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Habitar como labor material

y simbólica:
La construcción de un mundo social en
Ciudad Verde

Adriana Hurtado Tarazona


Universidad de los Andes
Doctorado en Antropología

Directora: Prof. Friederike Fleischer

Jurados: Prof. María Florencia Girola


Prof. María José Álvarez

Mayo de 2018
ii

Resumen

Una de las preguntas fundamentales de la antropología urbana hoy es comprender las posibilidades

de vivir una vida significativa en las ciudades. En ciudades como Bogotá, donde la interacción

entre espacio y clase profundiza las desigualdades y la exclusión de algunos, resulta crucial

comprender las formas de habitar de distintas personas y grupos, sus límites y sus posibilidades,

sobre todo en contextos socialmente heterogéneos. Este trabajo analiza cómo los habitantes de una

ciudadela de vivienda de interés social (el macroproyecto Ciudad Verde en el municipio de Soacha,

al borde sur de Bogotá, con 49.500 viviendas planeadas y en construcción desde 2010)

experimentan, interpretan, imaginan y se posicionan en un nuevo mundo social a través de sus

relaciones con el entorno material y social. A partir de una exploración etnográfica que incluyó

observación en espacios públicos y privados, entrevistas, análisis documental, observación y

conversaciones en redes sociales de internet; ilustro cómo los habitantes de Ciudad Verde,

dependiendo de sus trayectorias residenciales y sociales, experimentan los procesos de cumplir el

“sueño de la vivienda propia” y convivir en propiedad horizontal; y cómo estos procesos impactan

a su vez sus experiencias subjetivas, sus relaciones de vecindad y hasta sus formas de ejercer la

ciudadanía. Argumento que, para los residentes, habitar implica una labor permanente en la que

tienen que movilizar sus propios recursos materiales y simbólicos para poder enfrentar las

limitaciones, resolver las contradicciones y llenar los vacíos de su nueva situación residencial.
iii

Agradecimientos

Todo cabía en la escritura, que estaba llena de huellas, y no sólo de huellas humanas.
(Aira, 2015, p. 45)

Esta tesis está llena de huellas. Tiene la influencia de una cantidad de personas que pensaron

conmigo y me hicieron pensar. En primer lugar están, evidentemente, los habitantes de Ciudad

Verde, hombres y mujeres que fueron generosos con su tiempo y con su espacio en la medida de

las posibilidades de cada uno. Espero que haya podido transmitir acertadamente en este escrito lo

que ustedes me enseñaron con palabras, con gestos, con silencios, con estar ahí conmigo durante

el trabajo de campo y hasta hoy. A Alma, que me ayudó en algunas tareas de observación, por

haberse animado a ejercer durante un tiempo como paraetnógrafa, en palabras de Marcus (2013),

de su propia condición. No revelo los nombres reales de los demás residentes para proteger la

confidencialidad de su información.

De la Universidad de los Andes está Federica, mi directora de tesis, ante todo y sobre todo.

Sus lecturas y relecturas, comentarios y sugerencias, además de puntuales, fueron siempre

acertadas y constructivas. De ella no sólo aprendí sobre los temas que estudiaba, sino también

sobre cómo ser una académica humana y generosa. Gracias por el apoyo y la motivación

permanente durante estos años. A María José Álvarez, que me apoyó durante estos años en el

proceso de investigación y otras actividades paralelas, le agradezco haberme inspirado con su

trabajo y haber confiado siempre en el mío. Otros profesores que en algún momento

retroalimentaron mi investigación en la universidad fueron Margarita Serje en el examen de

conocimientos, Roberto Suárez en el diseño de proyecto, Ana María Forero y Pablo Jaramillo en

los seminarios del doctorado. A ellos agradezco por sus comentarios y críticas, que fueron siempre
iv

para mejorar. Agradezco también a las entidades que financiaron mis estudios: Colciencias con la

beca doctoral 2013-2017 y la Foundation for Urban and Regional Studies con las becas doctorales

2015-2016 y 2016-2017.

Las reflexiones iniciales sobre los resultados de la tesis las presenté y discutí durante el

RC21-IJURR-FURS Summer School in Comparative Urban Studies y el congreso RC21 2015 en

Urbino (Italia). Una versión previa de lo que ahora es el piso 3 la presenté y discutí en el V

Seminario-Taller sobre Clases Medias del IDES (Buenos Aires, Argentina), y luego el XVI

Congreso de Antropología en Colombia y V Congreso de la Asociación Latinoamericana de

Antropología 2017 en Bogotá, donde también discutí una versión preliminar del piso 2. Un análisis

de una parte de los resultados, pero con un lente diferente, lo discutí intensivamente durante el IUS

Workshop on Erosions of Legitimacy and Urban Futures: Ethnographic Research Matters en

Sicilia (Italia) en 2017. Agradezco a los profesores y estudiantes que en estos eventos y en otras

oportunidades comentaron, criticaron y sugirieron bibliografía, aclaraciones, profundizaciones y

ajustes a mis argumentos, especialmente a las profesoras Lynda Cheshire, Talja Blokland, Giuliana

Prato y a los profesores Sergio Visacovsky e Italo Pardo. También a las profesoras Florencia Girola

y Ana Gretel Thomasz, que me recibieron en la Universidad de Buenos Aires en el semestre de

pasantía en 2016, y de quienes aprendí mucho, como académicas y como personas.

La universidad no habría sido lo que fue sin la compañía de Sandra Pulido, Sandra Daza,

Ana María Zamora y Carolina Ardila. Pasar por todas estas angustias, alegrías y hambre continua

con ustedes fue lo que hizo que esto valiera la pena más allá de lo académico. Aunque vayamos

gradualmente obteniendo nuestros títulos, nos quedaremos siempre “con ínfulas de doctoras”. De

mis antropólogas de pregrado agradezco a María Fernanda Escallón, la primera doctora, por haber

sido mi guía, por resolver todas mis dudas sobre este proceso y por darme ánimos, y a Claudia
v

Useche por nuestras charlas en los trayectos de Transmilenio desde la universidad, que durante

estos años fueron casi mi único tiempo diario de ocio.

Por último, lo más importante: mi familia, mi red de apoyo, que siempre estuvo ahí

haciéndome barra y queriéndome como siempre. A mi papá, mi mamá y mi hermana –que también

está en este largo camino doctoral- por su ayuda, sus ánimos y sus permanentes llamados a la risa

y al descanso. A mis hijos Gabriela y Simón por haberme sacado, diariamente y sin falta, de la

investigación: nada mejor para tener un poco de perspectiva que combinar lectura y escritura con

juegos de mesa, gestión de virus o tardes en el parque. Y a Carlos F por haberme acompañado

desde el principio hasta el final, por haber organizado sus cosas para poder viajar todos juntos a la

pasantía y por hacerme reír todos los días. Por estar siempre ahí, para todo, desde hace 15 años.

Como dice César Aira, en la escritura también hay huellas no humanas. En esta tesis

quedaron fijadas las huellas de las atmósferas en las que me moví desde el trabajo de campo hasta

el momento de escribir, los lugares donde observaba, pensaba, leía y escribía. Mi último

agradecimiento es entonces al sol de Soacha, a la estrechez de Transmilenio, a la comodidad de

mi casa y al frío de la oficina en la universidad.


vi

Contenido

Portería .................................................................................................. 1
El bazar de voces ......................................................................................................................... 1
Inquietudes iniciales y la transformación de las preguntas .................................................... 4
Ubicando mi investigación en las discusiones teóricas ............................................................ 5
La producción del espacio ...................................................................................................................... 6
Habitar viviendas “mercantilizadas” ...................................................................................................... 9
Clase, límites simbólicos y mezcla social en el espacio ...................................................................... 13
Sociabilidad y vecindad: prácticas e imaginarios ................................................................................ 19
¿De qué se trata entonces esta tesis?....................................................................................... 24
Mis métodos .............................................................................................................................. 25
¿Quiénes son ellos? ................................................................................................................... 29
Los protagonistas de esta historia ........................................................................................... 31
El edificio imaginario ............................................................................................................... 38
¿Y esto para qué? ..................................................................................................................... 42

Piso 1. Planear la ciudad, producir la vivienda ................................ 43


Llegar a Ciudad Verde .............................................................................................................. 43
101. El macroproyecto como lugar imaginado: visiones ...................................................... 48
Los promotores: estado y mercado del mismo lado ............................................................................. 49
La ciudad publicitada ........................................................................................................................... 57
La crítica desde el urbanismo y las ciencias sociales ........................................................................... 63
Abrebocas a la visión de los habitantes................................................................................................ 66
La ciudad planeada como promesa de futuro ....................................................................................... 68
102. Condiciones de posibilidad de la emergencia de Ciudad Verde .................................. 69
Una política de vivienda social “mercantilizada” ................................................................................ 70
Conjuntos cerrados en propiedad horizontal para todos ...................................................................... 81
Un proyecto nacional de formación de clase media a través del consumo (de vivienda) .................... 83
Escaleras al piso 2 ..................................................................................................................... 86

Piso 2. Cumplir el “sueño de la vivienda propia” ............................ 88


Mary se deshace de los “colorinches” ...................................................................................... 88
201. De la vivienda propia como idea a la vivienda material ............................................... 91
Antes de vivir en Ciudad Verde: coordinando ideas, tiempo y dinero ................................................ 91
La entrega de las viviendas como hito de trayectorias residenciales ................................................... 96
202. Despertar del sueño y acomodarse en las viviendas .................................................... 101
“Terminar” la vivienda: del tierrero a la casa .................................................................................... 102
Cuerpos, muebles, cosas y chécheres: acomodarse en las viviendas ................................................. 110
Acomodar y acomodarse en el proceso de habitar............................................................................. 114
203. La vivienda como inversión ........................................................................................... 117
“Una casa no es para siempre”: del sueño de la vivienda propia a la vivienda de los sueños ........... 118
“Lo queremos dejar neutro” valor de uso y valor de cambio al terminar las viviendas .................... 121
vii

Habitantes “hipotecados”: el crédito como parte de la experiencia de habitar .................................. 124


204. “Es como llegar a una maquetica”: el deseo de cuadrícula ........................................ 125
Escaleras al piso 3 ................................................................................................................... 131

Piso 3. Vivir en “Soachington”: Distinguirse.................................. 133


Leonel hace “la tareíta” .......................................................................................................... 133
301. Hablar de la heterogeneidad socioeconómica .............................................................. 135
Estrato, clase y espacio ...................................................................................................................... 137
Ascenso social: vivienda propia, educación y ocupación .................................................................. 143
La “falta de cultura”: estatus de propiedad y marcadores estéticos ................................................... 147
302. La “cultura de la propiedad horizontal” y sus usos .................................................... 150
Viviendo el “régimen” ....................................................................................................................... 154
La ropa sucia se lava (y se seca) en casa ............................................................................................ 156
Las ventas en la calle como disputa moral ......................................................................................... 160
Valorización, o “la fama de Ciudad Verde”....................................................................................... 164
303. Posibilidades y limitaciones para la vida colectiva ...................................................... 168
“Vienen de…”: tiempo, espacio y moral ........................................................................................... 169
¿Casa nueva, clase nueva? ................................................................................................................. 172
La culpa es de los que “no saben vivir en propiedad horizontal” ...................................................... 175
Escaleras al piso 4 ................................................................................................................... 177

Piso 4. Ejercer la vecindad ............................................................... 179


La reparación del muro........................................................................................................... 179
401. “Cada lora en su estaca”: ambigüedades de la vecindad ........................................... 181
Buenos y malos vecinos: representaciones de la sociabilidad vecinal ............................................... 185
Coexistencia no intrusiva o “con los vecinos es mejor de lejitos” ..................................................... 189
402. ¿Cómo se conectan?: interacciones vecinales (para bien o para mal) ....................... 193
Buscar al igual en medio de la heterogeneidad .................................................................................. 194
Transacciones y la importancia de quienes trabajan en las viviendas ............................................... 199
Expectativas de acción compartida .................................................................................................... 202
Socializar en celebraciones de pequeña escala .................................................................................. 204
Interacciones por conflictos ............................................................................................................... 206
403: Facebook y nuevas formas de socialidad ..................................................................... 212
Cooperación entre vecinos y redes de intercambio ............................................................................ 215
Organización y (algo de) movilización social .................................................................................... 217
Una forma “citoverdina” de ejercer la vecindad ................................................................................ 219
Escaleras al pent house ........................................................................................................... 221

Pent House: Notas para concluir ..................................................... 224


Las preguntas y las respuestas (hasta ahora) ...................................................................... 224
Habitar como labor material y simbólica ............................................................................ 231
Implicaciones para la agencia y la ciudadanía .................................................................... 235
“Como en todas partes” ......................................................................................................... 239
Ñapa ......................................................................................................................................... 241
viii

Referencias......................................................................................... 244

Anexos ................................................................................................ 274


Anexo 1. Mapa síntesis trabajo de campo ............................................................................ 274
Anexo 2. Mapas viviendas anteriores residentes Ciudad Verde ........................................ 275
Anexo 3. Mapa síntesis codificación espacial entrevistas ................................................... 277
Anexo 4. Mapas vivienda de los sueños ................................................................................ 278
Anexo 5. Fotografías interiores de las viviendas ................................................................. 280
ix

De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por
qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a
cenar (ahora pasa una paloma, y me parece que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha
contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está
tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno
está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo sepa nadie ha explicado esto, de
manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se avergüenza
de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando
dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto, entonces
hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico. Ay, doctor, cada
vez que respiro... Siempre contarlo, siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago.
(...)
Ya sé que lo más difícil va a ser encontrar la manera de contarlo, y no tengo miedo de
repetirme. Va a ser difícil porque nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando,
si soy yo o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo (nubes, y a veces una paloma) o si
sencillamente cuento una verdad que es solamente mi verdad, y entonces no es la verdad salvo
para mi estómago, para estas ganas de salir corriendo y acabar de alguna manera con esto, sea
lo que fuere.

(Cortázar, 1998, p. 214)


1

Portería

El bazar de voces

Un proyecto sin precedentes, que pretende cambiar el estilo de vida de los habitantes de la ciudad,

siendo modelo de planeación urbanística, respetando el medio ambiente y entregando a sus

habitantes un lugar seguro, con todas las comodidades a su alcance. (…) Cuenta con un terreno de

328 hectáreas, se ubica al occidente de la plaza principal de Soacha y limita con la localidad de

Bosa en Bogotá. Este gran proyecto se ha pensado como un modelo urbanístico de nuevas ciudades,

que constituye un gran cambio, generando beneficios para sus habitantes. Una ciudad con mezcla

de usos, lo cual disminuye la necesidad de desplazamiento entre la vivienda y el trabajo (…)

Ciudad Verde demuestra que es posible tener un equilibrio entre el desarrollo urbano y la

naturaleza. Amarilo S.A y Ciudad Verde, comprometidos con Colombia.

Esto dice la voz en off del Video promocional de Ciudad Verde 1, mientras desfilan imágenes de

niños sonrientes con sus perros en un parque, árboles, aves, edificios perfectamente alineados -

aunque todavía en construcción-, vías pavimentadas, ciclorrutas y alamedas. Ciudad Verde es el

Macroproyecto de Interés Social Nacional más grande del país, ubicado en el municipio de Soacha

en el borde sur de Bogotá, y en éste el Gobierno nacional, asociado con siete constructoras

privadas, está construyendo desde 2010 viviendas de interés social en más de 60 conjuntos

cerrados de apartamentos y cuatro de casas. Hay 49.600 viviendas proyectadas, de las cuales en

2015 estaban ya vendidas 33.000, y 23.000 entregadas2. Aunque es un proyecto orientado a

hogares de ingresos medios y bajos, fue diseñado y es promovido bajo una lógica similar a la

señalada en literatura sobre urbanizaciones cerradas para hogares de altos ingresos: una agrupación

1
Video disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=wx3riw1TaUo Actualización 2016 del video en:
https://www.youtube.com/watch?v=h83pftN24k4
2
https://www.larepublica.co/empresas/constructora-amarilo-tienes-planes-para-desarrollar-mas-de-45000-viviendas-
2294256
2

residencial cerrada, con amplios espacios verdes, seguridad, equipamientos y servicios comunales,

una nueva ciudad donde se puede tener “calidad de vida”. El Gobierno nacional y empresas

privadas están replicando los macroproyectos de vivienda como Ciudad Verde por todo el país –

actualmente hay 15 en marcha-, y los conjuntos cerrados de edificios son la forma principal

mediante la que se construye vivienda hoy. Ciudad Verde es entonces la aplicación más grande de

la forma predominante de producción de espacios residenciales en Colombia.

Mi interés por Ciudad Verde comenzó desde antes de empezar el doctorado. En una

investigación sobre la extensión del sistema de transporte Transmilenio 3 de Bogotá a Soacha desde

el lente de la gestión urbana y la planificación territorial (Hurtado-Tarazona, 2012; Hurtado-

Tarazona, Hernandez, & Miranda, 2014), al ir a Soacha vi varias veces una valla de publicidad del

macroproyecto en el costado occidental de la Autopista Sur, que decía: “Miles de familias

decidieron mejorar su calidad de vida ¡Tú también lo mereces!”. En uno de esos viajes en bus

decidí bajarme en el kiosco de ventas y averiguar. Los empleados del kiosco me entregaron folletos

promocionales, me contaron sus características básicas -en resumen, que iba a ser una “nueva

ciudad” con todo lo que se pueda necesitar-, y me dijeron que si quería más información tocaba

esperar el bus para ir hasta el “parque de ventas” que quedaba un poco más al occidente. No tenía

tiempo, tenía que volver a la oficina, entonces agradecí y me devolví con mis folletos.

Pero Ciudad Verde se quedó ahí, rondando mis intereses académicos, y más porque su

presencia llegó hasta mi cotidianidad. Aunque no había vuelto a Soacha, en la estación de

Transmilenio cerca de mi casa -a 30 kilómetros de Ciudad Verde- había hombres y mujeres jóvenes

con chalecos verdes que repartían publicidad del proyecto. Los folletos que llegaban a mis manos

de transeúnte eran publicidad de vivienda como la de cualquier conjunto cerrado del norte u

3
Transmilenio es el sistema de buses rápidos (BRT) de Bogotá que desde 2013 se extendió al municipio de Soacha.
3

occidente de la ciudad: “espacios amplios, excelente distribución, zonas verdes, gimnasio, la mejor

inversión”. Luego, en un stand del Ministerio de Vivienda en un evento internacional de políticas

de hábitat, recibí una cartilla en las que hablaba de Ciudad Verde como el proyecto bandera de la

política nacional de vivienda, que ayudaría a reducir el déficit y generaría viviendas,

equipamientos y espacio público para los más pobres.

Al buscar más información sobre Ciudad Verde, encontré apreciaciones menos positivas,

como artículos de prensa que señalaban que las viviendas construidas en Soacha y en el resto del

país eran “cajas de fósforos” (“Exigen a constructoras ‘viviendas dignas’ para los colombianos”,

2011; Fernández, 2010; Maldonado, 2014). También estuve en un debate en el que algunos

académicos criticaron la figura a través de la que se gestionó Ciudad Verde: los Macroproyectos

de Interés Social Nacional, por pasar por encima de los planes de ordenamiento territorial

municipales, ahondando los desequilibrios territoriales y produciendo masivamente viviendas

pequeñas y costosas en localizaciones periféricas (Universidad Nacional de Colombia, 2011).

Entonces Ciudad Verde estaba ahí: como una novedosa intervención de política pública

según el Ministerio de Vivienda, como una ciudadela de alta valorización donde “puedes hacer

realidad tus sueños” para los constructores, como un ejemplo de cómo el gobierno se pone al

servicio de las empresas privadas para algunos urbanistas, y como un agregado de costosas y

lejanas “cajas de fósforos” donde a la gente le toca vivir, para académicos y periodistas. Pero en

ese bazar de voces faltaban las más importantes: las de quienes habitan ahí. Así llegué a plantear

el caso de Ciudad Verde como algo que vale la pena analizar desde mi experiencia en estudios

urbanos y desde mi expectativa de practicar la antropología por primera vez, muchos años después

de terminar el pregrado.
4

Inquietudes iniciales y la transformación de las preguntas

Llegué a Ciudad Verde con una visión influenciada tanto por el atractivo que genera el

Macroproyecto en tanto “experimento de planificación”, como por las críticas que se le han hecho.

Quise indagar sobre la experiencia subjetiva de los residentes de esta urbanización, ver cómo hacen

para resolver la vida colectiva en un contexto socialmente heterogéneo. Sin ser parte explícita de

los objetivos del macroproyecto, Ciudad Verde es hoy una urbanización de propiedad horizontal

compuesta de conjuntos cerrados en la que existe mezcla social en el espacio: la inclusión de tres

rangos de precio dentro de lo que se considera en Colombia vivienda de interés social 4 en un mismo

proyecto implica que allí viviría desde una familia que pagó más de cien salarios mínimos

mensuales por su vivienda -o que los está pagando en un crédito hipotecario- hasta una a la que el

gobierno le otorgó un apartamento cien por ciento subsidiado por haber perdido su vivienda en la

ola invernal 2010-2011, pasando por varias situaciones socioeconómicas intermedias.

Quienes adquieren una vivienda en Ciudad Verde entran a ser entonces parte de un grupo

de vecinos con pasados diversos que deben interactuar en el presente de manera cotidiana y de

alguna manera construir un futuro común. Mi pregunta de investigación fue ¿Cómo los habitantes

de Ciudad Verde experimentan, interpretan, imaginan y se posicionan en un mundo socialmente

heterogéneo a través de sus formas de relacionarse con el espacio y con los vecinos? Sin embargo,

una vez iniciado el trabajo de campo, al conocer las experiencias de los residentes me di cuenta de

que para comprender cómo hacen ellos para “vivir juntos”, primero tenía que entender cómo hacen

simplemente para vivir, para resolver su propia vida, que era en realidad el reto al que se estaban

enfrentando la mayoría de quienes compraron una vivienda en la ciudadela. Su preocupación

principal era cómo lograr “vivir tranquilos”. Al énfasis inicial en analizar la heterogeneidad

4
Vivienda gratuita, Vivienda de Interés Prioritario (en adelante VIP), con precios entre 50 y 70 salarios mínimos, y
Vivienda de Interés Social (en adelante VIS), con precios entre 70 y 100 salarios mínimos.
5

socioeconómica en Ciudad Verde le tuve que anteponer el objetivo de comprender cómo hacen

los residentes de Ciudad Verde para hacer que las cosas funcionen, para “gestionar su existencia”

(Pardo, 1995). Para esto me devolví a unas preguntas de partida más básicas.

Primero me pregunto ¿cómo viven los residentes de Ciudad Verde ahí?, pregunta que

remite, por un lado, a una discusión sobre planificación utópica, urbanismo moderno, producción

de vivienda social y las brechas entre lo planeado y lo vivido; y por otro, a una exploración de

cómo acceden las personas a la vivienda en propiedad, qué significa para ellos y cómo se

relacionan los residentes con su entorno material. La segunda pregunta es ¿cómo viven juntos?,

pregunta que se acerca a mis cuestionamientos iniciales y requiere examinar la mezcla social en el

espacio y cómo los residentes la enfrentan, lo que remite a discusiones sobre clase social,

posicionamientos sociales y límites simbólicos. La tercera es ¿cómo viven juntos, ahí?, que remite

a la necesidad de comprender cómo se conectan los residentes unos con otros, las posibilidades y

constreñimientos para la vida social, para la agencia individual y colectiva y para la ciudadanía de

quienes habitan Ciudad Verde. Esta pregunta remite a discusiones sobre sociabilidad en contextos

urbanos, lazos sociales, vecindad y ciudadanía.

Ubicando mi investigación en las discusiones teóricas

Haber ampliado el lente de mis cuestionamientos hizo que para ubicar mi investigación en las

formas en que la antropología y las ciencias sociales han problematizado este tipo de situaciones,

tuviera que involucrarme con una discusión más amplia sobre lo que implica habitar en estos

contextos. A continuación, sintetizo las discusiones principales que alimentan las preguntas de esta

investigación: la producción del espacio; habitar viviendas “mercantilizadas”; clase, límites

simbólicos y posicionamientos sociales; y prácticas e imaginarios de sociabilidad y vecindad. Las


6

discusiones irán apareciendo de manera más detallada a lo largo del texto, a medida que los

hallazgos empíricos lo vayan necesitando.

La producción del espacio

La extensa literatura que surgió en la segunda mitad del siglo XX sobre cómo abordar el espacio

desde las ciencias sociales, sobre todo desde la geografía, la teoría social francesa y la antropología

(Low, 2011), deja varias lecciones para el análisis de procesos socioespaciales contemporáneos.

La más fundamental es que el espacio no es un simple contenedor físico de los procesos sociales,

no es neutral, aunque se presente como tal (Harvey, 1996; Soja, 1989, entre muchos otros). El

espacio es producido socialmente (Lefebvre, 1991)5, es tanto representado como practicado (De

Certeau, 1988). La producción social del espacio incluye todos aquellos factores sociales,

económicos, ideológicos y tecnológicos cuya meta es la creación del espacio físico, pero también

la experiencia subjetiva de las personas -fenomenológica y simbólica, mediada por procesos

sociales como el intercambio, el conflicto y el control- construye ese espacio (Low, 1999).

Comprender el espacio implica comprender también el tiempo (De Certeau, 1988; Harvey, 1996;

Pellow, 2003) y la multiplicidad de experiencias y representaciones del espacio que pueden hacer

que diferentes espacios sociales coexistan en un mismo espacio físico (Fleischer, 2010)6. El

espacio es, pues, una esfera en la que es posible la coexistencia de distintas trayectorias, una

5
Para Lefebvre los procesos de producción social del espacio se pueden analizar a la luz de una tríada conceptual:
prácticas espaciales (o espacios percibidos, la experiencia cotidiana de los habitantes), representaciones del espacio
(o espacios concebidos, los espacios definidos discursivamente “desde arriba”, en el ámbito de los expertos y el poder)
y espacios representacionales (o espacios vividos, con un fuerte componente simbólico y no discursivo).
6
La antropología aportó también, en un contexto de “desterritorialización” de los procesos sociales, y a partir del
cuestionamiento de la “asumida confluencia entre lugar, cultura e identidad” (Gupta & Ferguson, 2008), una
perspectiva emergente que trae el lugar (que no es opuesto al espacio) al centro del análisis, como la “experiencia de
una locación en particular con alguna medida de anclaje (inestable, sin embargo), con un sentido de fronteras
(permeables, sin embargo) y de conexión con la vida cotidiana, aun si su identidad es construida, atravesada por el
poder, y nunca fija" (Escobar, 2005, p. 158).
7

“simultaneidad de historias hasta ahora” en la que se actualizan interrelaciones desde la

inmensidad de lo global hasta lo íntimamente pequeño (Massey, 2005).

La definición de Massey abre dos entradas teórico-metodológicas a mi problema de

investigación: primero, al ser el espacio una esfera en la que varias escalas se relacionan, es

necesario ver su producción y construcción social tanto a la luz de procesos socioeconómicos

amplios –que establecen en parte las posibilidades y constreñimientos de las prácticas espaciales-,

como a la luz de las experiencias subjetivas de quienes lo viven, mostrando a las personas como

agentes que construyen sus propias realidades y significados (Low, 1999). Segundo, al concebirlo

como una simultaneidad de múltiples historias, comprender las diferentes trayectorias individuales

que constituyen las experiencias espaciales (De Certeau, 1988; Ingold, 2000)7 es una entrada para

analizar relaciones sociales en un espacio, involucrando distintas subjetividades en armonía, en

conflicto, o en simple coexistencia.

Para comprender cómo llegó a existir Ciudad Verde y cómo se produjeron estos espacios

residenciales, fueron cruciales también miradas antropológicas a las acciones de planificación. La

antropología ha sido crítica con la planificación utópica (Keller, 2005; Peattie, 1987; Robertson,

1987; Scott, 1998; Serje, 2011), con el objetivo de mostrar que la vida social nunca resulta como

se la imaginaron los diseñadores, arquitectos y planificadores. Estas perspectivas resaltan que el

espacio puede ser un ámbito de dominación y control (Foucault, Rabinow y Holston en Low,

2011), de espacialización de narrativas hegemónicas que a su vez pueden ser contestadas o

incorporadas por los habitantes (Herzfeld, 2006). En el caso específico de los proyectos de

vivienda, estos han sido analizados como parte de intentos estatales de reformar las identidades y

construir formas específicas de ciudadanía, en los que se definen los atributos que debe tener un

7
Pero no sólo por separado, pues al confluir en un espacio generan nuevas realidades sociales que superan la suma de
sus partes (Bourdieu, 1999) .
8

“urbanita moderno” (Awenengo, Charton, & Goerg, 2013; Caldeira, 2000; I. P. Cuervo, 2013;

Holston, 1989; Rabinow, 1995); y como instrumentos de gobierno en la línea de lo que Foucault

llama biopoder, o un nuevo modo de acción indirecta que dio forma a las maneras en que los

sujetos voluntaria y libremente se sometieron a ciertas formas de comportamiento (Foucault

1991:100 citado en Awenengo et al., 2013, p. 43). Sin embargo, las miradas críticas a menudo

analizan la ciudad planeada y la ciudad vivida como ámbitos separados, mientras que al analizar

uno a la luz del otro se podrían comprender procesos adicionales.

Esta investigación se alinea entonces con aproximaciones que analizan los mecanismos

mediante los que los procesos macro “echan raíces” en formaciones sociales específicas, cómo

determinadas formas de producción del espacio interactúan con las formas de “ser en el mundo”.

