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XXV LECCIONES DE COSAS PASADAS Y POR PASAR

1ª Edición 1939
Espíritu Santo, que los que tienen ojos, ven, que los que
.
tienen oídos oiga y los que tienen memoria, no olviden

Lo que soy
Aquí tienes, lector amigo, reunidos en forma de libro o de librillo y sin más orden que el
cronológico con que fueron saliendo a la luz los gritos de dolor, de alarma, de precaución, de
esperanza y de súplica que los variadísimos accidentes de la tragedia roja han ido arrancando a
mi corazón de español, de cristiano y de Obispo.
Salieron primero muchos de esos gritos en forma de cartas pastorales a mis diocesanos,
para irles dando, en cada momento de la descomunal contienda y según las variadísimas fases
que presentaba, la palabra de dirección, de guía, de aliento, de propósito, de consuelo, y en forma
de hojillas volanderas, después, para que llegaran a las trincheras, a los campamentos, a los ho-
gares, y fueran con la caritativa pretensión de enjugar lágrimas, restañar heridas, orientar posi-
ciones, alentar desfallecidos, atraer descarriados, ablandar endurecidos, y, mediante todo esto,
alabar y agradecer y desagraviar e impetrar al Corazón de Jesús por la mediación de nuestra Ma-
dre la Virgen del Pilar.
¡Bendito sea Él que ha querido que estas hojillas escritas para los de casa, se multiplica-
ran por cientos de miles para toda España y aún para el extranjero!¡Cómo me emociona saber
que en las apartadas naciones de América y en Filipinas, se rezó en las iglesias el “Pronto, Madre
querida”, de las “Preces de urgencia”, con el mismo fervor que en la última aldea de España!
Lecciones de la tragedia presente, comencé titulando aquellas cartas pastorales y al reu-
nirlas hoy, pasada la tragedia, he preferido éste de Lecciones de cosas… porque ¡cuántas cosas
nos ha enseñado y plegue a Dios que las hayamos aprendido!
No se pida ni se espere, pues, de este librito un orden de exposición doctrinal, ni más uni -
dad que la que le dan el título, el motivo y el fin.

Lo que quiero dar


A cambio de aquella unidad recibirás, lector de hoy y de mañana, cuando haya pasado la
contienda, la impresión de un cuadro viviente, sintiendo subir las columnas de humo de los in -
cendios, el vaho de la sangre recién derramada, el olor de incienso de tanto sacrificio, el vapor de
la humedad de las lágrimas, y la estridencia de los ayes de dolor y de triunfo, esto es, la impre-
sión de la tragedia mientras pasa con sus efectos y sus causas, con sus horribles males y sus ge -
nerosos remedios y por encima de todo y de todos la Justicia y la Misericordia de Dios castigan-
do y salvando.
Lecciones de cosas, que quizás no vuelvan a repetirse más en la historia: ¡Que los Ánge-
les de la Guarda os den muchos y muy aprovechados discípulos!
Cosas pasadas, ¡que no paséis más!

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I
La impresión primera, (año 1936)
Difícil, casi imposible de expresar.
Pudiera decirse que faltan ojos y oídos y sensibilidad y corazón para ver, oír, sentir y
compadecer tantas lágrimas, tanta sangre de conciudadanos, de hermanos, de seres los más que-
ridos y tanto fuego de pólvora, de dinamita, de gasolina, de odios infernales profanando, destru-
yendo, asolando Sagrarios, imágenes, templos, hogares, campos, pueblos enteros.
Como también faltan ojos y oídos y nervios y alma para mirar, agradecer, cooperar y de-
rretirse de frenesí, de entusiasmo, ante el despertar enérgico, varonil, heroico, epopéyico de la fe,
del amor de Dios y de la Patria y de todos los valores de la raza hispana en lucha sin cuartel ni
tregua, sin miedo de perder fortunas, bienestar, sangre y vida contra la ola negra de los sin Dios,
sin Patria y sin corazón.

¡Atención! ¡Dios está hablando!


Absortos nuestros sentidos y potencias en la contemplación y participación, más o menos
directa, de esos dos aspectos de la España de hoy, o de las dos Españas, hemos, no obstante, sin-
gularmente los sacerdotes, de sustraernos un tanto para dirigir la mirada hacia arriba con ansias
de necesitado y formular la petición que con variadas formas hacía al Señor el Rey Profeta: “Da
mihi intellectum”…
Por medio de la tragedia, en que están empeñadas la España y la anti Eapaña, está hablan-
do Dios.
Señor, si la historia no es la sucesión fatal de hechos, sino la aplicación rigurosa de la ley
moral que Tú señalaste en aquella fórmula. “La justicia eleva a los pueblos y el pecado los hace
miserables”; si es la manifestación de tu Providencia sacando bienes de los males, si Tú Señor
Omnipotente y Misericordioso hablas y diriges a los hombres por medio de los acontecimientos,
haz que te entendamos, y sobre todo que los gobernantes y los Sacerdotes, guías del pueblo, se
enteren pronto de lo que nos estás diciendo por medio de esas convulsiones que nos agitan para
que cumplan en ellos y en sus dirigidos tus voluntades.
¡Da mihi intellectum! ¡Que los Directores y guías de España acierten a descifrar y leer
esas letras que Tú, Dios nuestro, estás trazando con lágrimas de los injustamente perseguidos y
con la sangre de los héroes de la Patria y de los mártires a la par de la Religión! ¡Que a la luz de
tantos incendios y al través de tanto rugido de fiera se conozca, se llegue a la evidencia de lo que
estaba siendo y haciendo la España que se apartó de Ti y se declaró tu enemigo hasta ahora, y de

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lo que debe ser y hacer desde ahora…! ¡Con qué vehemencia siento las ganas de pedir hoy esto
solo: Corazón buenísimo de Jesús, danos entendimiento para que aprendamos la lección que Tú
por medio de la actual tragedia española nos estás dando a nosotros y al mundo entero! ¡Que
viendo veamos, y oyendo oigamos!
No es éste todavía el momento de presentaros toda esa lección, porque aún sigue empeña-
da la lucha, pero sí es ocasión. porque una razón de urgencia lo exige, de mostraros lo que quizás
con justicia pudiera llamarse su primera palabra o primer capítulo.
Triste, desolador, escalofriante es, en verdad, su enunciado. La causa principal, y podría
decirse única, de todos los males morales, políticos, sociales, económicos y de todo orden que en
estos últimos años y en olas siempre crecientes han venido inundando el solar patrio ha sido

El odio personal a nuestro Señor Jesucristo


Esta afirmación hecha infinidad de veces en tiempos anteriores a la conmoción presente
pudo ponerse en duda por algunos confiados y engañados; hoy ante miles de templos, de imáge-
nes en ruinas, de miles de Sacerdotes y Religiosos y Religiosas y católicos cualificados, escarne -
cidos de todos los modos y llevados al martirio, ¿quién puede en sana razón dudarlo? ¿Quién se
atreverá a negar que antes que la reivindicación de las injusticias sociales, antes que el bienestar
y elevación de la clase obrera, lo que con tesón sobrehumano, diabólico lo que se ha buscado y
se ha tratado de conseguir y casi llegado a obtener era la descristianización de las masas obreras
y por medio de ellas, embriagadas en odio, la destrucción de clases, instituciones y monumentos
que directa o indirectamente estuvieran relacionados con Jesucristo?
Al judaísmo masónico estorba Jesús. Para quitar la Fe de Jesús había que quitar la moral
de Jesús. ¡Abajo la moral! en niños y jóvenes, en hombres y mujeres ¡Viva el desnudismo ele-
gante en las clases elevadas y soezmente completo en las bajas! ¡Fuera la caridad, la beneficen-
cia, la limosna, la honradez, la lealtad, la amistad, la civilización, todo lo sembrado y cultivado
en el mundo por Jesús!
No es hora de detenerme en probar verdad hoy tan evidente; muchas víctimas ha causado
la revolución comunista, pero sin duda ninguna, la víctima, más veces, de modos más crueles,
con odios y rencores más hondos sacrificada ha sido Nuestro Señor Jesucristo, personalmente en
las innumerables Hostias consagradas profanadas. y representativamente de una u otra manera en
todas o casi todas las demás víctimas sacrificadas; a éstas principalmente, esencialmente, se las
buscaba y sacrificaba por la relación o contacto que pudieran tener con Jesús.

Odio personal a Jesús


¡Pocas veces te has manifestado en el mundo y en la historia tan crudamente tan sañuda-
mente, tan descaradamente, tan intolerantemente! ¡Qué afirmación tan tremenda de la verdad de
Jesús es ese odio tan vivo a los veinte siglos de muerto!
¿Recordáis aquella antífona de la Epifanía que, como maldición eterna, cae sobre el pri-
mero que hizo derramar sangre inocente por Jesús? “Herodes iratus occidit multos pueros propter
Christum”. Esa fue la verdad, sin anfibologías ni eufemismos de política o diplomacia. de aquel
horrendo drama de los primeros pasos de Jesús. Un rey lleno de rabia y envidia contra Jesús,
mandó degollar a inocentes para degollarlo a Él.

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Hoy, descaradamente, con dura sinceridad, se puede afirmar: la revolución masónica –
judaica – comunista ha robado, despojado. destruido y matado a muchos y mucho por odio a
Cristo.
Si nuestra revolución no pone por encima de todo la Fe y el amor a Jesús, la derrota en
definitiva será nuestra.
A los “sin Dios” no los pueden vencer en definitiva más que los “Con Jesús”..

II

La falta de temor a Dios lleva al


odio a Dios y a la naturaleza hasta
la monstruosidad. (Año 1936)

Vivimos en un verdadero espasmo de horror ante el espectáculo de crueldades hasta el


refinamiento, de frenesí de destrucción de obras, monumentos, instituciones, no sólo de Religión,
sino de arte, de historia, de beneficencia, y todo esto movido y perpetrado sin el aguijón de la
necesidad de la propia defensa ni aún de la venganza personal, sino por el placer de hacer el mal,
de odiar, de aniquilar. ¡El mal por el mal! ¡El mal por odio al bien!
Monstruosidad hasta contra la inclinación de la naturaleza, no sólo racional, sino animal.
La fiera acomete y despedaza o porque está perseguida o porque está aguijoneada por el
hambre; los sin Dios, acometen a mujeres, niños, ancianos y enfermos y en ellos se ensañan con
crueldades espeluznantes, ¡por placer! ¡con risotadas!

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¿Tiene una razón, un proceso esa monstruosidad elevada a ley, no ya de individuos, sino
de masas?
En los libros y en las teorías de los hombres quizás no se encuentre la explicación de ese
fenómeno que hoy nos aterra; en los libros de Dios, sí se encuentra.

El por qué de la monstruosidad


de los sin temor a Dios
Se lee en el libro de los Salmos (110), y se repite en otros varios libros inspirados: “El
principio de la Sabiduría es el temor de Dios. Los que obran según ese temor, tienen un buen
entendimiento o prudencia” (1-22). En el Eclesiástico, después de repetir esa misma sentencia,
añade: “El temor de Dios es la corona de la Sabiduría: ella da la plenitud de la paz y de la salud”.
Según, pues, el Espíritu Santo, la verdadera sabiduría tiene su principio y su perfección
en el temor o servicio reverencial a Dios y según el bello comentario de San Agustín, “es princi-
pio cuando está sólo el temor, y es perfección. cuando el temor se trueca en amor”. “Initium
quum timetur, perfectio quum amatur”.
Consecuencia lógica de esa afirmación del Espíritu Santo: el hombre o el pueblo que no
tiene temor de Dios, llegando altaneramente hasta a negarlo, carece de sabiduría y de prudencia,
y llega hasta la insensatez, según lo confirma otro Salmo, el XIII: “Dijo el insensato en su cora -
zón: no hay Dios”.
Un entendimiento en buen uso no niega nunca a Dios; necesita llegar a la insensatez, que
es mezcla de necedad y de locura, de perversión de todas las facultades cognoscitivas y afectivas;
la insensatez que hace falta para llegar a negar a Dios, Verdad y Bien sumo de donde mana toda
verdad y todo bien, de tal modo trastorna y perturba el entendimiento y la voluntad del ateo, que
le arrastra, fatalmente, sin libertad, a tener por verdadero lo falso y por bueno y deseable el mal,
como tal mal.
En otro Salmo, el 35, el Espíritu Santo afirma: “Dijo el impío en su corazón: quiero pe-
car; no hay temor de Dios ante sus ojos”.
Fijaos en la perversión moral y hasta intelectual que implica ese “quiero pecar” y en el
motivo de esa perversión: “no tienen temor de Dios”.
El pecador ordinario peca por fragilidad, por desordenada inclinación a un mal que estima
bien; el ateo, el sin temor de Dios, peca por pecar, hace el mal, no por el bien, el gusto o la utili -
dad que le venga sino por el mal mismo.
¡Con cuánta razón San Ambrosio, comentando ese Salmo, dice que la negación de Dios
lleva “a la suma estultez y demencia”!
Así como la verdadera sabiduría, dice Fillion, se confunde con la religión y la piedad, la
impiedad es una verdadera locura moral, sobre todo cuando llega a negar a Dios, cuya existencia
está manifestada de una manera tan visible por el mundo de la naturaleza y el de la conciencia.
Ved si no el retrato de los sin Dios hecho unos cuantos siglos antes de Nuestro Señor
Jesucristo. Está hecho por la pluma inspirada del mismo Rey David (Salmo XIII).
“Dijo el insensato en su corazón: No hay Dios. LOS HOMBRES se han corrompido, y se
han hecho abominables, por seguir sus pasiones; no hay quien obre bien. no hay uno siquiera.

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El Señor echó desde el cielo una mirada sobre los hijos de los hombres, para ver si había
uno que tuviese juicio, o que buscase a Dios.
Todos se han extraviado, todos a una se hicieron inútiles, no hay quien obre bien. no hay
siquiera uno. Su garganta es un sepulcro destapado: con sus lenguas están forjando fraudes; de-
bajo de sus labios hay veneno de áspides. Llena está su boca de maldición y de amargura; sus
pies son ligeros para “ir a” derramar sangre. Todos sus procederes se dirigen a afligir, a oprimir
“al prójimo”: “nunca conocieron el sendero de la paz”. Y este acabado retrato termina con estas
palabras: “no hay temor de Dios ante sus ojos”.

El dilema
A la luz de la Fe y de las hogueras encendidas por el odio al bien, a la paz, al orden, ¡a
Dios!, se destaca este ineludible dilema:
O temor de Dios o desenfreno de fieras rabiosas.
O Religión sinceramente practicada o selva.
O la Cruz que redime y salva o la hoz que degüella y el martillo que destruye..

¡Nada de términos medios!


Guías de pueblos y directores de masas, sabedlo: este dilema es ineludible; los términos
medios de “respeto a todas las creencias”, “aconfesionalidad”, “la Religión del honor”, “moral
universal o sin religión, “indiferencia religiosa”, “escuela neutra”, “libertad de emisión de pensa-
miento”. “Institución libre de enseñanza!” y demás términos medios inventados para sustituir y
atacar la verdadera Religión por Dios revelada, o prescindir de ella, necesariamente, fatalmente,
por la fuerza irresistible de la lógica arrastra a los hombres y a los pueblos al ateísmo práctico
primero, y a la negación y hasta odio de Dios y a la insensatez y a la locura individual y social.
Vuelvo a afirmar:
La falta de temor de Dios, ésa es la última razón de todas las locuras y monstruosidades
perpetradas por los sin Dios.
Espíritu Santo, inunda a España y al mundo con un nuevo Pentecostés de conocimiento,
de obediencia, de amor y de temor reverencial de Dios y del Hijo, que envió, para que no perez -
can en esta hora tremenda de ateísmo llevado a sus últimas consecuencias.

III
La guerra encendida por el
odio a Dios es alimentada por
las desobediencias públicas
a Dios (año 1936)

La Historia maestra de la vida, muestra harto frecuentemente reunidos en una misma pá-
gina estos dos títulos: depravación de costumbres y guerra, así como otros dos: moralidad
pública y paz.

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No es solo la Madre Iglesia, sino también la maestra Historia las que se han visto obliga-
das a llamar a la guerra azote, de los pueblos desmoralizados y corrompidos, y a la paz, fruto y
premio de los pueblos que viven en buena amistad con Dios y con su Ley.
No lo decimos para entrometernos en campo que, más que nuestro, lo es de diplomáticos,
políticos o militares, a los que toca proponer rectificaciones de procedimientos o de orientacio-
nes, si hubo yerro técnico, o ratificaciones valientes, si no lo hubo.
Decimos sin ambages que España sufre sobre sus espaldas el azote de la guerra, no como
agorero ni plañidero de un mal sin remedio, sino como pastor y médico del alma de nuestro pue-
blo para recordarle sus deberes y recetarle sus remedios.
¿Suena la palabra guerra en los ámbitos de España? Dejemos a los técnicos el estudio
del por qué inmediato, y del modo de evitarlo o acabarla y, metiéndonos en el fondo teológico
que, al decir de un crítico, late en el interior de todas las cuestiones por profanas que parezcan,
afirmamos sin titubeos:
No debe sonar muy lejos de la palabra guerra esta otra: prevaricación.
Sí, sí. el azote, el terrible azote de la guerra está casi siempre labrado y fabricado con
transgresiones de los Mandamientos de Dios.

Los garfios de ese azote

Son las blasfemias y profanaciones constantes, descaradas del Nombre y de las Fiestas de
Dios; son el olvido y la conculcación de sus respectivos deberes de los hijos y de los padres, de
los inferiores y de los superiores, de los obreros y de los patronos; son los escándalos en toda
hora del día y de la noche, del vestido, del trato, del espectáculo, de la diversión, del libro, de la
revista, de los bailes y de la moda de las mujeres y de los hombres y hasta de los niños y de las
niñas… Son, en una palabra, los pecados de los españoles los alambres y los garfios que forman
el azote con que la ira de Dios castiga y hace entrar en juicio y buen camino a sus hijos, hartas
veces más ciegos que malos.
Sí, sí, que aunque la palabra pecado no tenga entrada en el lenguaje diplomático, ni carta
de naturaleza en la Sociedad de las Naciones ni en ninguna de esas instituciones o fórmulas usa-
das por los hombres de gobierno para tratar de la guerra y la paz, es cierto, ciertísimo, confirma-
do por la Fe y por la Historia, que es la primera y en definitiva única causa de toda ruina de los
pueblos y de los individuos. “El pecado hace miserables a los pueblos”, dice Dios (Prov. XIV,
34).

El número de los pecados de España

Si un solo pecado mortal tiene negruras para oscurecer el sol, y podredumbre para infestar
la tierra, como lo están ahora mismo experimentando los condenados del infierno y lo experi-
mentarán los que de estas verdades se olvidan y se mofan ¿qué hemos de decir de esas montañas
de pecados mortales que perennemente se vienen levantando en nuestros pueblos y ciudades?
No nos tenemos por pesimistas ni por exagerados; hablamos, sí, con mucha pena, pero
con precisión matemática y por urgencia de nuestro deber pastoral. Y decimos que el número de

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los pecados mortales (hay que decirlo muy claro) que se cometían en los pueblos de nuestra cató-
lica y tan favorecida de Dios España no podía escribirse con cifras. ¡Así!
¿Un prueba?
Fijémonos entre mil casos en los pecados contra la santificación de las Fiestas, que es el
pecado más antisocial de todos. Nadie ignora en España, por muy honda que sea su ignorancia
religiosa, que los Domingos y fiestas tienen los católicos obligación bajo pecado mortal, de oír
Misa entera y descansar del trabajo.
Sí, conocíamos muchos, muchos pueblos, aunque a Dios gracias, conocíamos también
muchas excepciones, en los que por cada mil feligreses iban a Misa los Domingos y Fiestas de
cinco a cuarenta.
Y si de la transgresión pública y al por mayor del tercer Mandamiento, pasamos a las de
cualquier otro, del sexto, que es el pecado más destructor, por ejemplo, ¿quién podría contar el
número de pecados de depravados, pensamientos y torpes deseos que iba levantando a su paso
cada mujer vestida a la moda, que no es ni más ni menos que la moda usada por las mujeres ma-
las de otro tiempo?
Un infestado con la peste bubónica libre por las calles y plazas, no produciría en el orden
fisiológico más infección que en el orden moral y aun social iban y ¡desgraciadamente van pro -
duciendo nuestras señoras y señoritas en las calles, en los teatros, en los bailes, en sus propias
casas y ¡horror da decirlo! en los templos santos de Dios, que nada ha quedado inmune de esa
pestilencial y mortal propaganda de la lujuria, hecha hartas veces inconscientemente por nuestras
mujeres y con mayor escándalo por las tenidas por religiosas y devotas.
Y si puesta la vista en ese Mandamiento, pasamos del orden público al privado ¿quién
podrá contar el número de infidelidades al propio estado y honor que ese mismo descoco y
soltura de costumbres, nunca vistos, iban introduciendo en el seno de familias hasta hace poco
irreprochables, y que formaban hogares tan santos como templos?
Cuando oíamos a los que por su cargo o su modo de vivir tienen que rozarse con los bajos
fondos sociales, como médicos, jueces, policías, camareros y cocheros, que como a médico y
padre que somos, a todos nos conviene oír; cuando les oíamos repetimos, sus relaciones nos ha-
cían pasar de la sorpresa al espanto y del dolor más vivo a la vergüenza y a la angustia que casi
nos deja sin respirar…
Lo repetimos, no exageramos, antes el pudor nos impide hablar.
Y ¿si de esas transgresiones tan demoledoras, pasamos a las de otro orden social también,
como las de nuestros deberes electorales y con nuestra Prensa y la Acción Católica y la justicia
social? ¿Y el desprecio de la Religión, la profanación de los templos y el despojo de la Iglesia?
Y bien, ¿podremos esperar que detrás de los picos de esa montaña inmensa de pecados y
de almas en putrefacción se asome sonriente y satisfecha la cara del Dios de la paz?…
“Justo eres, Señor, y RECTO TU JUICIO”, hay que exclamar ante las aflicciones que
Dios manda a su pueblo como el Rey David exclamaba ante las que él recibía por su pecado…
Padres y madres, hermanas y hermanos de soldados que pelean por defender a nuestra
Patria, estad ciertos que cada pecado y cada escándalo vuestro es una bala más que ponéis en
los cañones enemigos que apuntan contra vuestros seres queridos… Cada inmoralidad de un ca-
tólico es una alianza que se establece con los rojos…

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¡Perdón, Señor, perdón!

Más, como ese Dios de justicia inexorable se inclina a serlo más de misericordia sin lími-
tes, se desarma y se complace con los gemidos de la oración del arrepentido.
Por eso en el salmo Miserere, grito de contrición del Rey pecador, se mezclan el recono-
cimiento de la ofensa al justo Dios, “contra Ti solo pequé”, y el refugio y la confianza en su mi-
sericordia grande.
¡El Dios nuestro tiene corazón y tiene Madre…!
¡Hay que llamar a las puertas de las misericordias divinas! Hay que buscar en auxilio de
de nuestra tribulación al Corazón más tierno y compasivo de todos los corazones, el Corazón de
Jesús! ¡Hay que buscar y llamar con muchas lágrimas a la Madre de Dios, nuestra Virgen del
Pilar! Corazón de Jesús, salva a tu España dando acierto a su generoso Caudillo, arrestos heroi -
cos a sus valientes soldados para vencer sus egoísmos, más funestos que los marxistas y comunis-
tas, y mediante estas victorias, una paz duradera fundada en la observancia en público y en priva-
do de tus santos Mandamientos.

