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7. El triunfo de la cultura escrita.

7.1. La revolución de la imprenta y la cultura del libro: autores,


lectores y públicos.
7.2. Gobernar por escrito. Orígenes de la opinión pública

7.1. La revolución de la imprenta y la cultura del libro: autores, lectores y públicos.

Para empezar este tema, os pido que recordéis la serie de grabados conocidos como Nova
reperta que fueron presentados en el tema 1. Se trataba de las grandes “invenciones” fruto
del ingenio humano que habían supuesto la superación del mundo medieval y el paso a la
primera Modernidad.

Uno de esos “nuevos hallazgos” fue la imprenta, como se puede ver aquí en el grabado
“Impressio librorum” que formaba parte de la serie original de estampas de Stradanus (Jan Van
der Straet)

Los dos versos que acompañan a la estampa son muy significativos

Potest ut una vox capi aure plurima / Linunt ita una scripta mille paginas

[De la misma forma que una sola voz puede captar la atención de muchos, así una sola
página escrita [impresa] se despliega en otro millar de páginas]

Lo que importa de la escritura impresa es su capacidad de multiplicar un original inicial, es


decir, de reproducirlo/copiarlo a través de un proceso mecánico en el que se introducen
tipos metálicos y móviles. Se conoce, por tanto, como tipografía o, también, imprenta manual.

La imprenta tipográfica europea fue inventada por Johannes Gutenberg (Johann Gensfleisch)
hacia mediados del siglo XV. Antes ya habían existido en Europa formas de copia de textos a
través de tacos de madera xilográficos y, por supuesto, había formas de imprenta de este
tipo en Corea, Japón y China desde siglos atrás.

Para la Europa occidental se trató de una invención de enormes resonancias culturales y


políticas, como vamos a ver en este tema.

De un lado, su importancia fue capital para la difusión de la propaganda regia –la imprenta
fue un medio utilísimo para la absolutización monárquica-, pero también terminó siendo un
instrumento de la opinión pública y, en consecuencia, de la transformación social que puso
fin al Antiguo Régimen.

De otro, la difusión fue capital para la difusión de las nuevas ideas de las reformas católica y
protestantes o para la difusión de modelos identitarios, como –recordad- el del cortesano, o
para la lucha entre confesiones o el debate científico.

Todo esto sin olvidar que dio lugar al público y al autor propiamente modernos, como
también veremos en este tema.

Por todo ello, se comprende bien que, desde una visión diacrónica de la Edad Moderna, se
haya considerado una revolución y a Gutenberg un revolucionario. Sin embargo, una visión
sincrónica de la imprenta nos permite considerar que no fue tan revolucionaria como
quisieron los ilustrados del XVIII y los románticos del siglo XIX.

Lectura complementaria: Elizabeth S. Eisenstein, La revolución de la imprenta en la Edad


Moderna europea, Madrid: Akal, vv.aa.

La llegada de la imprenta a Europa occidental suponía que, de hecho, la escritura se dividiera


en dos formas:
 la escritura manuscrita, a mano o ad vivum, en la que un original se componía o se
copiaba a mano
 el nuevo ars artificaliter scribendi, la imprenta o tipografía en la que un original era
reproducido mecánicamente, como un arte artificial de escribir frente a una
escritura que se realizaba en directo (ad vivum)
En el imaginario decimónico, y en sus continuadores del XX e incluso XXI, la imprenta de
Gútenberg llega a una Europa dominada por los escritorios monásticos de la alta y plena Edad
Media.

Sin embargo, como mostró Eisenstein, la tipografía llegó a una Europa tardomedieval donde
existía un complejo tejido de empresarios y oficiales dedicado a la copia de manuscritos para
su venta. Se trata del mundo de los cartolai del Renacimiento italiano que hacían copias por
encargo o, incluso, disponían de un stock de textos a disposición de los posibles
compradores.

El sistema de los cartolai –se toma el nombre de los italianos para llamar a todos los
empresarios con talleres de copia- distaba mucho del mundo de los scriptoria monásticos
plenamente medievales.

Por decirlo de alguna manera expresiva, la copia manuscrita en tiempos de Gutenberg no tenía
nada que ver con el mundo de El nombre de la rosa de Umberto Eco:

De un lado, los cartolai trabajaban en las ciudades, adoptando el sistema gremial y


desarrollando formas de copia a pecia, es decir, copias por pedazos o cuadernillos en los que
se dividía un códice. Los pecia eran distribuidos por el patrono entre distintos oficiales que
trabajaban en su taller o, incluso, que trabajaban en sus domicilios. Copiados los cuadernillos
eran entregados al patrono, quien se ocupaba de reunirlos para formar un códice que era
puesto a la venta.

De otro lado, los cartolai trabajaron para una demanda fundamentalmente urbana,
desarrollando su actividad en ciudades con comunidades letradas o en las que se precisaran
libros. Estas ciudades podían tener tribunales de justicia, universidades, cabildos eclesiásticos o
cortes nobiliarias o regias. Para ellos copiaban por encargo:
 biblias, comentarios de las Escrituras, padres de la Iglesia, grandes teólogos, etc.
 textos jurídicos del Derecho Común y Canónico, así como sus numerosos
comentaristas, colecciones de sentencias, etc.
 autoridades antiguas y medievales (Aristóteles, Dioscórides, Galeno, Ptolomeo,
Virgilio, Horacio, Cicerón, etc.)
 libros de horas, textos devocionales, literatura cortés, etc.

Podían, también, tener copias en stock de todos esta tipología textual para cualquier posible
cliente.

Vespasiano Bisticci y ejemplares de sus copias

Es a este mercado en el que hay un catálogo amplio y un público ya existente al que llega
Gutenberg con su invención tipográfica. Como se ve, no es propiamente el mundo de los
scriptoria medievales que, aunque tenían una circulación de ejemplares, no puede
compararse tópicamente con el ágil mercado de los cartolai.
El primer libro impreso por Johannes Gutenberg se cree que fue la Biblia de
Maguncia, Mazarina, en honor al Cardenal que poseyó un ejemplar, o de dos columnas,

hacia 1455.

