseguido un contrato millonario.
Será su último año en casa antes de que tenga que mudarse a Italia
donde Ferrari tiene su sede. Es justamente por este motivo que mi
(queridísimo) tío Michael desea que pasemos tiempo juntos, como buenos
primastros que somos. Ese fue uno de los puntos inamovibles para tener que
vivir en su casa y que a mi madre le pareció hermoso. Unos primos, que ni
somos primos ni nada porque Michael no es el padre de Beck y no nos
hemos criado como familia, tengan una bonita relación.
Lo que ellos desconocen, porque mis secretos los atesoro muy bien, es
que no soy la única en la pareja que odia al otro, él lo hace de vuelta y me
apuesto mi colección de chapas que lo hace con más fervor.
Nuestra historia no es sencilla, Beck está viviendo MI sueño y, como
bien comprenderás, nadie le puede sonreír a la persona que le ha robado la
oportunidad de su vida.
Si te estás preguntando por qué me odia él a mí, es más simple aún, he
tenido la certeza desde que nos conocemos que guarda celos hacia mí, unos
que le impiden tragar saliva porque soy mejor piloto que él. Sin embargo,
en un deporte donde todo se consigue a base de talonario, yo jamás pude
despuntar y él lo ha conseguido todo, por eso mismo voy a odiar, y ya lo
estoy odiando, el momento en que su sonrisa impacte contra mi cara.
2. EL SEÑORITO HUNTER PUEDE METERSE SU
FERRARI POR EL CULO.
IRIS

Era la última oportunidad que tenía para atarme a las patas de mi cama o de
salir huyendo para que el chofer de Michael no me llevase lejos de mi casa.
En contadas ocasiones había salido de Blackpool. En el barrio tenía de todo,
la playa cerca de casa, las atracciones a un paso del paseo marítimo, la
panadería al lado de mi casa, las pequeñas tiendas que confiaban en
nosotras cuando no llegábamos a fin de mes… En fin, mi vida entera.
—Mamá.
En cuanto su apodo sale de mis labios veo como sus ojos se llenan de
agua. Me lo va a poner difícil porque para ella esta situación es cuanto
menos agradable. Odia las despedidas. Le traen malos recuerdos, lo sé y
pese a eso había complicado las cosas, menos mal que había sucedido todo
tan rápido que la tirita había sido arrancada al instante.
Mi madre había sido demasiado joven para ser madre. Había crecido a la
par que yo lo hacía, aprendiendo, equivocándose y confiando en que mi
capacidad intelectual no me llevase por el mal camino. Sin duda no había
seguido a mi intelecto hace unos meses, quizá por eso ella veía como una
gran oportunidad esta salida del barrio.
—Los Douglas no nos van a separar. No llores.
Sería un eufemismo pensar que, después de haberme abandonado,
confiara más en ellos que en la persona que me ha dado la vida.
—No son los malos de la película, solo estoy un poco sensible.
—Ven aquí.
Ambas nos encontrábamos sentadas en el sofá de nuestra pequeña sala
de estar. El pobre mueble tiene los mismos años que mi madre y yo juntas.
Cada vez que pones el culo en él se te clava alguno de los muelles rotos.
Nos excusamos diciendo que le tenemos cariño, y es que así es, de las casas
que habíamos habitado, en la que residimos es la más digna de todas. Algo
a lo que poder llamar hogar. Lo habíamos pintado, reformamos algunos
muebles y pusimos nuestro toque en cada rincón. Estaba orgullosa de poder
tener ese techo aunque tuviera algunos defectos como ese.
Mi madre extiende los brazos y nuestros cuerpos se funden en una unión
llena de movimientos ascendentes y descendente fruto de los sollozos.
—Te voy a llamar todos los días —prometo.
—Si no lo haces tú, yo misma lo haré.
Y vaya si lo creía, era capaz de presentarse en la mansión Douglas con
tal de saber por qué no le cogía el teléfono móvil.
Reviso su rostro cuando la separo de mi cuerpo.
Mi madre es joven, muy guapa con esos ojos almendrados que no he
heredado, con la piel tersa y con la sonrisa más bonita del mundo. Había
tenido la misma edad que yo ahora mismo cuando me tuvo por primera vez
en sus brazos. Ahora, con treinta y seis años, había perdido la esperanza de
ser feliz porque todo lo basaba en nuestro bienestar. Ayer, cuando la
almohada acogió las lágrimas de mi despedida, medité en esa opción. ¿Y si
ella, al no notar el peso de mi presencia, se permitía ser feliz, pensar en ella
antes que en nadie?
Había sido una etapa muy difícil. Mis malas decisiones la habían hecho
sufrir en exceso. Por la vida que había tenido, y la multitud de heridas que
tuvo que coser ella misma con hilo y aguja, había creado tal coraza a su
alrededor que no era capaz de confiar en nadie. A mí me había sucedido lo
mismo, solo nos teníamos la una a la otra y hasta que metí la pata, nos había
ido muy bien.
Yo solo perseguía dinero, y quizá mi sueño, no era consciente de que
podía destrozar todo a mi paso.
—¿Tú me prometes que saldrás de fiesta algún fin de semana?
Utiliza mi frase para separarse definitivamente de mi cuerpo y hacer un
aspaviento.
—No digas tonterías, los fines de semana estoy agotada.
—Mamá, por salir a tomar un café con Luna y el resto de las chicas no
vas a morirte.
—Ya veremos…
Se levanta del sofá y camina dos pasos por la pequeña sala antes de que
yo la siga de cerca.
—Prométeme que vas a intentar volver a ser una chica de tu edad. Si
eres una treintañera buenorra, mami.
—Qué cosas tienes.
Y vuelve a emplear la misma estrategia de huida, es por eso que rodeo la
mesa en la que comemos todos los días y atrapo su cuerpo entre mis brazos.
—Promételo.
Mis ojos, castaños y duros se encuentran con los azules y preciosos de
ella.
Asiente antes de abrir la boca.
—Lo haré.
Como si la vida se quisiera reír de mí, el ruido de un motor al acercarse
a nuestro hogar nos hace girar a ambas la cabeza hacia la ventana. Allí,
ocupando toda la visión, hay un enorme coche de esos que cuesta una
hipoteca y dos vidas pagar, o por lo menos, al tipo de ciudadano que yo
conozco. Por supuesto, Michael Douglas no es un ciudadano al uso.
◆◆◆

El hombre que, además de abrirme la puerta, ha metido mis maletas en el


coche por su cuenta, no para de preguntarme si me encuentro cómoda o si
necesito algo en concreto.
Necesitaba olvidarme de una vez por todas de la mirada de mi madre
batiendo la mano a un cristal tintado. Ella a mí no me veía, pero yo a ella sí
y mientras el coche nos separaba pude apreciar cómo su cara se transformó
en puro dolor. En cuanto llegue le pediré al señor Douglas que haga que
este chófer me lleve a visitarla cada semana. Sí, lo acabo de decidir, será
una cláusula inamovible.
—Estoy bien, gracias, al igual que cinco minutos atrás.
Vuelvo a levantar el libro que compré días atrás en mi tienda de segunda
mano favorita. Tres libras me costó la novela romántica del siglo diecinueve
y es una maravilla. La gente se afana en repetir que antiguamente la vida
era muy dura, a mí personalmente, más allá de la poca libertad que
teníamos las mujeres, me parece una vida más sencilla.
—Si necesita cualquier cosa, señorita Stars, me lo hace saber.
—¿Es capaz de conducir y hacer la manicura?
—¿Perdone?
—Déjelo.
No iba a avergonzar a lo que intuía era un trabajador raso de la empresa
de Douglas. Yo podía haber sido chófer si mi madre no me enviara a esta
condena, es más, podría ser un trabajo que le propusiera a mi tío.
Sin pensarlo dos veces, desabrocho el cinturón de seguridad y paso la
pierna por la mesa de control del coche automático. Mi habilidad me
permite sentarme en el asiento del copiloto sin poner en riesgo la
conducción. Y, no te creas que me he sentado atrás porque soy una idiota
que ya se cree rica y no puede mantener una conversación con la persona
que la lleva de un lugar a otro, no. Me senté detrás del hombre porque él me
lo pidió en cinco ocasiones y mi madre me empujó hacia allí para no alargar
el momento.
—¿Cuánto cobras por ser chófer?
—Señorita, no debería de haber hecho ese movimiento. Ha sido
peligroso.
—No me llames de usted, tengo dieciocho años y rezo todos los días
para que no me salgan canas hasta dentro de dieciocho años más.
Atisbo un movimiento en su cara. Me ha parecido que ha intentado
sonreír, pero ha frenado a sus labios antes de que estos pudieran hacerlo
visible para mí.
—No puedo revelar esa información.
—Así que mi tío hace firmar cláusulas de confidencialidad a sus
trabajadores.
—Es una persona muy importante, se cubre las espaldas y nosotros lo
entendemos.
No separa la mirada de la carretera ni un segundo.
Se ha referido a un grupo, por lo que entiendo que Michael Douglas
tiene un gran ejército de personas trabajando para él y su familia.
—Tengo el carnet de conducir, quiero un puesto de trabajo como el
tuyo, ¿sabes si el señor Douglas tiene alguna plaza vacante?
No pasa desapercibido que he nombrado a mi tío por su nombre oficial.
Por si no lo había dejado claro, que lo dudo, le acabo de revelar que este
viajecito me hace menos gracia que bañarme en un lago lleno de cocodrilos.
—El señor Douglas y la señora ya tienen chófer personal, señorita.
—Uno me imagino que eres tú.
—Así es, mi trabajo suele estar alrededor del señor Douglas, no obstante
si se me requiere en alguna actividad familiar también estoy disponible.
—¿No tienes vida?
—Fuera de mi horario laboral, por supuesto.
Vuelve la mirada hacia mí lo que me parece un segundo. Me ha sonreído
y creo, porque mi mente es muy de interpretar, que me ha querido decir que
tiene una buena vida y está contento con ella.
Lo dicho, quiero ser el chófer de mi tío.
—¿Y no hay nadie más que necesite de un servicio?
—¿Te gusta conducir?
Uff… Menuda pregunta.
—Nací para ser piloto, pero supongo que la vida se adelantó en el
transcurso de llegar a ese cometido.
—El señorito Hunter no cuenta con un chófer personal, puede que su
propuesta le interese.
Ni de coña.
El señorito Hunter puede meterse su Ferrari por el culo. No pienso tocar
el volante de ese coche en mi vida. Lo estamparía si no me doliese en el
alma que una pieza tan valiosa quedase para el arrastre por culpa de su
propietario.
—Sí, puede que el señorito Hunter necesite de una de mis clases de
conducción.
El hombre ríe. Ríe sin frenar de una vez por todas la carcajada.
◆◆◆

El viaje tuvo una duración de alrededor de unas cinco horas. Casi nos
habíamos cruzado Reino Unido en un día por el mero hecho de contentar al
señor trajeado.
El hombre, el cual solo me había dicho su apellido que era Núñez,
redujo la velocidad para entrar en una amplia urbanización.
Cualquiera se imaginaría que un millonario tiene una casa acorde a su
cuenta bancaria, ¿no?, eso está más claro que el agua, pero lo que yo no me
imaginaba es que esta clase de casas existían en la vida real.
—¿Es que viven con más familiares y yo no tengo conocimiento?
Pasamos una mansión, después otras dos, todas con una amplitud
descomunal.
—No, señorita, solo residen las tres personas que conoces.
—¿Y se ven todos los días? Porque en estas casas tiene que haber más
pasillos que en el túnel del terror.
—Esa es la clave, si no se quieren ver, pueden no encontrarse durante
días.
Núñez viene de la misma clase social que yo y me acaba de entregar la
clave, encubierta, de la clase de familia que voy a conocer.
—Es aquí.
El hombre señala al frente, hacia una valla negra decorada con puntas
doradas como si del mismísimo palacio real se tratase.
El coche acorta la distancia hasta la entrada y, al dejar los altos pinos
atrás, puedo vislumbrar la estructura en todo su esplendor.
Fachada de piedra blanca, altos ventanales, una entrada ¡con una
rotonda!, y una piscina al final de la finca. Es el mayor lujo que he visto en
mi vida. La casa de mi padre no era tan ostentosa.
—¿Cuántas habitaciones hay aquí?
—Quince, señorita Stars.
—¿¡QUINCE!?
—Y, si me permites el atrevimiento, tengo conocimiento de que una de
las mejores está reservada a tu nombre.
Vuelve a sonreír, pero muy lejos de la carcajada de hace unas horas.
Estoy tan embobada que me quedo muda. Muda aunque con la boca
abierta observando desde la luna delantera del coche todo lo que me rodea.
Cualquiera en mi situación hubiera sentido euforia, era como meterse en
una película, pasar a ser millonario en un segundo parecía… ¿Guay?
Pese a lo cual, lo único que mi cerebro repite es: Iris, ten cuidado.
Sí.
No es un: Iris, disfrútalo.
Es una clara advertencia a lo que, por lógica, siento miedo de lo que
pueda suceder.
Trago saliva, intento no clavar la mirada en todos los detalles lujosos
que hay alrededor y me centro en la persona que tengo delante.
Hubiera sido una idiota con una neurona si hubiera pensado, por un
minuto, que mi tío iba a sacar tiempo de su apretada agenda para recibirme.
Sabía que no era así, en cambio, su mujer está en la entrada acompañada de
una chica con el mismo uniforme que Núñez. Ambas sonríen. A la segunda
no tengo el gusto de conocerla, pero a Mai sí.
De ella solo sabía que era viuda antes de casarse con Michael y que
sonreía. Mucho. Todo el día tenía buen humor, unido al cuerpazo que
ostentaba y a la clase que irradiaba era… Perfecta para esta vida.
Si me paraba a reflexionar qué significaba para mí, la sombra de los
malos pensamientos lo oscurecían todo. Mai era la representación de lo que
perdí, de lo que su único hijo me arrebató en mi peor momento.
Salgo del coche cuando Núñez me abre la puerta.
No he sido consciente de que ha bajado del vehículo y que se ha
acercado a mi posición, lo que revela que me he quedado absorta
completamente.
Cuando salgo le agradezco su amabilidad y le susurro que pronto iré a
buscarlo para tener una conversación. Él se queda en silencio. No sé qué
tipo de jefes son los Douglas y no quiero meter en un lío a ningún
trabajador. Yo o mi madre podíamos ser una de ellos.
—¡Iris, bienvenida!
Mai se acerca a mí sonriendo y con las manos ligeramente separadas de
su cuerpo. No hace el amago de darme un abrazo, sería demasiado para el
tipo de relación que mantenemos que es… Nula. En cambio, toma mis
manos entre las suyas y las aprieta con lo que me parece que es un gesto
cariñoso.
—Gracias.
No me salen las palabras, juro que desde que he escuchado el motor
apagarse mi cerebro también lo ha hecho. Ahora es real, he aceptado esta
condena y no puedo huir. Estoy a merced de las directrices de un hombre
que no conozco y que no se ha tomado la molestia de recibirme. Mi madre
y mi vida están a kilómetros de distancia y, para más inri, tendré que vivir
con la persona que más odio del planeta Tierra. Porque, oye, en Marte me
puedo hacer otro enemigo, que repetir es demasiado agobiante.
—¿Qué tal ha ido el viaje?
El tono de voz de Mai es reconfortante. Ni muy alto ni muy bajo.
Mi madre me indicó que se dedicaba a impartir charlas como ayuda
profesional. Es psicóloga, pero lleva mucho tiempo realizando terapias de
grupo. Creo que, basándonos en mi odio hacia esta familia, desarrollé la
idea de que esos grupos eran exclusivos para pijos con problemas idiotas,
ahora cuando miro su forma de expresarse dudo que sea así.
—Bien, ha ido mejor de lo esperado.
—Me alegro.
Y por la forma en que su boca se curva llego a pensar que lo hace de
verdad.
—Disculpa a tu tío, le ha entrado una llamada urgente y por eso no ha
podido acudir a recibirte.
—No pasa nada. No te preocupes.
Me importa una soberana mierda ese hombre.
Si tanto quería que estudiara en una buena universidad, se hubiera
agarrado al plan que le planteé. Que él pagase los estudios y yo la
residencia, pero no, teníamos que ser una familia feliz.
—Si te parece, te enseño la casa y acudimos a su despacho a darle una
sorpresa.
—Seguro que se lleva un ¡sorpresón!
Mai no comprende mi sarcasmo, me sucede a menudo porque, en lugar
de interpretar la sonrisa forzosa como una burla, se lo toma al pie de la letra
y me empuja hacia una enorme puerta a la que no alcanzaría ni subiéndome
encima de una escalera.
—Hemos pensado que estarías más cómoda en las habitaciones
principales. Tenemos una suite de invitados que también puede ser para ti,
Iris.
—No será necesario, me conformo con poco. No me voy a quedar a
vivir aquí más de lo necesario.
Mai no rebate mi comentario, sigue con su mano fija en mi baja espalda
aportando una especie de calidez dentro del palacio de cristal al que acabo
de acceder.
Como buena friki de internet me he visto todos los realities de famosos.
Las Kardashian no me gustan en exceso, pero me he tragado las temporadas
con una buena bolsa de palomitas. La casa de los Douglas podría ser similar
a la de ellas, pero nada tiene que ver. Entre estas paredes se percibe el lujo,
la elegancia y el gusto por ¿la comodidad?
Miro hacia la mujer de mi tío y la verdad es que ella encaja en la casa
como una pieza de un puzzle enorme. Más allá de las escaleras de cristal y
de las lámparas de lágrimas que bajan hasta casi mi cabeza, el resto del
mobiliario tiene gusto. Hay una mesa de madera que aporta calidez y unas
cuantas alfombras que, más allá de la pasta que deben de costar, son muy
bonitas.
—¿Te gusta?
—No me lo imaginaba de este modo.
—Me tomaré el comentario como positivo.
La mujer rodea mi cuerpo con la sonrisa iluminando todo su rostro.
Sube las escaleras y la sigo como una polilla a la luz. Puede ser muy
incómodo que me pierda dentro de esta mansión.
—En este pasillo están todas las habitaciones de invitados, podrás
acceder a ellas si lo deseas, ya sea ahora o dentro de unos meses, tú decides.
—¿Tenéis dos pasillos dentro de la casa para diferenciar estancias?
Creo que la he incomodado con el comentario, soy buena leyendo el
lenguaje corporal, aun cuando en su rostro, una vez más, no se aprecia
absolutamente nada.
—Tu tío es un hombre de negocios muy importante. En ocasiones
acuden a reuniones personas influyentes que les gusta la comodidad. Esta
casa está pensada para ser también una oficina.
Quizá Mai hubiera preferido una casita más pequeña a la que llamar
hogar… La mente de los ricos es todo un crucigrama.
—Voy a enseñarte tu habitación, espero que te guste, de no ser así, el
decorador estará aquí a primera hora.
Mai camina delante de mí por el enorme pasillo, está siendo muy
amable y mi madre me ha enseñado buenos modales. Incomodar a alguien
que está ofreciendo su mejor cara no es de ser una persona educada.
—No será necesario, Mai, me adapto bien.
Y no me pienso quedar a vivir aquí… pero eso no se lo digo, me lo callo
para no crear más tensión.
Abre la puerta de una de las habitaciones y juro que no estoy
exagerando cuando digo que tengo que cerrar un poquito los ojos debido a
la luz que sale de ella.
—Es muy soleada, es una de mis favoritas, por eso la he elegido.
—Gracias.
Me invita a entrar con un movimiento de su brazo derecho. Lo hago
como puedo porque la ventana está abierta de par en par.
Una cama, de las más grandes del mercado colchonero, preside la
habitación empapelada con un tono camel. El cabecero que la acompaña es
de lo que mi madre y yo admiramos en las revistas, blanco y acolchado, leer
apoyada en él debe de ser una gozada.
Hay un baño al final de la pared y un enorme ventanal por el que entra
toda la luz.
—Es muy bonito, gracias de nuevo.
—Falta que le pongas tu estilo, no he querido añadir nada más que lo
esencial para no incomodarte.
Me siento agradecida, pero repetirlo de nuevo sería arrastrarme hasta las
profundidades. Yo no he elegido vivir en esta casa, me hubiera conformado
con una residencia estudiantil cutre y una compañera de habitación toca
pelotas, es más, lo hubiera preferido.
—Haré que te suban las maletas mientras te acomodas.
Espera, ¿me va a dejar sola en esta casa?
No estoy cómoda —ese es el primer pensamiento que opaca a toda mi
cabeza.
—¿Y mi tío? —suelto en el último momento a la desesperada.
—¡Es cierto! Vamos a buscarlo a su despacho.
Sale de la habitación y yo la sigo de cerca. Necesito gritar, soltar los
nervios, ir a correr, hacer deporte… Algo que borre la sensación de
incomodidad de una vez por todas.
Nos acercamos con sigilo a las escaleras. Mai espera a que llegue a su
altura y comienza a descender. Me da algunas indicaciones básicas de
dónde se encuentra la cocina, el salón y el despacho de Michael.
—Esperemos que no esté ocupado, está siempre al teléfono.
La sonrisa me ha parecido la menos sincera desde que llegué. Mueve la
mano sobre la puerta con dos toques firmes. Se escucha un movimiento al
otro lado de zapatos pesados.
¿Quién en su sano juicio puede trabajar desde casa y no lo hace en
pijama?
La puerta se abre, o más bien se traslada hacia el lado derecho
pegándome tal susto que me separo de ella dos pasos hacia atrás. De ella
sale una figura alta, esbelta en ciertas partes y fornida en el tronco superior.
Parece ser que mi tío es todo un sugar daddy en potencia con un traje a
medida.
—Bienvenida, Iris.
Sus manos están ocupadas por un buen taco de papeles y, sus ojos, muy
similares a los míos y a los de mi padre, varían entre mi postura y la de su
mujer. A ella la mira con un toque más cálido, a mí me está midiendo como
hacen los perros cuando se encuentran con otro en el parque. Quizá si me
giro y dejo que me huela el culo, compruebe que tengo el mismo pedigrí
que él.
«No te metas en líos, Iris, esto para mí es importante» —pienso en las
palabras de mi madre y actúo como la mejor actriz de pacotilla de
Hollywood que soy cuando tengo a un idiota delante.
—Me alegro de verte, Michael.
¿Cuánto han sido? ¿Cinco años? ¿Seis años? ¿Siete años?
La última vez que vi a mi tío tenía doce años así que, sí, han sido más de
seis años sin tener ni una noticia de la familia Douglas.
—Espero que te encuentres cómoda en tus aposentos.
¿Por qué me ha sonado a: no salgas de ahí, guapa, que como lo hagas
molestas?
—Por supuesto, son tan grandes y cómodos que me va a costar
separarme de ellos.
A su favor diré que me gustan mis espacios. Soy un lobo solitario que
vaga por la vida sin manada. No daré problemas en ese aspecto si me dejan
a mi libre albedrío.
—En cuanto estés acomodada pactaremos actividades en familia.
La voz de Mai rompe todos mis planes de estar a mi bola. Quedaría feo
que le dijese que yo no pienso unirme a la primera de cambio, así que busco
una excusa fácil.
—No quiero molestar a Michael con su trabajo, iré a deshacer las
maletas.
Ni siquiera busco la aprobación de él, al fin y al cabo he captado en
todos sus movimientos que está tan incómodo como yo con mi presencia.
¿Para qué narices me ha enviado aquí si no me quería? Solo él lo sabe, con
todo, no pienso moverme en esos pensamientos o romperé a rabiar en
cualquier momento. Mai asiente aunque tampoco hace el amago de seguir
mis movimientos, se queda al lado de su marido y lo tomo como el
indicativo de huir.
Espero no perderme.
Tengo buena memoria, de las mejores según la opinión de mis
profesores de la escuela y me he fijado en todo los detalles y los giros que
hemos hecho desde mi habitación hasta el despacho del hombre con traje
negro. Supongo que el espíritu de piloto sigue en mí aunque nunca lo haya
podido explotar. Sería la mejor memorizando cada curva, cada ángulo, cada
chicane… En fin. Encuentro la salida del pasillo de las oficinas antes de lo
esperado, he vuelto al recibidor y desde este lugar sé llegar sin problema a
la habitación así que lo utilizo para fijarme en los detalles que antes he
tenido que obviar mientras subo las impolutas escaleras.
El techo de esta casa es el más alto que he visto en mi vida. A Mai le
deben encantar las flores porque tiene varios jarrones llenos de rosas
frescas. Quizá el jardín esté decorado con ellas, no he tenido tiempo a
reparar en ello.
No hay ni una foto decorando las paredes o las mesas adyacentes al
recibidor. Donde los muebles dan calidez al hogar, falta un poco de
humanidad en la misma. Puede que mi madre y yo seamos demasiado
exageradas en ese aspecto porque nuestra habitación tiene tantas Polaroids
que hace tiempo que hemos tenido que añadir la pared del salón como parte
de nuestro escenario.
—Siempre fuiste demasiado chismosa, primita.
La voz.
Esa voz.
La voz del diablo.
El enemigo.
El usurpador.
El maldito Beck Hunter.
Cambio la atención hacia él con un buen susto en el cuerpo que no hago
evidente. Sería darle munición antes de que la guerra comience.
Ha cambiado mucho con el paso de los años. No es el niño flacucho que
recuerdo, aunque tampoco es que tenga los músculos de hombretón de mi
tío. Es lo que tiene ser piloto de la categoría más alta de la Fórmula 1, que
uno no puede lucir el cuerpo que le gustaría porque se tiene que adaptar al
coche. Además, y para joder más a mi mente, las fotos de redes sociales no
le hacen nada de justicia porque sus ojos grises son más espectaculares en
persona que en las imágenes.
De lujo. Ha envejecido como el buen vino.
—Y tú siempre fuiste demasiado ladrón, y aquí estás.
Está en lo alto de la escalera, baja el primer escalón con una sincronía
propia de alguien que conoce que tiene el mundo a sus pies. Cruza los
brazos por debajo de su pecho y fija la mirada en mí. Realiza el mismo
movimiento y se queda a dos peldaños de mi cuerpo, con una diferencia de
altura considerable. Y no solo por las escaleras, es que el muy idiota
además de pasar de ser el patito feo al cisne, ha pegado un estirón de más de
un metro ochenta.
Como punto a favor diré que tengo sus huevos en la trayectoria de mi
rodilla.
—Yo no soy la muerta de hambre que viene a pedir limosna después de
que su papi la dejara sin blanca.
—No tienes ni puta idea.
Las palabras han salido apretadas, y es que mis labios están formando
una línea recta llena de rabia.
—Aprovecharte del dinero de Michael, es demasiado hasta para ti,
primita.
—¿Tienes miedo de que tu papi postizo te quite la paga?
Sonríe, y fíjate que hubiera preferido que se quedase serio porque los
dientes que le ha pagado Michael combinan muy bien con los labios
rechonchos que ha heredado de Mai.
—En esta casa, nos sobra el dinero a todos.
Beck Hunter no es solo un buen piloto, es también modelo de las
mejores marcas de moda, joyería, bañadores… Todo lo que te puedas
imaginar. En sus redes sociales junta a millones de seguidores, con que
salga a la calle con una camisa ésta se agota al momento. Hace dos años,
cuando tenía mi edad, consiguió un buen contrato en el equipo Aston
Martin de Fórmula 1. Era el piloto más joven de la parrilla y ahora, después
de dos años y con solo veinte, ha conseguido el contrato soñado por
cualquier piloto. Abrazar a los Tifosi, lucir el mono rojo de Ferrari y
participar en una de las leyendas más antiguas del mundo del motor.
No dudo que lo tiene todo, pero lo ha conseguido gracias a que no ha
tenido buena competencia.
Lo hubiera machacado de haber tenido la oportunidad.
—Por ese motivo —continúa—, hacemos obras de caridad en ocasiones.
—¿Te olvidas que yo no me he pegado a la familia Douglas, que soy
una Douglas?
—No tenía entendido eso, Iris Stars.
El muy cabrón sabe más de lo que está diciendo.
Puede que lo sepa todo, incluso el oscuro secreto que me ha lanzado a
los brazos de mi tío.
Si conoce que utilizo el apellido de mi madre de soltera es que…
—No te pienso joder si tú no me estorbas, así que vamos a tener una
buena convivencia, Hunter.
He ido subiendo los dos escalones que nos separaban. Como bien había
supuesto, aun así la diferencia de altura es notoria.
Vuelve a mover sus labios hacia arriba. La barba de dos días, recortada
con gusto, añade un toque prepotente a su cara angelical.
—Que tengas una buena estancia, arcoIris.
Antes de que pueda agarrarle de los pelos y restregarlos por el suelo,
baja escopetado las escaleras sin mirar atrás.
De pequeño utilizaba ese mote para hacerme rabiar. Soy daltónica, no
veo los colores del puñetero arcoíris. Él lo sabe, y lo emplea para joderme,
como todo lo que hace. El juego de mi nombre le ha ayudado a continuar
con la bromita que tiene menos gracia que un chicle pegado en la raíz del
pelo.
«Las personas feas no pueden ver lo bonito de la vida, por eso no puedes
ver los colores». Eso me dijo hace más de seis años el estupendo y
magnífico Beck Hunter.
3. LOS SECRETOS SON PELIGROSOS
BECK

No me hace ni puta gracia tenerla delante después de tantos años. Y menos


emoción siento cuando en todo este tiempo Iris ha cambiado poco, o mejor
dicho nada. Su carácter sigue siendo agrio, defensivo, quizá más de lo que
recordaba. A mi favor tengo que decir que no me he fijado en ningún
detalle de su anatomía, con su rostro ya he tenido suficiente.
Cuando Michael soltó la bomba de que ella estaría en casa durante un
año lo llevé mal. Al igual que un niño caprichoso y mimado al que le dicen
por sorpresa que va a tener un hermanito con el que compartir los juguetes.
No era gracioso, ni cómodo, ni me podía permitir en estos momentos esta
distracción. Porque sí, Iris Stars entre otras muchas cosas siempre fue una
distracción.
Ahora ninguno de los dos somos niños aburridos que tienen tiempo para
compartir. Ni tengo tiempo ni soy un niño, es más, tengo entre manos algo
demasiado peligroso a lo que ella no se puede ni acercar.
Miro el teléfono antes de entrar en el nuevo Ferrari que Michael me
regaló. La bandeja de notificaciones está llena con mensajes de redes
sociales, nada nuevo, por eso me fijo en las que tienen el icono verde de
WhatsApp. Tengo un mensaje de Ash y otro de Nate. Nada nuevo y menos
cuando he quedado en recoger al último hace…
Ups.
Hace diez minutos.
Acelero el vehículo y en menos de dos segundos aparco delante de la
fachada colindante a mi casa. Ada, la niña de los ojos de los Aston, y de mi
jefe en concreto, sale por la puerta con su habitual postura de «el mundo es
demasiado para mí». Eso no quita de que sea una de las personas más
hermosas físicamente, y personalmente, que he conocido en mi vida.
—Nate me está aburriendo con mensajes.
Es lo primero que suelta cuando pega su culo al asiento de cuero.
Arranco de nuevo mientras ella se ajusta con rapidez el cinturón de
seguridad.
—¡Eh!, no pongas mi vida en peligro porque seas un impuntual.
—Ha sido un día movidito.
No aparto la mirada del frente en ningún momento, pero de algún modo
Ada comprende lo que ha sucedido para que me haya retrasado.
—Ya ha llegado.
—Sí.
—¿Y el ceño fruncido es porque está más guapa de lo que la
recordabas?
Suspiro y pongo los ojos en blanco.
—Sigue siendo el diablo.
—Ya.
—Lo digo en serio, ha llegado con todo el arsenal cargado. Michael se
va a arrepentir de su decisión a la primera de cambio.
—Te vendrá bien que alguien te ponga las cosas difíciles por una vez.
No digo nada. Ada es una buena amiga, la conocí cuando llegué siendo
un niño al vecindario. A mí me gustaba la aventura, estaba acostumbrado a
luchar por encontrar mi lugar y ella se convirtió en la casita del árbol que
todos ansían cuando son pequeños. Reconfortable, segura, y con un toque
cálido para las noches de invierno.
No, no me he tirado a Ada en mi vida. Es la única amiga que tengo
aunque hemos pasado una época un tanto complicada. Hace unos meses
descubrió el secreto y no me dirigió la palabra durante semanas. Sé que
sigue dolida porque no haya confiado en ella, no obstante vamos
progresando en cuanto a la comunicación. A diferencia de mi primastra
nunca ha sido un peligro. Con Ada jamás he sentido la urgencia de alejarme
de ella por miedo a las consecuencias. Incluso cuando su padre se enteró de
que iba a dejar el equipo y casi me echa de la escudería a gritos.
Alcanzamos la casa de Nate veinte minutos más tarde de lo acordado. El
rubito de ojos azules está sentado en el banco de la entrada de su mansión
con cara de hastío.
—Como me paguen menos por llegar tarde, os vais a enterar. Sea de
quién sea la culpa.
—Como si te hiciese falta el dinero —suelto cuando cierra la puerta tras
de él.
Nate es el hijo del mejor amigo de Michael. Crecimos juntos,
odiándonos y amándonos a partes iguales. Digamos que tenemos una
relación extraña porque ninguno diría que somos grandes amigos, pero
siempre hemos revoloteado alrededor del otro. Que él aún no haya
conseguido un asiento dentro de la parrilla de Fórmula 1 ha complicado
nuestra relación en los últimos años.
Acelero lo máximo posible para llegar cuanto antes al salón en el que
nos han citado para realizar la sesión de fotos. Para mí ha sido una
obligación por parte del equipo. Han sacado una línea de moda y me
querían como modelo, es una de las funciones que firmé en el contrato hace
dos años con algunos patrocinadores y tengo que reconocer que me gusta.
Lo de ser modelo por un día, digo. En el caso de Ada también ha sido a
causa de fuerza mayor. La chica es una preciosidad y su padre, el jefe de la
escudería, también la quería dentro del catálogo. El caso de Nate es
diferente, él ha sido el que se ha añadido al plan. Me queda esta temporada
dentro de Aston Martin, después me iré al equipo rojo con todas las
consecuencias que ello conlleva, entre otras cosas dejar un asiento libre en
el equipo verde. ¿Puede que Nate esté luchando con todas sus fuerzas por
él? Puede que sí y he de reconocer que me lo paso genial viendo como se
devana los sesos para impresionar al señor Aston. Ahora bien, si el hombre
se enterase de que el pretendiente a piloto haría cualquier cosa, incluido a
sus dos hijas, Ada y Lyn, para conseguir el puesto quizá no estaría tan
contento.
4. EL CIRCUITO ES LARGO Y HAY MUCHAS
VUELTAS HASTA QUE SE CRUZA LA LÍNEA DE
META
IRIS

La primera noche, y después del encuentro con Beck, llamé a mi madre


para ponerla al día de cómo era la casa de su cuñado. Se mostró alegre y de
alguna forma me transmitió esa alegría, eso sí, no pude pegar ojo en toda la
noche pensando cuál de las quince habitaciones sería la del enemigo.
El segundo día me libré de cualquier interacción con los Douglas,
¿debería de referirme a Mai como una Douglas más? Su hijo utiliza, al igual
que yo con mi madre, su apellido de soltera. Lo único que sabía de su
historia familiar es que Mai había quedado viuda cuando Beck era pequeño
y desde entonces era más rica, guapa y tenía una buena vida.
Años después se casó con mi tío, pero ni Beck adoptó el apellido
Douglas ni el de su propio padre.
A lo que iba, que con la excusa de adaptarme y deshacer las maletas,
que solo tenía una, me pasé el día en la habitación. Hablé con mi madre,
acabé el libro que estaba leyendo y organicé el enorme armario en el que
podía meter mis pertenencias y la de otras tres personas. O yo contaba con
muy poca ropa o el vestidor era exagerado en tamaño.
El tercer día ya no tenía excusa.
Acababa de elegir una blusa para bajar al almuerzo. Sabía que había uno
porque una chica del servicio tocó a mi puerta hacía media hora para darme
la indicación. A ella le añadió que la señora Douglas había requerido mi
presencia.
Mi madre requería mi presencia a gritos, pero claro, como no hubiera
altavoces por la mansión, ese hecho no se podía producir.
Encuentro a una de las trabajadoras en la escalera y es a ella a la que le
pregunto cómo puedo llegar al almuerzo. Esta gente tiene tantas salas que
quizá tengan solo una para desayunar… Quién sabe.
Cuando el comedor me da la bienvenida, traigo a la mente la opinión de
que para ser tan grande, es una casa que cuenta con carisma y calidez.
—Buenos días, Iris. Me alegra verte, ayer me comentaron que estuviste
de lo más ocupada.
Sí, rascándome la barriga.
Cambio la atención de Mai a mi tío que no ha levantado la vista del
periódico. Se lleva la taza con el café hasta la boca y sigue a lo suyo. Tomo
asiento justo enfrente de Mai para responder.
—Buenos días a ti también.
A ti.
Al prepotente de tu marido que le den.
Y a tu hijo también.
Por cierto, ¿dónde está Beck?
—¿Leíste el mensaje que te hice llegar ayer?
—La nota —aclaro.
—Sí, la nota.
—La he leído.
Un hombre se acerca por mi hombro derecho y hace el amago de
servirme café. Es lo más incómodo que he vivido en mucho tiempo. Cojo
yo misma la taza, la jarra y vierto la cantidad que deseo. Por Dios, que la
tenía a dos centímetros de mi mano. Sonrío hacia el hombre para que no
tome mi gesto como una ofensa.
—Hoy es la presentación de la universidad. Van a ir todos los nuevos
alumnos y estoy segura de que te adaptarás a las mil maravillas.
Cuando a mi madre se le metió en la cabeza que tenía que dejar de
trabajar para centrarme en los estudios, le revelé que sería una tontería
porque no me gustaba ninguna profesión. No tengo ningún don más que
mantener un coche dentro de un circuito, apretar el acelerador y soltar el
embrague con la mayor delicadeza del mundo. Dar gas es el único don que
tengo.
Con la llamadita de Michael ambos pactaron que lo mejor sería que me
graduara en economía, para después saber manejar las acciones que heredé
de mi padre. Pienso venderlas en cuanto cumpla los veinticinco años y estén
en mi poder, así que me da exactamente lo mismo. Del mismo modo que
me dio igual los estudios que eligieron, he conocido a grandes personas sin
estudios que han alcanzado lo más alto, como a la inversa. Mi vida no la va
a dictaminar una cartulina firmada por un rector y el rey.
Puesto a elegir, preferiría que cuando me graduara, el rey Carlos de
Inglaterra, el rojo como yo lo llamo por su tez tendente a este color, ya la
hubiera palmado. Me cae mejor su hijo, el William, Willi para los amigos.
Su mujer es divina de la muerte.
—No soy muy de relaciones estrechas.
Ni de grupo de amigos. Ni de lamer culos… Podría seguir con un largo
etcétera.
—Habrá gente nueva. La universidad de Oxford es de las mejores, se
trasladan miles de estudiantes solo para poder acceder a sus aulas.
—Qué honor…
Tomo la taza con la mano y la llevo inmediatamente a los labios. Ya no
sé qué añadir para no soltarle a Mai que me la suda su emoción, solo quiero
ir a mi primera fiesta universitaria y conocer quién mueve los hilos detrás.
Puede que los estirados no lo sean tanto, o por lo menos esa es la fama que
siempre han tenido.
—He preparado un buen discurso, espero que te guste.
Y aquí está la guinda del pastel. Mai no solo está emocionada porque
haya iniciado un curso en la universidad, es que la tía es la directora de
dicha universidad. Por lo que ayer me comentó en una nota de lo más
elegante que hizo llegar a mi habitación en una bandeja de plata, su hijo
también acudirá.
Beck, debido a su carrera deportiva, estudia asignaturas online con una
adaptación extendida en el tiempo. En cristiano quiere decir que como el tío
solo entrena y viaja cada semana a un punto del mundo diferente, le regalan
el título mientras sus papis se lo pagan a la universidad.
No voy a ser hipócrita. Me hace ilusión poder conocer a gente nueva y
tener la oportunidad de descubrir ese sentimiento de ser «universitario» del
que todo el mundo habla. ¿Me cambiará la vida? ¿Encontraré a mi alma
gemela?… Es una buena distracción para el momento de vida que tengo
ahora mismo sobre mi cabeza. Al igual que me hace ilusión me da miedo
que Beck, por su cercanía con su madre, me joda de algún modo el
momento. No es la primera vez, ya tenemos experiencia en el temita.
—Estaré atenta.
Odio los discursos a muerte y no conozco a Mai como para que después
de que suelte un tostón, le vaya a dar palmaditas en la espalda.
—Por cierto, cielo. —Toca la mano de mi tío con delicadeza. Al instante
él eleva los ojos hacia ella encandilado.
Guau, no había visto venir en la vida ese tipo de relación entre ellos. Es
más, mi madre y yo en alguna ocasión y con la prensa del corazón en la
mano, hemos creado teorías de que eran un matrimonio por conveniencia,
esos que tanto se dan en las altas esferas. Cosas de ricos, vaya.
—¿Le has dado la noticia a Iris?
—¿Qué noticia?
No me gustan los entresijos, las adivinanzas ni las fiestas sorpresa. Me
pongo tensa a causa de que las personas esperan de ti una reacción que en la
mayoría de las ocasiones no es la acertada.
—Te he comprado un coche para que vayas a la universidad.
—¿Que has qué?
Lo ha soltado como quien dice: oye guapa, que te he cogido una bolsa
de golosinas para que la goces esta noche con una película.
—Lo necesitas. No hay transporte público cerca de la urbanización.
Me está retando con la mirada a que no abra la boca, asuma su regalo y
lo deje pasar. Tengo la ligera sospecha de que si no estuviera su mujer
delante me soltaría esas palabras.
—Puedo ir con Núñez.
En el viaje me hice amiga de él. Es un buen hombre, estoy segura.
—Núñez es mi chófer. Maneja el coche de la empresa y no va a estar
disponible para ti. No hay discusión posible en este asunto.
La mesa se queda en silencio. Michael regresa al periódico y Mai me
observa con delicadeza.
—Te acostumbrarás a él, conozco por Micki que la conducción es tu
pasión.
—No saques ese tema, por favor.
No quiero hacerle daño con mis palabras a la única persona que está
intentando hacer mi convivencia más llevadera.
—Hoy puedes ir con Beck en lugar de con nosotros, si así lo prefieres.
Ni de coña.
Al enemigo ni agua.
Ni buenos días.
Ni compartir espacio y mucho menos en un coche.
—Buenos días, familia.
Venga ya, ¿no había momento más inoportuno para hacer una entrada?
El muy cabrón seguro que estaba escuchando detrás de la puerta y ha
accedido a la sala cuando menos se le esperaba.
—Beck, cariño, le estaba diciendo a Iris que podía ir contigo hasta la
universidad.
No quería hacerlo, pero al final acabo claudicando y miro hacia su
figura.
El susodicho luce un chándal de dormir y la marca de la almohada en la
cara. Mi mano pica por dejarle otra marca en esas perfectas facciones. Una
roja, a juego con su futuro mono de carrera y con mis dedos marcados en
toda su mejilla. Pero claro, no soy una persona violenta, solo me dejo llevar
«en ocasiones» por este tipo de pensamientos.
—O, si lo prefieres, puedes acudir con nosotros, Iris. Lo que sea más
cómodo para ti.
—Claro, Iris, es una buena carta de presentación ir con la directora el
primer día.
Me ha adelantado en la puta curva por el interior, pero el circuito es
largo y hay muchas vueltas hasta que se cruza la línea de meta.
—Iré contigo, primo.
—Será ¡lo mejor que te ha pasado en la vida!
Llevo la taza de café a la boca antes de que todos puedan apreciar la
cara de acelga que se me ha quedado.
◆◆◆

Para mi no grata sorpresa, Beck dejó el desayuno unos minutos después


con la excusa de cambiarse de vestuario.
Desde ese momento ha transcurrido una hora y solo queda media hora
para que la reunión de comienzo. Mi tío y Mai se han ido de casa hace unos
minutos. No quise preguntar si el señor Michael Douglas iba a acudir para
apoyar a su esposa o para hacerme la típica foto de la pringada del primer
día de cole. Tengo suficiente con que mi mente no cese de repetir que he
caído en la trampa del mierdoso de Hunter y que todo estaba planeado
desde el primer momento.
¿Qué impresión daré a mis futuros compañeros? ¿Su madre se enfadará
conmigo? Él no es un nuevo alumno, va como invitado especial. Apoyo
moral.
—¡BECK HUNTER O BAJAS AHORA MISMO O TE ARRASTRO
DE LOS PELOS!
Al instante se escucha un portazo retumbar en toda la estancia.
Lo había esperado, el muy cabrón me había llevado al límite a sabiendas
de que iba a quedar como la loca del lugar.
—Sé que mi presencia te reconforta de tal forma que no puedes vivir sin
ella, pero no es necesario gritar.
No estaba en su habitación porque me encontraba a los pies de la
enorme escalera y por allí, a no ser que se hubiera convertido en un
fantasma, no había bajado.
Me giro hacia su figura, está cerca de mi espalda, de nuevo con la pose
de chulito y con las manos escondidas en su espalda. La postura hace que su
pecho quede más expuesto.
—Lo estás haciendo a propósito y me las vas a pagar.
—¿Ah, sí? ¿Tienes esa certeza?
—No hay que ser muy listo para leer tus intenciones, Hunter. A mí no
me la cuelas.
—¿Estás segura, Stars?
De pequeños, cuando solo éramos Beck e Iris y jugábamos juntos a
saltar las horas del día, nos entreteníamos simulando que corríamos con las
bicicletas como si fueran coches de la NASCAR, por aquel entonces la
Fórmula 1 era impensable. Radiábamos las carreras nosotros mismos y nos
nombrábamos como el inmejorable Hunter y la imparable Stars.
Éramos buenos en lo que hacíamos. En divertirnos con las mismas
cosas, en apoyarnos el uno al otro.
La infancia es efímera, rápida, un recuerdo constante al que todos
queremos volver. Después los Douglas y sus aspiraciones se cruzaron.
Hunter se convirtió en el inmejorable piloto Hunter y yo dejé de ser Stars
para convertirme en un mote que me sonaba feo. Ya no era Stars, sino
arcoIris.
Que volviera a utilizar mi apellido había traído todo tipo de recuerdos a
mi cabeza. Todos malos, llenos de odio, rencor y ansias de borrarle la
sonrisa de la boca. Esa que siempre luce.
—Tengo un año para demostrarte que eres un mierdas, Hunter, no dudes
que haré todo lo que esté en mi mano para enseñar al público tu verdadera
cara.
Con esa frasecita estelar me giro y salgo hacia la entrada de la mansión
donde su Ferrari, el mismo que mi tío le regaló cuando fichó por la
escudería Aston Martin, espera por nosotros.
Uno de los trabajadores de la casa me abre la puerta a mi paso. Lo hace
con la del copiloto y, aunque dudo mucho que el pobre hombre tenga las
mismas malas intenciones que yo, me ha dado una brutal idea.
¿Qué le pasaría por la cabeza al grandísimo Beck Hunter si alguien le
roba su Ferrari?
No tengo tiempo para maquinar el plan, tan solo lo guardo en la
recámara para que en algún punto lo pueda utilizar a mi favor. Él toma
asiento en el sillón del conductor. No mira hacia mí en ningún momento, y
yo también evito por todos los medios observar los detalles que lo rodean.
Desde que me empezaron a llamar la atención los chicos me fijaba en la
postura que empleaban mientras conducían. Hay algo erótico para mi
cabeza en el modo en el que se concentran, mueven sus manos sobre el
volante, cambian las marchas manualmente… En fin. Que si ahora mismo
miro hacia él, con el cabreo y la sensualidad que irradia puedo cometer un
error y no es el momento adecuado.
El único sonido que se escucha es el motor retumbando como pura lava
ardiente y una música espantosa que ha elegido Beck hace unos minutos
para que el silencio entre nosotros no fuera tan incómodo. Prefería el
silencio a que me levantase tal dolor de cabeza que ni una aspirina pudiera
con él.
Qué mal gusto tiene, por favor…
Lo que, para Google Maps son media hora de tramo en conducción, para
él son quince minutos. Alcanzamos el aparcamiento de la universidad en
tiempo récord.
—Has infringido más de una norma de tráfico.
—Me gustan los récords, ¿o es que no lo sabes?
Giro la cabeza hacia él, pero me encuentro con un asiento de piel,
monísimo y carísimo, vacío. Ha sido, de nuevo, más rápido que yo.
El aparcamiento de la universidad está lleno a rebosar. Los coches no
cesan de entrar, los lugares para aparcar comienzan a escasear y los
alumnos, de edades similares a la mía, empiezan a ponerse nerviosos y a
agolparse en la puerta de entrada a lo que entiendo, por el cartel, que es la
sala de reuniones.
Salgo del coche sabiendo que más de uno está mirando en nuestra
dirección. Es una universidad pija y cara, pocos muertos de hambre como
yo podemos acceder a ella. Con esto quiero decir que nos rodea el lujo y,
aun así, el coche deportivo de Beck con el inconfundible rojo de la
escudería Ferrari, resalta por encima de los demás.
Hay que ser cutre para querer llamar la atención a todos los lugares a
donde va.
Me alejo un paso del vehículo con la vista clavada en la espalda de mi
enemigo acérrimo. Él no es consciente, o si lo es su postura no lo delata, de
que más de una persona le está haciendo fotos desde la lejanía.
Beck Hunter es una joven promesa del mundo del motor. Ha conseguido
el contrato que muchos desearían a la tierna edad de veinte años y, por si
esto fuera poco, los patrocinadores se lo rifan por la cara bonita que tiene.
Y dura. También tiene la cara dura, a pesar de ello, creo que eso ellos lo
desconocen.
Tan solo me da tiempo a caminar dos pasos detrás de él cuando un
grupo de chavales, nuevos por la zona, se les nota a leguas, se acercan a él a
pedirle una fotografía.
Hacen el amago de preguntar, pero su brazo ya estaba enfocando la cara
de Beck con la cámara encendida. No parece que él se sienta incómodo, es
más, por la sonrisa que se le genera en un segundo entiendo que es parte de
su rutina.
Al parecer la estrella de los circuitos también tiene sus seguidores en la
universidad.
Si Mai no me ha engañado, que lo dudo mucho, él no es un estudiante
más al que puedan acercarse siempre que quieran, quizá por ese motivo,
alumnos de edad más avanzada, también se estén acercando al ver todo el
revuelo para conseguir su instantánea.
¡Qué agobio, madre mía!
En un momento nos han acorralado contra el coche, porque esa es otra,
quieren una foto con Beck y con el deportivo que luce.
Me he quedado sin salida para continuar hasta la reunión y con la
angustia de que alguno me empuje y me tire al suelo solo por tocar a la
estrella del momento.
Como puedo, me cuelo entre la espalda de Beck y el morro del coche.
He visto que hacia su izquierda se ha formado un espacio para poder huir.
Cuando estoy a punto de pasar por su lado, lo empujan contra el vehículo y
me aprieta hacia él. Le rozo la espalda para que entienda que estoy detrás y
que si sigue dando pasos hacia el coche me dejará allí encerrada. Mira un
segundo hacia mi cara, algo ve, no sé el qué porque en lugar de
encontrarme con la sonrisa diabólica o el ceño fruncido que solo me enseña
a mí, resopla y hace que la gente me dé espacio.
Punto positivo para la estrella, ha impedido que muera aplastada por sus
fans. Tendré que darle las gracias y todo.
Cuando logro salir de toda la marabunta de gente, un grupo de chicas se
acercan corriendo hacia el tumulto. Escucho su conversación, no porque sea
una cotilla de catálogo, que lo soy, sino porque gritan de tal forma que es
inevitable.
—Joder, qué guapo es en persona.
—Mucho más que en las fotografías.
—¿Crees que tendrá más novias que coches?
—Tiene pinta de ser de los que se tiran a todas.
—Pues yo me considero una de esas todas.