IV

Qué dice el Evangelio


de esta revolución (Año 1937)

Abramos el Evangelio, leamos y meditemos.


Éste es el libro de todos los tiempos, de todos los hombres y de todos los pueblos.
El Evangelio es doctrina y es historia antigua y nueva siempre de actualidad palpitante; e
historia de una vida y de unos acontecimientos tan de ayer como de hoy y de mañana.

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El divino Protagonista del Evangelio es cierto que murió en la tierra hace 20 siglos; pero
también es verdad que resucitó y sigue viviendo en la misma tierra, en su Eucaristía, que es su
Cuerpo físico vivo, y en su Iglesia que es su cuerpo místico.
Los hombres que vivieron en torno de aquel Protagonista, amigos o enemigos, discípulos
y apóstoles fieles o desleales, los que ostentaban autoridad y los que formaban el pueblo, murie-
ron y no resucitaron; pero los hijos o sucesores de aquellos hombres, siguen viviendo y actuando
en torno de Jesús-Eucaristía y de Jesús-Iglesia del mismo modo que los que andaban en torno del
Jesús del Evangelio

Los dos grandes cuadros de la España de hoy

Y qué ¿no está escrita en el Evangelio con una anticipación de 20 siglos la historia o me-
jor, el retrato de nuestra España, de la de nuestros mismos días?
No se olvide que la guerra que la agita no es guerra meramente civil, ni de clases, ni polí-
tica, sino ante todo y sobre todo religiosa. Es guerra contra España Católica, contra Cristo, contra
su Cuerpo físico y su Cuerpo místico. ¿No se ha llevado Él en su Eucaristía y en su Iglesia la
principal y mayor parte de los odios y agresiones?
¿No se han repetido y repiten en cada uno de los dos campos en que estuvo dividida Es -
paña las mismas escenas de entonces?

Cuadro de negruras

En la zona negra, más que roja, ¿no ha habido degollación de Inocentes, huidas de Jesús
como en Belén, en Gerasa y en Jerusalén, calumnias, procesos injustos, cobardías, traiciones,
sentencias abominables, tormentos, salivazos, calles de amargura, Calvario acompañado de ludi-
brios y de hieles contra Jesús y de los hombres y de las instituciones que representan a los de
allí?

Cuadro de claridades

Y en la zona blanca, a fuerza de luz de Fe y de claridad de nobleza, ¿no palpitaron y sur-


gieron y lucharon y triunfaron los milagros del Corazón de Jesús por la mediación de su Madre
Inmaculada del Pilar, de multiplicación hasta lo incontable de valor, de fuerza, de patriotismo, de
amor a la Cruz de Jesús y a la bandera de España hasta el martirio, de ganas sinceras de gritar
delante de Dios y de la Patria como delante de Jesús en el Evangelio: ¡Te seguiremos adonde
quiera que vayas!?
¡Qué! ¿No se parecen estas masas que con la cruz y el Detente en el pecho salían a los
campos, subían las montañas, sufrían las nieves del invierno y los fuegos de los cañones y de las
bombas, olvidados del comer y del vestir, y del padre y de la madre y de los hijos, al grito de ¡por
Dios y por España! y ¡Viva Cristo Rey!, no se parecen, repito estas masas a aquellas muchedum-
bres que, olvidadas de todo, caminaban días y noches por el desierto con tal de ir oyendo a Jesús?

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Y el gesto del Centurión, pidiendo postrado en el camino ante Jesús, la curación de su
soldado, ¿no es el mismo gesto de los Jefes de nuestro Ejército comulgando en la Misa celebrada
en las trincheras protestando Fe y pidiendo salud y triunfo para sus soldados? Y la entrada de
nuestras milicias en los pueblos torturados y esquilmados por los rojos al grito de ¡paz para los
cristianos! ¿No son repetición o eco del “Pax vobis” de Jesús resucitado y triunfante de la muerte
volviendo a la ciudad que lo había visto crucificado y muerto?
Y esas pléyades de Sacerdotes, de religiosos, de religiosas, de hombres y mujeres de toda
condición, ofreciéndose para auxiliar espiritualmente moribundos, cuidar heridos y enfermos,
amparar viudas y huérfanos, desprendiéndose de lo propio aun lo más necesario, ¿no recuerdan o
imitan a los piadosos varones y a las Marías fieles del Evangelio detrás y en torno de Jesús fati-
gado, moribundo, muerto?

Jesús resucitó

Hemos nombrado la palabra cumbre de todas las grandezas, llave de todos los misterios,
solución de todos los obstáculos y triunfo de todas las persecuciones de Jesús en el Evangelio.
Jesús, el desconocido, el mal interpretado, el perseguido, el ajusticiado del Evangelio,
resucitó.
Jesús, el robado, el pisoteado, el apuñalado y el escupido Jesús de la Eucaristía en miles y
miles de Sagrarios de España, ¡resucitará! ¡Está volviendo a sus Sagrarios! ¡a seguir viviendo y
dando vida!
Jesús, el quemado, el despojado, el saqueado, el profanado, el martirizado con saña no
superada hasta ahora, en sus templos, en sus Obispos, en sus Sacerdotes, en sus fieles católicos
de España, ¡resucitará!, o mejor ¡está resucitando!
Y resucita porque quiere y a quien quiere vivir con Él.
Y resucitará a la España que quiere vivir con Él.

V
Lo que debe resucitar y lo que
no debe resucitar. (Año 1837)

Lo que resucitará con Jesús


Y como resucita el Jesús de España, resucitará la España de Jesús, y sólo, ¡entiéndase
bien! la España de Jesús y por Jesús. Sólo Él es resucitador.
Por Jesús comenzó a ser España nación una, es decir, cuando se hizo Católica en el Con-
cilio III de Toledo; por Jesús, esto es, por defender su Fe católica, realizó como pueblo ninguno,
la epopeya de ocho siglos de cruzada contra los enemigos de ella; por Jesús, es decir, por exten -
der como misionero la Religión católica por todo un continente viejo contra los protestantes, los
turcos y los nuevos paganos, llegó a ser señora del imperio más vasto de la historia y de la edad
de oro más brillante, y ahora mismo, ante nuestra propia vista y tocándolo nuestras manos, por el
mandato, por la voz, por la misericordia de Jesús se están rompiendo las cadenas y resquebrajan-
do y cayendo los muros de la cárcel o del sepulcro en que la España negra, o sin Jesús, había

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sumido a la España de las claridades de Jesús, es decir, la España con su único, su consustancial
nombre, Católica.
Esa, con sus leyes católicas, su enseñanza católica, su moral católica, su Iglesia católica,
como la única oficial, ésa es la España que debe y puede resucitar. Dios lo ha dispuesto así. Ésa,
la España católica, es después de todo, la España una, grande y libre que la historia conoce y
admira, y el mundo ha temido y respetado.

Lo que no debe resucitar


La otra, la del cuadro de negruras, la gran escamoteadora de la España grande, esa no
debe, no puede resucitar.
Escamoteadora, he dicho, y lo podría probar con la propia historia española de los siglos
18, 19 y 20, ¡ojala pudieran arrancarse y quemarse muchas de sus páginas que. más que de la
vida de España, son de los despojos y de la agonía y casi muerte de España a manos de extranje -
ros envidiosos y de españoles extranjerizados! ¡Con qué tenacidad de odio a la Fe de España y a
la grandeza que sobre ella se fundaba, y con qué disimulo de intenciones se ha venido llevando a
cabo en esos tres siglos el escamoteo de todos los valores patrios, esto es, la descristianización y
la desespañolización, perdonad la palabra, de España.
Por influencia del Enciclopedismo racionalista, de la masonería cosmopolita y judía, del
liberalismo francés y del parlamentarismo inglés, se escamoteó España con palabras tan sonoras
como falsas y con sustitutivos tan adormecedores como funestos su religión y su lengua, su cien-
cia y su arte, su modo de gobernar y legislar, la autoridad, la influencia saludable y los bienes
materiales de la Iglesia, así como los comunales de los Municipios, el cariño y las ligaduras de
las colonias con la Metrópoli y de las regiones entre sí y hasta se escamoteó el valor y la sangre
de nuestro pueblo que, por ser todavía cristiano y español, echaba a Napoleón del solar patrio,
mientras sus afrancesados dirigentes abrían de par en par las puertas del espíritu revolucionario
de los invasores en las Cortes de Cádiz y en todas las Cortes españolas de entonces acá, y despo -
jados de lo nuestro secular, ya sabíamos pensar y escribir y gobernar y vestir a todas las modas
extranjeras, menos a la española, y, si Dios no lo remedia, hubiéramos llegado a vivir, o mejor, a
morir rabiando a la rusa!
¡Bendita cruzada que ha servido entre otras cosas para impedir el supremo escamoteo, a
saber, el del nombre de España para sustituirle por el de Rusia!
¿No eran éstos los gritos oficiales que esa anti-España muerta a manos de nuestros biza-
rros: ¡Muera España! y ¡Viva Rusia!

¡Al pudridero!
Sí, esa España vacía de su esencia, despojada de su historia y hasta de su nombre, esa
España de los Herodes que degüellan almas y cuerpos inocentes por odio y envidia a Jesús, de
los Sanedrín, llámense logias, llámense Comités anónimos, institución libre de enseñanza, cines
inmorales, cabarets, prensa impía, pornográfica y antisocial, la España de los Pilatos, de los Cai-
fás, de los Judas, de los Epulones, de los apóstoles dormidos, de los profanadores del templo, de
los Herodes, de los Barrabás, esa no debe, no puede resucitar. Con la maldición de Dios, con el
estigma de la Historia, con la protesta enconada y perenne de todas las conciencias rectas, ¡que se
quede en el sepulcro! mejor ¡en el pudridero!

12
Corazón de Jesús, que no se repita en la España resucitada del siglo XX, el inicuo esca -
moteo de la guerra de la Independencia, en la que el pueblo cristiano y español ganó la guerra y
la Masonería ganó la revolución.
Compasión sí, y perdón, si tienen valor y humildad para pedirlo y propósito sincero de
enmendarse, salvo los fueros de la justicia, para los supervivientes a quienes tocó la triste suerte
de ser autores, fautores o lacayos de aquellas negruras, pero para sus obras de ayer, para las hipo-
cresías y los espionajes de ahora, para los tipos y papeles que representaron y que tantas lágrimas
arrancaron de ojos inocentes y tanta sangre limpia hicieron derramar y para las vergüenzas y de-
sastres que amontonaron sobre nuestra cara, nuestra historia y nuestras haciendas, la reprobación
más contundente y el exterminio más radical…
Concédanos el Corazón de Jesús por nuestra Madre Inmaculada del Pilar que las Aleluyas
pascuales celebren tres resurrecciones, la de Jesús, la de España y la de cada uno de nosotros.
¡Así sea, así sea!

VI
No semirresurreción, sino
resurrección entera (Año 1937).

El cuerpo muerto de Jesús resucitó del sepulcro, no por partes, sino todo entero.
“Resucitó, no está aquí” pudo afirmar el Ángel a las Marías.
Nosotros los españoles queremos, pedimos a Dios y a los hombres nuestros y hemos de
procurar, cueste lo que cueste, que sobre el sepulcro al que llevaron a España la Masonería, el
liberalismo y el marxismo ruso, se pueda leer escrito con sangre de héroes y de mártires: “Resu -
citó toda entera; no está aquí”.
Y ¿sabéis cómo esta hidra de las siete cabezas, la Masonería, apoyada por el Judaísmo,
trata y tratará de ganar y hacer suya esta gloriosa revolución de la España católica y española
contra la España rusa y de impedir su entera resurrección?
Como sociedad tenebrosa que es, rehúsa cuanto puede las batallas en campo descubierto
y, como nadie, es maestra en el manejo de la “hipocresía” tratando de infiltrar a sus hombres y a
sus instituciones afines en el glorioso resurgir de España, adoptando actitudes patrióticas y hasta
religiosas, usando un lenguaje parecido al de los patriotas de verdad (¡con qué asco he leído car-
tas y artículos de esos profesionales del disimulo, “añorando la España grande del siglo XVI y

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protestando contra los bárbaros del soviet), y con esas actitudes y lenguajes ir captando puestos
influyentes en todos los órdenes de la vida pública.
Y esa hipocresía masónica en esta hora de decisión bizarra y arrolladora contra todo lo
que ha dañado o puede dañar a España y a sus esencias tradicionales dará la batalla, no a pecho
descubierto como los valientes, ni oponiendo doctrina contra doctrina, sino encubriéndose con
los “semi” de todas las postguerras.

Los semi…
La historia enseña que no ha habido herejía sin semiherejías ni guerras sin semiguerras y
que las semiherejías y semiguerras que han brotado después de la condenación o destrucción de
las grandes herejías y guerras han sido más funestas y difíciles de barrer que aquéllas mismas.
Con esa experiencia a la vista y con lo que a nuestro alrededor se olfatea y barrunta, ¿no
es de temer que las logias pretendan mediatizar los limpios y esplendorosos triunfos del antilai-
cismo y anticomunismo, con un “semilaicismo” en lo doctrinal y político y un “semisocialismo”
en lo social y económico, reforzados por la desmoralización del aún imperante comunismo en la
moral? De modo singular hoy llamo la atención sobre

Las trincheras aún sin tomar


Caballeros de la espada y de la Cruz, el gesto heroico y salvador que empezasteis en las
trincheras, barriendo de ellas a los enemigos de Dios y de España, terminadlo en los cines mor-
bosos, en los salones de baile, en los cabarets, en los kioscos y librerías y en las playas y piscinas
elegantes, barriendo no con el fuero de vuestras ametralladoras, que no hace falta, sino con el de
vuestro coraje de católicos y españoles avergonzados, toda la podredumbre perfumada que la
moda extranjera e indudablemente masónica, puso allí como trinchera, tanto más formidable
cuanto más seductora, contra el pudor de vuestras hijas, hermanas, esposas o novias, contra la
castidad vuestra y de vuestros compañeros, contra la salud y la virilidad de la raza, contra el
bienestar y la unión de las familias y contra la Patria que os quiere y os necesita fuertes y sanos.

Los dos comunismos


Escribía yo, hace unos años, con ese mismo tema cuando veía formarse el nubarrón que
había de hacer llover los fieros males que aún padecemos:
“No teníamos bastante con uno y tenemos que aguatar ¡dos comunismos!”
Formado casi en su totalidad, el uno por varones, maloliente, malsonante, agrio, feroz, de
mala cara y peores hechos; formado el otro por hembras y asimilados, perfumado, atrayente, se-
ductor…
Convienen ambos en que son comunistas, esto es, en que son y van contra todo gobierno
y ley de Dios y de los hombres, de padres, sacerdotes, maestros, amos, costumbres, respetos so-
ciales
Viviendo en pleno materialismo, el placer propio sin freno es su ley y el culto de la carne
su religión.

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No admiten más autoridad que la tenebrosa del “comité” los unos y la anónima de la
“moda” más avanzada las otras.
Se diferencian en que el comunismo macho lleva pistolas, teas, dinamita para destruir
gobiernos y vaciar bolsillos ajenos.
El comunismo femenino, por lo contrario vacía los bolsillos de dinero, las almas de pure-
za y paz, las familias de unión, los pueblos de prosperidad y alegría y los templos de decoro y
santidad, no llevando nada… ni medias en las piernas, ni mangas en los brazos, ni ropa en el
cuerpo, ni vergüenza en la cara, ni un pensamiento serio en la cabeza, ni una brisa de pureza ni el
temor de Dios en el corazón. ¡Nada!
El ideal (si es capaz de tener alguno) de este comunismo es la cabeza vacía, el corazón
vacío, el alma vacía y el cuerpo desnudo de ropas y de pudor.

¿El más temible?


¡Qué pena siento cuando veo tanta gente buena aterrorizada ante los comunistas de la
calle y despreocupada y hasta encantada con las invasiones y asaltos de las comunistas de sus
casas, tertulias, casinos, playas!
¡Qué pena verlos gemir ante Dios y lamentarse por las amenazas y daños de los comunis-
tas con bigote en campos y propiedades, sin parar mientes en los daños, mucho más enormes,
que “las comunistas depiladas”, quizás sus hijas, hermanas y esposas, están haciendo a Dios, a
las almas, al orden moral y hasta social y económico…!
Yo estoy cierto que, si autoridades, padres y madres, muchachos y muchachas decentes,
que aún son legión, y toda la gente buena se dedicaran en serio a acabar con el comunismo fe-
menino, la Misericordia de Dios cortaba las alas y ahogaba los alientos del comunismo y anar-
quismo masculino.
Y si no, me temo mucho que entre la dinamita de los unos y los gusanos de la carne per -
fumada de las otras acabarán con esta pobre sociedad.
A la vista de esos renglones, escritos hace años, puedo exclamar con tanta tristeza como
verdad: ¡Aún vive uno de esos comunismos: el perfumado!
Caballeros que tornáis de la guerra contra el comunismo maloliente, tan gentilmente espa-
ñoles, no paséis por la vergüenza de que vuestras mujeres anden vestidas o medio desnudas a la
moda masónica francesa, bailen a la inglesa a la norteamericana, se diviertan a lo salvaje y, sien-
do cristianas, vivan como comunistas y, lo que es más grave y funesto, traten de dar la ley e im-
poner su yugo a padres y maridos y a las mujeres de pudor.
La mujer, esposa, hija, hermana o novia de un español no debe, ni puede ser digna de él
si no viste, baila, se solaza, reza y vive a la española, que es gracias a Dios, vivir a lo decente y a
lo cristiano.
Guerreros de España, ¡guerra a la inmoralidad erigida en dictador! Si os ufanáis de haber
derrocado al marxismo cruel y bárbaro y dejáis en pie al semipaganismo o comunismo en modas
y costumbres, vuestro triunfo será un semitriunfo que volverá muy luego a trocarse en derrota
total. ¡Los muros de vuestra fortaleza tienen grietas…!
Hombres de la España resucitada: ¡Catolicismo sin”semi”! ¡Españolismo sin “semi”!
¡Moralidad sin “semi”! ¡Resurrección entera!
¡Al pudridero todos los “semi”…!

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Así y sólo así tendremos el triunfo entero sobre el comunismo de todos los colores y olo-
res y sobre todos sus aliados nacionales y extranjeros descubiertos y emboscados…
Que así sea, Corazón de Jesús, que así sea, Madre del Pilar, que así sea hermanos españo-
les.

VII

No malogremos la gran siembra


de sangre de Jesús (Año 1937)

Jesús es Jesús o Salvador por su Sangre.


Con este nombre, no inventado ni impuesto por los hombres, no es llamado en la tierra
hasta que no derrama sus primeras gotas de sangre en la Circuncisión.
No hay más redención ni salvación que por la Sangre de Jesús. “La Sangre de Jesucristo
nos limpia de todo pecado”, afirma el Apóstol San Juan.
Apliquemos la vista a ese lago o mar casi sin fondo ni riberas de Sangre de Cristo que
cubre en esta hora gran parte del solar de España.
Sangre del Cuerpo místico de Cristo es la sangre derramada por miles y miles de Sacerdo-
tes, Religiosos, de niños, mujeres y hombres católicos, de Soldados de Dios y de España en los
cinco años de república atea y masónica y singularmente en este último año de lucha a vida o
muerte contra el comunismo materialista salvaje.
Sangre del Cuerpo físico de Cristo es la derramada de modo tan real como invisible en
tantos miles de Hostias consagradas, pisoteadas, apuñaladas, quemadas en ingentes incendios de
Templos y altares…

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No creo que haya tierra en el mapa del mundo que en menos cantidad de tiempo se haya
visto regada, enrojecida, inundada de tanta cantidad de Sangre de Jesús como la tierra española
en estos meses últimos de la epopeya.

Lo que se siente
Es cierto que ante ese mar de sangre y ante esas montañas de carne mártir las lágrimas
brotan, la garganta se anuda y el corazón parece que salta en pedazos de la multitud de senti -
mientos encontrados que lo agitan.
Mirad, mirad con ojos de fe, ese cuadro, que es de hoy, que está vivo, y seguramente de
entre la lucha de esos sentimientos surgirán y vencerán a los demás dos principales:
1º Arrepentimiento. Mirémonos las manos y ¿quién podrá asegurar que las tiene del
todo limpias de salpicaduras de aquella sangre? Si cada pecado mortal es una puñalada al Cora-
zón de Jesús y si es pecado de escándalo es una corona de puñaladas, decidme, hombres, con
vuestras cobardías, y mujeres con vuestras provocaciones e inmodestias y vosotros Sacerdotes,
quizás con vuestro poco celo, ¿no tenéis que arrepentiros de haber salpicado vuestras manos con
sangre derramada de Jesús?
2º Confianza, y confianza sin fin ni cansancio. ¿Hay Sangre derramada de Jesús? Hay
salvación. ¿Qué es mucha, mucha la Sangre derramada? Hay que esperar mucha, mucha salva-
ción.
Al ver el inmenso lago de Sangre que cubre tanta parte del solar patrio, ¡con qué seguri-
dad podemos gritar: ¡España se salva!
Huesos y carnes de Mártires de Jesús, caídos en la tierra hispana, no sois piltrafas arroja-
das al pudridero, sino semilla santa, divina, sembrada en surcos de sacrificios y regada con la
más fecundante de las aguas, con Sangre de Cristo
Ahogad vuestros miedos ante tanta muerte, vuestros dolores ante tanta herida y dejaos
henchir por la confianza ante la grande, la inmensa siembra.
¡Que no se malogre!
Porque sabedlo, tan rica, tan esperanzadora siembra puede malograrse como todas las
cosas en las que Dios da parte a la libre voluntad humana.
¿Sabéis cómo?
1º Si falta el valor a los hombres, como cristianos, como ciudadanos, como padres de
familia o jefes de pueblos. Los cobardes no merecen triunfar ni conservar triunfos.
2º Si falta el pudor a las mujeres para despreciar y pisotear modas, cines, lecturas, bailes
y costumbres paganas y disolventes. La lujuria es más destructora que la dinamita.
3º Si falta o no se enciende aún más el celo apostólico de los Sacerdotes.
Sobre este último punto, por su gran trascendencia he de permitirme un más largo comen-
tario.
Hablo a todos; a los más y a los menos celosos. Haceos delante de vuestro Sagrario esta
pregunta: Si nunca el suelo de España ha encerrado una siembra tan prometedora como la actual,
¿qué debo hacer y cómo debo prepararme para no malograr la cosecha en los que de mí depen-
da?, ¿qué procedimientos debo rectificar, qué nuevos pasos dar, a qué nuevas puertas debo lla-
mar?, ¿madrugar más?, ¿más participación de los fieles en el canto litúrgico?, ¿más piedad en mí

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y en los míos?, ¿más visitas a enfermos?, ¿más estímulos a la Acción Católica?, ¿más trato y
contacto con mis obreros?, ¿más llamadas a la Comunión frecuente?, ¿a la meditación y a la visi -
ta diaria del Santísimo?. ¿O menos ociosidad?