Entre 1455 y 1500 se desarrollaría el período de la imprenta incunable, durante el


cual con una rapidez asombrosa el libro impreso se difundió desde Maguncia, en el Rin, hacia
las cuatro esquinas de la Europa occidental. Es importante destacar que el mundo islámico
no adoptó la tipografía, aunque hay imprenta en árabe con destino a la misión entre
musulmanes o para las poblaciones de cristianos árabes de Oriente Próximo.

Sintéticamente, la invención tipográfica consiste en la utilización de tipos, móviles y


metálicos para la composición de moldes que van a ser entintados con una tinta de origen
oleaginoso. Esos moldes son estampados en una prensa en tiradas que permiten obtener
numerosas copias de un mismo original. Las cifras son asombrosas, pues la tirada media de
un libro de diversión en el Siglo de Oro español era nada menos que de 1500 ejemplares.

Podéis ver este pequeño documental sobre la imprenta manual de Plantin-Moretus en


Amberes. Aunque representa un modelo posterior a Gutenberg, permite conocer bien el
mundo de tipos y moldes: https://www.youtube.com/watch?v=AbuFMAvHIH0

La imprenta de Gutenberg trabaja con TIPOS que correspondían a cada una de las
letras del alfabeto, así como a signos de puntuación,diptongos, etc, METÁLICOS, lo que
garantizaba una mayor duración y hacía posible que fuesen fundidos cuando se agotasen
(cansasen) para volver a crear con el metal resultante nuevos tipos, y MÓVILES, es decir que
podían ser empleados en más de una ocasión.
La idea de MOVILIDAD de los tipos es sumamente importante porque hacía posible
reutilizar tipos empleados para otros textos anteriores.
Con los tipos se creaban los llamados FORMAS o MOLDES que una vez entintados se
llevaban a una imprenta en la que se habían dispuesto PLIEGOS DE PAPEL para que se
desarrollase la tarea de TIRAR, es decir, de presionar fuertemente con un TORNILLO para que
el MOLDE quedase impreso o estampado sobre el papel. Más tarde los pliegos estampados se
secaban sobre cuerdas y, una vez secos, se doblaban para formar los cuadernillos que
componían el libro.

Si volvemos a la imagen de Stradanus, podéis ver las cajas en las que se ordenaban los
distintos tipos (mayúsculas, minúsculas, espacios en blanco, etc.), así como a varios
componedores que copian el texto que tienen ante los ojos o que les dictan en voz alta, un
oficial entintando un molde con una especie de tampones, los pliegos estampados colgando
para secarse, el tirador que se ocupa de la prensa, un aprendiz colocando los pliegos juntos
para ser doblados, las cenizas con las que se preparaba la tinta para imprimir, etc.

Se trataba de una innovación capital frente al sistema de xilografías en las que se


grababan de medio relieve textos completos sobre un taco de madera muy resistente. La
tipografía es muy ventajosa porque permite copiar textos mucho más largos con tipos que
pueden ser reutilizados en numerosas ocasiones y, a la postre, fundidos para servir en nuevos
moldes. En un ejemplo pedagógico, con los cuatro tipos empleados en componer la palabra
R O M A se pueden componer también las palabras O M A R, R A M O, A M O R, M O R A, sólo
si empleamos los cuatro tipos.

Lo que no modificaron Gutenberg ni sus continuadores fue la adopción de un nuevo


soporte –siguió siendo mayoritariamente el papel, aunque hubo algunas impresiones sobre
vitela- ni del diseño del libro porque siguieron produciendo libros en forma de códice. En los
primeros años de la imprenta, la intención era crear un producto editorial que tuviera la
misma apariencia formal de los códices manuscritos. Por ejemplo, si volvemos a la Biblia de
Maguncia, veréis que su apariencia formal es la de un códice manuscrito, efecto que se ha
querido reforzar mediante el recurso a la ornamentación miniada. No tenían portada, sino
que empezaban directamente en el comienzo de un texto ornado con una gran inicial y los
datos “bibliográficos” del volumen (autor, título, lugar de impresión, impresor, fecha…) se
consignaban al final del volumen, en el llamado colofón.

La portada se irá imponiendo poco a poco y lo hará, fundamentalmente, como un reclamo


publicitario en el que se daba importancia –recurriendo a capitales o a tintas rojas- al título de
la obra y a su autor, así como al lugar de impresión, la fecha (para mostrar su novedad) o
incluso el lugar donde se vendían los libros. La portada, en el fondo, es un anuncio que llama la
atención de los posibles lectores.

Este hecho nos permite hablar del carácter mercantil de la imprenta manual desde
mediados del siglo XV. Para comprender a Gutenberg y a sus seguidores no debemos pensar
en los “padres” de un nuevo mundo intelectual, sino en los interesados mercaderes que,
salvo excepciones, producían libros para enriquecerse, buscando hacerse un lugar en un
mercado que, recordadlo, ya existía y era el que servían los cartolai.

Sin duda, los primeros libros mantuvieron el catálogo de los cartolai y su mercado de
copias por encargo o en stock. Los impresores, frente a lo que quiere la leyenda de Gutenberg,
no se unieron a las nuevas ideas del cambio revolucionario. Sino que hicieron que reforzaron el
papel del conocimiento asentado, el saber de las autoridades, ante todo organicistas que eran
las más demandadas.

En suma, gracias a la imprenta los libros fueron MÁS en número, se necesitaba


MENOS tiempo para su reproducción, con lo que las copias resultaron tendencialmente MÁS
baratas y fueron potencialmente MÁS iguales, siempre comparando con las formas de
estampación xilográfica o con el sistema de copias a mano. Los cartolai podían ser mucho
más ágiles que los scriptores medievales, pero tardaban en copiar mucho más que el ars
artificialiter scribendi cuyas copias eran, además, uniformes, es decir reproducían
mecánicamente el texto compuesto en los moldes sin que pudiera intervenir la mano ad
vivum para introducir cambios.

Fue gracias a su mecánica fría y a sus capacidades de difusión estándar por lo que la
imprenta tuvo efectos que podemos calificar de revolucionarios. Gracias a sus más libros,
más baratos, en menos tiempo y más iguales ayudaron a la “aceleración” de procesos
históricos de larga duración como la absolutización de los príncipes, el cambio científico, la
reforma religiosa, la globalización o la transformación social de la esfera pública.
Pero lo primero que conllevó la imprenta fue la creación de un autor moderno que
escribe para un público de lectores también plenamente moderno.
 La imprenta y el surgimiento del autor individualizado y del público masivo
modernos.