Estoy por gritarles que dan vergüenza ajena, pero después pienso que si
a mí me pusieran delante a Harry Styles también le tiraría el sujetador a la
cara.
Ah no, porque nunca utilizo.
Las bragas también servirían.
Como sea, camino más rápido hacia ese cartel que anuncia mi destino y
dejo atrás a tanto idiota junto.
—No tan rápido, arcoIris.
—¡JODER! ¿Por qué coño me das siempre sustos de muerte? ¿Y dónde
están tus súbditos?
Miro hacia atrás, la gente sigue agolpada pero alrededor del coche.
Beck ha aparecido a mi lado, como hace media hora en su casa, sin
despeinarse y sin revelar cómo coño lo hace para ser tan sigiloso. A ver si
va a tener un motor metido en el culo y por eso camina tan rápido.
—¿Eres así de sensible para todo, primita?
—Cállate. Me estás dando vergüenza ajena. Yo no te daría mi sujetador.
Su cara se transforma en una mueca de no entender nada de lo que estoy
hablando. Ves, eso me pasa por ponerme nerviosa, que bajo mis defensas y
me dejo en evidencia.
—Ven.
Tira de mi brazo con fuerza.
—Ni de coña. Quiero estar en la presentación de tu madre, dijo que era
importante para los nuevos alumnos.
Su mano rodea mi brazo con fuerza. No llega a hacerme daño, pero si da
un tirón me moverá a su antojo, así que, con la mano libre, cojo el pomo de
la puerta por la que iba a entrar antes de que casi me provocase un infarto.
El tercero desde que he llegado a la casa de los Douglas.
—Hazme caso, te gustará lo que te tengo que enseñar.
—No me vas a impresionar. A mí no, Hunter. Prueba con una de tus
groupies.
—Será un segundo, hazme caso, yo conozco este recinto mejor que mi
madre.
—Voy si después me dejas en paz para el resto de mi existencia.
—Eres tú la que no puedes vivir sin mí, ¿no lo recuerdas?
—Las mentiras no las suelo recordar, no.
Sonríe y la luz le llega a los ojos.
Bien es cierto que es una parte de su anatomía con un toque especial.
—Venga, Stars, no seas muermo que te será útil conocerlo para tu vida
universitaria.
Mi vida universitaria sería el foco para el próximo año. Después de los
trescientos sesenta y cinco días correspondientes, mi tío tendrá que darme
luz verde para dejarme ir. Espero que para ese entonces haya conseguido o
una buena beca por mis calificaciones o un empleo que me permita seguir
estudiando.
Vuelvo la atención a sus ojos. Parece que tiene intenciones sinceras así
que, acabo soltando la manilla de la puerta del salón de actos y asintiendo.
Él hace lo propio, suelta el agarre que mantenía en mi brazo y camina
unos pasos por delante hasta que rodea el edificio principal. La fachada de
la universidad es igual de imperial que la mansión de los Douglas. Se ve el
dinero por todos los poros, pero el callejón por donde me está metiendo mi
primito no parece tan pijo y serio como el resto del entorno.
Está rodeado de árboles y, si mi visión no me falla, al final de la calle se
aprecia lo que parece ser un viejo aparcamiento y una cancha de baloncesto.
—¿Por qué me va a ser útil conocer esta ubicación?
Estoy hablando a la espalda de Beck. No se gira para comprobar que lo
sigo, intuye mi presencia en el pequeño espacio que nos rodea.
—Espera y verás.
Camino con cuidado. No me fio de sus buenas intenciones y tampoco
me interesa conocer dónde se hacen los botellones y las orgías en esta
universidad.
Antes de alcanzar el viejo aparcamiento, en esos momentos vacío
completamente, lo veo.
Veo las marcas de las frenadas de los neumáticos.
Los cambios de dirección que los coches realizan en ese espacio.
Las gomas fuera del trazado.
Y entonces lo entiendo todo. No había buenas intenciones, jamás las
hubo por su parte. Lo sabe. Conoce mi secreto, y lo va a usar a su favor.
Se gira con la puta sonrisa decorando toda su cara. No soy capaz de
expresar el asco que me da en estos momentos porque me he quedado tiesa,
sin palabras.
Abre los brazos y los estira al alto. Ha conseguido ser el protagonista de
la función y quiere que lo aplauda.
—Prima, en este lugar te sentirás como en casa. Al fin y al cabo, esta es
tu verdadera esencia, ¿no?
—¿Cómo lo has descubierto?
Mi voz ha salido apretada. Estoy soportando las lágrimas que pican por
bajar por mis mejillas. No me gustan los imprevistos, y esto no lo vi venir.
—¿Hablas de tu pasado oscuro? ¿O no es tan pasado, arcoIris?
—Eres un hijo de puta.
Deja los brazos caer sobre sus caderas. Con fuerza, con la misma que
irradia su cuerpo cuando se acerca a mi boca en dos pasos.
Mi instinto me grita que dé un paso atrás, sin embargo, me quedo
clavada en el sitio.
—Yo no tengo antecedentes por correr carreras ilegales, Stars. ¿Puedes
decir lo mismo?
No suelto su mirada en ningún momento. Tengo su respiración sobre la
mía, estamos compartiendo aire. No entiendo por qué se ha acercado tanto,
quizá para dejar clara su superioridad, pero a mí me despierta todo tipo de
emociones y todas malas. Muy malas.
—Como te dije el primer día, yo no soy ninguna ladrona, Hunter.
Me giro para volver por el camino que él mismo me enseñó.
Ha sido un error confiar en él.
Ha sido lo peor que he hecho desde que llegué aquí, porque haber
llegado ya es un buen error.
Y, lo peor de todo, ¿cómo narices sabe él de mi pasado?
5. CONOZCO TU OSCURO SECRETO.
BECK

Desde muy pequeño aprendí que para proteger a los que más quieres,
tienes que hacer cuanto esté en tu mano. Lo que sea. Si Iris tenía que ser un
daño colateral lo iba a ser, tampoco es que le tuviese un gran cariño, solo
había sido la niña que un día me acompañó en mis fantasías de ser adulto y
con la que tenía varias cosas en común.
Descubrir su secreto fue sencillo. Michael estaba nervioso por la llegada
de su sobrina, más nervioso de lo habitual, ya que el hombre es de pocas
palabras. Le pregunté si le podía ayudar y entonces lo soltó todo. Como un
crío agobiado que necesita ayuda y no tiene ni idea de dónde pedirla. La
doble vida de Iris podía acarrearnos consecuencias a toda la familia porque,
claro, una empresa que se dedica al deporte, una persona como yo que tiene
exclusividad con las altas esferas del mundo del motor, no es bueno que se
relacione con la morralla que genera tráfico a altas velocidades.
No hizo falta que me lo pidiera. Llamé a Asher al finalizar ese día.
Necesitaba que borrase toda la información en la red que hubiera
relacionado con el tema. Mi padrastro cuenta con la mejor tecnología y los
mejores informáticos para llevarla a cabo, pero no todos son de extrema
confianza. Los documentos que Ash encontró representaban a una Iris muy
diferente a mi arcoIris. Había entrado con fuerza en un mundo oscuro, no
tenía unas calificaciones excelentes y tampoco se relacionaba con lo mejor
del pueblo. No podía poner como excusa la afección por la muerte de su
padre. El hombre había pasado de ella desde que perdió la cabeza en alguna
parte del mundo. La relación con él siempre fue disfuncional, ni Michael ni
mi madre habían conseguido llegar a ningún acuerdo con él con respecto a
la empresa familiar. Había puesto las cosas difíciles a todos menos a Iris.
Que se fuera de su lado fue lo mejor que le pudo pasar aunque ella no lo vea
de esa forma.
Sus ojos color avellana se clavan en mi rostro con fuerza. He
conseguido lo que buscaba, ha bajado las defensas porque no se esperaba el
golpe.
Siento mucho no tratarla como una muñequita a punto de romperse, es
lo que tiene vivir en la selva, solo los más fuertes sobreviven.
Sin sentimientos.
Sin oportunidades.
Sin dar la espalda al enemigo.
Si tenía que empezar una guerra con ella para despejar el foco de
atención lo haría. Ni Michael, ni mi madre me lo habían tenido que pedir.
Yo podía acercarme a Iris y desconcertarla, siempre se me había dado bien.
Desde pequeños los dos nos retábamos constantemente a ver quién
conseguía avanzar.
Y, en una guerra, mientras el luchador sangra por su herida, no se da
cuenta del paisaje. No puede percibir los detalles que lo rodean.
Solo iba a ser un año.
Un año y todo se acabaría.
Podía hacerlo.
No.
Iba a hacerlo.
6. LA ÚNICA SOLUCIÓN POSIBLE ES QUE BECK
HUNTER SE DIGNE A DEJAR DE SER IDIOTA.
IRIS

Para cuando accedo a la sala la mayoría de los presentes ya han ocupado


sus asientos. Mai comienza su charla y alucino con la capacidad de
comunicación que tiene. Bien es cierto que entre que me importa una
mierda las instalaciones de la universidad, y que mi mente se ha quedado
clavada en la mala baba que ha tenido Beck conmigo, apenas me doy
cuenta de que nos están invitando a salir de la sala para hacer un tour por
los pasillos. Si no viviera con la persona que lo va a realizar ya hubiera
salido por la puerta, me hubiera ido directa a comprar un buen helado de
chocolate y a llamar a mi madre para contarle que hay días que es mejor no
salir de la cama.
Días como este.
Reviso los rostros de las cien personas que están a mi alrededor. Los
podría dividir en dos grupos, en los que son pijos y nuevos. Se nota porque
están poniendo suma atención a los detalles, no saludan a nadie y las
palabras de Mai serán su religión para los próximos meses. Y, por otro lado,
están los pijos ya conocidos. Quizá comparten campo de golf, tiendas de
Prada o alguna de esas mierdas porque pasan de las palabras de Mai,
cuchichean y miran a los demás por encima del hombro porque ellos ya
tienen su grupito de amigos hecho.
Cuento con la grandísima suerte de que los grupos de personas me
agobian y que no he venido aquí a hacer currículum ni a buscar mis damas
de honor para mi futura boda con un millonario.
Observo como el grupo comienza a dispersarse y atiendo de nuevo a la
mujer de mi tío. Está dando por finalizado el tour y está deseando buena
suerte a todos. También indica cuál es su número de despacho por si
necesitamos cualquier cosa.
Estoy por preguntarle si necesito un aprobado, si puedo acudir a ella,
pero no quiero buscar más enemigos en mi casa.
Ella busca mi mirada así que espero a que responda las preguntas de dos
chicas del primer grupo. Pelotas y nuevas. A ver, que yo también soy nueva,
pero no pelota.
—Iris —me llama para que no salga de la sala—, ya me ha comentado
Beck vuestros planes. Quiero que sepas que me hace mucha ilusión que
ambos os animéis a pasar tiempo juntos.
—¿Tiempo juntos? ¿Nosotros?
—Creo que es una sorpresa. —Se acerca a mi cuerpo para susurrar— Mi
hijo solo hace sorpresas cuando la otra persona le importa, así que me
alegra que podáis recuperar el vínculo que teníais.
No sabes tú bien la sorpresa que me ha hecho hace un ratito —pienso
para mí.
—¿Y sabes dónde está?
—Estará esperándote a la salida. Él siempre evita estas reuniones, dice
que no son lo suyo.
—¿Y tienes idea de qué tipo de sorpresa ha podido preparar para mí?
—Tengo la certeza que te llevará a cenar al Matt´s, su lugar de
hamburguesas favorito.
—Come hamburguesa.
Suponía que, un deportista profesional como él, tenía una dieta de lo
más estricta.
—Por eso mismo lo digo, solo se salta la dieta cuando es una ocasión
muy importante. Hazme caso, él te quiere recuperar.
¿Cómo se le dice a una mujer que es una sonrisa andante, que su hijo es
el mismísimo diablo?
No se le dice y punto. Me trago el comentario de niña pequeña que pasa
por mi cabeza y que reza algo así como «llévame contigo a casa, por
favor», y me dirijo en busca del susodicho. Si me va a llevar él a casa,
tendrá que apechugar con ello.
Me giro con la intención de huir de la escena, pero antes de que mis
movimientos sucedan, Mai me toma del brazo.
—Espera, Iris, te quiero presentar a nuestra vecina, que también será
compañera tuya de clase.
De verdad que admiro la calidez de esta mujer, pero es que es igual que
una abuela con su nieta en el parque. Me siento tonta a su lado.
—Ella es Ada Aston. Es la hija del jefe de Beck, por si no te habías
dado cuenta.
Pillo de primeras el triste chiste de Mai.
Aston Martin es la escudería de Beck en estos momentos, y lo ha sido
durante dos temporadas. Recientemente, la heredó el hijo del primer dueño
y, según Mai, esta debe ser la hija del mismo. Es mona, una chica rubia, con
la tez blanca y cuidada y con unos ojos verdes eléctricos tan grandes que te
podrías perder en ellos. No sé si es por su falta de sonrisa o por su postura
incómoda bajo el brazo de Mai que me resulta distante. Como si no quisiera
estar ahí. O igual es que no se rodea con la plebe y el problema lo tiene
conmigo y no ha querido hacerle un feo a su vecina, quién sabe, en las
cosas de ricos aún no soy una experta.
—Encantada —digo—, soy Iris Stars.
—Lo mismo digo.
Se queda en silencio, no hace ningún comentario más y las tres nos
miramos incómodas. Es mi tía la que rompe el silencio con una despedida
apresurada. En cuanto desaparece de la escena, Ada eleva la mano, me dice
un adiós rápido con los labios y también se va.
Pierdo la esperanza con ella de entablar una conversación interesante.
Siendo la hija de uno de los jefazos de la Fórmula 1 podríamos tener cosas
en común.
Regreso a mis planes iniciales: encontrar a mi (no) querido primo,
decirle que sus bromitas no me hacen ni puta gracia, y pedirle que me lleve
a casa porque necesito una buena dosis de lectura para desquitarme de los
nervios innecesarios que él mismo me hizo pasar. Salgo del edificio y, para
mi sorpresa, allí no hay nadie. Ni en la esquina en la que dejé al idiota de
turno ni por la zona del aparcamiento. Su coche no está en la plaza de por la
mañana y el volumen de personas se ha reducido tanto que debería de verlo
si se encontrase presente.
Resoplo. Es lo único que puedo hacer porque:
1- No tengo el teléfono del idiota de turno y tampoco sus redes sociales
porque me tiene bloqueada en cada una de ellas.
2- Tampoco puedo pedir un taxi para regresar a la mansión de los
Douglas porque no tengo ni idea de la dirección. Ya sabía yo que eso de
viajar con chófer dejaba a uno alelado.
Así que la única solución que barajo es la de quedarme quietecita
esperando a que Beck Hunter se digne a dejar de ser idiota.
◆◆◆

Los minutos van pasando hasta convertirse en una hora de


desesperación. He visto como el recinto se vaciaba, he gritado a la nada y
me he cagado en todo por haber caído en la trampa, y ahora estoy siendo
testigo de cómo, de forma inexplicable, el ambiente ha vuelto a aumentar.
Las caras de los recién llegados no se asemejan a las caras nuevas que había
hace un rato por los pasillos. Ahora la gente sabe dónde ha llegado y hacia
dónde se dirige y, por más que quiero evitar la zona, sé que caminan hacia
el mismo lugar donde Beck me enseñó las marcas de neumáticos.
Me asomo con cautela al callejón. En ese mismo instante está entrando
un coche, tuneado y lleno de altavoces a la zona.
Este ambiente lo conozco y no debería de encontrarme rodeada de él. Es
tan simple como huir, ¿pero cómo? No encuentro al maldito Beck por
ningún sitio y estoy empezando a agobiarme. No quiero defraudar a mi
madre y siento que es lo que voy a conseguir.
La velocidad en las venas, la adrenalina corriendo a través de mi sangre.
Es adictivo, puro, la esencia de mi vida, pero casi me arrebata la libertad. Es
imposible que vuelva a caer en ello.
Ya sabía yo que jugar con mi primito no era una buena idea. Hasta se me
ha pasado por la cabeza que todo este revuelo lo haya formado él con tal de
tocarme las narices, si es así, solo tengo una forma de descubrirlo. Buscarlo
en el eje de todo el alboroto.
Camino decidida por la calle oscura. No hay farolas, antes la luz natural
entraba entre los árboles, pero está cayendo la noche y hay tanta vegetación
alrededor que opaca todo tipo de luz. Son unos metros en los que todos los
pelos de mi cuerpo se erizan. ¿A qué ser humano le gusta caminar sola, por
un pasillo estrecho y oscuro que no conoce y con un final que sabe que no
va a ser bueno?
Ya en la salida del callejón aprecio una luz violeta que antes no se
encontraba allí. En cuanto la oscuridad rodeé por completo el aparcamiento,
esa luz iluminará toda la fiesta que se ha montado en escasos minutos. El
coche con los altavoces no es el único, dos coches tuneados lo acompañan
seguidos de multitud de jóvenes con cervezas en la mano.
—¿Pero esta gente no es una pija de catálogo? —digo en voz muy bajita
para mí.
—Las apariencias engañan, arcoIris.
De nuevo el puto susto en el cuerpo.
Me giro con la intención de darle un puñetazo en la mandíbula. Así,
directo, sin pensar y utilizando la violencia como excusa para los múltiples
infartos que me ha producido en los pocos días que llevo a su lado. ¿Qué se
piensa este tío? Pero, claro, mis pensamientos mueren cuando Beck Hunter
ha dejado de ser el tío bueno conocido por todos, para convertirse en una
especie de ser extraño, disfrazado con una gorra, una bandana que le ocupa
su cuello y parte de la boca.
—¿Qué haces disfrazado?
Sé que está sonriendo sin verle la cara porque la piel que le rodea los
ojos se ha movido. Y no sé si darme cabezazos por diferenciar ese detalle o
seguir con mi plan inicial del puñetazo (hacia él) en la mandíbula.
—Apariencias —destaca—, ¿recuerdas?
—¿Qué tienen que ver las apariencias para que des vergüenza ajena con
esas pintas?
En lugar de darme una respuesta sincera, el muy chulito va y me guiña
un ojo.
ME HA GUIÑADO EL OJO.
—Pero serás creído y prepotente. Quiero irme a casa, ¡ya!
—¿Y perderte la fiesta que te he preparado? He puesto la temática que
más te gusta.
—Si la has preparado tú, con toooodooo tu corazón, ¿por qué te tapas,
eh Beck Hunter?
—Tengo una reputación que mantener, nena.
—Como me vuelvas a llamar nena te corto las pelotas.
—Son demasiado grandes, no te entran en las manos.
Grito de pura frustración.
A un deportista de élite, conductor de la primera categoría del mundo
del motor, no se le puede relacionar con la morralla de carreras ilegales. Por
ese simple motivo va tapado hasta las cejas porque es valiente para tocar las
narices pero no para asumir los errores. Muy al estilo Beck Hunter.
—¿Cómo has conseguido todo esto? ¿Es que tienes relación con el
mundillo, Hunter?
—Un buen amigo maneja trapos sucios. Yo solo me dejo llevar. La vida
es fluir, primita.
—Pues yo quiero fluir hasta mi cama. Estás tardando en llevarme a casa.
La bandana se mueve sobre su boca cuando silba como el puto idiota
que es. Se ha alejado de mi cuerpo, ha levantado las manos y me está dando
a entender que no me va a hacer caso. O me quedo o me busco la vida.
—Eres un capullo. Lo sabes, y te encanta.
—¿Es una pregunta? Porque de ser así te aconsejo ir a clases de
gramática, has realizado mal la cuestión.
—Tú no sabes con quién estás jugando, Hunter.
—¿Ah no?
—No soy la niña a la que le robaste el puesto de su vida.
—Es cierto, ¿cómo es eso que me dices…? —Da un paso con la mano
casi rozando su mandíbula—. Ah sí, que soy un ladrón, que tú lo hubieras
hecho mejor, que voy a pagar por toodo….
Mi cabeza va a mil por hora.
No soporto a este tío, me remueve sentimientos asquerosos, llenos de
rabia y tensión. Nunca he vivido con ellos, o no tan cerca. Siempre he
odiado a mi padre y lo que su familia representaba, pero ahí estaba mi
madre para despejar la nube oscura sobre mi cabeza. Ahora ella no está, me
he hecho adulta, tengo que buscar solita las soluciones de mis problemas.
Y lo voy a hacer.
Vaya que si lo voy a hacer.
En lugar de quedarme embobada con la actitud de Beck, reviso el
atuendo que luce. Se ha cambiado de ropa, ya no lleva los pantalones
apretados que vestía en la reunión ni la camiseta de marca que se apretaba a
sus brazos como un guante. En cambio, ha añadido una sudadera amplia
con un enorme bolsillo en el centro y unos pantalones más apretados aún.
Por el bulto en su bolsillo derecho, la cartera está allí guardada. El otro
parece libre, por tanto…
—Espera, primita.
Miro hacia él. No se ha dado cuenta de que mis pensamientos y mi
táctica han cambiado. Se acerca hacia mí, poniéndome el trabajo más
sencillo. Me llega el fuerte olor de su colonia del mismo modo que su
respiración se posa sobre el puente de mi nariz.
—¿También tengo que olvidar nuestro pequeño secreto?
Entro al juego en el instante en el que clavo mis ojos sobre los suyos.
Por la poca luz que hay a nuestro alrededor, estos parecen oscuros. Tiene las
pupilas tan dilatadas que incluso despierta miedo.
—¿De qué estás hablando?
—Venga ya, no te hagas la olvidadiza, sé que lo recuerdas todos los días
de tu vida.
Intento coger distancia, pero él no me lo permite.
—Entonces, arcoIris, ¿también me vas a hacer olvidar la vez que me
metiste la lengua hasta la campanilla?
Hijo de puta.
—Fue una cosa de niños.
Mueve el dedo índice delante de mi cara con chulería, se baja la
bandana y hubiera preferido que siguiera en su sitio porque verle el rostro
completo en estos momentos puede dificultar mi plan.
—No fue una cosa de niños. El primer beso dicen que es eterno.
—No fue mi primer beso.
—Fue nuestro primer beso. Aún recuerdo tus palabras «Beckie,
podemos aprender juntos, vamos a intentarlo».
—Esas no fueron mis palabras.
—¡Anda! Si acabas de reconocer que me engatusaste para robarme. Tú a
mí, primita.
Cojo aire. No es el momento para recordar que, como él bien dice, mi
primer beso fue con él. Tenía doce años, era una niña a la que se podía
impresionar muy fácil, y él, por aquel entonces, era un niño agradable,
tierno y con el que compartía muchas aficiones.
—¿Sabes qué? No quiero que lo olvides. —Me acerco a su boca. Creo
que él piensa que lo voy a besar porque su mirada cambia de mis ojos a mis
labios—. Porque será la última vez que toques el cielo.
Utilizo su confusión para meter la mano en el bolsillo de la sudadera y
sacar las llaves del vehículo. Echo a correr por el pasillo oscuro mientras
escucho su voz apretada.
—Iris.
No aminoro la velocidad. Tan solo corro.
—Iris Stars no hagas tonterías.
Una sonrisa se forma en mi cara.
—¡IRIS!
Fuerzo las piernas para que corran lo más rápido posible. Hace tiempo
que no hago deporte y mis pulmones lo notan, pero con su último grito me
ha quedado más que claro que, como no haga las cosas a mi modo, él solo
conseguirá que pierda el control.
Alcanzo su coche en el establecimiento. Aprieto el botón de activar la
cerradura y me meto dentro con más fuerza de la necesaria. Con la emoción
y la fuerza me clavo la palanca de cambios en las costillas. Cierro la puerta
y acciono el seguro de protección a una milésima de segundos de que él
toque el cristal.
Eso ha estado cerca. Muy cerca de ser una catástrofe.
—Hunter, —mi voz sale a trompicones por culpa de la carrera— creía
que eras más consciente de la importancia del crono. ¡Nos vemos!
Su mirada se vuelve puro fuego. El color desaparece de ellos para
convertirse en un mar negro de pupilas profundas.
El asiento está mal adaptado para mi altura, aun así acciono los pedales
y salgo del aparcamiento derrapando.
Nunca he tenido un Ferrari debajo de mis manos y… se siente bien.
Sonrío como una idiota.
La guerra ha comenzado y he activado el marcador a mi favor.
Giro en la primera curva y observo el mapa que decora la pantalla
central del vehículo. Hay un mapa que identifica los lugares a los que se
suele dirigir Beck, entre ellos, la mansión. Acciono el punto para que me
dirija hacia allí y hago un cambio de dirección brusco cuando me doy
cuenta de que me dirigía en dirección contraria.
Es una puta maravilla lo fácil que se maneja este coche.
Miro por el espejo retrovisor y entonces lo veo. Es un coche negro,
pulido recientemente y con un conductor al que se le ve la mala hostia
desde kilómetros. Esa cara no augura nada bueno. Piso el acelerador con
cuidado, el coche se revoluciona al instante. Por muy hábil que sea, los
caballos del vehículo rojo se notan. El coche negro se pega al trasero sin
dejar ni un metro de espacio.
—¿Estás loco o qué? —grito dentro del coche como si Beck me fuese a
escuchar.
Entramos en una autopista donde el tráfico es casi inexistente. Me fijé
cuando salimos de casa que apenas había coches, debe de ser porque la
dirección a la que nos dirigimos no está al alcance de cualquiera.
El pavimento asfaltado y la distancia a los lados favorece a que pueda
realizar maniobras para sacarme a Beck de mi camino.
Él soporta la presión y no me deja cometer ni un solo error. Y entonces
sucede. Vuelvo la vista al espejo retrovisor central y en lugar de ver su cara,
la oscuridad opaca cualquier detalle. Solo está un coche, en medio de la
carretera, persiguiendo a otro.
Mi sueño siempre había sido alcanzar la gloria con mi don, ser piloto,
como los que veía con Beck en la televisión cada fin de semana. Mi padre
también nos acompañaba, y en ocasiones mi tío Michael. Eran buenos
recuerdos.
Conforme fui creciendo, descubrí que siendo mujer, en un deporte tan
caro que todo se paga a base de talonario, iba a tener una trayectoria más
complicada que el resto. Tendría que trabajar con más fuerza, tener unos
buenos patrocinadores, luchar por mi lugar. En todos esos pasos siempre
creí que el dinero de mi familia, el dinero de mi padre, iba a ayudarme de
alguna forma. Como todo cuando él se fue, desapareció. Los sueños, la
capacidad de tener una vida privilegiada, y la relación con los Douglas. Ya
no había carreras en común, ni sueños compartidos. La vida se dividió en
Michael Douglas y Beck Hunter, por un lado, y en mi madre y en mí por
otro.
Los primeros años fueron complicados, le pedía a mi madre que me
llevase a las carreras de la zona, quería sentir la adrenalina y, como ella no
podía pagar la televisión por cable, me perdía todas las emociones que
tiempo atrás tanto había disfrutado. Al principio sentía una pena inmensa,
después fue rabia, y más tarde aceptación.
La formación lo es todo y cuanto más temprano, mejor piloto. Yo ya
había perdido eso, el tiempo nadie lo recupera, así que me centré en trabajar
hasta que descubrí que la adrenalina, las gomas quemadas y las marcas de
neumáticos en el asfalto, no solo las conseguían veinte pilotos de una
parilla. Existían personas que cobraban por ello siempre y cuando la policía
no lo supiera.
La situación económica en casa siempre ha sido muy inestable. Odiaba
ver como mi madre sufría por pagar las facturas de la luz, el alquiler e
intentar darme la mejor vida posible. Mi sueldo, en los pequeños trabajos
que había ido encontrando, no alcanzaba para todo. Los libros eran caros,
los docentes pedían trabajos con ordenadores y teníamos que pagar internet.
Tenía diecisiete años cuando lo hice por primera vez.
Se lo conté a mi madre. Ambas estábamos desesperadas y las apuestas
eran una buena fuente de ingresos rápida. Mi madre lo odió al instante, pero
lo hice de todos modos.
La suerte del principiante me llevó a lo más alto, pero la avaricia, las
ganas de poder, de dinero, de aspirar a sueños, también me encerró en el
calabozo.
Ahora al encontrar esa oscuridad a mi alrededor mientras acelero al
máximo el coche, mi mente solo es capaz de recordar los gritos de angustia
de mi madre al acudir a la comisaría a visitarme. El miedo que pasé cuando
un policía me entregó una chapa con mis datos y me hizo posar para las
fotos más horrendas de mi vida.
No quería ser esa versión, nunca lo había deseado, pero yo misma me
había defraudado, ¿qué triste, verdad?
Es uno de los recuerdos más dolorosos de mi vida porque, como siempre
la vida juega su propio juego mezquino. Ese día fue el mismo día que mi
padre falleció.
Salgo como puedo del recuerdo y reviso la posición en la que Beck me
rodea. No lo encuentro en los espejos retrovisores derechos ni en el central.
Cuando miro a mi izquierda pego tal grito que hasta él me ha tenido que
escuchar. Ha puesto el coche en paralelo, no se está fijando en la carretera,
sino que tiene la mirada clavada en mi postura tiesa.
Sabe que algo sucede, puede que sepa todo lo que sucedió.
Estoy a punto de rendirme cuando es él quien aminora la velocidad, deja
de estar a mi lado y se camufla en la noche al apagar los faros de luz.
Ha desaparecido.
7. NACÍ PREPARADA PARA ESTE OLOR A
GOMA QUEMADA
IRIS

Llevo dos días con mal cuerpo.


Llevo dos días evitando llamar a mi madre.
Llevo dos días sin ver a Beck por casa porque es él quien me está
evitando a mí.
En una de las charlas matutinas, en las que solo Mai habla porque he
encontrado un aspecto en el que me parezco a Michael y es que, cuando hay
comida delante, ninguno de los dos dialoga en exceso. Como sea, Mai me
comentó que a unos pasos de la casa comenzaba un bosque que se había
creado cuando la urbanización fue creciendo y el espacio natural
desapareciendo. Me encanta la soledad, no es algo nuevo, pero la soledad
rodeada de naturaleza es un nivel superior. Así que ahí me he estado
escondiendo. He ido a la universidad, pero tengo pocas clases y mucho
tiempo libre. Echo de menos la vida de trabajadora, ¿quién lo iba a decir?
—Ha llegado tu coche esta mañana, Iris.
También me he dado cuenta de que mi tío tiene la manía de leer el
periódico y no dejar la taza del café en ningún momento sobre la mesa. Me
alucina que sea capaz de no derramar el líquido sobre su perfecto traje ni
sobre las hojas de las noticias.
—Podrás utilizarlo hoy mismo para ir a la universidad.
—Gracias.
—No tienes que dar las gracias —apunta Mai ante el silencio de
Michael—. Ven, te lo enseñaré.
Para no hacer el momento más incómodo asiento, dejo la tostada a
medio comer y salgo de la sala con Mai cogida de mi brazo derecho. Allí,
en la entrada de la mansión, se encuentra un Mercedes de color blanco.
Deportivo, pequeño y, por lo que veo a primera vista, de marchas. Todo un
sueño.
—Es un pequeño detalle que compró tu tío a uno de sus socios. Él
mismo dijo que no aceptarías un coche de lujo.
Para esta gente el coche de mis sueños es una tartana. Me la sopla, como
todos los comentarios de pijos que tienen a lo largo del día.
—Es increíble y perfecto. Me encanta.
—¡Y tiene marchas!
La emoción se palpa en el comentario de Mai.
—Yo las odio, pero a Beck le encantan y bueno, como a ti también te
gusta conducir de ese modo…
Sí, a mí también me fliparía tener el puesto de tu hijo, pero tan solo
asiento con una sonrisa.
—Es genial, a mí también me encantan.
—Entonces hemos acertado.
—Sin duda.
Me quedo en silencio, mirando hacia el coche que me va a acompañar
durante el año que me quede aquí. Nunca he tenido esta libertad. Jamás he
tenido un coche propio para moverme a mi libre albedrío, eso sí, aún tengo
en mente buscar algún tipo de empleo que me permita estudiar y pagarme
los básicos como la gasolina, el cambio de aceite o cualquier tipo de prenda
de ropa que tenga que comprar. He aceptado la propuesta de estudiar en
casa de mi tío, pero no voy a pasar por ser una chupona durante un año
completo.
Se lo dije a mi madre antes de irme y lo voy a cumplir. Ella estuvo de
acuerdo con mis ideales, incluso los apoyó con una sonrisa.
—¿Vendrás este fin de semana con nosotros al Gran Premio?
—¿Viajáis con Beck a los Grandes Premios?
Eso sí que me parece la oportunidad de mi vida. No por apreciar la
calidad del chulito de mi primo ni por conocer el avión privado de los
Douglas que sé que tienen, sino porque volvería a disfrutar del paddock de
primera mano, podría oler la goma quemada del circuito. Joder, que podría
rozar mi sueño desde el asfalto.
—Siempre que la agenda de Michael lo permite, lo hacemos. Esta
semana viajamos a Bélgica el sábado, nunca podemos hacerlo con Beck
durante toda la semana, como es obvio, pero tú sí podrías ir con él y el
equipo. No tendrías problemas en la universidad me encargaría
personalmente de ello.
No entiendo el afán de tenerme contenta de Mai. Guardaba el recuerdo
de ella de una mujer perfecta, pero también de una mujer enferma. Cuando
yo era pequeña siempre se quedaba en la cama, tomaba mucha medicación
y mi madre siempre me susurraba que no podía molestarla. Conforme crecí,
entendí que el mal de Mai era psicológico y no físico. Hacía tantos años que
no tenía un momento a solas con ella que ni me había parado a pensar que,
por lo que parece, su vida ha mejorado. Y me alegro, es una buena mujer.
—Prefiero no saltarme las clases, acabo de empezar y me quiero
adaptar, pero no rechazaría la idea de acudir el sábado con vosotros.
Su ilusión es mi ilusión.
Joder, esta oportunidad no la vi venir.
Calienta motores, Iris, ¡que sales a pista!
◆◆◆

—Venga, Iris, llevas una semana allí, cuéntame algún cotilleo.


—Mamá, te juro que no hay mucho que contar. Estos pijos no son como
los de las series que vemos.
—¿Nada de extravagancia?
—La justa y necesaria. Diría que son más… ¿Elegantes?, y silenciosos
de lo que estaba en mi cabeza.
—Eso es bueno, mi niña.
—Sí, vivo más tranquila.
—¿Y de la universidad? ¿Has conocido a alguien interesante?
Este es otro de los temas que ha sido completamente diferente a lo
esperado. Siempre he escuchado que la universidad es ese momento social
en el que todos encontramos nuestro hueco. No ha sido mi caso. Mis
compañeros de clase son todos muy agradables, pero están a su bola o no se
despegan del grupo de amigos con el que iniciaron la aventura. He
compartido alguna conversación banal en la cafetería y en la biblioteca,
pero nada importante. También uno de estos días vi a Beck salir de una de
las aulas. Mai me había dicho que estudiaba online, había intuido que lo
hacía siempre, pero por los paseitos que se da por el campus, he llegado a
entender que cuando está en Londres acude a la universidad y solo cuando
tiene que viajar por trabajo lo hace online.
—¿Beck no acude a la misma universidad?
—Sí, pero apenas coincidimos —le digo a mi madre.
Lo hacemos, pero a larga distancia. Ni nos encontramos con la mirada,
como en las series americanas que ella y yo vemos con asiduidad, ni nos
chocamos por los pasillos para ser amables y recoger los apuntes del otro.
Cuando me lo encontré por el pasillo parecía un chico normal, con sus
libros debajo del brazo y hablando con otros dos compañeros mientras se
reían de alguna broma interna entre ellos. Lejos estaba el chulito de Beck o
la superestrella Hunter. Hasta parecía gracioso.
—Intenta llevarte bien con él, cariño. Borra el pasado, de nada sirve
aferrarse a él.
—Lo sé, mamá —pero es que Beck es aún más diabólico ahora que
cuando era un niño, pienso para mí sin abrir la boca. No quiero preocuparla
—. Iré mañana al Gran Premio de Bélgica a apoyarlo.
—Me hace muy feliz que puedas vivir estas experiencias.
—Oye, ma, te tengo que colgar que mi habitación parece una leonera.
—No lo dudo. Un beso fuerte, llámame cuando tengas un hueco.
—Lo haré.
Cuelgo con una sonrisa en la cara. Creía que la distancia nos iba a sentar
peor, pero a ella la noto contenta y me tranquiliza que pueda tener un
respiro de las cargas que siempre ha tenido conmigo. Lo pasó realmente
mal cuando me detuvieron y todo el papeleo que vino después… En fin,
que ella también se merece ser feliz.
◆◆◆

Mai me avisó hace una hora que nos íbamos a poner rumbo a Bélgica
cuanto antes. Esta es otra cosa de los pijos, que como tienen aviones
privados ni requieren de hacer colas kilométricas, ni esperan horarios.
Ahora me apetece, ahora me voy.
No es que tuviese que hacer una enorme maleta para dos días, pero sí
que he preparado una mochila con lo esencial.
Hagas lo que hagas, ponte bragas. Y si son limpias mejor que si les
tienes que dar la vuelta a las que ya traías el día anterior.
Lo último no es parte del dicho, es algo que me sucedió en un viaje que
hice que se extendió más de lo estipulado por culpa de la nieve. La ropa no
secaba a causa del frío y me fui quedando sin ropa interior. Esa fue la única
solución que encontré, no me juzgues.
Bajo las escaleras de cristal que, después de unos cuantos resbalones, ya
he aprendido a frenar en el medio, donde la misma se ensancha, y finalizar
agarrada de la barandilla. Ese tramo final cuenta con unos escalones más
finos que pueden ser la perdición de mis dientes, más cuando bajo a toda
pastilla como en estos momentos. Me he ido por las ramas más de lo
necesario y llego dos minutos tarde. Como si de una película se tratase, en
la que Michael sería el claro villano, éste ya se encuentra en el quicio de la
puerta principal, acompañado de su hermosa mujer, mirando el reloj.
—Ya estoy aquí.
—Un minuto más y te hubieras quedado en tierra.
«A sus órdenes, mi sargento…» En realidad giro los ojos y los dejo en
blanco en lugar de añadir cualquier comentario. Como si él nunca hubiese
llegado tarde a ningún evento de poca importancia como coger un avión.
—¿Será tu primera vez en avión privado?
Mai, siempre mucho más agradable que mi tío, me toma la mano para
entrar en el coche de Núñez.
—Sí, y en avión comercial hace muchos años que no viajo, así que es
una especie de bautismo en el aire.
—¡No me digas que te mareas! No he traído las pastillas para dormir
que utilizo en viajes largos.
—Tranquila, en mis recuerdos no entra echar la pota en un avión.
—Me dejas mucho más tranquila, pero ya verás como se hace corto. Es
todo un visto y no visto.
Lo que se me hizo rápido fue el viaje hasta el aeropuerto. Núñez fue
relatando en voz alta la agenda de Michael como si fuese su secretario y no
su chófer. Mi vena cotilla se lo pasó en grande descubriendo los horarios y
las citas del gran señor Douglas. Para cuando alcanzamos la sala vip del
aeropuerto todo me parecía tan desorbitado, tan fuera de mi alcance, que no
había espacio para sentirme incómoda. Mis ojos van a mil por hora.
—Es la hora, Iris, vamos.
Sigo a Mai como el primer día que me enseñó la mansión, con la
diferencia de que vamos caminando por el asfalto del aeropuerto hacia un
avión de menores dimensiones y con una pequeña escalera para acceder a
él. Es Michael quien lo alcanza en primer lugar, seguido de Mai, yo, y por
último Núñez que al parecer también se une al fin de semana en familia. Lo
primero que me sorprende no es el lujo o la moqueta del pequeño espacio,
es que hay dos personas ya sentadas en el habitáculo y a una de ellas la
conozco de vista.
Este chico acude a la misma universidad que yo.
—Iris, este es Nate, seguro que te suena su cara, es un chico de lo más
carismático que estudia contigo.
—Me suenas —le digo directamente al ojitos tiernos que no suelta mi
mirada.
Es el típico inglés con clase. Tupé rubio peinado hacia atrás con la laca
imprescindible. Ni un poquito más ni un poquito menos. Unos ojos azules
impresionantes y una cara que rompería corazones y todo lo que se
propusiese.
—Tú también me suenas. Hemos coincidido en alguna clase y por los
pasillos, sabía que eras la prima de Beck, pero no te quería atosigar, los
comienzos suelen ser complicados.
Y además agradable y correcto.
—Encantada, entonces —tiendo mi mano hacia su cuerpo y él me la
estrecha con fuerza.
—Encantadísimo.
—Nate es el hijo del mejor amigo de Michael, Jack Scoll —comenta
Mai por encima de nuestras miradas. Me giro hacia la otra persona, es un
hombre, de mayor edad que mi tío, pero con el mismo corte guapérrimo que
él luce—. Los verás mucho por casa, Nate también es un buen amigo de
Beck.
De lujo, ya no me puede caer tan bien.
—Nos hemos criado juntos, no hemos tenido otra opción.
Hay algo en el deje que utiliza Nate al hablar de mi primastro que me
gusta. Creo que quiere decir, sin decir, que Beck es un grano en el culo con
el que ha tenido que lidiar durante toda su vida.
—Vamos a llegar tarde, si ya habéis acabado con las presentaciones,
¿podéis tomar asiento?
El mal humor de Michael se huele a leguas. No es hasta que Mai se
sienta a su lado que no destensa la mandíbula. Tiene que tener fuertes
dolores de dientes este hombre, siempre está apretando esa parte de su cara.
Miro hacia los dos lados. El avión es igual de estrecho que aparenta
desde el exterior, no obstante hay que admitir que dentro de la capacidad,
los altos techos, la moqueta color camel y los asientos de cuero separados
por mesas, le dan una amplitud muy diferente a lo que yo conocía hasta
entonces de un avión.
Mi tío, su amigo y Mai han ocupado la parte derecha con dos asientos
separados por una mesa para enfrentar a otros dos.
De ese modo solo queda libre el asiento enfrente del de Nate. Solitario y
por lo que aparenta, muy cómodo.
—No molesto, si prefieres el silencio en los viajes, así será.
—En estos momentos no tengo ni idea de lo que prefiero.
«Me estoy adaptando a esta vida. Voy de camino a un Gran Premio en
directo después de años de pérdidas en el deporte. Estoy de camino a ver
con mis propios ojos como mi enemigo alcanza la gloria mientras yo
mastico el polvo».
—Eso está bien, las nuevas experiencias siempre dejan un buen sabor de
boca.
Oye, pues este chico cuando sonríe es aún más guapo, eh.
—Mai me comentó que eres una aficionada del mundo del motor.
—Me gusta pilotar y me gusta verlo en la pantalla, pero no tanto.
Al instante se le forma una sonrisa pícara en su cara.
—¿Sabes que en el paddock, dentro de las actividades, hay un simulador
bastante real?
—¿Eso quiere decir que hay un volante, pedales y una pantalla con el
circuito?
—Quiere decir exactamente eso.
—Lo necesito.
Sonríe de nuevo y yo lo hago con él. Me acaba de animar el viaje.
—Con las pulseras verdes podemos hacer lo que nos dé la gana.
¿Alguna vez lo has visto desde dentro?
—Hace muchos años, no lo recuerdo.
Y es que sí, hace muchos años Michael y mi padre también acudían
como aficionados a ver las carreras que quedaban cerca de casa. Beck y yo
íbamos con ellos. No fueron muchas las ocasiones, dos o tres, pero hay
pequeños recuerdos en mi cabeza que me sacan sonrisas cuando pienso en
ellos. Después veo la realidad, y cómo han cambiado las cosas, y se me
borra de un plumazo.
Nate me relata las ocasiones en las que él ha ido a visitar a los
corredores en directo. Ha tenido la oportunidad de viajar por todo el mundo
y, además de levantarme envidias de las no sanas, me flipa la conversación
que tiene. Es un chico sencillo dentro de todo el lujo que lo rodea. Hace de
las horas minutos y no todo el mundo tiene esa capacidad. Cuando me
quiero dar cuenta, el piloto nos avisa que vamos a aterrizar y que debemos
de ponernos los cinturones de seguridad.
Ha sido un visto y no visto como me prometió Mai, aunque creo que mi
compañía ha tenido que ver en que el viaje haya sido menos aburrido de lo
que esperaba.
◆◆◆

Nos apeamos y un coche de dimensiones inmensas, ya nos está


esperando. Todos tomamos asientos aleatorios, hay espacio suficiente para
ir holgado, y es lo que más me llama la atención, que todos los espacios que
ocupan los pijos, son más amplios de la perspectiva que se proyecta desde
fuera. Al final es una bonita paradoja, ellos tienen más que el resto y por
eso mismo parece que ocupan el doble.
Núñez toma el volante y salimos en dirección al circuito. En el mapa
que tiene en la consola central, marca que hay una distancia de diez minutos
con cero tráfico. Lo agradezco porque después de la conversación con Nate,
que se ha sentado al fondo con su padre, tengo unas ganas inmensas de
sentir el rugir de los motores.
Al fin, después de tanto tiempo.
Alcanzamos el recinto antes de lo planeado. Desde unos metros atrás ya
se vislumbraba el enorme edifico blanco con el título: Paddock en letras
rojas. Creo que estamos accediendo por la zona vip.
Núñez eleva un montón de pulseras en el aire, como estoy a su lado, me
las deja en la mano para que las reparta entre todos.
—Espera, tienen que pasar el código.
Baja la ventanilla, me pide con un gesto los accesorios y se los entrega
al hombre que está delante de la barrera con un lector de códigos. Lo acerca
a cada una de las pulseras y se las vuelve a tender a Núñez mientras eleva
con un botón la barrera.
Estas deben de ser las pulseras a las que se refería Nate que serían
nuestro pase VIP para hacer lo que nos dé la gana.
Todos me dan las gracias ante mi tarea de repartición. Me siento inútil
en esta familia desde que llegué. Hay tanta gente trabajando para ellos que
la rutina se vuelve aburrida. No hay que limpiar, no hay que fregar los
platos, no hay que poner lavadoras…
Núñez acelera y accedemos al recinto donde hay cientos de personas
con chalecos reflectantes dando indicaciones a los coches y a las personas
que caminan por el asfalto.
Las letras de: Paddock Club se leen cada vez más nítidas y un
hormigueo en el estómago desata todas mis emociones.
—Aparcaré lo más cerca posible —informa Núñez a mi tío que asiente
desde la segunda línea de asientos.
Cuando lo hace, salto del vehículo presa de la emoción. Nate está a mi
lado en dos pasos.
—Es la hora de divertirnos, ¿estás preparada para la emoción?
—Nací preparada para este olor a goma quemada.
El muy creído me guiña un ojo antes de tomarme del brazo y caminar
hacia la entrada de boxes. No hace ninguna referencia a Beck y yo se lo
agradezco en silencio. Quiero que estas imágenes se me queden grabadas en
mi retina para que cuando la pena y la rabia opaquen mi cuerpo, pueda
recurrir a ellas.
8. ESTA VELOCIDAD NECESITA LA CUARTA
MARCHA.
IRIS

Cuando Nate dijo que había un simulador, imaginé que más bien era como
los juegos comerciales que hay a la venta en cualquier sitio. Me equivocaba
soberanamente. En medio del club privilegiado del circuito, había un coche,
con unos muelles debajo de él como los toros mecánicos de la feria, y unas
enormes pantallas para hacer más realista la actividad.
Los pedales se sentían como mantequilla debajo de las deportivas que
había elegido ese día y, con toda la tensión y la emoción del momento, los
pantalones pitillo junto con la blusa floja blanca que portaba, estaban
haciendo mi tarea un poco más compleja. Digo un poco porque estaba
machacando a todo aquel que se me acercaba.
—Madre mía, esto es impresionante —exclamó Nate en algún punto de
la competición.
Él aún no se había sentado para ser mi contrincante, había dejado a
todos los curiosos que lo hicieran en primera instancia.
—¿Cómo voy, Nate, hay alguien con posibilidades en la cola?
Mientras me mofo de la cantidad de victorias que he conseguido en la
media hora que llevo sentada en el simulador, Nate ríe sobre mi cabeza.
—No entiendo cómo has desaprovechado la oportunidad de dedicarte a
esto, Iris.
«Si tú supieras…»
Pero él no sabía, y tampoco debía hacerlo. La vida sucede entre los y
si… y los fue… Yo misma peco de remolonear demasiado en el pasado,
pero mi presente es muy diferente a ese tiempo vivido. El sueño murió hace
años, me gusta poder disfrutar de esta oportunidad, vivir el momento en el
paddock, pero sé que generar de nuevo expectativas sobre un futuro
prometedor en el mundo del motor es un espejismo que ni yo misma quiero
ver.
—Mierda.
Es lo único que escucho y no ha salido de la boca de mi contrincante al
que le estoy dando una buena paliza, ha sido Nate quien lo ha expuesto.
Muevo la mirada hacia él que a su vez tiene la cabeza perdida en algún
punto del fondo de la sala. Las personas se mueven nerviosas, sacan sus
teléfonos móviles y captan el momento en el que el gran Beck Hunter, con
el mono de carrera atado a la cintura y recién salido de los entrenamientos
libres, acaba de aparecer por la sala del paddock club.
El paddock para muchos es ese lugar en el que transcurre toda la magia
antes del circuito. Bien es cierto que guarda algo de encanto porque todas
las escuderías se posicionan a lo largo de un enorme pasillo y puedes
encontrarte con todo tipo de celebridades en él. A mí, como buena
aficionada, me parece el sitio más perfecto del mundo. Donde quisiera estar
cada fin de semana más allá de la tontería que algunos famosos se traen con
ellos.
Bien es cierto que justo ahora, en estos instantes, no me apetece nada
encontrarme aquí metida. ¿Alguien conoce el modo de teletransportarse a
las gradas del circuito?
—Fuera —suelta Beck en un tono de enfado al chico que estaba
corriendo a mi lado.
—¿Es así como tratas a los fans? —pregunto muy seria para que no
perciba mis nervios.
El circuito de la pantalla continúa desarrollándose, pero he perdido el
hilo y mi monoplaza se ha estrellado. Toda la atención, no solo mía, sino de
la sala completa, la ha acaparado el idiota de turno.
—¿Podemos hablar?
—¿Tú y yo? —pregunto convirtiéndome yo misma en la idiota.
A mi favor he de reconocer que ha sido un movimiento tan inesperado y
rápido que no tengo munición para una respuesta ingeniosa.
—Eres un aguafiestas, Beck, ¿no ves que lo estábamos pasando bien?
Nate no parece nada impresionado por la llegada del moreno. Y, por
cómo se miran el uno al otro, me ha entrado la curiosidad de conocer el tipo
de relación que tienen estos dos.
—Tengo que hablar con Iris, ¿te piras?
—No. Estaba con ella antes que tú nos interrumpieras. Y lo estábamos
pasando bien.
—Venga ya Nathaniel, deja de hablar como si fueras un niño de teta.
—Hunter, no me hagas contar las tetas que tú te comiste después de que
mi boca pasara por ellas.
Coño, menudo vocabulario se gasta el bueno de Nate, hasta este
momento ha sido el niño entrañable con cara de no haber roto un plato.
—¿Vosotros dos no se suponía que erais grandes amigos?
Salgo del asiento para dejar libertad al resto de participantes. Beck está
apoyado al lado de la pantalla y también camina lejos, cerca de la salida y
de Nate.
—Es una larga historia —suelta él con esa chulería propia que siempre
porta.
—Tengo tiempo.
Miro hacia Nate, pero él no me mira a mí, sonríe hacia Beck y no parece
una sonrisa tensa de «a ver quién la tiene más larga, bro», es más bien una
sonrisilla de «qué piel más fina tienes, Hunter, pero me caes de puta
madre».
—¿No te lo ha contado? —pregunta Beck hastiado con el giro de la
conversación.
—Si lo supiera, no lo preguntaría. No me gustan las repeticiones, ni
habladas ni las que deja la comida. Son desagradables, como el olor del ajo
después de una buena comilona.
El rostro de mi primastro se compunge y me hace gracia su actitud.
—Hemos crecido juntos —suelta como quien no quiere la cosa.
Mai me comentó cuando me presentó a Nate que era el hijo del mejor
amigo de Michael. Intuyo que ha estado desde hace muchos años por la
mansión de los Douglas y por eso…
Nate toma la palabra sacándome de mis pensamientos.
—Hemos crecido juntos en las competiciones de karting.
—¿Qué? ¿También eres piloto?
Joder, ahora entiendo por qué no ha querido competir conmigo, no
quería mostrar todas sus cartas.
Lo que yo digo, los pijos son muy extraños, cuesta un mundo llegar a
entender sus cabezas y sus juegos.
Parece que Nate y yo tenemos más cosas en común de lo que me
imaginaba. Y, con ese carácter tan fácil de llevar, puede convertirse en un
buen amigo dentro de esta locura de niños ricos.
—Sí, y como puedes comprobar, primita, siempre le ganaba.
Punto para Beck.
Nate no tiene ningún contrato porque, de ser así, estaría en la pista con
Beck y no conmigo comiéndose los mocos y añorando soltar gas a toda
velocidad.
—Todo llega, Hunter. No gana quién más corre, sino el que mejor
aguanta.
—Y, como también puedes verificar, además de piloto es poeta. Tiene
un potencial el chaval…
Se acerca hacia él. Lo hace como si lo quisiera matar, pero finaliza por
darle un pescozón en el cuello con lo que me parece un toque de cariño.
—Quiero hablar con Iris, ¡a solas!
Rodea a Nate y clava la vista en mi postura. ¿No era él el que decía que
no se gritaba? Pues lo acaba de hacer y con el rostro lleno de furia.
—¿Tienes algún mecanismo para cambiar de estado de ánimo tan
rápido?
—Sí, tenerte cerca. Es un interruptor muy potente para hacerme enfadar.
—Joder, qué piropo más bonito.
Camino lento hacia él. No quiero tener ningún tipo de conversación ¡a
solas!, porque me importa una mierda él y lo que me tenga que decir. Su
actitud es dañina y, aunque no me he quedado atrás en el planteamiento de
maldades, creo que él está un pasito más allá.
—Tengo prisa, haz el favor de hacer las cosas más sencillas.
Camino con la misma parsimonia que en un comienzo. Él continúa
alejándose de Nate, pienso que se dirige a una de las puertas adyacentes que
hay a nuestro alrededor. Tiene el logo de «paso privado», pero como intuía,
Beck se lo salta a la torera. Abre la puerta y espera con la manilla en la
mano hasta que accedo con mi paso lento. Taaaan lento que acaba
empujándome con su espalda para poder cerrar tras su incorporación.
—Este cuarto no tiene luz.
Puedo ver lo esencial, el entorno más cercano, pero no tengo ni idea de
lo que hay a dos metros de distancia y no me gusta. Es una sensación
incómoda que despierta todas mis alertas y mis nervios.
—Sí la tiene, pero no hace falta encenderla.
—¿Qué es esa sombra de ahí?
—Estamos en el cuarto donde se guardan las piezas de los monoplazas,
no le des más vueltas.
Ah claro, como si me fiara de él después de la sorpresita del callejón.
«Una y no más, Santo Tomás».
—Me parece más interesante conocer este lugar que ver tu cara.
Enciende la luz.
Doy un paso en su dirección, nos quedamos a escasos metros de rozar
nuestras extremidades.
—Escúchame, arcoIris, te estás metiendo en juego peligroso.
—¿En qué juego me he metido? Porque hasta donde yo soy consciente,
tu madre me ha invitado, he venido a ver cómo pierdes, y seguiré pasado
mañana con mi vida tan feliz.
Es el turno de que Beck se acerque a mi cuerpo como un tigre a punto
de cazar a su presa. Hasta la mirada se le transforma.
—No tenías que haber venido. Yo no te he invitado.
—Mala suerte, porque como te acabo de decir, tu madre sí lo ha hecho.
Si pretende infundir miedo, es lo que menos produce.
—¿Sabes quién es Nate?
—¿Con que con esas estamos? No te importa que esté aquí, te importa
que esté aquí con Nate. Tu problema psicológico es más grave de lo que
pensaba eh, Hunter.
Hago el amago de darle una palmadita en la mejilla, pero sostiene mi
mano con fuerza entre las suya.
—Nate y tú no hacéis una buena combinación. Sois peligrosos.
—¿Peligrosos y calientes, primito?
Está celoso y me hace gracia su actitud. Hace mucho tiempo que Beck
Hunter no pierde, puede que haya llegado su momento.
—Peligroso porque ambos estáis buscando lo mismo. Ansiáis encontrar
vuestro lugar y os arrastráis para conseguir las migajas de los demás.
Tiro con fuerza para soltarme de su agarre.
—Yo no me arrastro, no te confundas. El único gusano que come la
mierda eres tú, Hunter.
—¿Estás segura de eso?
—Muy segura, además, me gusta la compañía de aquellos que tienen
claro lo que buscan. Detesto a los ladrones, por si no te había quedado
claro.
—No vuelvas a repetir eso.
Da un paso firme hacia mi posición. En estos momentos no me apetece
su cercanía, está dando a entender cosas que no son verdad y, pues me pone
nerviosa tenerlo tan cerca. Ya lo he dicho.
Comenzamos un baile que nos introduce en la oscuridad. Él da un paso
hacia mí y yo doy otro hacia la pared.
—¿No te gusta escuchar la verdad?
—Si lo fuera, no me preocuparía en absoluto, pero la que tú ves como
verdad no lo es.
—Claro que sí, dale la vuelta a la tortilla, a ver si de ese modo te sientes
mejor contigo mismo, no obstante la realidad no va a variar.
—Yo no te robé nada, arcoIris, fuiste tú quien lo dejó ir, o… ¿Mejor
digo, fuiste tú quien se dejó ir?
Trago saliva con confusión.
Su cuerpo está a unos centímetros del mío. Es incómodo su altura, hace
que me sienta inferior cuando en realidad me considero mucho más fuerte
que él. La oscuridad nos ha rodeado por completo, no puedo ver nada que
no sea su cuerpo porque la ventana que daba un poco de luz ha quedado
atrás. Y luego están sus palabras. ¿Por qué es experto en generar ese tipo de
películas en mi cabeza? No sé si está hablando de mi sueño de ser piloto o
del beso que compartimos años atrás.
Mi primer beso.
El maldito beso que lo cambió todo. Pasamos de ser niños a
adolescentes en un parpadeo.
Tampoco ayuda que se haya convertido en la clase de tío que haría que
mojara las bragas cada vez que me sonriera. Sí, a efectos sexuales soy una
tía básica que en ocasiones, o en muchas ocasiones, se deja llevar por sus
instintos.
—No me has respondido, Stars, ¿qué bando es el bueno?
—Eres un media neurona capaz de despertar todos mis nervios además
de mentiroso.
—¿Ah sí?
He sentido cada una de las letras sopladas sobre mi nariz.
La oscuridad oculta sus rasgos más angelicales dejando que las sombras
descubran al tipo duro, chulo y sensual que se esconde en él. Para más inri,
enfundado en el traje de carrera.
La vida te pone piedras, y una de ellas es esta. Un tío bueno, que le
chuparías hasta el alma, pero tonto de remate, con una lengua viperina y
con un pasado en común digno de una serie dramática de Netflix.
Ahora mismo si tuviera un látigo me fustigaría por pensar en él de otro
modo que no fuera en la hoguera de San Juan tirando su cuerpo al fuego y
viendo cómo se quema lentamente. En cambio, con esa vocecita grave que
me está poniendo, me lo imagino más quitándose la ropa a mi lado junto al
fuego.
Si es que no tengo perdón de ningún Dios.
—Me encanta que, cuando tengo la razón, te quedas calladita y
boqueando como un pez fuera del agua. Deberías rendirte más a mí, Iris
Stars.
—Ya te gustaría, Hunter.
—Puede que sí, o puede que no… Pero ambos sabemos que tú sacarás
una opinión de esto y será la que tenga validez para el resto de la eternidad.
—Me estás dibujando como la mala de la película.
—¿Acaso no lo eres, juzgando a todo el mundo que se cruza en tu
camino?
—Me jodiste la vida.
—Te hubiera jodido de muchas maneras, pero te encanta exagerar y
llorar por las esquinas y no tengo tiempo que perder.
Trago saliva de nuevo mientras el nudo en la garganta se aprieta cada
vez con más fuerza.
—Yo no lloro por las esquinas, idiota.
Hago el amago de empujarlo lejos de mi cuerpo para poder respirar aire
que no sea compartido, pero está más fuerte de lo que pensaba y no se
mueve ni un milímetro, es más, con la inercia de hacer fuerza se ha quedado
más cerca, si es posible, de mi cara.
—Siempre lloras por lo que «te han robado».
Me jode en el alma las comillas que ha dejado flotando en el aire.
—Es lo que tiene no luchar por tus sueños y deseos, arcoIris, que te
pierdes en la batalla y solo te queda llorar.
¿Que me pierdo en la batalla?
Este no sabe nada…
Miro hacia él, lo hago de verdad, comprobando cada uno de sus
movimientos. Su boca parece firme, encantada de lo que está soltando. Sus
pómulos cincelados para levantar pasiones, tienen un ligero color por el
roce que él mismo ha ejercido mientras hablaba. Y luego están sus ojos,
esperando la respuesta de los míos.
—Sí lucho por mis deseos.
—Jamás lo has hecho.
¿Que no?
Espera y verás.
Planto mi boca sobre la suya a riesgo de quedarme sin aire porque no he
tenido tiempo ni de pensar en lo que estaba haciendo. Deseaba tener sus
labios sobre los míos, morderlos hasta que saliera sangre de ellos y luego
chuparlos con su lengua enredada en la mía hasta que el gemido en mi
garganta fuese tan fuerte y profundo que rompiera el nudo que él mismo
creó.
Son segundos.
Mini segundos en los que no hay una reacción por su parte.
Cuando comprende lo que acabo de hacer, aprieta los labios e
instantáneamente temo su reacción. Beck Hunter es el ser más impredecible
que he conocido en los últimos tiempos, por no decir en mi vida.
Coge aire por la nariz y suelta tal gemido que mis pantalones tiemblan
en el proceso mientras sus manos rodean mi cintura con fuerza para
apretarme contra su cuerpo.
Nos convertimos en una maraña de movimientos extraños e inevitables
que ninguno de los dos reprime sus emociones.
Tiro de las hebras de su pelo que se han colado entre mis dedos y él me
clava sus dedos por debajo de la blusa buscando la carne más tierna de mis
caderas.
—Te odio —suelto.
—Lo sé y esto no va a volver a pasar.
Pero, en lugar de tomar distancia, es él quien abre la boca y me da
acceso directo a su lengua.
El beso que compartimos cuando éramos niños en nada se parece a lo
que está sucediendo entre nosotros. Hay sensualidad, pasión y ganas,
muchas ganas. No sé de qué porque ni yo misma me entiendo, pero mi
cuerpo se enfrenta a las ansias de rozar mis senos contra su pecho, y mi
cabeza no para de decir que estoy mordiéndole el labio al enemigo y, como
cuente con veneno, me voy a envenenar.
—Como me pegues alguna mierda, te mato.
No rebate mis palabras, en consecuencia lleva la mano que apretaba mi
cadera hacia mi mandíbula, gira mi rostro hacia el suyo y aprieta con tal
ansia su boca con la mía que temo haber perdido la conciencia y estar
soñando.
Y lo dudo con fuerzas porque, en medio de la oscuridad ha aparecido
una luz blanquecina que nos está iluminando a ambos y…
—Venga ya, Iris, te creía más fuerte.
—Nate…
Es la voz de Beck la que sale apretada. Está más afectado de lo que mis
sentidos podían percibir. Su pelo se ha quedado revuelto por mi interacción
y ahora no solo sus mejillas tienen color, también sus labios fruto de mis
múltiples mordiscos.
Si un beso nos ha dejado a los dos fuera de combate como sería…
Ni de coña, Iris Stars, esto no debería de ocurrir, Nate solo te ha salvado
la vida.
El susodicho levanta las manos hacia sus hombros ante la mirada
mordaz que le está lanzando Beck. Utilizo esa interacción para recolocar mi
blusa. Lo que menos quiero en estos momentos es enseñarle una teta a Nate.
—Confiaba en tu fuerza de voluntad, Iris.
—Ha sido el mono de carreras. Lo juro.
Me separo del cuerpo de Beck que se ha quedado tenso desde que la luz
se hizo a nuestro alrededor. No me ha vuelto a mirar. Sus ojos varían de
Nate al suelo y al bulto que se le marca en su traje verde. Cuando se da
cuenta de que es más prominente de lo normal, deshace el nudo que
permitía que la prenda no se resbalara de sus caderas y lo ata más abajo.
Punto positivo, no se nota nada.
Ese movimiento ha sido automático, ¿cuántas veces lo habrá repetido?
Si es que soy imbécil. Y no tengo excusa, he iniciado yo la juerga.
—Esto… —miro hacia Beck que, por primera vez, me devuelve el
gesto. Ya no hay pasión ni ganas de tocarme las narices, en su mirada hay
enfado— Suerte para la clasificación.
Ninguno de los dos había recordado minutos atrás que él se tenía que
volver a montar en el monoplaza para que el espectáculo continúe su curso.
Los fines de semana de los pilotos cuando hay Gran Premio son
intensos. Por norma general, los jueves tienen reuniones con la prensa y
actividades con el público, los viernes dos sesiones de entrenamientos
libres. Los sábados comienzan con una sesión de entrenamientos libres para
hacer pruebas y finalizan el día con un sprint de clasificación. Esa lista
determina las casillas de salida de la carrera que siempre se disputa de
domingo. Es por eso que la concentración es la clave de sus vidas. Puede
que, en estos momentos, Beck Hunter esté de todo menos concentrado.
9. NOTA MENTAL: NO PERMITIR A MAXI BECK
SALUDAR A IRIS
BECK

Me cago en la puta, ¿qué coño ha pasado?