Esto lo han abordado estudios antropológicos que articulan las escalas micro con procesos macro

de transformación como la transición hacia el capitalismo (Fleischer, 2010; Jansen, 2014a), y más

recientemente análisis de la "crisis financiera global" de 2008, que tuvo como catalizador en

algunos países como Estados Unidos y España el colapso del mercado inmobiliario a raíz de las

"hipotecas de alto riesgo”. Palomera (2014b), por ejemplo, estudió etnográficamente las

experiencias de migrantes en Barcelona, y encontró que la reciente expansión y “financiarización”

del mercado inmobiliario en espacios empobrecidos se sustentaba en redes morales que

gradualmente se mercantilizaron, creando un ambiente de legitimidad para la continua expansión

del mercado inmobiliario, a pesar de la crisis. Villarreal (2014) muestra cómo migrantes mexicanos

en California se embarcaron en compra de vivienda nueva como parte del riesgo que hay que

asumir para cumplir el “sueño americano”. Por sus perfiles socioeconómicos y étnicos, los

migrantes fueron clasificados como población “riesgosa” y por lo tanto objeto de hipotecas

subprime, lo que hizo que terminaran más afectados por la crisis que otros propietarios de vivienda.
9

Weiss (2014) analiza un proceso similar pero en hogares de clase media en Israel, resaltando cómo

invertir en finca raíz, más que una decisión económica racional, es para ellos la principal manera

de ser ciudadano, lo que explica que muchos hogares, a pesar de los elevados costos y riesgos del

mercado inmobiliario, siguieran comprando viviendas durante la crisis. Aunque son contextos y

procesos diferentes, mi análisis intenta retomar esta articulación de escalas, en la que la mirada de

la antropología desde lo empírico sirve para avanzar la comprensión de procesos socioeconómicos

más amplios y no ver “lo social” como una esfera separada.

Habitar viviendas “mercantilizadas”

La antropología de la vivienda pasó de analizar las casas desde una perspectiva utilitaria como

reflejo de las condiciones ambientales –clima, topografía, materiales de construcción disponibles-

o del tipo de trabajo que realizan los grupos sociales (Wilk, 1989) a abordarla como un “texto

cosmológico” reflejo de la cosmovisión, la religión o la organización social de las los grupos que

las construyen y las habitan (Glassie 1979, Rapoport 1977, Cunningham 1973, Fernández 1977 en

Wilk, 1989). Sin embargo, las casas se asumieron como un contenedor de simbolismo o

cosmología más que un sujeto en sí mismo (Humphrey, 1988). Desde finales del siglo XX, en

sincronía con el giro espacial en las ciencias sociales, las viviendas dejaron de ser un simple telón

de fondo para los análisis antropológicos y pasaron a ser tanto formas construidas como

construcciones culturales (Birdwell-Pheasant & Lawrence-Zúñiga, 1999), reflejo y parte

constitutiva de las relaciones sociales.

Desde 1960 Bourdieu planteaba que a través de la cultura material la estructura social entra

en acción en la vida cotidiana de los individuos pero al mismo tiempo los individuos inculcan un

orden a través de taxonomías prácticas de las acciones en el espacio físico (Bourdieu, 2003b). Así,

surgieron estudios de la casa como metáfora de los cuerpos y las relaciones sociales que contiene,
10

como las de parentesco (Carsten, 2004) y estatus social (Birdwell-Pheasant & Lawrence-Zúñiga,

1999; Chapman, 1999). Las miradas desde las ciencias sociales a la vivienda han reconocido su

valor como refugio, como la “topografía de nuestro ser íntimo” (Bachelard, 1965), como un “retiro

del mundo” que permite la formación de identidades (Dovey, 1985; Korosec- Serfaty, 1985;

Norberg-Schulz, 1985 en I. P. Cuervo, 2013); y simultáneamente su concepción como un

escenario, un ámbito de relación con el mundo. Hoy hay cierto acuerdo en concebir la vivienda

como un ámbito clave en la organización social del espacio: “es donde el espacio se convierte en

lugar, y donde las relaciones familiares y las identidades de género y clase son negociadas,

disputadas y transformadas. El hogar es un momento activo, tanto en el tiempo como en el espacio,

en la creación de identidades individuales, relaciones sociales y significados colectivos” (Cieraad,

2006, p. x, traducción propia). Para reconocer estas relaciones con el mundo en el ámbito de la

vivienda, la noción de habitar es fundamental.

Habitar es un proceso a través del cual las personas y sus entornos son recíprocamente

constituidas (Ingold, 1996, p. 95). Ingold retoma de la fenomenología el punto de partida de

considerar a los agentes-en-su-medio, es decir, no concebirlos como individuos autocontenidos

que confrontan un mundo exterior. Así, un individuo no puede “ser” sin “ser en el mundo”, y el

mundo se convierte en un ambiente con significado para la gente al ser habitado. La “perspectiva

del habitar”, según Ingold, es una que “trata la inmersión del organismo-persona en un ambiente

o mundo como una condición inescapable de existencia” (Ingold, 2000, p. 153). En el caso

específico de la pregunta ¿qué hace de una casa un hogar?, Ingold contesta: “es el mismo

involucramiento de las personas con los objetos de su entorno doméstico, en el curso de las

actividades de su vida, lo que convierte la casa en un hogar” (Ingold, 1996, p. 96, traducción

propia). En un contexto más específico de espacios urbanos, Duhau y Giglia (2008) distinguen
11

entre residir y habitar. Residir es un acto instrumental, es alojarse en un espacio para realizar las

funciones de reproducción social. Habitar es en cambio un sinónimo de relación con el mundo, un

“conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden

espacio-temporal, y al mismo tiempo establecerlo. Es el proceso mediante el cual el sujeto se sitúa

en el centro de unas coordenadas espacio-temporales, mediante su percepción y su relación con el

entorno que lo rodea” (Duhau & Giglia, 2008, p. 24).

Ingold argumenta que “los seres humanos no construyen el mundo de cierta manera en

virtud de lo que son, sino en virtud de sus propias concepciones de las posibilidades de ser. Y estas

posibilidades están limitadas solo por el poder de la imaginación” (Ingold, 2000, p. 177). Y

advierte que el ambiente no está previamente “hecho”, con formas y significados preexistentes y

externos a los seres que lo habitan. Pero a diferencia de algunos de los contextos en los que la

antropología ha analizado cómo la gente construye y habita sus viviendas, la discusión en la que

entro con esta investigación es sobre cómo interpretar la experiencia de personas que habitan un

espacio producido casi en su totalidad por agentes externos a ellos mismos. En un contexto de

vivienda “mercantilizada” y producida masivamente por agentes capitalistas como Ciudad Verde,

las posibilidades de ser están limitadas por aspectos más allá de la imaginación de los habitantes.

Los espacios que constituyen su entorno doméstico y social vienen hasta cierto punto con formas

y significados preexistentes, lo que hace que las formas de involucrarse con el mundo de la gente

tengan a priori ciertas posibilidades y constreñimientos. No por esto habría que asumir que estos

espacios impiden la agencia. Habría que comprender, con estas limitaciones y posibilidades, cómo

habita la gente.

La antropología ha producido algunas respuestas en estos contextos. Por un lado,

interpretar las formas de habitar estos espacios producidos como un acto de consumo, en el que
12

las posibilidades de los residentes se restringen a la aceptación o la resistencia. En el contexto

local, esta es la mirada que ha predominado en los análisis desde las ciencias sociales a la vivienda

de interés social, examinando qué tanto estos productos inmobiliarios responden o no a las

necesidades y lógicas de quienes pasan a vivir allí y las dificultades para pasar del “residir” al

“habitar” en viviendas producidas masivamente (Mena Romaña, 2011; Niño, 1994; Ortiz, Torres,

& Acebedo, 2014; Serje, 2011; Téllez Vera, 2008). Por otro lado, algunos análisis buscaron pistas

sobre la vida de las personas, ya no a partir de la forma y materiales de las construcciones sino a

partir de lo que los residentes sí pueden modificar, como la decoración y los objetos (Ariztia, 2012;

Sanín Santamaría, 2008; Ureta, 2007; Woodward, 2003). Esta aproximación dio pie a trabajos

colombianos sobre la estética, influenciados por el pensamiento posmoderno, que en algunas

ocasiones fueron la muestra de una antropología urbana “intelectualmente cautivante,

políticamente inocua y socialmente neutra” (Brand, 2001, p. 26) que no dialogaba con los procesos

macro en los que se insertaban estas formas de relacionarse con el ambiente construido y con el

mundo.

Pero desde los estudios de materialidad surge una tercera mirada, que en el contexto local

no se ha explorado suficientemente. Wilk (1989) señala que la vivienda como un bien de consumo

es parte de un campo social más amplio, por lo que las decisiones residenciales están íntimamente

ligadas con decisiones de las personas en otros ámbitos y una teoría de la vivienda tendría que

verlas en conjunto. Miller (1998) señala que no hay que limitarse a la dicotomía entre aceptación

y resistencia para interpretar la experiencia de las personas, sino que al examinar cómo se apropia

la gente de sus entornos materiales se puede ver que las viviendas hacen a los residentes tanto

como los residentes hacen a sus viviendas. Así, prácticas como la decoración de interiores no

pueden ser concebidas simplemente como una actividad expresiva individual sino al contrario,
13

como una proyección de relaciones reales e imaginadas con el mundo externo -a través de procesos

de apropiación, interpretación y agencia-, que se intersecan con categorías como clase, género y

etnicidad (Miller, 2001a). La casa, en ciertos contextos, se puede convertir en un remplazo

interiorizado y más controlado de unos “otros” ausentes contra los que las personas se juzgan a sí

mismas (Clarke, 2001).

Para Giglia, “en la medida en que consideramos al habitar como sinónimo de relación con

el mundo, la reflexión sobre este concepto asume un alcance más amplio del que se limita a la

relación con la vivienda. (…) [habitar] tiene que ver con saber dónde estoy y hacer que los demás

sepan dónde estoy” (Giglia, 2012, p. 9). Esta perspectiva la han tomado estudios desde las ciencias

sociales que establecen que la elección residencial, al ser cada vez más un acto de consumo que

de producción, implica posicionamientos sociales relacionados con clase, tanto al elegir una

localización o un tipo de vivienda (Álvarez-Rivadulla, 2007; Fleischer, 2007), como al organizar

o modificar los espacios domésticos (Ariztia, 2012; Clarke, 2001; Srivastava, 2012). Desde estas

miradas, las relaciones habitantes-espacios pueden dar luces sobre las maneras en que los

individuos se posicionan en su mundo social.

Clase, límites simbólicos y mezcla social en el espacio

El concepto de clase social, si bien ha sido ampliamente trabajado por la economía política de

tradición marxista y por trabajos sociológicos desde finales del siglo XIX, fue un tema de interés

relativamente marginal para la antropología hasta la segunda mitad del siglo XX. Cuando los

antropólogos se comenzaron a interesar por las clases sociales, se centraron en las manifestaciones

particulares de clase en contextos geopolíticos, sociales e históricos concretos principalmente a

través de ejercicios etnográficos (Muñoz Muñoz, 1986), que analizaron procesos de formación de

clases en el “Tercer Mundo” y los cambios en jerarquías locales en la expansión del capitalismo
14

(Dumont, Gough, Taussig, Vincent y Wolf, en Smith, 1984). Luego, a raíz de los procesos de

urbanización acelerada en distintas latitudes, se centraron en las clases trabajadoras o los pobres

urbanos, desde la discusión sobre la “cultura de la pobreza” de los años 60, en la que la tradición

“peyorativa” que asociaba a los pobres con el desorden social, el crimen y la violencia se

contraponía a la visión que “ennoblecía” al pobre (O. Lewis, 1982; Small, Harding, & Lamont,

2010; Valentine, 1968). Más recientemente, el análisis se amplió a las clases medias (Adamovsky,

Visacovsky, & Vargas, 2014; Butler & Robson, 2003; Fehérváry, 2012; Heiman, Freeman, &

Liechty, 2012; Schielke, 2012; Viveros Vigoya & Gil Hernández, 2010) y a las élites o clases altas

(Abbink & Salverda, 2012; Gessaghi, 2012; Lamont, 1992; Marcus, 1983).

Hoy predomina en la antropología una visión de la clase social como un proceso que

emerge de las prácticas cotidianas – perspectiva que viene desde E.P Thompson (1963) - pero que

está también constreñido y posibilitado por procesos estructurales económicos, políticos y sociales

más amplios. La clase puede ser definida entonces como una construcción que no se refiere a un

grupo discreto de personas que viven en un tiempo y en un espacio específico y que comparten

ciertos valores morales y político-ideológicos; sino como categoría analítica constituida con

influencia de procesos locales y globales, heterogénea dentro de cada segmento y cuyas

manifestaciones se entrecruzan con otras categorías como etnicidad, género, cuerpo y espacio

(Muñoz Muñoz, 1986; Saunders, 2001; Visacovsky, 2008). Esta concepción hizo que la

antropología y la sociología avanzaran hacia la pregunta por las condiciones sociales y culturales

que hacen que ciertos conjuntos sociales se adscriban a cierta clase social, o cómo las clases

emergen a través de las prácticas sociales.

En el contexto particular que estudio, que son personas que están viviendo o vivieron

recientemente un hito en sus trayectorias residenciales y de clase –acceder por primera vez a
15

vivienda propia-, en lugar de preguntarme por las condiciones “objetivas” de clase de los residentes

o por sus identidades de clase, decido analizar las instancias en las que la clase emerge en las

prácticas cotidianas a partir de cómo las personas se ubican a sí mismas y a los demás en sus

nuevas condiciones espaciales y sociales. A esto lo llamo posicionamientos sociales. Aunque en

español el término “posicionamiento” es utilizado comúnmente en mercadeo, en esta investigación

uso la noción de social positioning, empleada por quienes conciben que posicionarse es un proceso

de búsqueda, más que una ubicación estática en un espacio social preexistente (Abbink & Salverda,

2012; Allen, 2008; Bennett et al., 2008; Daloz, 2013; Lamont, 1992). Los posicionamientos

sociales son una categoría de entrada a procesos de formación de clase, en tanto actualizaciones

inscritas en un espaciotiempo específico, y como “momentos cruciales en los que se intersecan

fenómenos sociales y psicológicos que construyen y producen personas históricamente específicas

como seres sociales, culturales y psicológicamente complejos” (Holland & Leander, 2004).

En los posicionamientos sociales se actualizan relaciones entre agencia y estructuración

social, como lo mostraron desde la teoría de la práctica Bourdieu -siguiendo a Goffman- con el

“sentido de la orientación social” como la manera en que los individuos se ubican en un nuevo

campo (Bourdieu, 1989), o Giddens con las “posturas sociales” que constituyen la interacción

entre las prácticas individuales y los procesos estructurales de larga duración (Giddens, 1984). A

estos aportes añado la visión de Strathern (1988) sobre los posicionamientos como maneras de

visibilizar las relaciones sociales (pasadas y presentes) que constituyen a las personas –tanto al

“yo” como a la presencia de “otros” exteriores que proveen un lugar para la persona individual en

el mundo social-. Así, esta categoría de entrada se vuelve útil para comprender procesos de cambio

tanto de condiciones estructurales como de posibilidades de agencia individual y colectiva.


16

Los posicionamientos sociales no son creados desde cero ni únicamente a partir de la

experiencia personal. Son procesos que dependen de las trayectorias pasadas, la situación presente

y las expectativas futuras tanto de los mismos individuos como de quienes los rodean (en lo local

y en lo global), del entorno material de las personas y de las narrativas que se construyen desde

“afuera” -desde las políticas, desde la publicidad, desde el discurso de los grupos más dominantes-

, lo que Ariztia (2009) llama “mediaciones”. Además, los posicionamientos sociales

necesariamente emergen como parte de su contexto: son siempre son comparativos, afirman lo que

se es por contraste con lo que no se es, radican en procesos de inclusión y exclusión. En la

antropología, desde Barth (1969) está la idea de que las distinciones categóricas o fronteras entre

grupos étnicos descansan en procesos permanentes de exclusión e incorporación y que la existencia

de fronteras discretas se puede mantener aún en contextos de intenso cambio social y movilidad

de personas. Dumont (1980) argumentó que en India una casta existe sólo como parte de un

sistema, por lo que su definición radica en parte en el contraste con las castas superiores o inferiores

a ella. Para ambos, la necesidad de identificarse con un grupo y diferenciarse de otros crece en la

medida en que se incrementa el contacto con personas y grupos diferentes.

En sociología, la literatura sobre límites simbólicos y sociales resulta útil para comprender

procesos de formación, mantenimiento o transformación de clase a partir de las prácticas

cotidianas y los procesos de inclusión y exclusión. Los límites simbólicos son distinciones

conceptuales que los actores sociales hacen para categorizar objetos, personas, prácticas y hasta

tiempos y espacios, que descansan en diferenciaciones socioeconómicas, culturales y morales

(Lamont & Molnár, 2002). Álvarez-Rivadulla (2017) sugiere que los límites simbólicos permiten

comprender la heterogeneidad entre personas que pueden compartir condiciones materiales

similares pero que actúan, piensan y sienten de maneras diferentes, y que a menudo tratan de
17

separarse de los otros mediante una labor de inclusión y exclusión. Los límites simbólicos, si son

ampliamente compartidos, se pueden convertir en límites sociales o fronteras –sobre todo en

contextos de lucha (Furbank, 1985)-, en los que la diferenciación se manifiesta en acceso y

distribución desigual de recursos y oportunidades sociales y pueden desencadenar procesos de

exclusión social o segregación (Álvarez-Rivadulla, 2017; Lamont & Molnár, 2002).

Dentro de los estudios de posicionamientos sociales y límites simbólicos, los que analizan

procesos socioespaciales en contextos urbanos socioeconómicamente heterogéneos presentan

hallazgos pertinentes para mi problema de investigación. La discusión sobre la dimensión espacial

de los procesos de diferenciación social se enmarcó primero en la segregación socioespacial como

problema, generando cierto acuerdo en la literatura en que la concentración de grupos de bajos

ingresos en determinadas áreas de las ciudades puede profundizar las inequidades, pues a menor

contacto entre grupos sociales menor posibilidad de movilidad social ascendente y acceso a bienes

y servicios urbanos de calidad para los más pobres. Así, la reducción en la segregación, es decir,

la mayor heterogeneidad de los espacios urbanos, generaría mayores oportunidades de movilidad

social e integración (Arraigada & Rodríguez, 2003; Cabrales, 2001; Sabatini, 2003).

Sin embargo, el acuerdo de heterogeneidad como vía para la integración social ha sido

puesto a prueba por varios análisis empíricos en contextos de mezcla social en el espacio. El debate

sobre si la proximidad física entre grupos socioeconómicamente diversos puede ser una vía para

la integración social urbana (E. Anderson, 2004; Rasse, 2011; Sabatini & Brain, 2008; Sabatini,

Rasse, Mora, & Brain, 2012), si no modifica sustancialmente las redes sociales -relaciones sociales

significativas- de las personas (Appold & Chua Kynn Hong, 2006; Butler & Robson, 2003; Merry,

2010), o si en cambio puede generar nuevas formas de exclusión ante un otro cada vez más

próximo (Girola, 2013; Guano, 2004; Ilcan, 1999; Keller, 2005; R. L. Pérez, 2006), especialmente
18

si se manifiesta en espacialidades excluyentes como los conjuntos cerrados (Caldeira, 2000; Low,

2003a); está aún vigente. No obstante, como plantea Álvarez-Rivadulla (2007), es necesario buscar

las causas de las pocas (o muchas) relaciones entre personas de distinta clase en procesos sociales

subyacentes de escala más amplia; y centrarse no sólo en la presencia o ausencia de interacción

sino discriminar la calidad de las interacciones. También es necesario analizar qué tanto influyen

estas interacciones en las posibilidades de redistribución de recursos y poder en sistemas

desiguales, qué tanto la mezcla social en el espacio contrarresta –o al contrario refuerza- la

indiferencia, las asimetrías de poder, las barreras de participación y las construcciones imaginarias

de la otredad para buscar una identificación común (Ruiz-Tagle, 2013).

En esta última línea sitúo mi análisis, que más que señalar la presencia o ausencia de

interacciones entre personas con diferentes trayectorias sociales y residenciales en un mismo

espacio, adscribiéndole a cada grupo unas características y valores de clase preexistentes; intenta

identificar procesos simbólicos que pueden generar inequidades o reducir asimetrías sociales,

como las maneras en que las personas clasifican, categorizan y valoran personas, espacios y

comportamientos de maneras diferenciadas, dónde ubican los límites simbólicos para incluir o

excluir, qué criterios priman en esta labor (Reygadas, 2015) y qué implicaciones tienen estas

acciones en la práctica para las posibilidades de vida individual y colectiva. Pero para examinar

cómo se conectan unos con otros –en qué instancias, bajo qué condiciones y para qué-, tengo que

acudir a conceptualizaciones adicionales a las que se refieren a la diferenciación social, y analizar

en cambio formas de sociabilidad8.

8
Aunque en la literatura antropológica los términos “socialidad” y “sociabilidad” se usan intercambiablemente a
menudo, pueden tener connotaciones diferentes. Aquí uso socialidad en su acepción más amplia, como el potencial
para “la creación y mantenimiento de las relaciones” (Strathern 1988, p.13, traducción propia). Cuando me refiero a
instancias más formalizadas de la socialidad como las relaciones entre vecinos uso el término sociabilidad, más
acotado a “la disposición genérica del ser humano para entablar con los demás algún tipo de relación social” (Gallino,
1993 en Giglia 2001, p.800) y a “la interacción estilizada con categorías particulares de otros” (S. Anderson, 2015, p.
19

Sociabilidad y vecindad: prácticas e imaginarios

Desde 1938 Louis Wirth teorizó sobre las relaciones entre extraños como base del modo de vida

ciudadano, y junto a otros sociólogos dieron fuerza a la idea de la ciudad como ámbito de total

anonimidad e individualización (Simmel, 2005; Wirth, 1938). Aunque la profecía de que en las

ciudades modernas las relaciones sociales serían todas anónimas, instrumentales e impersonales

ha sido ampliamente cuestionada y problematizada (Amit & Rapport, 2002; Humphrey &

Skvirskaja, 2012; Keller, 2005, y en el contexto latinoamericano Agier, 1995; Charry Joya, 2006;

García Canclini, 2005; Giglia, 1998; Salazar Arenas, 2008, entre muchos otros), el tema de la

proximidad en el espacio entre personas que no se conocen -y más allá de eso, la pregunta por las

posibilidades y formas de existencia de la vida social en las ciudades contemporáneas- persiste y

es de interés para la antropología (Merry, 2010). Más aún ahora que la tendencia creciente a vivir

en apartamentos o en conjuntos cerrados en las grandes ciudades del continente americano (Keller,

2005) hace que las personas estén cada vez más próximas en el espacio con desconocidos.

Una situación residencial frente a la que la antropología ha mostrado creciente interés son

las urbanizaciones cerradas, que dentro de ese denominador general incluye desde complejos

residenciales dentro de los perímetros urbanos hasta los condominios residenciales suburbanos

más parecidos a lo que en la literatura anglosajona llaman gated communities, y abarca viviendas

para clases medias-altas, pero también comienza a extenderse a las denominadas clases medias

emergentes (Roitman, 2011). La crítica desde la antropología y desde las ciencias sociales y

estudios urbanos a estas formas residenciales radica en varios argumentos: que su desarrollo

“profundiza la fragmentación espacial y, tal como afirma Peter Marcuse, las ciudades llegan al

extremo de parecer descuartizadas y sus áreas separadas dolorosamente” (Duhau & Giglia, 2008);

98, traducción propia). Con ambos términos me refiero al carácter procesual y dinámico de esta capacidad de generar
relaciones sociales (Long & Moore, 2013) y no a las interacciones o relaciones sociales como producto.
20

que al pasar gradualmente a un modelo privatizado son muestra de “la crisis de un modelo de

ciudad ‘abierta’ basado en el espacio público que garantizaba la integración social, la

interdependencia y la interacción con la diferencia” (Svampa 2001 en Roitman, 2011, p. 61); que

esta privatización podría implicar un “retiro” de la vida cívica (McKenzie, 2011), un “minimalismo

moral” a la hora de regular las relaciones sociales (Baumgartner 1988 en Low, 2003a), y una

“contractualización de las relaciones sociales” (Lister 2006, citado en Cheshire & Buglar, 2016,

pp. 732–733); que bajo la idea de la seguridad se legitima un diseño defensivo que excluye material

y simbólicamente a ciertas personas y profundiza las desigualdades (Caldeira, 1996; Low, 2003b);

y finalmente que son la expresión material del urbanismo neoliberal, en la que hasta la vida

doméstica está mercantilizada (Serin, 2016), generando espacios vacíos de significado donde

prima el desarraigo (Cano, 2012). Otros reconocen que, dependiendo del contexto, las

urbanizaciones cerradas pueden ser únicamente instancias de “organización colectiva de la

individualidad” (Lupi & Musterd, 2006), o convertirse en ámbitos de soporte social que suplan

otros vínculos de integración social en la ciudad (Cravino, 2012).

Las urbanizaciones cerradas pueden ser también laboratorios para observar la interacción

entre clase y espacio (Blokland & Savage, 2008). Sin embargo, la mayoría de los estudios sobre

urbanizaciones cerradas intentan entender la interacción entre clase y espacio en contextos

socioeconómicamente homogéneos, pues rodearse de iguales es uno de los aspectos que motiva a

la gente a vivir en una urbanización cerrada, aunque no siempre lo digan explícitamente (Roitman,

2011). Un contexto diferente es cuando personas de distintas situaciones socioeconómicas pasan

a compartir un espacio, como señalé en la sección anterior. A diferencia de la mayoría de

urbanizaciones cerradas analizadas en la literatura, Ciudad Verde es una ciudadela heterogénea en

su interior; por lo que se puede suponer que espacio y clase interactúan de otra manera.
21

Las interacciones entre espacio y clase han dado paso a la consolidación de ciertos

imaginarios sociales9 y espaciales que incluso se han convertido en la manera en que se entienden

las relaciones en las ciudades, tanto desde quienes producen los espacios como desde quienes los

habitan. Así, la pérdida de lo comunitario en la sociedad moderna, y en particular en las ciudades,

se ha convertido en un lugar común, incluso en las ciencias sociales, que asume un pasado de

relaciones comunitarias fuertes y un presente “moderno” de individualismo (Miller, 2009). La idea

de “comunidad” alude entonces a un pasado –rural- de lazos sociales fuertes y solidaridad, lo que

algunos llaman el mito de una “comunidad perdida” (Amit & Rapport, 2002; Creed, 2003; Sennett,

2008; Tironi, 2009)10. El imaginario de la vivienda moderna pasa a ser el producto de la relación

entre estos espacios producidos masivamente por las ciudades capitalistas y esta “nueva sociedad”

individualista y desarticulada. Y se construye siempre en contraste con un contraimaginario

considerado como “premoderno” -en este caso asociado a la vivienda popular-, al que se atribuye

una doble imagen, a la vez deseada y repudiada, de lazos sociales fuertes y solidaridad entre sus

miembros (Creed, 2003). Así coexistan en las ciudades contemporáneas, la vivienda popular (o

los barrios “informales”) pasan a ser el emblema del pasado al que ya no podemos volver.

Varios trabajos etnográficos han resaltado cómo ciertos imaginarios sociales y espaciales

median la experiencia subjetiva de las personas en sus entornos, y median también las relaciones

sociales. Fleischer (2010) enmarca su análisis en cómo los residentes tienen en la “matriz” de

fondo de su experiencia social la oposición rural/urbano, retrograda/moderno, por las

9
“Un imaginario social es el medio a través del cual un grupo social entiende y (re) produce el mundo en el que vive”
(Guano, 2004, p. 72, traducción propia). A medida que los imaginarios recontextualizan las representaciones y las
prácticas en entornos sociopolíticos cambiantes, proporcionan un mapa aparentemente ordenado para orientarse en
medio del desorden de la vida social (Comaroff y Comaroff 1992, en Guano, 2004).
10
La antropología y la sociología urbana han contribuido a lo que Creed (2003) llama el “romance” de la comunidad
con ideas como la “comunidad natural” de la Escuela de Chicago, la “comunidad de aldea” de Redfield, la pérdida de
comunidad en los migrantes pobres de Lewis, o los “aldeanos urbanos” de Gans, que desembocaron en los “estudios
de comunidades” como práctica común. Incluso hoy, en lentes como el de la “desorganización social” y en algunas
miradas desde el capital social, se cuelan algunos de estos elementos (Cheshire & Buglar, 2016).
22

características particulares del contexto económico social y político de China. Srivastava (2012)

recoge historias de residentes de urbanizaciones cerradas en India en las que se expresa el temor a

reproducir la estética del mohulla (vecindario “tradicional”, símbolo de una vida “de pueblo” en

la que las relaciones entre vecinos eran estrechas e incluso de parentesco) en los espacios modernos

de clase media emergente. En otro contexto Girola (2013), que se pregunta cómo se experimenta

el ‘vivir juntos’ o la urbanidad en una urbanización moderna de vivienda de interés social de la

ciudad de Buenos Aires, encuentra tensiones entre imaginarios urbanos tradicionalmente

concebidos como opuestos, el barrio y la villa, que desembocan en la agudización de límites

simbólicos. Kopper, para el caso de Brasil, señala que muchas personas viven el paso a habitar

viviendas modernas como una transición desde la vida de la vivienda popular, concebida como

“del pasado” (Kopper, 2016). Así, los entendimientos básicos de cómo viven determinadas clases

sociales en determinados espacios pasa a ser parte de los repertorios culturales (Lamont &

Thévenot, 2000; Van Hook y Bean 2009 en Small et al., 2010) que usan las personas para

interpretar sus experiencias cotidianas.