La historia de la autoría y del público sufrió una transformación crucial gracias a la llegada de la
imprenta y a su progresiva implantación. El horizonte último del proceso es la creación de una
figura de autor plenamente individualizado y reconocible para una masa indiscriminada de
lectores/oyentes de lectura que no se conocen entre sí y que se reúnen para formar el público
de ese autor o de un género determinado.

Este proceso se conoce con el nombre de heroicización del autor, es decir, de un autor
convertido en una celebridad en su propia vida gracias a que sus obras han pasado por la
imprenta y se han difundido en miles de copias idénticas o casi idénticas. A medida que el
autor se convierte en una suerte de héroe de la creación –aquí está el origen de los
intelectuales contemporáneos-, el público se hace más y más difuso, masivo, indiscriminado.

Autores como Erasmo o Pietro Aretino en el siglo XVI, Descartes en el XVII o Voltaire,
Rousseau, Diderot y muchos otros se convirtieron en figuras de esta nueva autoría. Por lo
general, su retrato grabado personal estaba incluido en sus obras que se difundían impresas y
se produjeron los primeros fenómenos de autor celebridad, como el citado Aretino que era
visitado por curiosos que pasaban por Venecia para conocerlo.

Frente a esta individualización del autor como creador genial, el mundo del manuscrito
anterior a Gutenberg se caracterizaba por reconocer estatuto autorial –es decir, la condición
en parte de autor- hasta a cuatro figuras:

1) Escriba, copista o, propiamente, escritor. El responsable de la copia material. De


muchos manuscritos medievales conocemos el nombre del copista, pero no el del
autor intelectual del texto.
2) Compilador. Se le consideraba figura autorial porque, aunque no creaba un nuevo
texto intelectualmente, creaba un producto textual distinto bien porque copiase
pasajes de diversa procedencia y los reuniese en una obra, que ya era distinta a los
originales, bien porque los hiciese copiar a escribas o escritores profesionales.
3) Comentarista. En este caso, un texto anterior era comentado o glosado por un nuevo
responsable, creando un producto textual también diverso. Normalmente, se
respetaba la jerarquía entre el texto primario y las glosas o comentarios que rodeaban
el texto principal.
4) Autor propiamente dicho. Esta figura es la que “reconocemos” diacrónicamente y en
este caso un autor creaba un nuevo texto sobre la base de experiencias propias e ideas
o textos ajenos que solía citar, aunque no era indispensable.

En tiempos tipográficos, la figura autorial privilegiada va a ser la del autor individual, que es la
que se va a convertir en un “reclamo” comercial para los empresarios de la imprenta y cuyo
nombre van a privilegiar en las portadas, como ya hemos dicho.

Los copistas quedan relegados –dada la naturaleza mecánica de la producción tipográfica- al


mundo de la copia ad vivum, especializándose en la copia de textos de circulación más
restringida. Esta circulación manuscrita fue muy importante para la difusión de textos
heterodoxos, de oposición política o, en general, textos cuya difusión se quería controlar para
que no se hiciesen absolutamente públicos. Hoy se conoce con el nombre de scribal
publication.
Glosadores y compiladores siguen existiendo, pero poco a poco van perdiendo su estatuto
autorial en favor de los autores modernos.

La hegemonía de la autoría individual la vemos corroborada en el fenómeno de la reducción de


la anonimia. Como hemos señalado antes, hay manuscritos medievales de los que conocemos
el nombre del copista –Per Abat en Mío Cid-, pero no el del autor. A medida que avanza la
Edad Moderna las obras anónimas se irán haciendo menos frecuentes debido al
fortalecimiento de la figura del autor. La anonimia, sin embargo, nunca llegó a desaparecer
porque fue una estrategia –junto a los pseudónimos- para difundir obras de crítica religiosa o
política. En consecuencia, los príncipes y las iglesias tendieron a prohibir la publicación de
cualquier libro anónimo.

Como hemos adelantado, la imprenta también fue responsable del surgimiento del público
moderno. Antes nos referíamos al público moderno como a una masa indiscriminada de
lectores/oyentes de lectura que no se conocen entre sí y que se reúnen para formar el público
de ese autor o de un género determinado.

Siempre ha habido públicos para los textos, pero sólo la imprenta permite la creación de un
público moderno porque éste exige que sea masivo e indiscriminado, es decir que un número
muy grande de personas pertenecientes a grupos sociales y políticos, de edad o de sexo
distintos se unan entre sí porque leen/oyen leer las obras de un autor (Cervantes) o de un
género determinado (novelas, libros de caballerías). Además, frente a la variabilidad textual de
los textos manuscritos, la imprenta hace posible que lean textos estandarizados. Es decir,
clérigos, nobles, mercaderes, doncellas, ancianos, jóvenes, campesinos, etc., etc. leen/oyen
leer el mismo texto.

Por ejemplo, leed con atención este pasaje de Don Quijote en el que se muestra cómo
personas de distintos estamentos, edades y géneros se han “agrupado” en torno a un género
determinado, el de los libros de caballerías:

Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de Don Quijote (I,32)

Y como el cura dijese que los libros de caballerías que Don Quijote [hidalgo] había
leído le habían vuelto el juicio, dijo el ventero: No sé yo como puede ser eso, que en
verdad que a lo que yo entiendo no hay mejor lectura en el mundo, y que tengo ahí
dos o tres dellos, con otros papeles que verdaderamente me han dado la vida, no sólo
a mí, sino a otros muchos, porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las
fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos
libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchándole con
tanto gusto, que nos quita mil canas. A lo menos de mí sé decir que cuando oigo decir
aquellos foribundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de
hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días. Y yo ni más ni menos,
dijo la ventera, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis
escuchando leer, que estáis tan embobado que no os acordáis de reñir por entonces.
Así es la verdad, dijo Maritornes, y a buena fe que yo también gusto mucho de oír
aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora
debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña
haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto
es cosa de mieles.