Elevo los brazos hasta mi cabeza y dejo que el peso de mis manos
destense mis hombros. La mierda es que no son la única parte de mi cuerpo
que está tensa. Soy una piedra en estos momentos, y no solo porque maxi
Beck esté modo «quiero saludar al personal» sino porque la he cagado pero
bien, y lo sé.
Lo sé yo, lo sabe mi cabeza y lo sabe la morena que acaba de salir del
cuarto de recambios con Nate Scoll guardando su espalda.
Lo único claro que tengo en estos instantes es que necesito escuchar la
voz de Asher con algún buen consejo que no me lleve a estrellarme en la
primera curva del circuito. Él es la única clase de persona que conozco
capaz de calmar el fuego sin que nadie salga herido, alguien que querrías
siempre a tu lado cuando necesitas un consejo. Y yo en estos momentos ya
estoy herido, mentalmente.
Herido no, Iris Stars me acaba de freír el cerebro con ese movimiento de
lengua que…
¡MIERDA, JODER!
Mi puño impacta contra alguna de las piezas de reparación del coche.
Ahora tengo una preocupación nueva, no necesitar ninguna de esas piezas
porque las acabo de destrozar.
Busco el teléfono, la voz de Ash, la voz de la buena conciencia es lo que
necesito es lo que…
Llevo puesto el mono de carrera y eso significa que ni teléfono móvil, ni
nada de nada.
De lujo.
De puto lujo.
Me cago en todos los santos, muertos, fantasmas y en todo lo que se me
pasa por la cabeza. Ahora más que nunca me encantaría que él pudiese estar
aquí, que olvidase los demonios que le atan lejos de los demás y me hiciera
entrar en razón.
Iris es un veneno más fuerte de lo que pensaba. En menos de dos horas
he tenido celos de uno de los pocos amigos que tengo y he necesitado un
consejo de Ash.
Culpo a la sonrisa maliciosa de Nate. Desde que me vio el ceño fruncido
me ha apretado las tuercas con respecto a mi primastra hasta que he perdido
el control. Y, por otro lado, Ash es responsable de mi falta de autocontrol
por mí mismo por siempre tener la respuesta correcta en el momento
adecuado.
Lo dicho, me ha jodido pero bien.
—¡Beck! ¿Qué cojones haces aquí? A la pista ¡ya!
Uno de los trabajadores de Aston Martin me está gritando desde la
puerta y no soy capaz de mover ni uno de los músculos de mis piernas.
El entrenamiento libre ha ido como el culo. El monoplaza no tiene
fiabilidad, los problemas cada vez son mayores y, aunque las pruebas
durante toda la semana salen favorables, en el momento que alcanzamos el
fin de semana de Gran Premio todo se va a la mierda. Para joder más los
factores, he sido incapaz de concentrarme durante toda la sesión. Me he
salido en una curva que tengo controlada desde que me dedico a esto. Era
simple, entrar con bastante velocidad, reducir marcha y no tener prisa para
acelerar de nuevo.
Aceleré demasiado pronto y me fui a la grava. Tuve suerte, si me
hubiera ido contra el muro ya me podía despedir de la clasificación porque
las piezas no hubieran estado cambiadas en tiempo récord, era imposible.
Con lo mal que estaban yendo los días previos, y con esa mierda de
entrenamiento que había hecho, cuando entré en la sala de prensa sabía que
los reporteros me iban a dar hasta en el carnet de identidad.
Uno de ellos, un viejo amigo que odiaba a todo aquel piloto que se
dedicara a algo más que a las carreras, póngase como ejemplo a ser modelo
o imagen para alguna marca comercial, empezó fuerte con una pregunta que
nada tenía que ver conmigo. O sí.
«—Conocemos que tu primastra, Iris Stars, la que fue una joven
promesa en su época de karting ha acudido contigo, ¿es que tenéis un
contrato sobre la mesa para ella?».
Nadie me había dicho que Iris iba a acudir. Sabía que mi madre y
Michael, si tenían la oportunidad se iban a acercar, siempre lo hacían, pero
en mi cabeza jamás se planteó la idea de que ella fuese un añadido posible.
Iris no era conocida, o no para los reporteros que hacen bien su trabajo,
el que tenía delante era un chismoso que se conocía al dedillo la debilidad
de cada uno de nosotros para ponernos contra las cuerdas y él sacar tajada
de ello.
La relación con la prensa no era una opción, es una obligación si no
quería que me multasen a mí o a la escudería, así que él lo utilizaba a su
favor.
«—No considero que tenga que hablar de mi vida personal ni de las
personas que acuden a apoyarme».
Omití el hecho de que dudaba muy mucho que Iris estuviese en Bélgica
para levantar pompones a mi paso por la línea de meta.
«—Ahora que dejas libre el asiento de Aston Martin, ¿no la ves
capacitada para ocuparlo?».
«—Me pagan por correr, no por cotillear o suponer. Lo que hagan con el
asiento libre no es de mi incumbencia, ¿alguna duda más?»
Con el paso de los años me había especializado en darle zascas al
hombre. Después se hacían virales en redes sociales. Con ello me habían
creado un grupo de haters que me odiaban a muerte, incluso me la deseaban
en cada oportunidad que tenían, y, por otro lado, mi club de fans estaban ahí
apoyándome a cada paso que daba.
«—Iris Stars está dando una clase magistral en el simulador, ¿te unirás a
ella para demostrar quién de los dos, dentro de la familia, es mejor?»
«—Te estás excediendo». Le reproché antes de irme del corralito de
prensa.
Eso sí, no dejé que las palabras del periodista deportivo cayesen en saco
roto porque, lo que menos me podía permitir en esos momentos, es que mi
primastra me trajese más problemas de los que tenía sobre la cabeza.
Salí de allí con el fuego saliendo por cada uno de mis poros. Ni en mis
peores pesadillas hubiera pensado que, después de la interacción con ella,
ese fuego hubiera empeorado.
Rompo la postura que había adoptado para calmar los nervios, no lo he
conseguido, pero el trabajador de Aston Martin que me ha ido a buscar me
está mirando con cara de mucho enfado. Tengo que volver al garaje antes de
liarla aún más, y lo hago. Sigo sus pasos de cerca mientras los fans que nos
encontramos por el camino me piden mil fotos.
La tensión en el box ha aumentado desde que se ha hecho público mi
contrato con Ferrari. Aston Martin, mi escudería actual, era conocedora de
que estaba en negociaciones para un nuevo contrato. Son un buen equipo,
pero están en la parte media de la parrilla, lo que significa que el coche no
es lo suficientemente bueno para ganar campeonatos. Yo quiero ser el
mejor, y tengo que tomar decisiones para ello.
La escudería Ferrari, cuando entré como nuevo piloto en la parrilla hace
tres años, me ofreció ser un piloto reserva en sus filas. No me interesaba,
podía ser un camino para alcanzar la gloria, pero para aceptarlo debía de
gastar todas las posibilidades.
Michael me ayudó con sus contactos, Asher estuvo en cada decisión que
lo necesité para mantener la mente fría y al final lo conseguí. Rechacé ser
un segundón con mono rojo para coger tablas dentro de la parrilla. Los años
habían transcurrido de la mano de buenas experiencias y tablas en el
deporte. Era un buen piloto, y no porque tuviera un enorme ego, sino
porque daba buenos resultados siempre que se necesitaba. Ahora era yo
mismo quien necesitaba resultados y Aston Martin no me los podía ofrecer.
Las altas esferas de Ferrari se pusieron en contacto conmigo, firmamos
el contrato para los próximos tres años y acordamos que no se hiciese
público hasta que hubiera hablado con mis jefes. Las esferas superiores
sabían de mi decisión, mi equipo también, pero no todos estaban conformes
con ella. Algunos me señalaban por no querer estar con ellos en las malas y
eso hacía que el ambiente cada vez estuviese más enrarecido. Trabajar con
ese malestar no es tarea sencilla, en especial con mi ingeniero de carreras, la
única persona que es mis ojos mientras conduzco a trescientos kilómetros
por hora. El mismo que me estaba poniendo las cosas lo más difíciles
posible.
Con toda la adrenalina aún en el cuerpo, y la mala hostia que está
llegando hasta los niveles de querer matar a Nate y a Iris, me calzo la
protección de la cabeza, enchufo el cable y encajo el casco que aprisiona
mis mejillas en cuanto está ubicado en su lugar.
Nadie habla de lo incómodo que es, del calor que da a la puta cabeza y
lo que me ha llegado a agobiar en momentos determinados de mi carrera.
Los mecánicos me ayudan a entrar en el monoplaza con el verde
característico de la marca de coches de lujo, y a ponerme los cinturones.
Conducir un coche de cinco metros de largo y dos metros de ancho a
altas velocidades no es algo que todo el mundo pueda hacer. Es por eso, y
por mil motivos más que cuando estoy encajado en mi hueco, a la espera de
las instrucciones para salir a pista, me siento el puto amo. El rey del mundo,
no hay nada que me pueda desinflar de la emoción.
—Comprobando radio. ¿Me escuchas, Beck?
O puede que la voz de Ricki, acusadora desde que conoció que el
próximo año no vamos a trabajar juntos, sí que moleste un poco a la
emoción.
—Todo correcto.
Sin él no sería capaz de hacer bien mi trabajo. Es el encargado de darme
las indicaciones de carrera, los parámetros que tengo que colocar en el
mando dependiendo del trazado. También me indica las mejoras que puedo
realizar o la posición en la que me encuentro.
—Copy. En cinco minutos dará comienzo la carrera de clasificación.
—Copy.
He llegado a odiar esa palabra con todo mi ser.
El semáforo se pone en verde, todos los coches que esperábamos para
entrar a pista desde el pit lane nos ponemos en marcha. Es ahora o nunca.
La clasificación es el momento en el que cada uno enseñamos lo que
tenemos, lo buenos que somos como pilotos y la capacidad del coche, que
no siempre va relacionado. Hay tres clasificaciones con un cronómetro.
Quien pase los tres cortes saldrá en la carrera del domingo en alguno de los
diez primeros puestos. Para ello hay que hacer la mejor vuelta, la más
rápida y espectacular, con la dificultad de que los veinte pilotos estamos
haciendo lo mismo.
Q1, que es como se llama a la primera clasificación, dura veinte minutos
en los que hago dos vueltas y me clasifico entre los que pasan a la siguiente
fase. Los siete más lentos se quedan en el camino.
Q2 dura menos, quince minutos, y tengo que conseguir como sea
superarla.
—Siento el balance de frenos extraño.
—Copy —dictamina Riki—, no aparece ningún problema en la pantalla.
Los ingenieros y sus putas pantallas.
—Empiezo vuelta rápida —aclaro a la radio.
Aprieto el acelerador al máximo posible, el circuito de Bélgica, Spa, es
el más largo del campeonato. Sangriento, y no porque yo lo diga sino
porque se ha llevado la vida de unos cuantos pilotos. Combina rectas largas
con virajes rápidos. Tengo que estar cien por cien concentrado y no es el
caso. No es mi puto día.
En la primera curva de las diecinueve que tiene, siento como el coche se
me va de la trazada, me ha sucedido lo mismo en los entrenamientos libres
y no entiendo el puto motivo.
—Ricki, situación.
—No has mejorado el tiempo en ninguno de los sectores.
—Mierda.
Subo la colina a través de Raidillon. Si estuviese en un paseo tranquilo,
me pararía a admirar el bosque de las Ardenas que rodea todo el circuito,
pero como todo en este deporte, va tan rápido que rápido queda atrás.
La fuerza G tiende a doblarme el cuello cuando tomo una de las curvas
sin la postura correcta, logro vencerla gracias al entrenamiento de cuello
diario, pero esta noche ya puedo llamar al fisio si no me quiero cagar en
todo.
Aprieto a fondo hasta alcanzar la línea de meta.
Ha sido una vuelta de mierda, el malestar sigue instaurado en mi cuerpo
y se ha notado en los múltiples volantazos que he dado.
Riki me dice el tiempo.
—¿Qué posición corresponde?
—Onceavo.
Estoy fuera. Como no haga otra vuelta rápida saldré mañana desde la
posición número once y no podré remontar.
—¿Puedo hacer otra vuelta rápida?
—Box, Box.
Riki me llama para entrar en el garaje, quiere que nos demos por
vencidos.
—Venga ya, puedo hacer otra.
—No hay gasolina, Beck. Box ahora.
—MIERDA.
Suelto una de las manos del volante y doy un puñetazo cuando aminoro
la velocidad.
Ha sido un día de mierda.
Cuando salgo del monoplaza, miro de soslayo las pantallas de la
programación que están emitiendo por la televisión. Allí, a la izquierda en
una lista infinita y con el fondo negro, está el orden en el que hemos
quedado todos los pilotos. Mis ojos se van inmediatamente a la pole
position, al puesto número uno que lo decora mi próximo equipo.
No digo nada, no quiero que nadie me malinterprete pero… Joder que
ganas de olvidarme de esta etapa de mi vida, y de la nueva incorporación
que ha aparecido en ella.
Me meto en mi cuarto sin mirar a nada más que no sea el suelo. La
ducha me arropa en un dulce baile congelado. Amo las duchas de agua fría,
te despejan la mente como nada más lo consigue.
Y, cuando estoy listo, es mi madre y Michael quienes me están
esperando para salir conmigo. De normal esperan a estar en el hotel para
tener unas palabras, pero supongo que con todo lo que ha sucedido, y lo
pésimo que lo he hecho, quieran tener unas palabras de ánimo.
Odio las palabras de ánimo, soy más de hechos.
—Habrá días mejores —suelta Michael mientras palmea con fuerza mi
espalda—, ya conoces este deporte.
—Lo has hecho bien, hijo.
—Lo he hecho de pena, mamá, no mientas.
Ella se queda unos pasos detrás de su marido observando con
detenimiento mi rostro. No soporto cuando hace eso, ya no soy un niño.
Antes de que pueda abrir la boca, se cuela un ruido a nuestras espaldas
que hace que nos giremos al instante.
—Mira que me cuesta diferenciar los colores rojos, verdes, y alguno que
otro más, pero tu mono junto a tu nombre lo veo muy nítido en el puesto 11,
primo.
Aston Martin luce el color verde y sé, porque no hace falta ser muy listo
para ello, que la pulla tiene que ver con el mote que le puse años atrás. Iris
no ve ciertos colores por su problema de daltonismo, pero, una vez más, no
tiene ni idea de lo que le rodea.
Busca que le responda, que quede en evidencia delante de nuestra
familia, pero no lo va a conseguir, mi enfado va mucho más allá de lo que
pasó entre nosotros antes de la clasificación.
Miro hacia mi teléfono, tengo una llamada entrante.
—Lo siento, Ash al teléfono —miro a mi madre para que entienda mi
marcha.
Llevo el teléfono a la oreja ante la atenta mirada de Iris. Se ha quedado
con la boca abierta, es lo que tiene buscar guerra y que el enemigo te ignore
soberanamente.
Que jode.
—Salvado por la campana.
No sé si la frase se la digo a Ash en forma de agradecimiento o si se la
susurro a Iris cuando paso por su lado. Lo que está más que claro es que
quiero que este día se acabe de una vez o me va a dar un puto infarto.
10. ¿QUÉ COÑO ESTOY HACIENDO? Y, LO PEOR
DE TODO, ¿QUÉ COÑO ESTÁ PENSANDO MI
CABEZA?
IRIS

Llevo todo el día arrepintiéndome de lo que le dije a Beck después de la


clasificación. Hasta la comida me sentó mal. Tampoco ha ayudado a que
haya desaparecido del mapa mientras nosotros seguimos deambulando por
el paddock.
Parte de la culpa la tiene el padre de Nate, Jack, que no cesa en hablar
con unos y otros y de arrastrar a Michael en el camino. Hace un par de
minutos se han encontrado con el jefe de Beck y han prometido cenar esta
misma noche.
—Ni de coña, Mai, yo no he venido preparada. Id vosotros.
—Beck y Nate también vendrán, además, tú no tienes la necesidad de
buscar una ropa que te favorezca, ya eres preciosa con cualquier trapo.
—¿Gracias?
Mi madre siempre me repite que soy la niña más guapa del mundo, pero
a ver, es mi madre.
—Entonces, ¿te animas?
—Dudo que sea una buena compañía esta noche, estoy cansada y…
—Venga ya, mi hijo me ha dicho exactamente lo mismo.
—¿Y a él se lo has permitido?
—Tiene que cenar. ¿Qué más da si lo hace solo o en compañía? Te
repito que será divertido.
—Una reunión formal no es divertida de ninguna de las maneras, Mai.
—Pero me haréis compañía. Podré hablar con el resto de las chicas de
las maravillosas personas en las que os habéis convertido. No me hagas
quedar mal, Beck no me pondrá la tarea sencilla, eres la única de la familia
que puede ceñirse a esa categoría.
Punto positivo para ella, me acaba de sacar una sonrisa y me ha medio
convencido.
—¿Será cerca del hotel?
—A unos metros. Te podrás ir en cualquier momento y, si no te apetece
caminar, Núñez estará a tu servicio.
—¿Sabes que quiero el puesto de Núñez?
Mai, una mujer que nunca pierde su postura, que su espalda está tan
recta como la de un tenedor, se queda tan pasmada con mi comentario que
hasta me entra la risa.
—Esta conversación la dejamos para otro momento. Iré a… ¿Peinarme?
No tengo un máster en cenas pijas. La ropa que me he traído en la
maleta es simple. Pantalones flojos, camisetas que no den mucho calor y
colores simples tales como el blanco, el negro y una camiseta roja para
tocarle las narices a Beck mañana en la carrera.
Según las películas de Hollywood, la peña se prepara como si de una
boda se tratase cuando tienen que cerrar algún trato importante y, por la
mirada de Michael que no cesa en moverse hacia todos los lugares, creo que
estamos dentro de ese contexto.
Dejo el lujoso hall del hotel donde nos hemos alojado y me dirijo de
inmediato hacia los ascensores. En cuanto salgo por las puertas en dirección
a mi habitación, marco el número de mi madre.
—¿Qué me pongo para una cena pija si solo tengo disponible dos blusas
del Primark?
—¡Iris! ¿Dónde estás?
Pongo al día a mi madre en un momento. Con dos frases ya está
enterada del embrollo en el que me he metido. O mejor dicho, me ha metido
Mai.
—Te juro que esta mujer tiene la capacidad de enredar a una línea recta.
La risa floja inunda la línea telefónica.
—Te echo tanto de menos, pequeña.
—Y yo a ti, mami.
Ha sido una semana y media sin tenerla a mi lado y se siente extraño. Ni
las videollamadas diarias ni los WhatsApp salvan la distancia que nos
separa.
—Me gusta que Mai tenga ese carácter. Me gusta verla recuperada.
Cuando mi madre la conoció no estaba en su mejor momento. En casa, o
mejor dicho en la mansión de los Douglas, cuando se refieren a esa época la
nombran como «el túnel oscuro». He llegado a la conclusión que Mai
arrastró una grave depresión durante muchos años y que por eso aparcó su
carrera como psicóloga y se metió a ser directora en la universidad. Ahora
combina ambas tareas, pero para ser sincera, yo siempre la veo con papeles
de la universidad.
—¿Cómo está siendo?
—¿El qué?
Pongo el altavoz mientras observo las tres prendas que ocupan un
armario de dos metros de ancho por dos metros de alto.
—Vivir el Gran Premio desde dentro, ¿se han despertado los fantasmas
del pasado?
—No. No voy a volver a competir en carreras ilegales, te lo prometí.
Conozco a Teresa Stars como si la hubiera parido yo a ella, y no ella a
mí. Normalmente, comienza por sacar un tema que, de algún modo, tiene
relación con el punto al que ella quiere llegar. De esta forma no parece que
vaya a degüello con sus preguntas.
—Solo quería comprobar.
—Ya… Nos conocemos mamá.
—Quiero que seas capaz de disfrutarlo aunque no lo puedas tener.
—Lo he pasado bien.
Es la mejor respuesta que le puedo ofrecer.
¿Que he pensado que era injusto que ninguna mujer estuviera en la
parrilla de pilotos? Claro que lo he hecho y me he enfadado sola.
¿Que hubiera deseado ser yo la que corría y no la espectadora? Creo que
de este detalle somos todos conscientes. Desde mi tío, pasando por Mai
hasta el idiota de Beck.
¿Que sé que esa no es la vida que me corresponde y que tengo que
asumir que mi tiempo ya pasó? Sí, duele admitir la realidad. Duele tragarse
el nudo de «joder, no lo alcancé». Y duele pensar que no lo hice todo. Era
muy joven, acababa de perder a un padre y mi nueva realidad con la
situación económica de mi madre nos dio un buen sopapo en la cara.
La vida es dura, extraña y enrevesada, pero también maravillosa y
emocionante.
—Me quedo con la intensidad que hay en el circuito.
—Eso es, cielo.
Hablamos un rato más. Me cuenta que ha quedado con Luna, al fin
vuelve a tener contacto con sus amigas de la infancia y deja de ser por un
rato la madre protectora al cargo del mundo. También me pone al día de los
cotilleos del barrio y de los cambios, a mejor, que ha tenido en el trabajo.
Cuando entro a la ducha lo hago con una sonrisa.
Ha sido un día intenso, extraño e impredecible, y eso que aún no ha
finalizado.
◆◆◆

Media hora después y recién salida de la ducha, escucho un golpe en la


puerta de mi habitación. En un primer momento pienso que podría ser Nate,
de ahí a que apriete el albornoz con más fuerza, pero al ver que no ha
seguido insistiendo y que ese hombre tiene de tranquilidad lo mismo que yo
de rubia, entonces caigo en la cuenta que tiene que ser otra persona.
Una de las cosas que no me gustan de los hoteles es que no tienen
mirillas.
¿Cuántos asesinatos se han podido evitar por ellas? Seguro que cientos,
si me pongo tonta podría contar hasta miles. Y ya no hablemos de las
nuevas mirillas que son como pantallas de un móvil. Esas que son capaces
de captar todos los ángulos del rellano y…
Al abrir la puerta me encuentro con un botones.
—Señorita Stars, la señora Douglas ha querido que reciba esta caja.
La caja en concreto es más grande que yo. Lo juro. Si nos ponemos
ambas rectas, ocupamos el mismo espacio.
—¿Se lo dejo dentro de su habitación?
—No. —Joder, como odio los trances en los que me meto siempre que
Mai me sorprende con alguna de sus cosas extrañas—. Lo recojo yo,
muchas gracias.
Me sonríe y cierro la puerta como puedo haciendo malabares para que la
caja no se desparrame por el suelo. Con las medidas que tiene me puedo
imaginar lo que es, principalmente porque sé reconocer la marca que se lee.
Es ropa y cara. Muy cara.
La dejo encima de la cama y retiro el lazo protector con cuidado. La
tapa de la caja pesa una barbaridad y el papel de seda que la acompaña se
eleva por la fricción que se genera. Lo tomo entre las manos con cuidado
para no romperlo y entonces… Aparece el vestido más bonito que he visto
en mi vida.
Está doblado por la mitad, de ahí el tamaño de la caja, porque es un
vestido largo, de palabra de honor con un tirante muy fino, y de un color
verde eléctrico muy similar al… Coche de Beck.
Este último detalle me hace reír. Empieza como una risilla de «joder,
Mai no da puntada sin hilo…» pero después todo comienza a cruzarse. La
risa me hace feliz, miro el vestido y ya me siento guapa, así que todo se
convierte en una maraña de carcajadas y gritos al aire.
Si es que al final soy más básica de lo que pensaba.
Cojo la prenda para sacarla de la caja con sumo cuidado.
Madre mía, es preciosa.
Se va a adaptar a mis curvas como un guante, pero esto ha debido costar
un pastizal. Reviso la etiqueta, no por chismosa, sino para no retirarla y
devolverlo después de la cena.
La etiqueta no está.
Mai ha tenido este regalo guardado en la recámara desde mucho antes
de esta tarde.
Tengo ganas de llamar a mi madre de nuevo y decirle lo que ha
sucedido, pero también me muero de ganas de hablar con Mai y darle las
gracias por dejar que sea una especie de princesa por un día. Puede que
parezca una tontería, pero me está haciendo sentirme como en casa, cuidada
y atendida, a su forma y manera está claro, pero me gusta. Creo que Mai
Douglas me gusta más de lo que pensaba. Una pena que tenga el hijo que
tiene y el marido… Del marido mejor no hablo porque es el tío más
mierdoso del mundo aunque con ella se le transforma la cara, así que
imagino que algo le verá.
Guapo es. Eso sin lugar a dudas.
Al final no solo me voy a tener que peinar, voy a tener que buscar la
forma de hacer un maquillaje para este pedazo de vestido.
◆◆◆
Es increíble.
Me siento increíblemente guapa reflejada en el espejo.
El vestido tiene una ligera raja hasta mi rodilla, haciendo que mi figura
se vea sexy dentro de la formalidad de la prenda. Eso no es todo, porque el
escote me queda tan bien que lo quiero recortar y tatuarlo en mi piel para
lucirlo a diario.
Porque no soy una cazafortunas que busca novio a los dieciocho para
vivir como una mantenida, que si no hoy podría tener a quien me diera la
gana.
Me hago un par de fotos en el espejo para tenerlas de recuerdo y
enseñárselas a mi madre mañana, y salgo por la puerta de mi habitación con
el móvil en la mano y la tarjeta de la habitación dentro de la funda. Porque
una es diva pero sin bolso.
Espero la llegada del ascensor mientras reviso que los tacones, los
mismos que Mai también había añadido dentro de la caja y que no vi hasta
diez minutos después, estén bien apretados.
Son dorados y tienen unas cintas kilométricas que he tenido que ajustar
en dos ocasiones porque, de nuevo, de estas cosas yo no tengo mucha idea.
Vuelvo a mi postura original cuando lo huelo.
Lo jodido de todo es que ni lo escucho ni lo veo, huelo su colonia antes
de saber que ha llegado a mi lado. A esperar el ascensor al mismo tiempo
que lo hago yo.
Me giro hacia él, sería de mala educación no cotillear su outfit y al
instante me doy un cabezazo por haber sido tan ingenua.
Si a mí me han hecho llegar semejante vestido, él no iba a lucir un
chándal de entrenamiento.
Beck Hunter en traje no debería de ser legal.
—Hola —suelto.
Mi cabeza ha dejado de funcionar. Game over.
Hace apenas unas horas le comí la boca porque me hizo enfadar, porque
iba con el mono de carreras con esa actitud de «me voy a comer el mundo»,
y ahora… Ahora estoy perdida en los pantalones de pinza amoldados a sus
piernas, a la perfecta camisa blanca y a la americana del mismo negro que
sus pantalones con un detalle del verde de mi vestido. El verde de su
escudería. Esto también ha debido de ser obra de Mai.
—Si quieres me saco una foto y la firmo, así no tienes que revisar cada
uno de los rincones de mi cuerpo.
Será guapo, pero imbécil y prepotente también.
Dejo de hacer un buen recorrido por su cuerpo para clavarme en su
mirada. Tiene ganas de jugar.
—Si quisiera conocer cada uno de los rincones de tu cuerpo, iría poco a
poco, marcando con la lengua cada una de las esquinas para saber que ya
las he recorrido, y después mordería aquellas que me llamasen la atención.
Llámame rara, pero me encanta morder y chupar, ¿a ti no, Hunter?
Cambia rápidamente el peso de su cuerpo hacia atrás, mete las manos en
los bolsillos del pantalón y se le borra la sonrisa de un plumazo.
A mí también me gusta jugar y sé que en estos momentos estoy tan
buena como él. Es una mierda lo de tener conciencia porque ahora mismo le
arrancaría el traje a mordiscos, lo metería al ascensor y cerraría las puertas
hasta nuevo aviso.
—Yo no hablo de mis preferencias sexuales, las muestro, es bien sabido
que quien mucho dice, poco hace.
El muy fanfarrón mueve la mano hacia delante invitándome a entrar en
el ascensor, el mismo que me ha dejado vendida llegando a la planta justo
cuando tenía que responder yo.
Hago lo que me pide, tomo el vestido hacia arriba para no pisarlo y me
fijo en mi reflejo en el espejo. Tengo las mejillas sonrojadas, pero el
maquillaje sigue en su sitio. Espectacular.
Cualquiera diría que no tengo abuela…
Ah espera, es que no la tengo.
Beck entra, pero no se gira, se queda mirando cómo las puertas
correderas se cierran y el espacio entre nosotros se reduce.
Ninguno de los dos dice nada, nuestros cuerpos están separados por
escasos centímetros.
—¿Sabes qué tipo de cena es esta?
Yo no pertenezco al mundo de los Douglas, podrían haber ido a cenar
ellos solitos sin haberme invitado, y aquí estoy, con un vestido más caro que
toda mi ropa junta y de camino a un restaurante que, mínimo, pondrá cinco
tenedores para comer una aceituna.
—Todos los Grandes Premios son importantes para hacer negocios.
—Creía que los negocios se hacían en el asfalto soltando gas.
La conversación es de lo más extraña. Al estar mirando hacia el espejo
me estoy respondiendo a mí misma y a la espalda de Beck.
Es él quien se gira hacia mí.
—No tienes ni puta idea de cómo funciona este mundo, arcoIris. Sin
dinero no somos más que unos tipos con ganas de adrenalina. Esto es tan
fundamental como la carrera de mañana.
—¿Tiene algo que ver con tu mierda de clasificación?
Se piensa durante un segundo si responder con sinceridad o no. Opta por
la segunda opción en el último momento.
—Las cosas con el equipo están tirantes, Michael no quiere perder la
relación y entiendo sus motivaciones, dentro de la Fórmula 1 nunca sabes si
volverás al lugar del que te fuiste.
—Entonces, ¿es una cena para lamer culos?
Hace el amago de sonreír, le llega a los ojos porque se le achinan con el
movimiento, pero baja los pómulos antes de enseñar los dientes.
—Algo así. Ya hemos llegado.
Se gira, sale del ascensor y me deja mirando el reflejo de su espalda
alejándose de mí.
¿Qué coño estoy haciendo? Y, lo peor de todo, ¿qué coño está pensando
mi cabeza?
11. SI TODO SE DESBORDA. TODOS
PERDEREMOS.
BECK

No me esperaba ni su vestimenta, ni la forma en la que me ha hablado, ni


el modo en el que mi cuerpo ha reaccionado a ella. Puedo echarle la culpa
al beso compartido, al modo que me reclamaron sus labios, pero sería
engañarme a mí mismo porque nada de eso es real. O no por completo.
Iris es una chica guapísima y hoy lo está demostrando.
Antes de llegar al hall hice una videollamada con Asher. Tenía llamadas
perdidas de él y no suele ser habitual. Si no lo llamo yo no tiene la manía de
levantar el teléfono móvil así esté a punto de morir. La cosa es que con mi
reciente intercambio de opiniones en Twitter con un chismoso periodista
deportivo, hay varias cuentas anónimas que se han encargado de hacer
circular bulos sobre mí por las redes sociales. Él intentó frenar lo máximo
que pudo, sin embargo, me advirtió que no ha sido capaz de llegar a la raíz
del problema. Esa es una de las buenas excusas que tengo para estar tan
inquieto. Cenar con mi jefe, por mucho que sea el padre de Ada, no es
cómodo cuando conoces que tienes sobre la cabeza un problema grave. Mi
rendimiento tampoco está a la altura, Iris me está sacando de mis casillas y
todo se está juntando demasiado.
Vuelvo la atención a la espalda de Iris. Se ha quedado impresionada
cuando el ascensor ha abierto sus puertas y ha visto a mi madre vestida de
gala. No puedo evitar hacer un repaso de su cuerpo.
Antes he pensado que estaba guapa, lo borro por espectacular. Los años
le han sentado demasiado bien. Y digo demasiado porque ese color de
vestido es un claro indicativo de que mi madre ha tocado la prenda para
hacer un guiño.
Jamás me imaginé a arcoIris vestida de princesa. En mi mente de niño
estaba disfraza con el mismo mono de carreras que yo mismo lucía. Los dos
encajábamos el casco a la par para salir corriendo hacia los monoplazas.
Ese era el juego que seguíamos cuando no levantábamos ni un palmo
del suelo.
En qué ha quedado todo…
Trago saliva y encajo la idea de que, por muy bellezón que sea, su
personalidad solo ha hecho más que agriarse, supongo que como la mía.
Con que superemos esta noche me doy por satisfecho. Tengo a Nate y a
Ada de aliados, ¿qué puede salir mal?
12. ¿POR QUÉ LOS HOMBRES CON TRAJE SE
TRANSFORMAN EN FRESAS MOJADAS EN
CHOCOLATE PARA MI CEREBRO?
IRIS

Mai nos está esperando con una sonrisa impresa en la cara a la entrada del
hall.
—Estás preciosa, Iris.
Beck, que en esos momentos pasa al lado de Mai, mira hacia atrás, me
da un breve repaso y suelta
—Gracias, mamá.
¿A qué le ha dado las gracias?
¿A que su madre me haya puesto espectacular o a que a él no le haya
lanzado un piropo? Es que, claro, las frases pueden tener muchos tipos de
significados si no se especifican.
Su madre se ríe al instante y le da un golpe en el hombro con sorna, así
que creo que la segunda opción es la correcta. Vuelve a fijarse en mí y veo
algo similar a la felicidad del orgullo en sus ojos. Es extraño, nos
conocemos muy poco, y aun así me trata como si fuese alguien importante
para ella. Más allá de mi madre, nadie me ha tratado con delicadeza y
cariño. Supongo que… me gusta.
—Michael ya está en el coche, no lo hagamos esperar más.
Caminamos los tres con elegancia hacia el vehículo de Núñez. En esa
ocasión, Beck sí que deja que su madre y yo tomemos asiento primero que
él. De esta forma, quedamos ambos sentados uno al lado del otro.
—¿Has visto, primita? Puedo ser todo un caballero cuando quiero.
—Cuando quieres… —recalco echándole un ligero vistazo.
Mai y Michael están sentados enfrente de nosotros, hablando de sus
cosas.
—Solo cuando hay paparazzis de por medio —aclara muy cerca de mi
oído.
—Ya decía yo que tanta caballerosidad no era normal.
Se remueve en el asiento para ajustar la americana y ocupa su espacio y
el mío.
—¿Te has echado todo el bote de colonia? No puedo respirar.
Estoy exagerando para que no se note en exceso que me gusta esa
colonia. Es de las que tu mente dice al instante: esto solo puede llevar a un
tío bueno.
Núñez arranca el vehículo y me pierdo en la ciudad a través de los
cristales tintados. Mai comentó que el restaurante estaba cerca, si así es,
¿qué coño hacemos en el coche? Puede que los Douglas quieran evitar a los
paparazzi, pero de ahí a esta exageración.
Cinco minutos después estamos entrando en un garaje para acceder al
restaurante.
—¿Llevamos una bomba a punto de detonar y por eso hay tanto
secretismo?
Veo como mi tío pone los ojos en blanco y se separa del asiento, Beck se
ríe de su movimiento, la única que me responde es Mai.
—Es para evitar ir con guardaespaldas. Cuando nos juntamos todos
tenemos que extremar precauciones.
A ver, que esta gente tiene dinero, no guarda la vacuna contra la muerte.
Me quedo calladita, por una vez en la vida, ante semejante revelación.
Guardaespaldas para ir a cenar, ¿y si quieren ir al McDonald's, solo podrán
acudir por el Mcauto?
Cómo son los pijos…
Salgo del vehículo y sigo la estela de Beck para acceder al edificio. No
hay más complicación que entrar en un nuevo ascensor que, de primeras
parece simple, pero cuando salimos del garaje y entiendo que la pared de
cristal es para ver la ciudad a medida que este se eleva, flipo en colores.
Flipo tanto que me pego hacia él como puedo porque la luz hace un feo
reflejo que me impide captar todos los detalles.
La escena de película finaliza antes de que la pueda disfrutar porque
alcanzamos la última planta en tiempo récord. Es Mai la primera que sale
del habitáculo y, en cuanto poso la mirada en el restaurante, veo a un Nate,
también trajeado y tremendamente guapo, sentado en una mesa rodeado de
personas.
A su lado está su padre con la que entiendo que es su mujer por el modo
en el que están cogidos de la mano. También se encuentra un hombre con
dos chicas jóvenes a su lado. Una de ellas es Ada, así que interpreto que
este es el jefe de Beck y la otra chica la hija pequeña: Lyn.
Ada sonríe ante mi presencia, desde que hemos coincidido aquí está más
relajada que en la universidad. Juro que no le he hecho nada y en algún
cambio de clase que me la he encontrado por el pasillo, he tenido miedo a
que me lanzase un mordisco o algo similar. Su hermana en apariencia
parece una chica dulce las veinticuatro horas al día.
Nos saludamos todos y tomamos asiento. La mesa es redonda y, con tan
buena suerte, he querido coger la máxima distancia con mi primastro
sentándome al lado de Nate y de Mai, pero el idiota de turno ha quedado
justo enfrente de mí.
Tengo una maravillosa panorámica a sus movimientos, a sus risas de
medio lado cuando Nate abre la boca, y al modo en que su nuez de Adán se
mueve cuando traga saliva.
¿Por qué los hombres con traje se transforman en fresas mojadas en
chocolate para mi cerebro?
Las copas de champán comienzan a rular por la mesa al mismo tiempo
que los platos llenos de comida elegante. Me tengo que poner un puntito en
la boca porque, a diferencia de mi pensamiento inicial, hay abundancia en
las raciones y está rico. Tan rico que si no me diera vergüenza quedar como
la pobre del lugar, hubiese repetido de un plato que el chef ha llamado no sé
qué con trufa.
—Los patrocinadores quieren tener contenido. Ahora mismo los chicos
son un producto, no simples corredores.
El señor Aston mira hacia mi tío con cara larga. Michael y Jack sacuden
la cabeza mientras la mujer de este segundo y Mai discuten sobre algo
banal, a la par que Nate está más interesado en Lyn y su cortejo que en tener
una conversación de calidad. Ada y Beck están fuera de la ecuación porque
ambos se mantienen en silencio uno al lado del otro.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta mi tío.
—Necesito más contenido, lo que queda de contrato, quiero que dé todo
de sí.
Creo que está hablando de Beck, sin embargo, no lo está hablando
directamente con él.
Miro hacia él con disimulo. Tiene la vista fija en el plato, no está
comiendo absolutamente nada, solo removiendo la comida para que nadie
se dé cuenta. Cuando percibe que alguien lo está observando, mantiene
nuestras miradas hasta que yo la retiro.
Ha sido incómodo porque considero que él está muy incómodo.
—Sabes que Beck está dando todo de su parte.
—Sé quién es Beck, Micki, pero ahora mismo no estamos hablando de
él como chaval, sino de él como piloto.
Espera, ¿es Michael quien lleva la carrera de Beck como su mánager?
Esto es flipante.
En estos instantes me encantaría estar en mi casa, tirar el tenedor sobre
el plato y mandar a todo el mundo a la mierda.
Sigo sin comprender qué cojones quiere mi tío con mi estancia en la
mansión Douglas. No me ha hablado desde que he llegado, la universidad
que me paga es buena, eso se lo compro, pero está lo suficientemente lejos
como para que fuese más cómodo tener una habitación en la residencia. Y
después está lo de ponerme la miel en los labios. ¿Para qué me invitan a
estas cosas? Quizá es para verme llorar, para que les pida que me den una
oportunidad.
Jamás me arrastraría por el suelo que ellos pisan. Eso me lo prometí
hace muchos años y así va a seguir siendo. No quiero su puto dinero.
—Voy a ir al servicio.
Me levanto sin hacer ruido y de la forma más elegante posible. Tan solo
Nate mueve la atención hacia mí, me sonríe y vuelve a atender a Lyn que
habla tan bajito que dudo mucho que sea capaz de captar todo lo que sale
por su boca.
No tengo ni pajolera idea de dónde están los baños, pero la aventura de
descubrirlo ahora mismo me parece de lo más interesante.
Varios camareros se retiran a mi paso y antes de darme cuenta estoy sola
en un pasillo infinito con destino final a una enorme terraza.
Echarme agua en el cuello pasa inmediatamente a un segundo plano,
creo que ver la ciudad de noche y desde las alturas puede calmar los nervios
y la rabia que siento en estos momentos.
El repiquetear de los tacones me acompaña hasta que alcanzo ese
huequito de aire puro en medio de toda la morralla. El ligero viento azota
mi cara y retira con delicadeza el pelo que he colocado hacia delante de mis
hombros. Es una sensación de libertad absoluta. Me hubiese encantado
poder hacer turismo por las calles que se aprecian llenas de vida para la
hora que es.
—¿Te encuentras bien?
Puto Beck Hunter.
—Si no dejas de darme sustos de muerte te denunciaré por riesgo de
infarto.
—¿Eso existe?
Deja la posición a mi espalda y se posiciona a mi lado. Me da un breve
repaso, no obstante rápido también clava la mirada en la ciudad a nuestros
pies.
—Todo lo que te propongas puede existir —afirmo con contundencia.
—No era consciente de que, además de toca pelotas, también eras poeta.
—Tú no sabes nada de mí.
Lo he soltado con rabia, la misma que atesoro contra mi tío.
—Háblame de ti y así no podrás utilizar esa frase en mi contra.
—No me interesa que sepas nada de mi vida.
—A mí puede que me interese.
Deja atrás la ciudad y se gira con medio cuerpo hacia mí. Ha apoyado
uno de sus hombros en la barandilla y tengo toda su atención retenida. De
lujo…
—Si esto es por lo de antes, ya puedes dejar de hacerte películas.
—Soy más de series.
—Ahora mismo te empujaría por esta terraza.
Me ha salido una puñetera sonrisa porque, en realidad lo que quiero
hacer es gritarle que me desespera su carácter y lo bien que le queda el
traje.
—Soy muy grande y peso más que tú, jamás podrías hacerlo.
—No me retes.
—¿Sabes, arcoIris? Una de las cosas que no han cambiado en ti es que
te flipan los retos.
—De pequeña siempre te ganaba.
—Permíteme que te refresque la memoria, guapa.
—Y una mierda, era mucho mejor que tú, más lista y más guapa.
Se queda en silencio. No sé si por lo de guapa, si por lo de lista o porque
era mejor que él. Solo tengo claro que su mandíbula está apretada, ha
escondido sus manos en los bolsillos delanteros del pantalón y tiene esa
mirada de «te follo» que le sale en las portadas de las revistas que
protagoniza.
—Juguemos —dice sin soltar la atención de mi cara.
—¿A qué?
—Tres preguntas sinceras el uno al otro. Así nos ponemos al día y
partimos de cero. Después de esto el marcador estará a cero, todo lo que
hagamos será responsabilidad de las personas en las que nos hemos
convertido.
—¿Y de qué sirve?
—Quiero saber quién eres después de tantos años, Stars.
No me pasa desapercibido el tono dulce que le ha puesto a mi apellido,
al recordatorio de lo que ambos creábamos cuando éramos pequeños. De la
atmósfera en la que nos escondíamos para huir de la mierda de mundo que
nos rodeaba.
—Empieza tú.
Quiero saber si va a ir a por todas o se va a quedar en preguntas
superficiales. Además, que no tengo ni idea de lo que le puedo preguntar.
—¿Por qué corrías ilegalmente?
Joder, con que ha sacado la artillería pesada en la primera.
He abierto los ojos en exceso y él se está riendo de mi movimiento.
Miro hacia la oscuridad. Es bonita aunque nadie la sepa apreciar, en ella
todos sacamos la verdadera cara, esa que escondemos en nuestro día a día.
Con ella salen nuestros verdaderos miedos, nuestro ego, y lo que
verdaderamente buscamos. Siempre me ha parecido que hay un símil entre
la supervivencia y la oscuridad. Ambas son voraces y, si no eres más fuerte
que ellas, más inteligente, con más recursos, siempre ganan.
—Necesitábamos dinero rápido. No podíamos cubrir las cosas básicas
del día a día, debíamos dinero a las tiendas locales y mi madre ya no podía
trabajar más horas.
—Nunca llamaste.
No es una pregunta, tampoco una acusación, creo que en estos instantes
Beck está intentando entender por qué jamás recurrí a la ayuda de mi tío o
tal vez ¿a él? No, eso es imposible, nosotros éramos unos niños cuando
dejamos de ser familia. Tampoco nunca llamó, ni nos visitó.
—Y nunca lo hice, yo no.
—¿Guardas rencor a Teresa por haberlo hecho ella?
Mi madre en esta ecuación no pinta nada.
—¿Es esa tu segunda pregunta?
Lo miro con sinceridad, pidiéndole sin palabras que no me haga
responder a esto porque desde que he llegado a la mansión tengo
sentimientos del todo opuestos. Por un lado, odio que mi madre se haya
arrastrado por el fango para darme una oportunidad, pero, por otro lado,
estoy viviendo experiencias que consideré perdidas. Como la de este fin de
semana, como la de llevar este vestido, sentirme guapa, sentirme nueva en
un nuevo lugar como en la universidad, con la capacidad de aprender de…
No, definitivamente no quiero responder a esa cuestión.
—No —dice sin soltar la atención de mis movimientos. He retirado el
pelo rebelde hacia atrás y he dejado la clavícula a la vista—. Es tu turno.
—¿Qué se siente al alcanzar el sueño?
Él sabe lo que estoy preguntando. Lo que acabo de poner sobre la mesa.
El miedo que se ha entendido en mi voz y el daño que me puede infligir su
respuesta.
—Es diferente a lo que habíamos soñado. Es un deporte despiadado,
exigente, sin amistades, constantemente viajando y solitario. Muy solitario.
Sus ojos se clavan en los míos, sinceros, tiernos y más brillantes que en
toda la noche. Siempre han sido peculiares, algo así como la marca personal
que lo diferencia de todos los guaperas de catálogo porque le da un toque
tierno que…
Asiento. Me ha dado toda la información que necesitaba y, en realidad,
no quiero saber más de eso. Meter el dedo en la herida es demasiado hasta
para mí.
—¿Por qué me has besado?
—Me da la sensación que más que una pregunta esto es un reproche,
Hunter. Y, que yo recuerde, no te vi nada preocupado en el beso.
—Responde. Es el trato.
—Porque tienes los putos labios más irresistibles del planeta.
Puede que sea una exageración, o puede que no. Lo que sí que esconde
es la parte de verdad que me niego a reconocer en estos instantes: que fue
un instinto al que no pude detener.
Quizá esté enferma, sea de gravedad y nadie me lo haya diagnosticado y
nos estemos aquí riendo de mis desgracias.
Ante el silencio inquietante, miro a mi izquierda. El muy idiota se está
riendo. ¡RIENDO!
—A mí me gusta tu lengua, arcoIris.
—¿Busco el doble significado o sigo pensando que te estás metiendo
con mi forma de expresarme?
—Es una pena que malgastes tu segunda pregunta, ¿verdad?
Los mejores jugadores no tienen que demostrar su capacidad con su
mejor esfuerzo, sino con el movimiento más inteligente y Beck Hunter, por
más que me joda, es un buen jugador.
—¿Iris, te encuentras bien?
Es Ada la que está a nuestra espalda. Creo que es la primera vez que se
dirige a mí directamente y eso solo puede significar que Mai la ha enviado
al baño para hacer una comprobación y ella no me ha encontrado allí.
Sonrío ante su ceño fruncido. Es una persona de lo más extraña, pero
supongo que las vibraciones del primer día estaban mal enfocadas.
—Sí, lo siento, me he despistado y no encontraba el comedor.
Asiente, mira hacia Beck y frunce aún más el ceño. Se da la vuelta sin
abrir la boca, ellos deben de ser más amigos de lo que aparentan porque con
una simple mirada han comprendido lo que querían decir.
Me separo de la barandilla y la sigo, pero un brazo me intercepta el
camino.
—Nos quedan preguntas por resolver, Iris Stars.
En lugar de dejarme continuar con mi camino, me adelanta por la
derecha, me abraza con su colonia y deja a mi cabeza de lo más confundida.
13. MI VIDA SE HA CONVERTIDO EN UNA
TELENOVELA Y NO SOY CAPAZ DE APAGAR
LA TELEVISIÓN.
IRIS

Poco se habla de los nervios que llevan instaurados en mi estómago desde


la cena de ayer.
¿Qué pasó? Que soy imbécil y me dejé llevar por una pasión que en la
vida he sentido. Una pasión fruto del enfado. ¿Cuándo me he dejado llevar
así por las emociones? Nunca. Conocer otra versión de Beck no entraba
dentro de mis planes. Odiarlo era sencillo, ahora bien, ¿mirar sus ojos
teñidos por el brillo y tener ganas de abrazarlo? Eso no debería de haber
ocurrido.
Llevamos menos de dos semanas conviviendo en la misma casa. Si al
inicio ya estamos así, no me quiero imaginar cómo puede acabar esto.
—¿Iris, sigues ahí?
—Perdona Nate, sí.
Me ha llamado esta mañana para ir los dos juntos al paddock club antes
que el resto. Me quiere enseñar los entresijos del garaje y, como ambos
sabemos que Beck no lo hará y me hace una ilusión tremenda, él se ha
ofrecido.
—Acabo de subir de desayunar. Si te parece bien me ducho y te espero
en el hall.
—Claro.
La tensión se acumula en mi estómago cuando me doy cuenta de que,
como no caiga un meteorito en medio del hotel, tendré que ver y odiar a
Beck como lo hacía antes de ayer. Como lo sigo haciendo, pero ahora en mi
pecho hay un rayito de esperanza.
Madre mía, tengo que cortar esta mierda cuanto antes.
◆◆◆

