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Capítulo 3
El Fondo Monetario Internacional.
Tal como fue concebido en Bretton Woods, el FMI iba a ser un organismo
supranacional que cumpliría esencialmente dos funciones: regular los tipos de
cambio y contribuir a la estabilidad internacional concediendo préstamos en
tiempos de crisis en la balanza de pagos de los países miembros. Aunque su misión
declarada sigue siendo esencialmente la misma, el FMI ha experimentado
posteriormente varios cambios y aparentes reveses de fortuna, que sin embargo han
redundado en una acumulación general de poder e influencia. Hoy día las políticas
del FMI afectan directamente a la economía de 184 países e influyen, a veces de
manera drástica y con frecuencia desastrosa, en la vida de la gran mayoría de la
población mundial. Actualmente el FMI es probablemente la institución de
gobierno no estatal más poderosa del mundo. En público, los gobiernos deben
elogiar al FMI, aunque en privado se quejen de las medidas que les impone. En
cambio, miles de trabajadores y estudiantes se manifiestan contra el Fondo, en
muchos casos perdiendo la vida, porque, según afirman, sus políticas económicas
provocan pobreza, dificultades y hambre.
¿Por qué son tantas las personas que protestan contra la concesión de créditos
supuestamente destinados a estabilizar economías en tiempos de crisis? El FMI
otorga préstamos a corto plazo a países miembros que experimentan crisis en la
balanza de pagos, fundamentalmente a partir de fondos previamente depositados,
pero en monedas “más fuertes” (internacionalmente más aceptables) que las de los
depósitos. En su origen, en virtud del acuerdo de Bretton Woods, las condiciones
que debían cumplir los países miembros para obtener créditos del FMI se limitaban
a “un programa eficaz para generar la estabilidad de la moneda del país miembro o
para mantenerla estable en un tipo de cambio realista” (IMF 1958: 404). Pero esa
“condicionalidad” limitada creció a lo largo de 50 años. Las condiciones de los
préstamos, impuestas a gobiernos en general desesperados, se han convertido para
el FMI en una forma de regular toda la gama de políticas económicas nacionales.
Por lo tanto, no es el otorgamiento de los créditos lo que está en cuestión sino sus
condiciones. Se exige a los gobiernos que adopten una serie de políticas
económicas y medidas financieras basadas en lo que el FMI cree que promoverá la
estabilidad económica, aumentando así la capacidad del gobierno para reembolsar
los intereses y el capital del préstamo. ¿Por qué medios teóricos establece el FMI
esas políticas? La institución apela a lo mejor de la ciencia económica neoclásica,
respaldada ahora por 60 años de experiencia en el negocio de los créditos. Pero un
análisis crítico de esa experiencia indica que el Fondo extrae el reembolso de sus
préstamos a expensas de la economía del país prestatario, y en particular de los
pobres. Una mirada crítica a su economía, especialmente a partir de la mitad de los
años 70, indica que el FMI se adhiere a la versión neoliberal del neoclasicismo y
genera automáticamente el mismo paquete de políticas económicas sin importarle el
contexto. Las políticas económicas recomendadas por el FMI incluyen casi siempre
la reducción de barreras arancelarias a las importaciones, una medida que elimina
empleos. También incluyen el aumento de las tasas de interés para enfriar así la
economía y reducir la inflación, lo cual también provoca desempleo. Al mismo
tiempo, impone programas de austeridad que recortan servicios públicos y eliminan
subvenciones estatales destinadas a mantener bajos los precios de muchos
alimentos. Por lo tanto, sostienen los críticos, las políticas del FMI crean desempleo
y pobreza y reducen el poder de los estados nacionales para remediar los problemas
sociales resultantes. En seguida, las personas que menos se lo pueden permitir se
ven obligadas a pagar préstamos a gobiernos cuyas políticas anteriores fueron
consideradas erróneas por los economistas del FMI. Más aún, el Fondo impone sus
propias convicciones económicas a países que quizás deseen desarrollarse de modo
diferente. Los créditos del FMI se transforman así en un punto de tensión en el cual
las luchas sociales se articulan con la tensión entre la sociedad, y el sistema
mundial, con dos instituciones principales (el Estado nacional y el FMI) en el
centro de la controversia. En resumidas cuentas, el FMI impone condiciones que
favorecen el reembolso a expensas de los pobres y los trabajadores. Así pues, ¿a
qué intereses sirve el discurso económico del FMI? Trataremos de responder a esta
pregunta en este capítulo y en el siguiente. Pero primero, debemos conocer el FMI
por dentro.