Y a vos, ¿qué os parece, señora doncella?, dijo el cura hablando con la hija del ventero.
No sé, señor, en mi ánima, respondió ella. También yo lo escucho, y en verdad que
aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de
que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están
ausentes de sus señoras, que en verdad que algunas veces me hacen llorar de
compasión que les tengo. ¿Luego bien las remediárades vos, señora doncella, dijo
Dorotea, si por vos lloraran? No sé lo que me hiciera, respondió la moza, sólo sé que
hay algunas señoras de aquellas tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y
leones, y otras mil inmundicias; y, ¡Jesús!, yo no sé qué gente es aquella tan desalmada
y tan sin conciencia, que por no mirar a un hombre honrado, le dejan que se muera o
que se vuelva loco. Yo no sé para qué hacer tanto melindre; si lo hacen de honradas,
cásense con ellos, que ellos no desean otra cosa. Calla niña, dijo la ventera, que parece
que sabes mucho destas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto.
Como me lo preguntaba este señor, respondió ella, no pude dejar de responderle.

Este texto cervantino es uno de los mejores testimonios de la lectura en voz alta, un
fenómeno del que ya hemos hablado al exponer la circulación cultural de la Edad Moderna.
Como veis, los analfabetos podían formar parte del público de los libros de caballerías porque,
aunque no leían por sí mismos, podían acceder al contenido textual a través de alguien que sí
estuviera alfabetizado.

La lectura en voz alta no sólo se empleaba para difundir textos letrados entre
analfabetos, sino que era una práctica muy común en la cultura letrada, de cuya dimensión
oral ya hemos tenido ocasión de hablar en temas anteriores. Por tanto, la lectura en voz alta
se produjo también en los ámbitos letrados, como la vida de corte o la vida de los eclesiásticos.
Normalmente, se oía leer en el momento de la comida o tras las cenas antes de acostarse: la
lectura era grupal y se podría decir que dramatizada, pues el lector/la lectora gesticulaba y
solía hacer algún tipo de registro de voces (más graves, más suaves, etc. según la condición de
quien participara en la narración.

Aquilea leyendo en voz alta para otras mujeres en La lozana andaluza de F.Delicado (1529)

La lectura silente o en silencio es la forma de lectura que hoy practicamos


normalmente. Sus orígenes se remontan a los tiempos de los padres de la Iglesia y, por
supuesto, se practicaba en la Edad Moderna. Es un tipo de lectura individualizada e
interiorizada, que suele vincularse con el trabajo intelectual.
Retrato de fray Jerónimo de Guadalupe, 1586

Por último, la tercera modalidad de lectura sería la lectura rumiada o para la


meditación, una forma de lectura devocional o espiritual en la que el lector leía y recitaba
ciertos pasajes de forma salmodiada para buscar la separación del mundo sensorial o
circunstancial. Normalmente, iba acompañada de la consideración de imágenes devotas que
representaran los mismos pasajes que se sometían a lectura/meditación. Dada la importancia
de las cuestiones devocionales en la Edad Moderna, era un tipo de lectura muy practicado
entre la gente llamada “deseosa”, es decir, con preocupaciones religiosas, incluso ascéticas. Se
consideraba una preparación para la oración mental, forma más elevada de oración que la
oración vocal, y que conduciría a la contemplación espiritual.

Retrato del espiritual Arnout van Geluwe

Las modalidades de lectura son un buen ejemplo de las diferencias entre miradas diacrónicas y
miradas sincrónicas en historia cultural. Desde un punto de vista diacrónica, la lectura silente
es la única forma de lectura reconocible hoy en día para nuestros parámetros. La lectura
rumiada sólo conservaría en ambientes espirituales. La lectura en voz alta apenas ha quedado
reducida a las poesías y algunas lecturas dramatizadas. Sin embargo, desde el punto de vista
sincrónico, las tres formas de lectura encuentran su razón de ser en la coherencia cultural del
período.

Para concluir este apartado del tema 7, es muy importante recordar que una parte de la
libertad de los autores a la hora de escribir nacerá precisamente de que no saben para
quiénes escriben. Es el caso de Michel Montaigne, en sus Ensayos, donde el autor francés
(1533-1592) habla continuamente de su yo, de sus impresiones, sus sentimientos, en
primerísima persona, pero para un público al que, de hecho, no conocía y que no es capaz de
identificar porque es sólo un hipotético lector. Según algunos intérpretes de la obra de
Montaigne, su escritura sacaría partido de ignorar quién lo iba a leer.
Michel de Montaigne, Essais, Prólogo del autor al lector:

Este es un libro de buena fe, lector. Desde el comienzo te advertirá que con él no persigo ningún
fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún
servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas no alcanzan al logro de tal designio. Lo
consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que, cuando yo muera (lo que
acontecerá pronto), puedan encontrar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y por este
medio conserven más completo y más vivo el conocimiento que de mí tuvieron. Si mi objetivo
hubiera sido buscar el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no,
quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio,
porque soy yo mismo a quien pinto. Mis defectos se reflejarán a lo vivo: mis imperfecciones y mi
manera de ser ingenua, en tanto que la reverencia pública lo consienta. Si hubiera yo pertenecido
a esas naciones que se dice que viven todavía bajo la dulce libertad de las primitivas leyes de la
naturaleza, te aseguro que me hubiese pintado bien de mi grado de cuerpo entero y
completamente desnudo. Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no
es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues.
De Montaigne, a 12 días del mes de junio de 1580 años.

Siendo los libros impresos una mercancía, cualquier persona de cualquier edad y cualquier
condición podría llegar a comprarlo en cualquier lugar u oírlo leer. De esa forma, se produciría
la vinculación directa entre el nuevo autor moderno plenamente individual y el público masivo
moderno, gracias a la mecánica impresa con más libros, en menos tiempo, más baratos y más
iguales.