Los momentos con Nate pasan como un borrón delante de mi cara. Es la


mayor sorpresa que me he llevado desde que he llegado a Londres. Lo
siento como un amigo de toda la vida. Tiene paciencia para explicarme cada
detalle, aunque él ya lo conozca y lo haya visto mil veces. Me presenta a
gente de diferentes clubs. Él tiene un lema, y es que nunca sabes quién se
esconde detrás de un perfil y en este deporte tener un padrino o una madrina
lo es todo.
Cuando nos encontramos a Ada con su hermana es el único momento en
el que noto como la espalda de mi nuevo amigo se tensa. Creo que le gusta
la pequeña de los Aston, pero no seré yo la que me meta en ese tema
cuando le he comido la boca al tío que odio.
—Serías la primera mujer en muchísimos años en llegar. Alcanzarías la
gloria solo por eso.
La conversación se ha iniciado cuando nos hemos encontrado en una
sala, mejor dicho museo, de la historia de la Fórmula 1 que está disponible
para todos los visitantes. Hay todo tipo de premios, cuadros, detalles,
volantes, monos…
—Es un deporte de hombres y nadie quiere que eso cambie.
—El mundo ha cambiado, Iris.
Los grandes ojos azules de Nate inspiran confianza. Si los miro
fijamente incluso podría considerar que sus palabras son ciertas.
—Los patrocinadores prefieren a los hombres y sin ellos no alcanzas
nada. En este deporte sin dinero estás muerto.
—Como digo, el mundo está cambiando.
—Y tú eres demasiado soñador.
Un peligro para mi mente, todo sea dicho.
Dejamos atrás el museo y nos vamos directamente hacia el garaje de
Beck y su compañero de equipo, un inglés que está a punto de retirarse
aunque quiera alargar sus años de gloria.
Queda menos de una hora para que la carrera dé comienzo.
El box está a rebosar de gente, los mecánicos tienen que hacer
malabarismos para caminar de un lado al otro del monoplaza. Alguno está
seriamente agobiado, lo sé porque poco a poco voy conociendo todas las
caras del equipo. Me gusta verlos trabajar, son cercanos, jóvenes y tienen
muchas ganas de que los pilotos alcancen la gloria.
—Está todo listo para las pruebas, Hunter.
El mecánico a mi espalda llama al susodicho que estaba escondido tras
el armario de neumáticos. Muy fino por su parte, tampoco es como si fuera
a molestarlo antes de salir a correr, tengo dos dedos de frente aunque él
opine todo lo contrario.
Evito el contacto para hacer más sencilla su tarea, no quisiera yo que
fallase en su trabajo y tuviera que dar explicaciones… ¿Desde cuándo esta
voz responsable ha cogido fuerza dentro de mí? Antes de ayer hubiera
soltado algún comentario mordaz. Habría sonreído ante su ceño fruncido y
le hubiera pedido a Nate que siguiéramos con el tour, pero es extraño, me
siento atontada por el efecto Beck Hunter.
Se sube al coche sin mirar hacia ninguno de nosotros. Al parecer en él
no ha cambiado nada. Se pone el casco con la ayuda de sus mecánicos que
le atan los cinturones de seguridad en tiempo récord. Hay poco espacio
hasta que la carrera empiece y tienen que revisar que todo esté en orden.
El monoplaza sale chirriando contra el suelo, recién pintado, hacia la
pista. Nate me indica que podemos ir a la sala para ver desde las pantallas
las vueltas de Beck. No solo quiero ver las de él, quiero disfrutar del Gran
Premio en todo su esplendor así que asiento con énfasis.
La sala es menos amplia de lo que me imaginaba. Hay gente vestida de
calle y trabajadores de la escudería, todos mezclados, luciendo cascos para
escuchar la retransmisión en directo.
Los pilotos dan unas vueltas para hacer pruebas, nada que se extienda
más de diez minutos. Lo necesario para que todo el equipo se forme en la
parrilla de salida con los utensilios necesarios. Notando los primeros
síntomas de agobio debido a la cantidad de personas que hay en la sala, le
pido a Nate si podemos buscar la emoción en otro lugar. A él le parece una
opción genial la de acompañar a los mecánicos hasta la pista. La real, el
asfalto, y eso hacemos.
En cuanto llegamos presiento que yo no debería de estar aquí, más bien
nunca debería de haber salido de la sala de visionado, pero como buena
aficionada al deporte, ¿cómo de alucinante es que el mismo suelo que estoy
pisando, dentro de unos minutos vaya a ser aplastado por unos coches a más
de trescientos kilómetros por hora?
Desde que he tenido la oportunidad de acercarme más al equipo han
surgido en mi cabeza millones de dudas que serían más próximas de una
reportera deportiva que de una aficionada al uso. ¿Cómo se sentirán los
propios pilotos? ¿Cómo son los nervios antes de este momento? Todas estas
cuestiones me acercan más y más a Beck. Puede sonar como una tontería,
pero realmente despierta una intriga que me encantaría que él saldase.
—Mira hacia tu derecha —me dice Nate que me ha acompañado en
cada paso con la promesa de que ambos, en algún momento, estaremos
dentro de un monoplaza. Sea el color que sea.
Hago lo que me dice y Will Smith aparece paseando por nuestro lado
mientras a mí casi me da un infarto.
Un camarógrafo con el logo oficial de la Fórmula 1 nos rebasa. Es uno
de los que graba las imágenes en tiempo real que después aparecen en las
grandes pantallas del circuito.
Miro hacia una de ellas, parece más impresionante desde allí que justo
lo que tengo delante de mis narices.
—Es hipnótico
Suelto sin mirar a Nate, pero siendo muy consciente de que su mirada
varía de la pantalla a mí.
El hombre de la cámara enfoca con el enorme objetivo al morro del
monoplaza verde que tiene delante. El estabilizador le permite obtener
imágenes impresionantes mientras él desciende y asciende por el vehículo.
No envidio para nada las rodillas del pobre hombre que tienen que estar
desfallecidas con tantos ángulos complicados que realizan al cabo del día.
Todo estaba siendo muy divertido hasta el momento en el que deja el
monoplaza y se centra en el mono verde con rayas blancas a medio poner
que reposa sobre la cadera de Beck. No está solo, dos ingenieros con el
uniforme del equipo le hablan muy serios a su alrededor con una pila de
folios y una tablet.
Ver su cara en la pantalla es algo habitual. Ver su cara en la pantalla y
ponerle voz a sus pensamientos es algo que he descubierto recientemente y
no sé si me desagrada hasta el punto que debería.
Está serio y concentrado, tanto que el asistente que le tiende la gorra
tiene que tocarle el brazo para que acepte el accesorio. Lo adapta a su
cabello en un segundo, el mismo cabello que tuve entre mis manos y del
cual tengo muy buena opinión. Cierro los ojos para borrar esa imagen que
no debería de tener un asiento preferente en mi cabeza.
Al volver a centrar la mirada en la pantalla, veo como Beck sigue
atendiendo a las explicaciones de los ingenieros con la camiseta blanca de
protección contra el fuego, decorada con todos los patrocinadores,
apretando sus abdominales. Está más serio de lo común, reparo en que lleva
varios segundos rascándose el cuello con la mano derecha y eso solo lo
hace cuando quiere salir de la situación. Me imagino que las ganas de
velocidad pican a su puerta, como las mías de poder evitar su imagen.
Deshace el nudo, acomodado en su cadera y que había sido creado con
la parte superior del mono, para jugar con las mangas.
—Parece que Beck Hunter está nervioso.
Esa frase no ha salido ni de mi boca ni de la de Nate, sino del periodista
español que camina detrás de nosotros con su cámara señalando todos los
aspectos a tener en cuenta antes del Gran Premio. Guarda razón, hoy lo noto
más tenso que en otras ocasiones, tal vez se deba a que ha tenido problemas
ayer en la clasificación y sale desde el undécimo puesto del que no está
muy acostumbrado.
Desde megafonía avisan de que el tiempo de la carrera cada vez está
más cerca, todos aquellos que no sean indispensables deberán de volver a la
grada y dejar la pista con el personal necesario. Tanto Nate como yo
tenemos acceso ilimitado, y lo vamos a utilizar hasta el último minuto.
Hago un repaso a mi alrededor sin obviar la figura verde eléctrica que se
agacha a por el casco derrochando control en cada uno de sus movimientos.
Es injusto decir que me gusta cómo se ve su cuerpo en el mono de
carreras. No deja nada a la imaginación, y mucho menos la forma que tiene
de encarar a todo aquel que le da un repaso. Esa chulería lo hace especial,
atrae al resto. Lo he sentido y lo he escuchado tanto en voz de mujeres
como en la de hombres. Beck Hunter tiene algo especial.
Noto como mi garganta se ha quedado seca después de estar varios
minutos observando cada uno de sus movimientos, atontada, sin tragar
saliva. «A patética no me gana nadie». Aun así no despego los ojos de él,
está a punto de introducir la funda previa del casco cuando le susurro un
«suerte» que entiende al momento porque he visto cómo me ha leído los
labios.
Su mandíbula se aprieta, no hace ningún asentimiento de cabeza, en
cambio, acelera los pasos y encaja el casco dejando solo a la vista esos ojos
grises que me miran con intensidad. No sé si retándome a que me vaya, o a
que siga allí cuando apague el motor del monoplaza.
Ya sea por el entorno, la velocidad o por la intensidad, siento que vivo
las emociones al mil por mil.
Soy yo la que pierde esta batalla. Hay miles de cámaras de todos los
puntos del mundo apuntando a cada uno de los pilotos, lo que menos me
gustaría es que alguna de ellas captase nuestro cruce de miradas y se
comenzara a especular lo que no es. Porque lo nuestro no es.
No perdería mi lealtad a mí misma por un beso de Hunter. Que sí, quizá
me esté pasando de intensa porque solo ha ocurrido en una ocasión, pero el
final no cambia. Estos chicos son famosos, millonarios y tienen todo lo que
quieren. Se juntan y se separan en cuestión de días, ya sea de parejas, de
marcas publicitarias o de todo lo que les dé la gana. Sus vidas van a la
misma velocidad que sus monoplazas, y no me interesa verme como un
daño colateral. No podría mirarme al espejo y sentirme decepcionada
conmigo misma. Me quiero y me respeto demasiado como para hacer de un
simple tira y afloja, una historia abocada al fracaso.
¿Y lo patética que me siento al poner sobre la mesa una posible
«historia» cuando para él deben ser dos segundos de protagonismo?
Me alejo de la posición para acercarme a los muros de protección.
Necesito esta distancia, y el inicio del himno local me permite dejar de
captar cada detalle de sus movimientos. No me quiero volver loca nada más
empezar porque el camino va a ser muy duro si pierdo el control. Estoy
viviendo en una casa que no es la mía y con unas personas que jamás se han
interesado por mí. Siento que mi vida se ha convertido en una telenovela, y
no tengo ni idea de cómo puedo apagar la televisión o ponerla en pausa para
coger aire.
—El espectáculo va a comenzar —augura Nate que ya camina hacia la
cabina de box para ver la carrera.
Lo sigo antes de cometer una idiotez.
◆◆◆
En cuento los semáforos que dan inicio a la carrera se apagan, la tensión
explota a mi alrededor. Ver la carrera con los mecánicos, escuchar a los
ingenieros de fondo, captar incluso alguna imagen del equipo en las
televisiones nacionales es una experiencia que me encantaría vivir durante
mucho más que esta escueta visita que me ha ofrecido Mai.
Me permito el lujo de vivir y gritar con ellos en los momentos de
tensión, siento que así puedo contener parte de la adrenalina. Me guste más
o menos admitirlo, Beck es uno de los mejores pilotos de la parrilla, no solo
por su conducción, sino porque no le tiene miedo a nada ni a nadie.
—¡Lo va a conseguir, lo va a conseguir! ¡QUE LO CONSIGUE….! —
Max, un mecánico pelirrojo que ha conquistado a toda la comunidad que
sigue al equipo en redes sociales, es el hombre que ha puesto voz al
adelantamiento de Beck que lo posiciona entre los cuatro mejores.
Nate también está nervioso. Creo que jamás lo admitiría, y siento que la
presencia de Ada y su hermana ha dificultado que exprese sus emociones,
pero en algún momento de tensión ha cogido mi mano y ha dado pequeños
grititos.
—La FIA ha señalado una sanción —exclama Nate cerca de mi oído.
La FIA es la Federación Internacional del Automóvil, en palabras que
todo el mundo entienda es la encargada de organizar competiciones
automovilísticas y ser la jueza de lo que sucede en los circuitos.
MIERDA.
La emoción en el garaje se pierde al instante, las caras de felicidad se
convierten en silencios y caras largas. Le han puesto una sanción de cinco
segundos a cinco vueltas del final de la carrera por un choque al inicio.
Algún equipo ha tenido que reclamar el hecho porque no es normal que
tarden tanto en indicar una sanción…
—Tenemos que huir de Beck —susurra Nate muy cerca de mi oído de
nuevo.
—¿Qué?
No se está riendo, parece muy convencido de esas palabras.
—Tú nunca lo has visto enfadado.
—Sí lo he visto enfadado, ¿te olvidas que soy su diana favorita? Pero,
en este caso entiendo que se enfade, lo estoy hasta yo misma.
—Beck Hunter es pura rabia cuando no consigue lo que quiere.
—Pues ya es mayorcito para contenerse.
—Yo solo te digo que hoy los periodistas van a irse calentitos a sus
casas.
—¿Eso quiere decir que es mejor que no me cruce en su camino?
—Eso quiere decir que, si no estás segura de poder jugar con fuego, no
acudas.
No tengo tiempo de reacción porque todos a nuestro alrededor
comienzan a moverse. Los monoplazas se apiñan en el pit lane para que los
mecánicos de cada escudería los puedan recoger, solo los tres primeros
tienen su momento de gloria, sacándose fotos con los coches y sus
aficionados antes del conocido momento del champán en el podio.
Levanto la mirada para buscar a mi tío y a Mai por la zona. No han
estado allí en toda la carrera.
—¿Sabes donde…?
Nate no deja que finalice la frase, me lee la mente mientras mira a una
figura que se mueve detrás de mí y que le interesa mucho más. Alguna de
las hermanas Aston.
—Ellos ven las carreras desde la sala VIP. Ya sabes, salón cómodo, con
buenas pantallas, comida a rebosar…
—¿Nosotros hubiéramos podido ir?
Es el único instante en el que sus ojos se clavan en los míos.
—Pues claro, ya te dije que con la pulsera que tienes entras en todos los
lugares.
—¿¡Y por qué no hemos ido!?
He escuchado comida y se me han revuelto las tripas.
—Venga ya, una amante del motor no se encierra en una sala de pijos, se
viene aquí, al garaje.
Tiene razón.
Llevo la cabeza de nuevo al enorme pantallón. Los ganadores están
dando entrevistas y mi idiota cabeza no cesa en preguntarse dónde estará en
estos momentos mi primastro.
—Normalmente acudimos a la salida si Beck no gana, ¿quieres hacer
algo antes de irnos?
—Me gustaría ir al servicio.
—Aquí no hay, tienes que ir a los del recinto del paddock. A la zona
donde están las mobile home de las escuderías.
Sé el punto que me indica, hemos paseado estos dos días por allí en
multitud de ocasiones. Cada escudería pone su pequeña casita en una fila
enfrentada a otra fila. La posición la marca el ranking del campeonato de
constructores, lo que es lo mismo que decir que, quien haya quedado
último, el año que viene tendrá que hacer un paseillo delante de todas las
otras escuderías.
A montar un show no los gana nadie…
—¿Me esperarás, no?
—¿Crees que Mai permitiría que el avión privado se fuese sin ti?
Mai no, pero Michael sí.
A Nate le respondo con una simple sonrisa, tampoco es plan de contarle
en la primera ocasión la pésima relación que tengo con uno de mis parientes
más cercanos.
Enfoco el pasillo al aire libre mientras veo como los aficionados se
mueven como pollo sin cabeza de un lado a otro.
Creo que tienen la esperanza de ver alguno de esos chicos, sus ídolos, en
directo. Yo hubiera sido esa niña si la vida no me hubiese obligado a crecer.
Es más, hasta le habría pedido un autógrafo a Beck.
Esquivo a dos periodistas internacionales que se interponen en mi
camino y adelanto mis pasos hasta alcanzar las mobile home. Me meto por
el hueco que forman dos de ellas y, cuando espero que la calle esté libre
para alcanzar los baños, lo que me encuentro es una figura verde que aún no
se ha retirado el casco. Ese pequeño gesto que realizan todos los pilotos
tiene un mensaje claro: no quiero que nadie me vea en estos momentos.
Observo como atesora su botella de agua con fuerza.
Me acerco sigilosa. Aún no ha reparado en mi presencia es por eso que
me siento tan extraña a su alrededor.
—Habrá días mejores.
Infundir ánimos nunca ha sido mi fuerte, ¿lo habrá notado?
El susodicho se gira con rapidez y me busca a través del casco. No tengo
ni idea de lo que está pensando porque tiene la visera hacia abajo. Él sí
puede ver mi estado de ánimo pero yo el de él no.
La compañera del equipo, que entiendo que es la jefa de prensa, aparece
a nuestro lado y nos empuja a ambos hacia dentro de la mobile home. Yo
hago resistencia, pero, entre que la mujer tiene fuerza y que los periodistas
han comenzado a meter micrófonos delante de mi cara, los sigo como si
perteneciera al equipo y no fuese una extraña. Consigue que ambos
accedamos a una de las habitaciones y cierra la puerta detrás de ella. Hasta
ese momento creía que ella también iba a acceder, ¡pero no! Me ha dejado
sola con el malhumorado de Beck.
Ay Dios, Nate me avisó que esto no era buena idea.
—¿Cómo estás?
Me da la espalda sin responderme. Deja el vaso de plástico en la mesa
más cercana e inicia la retirada del casco.
¿Por qué narices me tiemblan las piernas? Es un tío, un tío cualquiera
con el que estoy viviendo. ¡No!, un tío al que tengo que odiar porque es un
ladrón de sueños y además se ha pasado la vida restregándome que ha
conseguido todo y yo nada.
—¿Ya te han puesto sobre aviso?
La funda blanca aún protege su cabeza y no se ha girado. Sigo sin tener
ni idea de lo que está pasando por su cabeza en estos momentos.
—¿De qué estás hablando?
—Si estás tan tiesa y calladita es porque alguien te ha avisado que no es
un buen momento para soltar alguna de tus perlas.
—No te pienso mentir. Así ha sido, Nate cree que te conviertes en un
volcán a punto de entrar en erupción cuando las carreras no salen a tu gusto.
Has rozado el podio, tiene que joder quedar cerca de la victoria.
Se gira.
Se gira con todas las consecuencias.
Me mira con el sudor aun sobre su piel, con el flequillo y la barba
aplastada. Con este aspecto no se aprecia la preciosa cara que tiene.
«¿He creído que tiene una cara preciosa?». Estoy jodidísima.
—¿Y tienes miedo?
Me está retando de nuevo. Un nuevo capítulo en el que no me pienso
rebajar. ¿Suele jugar creando miedo? Pues ha dado con la persona
incorrecta porque en estos momentos, en los que sus ojos repasan todo mi
cuerpo, no siento miedo. Eso sí, estoy experimentando una atracción tan
brutal que me hace sentir miedo, que es muy diferente.
—Si no tuviera la confianza de que podría domar a un león si este me
toca las narices, no estaría aquí—suelto muy consciente de mis
capacidades.
—¿Ah, sí? ¿Estás muy segura de que no voy a ser una muy mala
compañía?
Acorta la distancia que nos separa. Aún hay un buen hueco entre
nosotros, algo que mi respiración agradece porque todo lo ha ocupado él,
menos mi espacio vital.
—Sin duda alguna.
—¿Tanta seguridad tienes en ti misma?
—Suelo ser la mejor versión cada día de mi vida, si esa es la pregunta.
—Es lo mejor que puedo pensar mientras él camina más y más cerca de mí.
—No, no es la pregunta, pero supongo que no ibas a perder la
oportunidad de soltar una pullita, ¿no?
Ha sacado a relucir la sonrisa de medio lado que enloquece a todos sus
fans. Mitad canalla, mitad «soy un angelito al que todo el mundo quiere y
adora».
—¿Una pullita? —pregunto desconcertada.
—Me faltan hechos probados, todo lo que dices no tiene un respaldo.
—¿Crees que voy a fracasar?
—Considero que has cantado victoria antes de tiempo.
Parece que se ha venido arriba con nuestra interacción, así que es mi
turno de sonreír con toda la intención de que sus nervios se activen.
—¿La misma que no has podido cantar tú hoy, verdad?
En un segundo aprecio como aprieta la mandíbula con tanta fuerza que
temo que alguno de sus dientes se rompa con el movimiento, al siguiente
segundo ha recortado la distancia que nos separaba y sus labios están sobre
los míos.
Por otro extraño motivo que desconozco, no solo dejo que enfatice el
beso al separar los labios, sino que agarro su cuello con la misma pasión
que él ha puesto al llegar hasta mí. Al notar mi aceptación, Beck devora,
muerde y controla el ritmo de nuestras lenguas. Tengo que aferrarme a su
cuello y a su pecho para no perder el equilibrio porque me está besando con
la misma intensidad que lo realiza todo. Hace unos minutos estaba
conduciendo a toda velocidad y ahora mismo me tiene entre sus brazos con
la misma energía.
No me quedo atrás, quiero controlar la puñetera situación de una vez por
todas porque creo que este movimiento, por mucho que nos estemos
derritiendo ambos, lo ha iniciado con el motivo de que me calle. A mí no
me gusta perder, no cuando mi contrincante es tan desesperadamente
atractivo y me vuelve loca en todos los aspectos de la palabra.
Giro para que sea él quien se apoye en mí, y se queda tan desconcertado
que se deja llevar. Ya no sujeto su cuello, sino que vuelvo a tirar de las
hebras de su cuero cabelludo con rabia. Rabia porque después de dos horas
y de estar lleno de sudor, sigue teniendo un tacto envidiable, y sus labios
siguen despertando todas mis terminaciones nerviosas.
Ya no sé si es él quien se está apretando contra mí o yo contra él, pero
siento cada parte de su cuerpo sobre el mío.
No quiero que estas sensaciones acaben nunca. Ni las buenas ni las
malas, es tan intenso que…
El teléfono móvil. Está vibrando en mi pantalón y Beck lo tiene que
estar notando porque está sobre él.
Me separo al mismo tiempo que tapo mi boca.
«Mierda, mierda, mierda». Al final la he liado yo. O nos hemos liado
nosotros. O…
El nombre de Mai aparece en la pantalla.
Cojo más distancia con Beck, no quiero que su madre escuche mi voz
entrecortada, no obstante va a ser inevitable. Siento el corazón a mil por
hora.
—¿Ha sucedido algo? —pregunto.
Habla tan rápido y está tan emocionada que temo no haber entendido
bien el mensaje. Cuando estoy a punto de pedirle que repita las últimas
palabras, el sonido inconfundible de una línea cortada hace que separe el
teléfono de la oreja.
—¿Sigues creyendo que puedes cantar victoria o prefieres suplicarme
para que te siga besando hasta que te derritas?
Beck se ha sentado en el borde de la mesa, ha vuelto a coger su botella
de agua y juega socarrón con el tubo que le permite beber. ¿Siempre se
considera el rey del mundo?
Utilizo la información que tengo para dejarlo calladito. No me gusta que
me hable con esa chulería porque, si algo he aprendido, es que quien reta al
otro corre el riesgo de ser retado. Esto lo aprendí de los Douglas hace
mucho tiempo atrás.
Me enderezo, guardo el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón y
suelto la bomba como si la vida, el beso, y la tensión que hay entre nosotros
me importase una mierda.
—Mejor evita que el público note el bulto que se diferencia en el
pantalón. La FIA ha cambiado de opinión después de la apelación del
equipo, te quedan cinco minutos para subir al podio, campeón.
Y salgo de la sala con un silencio que me acompaña durante todo el
camino.
Creo que es la primera vez que le he cerrado la boca a ese idiota y sienta
de maravilla esta sensación.
14. LO DE SER POLÍTICAMENTE CORRECTO ES
UNA MIERDA
BECK

Decir que el fin de semana de carrera me deja agotado es utilizar un


eufemismo porque tardo más de dos días en poder levantarme cuando suena
el despertador. Poco puedo decir de los nuevos calendarios anuales que, en
ocasiones, nos meten dos Grandes Premios seguidos. De jueves a domingo
dando lo mejor de mí requiere como mínimo cinco días de descanso para
entrenar, centrar la cabeza y trabajar en las mejoras del coche.
Justo eso fue lo que le quise decir a Iris el otro día en la cena, no todo es
tan bonito, se está convirtiendo en un deporte más conocido y eso hace que
lo que antes era por pura pasión ahora sea por puro espectáculo. Y a
nosotros nos están transformando en los payasos que amenizan la actuación.
Estoy enfadado. Me he levantado con los huevos morados y eso no es
buen presagio. Las agujetas del asiento me tienen la espalda machacada y
mi madre me ha obligado a bajar a desayunar «en familia» como si fuese un
niño pequeño al que poder manejar.
—Llegas tarde, Beck.
—Lo siento mamá, se me han pegado las sábanas.
—Hijo, estamos casi acabando…
Echo un vistazo rápido a la mesa. Michael con su inseparable periódico
y su café negro como el traje que luce. Mi madre divina y lista para acudir a
su puesto de directora en la universidad, e Iris con un suéter de corazones
que le pega menos que una diadema de lentejuelas con orejas de gato y una
cara de mala hostia que, esa sí que le pega.
—Buenos días.
Nadie me responde porque tienen todos la boca llena de tostada con
mermelada. Al instante me rugen las tripas. Esa es otra de las mierdas de mi
trabajo, tengo una dieta de lo más exigente porque no puedo coger ni un
gramo, si lo hago, estoy jodido porque todos los coches tienen que pesar lo
mismo el día de la carrera. Si pesas menos te equiparan el peso y si pesas
más no corres, y eso no es una opción para ninguno de los veinte pilotos.
—Cariño, acuérdate de acudir a mi despacho antes de las doce, necesito
que me firmes los informes cuanto antes.
Guardo silencio y solo asiento. Acudir a la universidad es un regalo a mi
madre, nada más, porque lo odio con todas mis fuerzas.
—Sí, no te preocupes.
—Y tú, señorita, si tienes algún problema o estás perdida en alguna de
las asignaturas, ya sabes a dónde acudir.
Dudo mucho que mi arcoIris acuda a mi madre, la señora directora, en
busca de ayuda. Antes se cortaría un dedo que quedar como la lameculos de
la uni. Echo un vistazo a su postura, se ha quedado tiesa como una vela en
un día de viento. Asiente, pero no parece para nada convencida. No lo digo
como suposición, sino que la media tostada que se ha metido en los carrillos
para no abrir la boca es prueba de ello.
—Beck, antes de acudir a la universidad quiero hablar contigo —
comenta Michael con un tono serio.
Lleva unos días de lo más pesado con el tema del nuevo contrato con
Ferrari. Algunos de los patrocinadores le rinden a él cuentas y eso lo pone
en una posición complicada. Nunca hemos tenido tantas conversaciones
privadas como en este tiempo.
—He quedado con Asher, va a ser imposible.
—¿Vas a ir a visitarlo?—pregunta mi madre con ilusión.
—¿Quién es Asher? —suelta Iris llevada por la emoción de no ser el
centro de atención.
Estoy por preguntarle si es una de las cuestiones que me quiere hacer
para conocer mi alma negra, pero dado que tenemos espectadores, me
quedo en silencio y espero a que mi madre responda por mí.
—Es el mejor amigo de Beck.
—¿Y por qué no viene a casa nunca?
—¿Y por qué estás tan preguntona esta mañana? —suelto con desdén.
—Solo me sorprende que no seas tan antisocial como pensaba.
—Guarda tus sorpresas, primita, no vaya a ser que te dejen con la boca
abierta.
Siento la mirada inquisitiva de mi madre sobre mi nuca y la tensión en
los dedos de Michael al pasar la hoja del periódico. Es Iris la que pica y soy
yo el que pago las consecuencias, la historia de nunca acabar…
—Simplemente he preguntado por ese tío, ¿qué coño te ocurre esta
mañana?
—Asher es un tema que no te interesa.
—¿Acaso es el hijo bastardo del rey de Inglaterra y por eso no se puede
hablar de él?
—Algo así —corto la conversación.
—Es un buen chico, pero tímido, no sale mucho de casa.
Estoy por gritarle a mi madre que se calle la boca. Asher odia que hable
de él con otras personas, él tiene sus motivos para no salir de casa e Iris no
tiene por qué conocerlos.
Me levanto de la mesa sin ser políticamente correcto. No estoy de
acuerdo con la llegada de Iris a esta casa, mucho menos con la actitud de mi
madre con ella. No es su hija, no le debe nada y no va a ser la causa perdida
que tape sus heridas.
Escucho cómo me pide que vuelva a la mesa, sin embargo, en cuanto
giro hacia las escaleras de cristal opaco cualquier sonido que provenga del
comedor.
Me meto en la ducha antes de que me convierta en el ogro al que intento
evitar por todos los medios. Para cuando salgo, ya no hay nadie en casa
salvo los trabajadores que cada uno cubre sus tareas sin mirarme.
Marco el teléfono de Ash antes de salir de casa. Vive a dos calles de
distancia, eso sí, a diferencia de la mansión, él tiene un pequeño
apartamento muy cercano a la vivienda de los Aston. Es más, la propiedad
es de los padres de Ada y Lyn. De mi puto jefe actual, para ser más exactos.
—En cinco minutos estoy allí.
—Espero que con un buen croissant debajo del brazo.
Es un caradura, pero lo quiero y lo consiento así que sí, llevo el
croissant debajo del brazo.
Cada vez que tengo una carrera me siento mal por hablar con él sobre lo
que aconteció durante el fin de semana. Sé que desearía acompañarme, estar
en primera fila cuando ganase y poder ser el primero para darme un abrazo
cuando no alcanzara los objetivos. Pero la vida es injusta y con él se ha
cebado.
Ash odia que la gente lo mire más de la cuenta, no se lo puede permitir,
así que su casa es su templo. O nuestro templo porque cuando no estoy
entrenando, me refugio con él. Es sencillo tenerlo a mi lado.
Fundo el botón del timbre cuando llego a su puerta. Me abre al instante
con una sonrisa que conozco a las mil maravillas, crecí con él y la he visto
en los malos y en los buenos momentos. En muchos instantes de mi
existencia he envidiado su carácter. Me encantaría poder tomarme las cosas
y la vida como lo hace él.
—¿Hoy qué ha tocado?
—¿No has pedido croissant, idiota?
Lo elevo en el aire como si de un trofeo se tratase. Se le abren los ojos
de par en par. Los tiene caídos, creo que por eso siempre intenta sonreír o
elevar las cejas, para que los demás no crean que está triste.
—Eres el puto amo.
—Y justo quería escuchar eso.
Cierro la puerta de su casa cuando ambos entramos empujándonos el
uno al otro.
—¿Vas a ir a la uni? —pregunta mientras saca dos vasos para verter café
recién hecho en ellos.
Él es de tradiciones antiguas, no utiliza cafeteras instantáneas, sino que
se aferra a una italiana que encontró en una tienda vintage. Juro que puede
tener más años que ambos. El día que la compró me la enseñó muy
emocionado. Desde su punto de vista hay algo especial en lo conservador,
en las cosas que los demás desechan. En ocasiones me entristece esa forma
de pensar que tiene porque pienso que se aferra a la vida que ha vivido,
siempre en las sombras. Después echo un vistazo a su rostro y entiendo al
instante que no. Que hay personas que, aunque encima de sus cabezas esté
la nube más oscura del cielo, ellos son capaces de ver un rayito de sol.
Ese es Ash, siempre sonriente, siempre buscando los rayitos de luz sin
pasarse de purpurina. Odia los unicornios por si te lo estás cuestionando. Es
mono, pero solo lo necesario.
—¿Es vital que acuda?
Hago el amago de llorar, pero lo único que consigo es un coscorrón
como el que me daría mi madre ante una actuación patética.
15. EL LOBO FEROZ Y CAPERUCITA ROJA
ASHER

Los días en los que puedo estar con Beck por norma general son buenos
días. Y más si tras ello puedo acudir a la universidad. Sé que la mayoría de
la gente de mi edad odia el proceso de ser estudiante, se quedarían solo con
la parte de fiesta y descontrol. Ojo, me flipa esa parte, pero poder
desconectar con el murmullo de los pasillos, olvidarme por un momento de
las cuatro paredes de mi casa y estudiar la historia que otra peña dejó escrita
me flipa a niveles estratosféricos. Cada vez que lo digo en voz alta Beck me
mira con cara de estar loco.
—¿Estás seguro de que no prefieres quedarte hoy en casa? —pregunta
por enésima vez cuando ambos salimos por la puerta trasera de mi casa.
La urbanización es de las mejores en las que he vivido. Fue él quien
consiguió este pequeño apartamento con una parte trasera llena de
vegetación.
La universidad me encanta, aunque no podría vivir en la residencia
porque admiro la privacidad y respirar alrededor de la naturaleza. Es algo
así como otro paso superior en la escala de lo que me despierta tranquilidad.
—Sí, hace unos días que no puedo acudir y lo echo de menos.
—Solo tú podrías echar de menos acudir a clase, tío.
Sonrío porque ya estoy acostumbrado a sus comentarios sobre este tema.
Él nunca lo va a entender del mismo modo que yo no comprendo la
necesidad que tiene de ponerse en peligro con un coche a toda hostia por un
circuito cerrado.
—Nos vemos después —finalizo la conversación por ambos.
Me calzo el casco de la moto antes de que me pueda convencer para
arrastrarme lejos de mi objetivo. No ha sido la primera vez que lo ha
conseguido ni será la última. Escucho su risa cuando camino directo hacia
la moto. Antes de que pueda accionar el motor él ya sale hecho una furia de
la urbanización.
Alcanzo el edificio de piedra antigua de la universidad antes de lo
esperado y juro que no me he saltado la velocidad establecida en ningún
momento, pero por una extraña razón hoy no ha habido nada de tráfico. Veo
el deportivo de Beck estacionado en la puerta, sin embargo, lo dejo atrás
para acudir a la zona de aparcamiento de motos. Cuando me bajo no retiro
el casco hasta que no reviso la hora.
Mierda, la clase ya ha comenzado.
Subo las escaleras que separan el aparcamiento de la entrada a las
taquillas y corro todo lo que puedo. Odio llegar tarde a los lugares. No
soporto la sensación de que los demás verifiquen cada uno de mis pasos y
eso es algo que desde hace años no puedo evitar. Mi rostro llama la atención
de todo aquel que se cruza conmigo.
—¡Ash! —escucho que me llaman cuando ya estaba corriendo con los
libros en la mano.
Beck ha salido de los servicios y me insta a ir con él.
—¿En serio?
—Es necesario, joder.
Capto la mirada de necesidad que tiene y por eso mismo no me fijo en
que no estoy solo en el pasillo, que alguien, otro rezagado, también llegaba
tarde a clase.
Cierro la puerta de los aseos y me enfrento a la sonrisa y a los ojos
grises de Beck.
—He tenido que firmar unos papeles, pero ya me piro. ¿Estarás bien?
—¿Te vas?
—Algo así, necesito unos días de tranquilidad.
—¿Es por Iris?
—Me tiene la puta cabeza echando humo.
Sonrío sin ocultarlo. A Beck le viene bien que alguien le baje los humos,
el único problema es que es la mismísima Iris Stars. Un peligro demasiado
inteligente que ronda la línea peligrosa a cada paso que da Beck. Guardar su
secreto a su lado va a ser complicado.
—La cabeza y los pantalones —incluyo a su comentario.
—Ni de coña.
Lo niega rotundamente, demasiado rápido y demasiado movimiento a su
alrededor.
—A mí no me engañas, Hunter.
Me empuja con el hombro para que me calle, aunque me río del vago
intento que hace por ocultar que la primita le tiene loco de atar. Lo ha hecho
desde que era un niño.
—¿Qué narices hacéis aquí…?
Ada, la amiga de la infancia de Beck y mi vecina, es una chica de lo más
sencilla para el poder adquisitivo que tiene su familia. Pequeña, no
alcanzará a medir el metro sesenta y con un cuerpo de escándalo que
esconde debajo de ropa de lo más casual. No marca nunca sus curvas y las
tiene porque la he visto en multitud de revistas de moda posando como una
profesional aunque nunca sonría en ellas.
—Joder, Ada, qué puto susto me has dado —exclama Beck.
—Por si no os habéis dado cuenta, las clases han comenzado.
—Danos una tregua, ¿vale? —exclama Beck aun con la mano en el
pecho fruto de la interrupción fortuita.
He intentado tener una conversación distendida con ella desde que me
mudé a la urbanización, pero siempre me lo pone de lo más complicado. Me
ignora soberanamente, solo se rodea de Beck, su hermana o de Nate Scoll.
Lo nuestro se ha convertido en una especie de reto. Yo queriendo
demostrarle que mi rostro no es lo único que me identifica, y ella obviando
que existo. A fin de cuentas, «me lo merezco». Sus palabras no las mías.
Beck habla de que Iris es compleja, pero la vecina no se queda atrás. Detrás
de su carácter tranquilo y tímido se esconde una tía de armas tomar. A mí
me tiene entre ceja y ceja.
—Estás muy guapa hoy, Ada «del bosque».
Beck se ríe sin ocultar que ama la interacción que tenemos entre
nosotros. O más bien tengo yo con ella porque suele responder con bufidos
o rodando los ojos.
—Voy a continuar mi camino como si no os hubiese visto y escuchado a
través de la puerta.
Hace el amago de girarse para darnos la espalda y huir. Extiendo el
brazo antes de que lo pueda llevar a cabo y corto su paso con delicadeza.
No la toco más de lo necesario, un ligero roce y ella ya salta lejos de mí.
—¿Cómo puedes ignorar que has visto a estas dos bellezas?
Beck se ríe ya a carcajadas y Ada aprieta las carpetas contra su pecho
inspirando con fuerza. Da unos buenos bofetones, me he ganado un par en
los últimos meses.
—Tu pelo parece un enjambre de abejas peleadas porque la reina ha
tomado una decisión incorrecta para la colmena, así que déjame continuar
con mi camino porque no veo a ninguna belleza por aquí que me ciegue las
ideas.
—¡Eh! No te pases conmigo, el culpable solo es él —exclama con un
toque de enfado Beck por detrás de nuestros cuerpos.
Ada no mira hacia atrás, su mirada se ha quedado clavada en mi cara.
Evitando captar demasiados detalles pero sin ser capaz de despegar su
atención de ella.
—¿Estás nerviosa, «Adita del bosque»?
—Tú me pones nerviosa y deja de llamarme así. No tengo tanta
paciencia como Iris con Beck.
—¡Eh! ¿Pero qué coño te pasa hoy conmigo?
Beck se pone al otro lado de Ada con los brazos cruzados sobre el pecho
en una postura que intenta ser amenazante. Ada es su ojito derecho, no haría
nada que la preocupara más de la cuenta.
—No te pondrías nerviosa si no me mirases con tanto ahínco.
Cierra los ojos, los deja casi chinos y arruga la nariz.
—Sabes que eso es mentira.
Me encanta la forma que tiene de enfadarse. Sin poder elevar el tono de
voz más de lo necesario aunque su cuerpo grite.
—Asher no tontees con mi mejor amiga si no te quieres quedar sin
pelotas.
La susodicha se gira hacia Beck con el ceño fruncido. Juro que es como
un emoji. Pasa de enfadada, a exasperada, a enfadada, a sonriente en un
microsegundo.
—Tú no tienes que decidir con quién tonteo.
—Paso de vosotros, os mandaría a la mierda, pero me importáis
demasiado así que… Pudriros en los aseos.
Eleva la mano, la lleva a la sien y deja en el aire un saludo militar como
despedida.
—Parece que te has quedado con el lobo a solas.
De nuevo hace el movimiento de proteger su pecho con los apuntes.
—Yo no soy Caperucita roja.
16. TODO ES CULPA DE LA NUTELLA Y DE
MIGUEL ÁNGEL SILVESTRE
BECK

La visita a la uni es breve. Paso por el despacho de mi madre y huyo de


todo aquel que quiere hacerse una foto con mi cara como si no la viesen
cada lunes, martes y miércoles. A partir de los jueves desaparezco de los
pasillos para irme directo a una parte del mundo. Es increíble que al cabo
del año viajemos a más de veinticuatro ciudades. Es el sueño de muchos, y
la desgracia de otros tantos.
El resto del día me lo tomo con calma, miro los arreglos técnicos que los
ingenieros me han enviado por alto y me voy directo a la piscina. No tengo
la paciencia necesaria para estudiar el circuito después de todo lo que ha
sucedido en los últimos días de mi vida ni para salir a entrenar con la
bicicleta.
La temperatura del agua refresca todas mis ideas hasta el punto de salir
muerto de frío e irme directo a la pequeña sauna que mi madre creó unos
años atrás. No debería entrar, me sientan mal los cambios de temperatura,
pero lo hago con todas las consecuencias. Me siento en el banco de madera
y dejo la vista fija en el jardín de la mansión. Desde este punto es
espectacular, las flores ordenadas a lo largo del perfecto césped, la piscina
con un color impresionante y… unas piernas bronceadas enfundadas en una
camisola grande.
¿Qué coño hace Iris en mi piscina?
Me levanto como un resorte a pesar de que no salgo de la sauna, sin
embargo, limpio el vaho de los cristales con la mano y observo cada uno de
sus movimientos.
La camisa, o vestido, o lo que coño se haya puesto, es blanco y no
oculta el bañador celeste que luce. En una de sus manos mueve con
delicadeza un plato con un bocadillo de Nutella. No sé si es ella con ese
caminar lo que me hace babear o el bocadillo de pan blando.
¿Y si le propongo hacer una merienda conjunta?
La carcajada nace en mi pecho y sube rápidamente hasta mi rostro.
Podría proponérselo a muchas que me dirían que sí antes de finalizar la
frase, dudo mucho que ella, aunque lo esté deseando, acepte a la primera de
cambio.
Iris Stars es una condena. De las malas, de las que no te dejan dormir
por las noches porque se cuelan en tus sueños y pesadillas.
Deja sus pertenencias en una de las hamacas, revisa su entorno y posa el
plato con su merienda abandonado a su suerte mientras ella se dirige al
agua.
Mete un pie, la temperatura del agua está fresca, yo lo sé y ella misma lo
acaba de corroborar, retirándose con cuidado el vestido y tirándolo con
fuerza para que llegue a la hamaca. Éste no lo hace y vuelve a causar en mí
una sonrisa que no quiero hacer evidente.
Se tira al agua sin percatarse que a su espalda hay una enorme cristalera
donde la estoy observando con detalle.
Odio que esté aquí. Me incomoda que haya venido a casa porque solo
ella puede remover los secretos más ocultos. Desde el primer día que entró
por la puerta de casa ha puesto a todos patas arriba, a mí el primero. La
única forma que tengo de que se pire es llevarla hasta el extremo, ponerla
sobre una cuerda floja en la que la decisión solo sea una: volver por donde
ha venido.
Abro la puerta de cristal con mucho cuidado para no meter ruido. Dudo
mucho que me escuche, se ha puesto a nadar y con todo el movimiento del
agua a su alrededor mis pasos quedan opacados. Cojo el plato sin pensarlo y
meto tal mordisco al pan blanco relleno de Nutella que tengo que contener
un gemido de los grandes.
Es la puta hostia. Sabe cómo elegir una buena merienda, eso se lo tengo
que reconocer.
Con los carrillos llenos, me paseo por el borde de la piscina a riesgo de
resbalar y perder la compostura que tan bien me estoy preparando. Se va a
volver loca, y me voy a volver loco riéndome por ello.
Iris saca la cabeza del agua cuando toca el borde. Ha dado más de cinco
largos seguidos. Un premio para la nadadora del año, ¿o tendría que
llamarla sirena?
—Espectacular. Ha sido increíble.
Se gira rápidamente hacia mí con el inconveniente de que el sol da de
pleno en su cara. Pone la mano derecha delante de los ojos y estos se
convierten en puro fuego.
—Gracias por hacerme la merienda, prima, ya me dolía la barriga por
culpa del hambre.
—Eres un cabrón.
—Ah, —me hago el afectado llevándome la mano al pecho—, ¿mi
apodo no era ladrón?
Jamás le robé nada, pero eso ella no lo sabe o no lo quiere ver y a mí me
importa una mierda.
Intenta salir de la piscina no obstante está en la parte más profunda y sin
un buen empujón va a ser imposible. En ese punto la profundidad mide dos
metros y ella no pasa del metro sesenta.
Camino de nuevo por el borde. Sé que la vuelve loca mi carácter de
chulo idiota. Si en estos momentos me estuviese viendo Ash me diría que
me estoy pasando de la raya, pero como no está por aquí…
—Lo dicho, ha estado increíble, con la cantidad perfecta de chocolate, el
pan perfectamente fresco, blandito. Me ha dejado un regusto en la boca que
ha sido espectacular.
—Espectacular es la hostia que te voy a dar yo.
Me giro para mirarla de frente pero no la encuentro en el punto en el que
se hallaba cuando le di la espalda. Ese movimiento es de primero de
inteligencia: jamás debes de enseñarle la espalda a tu enemigo. Ella utiliza
mi despiste para tomar con fuerza la parte de atrás de mis rodillas y
empujarme hacia el agua. He dejado que la inercia me lleve hacia allí
porque la otra opción era darme un buen golpe contra el muro de piedra y
en menos de diez días tengo carrera.
—Te vas a enterar —es lo primero que suelto cuando salgo del agua.
—Oh, perdona, primito, ¿te he estropeado el peinado?
Tenía el pelo pegado a la cabeza por el vaho de la sauna, además de que
el cuerpo aún seguía mojado de mi baño. No ha sido por estética, ha sido el
movimiento traidor que ha tenido.
Nado hacia ella que se ha quedado en el mismo lugar desde el que me ha
empujado. Sujeta con ambas manos a la piedra y dejando que sus piernas
floten a su alrededor con socarronería.
—Si quieres jugar sucio lo vamos a hacer los dos.
Doy dos brazadas hacia ella, no tiene tiempo de reaccionar antes de que
mi cuerpo aplasta el suyo contra el muro.
—Deberías de pensar formas de tomar distancia de esta casa, señorita
Stars
Tengo sus labios a escasos centímetros, cubiertos de agua y pidiéndome
que los muerda para después besarlos.
—Has tenido mala suerte, señorito Hunter, porque no me pienso ir hasta
que finalice el año que tu papi me obligó a estar aquí.
Michael no es mi padre. Ojalá lo fuese, pero no es así.
Me acerco más a ella al instante, mis rodillas chocan contra las suyas y
las abre como por instinto. Vaya, vaya con mi primita, parece que este juego
no le disgusta tanto.
—No te confundas, no conmigo. Hasta ahora te he dejado que juegues
sola, pero como yo entre en la guerra, vas a llorar lágrimas de sangre.
—¡Qué dramático, primito!
Utilizo la abertura de sus piernas para rozarme entre ellas.
—Tan dramático que puedo contagiar los gritos.
Me muevo hacia arriba y ella me sigue por inercia. Su boca se abre fruto
de la impresión y sonrío como un campeón. Me encanta tenerla a mi
merced, es más, he fantaseado en silencio con este momento durante toda
mi vida. Es una auténtica pena que sea Iris, la niña prohibida, la eterna
rival, el arcoíris que ilumina todo cuando solo quieres oscuridad.
Mi pierna derecha hace fuerza contra la de ella para que me deje más
espacio. Ya no sé lo que estoy haciendo o si en algún momento he tenido
conciencia de que iba a perder el control, pero lo he perdido en el instante
en el que sus dientes encierran parte de su labio inferior.
Quiero poner los míos sobre ellos, chuparlos hasta que se vuelvan de un
tono más rosado y escuchar sus gemidos sobre mi lengua.
—¿Qué coño estamos haciendo? —pregunta obnubilada por las
emociones.
—Discutir.
—Yo no llamaría a esto discutir.
Baja los ojos hacia los míos y encuentro una neblina que hincha
inmediatamente mi centro. Joder, sus tetas no cesan en restregarse contra mi
pecho.
—¿Una de las batallas de nuestra guerra?
—Nosotros no nos tragamos —dice aún nublada por la pasión.
—Exacto.
No lo soporto más. Llevo mi boca a la redondez de su pecho y chupo las
gotas de agua que se encaminan por el canalillo.
—Nosotros nos odiamos a muerte.
—A muerte —repito yo como un soldado al que le han dado
instrucciones de matar a base de placer.
Mi lengua sale a pasear y con ella me gano un gemido encima de mi
cabeza.
Le hago saber cómo me ha afectado su sonido apretando mi pene contra
su bañador inferior. Ella no se queda atrás, Iris Stars jamás se rinde ante
nada ni nadie. Rodea mis caderas con sus piernas y pierdo completamente
el control del placer.
Suelto el borde de la piscina y cubro su torso con mis manos.
No tengo suficiente de su cuerpo pegado al mío.
—No sé qué coño está pasando, es todo por culpa de la Nutella.
Iris gime bajo mi tacto. Me estoy cebando con su cuello, acabo de
descubrir que es uno de sus puntos débiles.
—Piensa que soy una rebanada de pan a la que estás chupando toda la
Nutella y así no te sentirás mal. Yo te estoy poniendo la cara de Miguel
Ángel Silvestre y te juro que está siendo alucinante.
Será…
No soy capaz de pensar en ningún adjetivo. Yo estaba tan tranquilo en
mi casa, meditando lo que podía hacer con ella para que se fuera de mi
territorio y en estos momentos le estoy comiendo las tetas. Juro que no
entiendo el giro de los acontecimientos, pero aun así no paro. Sus gemidos
son adictivos y solo con el roce de nuestros cuerpos, con los bañadores en
su sitio, estoy a punto de correrme.
—Yo a la Nutella la como con conciencia, separando el pan y yendo
directamente al chocolate.
No comprende mis palabras, para ser sincero dudo que hayan salido
como yo quería porque toda la sangre de mi cerebro ha huido a otra parte de
mi anatomía. Tomo impulso y rodeo sus costillas con ambas manos para
posarla sobre el muro.
Me mira con nerviosismo, creo que ha captado el mensaje en cuanto me
acerco más a la posición que ella ocupaba antes.
—Beck, esto está mal.
—Es solo Nutella.
—Y una mierda.
La callo apretando mi cara en su centro. Solo con el roce de mi aliento
en su parte más sensible hace que se tienda en el suelo sin preocuparse de la
imagen que ofrece.
Retiro con cuidado el bikini. Una minucia de bikini para ser más
exactos, a pesar de ello me estaba volviendo loco. Con tan solo tirar de una
de las cintas elásticas ésta se deshace entre mis manos y acaba en el fondo
de la piscina.
—Recuerda que te odio.
Ella solo asiente a mis palabras. Vuelvo a bajar la cabeza y con la lengua
recorro toda la parte más dulce de Iris. Me siento afortunado de que no sea
así de exquisita al completo porque sino estaría jodido. Muevo la lengua en
círculos y ella grita en busca de oxígeno.
Sus gemidos y movimientos hacia mi boca me hacen sentir el puto amo
del mundo. La tengo a mi merced, a punto de correrse sobre mi boca. Es
una pena que, en lugar de sentirme ganador de esta batalla, tenga unas
ganas terribles de continuar con la hazaña hasta el final.
Está feo eso de soñar con ella.
—Más rápido.
—¿Es exigente, La Estrellita?
—Cállate y chupa.
Poso la sonrisa sobre sus labios y soplo antes de darle un ligero
mordisco.
Una de mis manos se va directamente a mi paquete, está a punto de
explotar y como me recreé en él, tendré que hacer que limpien la piscina,
así que me concentro en ella.
—Me voy a correr.
—Mírame.
—No, tengo la imagen de El Duque en mi cabeza y lo joderías todo.
Detengo mis lametazos y me yergo sobre el agua.
—Mírame, Iris.
Lo hace y no sé si hubiera preferido quedarme con la imagen mental de
que estaba comiendo chocolate.
Fijo mi mirada en la de ella mientras muevo la boca con maestría.
Ninguno de los dos es capaz de soltar al otro, ninguno de los dos se va a
permitir perder esta batalla, porque sí, hasta el sexo oral es una batalla entre
nosotros.
Introduzco parte de la punta de la lengua en su zona más sensible y
entonces estalla. Pierde en el instante en el que se ha quedado tendida
mirando al cielo.
—Entonces, ¿cómo han quedado los marcadores, primita? —pregunto
antes de que se levante y salga corriendo de mi vista.
17. JURO CON LA MANO EN EL CORAZÓN QUE
NO ME ENTIENDO NI A MÍ MISMA.
IRIS

Aunque me muero de hambre esa noche no salgo de mi habitación. A la


mañana siguiente evito el desayuno alegando que me ha bajado la regla y
que me encuentro horriblemente mal. Mai acude a mi habitación con varias
pastillas que a ella le sientan de maravilla y me da un papel para no acudir a
la universidad. Le digo, mejor dicho, le miento al decir que para mí es muy
importante y que voy a acudir a pesar de mis dolencias. Necesito salir de la
mansión como sea.
—Creo que es innecesario que hagas este esfuerzo, Iris. Yo misma te
cubro ante el claustro, no tendrás ningún problema.
—No es necesario, de verdad, Mai, estoy muy agradecida, pero en
ocasiones como esta prefiero no centrarme en el malestar y sentirme
productiva.
—Me da una pena terrible que sufras de esta forma. Mi hermana
pequeña le ocurría lo mismo, las menstruaciones para ella eran una locura
porque tiene un problema de endometriosis. Oh Dios, ¿es tu caso?
Mierda, esta mujer hace una montaña de un grano de arena en un
momento.
—No, hay meses que es peor que otros, pero se debe a los nervios, los
cambios, ya sabes.
—Soy de las afortunadas que sufre solo un día, más allá de lo obvio.
Pero me tienes aquí para lo que necesites.
—Estoy bien, de verdad. Gracias por preocuparte.
—No es nada —toma mi mano entre las suyas con cariño, como hace mi
madre—. No obstante me quedo más tranquila si en esta ocasión te lleva
Núñez al campus. Puede ser peligroso que vayas conduciendo si te mareas.
Asumiendo que cuando tengo el periodo me mareo más que en una
noria, tengo que asentir y continuar con mi farsa. Estaría feo decirle que su
hijo me ha comido hasta el alma y que ahora no lo quiero enfrentar. Sería
extraña esa conversación entre nosotras.
Niego con la cabeza sin abrir la boca y dejo que la mujer de mi tío me
guíe hasta el coche familiar.
Al entrar en el vehículo largo y negro me encuentro con una mirada
tierna y cálida que me devuelve al primer día que llegué a la mansión de los
Douglas. Siempre he escuchado decir a mi madre que el tiempo pasa
demasiado rápido, pero hasta este momento, en el que me he dado cuenta de
que llevo poco más de tres semanas en la casa, no he caído en el significado
real. Han pasado tantas cosas que es increíble que no me haya vuelto loca
en el camino.
—Me han comentado que hoy necesitas que te mimen.
—Cierto, hoy no voy a robarte el puesto.
Se ríe y lo utilizo para poner el cinturón de seguridad. Con la tontería
estoy mareada, no sé si porque he somatizado el dolor o porque la cena en
la habitación y el desayuno me han sentado mal. Lo último que me faltaba
es que alguien del servicio de mi tío me quisiera envenenar.
◆◆◆

En la primera hora, soy incapaz de concentrarme, y no por los recuerdos


con mi primastro, sino porque el mareo se ha ido enfatizando. Creo que el
karma me está castigando por ser una perra mentirosa.
Salgo del aula cuando suena el timbre de que ha finalizado la hora y me
voy directa al pasillo para comprar algo en la cafetería. O por lo menos
hago el amago porque tengo que cogerme a la pared para no caerme
redonda.
Siento que el suelo se mueve debajo de mí, gravita a una velocidad
vertiginosa y mi cabeza va a su compás.
Mierda, como vomite aquí me moriré de vergüenza y…
—¿Te encuentras bien?
No, su voz en estos momentos no es una opción.
—Por supuesto.
Está a mi espalda, rozando mi brazo y esperando mi respuesta. Me
separo de la pared para repasar su rostro, pero me pierdo en el amago.
Tengo unas inmensas ganas de abrazar algo frío que paralice este mareo.
—Creo que voy a vomitar.
La expresión de Beck no se funde en una de horror, sino en una de
pánico.
—¡Ada! Ayúdame.
¿Ada? ¿Tenía clase con ella?
No tengo ni idea ni estoy capacitada en estos momentos para buscarla a
lo largo del pasillo. Si muevo mi cabeza hacia un lugar que no sea el frente
voy a echar hasta la primera papilla y me va a quedar el San Benito hasta
que me mude a otro continente.
Unas manos femeninas me rodean la cintura y me ayudan a caminar
hacia una puerta.
—Por aquí hay un servicio.
—No lo conocía.
Más bien no tengo ni idea de la distribución de la universidad porque el
día del tour inicial mi cabeza estaba pensando en la maldad de cierta
persona.
Ambas abrimos la puerta, yo dejando que ella me guíe y que comparta
parte de mi peso.
—Tengo que…
—Vomitar. Sí, tienes un color blanquecino del todo revelador.
Abre la puerta de uno de los cubículos y me levanta la taza del váter. Me
da un asco que me muero, no obstante me arrodillo antes de que me caiga
contra mi propia potada. Ada sale del cubículo para darme intimidad y
entonces el mundo se convierte en el momento más incómodo de mi vida.
La garganta se constriñe cada vez que un trozo de comida sale por ella.
Vomitar es uno de los actos naturales más asquerosos e incómodos del
mundo. No soy capaz de parar, quiero coger aire, sentarme contra el
azulejo, pero las ganas de abrir la boca, bajar la lengua y que el líquido
salga no cesan.
—Tenemos que llevarla a casa —La voz de Beck se cuela en el baño.
De lujo.
—Sí, llámalo antes de que se desmaye.
—¿Crees que es para tanto?
—Creo que está echando hasta el intestino, así que haz la llamada. Se
tiene que ir a casa.
Núñez me va a odiar. No hace ni una hora que me estaba dejando a la
puerta del campus y tiene que volver a por mí.
—No responde.
—Yo he venido con mi padre, no tengo coche —afirma Ada.
—La llevaré yo —asume mi primito.
Consigo que poco a poco mi cuerpo se calme. Tiro de la cadena y espero
unos momentos prudenciales antes de volver a ponerme en pie.
No me considero una chismosa por escuchar la conversación de Beck y
Ada, son ellos los que no se cortan un pelo y además están hablando de mí.
—Esperaré con ella hasta que acerques el coche a la puerta.
—Eres la mejor.
Escucho el sonido de un beso al ser lanzado y me sorprendo. ¿Es posible
que sean algo más que amigos? Creía haber entendido a Nate que ellos eran
una especie de familia escogida extraña, vaya, amigos del alma con sus
peculiaridades. Por cierto, hablando de ojitos bonitos, ayer mismo me abrió
una conversación por Instagram para pedirme mi número de teléfono.
Estaba tan aburrida y con ganas de olvidarme de la escenita de la piscina
que estuvimos hablando hasta altas horas de la madrugada. Me cae genial,
es un tío de diez.
Ada toca la puerta con cuidado de no asustarme.
—Salgo ahora.
Me levanto con todas las fuerzas de las que dispongo. Un poco de agua
sobre la cara, el cuello y dentro de mi tráquea no me vendrían nada mal. La
muchacha me está esperando con el grifo abierto y se lo agradezco con una
especie de sonrisa, que considero que se ha parecido más a la del Joker que
a la de una tierna damisela en apuros.
—Creo que me voy a morir.
—¿Has comido algo en mal estado?
—No que yo recuerde. En casa de los Douglas todo es de calidad y Beck
está como una rosa.
Se hace el silencio entre nosotras y lo utilizo para hundir mi cara en el
charco de agua que he formado entre las palmas de mi mano.
Ada carraspea con tiento a mi espalda y, cuando creo que el frío ya ha
congelado todas mis neuronas, busco su reflejo para comprender el silencio.
Parece una tía de lo más cortante cuando en realidad pienso que es
tímida. Ella sí es la clase de chica que abrazarías cuando tienes miedo.
—Y… ¿Puede que…? Joder no quiero sonar como una entrometida solo
quiero ayudar.
No estoy entendiendo nada.
Me giro para quedar cara a cara.
Es guapa, muy guapa, del tipo de belleza natural que no necesita ni una
gota de maquillaje para ser espectacular. Con una piel delicada y fina. Eso
sí, no se saca nada de partido porque luce una vestimenta de lo menos
llamativa y toda su melena está recogida en una coleta alta despeinada. Me
gusta que no le guste aparentar.
—No te pillo por donde quieres ir.
—¿Crees que…?
No es capaz de decir las palabras exactas así que las acompaña con un
movimiento de manos sobre la barriga. Ha creado una redondez en la zona
de su abdomen.
—¿Que si puedo estar preñada?
Joder. Ni había caído en eso.
Abre los ojos sorprendida por mi tono de voz y hablo antes de que
pueda añadir algo.
—Ni de coña, a no ser que con un cunnilingus se pueda, hace meses que
no estoy con ningún tío.
Ada se queda callada a mi lado. Si no hubiera sido porque las ganas de
volver a vomitar acuden a mí con fuerza, le hubiera dicho cualquier tontería
para quitarle hierro al asunto y que la pobre muchacha borrase ese rostro
impactado por mis palabras.
18. LA POBLACIÓN VIVE ENGAÑADA.
ADA

