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Dopamina

Cada Migraña es una pérdida. No hay posibilidad de salir inmune, intacto.


El tiempo transcurre en ralentí, todo parece querer detenerse. He aprendido a
abandonar mis ansias de apurar el proceso y me entrego.
Escucho música triste que se siente como un baño de melancolía. La música actúa
como un sedante. Pero nada estridente. Un regaetton podría matarme de dolor. Y me
entrego para flotar por ese denso manto ,como el smog en días de preemergencia.
Robert Smith de The Cure canta disintegration y suena como un oda a la alegría.
Un neurólogo me dijo que la dopamina* en el cerebro baja brutalmente en los ataques
de migraña, por eso explota la tristeza. Y acá la música te devuelve las dosis de
dopamina para sobrevivir.
En mis crisis más severas el llanto de pena se mezcla con los vómitos en un baile
agónico y desesperado. Un juego sincopado y eterno.
Mis playlist salvadores para las crisis van desde la banda sonora de la película
Las horas de Phillip Glass, hasta OK Computer de Radiohead, pasando por música
angustiante como Sigur Ros, Johann Johansson o Max Richter y su notable y depresiva
reversión de las cuatro estaciones de Vivaldi. La melancolía acciona mis
pulsaciones para querer estar contento.

*(La dopamina es un neurotransmisor que está en varias zonas del cerebro que ayuda
a regular la emoción, la motivación y la percepción sensorial.)

Prednisona
Con el primer ataque creí que me estaba muriendo.
Ocurrió repentinamente una tarde de noviembre de hace más de 10 años. Estaba en mi
taller-laboratorio de chocolates. Era viernes y hacían 30 grados.Estaba terminando
de hacer unas trufas de té verde cuando sentí una presión en la cabeza, y luego
como si alguien me hubiera clavado un cuchillo en la nuca. Se me cayeron las
espátulas frías y filudas y caí al suelo frío y duro, todo me daba vueltas. El
chocolate tibio y viscoso chorreaba por las patas de la mesa. No podía hablar y
mis movimientos disminuyeron a casi nada.La luz explotaba en mis ojos semiabiertos
y la música azotaba mis oídos.
Puedo salir a la calle dando pasos interminables, se me doblan las piernas y quedo
de rodillas en la vereda. El sol revienta mis ojos, levanto la mano y detengo un
auto.
El taxista avanza rápido. Los ruidos de la calle se sientan con surround. El olor a
desodorante ambiental cítrico me genera una arcada. Un bocinazo estalla en mi oído.
Una sensación tibia escala mi garganta y le grito al chofer que se detenga. Abro la
puerta y suelto un líquido viscoso, amarillo y con trozos de comida que riega la
berma. Un niño de la mano de su madre abre los ojos. Cierro la puerta y el taxista
acelera. Respiro profundo y suena el celular, es mi Madre, un hilo de saliva cuelga
de mi boca, no contesto.
Me bajo en la urgencia y caigo al suelo violentamente y creo sentir el cerebro
suelto topando el cráneo. Todo se va a negro.
Me amarran a la camilla fría y solo tengo un delgado delantal celeste. Me incrustan
a mi brazo izquierdo tres mangueras que inyectan Prednisona* directo a las venas El
coctel completo incluye neurolépticos, Sumatriptán, y Morfina.
Comienzan a mover una correa transportadora y voy entrando hacia lo oscuro. Tengo
los ojos cerrados pero unos haces de luz atraviesan mis párpados.

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