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La dualidad del ser humano y su lucha interna entre el bien y el mal

El sol se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, pintando un patrón de luz y sombra en la

habitación. Juan se encontraba sentado en el borde de la cama, con la mirada perdida en el

horizonte invisible más allá de la ventana. Su mente estaba atormentada por una decisión que lo

mantenía en un estado de angustia constante.

Había estado trabajando como contador en una empresa durante varios años, pero recientemente

se había encontrado en una situación complicada. Su jefe le había pedido que manipulara algunas

cifras en los informes financieros para ocultar ciertas irregularidades. Al principio, Juan había

rechazado la idea, pero conforme pasaban los días, la presión de su jefe y el temor a perder su

trabajo lo habían llevado a reconsiderarlo.

Ahora, sentado en su habitación, Juan se encontraba dividido entre dos fuerzas opuestas. Por un

lado, su integridad moral le gritaba que no podía participar en algo tan deshonesto y

potencialmente ilegal. Por otro lado, el miedo a las consecuencias de negarse le atenazaba el

corazón. ¿Qué pasaría si perdía su trabajo? ¿Cómo podría mantener a su familia?

Sus pensamientos eran un torbellino de dudas y ansiedad. Por un momento, consideró la

posibilidad de buscar otro empleo, pero la incertidumbre del mercado laboral lo desanimaba.

¿Valía la pena arriesgarlo todo por un principio moral?

Finalmente, tras horas de agonía interna, Juan tomó una decisión. Se levantó de la cama con

determinación, decidido a enfrentar las consecuencias de su elección. Llamó a su jefe y, con voz

firme, se negó a seguir adelante con la manipulación de los informes. La conversación fue tensa y

cargada de amenazas veladas, pero Juan se mantuvo firme en su postura.

Al colgar el teléfono, Juan sintió un peso enorme levantarse de sus hombros. Aunque las

consecuencias de su decisión aún eran inciertas, se sintió reconfortado por haber actuado de
acuerdo con sus principios. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero al menos podría

mirarse al espejo con dignidad y honradez.

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