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OSCURIDAD
Dedicado a Bárbara Jean, esposa y amiga, que me quiso, y supo esperar.
Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados,
contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este
siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Efesios 6:12
Capítulo 1
Capítulo 2
Marshall bajó de prisa el primer piso de la Estación de Policía de
Ashton, e inmediatamente pensó que debía haberse tapado la nariz
y los oídos. Detrás de la pesada reja que lo separaba de las celdas,
atiborradas de detenidos, se dio cuenta que estas, no sonaban ni
olían nada diferente de la fiesta de la noche anterior. En su trayecto
hasta aquí había notado cuán quietas estaban las calles esta
mañana. No era de sorprenderse. Todo el bullicio estaba
concentrado en esta media docena de celdas, de paredes de
concreto frío, duro y con la pintura descascarándose. Aquí se
hallaban todos los vendedores de drogas, los maleantes,
escandalosos, borrachos y antisociales que la policía pudo arrebatar
del pueblo; reunido en lo que parecía ser un atiborrado zoológico.
Para algunos la fiesta parecía continuar, jugando póquer y
apostando cigarrillos, y tratando de ganarse el cuestionable honor
de contar el cuento más descabellado de aventuras ilícitas. En una
de las celdas del fondo, una pandilla de mozalbetes vociferaba a
voz en cuello, lanzando toda clase de obscenidades a un grupo de
prostitutas, encerradas en la celda contigua, a falta de otro lugar
mejor para ponerlas. Otros, sencillamente, dormitaban en los
rincones, amodorrados por la borrachera, por la depresión, o por
ambas cosas. Los restantes miraban desde detrás de los barrotes,
haciendo comentarios injuriosos y pidiendo caramelos. Se alegró de
haber dejado a Caty en el piso de arriba.
Jaime Dunlop, el guardia de turno, estaba en el escritorio de
vigilancia, llenando formularios y bebiendo a grandes sorbos un
café espeso.
-¡Hola, señor Hogan! –dijo-. Tenga la bondad de pasar.
-No podía esperar… ¡ni voy a esperar! –replicó al instante.
Se sentía mal. Habiendo llegado al pueblo pocos meses antes,
este había sido su primer festival, y eso ya era suficiente; pero
jamás se había imaginado, ni siquiera soñado en esta prolongación
de su agonía. Se acercó al escritorio, con su voluminoso cuerpo
acentuando su impaciencia.
-¿Y bien? –exigió.
-¡Uhmmmm!
-Vengo a sacar a mi periodista del encierro.
-¡Claro, ya lo sé! ¿Tiene ya la boleta de libertad?
-Escuche. Acabo de pagar la multa a los de arriba. Me dijeron
que iban a llamarlo para decírselo.
-Bueno, pues… No he oído nada, y tengo que tener la
autorización respectiva.
-Jaime…
-¡Dígame!
-Su teléfono está descolgado.
-¡Oh...!
Marshall le colocó el teléfono frente a donde Jaime estaba
sentado, asentándolo con tanta fuerza que el timbre del teléfono
sonó por el impacto.
-¡Llámelos!
Marshall se enderezó, y observó marcar a Jaime un número
equivocado, volver a marcar, y hacerlo otra vez, tratando de
comunicarse. Igual al resto del pueblo, pensó Marshall pasándose
nerviosamente los dedos por la cabeza, que empezaba ya a
blanquear. Es un lindo pueblo, por supuesto. Atractivo, tal vez un
poco tonto, parecido a un muchacho atolondrado que siempre
anda metiéndose en problemas. Las cosas no eran mucho mejor en
la ciudad, trató de recordarse a sí mismo.
-Este… señor Hogan –volvió a preguntar Dunlop, con su mano
sobre el receptor-, ¿con quién dice usted que habló?
-Kinney.
-El sargento Kinney, por favor.
Marshall estaba impaciente.
-Deme las llaves de la reja. Voy a decirle a mi reportera que
estoy aquí.
Jaime le alargó las llaves de la reja. Ya se las había visto antes con
Marshall Hogan.
Una andanada de burlona bienvenida brotó de las celdas, junto
con un aluvión de colillas de cigarrillos y silbidos de música marcial
acompañando su caminar. No perdió tiempo para hallar la celda
que buscaba.
-Está bien, Berenice. ¿Dónde está usted?