Actualmente, todos los prestatarios del FMI son países en desarrollo, países
poscomunistas en transición o países de “mercados emergentes” (de ingresos
medios) que se recuperan de crisis financieras. Desde finales de la década de los 70,
todos los países miembros industrializados recurren a mercados de capital privados
u otros mercados para obtener préstamos, pero en las primeras dos décadas de
existencia del FMI, más de la mitad de sus fondos se destinaron a estos países. El
FMI no se considera un organismo de cooperación ni un banco de desarrollo. Sólo
trata con gobiernos. Las divisas que presta el Fondo se depositan en el banco
central del país receptor para complementar sus reservas internacionales. Y el FMI
espera que los prestatarios den prioridad al reembolso de sus créditos de acuerdo
con los plazos previstos. La institución utiliza diversos medios para evitar la
acumulación de intereses atrasados o los reembolsos vencidos y cargos por interés.
Los países que toman créditos de los servicios regulares, no subvencionados, del
Fondo (es decir, todos menos los países de ingresos bajos), pagan tasas de interés y
comisiones de gastos equiparables a las del mercado, más una comisión
reembolsable por compromiso de recursos. En la mayoría de los casos, el FMI sólo
satisface una pequeña parte de las necesidades de financiamiento externo de un
país. La aprobación del FMI indica a otras instituciones financieras que las políticas
económicas de determinado país están “en el buen camino”, tranquiliza a
inversionistas y autoridades y contribuye a generar préstamos adicionales de estas
fuentes. En otras palabras, el FMI es la guía de solvencia de los banqueros. El
Fondo estudia las políticas económicas de los países miembros mediante un
proceso conocido como “supervisión”. Una vez al año, el FMI evalúa la política
cambiarla de sus miembros dentro del marco general de sus políticas económicas,
en lo que se conoce como “consulta del artículo IV”. El artículo IV del Convenio
constitutivo otorgaba originalmente al FMI el mandato de supervisar el sistema
monetario internacional a fin de asegurar su buen funcionamiento y vigilar el
cumplimiento por cada país miembro de sus obligaciones, así como la facultad de
supervisar la política cambiaría de los miembros, e incluso realizar consultas,
respetando el ordenamiento sociopolítico de los países miembros y teniendo en
cuenta las circunstancias de éstos. La supervisión se basa en la convicción del FMI
de que ciertas políticas económicas nacionales aprobadas conducirán a tipos de
cambio estables y a una economía mundial creciente y próspera (IMF 1998).
El FMI afirma que restauró la confianza internacional “ayudando” a los tres países
más afectados por la crisis (Indonesia, Corea del Sur y Tailandia) a adoptar
programas de estabilización económica y reforma a cambio de un crédito de 26.000
millones de DEG (35.000 millones de dólares) y de préstamos adicionales de otras
fuentes por 77.0 millones de dólares. Posteriormente el FMI les impuso “reformas
integrales”, entre ellas el aumento de la participación extranjera en los sistemas
financieros nacionales, el incremento del poder del libre mercado y la ruptura de los
vínculos tradicionalmente estrechos entre empresas y gobiernos. Sin embargo,
fueron precisamente esos vínculos los que habían hecho posible la industrialización
de Extremo Oriente, mientras que la integración en los mercados financieros
internacionales fue, según muchos, la causa fundamental de la crisis. En todo caso,
las políticas del FMI en Extremo Oriente fueron criticadas tanto por progresistas
keynesianos como por neoliberales friedmanianos (véase McQuillan y Montgomery
1999) y, como resultado, la reputación del Fondo nunca se recuperó del todo,
incluso en círculos respetados por el Fondo. Ante nuevas crisis, el FMI siguió
recurriendo a los paquetes de rescate de emergencia, absorbiendo así, según los
críticos, las pérdidas causadas por decisiones erróneas de inversores del sector
privado.
Como resultado de la crisis de Extremo Oriente, el proyecto casi completo de
liberalización de las cuentas financieras se enfrentó a crecientes críticas. Pero el
FMI siguió defendiéndolo. Así, cuando se le preguntó a Michel Camdessus en
1998, mientras se agravaba la crisis en Asia, si la liberalización de las cuentas
financieras era después de todo algo tan bueno, y si el FMI era la institución
adecuada para supervisar los esfuerzos gubernamentales en ese sentido, su
respuesta fue: “Claramente, sí”. Todo estaba bien porque la teoría subyacente era la
correcta: el libre movimiento de capital ayudaba a canalizar los recursos hacia sus
usos más productivos y por tanto aumentaba el crecimiento y el bienestar
económicos a nivel nacional e internacional. Y el hecho de que se hubiera recurrido
al FMI para financiar problemas de balanza de pagos asociados con cuentas
financieras era una razón más para extender la jurisdicción del Fondo a esas
cuentas. Por lo tanto, según el director gerente, la liberalización de las cuentas
financieras debía ser “audaz en su visión, cauta en su aplicación”. Jagdish
Bhagwati, un destacado promotor del libre comercio, tiene una opinión diferente de
por qué el FMI persiste en sus esfuerzos por abrir los mercados financieros.