He llegado pronto a la universidad porque tenía que entregar unos informes


en recepción tras haber cambiado una de mis clases en el último momento.
También he comentado el hecho de que me hayan concedido una de las
taquillas superiores del pasillo, la misma a la que llego con un gran esfuerzo
porque mi altura deja mucho que desear. Está muy por debajo de la media.
A ese aspecto no le han dado importancia, me han mandado a paseo a la
primera de cambio. Algo así como que no debería de tocar las narices más
de lo necesario. Me parece increíble que no se tengan en cuenta este tipo de
quejas, a pesar de ello, me he ido con el cabreo interior porque no he sido
capaz de abrir la boca.
Mi padre me reprochará más tarde mi actitud. Él quiere que sea el gallo
del corral que en su momento él fue en esta misma universidad, sin
embargo, mi carácter dista mucho de ello.
—¿Necesitas ayuda?
Ruedo los ojos por instinto.
—Ser un cotilla está penado con cárcel, Asher.
—¿Y eso dónde lo dicen?
—En la ley que deberías de estudiar para derecho constitucional en la
que indica la importancia de la intimidad.
—¿Me he entrometido en tu intimidad, pequeña ninfa?
No me gusta que haga motes con mi nombre porque mi pecho aletea y
jamás debería de aletear por una sonrisa como la de Ash. No pienso caer tan
bajo después de todo.
—Has estado cotilleando mis pasos, así que sí, si no quieres que llame a
psiquiatría y comente que un psicópata cotilla está observando cada uno de
mis pasos para matarme, será mejor que me dejes en paz.
—Me rompes el corazón.
Y el muy dramático se lleva la mano al centro del pecho. Sé lo que está
haciendo y por qué lo hace. Unas semanas atrás me tocó las narices con otro
tema, ya ni siquiera recuerdo cuál porque está constantemente en un bucle
infernal. Como sea, cuando quiso hacerse el sorprendido alegando que le
dolía el corazón por mi rechazo, le indiqué que el corazón no estaba en el
lado izquierdo del pecho como él estaba indicando, sino en el centro. Es una
de las mayores mentiras que la población cree. Así que desde entonces he
tenido que lidiar con el pequeño detalle de que me ha hecho caso.
—Me alegro de que así sea porque de ese modo dejarás de tocarme las
narices a la primera de cambio.
Su cara se transforma en una sonrisa.
Es complicado contemplar su rostro. Al principio hice un gran esfuerzo
para que él no percibiera lo que se desataba en mi mente cuando él hablaba,
pero con el paso del tiempo soy incapaz de frenar mis expresiones. En
algún punto me he sentido mal, cuando veo que retira la mirada incómodo
intento cambiar de tema y ser más agradable, pero el daño siempre está
patente en sus facciones cuando eso ocurre.
—Te podría dar consejos para crecer unos centímetros.
—¿Ahora eres médico?
Lo que me faltaba.
—Podemos entrenar los estiramientos. Me vendría genial para hacer un
estudio en mi centro hospitalario.
Y ahí está, ese modo que tiene de cambiar de tema como quien no
quiere la cosa. Beck siempre se refiere a que es el tío más guay del mundo.
Nate apenas se mete en este fregado, pero también asume que Ash tiene su
punto de gracia. En mi caso no le encuentro el término a que sea tan
insistente con todo lo que hace. Juro que lo suyo es persistencia.
—¿Tú no eras hacker?
—Informático en las sombras —detalla.
—Eso es lo mismo.
Encamino mis pasos hacia el final del pasillo. Ya no quiero revisar mi
taquilla, no si él está revoloteando a mi alrededor.
—Entonces, ¿tenemos una cita para entrenar?
—Me piro a clase.
Giro para encarar el pasillo central dejándolo atrás. Percibo cómo se ha
ido llenando de estudiantes todo a mi alrededor. Saludo a Nate y a varios
compañeros de clase antes de entrar en el aula. La hora me pasa más rápido
de lo que entraba en mis planes, puede que haya tenido algo que ver que
haya recreado la conversación con Ash en varias ocasiones. Lo tengo a mi
espalda, observando cada uno de mis movimientos por eso cuando la
campana de fin de la clase suena, salgo escopetada de la misma. En mis
planes entraba acudir a la taquilla lejos de miradas curiosas, pero el mal
aspecto de Iris me frena en seco.
19. ¿CÓMO SERÍA POTAR EN UN FERRARI?
IRIS

Ada me avisa de que Beck me está esperando en la puerta. A pesar de ello,


soy incapaz de frenar la nueva racha de vómito hasta cinco minutos después
de su comentario. Me acompaña todo el camino llevándome el bolso y
diciéndome algunos remedios que me pueden ser útiles. No me fío de
ninguno de ellos, no porque no la conozca, sino porque me ha comentado
que los ha sacado de TikTok y…, pues no me parece la fuente más fiable
del universo cuando se trata de salud.
—Primita, si tienes que potar más te vale que me avises con suficiente
antelación para aparcar el coche.
¿Cómo sería potar en un Ferrari?
Fíjate que con lo mal que me encuentro no me apetece pensar en
maldades, ni tener su colonia a escasos centímetros, ni que él me vea de
estas pintas. Porque mi cara debe de ser un poema.
—Ya tienes que estar mala para no responder.
—¿Me vas a llevar a casa o te voy a tener que suplicar?
Creo que nadie ha avisado a Beck Hunter que cuando estoy mala, tengo
fiebre, o me duelen los ovarios me convierto en la persona con el peor
carácter del mundo. Es algo así como que comienzo a odiar a todo aquel ser
que se acerque a mí.
Acelera el coche y soporto durante todo el viaje las ganas de pedirle que
frene para intentar soltar lo poco que queda en mi estómago. Y no porque él
haya ido a toda velocidad por la carretera, ha sido prudente y considerado
en los tramos en los que el bosque se cernía sobre nosotros. Hasta tengo la
impresión de que ha ido con cautela para que no me mareara.
Llegamos a la mansión y una de las chicas que trabaja en el servicio de
comida me está esperando en las escaleras con cara de preocupación.
—La señora Douglas me ha enviado expresamente para hacerle llegar
una infusión caliente y para que sea conocedora de que, si no se encuentra
bien para acudir al médico, él mismo vendrá en las próximas horas.
—Gracias, pero no será necesario, esto es solo un episodio de mala
digestión, con esa infusión me vale.
No parece muy convencida y tampoco la quiero poner en una situación
complicada con Mai así que refuerzo mi comentario.
—De verdad, yo se lo explicaré a Mai cuando regrese.
Asiente y sale disparada hacia la cocina cuando Beck me toma de la baja
espalda para empujarme hacia la entrada.
—¿Qué haces? —pregunto sin moverme más de la cuenta.
—Tratarte como a una princesa en apuros.
—Ni soy una princesa ni estoy en apuros.
—Pues finge serlo porque no hay discusión posible en el asunto. Me
gustan mis pelotas y mi madre me las cortaría si se entera de que estamos
solos en casa y no he estado pendiente de ti.
El tema de las pelotas me recuerda a la tarde de ayer así que me quedo
inmediatamente en silencio y sigo sus pasos hasta mi habitación.
Al alcanzar la puerta de entrada me giro hacia su cuerpo.
—Gracias, no tenías por qué hacerlo.
—Me voy a quedar contigo, puede que sea peligroso.
—No me voy a morir y tanta amabilidad me hace sentir incómoda y
extraña. O ambas.
Me ignora y adelanta mis pasos para entrar a mi lugar sagrado.
Encuentro su comportamiento muy atípico, y es aún más extraño tenerlo en
la habitación que hasta ahora ha sido el paraje en el que me refugiaba de él.
—Hunter, de verdad que…
Toma con fuerza mi mano, lo necesario para que con la otra me sujete
por la cadera y no me maree en el transcurso del movimiento brusco.
—Confía en mí.
—Jamás.
En lugar de verse afectado por mis palabras, deja su cara a escasos
centímetros de la mía y sonríe. Lo hace como si no le importase una mierda
el mundo porque él es el rey de todo el territorio.
—Si vas a utilizar mi malestar para ganar algo, quiero que sepas que ni
con esas me voy a rendir.
—¿Siempre eres tan desconfiada?
Pues claro, ¿qué motivos he tenido en la vida para confiar en los demás?
Y mucho menos en él.
—No quiero nada tuyo, Beck Hunter.
Estoy siendo brusca, pero es que en los últimos días hemos difuminado
las líneas del odio y eso es peligroso. Muy peligroso.
—¿Ni que te recoja el pelo cuando vomitas?
—Eso muchísimo menos.
—Te huele el aliento a Kebab en mal estado.
—Madre mía —se lleva un buen empujón y una palmada con fuerza en
el hombro—, eres insufrible, idiota y odioso.
Camino hasta el servicio de la habitación. Para Mai es algo pequeño,
para mí es el mundo entero y más en estos instantes en los que me
encantaría encerrarme en él de por vida.
—Se te ha olvidado comentar que también soy irresistible, guapísimo,
encantador, que estoy tremendamente bueno, soy el mejor piloto de la
parrilla…
Su voz comienza a desdibujarse y no porque se haya callado la boca,
sino porque ha ido caminando fuera de mi habitación.
¿Por qué narices cuando consigo lo que en un primer momento buscaba:
estar sola, me siento abandonada?
Juro con la mano en el corazón que no me entiendo ni a mí misma.
Saco la cabeza, con cuidado de no ser vista, por la puerta del baño. En la
habitación no hay nadie, se ha ido. Sin decir nada.
Vaya cuidador de mierda.
Entro de nuevo al baño y enciendo la ducha. La sensación de mareo ha
descendido y, como mi estómago está vacío, tampoco siento ganas de
abrazar al váter en cada movimiento que realizo. Es todo un paso adelante,
aunque creo que en cuanto Mai conozca de mi dolencia al cien por cien voy
a tener que ir directa a la consulta de algún médico.
Abro la mampara de cristal con cuidado de no pasarme de fuerza, no es
la primera vez que temo romper la pieza por la delicadeza de la misma, y al
instante dejo que los chorros de agua fría que caen del techo me abracen. Es
de las sensaciones más placenteras del universo. Cierro los ojos, dejo que
alguna de las gotas dulces y congeladas se introduzcan en mi boca y,
cuando tengo un charco formado entre los labios, lo suelto con fuerza.
Viviría en una ducha el resto de mi vida.
Después de unos momentos de relax, me limpio con el jabón de fresas
que Mai me regaló el segundo día. Huele que alimenta aunque en estos
momentos desearía que fuese inoloro porque me ha revuelto el estómago.
Me digo que es por el bien común, para que el resto de la sociedad no
tenga que oler mi vómito.
Con el pelo húmedo y con uno de los pijamas enormes que me traje de
casa, vuelvo a la habitación con la intención de dormitar hasta que el
mundo llegue hasta la última parada y un zombi me obligue a decidir si
convertirme en uno de su especie o luchar por la raza humana.
Pero mis planes se ven truncados porque a los pies del colchón está
Beck en una posición extrañísima.
—¿Se puede saber qué haces y por qué te encanta darme estos sustos de
muerte?
—Primita, si mi presencia te asusta, el problema lo tienes tú, te lo
aseguro. Aunque, pensándolo bien, no en todos los momentos te incomoda
cuando…
—¡Cállate! Puedes quedarte ahí con tu goma o donde quieras.
Una goma elástica de entrenamiento está rodeando el cuello de Beck. La
ha atado a una argolla portátil que, a su vez, ha pegado en el armario de mi
habitación.
—Tengo que entrenar, y como necesitas un cuidador sexy, he decidido
hacerlo aquí.
—¿Entrenar?
—El cuello. Tranquila que el entrenamiento de peso, donde sudo y se
me marcan todos los abdominales lo podemos dejar para otro día, cuando
no corra el riesgo de que una fuente de vómito caiga sobre mí.
Suspiro y pongo los ojos en blanco.
¿O es al revés? Como sea, hago las dos acciones a la par antes de
introducirme en la comodidad de las sábanas frías.
Antes cuando dije que no había sensación más placentera en el mundo
que una buena ducha, se me olvidaba comentar que una cama, con las
sábanas frías y rodeada de cojines es lo segundo mejor. La Nutella es lo
tercero. Dicho queda para cuando las futuras generaciones no sepan
apreciar nada de la vida.
Nunca llegué a hacer los entrenamientos de cuello como Beck. En las
categorías en las que alcancé a competir la intensidad no era tan alta como
para ser necesario. Lo trabajaba con mi padre, pero no era de vital
importancia. Beck, o cualquiera que compita en las altas esferas del mundo
del motor, requiere del músculo del cuello bien trabajado. La fuerza que la
gravedad se ceba sobre ese punto cuando toman una curva, puede ser
demoledora si no lo han trabajado.
Por la forma en la que está haciendo los movimientos estoy segura de
que es capaz de soportar más de treinta kilos en esa parte de su cuerpo
cuando el resto de humanos, con cinco, ya creen que van a morir de asfixia.
Me niego a que mi mente se vaya al rencor, suficiente tengo con haber
dado el cante en la universidad, tener el estómago vacío y la garganta con
un sabor agrio asqueroso.
—Te he traído unas pastillas que mi madre siempre utiliza cuando le da
una congestión estomacal.
—¿Ahora también tienes el título de enfermero? Automedicarse es
peligroso.
—No te va a matar y te va a cortar el malestar, hazme caso.
—¿Y si es veneno?
—Te morirás —suelta sin despeinarse y sin quitar la cinta de su cuello.
—¿No te sentirías ni un poquito mal?
—No, porque sabría que, en otra vida, emplearías ese motivo para
machacarme.
—Menudo concepto tienes sobre mí.
—Mejor no me hagas hablar.
Cambia de postura dejándonos cara a cara. Él está concentrado en sus
movimientos ascendentes y descendentes mientras la goma se tensa y se
destensa. Yo intento que el sueño venga a mí porque es mucho más cómodo
que mirar hacia él.
Cierro los ojos, inspiro hondo y su voz rompe cualquier respiro de paz
que haya podido encontrar en la oscuridad.
—ArcoIris.
—¿Qué?
Mi voz ha salido apretada, molesta, odiosa. Me guardo la sensación que
he sentido cuando, al salir del baño, me he encontrado con sus ojos grises
sonrientes.
El maldito Hunter sabe cómo engatusar a cualquiera y yo estoy mala y
débil.
Claro que sí, Iris, todo ese remolino en la boca del estómago es porque
tienes las defensas bajas.
—Nuestro juego de las preguntas y respuestas no ha finalizado.
—Ni me acordaba de él.
—Yo, en cambio, no dejo de pensar en él.
—Entonces tienes un problema. Acude a un profesional, podrá ayudarte
mejor que yo.
Me encierro en mi oscuridad de nuevo. Dura un segundo, a lo sumo dos,
la felicidad.
—Te quedan dos preguntas por realizar y a mí una. Empieza tú.
—Me duele la cabeza, Beck.
—Si no te concentras en el dolor dejará de ser tan fuerte. Y tómate la
pastilla.
Al erguirme sobre el colchón el mareo vuelve a acudir a mí. Reviso la
mesita, allí hay una pastilla blanca y roja que me pide ser engullida. Me
trago mi mal humor y mi ego, porque no debería de darle la razón, y la
tomo con el vaso de agua que la acompañaba.
—Eso es, buena chica.
—El vaso aún tiene agua y no te la tiro a la cara porque estás delante del
televisor.
—Como me pone tu agresividad, primita.
—No lo tomes como una broma, porque no lo es.
—No lo dudo, solo quería hacerte partícipe de mis preferencias sexuales
y, entre las favoritas, está ese carácter de gata salvaje que…
—¿Por qué cojones no te piras a otro lugar?
He gritado más de la cuenta, pero él no se ha sorprendido, es más, está
sonriendo porque con mi sobresalto he enfatizado las palabras que él estaba
relatando.
—¿Es esa la primera pregunta que quieres utilizar?
—Te juro que, como no hayas sido un moscón en otra vida, no entiendo
cómo puedes tocar tanto las pelotas.
20. LA NIÑA DE COLORES
BECK

En ocasiones ser un cabrón me ha ayudado a desviar la atención de mis


sentimientos. Hoy no ha sido ese día, es más, ha sido el día contrario.
No me gusta la cara de pachucha que luce aunque no se lo vaya a decir
en la vida.
—No seas muermo, vamos a acabar nuestro juego para pasar página —
intento convencerla de que siga mis deseos.
—¿Por qué te interesa tanto conocer mis oscuros secretos?
—Los quiero utilizar cuando menos lo esperes.
Es una verdad a medias. Conocer todas las aristas de Iris puede ser de
ayuda en caso de que toda mi burbuja, mi mundo, o como cojones lo
quieras llamar, explote delante de mi cara. Puede que llamarla «enemiga»
sea demasiado, pero para parte de mi cerebro así lo es.
Se ha metido en mi casa, observa cada uno de mis pasos y es inteligente.
De las personas más rápidas que he tenido el placer de conocer. Que Iris
esté cerca es peligroso.
Por muchos motivos, entre ellos porque la tía tiene los labios más
irresistibles del planeta. Y por otros motivos menos bonitos que, de ser
sacados a la luz, yo mismo sería el primero que levantase las espadas al
aire. Contra ella o contra cualquiera.
—Está bien, ¿por qué te esmeras tanto en tocarme las narices? No te voy
a robar nada, si ese es tu problema.
Se ha sentado en el colchón, con el pelo mojado, la tez más blanca de lo
habitual y con los ojos entristecidos fruto del malestar.
—Porque me gusta tenerte cerca —suelto.
De nuevo una verdad a medias.
Me gusta su olor, su ceño fruncido, la forma en la que se muerde el labio
cuando está despistada, el carácter volátil que hace que su compañía sea una
montaña rusa. Pero también por precaución.
El silencio nos atrapa a ambos.
—Eso es extraño y seguro que tiene un doble significado que no estoy
capacitada en estos momentos para pensar.
—Es mi turno.
—Me duele la cabeza.
—Esa excusa está muy trillada.
—No es una puta excusa, me has visto en el baño.
—Necesitas despejar la cabeza.
—Si tú lo dices…
Lo digo, del mismo modo que caliento la lengua para soltar la pregunta
que me lleva carcomiendo días, meses, años.
—¿Qué color te gustaría lucir?
Se había acomodado en la cama, pero vuelve a la posición que antes
abandonó. Mirando directamente hacia mí, sin una barrera entre medias.
—¿A qué te refieres?
—Lo sabes perfectamente, ¿qué color te encantaría lucir si tuvieras
oportunidad, Stars?
—Eres un cabrón.
No es mi intención, o no en estos momentos. Quiero saber más de ella,
en cierta parte porque los detalles son importantes y me pueden salvar el
culo en caso de guerra, pero también porque vi su mirada en el Gran Premio
de la semana pasada. Ella es asfalto y olor a goma quemada.
—Tienes que responder.
Me clava la mirada en la mía, pero no reduzco la velocidad. Los dos
vamos a doscientos por hora en cada curva, el último que frene será el que
se quede atrás. Así ha sido el tiempo suficiente como para bajar ahora los
brazos y perder en el último tramo.
—Lo sabes perfectamente.
—Si lo supiera, no hubiera utilizado una de mis valiosas preguntas en
ella.
Estira las sábanas sobre su cuerpo a la par que toma postura horizontal.
—Rojo —afirma con la voz apretada.
Acto seguido se tapa hasta la cara y apaga la luz principal de la
habitación.
No sé por qué sonrío, pero lo hago, y no porque haya sido una victoria,
sino porque Iris Stars sigue siendo la niña de colores que camina por la vida
en busca de luz, sin darse cuenta de que es ella la estrella que más brilla.
Salgo de la habitación sin haber entrenado porque lo único que he hecho
es mirar hacia ella y esperar por sus respuestas, y con una mezcla de
sentimientos a los que no quiero poner nombre.
21. NO HAY NADA MEJOR EN EL MUNDO QUE
UNA BUENA HAMBURGUESA.
ASHER

Esta noche había quedado en casa con Beck en hacer una sesión de
videojuegos online junto con Nate. Tenía en mente machacarlos a ambos.
Conozco el mecanismo de ese videojuego al pie de la letra aunque ellos no
son conocedores de estos datos. El creador se puso en contacto conmigo
para realizar el desarrollo, como otros muchos, y hace unos meses que salió
a la luz. Beck y Nate saben que es mi método de vida, que me flipa
desarrollarme como informático y después machacarlos en la pantalla. En
alguna ocasión Beck se ha enfadado tanto por haber perdido que me ha
retado a ir un día a la pista con ellos. A Nate nunca le ha parecido tan buena
idea, aunque en su fuero interno disfrute de esas interacciones. Sabe que el
moreno es mucho mejor que él o por lo menos en estos momentos en los
que su entrenamiento copa todas sus horas del día. Algún día Nate llegará al
mundo de la Fórmula 1 y nos pondrá a todos un puntito en la boca.
El motivo por el que me he quedado sin plan es que Beck se ha ido a
cuidar de Iris y Nate ha decidido que perder en solitario no es tan divertido
como ver la cara de derrota del piloto de Aston Martin. Como sea, me han
dejado solo y aburrido y de camino al McAuto en busca de una buena
hamburguesa a rebosar de queso y bacón que cubra mi soledad.
Subo a la moto con la maleta de carga vacía, porque uno tiene que ir
preparado en estos momentos, y salgo pitando calle arriba. La urbanización
es de clase alta así que tengo que recorrer algunos kilómetros para alcanzar
el restaurante de comida rápida para llevar. Para ser sincero tengo un Auto
King más cercano, pero soy chico McDonald's antes que Burger King. Me
puedes matar u odiar, en tus manos está tomar una buena o mala decisión.
Dejo que el motor ruja mientras me acerco a las barreras que delimitan
el espacio de espera. Delante tengo a un coche familiar con el que voy a
tener que esperar un buen tiempo porque la parte trasera está ocupada por
tres niños llenos de emoción. Tomo aire y reviso la hora en el reloj
inteligente que Beck me regaló las navidades pasadas.
No tengo ninguna prisa, sin embargo, el aire comienza a ser frío y no he
venido preparado.
Vuelvo la atención al coche familiar que, a diferencia de lo que creí en
un primer momento, no es quien está entregando la comanda en este mismo
momento.
Me estiro todo lo que puedo y entonces sonrío. Sí, como un puto idiota
que se ha fumado la pipa de la felicidad porque justo delante de mis narices
está la mismísima ninfa del bosque pidiendo su orden a través de la
pantalla.
Solo Ada Aston iría a buscar una hamburguesa en bicicleta con cesta y
no en un modelo de coche de última generación. La familia de esta
muchacha tiene una escudería en Fórmula 1, siendo su padre el jefe de
Beck, además de una fábrica de automóviles de lujo y la tía, ¡utiliza una
bicicleta azul con cesta!
Se lleva la mano al pelo para enroscar los mechones que le cubren el
rostro hacia la oreja. La persona detrás de la pantalla le pregunta qué bebida
quiere y lo susurro a la par que lo hace ella en voz alta.
—Batido de plátano y fresa.
Se pasa la vida entera con esa bebida entre las manos. Las fotos Tumblr
de chicas guapísimas con un batido en la mano fueron influenciadas por
ella, lo tengo clarísimo.
Da las gracias a la voz que le ha atendido y pedalea con fuerza para
esperar a que su orden esté lista. Solo rezo para que la familia tenga claras
sus comandas y así poder interceptar a la chica de pelo castaño y de sonrisa
tímida. Últimamente, coincidimos demasiado en los lugares más
insospechados.
En esta ocasión tengo suerte y en menos de cinco minutos me estoy
dirigiendo a la última parada de la cadena de espera. Allí, en una esquina
con su bicicleta aparcada, está Ada leyendo las instrucciones de algún
objeto diminuto que tiene en las manos.
—¿Conoces las consecuencias nocivas que puede tener tu pedido
grasiento?
Se mueve con rapidez hacia el sonido de mi voz y el de la moto al ser
apagada. No se muestra molesta con mi presencia pero sí sorprendida. Un
punto a mi favor, normalmente veo más sus ojos en blanco que el color
verde eléctrico que poseen.
Entiendo que su padre haya hecho toda una escudería con ese color, es
espectacular tanto en ella como en su hermana. Digamos que es una
estrategia de marketing brutal, de ahí que su padre quiera que sus hijas
estén al tanto de todos los movimientos de la empresa. Son su mejor carta
de presentación. A Lyn no la conozco muy bien, pero Ada pasa
absolutamente de todo lo que no sean sus libros y el mundo en silencio. O
el mundo sin mi voz cerca de ella. De nuevo, sus palabras, no las mías.
—Así que el médico, experto en nutrición, ha vuelto a salir a la luz.
Sonríe sin enseñar todos los dientes al tiempo que dicen su nombre por
megafonía. Cree que ha vencido y que podrá salirse con la suya al
ignorarme, pero mi nombre es el siguiente que dicen. Bajo de la moto y
ambos acudimos a la cola de espera.
—¿Tienes algún plan para esa hamburguesa con batido de fresa y
plátano?
—Si lo tuviera, tampoco te lo diría.
—He comprado una para mí, no temas, no voy a robarte la tuya cuando
te des la vuelta. Podemos tener una cita para ponernos al día.
—Yo no tengo citas. No me interesan.
—Una tía dura.
Cierro los ojos para darle intensidad a la frase. No cesa en ponerme las
cosas difíciles cuando solo busco una tierna amistad con ella. Y quizá algún
que otro arrumaco debajo de la manta cuando pongamos Netflix rodeados
de palomitas.
Joder, sí, sería el plan perfecto, pero me ha encasillado en el tío pedante
y graciosete que no le interesa cuando, en realidad, me flipan más los
momentos a solas en casa con una buena película, un instante reflexivo, sus
correspondientes arrumacos y vuelta a empezar.
Tengo que buscar la forma de dar la vuelta a la opinión que tiene de mí,
sin embargo, solo capto su atención cuando soy insistente a más no poder.
Juro que he probado con todo tipo de técnicas.
—Mejor dicho, una tía con dos dedos de frente.
—Venga ya. No puedes ir hasta tu casa a comer esa hamburguesa. Te
llegaría fría y el batido derretido, tienes que tener otros planes. Déjame
acompañarte, te prometo ser una buena compañía.
Ella se inclina hacia delante, roza mi hombro con el suyo y vuelve a
repetir un claro no. Huele a una mezcla de frutas explosivas. Dulce y a la
par con un toque ácido. Un olor que la representa a la perfección y que me
produce una sonrisa instantánea.
—¿Qué te molesta un poco de buena compañía?
—No eres una buena compañía.
—¿Lo dices por mi cara? —Toco mis facciones a sabiendas de que he
llamado su atención. Lleva mal que bromeé sobre el tema porque para ella
es incómodo. Yo he asumido lo que hay—. Puedo ponerme una bolsa en la
cabeza. Sé dialogar.
Soy un genio en el diálogo, solo necesito que me dé una oportunidad
para demostrarlo.
—Eres un tío raro. Muy raro.
Lo dicho, se ha sentido incómoda porque juegue con la moralidad que se
despierta en ella al mirarme a la cara. A Ada Aston le flipa tener en orden
todo a su alrededor y que algo se salga de ello es rechazado al instante.
—¿Eso quiere decir que no hay cita?
—He tenido un día de lo más desagradable, Asher, no fuerces la
maquinaria.
Hay algo en su mirada que me pide que cese en mi empeño de seguir
con la broma. Para mí no es tal cosa. Creo y siento que Ada es mi alma
gemela perdida en un mundo asquerosamente cruel. No me merezco a un
ser tan puro y lleno de luz por eso mismo estoy teniendo tantas dificultades
para que se fije en mí. Mai siempre dice que la naturaleza es sabia y,
supongo, que si Ada no está interesada al fin y al cabo es porque es más
inteligente que el resto y conoce que no le conviene un tío como yo.
Intento sonreír para no hacer incómodo el momento aunque por dentro
me haya dado un bajón importante. Dejo que recoja la comida cuando esta
está lista y no abro la boca en su marcha. Es ella la que me lanza un escueto
gesto de despedida y espero paciente a que mi comida esté lista para
empaquetar.
Los cambios de humor constante son un handicap en mi vida. Los he
sufrido desde el día que mi vida cambió, desde que la oscuridad fue mi
mejor baza y me tuve que convertir en una persona que jamás creí que
pudiese existir.
Cuando recojo la comida ya no tengo hambre, tengo unas ganas
inmensas de perderme en un bar de carretera donde nadie se fije en mí.
22. UNA NOCHE ESTRELLADA. UNA BICICLETA
AZUL Y UN BORRACHO GUAPO.
ADA

Durante toda mi vida he tenido el foco de atención sobre mí, y en cada uno
de esos instantes he deseado con todas mis fuerzas estar en mi casa, rodeada
de un silencio sepulcral y eligiendo por mí misma lo que debía de hacer con
mi persona. Por el trabajo de mis padres he tenido que acudir a cientos de
fiestas. La mayoría de ellas aburridas con un único objetivo: hacer
negocios. El mundo en el que se mueve mi padre me aburre, no busco tener
una carrera destacada en el mundo de la moda como espera mi madre y, a
diferencia de mi hermana, no tengo un don de gentes que haga más apacible
esas reuniones.
Estar cerca de Asher es volver a ese ojo del huracán. Estar en boca de
todos de un modo que me genera rechazo. Pienso que él tiene la creencia de
que lo odio por algún motivo. Bien es cierto que me saca de quicio, que no
me esperaba su llegada a mi vida, pero más allá de eso mis motivos son
muy diferentes a los que él baraja. Debería de sacarlo de su error, pero de
nuevo no conozco el modo. En mis libros no relatan este tipo de problemas,
y mira que me gusta variar de género dentro de la literatura, a pesar de ello,
en los mundos ficticios todo parece más simple.
En estas últimas semanas en las que he visto a Iris enfrentarse a Beck
desde la lejanía, la he envidiado de forma sana constantemente. Juro que la
apoyo mentalmente cuando le responde con ese tono cortante que utiliza
cada vez que el de los ojos grises abre la boca. Ojalá tener esa fuerza
interna, esa capacidad para expresar las emociones sin miedo a que los
demás jueguen con ellas.
Porque sí, mi apellido y mi familia me han dado una vida de ensueño,
no me ha faltado de nada, pero también he sido la pieza que muchos han
usado para conseguir sus propios beneficios y eso, rompe a cualquiera por
dentro.
Pedaleo con fuerza para acortar la distancia hacia el mirador. Suelo
acudir a esta zona de la ciudad cuando busco tranquilidad. Normalmente,
me acompaña un bol de frutas, pero hoy había tenido un día de lo más
intenso y prefería que la grasa y mi batido favorito escucharan mis
problemas.
La noche me atrapa con el batido aun guardando el frío de los hielos y
con una despedida del sol alucinante. Jamás me cansaré de estos instantes
que para los demás son cosa de la rutina, y que para mí esconden detalles
especiales de los que nadie se percata.
Cuando el frío comienza a calar mis huesos, entiendo que es la hora de
volver a casa. Nadie está esperándome en ella, hoy tenían una reunión muy
importante y mi hermana ha acudido a la última fiesta de sus amigas. Se
inventan una fiesta diferente cada día, así que es algo común.
Decido en el último momento cambiar la dirección para regresar a casa
y dejo que mi mente fluya a través de los sonidos de las ruedas al chocar
contra el asfalto. Media hora después vislumbro las luces de la urbanización
a unos pocos metros de distancia. He vivido aquí desde que tengo uso de
razón y parece que nada ha cambiado con el paso de los años. Todo sigue
estático, demasiado perfecto.
El rugido de una moto al intentar ser encendida sin éxito me alerta de
que no estoy sola. Busco con esmero la fuente de ruido, pero no está en la
misma calle en la que me encuentro, debe de ser en la paralela. Es de noche
y, aunque adoro los momentos a solas, no soy idiota y veo la cantidad de
locos y locuras que se realizan a diario. Debería volver a casa, sin embargo,
el ruido ya no es lo único que capta mi atención, las palabras de una
persona hablando consigo misma también me tiran hacia el lugar.
Puede que alguien esté en apuros, sin teléfono y… Son excusas vagas
para que les relaten a mi familia si algún loco me mata, a mí me sirven para
acudir a ayudar a la persona en problemas.
Lo que menos me esperaba cuando tomo el camino contrario al de mi
casa es que esa persona sea la misma de la que llevo huyendo todo el día.
Camina por la carretera empujando su moto con dificultad. No se ha
retirado el casco aunque sí que ha elevado la visera para que sus ojos
queden a la vista de cualquiera. Va dando tumbos de un lado a otro. Primero
su pierna derecha se enreda entre los cordones sueltos del pie izquierdo y
tropieza a punto de besar el suelo. Maldice en voz alta.
Así que es eso, está borracho y con la moto a cuestas.
—¿Asher, qué estás haciendo?
Se gira con los ojos abiertos como platos. No sé si algo en su rostro
también se modifica con mi pregunta, y me inquieta pensar que he
necesitado conocer esos movimientos.
—Vaya, así que ahora sí te interesa mi compañía, «Ada del bosque».
Hay un tono mordaz en su voz que achaco al alcohol y a las malas
decisiones que haya podido tomar esta noche, porque encontrarse en el
estado en el que está no ha sido una buena decisión.
—¿Cómo has pasado de comprar una hamburguesa a estar tan borracho
que apenas puedes caminar?
Me acerco a su lado. No me resulta complicado porque va caminando
muy despacio. Entiendo que el peso de la moto le impide llevar un ritmo
más ágil, así que me bajo con cuidado de la bicicleta y copio su postura.
—Muy sencillo. Tragando la hamburguesa en tiempo récord sin que el
estómago sea capaz a digerirla. Buscar un bar de carretera lo
suficientemente lejos como para que nadie me conozca pero no tanto como
para volver andando. Y beber litros y litros de cerveza mezclada con un par
de chupitos de Jägermeister para no recordar nada al día siguiente.
Por la forma en la que sus ojos se achinan entiendo que está hinchando
sus mejillas para hacerse el gracioso. Para mí su actitud se aleja mucho de
ese sentimiento. No debería de observar ni leer su lenguaje corporal, Asher
es un tío difícil por lo que sé, y aun así lo hago.
La forma en la que sus puños aprietan con fuerza la moto me dicen que
está tenso y harto de la situación. La necesidad de tapar con bromas su
estado habla sin palabras de la tormenta que tiene sobre su cabeza, y luego
están los hombros: derrotados, sabiendo que ha perdido la batalla.
—Te acompaño hasta casa.
Suelta una carcajada seca y hueca.
—Muy detallista por tu parte, pero no es necesario.
—Quiero hacerlo y, si tanto te gusta saber cosas sobre mí, te diré que es
muy complejo hacer que cambie de opinión.
Algo en él cambia. Su cuerpo se estira y eso solo puede significar que ha
dejado de tener esa postura de derrota.
—¿Por qué me ayudas si hace un par de horas me rechazaste como la
peste?
—No seas exagerado. Me caes bien al fin y al cabo.
—Estás deseando besar mis tiernos labios.
Aunque quiera negarlo es complicado porque son rechonchos y tienen
una pinta exquisita. Pero es imposible. Por muchos motivos y muy diversos.
—No te vengas arriba. Tan solo busco evitar que te abras la cabeza
cuando retires el casco.
Sonrío con ganas. Sé diferenciar cuando los demás necesitan de un
rescate emocional. Me hubiera encantado que alguien lo hiciera conmigo,
por eso sé que en estos momentos coger la bicicleta y hacer como si nada
hubiera pasado no es una opción.
—Venga, nos vamos antes de que me hagas cambiar de opinión.
Si abre la boca no sé si voy a huir para siempre o pedirle que no se vaya
de mi lado jamás por miedo a que la soledad me arrulla como está haciendo
con él.
¿Es posible que dos almas vacías se puedan hacer compañía?
No, Ada, la respuesta debe ser que no. Él tiene una carga y trae unas
consecuencias demasiado caras de pagar —me digo a mí misma mientras
abro la puerta de su casa con delicadeza.
23. HACER DE NIÑERA ES MI SUEÑO
FRUSTRADO.
BECK

La semana de descanso siempre corre más rápido en el calendario que la


semana que tengo que trabajar. Ojo, no me quejo de la vida que llevo, pero
es mucho más sencillo, así de simple.
El malestar de Iris se fue tan rápido como llegó, con una visita del
médico y unos cuantos medicamentos se le cortó la vomitona y volvió a ser
en un parpadeo la toca pelotas conocida.
—Señorito Hunter, su madre lo espera en el despacho de la primera sala.
—¿Mi madre? —pregunto con sorpresa.
Normalmente, quien ocupa ese despacho es Michael, y como no haya
vuelto antes de lo esperado debería de estar en Nueva York en una reunión
de su empresa.
—Sí, me ha comentado que es de suma importancia.
—Vale, gracias.
Cierro la puerta de mi habitación extrañado y ultimo los retoques a mi
atuendo antes de ir en su búsqueda.
Mi madre ha estado de lo más extraña en las últimas semanas. Sé,
porque ella misma me lo ha comentado, que le hace ilusión tener a Iris en
casa. Por un motivo que desconozco le tiene un cariño especial, como si
hubieran vivido una vida anterior unidas cuando no ha sido así. Cuando Iris
venía junto a su padre a la otra casa de Michael, mi madre apenas salía de la
habitación. No ha visto crecer a Iris ni la ha llamado en los cumpleaños, ni
ha hecho nada por ella.
Abro la puerta sin pedir permiso. Al instante que escucha mis
movimientos levanta la cabeza hacia mí y sonríe. Parece que tiene un buen
día.
—Hijo, lo de llamar antes de entrar es una obligatoriedad.
—Y el robar el despacho de tu marido es una acción de mal gusto.
Se mueve en la silla con una sonrisa de oreja a oreja. No sé por qué, o
puede que sí, pero es un movimiento que me genera una mueca de asco al
instante. A saber lo que han hecho ellos dos en este despacho y justamente
en esa silla.
—Necesito que me hagas un favor.
—Dispara.
—¿Has hablado con Asher hoy?
—No, el idiota de Nate me ha estado dando la chapa desde por la
mañana porque quiere acudir al Gran Premio conmigo.
—¿Va a ir?
—Mamá, te creía más inteligente.
Nate no quiere pegarse a mí como una lapa porque me quiera tanto que
no puede vivir sin mi compañía, las intenciones del rubio más tienen que
ver con la hermana Aston. La pequeña.
Mi madre conoce las intenciones de Nate Scoll desde hace muchos años,
no la pilla de sorpresa.
—Cierto es. —Deja un par de folios que mantenía entre las manos y se
levanta—. Necesito que hables con él porque tengo un problema
informático que me está dando muchos quebraderos de cabeza.
—Michael tiene informáticos para ese tipo de problemas.
—Pero el informático de mi marido no es Asher. Necesito
confidencialidad. Llámalo antes de que te vayas.
—De acuerdo.
No pienso hacer más preguntas, hace mucho tiempo que comprendí que
las respuestas que no me interesan me roban tiempo y espacio en mi cabeza.
Giro el cuerpo hacia la puerta con la intención de acabar de hacer la
maleta y pirarme a trabajar, pero la voz de mi madre, dulce a la par que
dura, me obliga a quedarme donde me encontraba.
—¡Ah!, y una cosa más.
—No me gusta ese tono. —No augura nada bueno. Sé percibirlo.
—Lleva a Iris contigo a Hungría.
—¿Te refieres a toda la semana?
—Solo son cuatro días, la semana tiene siete días, hijo.
—Estás flipando, mamá. ¿Por qué lo haría?
—No hagas preguntas, Beck.
—¿Que no haga preguntas?—Recorto la distancia que nos separa en dos
pasos—. Te he dicho en innumerables ocasiones que no voy a cargar con
ella porque ahora vosotros queráis hacer una campaña de bondad.
—No te pases ni un pelo.
—Esta conversación finaliza aquí —sentencio.
No me voy a ir a Hungría enfadado con mi madre y gritándole, así que,
como me conozco, es mejor dejar las cosas como están y salir del despacho.
—Me lo ha pedido Michael.
Suelta mi madre a mi espalda.
Eso solo puede significar una cosa relacionada con los verdaderos
motivos de la situación de Iris en esta casa.
—Y yo creo que le vendría bien. Ella ama el deporte, lo sabes cariño.
—Dime por qué quiere Michael que lo haga.
—No puedo.
—¿Ahora hay secretos entre nosotros, mamá?
Nunca hemos sido de ese tipo de familia. No ella y yo. Bastante tuvimos
que vivir a una edad muy temprana como para haber retrocedido años
después.
—Te prometo que no tengo mucha más información y no te lo estoy
pidiendo por Micki, te lo digo como madre. Considero que a ella le vendrá
bien vivir esa experiencia.
—¿Quieres que me odie más de lo que ya lo hace? Es su sueño,
regodearme en que nunca lo alcanzará no es una buena experiencia.
—No te odia, y no lo hará después del viaje.
—Dame una sola razón veraz y la llevaré.
—Porque ambos necesitáis ese tiempo a solas y no hay mejor forma de
enfrentar a los demonios que delante del diablo.
—¿Ahora eres poeta?— Nate también está últimamente con unas
frasecitas muy peliculeras. —No me sirve esa afirmación.
Ni me sirve ni quiero que lo haga. Yo no necesito ningún tiempo a solas
con Iris, solo quiero que se vuelva a su casa y me deje tranquilo. Tenía una
vida de lo más llena cuando ella no estaba alrededor. Viajo a todas las partes
del mundo, me puedo permitir lo que me dé la gana porque mi cuenta
bancaria está podrida de dinero. Tengo buenos amigos y una familia que me
quiere.
—Deberá de servirte, no te voy a ofrecer otra. En cinco minutos
avisarán a Iris de tu decisión de invitarla al Gran Premio de Hungría.
—¡Ah! ¿Que además se supone que la intención va a salir de mi
pensamiento?
De nuevo mi madre me enseña una sonrisa maliciosa.
—Esto es increíble —suelto saliendo del despacho sin darle la
oportunidad de añadir nada más.
Me ha liado de una forma que ni yo mismo entiendo.
24. RHYSAND ES EL MOJABRAGAS OFICIAL.
IRIS

Desayunar fuera del horario de esta casa es extraño. No porque ya no haya


comida, sino porque me siento una extraña robando al vecino. Se me han
pegado las sábanas después de estar ayer hasta las tantas estudiando un
trabajo que tenía que entregar esta misma mañana. No se me ha pegado la
vena estudiantil, ni he entrado en una realidad paralela en la que amo ir a la
universidad. La realidad hace referencia a que la semana pasada, cuando
tenía pensado hacer el trabajo, estuve en la mierda y después el tiempo se
aceleró a mi alrededor y no había recordado que lo tenía que hacer.
Se lo comenté a mi madre y me echó tal regañina que me puse ayer y
me quedé hasta las tantas.
Ella tiene razón, debería de dar más importancia a lo que estoy
haciendo, pero… joder, es una puta mierda vivir en una casa que todo se
mueve en torno a algo que amo mucho más que las putas matemáticas, los
cálculos y todo eso que me explican en clase.
Escucho pasos acercarse a la cocina, mi primer pensamiento es el de
erguirme y disimular como si no me estuviese metiendo un bollo de
chocolate entre los carrillos. Pero como se acercan tan rápido, decido en el
último momento soltar mi último bocado y dejarlo en el plato mientras
espero a que la persona aparezca por la puerta.
La figura que aparece en la cocina es nada más y nada menos que la de
mi enemigo personal.
—Nos vamos.
Ha aparecido vestido con la camiseta verde de su equipo de carreras,
con el ceño fruncido y con la respiración trabajosa como si hubiera corrido
hasta este mismo lugar.
Como es él quien se ha presentado, tomo ese último bocado y lo saboreo
en mis papilas gustativas con ganas. Sin dar importancia a la prisa que
proyecta su respiración.
—¿A dónde?
Si mi madre me viese por un agujerito me daría un buen pescozón
porque «hablar con la boca llena es de mala educación, Iris Stars». Dado el
caso y la persona, me gusta ser maleducada para sacarlo de sus casillas.
Los ojos de Beck se quedan fijos en mis labios. He hablado con la boca
llena y, como no se me haya caído algún trozo en esa parte de mi cara, no
entiendo qué le llama tanto la atención. Con la lengua intento recoger las
migas, sin embargo, allí no hay nada. Cuando el susodicho decide obviar mi
movimiento y centrarse en mis ojos, diferencio una neblina que antes no
estaba, o yo por lo menos no me había fijado.
Vaya, vaya, puede que alguien en la sala no haya olvidado ciertos
encuentros.
—A Hungría. Te vienes conmigo y el resto del equipo.
¿Qué?
Espera, ¿QUÉ?
—¿A qué viene esta propuesta?
—No es una propuesta, es una afirmación. No hay tiempo para hacer
maletas, el avión privado del equipo pasará a recogerme en una hora. Nos
vamos.
Cojo la taza de café con una tranquilidad que no estoy experimentando.
Me fliparía poder ir con alguien que no fuese él para vivir la experiencia al
completo. Nate sería una buena compañía.
—¿Irá Nate?
Beck frena el movimiento que había iniciado para llenar un vaso de
agua. Se gira hacia mí y me planta un ceño fruncido que podría abrir nueces
con las arrugas.
—¿Para qué narices quieres a Nate?
—Me gusta su compañía.
—Lo dudo —apuesta con demasiada confianza.
—Es un buen chico.
—Ni lo conoces. Las amistades de un día son peligrosas.
—A ti te conozco de poco más y me estás proponiendo ir contigo a otro
país.
—A mí me conoces de toda la vida.
—Habría que matizar ese punto.
El café está tan caliente que quema mi lengua, aun así no lo retiro,
rompería con mi posición de tía guay que necesito interpretar en estos
momentos.
—Mira arcoIris, tengo poco tiempo y menos paciencia, así que coge tus
cosas que nos piramos.
—No me gusta esta propuesta. No de esta forma.
—¿Y de qué manera desea la señorita que le haga la propuesta?
—¿Sabes? Hay un cantante latino que habla de propuestas en una
canción conocida.
—Me importa una mierda que la gente utilice una canción para hacer
proposiciones de matrimonio. Solo quiero que te subas al puto avión y te
pierdas por el paddock.
—No son proposiciones de matrimonio.
Resopla, estoy acabando con sus nervios y me encanta. Me flipa a
niveles estratosféricos.
—A ver —claudica ante mi sonrisa de medio lado—, ¿qué tipo de
propuestas son?
—Propuestas indecentes.
¿Qué coño me pasa? De verdad, ¿qué narices está mal en la azotea de mi
cabeza?
Muevo la atención a la postura de Beck. El grifo ha quedado abierto, el
agua resbala por el vaso ya lleno y sus ojos se han clavado en la camiseta
que luzco. Una camiseta que siempre ha hecho la función de pijama por lo
holgada y cómoda que es.
—Haz la puta maleta.
Deja el vaso en la encimera y sale como una exhalación de la sala.
Creo que este punto me lo he ganado yo. ¿Cómo van los marcadores?
◆◆◆

Pongo un recordatorio en mi agenda mental de comprar una maleta de


ruedas para este tipo de situaciones. Juro que solo he añadido lo esencial,
pero las tiras me están cortando la circulación del hombro y eso que solo
llevo unos metros con ella colgada del brazo.
Las escaleras de cristal me parecen un riesgo, así que sostengo todo mi
peso contra la barandilla.
—¿Se puede saber a qué juegas?
¿No me digas que no es para darle un sopapo con la mano abierta?
Al fondo de la escalera está el enemigo con cara de hartazgo, como si
hubiera tardado diez horas en hacer la maleta y no diez minutos.
En el proceso tuve un momento de tensión conmigo misma. ¿Cuánto de
idiota me podría considerar al aceptar tan rápido la propuesta de Beck? No
la realizó con buenas formas, parecía obligado y con ganas de no verme
delante en un mes, y aun así me iba a ir con él.
Las ganas ganan. Ese va a ser mi lema a partir de ahora.
—Bajar las escaleras, ¿es que no lo ves?
—Lo que veo es que estás haciendo un drama para descender unos
escalones que en otras ocasiones dejabas atrás en segundos.
—Otras ocasiones no tenía un peso de diez kilos a mi espalda.
Lo de exagerar me lo han pegado los Douglas.
—Deja la maleta ahí y baja, ya la recogerá el servicio.
—Tengo dos manos y dos piernas, la bajo yo solita.
Escucho una blasfemia por lo bajini. No veo sus movimientos hasta que
está despotricando dos escaleras más abajo de la que me encuentro yo
porque la concentración se ha convertido en la base de mi descenso.
—Eres una dramática.
—Y tú un malhumorado.
Extiende el brazo para tomar la bolsa. Al comienzo hago el amago de
retirarme hacia atrás, yo puedo hacerlo sola, pero ya que ha subido y que le
parece «una tontería mi drama», va a vivirlo en sus propias carnes.
Dejo que la cinta se pose en mi mano izquierda y cuando el peso cae
sobre ella la extiendo hacia él.
—Toda tuya.
Camino con chulería hasta la entrada sin mirar atrás. Creo escuchar un
«¿qué coño has metido aquí?», pero tampoco tengo la certeza.
Beck ha cogido la manía de hablar demasiado bajo cuando estoy a su
alrededor. Toda una sorpresa.
—Buenos días, Núñez.
El buen hombre está delante del coche familiar con la puerta del
copiloto abierta.
—Buenos días, Iris.
Me sonríe enseñándome todos los dientes. La mayoría de los días,
cuando me lo encuentro por algún pasillo, me dan ganas de abrazarlo por la
ternura que transmite.
—¿No vamos en el deportivo de Beck?
—No, señorita, os dejaré yo mismo en el aeropuerto.
—¡Qué honor!
El susodicho sale por la puerta principal con cara de acelga y se dirige al
maletero. Núñez y yo intercambiamos miradas. Ninguno de los dos abre la
boca.
Me voy directa a la puerta del copiloto. Beck en cuanto lee mis
intenciones intenta que frene, pero ya es tarde. Mi culo ha cogido lugar
preferente.
—Atrás, Stars.
—Núñez prefiere mi compañía antes que la tuya.
—Debemos repasar el itinerario, no quiero que me molestes durante
toda la semana.
—Tendremos tiempo en el avión.
Cierro la puerta delante de sus narices y juro que he visto cómo le ha
salido humo por las mismas.
Quizá he aceptado este plan tan rápido porque me encanta tocarle las
pelotas a Beck. Es una de las cientas de opciones que baraja mi cabeza.
Núñez vuelve a introducirnos por una parte del aeropuerto totalmente
desconocida para mí y para cualquiera que no sea millonario. Él me explica
rápido y sin entrar en detalles que es la zona reservada para los aviones
privados.
—¿Iremos en el jet privado de Michael?
He lanzado la pregunta al aire porque, aunque Beck no haya abierto la
boca en todo el trayecto, sé que nos está escuchando.
—No.
Es él quien contesta aunque no aporta más detalles, así que cambio la
atención hacia Núñez.
—Iréis en el avión que Aston Martin pone a disposición de los pilotos.
El jet de Michael solo lo utiliza él.
«¡Qué nivel, Maribel…!»
La conversación finaliza en ese mismo instante. Todo a nuestro
alrededor comienza a moverse a cámara rápida. Núñez aparca el vehículo
cerca de la pista de aterrizaje, más en concreto al lado de un aeroplano con
unas buenas dimensiones para ser un jet privado. Beck abre la puerta trasera
sin preguntar o decir absolutamente nada, y dos hombres se acercan con
premura hacia nuestra posición y abren el maletero para sacar las maletas.
—Tenemos prisa, arcoIris.
Beck aparece a mi lado en cuanto salgo del asiento del copiloto
dándome, de nuevo, otro susto de muerte.
No abro la boca, creo que mi cerebro ha entrado en la fase de «flipando
en colores» y solo quiere observar cada detalle.
Los hombres trajeados ya suben por las mini escaleras del avión la
maleta de Beck y la mía, a la par que Núñez saluda al piloto. Todo parece
una escena de lo más cotidiana, esta gente no se para a pensar que el resto
de los mortales odiamos viajar en avión por lo cansino que se vuelve el
proceso.
—¿Cuántas horas son de vuelo?
Sigo la estela de Beck mientras él revisa algo en su teléfono móvil. Por
lo que parece dentro de cinco minutos tendrá que apagarlo y algo en él lo
tiene del todo atrapado.
Levanta la cabeza, se da cuenta de que existo y que estoy a su lado, y
responde sin miramientos.
—Unas dos horas y media.
—¿Y qué se puede hacer en este avión durante ese tiempo?
Las cejas de mi primastro se mueven con fuerza. Sorprendido ante mi
pregunta que juro ha sido sin malas intenciones o segundas intenciones.
—Si eres de las que tienen fantasías sexuales en los aviones te voy a dar
un dato relevante: marea y es una puta mierda.
Voy a decirle que tiene una mente sucia y asquerosa, pero el muy
mentecato no me da la opción, acelera el paso y me deja atrás con cara de
boba.
No pienso abrir la boca en todo el trayecto y lo voy a cumplir porque me
he traído uno de mis libros para no verle la cara.
Será idiota…
Aunque, si nos ponemos exquisitos, puede que en mi mente, en el fondo
de mi mente, en algún punto de mi vida, haya reflexionado sobre cómo
sería el sexo en un avión.
Una fantasía más, muerta gracias a Beck Hunter.
—Nos vemos pronto, señorita Stars, disfrute de su estancia en Hungría.
—No me llames señorita, Núñez, que añades demasiados años a mi ego.
El buen hombre sonríe enseñándome todos los dientes.
—Nos vemos a la vuelta.
—Espero sobrevivir.
Y con la carcajada de él subo los escalones que Beck acaba de dejar
atrás.
Los aviones privados serán muy cómodos, pero la pasarela que se pone
a los aviones comerciales para que los pasajeros suban a él no tiene ni punto
de comparación. Las escaleras de acceso son tan pequeñas y estrechas que
ni el pie, que tampoco es que lo tenga muy grande, me entra.
Doy gracias a que me hayan subido la maleta como a una inútil porque
de no ser así hubiera dejado las rodillas y los dientes en el proceso. Es que
ya me veo llegando a Hungría sin dientes y no sería una buena publicidad
para mi carrera.
El avión es muy diferente al de mi tío. Tiene lujo, joder que si lo tiene,
pero también hay una clara temática que le resta elegancia. Todo está
decorado en el verde característico de la escudería. El espacio es más
reducido, tan solo tiene cuatro asientos y una mesa central que separa dos
partes del avión. La cabina del piloto está abierta y hay una pequeña oficina
en la que un azafato está preparando alguna bebida de bienvenida. Al igual
que la tapicería del avión éste está vestido con la indumentaria del equipo.
—Hola.
—Bienvenida señorita Stars, estamos aquí para hacer que su vuelo sea
lo más cómodo posible.
Sé que es su trabajo, que solo está siguiendo un protocolo, pero eso no
quita que me sienta incómoda. El chaval es joven, pocos años más que Beck
y se está dirigiendo a mí como si fuese un ente superior.
—Mark puedes llamarla por el nombre, si no lo haces te criticará con la
mirada.
Beck ha tomado asiento y sigue con el móvil muy cerca de su cara. Ha
soltado la frasecita con guasa. Estos dos se conocen desde hace tiempo.
El chico, cuyo nombre entiendo que es Mark, sonríe y asiente.
—Entonces, bienvenida Iris, espero que tengas un buen vuelo.
—Muchas gracias.
Miro hacia las opciones que tengo delante. Sentarme al lado del idiota
no es una opción y enfrente puede ser un poco incómodo porque voy a
sentir sus ojos constantemente sobre mí.
¿Ir en la moqueta blandita verde del suelo no entra dentro de las
posibilidades?
Parece ser que no porque en este mismo instante se ha cerrado la puerta
de entrada y el piloto ha tomado asiento activando una lucecita sobre la
cabeza de Beck que indica que hay que abrocharse los cinturones.
—Es para hoy, arcoIris.
Al final claudico tomando el asiento cercano a la ventana, no es justo
enfrente de Beck pero demasiado cerca para mi gusto.
Saco el libro que he escogido para el viaje. Lo pongo en una posición
incomodísima para leer sus letras, pero lo suficientemente cómoda como
para no ver la cara del enemigo ni que él me vea la mia.
—Una corte de rosas y espinas —lee Beck en la portada del libro.
Parece ser que lo de tener un viaje plácido y tranquilo no va a ser
posible.
—Déjame en paz.
—¿A que descubro lo que esconde el libro con tan solo los detalles de la
ilustración?
—A que no.
Yergue su cuerpo en el sillón para quedar más cerca.
—El color rojo es predominante así que hay un buen puñado de
romanticismo y corazones. El bosque y las espinas que se ven es para hacer
un guiño al título, pero después no tiene nada que ver con la historia. El
cuento de nunca acabar del marketing aburrido. Y por último la ilustración
de la chica atrae a todas aquellas féminas que buscan desesperadamente que
una de su club rompa con el patriarcado; sin embargo, al final de la trama
las deja vendidas porque ha perdido las bragas con el rudo maromo que la
salva de las garras del malo.
Juro por todos los dioses existentes que le borraría la sonrisa que me
está enseñando de un plumazo.
—Ojalá Rhysand bajara y te destrozara en estos momentos delante de
mis ojos —suelto con rabia apretando los dientes.
—¿Se llama Rhysand el muchacho rompe bragas?
—La trama es demasiado compleja para la neurona aburrida que tienes
en el cerebro, rebotando por todas las paredes fruto de la soledad.
Elevo el libro de nuevo con tan mala suerte que le he dado la vuelta.
Beck se ríe de mis movimientos.
—No te enfades con el mundo, arcoIris, no es problema tuyo que la
literatura romántica sea tan simple.
—No voy a perder el tiempo con la misma cantinela repetitiva. Voy a
hacerte un favor. —Extiendo las rodillas y me acerco a él. No esperaba mi
actitud así que me está mirando desde abajo con ojos de corderito—. Léelo
y haces un esquema de los puntos fuertes y débiles, a ver si merece la pena
la literatura romántica.
—No te pongas así, sé que la verdad duele.
—¿Por qué me va a doler algo que para mí no es verdad? O espera, es
que los demás solo podemos divertirnos con lo que otros imponen porque…
espera, ¿tus seguidores no son simples por seguir tu carrera, verdad?
Pego el libro, uno de mis libros favoritos del mundo, a su pecho y salgo
al pasillo central en busca del baño.
Con lo que acabo de soltar no puedo volver a sentarme, la diva que vive
en mí no me permite tales movimientos. Estoy hasta el coño, así con todas
las letras y la eñe bien marcada, que los machirulos de tres al cuarto
discriminen lo que las mujeres utilizamos de ocio. Si nos gusta leer es
porque somos unas blandas que necesitamos corazones, porque claro, en su
cabeza no cabe la opción de que nos flipe hablar de sentimientos y vivirlos
con otros. Si nos gusta el mundo del motor en realidad es porque nos gustan
los pilotos, o en el mundo del fútbol los futbolistas, o en el tenis los
tenistas…
El portazo que pego en el pequeño cubículo me ayuda a soltar algo de la
mala hostia que se me ha acumulado y a poner punto y final a la
conversación que había iniciado con él.
Diez minutos después es Mark, el muchacho encargado de hacer la
estancia más cómoda para nosotros, el que me pide que vuelva a tomar
asiento para proceder al despegue. Lo sigo sin abrir la boca, no me gusta
dar explicaciones de mi vida y siento que desde que estoy con los Douglas
su alrededor me obliga a hacerlo constantemente.
No miro para Beck en ningún instante, pero mi rabillo del ojo es un
traidor y ha mandado la información a mi cerebro de que el susodicho ha
empezado a leer el libro.
No es mi primera vez con él, con el libro digo. Es la saga de fantasía
romántica más adictiva que tengo en mi pequeña biblioteca y acudo a él en
momentos en los que tengo que despejar la mente, salir del mundo real. Es
lo que me aportan los libros, por eso me ha hecho tanto daño las palabras de
Beck. Para mí no son personajes, son amigos que con sus historias, sus
mierdas, sus problemas, sus alegrías, ayudan a mi mente a no centrarse en
la realidad en ocasiones tan cruda. Han estado en los momentos más bajos
de mi existencia, ayudándome a salir a flote, y solo por eso los defendería a
muerte. A estos personajes y a cualquiera que ayude a una mente colapsada.
◆◆◆