Sin embargo, espacio y clase no son los únicos factores que explican las posibles formas

de sociabilidad en un contexto determinado. Según Blokland (2003), la formación o no de vínculos

sociales entre los residentes de un barrio no obedece a un único criterio. Al examinar

empíricamente las instancias de conexión entre residentes de un barrio a lo largo del tiempo, la

“comunidad” emerge sólo como imaginada. Lo que hay en la práctica son “campos vinculantes”

y “campos divisorios”, que pueden generar vínculos fuertes o débiles de distintos tipos –

transacciones, interdependencias, apegos o lazos-; que además cambian con el tiempo y dependen

también de cambios socioeconómicos, políticos e institucionales en la escala macro (Blokland,

2003). Concluye que un barrio es un “ambiente construido geográficamente circunscrito que la


23

gente usa práctica y simbólicamente” (Blokland, 2003, p. 213). El uso del barrio es “la medida en

que cumplimos nuestro repertorio de roles dentro del vecindario” (Blokland, 2003, p. 211,

traducción propia)-, por lo que depende del rango de otras instancias de relaciones sociales que

tengan los habitantes. Como argumenta también Small (2004), no todos los habitantes de un barrio

ven su entorno a través del mismo lente, los residentes enmarcan su experiencia de distintas

maneras y según esos mismos marcos –que son cambiantes en el tiempo, por ejemplo entre

generaciones de residentes- están o no dispuestos a generar vínculos con sus vecinos.

En esta investigación busco entonces los que serían los “campos vinculantes”,

distinguiendo los criterios que usan los habitantes para conectarse o no con los vecinos, si prefieren

relacionarse con vecinos que comparten alguna característica común -lo que en algunos estudios

denominan “homofilia” (Graves, 2010; McPherson, Smith-Lovin, & Cook, 2001; Muyeba &

Seekings, 2011; Small, 2017)- y cuáles son estas características. Me fijo también en los “marcos”

a través de los que diferentes residentes interpretan experiencias similares, los repertorios

culturales que subyacen a estas maneras de interpretar las experiencias y los recursos materiales y

simbólicos que movilizan los residentes en sus prácticas cotidianas al “usar” su ciudadela.

Finalmente, a la hora de examinar las implicaciones que tienen las maneras particulares de

habitar de este grupo de personas para su vida individual y colectiva, acudí a elaboraciones

antropológicas sobre agencia y ciudadanía en contextos urbanos. Si bien “la etnografía urbana

contemporánea en las Américas ha realizado un espléndido trabajo a la hora de describir y explicar

las causas y formas experienciales del sufrimiento de residentes en guetos, inner-cities (EEUU),

favelas (Brasil) villas (Argentina), colonias populares (México) y otros enclaves de miseria”

(Auyero & Swistun, 2008, p. 30); en las últimas décadas las ciencias sociales se han volcado

también a analizar cómo vive la gente fuera de estos contextos de pobreza. El problema de los
24

“con techo”, señalado por Rodríguez y Sugranyes (2004) a raíz de la experiencia de producción

masiva de vivienda social en las ciudades chilenas, alude a una disputa social por el espacio urbano

que ya no está inscrita sólo en la búsqueda de un techo para vivir; sino en la aspiración a

localizaciones urbanas que sean atractivas tanto desde lo objetivo -calidad del entorno, precio,

accesibilidad- como desde lo subjetivo, en relación con categorías como prestigio de

localizaciones urbanas (Sabatini et al., 2012), reputación de barrios (Osborne, Ziersch, & Baum,

2011), y ordenamiento moral del espacio (Sampson, 2009). Para una creciente proporción de la

población en América Latina, todos aquellos que están “saliendo de la pobreza”, buscar vivienda

se convierte en un proceso de reclamo, no sólo del derecho a un techo sino también del derecho a

la ciudad, y en este proceso interactúan espacio y clase. La disputa es también, en últimas, por un

lugar en el mundo social y por formas viables para ejercer la ciudadanía (Thomasz & Girola, 2016).

¿De qué se trata entonces esta tesis?

Asumo Ciudad Verde como un mundo social nuevo para quienes llegan a habitarlo. Es nuevo en

su dimensión material –los residentes más antiguos llevaban apenas cuatro años viviendo ahí

cuando hice el trabajo de campo- pero no solamente en esa forma: es una realidad nueva para

muchos de sus habitantes. Para la mayoría de quienes compraron en Ciudad Verde, ésta es su

primera vivienda propia, y también su primera experiencia en propiedad horizontal. Aunque hay

también arrendatarios, y su experiencia la recojo en algunas de las dimensiones analizadas, es

cómo se vive esta “novedad” espacial y social lo que me interesa capturar. En otras palabras, quiero

comprender las experiencias de personas que han cumplido el “sueño de la vivienda propia” en

sus nuevas residencias y con los nuevos vecinos.

A diferencia de otros estudios que abordan desde la antropología procesos residenciales

urbanos desde las carencias de quienes experimentan exclusión o limitaciones de su derecho a la


25

vivienda, esta tesis interpela a los residentes en un momento en el que ellos han resuelto una de

las mayores necesidades socialmente atribuidas a las personas en tránsito hacia una clase media:

ser propietarios de vivienda. Y encontrarlos en este punto de su trayectoria implica poder ser

testigo de cómo navegan el nuevo mundo social, las desorientaciones iniciales, las posturas -

siempre temporales- y reacomodaciones frente a una nueva materialidad y frente a unos otros con

quienes les toca resolver la vida colectiva. Este trabajo se mueve entonces entre dos objetivos: uno

crítico de visibilizar las contradicciones de las formas contemporáneas de producción del espacio

en las ciudades, pero también el objetivo de ver, desde la empatía y la compasión, cómo se crean

nuevos mundos, nuevas posibilidades dentro de un marco muy estrecho de acción. Mi mirada

intenta reconocer las limitaciones, las brechas, los vacíos de la situación tal y como me la muestran

los habitantes de Ciudad Verde, pero igualmente resaltar las formas en que ellos mismos se

encargan de reconciliar las contradicciones, tratan de cerrar las brechas y llenar los vacíos para

tener una vida plena (Pardo, 1995), o en sus palabras, para poder “vivir tranquilos”.

Esta es entonces una etnografía de sueños cumplidos: de lo imaginado y lo vivido, de la

espera, de lo incompleto, de expectativas y frustraciones, de (des)orientaciones. Una historia de

más de 20 mil hogares -o en realidad de unas 120 personas que fue las que conocí-, de políticos,

de empresarios, de académicos, de un potrero que se convirtió en ciudadela, de Soacha y mía.

Mis métodos

Esta investigación busca comprender las maneras en que las personas experimentan e interpretan

su mundo social en un contexto con posibilidades y constreñimientos particulares, y en un espacio

que, siguiendo a Lefebvre (1991), es un producto social. Mi intención de examinar experiencias

subjetivas, prácticas e interacciones cotidianas a la luz de procesos socioeconómicos más amplios

hace que este ejercicio tenga, además de un sesgo interpretativo, una aproximación crítica.
26

La etnografía, como método y como orientación epistemológica -entender la vida social a

través de observar de cerca cómo las personas hacen cosas y cómo interpretan su mundo-, es idónea

para comprender contextos socialmente diversos (Gidley, 2013), pues puede visibilizar fricciones,

contradicciones, rupturas e incluso direcciones inesperadas en el proceso de investigación -“diseño

emergente” (Campbell & Lassiter, 2014)-. Sirve también para aproximarse a temas de los que no

se habla fácilmente o que involucran ambigüedad o ambivalencia por parte de los actores

(O’Reilly, 2012), y la diferenciación social es uno de esos temas lleno de eufemismos,

ambigüedades y respuestas “socialmente deseables” (Sabatini et al., 2012) que es difícil trascender

con técnicas cualitativas aisladas como solamente entrevistas. Aunque usé la entrevista como

acercamiento con los residentes, lo que pasaba alrededor de los encuentros –antes, durante y

después- me dio las pistas más útiles para comprender las diferencias entre lo que la gente dice

que hace y lo que hace. Además, capturar etnográficamente algunos elementos de la experiencia

de aquellos residentes que no pudieron o no quisieron que los entrevistara, me dio también acceso

a una mayor diversidad de personas. Small (2009) señala cómo es necesario ser conscientes de que

quienes acceden a una entrevista no son representativos del total de una población, sino un

conjunto de personas que pueden compartir ciertas características como tiempo libre, confianza en

extraños, interés por la academia, ser extrovertidos o pensar que tienen algo importante qué contar.

Necesariamente entonces hay personas cuya experiencia es difícil capturar con este instrumento.

Con una aproximación etnográfica que intenta acercarse a la situación analizada desde varios

ángulos y con distintos mecanismos pude superar algunas de estas limitaciones.

Entiendo la observación participante, principal dispositivo metodológico de la etnografía,

como un “compromiso íntimo a largo plazo con un grupo de personas que una vez fueron extraños

para nosotros con el fin de conocer y experimentar el mundo a través de sus perspectivas y
27

acciones de la manera más holística posible (Shah, 2017, p. 51, traducción propia, énfasis en el

original). Pero ¿cómo hacer observación participante en una ciudadela compuesta de conjuntos

cerrados? Varios autores han manifestado las limitaciones que tiene investigar de esta manera en

contextos en los que la mayoría de espacios donde están las personas son de circulación restringida

(Caldeira, 2000; Low, 2003a). Para entrar a campo recurrí entonces a una doble estrategia: por un

lado, a partir de estar en la ciudadela por períodos extendidos intenté entablar conversaciones con

las personas que permanecían o circulaban en los espacios públicos, en locales comerciales o en

las porterías de los conjuntos. Por el otro, a través de los diferentes grupos y páginas de Ciudad

Verde en Facebook, comencé a contactar residentes, a presentarme y a coordinar citas para

entrevistas. Sólo con citas previas pude entrar en 43 de los 52 conjuntos que estaban habitados o

en proceso de entrega en el 2015, año en el que concentré mi trabajo de campo.

Mis interlocutores fueron principalmente habitantes de la urbanización, hombres y mujeres

adultos, la mayoría propietarios de las viviendas 11. Aprendí sobre sus experiencias personales a

través de conversaciones informales, entrevistas, visitas a sus casas y conversaciones a través de

Facebook y Whatsapp 12. Me pude aproximar a las interacciones entre residentes mientras hacía

observación en los espacios públicos de la ciudadela, oyendo conversaciones, asistiendo a eventos

o celebraciones. Y conocí aspectos más generales sobre Ciudad Verde a través de una revisión

11
Aunque también conversé con personas que vivían en arriendo, con vendedores ambulantes y de locales comerciales
o equipamientos de la ciudadela que no necesariamente vivían en Ciudad Verde, con unos pocos administradores de
conjuntos, con una mujer que compró un apartamento en la ciudadela por inversión, con el encargado de comunidades
de la empresa constructora que lidera el proyecto, con una funcionaria encargada de los programas de acompañamiento
social y con vendedores del parque de ventas de la ciudadela.
12
Las conversaciones e interacciones a través de Facebook las sistematicé como una instancia más de observación
participante. Los intercambios por Whatsapp fueron más conversaciones para coordinar encuentros y posteriormente
para seguir en contacto y “actualizarnos” con los residentes con los que terminé estableciendo amistad, pero estos no
los sistematicé dentro de la información a analizar.
28

documental de planes, leyes y artículos de prensa 13, visitando periódicamente el “parque de ventas”

de la ciudadela y yendo a conferencias y eventos en los que se presentaba el macroproyecto.

Desde enero de 2013 utilicé la red social Facebook14 como canal de comunicación con los

participantes de varias maneras: como observadora no participante en las discusiones entre ellos

en páginas de los conjuntos residenciales -así conocí los temas que más generan debate o fricciones

entre vecinos y los temas que más generan participación-; en conversaciones uno a uno con los

participantes a través de las herramientas de mensajes y chat; y haciendo preguntas públicamente

a quienes se unieron al grupo que creé para esta investigación, “Habitando Ciudad Verde” -que

tuvo 54 miembros durante el primer año y al final de 2017 tenía 1.489 miembros-. En este grupo

expliqué mis objetivos, propuse y pedí que me propusieran temas de discusión. Apoyada en

aproximaciones etnográficas a distintas instancias en internet (Coleman, 2010; Hine, 2017; Lopez-

Rocha, 2010; Miller et al., 2016; Miller & Slater, 2000; Postill, 2017; Postill & Pink, 2012);

concibo el trabajo de campo etnográfico en internet como un canal de comunicación legítimo para

conocer experiencias subjetivas, y más aún en contextos como las urbanizaciones cerradas de

edificios, en los que los residentes parecen tener una “vida interior y privatizada” más intensa que

la vida en los espacios públicos (Caldeira, 2000; Miller, 2011). A lo largo de los capítulos analizo

lo que publican y comentan los residentes, con especial atención a los recursos extra textuales que

utilizan como fotos, memes y check-in, que dan pistas sobre cómo se involucran con su propia

imagen, la de sus casas, asuntos más amplios como política y religión, y otros espacios

13
rastreé documentos de políticas urbanas, de vivienda y sociales de nivel nacional y local, anuncios publicitarios de
los conjuntos residenciales de la ciudadela y artículos de prensa nacional y local -principalmente los artículos que los
mismos residentes mencionaban, compartían y comentaban -. La información que obtuve de esta revisión alimenta
principalmente el piso 1.
14
La ciudadela cuenta con una página de Facebook oficial administrada por los promotores de Ciudad Verde, con más
de dos años de existencia y más de 14 mil seguidores; páginas de cada uno de los conjuntos; páginas de grupos de
interés (animalistas, deportes, ofertas de empleo, avisos clasificados) y páginas y grupos de discusión sobre la
ciudadela administradas por residentes, algunas a favor y otras críticas de la ciudadela.
29

metropolitanos (especialmente de consumo y ocio) respectivamente. Sobre Facebook no sólo

como forma de comunicación entre investigadora y participantes sino como forma emergente de

socialidad en Ciudad Verde, hablo en el piso 4. Facebook fue una manera de suplir la comprensión

holística que da la observación participante en otros contextos. Vivir en Ciudad Verde no me

habría dado información sobre lo que opina la gente sobre otros temas como política, religión,

noticias locales y de otras partes. Con Facebook pude conocer mucho más a mis interlocutores y

darle contexto a mis observaciones y conversaciones cara a cara con ellos. En Facebook los

residentes no hablaban tanto de lo que yo quería saber (salvo cuando les preguntaba), pero

hablaban de lo que les importaba a ellos y creo que eso es el punto de la etnografía.

¿Quiénes son ellos?

A finales de 2015, año en el que concentré mi trabajo de campo, Ciudad Verde tenía

aproximadamente 23.000 viviendas entregadas, aunque no supe exactamente cuántas de esas

estaban ya habitadas. Para tener una idea de las características sociodemográficas de esta población

sintetizo aquí los datos de dos fuentes secundarias a las que tuve acceso: una encuesta realizada

por la organización Corpovisionarios como parte de un estudio en una muestra representativa de

la población de Ciudad Verde, y una encuesta que la Universidad Piloto de Colombia realizó en

245 viviendas 15.

La encuesta de Corpovisionarios incluía datos útiles para entender las trayectorias

residenciales y las condiciones socioeconómicas de los residentes de Ciudad Verde. Según esta

encuesta, el 80% de los residentes no vivían antes en propiedad horizontal y el 81,6% vivía

15
Agradezco a Giancarlo Chiappe de Corpovisionarios que me compartió los gráficos de salida de la encuesta, y a
Carlos Moreno de la Universidad Piloto que me facilitó la tabulación de los microdatos para hacer mis propios cruces.
El análisis del equipo de la Piloto, que hizo énfasis en movilidad cotidiana y segregación está publicado en (Moreno
Luna & Rubiano Bríñez, 2014).
30

anteriormente en Bogotá. Un 75,2% de los encuestados eran propietarios de sus viviendas, el resto

arrendatarios. El 57% de los residentes encuestados (mayores de 14 años) tienen secundaria

completa, el 17% un título técnico o tecnológico, un 12% tiene título universitario y un 1%

posgrado. Un 12% tiene solamente primaria completa. El tamaño de los hogares que residen en la

ciudadela es en promedio de 4,4 personas para vivienda gratuita, 3,2 para VIP y 3,6 para VIS,

según la encuesta de la Universidad Piloto, pero con una variabilidad grande entre las viviendas:

en los microdatos se encontraban viviendas donde habitaban desde una hasta 11 personas. En mis

entrevistas el hogar más grande que encontré fue de siete personas.

Los habitantes que conocí durante mi trabajo de campo son evidentemente más pocos que

las muestras de las encuestas. En total pude conversar con aproximadamente 120 personas –entre

cara a cara y por Facebook16-, y entrevistar formalmente a 60 (4 de vivienda gratuita, 26 de VIP y

30 de VIS). La mayoría de mis interlocutores vivían en Bogotá antes de trasladarse a Ciudad Verde

(60 de los 72 hogares de quienes obtuve el dato de vivienda anterior). Nueve venían de otros

barrios de Soacha como Compartir o San Mateo. Solo tres residían fuera de la conurbación Bogotá-

Soacha antes de ir a Ciudad Verde -aunque muchos otros vivieron anteriormente en otros

municipios, pero llegaron primero a Bogotá o Soacha antes de vivir en la ciudadela-. De quienes

vivían en Bogotá antes de trasladarse a Ciudad Verde la mayoría residían en barrios de estrato 3 17

(33 hogares), seguidos por quienes venían de estrato 2 (20 hogares), estrato 4 (4 hogares) y estrato

1 (2 hogares, ambos ubicados en La Candelaria, que es estrato 1 por ser patrimonio histórico). Los

mapas con la ubicación y estrato de las viviendas anteriores están en el anexo 2.

16
Incluyo en este número únicamente a quienes interactuaron directamente conmigo con el objetivo de aportar a mi
investigación, no a los más de mil residentes cuyas interacciones pude observar en las distintas páginas y grupos de la
ciudadela.
17
La estratificación socioeconómica en Colombia es una categorización orientada a focalizar la inversión social por
medio de subsidios cruzados en las tarifas de servicios públicos. Los estratos altos pagan una tarifa adicional, los bajos
reciben un subsidio, clasificando las manzanas urbanas de la ciudad en seis estratos (1 el más bajo, 6 el más alto)
según la calidad de las construcciones y el entorno urbanístico, como proxi de la capacidad de pago de los residentes.
31

Los protagonistas de esta historia

Al hablar sobre los habitantes de Ciudad Verde soy consciente de que no puedo hablar de “la

gente” como una masa uniforme con una única experiencia y perspectiva. Ni siquiera puedo

agrupar a las personas –según el rango de precio de vivienda en el que habitan, por ejemplo- para

hablar de “tipos de gente”. Mis interlocutores fueron siempre individuos y así aparecen en este

trabajo. Hablo de “los habitantes” o “los residentes” 18 y dentro de ese grupo, que está delimitado

simplemente por ser quienes habitan en una urbanización con claras fronteras espaciales, intento

desglosar y ver los matices de sus experiencias.

Durante mi trabajo de campo pude interactuar con muchas personas, en distintos grados de

intensidad y de formalidad: con algunos habitantes apenas conversé en la calle mientras hacían

una fila, mientras sacaban sus mascotas a las zonas verdes, acompañaban niños en los parques o

esperaban en las porterías de los conjuntos, y de varios de ellos no supe ni el nombre. Con otros

llegué a conversar bastante por Facebook, pero nunca llegamos a conocernos personalmente. Con

otros pude concertar citas y reunirme en los distintos cafés o panaderías de la ciudadela, en las

porterías o en lugares fuera de Ciudad Verde como el centro comercial Mercurio. Con quienes más

tuve contacto terminaron invitándome a sus casas, algunos en repetidas ocasiones, y estos se

convirtieron en los protagonistas de esta historia. Sintetizo sus perfiles porque son los residentes a

quienes cito una y otra vez en los diferentes pisos de este edificio imaginario. Los residentes a

quienes cito solo esporádicamente los menciono en el texto junto al conjunto donde residen y el

tipo de vivienda. Todos los nombres los remplacé por seudónimos.

18
En este trabajo prefiero concebir a las personas que viven en Ciudad Verde como “habitantes” para resaltar la
calidad activa de la relación de las personas con el ambiente construido pues, siguiendo a Ingold, hablar de “residentes”
implica muchas veces asumir que la gente simplemente ocupa o se aloja en un espacio que ya está construido y que
tiene existencia separada (Ingold, 2013). Sin embargo, “residentes” es el término que usan las personas con las que
hablé en su vida cotidiana y así se denominan en la normativa de propiedad horizontal, por lo que termino usando
ambos términos.
32

De los conjuntos de vivienda gratuita

Fabio. Tiene casi 70 años, llegó al conjunto Acanto I en 2013 por haber perdido su vivienda en el

barrio San Mateo (Soacha) a causa de las inundaciones de la emergencia invernal de 2010-2011.

Trabajó durante su vida como guardia de seguridad en una universidad del centro de Bogotá, y

ocasionalmente como obrero en construcciones. Ahora está jubilado, pero disfruta todavía de hacer

carpintería y otras actividades relacionadas con la construcción, por lo que él mismo se ha

encargado del proceso de acabados de su vivienda, que está en proceso. Vive con su esposa, que

tiene una peluquería dentro del apartamento y además prepara y vende productos de aseo a

domicilio dentro de la ciudadela. Tienen dos hijos, el mayor, que trabaja como electricista para la

Agrupación Ciudad Verde, vive con su pareja y su hijo recién nacido en la segunda habitación del

apartamento. La menor, que está terminando su colegio en Soacha, comparte cuarto con sus papás.

Fabio está satisfecho con su cambio de residencia y a futuro planea permanecer en la ciudadela,

pues se siente más seguro que en su barrio anterior, aunque extraña la amplitud de su casa de antes.

Otros habitantes de vivienda gratuita que aparecen en esta tesis son Marco –amigo de Fabio-,

Martha –que vende ensaladas en la portería de Acanto-, y Carmen, del conjunto de vivienda

militar (Camelia).

De vivienda de interés prioritario

Estela y Edwin: Los primeros residentes que conocí en Ciudad Verde, y con quienes más tuve

contacto durante el trabajo de campo. Estela tiene aproximadamente 55 años y llegó con su hijo

de 30 al conjunto Palo Rosa en 2013. Vivieron múltiples cambios de residencia en los últimos 25

años, pues perdieron su casa en la tragedia de Armero19, en la que murió el esposo de Estela y los

19
Desastre producido por la erupción del volcán Nevado del Ruiz en 1985 en el que murieron 20.000 de los 29.000
habitantes del municipio de Armero (Tolima, Colombia).
33

tres hermanos mayores de Edwin. Estela también perdió ahí una pierna y se mueve por el mundo

con muletas, por lo que eligieron un apartamento en el segundo piso, donde vivían los dos con su

perrita Schnauzer. Edwin ha tenido varios trabajos en ventas y recursos humanos en distintas

empresas –una agencia de empleos temporales, una compañía de seguros- pero rota mucho porque

le hacen contratos de corta duración, sólo en mi año de trabajo de campo tuvo tres períodos de

desempleo. Estela se dedicaba a ventas por catálogo de cosméticos. Aunque estaban orgullosos de

haber logrado tener otra vez su vivienda propia, nunca se sintieron del todo “amañados” en Ciudad

Verde. En 2015, a raíz de la conmemoración de los 30 años de la tragedia de Armero,

restablecieron contacto con gente de Armero, volvieron por primera vez al lugar del desastre,

participaron en un documental sobre la tragedia, su historia salió en la prensa nacional y terminaron

recibiendo donaciones de desconocidos que les permitieron, como tenían planeado, pagar las

cuotas que tenían atrasadas del apartamento e irse a vivir a Ibagué (Tolima) en 2016. Son los

únicos de los protagonistas que ya no viven en Ciudad Verde.

Gerardo: Sobrino de Estela, vive en el mismo conjunto, pero en un sexto piso de otra torre,

en un apartamento en obra gris, desde 2014. Tiene casi 50 años, trabaja como guardia de seguridad

en un edificio de oficinas del centro de Bogotá, a donde se transporta en bicicleta –el recorrido le

toma cuatro horas diarias, dos de ida y dos de regreso-. Vive sólo, aunque durante un tiempo le

alquiló una habitación a un amigo. Tiene una hija de 15 años que vive con su mamá en un barrio

del sur de Bogotá. Compró en Ciudad Verde porque su tía ya había comprado ahí, pero no está

particularmente contento. No se relaciona casi con sus vecinos y no le gusta llevar a su hija al

conjunto porque le parece que hay una gente “terrible” ahí. Tiene distintas alternativas para el

futuro, desde vender o arrendar e irse a vivir a una casa grande en un barrio “cómodo” como Santa

Isabel o Ciudad Montes, en el sur de Bogotá, hasta hacer los trámites para irse a vivir a Chile.
34

Lucila: vive con su esposo en un cuarto piso del conjunto Palo Rosa desde 2013 y trabaja

como sastre en una tienda por departamentos al otro lado de la ciudad, en Suba, al noroccidente

de Bogotá, aunque ya está por pensionarse, como su marido. Es la primera vivienda que compran

porque vivieron toda la vida en arriendo para poder estar en “barrios buenos, centrales” y que sus

dos hijos pudieran relacionarse bien y estudiar en buenos colegios. Hoy, uno vive en Londres y

otro en Bogotá, en el barrio La Soledad 20. Ambos hijos son profesionales. Ninguno estuvo de

acuerdo en que sus papás compraran “por allá” y uno de ellos no quiere ni ir a visitarlos porque le

parece que Soacha es muy feo. Lucila dice que es porque ellos fueron “pobres ricos” y vivieron

siempre en buenos lugares. No obstante, Lucila y su esposo están contentos porque, aunque a ella

le toque pasar cuatro horas diarias en buses, el lugar donde viven es tranquilo -salvo por algunos

vecinos que tienen demasiados animales, a ellos no les gustan los animales- y se ve el campo desde

la ventana -el conjunto está en el límite occidental de la ciudadela-. Además, al esposo de Lucila

le gustan los parques y se reúne con algunos vecinos para jugar baloncesto o para ir a misa. Están

poco a poco poniéndole los acabados al apartamento: todavía le faltan puertas y cortinas porque

con la cuota inicial y la compra de materiales para pisos y paredes quedaron endeudados. Sin

embargo, sus gastos mensuales han bajado mucho desde que dejaron de pagar arriendo en barrios

más costosos. Por ahora se quieren quedar en Ciudad Verde, pero cuando el apartamento esté bien

valorizado, y si pueden, soñarían con comprar un apartamento pequeñito en La Soledad.

Leonel: con aproximadamente 45 años y padre divorciado de tres niñas, vive desde 2011

en un sexto piso del conjunto Lirio, en la primera etapa de Ciudad Verde. Vivió por mucho tiempo

en alquiler en un barrio más central, de clase media-baja de Bogotá, y trabajaba como comerciante

en la central de abastos. Al trasladarse a la ciudadela, matriculó a sus dos hijas menores en el

20
Barrio de estrato 4 en la localidad de Teusaquillo.
35

colegio privado de Ciudad Verde, la mayor entró a estudiar en una universidad católica también

en Soacha, y él comenzó su negocio de instalación de acabados en apartamentos de la ciudadela.

Su vida transcurre entre los almacenes de materiales de construcción y los distintos conjuntos de

la ciudadela, desplazamientos que hace en su automóvil. A su apartamento le ha hecho varias

modificaciones y tiene ahora los acabados completos, aunque a futuro quiere mejorarle algunos

detalles. Está plenamente satisfecho con su cambio de residencia y con el hecho de tener cerca el

trabajo y el estudio de sus hijas, lo que le facilita la vida, aunque le preocupan algunos problemas

que ha habido en su conjunto con la administración –por lo que ya no es parte del consejo de

administración-. A futuro, si la ciudadela no se deteriora, quisiera comprar el apartamento de al

lado y unirlos para tener un gran pent house.

Jesús: vivía en una casa en arriendo en el barrio Quiroga, en el sur de Bogotá y se trasladó

a uno de los únicos dos conjuntos de casas de Ciudad Verde (Margarita I) a inicios de 2011, fueron

de los primeros residentes de la ciudadela. Vive con su esposa, trabajadora social en una entidad

del sector público, su hijo de 7 años que estudia en un colegio de Soacha y su bebé, con quien

permanece durante el día. En el primer piso de su casa funciona un taller de bicicletas que él mismo

comenzó a operar, dado que la fábrica de empanadas que tenía en su vivienda anterior no la podía

trasladar a la actual. Aunque al principio su experiencia fue difícil, pues Margarita es uno de los

primeros conjuntos de Ciudad Verde y cuando se trasladaron a su nueva casa se sintieron aislados,

en un “moridero” -no había tiendas ni nada más que conjuntos en obra-, con el tiempo la situación

ha mejorado y actualmente se siente feliz de vivir ahí, le parece un conjunto muy tranquilo, se

relaciona con varios vecinos, tiene clientes que le permiten generar ingresos con su taller y además

tiene un automóvil con el que a veces presta servicio de transporte a los vecinos hasta la autopista

sur. A futuro quisiera encontrar un local en la ciudadela para tener su taller y mejorar su vivienda.
36

Otros residentes de vivienda de interés prioritario que aparecen en esta tesis son Lizeth

(arrendataria en Sauce I), Pamela (Lirio), Esteban (Margarita I), Carlos (Margarita II), Tatiana

(Frailejón), Yasmín (Primavera), Ana (Frailejón) y Andrea (Magnolia).

