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EL PUENTE DE LOS COLORES

Había una vez, en un pueblo rodeado de montañas y bañado por un río serpenteante, un
puente que conectaba dos partes del pueblo: el Barrio de las Flores y el Barrio de los
Robles. Este puente no era un puente común y corriente; era conocido como el Puente de
los Colores. Cada ladrillo que lo conformaba estaba pintado de un color diferente,
formando un arco iris que se extendía sobre las aguas del río.
En el Barrio de las Flores vivían personas de piel morena y cabellos oscuros, mientras que
en el Barrio de los Robles residían personas de piel clara y cabellos rubios. Aunque
compartían el mismo pueblo, parecía que existía un muro invisible entre ambos barrios,
alimentado por prejuicios y estereotipos.
Un día, una niña llamada Ana, del Barrio de las Flores, decidió cruzar el Puente de los
Colores hacia el Barrio de los Robles. Su curiosidad por conocer lo desconocido la impulsó
a aventurarse al otro lado. Pero al llegar al otro extremo, notó miradas hostiles y susurros
de desaprobación. Se sintió incómoda, pero siguió adelante con determinación.
Mientras exploraba el Barrio de los Robles, Ana conoció a un niño llamado Lucas. A pesar
de ser diferentes en apariencia, se dieron cuenta de que compartían gustos similares: les
encantaba jugar al fútbol y leer cuentos de aventuras. Pronto, se convirtieron en amigos
inseparables, ignorando las diferencias que otros veían como barreras.
Sin embargo, la armonía que encontraron fue efímera. Un día, mientras jugaban en el
parque del Barrio de los Robles, un grupo de niños del mismo barrio se acercó, lanzando
insultos hacia Ana y Lucas.
"¡Vete a tu lado del puente, morena!" gritó uno de los niños.
"¡Los de tu raza no son bienvenidos aquí!" agregó otro.
Ana y Lucas se sintieron heridos por las palabras llenas de odio. Corrieron de regreso al
Puente de los Colores, con el corazón lleno de tristeza y confusión. Se preguntaban por
qué algo tan superficial como el color de la piel podía generar tanto odio y división entre
las personas.
Al llegar al puente, Ana y Lucas encontraron a un anciano sentado en uno de los ladrillos
pintados. Tenía arrugas en el rostro y una mirada sabia en los ojos.
"¿Por qué la gente se odia solo por ser diferentes?", preguntó Ana con lágrimas en los
ojos.
El anciano sonrió con tristeza y les contó una historia. Hace muchos años, el Puente de los
Colores fue construido por personas de diferentes orígenes, trabajando juntas para unir al
pueblo en lugar de dividirlo. Pero con el tiempo, el miedo y la ignorancia llevaron a la
aparición de prejuicios y discriminación.

Danna Sophia Collante Cano 7° B Liceo Salazar y Herrera


"El verdadero poder del puente no radica en sus ladrillos pintados, sino en la voluntad de
las personas de cruzarlo y aceptarse mutuamente", dijo el anciano.
Ana y Lucas reflexionaron sobre las palabras del anciano mientras veían el atardecer pintar
el cielo con tonos dorados y rosados. Decidieron que no permitirían que el odio y la
intolerancia los separaran. Juntos, caminaron de regreso a sus hogares, decididos a
construir puentes de amistad y comprensión en lugar de muros de odio y división. Y así, el
Puente de los Colores se convirtió en un símbolo de esperanza y unidad para todo el
pueblo.

Danna Sophia Collante Cano 7° B Liceo Salazar y Herrera

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