Mi encargo
Sacerdotes amadísimos, el particular encargo de este pobre hermano vuestro para este
tiempo nuevo de esperanzas y temores es así: inundad vuestras feligresías de Catecismo vivo,
esto es, de conocimiento y de amor a Nuestro Señor Jesucristo.
La España vieja se perdió porque dejó de conocer y amar y tratar a Jesucristo: y dejó de
conocerlo y amarlo porque fueron muchos los que le predicaron en contra con palabras y ejem -
plos y espectáculos, y pocos, muy pocos, los que con sus obras de verdad cristianas y sus pala-
bras llenas de evidencia de Evangelio le predicaron a favor…

VIII
Lo más urgente: desenvenenar a las almas (año 1938)

A los Sacerdotes, Maestros y Catequistas


Os toca antes que a nadie a vosotros, desenvenenar a las almas de ese odio a Jesús que ha
explotado en esta horrible guerra.
¡Quitar odios de Jesús de cuantos os rodean y estén al alcance de vuestro celo! Y ese odio
de Jesús se quita, en lo que a vosotros toca, dándolo a conocer; Jesús conocido, con verdad, no
puede ser odiado..
Si la gran misión del Sacerdote, como ministro de Dios, es ofrecer el augusto Sacrificio,
como apóstol del pueblo es darlo a conocer de todos los modos que él pueda, singularmente con
su palabra y con su ejemplo.
¡Cuántas, cuántas veces pedimos al Corazón de Jesús en nuestra Misa y en nuestro Sagra-
rio, más que Sacerdotes de Jesús, Sacerdotes-Jesús, más que Sacerdotes del Evangelio, Sacerdo-
tes-Evangelios.
Estamos ciertos, con certeza de fe, que si el pueblo al oír y al ver al Sacerdotes se da
cuenta que oye y trata a Jesús, tarde o temprano amará a Jesús, aunque en una hora de obceca -
ción y de envenenamiento hubiera matado a su Sacerdote.
Es urgente, urgentísimo, Sacerdotes míos, que antes que nada demos al pueblo con nues-
tra predicación y nuestro ejemplo, no ya el conocimiento, sino la evidencia de Jesús.
Esa es la gran tarea, la más urgente y la más fructífera tarea del Sacerdote, no sólo para el
orden puramente religioso sino social, económico, familiar y hasta político.
Sacerdotes, en vuestro modo de decir la Misa, en vuestro modo digno de ir por la calle,
sin fumar, sin frecuentar paseos públicos ni diversiones, sin aseglaramientos en vuestro peinado
y porte, edificantes en vuestra conversación, en vuestros ministerios retribuidos y sin retribuir, en
un celo que no se canse ¡a la tarea! ¡a ser más sacerdotes que nunca! Y rebosantes de ese celo y
de la urgencia de vuestra tarea de ahora, comenzad por

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¡Desenvenenar niños!
¡Qué espectáculos tan tristes han visto nuestros ojos en estos últimos años de tiranía laica y
anticristiana, teniendo por protagonistas los niños!
¡Niños blasfemos, apedreadores de templos y de Sacerdotes, tiranuelos de sus propios
padres, procaces en la deshonestidad y en el hurto! ¡Se les enseñaba de tantas maneras a odiar a
Jesús!
¡Pobres e indefensos niños!
Pero ¡gloria a Dios! y ¡honor a esta hora y a estos hombres salvadores de España!
¡Jesús ha vuelto a las escuelas, de donde lo echó la Constitución laica! ¡Jesús y los niños
han vuelto a encontrarse en la escuela pública!
Podemos asegurar que no quedará pueblo en el que no presida la escuela el Santo Crucifi-
jo.
Hemos presenciado algunos de esos encuentros y con cuánta satisfacción lo decimos:
¡Maestros y niños han recibido a Jesús Crucificado llorando y aclamando! ¡Lágrimas a la par de
penas y gozos, de arrepentimientos y propósitos
¡Cómo nos han hecho llorar esos saludos al Divino Despedido y Readmitido!
Pues bien, Párrocos y Sacerdotes queridísimos, en la escuela nacional, de la que junta-
mente con Jesús os echaron, os esperan, os llaman los Maestros que lloraron en silencio la expul-
sión de su compañero y modelo, para que le ayudéis a quitar odios malos de cinco años y a sem-
brar amores buenos para toda la vida; os llaman los niños, que al fin y al cabo no han perdido su
instinto naturalmente cristiano; os llaman las autoridades, conocedoras de lo mucho bueno que
pueden esperar de vuestra presencia e influencia en la reeducación de España, os invitan con la
boca cerrada por la muerte y con las bocas abiertas de sus heridas tanto Sacerdote, tanto maestro,
tanto catequista sacrificado, que os piden que ocupéis sus puestos vacíos.
Como esencia y síntesis de toda Pedagogía catequística, tened presente y saboread con
frecuencia esta fórmula abreviada de cuanto la experiencia me ha enseñado para obtener de la
Catequesis no sólo niños instruidos, sino sólidamente cristianos y fervorosamente piadosos, meta
a que debe dirigir sus trabajos todo catequista…
“Catequizar es enseñar gradualmente la letra del Catecismo, viviendo su espíritu y ha-
ciéndolo vivir con gracia sobrenatural y natural de estos cuatro modos: Orando y haciendo orar.
—Narrando y haciendo narrar. —Representando y haciendo representar. —Y practicando por la
Piedad y la Liturgia y haciendo practicar”.
Ya tendremos ocasión de explicaros la fórmula.
Sacerdotes, Maestros, daos prisa a arrancar las aún tiernas raíces de odio a Dios que cinco
años de laicismo venían sembrando en las almas de los niños.

Un caso que vale por mil


Visitaba días pasados una escuela nacional graduada de niños y oí con emoción cómo las
buenas Maestras después de haber repuesto el Crucifijo en el sitio de honor, dedicaban asidua y
preferente atención a la enseñanza del Catecismo y de las prácticas de piedad. ¡Qué bien y con
qué compostura y lentitud rezaban las niñas las oraciones!

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— ¡Hay que desandar lo andado— me decía una de las ejemplares Maestras. Estamos
horrorizadas —añadía otra— de los progresos que había hecho el mal en estas inocentes y otra
confirmaba las afirmaciones de sus compañeras con el siguiente significativo caso: —Preguntaba
a una chiquita, como de unos siete años, si quería mucho a Dios y con cara de susto me responde:
— ¿Yo a Dios? ¡Yo no quiero a Dios! — ¿Y al Crucifijo?, y con voz vacilante y encogiéndose
de hombros, contesta: ¿Al Crucifijo, al Crucifijo? Bueno.
Se conocía que esta palabra no figuraba en el vocabulario de las maldiciones y blasfemias
de su casa o de la calle… ¡Pobres niñas y pobres niños! ¡Qué siembras tan desoladoras estaban
recibiendo! ¡qué mañana tan negra les esperaba!
Una última observación de aquellas Maestras: Se habían dado cuenta de que en los prime-
ros días de clase había alguna que otra niña que con marcado desprecio volvía la espalda al Santo
Crucifijo.
Sacerdotes, Maestros, Catequistas, ¡cuánto hay que correr a fin de recuperar para Jesús a
los niños! ¡para desenvenenarlos!

IX
Tres lecciones para las Marías
1ª Haceos Sagrarios
2ª Haceos hostias; y
3ª Mendigad para los Sagrarios

I
Marías, haceos Sagrarios
Después y en medio de la desolación en que el marxismo soviético ha dejado a nuestra
Patria, como supervivientes de un naufragio, de un incendio, de una epidemia asoladora, ¿a dón-
de acudir, qué echar de menos, por qué llorar más, contra qué indignarse con más fiereza, por
dónde empezar de nuevo?
¡Sagrarios profanados, templos saqueados e incendiados, conventos, asilos, colegios con
sus moradores asesinados, Obispos Sacerdotes, Religiosos, mujeres, niños, enfermos, padres,
madres, hermanos, hijos… y todo esto con una sevicia voluptuosa y en cantidad de miles, de
muchos miles, ¿quién puede contar?
Es hora de llorar, de protestar, de remediar y de restaurar lo que aún se pueda.
¿Quién lo duda?
Pero, ¿por dónde se comienza?
¡Qué problema tan angustioso!
Marías, para vosotras como tales Marías, está resuelto.
¿No es verdad que antes que a nada ni a nadie os debéis al Sagrario?
Pensad en este tristísimo hecho: En España se han quedado miles de Sagrarios sin Sacer-
dotes ni Marías, porque se los han matado, y hay miles de Sacerdotes y de Marías que se han
quedado sin Sagrario, porque sacrílegamente se los han robado y destruido.

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Marías, ¿no os parece que ésta es la hora de ser más Marías que nunca?, ¿de qué Sagra-
rio?
Además del vuestro, si por fortuna no os lo arrebataron, del que construyáis en vuestra
alma al Jesús que recibís cada mañana.
Ya que los hombres se han obstinado en quitar a Jesús de sus Sagrarios de madera, de
piedra o de metal, sed Sagrarios vivientes, ambulantes; llevad a Jesús adonde quiera que vayáis.
Envuelto en los corporales de vuestra pureza de alma, de vuestra humildad de corazón y de vues-
tra fe vivificada por una caridad inextinguible.
“¡Marías del Sagrario, convertíos en Marías-Sagrarios!”
Que tanto huérfano, tanto desvalido, tanto triste, como cubren los suelos de España, no
echen de menos alrededor de vosotras al Jesús del Sagrario y al Sagrario de Jesús que les han
quitado!

II
Marías, haceos hostias
Fijaos en este contraste: Jesús el Omnipotente, el León de Judá, el que con un soplo, con
una mirada puede reducir a polvo y a nada a sus enemigos, debajo de los escombros de sus tem-
plos, de los pies y de los puñales que trituraban su Eucaristía, rodeado de bocas sacrílegas que
hacían mofa de su Comunión y de llamas que convertían en cenizas sus sagradas especies, se ha
quedado ¡sin proferir una queja! ¡Es Hostia siempre!
Marías, Discípulos, almas de Sagrario ahí tenéis una bella y grata forma de desagravio de
tanta Hostia maltratada: no quejaros de ningún agravio personal que recibáis para imitar y des-
agraviar a Jesús callado de la Hostia profanada. ¡Hostia pisoteada y callada, que yo me deje piso -
tear con buena cara y boca cerrada!

III
Mendigad para los Sagrarios
¡Se ha quedado Él tan pobre, tan despojado de todo en estos meses de locura roja! ¡Sin
templos o con templos expoliados de Sagrarios, altares, vasos sagrados, cruces, imágenes, orna-
mentos y de toda clases de utensilios!
Y así, ¡en cientos, en miles de pueblos españoles!
Aunque es verdad que la mayor parte de las casas de los cristianos ha quedado tan desva-
lijada y llena de despojos como las casas de Dios, yo me permitiría repetir a nuestra familia euca -
rística, a nuestro ejército de la compasión, el encargo de Jesús después de la multiplicación de los
panes y los peces:

Recoged las sobras


Después de ese gran milagro de misericordia del Corazón de Jesús en salvarnos y de pa-
ciencia en dejarse despojar y pisotear por la hiena comunista, recoged en vuestros hogares lo que
guardabais, o los restos que os han dejado, y con vuestra laboriosidad ingeniosa y vuestra caridad
compasiva trocadlos en cosas útiles para el Templo.

21
De los retazos o prendas de hilo sacad manteles, corporales, amitos, albas, purificadores,
de trajes o trozos de seda sacad casullas, capas, estolas…; de copas pequeñas podríais hacer vina-
jeras, de las de plata copones; todo puede aprovecharse, los restos de cuadros o de imágenes, de
armarios, de bancos, de candelabros, de palmatorias, de arañas„ ¡Qué campo tan dilatado para el
amor ingenioso de las Marías. ¡Aprovechad sobras para preparar casa a Jesús!
Marías, que cuando pueda haber un sustituto para cada uno de esos Curas mártires de
miles de pueblos de España, no se vuelva a encontrar Jesús en el duro trance de hace veinte si -
glos de no tener donde nacer.
Marías, reuníos aprisa y convocad a vuestras reuniones a todas las almas buenas que co-
nozcáis y poned al servicio de Jesús, robado y expoliado vuestras manos cosiendo, y vuestro
amor ingenioso arreglando, pintando, pidiendo, rebuscando limosnas para el pobre Jesús de los
templos en ruinas.
Lo que obtengáis ponedlo a disposición de vuestros Prelados, para que lo distribuyan con-
venientemente.
¡Con qué gusto os bendecirán agradecidos en nombre del agradecido Jesús!
Marías, sed ahora más Marías que nunca.

X
Un gran Gobierno (Año 1937)
Gran parte del mundo y no poca de España, ha vivido en las horas pasadas bajo la doble
impresión de una sorpresa y un descomunal chasco.
Sorpresa: ¿quién podía sospechar que España guardaba tanto bueno?, dicen muchos ante
el panorama de heroísmos, más que legendarios, inverosímiles, por su Religión y por su Patria,
que cada día y cada hora está iluminando nuestros ojos y derritiendo de emoción nuestros cora -
zones.
Chasco: ¿quién podía imaginar tanta cantidad e intensidad de mal como guardaba Espa-
ña?, proferimos asqueados, horripilados, convulsos ante ese desbordamiento de odios infernales
que ha convertido a pueblos y a provincias enteras de España en lagos de sangre o en montañas
de ruinas.
¿Y sabéis de dónde provienen esa sorpresa y ese chasco?
A mi juicio de esto sólo: de que se había olvidado que la lógica se sale siempre con la
suya. Y la lógica manda, exige que cada cual coseche de lo que siembre.
En España, a Dios gracias, ¿había a pesar de los malos tiempos y vientos, mucha, mucha
siembra de Fe, de oraciones, de austeridad de tradiciones, de caballerosidad, de grandes sacrifi-
cios callados, de confianza ciega en el Corazón de Jesús y en la Virgen del Pilar?, pues no os
sorprendáis: la lógica, que es una fiel servidora de la Providencia de Dios, os presenta esa esplén-
dida cosecha de la actual España resucitada.
¿Se habían, por el contrario, sembrado al por mayor vientos de laicismo, de ateísmo, de
inmoralidad, de subversión contra toda justicia y derecho? Pues no os llaméis a engaño.
Es la lógica la que ha escrito en forma de adagio popular esta ley ineludible: “Quien
siembra vientos, recoge tempestades”.
Si para formar gobierno me llamaran a consulta, yo propondría esto solo: Que se cree un
ministerio perpetuo, aunque sea sin cartera, y se le adjudique a una señora, ¡a la Lógica!

22
¡Qué bien haría feliz a su pueblo el gobierno que en todos sus consejos diera oído al Mi-
nisterio de la Lógica!
Corazón de Jesús, ¡que así sea ya el nuestro ahora y siempre!

Una gran táctica


Un capitán de nuestro valeroso Ejército, a quien visitaba herido en el Hospital, me ha
pagado con creces, sin pretenderlo él, la visita con una lección soberana de táctica.
Respondiendo a mi interés por su estado, me dice: a ratos siento muchos dolores, pero
estoy contento.
—¿Contento?
—Sí, el balazo éste fue un regalo que me hizo el Corazón de Jesús.
—¿Regalo?
—Sí, señor, yo le pedía que me hiciera sufrir para acelerar la redención de España, y
una mañana, después de comulgar, sentía tan claramente que el Corazón de Jesús me iba a hacer
caso, que le dije al Capellán: Padre, hoy me toca… Aquella tarde, después de un día duro de lu-
cha, una bala roja me atravesaba el pecho y las vísceras más importantes; no me mató, pero me
ha dejado unos dolores y una inmovilidad aquí en la cama… ¡ya cinco meses! ¡que duelen más!
Me vienen impaciencias por ponerme bueno para volver al frente, pero como aquí sufro más…
Ahí, en esa cama, repliqué yo, España y Usted ganan y triunfan más…
Esto sí que es táctica militar a lo divino. Un Cid sobre su Babieca al frente de sus mesna-
das, entrando a sangre y fuego en las filas enemigas, es un gran Campeador, según la táctica
terrena; aquel capitán sobre su cama de Hospital ofreciendo contento sus cinco meses de dolores
y de ansias refrenadas de luchar por la redención de la Patria, aparece a mis ojos más Campea-
dor aún, según la táctica divina.
Aceptar sufrimientos en paz para aligerar la redención de España, ¡qué gran táctica para
vencer!

Los dos crepúsculos


Nos encontramos entre dos crepúsculos: uno matutino y otro vespertino; rojo, cárdeno,
casi negro y pestilencial éste, como de sangre coagulada y como de cadáveres en putrefacción;
transparente, nacarado, perfumado y sonriente, como la esperanza en campo de primavera,
aquél…
La anti-España comunista, blasfema, colonia asiática, está en ese crepúsculo triste de no-
che eterna de execración.
¡España! ¡así! ¡sin apellidos! ¡no los necesita la de nuestra Historia!, después de una ne-
gra noche de expiación y de tragedia, ¡vuelve a renacer por milagro patente y prolongado del
Corazón de Jesús y la Virgen del Pilar! ¡Vivimos dentro del milagro!
Amigos y hermanos, Sacerdotes y seglares de todos estados y condiciones, ¡hay que rena-
cer en sentimientos, costumbres, valor, prácticas, ¡en todo!
Corazón de Jesús, danos entendimiento nuevo y corazón nuevo para que nos aproveche-
mos de esta bella aurora que estás regalando a tu España.

23
XI
Entre rojos y rojas. (Año 1937)
Estamos asistiendo a dos guerras, o mejor estamos empeñados en dos guerras verdadera-
mente inverosímiles a fuerza de injustas y de crueles.
¡La guerra de los rojos y de las rojas!!
Aquéllos nos hacen la guerra, porque tenemos Fe en Dios y en su Iglesia y amor a Espa -
ña.
Éstas, dejándose de eufemismos. nos hacen la guerra porque tenemos vergüenza.
Los rojos, con tal de satisfacer sus furores impíos y antipatrióticos, ¡qué manera de ator-
mentar, matar, robar, quemar, destruir personas, templos, hogares, monumentos de arte, de edu-
cación, de beneficencia!
Las rojas, con tal de satisfacer su desenfrenada sensualidad no pocas, y su insensata vani-
dad todas, pese a quien pese y pase lo que pase, ¡qué manera de atracar, envenenar y poner en
peligro la inocencia más defendida, la pureza más recatada, la paz de la conciencia, las relaciones
más honestas, la buena marcha de la hacienda ajena, el equlibrio de la razón, el orden de los ne-
gocios, la alegría de vivir bien, lo sagrado del hogar y del templo…!
Pero con estas dos grandes diferencias entre las dos guerras:
1ª que los rojos descarados con sus armas, sus tanques, sus bombas, sus cazas, están allá,
aunque no falten rojos emboscados por acá; pero las rojas con sus baterías y dinamitas y gases
asfixiantes de pinturas y lápices, desnudeces y procacidades para atacar a todo el que encuentren,
esas están acá, en nuestras calles, en nuestras tertulias, en nuestras oficinas, en nuestros bares, en
nuestros lugares de recreo, de día y de noche, en nuestros hospitales, en nuestras casas y hasta en
nuestras iglesias, y
2ª, que la pelea de los rojos de una parte enardece para pelear más y con más valor y cora-
je y de otra parte no puede hacernos más que herir o matar el cuerpo, y la pelea de las rojas ener-
va, debilita, ciega y entontece al adversario y le hiere y le mata el alma.
¡A cuántos valientes muchachos heridos por los rojos de la vanguardia, he oído dolerse y
quejarse en la intimidad de las heridas en la voluntad y en el alma que les han causado las proca -
cidades de las rojas de la retaguardia con pretexto o de curarles las heridas del cuerpo!
¿El remedio?
Contra la ferocidad impía y destructora de los rojos, ya lo conocemos, admíranos y aplau-
dimos cada día: el remedio está siendo en la vanguardia el denuedo, la bravura, la técnica, la dis -
ciplina de nuestros ejércitos y milicias, y en la retaguardia la recta ordenación que se está impri -
miendo al nuevo Estado en todos los ramos que abarca, o sea, la recristianización y reespañoliza-
ción de la educación, justicia, hacienda, obras públicas, agricultura, industria, comercio, etc.
Y contra la guerra interior de las rojas, que troncha y marchita más vidas que las balas
dum-dum y seca la vitalidad de la raza y que es tanto más temible cuanto más perfumada y fasci-
nadora, y cuenta en cada adversario, en su concupiscencia, con un cómplice, casi siempre débil,
contra esta guerra, ¿qué remedio?
¿La religiosidad?
Sí, la religiosidad sincera y sólida de la mujer.

24
La Religión católica no ha inventado el pudor ni la vergüenza; pero los fomenta, defiende
y espiritualiza maravillosamente, cual ninguna otra institución ni fuerza.
Nuestra Religión cuenta por millones no sólo los mártires de su Fe, sino de la virginidad,
de la pureza y del pudor.
El gran chasco
Qué chasco nos hemos llevado los amigos y los enemigos de la Iglesia en este punto!
La Iglesia llama a las mujeres devoto sexo femenino; los enemigos de la Iglesia cuántas
veces han tirado a la cara de sus ministros, como un insulto, esta afirmación; ¡no mandáis más
que en las mujeres!
Pues bien, le ha tocado a nuestro tiempo presentar, entre asombrado y escandalizado, este
triste y bochornoso espectáculo de la rebeldía de las mujeres, que se llaman cristianas y hasta
piadosas a veces, contra su Madre la Iglesia.
Entre la moda francesa y ciertamente masónica que manda a la mujer bailar, vestir, o más
bien desnudarse, bañarse, pisoteando toda la ley moral y de decencia, presenciar torpes o peli-
grosos espectáculos, tratar a solas con muchachos, desobedecer y despreciar a la madres, y pasar
la vida en constante torbellino de diversión y osadías contra la salud del cuerpo y del alma propia
y ajena… entre esa moda, que definió Campoamor; “El arte de desnudarse con el vestido”, y la
Madre Iglesia, austera guardadora y promulgadora de toda moral y que condena toda inmorali-
dad, no sólo de obra, sino de pensamiento, de deseo y de provocación y que para hacer guardar
su moral tiene recibidos de su Fundador, Jesús, Sacramentos que previenen, fortalecen, limpian y
elevan y enseña como dogmas infalibles el origen divino y las sanciones ineludibles de esa moral
y presenta como ejemplos que guíen, levanten, formen hábito y carácter a un Jesús purísimo, a
una Virgen Inmaculada y a millones de Santos y Santas que han preferido la muerte a la mancha
y, como práctica de la imitación de estos ejemplos, ha venido labrando siglo tras siglo, costum-
bres austeras en los individuos, en las familias y en los pueblos… entre esa mala madrastra, la
Moda, y esta buena Madre, la Iglesia, legiones de muchachas y mujeres, no pocas de ellas criadas
en hogares cristianos y colegios religiosos, han cerrado los oídos a la voz del Papa, de los Obis-
pos, de los Párrocos, de los Confesores y de las antiguas Maestras, y, con sus brazos abiertos y
desnudos, se han ido a la madrastra y le han dicho: Lo que tú mandes haremos… y por toda ra-
zón a los reproches de la Iglesia y de su conciencia, dan ésta: ¡Así van todas! ¡Triste sinrazón de
cobardía contagiosa!
¡Qué chasco! que sigamos llamando devoto sexo femenino y que nos sigan calumniando
los enemigos llamando nuestras a ese ejército, más que de devotas o Cofrades del Santo que sea,
de coristas de teatro malo, adornando por befa sus desnudos pechos con cruces y medallas..
Es cierto, gracias a Dios, muy cierto, que son tantas aún las mujeres y las muchachas que
no han permitido, y no pocas a costa de heroicidades, que coloree sus mejillas más rojo que el del
pudor que es el más bonito de todos los colores, ni adorne sus trajes, recreos y conversaciones
más que la pureza, a la que un Santo Padre llama nitor gratiae, el esplendor de la Gracia, y cier-
to también que, por ser tantas las coloreadas de pudor y las brillantes de Gracia, están impidiendo
que se prive a las mujeres todas del glorioso título de devoto sexo.
Pero y
¿el peligro del contagio?
Nada más contagioso individual y socialmente que la impureza, sobre todo cuando ésta
ha llegado al impudor.