De vivienda de interés social

Gabriela: Fue de las residentes más interesadas en compartir sus reflexiones sobre la vida –y

problemas- en Ciudad Verde. Pensionada de su trabajo como administrativa en un colegio, vive

con su hija y sus tres nietos en un apartamento en el conjunto Azucena desde enero de 2014. Su

hija trabaja en ventas en una empresa en el noroccidente de Bogotá, por lo que consideran que

viven más o menos cómodas con doble ingreso. Su nieta mayor, Alexandra, estudia ciencias

sociales en una universidad pública en Bogotá. Los dos menores estudian en un colegio privado

que queda en la autopista sur. Anteriormente vivían en los Álamos, barrio de estrato 4 al occidente

de Bogotá, con familia extendida. Aunque a su hija le molesta la lejanía de su trabajo, Gabriela

considera que haber logrado su primera vivienda propia es un gran paso adelante para la estabilidad

financiera de su hija y sus nietos, y está involucrada en la ciudadela como activista ambiental –

tiene su propio grupo de Facebook- y en iniciativas para solucionar el problema de las ventas

ambulantes. No han podido terminar el apartamento, pero está en proceso. A futuro Gabriela

quisiera comprar uno de los apartamentos más costosos que están construyendo en la ciudadela.

Nemesio: Vive desde junio de 2012 en el conjunto Tulipán con su esposa y su hijo menor,

que estudia música en una universidad privada y trabaja con la alcaldía de Bogotá. Llegaron a

Ciudad Verde porque su hijo mayor compró en otro conjunto de la ciudadela, se divorció y quedó

sólo con sus dos hijos pequeños, por lo que Nemesio y su esposa pasaron a encargarse del cuidado

de los niños, que estudian en el colegio privado de la ciudadela. Nemesio es jubilado, su esposa se

dedicó al hogar y vivían anteriormente cerca del Tunal, en el sur de Bogotá, en la vivienda que les
37

había quedado de los padres de Nemesio. Fueron de los pocos residentes que ya eran propietarios

de vivienda antes, compraron el apartamento de contado y le instalaron de una vez todos los

terminados. A Nemesio le gusta más vivir en conjunto que en el barrio de antes, dice que es más

seguro y que la gente es más educada. Su plan es permanecer en Ciudad Verde hasta que sus nietos

crezcan y después conseguir un lote en clima templado, tal vez en Fusagasugá 21 donde tiene casa

su hermano, para pasar la vejez en un lugar más tranquilo y menos frío.

Mary: una mujer de unos 48 años, vivía en alquiler en una subdivisión de una casa en

Engativá con su esposo Orlando, sus dos hijos, su nieta y sus dos perros criollos rescatados. En

2014 decidió con su familia comprar un apartamento de 52 metros cuadrados en el conjunto

Manzano de Ciudad Verde, que habitan desde septiembre de ese año. Su esposo se dedica a hacer

obras de acabados, aunque trabajaba principalmente fuera de la ciudadela. Mary estaba buscando

empleo durante mi trabajo de campo. Su hija mayor estudia en una universidad pública, y tiene

una hija de tres años que Mary y Orlando cuidan cuando ella está estudiando. Su hijo menor estaba

terminando el colegio en Bogotá, y es el que más extraña su barrio anterior pues ahí viven todos

sus amigos y su abuela. Mary en cambio no extraña el barrio y está muy contenta de vivir en el

conjunto, sólo añora la terraza que tenía para colgar la ropa, descansar en las hamacas y que se

asolearan los perros. Como animalista que es, Mary ha comenzado a participar en los distintos

grupos de protección animal de la ciudadela.

Javier y Yolanda, una joven pareja, él fotógrafo de eventos, ella empleada en ventas,

ambos alrededor de los 30 años, compraron en el conjunto Almendro su primera vivienda después

de haber vivido sus primeros dos años de casados como inquilinos en la casa de una tía en el barrio

Quirigua (un barrio de estrato 3 al noroccidente de Bogotá). Vivieron con entusiasmo todo el

21
municipio de Cundinamarca, a 59 km del sur de Bogotá, que tiene un clima templado todo el año (temperatura
promedio 20°C frente a los 14°C de Bogotá).
38

proceso de tener su vivienda propia y están felices de vivir por fin los dos solos desde noviembre

de 2014. El apartamento está completamente terminado y tiene una decoración similar a la de los

apartamentos modelo de la sala de ventas. Yolanda se transporta en motocicleta a su trabajo y

Javier está poco a poco encontrando clientes en la ciudadela y sus alrededores, por lo que se

transporta a pie y en bus, y se encarga de pasear a su perrita pitbull durante largas horas por las

zonas verdes. A futuro quisieran capitalizar la valorización de su apartamento, venderlo y comprar

uno más cerca de sus familiares, en el barrio Quirigua.

Damián, un hombre de aproximadamente 45 años, tiene su empresa unipersonal de

ingeniería de sistemas. Casado hace poco, vive con su esposa, que hace fisioterapia a domicilio,

en el conjunto Palma Real desde agosto de 2014. Eligieron Ciudad Verde por la oferta de

apartamentos con buen diseño y a menor costo que en Bogotá, y en términos generales están

contentos de vivir en Ciudad Verde. Ambos tienen horarios flexibles de trabajo y tienen automóvil,

lo que les facilita sus desplazamientos hacia y desde Bogotá. Cuando termine de pagar el

apartamento lo quiere vender para comprar una casa campestre en los alrededores de Bogotá.

Otros residentes de vivienda de interés social que aparecen en la tesis: Marisa y Alberto

(arrendatarios en Orquídea), Cristian (Olivo), Mónica (Azucena), Liliana (Girasol) y Jorge

(Agapanto).

El edificio imaginario

Como mi pregunta es en términos coloquiales cómo hacen los residentes de Ciudad Verde para

vivir unos encima de otros, los resultados los pongo unos encima de otros, en un edificio

imaginario, para responderla. De esta manera, los capítulos son pisos y las subsecciones

apartamentos: así, al tener un apartamento 101, 102 o 103 estoy dejando abierta la posibilidad de

un 104 o un 206, pues los temas nunca quedan agotados.


39

En el primer piso examino las formas de producción de la vivienda que posibilitaron la

existencia de Ciudad Verde. Primero caracterizo el macroproyecto y documento su proceso de

gestión, distinguiendo las distintas visiones sobre el mismo: desde el Gobierno nacional, desde los

constructores privados, desde la academia y un abrebocas a la visión de los residentes. Luego

examino los procesos macro que hicieron posible la existencia de este proyecto: una política de

vivienda social orientada hacia el mercado, la ubicuidad del conjunto cerrado como tipología

residencial predominante en todos los niveles de ingreso en Bogotá, y un proyecto nacional de

formación de clases medias a través del consumo, particularmente de la compra de vivienda nueva.

Así, muestro cómo el consentimiento social de esta forma de producción masiva de vivienda en

conjuntos cerrados, que son similares a los de estratos medios, hace que Ciudad Verde pueda ser

considerada una “mejor práctica”, un proyecto bandera y un espacio soñado, a pesar de sus

limitaciones en cuanto a localización periférica, costo elevado y espacios residenciales reducidos

y poco flexibles.

En el segundo piso analizo las relaciones entre personas y entorno material en Ciudad

Verde. Primero reconstruyo con los habitantes los procesos de cumplir “el sueño de la vivienda

propia”, desde que tomaron la decisión de comprar vivienda hasta cuando se acomodan con sus

cosas en los nuevos apartamentos, pasando por el proceso de “terminar” la vivienda. Luego resalto

la importancia de la vivienda como inversión para los residentes, y la coexistencia del valor de uso

con el valor de cambio de las viviendas en su experiencia de habitar. Con esto muestro que los

espacios residenciales toman forma a partir de las aspiraciones, posibilidades, referentes y

limitaciones de quienes los habitan; y a su vez los residentes emergen como un tipo específico de

habitante metropolitano en estos espacios. Finalmente, intento comprender la generalizada

satisfacción de los residentes con sus viviendas en un contexto con ciertas limitaciones y concluyo
40

que, para ciertos residentes en determinadas circunstancias, esta “solución de vivienda” es

atractiva, especialmente frente a sus experiencias residenciales anteriores y frente a “la otra cara”

de la urbanización formal (los barrios populares).

En el tercer piso me centro en las maneras en que los habitantes se posicionan en el nuevo

mundo social. Primero analizo cómo se refieren a la heterogeneidad socioeconómica de la

ciudadela y los marcadores que emplean para establecer límites simbólicos que los distingan de

ciertos “otros”. Muestro que en los posicionamientos sociales los residentes ponderan aspectos

estructurales de la clase social -educación, ocupación, ingresos- y aspectos más culturales, como

las formas de verse, comportarse y pensar que se consideran apropiadas o deseables en la nueva

situación residencial, lo que los residentes agrupan en la expresión “cultura de la propiedad

horizontal”. Después exploro cómo opera esta “cultura de la propiedad horizontal” en la vida

cotidiana, en relación con el marco normativo de estos conjuntos, que genera disputas estéticas y

morales entre residentes en distintas situaciones. Finalmente, señalo el trabajo material y simbólico

–y sobre todo moral- que tienen que hacer los residentes para mantener su posición de clase recién

adquirida, cuestiono qué tanto convertirse en propietario de vivienda en Ciudad Verde implica un

cambio efectivo en las condiciones de clase de los hogares, y resalto cómo, al movilizar los

aspectos más culturales de la clase, los mismos residentes ayudan a invisibilizar las limitaciones e

inequidades estructurales de su nueva situación residencial. Termino señalando que estas formas

particulares de posicionamientos sociales y de distinción restringen las posibilidades de socialidad

y de ciudadanía de los habitantes de Ciudad Verde.

En el cuarto piso examino las maneras en que los residentes logran conectarse unos con

otros, resaltando cómo, a pesar de vivir en lo que podría considerarse un espacio que no favorece

las relaciones sociales, logran ejercer la vecindad. Comienzo mostrando que, por un lado, en línea
41

con la “cultura de la propiedad horizontal” los residentes aceptan como ideal de vecindad la

coexistencia no intrusiva, es decir, mantener distancia con los vecinos para convivir pacíficamente;

pero por otro lado tienen necesidades prácticas de conectarse con quienes los rodean, lo que hace

que ejercer la vecindad en Ciudad Verde sea necesariamente una labor ambigua. Luego examino

instancias específicas en las que los residentes generan lazos con los vecinos, mostrando cómo los

criterios de las personas para conectarse con otros, al contrario de los que usan para distinguirse,

exceden el lente de la clase social. Posteriormente muestro cómo emerge Facebook como una

forma “citoverdina” de ejercer la vecindad que le permite a los residentes conectarse con los

vecinos sin reñir con las formas de socialidad asociadas a la vivienda de clase media. Termino

reflexionando sobre cómo los habitantes generan ámbitos de socialidad que no corresponden ni al

imaginario de la vivienda moderna ni al de los barrios populares, lo que implica ampliar el lente

con el que desde las ciencias sociales se interpreta la vida social en ámbitos urbanos.

El último piso, el Pent House, son las conclusiones. Allí articulo los hallazgos de los cuatro

pisos y la teoría en los argumentos principales de mi trabajo: primero, que para los ciudadanos que

se van insertando en una “clase media emergente” en las ciudades colombianas como los habitantes

de Ciudad Verde, cumplir el “sueño de la vivienda propia”, particularmente en propiedad

horizontal, es una de las pocas alternativas que tienen para ascender socialmente y poder ejercer

la plena ciudadanía. Segundo, que para cumplir este sueño los residentes tienen que hacer mucho

más que comprar su vivienda y seguir las normas de propiedad horizontal: habitar implica para

ellos una labor permanente, tanto material como simbólica, en la que las personas contrastan sus

trayectorias socioeconómicas individuales con categorías y clasificaciones externas, y con el

marco normativo de la propiedad horizontal. En el proceso de contrastar o superponer sus

trayectorias con esta “matriz”, resultan aspectos que encajan –porque les ayudan a cumplir sus
42

expectativas- y otros que no –por limitaciones estructurales de su nuevo contexto-. Así, los

residentes terminan llenando los vacíos de la estructura y resolviendo las contradicciones del

mundo que habitan con sus propios recursos, tanto materiales como simbólicos.

¿Y esto para qué?

Este trabajo intenta comprender la experiencia de personas que de alguna manera están “dentro”

del sistema, dentro de la formalidad, que cumplieron el sueño de la vivienda propia, hogares de

ingresos medios y bajos que habitan la forma espacial recientemente más común en las ciudades

latinoamericanas: los conjuntos cerrados de edificios. Mi expectativa al hacer este trabajo intenta,

además de comprender experiencias subjetivas en el contexto puntual de Ciudad Verde, avanzar

hacia cuestionamientos más generales: buscar dentro de “lo normal” -en el sentido estadístico, lo

que está en el medio, lo que más ocurre- explicaciones acerca de las implicaciones de la vida

colectiva para muchos de los habitantes de ciudades como ésta.

Al intentar comprender lo que significa para los residentes vivir en este macroproyecto y

cómo ellos están generando nuevas formas de habitar en Ciudad Verde, me puedo acercar entonces

a comprender las posibilidades de vivir una vida significativa en la metrópolis, que es finalmente

una de las preguntas más importantes que se hace la antropología urbana hoy en día (Weingred en

Prato & Pardo, 2013), pero más importante, es uno de los objetivos principales de los mismos

residentes: “vivir tranquilos”. Ojalá a través de mi investigación en Ciudad Verde logre poner sobre

la mesa tanto viejas barreras como nuevas posibilidades para la convivencia y la comprensión del

“modo de vida urbano”, no solo en vivienda de interés social sino para todos los que –por elección

o por obligación– vivimos unos encima de otros en ciudades latinoamericanas grandes, densas,

heterogéneas y sobre todo, ambiguas.


43

Piso 1. Planear la ciudad, producir la vivienda

Llegar a Ciudad Verde

Llegar a la estación Terreros de Soacha en un bus de Transmilenio es recibir una bofetada

atmosférica. De la misma manera en que Alfredo Molano relató el viaje a Soacha desde Bogotá 22,

el recorrido desde la Autopista Norte hasta la Autopista Sur me muestra el tránsito de una ciudad

de construcciones con fachadas terminadas a un mundo color polvo. De las casas de techos de

colores de la Carrera 30 en el norte a cuadras y cuadras monocromáticas en Bosa, donde el color

de las fachadas sin pintar de las casas se mezcla con el de las calles polvorientas y con pavimento

incompleto. El mundo desde Terreros, en plena frontera entre Bogotá y Soacha, es un mundo árido,

de un sol inclemente y pocas fuentes de sombra.

Desde lo alto del puente peatonal de la estación puedo ver hacia el norte la Bogotá que

acabo de dejar atrás, poblada de barrios de origen informal que se desbordan hacia Soacha

(Camargo & Hurtado-Tarazona, 2012) y de hogares que van a trasladarse a las casi 153 mil nuevas

viviendas formales que se están construyendo en el municipio. Al oriente está lo que los residentes

llaman la “loma”: Altos de Cazucá y los barrios de la comuna 4 de Soacha, donde se concentra la

población más pobre de un municipio ya en condiciones difíciles 23. Hacia el sur queda “Soacha

pueblo”, la plaza central famosa por ofrecer comidas típicas como las garullas a los turistas de los

22
“El tránsito es siempre denso, pero insoportable cuando hace sol y la polución lo vuelve picante. Después del río
Tunjuelito se pasa por el matadero, zona maloliente donde hay una fila enorme de camiones con reses que esperan
inocentes a ser electrocutadas y desangradas vivas; al frente hay una hilera de carnicerías donde pululan las moscas.
Más adelante, cuadras llenas de ventas de materiales de construcción, extintores, desguazaderos, flores; un cementerio,
varios moteles y centros comerciales rodeados de miles de edificios. Pero se llega”. (Molano, A. en Villamarín &
Sáenz, 2015, pp. 16–17)
23
“Según las cifras del Plan de Desarrollo Municipal, 44 por ciento de la población pertenece al estrato 1, 33 por
ciento al estrato 2 y 23 por ciento al estrato 3; por otro lado, las tasas de desempleo estimadas son del 15,6 por ciento,
6 puntos por encima del promedio nacional, y el 55 por ciento de los trabajadores están en la informalidad”.
(Villamarín & Sáenz, 2015, p. 108)
44

alrededores, pero famosa también por ser donde asesinaron al excandidato presidencial Luis Carlos

Galán en 1989. Soacha es hoy el municipio que recibe constantemente oleadas de personas

desplazadas por el conflicto armado, al que políticos y gente del común llaman el “patio trasero”

o el “vecino pobre” de Bogotá (“Soacha, el vecino pobre de Bogotá”, 2016), pero también el

municipio metropolitano plagado de nuevos centros comerciales y cientos de banderines de colores

fluorescentes que promocionan nuevos proyectos inmobiliarios. Donde la población crece tanto24

que el mismo alcalde sentenció que el municipio es una “bomba de tiempo”(“‘Soacha es una

bomba de tiempo’: Alcalde Eleázar González”, 2017). Al occidente, sin embargo, está la promesa:

una edificación prefabricada donde se lee “Ciudad Verde”, que es una especie de preámbulo de la

verdadera sala de ventas que queda más al occidente. Detrás de esa casita hacen fila los buses de

la ruta circular que va hacia la ciudadela.

Al caminar desde la estación de Terreros hasta el bus de Ciudad Verde, vivo en carne propia

ese mundo de polvo. Recibo un ventarrón en la cara y tierra en los ojos mientras trepo con

dificultad el puente peatonal. Camino los escasos 300 metros que separan el paradero de buses de

la estación de Transmilenio siempre con el viento en contra, con la camisa embombada y la

chaqueta en la mano ondeando como una bandera, pisando unos andenes cuyos separadores, que

alguna vez tuvieron pasto, no ven el color verde hace tiempo. Y la tierra que la hierba no cubre,

vuela. La gente se hace una visera con la mano sobre la frente, arrugan los ojos. Paso un tramo

lleno de puestos de ventas ambulantes: artículos para la cocina, revistas, comida inevitablemente

llena de tierra. Y por fin llego al paradero donde los colectivos blancos con rojo hacen fila para

transportar a los visitantes, trabajadores y residentes de Ciudad Verde. Si no es hora pico, así es el

24
En 2005 Soacha tenía 330 mil habitantes y el DANE proyectaba una población de 550 mil habitantes para 2017. Sin
embargo, un censo local realizado por el equipo de la Alcaldía de Soacha contó un millón tres mil habitantes para este
año. (Flórez, 2017)
45

recorrido. Si es hora pico -lo que evité a toda costa durante el trabajo de campo, pero hice algunas

veces para saber cómo era- no hay tiempo ni de hacerse la visera con la mano. Simplemente soy

empujada fuera del bus hacia la estación, fuera de la estación hacia el puente, ando como

transportada sobre una banda como las de los aeropuertos, es la cantidad de pasajeros la que me

obliga a caminar a cierto ritmo, ni más rápido ni más despacio. Y no me entero del polvo ni del

sol (no hay sol en las horas pico), ni de los puestos de comida. Simplemente trato de lograr un

cupo en los buses, declinando las filas que se forman para las otras alternativas de transporte desde

y hacia la ciudadela: los taxis colectivos y los “carros pirata”.

En el bus -volvamos a la hora valle para poder estar sentados, para poder mirar por la

ventana- los demás pasajeros y yo nos preparamos para cruzar el umbral. Después de unos minutos

de marcha accidentada y lenta, en los que el colectivo intenta sortear toda clase de obstáculos en

la vía y va despacio y saltando, hay un momento, antes de llegar a Ciudad Verde, en el que

invariablemente el conductor mete un cambio mayor y presiona a fondo el acelerador. Llegamos

a donde las calles están recientemente pavimentadas, es la primera señal de que nos aproximamos

a Ciudad Verde. El cambio de velocidad del bus hace que la gente se agarre de los tubos, que

abrace los niños que llevan sentados encima o parados al lado. De aquí en adelante ya no se sube

ni se baja nadie hasta llegar allá.

La segunda señal es cuando a la derecha se ve el “parque de ventas”. Con un gran aviso

con el nombre del macroproyecto, esta “ciudadela modelo” tiene una enorme maqueta en la

entrada, donde a los visitantes, después de pedirles los datos personales y hacerles un pequeño

sondeo de mercadeo25, les explican los aspectos generales de la ciudadela. Les informan que es el

macroproyecto de vivienda más grande del país, que comenzó en el 2010, que va a tener

25
En el que les preguntan qué emisora de radio oye, qué nivel educativo completaron, en qué barrio y localidad viven
y en qué almacén acostumbran hacer mercado.
46

aproximadamente 49.500 viviendas, que es una nueva ciudad construida bajo principios de

sostenibilidad ambiental y orientada al disfrute de la naturaleza, con amplias zonas verdes,

parques, senderos peatonales, ciclorrutas; y que a futuro contará con colegios públicos y privados

-uno bilingüe-, centros comerciales -varios pequeños y uno “como el Unicentro de la 12726”-,

universidad y hospital. Después de la entrada hay una “calle modelo”, con filas de apartamentos

modelo a lado y lado y un jardín en el medio. De unos parlantes escondidos entre las plantas sale

música ambiental. Al fondo hay un parque infantil, oficinas de algunos bancos y una pequeña plaza

de comidas. Todo lo que usted pueda necesitar para comprar en una ciudadela que va a tener todo

lo que usted pueda necesitar para vivir. Y para los que vienen en carro, un aviso de “parqueadero

para futuros residentes” los recibe en la zona de estacionamiento del parque de ventas.

Figura 1. Entrada al “Parque de ventas” Ciudad Verde. En el aviso se lee “Nosotros somos Ciudad Verde. ¿Y usted, qué espera
para hacer parte de esta gran ciudad?” Foto: autora (Octubre 5 de 2015)

26
Unicentro es uno de los primeros y más conocidos centros comerciales del norte de Bogotá.
47

Al pasar la sala de ventas está la señal definitiva, el verdadero umbral que separa a Ciudad

Verde de todo lo que no es -del mundo de polvo de Soacha y Bosa, principalmente-. Hay una

glorieta y un “tótem” (así lo llaman algunos residentes) con el nombre de la ciudadela, al que le

han hecho grafitis varias veces, despertando la indignación de muchos residentes, y siempre lo

pintan de nuevo. Es la entrada a la ciudadela. Las calles pavimentadas y señalizadas, las zonas

verdes que han resurgido a lado y lado de la vía, los andenes que aquí sí existen. Las personas

uniformadas con un letrero de “Agrupación Ciudad Verde” 27 en sus overoles verdes barriendo las

calles. La sucesión de conjuntos de edificios uniformes, la imponencia de lo plano del terreno que

hace que la ciudadela se vea enorme pero a la vez aprehensible, con sus límites tan claros en el

mapa, en la maqueta, en el terreno.

Figura 2. La entrada de Ciudad Verde. Foto: autora (febrero 17 de 2013)

27
La Agrupación Ciudad Verde es una asociación compuesta por delegados de cada conjunto residencial más
representantes de los promotores del proyecto, que mediante un aporte mensual de cada propietario (5 mil pesos, tarifa
que no ha incrementado desde el inicio de la ciudadela) recaudan recursos para el mantenimiento del espacio público
y para la gestión de proyectos y actividades comunitarias. Algunos líderes y residentes han criticado esta figura por
hacer que los residentes tengan que pagar servicios públicos que ya pagan vía impuestos, y por ser una asociación y
una cuota “impuesta” por los promotores del macroproyecto.
48

El bus hace una ruta circular por las vías principales de la ciudadela. Yo siempre doy la

vuelta completa y me bajo al final, cuando ya el bus va de vuelta hacia la Autopista, así puedo

hacer una “ronda” de Ciudad Verde antes de empezar a caminar. Al bajarme del bus ya no siento

la bofetada atmosférica que sentí en la estación de Terreros, este mundo ya no es el mundo de

polvo de Bosa y de Soacha. Aquí ya no se me entra la tierra en los ojos, aunque de todas formas

los tenga que entrecerrar porque el sol es inclemente. Si huele a polvo es porque durante todo el

día circulan materiales de construcción dentro y fuera de las viviendas, tanto en los conjuntos que

están en construcción como en los ya habitados, en los que los residentes están en el proceso de

“terminar” sus viviendas, que les entregan en obra gris. Desde este andén el mundo es un mundo

nuevo, en construcción. Esta es la ciudad planeada, esto es Ciudad Verde.

En este piso comienzo con una caracterización del macroproyecto, distinguiendo las

visiones desde las políticas, desde la publicidad inmobiliaria, desde la academia y desde los

residentes y resaltando las maneras en que Ciudad Verde, como todo plan, ilustra, en sentido literal

y figurado, una promesa de futuro. Posteriormente contextualizo algunas de las condiciones de

posibilidad para la emergencia de Ciudad Verde: un contexto de mercantilización de la vivienda

social en Colombia y a nivel global que ha transformado la forma en que se produce, se consume

y se vive el espacio urbano; la ubicuidad del conjunto cerrado de edificios como forma residencial

para todos los niveles de ingreso en Bogotá; y la acogida de un proyecto nacional de formación de

clases medias a través del consumo, particularmente de vivienda en propiedad horizontal.

101. El macroproyecto como lugar imaginado: visiones

Podemos entender la planeación como “un ensamblaje de actividades, instrumentos, ideologías,

modelos y regulaciones orientadas a ordenar la sociedad a través de un conjunto de técnicas

sociales y espaciales” (Abram & Weszkalnys, 2013). Así, para comprender cómo emerge Ciudad
49

Verde como “ciudadela modelo” para el gobierno y el sector inmobiliario y como espacio deseado

para un gran grupo de personas –a pesar de las críticas que se le hacen desde el urbanismo y las

carencias estructurales que enfrenta-, habría que desenmarañar los principales elementos de este

ensamblaje. Para comenzar a desenmarañarlo, sintetizo a continuación cómo gobierno,

constructoras, académicos y residentes ven y presentan a Ciudad Verde de distintas maneras.

Los promotores: estado y mercado del mismo lado

El objetivo del Macroproyecto de Interés Social Ciudad Verde, tal como fue anunciado por el

Gobierno nacional en 2008, era “desarrollar una operación urbana de gran escala que promueva la

construcción equilibrada de vivienda, servicios urbanos y actividades productivas, mediante la

generación de suelo urbanizado con condiciones de precio que garanticen el acceso a la vivienda

de los hogares de más bajos ingresos” (Ministerio de Ambiente Vivienda y Desarrollo Territorial,

2008). En esta definición ya se distinguen tres pilares de la producción de vivienda social en

Colombia frente a los que se ha ido generando consenso: tamaño -operaciones urbanas de gran

escala en vez de proyectos puntuales-, mezcla de usos -más que solo construir viviendas- y precio

asequible. Ciudad Verde encarna entonces una de las más grandes aplicaciones del modelo con el

que se construye vivienda de interés social en Colombia hoy.

De una revisión de las resoluciones de anuncio y adopción del Macroproyecto Ciudad

Verde28, se pueden extraer las dos justificaciones principales del proyecto. En primer lugar, era

necesario (y urgente): las resoluciones citan cifras de déficit cualitativo y cuantitativo de vivienda

en Bogotá y Soacha29. Mencionan además el crecimiento demográfico de Soacha, de los más

28
Ver (Ministerio de Ambiente Vivienda y Desarrollo Territorial, 2008, 2009, 2011; Ministerio de Vivienda Ciudad
y Territorio, 2015b)
29
El déficit cuantitativo considera las carencias en la estructura de la vivienda, la cohabitación y el hacinamiento no
mitigable, mientras el déficit cualitativo valora las deficiencias mitigables en la estructura de la vivienda, el
hacinamiento mitigable, la falta de acceso a servicios públicos domiciliarios, y a cocina adecuada, y las diferentes
interacciones entre las anteriores (Giraldo, García, Ferrari, & Bateman, 2009).
50

acelerados del país, que se explica en parte por el fenómeno del desplazamiento forzado. “Soacha

es el municipio que cuenta con el mayor déficit cualitativo y cuantitativo de vivienda frente al

resto del Departamento de Cundinamarca y la ciudad de Bogotá, D. C., por lo que es imperioso

establecer de manera inmediata soluciones de vivienda de interés social” (Ministerio de Ambiente

Vivienda y Desarrollo Territorial, 2009).

En segundo lugar, estaba previsto en todos los niveles de gobierno: el Plan de desarrollo

Bogotá 2008-2012 ya contemplaba, en su componente de ciudad-región, un “macroproyecto

Soacha” con 20.000 VIS. El Plan Departamental de Desarrollo de Cundinamarca 2008-2012

estableció que “se apoyará y promoverá, de manera concertada y en coordinación con la Región

Capital, el desarrollo de macroproyectos de vivienda y modelos de habitabilidad tipo ‘Ciudad

Salitre’, complementados con dotación de infraestructura urbanística y de los equipamientos

comunitarios que toda colectividad requiere para su desarrollo social y su adecuada interrelación

con el entorno”. En el nivel nacional, el plan de gobierno 2006-2010, que incluye a la construcción

de vivienda nueva como una de las cuatro “locomotoras para el desarrollo”, tiene como una de sus

principales estrategias los Macroproyectos de Interés Social Nacional.