Las horas transcurren y para mi desgracia, nadie dice una palabra en el


avión.
O eso es hasta que no puedo más.
—¿Dónde nos vamos a hospedar?
Igual los pijos son muy pijos, en cambio, luego reservan un Airbnb para
ahorrarse unas monedillas. Nunca se les puede subestimar.
—En el mejor hotel de la ciudad.
—No esperaba menos…
—En este caso es el mejor hotel de la ciudad porque tu tío es amigo del
dueño, no porque no pueda dormir en un hotel normal y corriente.
—Ya, claro.
—Podrás comprobarlo por ti misma en otras ocasiones.
—¿Y qué tiene ese hotel para ser tan bueno?
Baja el libro y ancla su mirada en la mía.
—Para empezar un jacuzzi al lado de una cama que más que un colchón
parece una nube. El resto podrás descubrirlo por ti misma.
—¿Os dejan impresionados unas burbujas? Para que sea el mejor hotel
tiene que tener la mejor comida. No hay margen de discusión en ese
aspecto.
—En unas horas me cuentas si está a la altura o no.
El transcurso del aeropuerto al hotel es tan tedioso como para cualquier
ciudadano. El tráfico dificulta que nuestra llegada sea rápida y tenemos que
hacer el registro del hotel como todo el mundo. No es hasta casi dos horas
después de las palabras de Beck que tengo que darle, mentalmente, la razón.
Tengo delante una habitación impresionantemente amplia, para mí sola,
y con un aperitivo en la mesita que me he zampado nada más que abrí la
puerta. Se trataba de una especie de croqueta que se deshizo en mi boca por
ella misma. Juro que el gemido ha sido más real que muchos otros que he
emitido.
Voy a tener que darle la razón a Beck y no me hace ninguna gracia.
25. TODO ES CULPA DE LA COLONIA GOLOSA
QUE HA ROCIADO SOBRE MÍ
BECK

Es un puto suplicio viajar con Iris. Me pone contra las cuerdas a cada
posibilidad que tiene y, joder, me gusta demasiado. Al igual que el libro de
mierda que me tiene con la mente fuera de la pista.
Debería de estar pensando en la estrategia de este fin de semana. El
Gran Premio de Hungría es uno de mis circuitos favoritos porque tiene la
distribución de uno de karts, pero no, mi cerebro sigue en el momento en el
que Feyre conoce a un tal Tamlin que se parece a la Bestia del cuento de
Bella y Bestia. Como al final sea un truño e Iris me tenga que dar la razón,
haré que me bese los pies por las molestias ocasionadas.
En cuanto accedo a mi habitación, al lado de la de Iris aunque ella
desconoce este dato porque he estado más tiempo del necesario en la
recepción firmando a los fans que estaban allí reunidos, me meto en la
ducha. En unas horas tengo la reunión oficial con la prensa de la Fórmula 1.
Es uno de esos momentos del trabajo que odias a muerte, pero que sabes
que tienes que hacer sí o sí. Sirve para nada porque las preguntas son una
mierda y las respuestas otro tanto, y los fans se lo pasan por el forro del
culo, ellos solo quieren hacer actividades al aire libre, no vernos en una sala
con un micrófono aburridos de la vida.
Me recreo con los chorros que salen de la pared con una buena presión
de agua. Quiero destensar los nervios que se han acumulado en mi cuerpo
tras el viaje y la decisión de mi madre de que lo realice con compañía. Sigo
pensando que es una pésima idea, ella misma se dará cuenta cuando
volvamos.
Nada más que regreso a la sala del dormitorio busco el uniforme dentro
de la maleta de viaje. Me gusta la moda, me ayuda a representar el estado
de ánimo que tengo cada día, pese a ello en ocasiones me gusta llevar el
uniforme de la escudería. Es como cuando iba al colegio, no tener que
ponerme a combinar ropa a las ocho de la mañana es una suerte. Además, el
color verde me favorece, no tanto como el rojo, pero para eso habrá tiempo.
Todo es cuestión de paciencia como siempre cita Michael.
Hablando del marido de mi madre, no sé qué cojones le pasa
últimamente, pero viaja más de lo habitual. Sabía que la llegada de Iris a
casa iba a descontrolar su paz, en cambio, no era consciente del grado.
Tengo suficiente mierda sobre mis hombros como para limpiar la de los
demás, ellos se aclararán llegado el momento, o no y seguirán en la burbuja
de odio en la que sé que Iris se encuentra.
Reviso que no me haya dejado nada importante y le envío un mensaje al
conductor designado que tengo para moverme por la ciudad.
Cuando estoy a punto de tomar el ascensor una llamada entrante me
frena.
Odio soberanamente bajar las escaleras, pero al leer el nombre de mi
madre sé que la conversación tiene que ser efectuada si no quiero tener a los
bomberos, a la policía y a la ambulancia a la salida del circuito.
—Mamá, ya he llegado.
—No me has enviado un mensaje, Beck Hunter. ¿Sabes la preocupación
que tenía? No, no lo sabes. Hasta que no seas padre no lo sabrás y dado el
momento me alegraré de que tus hijos me avisen a mí antes que a ti para
que sientas en tus propias carnes el sufrimiento.
Día intenso al parecer…
—Lo siento, mamá.
—Eso está mejor. Un mensaje no hace daño a nadie.
—¿Me llamabas solo para eso?
—El tono insolente lo guardas para los periodistas, y no. No te llamaba
para tirarte de las orejas, quería saber si Iris te acompañará el día de hoy a
todos tus eventos.
—¿Por qué lo iba a hacer? Por si se te ha olvidado viajo dos o tres veces
al mes a alguna parte del mundo para TRABAJAR.
—Puede acompañarte, no seas así.
—Ella ha sido la primera en salir corriendo de mi lado. Estará tranquila
en su habitación.
—Sé que no tienes mucho tiempo entre unas cosas y otras, pero no la
dejes sola. Es una sensación horrible.
—Mamá, a Iris le gusta la soledad.
—No lo voy a rebatir porque opino lo mismo, pero pon de tu parte, ¿sí?
Aunque sea un poquito. Ha tenido muchos cambios en su vida en las
últimas semanas.
—Está bien, haré lo que pueda.
—Con eso me vale.
Sé con firmeza que está sonriendo porque le cambia el tono de voz. Mai
Hunter, porque para mí siempre tendrá ese apellido, es la tía más genial que
podré conocer en mi vida.
—Te tengo que dejar, voy directo a la reunión.
—No armes jaleo, que nos conocemos.
—No es mi intención.
Toco el botón rojo antes de que me entre la risa floja. Hace un par de
meses ya entendí ese dicho de que «si no puedes con el enemigo, únete a
él», así que he convertido las reuniones de prensa obligatorias en un paseo
divertido para que mis fans y mis enemigos hablen de mí. Juro que mis
patrocinadores adoran esta faceta porque después de días aún se sigue
hablando de mis aportaciones en redes sociales.
◆◆◆

Cinco tíos en un sillón de cinco metros es lo mismo que un caos


asegurado. A un lado tengo al piloto de Mercedes y al otro el de Haas. Los
tres nos estamos partiendo el culo porque hemos tomado asiento los
primeros y hemos abierto las piernas más de la cuenta siendo conscientes de
que el último en llegar estaría sentado al filo del sillón. Y así ha sido.
—Y bien, Hunter, ¿cómo afrontas el fin de semana?
Tomo el micro que me tiende uno de mis compañeros y sonrío a la
cámara y al presentador que espera por mi respuesta.
—Con alegría y emoción.
—¿Sientes que estás en posición para ganar la carrera?
—Sí.
Respuesta simple, directa y egocéntrica.
¿Qué más quiere?
—¿Qué piensas del nuevo diseño del mono de carrera?
—¿Perdona?
No puede ser real que me haya hecho esta pregunta y no una relacionada
con la importancia del equipo en el fin de semana o de mi modo de
conducción.
—¿Qué opinas del nuevo diseño del mono de carrera?
—Soy piloto no diseñador.
—Pero tendrás una opinión.
—Opino que a día de hoy ser periodista es demasiado sencillo.
Se hace un silencio sepulcral en la sala que se rompe con el sonido del
sofá al ser raspado contra una prenda de ropa. El piloto de Haas está
conteniendo la risa y fruto de ello se ha movido a mi lado.
No tienen más preguntas para mí, me lo indica el presentador al señalar
que es mi turno de ceder el micrófono.
No debería de haber hecho el comentario aunque piense las palabras que
he soltado. Una a una. Sé que las redes sociales van a arder. Algunos
sacarán las cosas de contexto, otros defenderán mis ideales a muerte aunque
no los conozcan y ninguno, salvo yo o mis compañeros que viven las
mismas situaciones, seremos conscientes de la realidad. Jode mucho que
después de entrenar toda la semana, arriesgar nuestras vidas a casi
trescientos kilómetros por hora, te pregunten si te gusta el nuevo diseño y
no algún tecnicismo en el que has estado trabajando.
Para cuando salimos de la reunión hay varias caras largas en el equipo
de prensa.
—Lo has hecho de nuevo, Beck.
Mina es mi responsable de prensa. Juro que es la tía más molona del
mundo, pero la pobre guarda esperanzas de que cambie cuando eso es
imposible e improbable. Desea, desde hace dos años que trabajemos juntos,
que no la líe siempre que tengo la oportunidad.
—Es un don.
—Espero que no tenga que tomar cartas en el asunto. El periodista
parecía muy enfadado.
—No lo he ridiculizado, algo que él sí ha hecho conmigo al lanzar esa
pregunta.
—Como sea, sabes que tienes que ir con pies de plomo.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti, Mina? Quiero irme a entrenar,
siento las ganas de correr picando en los tobillos.
Pone los ojos en blanco y no sé por qué motivo su desdén con un toque
de guasa me recuerda a mi querida primastra que está en un hotel, en un
país desconocido, esperando por mí.
Vale, no está esperando por mí, pero quizá esté más aburrida de la
cuenta.
—Hay fans esperando a la salida. Sé amable.
—Con ellos siempre lo soy.
—Lo sé.
La dejo atrás con un pequeño saltito. Escucho al fotógrafo del equipo
capturar el momento a través de su cámara y apunto mentalmente la tarea
de revisar las redes sociales del equipo. Puede ser una buena instantánea
que recortar para crear un sticker de WhatsApp.
Sí, soy de esos. De los que tiene un paquete de stickers sobre él mismo,
guardado en la carpeta de favoritos para utilizar en confianza. Los amo.
La salida está a tan solo unos pasos de nuestra ubicación y ya desde
lejos veo que hay unos cuantos fans con la camiseta verde. Me acerco a
ellos con una sonrisa, suele ser un momento rápido, a día de hoy todos
estamos configurados con el móvil en la mano, la cámara abierta y listos
para sacar la foto. Algún que otro me hace firmar autógrafos, lo he hecho en
los objetos más extraños que te puedas echar a la cara, y me dejan continuar
con mi camino. No hay preguntas ni conversaciones, la gente quiere una
instantánea para dejar claro a sus amigos y seguidores que ha estado con un
piloto conocido. Fin.
Es triste, una vez más, pero es la realidad.
Dos chicas posan juntas mientras yo paso a su lado y sonrío a la cámara.
Son más listas que el resto, hacen un vídeo y después lo cortan en fotos. Un
chaval adolescente se acerca con la camiseta del equipo y un rotulador.
Firmo donde él me indica y de nuevo poso para una nueva captura.
Y de repente unas manos pequeñas toman mi cintura con fuerza. En
concreto tiran de mi camiseta haciendo que mi cuerpo se alerte. No todo el
mundo está bien de la cabeza y ya he tenido episodios desagradables con
fans que se pasan de la raya. No es el caso. Miro hacia abajo y hay un niño,
rubio, muy rubio, con la gorra del equipo opacando casi por completo sus
ojos. Le queda un poco grande, pero la luce con orgullo. No lo dudo y me
agacho para estar a su altura.
—Hola.
—Te veo en la televisión.
—¿Ah sí? ¿Y te gusta cómo conduzco?
—Eres de mis pilotos favoritos.
Reparo en que ha hablado en plural. Sonrío ante su picardía.
—Eso es todo un orgullo.
—¿Cuál es tu comida favorita?
—Vaya, esa sí que es una buena pregunta. —No por el contenido, sino
porque ha sido tan inesperada que me ha sacado otra sonrisa sincera—.
Creo que la tortilla española.
—No la he comido nunca.
—Tienes que decirle a tu padre que busque la receta en Google.
El hombre que acompaña al niño y que no cesa en sonreír asiente a mis
palabras.
—Lo haremos esta noche, Luk.
El niño parece muy feliz con las palabras de su padre.
—¿Me firmas la gorra, por favor?
Solo por ese por favor del final estoy por regalarle todo el
merchandising del que dispongo en la mobile home. Qué palabra tan bonita
y qué poco uso se le da últimamente.
—Por supuesto.
—Es un poco grande pero me gusta.
—¿Y qué más te gusta del equipo?
Saco uno de los rotuladores que he robado de la sala de prensa para no
verme comprometido en este tipo de situaciones y escucho las palabras de
Luk con interés mientras realizo la firma que me sé de memoria.
—Me gusta el coche porque es muy rápido y las camisetas, pero papá
dice que son muy caras así que por eso tengo una gorra.
Me encanta la sinceridad de los niños.
Reviso la postura del padre, se siente incómodo y por eso toca el
hombro del niño para que no hable más.
—¿Sabes, Luk? Te has convertido en mi persona favorita en el día de
hoy.
Me levanto para no perder el equilibro y retiro mi camiseta con cuidado
de no mancharla con el rotulador que tengo entre los dedos.
—Lo siento si huele a tufillo, no se lo digas a mi madre.
Guiño el ojo con agilidad antes de que los bracitos de Luk rodeen mi
cuello.
—Eres el mejor.
Vaya, ya no hay plural.
Le toco la cabeza mientras vuelvo a mi postura y el padre me agradece
el gesto en repetidas ocasiones.
—Lo he dicho de corazón, es él quien me ha alegrado el día. ¡Nos
vemos!
Dudo mucho que volvamos a coincidir, pero la sonrisa me la llevo
impresa en la cara durante todo el viaje al hotel.
Cuando subo por el ascensor una idea me cruza la mente. Correr solo
suele ser divertido, pero hoy tengo ganas de tocar las narices a una morena
que está alojada a tan solo una pared de distancia de mi habitación. Mi
madre ha dicho que la cuide y eso mismo voy a hacer.
Toco con fuerza la puerta cerrada.
—ArcoIris, ¡abre!, soy yo.
Se escuchan pasos dentro del habitáculo.
—Por eso mismo no voy a abrir.
—Tengo un plan para ti.
—No me interesa, ya he conseguido las acreditaciones para ir al
circuito.
¿Cómo narices lo ha hecho si las tengo escondidas en mi maleta?
—¿Te has quedado impresionado, eh?
De seguro que está elevando las cejas para dar más énfasis a sus
palabras. Lo hace siempre, creo que es una especie de tic del que ni ella
misma es consciente.
—¿A quién has extorsionado?
—Solo a tu representante de prensa.
—Y una mierda.
—Pues van a ser dos porque … —Abre la puerta una rendija, saca la
tarjeta con el hilo de «pase vip» y después saca la cabeza para sonreír a
modo de victoria— como te he dicho, lo tengo en mi poder. No te necesito
para nada.
Con un movimiento rápido introduzco el pie dentro de su habitación y la
puerta vence ante mi peso. Iris da un traspié porque estaba en una postura
un tanto complicada como para poder contra mi movimiento.
—¿Cómo es posible que esta habitación ya huela a tienda de
chucherías?
—¿Estás intentando meterte con mi colonia?
Me parece increíble que haya sido capaz de conseguirlo. Todo, desde el
pase vip hasta colonizar un espacio que dejará de ser de ella en apenas unos
días.
—Esa colonia apesta, es demasiado dulce.
—La utilizo para contrarrestar mi ácido. Puede que te sea útil. Mira.
Camina con premura hasta el cuarto de baño. Me he quedado tan
embobado observando el movimiento de su pelo abrazando su espalda que
no soy capaz de retirarme hacia un lado cuando el flish cae directamente
sobre mi pecho.
—Aunque no creo que tenga tanta fuerza para combatir el mal olor
humano. ¿Qué narices haces sin camiseta?
Ostras, la camiseta. Ya decía yo que todo el mundo se quedaba mirando
para mí más de la cuenta.
—Se la he regalado a un niño.
—Y te has quedado en bolas.
La mierda de la colonia dulce ha ido subiendo hasta alcanzar mis fosas
nasales. Juro que es tan pastelosa que impide una respiración profunda.
—Lo he hecho para alegrar al resto del personal. Y, por cierto. Nos
vamos.
—¿A dónde?
La vestimenta de Iris es perfecta para este momento. Pantalones cortos
similares a unas mallas y una camiseta que tapa parte de su cuerpo debido
al tamaño tan amplio que tiene.
—A conocer la ciudad.
—No pienso ir contigo.
—¿Tú no querías mi puesto? Pues voy a salir a correr por la ciudad,
demuéstrame que vales lo mismo que yo.
—Valgo el triple.
—¿Ah, sí?
En algún punto de toda nuestra historia, que no es corta ni nos tiene a
nosotros solos como protagonistas, me pregunto por qué tenemos que hacer
de todos nuestros pasos un reto. ¿Podría decirse que es nuestro toque
especial?
Veo como Iris eleva el mentón. Le ha gustado que la lleve contra las
cuerdas y ya ha aceptado el reto antes de verbalizarlo.
—Yo estoy lista.
Miro hacia mi atuendo. Los pantalones largos no son mis preferidos,
pero no voy a ser yo el que pierda tiempo así que con el pecho al aire, los
pantalones oficiales y las deportivas que me regalaron la semana pasada
valdrá para machacar en una carrera a la sonriente Iris Stars.
—Yo nací preparado.
Pone los ojos en blanco y me aguanto la risa como puedo.
—¿Esa frase la usas para impresionar? Porque conmigo no lo vas a
conseguir, te aviso.
—Vete pensando en limpiar esa mente sucia con jabón, arcoIris, no todo
tiene doble significado.
Dejo atrás su habitación y apuro los pasos para alcanzar las escaleras
cuanto antes. La temperatura media exterior es buena, ni muy caliente ni
muy fría. Antes de que me dé cuenta Iris pasa por mi lado adelantándome
en el camino. Trota los escalones con una maestría propia de alguien que lo
lleva haciendo toda la vida.
Y entonces ocurre lo impensable entre nosotros, se instala un momento
armónico donde las palabras sobran, las pullas no son lanzadas y todas las
armas han sido guardadas para vivir el momento. Está a punto de que el sol
se despida del día, ambos conocemos que se puede transformar en un
momento para capturar en nuestras retinas, así que comenzamos a correr
por la ciudad en silencio. Dejando que la brisa roce nuestras caras,
hundiéndonos en nuestros propios pensamientos, en qué cojones estamos
haciendo uno al lado del otro, tan cómodos, tan silenciosos.
No hay monumentos a nuestro alrededor, ni ciudad que capturar para
que nuestros dispositivos móviles sean más bonitos por dentro, tan solo hay
terreno, campo a nuestro alrededor.
—Esto es lo más extraño que hemos hecho en nuestra vida.
Las palabras de Iris han salido atoradas. Para mi sorpresa lleva un ritmo
constante, más ligero que el que suelo utilizar, pero para correr no hace falta
llegar hasta el punto más álgido, llega más lejos quien mejor mantiene su
postura.
—¿El qué?
—Todo desde que salimos del hotel como buenos amigos que van a
hacer algo de deporte.
—Jamás sería tu amigo.
Y lo digo de corazón. Jamás podría tener a Iris Stars como una amiga.
El significado de la amistad para mí tiene unas connotaciones básicas: nada
de traiciones, espacio personal y cero atracción sexual.
ArcoIris no cumple ninguna de las tres porque no me fío de ella ni un
pelo, es la persona más exigente que he conocido en mi vida porque si
quiere algo estará detrás de quien sea hasta que lo consiga y, bueno… Tiene
unos labios demasiado perfectos para la tarea. Labios que he probado en
más de una ocasión. Ambos.
Sí, mi mente es igual de graciosa que mi lengua.
¿Lo ves? Es que no puedo parar de generar buenos enlaces de palabras.
—Eres un gilipollas de mucho cuidado. —Iris frena cuando alcanza el
alto de una colina. Desde donde nos encontramos se ve el mundo a nuestros
pies, o por lo menos el mundo que nos rodea—. ¿Cómo lleva un niño
mimado de ciudad estos lugares?
—Me gusta conocer mundo, sino no hubiera aceptado este trabajo.
Viajamos a más de veinticuatro ciudades a lo largo del año.
—Los hay que nacen con suerte.
—No subestimes la suerte porque a veces se vuelve una condena.
—¿Eso es un lema de vida?
—¿Por qué siento que mientras estábamos en silencio habías bajado las
defensas y en cuanto has abierto la boca tengo miedo de que me quemes
con tu fuego?
—¿Es que ahora te vas a poner en plan romántico, Hunter? No te pega
una mierda.
—Puedo ser un romántico empedernido.
O no porque nunca he probado. El amor no entra dentro de la ecuación
de mi vida, no tengo tiempo para mí como para ofrecérselo a otra persona,
pero si Iris Stars me propone un reto, yo lo abrazo con ambas manos y doy
lo mejor de mí.
—Poner una película en el salón de casa con Netflix de fondo y roncar a
los cinco minutos no es un plan romántico.
—¿Y tú por qué asumes lo que yo haría en una cita?
—Porque sé que lo has tomado como una ofensa personal solo porque lo
he dicho yo.
Miro hacia ella, bueno lo llevo haciendo un largo rato, pero ahora me
fijo en los detalles. Su pecho sube y baja con rapidez, aún no ha recuperado
el ritmo cardiaco. Ha dejado las manos a cada lado de las caderas, y su
mirada mira el horizonte cuando no está pendiente de mis respuestas. Le
gusta lo que ve.
—Esta noche te invito a cenar.
—No, gracias.
Ni ha girado la cabeza hacia mi posición. Unas flores en movimiento
por culpa del aire son más interesantes para ella.
—Lo digo en serio. Propongo una cena para demostrar quién de los dos
es más romántico.
Sus ojos color avellana se clavan rápidamente en los míos.
—¿Por qué querría demostrarte eso?
—Porque ambos somos unos grandes intérpretes, arcoIris. Puedes
pensar que estás con el hombre de tus sueños, yo haré lo mismo.
—Madura, Hunter.
—¿Madurar? Con esa respuesta asumo que te da tanto miedo lo que
pueda salir de ahí que prefieres huir antes que enfrentar la realidad.
—Es que no quiero ser romántica con un tío al que odio.
—Bueno, no seas falsa y mentirosa, me metiste la lengua hasta la
campanilla, algo te gusto.
—Se está rifando un escupitajo y tienes todas las papeletas en tu mano.
—Compartiríamos de nuevo babas.
Grita de frustración y toma distancia con mi cuerpo. Me río por puro
instinto. Y puede que un poco también para ocultar los nervios del
momento. ¿En qué coño estoy pensando? Puede que sea un reto, sí, pero
una cita con Iris es una condena innecesaria que yo mismo estoy buscando.
—Eres insufrible.
—¿Eso es un sí?
Su mirada vaga por todo mi cuerpo. Mi pecho ha quedado inundado en
sudor. Sé que le gusta, el modo en el que se muerde el labio es un claro
indicativo de ello. Y el recuerdo de cómo lo manoseó durante varios
minutos es otro.
—Pienso ganar porque no me voy a ir de tu vida sin demostrarte que soy
mejor que tú.
—Intuyo que tenemos una cita.
—Intuyes bien.
Y así, sin saber cómo, ni por qué, se forma un nido de mariposas en mi
estómago que rezan porque las horas del reloj pasen más rápido.
Asumo que nuestra conversación ha finalizado y comienzo de nuevo la
carrera. Necesito despejar la mente, todo es culpa de la colonia golosa que
ha rociado sobre mí.
26. ESTO CON UN CHUPITO DE TEQUILA SE
SOLUCIONA.
IRIS

Tengo demasiadas cosas que explicarle a mi cerebro últimamente. La


primera de ellas es que no es necesario aceptar todo lo que la vida pone por
delante. Pero claro, cuando tienes enfrente de tus narices a tu enemigo
número uno, retandote a ver cuál de los dos es mejor, con los ojos grises
que ostenta clavados en tu cuerpo, y con su pecho subiendo y bajando como
signo de la acción de su corazón, todo da un giro radical.
No he venido preparada, es más, no tengo nada en mi posesión de alta
costura más allá de la blusa blanca que Mai me regaló en el infinito armario
de mi habitación. Había más prendas, todas ellas con la etiqueta y como su
precio era tan aberrante las dejé en el mismo lugar en el que las encontré.
La camisa entra dentro de las cosas básicas, elegantes y bonitas que puedo
tomar de los Douglas. Ahora, la parte de abajo es el problema. Lo único que
tengo para combinar es una falda vaquera negra y unos botines altos. No
son nada del otro mundo, pero puede que la combinación sea ganadora.
Cuando salgo de la ducha con el pelo recogido en un moño y pruebo el
outfit pienso que no debería de hacer esto, que no tengo que impresionar a
Beck con ningún atuendo. Pero luego veo mi reflejo en el espejo y ceso en
pensamientos intrusivos. Estoy guapa, me siento muy guapa y me gusta
gustarme.
Sonrío con énfasis a la chica que me espera en el otro lado. Tiene el
rostro relleno, unos buenos pómulos, los mismos que normalmente están
hundidos y hoy parecen llenos de vida. Quizá se deba a que no ha sido tan
mala idea acudir a Hungría con el usurpador. Ni que la vida con los Douglas
sea tan desgraciada como creía.
Debería de plantearme un plan para joder la noche, para quedar por
encima de las expectativas que se haya hecho Beck. Me gustan los retos,
sacar el demonio que llevo dentro, genera adrenalina en mi vida. Pero
cuando reparo en mis ojos, en la forma en la que observan cada detalle
frente al espejo entiendo que no me apetece una mierda. Que deseo pasarlo
bien, olvidarme de quién es Beck Hunter e Iris Stars, disfrutar un solo día.
No creo que sea posible, sé que él sacará toda la artillería pesada y que yo
misma lo haré para defenderme, pero soñar es gratis.
Al final el atuendo queda mono. Nada de lo que los gurús de la moda
vayan a reseñar, pero será suficiente para mí.
Miro el reloj, no he quedado a ninguna hora con el susodicho, solo ha
dicho que me invitaba a cenar, así que le escribo un mensaje para que sepa
que lo espero en la cafetería del hotel y me dirijo hacia allí.
Cuando las puertas del ascensor se abren en el hall percibo como la
noche ha robado toda la luz del sol, la calle se ilumina con las bombillas de
las farolas que generan un ambiente hogareño con su tono amarillento. Giro
hacia la derecha confiada de que un chupito de tequila calme los nervios de
mierda que acusan a mi estómago. Soy patética, lo sé, por eso con un
poquito de ardor todo se va a poner en su lugar.
Hago un rápido repaso a los visitantes. Todos parecen hombres y
mujeres de negocios. Ojalá poder conocer cuántos tratos se cierran en este
tipo de salas. Camino con confianza hacia la barra hasta que una espalda,
muy conocida para mi desgracia, hace que frene en seco.
Sabe que estoy detrás de él porque la pared hacia la que mira es un
enorme espejo deforme. Me está dando un buen repaso mientras yo intento
cerrar la boca.
—¿Buscando algo de alcohol para sobrellevar la noche, Stars?
Se gira mientras dice la frase y eleva en el aire dos vasos de chupitos a
rebosar. No es lo que llama mi atención, sino la camisa en tono azul claro
abierta en los dos primeros botones y los simples pitillos vaqueros, negros,
que lo acompañan. Está elegante pero a la vez sin pasarse. Y guapo. Está
demasiado guapo para ser real.
—¿Lees el pensamiento?
—Solo lo comparto.
Sonríe el muy idiota y me tiende el vaso. Choco contra el de él para
beberlo cuanto antes. Juro que es una necesidad.
—¿Para qué estamos haciendo esto? —pregunto perdida en el olor que
emite su cuerpo con los movimientos de sus brazos.
—Para divertirnos.
—Ya… —No estoy muy convencida de esas palabras—. Creo que
tenemos una forma de divertirnos un tanto extraña.
—Nadie dijo que fuéramos normales. ¿Estás preparada?
—Sí.
Lo he dicho decidida no porque lo sienta de esa forma, porque no es el
caso, sino para que mi cabeza vea seguridad por alguna parte para aferrarme
a ella.
Se levanta del taburete y, aun con el poco tacón ancho que tienen mis
botas, queda una cabeza por encima de mi cuerpo. Es alto el cabrón, tan alto
que tiene que ser incómodo para él introducirse en el pequeño hueco del
monoplaza.
Yo no tendría ese problema, pero claro, no tengo monoplaza que pilotar.
—Puedes sostenerte a mi brazo para hacer una salida de lo más galante.
—Prefiero evitar el momento.
Y sin entender cómo puede suceder, me hacen gracia sus palabras
porque me imagino el momento y está tan alejado de nosotros que sonrío.
Más que una sonrisa es una leve carcajada que evito que sea evidente, en
cambio, cuando compruebo que Beck se ha quedado en el sitio mirando
hacia mí, dejo que salga. Él me sigue de cerca.
—Es la primera vez que compartimos algo —suelta.
—Yo no diría la primera vez…
Me vienen a la mente flashes del momento en el que su boca rozaba la
mía. O el momento piscina que… Bueno, en fin, que no es la primera vez
que compartimos algo más que pullas, pero sí que debe de ser el inicio de
una relación más ligera, sin tanto rencor y equipaje.
—Obviando los detalles morbosos, me gusta cuando sonríes, Iris Stars.
—Y a mí me gusta cuando dices mi nombre y no un mote puñetero que
me calzaste con diez años.
—Si tú supieras…
—¿Qué tengo que saber?
Se pierde la magia del momento, si se podía llamar así, porque el
susodicho camina con un paso certero hacia la salida dejándome atrás. ¿Qué
cojones tengo que saber?
A la salida un coche negro nos está esperando con la puerta abierta. Es
extraño pensar que esta es una cita, mi primera cita aunque no la voy a
catalogar como tal porque ambos sabemos que es una cena sin más donde
nos hemos arreglado. Más allá de ese dato sin importancia, para alguien de
nuestra edad, y de mi mundo, una cita sería en el autocine, en el
McDonald's o en alguna pradera bonita en la que hacer un pícnic. Nadie se
plantearía viajar a otro país, tener un chofer personal y…
—¿Dónde vamos? —pregunto porque no tengo ni idea de dónde vamos
a cenar.
—A ver las estrellas.
Por la sonrisa pícara que me está lanzando sé que le arde la lengua por
hacer un paralelismo con mi apellido.
—Dime la verdad, ¿dónde vamos a cenar?
—A un restaurante desde el que se pueden ver las estrellas. Si tenemos
que demostrar cuál de los dos es más romántico, voy a poner todas mis
cartas sobre la mesa, arcoIris.
—¿A sí que va en serio?
—Claro que va en serio.
No va a ser una cena cualquiera y no va a ser un reto fácil de ganar.
Asiento con confianza, de nuevo sin sentirla, y tomo asiento con
elegancia mientras veo la ciudad pasar a través de los cristales tintados del
vehículo.
El chófer frena delante de un edificio de una altura impresionante y con
una cristalera en tonos azul claro. De día tiene que ser una fantasía ver la
fachada, ahora se reflejan las luces de algunas viviendas no obstante
predomina la oscuridad y la sobriedad por encima de la calidez.
—Está en la última planta.
Beck pasa por mi lado, no hace alusión a que tome su brazo,
simplemente espera a que cierre la puerta del coche y caminamos a la par
hasta el ascensor. El viaje lo hacemos en silencio, ambos observando los
retazos de una ciudad que duerme cuando mi cuerpo pide fiesta.
—Señorita Stars.
Las puertas se han abierto y Beck, a diferencia de la cara a la que
acostumbro a ver, espera paciente a que salga la primera.
—Vamos a hacer una cosa.
Ninguno de los dos mueve un pie del lugar. Él me reta con la mirada
para que haga lo que me ha pedido y yo, con mi dedo índice en alto le estoy
aclarando que eso no va a suceder.
—Deja de tratarme como una muñeca pija porque ni me parece
romántico ni agradable. No eres así, o no conmigo, así que actúa lo más
correcto posible, pero deja esos formalismos, me ponen los pelos de punta.
Tenía que hacerlo, de no ser así se me hubiera atragantado la cena y
seguro que está demasiado rica como para desaprovecharla.
—Tú lo has querido.
Sin darme tiempo a reaccionar rodea la parte baja de mi espalda y me
acerca a su pecho para caminar hacia el frente.
—Lo de ser elegante y formal ¿te funciona en alguna ocasión?
Estoy muy cerca de su oreja y por el modo en el que ha tragado saliva sé
que le ha causado cosquillas mi pregunta.
—¿Me estás preguntando por mi agenda sexual?
—Puede ser.
Hubiera preferido mirar hacia su cuello y no que sus ojos intentaran
captar algo en mi mirada. Tener a Beck tan cerca es peligroso. Muy
peligroso.
—Suelo buscar atención rápida y eficaz y, en esas ocasiones, funciona
mejor el mono de carrera que el traje elegante.
—Eres un creído.
—Solo he dicho la verdad.
Caminamos hasta que el camarero nos indica que nuestra mesa está
lista.
—Tienen ustedes la terraza disponible.
—¿Nosotros solos? —pregunto desconfiada.
—Así es, señora.
Uy, me ha llamado señora como si estuviese prometida a este idiota.
La terraza a la que ha hecho alusión es el ático del enorme edificio.
Beck se quedó corto cuando dijo que íbamos a ver las estrellas.
—Desde aquí da la sensación de que se puede tocar el cielo.
—Eso te lo tengo que demostrar en la habitación del hotel, no quieras
correr tanto.
Muevo la cabeza a la posición natural para que él vea cómo pongo los
ojos en blanco.
—Es muy tú ese comentario.
—De nuevo, no es ninguna mentira. Lo que ves aquí tan solo es una
ilusión óptica, lo mío se puede palpar.
Arrastro la silla y tomo asiento. Está frío, más bien el culo se me
congela al instante, pero me gusta el contraste de temperatura. El resto de
mi cuerpo arde con la nueva faceta de Beck. La misma que yo pedí que
sacara así que no puedo pedir silencio. Ahora no.
—Les dejo por aquí la carta, cuando estén listos pueden indicarlo a
través de este botón.
El hombre, de una edad media, rondará los cincuenta años, observa mi
postura y la de Beck paciente. Parece que nos está juzgando, más a mí que a
él, así que suelto la frase que está esperando porque amo los juicios y
romper posteriormente la sentencia con un giro inesperado.
—Yo tomaré lo que él quiera.
He batido las pestañas mientras dejaba que mi mejilla reposara sobre la
mano. Coqueta, sumisa y asquerosamente ideal.
¿Cree que soy el polvo fácil del señorito Hunter?, pues se va a enterar.
Él y el señorito Hunter.
—Qué solícita, cariño.
Beck me sigue el rollo. Otra de nuestras primeras veces y… ¿Sienta
bien? Considero que sí. Me gusta esta nueva faceta suya.
Sonrío de nuevo coqueta y él le entrega la comanda al hombre.
—Lo tengo claro, será ideal para nuestra cita.
—Si necesitan algo más, o privacidad en algún momento —tose para
aclarar su garganta y para evitar el momento incómodo en el que se ha
metido el solito—, solo lo tienen que indicar.
—Todo es tan romántico —apunto.
—Puede que necesitemos ese momento, sí —apostilla Beck con una
sonrisa de medio lado—. Tranquilo, se lo haremos saber.
En cuanto el hombre sale por la cristalera que separa el restaurante de la
terraza ambos comenzamos a reírnos sin parar.
—Es de los momentos más surrealistas que he vivido con otra persona.
Y no miento.
—Tienes cara de polvo fácil, apúntalo Stars, que luego si lo digo yo
levantas todas las armas contra mi cuello.
Hay dos copas de champán sobre la mesa. Nunca he sido muy fan de la
bebida, pero me parece un momento ideal para brindar.
—Por los gilipollas que hay en el mundo —exclamo.
—Por ti.
Bebe para ocultar su sonrisa.
Se ha pasado. Se ha pasado y no debería de reírme porque ha querido
crear un momento bonito entre nosotros y ha sido extraño.
Parece que la noche solo ha hecho más que empezar.
—¿Qué crees que deberíamos hacer si esto fuese una cita? —pregunta.
—Eras tú el que querías impresionar con tus dotes. No te voy a dar
pistas.
Su mirada se evade de mi cuerpo para acudir al entorno que nos rodea.
Es un lugar precioso, de los que guardas en el carrete del teléfono para
luego imprimir la imagen y no perderla nunca.
—Si esto fuese una cita y yo el novio perfecto, tiraría de tu mano y te
daría un buen beso. Así, cuando llegue la comida, tendrías que identificar
cuál de los dos ha sido más irresistible.
Los dedos de Beck aparecen en la mesa. Cerca de mi mano que sigue
manteniendo la copa de la bebida como un salvavidas. Caminan por la mesa
con premura hasta que rozan mi piel. Esto va a sonar a película mala
romántica, pero juro que siento un cosquilleo en mi cuerpo. No sé si
producido por toda la ficción que he visto durante mi vida, o porque de
verdad mi cuerpo ha reaccionado. Él lo nota y sonríe en el proceso.
—Si esto fuese una cita y yo la novia perfecta jamás te dejaría darme un
simple beso porque los que son buenos necesitan de tiempo, espacio y
munición. Empiezan siendo lentos para después pasar a ser necesitados.
—¿No te estás viniendo un poco arriba, Stars? No olvidemos que tiene
que ser una cita para todos los públicos.
—¿Ah, sí?
Llevo la copa de nuevo a mi boca. Creo que va a ser mi perfecto aliado
para no romper mi fachada durante la cena y pedirle a Beck que se deje de
gilipolleces y me coma la boca.
—O solo hasta que veamos las estrellas.
—Muy gracioso, por tu parte.
La comida llega a los pocos segundos de que finalice la frase. El olor es
tan fuerte y tan delicioso que la boca se me hace agua. Con la tontería ha
sido Beck quien ha pedido las comandas y, por mucho que me fastidie,
tengo que darle la razón, ya que tiene una pinta exquisita.
—Buen provecho.
—Lo mismo digo.
Ambos nos introducimos en el placer de la gastronomía húngara al
instante. Incluso llegan a pasar unos minutos en los que el silencio se
apodera de nosotros. En mi caso mi paladar está disfrutando tantísimo que
es incapaz de producir palabras.
—¿Cómo sería tu cita ideal? —suelta de repente Beck mientras observa
cómo mi mano lleva el tenedor lleno hasta la boca.
—¿Es una pregunta retórica?
No me fío de él ni un pelo, pero creo que las ganas de tener una
conversación normal están ganando la batalla, por eso intento conocer cada
paso que está dando.
—Sí.
—No lo sé. Nunca he tenido una y tampoco me imagino en una actitud
rosa, purpurinosa, llena de corazones.
—¿Es tu primera cita?
—Detallando que es falsa, sí. Es mi primera cita.
—También la mía.
—La primera regla de mi cita ideal es: nada de mentiras.
¿Quién se va a creer lo que acaba de decir? Beck me saca dos años y ha
tenido una vida de lo más pacífica, con tiempo para desarrollarse como
profesional y como persona. ¡Ah! Y dinero para ello.
—No es una mentira. No he tenido ninguna cita formal en mi vida.
Pienso que me aburriría soberanamente, además de que nunca he sentido
ese interés.
La copa.
Vuelvo la atención a mi amiga la copa para utilizarla como accesorio
para no abrir la boca al instante y tener tiempo para procesar una respuesta
a la altura.
—¿Y cómo es que liga una persona como tú?
—¿Cómo yo?
Duda de mi cuestión, y lo comprendo puede que haya sido un
movimiento de lo más ambiguo por mi parte.
—Lo tienes todo, Beck, fama, dinero, belleza, puedes ir a la moda,
interés…
—Si tuviera una cita, más allá de esta que no es real —sonríe en el
proceso y me gusta. En pocas ocasiones enseña todos los dientes, es un
gesto que aporta calidez a su cara—, necesitaría que la otra persona me
transmitiera confianza para enseñar mi verdadera cara, no la que todos
esperan de mí.
Algo en su tono de voz me indica que se ha acabado el juego, que su
comentario no está englobado en una pulla, sino que guarda verdad.
—¿Eso quiere decir que nunca has encontrado el amor?
—Tampoco lo he buscado, no estoy interesado en ello, arcoIris.
—¿Y en qué está interesado el gran Beck Hunter?
—En ser solo Beck.
—¿Y eso no lo has conseguido ya? —pregunto dudosa.
El Beck que yo conozco es astuto, rápido, dañino, inverosímil debido a
su belleza, y capaz de conseguir cualquier cosa por su tenacidad. Pisaría a
cualquiera por ello.
—No, no cuando no tengo tiempo para ello.
Estoy a punto de preguntarle más por ese aspecto personal que está
enseñando, pero carraspea y cambia rápidamente de tema.
—¿Qué hay de ti, algún gran amor?
—Gaviota y Sebastián son los grandes amores de mi vida.
—¿Un hombre y una mujer? Solo tú sabes hacer las cosas, Stars.
Le borraría la cara de idiota que está poniendo porque cambia de chulo
prepotente a guasón en una mezcla perfecta para desbordar mis nervios. O
mariposas. O la mierda que acontezca en mi estómago.
—Son los protagonistas de la telenovela Café con aroma de mujer.
—Entonces, ¿no solo le das a los libros románticos sino también a las
series?
—Soy polifacética, no sabes cuanto.
Es su turno de llevar la copa a la boca para guardar la sonrisa que estaba
a punto de lucir.
27. ¿UNA CLASE DE ASTROLOGÍA A
DOMICILIO?
BECK

—Mira hacia allí, esa es la Osa Mayor —digo muy convencido.


—¿Qué dices? Eso es la constelación de Centauro.
—¡Qué va! No tienes ni idea.
Que vayamos caminando hacia el hotel, más de veinte minutos de
distancia en medio de la noche, ha sido idea de Iris. Así sería parte de su
cita perfecta después de la cena, por lo que no he podido quejarme ni un
poquito, del mismo modo que ella no lo ha hecho cuando le he pedido mirar
las estrellas durante todo el camino.
Puede que parezca idílico, sin embargo, para mi acompañante no lo ha
sido porque teme abrirse las rodillas en el proceso. Mi cita perfecta, según
la trola que le he metido, consiste en mirar las estrellas y no al suelo con
todos los riesgos que eso puede ocasionar.
—Claro que lo sé. Me gusta estudiar las constelaciones —afirmo.
Dejo que mi mirada vague por su rostro.
—En tu vida has dado una clase de astrología.
La sonrisa que le sale inmediatamente confirma mis sospechas. Se
estaba tirando un triple cambiando mi versión del cielo.
—Yo te puedo dar una clase de astrología, de las buenas.
Ambos nos reímos sin mucho sentido porque hemos pasado de salir del
restaurante haciendo el papel de amantes delante del camarero, a estar
perdidos en medio de la noche sin ninguna preocupación sobre nuestras
cabezas. Me gusta esta sensación.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harías?
Me quedo sin ideas rápidas. Otra de las cosas que no suelen suceder por
mi mente.
—Vaya, vaya, he pillado al gran Hunter con la guardia baja.
—Es todo culpa del alcohol que me has hecho beber para soportar tu
presencia, arcoIris.
—Claro, al final será culpa mía.
Alcanzamos el hotel mientras las discusiones por las estrellas que
tenemos sobre nuestra cabeza suceden.
—¡Ah, por cierto! Tengo que darte la razón en una cosa.
Este momento es épico. No se suele repetir, así que tomo distancia del
cuerpo de Iris, elevo las manos hacia la parte trasera de mi cabeza y grito de
alegría.
—¡CÁMARAS! Enfocar este momento.
Veo como pone los ojos en blanco antes de hacer el amago de soportar
la risa.
Sin duda el alcohol de antes de la cena y durante la cena ha ayudado a
relajar nuestros nervios. O puede que el temita de la «cita perfecta» sea una
buena excusa para ser más nosotros que nunca sin que el otro lo sepa.
Hostia que rayada mental.
—La habitación.
—¿Qué le sucede a la habitación, Stars? ¿No es del gusto de la señorita?
—He dicho que te venía a dar la razón, así que, dicho está.
Sin detenerse a decir nada más, rodea mi cuerpo e intenta huir de la
escena.
—¿¡A dónde vas!? Eso no se considera dar la razón a nadie.
Tomo su brazo con delicadeza, la máxima que me ha permitido mi
cuerpo con el leve mareo que porto. Mañana tengo un día importante, como
algún paparazzi me pille y la escudería o el señor Aston se enteren de que
he pernoctado y además he bebido, se me puede caer el pelo.
Iris frena su paso y observa mis movimientos soportando una risa floja.
—¿Y qué quieres? —comienza a decir— que me arrodille, te bese los
pies y te diga: oh, gran Dios Beck Hunter, usted tenía razón. Es el mejor
hotel, con la mejor habitación del mundo.
Así que es eso.
—Has visto el jacuzzi.
Sonrío como un puto triunfador. Adoro venir a Hungría solo para acudir
a este hotel.
—La verdad es que sí. Me parece fascinante, erótico, precioso…
—¿Has dicho erótico?
Ha dicho erótico.
Mierda, ya no veré la habitación como lo hacía antes.
—Por supuesto que lo es, ¿o es que nunca habías tenido la idea de…?
—Iris Stars, eres un pozo de sorpresas.
—Puedes dar tus clases magistrales de astrología desde allí.
Su mano se queda posada en mi pecho hasta que la eleva con sorna y da
dos toquecitos con soberbia que calientan toda la zona. Si es que quien me
mandará a mí jugar con fuego.
—Genial, allí daremos las clases.
Tomo su mano cuando camino con decisión, pero ella frena en seco.
—Ni de coña, Hunter, una y no más.
—Han sido dos.
Y si contamos con lo caliente que ha sido la segunda podríamos
aumentar el marcador.
—Tres es abrazar la piedra con la que has tropezado, cogerle cariño y…
—Entonces ganaría yo el reto de la cita perfecta siendo el más
romántico de los dos.
La sonrisa se le borra de soslayo.
—¿Y eso por qué?
—Has dicho que no a un masaje dentro de un jacuzzi, mirando a las
estrellas y escuchando a un tío bueno susurrarte al oído el modo en el que se
organizan las constelaciones.
—Eso no era lo que ibas a hacer. No has ganado.
—Claro que sí. Si tú portas una mente de lo más sucia, es tu problema.
La respiración de Iris ha cambiado. Pasa de ser rítmica a convertirse en
un toro bufando.
—Tú lo has querido.
Es ella la que toma mi mano y hace que camine detrás como un perrito
faldero. Solo puedo sonreír como un idiota, porque en estos momentos me
considero un idiota con suerte.
Acortamos la distancia hasta la habitación entre susurros de quién de los
dos es mejor en lo que se propone. Todos ellos muy cerca de la boca del
otro, rozando el aire que el otro respira. Ha sido erótico y bonito a partes
iguales.
¿He dicho bonito?
Madre mía, se me está yendo de las manos lo de la cita romántica.
Mi cerebro, el que debería de razonar para que el resto de Beck
funcionase, opina que la cita romántica falsa es una farsa que no va a salir
nada bien.
Iris se gira con confianza para posar de nuevo su mano en mi pecho.
Tiene entre los dedos la tarjeta de la habitación, su habitación, y por cómo
ha abierto la boca y se ha mordido el labio auguro que no va a suceder nada
bueno de la interacción que estamos teniendo.
—Te voy a demostrar que soy mejor que tú hasta en los masajes con
espuma.
—No pienso tocarte los pies, si vas por ese camino te aseguro que te
concedo la victoria.
—No me decepciones, Hunter. Tenía la esperanza de que me lamieras la
planta de mi pie hasta que gimiera de placer.
No me voy a rendir. Aunque tenga un calentón de mil demonios solo
porque ella ha lucido una sonrisa perfecta durante toda la noche, no voy a
dejar que gane.
Me acerco más a su boca. Si extendiera el cuello un centímetro estaría
besando los labios más carnosos que he rozado en mi vida.
—Tenía entendido que esperabas una clase magistral de astrología.
—Por supuesto.
Dobla los brazos sobre su pecho. Un claro indicativo de que está
nerviosa. Sonrío por ello y es que me flipa tener la razón y ganar.
—Te voy a enseñar las estrellas y detallar cada una de ellas.
—No seas fanfarrón, Hunter. Los que hablan mucho, poco dicen.
—Soy más de demostraciones.
Asiente.
Se ha quedado sin respuestas y eso solo puede significar que he hecho
bien mi trabajo de interpretación. O espera, ¿sigo interpretando o me muero
de ganas de hacer todo lo que estoy diciendo?
No me paro a reflexionar sobre los tecnicismos del acto. Observo como
Iris se da la vuelta, se pone frente a la puerta y cambia de opinión antes de
abrir.
—Nada de besos.
—¿Qué?
—No pienso volver a comerte la boca. Es demasiado íntimo y no debió
de ocurrir.
No me parece justo. Quiero hacerlo. Es más, estoy deseando volver a
probar cómo se siente tenerla tan cerca, poder sentir cómo su respiración
cambia por mis roces.
—¿Hay opción a réplica?
—Mi cláusula es inamovible. No besaría al chico en la primera cita.
—Pero le dejarías darte un masaje desnuda en una bañera.
—Así es.
Se ha vuelto a poner nerviosa, sin embargo, en esta ocasión no me
permite regocijarme en el tono que sus mejillas cogen cuando se ve en esas
situaciones.
Nada de besos.
Me parece una puta mierda de cláusula, pero no pasa nada. Ha dicho
comerme la boca, le voy a demostrar que los besos se pueden entregar en
muchas partes del cuerpo humano.
Mierda espera, ¿cuándo hemos perdido el hilo de que era un masaje
viendo las estrellas?
No tengo ni idea y no voy a abrir la boca.
28. HOY SOY LA ESTRELLA QUE MÁS BRILLA
EN EL FIRMAMENTO.
IRIS

