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Pipoleto vive una gran aventura para conseguir sus sueños: Ver una cosa que

tiene mucha agua que se llama Mar.


Y también conocer el mundo que hay fuera de la selva.

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Ana Sánchez Quiles

El elefante Pipoleto que quería


ver el mar
ePub r1.0
Titivillus 26.04.2024

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Ana Sánchez Quiles, 2021
Ilustraciones: Ana Sánchez Quiles

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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A mis nietos:

Pablo, Carlos y Mar

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l elefante Pipoleto, era un elefante muy joven,
vivía en la selva con su familia, pero él se aburría,
quería ver mundo y le decía a su mamá:

—Mamá, yo quiero salir de la selva, yo quiero ver una


cosa que hay que tiene mucha agua y es inmenso, tan
inmenso que la vista se pierde y no puedes ver la otra
orilla, dicen que se llama Mar.

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—¿Dónde has escuchado eso? Yo nunca lo he oído,
Pipoleto. —⁠Decía la mamá elefanta con cierto gesto de
sorpresa.

—Mamá, lo he escuchado de las aves migratorias,


estaban hablando entre ellas de lo cansadas que
terminaban cuando tenían que cruzar el mar.

—Pipoleto, creo que eso no lo has tenido que escuchar


bien, porque es imposible que haya un lugar que tenga
tanta agua.

—Bueno mamá, cuando vea a la aves se lo preguntaré.

—“Este hijo mío siempre tiene la cabeza llena de


gorriones”.

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Pipoleto se quedó pensando, qué puedo hacer para ir a
ver ese lugar, y de pronto se acordó del señor Búho que
era sabio ¡seguro que él lo sabe! y se puso muy
contento.

Pipoleto se dirigió al árbol donde vivía el búho, don


Sabiondo, que así se llamaba, pero cuando llegó, don
Sabiondo estaba dormido, porque los búhos son
noctámbulos, duermen de día y están despiertos de
noche.

—¡Anda! —dijo Pipoleto muy triste, ¿ahora qué hago?


si lo despierto para preguntarle, seguro que se enfada y
no querrá contestar mi pregunta. ¡Uf qué pena, yo que
venía tan contento y ahora no le voy a poder preguntar!
Miró hacia donde estaba el búho dormido y vio en el
árbol de al lado a un par de cotorras. A Pipoleto se le
ocurrió una idea y las llamó, ellas acudieron al instante.

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—¿Qué quieres Pipoleto, qué necesitas de nosotras?
—⁠A Pipoleto lo conocían todos los animales del bosque,
porque era muy bueno y cariñoso con todos los animales
y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás.

—Buenas tardes señoras Cotorras, me gustaría que me


hicierais un favor, necesito que os pongáis a cotorrear lo
más alto que podáis, porque quiero que el búho se
despierte, es que le tengo que hacer una pregunta que
para mí es muy importante, pero si lo despierto se
enfadará conmigo y no la querrá contestar. Pero si
vosotras lo hacéis, no pasará nada, porque todo el
mundo sabe que vosotras sois muy escandalosas y Don
Sabiondo lo tomará como una cosa normal.

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—Está bien, te haremos el favor. —⁠Las dos empezaron
a revolotear alrededor del búho cotorreando y haciendo
un ruido infernal.

Don Sabiondo se despertó sobresaltado y malhumorado,


diciendo…

—¿Quién se ha atrevido a despertarme? ¡Ah! han sido


las cotorras, las voy a perdonar porque ellas no pueden
evitar ser como son.

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Pipoleto dejó pasar un rato para que a Don Sabiondo se
le pasara el mal humor y en cuanto lo vio más tranquilo,
se acercó a él.

—Buenos días Don Sabiondo, qué raro que lo veo


despierto. —⁠Don Sabiondo con un gruñido, le contestó
los buenos días.

—¿Qué te trae por aquí Pipoleto? —⁠Le dijo Don


Sabiondo.