25
Y los peligros y estragos que este impudor femenino, que le ha tocado padecer a nuestro
tiempo, está produciendo en las mismas muchachas no contaminadas son incontables.
¡Cuántas veces me apena y contrista con grande angustia este círculo vicioso repetidísi-
mo!
Almas, a fuerza de impurezas escandalosamente impúdicas y desvergonzadas. contagian
con su impudor por la fuerza de la moda a las almas puras, que dentro de poco dejarán de serlo, y
formen este triste y fatal círculo: la saturación de la impureza produce la desvergüenza; la des-
vergüenza y el impudor, puestos de moda entre la gente buena, producen necesariamente la satu-
ración de la impureza, que en frase lapidaria de Pio XI, “hace perder a la mujer la dignidad de su
conciencia y la conciencia de su dignidad”
Urgencia de otros remedios
Y cuando el mal toma ya aires de epidemia social y de desenfreno que salta todas las ba-
rreras espirituales, morales y de conciencia individual, y cuando muchos padres y maridos aco-
bardados o cómplices, se inhiben, suena la hora de que la sociedad por medio de sus autoridades
y organismos de defensa salga a la calle a atajar rápida y violentamente la invasión.
¡Qué gratamente están sonando a mis oídos esas órdenes del Gobierno Central mandando
depurar las bibliotecas escolares y públicas y estrechar la censura de las películas del cine y esos
bandos de Gobernadores civiles, como los de Palencia, Logroño, Oviedo y León, y de Alcaldes,
como los de algunos pueblos palentinos, que imponen multas y otras penas a las parejas solita -
rias, a las sin medias, a las fumadoras, a las atrevidas en el traje, en las playas, en los deportes,
alpinistas, en las pinturas, etc. etc.
¡Con qué júbilo de esperanza he visto la “Cruzada por la austeridad y la modestia de la
mujer” y la campaña que se inicia de creación de “Moda nacional” y, como tal, netamente espa-
ñola, graciosamente honesta y gentilmente cristiana!
Corazón de Jesús, por nuestra Madre Inmaculada del Pilar da a tu España pronta y total
victoria sobre la dinamita con que tratan de volarla los rojos y sobre los gusanos con que acaba-
rían las rojas de pudrir lo que la dinamita deje.

XII
Soluciones para la post guerra. (Año 1937)
Ardiendo en afanes por allegar los remedios y alivios que estén a nuestro alcance a los
problemas pavorosos planteados por la tragedia en que nuestra amada Patria está empeñada, os
proponemos hoy uno de eficacia soberana, a saber:

El recurso al Espíritu Santo


No se trata tan solo de ganar la guerra que la masonería y el comunismo internacional nos
hacen, tan dura, tan ardua, y diríamos, tan insuperable, si no fueran españoles los soldados que la
resisten, sino de ganar una paz estable; no va nuestra España sólo a castigar, vencer y derrocar a
unos hombres malos o ciegos, o ambas cosas a la par, sino a barrer y a aniquilar la doctrina que
los hizo malos y ciegos.
Mucho es vencer a los comunistas, pero es mucho más vencer y destruir al comunismo.

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No debe, no puede la España madre de tantos mártires y tierra empapada en sangre de
tantos héroes, contentarse con cantar su himno de victoria, cuando haya hecho tomar vergonzosa
huída o entierre el último de sus enemigos, y sentarse después a descansar, sino que tiene que
dedicarse:
1º A una obra de desinfección profunda y radical, impidiendo el retorno de los huídos y
de sus doctrinas y la sustitución de los muertos por muchedumbres de nuevos envenenados por
medio del aislamiento de los focos literarios, científicos, morales, políticos, sociales de la infec-
ción, y de la depuración de inteligencias, instituciones, organismos y procedimientos de los gér-
menes y bacterias de comunismo y de semicomunismo rezagados;
2º A la reconstrucción de tantas ruinas en el orden religioso, moral, social, patriótico y
artístico, amontonadas por un siglo de liberalismo secularizador, ferozmente individualista, ego-
ístamente disolvente e hipócritamente cristiano, y
3º, y en una palabra, a la recristianización y a la reespañolización de España, o sea, vol-
ver a ser lo que fue en sus tiempos de gloria y de imperio.
La tarea de hoy
Tarea verdaderamente magna esta de la post guerra o segunda guerra que acabamos de
bosquejar, superior sin duda a la misma obra de la guerra con ser ésta gigantesca y que a veces
alcanza las proporciones y el valor de lo milagroso.
¡Cuántas veces al leer los relatos de la campaña y más al oírlos de labios de sus mismos
bravos protagonistas, esa misma palabra ¡milagro! se viene a nuestra boca mojada con las lágri-
mas de la emoción! Sólo esta palabra explica tanto heroísmo, tanto remedio inesperado, tanta
conjuración de peligros y malas artes y tanta superación de dificultades de todas clases.
A la vista de esos milagros, o mejor de ese gran milagro dentro del que vive España desde
el 18 de julio de 1936, cuántas veces exclamamos mirando a la imagen de la Virgen del Pilar:
¡Cómo nos estás concediendo, Madre querida, que tu España sea la tierra en que el Corazón de tu
Hijo sea venerado y querido con mayor veneración que en otras partes!
Las dos victorias
Que lo hasta aquí obtenido es prenda de que se obtendrá la victoria total, o sean, las dos
victorias, la de la guerra y la post guerra, sólo un pesimismo anticristiano o irracional puede po -
nerlo en tela de juicio.
Pero tampoco admite duda que hemos de preparar y allanar esa gran segunda victoria.
Y a eso va dirigida esta exhortación pastoral.
Elementos que se necesitan
Tanto para la guerra como para la post guerra, a más del dinero que, según el dicho céle-
bre de Napoleón, era lo más necesario, y de lo que con el dinero se compra, hacen falta elemen-
tos intelectuales y espirituales, como la técnica y la estrategia y el saber mandar en los que diri-
gen, el espíritu de disciplina en los que obedecen, el valor que a las veces ha de llegar a heroi-
co, el cariño a la Patria que llegue hasta el sacrificio de sí mismo, la rectitud moral en los que
mandan y en los que obedecen y, como hogar en el que todos esos elementos se purifiquen de la
escoria humana, se enciendan, se intensifiquen y se transformen, un espíritu religioso de una Fe
viva en Dios y en su Palabra, de una Esperanza sin desmayos ni vacilaciones en sus premios y
promesas y un Amor sin eclipses a Él por Él mismo y a los prójimos y a la Patria por Él.
La fuente de la energía

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¿En dónde adquirir esos elementos que son los que de verdad dan la victoria a los que
guerrean y que porque les faltan a los rojos se hunden en vergonzosas e incontables derrotas?
¿En dónde encontrar una fuente abundante e inagotable de espiritualidad vencedora y
elevadora del talento, de la honradez y de las virtudes naturales?
Para nosotros los católicos es harto conocida: El Espíritu Santo.
Es la tercera Persona de la Trinidad augusta, Dios como el Padre y como el Hijo, el Amor
del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en persona subsistente. En Él reconoce la Fe católica cuatro
oficios: Iluminador, Fortalecedor, Consolador y Santificador. A Él debemos cuatro grandes
creaciones: La Virgen Inmaculada, Jesús Hombre Redentor en la Cruz y en la Misa y Pan vivo en
la Sagrario, la Iglesia que es la ciudad de Dios en la tierra y el Cristiano que es el tipo del hombre
perfecto.
¡Qué poco agradecida está esa tercera Persona, con razón llamada el Dios desconocido!
Lo que puede dar el Espíritu Iluminador
Luz para que los españoles, los que mandan y los que obedecen, conozcan a España, a sus
innumerables hombres santos, sabios y valientes, sus hechos memorables de buen ejemplo que
imitar y de malo que impedir y singularmente la misión que Dios le ha confiado de ser a la par
soldado y misionero de la Fe católica, y su historia de grandeza sin igual, cuando ha cumplido
fielmente su misión, y de desastres y humillaciones sin ejemplo, cuando la ha despreciado.
¡Cuánto hay que pedir al Espíritu Santo que España se conozca como Dios y la Fe la han forjado!
Luz, luz, Espíritu Santo, y no luz fría como la que intentan obtener por sus químicas los
hombres de laboratorio, sino luz como la tuya, que a la vez que ilumine las cabezas sea fuego que
inflame los corazones, para que lo conocido como verdadero al través de los rayos de tu luz sea
amado y ejecutado como bueno con el fuego de tu amor.
El Espíritu Fortalecedor
¡Cuánto tenemos que invocarte, Espíritu Santo, Fortaleza de Dios, Dedo de la diestra del
Padre, para que inundes a la España de hoy y a la de mañana de oleadas de valor y fortaleza!
Valor, no solo para pelear en las trincheras contra los enemigos de Dios y de España, sino
en los despachos ministeriales para que por ellos no pasen ni la injusticia, ni la debilidad, ni la
prevaricación… Valor para las cátedras de las Universidades y centros docentes para no dejar
asomarse a la herejía ni a la semi herejía; valor en los tribunales de justicia para que la vara recta
que la simboliza no se ladee ni por la dádiva ni por la amenaza; valor en los púlpitos, en los con-
fesonarios y en la boca de los Sacerdotes para predicar y enseñar con obras y palabras constante-
mente sólo y todo el Evangelio; valor en los hogares, en las vías públicas, en los espectáculos, en
los corazones y en las caras de los cristianos y de las cristianas, para que no se deje pasar lo que
vaya contra Dios o contra la Patria, pisoteando las modas tiránicas y corruptoras, las pasiones
desordenadas, los egoísmos y las cobardías colectivas.
¡Espíritu Fortalecedor, haz de España un pueblo de sólo caballeros y sin ningún rufián
cobarde!
El Espíritu Consolador
¡Cómo te necesita España y de cuántos modos reclaman sus hijos tus consuelos!
Tantas heridas abiertas y aún no cerradas del cuerpo y del alma, tantas penas sin remedio
humano, tantas tristezas sin esperanza en la tierra, tantos hijos sin padres y padres sin hijos, tan-
tos recuerdos atormentadores, tantas visiones de cuadros de dolor que no se borran, ¡cómo te

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llaman y con cuánta urgencia, Espíritu Consolador! ¡Ven Consolador buenísimo, dulce Huésped
del alma, dulce refrigerio!
El Espíritu Santificador
Si en el mundo, si en nuestra España hubo negruras de ignorancias y errores que llegaron
a oscurecer el sol, si hubo prevaricaciones cobardes y corrupciones degradantes, si la sangre y las
lágrimas de muchas penas y desgracias corren a torrentes, una palabra sola basta para nombrar la
causa definitiva de todos esos males:
¡El pecado!
Es el mismo Espíritu Santo quien lo ha dicho: “El pecado hace miserables a los pueblos”.
La historia lo confirma con ejemplos incontestables: Babilonia, Nínive, la Roma de los
Césares caen, más que al golpe de las lanzas y flechas de sus enemigos, roídos por los gusanos de
sus lujurias y sus vicios.
No ha muchos días nos decía un alto personaje ocupado en la reconstrucción de España:
“Nunca hubiera podido creer que había llegado a tal extremo en extensión e intensidad la podre-
dumbre que nos minaba”.
Espíritu por antonomasia Santo, si no hay más remisión de pecado que la que Tú das por
medio de la Gracia que nos ganó Jesús con su Sangre, si no hay más honradez y virtud verdade-
ras y meritorias que las que Tú siembras y cultivas en las almas por la Gracia de Nuestro Señor
Jesucristo, perdona a España, santifica a España.
Repite tu Pentecostés sobre los Sacerdotes de España, que al igual de aquellos del Cená-
culo, hablen con lenguas nuevas, vayan al pueblo con valor nuevo, se pongan en contacto con las
almas con eficacia nueva y salga y florezca de este inmenso campo, sembrado de huesos y empa-
pado en sangre de mártires, españoles nuevos parecidos a los primeros cristianos de la Iglesia
recién nacida.
Espíritu Santo, sed la luz, la fortaleza, el consuelo y la santificación de la España que re-
nace de las ruinas de la España pecadora.

XIII
Sobre los dos Advientos. (Año 1937)

El Adviento de la Liturgia
La Sagrada Liturgia, esa gran Maestra de la vida cristiana, comienza el año eclesiástico
con una gran lección de cosas.
Si todo el año eclesiástico gira en torno de la persona de Jesús, como una inmensa cinta
de cinematógrafo que, reflejando la misma figura, la va representando en sus distintos gestos,
edades, posturas y estados, el Adviento es la reproducción del escenario en que habrá de actuar el
gran Protagonista de la historia del género humano redimido, nuestro Señor Jesucristo.
La Liturgia del Adviento es recordar, hacer sentir y palpar a los hombres del mundo cris -
tiano lo que eran y sentían y palpaban los hombres del mundo antes de ser cristiano para que de
esa comparación y de ese contraste tan vivo el hombre de hoy renueve su hambre de tener a Jesús
y su gratitud por tenerlo ya.
Con la presentación de nuevo de las Profecías que lloraban los males del mundo sin Cris-
to y cantaban los bienes que con Él vendrían, de los himnos, de los salmos mesiánicos, de los

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responsorios y de las antífonas, con los colores y los accidentes de sus ritos, y con ese ambiente
de expectación, a la par triste y dulce, que al través de los siglos ha formado en torno de la fecha
del nacimiento del Salvador, durante unas cuantas semanas la Liturgia entre lágrimas de angus-
tias y rayos de luz prepara al pueblo cristiano a recibir a su Rey Salvador, como si por primera
vez con Él se encontrara, y le hace exclamar con la misma ansia de los pueblos del lado allá de
Belén:

¡Ven, Jesús! ¡Jesús viene!


¡Qué falta le hace al mundo esa gran lección de cosas que la Liturgia cristiana le da cada
año con su Adviento! Soberbio, se olvida fácilmente de lo que debe a Jesús, y engreído, se jacta
de que su civilización, su cultura, sus luces, sus prosperidades y su paz se las debe a sí mismo, a
sus libros, a sus técnicos, a sus progresos materiales, a sus armas, a sus dineros… y casi llega a
escupir al cielo el grito del impío que describen los Salmos: “Dijo el insensato en su corazón: no
hay Dios”.
¡Qué buena falta hace, repito, a los hombres de ese mundo soberbio y engreído asomarse
cada año a esos cuadros gráficos y vividos que les presenta la Liturgia de lo que era el mundo y
su civilización y su cultura y sus luces y su paz antes de Cristo!
¡Qué gran maestra de hombres y pueblos es la Liturgia y con qué pocos discípulos de
verdad cuenta!
El Adviento de España
Pero ved aquí otro Adviento, no dulce, representativo, esperanzador, y graduado, como el
de la Liturgia, sino real, violento, tenebroso, enrojecido con sangre de muchas víctimas y con
fuego de muchos incendios, y atronado con ayes de muchas angustias, con alaridos de desespera-
ción y con tableteos de cañones y ametralladoras: ¡el Adviento de la España roja!
En esos pueblos sin templos ni altares, porque los derribó el odio a Dios, con hogares
dispersos o agujereados por las balas y los obuses del odio a la familia, con manadas de niños y
niñas que blasfeman y son deportados para que aprendan a blasfemar y a odiar más, en esas caras
escuálidas por el hambre y la fiebre, en esos ojos extraviados por la ferocidad o por el miedo, en
esas muchedumbres hacinadas en los sótanos o fusiladas por la espalda, en esos y en otros tantos
cuadros de horrores, inverosímiles a fuerza de crueles, se puede poner este gran letrero: “Estos
son los pueblos sin Jesús”.
¡Qué ¿no es el odio a Jesús y a su Religión Santa en definitiva el que enciende esas teas,
carga esos cañones, envenena y emborracha a esas muchedumbres rojas y las empuja a raer su
nombre, su civilización y sus instituciones de sobre la haz de la tierra?
¡Pobres pueblos, que se quedan sin Jesús! ¡cómo pierden, al perderlo a Él, la corte que
necesariamente le sigue: la virtud, la paz, la inocencia de los niños, la pureza de las doncellas, el
verdadero progreso, la justicia, la alegría, el pan!
Soberbios del mundo, los que ponéis vuestra aspiración en que el mundo ande por carriles
de materialismo pagano y prescindencia de Dios, de su Cristo y de su Iglesia, ¡asomaos a la Es-
paña roja! ¿Ese es vuestro estado ideal? ¿Eso queríais traer a España con vuestras Instituciones
libres de enseñanza, con vuestras misiones pedagógicas, con vuestras culturas extranjerizantes,
con vuestras válvulas abiertas a los aires de Europa, con vuestras “tenidas” clandestinas y con
vuestros mítines por la libertad y la democracia?
¡Terrible Adviento!

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Terrible, es verdad, porque no han podido reunirse más horrores para demostrar lo que
falta y lo que pasa cuando se echa a Jesús, pero Adviento al fin, porque debajo de esas ruinas de
templos y de hogares, por entre las bocas abiertas de tantas heridas, de entre los labios cárdenos y
resecos de tanto calenturiento, está surgiendo constantemente el grito, a manera de lamento,
¡Ven, Jesús!
Grito que es respondido desde las trincheras de nuestros bizarros, desde el despacho de
nuestro Caudillo, desde miles y miles de Sagrarios y de miles y miles de pechos: ¡Jesús vuelve!
¡Esperad un poco!

Espíritu Santo, que por medio de la Madre Inmaculada regalaste al mundo, hace veinte
siglos, la Nochebuena de Jesús, ¡que el Adviento terrible de las tierras rojas de España celebre
pronto, muy pronto su día bueno del retorno de Jesús…! ¡Con toda su corte…!

XIV
Nuestros deberes de la post guerra. (Año 1938)

Urge prepararnos para recibir la paz


Ante el arrollador avance de las tropas españolas por tierras de rojos, y ante la esperanza
que ese avance hace concebir de pronta victoria final, no estará fuera de tiempo ir preparándonos
para que el fin de la guerra sea principio de una paz duradera y sólida, que aleje y, más, que im-
pida la repetición de esa tragedia que tanta sangre y tantas cosas de valor incalculable está cos -
tando a la Patria.
Hay que prepararnos. ¿De qué modo? Sin duda la terrible guerra, a la luz de sus teas, ga-
solina y bombas, nos ha descubierto deberes nuevos que cumplir o deberes viejos incumplidos.
Es evidente de toda evidencia que la guerra como la revolución que la provocó, no son
casos fortuitos ni acontecimientos o evoluciones, fatales, sino manifestaciones de la Providencia
de Dios y de una lógica irrebatible entre las ideas y las obras de los hombres, de tal modo, que
socialmente no hay, ni ideas, ni obras aisladas, sino en perfecta y necesaria solidaridad.
¿Quién o qué forjó la revolución?
Sea cual sea, llámese como se llame la causa inmediata de la revolución roja, que puso a
España y está poniendo al mundo civilizado al borde de su sepultura, es cierto que la causa ma -
dre, la verdadera causa no es meramente industrial, ni económica, ni política, sino moral y reli -
giosa ante todo, a saber: una enorme y universal transgresión del deber.
Sin duda ninguna ese desbordamiento, y esas oleadas de odios, crueldades, instintos y
fuerzas ocultas de destrucción de todo lo digno, respetable y sagrado, de apetitos los más sangui-
narios y groseros, bajo cuya forma ha irrumpido la revolución roja, no sólo es una transgresión
enorme, descomunal, sin medida y sin calificativo proporcionado de los deberes para con Dios,
los prójimos y nosotros mismos, sino que es a su vez fruto de otras transgresiones perpetradas en
largos períodos de abandono y dejaciones por parte de muchas y muy variadas clases de factores
y fautores.

31
Como cada piedra arrojada al lago produce una revolución proporcionada en la masa del
agua, cada transgresión del deber es una revolución mayor o menor en el alma que la comete y
en los que la rodean, y a medida que crece la transgresión, la revolución crece.
Un ejemplo que prueba
Ese miliciano, por ejemplo, que armado hasta los dientes y ardiendo en furias de destruc-
ción, llega a la puerta de una iglesia, de un Sacerdote o de un tranquilo ciudadano, a quien ni
siquiera conoce, para prenderle fuego y quemar no sólo el edificio, sino a los que dentro de él
moran, ese miliciano, repito, ni ha surgido por generación espontánea, ni se ha formado él solo,
ni él solo se ha encendido de esos fuegos, en que arde su cabeza, su corazón y sus nervios,
Si con los ojos del espíritu, más que con los de la carne, miráis a ese miliciano, lo encon -
traréis precedido, seguido y rodeado de un ejército de armadores y de inflamadores, Y ¡qué cla-
ses tan heterogéneas y de tan distintas cataduras forman en ese ejército! Allí veréis en una larga y
sombría retaguardia, el pelotón de los desertores del deber, los culpables por omisión, como pa-
dres, maestros, sacerdotes, autoridades descuidados y débiles, y en la vanguardia padres escanda-
losos, maestros prácticamente dañinos a fuer de ateos e inmorales, autoridades venales, patronos
sin entrañas, compañeros corrompidos de trabajo o de diversiones, apóstoles de la calumnia, de
la envidia y de la lujuria en forma de oradores de casino o de mitin, de periodistas, de escritores
de pluma mojada en hiel o en la cloaca, los búhos maléficos de la taberna embrutecedora, del
cine disolvente y del respeto humano, y en la retaguardia y en la vanguardia tirando la piedra y
escondiendo la mano, la nariz y las uñas afiladas del judío, la mano perfumada del masón y la
pezuña del oso asiático. ¿Quién podrá contar las manos y las lenguas que han intervenido para
transformar a aquel muchacho noblote, sencillo, alegre, hijo y hermano quizás de padres y her-
manos ejemplares, en este energúmeno saturado de odio a Dios y a los hombres? Lo cierto es que
entre los desertores del deber, que son legión, y los transgresores del deber que son legiones y
legiones, han forjado esos cuerpos de ejércitos sin Dios, sin amor y sin alma que, como las hor-
das de Atila, van sembrando de ruinas las tierras que pisan.
¿El remedio?
Y si las enfermedades se curan ordinariamente por los medios contrarios a las causas que
las producen, con la sola consideración apuntada está demostrando que la vuelta por parte de
todos, sincera, decidida, enérgica al deber, a todo deber para con Dios, el prójimo y nosotros es el
remedio único, para lo que aún puede curarse, la verdadera contrarrevolución del mal de España
y del mundo.
Y como nos llevaría muy lejos la exposición de cada uno de esos deberes, me limito a
exponer tres tan sólo por parecerme, primero, los más olvidados; segundo, los más urgentes y
tercero, los que en cierto modo condensan todos los demás, de tal suerte que, cumplidos estos
tres, quedan cumplidos o en camino de pronto cumplimiento todos los demás.
Estos deberes, que podrían llamarse los deberes de esta hora trágica de España, son:
1º El deber del arrepentimiento.
2º El deber del propósito de la enmienda.
3º El deber de agradecer.
Los que con el favor de Dios os iré exponiendo en sendas lecciones.