7. El triunfo de la cultura escrita.

7.2. Gobernar por escrito. Orígenes de la opinión pública


En esta segunda parte del tema 7 nos ocupamos de las relaciones entre la cultura
escrita y los poderes de la Edad Moderna, haciendo especial insistencia en el interés de éstos
por controlar y favorecerse de la imprenta.
Sin duda, uno de los grandes beneficiarios de las posibilidades difusionistas que
suponía la imprenta (más libros, más iguales, más baratos, en menos tiempo) fueron los
distintos poderes que desarrollaron gracias a ella campañas de propaganda y de publicística,
sin olvidar que también utilizaron la imprenta en las tareas cotidianas de gobierno y despacho
de los territorios.
No obstante, la imprenta también fue empleada para que empezasen a circular
informaciones y noticias que planteaban la necesidad de introducir modificaciones y cambios
en la estructura social y política tradicional de Antiguo Régimen. De esta forma, la imprenta se
convirtió no sólo en un instrumento de la propaganda oficial, sino que terminó por ayudar a
crear un ambiente revolucionario o, incluso, a convertirse en un instrumento de la
construcción de una nueva realidad comunitaria: la opinión pública como medio de control del
poder por parte de la sociedad.

En concreto le prestaremos atención a:

 La “escriturización” de las formas de despacho y de gobierno:


¿Imperios de tinta?
 Los intentos de control de la producción impresa por medio de la
censura previa y a posteriori
 Propaganda y publicística
 Difusión de noticias y orígenes de la prensa periódica
 Los orígenes de la opinión pública

De la misma forma que el imaginario religioso de la Edad Moderna fue incorporando


nuevas metáforas y comparaciones tomados del mundo de la escritura, también es posible
encontrar referencias propias de la cultura escrita como forma de expresar la política. Por
ejemplo, en 1596 Juan Rufo en sus Apotegmas explicaba cómo era la interacción entre los
miembros de una comunidad política recurriendo al trabajo de los papeleros que en la
imprenta humedecían un poco las resmas de papel antes de llevar los pliegos a las prensas:

Para que el papel se disponga a recebir las formas de las letras y caracteres de
la imprenta, se moja algunas horas antes; y es cosa para notar que,
haciéndose a trechos, se va compartiendo entre ello mismo el agua, de
manera que sale después todo humedecido por igual; porque el pliego
mojado humedece al seco, y el seco enjuga al que le sobra humedad, todo con
una recíproca y admirable correspondencia. Visto lo cual, dijo "que aun desde
entonces podían los hombres leer en el papel cómo se han de valer unos a
otros".

Pero la escritura no sólo sirvió para expresar cómo debía ser una comunidad política, sino
que a lo largo de la Edad Moderna ayudó a construirlas.
En primer lugar la escritura fue haciéndose cada vez más presente en la toma de
decisiones de despacho y de gobierno en un proceso que se conoce con el nombre general
de “escriturización” de las formas de despacho y de gobierno. Hasta el punto de que las
herramientas (“tools”) de la escritura fueron fundamentales para gestionar los grandes
imperios del período. Por eso, algunos autores han empezado a hablar de Imperios de
tinta.

Los historiadores de la política señalan que a comienzos de la Edad Moderna existieron


dos grandes formas de toma de decisiones en el gobierno de las monarquías. Dicho de
otro modo, dos formas de establecer la relación entre el monarca soberano y los
tribunales que le prestaban consilium, es decir, consejo, de un lado; y los particulares
que, de otro, le solicitaban mercedes o gracias, pero que también le podían ofrecen
consejo (arbitrismo).

Para comprender bien esto es preciso que recordéis la trilogía de atributos de un príncipe
soberano de comienzos de la Edad Moderna: Maiestas, consilium y auxilium.

Esto se traducía en que:


 El rey tiene derecho a ser el único que tiene majestad (maiestas) en la que se encarna
la superioridad del cuerpo político. Sólo él puede llevar las insignias reales, hacer
tregua y paz, etc., etc.
 El rey tiene derecho a que el reino le presten su consejo (consilium) y lo asesoren de
sus derechos y obligaciones bien a través de instituciones de representación, como
cortes o parlamentos, bien a través de tribunales o consejos, bien por medio de
embajadas particulares de un estamento, una ciudad o un territorio, bien, por último,
a través de memoriales o arbitrios de particulares .
 El rey tiene derecho a que el reino le preste auxilio (auxilium) y colaboren con su
mantenimiento a través del pago de servicios y de rentas.
A su vez, el rey tenía la obligación de defender al reino, respetar las libertades, fueros y
privilegios de los distintos estamentos o territorios y hacer mercedes y gracias a cuantos le
sirvieran bien.

Desde el punto de vista de la toma de decisiones, ésta se podía hacer a través de dos grandes
vías:
1) La consulta a boca o en pie, en la que el monarca adoptaba una decisión después de
haber escuchado a sus consejeros o a los interesados a los que recibía en audiencia.
Este sistema de toma de decisiones se basaba en la presencia efectiva del monarca,
que presidía las reuniones de los consejos más importantes, como el Consejo de
Estado, por ejemplo, o que oía en audiencia pública a los que deseaban trasladarle
alguna información o pedirle mercedes.

Aunque nunca llegó a desaparecer este tipo de consultas a boca o en pie ni las audiencias
reales, lo cierto es que fueron superadas ampliamente por el recurso creciente a la escritura,
produciéndose un incremento exponencial de

2) La consulta escrita en la que el monarca no estaba presente en las reuniones de los


consejos, sino que trasladaba a los consejeros su intención de recabar consejo sobre
una cuestión determinada, normalmente por medio de secretarios que actuaban
como intermediarios entre el rey y los consejos o tribunales. Éstos, a su vez,
expresaban su consilium por escrito y trasladaban sus consultas a través de los
secretarios. En este sistema de toma de decisiones la presencia directa del monarca es
sustituida por la escritura, dándose relieve especial a la función de los secretarios. En
el caso de los particulares, se podía recurrir a la escritura para hacer llegar memoriales
al monarca, una forma de escritura de solicitud de gracias muy antigua que fue
normativizada por la Pragmática de las cortesías de 1586 de Felipe en la que se
establecía cómo escribirle al rey directamente o al rey en alguno de sus consejos.

Las razones para esta progresiva escriturización del despacho de gobierno son varias:

En primer lugar, el incremento de los asuntos que debían ser tratados, de los
territorios que debían gobernarse y, en general, debido al crecimiento notable del
aparato institucional en tribunales y consejos.