—Pues verá usted, yo venía a hacerle una pregunta, pero


como lo vi dormido no quise despertarlo y ya me iba,
cuando de pronto he escuchado a las cotorras y he visto
que usted se ha despertado. Entonces me he quedado
esperando un ratito hasta que usted se ha espabilado.
—⁠Dijo Pipoleto con un poco de remordimiento por
haber mentido.

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—Bien pues hazme la pregunta de una vez, que quiero
volver a dormir. —⁠Don Sabiondo tenía fama de no ser
muy simpático.

—Está bien, voy a ir al grano. Quiero saber si en el


mundo hay un lugar donde hay tanta agua que no se ve
la otra orilla y se llama mar.

—Pues claro, el mar es una masa de agua inmensa, en el


mundo hay mucho más agua que tierra.

—¿Pero para qué quieres saberlo?

—Porque quiero ir a ver el mar y también el mundo que


hay fuera de la selva.

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—Pero Pipoleto, el mundo fuera de la selva es muy
peligroso, aquí estás con tu familia y te sientes seguro,
todo el mundo te conoce y entre nosotros tratamos de
cuidarnos unos a otros, pero fuera de aquí están los
humanos. Ellos tienen poco respeto por los animales y
cuando te vean te cazarán y te llevarán a un circo y allí
te harán actuar, te darán poca comida, te darán latigazos
para que aprendas a hacer lo que ellos quieran. No seas
loco y quédate aquí en tu mundo con tu familia.

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—Pero es que yo aquí me aburro, necesito ver mundo.
—⁠Le dio las gracias a don Sabiondo y se marchó.

—¡Pero bueno, es que nadie me comprende!, pues yo


tengo que ver el mar, ya veré la forma de hacerlo.

Esa noche no pudo dormir, no hacía nada más que darle


vueltas a la cabeza para ver si se le ocurría algo, de
pronto se le encendió una luz y vio claro lo que iba a
hacer.

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—Mañana antes de que amanezca y estén todos
dormidos me escaparé y me iré en busca del mar y allí
seguro que lo paso muy bien.

Así hizo cuando el sol despuntaba, él se levantó muy


despacito para no hacer ruido. Le dio un beso a su mamá
en la frente con mucho cuidado para no despertarla y se
marchó a vivir su aventura.

Estaba muy contento, se sentía libre. Llevaba varias


horas caminando y todavía no había salido de la selva,
iba comiendo de los árboles que estaban a su paso y
bebiendo de los charcos que encontraba, porque como
todo el mundo sabe, en las selvas llueve mucho debido a
la gran vegetación que hay.

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Ya había entrado la noche cuando por fin salió a un
espacio abierto, no había árboles y ningún tipo de
vegetación. Cuando Pipoleto miró a su alrededor y vio
lo desolado que estaba el paisaje, sintió como si
estuviese desnudo y con un poco de miedo, pues nunca
había visto nada igual.

Pero se armó de valor y se dijo; —⁠Ahora que he llegado


hasta aquí no me voy a echar atrás⁠— y siguió su camino
a lo desconocido. Estaba cansado pues había estado
caminando todo el día sin parar, tenía hambre pero por
aquellos parajes no se veía ningún árbol ni matorrales de
lo que pudiera comer, también tenía sed, tampoco veía
ningún charco donde poder llenar la trompa. Pero el
ánimo no lo perdía, pensaba que mañana encontraría
comida y agua. Ahora lo que necesitaba era descansar
para que pudiera seguir adelante con su aventura.

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Había un muro de una casa abandonada que estaba
medio derruida y allí a su resguardo se acostó.

Se quedó dormido y soñó con su mamá, su papá y sus


hermanos. Los vio que estaban todos muy apenados por
la huida de él. Acababa de amanecer cuando escuchó un
ruido infernal. Se despertó asustado y no se atrevió a
levantarse, se quedó detrás del muro escondido hasta
que el ruido fue alejándose. Levantó la cabeza para ver
de dónde procedía y vio una cosa muy rara que echaba
humo por detrás.