El gobierno y las constructoras privadas justifican la necesidad de una intervención

espacial planeada en Soacha porque a muchos de los problemas del municipio se les atribuye la

“falta de planeación” como causa (Cantillo, 2011; Flórez, 2017), de lo que se deriva la idea de que

las soluciones a los problemas urbanos se lograrían simplemente con planear. Esta idea es una

ilusión, pues muchos de los problemas de las ciudades son producto del mismo ejercicio de

planeación (Angotti & Irazábal, 2017). No obstante, el consenso sobre la necesidad y pertinencia

de una intervención planeada a gran escala sentó las condiciones para que los distintos actores

involucrados -Gobierno nacional, Departamental, del Municipio de Soacha, de Bogotá,


51

promotores inmobiliarios y dueños de los terrenos- pudieran articular sus intereses y recursos para

darle existencia material a la ciudadela. En palabras del presidente de la empresa desarrolladora

del Macroproyecto (Amarilo S.A):

Ciudad Verde en Soacha es de verdad, en una sola palabra, una alianza público-privada perfecta.

Ahí logramos el sector público y el sector privado sentarnos en la misma mesa y lograr crear un

buen pedazo de ciudad. Me han invitado de la Universidad de Harvard ya tres años seguidos a

hacerles una exposición del proyecto a los estudiantes del posgrado en diseño urbano. Y tengo el

honor de poderlo presentar, y el título de mi presentación es "aprendiendo con la experiencia".

En una charla informal un martes por la noche en una casa del barrio Quinta Camacho30, el

presidente de Amarilo, Roberto Moreno, nos relató a los interesados en el tema que Ciudad Verde,

como experiencia modelo de construcción de ciudad, se inspiró tanto en ideas del urbanismo de

otras latitudes -especialmente el “nuevo urbanismo” y los suburbios de Estados Unidos- como en

las mejores características de experiencias locales exitosas:

De dónde empezamos a copiar, y por eso digo yo "construyamos sobre lo construido". ¿Quién ha

sido exitoso haciendo proyectos grandes? (…) Ciudadela Colsubsidio fue un modelo de desarrollo

dentro de la ciudad. ¡Qué maravilla de planeamiento! Ciudad Salitre, otro ejemplo de buen

desarrollo planeado. Pero entonces: ¿qué funcionó en Ciudad Salitre que podamos nosotros

construir sobre eso y mejorar? por ejemplo en Ciudad Salitre hicieron una gran sala de ventas con

varios constructores. Entonces dijimos: oiga, hagamos lo mismo, miremos qué funcionó bien y qué

no funcionó. Y eso lo aplicamos en Ciudad Verde.

(…) Esto es Fontanar, como les conté anteriormente yo trabajé once años en la Florida, y mi sueño

en algún momento es, el sueño americano de ir a vivir al suburbio, en esa época hace 20 años, hoy

pues, no podemos comernos toda la tierra, pero mire, en Chía qué rico poder replicar esto, y la

30
Tertulia del Combo 2600 “La visión privada del urbanismo: Ciudad Verde y otros proyectos de vivienda”, 28 de
julio de 2015.
52

familia joven que quiera vivir como viví yo aquí en estos barrios, que podía uno salir a montar en

bicicleta, jugar con el vecino, que tenga la vida de barrio, qué rico poder replicar esa vida de barrio

para los estratos altos, y ahí está Fontanar en Chía, estamos ya construyendo un centro comercial,

es una ciudad planeada, 1400 viviendas en 200 hectáreas, bien planeada, yo dije ¿sabe qué?

estamos atendiendo a una población que no es la gran población, estamos atendiendo al tope de la

pirámide, pero resulta que ¿dónde está la base de la pirámide31, donde realmente podemos generar

un impacto? Entonces apliquemos eso para la gente que más lo necesita.

Una vez engendrada la idea, la constructora comenzó a gestionarla: el presidente de

Amarilo nos contó que tuvieron que incidir en la política nacional de vivienda para habilitar la

figura de los macroproyectos de vivienda –el mismo Moreno era el presidente de la Cámara

Colombiana de la Construcción y desde esa posición promovió la Ley de Macroproyectos

(Congreso de la República de Colombia, 2011)-. Luego se asociaron con los dueños del terreno,

cinco familias dueñas de 328 hectáreas que hasta el momento era suelo rural. Finalmente

negociaron con los gobiernos locales, tanto de Bogotá como de Soacha, las especificidades de la

urbanización y la distribución de algunas cargas urbanísticas –los promotores se comprometieron

a financiar parte de las vías externas que comunican el proyecto con las plusvalías 32-.

El resultado de todo este proceso es un plan que “organiza y distribuye personas,

propiedades, capital y recursos de tal manera que la intervención se hace posible” (Abram &

Weszkalnys, 2013). El “plan” es Ciudad Verde tal y como nos la presenta el presidente de Amarilo

en una mirada “desde arriba” o vista de helicóptero (Scott, 1998):

31
“Base de la pirámide” es un término utilizado para reconocer que los más pobres en una sociedad son pobres pero
también son más, lo que los puede convertir en un mercado atractivo si se diseñan estrategias específicas para este
segmento (Kopper, 2016). Esto concuerda con lo que Beuf identifica como nuevos procesos de urbanización periférica
en Bogotá, en los que la empresa privada comienza a contemplar para sus grandes inversiones (como centros
comerciales) a los “mercados emergentes” en vez de los maduros (Beuf, 2012).
32
Aumento en los precios del suelo generados en este caso por el cambio en la clasificación del suelo (de rural a
urbano) que permite usos más rentables.
53

328 hectáreas, de las cuales 57 son de zonas verdes. Bogotá tiene 4,8 m2 de espacio público por

habitante. Ciudad Verde tiene 12,4. Soacha tiene medio metro cuadrado. Como ven hicimos un

diseño completamente con parques lineales, con ciclovías, todas las redes eléctricas son

subterráneas, vías, andenes, árboles. (…) el reto nuestro es meter por lo menos 12 colegios aquí en

Ciudad Verde, o si no esto no funciona. Hoy en día tenemos 5 colegios, 3 construidos y 2 en

procesos de construcción. Tenemos un CAI33 (…). También logramos una plata del gobierno para

construir una biblioteca, tenemos el macrojardín más grande del país, lo opera el Bienestar

Familiar, 640 niños, una envidia en cualquier parte del mundo, divino, ya vamos a arrancar la

construcción del hospital de 250 camas, de III nivel, que no hay en Soacha, y que lo va a operar la

Cardiovascular de Bucaramanga. Y en educación dijimos: se necesita una universidad. Entonces

el Minuto de Dios compró ese predio y va a hacer un campus universitario de 17 Ha. El diseño lo

está haciendo Daniel Bermúdez34. Entonces como ven, estamos formando ciudad.

33
Centro de Atención Inmediata de la policía
34
Arquitecto colombiano, reconocido por el diseño de edificaciones emblemáticas como algunos edificios de las
universidades Los Andes y Jorge Tadeo Lozano, la biblioteca Julio Mario Santodomingo, entre otros.
54

Figura 3. Ciudad Verde: mapa del plan. Imagen cortesía Amarilo S.A (marzo de 2015)

Ese “formar ciudad” es para el presidente de Amarilo un contraste indiscutible con las

maneras en que la ciudad ha crecido por fuera del marco de la planeación espacial, es decir, la

llamada “ciudad informal”. Al mostrar unas fotos de barrios de origen informal, el empresario nos

explica que no podemos dejar que sigan creciendo los “desarrollos subnormales”, porque “cuesta

2,8 veces más arreglar esto que haberlo hecho bien desde el principio”. Luego mostró una

panorámica de Ciudad Verde en la que se ven los asentamientos que la rodean, señalando el

contraste entre la calidad del espacio público entre la ciudadela y los barrios de Ciudad Bolívar y

Bosa, con densidades similares o hasta mayores en el caso de Ciudad Verde.


55

Figura 4. Ciudad Verde y la “ciudad informal” alrededor. Imagen tomada de cartilla Minvivienda.

El espacio de Ciudad Verde, tal y como lo presenta Moreno, es un espacio legible, en el

sentido del proyecto moderno que intenta hacer legible también a la sociedad (Scott, 1998). Y más

aún en este contexto de urbanizaciones periféricas, que tradicionalmente se han caracterizado por

ser “ilegibles”35 y por lo tanto escurridizas para la planificación. Al diseñar una ciudadela

planificada desde cero, emerge entonces la ilusión de imponer un orden a espacios y personas.

35
por ejemplo en cuanto al problema de la cuantificación y censo de barrios de origen informal y de saber cómo
operan los mercados informales de suelo (Camargo & Hurtado-Tarazona, 2012).
56

Figura 5. Ciudad Verde: del vacío al macroproyecto (imágenes de Google earth 2009- izquierda- y 2015-derecha-)

Cuidad Verde fue construida en un gran “vacío urbano” que permitió que el plan pudiera

diseñarse en condiciones “óptimas”, que en términos de planeación significa con la menor fricción

posible. Aquí no vivían personas que se pudieran oponer, no había construcciones que se

resistieran al cambio, ni siquiera una topografía difícil como “las lomas” que rodean este gran

terreno plano. El futuro estaba ahí como un espacio vacío para ser moldeado por la racionalidad

de los planes, haciendo posible la utopía de producir espacios controlados que no solo respondieran

a las necesidades de habitación y de vida cotidiana de las personas, sino que mejoraran sus

condiciones de vida (Serje, 2011). Por fin podría llegar la modernidad36, con su orden material y

temporal, al sur de Bogotá y a Soacha.

El Gobierno nacional presenta a Ciudad Verde como una “mejor práctica” 37 de planeación

urbana y de gestión de vivienda de interés social. A Ciudad Verde han llegado visitas de varias

delegaciones de otros países que quieren replicar el proyecto. Esto se refleja una y otra vez en la

prensa nacional e institucional: “Nigeria quiere copiar el proyecto Ciudad Verde”, anuncia un

36
La gestación “desde cero” o lo nuevo sobre lo vacío es un rasgo distintivo de los espacios modernos (Girola, 2008),
y de las utopías sociales y espaciales que guían las intervenciones inspiradas por los New Towns, fenómeno global
replicado tanto en el “mundo desarrollado” como en los países en desarrollo, por estados capitalistas y socialistas, por
agentes públicos y privados durante el siglo XX y lo que va del XXI (Wakeman, 2016).
37
El término viene de la expresión Best Practice, que usan empresas privadas, gobiernos y organismos multilaterales
para referirse a casos concretos de resolución de problemas específicos, cuyo éxito puede ser replicado en otros
contextos y se convierte así en un modelo de intervención (para una visión crítica sobre esta categoría, ver Angotti &
Irazábal, 2017; Montero, 2017).
57

titular del periódico El Tiempo (Mayo 17 de 2014, sección vivienda), que cuenta cómo en el Foro

Urbano Mundial 2014 en Medellín el macroproyecto fue destacado también por organizaciones de

México y Brasil. “Presidente de República Dominicana visitó Ciudad Verde para aprender de la

experiencia colombiana en macroproyectos habitacionales”, aparece en la página web del

Ministerio de Vivienda, con foto del Presidente de ese país con el alcalde de Soacha, el presidente

de Amarilo y el embajador de República Dominicana en Colombia38.

Sin embargo, como advierte Montero, “los modelos y mejores prácticas circulan no porque

sean mejores sino más bien porque se han construido como “mejores” en un momento particular

del tiempo” (Montero, 2017). Y en esta construcción del “modelo” se pueden identificar los

agentes y sus intereses. En este caso, no solamente el Gobierno nacional con su “locomotora de la

vivienda” sino también el gremio de la construcción y agentes internacionales como el Banco

Mundial39, y la Fundación Clinton40.

La ciudad publicitada

Las viviendas construidas en Ciudad Verde son en su mayoría apartamentos 41 con áreas entre 41 y

70 m2 y precios desde 70 hasta 110 millones de pesos de 201742 . Aunque todas las viviendas entran

dentro de la categoría general de vivienda de interés social, se clasifican según rangos de precio:

un 34% del total de viviendas de la ciudadela corresponden al rango VIP (viviendas de interés

prioritario, con precio máximo de 70 salarios mínimos), un 37% a VIS (vivienda de interés social,

38
Recuperado de: http://www.minvivienda.gov.co/sala-de-prensa/noticias/2014/agosto/presidente-de-republica-
dominicana-visito-ciudad-verde-para-aprender-de-la-experiencia-colombiana-en-macroproyectos-habitacionales
39
que dio al Gobierno nacional un préstamo de 40 millones de dólares para el programa de Macroproyectos de
Vivienda de Interés Social Nacional. http://www.bancomundial.org/es/news/loans-credits/2011/01/11/colombia-the-
national-macroproyectos-social-interest-program-project
40
que financió, en convenio con el SENA y CAMACOL, un programa de entrenamiento a trabajadores del sector de
la construcción para construir vivienda de interés social, cuyo centro de entrenamiento fue Ciudad Verde.
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-4688196
41
solo hay casas en tres de sus conjuntos: Margarita 1 y2 (VIP) y Victoria (VIS), todos de la primera etapa.
42
Equivalentes a USD 25.200- 39.600 (conversión enero 2018).
58

precio máximo 100 salarios mínimos) y un 28% al rango “Tope VIS” (precio máximo 135 salarios

mínimos). Adicionalmente, hay dos conjuntos de viviendas gratuitas otorgadas por el Gobierno

nacional a damnificados por el invierno y un conjunto de vivienda adjudicada a exmilitares. Las

viviendas de menor precio fueron construidas en las primeras etapas, por lo que actualmente en

Ciudad Verde sólo se están vendiendo viviendas VIS y tope VIS. En el momento de mi trabajo de

campo todavía no se habían construido las del rango más alto de precio, por lo que sólo incluyo

VIS, VIP y vivienda gratuita (ver mapa de conjuntos por tipo de vivienda en el anexo 1).

Aunque estas categorías de vivienda según la reglamentación colombiana apuntan a los

sectores de menores ingresos (las VIP están dirigidas a hogares con ingresos entre 1 y 2 salarios

mínimo y las VIS entre 3 y 4 salarios mínimos mensuales), la publicidad del macroproyecto es

similar a la de los conjuntos de sectores de estratos medios y altos en Bogotá. El vocabulario y las

imágenes que usan los folletos y videos promocionales ratifican la idea de que Ciudad Verde no

tiene “nada que envidiarle” a estas otras urbanizaciones.

Figura 6. Lo “moderno” y lo natural en publicidad conjunto Cedro-Ciudad Verde. Capturada el 21 de mayo de 2014
de: www.ospinas.com.co
59

Figura 7. “Hacer que tus niños tengan su propio espacio para jugar es tener poder”. Publicidad de Prodesa-Ciudad Verde.
Capturada el 21 de mayo de 2014 de: http://prodesa.com/bogota/proyectos-venta/viviendas-hasta-99-millones

En la publicidad de los conjuntos de Ciudad Verde, con eslóganes como “la mezcla perfecta

entre el encanto de lo moderno y la simplicidad de la naturaleza” o “hacer que tus hijos tengan su

propio espacio para jugar es poder”, aparece el imaginario espacial del urbanismo moderno,

caracterizado por el diseño de espacios funcionales, estandarizados y compartimentalizados para

la familia nuclear. Hay un lugar para cada cosa y fronteras claras entre lo público y lo privado

(Holston, 1989). Ciudad Verde aparece aquí entonces como un remanso de orden y paz.

Algunos avisos publicitarios resaltan también el “nuevo estilo de vida” propuesto por

Ciudad Verde: deporte y bienestar, disfrute de la naturaleza, espacios únicos, acabados que marcan

la diferencia, y el lugar que “siempre has soñado” son los eslóganes de los conjuntos Cedro,

Azahar, Pomarrosa, Azafrán, Astromelia y Orquídea, respectivamente. Esta noción de “estilo de

vida” ha sido analizada en otros contextos como parte fundamental del imaginario de consumo de

vivienda como proceso de modernización (Fleischer, 2007, 2010), y de ascenso de clase, en los

que valores como el contacto con la naturaleza, la armonía y la libertad hacen parte de una

“estetización de la vida doméstica” que fundamenta la relación de las personas con su entorno

(Salazar Arenas, 2012), bajo la sombrilla general de la noción de “calidad de vida” (Álvarez-

Rivadulla, 2007; Cabrales, 2001; Demajo Meseguer, 2011; Girola, 2005; Low & Lawrence-

Zúñiga, 2003; Roitman, 2011; Roitman, Webster, & Landman, 2010; Srivastava, 2012).
60

Figura 8. Los cuerpos de la publicidad: blancos, heterosexuales, sin discapacidad (able-bodied).

En las imágenes publicitarias la mayoría de las personas que aparecen son blancas, jóvenes,

delgadas, en parejas heterosexuales o en familias con uno o dos niños. Pero los cuerpos que

aparecen en las piezas publicitarias contrastan visiblemente con los que circulan por las calles de

la ciudadela: además de familias jóvenes con o sin niños, en Ciudad Verde se ven ancianos, hijos

adultos, personas con distintas discapacidades, todos los tonos de piel. Ya Caldeira (2000) ha

mostrado cómo la publicidad de vivienda revela los elementos que constituyen los patrones de

diferenciación social actuales; cómo captura la imaginación y los deseos de la gente y ofrece

algunas de las imágenes que las personas van a utilizar para construir su lugar en la sociedad

(Caldeira, 2000). En este caso, a los espacios utópicos se suman unos cuerpos ideales que señalan

una oferta de posiciones sociales a las cuales aspirar pero que difieren de las de condiciones

actuales de gran parte de la gente 43.

43
El estudio de publicidad y género de Goffman (1979) mostraba cómo en los anuncios publicitarios se despliegan
imágenes que corresponden, no a cómo nos comportamos realmente, sino a cómo creemos que hombres y mujeres se
comportan. La publicidad toma elementos de la vida social pero los cristaliza en estereotipos “hiperritualizados” que
después se convierten en guía del comportamiento de la gente.
61

Figura 9. El sueño de la casa propia. Imágenes tomadas de www.urbansa.com.co

Por último, uno de los mensajes más importantes que transmite una y otra vez la publicidad,

con frases como “dormirás mejor en tu propia casa” o “más que casas o apartamentos, nos gusta

pensar que son puentes para hacer los sueños realidad” es la idea de la vivienda en propiedad como

una de las metas más importantes de la vida económica de las personas. En el piso 2 muestro cómo

este “sueño de la vivienda propia” está profundamente arraigado en las formas de habitar de los

residentes de Ciudad Verde, al punto de ser la motivación más importante para la mayoría en su

decisión de comprar allí, no obstante su localización periférica. El sueño de la vivienda propia es

un sueño que no todos pueden cumplir y que requiere recursos materiales pero también morales,

y esto también lo resalta la publicidad. “Para la familia que piensa en el futuro”, dice la publicidad
62

del conjunto Malva. Otras piezas publicitarias resaltan explícitamente el valor de la vivienda como

mercancía, con frases como la de la publicidad del conjunto Begonia, “la mejor inversión”.

La distancia entre las condiciones actuales de quienes van a habitar Ciudad Verde y las

condiciones que ofrece esta ciudad imaginada se materializa en los apartamentos modelo de la sala

de ventas. La mayoría de estos “hogares ideales” (Chapman, 1999), que permiten experimentar el

acto imaginativo sugerido por la publicidad en carne propia, están decorados con un estilo similar

al de los apartamentos modelo de los estratos medios y altos de Bogotá, con muebles sencillos,

líneas rectas y espacios “limpios”, lo que en diseño de interiores llaman “estilo moderno” (Clarke,

2001). Sin embargo, en las paredes hay letreros que dicen “acabados no incluidos, los apartamentos

se entregan en obra gris”, y varios apartamentos modelo dejan una sola habitación sin terminar, tal

como se entregan las viviendas. Así, en principio las constructoras están transmitiendo la

información completa del producto que las personas comprarían, pero al mismo tiempo están

generando expectativas en el plano emocional de los potenciales clientes, que se enteran de cómo

son las viviendas, pero también de cómo podrían ser.

Varias investigaciones antropológicas (Augé, 1989; Bourdieu, 2003a; Caldeira, 2000;

Fleischer, 2007; Fraser, 2000; Salazar Arenas, 2012) y de otras disciplinas (Álvarez-Rivadulla,

2007; Glasze, Webster, & Frantz, 2006; Serin, 2016) han recurrido a la revisión de anuncios

publicitarios de vivienda como una forma de acceder a los imaginarios sociales subyacentes a

determinadas formas de ocupación espacial, y a los vínculos entre las expectativas individuales y

procesos socioeconómicos y políticos de escala macro. Como plantea Bourdieu, la retórica

publicitaria “evoca, reaviva y reactiva sin cesar toda una herencia de mitologías colectivas y

privadas que moldean las inversiones (materiales y simbólicas) de las que la casa es objeto”

(Bourdieu, 2003a, p. 38). Además, la publicidad ayuda a generar un "sentido común" (Serin, 2016)
63

como vehículo para generar el consentimiento social de ciertas formas de producción del espacio.

El sentido común aquí, las mitologías colectivas y privadas, establecen que no sólo se necesita

tener casa sino tener casa propia para la familia nuclear, preferiblemente en una urbanización

planeada, ordenada y en armonía como Ciudad Verde.

La crítica desde el urbanismo y las ciencias sociales

Como toda “mejor práctica” y todo producto de la planificación utópica, el macroproyecto Ciudad

Verde tiene quienes señalan sus falencias y sus fracasos. Hay académicos que desde el urbanismo,

la arquitectura y las ciencias sociales se oponen a los principios que guiaron el plan por las

implicaciones que tiene para las personas de bajos ingresos pasar a vivir en esas condiciones. Para

ellos, Ciudad Verde, al igual que la mayoría de los macroproyectos de vivienda que se construyen

hoy en Colombia, es una urbanización demasiado grande, aleja a los residentes de sus lugares de

trabajo, ocio y estudio sin tener una alternativa suficiente de transporte, las viviendas son muy

pequeñas y con espacios poco flexibles que no se acomodan a los distintos tipos y tamaños de

hogares, no hay suficientes servicios de salud y educación, y al concentrar hogares de ingresos

medio bajos y bajos en una localización periférica pueden reforzar la estructura segregada de la

ciudad (Acosta Restrepo, 2011; Guevara, Guevara, Escallón, & Vargas, 2013; Moreno Luna &

Rubiano Bríñez, 2014)44.

Tanto en la literatura internacional como en la local se encuentra además un rechazo a los

espacios residenciales producidos masivamente y dispuestos en conjuntos con cerramientos como

Ciudad Verde. Desde Michel Augé, que concibe los nuevos complejos residenciales periféricos

como “no-lugares” (Augé, 1995, p. 110); la idea del conjunto cerrado -sobre todo de vivienda

44
A estas se suma una crítica desde la gestión territorial que considera a los macroproyectos como una imposición del
Gobierno nacional que no tiene en cuenta los planes de ordenamiento municipales y genera regímenes de
excepcionalidad (Ortiz et al., 2014).
64

social-, como inhibidor de la sociabilidad y la vida pública está presente (Bourdieu, 1999; Niño,

1994). Así, para un sector de la academia el plan es en sí mismo una falencia, la incapacidad de

pensar la vivienda social de otra manera, que se resignó a producir espacios homogéneos, series

interminables de conjuntos cerrados en los que el espacio resultante es necesariamente estéril.

Escallón y Anzellini (en Ángel & O’Byrne, 2012) sugieren pensar en cambio en viviendas diversas

y flexibles, que puedan incorporar usos productivos, que estén bien ubicadas y que contemplen

alternativas a la venta de vivienda nueva terminada, como por ejemplo el desarrollo progresivo.

Detrás de las críticas puntuales al macroproyecto subyacen cuestionamientos más

generales sobre los modelos urbanísticos que guían (y limitan) la forma de producir vivienda hoy

en día en nuestras ciudades, especialmente en el caso de vivienda social. La idea de “nuevas

ciudades” y los modelos de Ciudad Jardín o del nuevo urbanismo 45 que anteceden explícitamente

a los principios de planificación de Ciudad Verde han sido calificados por algunos como

productores en serie de “no lugares” (Augé, 1995), o espacios de aislamiento individualista

(Harvey, 2012) privados de significado. Por ejemplo, para Serje “Utópicamente se tiende a suponer

que mediante un diseño racional se puede crear una infraestructura cuya mera existencia sentaría

las bases para la generación de un nuevo modo de vida, evidentemente más moderno y,

preferiblemente, más articulado a la economía global. Se trata de soluciones que tienen además la

pretensión de ser arquetipo: las utopías se proponen como modelos más que como respuestas

específicas para casos particulares”, pero “al hacer tabula rasa, ignoran la continuidad histórica y

geográfica de las sociedades que se pretende interpelar (…). Esboza su propuesta en un lienzo en

45
El modelo de Ciudad Jardín lo propuso Ebenezer Howard a finales del siglo XIX para la construcción de pequeñas
“nuevas ciudades” en los suburbios ingleses, con la idea de unir lo mejor de la vida en el campo con las facilidades de
la cercanía a las grandes ciudades, en urbanizaciones autogestionadas (Miles, 2008). El denominado “nuevo
urbanismo” surgió en las décadas de 1970 y 1980 a raíz de la crítica a los suburbios norteamericanos dispersos, de
usos exclusivamente residenciales y dependientes del automóvil (Jacobs, 1992) y pretende superar los problemas de
desarrollos urbanos y suburbanos previos al crear espacios públicos caminables y “habitables”, con mezcla de usos y
diseño urbanístico de escala peatonal (Angotti & Irazábal, 2017).
65

blanco, en un vacío histórico y geográfico, que es quizá el único sitio donde es posible construir

la sociedad ideal” (Serje, 2011, p. 7). En la misma línea, Scott compara las “nuevas ciudades”, o

espacios planificados utópicamente en los que se maximiza la influencia de quienes planean, con

lenguas construidas artificial (y también utópicamente) como el esperanto. No obstante ser más

lógico, predecible y universal que las lenguas social e históricamente construidas, el esperanto fue

rápidamente abandonado por ser “ligero”, desprovisto de las resonancias, connotaciones y

tradiciones del uso práctico de cualquier lenguaje socialmente incrustado. Como el esperanto, las

nuevas ciudades y sus espacios racionales son ciudades “ligeras” o superficiales, en las que los

residentes van a tener que acudir a sus repertorios conocidos para hacerlas funcionar, a pesar de

las reglas (Scott, 1998, p. 257).

Estas visiones críticas, aunque en esencia acertadas, necesitan contrastarse con una

comprensión desde lo empírico de cómo personas específicas en contextos particulares hacen (o

no) sentido de estos espacios que para muchos vienen predestinados a ser no lugares, a qué

repertorios recurren, qué barreras y qué posibilidades tienen de generar significados. De lo

contrario, podrían incurrir en lo que ellas mismas critican de la planificación utópica: adjudicar a

priori a ciertos espacios ciertas formas de sociabilidad, asumir que el espacio físico determina el

espacio social (como advierten por ejemplo Cheshire & Buglar, 2016; Gidley, 2013; Tironi, 2009).

Sin limitar mi lente al retrato ideal que presentan el Gobierno y las constructoras, pero tampoco

resignándome al escenario distópico de las críticas académicas, veremos en los siguientes pisos

cómo, bajo qué condiciones y en qué medida la gente logra “lugarizar” estos nuevos ámbitos

residenciales en su proceso de habitar.


66

Abrebocas a la visión de los habitantes

Como la experiencia de los residentes en su proceso de habitar Ciudad Verde es el centro de este

trabajo, y la examino con detalle en los siguientes pisos, aquí solamente sintetizo la percepción

predominante del proyecto en tanto lugar imaginado: la sorpresa inicial, una satisfacción

generalizada con las características del macroproyecto y ciertas inconformidades por las brechas

entre lo planeado y lo vivido.

La primera impresión de muchos de los habitantes que conversaron conmigo sobre su

experiencia en Ciudad Verde fue de sorpresa. En varios casos tuvieron que enfrentarse a una

resistencia inicial, propia o de alguien de la familia, a irse a vivir “por allá”, es decir, en Soacha,

como lo expresaron Lucila y Gabriela:

“Fui a Soacha porque yo no conocía y no, eso es muy cerquita de...no, yo por allá no. (…) Hasta

que di con la sala de ventas de Ciudad Verde. Entonces yo desde allá miré y me pareció como que

ese, como que ese viento, ese verde, como todo tan bonito, como campestre, y dije ah no, pues

aquí es la cosa”. (Lucila)

“Nosotras no conocíamos mucho Soacha, yo le decía a mi hija ‘no, eso es muy lejos, a mí no me

gusta por allá’. Hemos venido y oh sorpresa, ¿y esto dónde es? no es en Soacha. Yo quedé

deslumbrada, ya esto desfigura el concepto que la gente del común tiene de Soacha”. (Gabriela)

Las habitantes explican su sorpresa al ver con sus propios ojos la ciudadela, desde la sala

de ventas y los recorridos por los proyectos, diciendo que no se imaginaron algo tan bonito “aquí”.

Esto se puede interpretar, más allá de lo que entienden por “lo bonito” en cuanto a proyectos de

vivienda, como una sorpresa también porque Ciudad Verde, como proyecto y como realidad,

rompe con las lógicas de lo que comúnmente se entiende por una urbanización en el sur de Bogotá

(Beuf, 2012) y más aún en el municipio de Soacha -lo que Abramo (2011) llama “convenciones

urbanas”-. Es sorprendente que sea bonito, pero es aún más sorprendente que sea “aquí”.
67

La percepción de Ciudad Verde por parte de la mayoría de residentes con quienes conversé,

más allá de sus primeras impresiones, es de satisfacción con el diseño de los conjuntos y los

espacios públicos y equipamientos. Las críticas al Macroproyecto están más orientadas a hacer

visibles las promesas incumplidas, las desviaciones del plan, la diferencia entre la maqueta y la

ciudad vivida. En general no se resisten al plan sino que al contrario, su inconformidad es por la

brecha entre lo planeado y lo vivido. Hay residentes inconformes porque apenas unos años después

de inaugurada la ciudadela, en Ciudad Verde las zonas verdes ya están secas y deterioradas, hay

grafitis en los muros, se han robado canecas y bancas de los parques, el transporte hacia Bogotá y

Soacha sigue siendo insuficiente y todavía no hay suficientes cupos en colegios ni han construido

el hospital que tienen planeado. Esto sin contar los usos “indeseables” del espacio público, como

consumo de drogas en las zonas verdes y puestos de ventas en las calles, y del espacio privado,

como el ruido en los apartamentos o la ropa colgada en las ventanas.