XV
Nuestros deberes de la post guerra (Año 1938)

32
El deber de arrepentimiento
A quiénes alcanza

Comienzo por una pregunta.


¿Quienes deben arrepentirse?
Y contesto con esta tan sencilla respuesta. Deben arrepentirse todos los que tomaron parte
en esa descomunal transgresión del deber que desencadenó sobre España la revolución roja: to-
dos los desertores como los transgresores, los que pecaron por omisión como los que pecaron
por comisión.
Si un viejo revolucionario español famoso, hoy condenado a soledad vergonzosa, predica-
ba en su tiempo a los que él llamaba “jóvenes bárbaros” que hicieran cada día un “poco de revo -
lución”, son muchos, innumerables los españoles que consciente o inconscientemente se han pa-
sado largos años de su vida, obedeciendo la consigna del viejo revolucionario, haciendo cada día
en sus casas, en sus oficinas, talleres, tertulias y amistades un “poco de revolución”; y como mu-
chos pocos hacen un mucho, la suma de esos innumerables “pocos de revolución” ha venido a
ser esta exorbitancia, ese desencadenamiento, esa furia de la revolución roja.
Un gráfico
Como no es posible arrancar el grito del arrepentimiento sino de los que están persuadi-
dos del mal que hicieron, quiero valerme de un gráfico que haga ver con luz meridiana a cada
cual su responsabilidad.
La ciencia bacteriológica nos va a suministrar el gráfico.
Una revolución es un caso de verdadera epidemia moral con sus microbios o bacterias
generadoras de la enfermedad, sus medios apropiados de cultivo para que aquellos se alimenten y
multipliquen hasta casi lo infinito, su masa humana de contagiados y su número reducido de in-
munes.
El microbio
Ese minúsculo hongo o alga, largos siglos escondido y hoy descubierto por la acción má-
gica del microscopio, aunque puede vivir solo, en su estado ordinario vive en el de colonia o fa -
milia numerosísima.
Como hay microbios venenosos, dañinos y mortíferos, los hay de utilidad evidente, como
que además de producir innumerables reacciones y combinaciones químicas muy provechosas,
prestan inmunidad o resistencia al organismo contra la acción dañina de los primeros.
El cultivo
Es el alimento que necesita el microbio para vivir y ejercer sus oficios de muerte o vida.
Conservando probablemente su unidad de especie, cambia de actividad, virulenta, de for-
ma y color, según el medio que le sirve de cultivo. que son el agua, el frío, el calor, la electrici -
dad, el suero, el oxígeno, el nitrógeno, el amoniaco, la materia orgánica, etc. etc.
Tienen estos habitantes del llamado mundo infinitamente pequeño tal resistencia a la
muerte, que cuando les falta cultivo apropiado, suspenden sus actividades, como el lagarto y la
hormiga en invierno, y reviven cuando el cultivo les llega. ¿No es ésta la explicación del recrude-
cimiento o nueva aparición de una enfermedad o de un contagio? ¡Cuántas veces oímos atribuir
ciertas epidemias al exceso de calor del verano o al exceso de frío del invierno, no siendo ni el

33
calor, ni el frío, ni la lluvia, ni la sequedad las causas, sino el alimento o medio que necesitan
para su cultivo aquellos enemiguillos invisibles, adormecidos o amortiguados en el fondo de
nuestras fauces, en las oquedades de nuestras vísceras, en los bordes de nuestras heridas, en las
fermentaciones de nuestros jugos y humores!
La infección
De estas elementales noticias de bacteriología se deduce que, para que sobrevenga una
infección a un individuo sano o una epidemia a una muchedumbre, no basta que el microbio
maléfico esté presente más o menos descaradamente, sino que esté bien cuidado por sobras de
suciedad, ausencia de higiene, faltas de energías en la sangre o de reservas en el organismo, etc.
etc. ¡Cuántas y cuántas veces aspiramos y llevamos muy guardado el bacilus Koch de la tubercu -
losis, recogido del polvo de la calle y de la suciedad ambiente y, por no encontrar su cultivo, no
nos infeccionamos!

Hagamos aplicaciones
El microbio moral
¿El microbio generador de esta inmensa epidemia moral y social que ha infestado con
infección fulminante y de virulencia jamás sobrepujada cerebros. corazones, almas, muchedum-
bres, gobiernos, pueblos y que cuenta por millones los atacados?
Ese microbio o colonia de ellos, tan viejo como el pecado del hombre y tan resistente a la
muerte como un diablo, lo llama el Ángel de las Escuelas inclinabilidad a ensoberbecerse contra
Dios.
Por el desorden profundo, imborrable y perpetuo introducido en la naturaleza humana por
el pecado original, que fue pecado de soberbia, y sugerido por el gran soberbio Luzbel, la tenden-
cia casi natural del hombre es echar a Dios de su trono para sentarse él. ¿De qué modo? Del
modo y por los medios que pueda. Razón por la que el mismo Santo Tomás, fundado en las
Sagradas Letras, llama a la soberbia el mayor de los pecados y la raíz de todos ellos.
La historia del género humano no se explica sin el estímulo ni la influencia, ciertamente
maléfica, de la enorme fuerza que despierta aquella inclinabilidad; los triunfos, los verdaderos
triunfos de los personajes de verdad grandes, son las derrotas de esa tendencia y las derrotas en
forma de errores, crímenes y objeciones triunfos de la soberbia.
Es tan constante, tan influyente, tan patente en la historia esa tendencia de los hombres a
rebelarse contra Dios y a ponerse en su lugar, que hasta el mismo pueblo de Israel, escogido,
educado y, si cabe decirlo, mimado por Dios en persona, ha podido Moisés, su representante,
echarle en cara esta queja y acusación al terminar los cuarenta años de paso milagroso por el de-
sierto: “Desde el día en que os comencé a tratar habéis sido rebeldes” (Deut. 9,24).
Ese microbio de la inclinabilidad a ensoberbecerse ha creado la idolatría aun en el mismo
Israel y los ídolos de carne y hueso, en el mundo entero ha hecho los tiranos dioses y ha corona -
do de laurel a los monstruos de la crueldad.
El cultivo del microbio
El mal microbio solo, por muy malo que sea, no hace nada malo, mientras no se le cultiva
con algo en descomposición: cabezas, corazones, instituciones, etc. etc. por la acción de la igno-
rancia y de los vicios. El microbio de la rebeldía cultivado por virtudes y Gracia de Dios, queda
como muerto o muerto del todo.

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Hasta que el imperio romano trocó su sobriedad y honradez primitivas en la podredumbre
más abyecta no se escribieron esas páginas vergonzosas de la historia de su decadencia.
No podemos seguir paso a paso la historia.
El cultivo de la Edad Media
Para nuestro caso fijemos la atención en el cambio de rumbo que se opera en Europa y
singularmente en nuestra España en las postrimerías de la Edad Media.
Luchando contra la barbarie y sus hijas la ignorancia, la corrupción y la crueldad, vino la
Madre y Maestra Iglesia hasta forjar un ambiente de espiritualidad en torno de los pueblos y de
sus costumbres, de sus autoridades y de sus instituciones, capaz de matar o de amortiguar todos
los microbios de la soberbia… Todo empezaba a girar en torno a Dios, todo era teocéntrico: el
Arte con sus Catedrales de ensueño, las ciencias en torno de la Teología, verdadera unidad de las
Universidades por la Iglesia fundadas, los reyes y emperadores recibiendo la potestad de gober-
nar con la unción sagrada, el trabajo con sus, todavía copiadas, organizaciones gremiales, mitad
cofradías religiosas y mitad corporaciones técnicas.
El cultivo de la Edad Moderna
Pero salió el grito de rebeldía contra la Iglesia del fraile apóstata Lutero, y en las regiones
en las que la corrupción de costumbres y la ignorancia religiosa no habían sido aún vencidas por
la espiritualidad de la Iglesia, dieron cultivo apropiado a aquel microbio y éste, multiplicado en
colonias incontables, produjo una verdadera epidemia religiosa, moral y social, cuyas infecciones
aún duran.
Un testimonio de Balmes
Nuestro inmortal Balmes en su magistral Obra “El protestantismo comparado con el cato-
licismo”. sienta y prueba la tesis de que antes del protestantismo la civilización europea por la
acción religiosa, moral, política e intelectual de la Iglesia, se había desarrollado tanto como era
posible; el protestantismo torció el curso de esta civilización y produjo males de inmensa cuantía
a las sociedades modernas. Los adelantos que se han hecho después del protestantismo no se han
hecho por él, sino a pesar de él.
El cultivo de la Protesta sin contra-protesta
Y en cambio puede afirmarse que por la brecha abierta por la Protesta anticatólica las
bacterias de la inclinabilidad de ensoberbecerse contra Dios que, como os he dicho antes, están
siempre al acecho esperando cultivos apropiados, se han introducido escalonadamente otras Pro-
testas que han culminado en las negaciones absurdas y abominables del Comunismo ruso.
A la Protesta o rebelión contra la autoridad de Dios y de la Iglesia del Protestantismo
siguen la Protesta contra Dios en el orden filosófico del Racionalismo, la Protesta contra Dios en
el orden político del Liberalismo, la Protesta contra Dios en el orden social del Socialismo y por
último, la Protesta contra Dios en todos los órdenes público y privado, del Comunismo.
¡Nada con Dios! ¡Todo sin Dios y contra Dios! es el eco resumen de todas aquellas pro-
testas.
Eco, que se hubiera perdido en el vacío, si a aquellas protestas escalonadas de la rebeldía
se hubieran ido oponiendo contra-protestas enérgicas, constantes y decididas de sumisión, lealtad
inquebrantable a Dios y a su Iglesia con las palabras y las obras de los llamados pueblos católi -
cos y gobiernos católicos

35
Si así hubiera sido, estad ciertos que los microbios productores de aquellas protestas se
hubieran replegado adormecidos o aburridos en sus escondites esperando tiempos de mejores
cultivos.
Desgraciadamente, los tiempos de la Edad moderna no pasarán a la historia con aureolas
de fidelidad al Credo ni a los Mandamientos. En lugar de oponer contra-protestas contundentes
de Fe y de Moral y de sumisión a la Iglesia contra las Protestas de la rebeldía, han sido legión los
católicos, sin dejar de reconocer y aplaudir las incontables excepciones, obstinados en la promis-
cuación con los enemigos cuando no en la casi fusión con ellos.
¿No suenan aún con eco molesto en nuestros oídos las palabras de “racionalismo católi-
co” del siglo XVIII, “liberalismo católico” del siglo XIX, “socialismo católico” del siglo XX y
la, aún vagando por los aires, “comunismo católico”? Y mirad qué contraprueba: Nunca se dijo
en España: “Protestantismo católico” ¿Sabéis por qué? Porque el microbio protestante no en-
contró cultivo en la Fe recia y en la espiritualidad honda de la España del siglo XVI. En España,
salvo focos aislados velozmente apagados, no hubo Protestantismo ni semi-Protestantismo.
Y entre los que torpe y cándidamente se llamaron con nombre compuesto, creyendo dis-
minuir blanco a sus enemigos, y los que sin llamarse obraban y obran como tales católicos me-
diatizados por herejías, ¡qué cultivos de cobardías, traiciones, abyecciones, apostasías, inmorali-
dades y rebajamientos se ofrecían tan propicios para que las colonias bacterianas de la eterna
rebeldía contra Dios, más que andar, corrieran, más que correr, volaran por los pueblos y ciuda-
des, por las corporaciones y las masas llevando la infección, no de éste o aquél miembro, sino de
todo el organismo individual y social, y a modo de viscosa vomitadura de colérico pusieran en
todas las bocas la blasfemia procaz y el grito sin rebozo ¡todo contra Dios!
¿Los culpables?
Al llegar aquí no me encaro ni contra los demonios del infierno, porque ya han hecho
grito y consigna de los hombres el “Non serviam” de su caída del cielo, ni increpo a los gerifaltes
del comunismo ruso, porque han conseguido irrumpir en nuestro suelo y contagiar de sus blasfe-
mias y su odio a Dios a muchedumbres de españoles; contra los que me encaro y a los que con
todas las veras de mi alma dolorida increpo es a mis hermanos de Religión y de Patria, porque
con su catolicismo que no santifica las Fiestas del Señor, que pisotea habitualmente los Manda-
mientos, preferentemente el sexto y el séptimo de la Ley de Dios y todos los de la Iglesia, que
desprecia y discute las prohibiciones y censuras de su Iglesia, sobre lecturas de libros y periódi-
cos, asistencia a espectáculos inmorales, cooperaciones injustas y adhesiones a sociedades ocul-
tas o peligrosas… porque con ese catolicismo vacío de Fe y de moral, repito, han cultivado y
traído esta epidemia desoladora del comunismo sobre España. ¡Qué! ¿Tanta es la distancia que
hay entre un comunista y un llamado católico que casi no tiene de tal más que el Bautismo y la
primera Comunión, y en cambio, piensa en hereje, siente en pagano, vive y obra en perpetua ido-
latría de sí mismo, como un salvaje sin Dios y sin Ley?
Los más culpables
Católicos de nombre y no de obras, no sois comunistas, pero les habéis abierto el camino.
No sois el microbio generador del comunismo, pero sois el cultivo que lo despertó del letargo y
le dio virulencia y fecundidad aterradoras. ¡Vaya si lo habéis cultivado sobreabundantemente,
padres y madres, con el abandono del hogar y de los hijos y su sustitución por el casino, el caba-
ret, el salón de baile o la taberna, patronos y amos con vuestras explotaciones injustas y vuestras
tacañerías para con los pobres y con la Iglesia, maestros y guías de pueblos, con vuestras fre -
cuentes ausencias a vuestro deber de predicación de palabra y de ejemplo, electores que vendíais
vuestro voto y elegidos que vendíais vuestra conciencia y vuestra dignidad al afán de ser, legisla -
dores de la libertad de prensa, de asociación, de emisión del pensamiento, mujeres y muchachas

36
que en una repugnante promiscuación de piedad y procacidad alternaban y siguen, que es lo peor,
alternando entre sus cofradías y asistencia al templo y su oficio por las calles, los salones y las
oficinas que frecuentan de ladronas de la paz y de la pureza, de incendiarias de casas y disolven-
tes de virtudes familiares, como si no tuviesen otra cosa que hacer en el mundo que volverse lo-
cas y volver locos a los cuerdos que encuentran a su paso!
¡Qué pena tan grande para el Corazón de Jesús y qué deshonra para la Madre Iglesia tanta
profanación del augusto nombre de católico! ¡Cuántas veces se venían ganas de increpar a mu-
chos de esos públicos profanadores: llamados anarquistas, comunistas. librepensadores ¡como
queráis!, ¡pero católicos, no!
Hermanos e hijos muy queridos, ¿no es justo que en esta hora de liquidación de nuestra
tragedia, nos pongamos seriamente a hacer un examen de conciencia de nuestras faltas por comi-
sión y omisión a nuestros deberes de católicos que arranque del corazón un grito sincero de do-
lor: Pequé, me pesa…?
Espíritu Santificador, que la vista de tantos muertos, tantos heridos y tantas ruinas, sienta
España la atrición de sus pecados.
Espíritu Santificador, que ante Dios tan ofendido por las blasfemias e inmoralidades, los
despojos y desprecios de la Iglesia, los laicismos, las profanaciones de Fiestas y las libertades
para el mal, sienta España contrición de sus pecados.
Padre nuestro que estás en los cielos, perdónanos nuestras deudas.
¡Por el Corazón de tu Hijo! ¡Por nuestra Madre del Pilar!

XVI
El deber del propósito de la enmienda. (Año 1938)

Arrepentimiento sin propósito no vale


Si el arrepentimiento de lo mal hecho no estuviera seguido y más que seguido acompaña-
do y simultaneado del propósito de no hacerlo más, habría de sobra motivos para dudar y hasta
negar el valor y la verdad de tal arrepentimiento.
Hemos dicho y probado que el microbio del Comunismo y de su corte de blasfemias, sa-
crilegios, impiedades, destrucciones, crueldades, crímenes y despojos nada o muy poco hubiera
infectado a nuestra España si, al intentar el asedio, hubiera encontrado un gobierno católico, de
verdad católico y un pueblo católico, de verdad y por entero católico; pero que en vez de esa
abundancia de vida católica, se encontró con que el Catolicismo de los de arriba, de los de abajo
y de los de en medio era en buena parte, y salvo honrosísimas y numerosas excepciones, un cato -
licismo en descomposición, de solo nombre o atavismo y casi ninguna realidad.
Y como en las materias orgánicas descompuestas es donde el microbio encuentra su me-
jor cultivo, se había hartado a todo su placer de infectar a España entera.
Una pregunta molesta
¡Cuántas veces en todo este desventurado tiempo de epidemia me han preguntado extran-
jeros!: ¿Cómo se explica que un país tan católico como España haya permitido una irrupción tan
fuerte y extendida del comunismo ateo? ¿Cómo se dejan tantos católicos quemar sus iglesias,
matar sus Sacerdotes y pisotear lo más sagrado y querido?

37
La verdadera respuesta
Y ¡cuántas veces, por piedad para con la Madre España, callaba y ahogaba la respuesta
que se me venía a la punta de mi lengua o de mi pluma!
El comunismo ha invadido a la católica España, porque le han faltado católicos de ver-
dad, o sea, católicos de todo el Credo y de todos los Mandamientos, y españoles cabales, o sea,
que conozcan y quieran a su Patria. Es la respuesta de San Agustín ante las invasiones de las he-
rejías de su tiempo. “Si nosotros fuéramos de verdad cristianos, no habría herejes”.
Los dos grandes propósitos
Por eso, bien, muy bien hace el nuevo Estado de la España, regenerada por la sangre de
sus hijos mártires, en legislar sobre educación, defensa. economía, agricultura. comercio, sindica-
ción, etc. pero antes que eso, en medio de eso y dentro de todo eso, para que tengan eficacia las
nobilísimas y limpias intenciones de nuestro Caudillo, es necesario, es urgente con urgencia má-
xima que por todos los medios, los de persuasión y los de mandato, los de educación y los de
ejemplo, y por todos los agentes y factores, los que dirigen y los dirigidos, se atienda y se procla -
me seriamente, tenazmente, preferentemente que los moradores de la España renovada (me da
miedo la palabra nueva aplicada a España) sean más católicos y más españoles que los morado-
res de la España liberal y republicana que está cayendo hecha gusanos en el pudridero.
Más católicos
No quiero decir que todos sean santos ¡no nos pesaría eternamente! sino que el que se
llame católico, lo sea, y lo sea íntegramente, individual, y socialmente, en su inteligencia, creyen-
do firmemente todo el Credo, en su corazón, queriendo practicar todos los Mandamientos de
Dios, que se encierran en amar a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, en su
vida orando o hablando frecuentemente con su Dios, pidiéndole perdón, mercedes y remedios,
alabándolo y agradeciéndole y en las distintas circunstancias de su alma recibiendo, aumentando,
recobrando y alimentando su vida espiritual por medio de la Gracia de los Sacramentos de su
Santa Madre Iglesia y el ejercicio de las virtudes cristianas.
Esto es ser católico de nombre y de obra, de sentimiento y de convicción, esto es tener
conciencia de la Fe que se recibe en el Bautismo y que profesaron nuestros abuelos y que los
hizo grandes y nobles.
Y a fuer de más católicos más españoles
Dadme muchos católicos así y organizados por una acción netamente católica como la
enseña y la manda el Papa, dirigidos y sostenidos por la luz y la sal de unos Sacerdotes con la
conciencia y el celo también de su Sacerdocio, unos católicos, en fin, enterados y encariñados
con la historia de su Patria y el Estado, que nutra con esos hombres cabales sus instituciones y
corporaciones civiles, militares y económicas, llevará volando a España a su mayor prosperidad
y engrandecimiento: ¡al imperio!
Un Estado que a fuer de católico, apostólico, romano, impida con mano dura cuanto la Fe
y la Moral católica condenan como erróneo e inmoral, y dentro de su órbita de acción ayude a la
Iglesia católica a su fin sobrenatural de hacer hombres rectos de conciencia y de deber, esto es
hombres de armas y de ciencia y de oficina y de taller y de industria y de negocios, cumplidores
de su deber, no por miedo, ni por explotación, ni por ira, ni por simulación. sino por conciencia,
por amor como siervos de Cristo según manda San Pablo a los fieles de Éfeso (.6.6), ese Estado
repito, es el Imperio español con que sueña despierto nuestro Caudillo, al que aspiran y por el
que derraman su sangre nuestros heroicos cruzados y al que tiene ansias de llegar la verdadera
España.

38
Los españoles que desea Franco
¡Qué gratamente suenan en nuestros oídos las palabras del invicto Generalísimo en su
alocución a España del 19 de abril de 1938 confirmatorias de cuanto os acabo de decir! Recordad
cómo describía la formación o restauración de la España grande: “Contamos con la ayuda de
Dios, pero mucho hemos de poner todos de nuestra parte, imbuidos de un religioso sentido del
deber.. Hay que sustituir el viejo concepto de la obligación fríamente llevado a las constituciones
demo-liberales, por el más exacto y riguroso del ‘deber’, que es servicio, abnegación y heroís -
mo, no impuesto, por el imperio coercitivo de la ley, sino acatado con la adhesión libre y volun-
taria de la conciencia, cuando nuestros sentimientos están impregnados de las más puras esencias
espirituales”.
…”Para acometer esta gran tarea que a todos haga dignos del esfuerzo de los caídos, el
trabajo, el talento y la virtud son instrumentos preciosos… La grandeza y la unidad de España no
se forjaron en la frivolidad y el regalo. La vida cómoda, frívola, vacía, de años anteriores, ya no
es posible”.
La fuente de la vida nacional
Y decidme ¿cuál es, dónde está la fuente inagotable de esa ayuda de Dios, de ese religio-
so sentimiento del deber, esas más puras esencias espirituales que forjan y sostienen la concien-
cia, y de esa austeridad fecunda, destructora de la vida cómoda, frívola y vacía de los anteriores?
Esa fuente de la vida individual y nacional es la Iglesia católica que, por su gran Fontane -
ro, el Sacerdocio jerárquico y sus cuatro grifos o caños de la Fe, la Moral, los Sacramentos, y la
Oración da el agua que alegra, vivifica y fecunda la Ciudad dedeos, o sea, el pueblo cristiano.
Hijos queridísimos, a los que llega esta carta de vuestro padre, dedicad ratos de reflexión
y de examen a esta pregunta: ¿en qué y cómo puedo yo hacerme más católico y más español e
influir en que los demás lo sean?
Las respuestas que el Espíritu Santo os inspire, trocadlas pronto en propósitos de enmien-
da

XVII
Otro propósito (Año 1938)

Urgente en favor de la vergüenza


¡Bien vienes mal, si vienes solo”, reza un refrán castellano, y ante la inundación de males
con que la guerra amenaza arrasar a los pueblos por donde pasa, ¡qué aplicación tiene!
La Iglesia nuestra Madre, en sus Letanías pidiendo a los Santos remedio de todos los ma-
les, incluye en una misma petición la liberación de estos tres grandes males: “De la peste, el
hambre y la guerra, líbranos, Señor”.
Gracias a la Providencia del Corazón de Jesús sobre su España y a la acertada y nunca
bien elogiada y agradecida dirección de nuestro Caudillo, nos hemos visto libres del zote terrible
de las infecciones corporales y hambres que padecen los que contra nosotros pelean, y los que
gimen bajo su cautiverio, pero con honda tristeza he de confesar que la otra infección, más funes-
ta y horrible que la de los cuerpos, que también suele acompañar a las guerras, ha hecho y hace
estragos en sectores de nuestro campo los más alejados, al parecer, de aquel peligro.