Se preguntaba qué clase de animal era ese que él nunca


había visto.

Es que claro, él no había salido nunca de la selva y


nunca había visto coches ni nada, del mundo de la
ciudades.

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El lugar que había escogido para pasar la noche estaba
justo al lado de una carretera.

Cuando se recuperó del susto, se levantó y empezó a


desperezarse. Emprendió el camino, sentía que las tripas
protestaban, ¡estaba tan hambriento y sediento que no
podía ni pensar! Más adelante, vio un árbol que apenas
tenía hojas y el pobre estaba casi seco, pero Pipoleto fue
hacia él y con la trompa absorbió todas las hojas que al
pobre árbol le quedaban y así calmó un poco el hambre.
Siguió adelante, ahora tenía que buscar agua, sabía que
si no bebía, moriría.

Porque los animales, como las personas, sin agua no


pueden vivir. Un poco más adelante vio lo que parecía
un charco de agua muy oscura y pestilente. Metió la
trompa en aquel agua y tragó buena cantidad.

Nada más bebería le dieron ganas de vomitar, aquel


agua provenía de una tubería de agua residuales y estaba
asquerosa.

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Pipoleto ya casi se estaba arrepintiendo de haber dejado
a su familia y la selva. Allí no tenía que preocuparse ni
de la comida ni del agua y también echaba de menos a
sus padres.

Siguió andando y subió a una loma y desde allí no podía


creer lo que estaba viendo. Delante de él apareció una
inmensa masa de agua ¡¡Dios mío, eso es el Mar!! ya no
me importará lo que me pase, he visto el mar y es
maravilloso. Siguió andando quería verlo de cerca
tocarlo y meterse en él y beber de aquel agua, después
volvería a su hogar con su familia.

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Cuando llegó a la orilla metió sus patas en el agua, notó
que estaba fría pero no le importó, llego una ola gigante
y lo bañó entero. Pipoleto reía sin parar, pero cuando se
dispuso a beber, rápidamente expulsó todo el agua que
había cogido porque comprobó que era salada. ¡Pero
bueno, es que fuera de la selva no hay agua potable!

Se sentó en la arena y decidió que tenía que volver, su


familia estaría muy preocupados por él.

—He sido muy egoísta, pensando solo en mi capricho,


sin pensar el daño que les hacía a ellos, y en ese
momento los ojos se le llenaron de lágrimas.

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Cerró los ojos un rato y cuando los abrió vio a un grupo
de hombres con unas gruesas cuerdas en las manos que
lo estaban rodeando, Pipoleto intentó levantarse pero era
demasiado tarde. Los hombres lo habían amarrado y lo
estaban cargando en un camión, lo llevaron a un circo,
donde había otros animales. Leones, tigres, elefantes,
pero ninguno era de su familia. Pipoleto estaba muy
triste, pensaba que ya nunca volvería a ver a sus padres
y no podría volver a la selva.

Ahora cuando pensaba en su selva le parecía que era el


lugar más maravilloso del mundo y no comprendía
como antes no le gustaba.

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La vida en el circo era dura, había un hombre que era el
domador y siempre tenía un látigo en la mano y cada
vez que daba una orden le estrellaba el látigo en el lomo.

El pobre Pipoleto lloraba y cada día estaba más triste no


quería comer pues aquella situación no le gustaba nada.

En el circo había un niño que se llamaba José, de unos


diez años. Era el hijo de un matrimonio de trapecistas y
cuando vio a Pipoleto tan triste se apiadó de él y todos
los días iba a hacerle compañía.

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Al joven elefante le gustaba las visitas de José pero no
dejaba de pensar en su familia y lo mal que lo tendrían
que estar pasando sus padres, ojalá le hubiese hecho
caso al búho Don Sabiondo.