Figura 10. “Publicidad engañosa”. Meme que circuló en los grupos de Facebook de Ciudad Verde46. Recuperado del muro de
Tatiana (Frailejón, VIP) en octubre 12 de 2015.

46
El texto dice “57 hectáreas de zonas verdes (secas). 9 km de ciclorrutas (invadido por vendedores ambulantes).
Importantes vías de acceso (1 sola de doble carril). Colegios públicos y privados (sin cupos). CDI. Jardín Infantil
68

La ciudad planeada como promesa de futuro

Un plan, como indican Abram y Weszkalnys (2013), es mucho más que simplemente un éxito o

un fracaso, y la temporalidad del plan no es necesariamente un movimiento directo desde el

presente hacia el futuro. Más que ser excepcionales o incidentales, los fracasos, desajustes,

discrepancias y brechas son constitutivos de las prácticas de la planeación. En vez de lamentarlas

o simplemente identificarlas, la tarea de la etnografía es mostrar cómo las personas se ocupan de

estas brechas y desajustes, y comprender cómo son significativas para la vida de quienes “habitan

el plan”. Esta es la tarea que asumo al elaborar sobre la experiencia de los residentes examinando

sus relaciones con los espacios y con los vecinos en los siguientes pisos.

Por ahora queda claro que la emergencia de Ciudad Verde como modelo de planificación

urbana y de producción de vivienda social, como una verdadera “ciudad planeada”, es el resultado

de un ensamblaje particular, en el que se movilizan ideas vigentes en la manera contemporánea de

hacer ciudad como alianzas público-privadas, grandes proyectos urbanos de escala metropolitana,

planificación de ciudad-región, diseño urbano sostenible, mezcla de usos, espacio público de

calidad; modelos internacionales y locales, regulaciones específicas gestionadas desde lo público

y desde lo privado. Y el plan que resulta de este ensamblaje trae consigo el éxito y el fracaso, el

futuro que llega y el que permanece elusivo. O como me dijo Mary, riéndose: “Vivimos en la

ciudad del futuro: del futuro hospital, de los futuros colegios, del futuro transporte”.

ICBF (sin cupos). Teletón (si no tienes plata no atienden). Biblioteca (100 libros y goteras). CAI de policía (y policías
por turno). Hospital privado (?), Estación de policía (?)
69

Figura 11. La ciudad “del futuro” (lote destinado para el hospital). Foto: autora (19 de octubre de 2015)

Pero para comprender esta manera particular de producción del espacio no basta con

describir el ensamblaje de ideas, instrumentos, modelos y regulaciones del caso particular. Ciudad

Verde existe también por encontrarse en un contexto económico, político y social más amplio. Es

necesario entender entonces las condiciones que hicieron posible que emergiera Ciudad Verde tal

y como luce hoy, y a esto dedico la siguiente sección.

102. Condiciones de posibilidad de la emergencia de Ciudad Verde

Las condiciones de posibilidad que hicieron viable un macroproyecto de vivienda social de gran

escala en las afueras de Bogotá fueron varias. Aquí analizo tres de ellas: 1. Una política de vivienda

de interés social que desde la década de 1990 pasó de ser de producción estatal a estar en manos

de los constructores privados; 2. Un mercado inmobiliario en el que la vivienda en edificios en

grandes conjuntos cerrados es el espacio habitacional predominante en estratos socioeconómicos

medios y altos y 3. Un proyecto de construcción de clase media a través del consumo en general,

y de la propiedad de la vivienda en específico.


70

Una política de vivienda social “mercantilizada”

Hay una gran sala de ventas principal donde vendemos Ciudad Verde, o sea, usted llega como

familia, entra allá y les contamos qué es Ciudad Verde, por qué Ciudad Verde y les contamos las

bondades. Después la persona entra a este parque de ventas, yo lo comparo con un centro

comercial. Si usted necesita zapatos, usted va al centro comercial y tiene cuatro, cinco almacenes

de zapatos. Si usted va a comprar los zapatos, elige el mejor valor, donde lo atiendan bien, y esto

es la misma filosofía. Ahora siete constructores estamos compitiendo sanamente para poder vender

en Ciudad Verde. Donde no lo atiendan bien, pues se va para la otra, el que tenga mejor producto.

Y nos ha ido bien. (Presidente Amarilo S.A)

Cuando he expuesto avances de mi trabajo en eventos a colegas de otros países y digo que Ciudad

Verde es un proyecto de vivienda de interés social, muchos se confunden, pues lo que muestro y

cuento no suena similar lo que aparece en la literatura como “vivienda social”. En países

anglosajones y algunos de América Latina, vivienda social se refiere a viviendas “protegidas de

las leyes del mercado” (Girola, 2007), resultado de acciones directas del estado orientadas a

generar soluciones habitacionales para los más pobres, frecuentemente con esquemas distintos al

de la propiedad; que recientemente han sido desmanteladas en varios países por la transición entre

los estados de bienestar y los regímenes neoliberales. La vivienda de interés social en Colombia

es más parecida a la vivienda social de Chile, producida por privados y vendida a los residentes

con un subsidio a la demanda (Rodríguez & Sugranyes, 2011). Y esto hace necesaria una mayor

contextualización al presentar mi caso, y una precaución al contrastar la experiencia que estudio

con los referentes internacionales y con la literatura que alimenta el análisis.

¿De qué hablo yo entonces cuando hablo de vivienda de interés social en Colombia? Hay

varios trabajos que explican con gran detalle el tránsito en el país de unas políticas de vivienda en

las que el estado era el productor de vivienda social a unas en las que es un “facilitador” (Coulomb,
71

2013), o unas políticas que llevan más de dos décadas orientadas hacia el mercado (Bermúdez,

Gaviria, & Salcedo, 2012; N. Cuervo & Jaramillo, 2009; Parias, 2012; Saldarriaga Roa &

Carrascal, 2006). De una revisión de estos documentos hago aquí una breve síntesis en forma de

línea de tiempo en la que incluyo tanto la discusión internacional sobre vivienda (el eje superior

de la línea de tiempo, en color morado), la legislación y ajustes institucionales en Colombia (debajo

de la línea de tiempo, en azul), y las acciones concretas de construcción de proyectos de vivienda

tomando el ejemplo de Bogotá (en la parte inferior de la imagen, en rojo).

Figura 12. Línea de tiempo producción de vivienda de interés social en Colombia y Bogotá. Elaboración propia con datos de
(Ángel & O’Byrne, 2012; Bermúdez et al., 2012; N. Cuervo & Jaramillo, 2009; Forero, 2012; Parias, 2012; Saldarriaga Roa &
Carrascal, 2006)

Las ciudades colombianas crecieron vertiginosamente desde mediados del siglo XX a

causa de las migraciones campo ciudad, producidas tanto por la industrialización que venía desde

el siglo anterior como por la violencia bipartidista a mediados de siglo y el conflicto armado con

grupos guerrilleros y paramilitares que continúa ya entrado el siglo XXI. Ante esta presión
72

demográfica, la producción del espacio urbano en Colombia por parte del estado estuvo marcada

por la intención de generar orden y de modernizar la sociedad –de una sociedad agrícola

“retrógrada” a una economía moderna-, con la influencia de agencias multilaterales 47 que fueron

protagonistas de los procesos de urbanización en las ciudades de América Latina (I. P. Cuervo,

2013). Las intervenciones destinadas a proveer vivienda a los más pobres en el país, aunque se han

transformado tanto en su racionalidad, objetivos y espacios construidos, han estado encaminadas

más hacia un objetivo de erradicación del desorden –es decir, como estrategias para contener el

crecimiento de la urbanización “informal”- que a una labor de inclusión social o como parte de un

estado de bienestar.

Desde principios del siglo XX hasta la década de 1940, el objetivo principal de las acciones

de planificación conocidas como el “urbanismo sanitario” había sido erradicar la proliferación de

enfermedades en los asentamientos de la clase proletaria (Zeiderman, 2016). Desde los años 40 el

objetivo de modernización se sumó al del urbanismo sanitario. De esta manera, el modelo de

Ciudad Jardín de Ebenezer Howard y las discusiones de los CIAM 48 sobre lograr viviendas que

suplieran el “mínimo existencial” para las condiciones de vida de la población, orientadas a

garantizar las condiciones de salubridad de las viviendas 49, dictaron la pauta para la producción de

vivienda en Colombia, en forma de barrios obreros y planes para modernizar las ciudades

(Bermúdez et al., 2012). En 1939 el Gobierno nacional fundó el Instituto de Crédito Territorial

(ICT) que fue la institución estatal protagonista en la producción de vivienda para los más pobres

durante la mayor parte del siglo XX en Colombia. Sin embargo, su producción en relación con las

necesidades de vivienda del país fue insuficiente, y más aún a partir de la década de 1960, cuando

47
Como el BID, la CEPAL y el FMI
48
Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (1928-1959)
49
La visión del “derecho al techo” está enmarcada en el derecho a la salud de la Declaración Universal de Derechos
Humanos de 1948. (Giraldo et.al 2009 citados en Camargo & Hurtado-Tarazona, 2011)
73

las ciudades colombianas crecieron aceleradamente por migraciones campo-ciudad, lo que hizo

que una gran porción de la demanda de vivienda fuera suplida por los mercados informales de

tierras (Parias, 2012). Parte de la intervención estatal se dio, como en otras ciudades de América

Latina, en forma de regularización de barrios con financiación de organismos internacionales (Di

Virgilio, Guevara, & Arqueros Mejica, 2014). Pero aparte de estas intervenciones de

regularización, la planeación modernista, que fue la forma predominante de intervención espacial

en las ciudades colombianas, siguió dejando por fuera a un gran sector de la población y

“proporcionaba los instrumentos para marginar y criminalizar a los pobres bajo el pretexto de estar

mejorando la vida urbana” (F. Pérez, 2010, p. 58).

Desde 1942, año en que el ICT comenzó a producir vivienda urbana además de la rural, y

hasta la década de 1970, la vivienda de interés social que produjo este instituto combinó proyectos

estatales de gran escala con proyectos de autoconstrucción dirigida, en los que se subsidiaban lotes

para desarrollo progresivo de vivienda para los sectores de más bajos ingresos. Una excepción de

este período fue el Centro Urbano Antonio Nariño, iniciado en 1952, que fue el primer conjunto

de vivienda pública multifamiliar en Colombia (960 apartamentos), inspirado en la Unidad

Habitacional de Le Corbusier 50. Luego vinieron más proyectos en edificios, como el Conjunto

Residencial Colseguros en 1965 (construido por empresa privada) y la urbanización Pablo VI en

1968 (Forero, 2012). Hasta este punto ya la forma de producir vivienda social en el país se había

transformado por lo menos en dos dimensiones: primero, era posible hacer vivienda social en

altura. Segundo, la empresa privada podía construir vivienda social. Además, como anota

Zeiderman (2016), hubo una transformación en la racionalidad de la política pública: el objetivo

50
Le Corbusier afirmaba que en Bogotá los sectores que obedecían la cuadrícula española eran la urbanización
ordenada, y que el desorden estaba en los “nuevos” barrios. El “desorden”, sin embargo, era realmente la periferización
de la pobreza (Holston 2008, en F. Pérez, 2010).
74

de aliviar la pobreza se superpuso al de la modernización, nuevamente con influencia de políticas

anti-pobreza impulsadas por agencias multilaterales en América Latina. Así, surgió la categoría de

vivienda de interés social y “el pobre reemplazó al obrero como el objeto de intervención

gubernamental” (Zeiderman 2016, p. 109 traducción propia).

En la década de 1970 estas transformaciones se consolidaron, apoyadas en varios procesos.

El estudio de normas mínimas de urbanización, realizado por el Gobierno nacional y el

Departamento Administrativo de Planeación Distrital de Bogotá en 1971, tuvo como propósito

“reducir los costos de urbanización al mínimo compatible con un nivel decoroso de subsistencia,

de manera que se ofrezca a las familias de menores recursos económicos una alternativa realista,

dentro de la ley, a las soluciones espontáneas tales como urbanizaciones clandestinas, invasión de

terrenos y otros similares” (Parias, 2012, p. 75). Así, se legitimaron unos estándares urbanísticos

mínimos para la urbanización y producción de vivienda -como los lotes de 72 m2-, que luego

fueron imitados también en el mercado informal (Camargo & Hurtado-Tarazona, 2013).

En esta época los constructores que trabajaban por encargo -construyendo viviendas

individuales para sectores de ingresos medios y altos- pudieron convertirse en agentes capitalistas

gracias a un conjunto de reformas financieras: la creación del sistema UPAC (Unidad de Poder

Adquisitivo Constante) como incentivo para el ahorro orientado a créditos de vivienda y el

surgimiento de las Corporaciones de Ahorro y Vivienda (CAV) como banca especializada en el

sector de la construcción y los ahorradores (N. Cuervo & Jaramillo, 2009). La producción

capitalista de vivienda, en forma de grandes proyectos estandarizados, comienza su auge gracias

también a un crecimiento de la clase media que está dispuesta a adoptar este tipo de viviendas y a

ubicarse, por precio, en nuevas localizaciones periféricas.


75

En 1976 se incorporó en la discusión internacional el derecho a la vivienda (Conferencia

de Vancouver- Habitat I), y el derecho a un nivel de vida adecuado (Pacto de Derechos Sociales,

Económicos y Culturales), nociones que Colombia adoptó e incorporó posteriormente en sus

objetivos de política de vivienda. Sin embargo, la magnitud de la producción capitalista de

vivienda hacía ya que la política de vivienda quedara en una posición intermedia entre los objetivos

económicos -promoción del sector de la construcción para el desarrollo y la generación de empleo-

y los sociales -provisión de vivienda para los más pobres-.

La década de 1980, en parte por el crecimiento del crimen urbano asociado al narcotráfico

y la preocupación por la seguridad, vio el surgimiento y consolidación del modo residencial

predominante en algunas ciudades colombianas, sobre todo en Bogotá, hasta la actualidad: los

conjuntos cerrados de apartamentos para todos los niveles de ingresos (que profundizo en la

siguiente sección). A nivel internacional se discutía ya la necesidad de trascender el derecho a la

vivienda como simplemente proveer un techo para generar viviendas con infraestructura, servicios,

dotaciones y entornos de calidad. Paralelamente, en Bogotá surgieron proyectos de gran escala que

incluyen estas infraestructuras, servicios, zonas verdes y equipamientos: Ciudad Salitre para las

clases medias, y en vivienda social la Ciudadela Colsubsidio (ambos, como mencioné en el 101,

antecedentes explícitos de Ciudad Verde). Como la oferta de vivienda social seguía siendo

insuficiente, el mercado informal también se expandió en estos años, los barrios de origen informal

más centrales y antiguos se densificaron y creció el mercado de alquiler; mientras que en las

periferias se consolidaron grandes promotores ilegales (Parias, 2012).

En la década de 1990, en medio de la apertura económica y la descentralización, se

consolidaron varias transformaciones que dieron el giro final a las formas de producción de

vivienda social en Colombia. Primero, la incorporación de la función social y ecológica de la


76

propiedad en la ley de reforma urbana (ley 9 de 1989) que hizo posible la compra de grandes

terrenos para proyectos de interés social. Segundo, la Constitución Política de 1991, que incorporó

las tensiones entre democratización y neoliberalismo en Colombia 51, introdujo el derecho a una

vivienda digna52 y el rol del estado como quien fija las condiciones para hacer efectivo este derecho

a través de promover planes de vivienda social, y no de producir la vivienda directamente 53. Los

preceptos constitucionales terminaron dando forma a la Ley 3 de 1991, conocida como la Ley de

VIS, en la que se desmontaron las entidades y programas nacionales de producción de vivienda de

interés social para reemplazarlos por el mecanismo de subsidios directos a la demanda, esto es,

que el estado otorga financiación parcial para la compra de vivienda directamente a los hogares.

Anzellini, Escallón y Herrera (2012) mencionan que la ley contemplaba varias modalidades para

aplicar estos subsidios -como compra de vivienda terminada, adquisición de lotes, vivienda

progresiva, materiales para mejoramiento de vivienda, vivienda usada-, pero que la que terminó

canalizando la mayor parte de estos subsidios fue la compra de vivienda nueva.

El Gobierno nacional liquidó entonces el ICT y creó el INURBE para gestionar los

subsidios. Además, se acabó el sistema financiero especializado en el sector de la construcción (el

sistema UPAC y las CAV) y se unificó con el resto del sector financiero, en la multibanca (N.

Cuervo & Jaramillo, 2009). De esta manera se trasladó gran parte de la producción de vivienda

51
Pues “Al lado de las medidas para reducir el tamaño del Estado, desregular mercados y privatizar servicios públicos,
se introdujeron ideales democráticos de participación cívica, justicia social y descentralización política” (F. Pérez,
2010, p. 61).
52
En consonancia con la definición del derecho a la vivienda adecuada incorporado por la Organización de Naciones
Unidas “[...] un lugar con privacidad, espacio suficiente, accesibilidad física, seguridad adecuada, seguridad de
tenencia, estabilidad y durabilidad estructural, iluminación, calefacción y ventilación dignos. Una infraestructura
básica que incluya abastecimiento de agua, saneamiento y eliminación de desechos, factores apropiados de calidad
del medio ambiente y de salud, y un emplazamiento adecuado y con acceso a fuentes de trabajo y a los servicios
básicos, todo ello a un costo razonable”. (Giraldo, Bateman, & Torres, 2004, p. 19)
53
Artículo 15 de la Constitución Política: "Todos los colombianos tienen derecho a vivienda digna. El Estado fijará
las condiciones necesarias para hacer efectivo este derecho y promoverá planes de vivienda de interés social, sistemas
adecuados de financiación a largo plazo y formas asociativas de ejecución de estos programas de vivienda"
77

social al sector privado, lo que le convenía a las constructoras pues para principios de los años 90

la demanda de los grupos de mayores ingresos se saturó y a mediados de la década el sector

inmobiliario entró en crisis. La opción de construir vivienda de interés social, a menores precios

pero en mayores cantidades, les permitió entonces subsistir en el negocio (Parias, 2012). El

resultado espacial de estas transformaciones fue la proliferación de conjuntos de vivienda social

en apartamentos, construidos de tal manera que los costos fueran lo más bajos posible para lograr

el margen de ganancias esperado por los constructores (Parias, 2012). Este ahorro se da en:

localizaciones periféricas donde el suelo es más barato, diseños estandarizados, materiales de

menor costo -y por ende menor calidad- y tamaños de vivienda reducidos al máximo.

En la primera década del siglo XXI la discusión internacional incluyó nociones de

sostenibilidad para los asentamientos humanos. En la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad

se articuló el derecho a la vivienda adecuada con el derecho a la ciudad, que “es definido como el

usufructo equitativo de las ciudades dentro de los principios de sustentabilidad, democracia,

equidad y justicia social. Es un derecho colectivo de los habitantes de las ciudades, en especial de

los grupos vulnerables y desfavorecidos, que les confiere legitimidad de acción y de organización,

basado en sus usos y costumbres, con el objetivo de alcanzar el pleno ejercicio del derecho a la

libre autodeterminación y un nivel de vida adecuado” (“Carta Mundial por El Derecho a la

Ciudad”, 2013, p. 369). Sin embargo, la manera de producir vivienda social en Colombia no se

modificó sustancialmente, siguió estando principalmente en manos del sector de la construcción y

del sector financiero. En Bogotá Enrique Peñalosa, durante su primera alcaldía (1998-2000), fundó

Metrovivienda como agencia pública que compra suelo, lo urbaniza y lo vende a los privados para

que construyan vivienda social, con dos grandes ciudadelas ubicadas en la periferia suroccidental

de la ciudad como resultado: El Recreo y Porvenir. Además de la escala de las intervenciones, la


78

novedad que resaltaba la alcaldía fue la inclusión de espacio público, vías y equipamientos dentro

de urbanizaciones de vivienda social. Aunque dentro de los proyectos de Metrovivienda se abría

la posibilidad de proyectos gestionados por organizaciones populares de vivienda (OPV), la

mayoría de las viviendas fueron construidas por empresas privadas (I. P. Cuervo, 2013). Las

constructoras privadas construyeron también la mayoría de viviendas de interés social fuera de las

ciudadelas de Metrovivienda, casi todas en localizaciones periféricas, incluso sobrepasando los

límites municipales -en municipios circundantes como Soacha, Mosquera y Madrid-. En 2007,

durante el segundo gobierno de Álvaro Uribe, el Gobierno nacional creó la figura de los

Macroproyectos de Interés Social Nacional54 -de los que Ciudad Verde es el primero y el más

grande del país- para “agilizar” la disponibilidad de suelo urbanizable e incentivar el crecimiento

económico jalonado por el sector de la construcción. Como ya contó el presidente de Amarilo, esta

ley fue sancionada con ayuda del lobby del gremio de la construcción. En 2010 un grupo de

Concejales de Bogotá demandó la figura por inconstitucionalidad, y la Corte Constitucional la

declaró inexequible por violar la autonomía municipal para definir la clasificación y usos del suelo

en sus planes de ordenamiento (Universidad Nacional de Colombia, 2011). En 2011 el Gobierno

nacional redefinió la figura para posteriores aplicaciones, con los llamados “macroproyectos de

segunda generación”.

Actualmente, la política de vivienda del Gobierno nacional está compuesta por tres

programas en los que se segmenta a los beneficiarios según “grupos poblacionales”. Para la

población “en situación especial de vulnerabilidad” 55 está el Programa de Vivienda Gratuita. Para

54
Artículo 79 de la Ley 1151 de 2007, “Por la cual se expide el Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010”
55
Se refiere “a la población que se encuentre en alguna de las siguientes condiciones: a) que esté vinculada a programas
sociales del Estado que tengan por objeto la superación de la pobreza extrema o que se encuentre dentro del rango de
pobreza extrema, b) que esté en situación de desplazamiento, c) que haya sido afectada por desastres naturales,
calamidades públicas o emergencias y/o d) que se encuentre habitando en zonas de alto riesgo no mitigable. Dentro
de la población en estas condiciones, se dará prioridad a las mujeres y hombres cabeza de hogar, personas en situación
de discapacidad y adultos mayores.” (Congreso de la República de Colombia, 2012, artículo 12)
79

los hogares con capacidad de ahorro y con ingresos inferiores a dos salarios mínimos legales

vigentes 56 -el 26,8% de los hogares colombianos 57- está el programa de Vivienda de Interés

Prioritario para Ahorradores (VIPA). Para la “clase media”, definida como los hogares con

ingresos entre dos y cuatro salarios mínimos legales vigentes -el 51,4% de los hogares

colombianos-, está el programa de promoción de acceso a la vivienda de interés social “Mi Casa

Ya” (Decreto 0428 de 2015 Minvivienda). La Vivienda de Interés Social en Colombia incluye

explícitamente como “clase media” a los sectores con ingresos mensuales a partir de $1.562.000

(aproximadamente USD 562).

Aunque en la política y proyectos de vivienda social actual en Colombia se incorporan las

ideas y objetivos actualizados de la discusión internacional -sostenibilidad, gestión del riesgo,

calidad de la vivienda y el entorno, accesibilidad a transporte, equipamientos y servicios urbanos-,

en la racionalidad que guía las intervenciones espaciales sigue teniendo peso el objetivo de

modernización, tal como en los modelos de Ciudad Jardín de principios del siglo XX. Tal vez es

porque, como argumenta Zeiderman, en Colombia la modernización económica ha sido una

promesa perpetua más que una realidad cumplida, el estado de bienestar nunca estuvo

completamente establecido, y el liberalismo ha sido un proyecto continuo con alcances y éxitos

limitados” (Zeiderman, 2016, p. 129, traducción propia). Y esto hace que al hablar de “vivienda

social” en Colombia se hable de algo distinto a lo que se refiere la literatura de países con

trayectorias diferentes.

El Plan Nacional de Desarrollo del primer gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2014)

sintetiza la manera actual de pensar la producción de vivienda en Colombia:

56
El salario mínimo para 2018 en Colombia es de $781.242, equivalente a USD 281. El salario tope para VIPA es
entonces de USD 562.
57
Dato de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida 2013, citado en (Ministerio de Vivienda Ciudad y Territorio,
2015a).
80

La construcción constituye nuestra gran apuesta de aprovechar el incremento en la demanda de

vivienda que se genera con el mayor dinamismo económico, para impulsar la generación de

empleo, especialmente en las zonas urbanas del país. Así mismo, el sector de vivienda, dados sus

eslabonamientos con múltiples y diversas actividades económicas, tiene el potencial de dinamizar

la economía e impulsar el crecimiento y la generación de empleo de manera casi transversal. Lo

anterior sin dejar de mencionar el impacto social que implica para los hogares colombianos contar

con más y mejores condiciones de habitabilidad. (DNP, 2011, p. 62)

Aquí se hace explícita la vocación económica de las políticas de vivienda, haciendo mayor

énfasis en el impulso al sector de la construcción que en el acceso a la vivienda en sí mismo, por

lo que la vocación social de la política de vivienda queda subordinada. La política de vivienda en

Colombia ha venido siendo desde principios de la década de 1990 hasta hoy, como la clasifica

CEPAL, una “política orientada al mercado” (Anzellini et al., 2012; Bermúdez et al., 2012; N.

Cuervo & Jaramillo, 2009; Parias, 2012; Saldarriaga Roa & Carrascal, 2006), que obedece a una

tendencia global de “financiarización de la vivienda”. La financiarización de la vivienda se

caracteriza por el retiro de los estados del sector de la vivienda, el consenso generalizado de la

propiedad de vivienda como sinónimo de libertad y ascenso social y la “socialización del crédito”

que incorpora nuevos consumidores de ingresos bajos y medios en los circuitos financieros

(Aalbers, 2017; Rolnik, 2013). En la literatura se han documentado profundas consecuencias

sociales y económicas de este proceso, sobre todo para los habitantes más pobres de las ciudades,

como la “nueva pobreza urbana”, referida a los problemas que genera acceder a vivienda propia

en localizaciones periféricas y segregadas (Di Virgilio & Kessler, 2008; Tironi, 2003), o la

“pobreza inducida por la vivienda”, referida a los costos elevados que implica para algunos acceder

y mantener la propiedad de la vivienda (Kutty, 2005; Mimura, 2008; Ruprah, 2010).


81

La vivienda social en las ciudades colombianas se produce hoy, en su mayor parte, como

conjuntos cerrados de apartamentos en localizaciones periféricas 58, construidos y comercializados

por empresas privadas. Salvo por los subsidios a los compradores y algunas restricciones que

implica acceder a estos, como no poder vender la vivienda durante un mínimo de años 59, las

viviendas de interés social circulan en el mercado como cualquier otro inmueble, incluso se pueden

comprar sin subsidio. En ese sentido, son “viviendas como cualquier otra”, lo que contribuye a

que quienes compran aquí puedan sentirse insertos en una trayectoria de ascenso social, como

parte de la clase media colombiana. Y esto nos lleva a la segunda condición de posibilidad.

Conjuntos cerrados en propiedad horizontal para todos

En Bogotá el conjunto cerrado de edificios es hoy una forma generalizada de vivienda para las

personas de ingresos medio-bajos, medios y altos. Por esto, la propiedad horizontal 60 - figura que

tiene antecedentes en la ciudad incluso desde mediados del siglo XX 61- se ha convertido en el

régimen normativo que regula la vida individual y colectiva de un creciente grupo de personas 62.

Aunque hay variaciones entre los conjuntos en cuanto a tamaño de los apartamentos,

equipamientos de los conjuntos, localización y evidentemente precios, hoy en día es posible

58
Una excepción en Bogotá es el proyecto Plaza de la Hoja, de vivienda gratuita en una localización central, que fue
gestionado por el sector público y construido por un privado por concurso arquitectónico.
59
Cinco años según la Ley 3 de 1991 (Congreso de la República de Colombia, 1991, artículo 8), ampliados a 10 años
por la Ley 1537 de 2012 (Congreso de la República de Colombia, 2012, artículo 8).
60
La propiedad horizontal es una “forma especial de dominio en la que concurren derechos de propiedad exclusiva
sobre bienes privados y derechos de copropiedad sobre el terreno y los demás bienes comunes, con el fin de garantizar
la seguridad y la convivencia pacífica en los inmuebles sometidos a ella, así como la función social de la propiedad”
(Ley 675 de 2001, artículo 1). El régimen de propiedad horizontal está establecido desde una ley nacional que aplica
de manera estándar para todos los conjuntos residenciales.
61
Después del “Bogotazo” o los disturbios que siguieron al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, en los que se
destruyeron numerosas edificaciones del centro de la ciudad, el gobierno emitió la ley 182 de 1948 que era un primer
esbozo del actual régimen de Propiedad Horizontal (Hernández Velasco, 2013).
62
Hoy en día el 70% de los predios residenciales de Bogotá están en Propiedad Horizontal, lo que incluye edificios y
conjuntos cerrados (Departamento Administrativo de Catastro Distrital 2016).
82

encontrar grandes conjuntos residenciales de edificios en Bogotá en todos los estratos

socioeconómicos (menos en estrato 1).

