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Reseña a Eric Hobsbawm, Entrevista sobre el siglo XXI, Barcelona, Crítica,

2000.

Entrevista sobre el siglo XXI bien podría ser un nuevo epílogo a The Age
of Extremes –impropiamente editado en castellano como Historia del siglo XX–
si no fuera porque largos e interesantes pasajes se internan por cuestiones del
pasado político y personal del autor. En todo caso sería un cierre ampliado de esa
historia secular que ha recibido tanto elogios como críticas pero que sin duda si-
gue constituyendo hasta hoy la más sólida interpretación que se haya producido
sobre el corto siglo XX. Pero este cierre que destaca todo aquello que el final de
una época ha clausurado es también una apertura a pensar las nuevas líneas de
fuerza sobre las cuales se estaría gestando el escenario de siglo XXI, y en estas
reflexiones Hobsbawm tampoco oculta ese escepticismo –ahora quizás levemente
compensado por lo que cree nuevos signos del desarrollo histórico– que dominó
su escritura sobre la era recientemente concluída.
Tras una variedad de temas y problemas que van desde las nuevas modali-
dades de la guerra hasta las disyuntivas demográficas y ecológicas pasando por la
nueva cultura popular global o la reemergencia del nacionalismo –por mencionar
algunos–, la entrevista –conjunción de un diálogo con un asomo conjetural a las
características e imbricación de las tendencias políticas, sociales, económicas y
culturales presentes– encuentra su tema mayor en las formas del proceso de glo-
balización y en los obstáculos o límites que ese mismo derrotero histórico encuen-
tra a su paso. Si la globalización, un proceso irreversible, no puede restringirse a
su dimensión económica, Hobsbawm se apura a señalar que menos aún puede
ser homologada a la versión que de ella brinda el discurso neoliberal; en todo caso
–y aun cuando al fin del siglo la gran mayoría de los pueblos está mejor que antes,
sea cual sea el parámetro de medida–, ese fundamentalismo del mercado libre ha
tenido la capacidad de establecer una relación que no tiene por qué ser necesaria,
y que ostenta entre algunas de sus consecuencias principales la de configurar una
situación donde a una inigualada producción de riqueza mundial le corresponde
una distribución cuyos niveles de desigualdad casi no encuentran antecendentes
históricos. Torcer el rumbo de esta tendencia es, entonces, una tarea del siglo que
entra; pero es aquí donde su escepticismo cala hondo: si la distribución no puede
ser obra del mercado, las superpuestas crisis de la política tal como existió en el
siglo XX y del estado-nación tanto en su sentido político-territorial como en su ver-
sión esencialista, oscurecen las perspectivas sobre la instancia de autoridad que
podría acometer esa tarea de equiparación distributiva, sobre todo cuando obser-
va que los intentos de constitución de instituciones supranacionales como la Unión
Europea o las nuevas formas de las políticas de izquierdas tropiezan, a su juicio,
con sus propias limitaciones. Estas apreciaciones no lo llevan, sin embargo, a caer
en el fatalismo; al mismo tiempo que cree que la era neoliberal está llegando a su
fin, apunta que el rasgo homogeneizante de esta globalización encuentra sus pro-
pios obstáculos y el proceso podría ser controlable si existiera la voluntad política
para ello –la cual hasta ahora, se lamenta, sólo se ha manifestado en momentos
de crisis.

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El problema es que la política, en tanto intervención colectiva, ha sido heri-
da en profundidad por el extremo individualismo con que el capital tiñe la globali-
zación, y tiene además en el plano internacional la grave dificultad, a juicio de
Hobsbawm, de escapar a ese proceso: mientras la economía, la cultura, las co-
municaciones o la técnica se han globalizado o están haciéndolo, “la globalización
es un proceso que simplemente no se aplica a la política” (p. 62). Quizás en esta
cuestión Hobsbawm esté más atento a las capacidades de intervención de los es-
tados nacionales o los gobiernos y a una concepción de la política que él mismo
señala como la única que conoce –la política democrática de masas nacida hacia
fines del siglo XIX–, y descuide las nuevas formas actualmente emergentes de
una política global (o internacionalista, en términos caros a la tradición marxista).
La riqueza de Entrevista sobre el siglo XXI reside en gran medida en esa
peculiar capacidad de este intelectual británico para enlazar consistentemente his-
toria y política, pasado y presente. Seguramente esa virtud abreva en un pensa-
miento matrizado por un marxismo inclinado a analizar el movimiento unitario de
los procesos históricos, destacando sus dimensiones estructurales y sus determi-
naciones históricas. Para quienes todavía pensamos en la pertinencia y la necesi-
dad de una historia global, Hobsbawm sigue siendo un pensador referencial.

Roberto Pittaluga
(publicado en en Ciencias Sociales. Publicación de la
Facultad de Ciencias Sociales – UBA, nº 43, agosto de
2000, p. 34)

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