39
Me refiero a la infección moral que está haciendo estragos en las costumbres y en el pu-
dor de muchas de nuestras jóvenes.
Las personas sensatas, los padres buenos, los hombres de gobierno y de buen sentido, la
mayor parte de las mismas mujeres y el pueblo sano, miran con alarma e indignación crecientes
el espectáculo de tantas muchedumbres desbordadas del cauce de la honestidad y recato propio
de la mujer cristiana y española.
Me dicen
Que no pocas muchachas de muchas regiones liberadas de España, fuman públicamente
en paseos y bares, y comprometen a los muchachos a que las conviden a merendar y a beber be-
bidas fuertes, y se burlan de los que por decencia no quieren trato con ellas, y andan por paseos
lo mismo solitarios que frecuentados, del brazo de los muchachos, extranjeros y nacionales, y
con gestos y posturas que escandalizan, y se atreven a llegar a profanar los hospitales de nuestros
bizarros enfermos o heridos con sus potingues, caretas y afanes captadores, y los templos de Dios
y los comulgatorios de Jesús con sus desnudeces de brazos y piernas, y ceñidos y que las madres,
cuando no son las inductoras con su propio mal ejemplo, están acobardadas ante esas tiranuelas
domésticas, y me dicen en punto a atrevimientos femeninos, lo que no se puede estampar en un
papel blanco…
Y comparo
la seriedad augusta, la heroicidad sostenida, la austeridad vigorosa, la religiosidad sincera
de nuestros bravos soldados en sus trincheras, y el dolor que oprime a tanto corazón de luto de la
retaguardia, con la frivolidad ambiente, la locura por las diversiones, la exhibición escandalosa
de muchas de nuestras solteras y de no pocas de nuestras viudas de guerra, y desde el fondo de
mi corazón de Pastor, de sacerdote, de cristiano, de español y de hombre, surge espontaneo, enér-
gico, crudo, un grito parecido al que resonó en los ámbitos de Madrid, al ver salir al Infante Don
Francisco hacia Francia el 2 de mayo de 1808, y lo empujó a la epopeya: “¡Que nos lo llevan!”
¡Que se nos va la vergüenza!
Así grito con toda la fuerza de mis pulmones. ¡La vergüenza! ¡El adorno más hermosea-
dor de una cara! ¡El perfume más fino y agradable de todos los perfumes! ¡La majestad que más
realza, mejor defiende y más santamente atrae y que hace reinas a nuestras labriegas, sólo por
tenerla, y trueca en rufianes despreciables a las encopetadas que de ella carecen!
Y ¡la vergüenza de la mujer española! ¡que es oro y piedras preciosas sobre oro y las más
ricas joyas!
Triste cosa es que los rojos estén dilapidando nuestro dinero y nuestro tesoro artístico,
pero más triste es que “nuestras rojas” estén tirando y pisoteando el tesoro sobre todos los teso-
ros, ¡el de la vergüenza! Y cosa más triste aún: ¡que los unos allá y las otras acá, obedezcan a un
mismo amo: la Masonería judaica, que a la vez manda armas y balas desde Rusia, para matar los
cuerpos de los españoles, y figurines de modas de París para matar y pudrir las almas y costum-
bres españolas.
A los que mandan
Un ruego a las autoridades, a los padres y directores de colegios: Como hay grandes
vigilancias y sanciones para los que evaden capitales, ¿no merece una vigilancia más severa y
una sanción más fuerte esta evasión o dilapidación del gran capital de España, la vergüenza de
sus mujeres? Para evitar contagios entre las aún incontables muchachas decentes, para que no

40
se mancille el honor de la mujer española, y por la salud de España, ¡guerra a la desvergüen-
za! Superioras de Colegios de señoritas, no olvidad el severo encargo de S. S. Pío XI:
“Más quiero ver cerrados vuestros Colegios que llenos de muchachas inmodestas!”
¡Con qué gusto y con qué facilidad se mueven mi lengua y mi pluma, para decir a los
que escuchen o lean: Sed buenos hijos del Padre que está en los Cielos y buenos hermanos del
Jesús que vive en los Sagrarios…, pero con cuánta dificultad y cuánta protesta de mi tempera-
mento. estilo y condición, cojo la pluma para decir: Jóvenes y mujeres cristianas ¡no perdáis
la vergüenza! ¡antes la vida!
¡Qué gran propósito!
A mis Párrocos y Rectores de iglesias: Con la dulzura que da la caridad, pero con el
tesón inexorable que da el celo por el honor de la Casa de Dios y por las almas, no permitáis
que vuestras iglesias sean profanadas por la desvergüenza femenina; valeos de señoras graves
y piadosas, como las de Acción Católica, que adviertan con caridad fraterna a las atrevidas
profanadoras (sin duda más veces por inconsciencia que por malicia), que vuelvan a sus casas
a “vestirse del todo”, y si la advertencia no es atendida, que os den cuenta y obrad con pru-
dente energía.
Y termino pidiéndoos que repitáis conmigo mirando al Corazón de Jesús: “De todas
las pestes que vienen con la guerra, líbranos, Señor!

XVIII
Más propósitos (Año 1938)

Urge una gran siembra de amor


No sé si será prematura, y a fuer de tal menos eficaz esta lección que me sugiere la
tragedia actual. Hay consignado un consejo en el Sagrado Libro del Eclesiástico (32,6) que
dice así: “En donde no hay oído no eches palabras!
Y ¡hay tan poco oído, si queda alguno en no pocos sectores para recibir la palabra que
pugna por salir de mi boca y de los puntos de mi pluma!
¡Amor!
¿Amor en la hora en que casi se oyen y se ven los obuses, las bombas, las minas, las
bayonetas, los torrentes de sangre y los montones de escombros de ruinas?
¡Con qué fatídico eco suena en nuestros oídos la fórmula que los viejos juristas nos
legaron!: “Durante bello, cessat charitas”. Mientras dura la guerra cesa la caridad”.
Cierto, ciertísimo, que por lo que reza al lado de acá, el viejo aforismo no sólo no se
ha cumplido, sino que en vez de dejar cesante la caridad para con el enemigo, se le ha dado y
se le está dando brillante y continua ocupación.
Así y todo, mi corazón de pastor siente necesidad de hablar de amor. ¿A quiénes? A
los que me lean o escuchen. ¡Ha sido y es tan difusa y honda a la par la siembra de odios!
Yo quisiera y vehementemente pido que en la lista de propósitos de enmienda, que
para esta hora de arrepentimiento pedía, figurara, junto con el cuidado por la conservación de
la vergüenza de la mujer, este gran propósito:

41
Desarraigar las grandes siembras
de odios con grandes siembras de amor
¿Qué ha hecho y qué hace el comunismo para realizar su satánico intento de trastocar
el orden de Dios y de la naturaleza?
Una sola palabra lo dice todo:
La siembra de odios
El odio a todos y a todo es la gran fuerza, el punto de partida y el término de llegada,
el secreto de su asombroso poder destructivo, la esencia de sus teorías y de todas sus prácti -
cas, y, aunque parezca paradójico, el secreto de su indiscutible sugestión de masas.
Alguien ha dicho que el comunismo obra, influye, impera y se introduce en lo más
hondo de sociedades y de individuos a modo de religión.
La religión del odio
Y así es; al modo que nuestra Religión bendita es la Religión del amor, y el amor es la
esencia y el principio y el fin, y el vínculo que liga a los hombres entre sí y con Dios, y la
fuerza y el premio y el todo de la verdadera Religión, el comunismo, despojado de sus caretas
y disfraces económico, social, político y filosófico, es la religión del odio; odio a Dios sobre
todas las cosas y a los hombres y a las cosas en proporción de lo que tienen de Dios.
Dios Autor supremo y como tal, principio de toda autoridad. ¡Odio sumo a Dios y a
toda autoridad, o sea, blasfemias y rebeldías crónicas! ¡Odio al Estado y a los gobernantes,
odio al padre y a la madre, odio a la Patria, odio al patrono! ¿Por qué? Porque tienen autori -
dad. ¿El cristiano es el hombre de Cristo? ¡Odio al cristiano! ¿El Sacerdocio es la máxima
representación de Dios en la tierra ¿¡Odio máximo, hasta el encarnizamiento, a todos los
Sacerdotes!
¿El templo es la casa de Dios?
¡Odio al templo y en el templo odio hasta la ferocidad y satanismo a la Sagrada Euca -
ristía, porque es el Hijo de Dios mismo, y el Sagrario, porque en él mora, y el Ara, porque
sobre ella se consagra y se ofrece inmolado, y a las imágenes de Jesús, de la Virgen y de los
Santos!
¿Para qué seguir? Si aún asistimos a los estertores de ese monstruo que agoniza y mo-
rirá como vivió, blasfemando de Dios y destruyendo Religión, familia, ciencia, cultura, arte,
beneficencia y aniquilando, si pudiera, todo lo que odia.

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Una extrañeza
Os he dicho que el gran resorte de la indiscutible sugestión de masas, lo tiene el comu-
nismo precisamente en la explotación del odio a todos y a todo.
Siendo el amor la función más natural, la más fácil, la más grata y hasta la más irresis -
tible del corazón humano, y siendo el odio sistemático, por lo contrario, lo más antinatural, lo
más difícil, lo más violento, lo más desagradable, ¿cómo se explica que puedan formarse le-
giones, masas, sin número ni medida, atraídas, subyugadas, fascinadas, dispuestas a darlo
todo, incluso la vida, movidas por una cosa tan antinatural. violenta y repulsiva como el odio?
El que un padre o una madre den su vida por su hijo en peligro, todos lo entendemos y
hasta juzgamos fácil, porque aman. Pero que un hombre, o una mujer, o una masa de hombres
y mujeres, poseídas de un furor de actividad y acometividad, huyan de sus hogares, maten a
sus convecinos, compañeros, amigos, bienhechores, patronos y a gentes de las que no han
recibido agravio alguno, y sí beneficios, destruyan y quemen casas y obras de arte y benefi-
cencia y de culto y se dejen matar por esta sola razón, porque odian a todos y todo, eso o es el
contagio de una aberración monstruosa, o es el alarde y la consumación de una pedagogía
compuesta en antros de infierno y enseñada por seres que tienen más de satanases que de
hombres.
La teoría y la práctica de la explotación del odio es un fenómeno que bien merece la
observación y el estudio de los doctos y de los jefes de los pueblos.
No es una carta pastoral la ocasión para ese estudio, pero sí para llamar la atención de
los que directa o indirectamente han sido víctimas de la sugestión del odio y sacar consecuen -
cias en alto grado saludables..
Respuesta a la extrañeza
Y aunque muy por encima, salgo al paso de esa extrañeza citando, no más, las tres
grandes explotaciones con que los pedagogos del odio han perpetrado su nefanda explotación
del mismo.
1º. La explotación del malestar, en mucha parte justificado, de la masa proletaria por
grandes y repetidas injusticias.

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2º. La explotación de la ignorancia de la masa, ignorancia ante todo religiosa, y, por
tanto, de los deberes fundamentales y del origen y de los destinos eternos, agravada con la
difusión sistemática de la calumnia, del error y del desprestigio de todo lo grande y bueno,
ignorancia económica, social y política aprovechada para la siembra de utopías. ¡Cómo indig-
na el recuerdo de aquellas palabras con que en libros, diarios, revistas y mítines se presenta-
ban al principio sus corifeos, el reparto social, el banquete de la vida, el paraíso soviético, el
de “todos ricos” y otras tan engañosas como seductoras!
Y 3º. La explotación del corazón de suyo noble, sencillo y simplista del obrero ence-
nagándolo en vicios y lujurias y cambiándole sutilmente de objeto: todo se reducía, contando
con la ignorancia de la mente y la corrupción del corazón, a presentarle lo bueno como mal y
a atizar el fuego del odio con fuegos de envidia, soberbia y desesperación, a lo que se le pre -
sentaba como malo y causante de todas sus desgracias e injusticias: Dios, la Iglesia, la Autori -
dad, el Orden establecido.
¡Un escamoteo monstruoso!
¡Así se hizo la siembra del odio entre las muchedumbres obreras!
¡Qué caros les iban costando aquellos aumentos de salarios y aquellas disminuciones
de horas de trabajo! Cada ventaja de éstas, era una vuelta más a su cuello de la cadena que le
iba quitando su libertad, un aumento de cotización para el Sindicato, un peligro mayor de que-
darse sin pan y sin trabajo.
No se quería hacer feliz al obrero; al contrario, la experiencia está demostrando que el
fin de aquella seductora palabrería y de aquellos gestos humanitarios no era más que emborra-
char al obrero en odio y formar con estos borrachos de odio ejércitos de desesperados que
fueran ciegamente a realizar el programa total.
¡Lucha de clases! ¿Cómo? Matando y robando a la clase patronal para dar lugar a dos
clases nuevas: la de esclavos sin derecho ni a quejarse y la de los déspotas, los primeros en
comer, beber y poner sus capitales en bancos extranjeros y sus personas a salvo en horas de
derrotas. Ni la Rusia soviética ni la España roja me dejarán mentir.
¡Evolución social que produzca al obrero colectivista sin necesidad de jefes! ¿Cómo?
Cortando las cabezas y las lenguas y las manos de los que no evolucionan a gusto de los geri-
faltes.
¡Materialismo de la vida! ¿Cómo? Matando el alma, la Fe y a Dios y trocando el mun-
do con toda su civilización en una inmensa selva en la que pasten y acaben de devorarse las
fieras triunfantes.
Yo sé que todo esto, dicho o escrito unos años antes de nuestra tragedia, se hubiera
tomado por cuento o novela terrorista; pero hoy ¿quién puede dudar de esa aplastante y abru-
madora realidad?
¿Qué hacer ahora?
¿Esperar que nuestras gloriosas armas acaben de derrocar los diezmados ejércitos ro-
jos y nuestros jueces sancionen a sus dirigentes?
Esperemos en buena hora y confiemos; pero no sentados, sino andando, es decir, po-
niendo la parte que nos toca poner y que no pueden ejecutar ni los fusiles ni los cañones ni los
jueces.
Los ejércitos del odio se destruirán con las armas de nuestro ejército, morirán a sus
golpes muchos de los que enseñan y de los que aprendieron a odiar, pero todos no morirán,

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como tampoco morirán los contagiados, que son legión, de aquellas siembras inverosímilmen-
te venenosas. Desde luego, no habrá tantos odios, o por miedo no darán la cara mientras haya
autoridad enérgica, pero quedarán recelos que son la semiherejía o la semisecta de aquella
falsa y tenebrosa religión del odio.
¿A quién toca desarraigar los odios y sus hijos los recelos?
Por hoy acoged y saboread todos el propósito que os anuncio:
Desarraigar las grandes siembras de odio.
Con grandes siembras de amor.
Y la bendición de Dios Padre y de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo, colme de fecun-
didad vuestra siembra,

XIX
Más propósitos. Desarraigar
odios contra Dios. (año 1938)

La siembra de sal y de odio


Como los antiguos invasores de pueblos iban rociando de sal las tierras invadidas para
impedir toda vegetación y todo medio de vida a sus moradores, así el comunismo, el gran
invasor de los pueblos modernos, va, no rociando, sino impregnando y saturando del microbio
del odio no ya a cuanto pisa, sino cuanto toca, mira e infecta con su aliento, para secar e impe-
dir toda vida y perpetuamente, si pudiera.
Ése es el odio comunista, tan astuta y extensamente introducido, a modo de ideal pseu-
do místico, tan connatural a sus individuos y masas, “con una propaganda verdaderamente
diabólica, cual el mundo jamás ha conocido, dirigida desde un solo centro y adaptada hábil-
mente a las condiciones de los diversos pueblos; propaganda que dispone de grandes medios
económicos, de gigantescas organizaciones, de congresos internacionales, de innumerables
fuerzas bien adiestradas; propaganda que se hace través de hojas volantes y revistas, en el
cinematógrafo y en el teatro, por la radio, en las escuelas. y hasta en las Universidades y que
penetra poco a poco en todos los medios aun de las poblaciones más sanas, sin que apenas se
den cuenta del veneno que intoxica más y más las mentes y los corazones”. Así se expresa S.
S. Pío XI en su Encíclica sobre el comunismo ateo.
El odio hasta la delectación
Quiero transcribiros dos frases demostrativas del alcance de ese odio comunista. La
primera es la respuesta dada por un jefecillo de ellos, hecho prisionero en el frente de Caste-
llón, a un Teniente Coronel nuestro que le preguntaba:
—Si estáis convencidos de vuestra derrota, ¿por qué resistís y hacéis derramar tanta
sangre en vano?
—Para haceros sufrir y causaros todo el daño que podamos.
La otra: —Tú no podrás ser comunista, decía una cuadrilla de operarios de cierta gran
empresa de Madrid a un muchacho recomendado mío, que se resistía a gastarse con ellos su
jornal en la taberna porque necesitaba llevar pan a sus ancianos padres; no podrás —decían—
ser comunista, porque todavía quieres a tus padres…: para ser comunista perfecto hay que
odiar…

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Esa frase que hace años, cuando la conocí, me pareció de vino mal digerido, hoy veo
que es la definición del comunismo al desnudo.
¿Por dónde empezar a desarraigar esos odios?
Y prosigo mi lista de propósitos de enmienda para ganar y gozar nuestra paz.
Y digo: Si el más odiado de todos los odiados por el comunismo ateo ha sido y es
Dios, ¿quién si no Él ha de tener la preferencia de nuestros desagravios de amor?

¡Cómo odia a Dios el comunismo!


Y ¡de qué modo se odia a Dios por el comunismo y los comunistas!
No creo que haya llegado a tanto en ninguna época de la historia de los hombres.
¿Qué digo a tanto? El odio personal a Dios, sistemático y fríamente estudiado, calcula-
do y propagado, no lo han conocido los hombres hasta que el infierno abortó el monstruo del
comunismo.
El verdadero Dios ha podido ser desconocido por la ignorancia, falseado por la idola-
tría, olvidado, postergado y hasta negado por la soberbia y la corrupción de costumbres; pero
negado y odiado con el tesón y con el aparato pseudocientífico y hasta bélico del comunismo,
nunca ni por nadie. ¿No es el comunismo el que ha levantado ejércitos militares con el princi-
pal fin de hacer la guerra a Dios?
¡Cuántas veces, ante la inundación de ateísmo hasta la fobia en papel impreso, en ra-
dios, mítines. conversaciones y hasta en el estúpido saludo que se imponía a los niños en las
escuelas de “No hay Dios ni ha existido nunca”, en medio del dolor que me traspasaba el
alma, les gritaba: Si Dios es nada, ¿por qué os enconáis y enfurecéis tanto contra la nada?
Como no me es posible detenerme en la enumeración de formas y maneras bajo las
que el comunismo ha expresado su odio a Dios, y trato por otra parte, de cosas de todos vistas
y sabidas, quiero detenerme, sin embargo, en la que estimo la más común y proferida; me
refiero a
la blasfemia
Dicho sea en honor a la verdad, este horrendo vicio no necesitó del comunismo ateo
para arraigar en nuestra católica España y de modo singular en algunas de sus regiones. Blas-
femias de las fábricas y de los campos, de los cuarteles y de las tabernas, inconscientes, ruti-
narias, es verdad, pero blasfemias al fin, ¡cuántas veces habéis manchado el suelo de España y
afligido el corazón de los buenos y escandalizado las almas de los pequeñuelos!
Pero vino la invasión rojo-comunista y en las zonas por ellos tiranizadas no se hablaba
ni se habla más lenguaje que el de la blasfemia, y muchas de ellas con sentido diabólicamente
teológico. Se blasfema tanto cuanto se habla, y diría, se blasfema como se respira.
A muchos evadidos de los rojos, Sacerdotes o seglares piadosos, he oído estas afirma-
ciones: —Hemos sufrido hambres, fríos, calor, cárceles, golpes y toda clase de malos tratos,
pero lo que más nos ha dolido, lo que nos hacía insoportable la vida y aún de desear ya la
muerte, era el ambiente, la lluvia perenne de blasfemias a todas horas, de todos los labios, con
motivo o pretexto de todo…; la blasfemia era como la consigna para conocerse o llamarse
unos a otros; hasta a los rusos lo único que les oíamos hablar en castellano eran las blasfemias
que a borbotones brotaban de sus sucias bocas. ¡A cuántos de los nuestros fusilaban por este
solo delito: por no haberles oído blasfemar!

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Nuestro grito
Sacerdotes de Dios, Religiosos y Religiosas de Dios, católicos, que por serlo sois hijos
adoptivos de Dios, y todos los que rezáis cada día en la oración del Padre nuestro “Santificado
sea el tu nombre”, ¿podemos estarnos quietos, indiferentes ante esas trombas turbias de baba
y saliva de blasfemos que, después de infectar con el más dañino de los contagios la tierra,
tratan de ensuciar el Cielo?
Desagravios públicos y privados, cooperación con las autoridades que ya condenan la
blasfemia como delito, fomento o fundación de ligas contra ella, vigilancia y rigor sobre los
que de vosotros dependan para evitar o cortar el contagio, retorno al saludo cristiano: “Dios
guarde…, Buenos días nos dé Dios; Ave María purísima; Alabado sea Dios: etc. y a las fór -
mulas de nuestras rancias costumbres españolas, y cuanto el celo más ingenioso y el amor
filial más tierno sugieran, todo será poco para desagraviar el Santo Nombre de Dios. limpiar
nuestro suelo de las pestíferas manchas de la blasfemia.
Hermanos,
¡Por amor y gloria de Dios!
¡Por honor de España!
¡Por el prestigio y la limpieza de nuestra hermosa lengua castellana!
¡Guerra a la blasfemia!

XX
Más propósitos (Año 1938)

Desarraigar odios contra la Iglesia.


Cómo la odia el Comunismo.
Después de Dios, se lleva la preferencia en el odio del Comunismo ateo su Iglesia san-
ta. ¡Qué arma de combate, qué treta de desprestigio, de calumnia, de insidia, de ataque solapa-
do y cara a cara ha dejado de usar el monstruo para aplastar y aniquilar la Iglesia Católica?