Parias relata el proceso de aparición y generalización de esta forma de producción de la

vivienda, que comenzó como vivienda para estratos medios pero que a partir de los años 80 los

grupos de mayores ingresos pasan a aceptar cada vez más vivir en construcciones en altura

producidas por promotores privados, abandonando casi definitivamente la construcción por

encargo, que había marcado tradicionalmente la preferencia residencial de estos grupos -aunque

se mantuvo en quienes se movieron hacia los municipios de las afueras del norte de Bogotá-

(Parias, 2012). Vivir en conjunto cerrado fue para muchas familias desde finales del siglo XX una

manera de alcanzar a la vez exclusividad social y seguridad (Téllez Vera, 2008), sobre todo ante

la oleada de violencia asociada al narcotráfico en ciudades como Bogotá y Medellín en las décadas

de 1980 y 1990 que hizo que el miedo al crimen tuviera como respuesta la proliferación de rejas y

cerramientos (A. Salcedo & Zeiderman, 2008).

Vivir en apartamento y en conjunto cerrado en Bogotá es entonces “normal” en un sentido

estadístico -lo que más ocurre- y como veremos en los siguientes pisos, también “normal” en un

sentido normativo, lo que debe ser. Así, la vivienda de interés social en conjuntos cerrados de

edificios materializa cierta conexión de quienes viven ahí con los demás residentes de la ciudad

“formal”, especialmente con los estratos más altos. Los constructores lo hacen explícito: “A las

fachadas de una vivienda de interés social construida por Prodesa se les da tal calidad estética que

la ciudadanía en general las confunde con las de los estratos altos” (Santamaría, 2012, p. 12). En

Bogotá vivir en conjuntos de edificios puede ser un marcador de estatus, en contraste con ciudades

de otros países donde existe una brecha arquitectónica entre la vivienda para los hogares de clases
83

medias y altas –que prefieren casas- y la vivienda social en urbanizaciones de arquitectura moderna

a la que se ven relegada los más pobres (Bristol, 1991; Girola, 2008; Miller, 2010).

Muchos residentes de Ciudad Verde valoran vivir en conjunto cerrado como algo positivo.

En el piso 2 muestro cómo los residentes interpretan vivir en este tipo de urbanizaciones como un

elemento más de lo que significa una vivienda “normal”, y sobre todo es vivir, con sus pros y sus

contras, como vive el resto de la gente en la ciudad “formal” -en oposición a la ciudad “informal”,

que es la de los barrios populares-. Uno de los factores que hace que este tipo de vivienda -

estandarizada, en altura, en conjuntos cerrados- sea aceptado e incluso deseado, es entonces que

existe un “consentimiento social” de esta forma de producción capitalista de la vivienda, que ya

está incorporada al “sentido común” de la gente 63 (Serin, 2016). Este consentimiento social podría

interpretarse como el éxito de una visión de negocio del sector inmobiliario, que logró que los

valores estéticos y de aspiración de la gente coincidieran con las formas más baratas de producción

de la vivienda. Esto nos lleva a la tercera condición de posibilidad, que es la idea del ascenso de

clase a través del consumo, específicamente de la compra de vivienda.

Un proyecto nacional de formación de clase media a través del consumo (de vivienda)

En 2015 el presidente de la República, Juan Manuel Santos, anunció citando cifras del Banco

Interamericano de Desarrollo que el 55% de la población del país es ahora de clase media, ya que

en los últimos años cada vez más personas han podido “salir” de la pobreza 64. Delegados del BID

hicieron precisiones al respecto:

63
Para Serin, que retoma a Gramsci, las formas hegemónicas de producción del espacio son coproducidas por la
sociedad política (que produce materialmente los espacios mediante regulaciones, planes y proyectos) y por la
sociedad civil, que produce el “consentimiento social” con influencia de la publicidad inmobiliaria y los medios de
comunicación (Serin, 2016).
64
Álvarez-Rivadulla (2016) señaló que éste y otros anuncios aún más optimistas del crecimiento de la clase media en
Colombia contrastan con indicadores que muestran la enorme desigualdad (Coeficiente de Gini de 0,522 y un 48% de
la población trabaja en el sector informal según el DANE).
84

“Acá la clase media no es de jardín y piscina”, dice Rafael de la Cruz, representante del BID en

Colombia. “Nosotros la vemos más bien como un grupo que superó la pobreza y que puede destinar

parte de sus ingresos a adquirir bienes materiales”. En Colombia, la clase media compra casa y

carro, tiene tarjeta de crédito y teléfono inteligente y puede pensar en la educación de sus hijos y

en la seguridad de su familia. (“Colombia, un país de clase media”, 2015).

El Gobierno nacional y el sector financiero usan el término “clase media” desde una

perspectiva que se limita a un rango de ingresos y a determinada capacidad de consumo. Desde la

política nacional de vivienda, como mostré en la sección anterior, se asume como “clase media” a

los hogares con ingresos entre 2 y 4 salarios mínimos, quienes con ayuda de un subsidio y de un

crédito hipotecario pueden acceder al “sueño de la vivienda propia”. Estas clases medias son

cercanas a las que caracteriza Kopper (2015, 2016) para el caso de Brasil como clases medias

emergentes o “nuevas” que carecen de la acumulación de otros tipos de capitales; o a las clases

medias “aspiracionales” en Chile, definidas como “un grupo con raíces, parientes y un pasado

basado en la pobreza, pero con poder adquisitivo cercano a las clases medias y cierta capacidad

para acceder a salud, educación y vivienda privadas” (Tironi 1999, en R. Salcedo & Rasse, 2012,

p. 101). Estas clases medias emergentes no tienen ni el nivel educativo ni las condiciones laborales

de lo que comúnmente se conoce como las “clases medias globales” (Heiman, Liechty, & Freeman,

2012), y son más pobres y más “oscuras” que estas (Dávila, 2016). Pero sí cuentan con una

capacidad de consumo de bienes y servicios, que en parte se debe a la expansión del crédito y a

estrategias de mercadeo de las empresas orientadas a la “base de la pirámide” para capturar nuevos

sectores sociales o “mercados emergentes” como consumidores (Beuf, 2012; Kopper, 2016).

En muchos países de América Latina la formación de clases medias se evoca para justificar

intervenciones como megaproyectos urbanos y centros comerciales (Dávila, 2016). Es justamente

lo que ha pasado en las periferias de Bogotá, en las que la vivienda para las clases medias
85

emergentes se construye en forma de grandes complejos residenciales en áreas históricamente

ocupadas por urbanizaciones de origen informal y comercios de pequeña escala. De esta manera,

llevar los desarrollos inmobiliarios a las periferias metropolitanas facilita que hogares con menor

capacidad adquisitiva puedan también acceder al “sueño de la vivienda propia”.

Figura 13. Casa y carro: el ascenso a la clase media (Imagen recuperada de www.ciudadverde.com.co el 7 de febrero de 2017)

El proyecto de formación de clases medias a través de la propiedad de la vivienda es un

proceso que ocurre desde hace algún tiempo -especialmente después de la década de 1980, con el

“giro neoliberal” y la “financiarización” de la vivienda (Aalbers, 2017; Palomera, 2014b; Rolnik,

2013)- y en distintos lugares tanto del primer como del “Tercer Mundo”65. En Colombia este

proyecto inicia con la política de vivienda orientada al mercado –que, a diferencia de otros países,

no implica una disminución de las viviendas públicas, pues en el país nunca tuvieron presencia

importante-. Aquí, las personas que logran acceder a una vivienda de interés social en el mercado

formal son quienes tienen ciertas condiciones laborales y de ingresos, es decir, “los que están mejor

65
En el Reino Unido, por ejemplo, desde la era de Tatcher y su programa “Right to Buy” (derecho a comprar) en el
que las viviendas públicas comenzaron a ser vendidas a los residentes (Allen, 2008; Nowicki, 2017), acceder a la
vivienda propia se convirtió tanto en una manera de asegurar una riqueza personal y nacional como en un proyecto
moral de formación de clases medias como ciudadanos “responsables” (Nowicki, 2017). En ciudades asiáticas, “la
obtención del estatus de clase media frecuentemente coincide con la compra de casas o apartamentos en desarrollos
planificados, usualmente en las periferias urbanas y con impactos ambientales perjudiciales e incertidumbre social”
(Silver 2008; Douglass 2010; Bunnell et al. 2012 citados en Simone & Fauzan, 2013).
86

entre los pobres” (Gilbert, 2002), pues acceder a una vivienda propia en el mercado formal es

todavía algo muy difícil de alcanzar para los sectores de más bajos ingresos y trabajadores del

sector informal en Colombia (N. Cuervo & Jaramillo, 2009).

Al convertirse en propietarios de vivienda formal, los nuevos “habitantes hipotecados”

(Girola, 2008) se convierten además en “sujetos de crédito” (Coulomb, 2013), es decir, llegan a

participar tanto del mercado inmobiliario como del mercado financiero. La propiedad de la

vivienda en Bogotá se ha constituido como un “rito de travesía hacia la conversión en ciudadanos

adultos y responsables” (Edel et al. 1984, citados en Gilbert, 2001, p. 72). En Colombia, el ideal

de "casa, carro y beca"66 como muestra de la realización personal y familiar a pocos les resulta

ajeno (Palacios, 1995), y en el caso de los residentes de Ciudad Verde esto lo hago evidente en el

siguiente piso. Ser propietario de vivienda en el mercado formal, en urbanizaciones planificadas y

en conjuntos cerrados de edificios como Ciudad Verde es, en mayor o menor medida, ser parte de

una clase media en formación.

Escaleras al piso 2

En este piso vimos cómo en Colombia el estado y el mercado están del mismo lado en el proceso

de incluir, a través de la política de vivienda de interés social, a los que están mejor entre los pobres

en una categoría de “clase media” restringida a un rango de ingresos y a cierta capacidad de

consumo. Argumenté que esta política tiene éxito en la medida en que existe consentimiento social

para la aceptación de ciertas formas de producción del espacio urbano como la vivienda en

conjuntos cerrados en propiedad horizontal, que se ha convertido en la tipología predominante

66
Expresión coloquial que evoca el nombre de unos sorteos que realizaba el Banco de Colombia (hoy Bancolombia)
en las décadas de 1970 y 1980, que fue una de las campañas publicitarias más recordadas del sector financiero
(http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1332617) y que hoy condensa las aspiraciones todavía vigentes
de la clase media Colombiana.
87

para las clases medias e incluso altas en ciudades como Bogotá. Mostré que estas condiciones

posibilitaron la emergencia de Ciudad Verde como una “mejor práctica” estatal, como un proyecto

bandera del sector inmobiliario, como una promesa de futuro para quienes compraron sus

viviendas allí.

Esto sirve de contexto para entrar en el centro de este trabajo, que es comprender cómo la

gente habita este espacio producido, o cómo la gente intenta realizar -en el sentido de hacer reales-

versiones imaginadas de un espacio urbano (C. Lewis & Symons, 2017). Para esto en el siguiente

piso muestro cómo algunos habitantes de Ciudad Verde experimentaron el proceso de cumplir el

“sueño de la vivienda propia” y cómo se van acomodando en sus nuevas viviendas y en el nuevo

mundo social que habitan.


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Piso 2. Cumplir el “sueño de la vivienda propia”

For the home is the realization of ideas


(Douglas, 1991, p. 290)

Mary se deshace de los “colorinches”

Un miércoles por la mañana en abril de 2015, charlaba con Mary en la sala de su casa mientras su

nieta de tres años corría de habitación en habitación, dejando a su paso un camino de migas de las

galletas que se estaba comiendo, por lo que sus dos perros la perseguían por todo el apartamento.

Le pregunté qué le gustaba de su vivienda:

Ay todo, ahorita todo, porque es mi casa y porque mi esposo me la decoró como yo quería. Yo

quería pisos negros y paredes blancas, porque en todo caso cuando uno vive en arriendo es a lo

que los dueños quieran, y allá le tenían una mano de colorinches feroz, a mí no me gustaban. En

cambio ¡lo blanco se ve bonito! Es la primera vez que he podido decorar. Digamos ahorita en

navidad que pude armar mi árbol ahí en la esquina, ¡bonito!

Orlando, el marido de Mary -que en ese momento estaba en su habitación viendo televisión

porque estaba de descanso-, no quería irse a vivir tan lejos, pero cuando ella lo llevó a los

apartamentos modelo de la sala de ventas, logró convencerlo “porque es que ya viéndolo con

acabados y viendo las alcobas y todo, se veía bien bonito”. Después de decidirse, comenzaron a

planear juntos cómo iban a “terminar” el apartamento. Tenían la ventaja de que la ocupación de

Orlando era precisamente en acabados y construcciones (como independiente), por lo que por fin,

y después de convivir muchos años con los “colorinches” que no podían cambiar, tuvieron la

oportunidad de ser sus propios clientes.

Nos lo entregaron [el apartamento] en los primeros de junio, todo julio y todo agosto, prácticamente

tres meses en obra. Para que quedara medio habitable, porque pues igual todavía faltan cositas pero

ya son bobadas [se ríe]. Detallitos. Falta la cocina integral, en el baño la puerta de vidrio, la

corredera de la bañera, cambiar el enchape del baño, que a nosotros nos gusta mucho el enchape
89

negro, y venía con blanco y como café. Le colocamos fue como una pared hacia la parte de la

bañera, una pared en piedra. Como para que contrastara más o menos. Y pues esto es un veneciano

[señala una pared de la sala con estuco verde oscuro], esto es lo que hace mi esposo.

Pero para deshacerse de los “colorinches feroces” y poder decorar a su gusto su primera

vivienda propia, a Mary y su familia les tocó sacrificar también algunas ventajas de su vivienda

anterior, principalmente en cuanto a amplitud de los espacios:

Yo tenía una terraza inmensa, el cambio fue un poquito brusco para todos, inclusive para ellos

[señala los perros] porque ellos se iban a la terraza y se asoleaban allá, a pesar de que era cubierta,

pero había unas tejas, acá no se pueden asolear, toca sacarlos para que se asoleen. (...) Nos tocó

dejar muchas cosas, botar muchas cosas, yo en la terraza que tenía en el tercer piso tenía un

comedor, tenía un closet donde guardaba muchas cosas, como un cuarto de san alejo, tenía unos

muebles que guardaban pues las cosas que uno no utiliza, como lo de navidad. Tenía unas hamacas

colgadas, o sea, el cambio fue... [risas] ¿Acá dónde voy a colgar una hamaca? ¡Acá no se puede!

tocaría allá en el parque en los bicicleteros [risas]. Eso, botar muchas cosas, por lo menos todo lo

que yo tenía allá en la terraza, todo eso lo dejé. De la cocina dejé también un mueble que tenía

porque acá no había cómo. Porque acá Amarilo le dejó a uno la estructura donde va el mesón, la

estructura en madera y el mesón en acero inoxidable, entonces no había donde meter el mueble,

porque aquí cabe la nevera, la lavadora y la cocina. Y punto.

A pesar de vivir ahora en un espacio más pequeño y sin terraza, el balance para Mary es

positivo. La distribución de los espacios también les resultó conveniente:

Allá la alcoba, bueno la alcoba de nosotros no es pequeña, era similar a la que teníamos. La de mis

hijos era más grande, aunque hubo un cambio bueno, porque ellos dos compartían alcoba, en

cambio acá cada uno tiene su alcoba, eso fue pues algo bueno para ellos. En todo caso es hombre

y mujer, ellos necesitan tener su independencia, su privacidad.


90

(...) Mi mamá sí vive todavía allá [en el barrio Luján], yo vivía a cuadra y media de mi mamá. Ha

sido una alejada total (...) pues por lo menos mi suegra dice “uy ustedes ¿cómo se fueron a vivir

por allá a ese sitio?”, ella también vive en el sector de Engativá en Villa Gladys. Que por qué se

fueron tan lejos, que ni para ir a visitarlos, que eso es todo un paseo, sí, pero yo la verdad... y la

verdad mi esposo también lo dice, que él está muy amañado acá. Dice ah, ya llegar a lo de uno, y

además aquí es tan tranquilo, tan rico vivir, a mí me parece rico vivir acá en Ciudad Verde.

Muchos residentes como Mary vienen de vivir en alquiler en subdivisiones de casas de

barrio en zonas más centrales de Bogotá, que originalmente fueron barrios informales o

asentamientos periféricos pero que actualmente hacen parte de la ciudad consolidada -lo que hoy

llaman los innerburbs (Ward, Jimenez, & Di Virgilio, 2015)-. Al comprar por primera vez vivienda

en Ciudad Verde el cambio para ellos, como para Mary, ha sido radical en muchos sentidos: en

localización, pues no sólo tienen que hacer viajes más largos desde y hacia los lugares de trabajo,

estudio o recreación sino también alejarse de familiares y amigos; en tipo de vivienda al pasar de

“casa de barrio” a apartamento en conjunto cerrado; y a veces también en tamaño de vivienda,

pues los apartamentos son más pequeños que muchas de las viviendas anteriores de los residentes.

Pero igual que Mary, muchos de quienes compraron vivienda en la ciudadela experimentan de

manera positiva su cambio de residencia a Ciudad Verde, en términos de las ventajas de vivir en

propiedad y la libertad que para ellos esto implica. La experiencia de Mary ilustra el proceso que

vivieron la mayoría de los residentes con los que conversé, pero las experiencias puntuales de este

proceso evidentemente varían.

En este piso daré entonces unas pinceladas sobre las distintas maneras en las que personas

y familias se convirtieron en propietarios en Ciudad Verde y cómo han ido transitando del residir

al habitar (Giglia, 2012) estos espacios, poniendo atención a cómo la materialidad es parte de las

maneras en que los residentes hacen sentido de su posición en el nuevo mundo social. En los dos
91

primeros “apartamentos” describo el proceso de cumplir el sueño de la vivienda propia desde la

perspectiva de un grupo de residentes, desde que tomaron la decisión de comprar vivienda hasta

el día de la entrega (201), y desde que comienzan el proceso de “terminar” las viviendas hasta que

se acomodan con sus cosas en los nuevos apartamentos (202). El tercero (203) explora un tema

crucial que emergió al seguir a los residentes en este proceso: la coexistencia del valor de uso y el

valor de cambio de las viviendas en la experiencia del habitar. En el 204 arrojo algunos elementos

para comprender la satisfacción generalizada de los residentes con sus viviendas, y señalo la

necesidad de trascender la dicotomía entre aceptación y resistencia para comprender cómo las

personas habitan este tipo de viviendas “mercantilizadas”.

201. De la vivienda propia como idea a la vivienda material

En esta sección describo el proceso desde que los residentes engendran la idea de comprar vivienda

hasta el día de la entrega de los apartamentos. Al seguir a algunas personas en este proceso, emerge

uno de los temas principales de este piso: la importancia del “sueño de la vivienda propia” y cómo

éste influye desde en la elección residencial hasta en cómo los residentes experimentan algunas de

las limitaciones de su nuevo entorno material.

Antes de vivir en Ciudad Verde: coordinando ideas, tiempo y dinero

La trayectoria hacia habitar Ciudad Verde comienza casi siempre con una persona o familia que

tiene la idea tener vivienda propia. En ocasiones esta idea pudo haberse engendrado muchos años

antes, a veces irrealizable frente a las contingencias y dificultades del día a día, como en el caso

de Estela y su hijo Edwin, quienes quisieron “volver a tener casa” después de la tragedia de Armero

pero sólo lograron comprar su apartamento después de 25 años del desastre y varios intentos

fallidos por no cumplir los requisitos laborales para el crédito hipotecario. Otras personas lo

pospusieron durante años por tener otras prioridades, como Mónica (Azucena, VIS) que vivió con
92

su mamá muchos años mientras ella le ayudaba a criar sus hijos o como Lucila y su esposo, que

prefirieron vivir en arriendo para que sus tres hijos se pudieran criar y educar en “barrios buenos”

y optaron por comprar su primera vivienda ya casi en edad de jubilación.

Otros residentes en cambio cumplieron su “sueño de la vivienda propia” en el corto plazo:

Javier y Yolanda, apenas se casaron, comenzaron a ahorrar para la cuota inicial de una vivienda.

Dos años después compraron su apartamento en Almendro (VIS). Cristian, apenas con 25 años,

quiso asegurar su vivienda propia (en Olivo, VIS) para él sólo, aprovechando que tenía trabajo y

“antes de que se me complicara la vida”. Damián y su esposa, apenas decidieron casarse,

comenzaron a buscar vivienda para comprar y lograron trasladarse recién casados a su nuevo

apartamento. Así les haya tomado mucho o poco tiempo, la mayoría de los residentes coincidieron

en que comprar su primera vivienda ha sido uno de los logros más importantes de su vida. El

proceso de acomodar la idea de comprar vivienda en los planes, sueños o visiones de futuro de una

persona, pareja o familia está mediado por una idea que, como mencioné en el piso 1, ha pasado a

hacer parte del sentido común de muchos habitantes de las ciudades colombianas, y es que cumplir

el “sueño de la vivienda propia” es una parte fundamental de todo proyecto de vida, de la

realización personal y familiar, sobre todo en un contexto de ascenso a la clase media.

La idea de cumplir el sueño de la vivienda propia en Ciudad Verde circula materialmente

hacia los futuros residentes de Ciudad Verde por un doble canal. El primero es el de la publicidad

inmobiliaria (descrito en el piso 1). El segundo son las recomendaciones de familiares, amigos o

compañeros de trabajo. Damián, que hizo un estudio juicioso de la oferta inmobiliaria en Bogotá

y sus alrededores con revistas de finca raíz, terminó considerando la ciudadela porque un amigo

se las recomendó. Estela y Edwin dieron con Ciudad Verde porque la cuñada de Estela había

comprado en el conjunto Papiro (VIS), y compraron en Palo Rosa (VIP). A ellos les siguió el
93

sobrino de Estela, Gerardo, que compró en el mismo conjunto. Mary y su esposo también

conocieron la ciudadela porque unos primos compraron en uno de los primeros conjuntos. A Lucila

una compañera de la tienda por departamentos en la que trabaja le recomendó buscar en los nuevos

proyectos de Soacha. Nemesio y su esposa compraron en la ciudadela porque su hijo mayor había

comprado apartamento ahí. Estas recomendaciones fueron las que en muchos casos terminaron de

empujar a las personas a decidirse.

Entre los motivos que mis interlocutores mencionaron para elegir Ciudad Verde predomina

el hecho de que los precios de vivienda en Soacha son inferiores a los de viviendas similares en

Bogotá: “con lo que comprábamos uno de 120 millones en Bogotá acá comprábamos el

apartamento, el carro, lo arreglábamos, y pues dijimos ‘no pues comencemos acá, el proyecto se

ve bien’” (Damián). Muchos consideran que comprar en Ciudad Verde es una buena inversión, en

parte porque la publicidad del proyecto es explícita en que es “un proyecto de alta valorización”.

Los residentes también mencionaron los atributos propios de la ciudadela como urbanización

planeada, que aparece como un proyecto organizado, un lugar bonito, verde y tranquilo, como un

motivo para elegir Ciudad Verde.

A: ¿Por qué eligieron Ciudad Verde?

R: Primero, porque estaba buscando una posibilidad de incrementar el capital familiar y la vivienda

es una buena opción para hacerlo. Segundo, porque pienso que se nos va a facilitar comprar en

Bogotá cuando terminemos de pagar este apartamento y se pueda vender. Tercero, porque el

entorno aquí es mucho mejor y hay más espacios abiertos para que mis hijos puedan disfrutar y

jugar. (Raúl, entrevista por internet)

La toma de decisiones sobre la compra de vivienda es un proceso en el que hay conflictos

y discrepancias dentro de los mismos hogares, en este caso principalmente por el hecho de la

localización de Ciudad Verde y las implicaciones y estigmas que para algunos tiene vivir en
94

Soacha. Mary me contaba que “Antes de comprarlo, yo fui como unos seis meses antes, y yo le

decía a mi esposo, vamos que ese me gusta. Él no se quería venir para acá ni mi hijo, porque decían

que Soacha, que eso tan lejos, pero yo decía “¿lejos de qué?” igual allá uno puede conseguir

trabajo, conseguir donde estudiar y todo”. Apenas les pregunté a Javier y Yolanda que por qué

habían elegido Ciudad Verde, Yolanda dijo “él lo escogió. Yo no quería porque me quedaba muy

lejos para el trabajo, pero al final me convenció”. Gabriela tuvo que sobreponerse a sus propias

reticencias a vivir en Soacha cuando su hija llegó del trabajo con la idea de comprar en ese

municipio, y luego evitar las de sus tres nietos adolescentes haciendo el proceso de compra sin

contarles. Lucila y su esposo también hicieron los trámites de compra del apartamento sin contarle

a sus dos hijos adultos, porque ellos les habían dicho que si compraban en Soacha no los visitarían.

En estas experiencias de elección residencial de los hogares entran a jugar, como han

reconocido otros (por ejemplo Wilk, 1989), asimetrías de poder dentro de los hogares basadas en

edad, por ejemplo padres versus hijos adolescentes como en los casos de Gabriela y de Mary;

género, como en las disputas entre las parejas, sus prioridades y cuál termina primando; y clase,

como entre Lucila y sus hijos adultos, quienes habían superado a sus padres en nivel educativo,

sector ocupacional, ingresos y trayectoria residencial. Por esto, algunos residentes optaron por

tomar su decisión residencial “a puerta cerrada”. Sin embargo, aunque en muchos hogares hubo

discrepancias a la hora de tomar la elección residencial, la importancia de acceder a vivienda

propia terminó pesando más que otros factores y por eso Ciudad Verde, al tener precios más

económicos que viviendas similares en Bogotá, apareció como una alternativa viable de residencia

para muchos de los residentes.

Después de tomada la decisión, los compradores de vivienda tienen que coordinar tiempos

y dinero desde el momento de “separar” la vivienda en la sala de ventas con una cuota hasta el
95

momento de recibirla. El proceso puede durar poco si las personas ya tienen ahorrado lo necesario

para la cuota inicial, lo que les permitiría comprar en un proyecto que se encuentre ya avanzado,

pero para la mayoría de residentes con los que conversé tuvieron que elegir proyectos que estaban

en venta sobre planos o iniciando construcción para poder tener más tiempo para pagar esa cuota

inicial diferida en cuotas mensuales. Incluso en la sala de ventas, las veces que fui a averiguar por

los proyectos, lo primero que me preguntaron los asesores de las constructoras fue si estaba

interesada en un proyecto “con entregas pronto o con entregas lejos” y dependiendo de la respuesta

me daban la información de conjuntos específicos con entregas a unos meses o hasta a dos años.

En el tiempo que transcurre desde que desembolsan dinero por primera vez hasta la entrega,

los compradores deben cubrir un doble gasto en vivienda: pagan la cuota inicial y otros gastos 67,

pero tienen que tener también dónde vivir durante ese período. Algunos logran seguir pagando

alquiler simultáneamente con las cuotas del apartamento y permanecen en la vivienda en la que

estaban, pero otros deben reducir o eliminar su gasto en alquiler para poder cumplir con las cuotas.

Entonces se acomodan donde familiares y amigos como en el caso de Estela, a quien un cuñado la

recibió con su hijo en su casa en Bosa a cambio de que pagaran los servicios públicos de toda la

casa; o como Javier y Yolanda que se quedaron donde los tíos y les pagaban un alquiler reducido.

La presencia de redes de apoyo en esta etapa del proceso de comprar vivienda fue relevante en las

historias de los residentes de Ciudad Verde. Familiares y amigos estuvieron dispuestos a ayudar a

acomodar a los futuros propietarios de vivienda, pues compartían con ellos la idea de que los

67
Los gastos principales asociados a la compra de vivienda nueva son: cuota inicial (equivalente al 30% del valor
total de la vivienda), cuotas de pago del crédito hipotecario (por el 70% restante más intereses y seguros, en un plazo
de hasta 20 años), gastos asociados al crédito (estudio de crédito –a veces los bancos no lo cobran, avalúo de los
inmuebles equivalente al 1% del valor comercial), gastos notariales de escrituración, gastos de registro (impuesto
municipal equivalente al 1% del valor de venta del inmueble, derechos de registro que valen el 5 por mil del valor de
venta y gastos de registro de la hipoteca, que si el inmueble VIS se adquirió con subsidio tienen un descuento del 90%
-normalmente valen el 5 por mil del valor de la hipoteca).
96

sacrificios para lograr comprar una vivienda valen la pena. Esto apoya aún más la idea de que

existe cierto consenso social frente a la importancia de cumplir el “sueño de la vivienda propia”.

La entrega de las viviendas como hito de trayectorias residenciales

Después de un período de aprietos económicos (y a veces aprietos espaciales) llega por fin el

momento en el que el “sueño de la vivienda propia” se materializa y las personas entran a habitar

sus nuevas viviendas: la entrega de los apartamentos, que muchos residentes relatan evocando su

emoción cuando tuvieron las llaves de las nuevas casas en sus manos. Las experiencias de los

residentes de Ciudad Verde en este “hito” son diversas debido a diferencias en sus trayectorias

residenciales y sociales. A continuación muestro las reacciones iniciales al llegar a Ciudad Verde

de residentes con trayectorias dispares, comenzando por Fabio y Marco de los conjuntos de

vivienda gratuita (Acanto), que en nuestras conversaciones siempre se encargaron de mostrar las

dos caras del proceso de relocalización del que fueron beneficiarios.

A: Volvamos al día que les entregaron la vivienda. ¿Qué sintieron?