Bhagwati señaló que los bancos de inversión de Wall Street desean ser
completamente libres para colocar y retirar dinero de los distintos países, mientras
el Pondo se considera un prestamista de última instancia y el administrador de todo
el sistema de capitales:
Morgan Stanley y todas esas firmas gigantescas quieren acceder a otros mercados y
obtener fundamentalmente la convertibilidad por cuenta financiera para poder
operar en cualquier parte. Así como antes había un “complejo militar-industrial”,
hoy existe un complejo Wall Street-Tesoro. (Entrevista de 1997, en Wade y
Veneroso 1998:18-19).
Por tanto, la liberalización de las cuentas financieras sigue aún en el programa del
FMI. Para los críticos, esto demuestra que cuando el FMI comete un error, como
claramente lo cometió en Extremo Oriente según casi todos los expertos ajenos a la
institución, su respuesta consiste en pedir más poder, que incrementará su
capacidad para cometer errores aún más perjudiciales en el futuro.
Las ONG.
Varias organizaciones no gubernamentales (ONG) y grupos de protesta coordinaron
las recientes manifestaciones, entre ellas algunas creadas específicamente para
oponerse a las políticas del FMI y el Banco Mundial Jubilee 2000 (Jubileo 2000) es
un movimiento de base religiosa, con importante participación laica, que intenta
persuadir a los gobiernos para que reduzcan la deuda de los países más pobres del
mundo. Esta coalición nació en Gran Bretaña a principios de la década de los 90 y
actualmente cuenta con grupos de apoyo en 65 países. Según la Biblia (Levítico 25:
8-12), el concepto de jubileo significa que cada 50 años la tierra era devuelta a sus
dueños originarios, los esclavos eran liberados y había un perdón general de las
deudas. El año 2000 se consideró ideal para un jubileo. En la comunidad cristiana el
nuevo milenio marcó el 2000 aniversario del nacimiento de Cristo, y fuera de los
círculos religiosos el cambio de milenio fue un gran acontecimiento periodístico,
popular y cultural. Jubileo 2000 sostiene que los países más pobres del mundo
gastan más en el reembolso de su deuda externa que en la satisfacción de
necesidades humanas básicas tales como la atención sanitaria, el alcantarillado y la
educación. La coalición afirma que siete millones de niños mueren cada año a
consecuencia directa de la carga de la deuda. Por tanto reclamó una “cancelación
excepcional de las deudas impagables de los países más pobres del mundo para
finales del año 2000 en un proceso justo y transparente” (www.jubilee2000uk.org).
Debido a su sesgo bíblico, la coalición pudo transformar el perdón de la deuda en
una cuestión moral más que política, y esto amplió su base de apoyo: por ejemplo,
el Papa se convirtió en un ardiente defensor de la causa. Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia, Japón, Alemania e Italia aceptaron perdonar el 100% de la deuda
bilateral de los países más pobres. Sin embargo, gran parte de la reducción de la
deuda implicó complejos procedimientos y acuerdos previos. Los países deben
invertir el dinero ahorrado por la condonación de la deuda en servicios sociales y de
salud recortados en virtud de programas de ajuste estructural. Y aunque el perdón
de la deuda se prometió para el año 2000, sólo 20 países habían experimentado
cierta reducción de la deuda hasta ese momento. Jubileo 2000 no desapareció con el
nuevo milenio, sino que se transformó en una nueva organización: Jubileo Sur.
Jubileo Sur se define como una coalición cada vez más unida de grupos del Sur
integrantes de Jubileo 2000. “Venimos de África, América Latina, el Caribe, Asia y
el Pacífico, y estamos unidos en nuestro deseo de fortalecer y llevar más allá las
actuales campañas de Jubileo 2000 sobre la deuda gracias a la presencia y la
proyección de la visión y la voz de Jubileo Sur” (www.jubileesouth.org). La
coalición ha celebrado una serie de reuniones cumbre en países en desarrollo. En
una de ellas, organizada en Johannesburgo en 1999, representantes de 40 países en
desarrollo rechazaron la iniciativa de alivio de la deuda del FMI y el Banco
Mundial (PPME, véase el próximo apartado), aduciendo que la primera iniciativa
ofreció muy escaso alivio, y la segunda, lanzada en 1999, fue insuficiente. Jubileo
Sur rechaza también las iniciativas de reducción de la deuda por otras razones más
generales: legitiman una deuda que la coalición no acepta; encubren un “alivio para
los acreedores”; proporcionan a los países del Sur la oportunidad de acceder a más
créditos y acumular más deuda; y son meras versiones modificadas de anteriores
programas de ajuste estructural (South- South Summit Declaration 1999: 6). Jubileo
Sur exhorta a los gobiernos del Sur a repudiar sus deudas porque considera que sus
ciudadanos ya la han pagado con creces en forma de colonialismo y esclavitud.
Finalmente, Jubileo Sur exige que el Norte pague una compensación al Sur por el
dolor y el sufrimiento que le ha infligido históricamente.