Estoy temblando. Lo llevo haciendo desde que salimos del restaurante y no


porque Beck me ponga de los nervios, que eso también sucede, sino porque
es tan extraña la situación y tan idílica que…
Joder que mi cita ideal sería con un tipo como él. Que me diese caña,
que no me aburriera ningún instante y que, al caer la noche, me encendiera
de tal forma que solo los bomberos pudieran apagar las llamas.
Estoy para encerrar. Lo sé, lo asumo y dejo que entre en mi habitación.
¿A quién quiero engañar con la cláusula de los besos? Me voy a meter
en el jacuzzi con él, sé que no se va a quedar ahí la cosa, tenemos un bonito
historial en el asunto… y me pongo mojigata con los besos. Lo dicho, que
llamen a un loquero, pero mejor mañana que hoy tengo pensado deshidratar
al buenorro de Beck Hunter.
Mierda, ¿y si es un puto fraude?
No hay peor cosa que hacerse ilusiones porque después nada está a la
altura, todo se vuelve una mierda. Los mejores planes son los que no se
planean, eso lo sabe mi vecina del quinto y todo el planeta Tierra. Quizá los
extraterrestres de Marte tengan otra percepción de la situación…
Dejo atrás mis pensamientos cuando Beck tira de mi brazo para
acercarme hasta su pecho. Cierro los ojos y dejo que su colonia inunde
todos mis sentidos. No tengo tiempo a reaccionar cuando me toma del culo
y me eleva sin problema hacia su pecho.
—¿Qué coño haces?
—Cortar los pensamientos locos de tu cabeza que iban a echarme de un
momento para otro de la habitación.
—No iba a hacer…
Lo iba a hacer, es cierto.
Sin pensarlo ni un segundo retira con la fuerza de sus dedos del pie los
zapatos y se mete en el jacuzzi conmigo en brazos.
—¿Estás loco? Podíamos habernos desnudado antes.
—Me gusta hacer esa tarea y, además, no me gusta que mi presa se
escape.
—No soy un salmón al que acabas de pescar. No hables de mí como si
fuese una captura.
Hago el maldito movimiento de mirar hacia su cara. La tengo a escasos
centímetros, sonriendo y con sus ojos clavados en los míos. Es una mirada
que no guarda ni rencor ni odio. Lo que nos suele caracterizar a nosotros.
Hay una especie de chispa de diversión en ellos y podría decir que también
algo de pasión.
Veo muchas pelis románticas, lo asumo y cualquiera que juzgue mis
pensamientos tiene en estos momentos un dedo corazón sobre su cabeza.
El agua rodea mi cuerpo cuando Beck se arrodilla en el espacio
espumoso.
Hay un pequeño banco en el que cabemos los dos, pero entiendo que ha
optado por apreciar mi camiseta mojada antes de retirarla.
Suelto el agarre de su cuello cuando siento que ya no tengo hacia donde
caerme. Él sonríe victorioso, es exactamente la posición en la que me quería
ver.
Comienza a desabrochar la camisa con cuidado, sin soltar en ningún
instante la atención de lo que está haciendo. Sus pantalones están mojados,
y parte de su camisa también. Asumo que le está resultando tan molesto
como a mí el peso de la ropa porque cesa en su actividad de desnudarme
para retirar con fuerza la suya.
—Veo que mi clase de astrología va a ser de lo más interesante.
Abre con delicadeza la prenda que se ha pegado a mi piel. Con el
movimiento descubre que parte de mis costillas están decoradas con lunares
de todos los tamaños. No siempre han estado en mi cuerpo, conforme he ido
cumpliendo años ellos también han ido apareciendo.
Antes de que pueda decir nada, Beck se agacha para besar cada uno de
ellos.
Debo de darle de nuevo la razón y ponerme un puntito en la boca. Lo de
los besos en la boca fue una cláusula de mierda que está utilizando en mi
contra porque su lengua ha salido a pasear y está dejando un recorrido
sensual por todo mi torso. Gimo por la presión que comienzo a sentir en mi
falda vaquera. Es un calor incómodo que me hace moverme hacia arriba,
buscando una fricción que no va a llegar al instante.
Él sonríe victorioso.
—Por aquí tenemos una constelación…
Su dedo recorre el espacio entre mis pechos con calidez y calma hasta
alcanzar las costillas. Una ráfaga de cosquillas se apodera de mí y de nuevo
tengo que moverme para que la presión cese.
—Eres un fanfarrón.
—Y por aquí tenemos a una estrella solitaria.
Acude a un lunar en el centro de mi estómago, casi rozando el ombligo.
Sigue bajando hasta la cinturilla de mi falda. Abre el botón con más
fuerza de la necesaria. La prenda está mojada y amoldada a mi cuerpo,
retirarla va a ser una tortura. Para mí y para él que ha tenido la idea de
meternos con ropa en el agua.
La tela vaquera se abre y cojo aire con fuerza. Joder, quiero ese dedo en
el centro de mi cuerpo ya, pero decirlo en voz alta sería sucumbir a su
placer de seducción y no lo voy a hacer. No lo va a conseguir.
—Vaya, aquí creo que hay algo que…
—¡UN PUTO TESORO! —grito frustrada—. Cualquier capitán
desearía descubrirlo.
¿Eso ha salido de mi boca?
Ha salido de mi boca. Joder, si es que el manicomio me está esperando
con la alfombra roja brillante.
Miro hacia Beck, no puedo aguantar las ganas y una risa se genera en mi
pecho hasta que la expreso. Él me sigue de cerca.
—Así no hay quien se concentre —suelta.
No puedo parar de reír y la falda comienza a agobiarme así que me
separo de su cuerpo, arrastro la prenda como puedo y ataco los de él como
una posesa del sexo.
Así es como me siento, necesitada de alguien que odio, pero que me
toca como si me adorase las veinticuatro horas del día.
Extraña y dentro de una montaña rusa.
—Guau, esta es la definición ideal de ir al grano.
Cuando se eleva para dejar que sus pantalones salgan de la ecuación me
siento libre, como si hubiera quitado un peso muerto de mi cuerpo. Aunque,
pensándolo bien, se parecía demasiado. Nadie te cuenta lo que pesan unos
vaqueros mojados.
—Ahora puedes darme todas las clases de astrología que te dé la gana.
Me tumbo con las manos extendidas hacia él.
Dudo mucho que sea ejemplo de sensualidad en estos momentos, pero,
joder lo bien que me lo estoy pasando y lo extraño que es todo.
Cierro los ojos esperando que Beck ataque.
Espero un segundo.
Dos.
Nada sucede.
No siento su cuerpo cerca del mío.
Abro los ojos con la intención de preguntar qué sucede y entonces lo
veo nítido. Hay pasión y ganas en su mirada. Hay deseo real de hacer lo que
estemos haciendo.
¿Y si Beck Hunter no es tan malo como parece?
Dudo mucho que en estos instantes ninguno de los dos esté pensando
con cabeza, pero entonces acorta la distancia y tengo su boca sobre la mía
antes de poder razonar una pulla.
—Acordamos que…
No puedo terminar. Ha utilizado el momento para introducir su lengua
sobre la mía.
Es tan grande y cálida que, joder, dejo que se mueva a su libre albedrío.
Mi cuerpo se relaja y mis dedos buscan la calidez de sus mechones.
Todo mi cuerpo me está traicionando, así que no me queda otra que
dejarme llevar.
Gimo cuando se encaja entre mis piernas. Joder, es lo más sensual que
he hecho en mi vida. También es verdad que descubrí el sexo demasiado
tarde, pero es que estoy a merced de sus movimientos y siento que voy a
arder en cualquier momento.
—Iris esto se nos está yendo de las manos.
—Es parte de la cita ideal.
—Me he saltado tu cláusula.
—Era una cláusula de mierda.
Ambos nos reímos sobre los labios del otro.
Es cómodo tener este tipo de contacto con él. Es diferente, sanador de
alguna forma. Nunca me he sentido guapa cuando he tenido sexo con
chicos. Valorada de alguna forma, y Beck siempre tiene la manera, con sus
caricias, sus guarradas o la forma en la que me toca, de hacerme ver que
para él, en estos momentos, soy el centro del mundo.
Esto es todo tema de hormonas, eh, yo sigo odiándolo a muerte.
—¿Sabes que las estrellas se mueven?
—Me suena algo, pero ese día me perdí la lección completa —expreso.
Dejo que me bese el cuello, que acune mis tetas entre sus dedos. Estoy
en una maldita nube, soy incapaz de razonar y de abrir los ojos al mismo
tiempo.
—Lo hacen porque el Sol y la Luna ejercen una influencia gravitacional
sobre ellas.
—Qué interesante.
Me refiero al camino que está tomando su mano derecha, directa a mi
centro necesitado. Y cuando llega, joder, es que veo todas las putas estrellas
nítidas.
Me muevo hacia él, necesito más, más fricción, más besos. Más de Beck
Hunter.
—Es lo que vamos a hacer, dejar que la influencia gravitacional nos
lleve hacia donde quiera.
—Es lo que vamos a hacer.
Asiento saboreando el control de sus dedos sobre mi clítoris. Si sigue
con ese movimiento alcanzaré el orgasmo antes de que…
—Pero no nos podemos precipitar porque las estrellas también explotan
y se quedan sin luz.
Hijo de perra ha cortado mi orgasmo, sin embargo, el muy inteligente
me tiene completamente sobre su influencia así que boqueo como un pez
antes de que su erección tape la zona que antes sus dedos rozaban.
—El maestro no puede permitir que la alumna se pierda en la lección.
Sus manos viajan por mis brazos hasta llegar a mis caderas, sus labios
dejan mi cuello para buscar mis pechos y yo solo puedo dejarme hacer entre
ese mar de sensaciones.
Está en todas las partes y a la vez en ninguna. Me giro por instinto
buscando sus labios, y estos ya me están esperando para apretar mi boca
con una pasión desmedida.
Me clavo la pared del jacuzzi en la espalda, pero no me muevo ni un
ápice. Todo lo que estoy sintiendo me resulta distinto, más pasional, más
cercano, como si los miedos ya no fueran parte de nuestra forma y
hubiéramos dado paso a los sentimientos verdaderos.
La mano derecha de Beck sujeta con ansias mi cuello mientras la otra
aprieta mi culo contra su cuerpo. El agua choca contra los movimientos de
nuestros cuerpos y se desborda hasta el suelo ya preparado y rodeado de
baldosas. Alargo las manos para dejar que me quite el sujetador que
descansa en mitad de mi cuerpo sin retener los pechos en su sitio. Beck lo
utiliza para pasarlas por su cuello y elevarme hasta el sillón de plástico del
jacuzzi dejándonos en una postura de lo más reveladora.
—Esto lo hacemos por el bien de una cita perfecta.
Quiero dejar claro que no hay sentimientos en juego aunque en mi
pecho haya una revolución en estos momentos.
—Por supuesto. Solo estamos hablando de estrellas.
Entiendo que pierdo la batalla cuando lleva mis piernas a sus hombros y
al instante su aliento se posa sobre mi hendidura. Roza mi clítoris y lo
succiona a conciencia, prestando la atención precisa y la presión perfecta.
Nunca jamás había sentido este tipo de calor en mi cuerpo. Me aferro a
sus hombros y me dejo llevar apretando los muslos contra su cara. En todo
momento siento que el orgasmo va a ser inminente si continúa con tal
ferocidad.
Pero, de nuevo, cuando creía que nada podía ser mejor, introduce un
dedo y lo saca lento para rozarlo por todo mi calor. La fricción de su mano
con su lengua me hace explotar en mil pedazos.
Mis ojos se cierran con fuerza, mi garganta grita y no sé ni dónde estoy
ni si el ruido de mis gemidos pueden despertar a algún vecino, solo tengo la
certeza de que necesito sentir todo lo que Beck remueve en mí.
—Pienso que he encontrado mi actividad perfecta. Podemos convertirlo
en deporte nacional y así olvidarnos de nuestra guerra particular.
Con cuidado deja mis piernas de nuevo sumergidas y antes de que pueda
actuar me atrae contra su pecho. Lo que pensé que iba a ser un abrazo
cariñoso, se convierte en un porteo para encajar mi cuerpo al suyo.
—Ya está bien de tener el control, Hunter.
Soy incapaz de frenar mis instintos y me tumbo encima de él. Me regala
la sonrisa más pícara que he visto en mi vida.
Los besos comienzan con ansias, y los movimientos de roce son mucho
más intensos al estar los dos completamente desnudos. Y es que había
aprendido una cosa en los momentos de intimidad que habíamos tenido:
disfrutaba mucho más de los preliminares, y del tonteo previo, que del fin
del asunto. Jugueteo con su labio y su cuerpo reacciona al instante
apretando todos los músculos.
Los ojos grises de Beck se difuminan con una neblina de pasión que
hace que me empodere aún más.
Comienzo a mover la mano arriba y abajo y la cabeza de Beck deja mi
mirada para volar hacia el techo. Sus caderas se mueven hacia adelante y mi
instinto me llama a acudir a otro lugar.
La reacción que tiene cuando le ofrezco el primer lametón sobre su
miembro, me quedará grabada para siempre. A Beck le tiembla todo el
cuerpo y, si ya estaba al límite, en cuanto comienzo a jugar con la lengua y
las manos, pierde todo el control. Cuando siento que estoy rozando el límite
levanto la mirada y freno mis movimientos.
—Ahora mismo te propondría matrimonio —suelta, preso de la pasión.
No puedo evitar la carcajada y que toda la pasión explote en el
ambiente. Seguimos siendo nosotros y nada se ha vuelto incómodo.
—Si quieres parar esta locura hazlo ahora porque voy a salir a por una
caja llena de condones y no pienso frenar hasta que los acabemos.
—¿Es ese un nuevo reto? —pregunto.
Sonrío porque me muero de ganas de tener esa sensación con él.
—Joder, creo que sí.
Sale de la pequeña bañera y deja todo el camino salpicado de agua.
Cuando vuelve a mi lado sus ojos han borrado cualquier neblina. Solo
estamos él y yo.
—¿Estás segura?
—Más que segura.
No sé ni cómo lo hace, pero al minuto volvemos a estar en el lugar que
lo habíamos dejado. Con las mismas sensaciones y con la misma necesidad.
Se echa hacia atrás para calcular mi expresión y se hunde con pasión y
calma entre mis muslos.
Araño su espalda por la intromisión. Es una sensación aguda entre el
dolor y el placer; sin embargo, Beck evita que me concentre solo en eso,
haciéndolo más fácil con un masaje en el clítoris.
Las sensaciones se hacen más cómodas y comienzo a mover las caderas
a su compás.
—Joder —susurra en mi oído con pasión minutos antes de que los dos
perdamos las mierdas de apuestas que hemos puesto sobre nuestras cabezas.
29. SOY UNA HIPÓCRITA
IRIS

Esta mañana Mai me ha llamado para decirme que no podían acudir a la


carrera porque ha pillado el mismo virus que tenía yo hace unos días. La
pobre no cesaba en vomitar, incluso vivimos un momento un tanto
incómodo cuando estaba hablando conmigo y corriendo hacia el baño. El
hecho de ir sola a apoyar a Beck me ha dejado la mente un tanto revuelta.
Soy una hipócrita, ayer me lo tiro y hoy me siento cohibida por tener
que ir cual animadora a apoyar a su amado. Dudo mucho que él mismo me
vea de tal forma, lo de ayer fue… cosa de ayer. Algo que no va a volver a
ocurrir aunque en mi mente esté el recuerdo constante de cómo se sienten
sus labios sobre los míos, cómo mi pecho no lo odia cuando sonríe cerca de
mi cara y, en fin, es todo culpa de la adrenalina del viaje.
Cuando uno está fuera de su casa y su rutina todo le parece nuevo y más
emocionante. Sin duda es lo que me está sucediendo, yo no tengo la culpa.
Para nada.
Acabo de preparar mi atuendo ante el espejo. He elegido ropa cómoda,
nada de elegancia ni de pasearme con marcas patrocinadas. Solo espero que
ningún fotógrafo entienda mi cara como de interés y me saque en los blogs
de las carreras que yo misma he cotilleado en multitud de ocasiones. En
ellos los seguidores hacen cábalas de quién es cada persona que entra en el
paddock porque, a diferencia de lo que parece, es un lugar muy restringido
en el que la mayoría de personas se conocen entre ellas.
Quiero llegar con tiempo al circuito, no me quiero perder la drivers
parade. Consiste en una vuelta a todo el circuito que los pilotos hacen
saludando a los aficionados que están allí a modo de apoyo. Suele ser un
momento bonito para la creación de algún meme y, después de que Beck me
confesase ayer que le habían asignado un coche de tamaño diminuto, no me
quiero perder las fotografías que pueden salir de ahí.
Ya me estoy imaginando el modo en el que Beck se convierte en Pedro
Picapiedra y… Al ver la sonrisa completa reflejada en el espejo me
acojono.
¿Estaré yendo en contra de mis principios por disfrutar de alguna forma
con el estilo de vida y con los propios Douglas? Debería de llamar a mi
madre, ella mejor que nadie me puede aconsejar. A pesar de ello no me
apetece contarle que, además de estar disfrutando, me he liado con el que es
mi primastro, lo he besado en varias ocasiones y ayer, entre las estrellas y la
tontería, se nos fue un poco de las manos.
Dejo atrás la habitación, el reflejo de mi persona no está ayudando a
poner en orden mis ideas, bajo por el ascensor y acudo al conductor
asignado que Beck me indicó como parte del equipo. No es difícil
diferenciarlo del resto debido a su vestimenta verde, con ese verde tan
característico de la escudería Aston Martin. Abre la puerta trasera con
cuidado de no chocar contra los pivotes de seguridad del hotel y me indica
que puedo entrar. Hoy no tengo el día para hacerme amiga de este
conductor, me siento extraña y es una sensación que no suele acontecer en
mi cuerpo. Ni cuando llegué a la mansión me sentía de esta forma: inquieta,
expectante, fuera de lugar. Mucho más fuera de sitio de lo que jamás he
estado.
Tardamos más de lo esperado en alcanzar el aparcamiento del circuito.
El tráfico ha sido agotador, tanto que hemos estado parados en la carretera
más de media hora y en todos los minutos he estado tentada a decirle al
conductor que diera la vuelta, ya que me quería ir al hotel. No me ha pasado
esto en la vida. Siento que algo malo va a suceder y me genera ansiedad.
Al final enseño orgullosa mi pase VIP al torno que da acceso al paddock
y me pierdo por los pasillos antes de acudir al garaje de Beck. Él mismo me
avisó que no nos íbamos a ver en todo el día, por eso mismo no entiendo la
actividad de los nervios de mi cuerpo. No vamos a tener la típica
conversación de «lo que ocurrió no debería de haber ocurrido». Esa frase
que cambia toda la trama de las series que tanto mi madre como yo amamos
porque desde ese punto, hasta que los protagonistas vuelven a estar juntos,
pueden pasar más capítulos que los que tiene la Biblia y eso desespera a
cualquiera.
Fue un polvo pasional. Fin.
No quiero más explicaciones. Sigo odiando a Beck, me sigue pareciendo
un chulo prepotente aunque ahora sepa ver que tiene una cara más amable
que antes creía muerta. Puede que quede un resquicio del niño tierno que
fue.
Para mi disgusto el paseillo de pilotos está a punto de acabar, tan solo
puedo ver el tramo final gracias a las enormes pantallas por las que se
transmite toda la carrera. La presentadora oficial de la Fórmula 1 está
haciendo varias entrevistas pero nada reseñable.
—Puedes tomar sitio en la sala vip y si prefieres la emoción del garaje
eres más que bienvenida.
He tenido que preguntar a la responsable de prensa por cuál era mi
lugar. Me siento desamparada sin Nate a mi lado. Por cierto, ¿dónde narices
se ha metido mi nuevo amigo? Es extraño que no ande correteando por aquí
ni me haya enviado ningún mensaje. Quizá la pequeña de los Aston le ha
roto el corazón.
—Me quedo con vosotros.
La sonrisa ilumina la cara de la chica en cuestión. Es guapísima, tanto
que podría lucir un saco de patatas y ser catalogada como Miss estilo.
—Esa siempre es la mejor opción aunque hoy esté el ambiente caldeado.
No hago preguntas sobre lo que ha ocurrido porque el motor del coche
de Beck ruge a punto de salir a la pista. Si los pilotos se encuentran de mal
humor es porque no han conseguido los tiempos que esperaban.
Antes de comenzar la carrera todos los equipos realizan vueltas de
prueba para comprobar que todo está en orden. Observo el ala derecha del
garaje y más de diez ingenieros mueven sus ojos a todos los ángulos del
ordenador que tienen delante. La información en este deporte es poder, y el
poder hace que unos ganen y otros pierdan.
—Así que tú eres la sobrina de Michael.
Me giro hacia la voz que ha cortado la paz que mi cabeza había
recopilado en los últimos minutos. Se trata de un hombre de mediana edad,
diría que un poco más adulto que mi tío. Luce un traje impoluto. No tiene
ninguna insignia del equipo, así que puede que sea un mero espectador
como me ocurre a mí.
—Iris.
Extiendo mi mano para hacer una presentación formal.
Puede que para estas personas sea la sobrina de, pero en mi vida he sido
mucho más que una sucesora de la familia Douglas.
—Chica con carácter. Me gusta.
No parece el típico baboso de turno, sin embargo, el guiño no me ha
gustado nada. Aprieta mi mano con confianza, la misma que puede tener
alguien con poder o información.
—Matías.
Ha sacado a relucir un acento muy diferente que el que estaba utilizando
en un primer momento. Como si cuando dijese su nombre lo hiciera con su
raíz natural.
—¿Eres español?
Sonríe y la barba blanca y poblada se mueve en el proceso.
—Siempre nos confunden con ellos, pero no, soy italiano.
Asiento ante su revelación, a pesar de ello no añado nada más. Llevo de
nuevo mi atención hacia las pantallas.
—¿Has venido a apoyar a Beck?
—Se podría decir que sí.
No voy a contarle a un extraño que no tengo la mejor de las relaciones
con él. Nuestra guerra es nuestra y ese aspecto lo he ido entendiendo
conforme los Douglas me han metido en su vida. Un instinto de protección
me ha apretado en los últimos días, como si solo yo los pudiese odiar. Solo
yo puedo meterme con Beck Hunter.
—Él no lo ha hecho durante tu carrera profesional.
Separo la atención del punto en el que había quedado clavada. Espera,
¿qué coño acaba de decir este tío?
—¿Qué sabes tú de mi vida?
Aquí todo el mundo se mueve por dinero. He bajado las defensas y
puede que lo pague muy caro.
—Sé lo suficiente como para lanzarte una oferta.
—¿Perdona?
Mi cara tiene que ser un poema. Me separo de su posición porque la
incomodidad cada vez es más patente en mi cuerpo y en mi mente.
—No, —se ríe enseñando todos sus perfectos dientes— no te preocupes,
no es ninguna oferta sexual.
La mueca de asco no la reprimo.
—Ni había pensado en ese tipo de ofertas. ¿Qué coño quieres y quién
eres?
—Necesito un piloto. En concreto alguien con las agallas suficientes
para meterse en un terreno pantanoso sin miedo a la presión policial.
QUE
COÑO
ESTÁ
DICIENDO
No, no, no. No es posible que conozca mi pasado, ¿verdad? Estoy lejos
de casa, mi madre y mi tío acordaron no hablar de mi pasado, es más, este
segundo dijo que había borrado todo paso por el lado oscuro para que
pudiera comenzar una vida nueva.
Mi vida ahora se debe centrar en la universidad. Tengo que estudiar,
tengo que ser la mujer de la que mi madre se sienta orgullosa.
El miedo me abraza con fuerza, tanto que deja mi garganta sin la
capacidad de introducir el aire necesario a mis pulmones.
—Iris Stars eres muy buena detrás del volante y te necesito para
conseguir un premio que se ha resbalado de mis manos en demasiadas
ocasiones.
—Te estás confundiendo de persona.
Mi cuello no hace más que moverse de un lado a otro. Negando las
palabras de este tal Matías.
—Sé quién eres y con un buen coche y la formación necesaria,
alcanzarías todo lo que te propusieras.
—No quiero nada de esto, si me disculpas.
Hago el amago de dejar atrás el cubículo en el que había cogido asiento.
Ya no me interesa la carrera, solo quiero llegar al hotel, poder esconderme
en la cama y esperar a que mi mente borre este momento.
Cuando acepté el trato de Michael lo hice con la confianza de que mi
pasado, el oscuro, quedase enterrado en el fondo de mis malas decisiones.
Doy un paso, pero siento como me retiene por el brazo derecho antes de
poder seguir mi camino. Su aliento está en mi nuca. Hay poder en su forma
de hablar, confianza en lo que está diciendo. Sabe la verdad, sabe que me
puede joder la vida, a mí y a cualquiera de los Douglas que me haya
querido proteger. Las posibilidades de comenzar una nueva vida se han ido
por el retrete.
—Te ofrezco cincuenta mil si accedes a correr y otros tantos si ganas la
carrera.
—Suéltame.
No grito. No quiero llamar la atención, solo quiero salir corriendo y
llorar.
—Toma la tarjeta y piénsalo. Aún quedan un par de semanas hasta que
llegue el momento.
Bajo la mirada hacia la mano que se extiende hacia mi pecho. Allí hay
una tarjeta de visita negra con letras doradas. Este tío es un pijo cutre
porque con todos con los que me he rodeado jamás tendrían ese tipo de
diseño. No inspira elegancia, sino poder. Y, por lo que está relatando, dudo
mucho que lo haya conseguido de forma legal.
La tomo entre los dedos y el agarre desaparece al instante.
Corro hacia la salida sin mirar a nadie de mi alrededor. La visión se me
convierte en una bruma borrosa cuando entro al coche que me lleva
directamente al hotel.
¿Por qué narices cuando creo que soy feliz todo se desmorona?
El conductor me pregunta en repetidas ocasiones si necesito algo. Un
indicador más de que mi aspecto tiene que ser una clara representación de
cómo me siento por dentro. Cuando alcanzamos el hotel corro directamente
hacia la ducha. Ni espero a que se llene, necesito que la caída del agua
esconda de algún modo mis sollozos.
Hay algo en estos momentos a solas en la ducha, cuando el mundo se
desmorona, que sientes el agua como un abrazo cálido y a la vez como una
liberación necesaria. Comienzo poniendo el agua hasta la máxima
temperatura de calor que puedo soportar. Lloro de impotencia, por sentirme
una idiota y volver a confiar.
Al instante en el que siento que mi cuerpo no puede soportar más,
cambio la temperatura. Todo se vuelve frío, liberador, la respiración se
acompasa, puedo sentir cómo el pesar se evade de mi cuerpo. Y me permito
gritar.
Algo ha tenido que suceder.
Algo no ha salido según los planes o lo que acordé con mi tío y lo voy a
descubrir.
¿Por qué narices los Douglas no han querido saber nada de mí durante
años y ahora todos parecen querer ayudar? ¿Qué tiene que ver Beck en todo
este entramado? ¿Es Mai otra pieza clave para que el puzzle encaje? Y,
sobre todo, ¿qué espera Michael Douglas de mí?
30. QUÉ JODIDO ES VIVIR EN LA PUTA JAULA
DE CRISTAL.
BECK

La carrera ha sido de las mejores que recuerdo en mucho tiempo. Y no por


la calidad del resultado, no he alcanzado el podio, sino que solo he
conquistado la cuarta posición, pero nadie me puede rebatir que mi
conducción y la intensidad del circuito ha sido la cumbre de la emoción.
Cuando he salido, directamente he ido a preguntar por Iris. De alguna
forma, y tras la falsa cita de anoche, quiero pasar tiempo con ella. Es
extraño, no quiero ponerle nombre, pero sí que deseaba celebrar.
Mi representante me indicó que se había marchado al hotel antes de que
comenzase la carrera. No dijo nada a nadie, tan solo habló al conductor
designado y eso, en Iris Stars, es muy extraño.
Corro por el pasillo del hotel hasta llegar a su puerta. Con el primer
toque no consigo obtener respuesta, pero con el segundo escucho como
alguien se acerca a la puerta. Me encuentro con su rostro serio y el mundo
se me cae a los pies. Toda la adrenalina que había guardado para disfrutar
con ella se diluye junto con mi sonrisa.
—¿Qué ha sucedido? —pregunto.
—Eres un hijo de puta. ¿Desde cuándo me llevas mintiendo?
Lo sabe.
Se ha enterado.
De alguna forma ha sabido encajar las piezas del puzzle.
Me quedo sin palabras, soy incapaz de procesar todos los
acontecimientos.
—¿Cuánto te ha costado tenerme un día en tu cama y al siguiente vender
mis secretos?
—¿Qué? —O puede que esté como yo, más perdido que un caracol en
un espejo. —¿De qué estás hablando?
—En el paddock, un tío se ha acercado a mí conociendo de primera
mano lo que hice en mi pasado. Me ha hablado como si fuera una puta a la
que poder comprar por una carrerita y después me ha dejado más que claro
que si no hago lo que él quiere, pagaré las consecuencias. ¿Qué coño habéis
hecho, eh?
Ha pasado de estar rota de dolor a llena de ira.
Su cara se ha transformado en una desconocida para mí y eso que he
visto caras de Iris a lo largo de nuestra historia.
—No sé de qué me estás hablando.
Y lo digo de corazón. Esta situación me ha pillado completamente
desubicado. No sé quién se le ha acercado y mucho menos qué quería de
ella.
—¿A quién le has contado que corría ilegalmente?
—A sí que es eso. Piensas que te hemos vendido.
Antes ha hablado en plural por lo que entiendo que mi familia también
está englobada en su sospecha.
—No hay otra forma de entender la situación si tu padre prometió borrar
todo tipo de rastro.
—Michael no es mi padre —suelto con más seriedad de la que ella
necesita en estos momentos.
—¿Qué escondéis? ¿Por qué me tratáis tan bien de un día para otro?
—¿Crees que te vamos a dar de comer para luego traicionarte? ¿Qué
clase de personas consideras que somos, Stars?
Esto está pasando de castaño a oscuro. Suponía, de alguna forma, que
nuestra relación había cambiado. Que habíamos dejado atrás el rencor y
podíamos continuar. Nunca desde cero, nadie puede borrar el pasado, pero
sí siendo una versión distinta de la que un día nos hizo tanto daño.
Que a la primera de cambio ella considere que la hemos traicionado dice
mucho de la opinión que ha ido creciendo en su cabeza. Jamás ha accedido
a cambiar su forma de pensar, a adaptarse a nosotros. Nunca le ha dado a
Michael la oportunidad de hacer las preguntas necesarias. Mi madre, la
misma que la ha tratado como a una hija, para ella es otro títere de la
función.
—¡No hay otra forma de entenderlo!
Paso de que, además de juzgarme y juzgar a las personas que son
imprescindibles en mi vida, me grite cuando no tengo nada que ver.
Está claro que no confía en mí, para ella lo que ha sucedido entre
nosotros ha sido un error, algo más que olvidar. Debería de haber sabido
que no había otra opción. Nosotros no teníamos otra oportunidad.
Asiento cuando soy capaz de tragar el dolor.
—Será mejor que regresemos a casa y hables con Michael.
—No quiero saber nada de ninguno de vosotros.
Doy un paso al frente olvidando la intención con la que llegué al hotel.
He vuelto a ponerme la máscara de chulo prepotente lleno de indiferencia.
—Si tan segura estás de que somos demonios, enfréntate a la verdad
como una valiente.
Asiente.
No porque me esté dando la razón sino porque está tragando mis
palabras. En sus planes solo entraba la huida. Cuando llegásemos a Londres
se iba a pirar. No lo voy a permitir.
—Haz a tu tío las preguntas necesarias antes de expulsar mierda por la
boca. El avión saldrá en menos de una hora. No llegues tarde.
Y con las mismas me doy la espalda y me separo de lo que en algún
punto creí que era el camino correcto para volver a sonreír. Ella no confía
en mí y yo no debería de haber confiado en que la tranquilidad está
esperándome en cada esquina en la que el sol se posa.
Qué jodido es vivir en la puta jaula de cristal.
31. UNA PEONZA DA MENOS VUELTAS QUE
MIS PENSAMIENTOS.
IRIS

La llegada al aeropuerto ha sido de los momentos más incómodos que he


vivido junto a Beck. Nuestra relación siempre se ha basado en una especie
de odio que ambos amamos aunque en algún punto haya sido dañino. No
estaba preparada para su indiferencia, para el runrún de mi cabeza que no
cesa en repetir sus palabras y en todo lo que puede suceder cuando
lleguemos a la mansión de los Douglas.
Sé que mi madre se sentirá decepcionada, pero volverá a aceptarme en
casa y juntas buscaremos otras opciones. El sueño de ser otra persona con
un futuro prometedor nunca fue posible, era más un espejismo que una
realidad.
El viaje lo pasamos cada uno en una esquina del asiento. Él dejó mi
libro en la mesa que nos separaba y lo tomé como un indicativo de que no
quería tener nada que ver conmigo. Yo con él tampoco, así que me he
dedicado las horas de vuelo a releer la misma frase de Feyre una y otra vez.
No era capaz de concentrarme, ni de leer, tan solo daba vueltas a las
explicaciones que me puede dar mi tío cuando lleguemos a casa.
Núñez nos recoge con su habitual cara sonriente, no obstante percibe
que algo no anda bien cuando en lugar de sentarme a su lado lo hago en la
parte trasera. Es Beck quien toma ese asiento y le hace diferentes preguntas
acerca de la semana que ha tenido. Desconecto al instante en que la ciudad
pasa a través de los cristales del vehículo. Había podido ser uno de los
mejores fines de semana de mi vida y se ha convertido en una espiral de
malos sentimientos extraños e incómodos.
Alcanzamos la mansión en silencio. No tengo ni idea de cuándo voy a
poder enfrentarme a Michael, solo espero que sea pronto y que Mai no se
cruce en mi camino. Ella ha podido estar tan metida en el ajo como él y sus
carantoñas ser solo parte de la farsa. No quiero pensar de esa forma, ya que
en algún punto sentí que su cariño era verdadero, pero he crecido con la
constancia de que el mundo se mueve por el dinero, y la familia Douglas
aspira a eso y mucho más. Beck sale del coche sin levantar la cabeza de su
teléfono móvil y cuando voy directa a ascender las escaleras de la casa una
figura se cruza en mi camino.
—Tenemos que hablar.
Así de sencillo.
—Qué rápido se ha chivado tu hijastro.
—Ahora, Iris —suelta Michael con un tono autoritario muy similar a la
fuerza que irradia su traje negro impoluto.
Estoy tentada a decirle cuatro frescas entre las que destaca que
hablaremos cuando yo lo vea conveniente y no cuando él lo imponga, pero
no puedo negar que he estado dándole vueltas constantemente a lo que
Beck dijo. Michael me daría las explicaciones que necesitaba y quizá la
verdad no me gustaba tanto como la mentira.
Dudo mucho que eso sea posible, pero vamos a ello.
—Está bien.
Se da la vuelta y encara la puerta principal sin esperar a conocer si lo
sigo o no. Su fachada de tío duro no la suelta aunque tenga que pedir
disculpas por lo que me ha hecho. Eso es lo que me jode de esta gente que
irrumpe en tu vida, te la destroza e incluso tienes que darles las gracias.
Me lleva hasta su despacho en un silencio sepulcral que solo se rompe
con el sonido de nuestros zapatos chocando con el inmaculado suelo.
Cruzo la puerta del despacho y Michael se gira hacia mí a la par que
desabrocha su americana con suma elegancia.
—Toma asiento.
—No hace falta que me hables como a uno de tus trabajadores. Has sido
tú quien ha querido que viniese.
—De no ser así te hubieras ido de esta casa antes de que pudiese abrir la
boca.
Eso es cierto. O puede que no. Últimamente, me sorprendo yo misma de
mis actuaciones y pensamientos constantemente.
Guardo silencio ante su comentario.
—Beck me avisó, estás en lo cierto con respecto a ese tema.
Deja que la silla ergonómica de cuero abrace su cuerpo. Se acerca a la
mesa y deja ambos brazos encima de la carpeta negra que decora el mueble
de cristal.
—No lo dudaba.
—Estaba a punto de viajar hacia Manhattan, así que debes de
agradecerle que lo haya hecho.
—Dudo mucho que en algún momento tenga que agradecerle a tu
hijastro nada.
—Iris… —Iba a decir algo, pero en el último momento piensa que es
mejor tragar saliva y recostarse en la silla para coger confianza. Como si le
hiciera falta. Me ha traído a traición a su terreno, sin darme la capacidad de
coger fuerzas y ordenar las ideas de mi cabeza.
—¿Por qué lo has hecho? Es imposible que sea por dinero, tú tienes
todo lo que se necesita para vivir bien por el resto de tus días.
Su mirada se endurece cuando escucha toda mi narrativa.
—No te he vendido y puedo asegurarte que ninguno de nosotros lo
hemos hecho.
—Entonces, ¿cómo explicas lo que ha sucedido?
—Estoy investigando.
—Eso no me sirve. Ya no me sirven las excusas vagas. Cuando hablaste
con mi madre le prometiste que no iba a quedar rastro de mi pasado, que
nadie iba a saber de mi vida aquí. Dos meses han pasado, querido Michael
Douglas. Dos meses y la mierda ya está sobre la mesa.
He ido elevando el tono de voz conforme hablaba. Me repatea tener que
discutir con alguien como mi tío, serio, que no eleva la voz a no ser que sea
sumamente necesario. Joder que un poco de intensidad no vendría mal en
ciertos momentos del día.
—Deberá de servirte. Mi abogado está buscando a la persona que te
interceptó en el paddock, la descubriremos en las próximas horas. Y mis
informáticos están buscando información en la red para conocer el alcance
que pueda haber allí registrado.
—¿Por qué?
¿Qué pregunta más tonta, eh? Y aun así no cesa de repetirse en mi
cabeza. El porqué de todo, el porqué nadie me ha dado una explicación a lo
largo de mi vida.
»He crecido con creencias, con reglas: No puedes ver a tu padre, no
puedes llamar a tu familia paterna, no puedes hacer esto porque no hay
dinero. No. No y No. Sin embargo, cuando llega vuestro turno no sois
capaces de entender la dichosa palabrita.
La garganta se me cierra presa de la emoción que estoy sintiendo. Me
duele que no me hayan querido, que me hayan rechazado desde que tengo
uso de razón. ¿Qué tenía de malo? ¿Qué nos hacía diferentes a mí y a mi
madre para no poder tener una relación estrecha con ellos?
—Eso no es cierto —suelta él con rabia sosteniendo uno de sus
bolígrafos entre los dedos de su mano derecha, la misma que está delante de
mis narices.
—Claro que es cierto. Y ahora, después de años, me tengo que creer que
queréis hacer el bien, que me vais a cuidar y que no vais a dejar que nada
interfiera en mi vida. Sé que escondes algo, todos, y quiero saber el
PORQUÉ.
Escucho la silla correr hacia atrás con fuerza. Elevo la mirada con temor
a lo que pueda ocurrir. Veo como Michael se aleja de su posición y se
acerca a mí con pasos certeros.
No tengo miedo a mi tío, dudo mucho que sea un hombre violento
aunque tenga un palo metido por el culo, y no me equivoco porque lo que
ha hecho es acortar la distancia entre nosotros tomando asiento a mi lado,
en la otra silla del despacho.
—Es una historia demasiado larga, Iris.
—La quiero conocer. Del mismo modo que quiero saber por qué llevas
tú mismo la carrera de Beck y a mí… —mi voz se entrecorta por la
emoción—. Y a mí nunca me has dado la oportunidad de desarrollar mi
valía en el deporte.
Michael resopla. Es la primera vez que lo veo perder los papeles, si a
esto se le puede llamar perder los papeles. Es más bien un hombre frustrado
por no encontrar las palabras adecuadas.
—Voy a empezar por lo sencillo. Beck es…
Se remueve en el asiento incómodo. Michael ha demostrado, en el
tiempo que he convivido con él, ser un tío que no demuestra su afecto en
público. O no por lo menos como está socialmente admitido. Sé que ama a
Mai por encima de todas las cosas. Se aprecia en la forma en que la mira, en
cómo la protege cuando camina detrás de ella, en cómo cuida a su hijo…
Quizá por eso siento los celos hervir en mi interior. Él es la persona más
cercana a mi familia después de mi madre. También hubiera deseado esa
protección cuando me apetecía salir del mundo y no volver nunca más.
Cuando quería llorar y gritar. Un hombro sobre el que llorar aunque vaya
trajeado y esté tieso como una vela en un día de viento.
—Beck es un chico con un talento excepcional, pero no es el motivo que
estás buscando. Ha tenido una vida dura, durísima junto a su madre. Lo
conocí siendo apenas un niño y lo he cuidado como…
—Como si fuese tu hijo.
—No lo es.
¿Por qué ambos repiten constantemente las mismas palabras una y otra
vez? Cuando saco el tema con Beck responde de la misma forma. Sé a la
perfección que no es su hijo, pero lo ha criado como tal.
»Desearía que lo fuese y por eso mismo le he dado la mejor vida que he
podido. A él y a Mai, por supuesto.
—Lo entiendo.
Joder, claro que lo entiendo. Hubiera deseado que mi madre rehiciera su
vida después de la separación con mi padre. De haber sido así, su pareja
hubiera sido importante en mi vida. Lo hubiera aceptado como un miembro
más de nuestro equipo. No obstante la herida sigue doliendo porque nos
podía haber ayudado a ambos.
—¿Y no era posible extender tu cariño hacia mí también? —Medito por
un instante mis palabras y siento cómo la cara se transforma en una
manzana roja—. Joder que triste lo que acabo de decir, estoy restregándome
por el suelo en busca de una caricia. Esto es una tontería, no debería estar
aquí.
Me levanto con las mejillas a punto de explotar de vergüenza.
Nunca me he enfrentado de cara a estos sentimientos no obstante, lo que
he dicho es todo lo que llevo pensando desde niña. Cierto es que expresado
en voz alta es más infantil de lo que sonaba en mi cabeza.
—Iris, espera.
Él también se ha levantado y ha tomado con fuerza mi brazo para que no
me mueva hacia la puerta.
—Quiero que conozcas mi versión y después juzgues tú misma.
Agradezco que no haga alusión a mi último comentario. Me insta a que
vuelva a tomar asiento y lo hago asintiendo porque, para ser francos, quiero
conocer esa versión. Separarme de una vez por todas del rencor y comenzar
con mi vida desde cero.
Él hace lo mismo. Se sienta y en lugar de cruzar las piernas como
anteriormente, apoya sus antebrazos sobre las rodillas. Está muy cerca de
mí, creo que es lo más cerca que hemos estado en años.
—Hace mucho tiempo que debería de haber tenido esta conversación
contigo, pero supongo que los adultos no siempre tomamos las mejores
decisiones.
No digo nada. No quiero juzgar por una vez en la vida. No sé si llegaré a
concederle ese deseo, si seré tan fuerte como para coger su versión,
adaptarla a la que yo misma viví y poder continuar.
»Asumo que no hice bien en dejarte atrás cuando comencé a buscar
buenos entrenadores para Beck. Tú tenías la misma valía para mí, pero las
circunstancias pudieron con mi elección. —Eleva los ojos y los clava sobre
los míos—. Te abandoné, Iris, porque me daban miedo las consecuencias
que podía acarrear estar a tu lado.
—¿Qué?
Era una niña. Una niña sin ningún tipo de poder, ¿a qué cojones se
refiere?
Veo como traga saliva y se remueve incómodo. Su mirada vaga por toda
la sala hasta volver la atención a mí.
—Teresa ha hecho bien en opacar parte de la realidad que ella y
nosotros vivimos junto a tu padre. No voy a reprochar nada de ese aspecto,
sin embargo, hay muchos puntos que desconoces de la marcha de tu padre.
—¿Qué tiene que ver mi madre en todo esto?
Como culpe a mi madre de la marcha de su hermano de nuestras vidas
juro que me levanto en estos mismos momentos y me borro el apellido en el
registro.
—Nada —niega con la cabeza con ímpetu—, o no como tú lo estás
imaginando. Robert era un tío complejo, Iris. A ti te ha hecho daño al no ser
un padre presente, pero los demás hemos sufrido otro tipo de
consecuencias.
—Habla claro de una vez, Michael. No quiero verme inmiscuida en otro
juego de palabras. Estoy harta de que todos sepan más que yo.
Resopla y cambia de nuevo la posición.
Si lo conociera un poco más podría afirmar que esta conversación le está
costando un gran esfuerzo llevarla adelante. Al hombre de hielo no se le da
muy bien los sentimientos o por lo menos expresarlos.
—Quería a Robert de alguna forma. Era mi hermano, tuvimos las
mismas preocupaciones en cierto punto de nuestra vida, pero cuando
crecimos la relación se complicó. Dudo que quieras conocer los motivos
escabrosos que nos llevaron a distanciarnos en nuestra juventud, así que me
centraré en los aspectos que te conciernen a ti.
Vuelve a la postura inicial restando que ha posado las manos sobre las
rodillas y no los antebrazos.
—Tu padre conocía un secreto de una persona muy importante para mí.
Me dio pocas opciones, o estaba con él o contra él y eso suponía perder
todo lo que para mí tenía relevancia en este mundo. Elegí la segunda opción
y te puedo asegurar que he tragado las consecuencias con mucho dolor.
—¿Yo he sido una de esas consecuencias?
—En parte sí.
Asiente con pesar.
No entiendo nada. ¿Qué culpa tenía yo, una niña, de los problemas de
los adultos? Mi padre era volátil, sí, pero de ahí a que Michael le tuviese
miedo… Me parece extraño e incoherente.
Miro de nuevo hacia el hombre perfecto, con la ropa impoluta que solo
deja una pequeña brecha de realidad a la vista. Su mirada habla de dolor, no
sé si por mí o por los recuerdos que le trae esta conversación. Lo que está
claro es que ese secreto podía cambiar una vida que para él es
imprescindible.
—Fue por Mai, ¿verdad?
Pasea la mirada por toda la habitación hasta volver la atención hacia mí.
—Sí, fue por ella. Y haría cualquier cosa por Mai. Antes y ahora.
Me había quedado claro que, lo que tuvieran entre ellos, era diferente
que con el resto. Para ella siempre tiene sonrisas, quiere a Beck como si
fuese su hijo y le ha ofrecido una buena vida. Michael está profundamente
enamorado de Mai.
—Quiero saber quién era mi padre y por qué me ha dejado en la cuneta
tirada— No le doy tregua para que se separe de la posición que ha tomado.
Era él el que quería hablar y ahora soy yo la que quiero conocer todos los
detalles—. Sé que eres el único que tiene la respuesta real.
—Puede que no te guste lo que voy a decirte ahora mismo, no obstante
considero que es clave para que comprendas toda la línea cronológica.
—Estoy más que preparada.
Me da un repaso que dice «eso es mentira». Y puede que lo sea. Llevo
años refugiada en el cariño de mi madre, la misma que no ha hablado mal
en ningún momento de su exmarido, pero también la que me ha ocultado
parte de la verdad de lo que vivió con él. Mamá y yo hemos sido un tándem
desde que él se fue, no obstante mi padre en algún momento estuvo, y eso
para ella es terreno prohibido.
—Para Robert, Teresa y tú fuisteis un daño colateral. Un suceso en su
vida que no debería de haber acontecido y que, de alguna forma, le
incordiaba para continuar con su vida.
Vale, puede que no estuviera preparada para conocer que mi padre, en
realidad, me veía como un estorbo en su vida.
—Los recuerdos que tienes de Robert son un espejismo de lo que
realmente fue. Tu padre era un hombre complejo de comprender. Desde
muy joven la aspiración por conseguir algo imposible le llevó a lugares
oscuros, a hacer cosas extrañas. En un comienzo la familia creyó que era
fruto de la juventud, que estaba descubriendo su personalidad y que pronto,
cuando volviera de la universidad, encaminaría su vida. No fue así, nunca
fue una persona estable. Cuando regresó de Estados Unidos comenzó a
hacer cosas extrañas. Bebía mucho y lo achacamos a los efectos del alcohol.
Mi padre tuvo que hacer frente a pequeños problemas dentro de la empresa
por sus malas decisiones, así que pronto le quitaron el mando de la parte
que a él le correspondía.
Tengo el vago recuerdo de escuchar cómo él narraba el odio que le tenía
a mi abuelo. También hablaba de que Michael siempre había sido su ojito
derecho y ese era el motivo de que tuviera más peso en la empresa familiar
de los Douglas. Siendo una cría no encajaba todas las piezas del puzzle,
pero ahora puedo comprender que lo que realmente movía a mi padre a
decir esas palabras eran los celos que le tenía a su propio hermano desde
que eran muy jóvenes.
—Yo mismo me hice cargo de sus responsabilidades porque así me lo
pidió mi padre, pero desde el principio ambos conocíamos que esa parte era
de Robert y, cuando volviese a ser el chaval que conocíamos, se la
debíamos de entregar. Nunca volvió a ser el de antes. Se perdía durante
días, aparecía con un corte de pelo diferente, con unas vestimentas que
jamás había utilizado. Vendía parte de su mobiliario, incluso su coche. Y, en
una de esas ocasiones…
Percibo como su voz se va apagando poco a poco. Conozco esta parte de
la historia, así que finalizo por él el relato.
—En una de esas ocasiones volvió con mi madre.
—Sí. —Asiente con pesar—No conocíamos a Teresa, no sabíamos si
había llegado con él por amor, por intereses, buscando formar una familia…
No la conocíamos ni a ella ni a él.
—¿Estaba embarazada?
—Sí, en la presentación Robert nos dio la noticia muy ilusionado. De
alguna forma pensé que era la oportunidad de cambiar las cosas, de que
encontrase el camino correcto. Siempre había escuchado que por un hijo se
hacía cualquier cosa y él necesitaba hacer cualquier cosa por alguien que no
fuese él o sus intereses.
—Pero no fue así.
Mi madre en alguna ocasión comentó el modo en el que mi propio padre
había asumido mal su pronta paternidad. Nunca se había metido en explicar
los detalles del asunto, pero solo podía haber esa opción sobre la mesa
después de lo que estaba contando Michael.
—Las actuaciones extrañas seguían sucediendo. Con Teresa se cortaba
más que con nosotros, hasta el punto de que mi padre le pidió acudir a un
psicólogo que le ayudase a encauzar su actitud.
Michael deja caer sus manos con fuerza sobre sus piernas. Siento que
con la conversación va perdiendo capas y capas de dureza que se ha
interpuesto a lo largo de la vida.
—Le diagnosticaron un trastorno de bipolaridad severo que podía tratar
a base de terapia y fármacos. Debía de poner de su parte para que todos lo
pudiésemos ayudar y, aunque al comienzo parecía afable a ello, jamás quiso
que tu madre conociera el diagnóstico y tampoco aceptó los fármacos.
Decía que no iba a engancharse a una droga malsana que hacía millonarios
a cuatro listos.
Si mi madre no lo sabe y él no quiso ponerse en cura… Tuvo que ser
muy difícil para ella.
—Conforme los años pasaron, y tú crecías, el trabajo, su condición y el
alcohol terminaron por hacer que perdiera la sesera. Se convirtió en una
versión distorsionada de lo que había sido, robó, hirió y huyó no sin antes
tenernos a todos atados por los huevos.
Entiendo que en ese episodio entra Mai y la decisión de Michael de
alejarse de mi padre y, por consiguiente, de mí y de mi madre.
—No tengo recuerdos de esos años. Hasta ahora mi memoria solo me ha
recordado los momentos de ambos en los circuitos de karting, cómo viajaba
a lo largo del mundo durante buena parte del año, y cómo vosotros fuisteis
desapareciendo de mi vida por completo.
—Fueron momentos muy tormentosos. Primero me exigió firmar unos
papeles que me obligaban a perder parte del poder que tenía en la empresa.
Después se separó de tu madre. Tuvimos que contratar vigilancia privada
para conocer dónde se encontraba. Viajaba mucho y no cesaba de dejar líos
tras su paso. Puede que esto me rompa más a mí que a ti al decirlo, pero su
muerte fue un gran alivio. Sé que ese no era mi hermano, no el real. Debía
de vivir atormentando consigo mismo hasta el punto de quitarse la vida.
»Pasaron unos años hasta que logré que la empresa familiar volviera a
ser lo que era. Buena parte de mi tiempo lo dediqué en cuerpo y alma a
subsanar errores ajenos y a centrarme en volver a los años bonitos que
Douglas Company vivió. Supongo que la vida me llevó lejos de tu camino,
que me agoté en el proceso de recuperación y…
—He vivido una mentira.
Mi cabeza hace unos minutos que no es capaz de procesar ningún tipo
de información.
—Llevo años. AÑOS. Odiando y culpándolo por lo que hemos tenido
que vivir mi madre y yo.
Mi mirada se pierde en algún punto de la habitación. Sé que estoy
mirando hacia la silla de mi tío, pero no veo nada, solo los recuerdos
distorsionados que ahora sé que no han sido reales, o por lo menos no todos
ellos.
—Iris, es normal que te sientas decepcionada.
Me levanto en cuanto comprendo sus palabras.
—¡Estoy decepcionada conmigo misma! Mi padre estaba enfermo.
¿Cómo cojones hago ahora para olvidarme del dolor de su marcha? ¿Para
cesar en la rabia que tengo en mi interior?
¿Cómo se olvida uno de lo que siempre creyó como una verdad
universal?
Quiero correr.
Quiero olvidarme de respirar.
Quiero comprender lo que me está sucediendo en estos momentos.
No quiero odiarlo porque sé que es injusto, pero aun así en mi interior
soy incapaz de despejarme de ese sentimiento.
Por eso Beck me decía constantemente que él no me robó nada sino que
había sido yo la que no había luchado. Y, joder, ERA LA PUTA VERDAD.
Preferí regodearme en el dolor antes de asumir que la realidad nunca es
blanco o negro, puede ser gris.
—No puedo…
No puedo seguir hablando con él.
No quiero saber nada más.
No por ahora.
Doy dos pasos hacia la puerta y escucho como él dice mi nombre e
intenta acercarse a mi cuerpo, pero corro lejos. Dejo atrás el pasillo y bajo
las escaleras sin fijarme qué o quién me rodea.
Necesito aire.
Necesito comprender quién soy después de todo.
32. ARCOÍRIS
BECK

La tensión sigue inundando mi torrente sanguíneo. Odio el modo en el que


Iris me miró y me juzgó a la primera de cambio, no obstante, conociendo
que Michael le va a destrozar la vida estoy como un idiota masoquista
esperando al final de la escalera de casa a que ella salga de su despacho.
Nadie mejor que yo conoce cómo tu vida, la que creías perfecta y
segura, se puede desmoronar en un momento. Es un simple parpadeo, algo
que hace clic y que impide que puedas ver el resto como lo hacías antes.
Porque causa dolor, porque trae recuerdos que preferirías olvidar, porque ya
no te sientes cómodo con lo que antes era un lugar seguro. Porque sientes
rabia y eres incapaz de contenerla. Porque no entiendes esa rabia. Por tantas
razones…
Puede que después de conocer todo eso, quiera estar de alguna forma
para apoyar a Iris.
Me levanto de la postura que había tomado en la escalera en cuanto
escucho unos pasos correr por el pasillo. Su figura aparece antes de que
pueda actuar, baja los escalones sin fijarse que estoy al final de los mismos.
Tiene el rostro inundado de lágrimas y una tensión en mi pecho, extraña,
me hace correr detrás de ella.
Juro que no he sentido esto en mi vida. Ha sido un tirón que ha pinzado
algo en mi interior y me ha hecho actuar sin pensar.
Sale disparada al jardín en busca de la puerta principal, pero los
jardineros con toda la maquinaria funcionando le cortan el paso y decide en
el último momento cambiar la dirección hacia la piscina. Dejo un espacio
prudencial entre nosotros para ver cuáles son sus intenciones. Se acerca a la
piscina y se sienta en el borde. Le da exactamente igual que los pantalones
se le empapen hasta las rodillas al instante.
Me muevo con más parsimonia hasta llegar a ella. Ha dejado la mirada
fija en el valle que rodea la finca. Es una vista espectacular aunque dudo
mucho que esté captando algún detalle en estos momentos.
Tomo asiento a su lado. Me rompe por dentro el modo en el que está
absorbiendo el aire a trompicones, pero dejo que sea ella la que inicie la
conversación cuando lo vea conveniente.
Pasan más de cinco minutos en donde los dos nos olvidamos por un
momento de quienes somos, de lo que ha sucedido y de lo que nos puede
esperar.
—¿Cómo hago para no sentirme mal conmigo misma?
—Empezando por no ser tan dura contigo misma.
—Ya, pero no es tan fácil decirlo como hacerlo.
—Si te sirve de consuelo, soy pésimo dando consejos. No los utilizo ni
para mí ni para el resto.
—Entonces, ¿a qué has venido?
Dejo atrás el atardecer, las nubes despidiéndose de la claridad antes de
que la noche las opaque por completo hasta el día siguiente. Y entonces me
encuentro con su mirada. Devastada por la revelación de Michael. No es
fácil comprender que todo era más simple de lo que uno había pensado
porque entonces te sientes decepcionado contigo mismo y eso, por muchos
consejos o frases positivas, nadie puede sanarlo al instante. Se necesita
tiempo, espacio, comprender, ayudar y estar con uno mismo.
—A recordarte que lo que estás viviendo ahora es un nubarrón. No
todos los días llueve ni todos los días hace sol. Pasará, cuando menos te lo
esperes, volverá a salir el sol.
—¿Y llegará el arcoíris, no?
Me lanza una sonrisa dolorosa.
La he catalogado al instante de ese modo porque había una sonrisa en su
cara y un dolor interior indigno para una cara como la de Iris. Estaba
relacionando el mote que utilizo con ella con mis palabras. Ha llegado el
momento de desvelar una de las cartas que he guardado por miedo,
vergüenza, o porque quizá ni yo mismo sabía cómo emplearla.
—Has leído mal el mensaje de tu mote desde el primer día.
—Me quedó muy claro el primer día que lo usaste. Yo no puedo ver lo
bonito de la vida porque soy defectuosa.
—Tú no puedes ver lo bonito de la vida, Iris Stars, porque jamás has
sabido mirarte al espejo. Cuando dije esas palabras lo que de verdad quería
decir es que eres tan especial que robas todos los colores y toda la luz de tu
alrededor. Supongo que era demasiado niño para expresarme de este modo,
o quizá estaba demasiado cagado por la forma en la que tu sonrisa me hacía
sentir con apenas nueve años.
Su boca se abre de par en par.
No debería de haber utilizado este momento para decirle que ella era mi
arcoíris. Los colores llenos de vida, la esperanza después de la tormenta, el
rayito de luz que siempre ansíe tener a mi lado, pero que era tan efímero
que llegué a temer.
No es el momento ni para ella ni para mí porque ahora, en este instante
de mi vida, no puedo mantener ninguna promesa.
—¿Qué acabas de decir?
—Lo que has escuchado. Eras la niña de colores que iluminabas todo a
tu paso, por eso te llamo arcoIris, no porque me quiera reír de ti.
—Me has mentido.
—Te he ocultado parte de la verdad.
Atisbo un amago de sonrisa y la atesoro como un paso adelante. Ahora
mismo su cabeza tiene que ser un batiburrillo de emociones, no debería de
priorizar a nadie más que a ella.
—Aunque ahora lo veas todo negro —comienzo a decir—, alcanzarás la
luz antes de lo que imaginas.
Me viene a la cabeza Ash. Él mejor que nadie reconoce las palabras que
estoy poniendo sobre la mesa. Él fue el primero que me hizo entender
justamente ese mensaje.
—Siento que he vivido una mentira. Y me parece que has ayudado a que
así sea.
—Seguiré utilizando el mote aunque ahora sepas que tiene una
connotación cariñosa.
—Jamás lo esperé de ti.
—Porque has dado por supuestas demasiadas cosas.
Me arrepiento de haber empleado esas palabras al instante porque lo
puede relacionar con nosotros o con su padre.
—Me siento tonta. Egoísta. Incapaz de que la rabia cese. Una niña
caprichosa que se ha centrado en lo que no ha tenido y no ha sabido ver los
problemas de su alrededor.
—No te vengas arriba, Stars, el regodeo en la mierda es buena hasta
cierto punto.
Hago que mi hombro choque con el de ella y su cuerpo se bate hacia un
lado como si de una gelatina se tratase.
»Las decisiones de los adultos cuando somos niños nos llevan por un
camino. El nuestro ha sido este y no deberías de sentirte culpable por las
determinaciones que tomaste en ciertos momentos. Sean buenas o malas,
fueron instantes que te han enseñado.
—¿Desde cuándo eres tan reflexivo?
En estos momentos, con sus ojos redondos llenos de lágrimas
mirándome de ese modo entre tierno, triste y con ansias de cariño, podría
decir cualquier cosa.
—Desde que tengo a un grupo de poetas detrás de mí constantemente.
Sonríe, o por lo menos obliga a sus labios a curvarse hacia arriba y a
enseñar todos los dientes. Acto seguido hace algo que no me esperaba.
Reposa la cabeza sobre mi hombro y se relaja mirando el horizonte. El sol
está a punto de decir adiós. La luna ya descansa sobre nuestras cabezas. Es
el momento de decir adiós, de seguir hacia adelante. Como cuando Netflix
tras un episodio de tu serie favorita pone el cronómetro con la cuenta atrás
para saltar automáticamente al siguiente episodio. Solo hay dos opciones,
dejar que el tiempo corra y te sorprenda con la música de cabecera. O tomar
las riendas y apretar tú mismo para tener el control. Ahora mismo Iris es la
única que puede tomar el control de su vida.
—Creo que a fin de cuentas, me caes bien, Beck Hunter.
El pecho me palpita.
Es rítmico.
Un golpe.
Las ganas de tocarla aumentan.
Otro golpe.
Quiero seguir oliendo el champú de su pelo durante mucho rato.
Otro golpe.
Creo que esto no está bien. No debería de haber cruzado la línea.
Otro golpe.
Y mando a la mierda todo.
Rodeo el cuerpo de Iris contra el mío. Sus brazos se quedan tiesos bajo
mi toque, no se esperaba el movimiento, pero cuando comprende que no la
voy a tirar a la piscina, toma aire, siento como su pecho se hincha para
después descansar. Su cabeza busca el hueco de mi cuello, la aprieto más
fuerte porque es el único modo de que mi pecho deje de retumbar. Y
entonces susurro unas palabras que me llevarán directo al infierno.
—Tú también me caes demasiado bien, Iris Stars.
Siento la sonrisa en mi piel. Ha dejado un casto beso en la tierna piel de
mi cuello y, junto a su cuerpo cerca del mío, es de las sensaciones más
placenteras que he sentido en mi vida.
No se asemeja a un beso.
Ni a las noches de sexo.
En nada se parece a los momentos guarros y calientes que he vivido con
ella.
Ni a los fines de carrera de olor a goma quemada, a asfalto ardiendo ni a
gasolina.
Es más bien un sentimiento de placer, de hogar, de encontrar paz.
Y yo, no me merezco esta paz.
33. LO QUE EL CIRCUITO SE LLEVÓ
BECK