-Sáqueme de aquí, Hogan –vino la réplica de una voz femenina
desesperada y enfurecida, casi desde el fondo.
-Bien, pues alargue el brazo, mueva la mano, o haga algo.
Una mano sobresalió por entre los cuerpos y los barrotes,
agitándose desesperadamente. Marshall se acercó, le dio una
palmada a la mano extendida, y se encontró frente a frente a
Berenice Krueger, su preciada reportera y columnista, que estaba
detenida. Era una joven hermosa y atractiva, de unos veinticinco
años. Su cabellera castaña y larga estaba toda alborotada y en
desorden, igual que sus anteojos de marco metálico. Obviamente
había tenido una noche terrible, y se hallaba en compañía de una
docena de mujeres, algunas de más edad, otras sorprendente-
mente más jóvenes, casi todas ellas prostitutas arrestadas la noche
anterior. Marshall no supo si reírse o escupir.
-No voy a andar con rodeos. Usted luce terrible –dijo.
-Fiel a mi profesión. Ahora soy una buscona.
-Exacto, eso mismo; como una de nosotras -replicó una mucha-
cha regordeta.
Marshall hizo una mueca, y sacudió la cabeza.
-¿Qué clase de preguntas andaba haciendo por allí?
-Ninguna anécdota de anoche es chistosa. No es para reírse. La
tarea asignada fue un insulto, en primer lugar.
-Alguien tenía que cubrir el festival.
-Pero todos teníamos razón en nuestros pronósticos; nada
nuevo hubo debajo del sol, ni debajo de la luna.
-Pero la arrestaron.
-Todo por lograr captar la atención del lector con alguna noticia
escandalosa. ¿Qué otra cosa había allí que valga la pena usar para
noticia?
-Dígamelo, por favor.
Una muchacha con acento latino replicó desde atrás de la celda:
-Ella trató de pescar con el señuelo equivocado.
Todo el mundo que escuchó el comentario estalló en carcajadas.
-¡Exijo que me saquen de aquí! –dijo Berenice echando chispas-
¿Acaso se le han pegado los pies al piso? ¡Vamos! ¡Haga algo!
-Jaime está hablando por teléfono con Kinney. Ya pagué la
fianza. Ya vamos a sacarla de allí.
—¡Papá!
—¿Qué quieres decir con eso de que ella debe de saber quién soy
yo?
—Quiero decir… vamos. Tal vez sabe que usted es el editor del
periódico. Tal vez no quiere reporteros husmeando por aquí.
—Pues, bien puedo decirte que no andaba husmeando.
Simplemente te andaba buscando.
— ¡Triskal!— rugió
Triskal hizo una pausa, esperando que hiciera efecto, luego dijo:
—ordenes de Tael.
—Entra rápido.
Sí, era el mismo Tael, el Capitán de los Ejércitos. Era tan extraño ver
a este poderoso guerrero en este humilde lugarcito. Huilo lo había
visto cerca del trono del mismo cielo, en conferencia con Miguel.
Pero aquí estaba la misma figura imponente, con cabello dorado y
constitución fornida, ojos dorados intensos como fuego, y con aire
incuestionable de autoridad.
Ningún guerrero que Huilo había visto podía luchar como lo hacía
Tael; ningún demonio podía moverse con más velocidad, o con
más velocidad, o con más agilidad, ni tampoco ninguna espada
podía detener un golpe dado por la espada de Tael. Lado a lado,
Huilo y su capitán habían destrozado los poderes demoniacos
desde que han existido, y habían sido compañeros en el servicio
del Señor antes de que hubiera la primera rebelión siquiera.
—No todavía no. Somos muy pocos, y hay muy poca cobertura de
oración. No debe haber ninguna escaramuza, ninguna
confrontación. No debemos aparecer de ninguna manera como
agresores. Mientras permanezcamos fuera de su camino, sin que
ellos se sientan amenazados, nuestra presencia aquí parecerá como
el cuidado normal sobre unos pocos santos atribulados.
—Lo seguí hasta que me encontré con Huilo. Aun cuando Krioni
había informado una situación de menor importancia hasta que
empezó el festival, desde entonces Hogan ha sido perseguido por
un demonio de indiferencia y despecho.
—Cansado, sí; pero eso hará solamente que sea más útil en las
manos del Señor. Me parece percibir que está empezando a
despertarse, tal como el Señor lo sabía de antemano.