Imaginemos, por ejemplo, cómo se podía tomar una decisión global como el cambio
del cómputo del año por Felipe II en Lisboa en septiembre de 1582 (sobre la que
volveremos en el tema 8). La decisión tenía que ser aplicada cuanto antes en todos los
territorios de la Monarquía Hispánica que para entonces iba desde Macao hasta Lima y
desde Amberes hasta Lisboa, pasando por Salvador de Bahía o Luanda. La única
manera de proceder a un cambio del calendario en territorios tan distantes es a través
de la escritura.

Fue la escritura el instrumento que al servicio del poder permitió el gobierno de un


mundo ampliado, aunque al mismo tiempo la escritura hacía que ese mundo estuviese
conectado entre sí de una forma mucho más rápida, pese a las enormes distancias que
debían ser cubiertas: la escritura hizo el mundo más pequeño. Por ello, se ha
empezado a hablar de Imperios de tinta porque tanto el envío de órdenes como la
recepción de informaciones se hizo cada vez más a través de la escritura, bien
manuscrita, bien impresa.

Una prueba de la escriturización de las formas de despacho es la importancia


enorme que adquieren los archivos reales en el período moderno. Por supuesto, ya
existían desde la Edad Media, pero ahora se van a formar, o reformar, algunos de los
grandes archivos de esos Imperios de tinta.

Tal es el caso del Archivo de Simancas fundado por Carlos V, pero llevado a su máxima
expresión por su hijo Felipe II. El archivo permitía conservar, ordenar y recuperar la
documentación de la memoria que era necesaria para tomar una decisión, como por
ejemplo la conexión o no de una gracia por un servicio que se pretendía se había
hecho años atrás o, incluso, mucho tiempo atrás.

En segundo lugar, se ha apuntado que el recurso creciente a la escritura también se debió en


algunos casos a procesos vinculados con la fabricación o la construcción de la
majestad real. El caso más conocido es, sin duda, el de Felipe II que fue
tanto un Rey Papelero como un Rey Oculto.
Como ya señalamos al hablar de la transformación del espacio que había supuesto la
introducción de la etiqueta de Borgoña en 1548 sobre el acceso a la visión directa del Príncipe,
Felipe II fue un monarca que modificó su forma de relacionarse con la corte. Desde muy
pronto, desde comienzos de su reinado, el monarca fue dejando de presidir las reuniones de
los consejos más importantes y fue “ocultándose” progresivamente en sitios reales o en partes
de su palacio que no eran accesibles para el común de los cortesanos, sino sólo a unos cuantos
elegidos. Al mismo tiempo, el monarca fue dando mayor importancia a los secretarios reales y
al sistema de consulta escrita, acostumbrándose a escribir al margen de consultas,
memoriales, cartas, despachos, cuentas, etc. etc. Así nació el mito del Rey Papelero que corre
en paralelo al del Rey Oculto.

La consecuencia fue un enorme retraso en la negociación de los asuntos de partes,


memoriales, etc., generándose una literatura crítica con el monarca muy extendida. Por
ejemplo, circa 1578, el eclesástico Luis Manrique hizo llegar al monarca un memorial en el que
hablaba de las quejas que se sucedían por “no aparecer vuestra Majestad y negociar por
billetes y por escrito, pareciendo a todo el mundo que esto es causa que se despachen pocas
cosas y tarde y claramente se ve, y así se platica, que tratando vuestra Majestad con los
ministros de palabra los negocios se despacha más y mejor en una hora que a las veces en
muchos días”. Como veis, la crítica pasaba por acusar al rey de haber abandonado una forma
de negociar o despachar de palabra (a boca) por otra en la que se privilegiaba la escritura.

El memorial de Luis Manrique continúa diciendo que “danse muchos a entender que vuestra
Majestad no negocia por escrito porque le parezca esto más conveniente, sino porque no le
hable nadie contra su obligación real que es oír y despachar a todos grandes y pequeños y no
estarían los escritorios de los ministros de vuestra Majestad tan llenos de memoriales
remitidos y las calles y mesones y posadas de hombres tristes y desconsolados y desesperados
y de muchos y muchas que detenidos en la corte pierden las haciendas y con ellas también las
honras y las almas, que si fuesen oídos de vuestra Majestad podrían ser despachados muchas
veces con una palabra”.
Llamo vuestra atención sobre este pasaje porque revela que se trataba de una forma distinta
de establecer la relación entre el rey y el reino: porque los reyes están “no para que se
estuviesen leyendo ni escribiendo.., sino para que fuesen y sean públicos y patentes oráculos
a donde todos sus súbditos vengan por respuestas y por remedio de sus necesidades y
trabajos y consuelo de sus aficiones”.

Aquí podéis una muestra de la característica escritura de puño y letra de Felipe II:

¿Os atrevéis a transcribirla?


La llegada de la imprenta de Gutenberg puso en las manos de los soberanos y de las
autoridades de la Europa occidental un nuevo instrumento para difundir su poder y
legitimarlo. Pero para ello necesitaban controlar de alguna manera el proceso de fabricación
de los libros y, más tarde, el de su circulación.

Por ello, desde finales del siglo XV los monarcas europeos reclamaron su derecho a la
concesión de permisos necesarios para poder imprimir un libro por medio del establecimiento
de un sistema de censura previa. Esos permisos se conocen con el nombre de licencia de
impresión y fueron obligatorios para que pudieran llegar a la imprenta todos los textos que
iban a ser vendidos como mercancía. Es decir, la inmensa mayoría de la producción tipográfica.