En el 50° aniversario de la conferencia de Bretton Woods de 1944 surgió una
coalición de ONG, encabezada por la Alianza Internacional de los Ríos
(International River Alliance), llamada “50 Years is Enough” (50 años bastan). La
organización tiene sus raíces en movimientos anteriores. La Red de Nicaragua,
junto con otros “grupos de solidaridad” opuestos a la intervención militar de
Estados Unidos en América Central en los años 80, comenzó a centrarse más en la
opresión económica. Organizaciones religiosas que seguían los principios de la
doctrina social católica y grupos de misioneros como los maryknollersy otros
grupos de monjas y sacerdotes, comenzaron a criticar la nueva economía global y a
vincularla con la pobreza en el Sur. Estos grupos fueron importantes para “50 años
bastan” y Jubileo 2000. En las reuniones del FMI y el Banco Mundial celebradas en
Madrid en 1994, “50 años bastan” intentó contrarrestar lo que de otro modo hubiera
sido una respuesta positiva de los medios a la celebración del aniversario de la
creación de esos organismos. Cuando revisamos las informaciones de los medios
internacionales de 1994 hallamos pocas menciones a las manifestaciones que
tuvieron lugar en Madrid. En su lugar, las versiones de la prensa acerca de las
reacciones críticas a la conferencia se centraron en la coalición y su mensaje. De
unos 100 artículos periodísticos escritos en 1994 sobre el aniversario de Bretton
Woods que hemos revisado, una cuarta parte se referían a “50 años bastan”.
Aunque la intención original era que la alianza durara 18 meses, la pequeña
campaña de 36 ONG de 1994 es ahora “una coalición de 205 organizaciones
populares, religiosas, políticas, feministas, por la justicia económica y social,
juveniles, solidarias, sindicales y por el desarrollo, dedicadas a una transformación
profunda del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional”
(www.50years.org). A fines de los 90 la coalición elaboró materiales educativos y
organizó conferencias para activistas de todo el mundo y pequeñas reuniones
domésticas donde cinco o seis personas discutían sobre políticas y proyectos del
FMI y el Banco Mundial. Como resultado, los manifestantes adquirieron un
conocimiento más y más profundo incluso de aspectos arcanos de las políticas de
ambas instituciones, y la mayor con-ciencia pública sobre la pobreza en el mundo
en desarrollo y la crisis del sida incrementó la presión sobre los países
industrializados y sus representantes en el FMI.
Alivio de la deuda.
Debemos comprender el último giro político del FMI en el contexto de esta
creciente crítica. La cuestión del alivio de la deuda a los países pobres fue motivo
de indignación en los países industrializados. Como hemos visto, la opinión más
corriente, incluso en círculos conservadores, a fines de los años 80 era que el nivel
de la deuda resultaba insostenible y que era necesario algún tipo de alivio
organizado. Mientras la crisis de la deuda de los años 80 afectó principalmente a
países en desarrollo de ingresos medios, como México, Brasil y Argentina, en los
90 el énfasis del FMI en el tratamiento de la deuda se volcó en los países de
ingresos inferiores. Los préstamos a estos países muy pobres procedían
principalmente de fuentes oficiales, como los préstamos intergubernamentales,
créditos a la exportación, ayuda oficial al desarrollo y préstamos del FMI, el Banco
Mundial y los bancos regionales de desarrollo (Birdsall y Williamson 2002: 13-21).
En res-puesta a la amplia preocupación expresada por los países industrializados, y
en concierto con el Banco Mundial, el FMI lanzó en 1996 su iniciativa para los
Países Pobres Muy Endeudados (PPME o HIPC, por sus siglas en inglés, IMF
2000). La finalidad de esta iniciativa era manejar, e incluso “resolver”, en el
lenguaje optimista del FMI, los problemas de la deuda de los países pobres más
endeudados (originalmente 41 países, en su mayoría africanos), con una deuda total
de unos 200.000 millones de dólares. En estos países, las obligaciones de la
devolución de los intereses de la deuda consumían gran parte de los ingresos por
exportaciones. La mitad de los 615 millones de personas residentes en los PPME
vive con menos de un dólar al día. Según el FMI (2000), la iniciativa para los
PPME “busca una solución permanente a los problemas de la deuda de esos países,
combinando una reducción sustancial de la deuda con reformas políticas que
aumenten el crecimiento a largo plazo y reduzcan la pobreza”. Tras la adopción de
estas medidas, consideradas “correctas por la comunidad internacional”, se aliviaría
la deuda de esos países en 60.000 millones de dólares. El FMI describe de la
siguiente manera las diferentes etapas de un proceso de alivio de la deuda altamente
controlado:
Una vez que los países han demostrado su decisión de reducir los desequilibrios
macroeconómicos y adoptar políticas orientadas hacia un crecimiento sostenido,
normalmente durante un período de tres años, alcanzan el “punto de decisión”. En