—Krioni y Triskal, pueden contar con que una tropa de alguna clase
será enviada a someter el espíritu de Enrique a prueba. Seleccionen
cuatro guerreros, y vigílenlo.
—Gracias capitán.
—Lo que te pido ahora es algo difícil. Esta noche tienen que estar
cerca y vigilar. No permitan que toquen la vida de Enrique, pero
aparte de eso, no impidan nada. Será una prueba que él tiene que
pasar.
Tael continuó:
—Pero alguien debe hacer que los otros se hagan que no ven.
Lujuria pensó un instante, e hizo una mueca de aprobación. Dejó
caer rudamente a Apatía mientras los que contemplaban la escena
estallaban en risotadas.
— ¡Entonces hazlo!
—En verdad, no
— ¡Pero estos andaban muy cerca! ¡Listos para atacar! Estoy seguro
de que sabían lo que yo estaba haciendo.
—Por lo que veo pareces estar bien. Sin embargo, si yo fuera uno
de ellos, te escogería como fácil presa.
—Un blanco cojo y fácil, por puro deporte… un demonio cojo con
el que cualquier ángel debilucho puede probar su fuerza.
La voz gutural rugió desde lo más profundo del torso del demonio,
y se esparció en nubes de vapor rojo hirviendo.
—Tú que no tienes temor, ¿sientes temor ahora?
Rafar les dio una rápida ojeada; luego descargó otro puñetazo
personal sobre Lucio.
Lucio no contestó.
— ¡RESPONDE!
— ¡Arriba! ¡Levántate!
Apatía asintió.
— ¿Dónde?
—Yo… yo…
— ¿Te atacaron?
—No.
— ¿Y?
Lucio asintió.
—Sí, por supuesto, más que ninguna otra cosa. Hemos estado
atacándole, procurando que actúe con indiferencia.
— ¿Y cómo ha respondido?
—Él… él…
— ¡Habla!
—Sí, sí. Él es un varón de Dios. ¿Y que con Hogan? ¿Qué has hecho
en relación a Hogan?
— ¿Su hija?
— ¡Yo les dije que eso no serviría! ¡Solo conseguiría hacer a Hogan
más agresivo, y despertarlo de su letargo!
— ¡Es que…!
− ¿Qué sucede?
−Nadie, ya te dije.
− ¿Qué voces?
−Sandra se ha ido.
− ¡Nueces! –exclamó.
−Yo sabía que ella no era la misma esta noche. Debí haber
averiguado qué es lo que andaba mal.
−No lo sé…
− ¡No lo sabes!
Marshall cerró los ojos, tratando de pensar.
−No. Es tarde. Ella puede estará allí, o puede no. Si no está allí,
los despertaremos para nada; y si está, estará bien, a fin de
cuentas.
−Voy a llamar.
Pero Caty pudo notar que algo andaba muy mal con Marshall.
Estaba pálido, débil, temblando.
−Dame un minuto…
− ¿Qué ocurre?
−Estoy asustado
− ¡Marshall!
Krioni comentó:
Triskal reforzó:
Él musitó:
−Muy segura.
− ¡Oh Marshall!
−Vamos se franca conmigo. Ya me han azotado la espalda
todo el día te escucho.
−Así es; pero tal vez fue debido a que no hemos tenido nada
mejor que ofrecerle.
− ¿Ummmm?
−Es un gallina.
− ¿Hola?
− ¿Hola?
−No muy vieja, de pelo largo y rubio… con mirada algo torva.
−Bien parecida.
Luego contestó:
Capítulo 10
Capítulo 11
¡CLUNK!
Los ojos de Rafar se volvieron como un rayo hacia el ruido que le
había interrumpido, y vio dos espadas que caían de las manos de
sus dueños. Los dos demonios, formidables guerreros, quedaron
hechos una pieza. Ambos se agacharon apresuradamente para
recoger sus armas, inclinándose y disculpándose, suplicando
perdón.
¡Pum! El pie de Rafar se asentó sobre una de las espadas, y su
propia espada enorme se asentó sobre la otra. Los dos guerreros,
aterrorizados, retrocedieron.
―¡Perdón, perdón, mi príncipe! ―dijo uno.