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Ante los ojos tenemos las pruebas de ese odio: perseguir, cazar y matar a sus Sacerdo-
tes en número de muchos miles como a fieras dañinas, después de haberlos presentado a las
masas como los seres más abyectos, nocivos y crueles, destruir sus templos con sus altares,
sus imágenes, sus ornamentos, sus inapreciables obras de arte, haciéndolos antes pasar por las
profanaciones más abominables, arrasar sus Seminarios, conventos, escuelas, hospitales y
todas sus instituciones de caridad, de cultura y de arte, y prevenir contra la acción de la Iglesia
de todos los modos, por palabra escrita y hablada, por la radio, por el cine, el teatro, el dibujo„
¿Quién podría medir el cieno de calumnias, ridículos y falsedades que año tras año, día tras
día, merced a la funesta libertad de emisión del pensamiento, bajo la disolvente dominación
liberal y la republicana después, con que se ha venido embadurnando la cara de la Madre Igle-
sia, sus Ministros y su Obra santificadora y civilizadora?
Odio hasta lo inverosímil
¿Qué concentración y saturación de odio ha hecho falta para que se haya repetido el
caso de apuntar las pistolas contra los sagrados Copones gritando, o mejor aullando: “¡Cristo,
te hemos vencido! y para llegar a anunciar públicamente que se premiaría con mil pesetas al
que entregara un Cura, y que después de hacer morir a los Sacerdotes con horribles tormentos,
los colgaran despedazados, con el rótulo al pie: “Se vende carne de cura”, y que se jactaran en
no pocas ciudades en su prensa y en sus radios: “Aquí se acabó la Iglesia, porque no queda ya
ni un Cura ni un templo?
Pero ¿qué digo ahora? Aún antes de la explosión comunista iba arraigándose en los
pueblos por sus propagandas socavadas el convencimiento de que a la Iglesia le quedaban
sólo unos días de vida. En confirmación de ese estado, podría citar innumerables pruebas por
mí mismo recogidas.
Entre otros, citaré el caso de un pueblo grande de mi antigua Diócesis de Málaga, en el
que unos días después del primer movimiento de 1931, que tanto se ensañó por aquellas tie-
rras, se presentó al Párroco una porción numerosa de parejas de amancebados, que a toda pri-
sa le pedían que los casara por la Iglesia.
Por toda respuesta a la extrañez del Párroco, ante la insistencia de su prisa daban ésta:
“Que como se va a acabar ya la Iglesia, queremos que nos coja casados como Dios manda”.
¡Pobres engañados más dignos de compasión que de ira!
Cómo atacar ese odio
Y no creamos que con el triunfo de nuestras armas esos odios van a trocarse en amo-
res.
Son muy largas y muy profundas esas raíces para que al solo golpe de la espada o del
machete se den por muertas.
Las malas yerbas, si no se arrancan hasta desarraigadas totalmente, se reproducen y se
multiplican. Y tanto más cuanto las raíces de ese odio han tenido, hasta por los lugares más
lejanos, una verdadera red de raicillas que son los recelos que dejan esos odios.
Odios y recelos
Si en toda la masa social no ha llegado a arraigar el odio en la forma destructora, cruel
y terrorista de nuestros rojos, por las grandes reservas cristianas de nuestro pueblo, puede afir-
marse que hay otra zona más dilatada, sin duda, que la anterior, que no está envenenada, pero
sí influenciada por las raicillas de los recelos contra lo mismo que atacó el odio comunista.

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¡Cómo se hacen sentir esos recelos o raicillas comunistas en las clases intelectuales, en
sectores sociales al parecer al margen de la lucha de clases y sobre todo en los niños y en los
jóvenes que vienen a ser como esponjas que absorben cuanto ven, oyen y huelen a su alrede-
dor, singularmente si es peligroso! ¿Quién podrá calcular la maléfica influencia de tanto es-
cándalo predicado y perpetrado, de tantos años de escuela laica oficial y extraoficial, de tanto
oír y ver a la Santa Iglesia, sus veneradas instituciones y su gloriosa historia falseadas, vili-
pendiadas, calumniadas, condenadas a muerte por todos los tribunales de los que se llaman
representantes del poder, de la intelectualidad, de la opinión y del pueblo?
¡Es tan difícil sustraerse a ese desprestigio, tan incesante y tan variado en sus formas,
como desaprensivo en lo modos de atacar!
La campaña exterior de los recelos
Así puede llamarse la que nos hacen en el extranjero. Precisamente la enorme e injusta
campaña que el dinero masónico-judío está sosteniendo en el extranjero, y lo que es más tris-
te, en periódicos y en medios católicos contra España, desfigurando el carácter de cruzada del
movimiento salvador, aparece fundada, no en el odio sino en el recelo contra la Iglesia y sus
ministros.
“Que si la Iglesia estaba abusando de sus ventajosas posiciones cerca del Poder públi-
co” (¡decir esto después de un siglo de liberalismo desamortizador y opresor!), “que si las
enormes ¡riquezas del Clero (¡qué sarcasmo!) lo habían llevado a olvidarse de los obreros y a
hacer causa común con los patronos”, que si la moral y el celo de los Sacerdotes españoles
estaban relajados! (¡un Clero así no produce 17.000 mártires sin una sola apostasía!), “que si
los Sacerdotes son tan fanáticos y, olvidados de su misión de paz, van a las trincheras a matar
rojos”, y ¿a qué seguir?, ¿si es tan larga como gratuita e injusta la lista de esos recelos que
tanto dañan a nuestra causa y a nuestro honor al lado allá de las fronteras?
La campaña interior de los recelos
Y ¡pluguiera a Dios que los recelos, sembrados fuera por el oro de masones judíos, no
encontraran eco dentro, en los recelos que la propaganda del odio sembró y la ignorancia reli-
giosa de no pocos llamados católicos fomenta! Que también por acá no es raro oír frases
como éstas:
“¡Que se vaya a creer que ahora van a mandar los sacristanes!” “¡Católicos sí, vatica-
nistas, no!” “¡Católicos sí, pero químicamente puros!” “¡Iglesia sí, pero sin Torquemadas!”,
“¡Cristo, sí, pero sólo con su Evangelio y sin fórmulas ni diplomacias!”, y otras y otras tan
injustas sugeridas por el recelo de que la Madre Iglesia abuse y se engría cuando sea tenida y
respetada sociedad perfecta, visible, soberana, con su Jerarquía de Orden y Jurisdicción, con
su Pontífice Sumo, con su Magisterio infalible, con su Autoridad suma inapelable, con su po-
testad legislativa, judicial y coercitiva, con su completa personalidad jurídica, con derecho a
poseer y administrarse, con total independencia, y todo esto por disposición y gracia de su
divino Fundador Jesús, y no por favor, gracia o condescendencia de los poderes de la tierra.
¡Recelar de la Madre que nos hizo y conserva cristianos y nos hará ciudadanos del Cielo! ¡Re-
celar de la Madre que hizo a España nación una, grande y libre!
¡Siempre con la Iglesia!
No es este el momento de ir pulverizando uno por uno los falsos apoyos de esos rece-
los que, en frase del gran Menéndez Pelayo, son heces de liberalismo avinagrado, pero sí es
ocasión de presentar contra los recelos de los de fuera y de los de dentro, nuestra protesta, la
vuestra y la mía, del modo más enérgico y dolorido.

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¡Qué!, al salir la Madre Iglesia de las Catacumbas que le fue preparando el liberalismo
secularizador y en las que la encerró el odio comunista ateo, manando sangre de las heridas
abiertas, macilento el rostro y humedecidos los ojos de llorar tantos hijos que le quitaron, ¿no
es triste, muy triste que oiga entre las aclamaciones y bendiciones de innumerables corazones
leales de su España algún grito que venga a decirle: “Vuelve a España y sé nuestra Iglesia,
pero no nos pidas de lo que dices que es tuyo más de lo que tengamos ganas de darte, ni nos
mandes mucho…, vive tú, pero no te metas demasiado en nuestro vivir”? ¿No es parece que
eso equivaldría a celebrar el triunfo de la Iglesia regalándole unos grillos para sus pies, unas
esposas para que manos y una mordaza para su boca?
No, pese a todos los recelos de afuera y de adentro, España, la auténtica España, que
sale de su catacumba, como su Madre Iglesia, no tiene para ésta grillos, ni esposas, ni morda-
zas, sino una profesión de Fe sincera y total en sus labios, como las que hace su Caudillo
siempre que habla a los españoles, y una lealtad sin límites en su corazón y un aire de familia
con un gesto en todo su ser que dice:
“Creo en la Santa Iglesia Católica, apostólica y romana con todas sus consecuencias”.
Sacerdotes míos queridísimos, hombres y mujeres de la Acción Católica y todos los
que os preciáis de católicos, aquí tenéis una gran consigna para este tiempo:
“Trabajar con vuestra oración asidua, con vuestro ejemplo constante, con vuestro celo
ingenioso para que los que junto a nosotros viven conozcan, amen y ayuden a la Madre Iglesia
y con ella sientan.

La colecta mundial
por la Iglesia en España
Una ocasión propicia se os presenta para dar testimonio de vuestra piedad para con la
Madre Iglesia.
Los Obispos españoles, traspasados de dolor ante el espectáculo de desolación de las
iglesias, seminarios, conventos y de todas sus instituciones y de la pobreza rayana en miseria
de sus Ministros, extienden la mano para pedir una limosna a todas las Diócesis del Orbe ca -
tólico, como San Pablo en su tiempo a las Iglesias por él fundadas en favor de la desolada
Iglesia de Jerusalén. ¡Que la generosidad del amor venza y supere la feroz rapiña del odio!

XXI
La gran tarea (Año 1938)

Extiendo la vista
por todos los campos y por todas las zonas de las relaciones mutuas de los hombres y,
como, cuando miraba a Dios y a su Iglesia santa odiados hasta el delirio satánico por el comu-
nismo ateo, se me cierran los párpados de horror.
¡Odio a la Autoridad, llámese Estado, Patria, Padres, Patronos! ¡Odio al hombre lláme-
se vecino, prójimo, bienhechor, amigo, hermano, hijo, esposo o esposa!

50
Y ¡qué modos, y qué tenacidad y qué ensañamiento, y qué universalidad en su odiar,
en frase del Papa, a lo más humanamente humano y a lo más divinamente divino!
Se habla mucho de la necesidad urgente, imperiosa de
Una infusión de justicia social
¡Qué bien define y elogia el Papa Pío XI, de santa memoria, la justicia social, o sea, el
deber que todos tenemos de contribuir al bien común, en sus Encíclicas “Cuadragésimo anno”
y “Contra el Comunismo ateo” que debieran ser leídas y conocidas como el Silabario de las
Escuelas primarias!
¡Qué bien ha recopilado esa salvadora y redentora doctrina el nuevo Estado español y
la ha hecho ley de España y base de su estructura social y económica y lazo de unión de las
clases y clave para fomar un Estado corporativo en el que no sean posibles ni huelgas, ni lo-
kaut, ni competencias aniquiladoras del débil y favorecedoras del potentado, en el que el arte-
sano “tenga asegurado”, como dice el Papa, su propio sustento y el de sus familias con su sa-
lario proporcionado a este fin; facilitándole la ocasión de adquirir una modesta fortuna… to-
mando en su favor precauciones con seguros públicos y privados para el tiempo de la vejez,
de la enfermedad o del paro!”. Pero
¿Bastará la justicia?
Pese a la campaña de desprestigio que el socialismo inició, el comunismo agravó y no
pocos de los de nuestro lado prosiguen contra la caridad cristiana y contra la limosna por
amor de Dios como cosa que deprime y humilla al que la recibe, afirmamos con toda la auto-
ridad del Papa, de Nuestro Señor Jesucristo y de la historia del género humano que es preciso,
urgente de toda urgencia para restablecer el equilibrio perdido entre las clases y los hombres
de España que a la infusión de justicia conmutativa y social acompañe y aun exceda y sobre-
pase
Una infusión de caridad
Que la justicia sin caridad ¡deja tantas lagunas que llenar, tantos servicios que suplir,
tantos remedios urgentes que aplicar, tantas cosas duras y secas y ásperas que ablandar, remo-
jar y endulzar!! Leía no ha mucho en un periódico extranjero la organización mecánica de la
vida en los llamados grandes hoteles y aun en los llamados “rascacielos” de los Estados Uni -
dos.
Llamada a desaparecer la clase de camareros y criados, por el mismo espíritu ambiente
de independencia, se ha acudido a la mecánica para encontrar sustitutos. El huésped o el ve-
cino de esas moradas, por medio de letreros indicadores es avisado qué botón, qué resorte,
qué señal o combinación, ha de tocar o hacer para cada uno de los menesteres que se le ocu -
rran, y el huésped o el vecino se ve al punto atendido por un procedimiento mecánico, o por
un servicio en serie, de desayunos, comidas, cenas, limpieza, etc.
A tal hora se abre automáticamente la puerta del piso o de la habitación y de una carre-
tilla o montacargas se desprende o se toma un desayuno, una medicina, un papel, una prenda,
¡lo que se haya pedido!
Hasta para mecer la cuna de los pequeñuelos, sin que se molesten sus papás (la nodriza
ha tiempo desapareció casi totalmente), se ha inventado un mecanismo eléctrico que al menor
movimiento del niño, que llora o se agita, imprime por breve tiempo un suave balanceo a la
cuna que vuelve a adormecer a su menudo ocupante.

51
Y cuando leía esa sustitución en la economía doméstica del factor humano, por el fac-
tor mecánico, me representaba a una sociedad organizada con sola justicia.
Dadme una fábrica, una gran empresa, un grupo de hombres reunidos para un fin in-
dustrial: la justicia ha señalado horas de trabajo, de descanso, salarios remuneradores, canti-
dad de rendimiento individual. condiciones higiénicas, precauciones de peligros, etc., toda
una justa organización en la que se reconoce y se da a cada uno de los que la forman: dueños,
empresa, técnicos, operarios lo que tiene derecho a exigir!
Os pregunto ahora: ¿anidarán la paz, la felicidad, la cordialidad, el bienestar, la con-
cordia en aquellos talleres?
Preguntad a los huéspedes de aquellos hoteles y de aquellos “rascacielos” de criados,
no hechos de carne y hueso y corazón y alma, sino de cables, flexibles, varillas, reóforos y
timbres, si están contentos con estos servicios de última moda, tan matemáticamente puntua-
les, tan silenciosos, y a la par tan inflexibles e inadaptables al estado de sus nervios, de su
salud, de sus penas, de sus necesidades interiores de cada día y de cada hora…
Averiguad si el chiquito de la cuna, no calentado por manos de madre, le va tomando
cariño a ésta y sí la llora cuando no está y se ríe cuando la mira…
Volved ahora a la fábrica o a la oficina de la justicia seca y preguntad:
¿Figura en el contrato social la sonrisa de aprobación y de aliento del jefe al súbdito
aventajado, el apretón de mano o el abrazo y la pregunta de interés por la salud al que vuelve
de la enfermedad, la delicada curiosidad del patrono o jefe por el estado de la herida recibida
en el trabajo, de la dolencia de la esposa, del adelanto y colocación de los hijos del súbdito o
del artesano, la condescendencia mutua con las pequeñas flaquezas, la salsa que hace llevade-
ros lo más rudos trabajos, la alegría, el perdón y el olvido de injurias e ingratitudes, la lealtad
en el de arriba y en el de abajo, que no hiere por la espalda, ni murmura del ausente, ni siem -
bra recelos ni adulaciones, el consejo en las horas de indecisión y el consuelo en las horas del
dolor y el suplemento de la generosidad aún heroica en los mil imprevistos de la vida humana
tan indigente y tan asediada por la injusticia, y en una palabra, el mirar el jefe o el patrono a
sus subordinados. como padres a hijos y los subordinados a aquel como hijos a padres?
¿Que ninguna de esas cosas entra en el contrato de sociedad? No es extraño que a pe-
sar de toda la justicia, aquella organización chirríe y hasta salte en pedazos alguna vez como
máquina sin aceite.
Le falta el óleo de la caridad, que, según San Pablo (1 Cor, 13,4) “es sufrida, bienhe-
chora, no tiene envidia, no obra precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no
busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia, complácese, si, en
la verdad; a todo se acomoda, cree todo, lo espera todo y lo soporta todo”.
Llamamiento urgente
Cuando miro a lo que fue la zona roja ardiendo en inmensas hogueras de odio a todo, y
miro en torno mío y oigo los resabios que dejaron tantos años de siembra de aquellos odios,
tanto rencor reprimido y disfrazado, tanta herida sangrante, tanto deseo oculto de venganza
contra los desmanes de los de allá, y contra los castigos o medidas dolorosas de los de acá, no
puedo menos de exclamar: ¡Jueces, proseguid inexorablemente vuestra justicia contra los ver-
daderos delincuentes, soldados, proseguid vuestra justicia valerosamente contra los obstinados
enemigos de Dios y de España: patronos implantad y proseguid vuestra justicia pagando hasta
el último céntimo; artesanos, haced vuestros con justicia vuestros salarios; patronos y arte-
sanos, después de cumplir vuestra justicia mutua, cumplid la justicia social trabajando por el
bien común; funcionarios de todas clases, desde los más altos hasta los más modestos, cum-

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plid el deber que la justicia os impone… pero jueces, soldados, patronos, artesanos, funciona-
rios, antes y después y en medio de ser justos, sed caritativos, amad a Dios sobre todas las
cosas, porque es nuestro Padre, y amad a los prójimos como a vosotros mismos, porque como
hijos del mismo Padre, son hermanos vuestros.
No hay otra salvación
A la venida de Jesucristo al mundo lo encontró más dividido por el odio de clases y de
castas y más desolado y carcomido por la irreligiosidad, la inmoralidad y el egoísmo que está
el nuestro.
¿Qué remedio puso al mal del mundo aquel y de éste hasta la consumación de los si-
glos?
“Éste es mi precepto, que os améis los unos a los otros como Yo os he amado!. (Jn.
15,12)
¿Cómo nos amó? “Entregándose a sí mismo a la muerte por nosotros”. (Ef. 5,2).
¡Qué transformaciones se obran cuando los hombres se aman al estilo de como Jesús
los amó y los ama!
Dice la historia que aquel amor de hermanos hasta la muerte de los discípulos de Je-
sús, sacó primero del podrido mundo gentil y después del salvaje y sanguinario mundo bárba -
ro pueblos nuevos sin más código fundamental que el Decálogo y sin más fórmula de aspira-
ciones en la tierra y en el cielo que el Padre nuestro.
Sacerdotes, Maestros y Jefes de multitudes
El último de los Obispos de España con la convicción más firme, con el más urgente
de los encarecimientos, con el más conmovido y suplicante de sus ruegos, os pide:
Haceos apóstoles del Mandamiento nuevo
“No con palabra y lengua solo, sino con obra y verdad” (Jn. 3,18) predicad el manda-
miento de que se amen los hombres a lo Jesús, que vuelve a ser nuevo para enormes masas de
cristianos a fuerza de desuso o de falseamiento.
Predicad la más necesaria de todas las cruzadas ¡la del amor fraterno entre los españo-
les! ¡porque somos hijos del mismo Padre que está en los cielos! y ¡hermanos del mismo Je -
sús que está en los Sagrarios!
Amándonos como hermanos y formando un solo corazón no podrán con nosotros to-
das las maquinaciones de los que no quieren a Dios por Padre ni a España por Madre, y la paz
que viene será sólida y duradera.
Si en vez de amor mutuo ponemos y fomentamos concupiscencias de cargos, ambicio-
nes, envidias, malas artes, conspiraciones, zancadillas, hipocresías, retrasaríamos la victoria y
la paz que con ella venga, será una triste paz.
La gran lección
No olvidemos la gran lección de nuestra tragedia de ocho siglos contra el islam.
¿Por qué entraron y dominaron los hijos de la cimitarra tan rápidamente en la España
visigoda?
Porque la encontraron dividida y corrompida.
¿Por qué tardamos ocho siglos en la reconquista?

53
Por falta de amor fraterno: los amigos y aliados de hoy eran frecuentemente enemigos
de mañana y aliados con los enemigos de ayer, con los mismos moros.
En esta hora decisiva y trágica de nuestra Historia en que nuestros mejores están ofre-
ciendo sus haciendas, su sangre y su vida por Dios y por España, es muy justo, muy urgente
que todos ofrezcamos, sobre la trituración de nuestros egoísmos y miras torcidas, la cara bue-
na, el corazón generoso y la intención recta del que ama a su hermano por su Patria y por Dios
y a lo Jesús.
Así sea.

XXII
El deber de l confianza

Consuelos del Corazón de Jesús. Me llamáis…


Españoles míos: no os he olvidado; en cada instante de mi vida de Sagrario y desde
cada uno de ellos, os miro a cada uno y veo las lágrimas, la sangre que habéis derramado y os
oigo llamarme y pedirme auxilio, misericordia y redención…
Y quiero contestaros
A tres grupos de españoles, que me son singularmente queridos y se llevan toda mi
compasión, quiero decir la palabra que necesitan en esta hora.
¡Palabra de luz, consuelo, fortaleza y confianza!
1º A los que sufren despojos de bienes.
Y 2º A los que lloran muertes de personas queridas.
Leed despacio y os consolaréis
1º. A los que sufren pérdidas de bienes.
La casita en donde quizás nacisteis y en donde tal vez murieron vuestros padres, con
sus recuerdos casi sagrados, sus cuadros, sus papeles, sus rincones queridos, la heredad de
vuestros mayores con el fruto de vuestros afanes, vuestra fortuna, vuestro mañana y de vues-
tros hijos, ¡todo quemado, robado, perdido…!
Dejadme, queridos hijos despojados, que sobre la indignación justa contra el atropello
y sobre el pavor del desamparo que os amenaza deje caer mi Corazón, como gota de bálsamo,
una reflexión y una palabra.
La reflexión es ésta: Muchas cosas habéis perdido, valiosas unas por lo que os daban o
auxiliaban para vivir y otras por lo que representaban para vuestra memoria y para vuestro
cariño, es verdad, pero ¿no es verdad también que no lo habéis perdido todo, más aún, que lo
que os ha quedado vale más, incomparablemente más, que lo que habéis perdido?
Os ha quedado, o mejor os he conservado salud, vida, familia, amigos, algo quizás, de
los mismos bienes de fortuna, la Patria a punto de verse totalmente libre, y en el orden sobre -
natural, todo: la Gracia y las virtudes del alma, el Evangelio, los Sacramentos, mi Misa, mi
Iglesia, mi Providencia, mi Corazón vivo y palpitante de amor en el Sagrario; ¡de cuántas ri-
quezas sois dueños todavía!
Y decidme, ¿no os parece más justo en sí, más conveniente y útil para vosotros y más
glorioso para Mi pensar más en lo que conserváis que en lo que os han quitado y dedicaros