esta etapa se evalúa la asistencia necesaria y se compromete el alivio apropiado,
incluida la reducción del volumen de la deuda. La totalidad de la reducción tiene
lugar tras un período adicional de aplicación de políticas económicas adecuadas, en
lo que se denomina el “punto de culminación”. (IMF 2000)
Como sólo siete países reunieron las condiciones para obtener ayuda en los
primeros tres años de funcionamiento del plan, la iniciativa para los PPME fue
“mejorada” en 1999 para ofrecer un alivio provisional entre los puntos de decisión
y culminación y reducir de inmediato el coste de la devolución de los intereses de la
deuda. La iniciativa mejorada vinculó más directamente el alivio de la deuda con la
reducción de la pobreza. Para poder beneficiarse de la iniciativa para los PPME u
obtener préstamos subvencionados del FMI o el Banco Mundial, los países deben
preparar estrategias de reducción de la pobreza con la participación de miembros de
la sociedad civil. Esto constituye un nuevo criterio del FMI y vale la pena
transcribir su descripción:
El nuevo enfoque se basa fundamentalmente en la identificación del país con las
estrategias de lucha contra la pobreza. Los préstamos del FMI [y de la AID, la
ventanilla concesionaria del Banco Mundial] se basan en un Documento de
Estrategia de Lucha contra la Pobreza (DELP) preparado por el propio país
prestatario. En la preparación de los DELP, que son formulados por el gobierno,
participan activamente la sociedad civil, las ONG, los donantes y las instituciones
internacionales. Los DELP, que se generan localmente, tienen por finalidad
producir nuevas ideas acerca de las estrategias y las medidas que se necesitan para
lograr un crecimiento compartido y alcanzar las metas de reducción de la pobreza y
a la vez generar la identificación nacional y el compromiso necesarios para alcanzar
esos objetivos. A continuación el DELP puede ser adoptado por las Juntas del FMI
y del Banco Mundial y constituir la base de los préstamos subvencionados y del
alivio de la deuda otorgada en el marco de la iniciativa para los PPME. Los
donantes, entre ellos el FMI y el Banco Mundial, proporcionan asesoramiento y
aportan su experiencia, pero la estrategia y las políticas deben surgir de un debate
nacional en el que se escuche especialmente la voz de los propios pobres. Como se
requiere un año o más para preparar un DELP, y muchos países pobres necesitan de
inmediato la asistencia concesionaria del FMI y del Banco Mundial, si se hubiera
esperado a que se ultimaran los DELP se habría interrumpido el flujo de los
recursos subvencionados. En consecuencia, se anima a los países a que preparen un
DELP provisional, utilizando los datos, los planes y las políticas existentes, para
que guíe los esfuerzos durante la fase de preparación del DELP definitivo. (IMF
2000)
Durante el primer año tras la mejora de la iniciativa se comprometieron 10.000
millones de dólares para el alivio de la deuda de 10 países; y en 2001, 22 países, 18
de ellos africanos, habían cumplido los requisitos para beneficiarse del plan.
Supuestamente, esto iba a reducir en dos tercios la deuda externa de esos países. Sin
embargo, la deuda de los países en desarrollo (incluida la de los países de ingresos
medios) continuó aumentando de medio billón de dólares en 1980 a un billón en
1985 y a dos billones en 2000. Y la deuda de los 41 países que el FMI considera
PPME (los de menores ingresos) aumentó en total de 60.000 millones de dólares en
1980 a 105.000 millones en 1985, 190.000 millones en 1990 y 205.000 millones en
2000 (IMF 2000).
Como resultado de la crítica creciente, el FMI emprendió una serie de evaluaciones
internas de sus acciones y políticas y en 2001 estableció una Oficina de Evaluación
Independiente (OEI) con el fin de “mejorar la eficacia del FMI profundizando su
cultura de aprendizaje y permitiéndole asimilar mejor las lecciones para mejorar su
trabajo futuro”. Más sorprendente aún: el FMI anunció evaluaciones externas de sus
procedimientos y políticas tras una reunión de su Directorio ejecutivo en 1996. En
1998 cuatro “expertos independientes” realizaron una evaluación externa del
Servicio Reforzado de Ajuste Estructural del FMI. Los expertos eran economistas
del Instituto de Harvard para el Desarrollo Internacional, la Universidad de Oxford
y la Universidad Libre de Amsterdam. Aplicaron el método de estudio de casos,
revisando documentos del FMI, y visitaron también ocho países de África, Asia y
América Latina, donde hablaron con funcionarios de los gobiernos, ONG, líderes
sindicales y trabajadores acerca del compromiso, la gobernanza y el impacto social
de los programas de ajuste estructural. Los evaluadores se encontraron con una
admisión generalizada de la necesidad de reformas del tipo propuesto por el FMI, y
con preocupación, tanto porque los programas debían basarse en el consenso y el
compromiso nacional como forma de asegurar su sostenibilidad, como por la
pérdida de control sobre la fijación de la agenda política y el proceso de
negociación.