―Sí. ¡Por favor, perdón! ―dijo el otro, esto nunca había
ocurrido…
―¡Silencio, ustedes dos! ―rugió Rafar.
Los dos guerreros se prepararon para recibir terrible castigo; sus
ojos amarillentos llenos de pánico se asomaban por entre sus
negras alas negras desplegadas para cubrirse, como si pudieran
brindar alguna protección contra la ira de Rafar.
Pero Rafar no los fustigó; no todavía. Parecía más interesado en
las espadas que se había caído; se quedó mirándolas, su ceño se
fruncía más, y sus ojos amarillos se cerraban y acercaban. Caminó
lentamente en torno a las espadas, perturbado extrañamente de
una manera que nunca antes habían visto los guerreros.
―¡Ummm…!
Un gruñido lento y muy hondo brotó de lo profundo de su
garganta, mientras que sus narices despedían un vapor sulfuroso.
Se arrodilló lentamente, y levantó con la mano una de las
espadas. En su enorme mano parecían como si fuera un juguete.
Miró la espada, miró luego al demonio que la había dejado caer,
luego al espacio, su cara contrahecha denotaba un odio intenso y
ardiente que brotaba lentamente desde lo más profundo de su ser.
―Tael ―susurró.
Entonces, como un volcán que erupciona lentamente, se puso de
pie, su cólera acumulándose hasta que, de súbito, con un rugido
que estremeció el salón y aterrorizó a todos los presentes, explotó
y lanzó la espada a través de la pared del sótano, a través del
terreno que rodeaba el Edificio Stewart, por el aire, y por otros
edificios en el plantel universitario, y al espacio, donde dando
volteretas la espada se detuvo después de dibujar un largo arco de
varios kilómetros.
Después de esa explosión inicial, agarró al demonio propietario de
la espada, y la tiró mientras le daba la orden:
―¡Vete a buscarla!
Luego agarró la otra espada, y la lanzó de punta hacia el otro
demonio, el que se hizo a un lado a tiempo como para ponerse a
buen recaudo. Luego, ese demonio también fue lanzado detrás de
su espada.
Para algunos en el salón la palabra “Tael” no significaba nada,
pero por el semblante y las posturas alicaídas de otros podían notar
que se trataba de algo realmente pavoroso.
Rafar empezó a dar vueltas furibundo por el cuarto, gruñendo
frases confusas y esgrimiendo su espada en contra de enemigos
invisibles. Los otros le dejaron que ventilara su cólera, antes de
atreverse a hacer ninguna pregunta. Lucio finalmente se adelantó,
se inclinó hasta el suelo, aun cuando detestaba hacerlo.
―Nosotros estamos a tu servicio, Baal Rafar. Puedes decirnos,
¿quién es este Tael?
Rafar se dio vuelta furioso, con sus alas desplegándose como un
trueno, y sus ojos brillando como brasas encendidas.
―¿Quién es este Tael? ―gritó, y cada demonio presente cayó
sobre su rostro―. ¿Quién es este Tael, este guerrero, este capitán
de los ejércitos de los cielos, este sutil y sagaz rival de rivales?
¿Quién es este Tael?
Resultó que Apatía estaba a su alcance. Agarrándolo por el cuello,
Rafar lo levantó en vilo como si fuera paja, y lo sostuvo en alto.
―Tú ―rugió Rafar lanzando una nube de azufre y vapor―, tu
has fracasado debido a este Tael.
Apatía no puso hacer otra cosa que temblar, sin poder hablar por
el terror.
―¡Hogan se ha convertido en un sabueso, siguiendo nuestras
pisadas, y yo ya estoy harto de tus ridículas excusas!
La enorme espada relució en un enorme círculo, haciendo en el
espacio una abertura que se convirtió en un abismo sin fondo
donde toda la luz parecía vaciarse como si fuera agua.
Los ojos de Apatía se agrandaron en terror inaudito, mientras
lanzaba su último grito sobre la tierra:
―¡No, Baal! ¡Noooooooo!
Con un poderoso movimiento de su mano, Rafar lanzó a Apatía de
cabeza al abismo. El pequeño demonio cayó dando tumbos, y
continuó cayendo, mientras que sus gritos se iban desvaneciendo
poco a poco hasta que finalmente, ya no se pudieron oír. Rafar
volvió a cerrar la abertura en el espacio con el revés de su espada, y
la habitación volvió a quedar como estaba antes.