José le traía golosinas y también recogía hojas frescas


para que se las comiera, pero a Pipoleto no le apetecía
nada.

A José se le ocurrió una idea, porque le daba mucha


lástima verlo tan triste y pensó en ayudar a Pipoleto a
regresar a la selva con su familia.

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Todavía no sabía cómo lo haría pero tenía que
intentarlo. Cuando se lo dijo a Pipoleto este se puso muy
contento y se puso hacer piruetas. José reía al verlo tan
alegre.

A medianoche, José se presentó en la jaula de Pipoleto,


le dijo que no hiciera ruido que se tenían que ir antes
que los del circo se dieran cuenta, Pipoleto hizo lo que
pudo por no alertarlos, pero todos sabemos que los
elefantes son muy patosos, pero al final salieron sin que
los viera nadie.

Fue una vuelta muy complicada, ya que un elefante con


un niño no pasaban desapercibidos, pero como era de
noche, las calles estaban desiertas.

José estaba muy contento de ver a Pipoleto tan feliz. Iba


subido en el lomo del elefante, y por fin salieron de la
ciudad y llegaron al campo.

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Estuvieron andando dos días hasta llegar al borde de la
selva. Allí se despidieron. Pipoleto no quería que José se
adentrara en ella, porque lo mismo de peligroso es la
selva para un humano que la ciudad para un elefante.

Los dos lloraron al despedirse prometiendo que


ningunos de los dos se olvidarían.

José cogió el camino de vuelta cuando vio a lo lejos a


sus padres que lo estaban buscando ya que se habían
imaginado que iría a la selva a llevar a Pipoleto y
acertaron.

Los padres al ver a José lo abrazaron y él les pidió


perdón, pero tenía que ayudar a Pipoleto porque si no
hubiese muerto de pena.

Los padres se sintieron orgullosos de su hijo al ver el


buen corazón que tenía.

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Pipoleto los vio desde lejos y se alegró mucho que
estuvieran allí porque así José no tendría que volver
solo, ya que era muy pequeño y había muchos peligro en
un camino tan largo.

Por fin estaba en su selva querida, pronto estaría con su


familia y jamás volvería a pensar que la selva era un
lugar aburrido. Anduvo a buen ritmo para llegar al lugar
donde estaba su familia. Al cabo de unas horas llegó al
sitio donde vivían y cuando lo vieron, todos se pusieron
muy contentos y lo rodearon demostrándole cuánto lo
querían.

Les prometió que jamás se marcharía de su hogar. Había


entendido que lo mejor del mundo es la familia.

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Por las noches, Pipoleto se sentaba en el centro de un
círculo formado por todos los animales de la selva. Allí
contaba todas las aventuras que había tenido en el viaje
y les explicaba una y otra vez, como era el mar. Todos
se quedaban con la boca abierta escuchándolo, pero él
les advertía a los elefantes más jóvenes que ni se les
ocurriera hacer la misma tontería que él había hecho,
pues por muy fascinante que sea lo que hay fuera no se
puede comparar con esta maravillosa selva, que es
nuestro hogar.

FIN

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ANA SÁNCHEZ QUILES (Málaga, España).
Ha publicado varias poesías en la revista Amaduma del Aula de Mayores de la
Universidad de Málaga.
Ha colaborado en los libros: Camino de la Universidad, A la Luz de la Poesía
y Cuatro Elementos.
En solitario el poemario A flor de Piel y diez cuentos infantiles, entre ellos El
elefante Pipoleto que quería ver el mar.
Las novelas Atrapada y Cenizas y rosas.
Premios:
2016. 2.º Premio de Poesía de la Asociación Cultural Zegrí.
2017. 1.º Premio de Poesía de la Asociación Cultural Zegrí.
2018. 2.º Premio de Poesía de la Asociación Cultural Zegrí.
2018. 2.º Premio de Poesía de la Asociación Frater.
2019. 2.º Premio de Poesía de la Asociación Frater.

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