Por tanto, recomendaron formar equipos de gestión económica que incluyeran no
sólo al ministro de Hacienda del país afectado sino a otros miembros del gabinete, y
celebrar asimismo conferencias nacionales para debatir abiertamente los objetivos y
métodos de los programas entre distintos sectores de la población, incluidas las
Organizaciones de la sociedad civil. En lo relativo al impacto social, los expertos
hallaron que el ajuste implicaba habitualmente grandes cambios en la sociedad,
incluso modificaciones notorias en los precios relativos y la redistribución del
ingreso, que aumentaban el padecimiento de los pobres. Lo que llamaron “impacto
distributivo” podía identificarse antes de la aplicación de los programas. Así pues,
recomendaron un análisis explícito del efecto distributivo de los programas, algo
que no se había realizado de manera suficiente, y la vigilancia de los cambios en el
ingreso, utilizando la experiencia del Banco Mundial en ausencia de conocimientos
adecuados del FMI sobre tales asuntos. Finalmente, consideraron que el Servicio
Reforzado de Ajuste Estructural debía mantenerse tras la estabilización de los
países, como señal de la existencia de un clima económico que los inversores
pudieran tomar en serio. En muchos de los países que visitaron, los evaluadores
hallaron también una percepción pública desfavorable del FMI que podría disuadir
a los gobiernos a tratar con el Fondo debido a los costes políticos que implicaba.
Asimismo consideraron importante que el FMI interactuara “más y mejor con las
personas en esos países, para que comprendan lo que hace el Fondo” (IMF 1998b).
El Directorio ejecutivo declaró que recibió las propuestas con beneplácito.
Como resultado de estas y otras presiones, el FMI cambió en 1999 el nombre de
Servicio Reforzado de Ajuste Estructural por Servicio para el Crecimiento y la
Lucha contra la Pobreza (SCLP). Este servicio, disponible para 80 países de
ingresos bajos, proporciona préstamos a 10 años a una tasa de interés anual del
0,5%. Según el FMI, la nueva versión del servicio logra esencialmente dos cosas:
introduce la reducción de la pobreza en el ajuste estructural y promueve una mayor
participación del país en los programas económicos que acompañan a los créditos.
Bajo el SCLP se supone que la condicionalidad es más selectiva e insiste más en el
impacto social de las medidas y en la “gobernanza”. Este concepto incluye la
obligación de rendir cuentas sobre la gestión de los recursos públicos, presupuestos
más favorables a los pobres y crecimiento, y más flexibilidad en los objetivos
presupuestarios. El Plan de Acción para la Erradicación de la Pobreza en Uganda,
lanzado en 1997 (IMF 1997), es el caso modelo. El FMI lo describió como un plan
que transformaría al país en “una economía moderna en la que los ciudadanos de
todos los sectores puedan compartir el crecimiento económico”.
¿Tenemos entonces un nuevo FMI, que ha aprendido de sus muchos críticos y ha
cambiado su posición desde el ajuste estructural neoliberal hasta la reducción de la
pobreza, utilizando medidas propuestas por organizaciones de la sociedad civil en
auténticos debates nacionales? La respuesta dependerá de cómo funcione el nuevo
modelo en la práctica, no de los comunicados de prensa del FMI. En general el
Fondo opina que “los programas del SCLP han tenido un comienzo prometedor”
(IMF 2002c). Finance &Development, una publicación del FMI, solicitó a cinco
participantes en la preparación de un Documento de Estrategia de Lucha contra la
Pobreza de Bolivia su opinión sobre lo que funcionó y lo que no. El ministro y el
funcionario más implicados, así como el representante del FMI en Bolivia,
opinaron que el programa había incrementado la participación pública en la
formación de las políticas económicas. Pero un observador independiente, Juan
Carlos Núñez, de la comisión episcopal Pastoral Social, discrepó. Si bien reconoció
que la iniciativa ofrecía a la sociedad civil una oportunidad de diálogo y debate,
donde los principales agentes —los muy pobres— podían hacerse oír y realizar
propuestas sobre la preparación del documento de estrategia, observó lo siguiente:
[El plan] se basaba en tres proyectos: social, económico y político. Los pobres
podían participar en cierto grado en el proyecto social pero no en los otros dos,
aunque una verdadera lucha contra la pobreza debe incluir ciertos cambios en las
estructuras política y económica. La metodología del diálogo era controlada y
cerrada y no permitía tratar las cuestiones macroeconómicas. Los actores invitados,
en especial en las mesas redondas municipales, no eran muy pobres; de hecho,
pertenecían al sistema político. Los principales líderes políticos no asistieron y la
anunciada cumbre política no tuvo lugar. (IMF 2002d)
Por lo tanto, hubo diferencias de opinión incluso dentro del FMI (casi pueden
escucharse las expresiones de sorpresa de los responsables de Finance &
Developmení).