Entonces regresaron los dos guerreros ya con sus espadas. Rafar
los agarró a los dos por las alas, y los hizo levantarse delante de él.
―¡De pie, todos ustedes! ―gritó a los demás.
Todos obedecieron al instante. Ahora, sostenía a los dos demo-
nios como si exhibiera un trofeo.
―¿Quién es este Tael? ¡Él es el estratega que puede hacer que
los guerreros dejen caer sus espadas!
Con eso, lanzó a los dos sobre el grupo, haciendo que varios de
ellos cayeran dando tumbos. Todos se levantaron tan pronto como
pudieron.
―¿Quién es este Tael? Es un guerrero astuto que sabe cuáles
son sus limitaciones, que jamás entra en una batalla que no puede
ganar, que conoce demasiado bien el poder de los santos de Dios,
¡una lección que todos ustedes tienen que aprender!
Rafar tenía su espada en la mano, que temblaba por la furia, y la
esgrimía para añadir fuerza adicional a sus palabras.
―Yo sabía muy bien que era de esperarlo. Miguel nunca habría
mandado a ningún otro contra mí. Ahora Hogan ha revivido, y es
claro por qué fue traído a Ashton, desde un principio; ahora
Enrique Busche ha sido confirmado como pastor, y la Iglesia de la
Comunidad de Ashton no ha caído, sino que se yergue como un
bastión en contra de nosotros; ahora los guerreros dejan caer las
espadas como si fueran mentecatos. Y todo esto por causa de
este… ¡Tael! Esta es la manera de actuar de Tael. Su fuerza no
reside solo en su propia espada, sino en los santos de Dios. ¡En
alguna parte, alguien debe estar orando!
Esas palabras produjeron un escalofrío en el grupo.
Rafar continuaba dando grandes zancadas, pensando y gruñendo.
―Sí, sí, Busche y Hogan fueron seleccionados específicamente;
el plan de Tael debe girar alrededor de ellos. Si ellos fracasan, el
plan de Tael fracasa también. No queda mucho tiempo.
Rafar seleccionó un demonio de apariencia flaca, y le dijo:
―¿Has colocado ya la trampa para Busche?
―Así es, Baal Rafar ―dijo el demonio, sin poder evitar reírse por
su propia astucia.
―Asegúrense de que sea sutil. Recuerda, ningún ataque de
frente dará resultado.
―Déjelo por mi cuenta.
―¿Y qué se ha hecho para destruir a Marshall Hogan?
Peleas dio un paso al frente.
―Estamos procurando destruir a su familia. Él recibe mucha
fortaleza de parte de su esposa. Si se le quita ese apoyo…
―¡Hazlo como sea necesario!
―Sí, mi príncipe.
―Y no descuidemos otros caminos. Hogan puede ser letal, y
Berenice Krueger lo mismo, pero ambos pueden ser manipulados
para que el uno comprometa al otro…
Rafar designó algunos demonios para que investigaran tal
posibilidad.
―¿Y qué de la hija de Hogan?
Engaño se adelantó.
―Ella ya se halla en nuestras manos.
Capítulo 12
Strachan asegura que hay “más que evidencia adecuada” para justificar tal
auditoría, incluso cuando sea costosa y prematura, según alega la junta de
síndicos.
Berenice explicó:
―Usted ve, yo nunca le puse mucha atención a lo que estaba
ocurriendo. Harmel era en cierta manera agresivo, y se había
inmiscuido en el lago negro de la gente otras veces antes, y esto
sonaba como si fuera nada más que otro asunto político y
mundano. Yo era solamente una reportera de los intereses
inofensivos de la naturaleza humana… ¿Qué me podía importar
esto?
―De modo que ―dijo Marshall―, el decano de la universidad se
metió en problemas con los síndicos. Parece como una pelea real.
―Teodoro Harmel era buen amigo de Eleodoro Strachan. Se hizo
a su lado y eso no le gustó a los síndicos. Aquí hay otro, apenas
unas semanas después.
Marshall leyó:
STRACHAN DESPEDIDO
Citando como razones conflicto de intereses e incompetencia profesional, la
junta de síndicos de la universidad de Whitmore pidió hoy únicamente, la
renuncia del decano Strachan.
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18
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Esta patente oscuridad
y Penetrando la oscuridad
de Frank E. Peretti
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