54
más a agradecerme, y a alegraros y a aprovecharos de lo que os han dejado que a entristeceros
y a desesperaros por lo que os han arrebatado?
Y aumentaréis la eficacia de esa reflexión que os sugiero con la palabra de mi Evan-
gelio que os recuerdo: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni tienen grane -
ros, y vuestro Padre celestial las alimenta. Pues ¿no valéis vosotros mucho más sin compara-
ción que ellas…? Así que no vayáis diciendo acongojados ¿dónde hallaremos qué comer y
qué beber. Dónde hallaremos con qué vestirnos…? Bien sabe vuestro Padre la necesidad que
de eso tenéis… Así que buscad primero el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas
se os darán por añadidura”. (Mt 6, 25-34).
Y os digo ahora: que con el mayor aprecio de las cosas buenas que habéis conservado
y con el mayor empeño en ganaros la protección de mi Padre a cambio de vuestro más leal
servicio y confianza recobraréis y superaréis lo perdido de lo que quizás, quizás no siempre
usasteis rectamente o tal vez os servisteis para no sentir la necesidad de Mi
2º. A los que lloran muertes de personas queridas.
¡Qué cuadro!
En la trinchera, en la cárcel, en el hospital en medio de la calle, dentro de la casa, en
los templos míos profanados, ¡cuántos hijos míos y de España y por el sólo delito de serlo han
caído! ¡Sin la absolución de un Sacerdote, sin el consuelo de una madre, sin una lágrima de
compasión! ¡con ensañamiento impropio aún de las fieras!
Extiendo mi vista por regiones de España, antes florecientes y risueñas, y las veo tro-
cadas, como antiguamente Jerusalén su templo, ¡en montones de ruinas y los cadáveres de mis
siervos sirviendo de pasto a las aves y las carnes de mis santos a las bestias”. (Sal. 78), Os veo
llorar a la vista de tantos rebaños sin pastores, de tantos padres sin hijos, de tantos hijos sin
padres, de tantos hogares deshechos, de tantos pueblos sin moradores…
¡Llorad! ¡Llorad!
Hacéis bien. Yo lloré ante el sepulcro de mi amigo Lázaro, y ante la visión de la ruina
de mi pueblo. Esas lágrimas son protesta contra la muerte injusta, grito silencioso de dolor,
demanda de consuelo, sufragio por los muertos… Yo las recojo, las bendigo y les quiero qui-
tar su natural amargura.
Pero miradme
Ojos que lloráis seres caídos, mirad al través de vuestras lágrimas hacia mi Sagrario,
fijaos en mi Hostia… detrás de esos blancos velos, está un Caído… un Caído hace veinte si-
glos, con la muerte más injusta, cruel y humillante para levantar a todos los caídos por el pe-
cado, un Sacrificado para aplacar a Dios y redimir al mundo… un Ofrecido cada día en sacri-
ficio, para seguir aplacando y redimiendo… un Jesús, que a la par que caían vuestros muertos,
era buscado en miles de copones para ser escupido, blasfemado, pisoteado, apuñalado y, si
hubiera sido posible, asesinado.
Oídme
Abrid vuestros corazones apretados por el dolor y dejad entrar hasta lo más hondo esta
palabra mía: vuestros hijos, padres, hermanos, esposos, parientes, amigos, han sido mis com-
pañeros de Pasión: conmigo y por Mí han padecido y han muerto, y la sangre de sus heridas y
el sudor y los estertores de su agonía, unidos con mi Sangre, mis sudores y mis estertores, han
subido desde la trinchera, desde la cárcel, desde la ruina de la casa o del templo, al trono de

55
mi Padre que está en los cielos, como precioso sacrificio de alabanza, de acción de gracias, de
expiación, de impetración por España pecadora…
Y cantad
Y después de saborear toda la dulzura de la seguridad que os da esa palabra mía, enju-
gad las lágrimas y con rostro alegre cantad comentada la palabra de mi Apocalipsis: “¡Felices
los muertos que mueren en el Señor, con el Señor y por el Señor!”
Familias de los mártires españoles, como mi Vicario ha llamado a vuestros caídos, ¡no
os entristezcáis como los que no tienen fe ni esperanza! Alegraos en Mí siempre!
Llorad en buena hora pero no desperdiciéis ni una sola gota de vuestras lágrimas, so-
brenaturalizadas, mezcladas con las que derramó mi Madre al pie de la Cruz y con las que yo
derramé tantas veces sobre mi pueblo. Llorando en nuestra compañía, cada gota de lágrima
vuestra será una semilla, y muchas juntas, serán una siembra que, sin duda, dará una cosecha
de purificación del alma, de consuelo y santa fecundidad de vuestras penas, de alivio para
ausentes, de aceleramiento de redención y salvación de España y de mucha gloria para mi
Padre celestial!
El principio de todo consuelo
Almas apesadumbradas, recoged y paladead esta palabra de mi Espíritu Santo:
“La luz ha nacido para los justos, y la alegría para los rectos de corazón” ¿queréis ba-
ñaros en luz y en alegrías de cielo en esta hora de tinieblas y de pesares? Sed justos y rectos,
creyendo todo el Credo, amando según creéis y viviendo según creéis y amáis.
Y con españoles así, ¡qué lluvia de paz y de pan caerá sobre nuestra España!

XXIII
¡Confiad más! (Año 1939)

La hoja y el grano de trigo


Fijos mi pensamiento y mi corazón en vosotros queridos muertos por España, voy an-
dando por campos y pueblos de Castilla en Visita pastoral de mis ovejas.
Y por no sé qué extraña asociación de ideas, voy reflexionando en tres clases de caí-
dos, dos que van viendo mis ojos y otra que llevo en el alma, a saber: las hojas amarillentas de
los árboles que, como alfombra móvil cubren la parda tierra, los granos de trigo que con mano
acompasada va tirando al surco el labrador y vuestros cuerpos exangües y a las veces hechos
pedazos que yacen debajo de la tierra.
Y he comparado estos últimos caídos con los dos primeros, las hojas y los granos, y de
mis reflexiones, he sacado un gran consuelo, del que quiero dar parte a los que me lean o me
oigan.
Tú, me he dicho, cuerpo, caído en la tierra, del soldado, del miliciano de Dios y de
España, no eres hoja caída. Esa hoja amarilla y arrugada es un muerto del todo y para siem -
pre… Vivió, lució, dio sombra unos días en el verano y, cuando vino el otoño, los vientos la
arrancaron, la hicieron volar, como si estuviera más viva, y después la dejaron caer en tierra,
¡para siempre! ¡Estiércol! o ¡ceniza! ¡Triste paradero!

56
Tú, cuerpo del héroe y mártir, no eres hoja caída y muerta para siempre: ¿serás grano
de trigo?
Y me he acordado de la parábola del Maestro Jesús, cuando en vísperas de su muerte
decía: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, cayendo en la tierra. no muere,
se queda solo, infecundo; pero si muere, produce mucho fruto (Jn 12,24).
Jesucristo fue ese grano divino caído y muerto en la tierra para producir la vida divina
entre los hombres y una vida sobrenatural espléndida en los pueblos.
Sí, grano de trigo, eres tú también. soldado de Dios y de España, que caes y mueres.
Como de cada grano muerto que arroja el sembrador en el surco, se levantará gallarda
la espiga cargada de granos, así de cada uno de nuestros caídos y muertos surgirá por gracia y
ley de Dios la vida, mucha vida, primero la de la gloria eterna para sus almas y después la
vida, mucha vida de justicia y de amor, de paz y de grandeza de virtudes y prosperidades para
España.
Sembrador, veo en tu cara sombras y arrugas de afanes, incertidumbres y cansancios,
pero desvaneciendo esas sombras y esas arrugas, veo salir de tus ojos una radiación y de tus
labios de cuando en cuando una sonrisa: ¡la visión de la cosecha!
Sembradores y compañeros de trabajo de los sembradores de la España grande, una,
libre y católica, desvaneced las sombras y las arrugas que el dolor de la caída trazó en vues-
tros rostros. ¡Alegraos! Detrás, o mejor dicho, por encima de esos caídos, brotaron de ellos, de
su sangre y de sus huesos, ¡ahí está España!
¡Así, sin apellidos, como la hizo Dios y la venera y la teme la Historia!
Caídos, vosotros no habéis muerto del todo ni para siempre.
¡Vuestra muerte es vida!

XXIV
El deber de gratitud (Año 1939)
Lo que por boca de sus justos venía diciendo al Corazón de Jesús, por medio de la
Virgen del Pilar, España oprimida:
Salmo 73. —¿Por qué, oh Dios nos has desechado para siempre?
Acuérdate de este pueblo, que ha sido tu posesión desde el principio.
Levanta tu mano, a fin de abatir para siempre las insolencias de tus enemigos. ¡Oh!
cuántas maldades ha cometido el enemigo en el Santuario.
Han derribado y hecho astillas a golpes de hachas sus puertas, como se hace con los
árboles en el bosque; con hachas y azuelas las han derribado.
Pegaron fuego a tu Santuario han profanado el Tabernáculo que tú tenías sobre la tie-
rra.
Dijeron: Borremos de sobre la tierra todos los días consagrados al culto de Dios..
Salmo 9. —La boca del enemigo está llena de maldición y de amargura y de dolor;
debajo de su lengua, opresión para el prójimo.
Tiene siempre su vista fija contra el pobre; está acechando desde la emboscada, como
un león desde su cueva. Lucha para echar sus garras sobre el pobre.

57
Le hará caer en su lazo.
Salmo 73. —¡Oh Dios! ¿Hasta cuándo nos ha de insultar el enemigo! ¿Ha de blasfe-
mar siempre de tu Nombre?
Lo que ha estado esperando España
Salmo 76. —¿Es posible, decía, que Dios nos ha de abandonar para siempre o no ha de
volver a sernos propicio?
¿O que ha de privar eternamente de su misericordia a todas las generaciones venide-
ras?
¿Ha de olvidarse Dios de usar de clemencia? ¿o detendrá con su ira el curso de sus
misericordias?
Entonces dije: Ahora comienzo a respirar: de la diestra del Altísimo me viene esa mu-
danza.
Traeré a la memoria las obras del Señor. Sí por cierto, haré memoria de las maravillas
que has hecho desde el principio.
Y meditaré todas tus obras, y consideraré tus designios.
¡Oh Dios! Santo es tu camino. ¿Qué Dios hay tan grande como el Dios nuestro?
Tú eres el Dios autor de los prodigios. Tú hiciste manifiesto a los pueblos tu poder.
Con tu brazo redimiste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José.
Viéronte las aguas, oh Dios, viéronte las aguas y se llenaron de temor, y estremecié-
ronse los abismos.
Salmo 53. —Tú quebrantaste las cabezas de los dragones en medio de las aguas.
Tuyo es el día y tuya la noche; Tú criaste la aurora y el sol. Tú hiciste todas las regio-
nes de la tierra. No entregues en poder de las fieras las almas que te confiesan y adoran y no
olvides para siempre las almas de tus pobres. Mira que la soberbia de los que te aborrecen va
siempre creciendo.
Lo que ahora debe cantar y prometer España
Salmo 9. —A Ti, Corazón de mi Rey Jesús, tributaré gracia con todo mi corazón;
contaré tus maravillas.
Porque Tú pusiste en fuga a mis enemigos y quedarán debilitados y perecerán delante
de Ti.
Salmo 7. —El impío abrió y ahondó una fosa para mí, y ha caído en esa fosa que él
hizo.
Glorificaré yo al Señor por su justicia y cantaré himnos de alabanza al nombre del Se-
ñor Altísimo.
Tobías, 13. —Porque Él nos castigó por nuestros pecados: más nos salvará por su mi-
sericordia.
Corazón de Jesús, Rey libertador mío, yo quiero ser y portarme como siervo tuyo y
como hijo de tu Esclava y Madre la Virgen Santa María.
Salmo 50. —Yo enseñaré a los inicuos tus caminos para que no se extravíen en ade-
lante y los impíos se convertirán a Ti.

58
Proverbio 14. —No olvidaré que la justicia eleva a los pueblos y que el pecado los
hace miserables.
Salmo 17. —Me mantendré puro delante de Dios; y viviré alerta contra mis malas in-
clinaciones.
Salmo 27. —Porque Tú salvarás al pueblo humilde y humillarás los ojos de los sober-
bios.
Corazón de nuestro Rey Jesús, salva a tu España y bendícela como heredad tuya.
Salmo 30. —Que en Ti espera y en la protección de su Madre y Reina la Virgen del
Pilar, y no será confundida eternamente.

XXV
Horas de liquidación (Año 1939)

Trémulo el pulso para sostener y guiar la pluma, embargado y, mejor diría embriagado
el ánimo de asombro y de emoción, recojo las noticias que las radios y la prensa nos traen:
¡SE ACABÓ LA GUERRA! “¡Desaparecieron los frentes de combate! ¡La bandera roja y
gualda ondea desde el norte al sur y desde el levante al poniente de España! ¡de España “una”
sin apellidos, sin apellido de nacional ni de roja! ¡Una ESPAÑA! ¡Una bandera! ¡Un Caudi-
llo! ¡Una Fe, la Católica, apostólica romana! ¡Un sólo Señor del Caudillo y de su pueblo, el
Corazón de Jesús Rey! ¡Una sola ley fundamental, la Justicia y la Caridad, o sea el Decálogo
eterno! ¡Todos hermanos, como hijos de un mismo Padre, Dios, y de una misma Madre, la
Virgen Inmaculada, en el cielo y la Madre Iglesia y la Madre España en la tierra…!
Pero ¿es verdad esto que ven nuestros ojos, oyen nuestros oídos y palpan nuestras ma-
nos, ese llamar a las puertas entreabiertas —¡nunca las madres cierran del todo la puerta a los
hijos que se van:!— de la Madre España y ese entrar jubiloso de Madrid, Murcia. Jaén, Alme-
ría, Cuenca, Ciudad Real, Guadalajara, Valencia, Albacete, Alicante y Cartagena con su sé-
quito incontable de pueblos, milicianos y armas en poco más de doce horas?
Si por el sufrir de la espera larga de casi tres años, si por la cantidad de sangre y lágri -
mas derramadas, si por el número y precio de los muertos que ha costado, hubiera de medirse
la emoción y la alegría de esta hora que pone término feliz a aquel esperar y aquel destrozo
de vidas y de corazones, faltarían nervios y músculos y sangre para expresarlas.
Así se explica el hecho, en estas horas de exaltación, no pocas veces repetido, de biza -
rros militares que, después de haber pasado estos tres años oyendo silbar las balas impávidos,
se han puesto a transmitir la noticia del triunfo en la primera estación emisora de radio por
ellos tomada, y apenas han podido pronunciar dos o tres palabras ¡la emoción les anudaba la
garganta y la lengua!
Pastor y guía de una numerosa grey, que tan noble y generosamente ha seguido las
rutas dolorosas de la guerra con sus sacrificios de sangre de hijos, de cosechas perdidas, de
ofrendas de sus escasos haberes y del angustioso esperar, debo sobreponerme a esta emoción,
que también anuda mi lengua y hace temblar mi mano, para invitar a mis queridos hijos al
cumplimiento del deber de esta hora.
El ejemplo de nuestros mayores

59
Como católicos y como españoles tenemos la obligación de algo más que de estreme-
cernos de alegría mirando el enorme triunfo obtenido. Hay que mirar de “donde” y por “don-
de y para qué” nos ha venido ese triunfo que justamente nos trastorna de júbilo.
No creo que a nadie parecerá prematura ésta que llamo “liquidación de nuestra gue-
rra”. La piden de consuno la gratitud por los bienes recibidos y la prudencia para el porvenir.
“¡Factura!” de pago ineludible!
Llenos están los libros de historia, tanto Sagrada como profana, de los monumentos
conmemorativos levantados por los protagonistas de las grandes victorias.
De la historia antigua citaré sólo los artísticos, y diría inmortales, arcos de triunfo de
Roma y de las capitales de los grandes imperios de la historia moderna y singularmente de
nuestra bella historia patria, ¿quién podría contar el número de monasterios, templos, hospita-
les y colegios levantados por los héroes de nuestras gestas, como monumento perenne de ac-
ción de gracias a Dios y de guión perpetuo a los pueblos para que no olviden de dónde vienen
las victorias y a quién hay que agradecerlas. Valga por todos el gigantesco Monasterio de El
Escorial, conmemorativo de la victoria de San Quintín.
Nuestra Misa y nuestra Eucaristía ¿qué otra cosa son sino el “Memorial perenne” de la
más grande, fecunda y gloriosa victoria que han presenciado los cielos y la tierra: la Reden-
ción del mundo pecador por el Amor sacrificado?
Nuestros monumentos por la victoria
Dejando a Autoridades más altas señalar y proponer el monumento de piedra o de for-
ma perpetua de nuestras victorias sobre el comunismo rojo universal, —ya será buen monu-
mento reedificar tanto templo derruido— limítome en las presentes líneas a proponer a mis
queridos diocesanos un modo de “liquidar” decente, patriótica y cristianamente nuestros triun-
fos.
Respondedme primero a estas preguntas:
1ª. ¿De dónde ha venido la victoria?
Y ciertamente todos me responderéis “Sobrenaturalmente” y antes que de nadie, del
Corazón de Jesús, que ha prometido reinar en España con más veneración que en otras partes,
movido por la intercesión de la Madre Inmaculada del Pilar y de la Familia española del cielo
junto con las reservas silenciosas e inagotables de Fe y austeridad heroica de la tierra españo-
la. ¡Ahí están los 13 Obispos y los 17.000 sacerdotes sacrificados y los cientos de miles de
mártires de toda condición y sexo! y ¡sin una sola apostasía! Sólo esta intervención sobrenatu-
ral puede explicar el “milagro” de la casi creación de la nada de hombres, armas, material,
dinero y eficacias. Hemos vivido, no viendo un milagro, sino dentro de un “gran milagro” no
interrumpido. Así lo confiesan los técnicos de la guerra y de los hombres de Fe.
Y después, en el orden natural, la Victoria ha venido de nuestro Franco, el incompara-
ble, el providencial, el excelso Caudillo y de sus —¡qué difícil es encontrar el adjetivo que los
califique adecuadamente!— de sus soldados de todas las graduaciones y de todos los cuerpos
y procedencias.
Franco y soldados de Franco: ¡España no puede olvidaros jamás!
2ª ¿Por dónde nos ha venido la victoria?
¿Por las armas sólo? ¿Por el oro? ¿Por el número de combatientes?

60
No, los enemigos tenían más armas, incomparablemente más, y más perfeccionadas y
más oro, todo el oro español robado y, por arte de tenebrosas alianzas internacionales tuvieron
hombres como arenas del desierto, y levantaron en armas contra España a todos los malos
comunistas, los masones, los judíos y toda la chusma del mundo.
¿Por dónde, pues?
España, no olvides nunca que la victoria magnífica, rotunda, definitiva que hoy cantas
te ha venido volviendo al camino por donde andabas, cuando eras grande y respetada por el
mundo entero; no olvides, que, así como tus enemigos hicieron la guerra y labraron su desco-
munal derrota, quemando y destrozando lo que España había siempre adorado y venerado,
templos, monasterios, Sacerdotes, hogares y Patria, nosotros hemos hecho y ganado la guerra
volviendo a adorar lo que, mientras fue grande, siempre adoró España y ya había empezado a
olvidar y a despreciar. El “León español” que siempre se había representado de larga y flotan-
te melena con la cruz en una mano y la espada en la otra, como “misionero y soldado invicto
de Cristo”, había tirado al desván la cruz y su espada, y poniéndose a la moda extranjera, se
había cortado su melena para que le encajara el ridículo gorro frigio, se había maquillado sus
uñas y había cambiado sus campos por los “cabarets” del vicio y los casinos de la indolencia.
Y ¡éste fue el gran milagro! Sonó el clarín del combate, y el León sacudió su melena y
tiró sus gorros y potingues y de un salto volvió a recoger y a limpiar de polilla y de moho la
cruz y la espada del desván, al grito de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España, una, grande y libre!
Y sin más peto ni celada que el “Detente” del Corazón de Jesús y la medalla de la Virgen del
Pilar, sin más arengas que los Rosarios rezados y las Comuniones recibidas en las trincheras,
el León volvió a ser León y España a ser la España de la Cruz y de la Espada, de Isabel y Co -
lón, de Carlos V y Felipe II.
3ª ¿A dónde debe llevarnos nuestra victoria?
Nuestro Caudillo no se ha cansado de proclamar a todos los vientos: que España vuel-
va a ser España y que para conservar su unidad y recuperar su grandeza vuelva a ser católica,
apostólica y romana con todas sus consecuencias.
Y esto quiere decir:
Que España vuelva a “ser una” por su Fe católica, su concordia cristiana de hermanos
y su territorio intangible; que España se vea “libre” de la masonería, del comunismo socialis-
ta, de la esclavitud extranjera y de todas las influencias anticristianas y antisociales; que Espa-
ña vuelva a ser “grande”, como cuando fue una, libre e hija fiel de la Iglesia Católica; que en
España no se blasfeme el Santo Nombre de Dios, que se santifiquen las Fiestas, que las cos-
tumbres y las modas sean honestas y netamente cristianas y españolas, que los ricos sean jus-
tos y buenos con los pobres, y éstos leales y agradecidos, y que se supriman sin vacilaciones
la libertad para el error, el mal, el escándalo escrito, hablado o representado.
Así y sólo así se realizará con creces el gran anhelo del Caudillo y de los que quieren a
España, a saber: La “paz” con Dios y con los hombres, el “pan” para todos los hogares y la
“justicia social” para todas las clases.
De esa respuesta deduzco:
Que son nuestros acreedores con deuda grande y sagrada:
1º. Nuestra augusta Familia del cielo: el Corazón de Jesús, la Virgen del Pilar, el Án-
gel Custodio de España, el Patrono Santiago, todos los Santos y Santas españoles y los Márti-
res de nuestra Cruzada.

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Están pidiendo nuestra “acción de gracias”.
2º. Nuestro Señor Jesucristo horriblemente maltratado, más que ningún otro, persegui-
do en los Sagrarios profanados, en los Templos y Monasterios derribados, en las almas de
niños inocentes escandalizados, en las vidas de los consagrados y de los católicos y en tanto
odio y blasfemia contra Dios y los Santos.
Está reclamando “nuestros desagravios”.
3º. Nuestros miles de muertos de la guerra y de la revolución o con ocasión de ellas,
padres, hermanos, hijos, parientes, amigos, y, por caridad de Dios, hasta los enemigos.
Esperan nuestros “sufragios”.
4º. Franco y sus hombres, los que con él gobiernan, defendieron y defienden, muchos
de ellos con su propia sangre, y cooperaron con él a la magnífica victoria que celebramos.
Tienen derecho a nuestra gratitud.
5º. El “mañana de nuestra España” para que no malogre una paz a tanto precio ganada,
y venza en la paz con buen gobierno arriba y fiel disciplina abajo, como venció en la guerra.
El mañana feliz de nuestra victoria demanda la decidida cooperación de nuestras “ora-
ciones y sacrificios”.
Deseo y pido
y no digo mando, porque no lo creo necesario ni en esta hora ni en estas tierras caste-
llanas, que la celebración de nuestra grandiosa y colosal victoria no se limite a unos cuantos
desfiles de manifestaciones ni a que los periódicos digan, como un colmo de normalidad en la
población conquistada y de cumplimiento en todas las deudas de gratitud con Dios y con los
hombres la consabida noticia de que “ya funcionan todos los cines y teatros”.
¡Por Dios y por España!
¡Que tres años de congojas y de sangre y de tragedias sin igual en la historia, no se
liquidan con funciones de cine!
Hermanos queridísimos, en esta hora solemne, quizás la más grande, sólo comparable
con la de la entrada de los Reyes Católicos en Granada, pensamientos grandes, amores gran-
des, austeridades grandes y grandes generosidades por nuestro Dios y por nuestra España.
Lector bueno
y, fuer de tal, recto de intención y generoso de sentimientos, yo quisiera recoger cuan-
to aquí llevo dicho, más con el corazón que con la pluma, en muy pocas palabras, para que
sean como la esencia de tu esfuerzo por España.
Al Corazón de Jesús, por medio de la Madre Inmaculada del Pilar, y con confianza sin
cansancio
Pide
1º, Para la inmensa familia de heridos de cuerpo y de alma, la cicatrización rápida de
todas las heridas.
2º. Para el sinnúmero de hogares dispersos o destruidos, la pronta reunión, recons-
trucción o compensación.
3º. Para el sinnúmero de almas envenenadas por el odio y las malas doctrinas y cos-
tumbres, el desenvenenamiento por grandes infusiones de Fe , Caridad y Vergüenza.

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4º. Para nuestro Caudillo y los que a sus órdenes trabajan y luchan por Dios y por Es-
paña, los siete Dones y los doce Frutos del Espíritu Santo.
Y 5º. Para todos los españoles, la paz de Cristo en el reino de amor y justicia del Cora -
zón de Jesús.
Así sea, así sea, así sea.

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