La censura previa básicamente consistía en la revisión por parte de un supuesto


experto del manuscrito que se quería imprimir. Estas revisiones anteriores a la publicación se
conocen con el nombre de aprobaciones o censuras y a sus autores como censores. Su
cometido básico era comprobar si el libro tenía alguna utilidad o, sin más, si contenía o no
algunas proposiciones contrarias a la religión y a los intereses y buen nombre de la monarquía.
En el caso español, esta censura previa real iba acompañada de una segunda licencia generada
por el obispado local que se conoce como licencia eclesiástica.
Cuando el libro circulaba ya como una mercancía, era comprado, leído u oído leer,
pasaba a ser objeto de una segunda censura, en esta ocasión a posteriori. Si de hecho la
censura previa parece haber sido bastante sencilla de conseguir, la censura posterior a la
imprenta fue mucho más severa y estuve encomendada en el caso español al Santo Oficio de la
Inquisición. Era delito contra la fe leer, o simplemente poseer, libros de autores heréticos o
que contuvieran proposiciones contrarias a la fe o deshonestas, sin más.
Los libros podían estar prohibidos por completo o, en la mayor parte de los casos,
estaba prohibida su lectura parcial, diciéndose entonces que debían ser expurgados. Una vez
realizado el expurgo de un libro, es decir eliminado, normalmente por tachadura, los pasajes
que no se debían leer, los libros podían circular sin problemas.
Los Índices de libros prohibidos y expurgados eran las compilaciones de todas las
obras y autores condenados o expurgados. Había que distinguir entre el Índice romano, hecho
en la Santa Sede, y los llamados índices nacionales, hechos específicamente para Flandes,
España, Portugal, etc.
En el mundo protestante también existió un sistema de censura, pero las obras solían
prohibirse por completo, sin que existiera esa fórmula de expurgo que permitía leer una obra
una vez se habían “eliminado” los pasajes condenados.
En cualquier caso, el principal instrumento de la represión censora fue convertir a los
autores en los propios censores de sus obras, no atreviéndose a plasmar sus escritos por
miedo a ser perseguidos o a ser denunciados.

Si la censura nos presenta los peligros de la difusión impresa, la propaganda y la


publicística se refieren a la utilización masiva de la imprenta con fines legitimadores por parte
de los poderes europeos de la Edad Moderna.
Utilizamos el término publicística para referirnos a la utilización de las prensas
tipográficas como instrumento de la defensa de los intereses de un príncipe, de una ciudad, de
una familia, etc., etc. que mantiene una polémica abierta con otros en un debate público a
través de la imprenta. Así, podemos hablar de la publicística proFelipe IV en la crisis de 1640 o
en el enfrentamiento antifrancés de 1635, al comienzo de la última fase de la guerra de los
Treinta Años.
Propaganda es un término más amplio y se refiere a todos los expedientes de
legitimación del poder, tanto escritos como visuales, dramáticos, etc. etc. En este sentido, toda
publicística es una forma de propaganda de combate.
El origen del término Propaganda se encuentra en un legendario Club de la
Propagande, existente en el París de la Revolución Francesa. Parece que ese club
revolucionario imitaba a los jesuitas o, más concretamente, al dicasterio romano llamado
Propaganda Fide, en el que se realizaba la estrategia misional del catolicismo romano, se
formaba a los misioneros que iban a ser enviados a todas partes del mundo y que, además,
tenía una imprenta que editaba en muchas lenguas y alfabetos distintos.
De ahí ha surgido nuestra idea de Propaganda: una doctrina legitimadora o
ensalzadora de un poder que es decidida en un espacio concreto y cuyos mensajes son
difundidos a todas partes del mundo mediante agentes y textos. (Pensad en la propaganda de
las internacionales del XIX, las propagandas soviética o hitleriana o la propaganda americana
de postguerra). Sin embargo, hoy en día, se considera que la propaganda no está vinculada
exclusivamente a poderes ejecutivos o estatales, sino que se entiende que hubo también
propaganda desde abajo, de familias, de ciudades, de linajes o, incluso, de particulares.
Ciñéndonos al período moderno, la imprenta fue un instrumento esencial de los
conflictos internos o externos desde los tiempos de Maximiliano I , el emperador que es
considerado el primer príncipe de la Edad Moderna que usa la imprenta en su campaña de
propaganda contra el turco para obtener recursos que le permitieran continuar con la guerra
(movilizó artista, escritores e impresores que, por supuesto, ensalzaron la figura del
emperador y satanizaron a los turcos como seres crueles, antihumanos y diabólicos)

Posibles estudios de caso: De Maximiliano I a Fernando VII, todos los grandes enfrentamientos
polémicos a lo largo de toda la Edad Moderna recurrieron a la imprenta: Maximiliano, Reyes
Católicos (Cisneros), Manuel I de Portugal, Carlos V, Lutero, Guerras de religión francesas,
Guerra de los 80 años, Felipe II en Portugal, Guerra de los Treinta Años, Luis XIV, Guerra de
Sucesión, Guerra de los Siete Años, Independencia americana, Guerras revolucionarias
francesas, Guerra de la Independencia.

Como podéis ver en estas dos imágenes, la propaganda y la publicística fueron otras
formas de combate polémico en el que se libraron auténticas “guerras de plumas”. A la
izquierda, tenéis el libro de Juan Caramuel publicado en 1639 Philippus prudens donde el León
vence al Dragón, presente en el escudo de armas portugués; a la derecha, de 1645, la Lusitania
Liberata de António de Sousa de Macedo, en la que el Dragón portugués vence al León
heráldico de Castilla.

Las monarquías recurrieron a grandes autores letrados, como teólogos o juristas, para
que compusieran este tipo de tratados, pero no olvidaron lo servicios que podían reportarles
impresos mucho más humildes en los que se daba noticia de sus éxitos o grandes ceremonias.
Se trata del género conocido como Relaciones de sucesos, normalmente apenas un pliego de
cuatro hojas en tamaño cuarto o folio con tiradas enormes.
Se trataba de los orígenes de la difusión de noticias, que también podían circular de
forma manuscrita como avisos, y que cuando se dotaban de periodicidad, por ejemplo bajo la
fórmula de gacetas, se convirtieron en los primeras muestra de la prensa periódica moderna.
Las primeras relaciones de noticias se remontan al período incunable, pero el género
empezará a consolidarse en la segunda mitad del siglo XVI, llegando a su máxima expresión en
los dos siglos siguientes. Del mismo modo, las primeras gacetas periódicas se datan de inicios
del siglo XVII y con un continuo avance a lo largo de la centuria terminarán por transformarse
en un género totalmente consolidado en el XVIII, vinculándose a la difusión de noticias de todo
tipo (de sucesos políticos, literatura, costumbres, ideas filosóficas, etc.).
El francés Théophraste Renaudot es considerado el “inventor” de la prensa periódica moderna
con su colección de la Gazette que arranca en 1631. En el caso español, la figura más
representativa del nuevo género es Francisco Fabro de Bremundán, en la órbita de Juan José
de Austria, quien empezó a publicar en 1661 la que se consolidaría como Gaceta de Madrid,
de hecho el origen del Boletín Oficial del Estado.