Al día siguiente mi pecho pesa y duele de tal forma que busco el teléfono
antes de que pueda cambiar de idea. Necesito respirar fuera de esta casa,
ansío poder despertar el carácter toca pelotas de Iris y, sin lugar a dudas, me
hace falta huir de todo aquello que me recuerda que soy un puto actor de mi
propia vida.
La cara sonriente de Nate me saluda desde la aplicación de WhatsApp.
Le he comentado en multitud de ocasiones que parece el puto presidente de
los Estados Unidos todo trajeado y perfecto. Al tío le hace gracia mi
comentario y, sin embargo, sigue con la misma imagen desde hace más de
dos años. Si busco en mi lista de contactos tengo una de él todo lo contrario
a la perfección. Se la hice un día, ambos borrachos, perdidos por Mónaco y
con la necesidad de decirnos lo buenos que somos el uno al otro. Lo dicho,
el alcohol confunde a la gente.
Recurro a él porque de algún modo extraño ha conseguido llegar a Iris
de un modo que ni Ada ni yo alcanzamos.
Busco la conversación, escribo las palabras claves que se resumen en:
«cuando tengas un minuto, llámame» y cierro de nuevo la aplicación.
Nate es la persona más desastrosa en cuanto a cuestiones con el teléfono
móvil se refiere. Puede que tarde en responder una semana como quince
días. Juro que he estado tentando en pagarle una community manager que le
lleve ese aspecto de su vida.
Guardo el teléfono en el bolsillo del chándal y me dirijo hacia el
gimnasio de la planta baja. En el desayuno la asistenta que se encarga de
informar de los pasos de Iris nos hizo llegar que no estaba de humor y que
prefería utilizar el día para leer. Todos lo entendimos, creo que Michael se
llevó un disgusto por ello, no obstante habíamos contemplado esta opción
cuando conociera la verdad de su padre.
¿Me muero de ganas de ir a verla? Sí.
¿Es la mejor opción? No porque después me siento como una puta
mierda y no es bueno ni para ella ni para mí.
Cierro la puerta detrás de mí y acto seguido escucho el zumbido del
inconfundible tono de llamada de mi teléfono móvil.
—Eso ha sido alucinante —respondo sin dar opción a otra información
por parte de Nate—. ¿Ha caído un ovni en tu casa y no me he enterado?
—Me ha parecido que necesitabas auxilio en el mensaje.
—Idiota demasiado inteligente.
Le cuento el plan por alto. Había pensado llevar a Iris al circuito de karts
que hay a unos kilómetros de nuestra casa. Nada excepcional, pero sí lo
suficiente exclusivo para que no haya ni cámaras ni chismosos a nuestro
alrededor. Si Ada y Nate se añaden al plan será menos formal y ella estará
más cómoda.
—¿Y por qué tengo que decir que la idea es mía si no lo es?
—Hazlo y ya está. No quieras tener explicaciones de todo lo que sucede
en el mundo.
—Espera —pongo los ojos en blanco porque me imagino al rubio
moviéndose en su habitación alucinando con mi forma de actuar—. No será
que te importa demasiado y no quieres que ella lo sepa.
—No te pases de la raya, Nate Scoll.
—Joder, si es que ya lo veía venir.
La voz se le entrecorta y eso solo puede significar que el idiota ha
extendido los brazos y ha llevado el teléfono hacia una parte lejana a su
boca. Como si lo viera.
—No ves nada así que déjate de sermones y dime que lo vas a hacer.
—¿Beck?
—¿Qué? —suspiro y espero a su respuesta que me da en la nariz que no
me va a gustar ni un pelo.
—¿Qué pasaría si te dijese que me mola Iris y que quiero intentar algo
con ella? Ya sabes, hoy es un buen día para ser un hombro sobre el que
llorar.
—Da un paso hacia ella y te rompo todos los dedos de la mano para que
no puedas coger un volante más en tu vida.
—TOXICIDAD MASCULINA ASQUEROSA.
Ha puesto la voz de Ada para decir esa frase y es que ella es la que nos
recuerda cuando nos pasamos de la raya por «el machirulismo que tenemos
en las venas propia de nuestra cultura». De las pocas ocasiones en las que
nuestra amiga eleva la voz son de este estilo.
Mis ojos vuelven a fundirse al blanco. Sí, no ha sido mi mejor respuesta,
pero los nervios y la rabia me ha hervido en la sangre y conozco de las
actuaciones de Nate. Es capaz de camelar a cualquiera con tal de salirse con
la suya y no estoy dispuesto a que Iris sufra por él.
—Lo he pillado, Hunter. Estás hasta las trancas.
—¡Eh…!
—Voy a enviar el mensaje antes de que me dejes sordo, un besito amore.
Cuelga antes de que le pueda cantar las cuarenta porque ni estoy pillado
por Iris como él piensa, ni voy a dejar que se vaya de rositas. Me siento mal
por ella, y me gusta cómo sus labios se mueven sobre los míos. Fin. Iris
Stars jamás debería de encontrarse en un plano cercano a mi corazón.
◆◆◆

—No sé si será la mejor opción…


Iris salió de la habitación solo para dirigirse a la mía y preguntar si el
plan de Nate era cosa mía, de él, o de ambos. Negué la mayor y me hice el
loco admitiendo que había recibido el mismo mensaje del rubio que ella. Su
mirada se transformó en una sonrisa cuando maticé que podía ser una buena
idea. Desconectar del mundo y esas cosas. No me pega para nada esa
actitud carismática y calmada, y aun así es un recurso que no ceso en
utilizar con ella.
Una hora después, y con el aliciente de que había sido idea de Nate,
ambos estábamos subiendo a su coche. Un todoterreno que ocupa todo a su
paso. Cuando me vio subir a la parte trasera, ya que en el asiento del
copiloto se encontraba una Ada muy sonriente, el muy idiota me guiñó un
ojo por el espejo retrovisor.
No quise preguntar porque había dos opciones para esa actitud
socarrona. Una de ellas es que él conocía que odiaba acudir a eventos sin
ser yo el que conducía. Me gusta la libertad que me aporta acudir en mi
vehículo propio. Y la otra, la que menos me gustaba, es que estuviera
relacionado con lo que habíamos hablado una hora atrás.
—Y bien, Iris, ¿cómo llevas lo de no odiar a los Douglas?
Ese comentario hubiese salido de mi boca hacía un par de semanas sin
ninguna duda, ahora no se me ocurriría ni en cien años.
—Cállate, Nate —apostilla Ada antes de que pueda tomar la palabra.
Ya me estaba arrepintiendo de pedirle ayuda a él.
—No ha sido con mala intención —lleva su mano derecha a la parte del
flequillo rubio que le cae por la frente—. Simplemente, quería conocer el
estado actual de mi amiga.
—Confusa —dice ella a mi lado con un hilo de voz.
—Sabes que estoy a una llamada de distancia, ¿verdad?
Nate eleva la mirada para encontrarse por el espejo retrovisor con Iris.
Alucino que después del comentario idiota al final vaya a quedar como
un santo. Si hubiera sido por mi parte, la pullita que me hubiera lanzado se
escucharía en la Luna.
Iris asiente y sonríe.
—Y, lo llevo bien. Lo de no tener que odiar a Michael y Mai en el
proceso.
Hay algo en sus ojos que dice que una carga ha sido liberada de sus
hombros. No pregunto, no estoy preparado para conocer la respuesta, así
que me centro en el paisaje que se desarrolla por los cristales y me
mantengo en silencio lo que resta de camino.
◆◆◆

La tarde está más fresca de lo normal. Se siente la anticipación de todos


nosotros, igual que el aire antes de una carrera importante. Este lugar es
casa, rodeado por el aroma a asfalto recién calentado y el ruido sordo de
motores en marcha. Aunque estoy acostumbrado a las pistas de Fórmula 1,
el circuito de karts tiene su propio encanto, un aura de diversión y
camaradería que se mezcla con mi pasión por la velocidad.
Reviso mi alrededor y Nate ya está listo con el mono de carrera. Ada es
la que más incómoda de los cuatro parece encontrarse, e Iris… Iris está
espectacular con la prenda enteriza azul marino de la empresa y el casco
que parece que se le ha hecho a medida solo para ella.
Un sentimiento de incomodidad revolotea en mi pecho. Lo que pudo ser
y no fue, a pesar de ello cambio el foco de mis pensamientos y me centro en
el aquí y ahora. En pasarlo bien y no convertirme en la versión agria de mi
propio cuento.
Nate se pone el casco mientras clava sus ojos en los míos, enfundados
ya en el accesorio. Ambos nos miramos con sonrisas desafiantes. Él
siempre tan competitivo, da un paso al frente y me señala con el dedo.
—Hoy veremos quién es el verdadero rey de la pista.
Iris, a un paso por detrás de Nate e inmersa en una conversación fluida
con Ada, da un paso adelante y toca el hombro del ojitos bonitos.
—¿Por qué señalas solo a Beck? ¿Conoces que hay más peligros en la
pista, verdad?
La sonrisa de oreja a oreja se imprime en mi cara de forma natural. Me
gusta que el sarcasmo dañino de Iris no siempre vaya dirigido hacia mí. Es
más, es la puta hostia que vaya dirigido hacia otro.
Nos acomodamos en los karts y nos preparamos para la primera vuelta.
Tan pronto como el semáforo se pone en verde, aceleramos a fondo y nos
lanzamos a la pista. La curva inicial es un caos de risas y choques ligeros.
Escucho grititos por parte de Ada que no ha entrado a la lucha por voluntad
propia sino por culpa de Nate que le ha gritado que debe de estar a la altura
de su apellido.
Las vueltas pasan rápidamente mientras nos adelantamos y competimos
ferozmente. Entre las curvas y las rectas, las risas se mezclaban con los
giros atrevidos y las bromas sobre quién va a ganar. Como cabeza de
carrera observo por los espejos retrovisores la lucha que Nate e Iris tienen
entre ellos. Están luchando por la segunda plaza a fuego. Siento cómo la
risa se produce en mi pecho y sale natural con un sonido encantador. Me
gusta esta sensación, o por lo menos me gusta hasta que no siento que
pierdo el control. He vivido tanto el momento que, en una de las siguientes
vueltas, Iris se pone a mi lado y me mira con una sonrisa desafiante que
percibo a través de sus ojos.
—¿Listo para morder el polvo, piloto de tres al cuarto? —pregunta con
socarronería.
—Jamás.
Acelero lo más que permite el coche y la dejo atrás con una maniobra
profesional. Son minutos de gloria porque en el siguiente tramo de recta la
rivalidad entre nosotros crea un ambiente emocionante y lleno de energía.
Iris me alcanza sin problema y los adelantamientos son celebrados con
gritos y risas a nuestras espaldas por parte de Nate y Ada. Un pensamiento
me lleva lejos, un error que no puedo asumir en estos momentos, pero, ¿qué
pasaría si Asher estuviera aquí con nosotros, riéndose como uno más? No.
Jamás puedo volver a pensar en ello y me pongo tan nervioso que cometo
un error que casi me supone el primer puesto. Los dos abucheadores de
detrás se ceban conmigo entre burlas amistosas. En una curva cerrada
volvemos a encontrarnos lado a lado, peleando por la posición. Ella me
mira y lo único que se me ocurre es guiñar un ojo y gritar:
—¡Venga Stars, demuéstrame de qué estás hecha!
Su mirada se convierte en puro fuego y pasión. No hay ningún toque
cariñoso en el modo en el que toma el volante entre sus manos. En estos
instantes somos Stars contra Hunter, no existe ni Beck ni arcoIris de por
medio.
Ambos nos sumergimos en la curva, apurando al límite. Puedo sentir la
emoción de la competición, la pura diversión de estar en una pista sin la
presión de la fama y los resultados. La intensidad que ella está poniendo en
el volante y lo diferente que hubiera sido nuestra vida si hubiera estado
incluida en la familia Douglas. Y cuando está a punto de cruzar la línea de
meta delante de mi coche, frena en seco.
—Solo pienso ganar cuando haya cámaras grabando el momento.
Acelero. A mí siempre me gusta ganar, pero ella hace lo mismo y
cruzamos la línea de meta a la par. No ha habido vencedores porque ella no
ha querido.
Iris Stars jamás dejará de sorprenderme.
34. EL CIRCUITO LO DEVUELVE.
IRIS

Cuando el coche de Nate se detiene delante del circuito salto de él con una
mezcla de nerviosismo y entusiasmo. Cierro los ojos por un momento y
aspiro el aire fresco, llenando mis pulmones con la emoción contenida
durante años. Cuando los abro de nuevo, el circuito se extiende ante mí, con
sus curvas y rectas listas para ser conquistadas. Era todo lo que necesitaba
en estos momentos. Camino hacia la valla que separa las gradas donde se
aloja el público de la pista. Mi mirada recorre cada detalle: el asfalto
impecable, los karts alineados en los boxes, el rugido apagado de los
motores que anticipa la acción inminente.
Una sonrisa se dibuja en mis labios, es una mezcla de emoción y
gratitud.
Han sido días complicados. La primera noche no pegué ojo. Le pedí a
Beck que me dejase sola y así lo hizo. Estuve con el móvil en la mano
durante dos horas hasta que conseguí llamar a mi madre. ¿Hasta dónde
sabía ella? ¿Cómo lo vivió y por qué me ocultó parte del infierno?
Respondió al instante, preocupada por que hubiera tenido algún problema.
—He hablado con Michael —Fue lo primero que dije cuando ella me
preguntó por segunda vez si estaba bien.
En el otro lado de la línea escuché un resoplido y una puerta al cerrarse.
No le llegué a preguntar si estaba sola en casa, tan solo asumí que había
llegado el momento de que las dos hablásemos claro.
—¿Y cómo te sientes?
—Engañada, dolida, utilizada… De muchas formas —respondí con
pesar.
Era así, tenía tantos sentimientos acumulados en el pecho que era
incapaz de darle voz a todos ellos.
—¿Quieres hablar de ello?
—¿Por qué nunca me contaste que había sido un infierno vivir con él?
Tardó unos instantes en responder.
—¿De qué hubiera servido que conocieras todos los desplantes que viví
con él? Cuando nos separamos y él se fue, te convertiste en una niña llena
de rencor. Por más que intentaba que vieras la vida de otra forma, tu
capacidad intelectual no cesaba en retenerte en los hechos que no eran
normales. Tan solo intenté pintar de colores lo que había sido negro, cariño.
—Mamá, tuviste que vivir un infierno.
—Fue mi decisión seguir a su lado. Tú no tomaste esa decisión y por eso
no quería que juzgases a una persona por los recuerdos de otra.
—Los que yo tengo con él tampoco es que sean muy buenos.
—Eso es mentira. Ha habido momentos de todo tipo, pero no te quedes
solo con los malos.
En los últimos meses, y sobre todo con su reciente muerte, no había
cesado en recordar todo lo que me separaba de él. Robert Douglas era un
hombre con una cruz en la frente para mi cabeza, no obstante puede que no
siempre hubiera sido así.
La acumulación de emociones me llevó a soltar a mi madre lo que
Michael me había comentado. Robert estaba enfermo y jamás quiso que ella
lo supiera. Escuchar el llanto de mi madre en la otra parte de la línea
telefónica me rompió. Sabía lo que estaba sintiendo. Enfado consigo
misma, rabia por no haber sabido leer lo que en realidad estaba sucediendo
y los miles de pensamientos de «¿y si hubiera hecho algo más?».
Desde entonces me encuentro vacía. Mai me preguntó esta misma
mañana si podía hacer algo por mí y lo único que le pude responder es que
no necesitaba nada porque mi mente se había apagado. Me podía sentir mal
conmigo misma, con mi madre, con mi tío, pero, ¿de qué serviría? Mi padre
jamás iba a poder despejar las miles de preguntas que tenía sobre él.
Culparlo de sus errores se me hacía dañino porque nadie con una
enfermedad mental debería de ser juzgado por sus actos cuando no es dueño
de sus pensamientos. Y ahora, ¿ahora qué? ¿Cómo seguía mi vida?
Cuando Nate me envió el mensaje supe al instante que no era idea de él.
Había hablado con Beck sobre realizar una competición en los karts en la
cena de las estrellas. Sabía que él estaba detrás de todo el entramado desde
primera hora y aun así me callé. Nada iba a cambiar entre nosotros.
Conocer la verdad de mi padre no nos iba a cambiar. Seguíamos siendo
eternos rivales sin opciones a un final feliz porque, ¿es que quería un final
feliz con él?
No es el momento para responder a esa cuestión, es momento para
despejar la cabeza, así que cuando freno delante de la línea de meta y lo
insto a que su cabreo por ser el mejor aumente, solo busco volver a ser Iris
Stars y Beck Hunter. Dos eternos rivales que comparten babas de vez en
cuando.
El sonido de los karts de Ada y Nate tomando la pista llenan el aire a mi
alrededor, y mi corazón late en sintonía con ese ritmo. Cada giro, cada
adelantamiento, cada derrape me había permitido alcanzar el objetivo. El
ruido de los motores, la velocidad, la competición; todo se mezclaba en una
sinfonía de sensaciones que habían hecho que volviera a escuchar mi
corazón latir dentro de mi pecho.
Un trabajador de la instalación nos indicó los lugares en los que
teníamos que aparcar. Lo hicimos mientras el resto comentaba los
adelantamientos que habían surgido. Estaba callada no porque hubiese
vuelto a desinflarme como un globo, sino porque tenía unas ganas locas de
abrazar a Beck y eso era muy extraño.
—Has estado a punto de tragar asfalto —suelta Ada a un Nate nada
convencido de la actuación que ha tenido.
—Estaba concentrado en que Iris disfrutase, no he puesto empeño en
ganar la partida.
Ada y Beck se miran antes de romper a reír. Me uno a ellos en silencio
porque la postura de Nate, extendida en los hombros, pero con el mono
apretando por encima de sus tobillos, es de todo menos seria.
—Nunca te dejas ganar —sentencia Beck muy convencido de lo que ha
dicho—. Por consiguiente, es que has hecho una actuación de mierda.
El portador de los ojos azules del grupo saca el casco de su cabeza y
atusa el pelo con énfasis antes de plantar su sonrisa matadora en el rostro.
Entiendo que la gente alabe la belleza de Beck. Hace reportajes
fotográficos para las mejores revistas del país, tiene su puntito en el mono
de carreras y luego ostenta siempre la actitud de chulo prepotente, pero
mucho ojito si Nate llega a ser su competidor. Tiene todas las de ganar.
—Después quiero la revancha.
Y con las mismas toma del brazo a Ada para llevarla hacia la cafetería.
En un parpadeo nos ha dejado a Beck y a mí solos en la escena.
—Y bien, Stars, ¿me puedes explicar ese último movimiento dentro de
la pista?
No estoy preparada para dejar que mi cerebro funcione, y en estos
momentos funcionaría para atraer a Beck hacia mi cuerpo y fundirme con
él. Es extraño, pero me siento mal y rara porque he juzgado su postura y
ahora que sé la verdad, él no me ha reprochado nada.
Soy complicada de entender, pero creo que si él se hubiera puesto como
un basilisco, lo hubiera llevado mejor. No nos hubiésemos salido del guion
propio que hemos conformado con los años.
Como me he quedado parada, tan solo parpadeando, un movimiento de
lo más peculiar por mi parte que siempre tengo respuestas para todo, es él
quien toma la iniciativa de acercarse a mi posición.
—Eh, ¿estás bien?
—¿Podemos buscar un lugar más despejado?
—Claro.
Asiente, me toma de la mano y vamos hacia los vestuarios.
No debería de mostrar mis debilidades, no de nuevo porque sé que él las
puede pisotear. Si lo tiene que hacer, Beck lo hará. O eso es lo que me ha
demostrado toda la vida.
Pasamos la entrada a los vestuarios en silencio. Mi mirada solo es capaz
de contemplar el modo en el que nuestras manos se entrelazan. Dos de mis
dedos están enredados en los suyos, el resto solo se toca ligeramente y con
esas siento una electricidad por todo mi cuerpo como si fuese capaz de
abrazar cada parte que lo necesita.
Las taquillas nos abrazan cuando Beck se gira hacia mí y me pide con la
mirada que me apoye allí para que él compruebe si hay alguien en los
vestuarios. Es una idiotez, lo he visto en unas cuantas ocasiones con el
mono de carrera puesto; sin embargo, al observar mi cuerpo, con uno
idéntico, se me pasan mil historias por la cabeza. Decido no aferrarme a la
tristeza y me quedo anclada en sus ojos, hoy más silenciosos de lo habitual
porque guardan un semblante serio.
—¿Estás bien?
—¿Cuándo hemos pasado de odiarnos a tratarnos de este modo?
—Desde que uno de los dos lo necesita.
—¿Antes necesitábamos tratarnos como enemigos?
—Lo éramos, Stars. Siempre lo hemos sido, pero supongo que el dicho
de que del odio al amor hay un paso…
—¿Te estás declarando, Hunter?
Por el modo en el que está sonriendo sé su respuesta antes de que la
exponga.
—Ni de coña, solo me he aferrado al dicho.
—Y a que te flipa como beso.
—Puede ser…
Da un paso hacia mí y me olvido de todo. De lo que pasó, de lo que
podría haber sucedido si hubiéramos tomado otras decisiones, del rencor, de
la felicidad efímera. Me olvido de todo y me apoyo con todo mi cuerpo
sobre las taquillas mientras separo la cadera para que choque contra la de
Beck.
—Al final va a ser verdad y tienes un imán para atraer los problemas.
—Siempre.
Sus labios se posan sobre los míos. Sedientos y dulces a partes iguales.
Antes de que pueda hacer ningún movimiento, siento sus manos rodear
mi cuello y aspirar con fuerza mientras mueve la lengua sobre la mía.
Beck Hunter es todo lo que necesito cuando el mundo me traga y me
escupe lejos de mis deseos. Solo él es capaz de desquiciarme, atraerme y
despertar en mí cualquier sentimiento contradictorio que exista en el
mundo.
Respondo con la misma fuerza. Muerdo su labio inferior, él gime o
grita, no me queda claro y busco desesperadamente que nuestros centros se
unan. El mono de carrera ayuda a que la fricción sea real porque debajo
solo hemos dejado nuestra ropa interior.
—No me has respondido —dice entre besos cortos que utiliza para
coger aire.
Hemos comenzado a dar vueltas para que el apoyo contra las taquillas
vaya variando y por eso no tengo ni idea de dónde estamos.
—Estoy aquí. No aprietes más las tuercas.
No estoy preparada para hablar de eso ahora, y mucho menos en estos
instantes.
—Entonces, ¿qué ha sido ese movimiento final en la pista?
Gimo, no por lo que me hace sentir el cuerpo de Beck rozando el mío
que también es parte de la causa, sino porque es de las primeras veces que
consigo que realice lo que quiero y se lo agradezco.
—Solo quería demostrar lo que ambos sabemos y uno de nosotros no
reconoce.
Mi respuesta la emplea para torturarme porque deja de besarme y apoya
ambas manos a cada lado de mi cara. No puedo mirar a otro lugar que no
sea su perfecto rostro.
—Eres una condena, Stars.
—Cadena perpetua —afirmo.
—Condena de muerte, diría yo.
Son sus labios, de nuevo, los que caen con fuerza sobre los míos.
No sé cuánto tiempo transcurre entre que sus manos desabrochan mi
mono y me quedo con el sujetador a la vista y llena de besos de Beck
Hunter.
—No me jodas…
Esa no es la voz de Beck ni la de nadie conocido para mí. Me despego al
instante de mi primastro y me encuentro con un rostro perfecto. Juro que es
más guapo en la realidad que en las fotos de redes sociales y hay algo en
ese pensamiento que me lleva al inicio de todo esto. Cuando llegué a la
mansión tuve el mismo planteamiento con respecto a Beck. ¿Qué narices
pasa con los pilotos de Fórmula 1 que todos sorprenden en persona?
Cody Gilter. El joven conductor del equipo Mercedes está cambiando su
atención de mi rostro sonrojado al de Beck.
—¿Qué cojones haces aquí, Cody?
—Disfrutar de la vida, pero ya veo que no se me da tan bien como a ti,
Hunter.
Utilizo su breve conversación para cerrar el mono y arreglar el pelo que
se ha vuelto loco con el paso de Beck por él.
Cody es una de las estrellas del circuito. Unos años mayor que Beck,
alcanzó uno de los mayores equipos por su valía, además de por el apellido
que todo aquel amante del deporte reconoce. Su padre fue una leyenda. Un
caso de los que recuerdan generaciones por lo triste que es su final además
de por lo bueno que fue el camino.
Es impresionante verlo a dos pasos de mi cuerpo.
—Hola —doy dos pasos hacia delante. Paso que tenga de mí la imagen
de una de las miles de novias de Beck. Solo nos ha visto besarnos y
magrearnos un poco. Nada que no haga daño a nadie—. Soy Iris Stars.
Extiendo la mano derecha y él se sorprende por mi movimiento. Sonríe
de medio lado y no descuelga su mirada de la mía. Creo que le ha gustado
justamente eso, que no sea como las demás. Su agarre es fuerte y
contundente, del mismo modo que pilota dentro del circuito.
—Toda una sorpresa conocerte, Iris Stars. Soy Cody Gilter.
—Lo sé. —Elevo los labios cuando suelto las palabras—. Soy una gran
aficionada de tu trabajo.
Sus cejas bailan sobre su frente. De nuevo, se ha llevado una sorpresa.
En lugar de mantener mi mirada, cambia la atención hacia Beck que se ha
quedado a mi espalda. No dice ni una palabra, tan solo silba.
—¿Cómo llevas eso, Hunter?
—Lo lleva bien.
Soy yo la que responde porque esto no tiene nada que ver con Beck. Es
verdad que me gusta el modo en el que pilota Cody. Es agresivo y no tiene
miedo a nada ni a nadie.
—Una chica con carácter.
—Y con la aspiración de robaros el puesto a alguno de los dos.
Esa no se la esperaba y Beck tampoco porque rompe su silencio con una
carcajada antes de caminar hacia mi lado.
Cuando alcanza la misma posición que yo, rodea mi cadera con su brazo
antes de hablar.
—Es mejor que no subestimes sus palabras porque son totalmente
ciertas.
Cody asiente y sonríe a partes iguales.
—Me gusta tu actitud, Iris Stars. Es una pena que yo no sea tan fácil de
derrotar como Beck.
—Eso ya lo veremos.
Se funde el silencio entre los tres y por un momento siento el miedo de
haberme pasado de frenada e ir más lejos de lo políticamente correcto. No
conozco de nada a esta persona y he sido prepotente, pero Cody de nuevo
sonríe y extiende la mano hacia mí.
—¿La próxima temporada nos veremos en la pista?
—Lucharé para que sea así.
Aprieto su agarre. En esta ocasión soy yo quien ejerzo más fuerza.
Beck suelta su agarre en mi cuerpo y aprieta también la mano de Cody
cuando él se la extiende.
—No dejes que te ganen fuera de la pista, Hunter, que después es muy
jodido concentrarse en el circuito.
No dice nada más, golpea su hombro cuando pasa a su lado y
desaparece por el vestuario.
—¿Qué ha sido eso? —pregunto.
No he entendido ni una palabra y me ha parecido que guardaba un
mensaje interesante.
Beck mueve la mano por delante de su cara antes de responder.
—Hay rumores en el paddock que lo sitúan enamorado.
—¿Y eso es un problema?
—Puede que para su concentración sí lo sea.
35. ALERTA PELIGROSA
ASHER

Ayer, a altas horas de la madrugada, me llamó Michael para que fuera


directo a su despacho. Tan solo me indicó que necesitaba ayuda para
encontrar información en la red, una información de suma importancia para
él. Un Douglas puede tener a cualquier informático que le aporte dicha
información, pero claro, no todos pueden y saben esconder los secretos de
los Douglas como lo hago yo.
Hice lo que me pidió y desde esta mañana estoy enganchado a varios de
los ordenadores que tengo en casa para encontrar algún resquicio que me
haga comprender lo que sucedió. Por lo que me contó Michael, alguien en
el paddock conoce el pasado de Iris. Quiere saber quién es, cómo consiguió
la información y cómo de peligroso puede ser dicha persona.
Me ahorré el detalle de comentar en esa reunión que, si alguien tenía
dicha información, podían ser más de uno los que supieran de los trapos
sucios de la familia.
Con la tontería de que quiere los datos cuanto antes, me he pasado la
noche en vela, con cinco Red Bull a mi lado y con un café mañanero. Mi
salud se suele ver resentida después de estos momentos peligrosos que se
viven de forma más habitual de lo esperado dentro de la familia Douglas.
Reviso el teléfono móvil.
Beck me envió un mensaje de texto temprano para comentarme sus
planes. En ellos estaban incluidos Ada y Nate. El último es un habitual,
pero la mayor de las hermanas Aston es del todo interesante que acuda a un
plan de desenfreno.
No tengo ninguna notificación nueva. Nada ha cambiado desde hace un
par de horas. Ni encuentro la información crucial ni ha llegado el hada
madrina para ordenar mi casa.
El pequeño mueble bar está abarrotado de mis bebidas energéticas. En el
sofá extendí la ropa de deporte que utilicé cuando acudí a casa de Michael.
Ahí se ha quedado sin opciones a ser movida porque de toda la vida uno
piensa mejor cuanto menos ropa tiene. Ese es el motivo de que ande en
gayumbos buscando al malo de la película. En la mesa del comedor hay
repartidas varias comidas preparadas que ingerí a lo largo de la noche. Soy
un tío grande, necesito de una buena comida para sobrellevar la tarea.
Es tal el desorden que me hago una foto con él. Una imagen que capta el
pelo desaliñado que porto desde hace unas semanas, las ojeras que me
llegan casi hasta la boca y un aire misterioso el cual utilizo en momentos
ocasionales.
Vuelvo a tomar el teléfono entre las manos y añado la imagen al chat
con Ada. Lleva sin responder desde hace días pero, ¿quién se va a resistir a
un hippie con el pecho al aire y cara de cansancio? Nadie y mucho menos
ella.
Bloqueo el dispositivo para que al instante la luz se vuelva a encender
con la notificación de su respuesta.

Ada: Te vas a convertir en un vampiro como continúes con esa vida.

¿Te preocupas por mí? Porque de ser así necesitaría una enfermera que
me diese un par de mimitos antes de que me desmayase de cansancio.

Me imagino su rostro con la boca apretada en una línea tensa. Indecisa


por dar una respuesta que no sobresalte a mi mente, pero que sea lo
suficiente puntiaguda para que ella no sienta que se ha decepcionado
consigo misma.
Sonrío como un idiota solo con pensar en ese pequeño acto que suele
realizar cuando la pongo contra las cuerdas.
Ada: Eres idiota.

Ha añadido un emoji de una carita roja.


Así que a la Ada «del bosque» le gustan los diablos… Puedo ser todo lo
que ella me pida por esa boquita.

Ada: Y estoy intentando vencer a Nate y a Beck en el circuito, así que no


me molestes con tus idioteces.
¿Con Iris no lo vas a intentar?

Ada: Ha machacado a ambos, está por encima de mis posibilidades.


Sonrío de forma natural. No sé si ha sido causado porque me he
imaginado las palabras con la voz de Ada o porque amo cuando esos dos
pierden en cualquier cosa a la que se apuntan. Juro que no conozco a nadie
más competitivo. Tiene que afectar a la salud ese tipo de carácter.
Deberías de convencer a tu padre para que la una a sus filas. A Beck le
estallaría la cabeza si la tiene en la pista.

Ada: Estaría constantemente pendiente de que no sufriera ni un rasguño.

Asiento al instante. Beck haría exactamente eso y después lo negaría a


toda costa.
Estoy a punto de generar una carcajada con un sticker cuando Ada
vuelve a la carga.

Ada: En realidad, es buena idea hablar con mi padre. Iris se merece las
mismas oportunidades que cualquier maromo con cualidades dentro del
deporte.

¿Y no las tiene?

Ada: No. Si no viene acompañada de patrocinadores nadie la tendrá en


cuenta por ser mujer. Vivimos en un mundo demasiado machista en muchos
aspectos.

¿Está feo decir que Ada me gusta en todos los aspectos?


Tienes el poder de darle una posibilidad.

Ada: Mi padre jamás me toma en serio, no llegaría a ningún lugar por


triste que suene.

Mierda, la he entristecido cuando no era mi plan.


¿Eso significa que te vas a convertir en un Ada «del bosque» guerrera?

Poner un toque de humor al asunto es algo a lo que Beck se suele aferrar


cuando tiene todas las de perder. He copiado su actuación y por la rapidez
de escritura de Ada parece que ha funcionado.

Ada: Pienso derribar a todo aquel que se cruce en mi camino, así que
mucho cuidadito.

¿Clavarías tu espada mágica en mi pecho?

Ada: Por supuesto.

Una sonrisa se desata naturalmente en mi rostro olvidándome del sueño


y el cansancio al instante.

Ada: Así conseguiría que me dejases en paz de una vez.

No lo conseguirás porque utilizaría polvos mágicos para revivir cual ave


Fénix.

Ada: Eres un puto friki.

Pero me adoras.
Un pitido en la pantalla principal de mi mesa de ordenadores me
despega de la atención de Ada. Ese sonido solo acontece en mi casa cuando
hay una alerta. Una alerta que debe de ser atendida al instante.
Abro el mensaje y todo mi cuerpo se queda tieso.
«Mierda»—susurro antes de volverme hacia el sofá y calzarme la ropa
que ayer dejé tirada.
Creo que he encontrado lo que Michael buscaba con tanto ahínco.
36. CONSEJOS VENDO QUE PARA MÍ NO
TENGO.
BECK

Desde hace un rato noto un extraño movimiento en mi pecho. Soy un tío


supersticioso y este tipo de señales me suelen dar la razón. Hemos pasado
un día cojonudo, ha sido alucinante el momento en la pista y después tener
a Iris entre mis brazos. Debería de haber frenado el momento, pero del
mismo modo que soy supersticioso soy un tío de carne débil en cuanto a Iris
se refiere.
Joder, que mi cabeza es un puto lío en estos momentos y Nate, con su
conducción de mierda, no está ayudando a que despeje mis ideas.
Ada ha decidido sentarse atrás porque Nate no cesaba en meterse con
ella porque no ha soltado el teléfono en todo el día. Sé con quién está
hablando y me alegro que así sea. Por ella y por él. Ambos necesitan
olvidarse de lo que creían que estaba bien o mal. Aunque, pensándolo bien,
debería de aplicarme el consejo para mí mismo.
Consejos vendo que para mí no tengo.
A lo que iba. Noto en el pecho un pesar muy diferente al de esta
mañana. Es algo más inquietante, como si me quisiera decir algo que aún
desconozco. Joder, que es una paranoia muy incómoda, pero está instaurada
en mi cuerpo desde que salimos del circuito por eso estoy apurando a Nate
a que acelere de una puñetera vez.
—No voy a sobrepasar los límites porque llegues tarde a hacerte las
uñas.
—Eres imbécil, lo juro.
Iris se ríe desde el asiento trasero ajena a mi malestar. Estoy seguro de
que si le contase mis sospechas haría algo para descentrar mi atención.
Hemos conseguido en poco tiempo leer al otro mejor de lo que hacíamos
anteriormente. Nunca vamos a dejar de ser nosotros, pero ahora sé que de
alguna forma ella es capaz de silenciar mis demonios.
Estoy paranoico. Lo sé, lo asumo y quiero desvincularme de ello.
Llegamos a mi casa antes que a la de Ada. La señorita hace diez minutos
aseguró que su vejiga estaba a punto de explotar y que no alcanzaría a
llegar hasta su casa aunque estuviera a cinco minutos de distancia de la mía.
Es por ese simple motivo que Nate desaparece por la colina y Ada e Iris
acceden por las enormes escaleras entre susurros.
Hoy las he visto más cómodas la una con la otra. Creo que a Iris le
impresiona el modo en el que Ada observa todo con cautela sin abrir la
boca. Y, por el contrario, a Ada le flipa el carácter que tiene Iris y eso que
ha tenido un día de lo más excepcional viniendo de esa mente llena de
pullas con mi nombre.
Doy un paso, siguiendo la estela de ambas cuando uno de los
trabajadores, el chófer de mi madre, me indica que hay alguien que quiere
hablar conmigo. Lo miro extrañado y asumo que es Asher en cuanto caigo
en la cuenta de que hoy tenía trabajo y relacionado con Michael.
—¿Está aquí Asher?
—Sí, señorito, pero no es él quien ha hecho llamarlo.
—¿Quién ha sido?
No es habitual que el chofer de mi madre me transmita una comanda, es
más, para eso hay un ama de llaves en la casa. Tiene que ser muy
importante para que esté ocurriendo de este modo. Todos los bellos de mi
cuerpo se ponen en alerta. Sabía que algo estaba pasando, tengo un puto
don y lo odio a muerte.
—El señor Douglas ha comentado la necesidad de que acuda cuanto
antes a su despacho. El señorito Asher también está allí.
Serpenteo las escaleras y subo a toda prisa para llegar cuanto antes al
despacho de mi padrastro. Si le hubiera sucedido algo a mi madre me
hubieran llamado. Si Asher está aquí y no en el hospital es porque nada
grave y físico le ha sucedido, entonces…
Abro la puerta de madera sin ni siquiera llamar. En un primer momento,
me encuentro con el ceño fruncido de Michael. Odia que realice ese tipo de
actuaciones y habitualmente intento ser una persona educada, pero el
martillo en el pecho no cesa y me cuesta respirar.
—¿Qué ha sucedido?
Asher se pone de pie.
No hay un abrazo a modo de saludo ni una sonrisa por su parte. Esas
que son tan características y que hacen que mis nervios se calmen al
instante.
—Tenemos malas noticias —dice, en cambio.
—¿Qué tipo de malas noticias?
—Cierra la puerta y toma asiento.
Hago lo que dice Michael al instante. Este no tarda en abrir la boca
cuando ve que realizo las indicaciones al dedillo.
—Anoche mandé a Asher buscar la fuente que pudo interceptar a Iris en
el paddock.
—Sí, me comentaste que te ibas a hacer cargo de ello.
—Así ha sido. Tenía sospechas de que algún cabo había podido quedar
suelto, pero no estaba cien por cien confiado de que hubiera sido ese el
problema.
—Borrasteis todo. Eso fue lo que me dijisteis a mí y a Iris.
Cambio la atención de Michael a Asher. Sé que se encargó él
personalmente antes de que Iris llegase a nuestras vidas.
—Tienes que saber que, cualquier dato que haya en internet es
prácticamente imposible que sea borrado para siempre.
He escuchado a Asher hablar de estos temas en infinidad de ocasiones
con Michael. Normalmente, me importan una mierda así que no presto
atención, pero ahora me duele por las consecuencias que pueda acarrear.
Recuerdo el modo en el que los ojos de Iris se llenaron de dolor cuando
creyó que yo había sido el portador del rumor. No quiero que vuelva a sufrir
nada similar.
—Arranca la tirita, Asher. —El moreno mira hacia Michael temeroso de
las palabras que va a iniciar.
—Esto… He encontrado algo que puede ser un problema.
—¿Qué has encontrado, Ash?
—Hay una página en la dark web con todo, absolutamente todos los
datos de tu vida. Personas implicadas incluidas en ella. De ahí sacaron el
perfil de Iris. Pienso que, de algún modo, alguien descubrió tu secreto y
quiere que todo el mundo lo conozca de su boca.
La vida puede tener muchas perspectivas. Hay días grises, días alegres,
días en los que todo sale del revés y días en los que todo es color de rosa. Y
luego están esos instantes que separan una temporada cronológica de otra.
Las bombas que destruyen el curso que había tenido tu vida. Los instantes
que separan las diferentes versiones que puedes llegar a ser en un mismo
cuerpo. Todas ellas causadas por unos detonantes y por unas formas de
recomponerse diferentes.
En estos instantes no tengo ni la menor idea de cómo voy a poder volver
a respirar, supongo que la inercia me llevará a ello.
37. TODO SE RESUME EN UN NIÑO CON MIEDO.
BECK

—Beck, atiende. Tenemos que buscar una solución para este problema.
Sé que Michael lleva hablando desde hace unos minutos, pero soy
incapaz de procesar la información que emite. ¿Por qué cuando uno cree
alcanzar la felicidad esta se evapora tan rápido?
Siempre me he sentido un tío afortunado por el simple hecho de poder
seguir viviendo que eso, aunque parezca obvio, no lo es en mi caso.
He tenido dificultades, quizá más que otros, sin embargo, estaba en un
momento de la vida dulce. Había alcanzado el contrato de mis sueños con
una de las mejores escuderías de la parrilla. Había conseguido tener un buen
equilibrio entre mi vida social y mi familia, o los amigos que considero
familia. Y había encontrado un lugar cómodo entre las miradas de Iris y su
odio/amor hacia mí. Era feliz con lo que tenía, quizá algún día me quejaba
más de la cuenta, pero eso no era motivo para arrebatármelo de nuevo. Otra
vez. Sin previo aviso.
—¿Cómo de grave es?
Mis hombros son tapados por las manos de Michael.
Desconozco el momento en el que se ha levantado de su silla de cuero y
se ha acercado a mí. El efecto túnel que desarrollan en las películas para dar
intensidad es totalmente cierto. Lo estoy viviendo en primera persona.
Incluso me pitan los oídos.
—No vamos a precipitarnos. Asher ha podido descubrir la fuente,
trabajará con el equipo para eliminar todo y buscar a los posibles culpables.
Esa información alguien la ha tenido que subir y lo vamos a descubrir, no
temas.
—¿Se puede ir todo a la mierda y tú estás tan tranquilo?
Creo que soy de las pocas personas que tengo la capacidad de hablarle
de esa forma a Michael sin cagarme encima. Siempre ha sido un padre para
mí y una de las consecuencias de ello es que cuando pierdo los nervios
actúe de esa forma.
—Nadie ha dicho que esté tranquilo.
Su boca sigue apretada aunque nada en su postura hace presagiar que
sus palabras sean ciertas.
—Mi madre, ¿lo sabe?
—Aún no. Quiero actuar con cabeza, la misma que acabas de perder tú.
Asher hace escasas horas que descubrió la información, no sabemos nada
más así que no te aventures a hacer una locura, que nos conocemos.
—¿No te fías de mí?
—No confío en tu impulsividad. No quiero que desates ningún follón.
Necesito que sigas tu vida como si nada de esto hubiera sucedido. Iris
asumirá lo de su padre tarde o temprano y volverá a ser la misma.
—Eso no cambia nada pueden interceptarla de nuevo en cualquier Gran
Premio.
—No la lleves. Invéntate alguna excusa, pero no podrá acudir.
—Claro, ¿y crees que es tan sencillo con ella?
—Tendrá que serlo por su bien.
—Me odiará de nuevo.
Mis manos suben y bajan como las de un niño que está teniendo su
primera rabieta. Un niño que acaba de expresar su miedo más profundo
porque puede que Iris Stars le importe más de lo que muestra al resto.
Michael suelta el agarre que mantenía sobre mis hombros para
acercarme contra su pecho. Más allá de la apariencia que tiene, fría y
distante, siempre ha estado cuando lo he necesitado. Cuando lo hemos
necesitado.
Sus brazos me inspiran confianza. No tengo ni la menor idea de cómo lo
consigue, pero en su pecho todo parece menos peligroso de lo que la vida
en realidad es. Michael Douglas es un lugar seguro que no quiero perder.
Aprieto su espalda con fuerza.
—Lo vamos a solucionar. No sé cuánto tiempo nos llevará, pero todo
volverá a la normalidad. Vamos a salir de esta como hemos hecho en más
de una ocasión.
Asiento mientras Ash aprieta mi brazo con cariño.
Salimos ambos del despacho después de que Michael nos pida
encarecidamente que no levantemos sospechas ya que no nos podemos fiar
de nadie. Y por supuestísimo, que mi madre no se entere de nada de lo que
está sucediendo. Tras todos los años que llevan juntos mi madre y Michael,
sigo sin creerme que él la proteja y la cuide como se merece. Sin miedos a
que ella sufra en el camino. Tengo muy claro que si Michael tuviera que
tomar una bala por mi madre, lo haría sin pestañear.
Esto no solo puede destrozar mi vida, también la de ella y tenemos que
ir con pies de plomo para que no caiga de nuevo en una profunda depresión.
Echo un vistazo rápido a Asher. Hemos salido por la parte trasera del
despacho, no obstante, conociendo que hay varias personas en la casa no
me gusta dejar ningún cabo suelto.
—Esto no lo he hablado delante de Michael porque quería conocer tu
opinión pero, ¿no crees que tú también deberías de tener cuidado?
—¿En qué sentido? Siempre tengo cuidado, lo sabes mejor que nadie.
—No sé, Ash. Aquí todo el mundo te puede ver, es peligroso, ambos lo
sabemos y con toda esta situación…
—Oye —toma mis hombros bajo su tacto como hizo Michael hace unos
instantes—. Me sé cuidar mejor que nadie. No tienes que rayarte por mí. No
saldré de casa si no es estrictamente necesario.
—Ni pasearás detrás de Ada.
No es una pregunta es una afirmación.
Asher nunca me ha dicho lo que siente por mi amiga, es algo que he
asumido por la forma en la que la busca, me habla de ella y espera
encontrar algo en la dark web que la haga sonreír al enviárselo en un
mensaje friki.
Al principio tenía pánico de que Ada me odiase más de lo que el perdón
pudiera hacer en nuestra relación. Nada de eso sucedió, sino todo lo
contrario, estos dos cada vez están más cerca el uno del otro.
—¿Te ha dicho algo?
Sonríe como un idiota y ha obviado lo que le acabo de decir. Tenía
razón, Ash está atontado con el carácter pasota y tímido de Ada.
—No ha abierto la boca. No es necesario, es de lo más expresiva.
Sonríe y se le pone cara de idiota enamorado.
Madre mía, espero que esto no salga mal.
—Me cae bien, es una chica de lo más críptica.
—Y a ti, como buen hacker, te mola todo lo críptico.
—No soy hacker.
—Es verdad que lo que haces es todo muy legal.
Ambos nos reímos de la broma que comenzó hace años cuando Michael
destinó parte del trabajo de su equipo informático profesional en él. Me
gusta cómo las facciones de Asher se transforman cuando ríe, transmite paz
y algo cálido en mi pecho.
—Prométeme que tendrás cuidado.
—Lo he hecho desde que éramos niños, Beck. No temas por mí.
—Si fuese tan sencillo decirlo como hacerlo…
Asher ha sido mi talón de Aquiles desde que tengo uso de razón. El
soñador al que protegería por encima de cualquier demonio que intentase
eliminar su bondad y su sonrisa. El que ha sufrido porque la vida se cebó
con él desde una edad demasiado temprana. El que no ha conocido la
libertad de ser por mi culpa. El que ha tenido que vivir escondido, siempre
en las sombras y aun así iluminaba al resto con su luz.
Creo que Asher e Iris, aun siendo personalidades totalmente diferentes,
guardan una similitud y es que me gusta tenerlas en mi vida porque borran
todos los malos momentos de un plumazo. Por su forma de ser, por su
forma de actuar y porque sacan nuevas versiones de mí mismo. La creativa,
la juguetona, la protectora, la sonriente, la canalla…
—¿QUÉ COJONES ES ESTO?
Y el miedo.
También desatan el miedo a la pérdida porque, cuando tienes un tesoro,
lo peor que te puede ocurrir es que tú mismo lo pierdas.
La voz de Iris rompe por completo la burbuja de alivio que había
construido tras el paso por el despacho de Michael.
—Mierda —suelta Asher ante la atenta mirada de Iris.
Intenta echar a correr lejos de mi cuerpo, pero se lo impido con un tirón
en el brazo.
—Déjalo, Ash. Ya no hay nada que hacer.
38. ESTO NO LO VI VENIR EN LA VIDA.
IRIS

Ada sale pitando hacia el servicio en cuanto nos posamos del coche de
Nate que desaparece antes de que podamos despedirnos de él. Ha sido un
día más normal de lo que creía en un comienzo y todo se debe a estas
personas que de primeras apunté con el dedo como pijos sin sentimientos.
Una de las cosas a las que debo darle la razón a mi madre es que en
ocasiones hablo más de la cuenta. No debería de haber juzgado con tanto
fervor a los Douglas ni su forma de vida. Ha sido diferente a la mía, muy
pero que muy diferente, no obstante he descubierto que se quieren y se
protegen del mismo modo que yo y mi madre hemos hecho siempre.
Hablando de familia. Me he olvidado por unas horas de mi padre. No lo
he conseguido al cien por cien porque en el trayecto de vuelta he hecho un
par de búsquedas en internet sobre su enfermedad.
Quiero conocer cómo su problema afectaba a su día a día, a sus
decisiones. También me encantaría conocer las opiniones de familiares que
han sufrido desde otro punto de vista la enfermedad. Sin embargo, cuando
entro en las noticias y en los informes psicológicos que encuentro en
internet, me siento una impostora porque nunca hice nada por buscar una
razón para su comportamiento. Vale que desconocía su diagnóstico, pero
aun así me dejé cebar por mis propias opiniones infundadas en la rabia.
Lo dicho, que tengo tal montaña de sensaciones, sentimientos y
emociones que no sé hacia donde mirar porque siento que con cada
movimiento me mareo.
—¿Qué tal ha ido el día, Iris?
No he escuchado a Núñez acercarse a mí. Hasta tal punto llega mi
desconexión con la realidad que no sé a quién tengo delante.
—Ha sido interesante. Los he derrotado en la pista.
Hay algo en la postura de Núñez que no me inspira confianza. Está más
rígido de la cuenta como si la conversación no naciese de su propia
voluntad, sino que fuese algo impostado. Una orden de uno de sus jefes.
Borro el pensamiento al instante en el que me lanza una sonrisa que le
llega a los ojos. Me estoy volviendo loca con tanto pensamiento.
—No dudaba de tus capacidades. Aún tenemos pendiente que tomes mi
asiento cuando me encuentre de vacaciones.
—Eso sería una pasada. ¿Has hablado con mi tío porque sino lo haré yo
misma?
Sonríe, pero baja la cabeza para evitar que vea todos sus dientes.
—No será necesario. Estoy seguro de que el señor Michael desestimará
tu propuesta, eres parte de la familia.
—Eso no quita a que pueda trabajar para él, es más, debería de ir
dándole la idea.
Llevo desde que salí esta mañana de casa con la idea de hablar con mi
tío de una forma más cordial. No quiero sacar el tema de mi padre, ni el
porqué no he estado con ellos durante todos estos años. Ahora mismo no
estoy preparada para ello, pero sí para recuperar un tío con el que poder
hablar sin miedo a que me juzgue. Que me aporte consejos cuando tenga
incertidumbres. Que sea un punto de apoyo más allá de mi madre.
Una familia al fin y al cabo.
Esquivo el cuerpo de Núñez para subir a su despacho a pesar de ello este
es más rápido y me corta el paso.
—¿Qué haces?
—No es necesario que lo molestes por nuestra broma, ya habrá tiempo
para hablar.
—¿Qué ocurre Núñez?
—Nada.
Siempre debería de tomar en consideración mi primer instinto. Algo no
anda bien porque el chófer no cesa en retirar los brazos hacia la espalda en
una postura rígida e intentar cortar mi paso.
—¿Dónde está Beck?
—No tengo constancia de su presencia.
—No me hables como un puto robot.
Camino de lado y consigo subir un par de escalones antes de que él me
tome del brazo.
—Iris, por favor, no subas.
—¿Qué me están ocultando?
—No hay nada que ocultar, simplemente confía en Michael.
Me suelto de su agarre con fuerza y sin ninguna delicadeza.
—¿Cómo queréis que confíe sin pruebas de ello? Nadie ha confiado en
mí para hablar de la verdad. Es normal, lo más normal del mundo que dude
de las intenciones de ellos.
El hombre parpadea y deja que su brazo vuelva a su posición natural.
Derrotado porque sabe que he tomado la decisión de acudir al despacho de
Michael con todas las consecuencias.
Cambio la dirección y corro para subir todas las escaleras que restan. En
mi cabeza solo hay un objetivo. Abrir esa puñetera puerta y pedir
explicaciones a Michael por lo que acaba de ocurrir. Si quiere tener una
relación cordial las mentiras deberán de ser olvidadas o me iré de esta casa
antes de que pueda hacer algo para borrar la idea de mi cabeza.
Estoy tan enfocada en decir unas palabras fuertes cuando abra la puerta
que no me doy cuenta de que antes de alcanzar dicha estancia hay dos
personas.
Dos personas totalmente idénticas.
Con el mismo rostro.
Si no fuera porque lucen diferentes vestimentas, achacaría a mi
incapacidad de concentrarme en la realidad de las últimas horas la dualidad
que estoy viendo.
Pero no.
Esto que tengo delante es muy real.
¿Por qué Beck está repetido delante de mis ojos?
¿POR QUÉ HAY DOS BECK MIRANDO HACIA MÍ?
CONTINUARÁ...

Pero antes de que te vayas te quiero pedir un favor como autor. Guarda este
secreto para ti. Descubrirlo es un viaje que todos los lectores deberían de
hacer a ciegas.

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