Fuera del FMI, varios estudios han analizado críticamente las nuevas iniciativas. El
Movimiento Mundial por el Desarrollo (World Development Movement), con sede
en Londres, realizó un extenso estudio de cuatro DELP y doce documentos
provisionales, así como de comentarios de grupos de la sociedad civil de numerosos
países en desarrollo. El informe concluye que esos grupos están insatisfechos con el
grado de participación pública en la elaboración de los documentos de estrategia.
Sostiene además que el contenido político de las nuevas estrategias no constituye
un cambio respecto al pasado. Aunque el discurso pueda centrarse más en la
pobreza, las políticas reales no conducen claramente a reducirla. En cambio, las
estrategias se siguen centrando en el crecimiento económico, sin ocuparse en
general de cómo redistribuir ese crecimiento entre los pobres. De hecho, los
elementos macroeconómicos centrales han cambiado poco respecto a los viejos
programas de ajuste estructural porque siguen apegados a la privatización, la
liberalización y la reducción del Estado (Marshall y Woodroffe 2001).
Asimismo, un estudio detallado de varios DELP en Camerún, Honduras, Nicaragua
y Mozambique (Knoke y Morazan 2002) concluyó que esos documentos están
estructurados por la condicionalidad macroeconómica estándar, según la cual las
mejoras económicas tardan j en llegar a los pobres. El estudio señala que muchas de
las condiciones de ajuste estructural, como la privatización, la liberalización del
comercio y la política fiscal, contradicen los puntos de reducción de la pobreza del
programa. Además, la versión participativa de la elaboración de los DELP creada
por el FMI no tiene en cuenta las diferentes concepciones de distintos intereses,
algunos de los cuales, los más poderosos, tienen más oportunidades para imponer
sus ideas. Por lo tanto, concluye el estudio, los DELP han generado un proceso de
consulta, no de participación real.
Otro estudio del caso de Uganda, el país considerado por el FMI como un modelo
de gobernanza participativa, transparencia y crecimiento económico, concluyó que
las políticas que condicionaron los créditos “fueron determinadas por
representantes del FMI y el Banco Mundial en consulta con pequeños equipos del
Ministerio de Hacienda y el Banco Central” de Uganda (Nyamugasira y Rowden
2002: 5). Los nuevos programas no tuvieron en cuenta las críticas anteriores dentro
del FMI y el Banco Mundial sobre los fallos del ajuste estructural. Según los
autores del informe, el caso de Uganda confirma la idea de que el FMI y el Banco
Mundial se limitaron a presentar con una envoltura nueva las políticas de ajuste
estructural del pasado en un nuevo programa de reducción de la pobreza.
Cuestionando la fe.
En nuestra opinión, el FMI se adhiere al pensamiento económico neoliberal y emite
prescripciones políticas basadas en una fe, no en hechos probados científicamente.
La pregunta principal es por qué y cómo se ha adoptado determinada creencia y por
qué sigue aceptándose como una cuestión de fe. Y esta pregunta plantea las
cuestiones de poder, intereses, hegemonía y discurso que detallamos en el capítulo
1. Nuestra investigación histórica del FMI indica que Estados Unidos,
principalmente a través del departamento del Tesoro, ha tenido siempre un interés
dominante en el FMI, aunque no el control absoluto, claramente en lo relativo a
personal y fondos pero también respecto a la elaboración de las políticas
económicas. A mediados de los 70, y nuevamente a comienzos y mediados de los
80, Estados Unidos ejerció su dominio con especial intensidad, amenazando con
retirar su apoyo financiero en tiempos de vacas flacas. El dominio norteamericano
se manifestó en una revisión de la postura del Fondo. Los créditos y el perdón de la
deuda se condicionaron a la adopción de lo que pronto se transformó en una serie
estándar de medidas, que se basaban en un criterio político sobre el funcionamiento
de las economías “de éxito” y en especial (tras el Plan Baker) sobre su crecimiento.
Esta postura político-económica fue propagada vigorosamente por un Partido
Republicano cada vez más escorado a la derecha, hecho simbolizado por la elección
de Ronald Reagan.
Al mismo tiempo, las condiciones económicas en la década de los 70, en especial la
combinación de estancamiento (baja tasa de crecimiento y alto desempleo) e
inflación (incremento sostenido de los precios que reduce el poder adquisitivo de
una moneda nacional), o “estanflación”, como dio en llamarse, fue interpretada por
muchos economistas convencionales (neoclásicos) como un fracaso de la economía
keynesiana. En las instituciones de gobierno económico mundial, estudiosos y
burócratas volvieron a tomar en serio a los economistas que reclamaban un retorno
a las raíces clásicas y neoclásicas del pensamiento económico como base científica
de la planificación de la política económica.