Existen numerosos recursos en la red que os permiten acceder a bases de datos de


publicaciones periódicas de la Edad Moderna. Si queréis ver cómo eran las primeras noticias o
los primeros anuncios podéis acceder a:

Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional :


http://www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital/

Biblioteca virtual de la prensa periódica del Ministerio de Cultura:


https://prensahistorica.mcu.es/es/consulta/busqueda.cmd

Aunque las monarquías fueron grandes beneficiarias de la difusión de noticias y del


uso masivo de impresos para la legitimación de sus políticas, con el paso del tiempo la prensa
periódica y, en general, la imprenta fue utilizada para criticar esas mismas políticas y provocar
debates que, en último término, condicionaron la toma de decisiones políticas.

A lo largo de la Edad Moderna se produce un salto cualitativo en la historia de la


opinión pública en gran medida y que termina generando un nuevo sistema de relación entre
gobernantes y gobernados que tiene uno de sus puntales básicos en la imprenta y lo que se
pasará a conocer como medios de comunicación.
Ese proceso desemboca en el reconocimiento de la libertad de imprenta en las Cortes
de Cádiz, que empezó a discutirse en 1810 y que fue consagrado como uno de los principios
constitutivos de la Constitución de 1812.
En Cádiz nos encontramos con una noción de opinión pública en la que gobernantes y
gobernados vienen a estar conectados entre sí a través de la imprenta, como medio de
difusión de los nuevos valores constitucionales, pero también como forma de controlar los
posibles excesos del gobierno.
Cuando existe una plena opinión pública se da una situación política en la que los
gobernantes informan de sus decisiones a los gobernados y éstos son conscientes de que
deben ser informados para que puedan expresar su opinión sobre las decisiones que van a ser
tomadas.
Según el pensador alemán Jürgen Habermas, la opinión púbica estaría estrechamente
unida a la existencia de un espacio burgués y, por tanto, sólo surgiría en el siglo XVIII. En la
actualidad, hay muchos historiadores que se están dedicando a estudiar los inicios de la
opinión pública y que remontan su cronología (Francia, Inglaterra, España) al XVII e incluso
hasta finales del siglo XVI.
Sin embargo, aunque antes del XVIII pueda haber una clara voluntad por parte de los
gobernantes de conocer opiniones comunes o generales, incluso proponiendo algunos autores
que el buen gobierno pasa por obtener esas informaciones, lo que no se produciría todavía es
la exigencia por parte de los gobernados de ser informados para expresar su opinión
comúnmente.
Para referirnos a esta situación anterior a la plena opinión pública se ha creado la
noción de esfera pública con comunicación política, donde los gobernantes y los gobernados
están conectados entre sí a través de la propaganda, la cultura manuscrita y el crecimiento
progresivo de la imprenta que empieza a ser utilizada también para expresar las opiniones
comunes.
El papel de la imprenta en la creación de esta esfera pública con comunicación política
habría sido enorme porque, como ya sabemos, creó el autor y el público modernos y creó
espacios para la difusión y discusión de noticias de naturaleza política.
En el caso español algunos jalones de la construcción de esta esfera pública con
comunicación política y, por tanto, antecedentes de la opinión pública serían:

a) Existencia de una polémica sobre la necesidad o no de que los gobernantes conociesen


las opiniones de la gente común (diferencia con el consilium que sí es admitido).
 Pedro de Ribadeneira: el buen rey no debe conocer las opiniones vulgares, son
monstruosas.
 Juan de Mariana: el buen rey debe conocer incluso las opiniones vulgares, aunque
no seguirlas
b) Grandes polémicas propagandísticas:
o 1640/1668 (en especial período 1659-1668 discusión sobre la cuestión
portuguesa);
o Juan José de Austria 1669 y 1678-80;
o Medidas de Carlos II en sus últimos años, donde se destaca la llamada
Encuesta Ubilla de 1700, cuyo texto era: “El Rey quiere saber por medio de
V.E. la impresión que a hecho en esos naturales, así ecclesiásticos como
seculares, las notizias que han benido últimamente de los tratados ajustados
entre francia, Ynglaterra y Olanda sobre la succesión y repartizión de esta
Monarquía y así ordena a V.E. que con la verdad que acostumbra y con la
maior maña y reserva procure V.E. informarse de todo lo referido y del
concepto que generalmente se forma de esto, por lo mucho que ymporta que
S.M. se halle con estas noticias ciertas para las resoluciones que combiniese
tomar. Dios guarde a V.E. muchos años como deseo, Madrid, 5 de junio de
1700”. La muerte del rey impidió que el proceso continuara.
o Polémica sobre sucesión de Luis I 1724 entre vuelta de Felipe V y entronización
del futuro Fernando VI (estudiada por Teófanes Egido). Habría sido la primera
decisión política (el regreso de Felipe V) al trono que se habría adoptado
teniendo en cuenta los parámetros de la opinión pública.
Tras el siglo XVIII, en el contexto de las Cortes de Cádiz se discutió el nuevo derecho de
la libertad de imprenta, que empezó a ser debatido nada más abrirse las cortes y que se
plasmó en el Decreto IX (10 de noviembre) de 1810, incorporado más tarde a la Constitución
Doceañista.
Cádiz proclama la libertad de imprenta, salvo para los textos de contenido religioso
que deberán seguir teniendo licencia eclesiástica, como un derecho de ciudadanía. La
exposición de razones de la libertad de imprenta pasa por considerarla como:
 derecho fundamental individual a expresarse
 instrumento para conseguir ilustrar a la sociedad
 medio de formación de una opinión pública, dentro de la soberanía
nacional, que pudiese controlar la labor de sus gobernantes y así
eliminar el despotismo y la corrupción.

De esta forma, la cultura escrita en la Edad Moderna ayudó al gobierno y facilitó la


consolidación de la monarquía y terminó por servir como un instrumento de su control

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