De este modo convergieron por un lado las perspectivas políticas y económicas de
círculos derechistas estadounidenses en particular, resumidas en la frase de Reagan
“la magia del mercado”, y, por otro, de la cultura económica neoclásica “científica”
del FMI. Esta convergencia estableció desde entonces la posición fundamental de la
institución, esencialmente neoliberal. El dogma principal de la economía neoliberal
es la eficiencia del mercado, del mercado desregulado según el pensamiento
extremista hayekiano-friedmaniano. Sin embargo, la aplicación estricta de este
principio significaría el fin del FMI, cómo señaló Milton Friedman (1999):
“Necesitamos un gobierno tanto nacional como internacional para dejar paso al
mercado y darle libertad”. Por lo tanto, el FMI tuvo que sintetizar aspectos de la
regulación keynesiana con las exigencias neoliberales de desregulación. Esta
contradicción se resolvió mediante la supervisión de la desregulación de las
economías nacionales por las instituciones de gobierno mundial. Esto implicaba
una transferencia de poder al nivel institucional global, dentro de unas relaciones
geoeconómicas de poder controladas por Estados Unidos. Podríamos describir
entonces al FMI como una institución que cree, como credo permanente, en un
nuevo tipo de neoliberalismo global que mantiene aspectos del keynesianismo,
dada la necesidad de regulación institucional de la economía mundial, siempre que
el regulador sea el propio FMI, pero que también prescribe la desregulación a nivel
nacional, en especial a los países en desarrollo que se han vuelto dependientes del
Fondo. Como hemos visto, el Fondo prescribe las políticas derivadas de esta
posición al margen de la pérdida de miles de vidas en manifestaciones contra la
austeridad y de las críticas, por pertinentes que sean. Así pues, el FMI habla de
‘planificar y elegir el momento para las correcciones”, pero nunca de cambios
fundamentales en su conceptualización de las economías modelo. Cuando la
presión pública le obliga a tener, por fin, en cuenta las opiniones de los afectados
por sus políticas económicas, asigna pequeñas porciones de “programación social”
a actores nacionales seleccionados y seguros, una fachada para continuar
exactamente como antes. Además, interpreta la desesperada sumisión de los
gobiernos del Tercer Mundo a sus políticas como prueba de que al fin esos países
reconocen la inevitabilidad de la posición del FMI (la “revolución silenciosa”). ¡La
esencia de la hegemonía es el autoengaño!
El interés de la banca.
El cambio de énfasis de la austeridad al desarrollo durante la crisis de los años 80,
sumado al deseo de los banqueros de implicar más al Banco Mundial y menos al
FMI en la solución de la crisis de la deuda y en las garantías de estabilidad a largo
plazo, coloca algunos asuntos generales en el centro de nuestra preocupación. Estos
asuntos son la relación entre el sistema financiero y el desarrollo económico y el
papel de las instituciones mundiales y los bancos privados en la promoción del
desarrollo económico. Dada la insistencia de los banqueros en la reforma financiera
de los países deudores, y su creencia en que el crecimiento económico real es la
única forma de que esos países puedan pagar su deuda y reembolsar los préstamos,
es evidente que piensan que la estructura financiera y la calidad de los servicios
financieros son un factor decisivo que posibilita el crecimiento real y que, recíproca
y mutuamente, la inversión en producción y proyectos de desarrollo a largo plazo es
crucial para la situación financiera de un país, su solvencia ante los bancos y, por
extrapolación, ante el sistema financiero internacional y su estabilidad. El FMI y el
Banco Mundial fueron creados en 1944 para cumplir esta doble función de
estabilizar la estructura financiera mundial y estimular el desarrollo económico. Sin
embargo, la cuestión sigue siendo cómo producir estabilidad financiera, cómo
estimular el desarrollo económico, qué tipo de desarrollo y para qué fines. Según
nuestra investigación de las crisis financieras de los años 80 y 90, los bancos, los
banqueros y sus asociaciones fueron más que intermediarios financieros entre las
acumulaciones de capital de los países industrializados y los créditos de las
instituciones de gobierno mundial a los países en desarrollo. Los bancos de
inversión, en particular, proporcionaban los conocimientos, los contactos y las
condiciones de confianza necesarios para transferir dinero entre instituciones y
entre países. Necesariamente tienen una actitud conservadora hacia el préstamo de
dinero. Decimos “necesariamente” porque en su origen los bancos prestaban dinero
de personas ricas y conservadoras y porque, en resumidas cuentas, desean
asegurarse de que el dinero que prestan les sea devuelto a la larga con intereses. Las
conexiones entre los bancos de inversión y las instituciones de gobierno se dan por
sentadas y los implicados suelen aludir a ellas de forma cínica, en particular en The
Wall Street Journal. En los próximos capítulos intentaremos explicar cómo
funcionan estas conexiones y cómo pueden teorizarse, ya que éste es el meollo de la
cuestión.