F: Ilusión, uno que digamos, usted conoce el caso de nosotros, que quedamos en la calle, ¿verdad?

pues cuando nos recogen, ¿quién no se va a poner contento? ¡la alegría! cuando las reuniones, y

pidiendo que ojalá salga favorecido, y que digan mire su llave. ¿Sí?

M: y desilusión por otro lado, porque yo tenía una casa de dos pisos, terminada. Y llegar acá a

reducirme a tres piezas, yo tenía ocho piezas allá, dos baños, cocina, era amplia. Y llegar acá mire

que son tres piecitas no más, me tocó echar los hijos pa’ afuera, vaya consigan 68.

F: y exactamente, acá uno queda como un pájaro en una jaula [risas], pues sí porque allá el lotecito

grande, uno tenía terraza, el patiecito, podía hacer uno el asado con el amigo, el familiar, lo que

sea, uno aquí cero. Pero uno se acomoda.

68
En otro encuentro Marco me dijo que finalmente fue bueno que sus hijos mayores se hubieran ido, porque hace rato
estaban en edad de organizarse, y como estaba la casa, ellos estaban “como muy cómodos” ahí.
97

M: uno se paraba en la mitad del apartamento y miraba pa’ todo lado y veía solo las tres piecitas…

Hay que aclarar que los residentes de Acanto I y II tienen una trayectoria residencial

diferente a la del resto de propietarios de viviendas en Ciudad Verde, pues muchos ya eran

propietarios desde antes, en casas en barrios formados por autoconstrucción. Para ellos el paso a

vivir a Ciudad Verde no significó entonces cumplir por primera vez el sueño de la vivienda propia

sino remplazar la vivienda perdida. Y al contrastar la vivienda nueva con la anterior salen a relucir

más las diferencias materiales con las viviendas anteriores, principalmente en tamaño y

distribución de los espacios.

Para los que no tenían casa antes la experiencia es diferente, e incluso entre los residentes

con trayectorias residenciales más “típicas”, es decir, quienes como la mayoría de los habitantes

de la ciudadela son propietarios de vivienda por primera vez, se vive de diversas maneras. En la

panadería del centro comercial Prado Verde, Gabriela me contó que:

[El apartamento] Lo entregan en obra totalmente gris, no negra, gris porque trae los baños, un baño

viene equipado con algo de enchape, algo, no todo, y lo demás, la zona húmeda, la cocina sin nada,

el otro baño pues igual, nada, sin pisos, sin puertas, ¿sí? pero era lindo, era divino, para mí era

divino porque sobre todo que yo no lo hacía tanto por mí, porque yo ya viví, o sea yo ya he vivido,

me falta ver muy poco, sino por mi hija y por mis niños [sus tres nietos] (…). Entonces pues qué

felicidad, ese día eso ahí hicimos dizque un asado, solamente nos entregaron una parrillita de gas

de dos puesticos, hicimos que un asado, que un chocolate, no sé qué, nos sentamos en el piso,

invitamos una sobrina, una amiga de mi hija...

Gabriela vivió de manera tan positiva la experiencia que reconoce que, aunque su

apartamento estuviera en obra gris, ella lo veía “divino”, distinguiendo explícitamente entre lo que

puede ser “bonito” ante ojos externos y la experiencia subjetiva, en la que pesa más el hecho de

tener finalmente “lo propio” que cómo luzca en ese momento la vivienda. A diferencia del caso
98

de Fabio y Marco, para Gabriela la dimensión material de la vivienda era por el momento

secundaria a la idea de la “casa propia” como un logro.

Una experiencia distinta fue la Javier y Yolanda. Sentados en la barra de la cocina abierta

“tipo americano” de su apartamento en un cuarto piso, completamente terminado y con muebles y

decoración similar a la de los apartamentos modelo, la pareja me contaba sobre el día que les

entregaron su apartamento mientras Javier editaba en su computador portátil unas fotos de la

ciudadela que le compré para mi investigación.

J: Ese día yo le dije a ella que trajéramos a mi papá porque él sabe de construcción entonces para

que mirara de pronto cómo nos lo entregaban, era él que le hacía preguntas al ingeniero que nos lo

entregó, que esto cómo era, que esto qué material es...

A: ¿Y qué sintieron ese día?

Y: digamos que vivir en Soacha no es como wow, lo que todo el mundo sueña, pero igual pues

chévere porque ya tener nuestra casa, porque igual nos la entregaron en obra gris entonces uno

imaginarse cómo quiere, cómo va a quedar todo al final, digamos que uno tiene ya como la mente

abierta para ver qué quiero, qué ponemos, de qué color la pared, o pensar digamos cómo va a ser

el apartamento. Y la emoción de que pues ya es nuestra casa, que ya vamos a estar ahí. Pero

digamos así wow no, porque no estaba terminado, se veía todo el tierrero.

Yolanda no logró trascender tanto “el tierrero” para ver bonito el apartamento como

Gabriela. Incluso hizo la precisión de que la localización de su nueva vivienda no era la ideal. Pero

la ilusión para ella y su esposo era en términos de libertad para diseñar y decorar su vivienda a su

gusto por primera vez, y sobre todo, como me dijo después, una ilusión de “por fin vivir aparte” y

no en alquiler con parientes. En la obra gris Yolanda y Javier veían un potencial de lo que podría

ser el espacio y su vida en un futuro. Contándome sobre su experiencia una vez acomodada en su
99

vivienda –hago un salto cronológico aquí-, Yolanda resaltaba las ventajas que tiene vivir por fin

en “lo propio” en contraste con su experiencia anterior de vivienda en alquiler:

Finalmente estamos amañados, empezando porque ya es lo de uno, entonces es tu espacio, tú haces

las cosas cuando puedes, andas como quieras, ¡todo! ya no es como compartir ese mismo espacio

con otras personas que se molestan, que el horario, que por qué llegó tarde, que por qué dejó

reguero, sino que ya es tu espacio, tú lo manejas como quieras.

Yolanda señala la libertad e independencia que siente por el hecho de vivir en su propio

apartamento. Lo mismo resalta Estela al contrastar la experiencia de vivir en casa propia con las

intrusiones de arrendadores que habían padecido cuando vivían en alquiler, que incluso sintió

como intrusiones en la economía familiar. Para Estela la vivienda propia es también fuente de

seguridad y estabilidad para su hijo, y para sus eventuales nietos:

Me gusta porque es propio, ya no es sino de Edwin y mío, que cuando Dios me lleve a su presencia

pues ya es de él, cuando consiga su esposa, sus hijos ya va a ser para él, me gusta saber que mi hijo

quede ya estable, que tenga una estabilidad de aquí a mañana, que ya no lo tengan que estar sacando

como…nunca nos sacaron a nosotros por no ser buenas pagas ni nada pero sí que la gente le esté

a uno tocando la puerta a las 5, 6 de la mañana o por la noche que cobre, que el arriendo, que

mañana, que mire que… eso no me gustaba. Pero acá me gusta porque sabemos que nosotros

llegamos, tenemos la tranquilidad de que estamos en el apartamento, que es propio, que si tenemos

qué comer comimos, que si no nadie se dio cuenta de que no tenemos. (…) que ya no estamos

lucrando a otra persona, sino que ya…sí, los bancos, pero igual va a quedar para nosotros.

Aquí surge un punto importante para comprender lo arraigado del ideal de la vivienda

propia en ciudades de América Latina. Investigadores de otras ciudades han advertido que el deseo

de una vivienda propia en clases medias-bajas y bajas no es simplemente un afán de consumo

promovido por el anhelo de ascender socialmente, sino que para entenderlo hay que contraponerlo

a las experiencias residenciales anteriores de las personas, generalmente en alquiler en


100

asentamientos informales (Cravino, 2012). En las relaciones de alquiler se mezclan a menudo

dinámicas de parentesco y transacciones mercantiles, lo que en muchas ocasiones genera

conflictos entre arrendadores e inquilinos (Cravino, 2006). No sorprende entonces que en esas

condiciones la vivienda propia se convierta en una alternativa atractiva, aún con deficiencias en

localización y precios elevados. En el caso de Ciudad Verde, muchos residentes parecen confirmar

la necesidad de salir de estas dinámicas de alquiler para pasar a contratos de compra y venta en los

que la relación no es con personas con quienes se tiene vínculos sociales o afectivos sino con

empresas (la constructora, el banco) con las que la relación es exclusivamente mercantil. Los

residentes aquí parecen acogerse a la idea de Simmel del dinero como liberador del individuo

moderno, en la que su efecto de despersonalización de las relaciones de intercambio permite una

mayor independencia y autonomía de la persona, pues “con el pago monetario ya nadie se ofrece

a sí mismo, sólo se ofrece algo sin ningún lazo con el individuo” (Simmel, 2010, p. 7).

Los ejemplos de Fabio y Marco, de Estela y Edwin, de Gabriela, de Javier y Yolanda son

sólo algunos entre muchos que reiteran que convertirse en propietario de vivienda es algo

generalmente concebido como uno de los logros más importantes en la vida “económica” de las

personas 69, más que ser una simple decisión económica motivada por fines exclusivamente

monetarios. Como argumenta Weiss, si los compradores de vivienda se comportaran como agentes

que toman decisiones orientadas a maximizar el beneficio monetario, preferirían vivir en alquiler

e invertir sus ahorros (lo que iría a la cuota inicial) en formas más lucrativas. En los cálculos

económicos de las personas intervienen entonces factores más allá de lo ecoonómico, como la

69
En las experiencias de los residentes con los que tuve contacto durante mi trabajo de campo sólo pude identificar
una excepción a esta experiencia común: el caso de Lucila, para quien tener vivienda propia siempre fue un objetivo
secundario a otras maneras de “salir adelante”, principalmente la educación de los hijos (ver piso 3).
101

cultura de la vivienda propia alimentada por la publicidad inmobiliaria y la falta de alternativas

estables de alquiler (Weiss, 2014).

Las experiencias puntuales a la hora de recibir los apartamentos – emocionarse mucho o

poco el día de la entrega, ir sólo o con familiares, ver en los apartamentos en obra gris algo “divino”

o un “tierrero”- varían entre sí dependiendo del contraste de la vivienda nueva con las experiencias

residenciales anteriores, del esfuerzo relativo ejercido en el proceso de compra de cada residente

y de los recursos disponibles para terminar la vivienda, que hacen que el día de la entrega sea un

punto de finalización o un comienzo. Lo que la mayoría tiene en común es experimentar el acceso

a la vivienda propia como un momento crucial en sus trayectorias, tanto por poder dejar de

compartir el espacio con parientes o desconocidos, como por la seguridad financiera que significa

para ellos ser propietarios, independientemente de si es o no una seguridad financiera real. El dicho

popular que oí de varios residentes de Ciudad Verde, “el que se casa quiere casa” 70, no sólo es

adecuado en este contexto, sino que además le podríamos añadir una palabra: “el que se casa quiere

casa propia”. O mejor, apartamento en propiedad horizontal.

202. Despertar del sueño y acomodarse en las viviendas

En esta sección describo cómo los residentes se enfrentan a la materialidad de sus nuevas viviendas

y como, en un momento en el que sus recursos están casi agotados, continúa el trabajo –material

y simbólico- para convertir los apartamentos que compraron en hogares. Así comienzo a hacer

visible el vínculo entre las relaciones de los residentes con su entorno material y los

posicionamientos sociales, que es el tema principal del siguiente piso.

70
El dicho alude a la necesidad culturalmente compartida en clases medias urbanas en América Latina de ser
neolocales, que asume que vivir con familia extendida es un marcador de pobreza. Un ejemplo explícito de esta idea
es el título de un programa de subsidios de alquiler de vivienda chileno para que parejas jóvenes (menores de 30 años)
pudieran salir de la casa de sus padres: “Chao Suegra”. La imagen caricaturizada de la publicidad del programa es
muy diciente (video en: https://www.youtube.com/watch?v=aCxKUB4Tlxs)
102

“Terminar” la vivienda: del tierrero a la casa

Yo siempre he dicho que esos apartamentos los entregan para uno tomarles una foto y colocarlos

en las “colombianadas”. Así le entregan un apartamento a un colombiano promedio, es una cosa

absurda, es una caja gris de concreto, no más, el resto lo tienes que hacer tú. Nada que ver con lo

que ves en los apartamentos modelo, y de pronto también esas son cosas que la gente cuando va

se enamora, pero la gente no es consciente de que eso es como quedan terminados, a ti te lo

entregan limpio. (Damián)

Después de haber cumplido el sueño de la vivienda propia hay que despertarse, y al abrir los ojos

“el tierrero” todavía está ahí. Aunque las constructoras dan la opción de entregar los apartamentos

con acabados71, la mayoría de residentes los compran en obra gris. Es entonces el momento de

comenzar a buscar materiales y hacer obras antes de que -o mientras- se acomodan los muebles,

cosas y cuerpos en la nueva vivienda. Es lo que los residentes llaman “terminar” la vivienda, que

es un proceso que depende de los recursos de cada residente (dinero, tiempo, ayuda de otros); pero

también de sus aspiraciones y referentes estéticos 72.

Para muchos de los nuevos propietarios, enfrentar el “tierrero” es una tarea que llega en un

momento en el que sus recursos financieros y de apoyo han sido previamente explotados al

máximo en el proceso de compra. El dinero que tenían ahorrado se ha ido en las cuotas, trámites

y gastos de escrituración, trasteo, entre otros. Su capacidad de endeudamiento con los bancos está

copada por los créditos hipotecarios. Los familiares ya los hospedaron temporalmente, algunos

incluso les prestaron dinero. Por esto, algunos de los residentes con los que conversé vivían aún

en obra gris o con muy poca intervención en los apartamentos, incluso años después de habitado.

71
Algunas constructoras los llaman apartamentos “plus” -versus apartamentos “básicos”-, otras ofrecen la opción de
comprar el “kit de acabados” con la vivienda, con un costo aproximado de $10.000.000 adicionales
72
En el anexo 5 incluyo de manera ilustrativa unas pocas fotos de viviendas en distintos estados de terminación. No
las incluyo como parte del análisis porque varios habitantes mostraron prevención a que circularan las fotos de sus
viviendas –especialmente las que estaban sin terminar-.
103

Un segundo grupo de residentes, el más grande, viven en apartamentos “en proceso de terminar”,

con una gran variación dentro del grupo. Otros residentes viven en apartamentos ya “terminados”,

igualmente con variaciones entre ellos. A continuación, muestro ejemplos de cada uno.

Gerardo me invitó a conocer su casa después de hacerle la entrevista en el apartamento de

su tía Estela. Fue la única vez que un residente que vivía en obra gris me invitó a entrar. Cito la

descripción del apartamento en mi diario de campo:

Subimos las escaleras hasta el sexto piso. En la puerta de la casa Gerardo tiene pegada una

calcomanía grande que dice “monitoreo 24 horas, servicio de asistencia inmediata”, con el logo de

una conocida empresa de seguridad. Al llegar al piso oímos la música a alto volumen de los vecinos

(de lo que se había quejado en la entrevista) y me dijo “¿si oye?”

“La casa está sin terminar, pero la tengo muy aseada”, me dijo al hacerme pasar. La cocina tiene

un mesón de granito pulido (ese que es gris con piedritas) y un lavadero del mismo material. Tiene

una estufa que calificó como “viejita, pero la mantengo limpia”. En la sala hay una nevera pequeña,

un comedor redondo de cuatro puestos, un mueble con computador y una cómoda con biblioteca

donde hay fotos familiares, sobre todo de su hija. Luego están las habitaciones, una subarrendada

a un amigo, la otra es la de él-ambas sin puerta, comparten una cortina instalada desde afuera que

se corre para cerrar los espacios-. La tercera habitación la tiene como patio de ropas y de

“chécheres”, incluso le guarda ahí cosas a un vecino. El baño sí tiene puerta, pues así lo entregaban.

(Diario de campo, abril 8 de 2015)

Mientras me hizo el recorrido por el apartamento, Gerardo hacía mucho énfasis en que,

aunque era un hombre que vivía solo, le gustaba tener las cosas limpias -y que por esto ha tenido

conflictos con el amigo al que le arrienda la habitación, que es sucio y desordenado-. Me dijo que

cuando tuviera plata lo primero que haría es estucar las paredes, luego poner el piso y cambiar los

muebles de la sala: “lo dejaría con un sofá, tal vez una barra para comer, como estilo americano”.

Después compraría cortinas que combinen con el piso. Pero eso lo estaba pensando en un futuro
104

no tan cercano porque en el proceso de compra había quedado muy endeudado, incluso en un

momento estuvo a punto de no poder continuar con el proceso porque no tenía cómo financiar los

gastos de escrituración, pero logró negociar plazos adicionales con la constructora. Además de

tener fuertes limitaciones de dinero, sus largas jornadas de trabajo como guardia de seguridad en

un edificio de oficinas del centro de Bogotá y la lejanía del mismo hacen que el recurso tiempo

sea también escaso para él. No obstante, Gerardo espera algún día tener el tiempo y el dinero

necesarios:

A futuro quiero arreglar mi apartamento, pero quiero...tengo como ciertas inquietudes porque yo

quiero dejar mi apartamento al estilo penthouse, que me demore para arreglarlo, pero lo pienso

dejar, quiero que sea el mejor de todos, de por allá de esa torre. Que sean buenos pisos, buenas

paredes, mis dos manos de pintura, que sea bien exclusivo. Ahorita no tengo nada, pero más

adelante empiezo a arreglar.

Un caso de quienes habitan viviendas “en proceso” es el de la tía de Gerardo, Estela, que

movilizando recursos financieros y de redes de apoyo logró meterle los acabados “básicos” a su

apartamento:

Entonces la otra tía de Edwin dijo “ustedes que piensan hacer con el piso” y le dije “no pues, la

verdad la verdad qué pena, pero pues como en tierra caliente, echarle cemento y que quede en gris,

para yo poder barrer y trapear”, pero yo pensaba “lo que Dios quiera”. Entonces me dijo “pues

Estela, nosotros no tenemos para la navidad, pero mi regalo está acá, debajo de esta escalera”. Era

el estuco, cuatro canecas de estuco. Yo le dije “bueno, pa’ estucar acá”. Le dije a Edwin, ¿y el

piso? compramos tres o cuatro bultos de cemento, pues ya no teníamos plata con todos esos pagos,

que la pintura, yo dije “bueno señor”, yo creo que a más de uno nos ha pasado eso, no lo han

arreglado... pues yo no lo tengo arreglado porque apenas está estucado, con base para pintar y ya.

Comenzaron todos [los familiares] pa’ esa navidad: “bueno, yo le doy 50, que yo le doy 100” (...).

Vi una baldosa, está muy costosa, pero vi otra de segunda que no estaba costosa ni como tan mala,
105

entonces Edwin me dijo “pues usted verá madre” yo dije “sí, la voy a comprar”. Y me alcanzó la

plata (...). Se dieron las cosas, mi hermana vino del Líbano [Tolima], ella tiene un yerno que trabaja

con todo esto, cuando lo llamamos, le pedí solamente la estucada, el piso y ya (…). Le dieron la

prima 73 a Edwin, con la prima pagué. (…) Edwin es un muchacho muy juicioso, él paga esto, lo

otro, eso sí a él no le queda ni siquiera pa’ tomarse un tinto. Pero si a nosotros no nos queda, no

hacemos como mucha gente que prefiere no tener nada en la casa, o tener cosas viejas, y decir me

voy a comer, me voy por allá a bailar...nosotros no tenemos eso 74. Nosotros primero como la

estabilidad de nosotros, como ese querer de salir adelante nuevamente.

Como señala Carsten (2004), la casa a menudo sirve como metáfora de los cuerpos y las

personas que contiene, mantener la casa significa simultáneamente mantener físicamente la

vivienda y “alimentar” a sus habitantes, sus relaciones sociales y de parentesco. Teniendo en

cuenta que Estela y su hijo perdieron su casa, parte de su familia y Estela hasta parte de su cuerpo

en la tragedia de Armero, tiene sentido que invertir todos sus recursos en lograr “terminar” su

vivienda sea una prioridad para ellos pues la casa encarna la estabilidad que tanto llevan buscando.

Lucila y su esposo, aunque viven en el mismo conjunto de Gerardo y Estela, no tuvieron

tantas limitaciones de dinero por ser un hogar con doble ingreso. Esto les permitió, aunque carecían

de apoyo de familiares, repartirse las responsabilidades económicas: el esposo paga el crédito

hipotecario y ella pidió un crédito adicional en la Caja de Compensación 75 para los acabados.

Cuando visité su apartamento tenía piso en baldosa, cocina integral completamente enchapada -

73
La prima de servicios es una prestación social que le corresponde a un trabajador por las utilidades obtenidas en la
empresa. Equivale a un salario mensual dividido en dos pagos: uno en junio y otro en diciembre.
74
Para ellos, como para muchos otros residentes y como aparece en otras investigaciones (Wilk, 1989) el consumo
relacionado con la vivienda propia es algo moral y legítimo, en contraposición con otras formas de consumo.
75
Las cajas de compensación familiar son entidades privadas que reciben el 4% de los aportes de seguridad social que
pagan los empleadores sobre el ingreso de sus empleados y los reinvierten en subsidios y servicios a los trabajadores
y sus familias.
106

Lucila es aficionada a la cocina y por eso fue lo primero que quiso terminar-, baño enchapado. No

tenía puertas en los cuartos ni cortinas.

Cuando me lo entregaron yo inmediatamente, yo no tenía dinero para inmediatamente arreglarlo,

pero tampoco quería pasarme en obra gris porque me parecía horrible venirme a vivir así. Entonces

solicité un crédito en Compensar y me prestaron una plata y con esa plata lo medio arreglé. ¿Qué

era lo que yo quería? que las paredes no estuvieran grises. La cocina sobre todo sí la quería pues...

mi cocina bonita. Y compré mi estufa, mi cocina integral. Sencillita, pero la compré [le da golpes

suaves al mueble de la cocina] porque yo no quería venirme... esto tenía un mesón horrible, eso

fue lo primero que… cuando contraté al maestro le dije “necesito que primero que todo me quite

ese mesón porque ese mesón me parece horrible” (Lucila).

La mayoría de las personas con las que tuve contacto durante mi trabajo de campo, sin

importar si era de las viviendas más económicas o de las más costosas, estaban como Estela y

como Lucila, en medio del proceso de terminar la vivienda. Gabriela y su hija, que viven en uno

de los conjuntos más costosos, pudieron comprar los pisos y enchapes de la cocina, le metieron

“lo esencial” al apartamento, pero todavía no habían podido comprar las puertas. Al igual que

Gerardo, dividían los espacios con cortinas. Y al igual que Fabio, de la vivienda gratuita,

decidieron no invertir en estuco y pintura de las paredes:

Las paredes no las estucamos, las dejamos como vienen, así en ladrillito crudo, a mí personalmente

me encanta, entonces dijimos “para que no se vea tan oscuro lo vamos a lacar”. Porque hacerlo

como completa [la pared] no podíamos en ese momento. Pero además mi hija también accedió,

pues no tenemos gustos idénticos porque somos totalmente diferentes, pero ella dijo “pues sí, si no

tengo plata” y entonces no lo mandamos lacar, lo lacamos nosotros, con brochita” (Gabriela).

Esto es lo que yo le decía así, esto yo lo laqué, lo tengo con una manito, y queda así como colonial,

¿si? a mí no me gustó eso de pintar, no me gustó, no me anhela, no sé. Me gusta así. En una obra

que hicimos con la constructora Pedro Gómez hicimos así los apartamentos. (Fabio)
107

El relato de Fabio ejemplifica cómo algunos residentes movilizan simultáneamente

recursos materiales y simbólicos en el proceso de terminar la vivienda. Cuando los recursos

materiales se acaban, con un trabajo simbólico apoyado en referentes estéticos externos -como los

apartamentos modelo de la sala de ventas que dejan una de las habitaciones con las paredes en

bloque y la amueblan, o los proyectos de vivienda de estratos altos, que hacen posible que las

paredes en bloque lacado, similar al ladrillo decorativo, puedan ser estéticamente atractivas- se

pueden suplir parcialmente esos baches.

Entre quienes tienen sus viviendas ya terminadas está Leonel, quien hizo una gran

inversión de dinero, tiempo y trabajo en su apartamento. Eligió el sexto piso para poder construir

un altillo y ampliar el área privada del apartamento, haciendo así que ahora valga más que los

demás de su conjunto:

Cuando me pasé hice lo básico, pisos, estuco, pintura. Sino que pues lógicamente ya me iba a tocar

el doble, el triple de inversión, porque era: lógicamente no pasarme en obra gris, por mis niñas,

arreglé todo el apartamento inicialmente, me vine ya con el apartamento arreglado, pero con la

conciencia de que me iba a tocar demolerlo [para construir el altillo]. Después de la demolición

venía el proceso de volver a cuadrar la mitad del apartamento, que eran ya las habitaciones de

arriba. Ya vivíamos aquí porque mis hijas ya estudiaban acá. Entonces me tocó continuar la mitad

de la obra ya viviendo en el apartamento. Y en este momento el apartamento pues ya está

terminado. Lógicamente quiero hacerle más, ¿sí? entonces si en ese momento coloqué

determinados enchapes al baño, ya ahoritica debido al trabajo en el que estoy [en obras de acabados

en otros apartamentos de la ciudadela] ya tengo más conocimiento, más ambición, o sea, más

visión, entonces voy a demoler el baño, voy a arreglar mejor todavía, quiero meterle, o sea, a un

apartamento promedio se le meten 10 millones de pesos. Yo al apartamento ya le llevo metidos 19,

20 ahorita que compré los enchapes, y aún me hace falta. Pero ya con el área del apartamento y

con lo que se ha arreglado, un apartamento normal en el conjunto vale, bien arreglado, vale 85, un
108

ejemplo, que es más o menos el estándar de precio que se maneja, el mío no puede estar por menos

de 110 millones. O sea, así como lo estoy sufriendo así mismo también...es que no es lo mismo ir

a ofrecer el mismo apartamento con dos habitaciones y estudio que con cuatro habitaciones, estudio

y techo en machimbre76, con luces halógenas por todo lado, o sea, de a poquitos pero le estoy

metiendo el esfuerzo.

Aunque la mayoría de los habitantes de la ciudadela, como Leonel, compraron una vivienda

en el límite o cerca del límite de sus posibilidades económicas; están también quienes tenían

mayores recursos económicos y de entrada pudieron tenerla terminada antes de comenzar a vivir

ahí. Como Nemesio y su esposa vendieron la casa que habían heredado de los padres de Nemesio,

pudieron comprar su apartamento de contado y en un proceso muy rápido:

Eso fue de afán, para antier era tarde, teníamos ya la fecha de entrega de la casa el día que me

consignara el banco la plata [de la venta de su casa anterior], dos o tres días después tenía que

desocupar. Entonces apenas me entregaron esto conseguí un maestro y eso fue pa’ antier. En 15

días me pusieron el apartamento full porque esos los entregan en obra gris. Sí los pueden entregar

full, pero había que pagar 10 millones más y los entregan con unos acabados que nada que ver,

como de tercera, no, mejor hacerlo yo a mi gusto. Nosotros le hicimos poner muebles, cocina

integral, todo, porque a uno le entregan simplemente las paredes y listo. Piso apenas esmaltado y

listo para colocarle el piso que uno quiera. Y las paredes pues para pañetar y estucar y el techo lo

mismo. Lo único que entregan completo es las instalaciones eléctricas, hidráulicas, de los dos

baños entregaron uno ya funcionando, pero ese lo cambié también porque le compré otro juego

diferente, y el baño del cuarto principal lo entregaban sin nada, los puntos solamente y uno lo

decoraba, entonces mandamos a hacer todo diferente.

76
Acabado para techos hecho de listones de madera.
109

Las decisiones que los residentes toman a la hora de escoger qué acabados poner primero

y con qué materiales, qué es prioritario y qué no, no solo dependen del aspecto funcional ni del

dinero disponible para este proceso. En los relatos de los residentes podemos identificar algunas

decisiones que no son netamente funcionales: Mary quiere cambiar el enchape del baño porque

prefiere otro color, Nemesio lo cambió porque le parecía que esos acabados no eran de buena

calidad. Leonel, a pesar de haber invertido un dinero importante en los acabados iniciales, decidió

luego reemplazarlos por otros. Aquí comenzamos a ver un grado de agencia de los residentes sobre

el entorno material que es valorado por algunos -como Mary- como una libertad en oposición a

los constreñimientos de la vivienda anterior en alquiler; y por otros -como Leonel- como una

manera de añadir valor a sus viviendas.

Las experiencias de los residentes en su proceso de “terminar la vivienda” varían unas de

otras en el grado de avance de los acabados y en las distintas nociones sobre qué es “lo básico” o

lo prioritario a la hora de acomodar los apartamentos. Sin embargo, aún con la heterogeneidad

socioeconómica entre residentes que se puede inferir de las diferencias en los recursos materiales

disponibles para hacer estas obras, la mayoría comparte la misma actitud hacia el proceso de

terminar la vivienda: proyectar en el espacio sus aspiraciones, siempre en ponderación con sus

recursos disponibles, lo que les hace sentir que sus apartamentos nunca están acabados. Al ser un

conjunto de prácticas “opcionales” y que implican la movilización de diversos recursos, observar

cómo los residentes de Ciudad Verde están resolviendo este proceso de hacer de sus viviendas en

obra gris espacios “habitables” nos muestra las posibilidades, limitaciones, gustos, prioridades e

incluso las nociones particulares de lo que es o no un espacio habitable según distintos residentes.
110

Cuerpos, muebles, cosas y chécheres: acomodarse en las viviendas

La mayoría de los residentes, como mencioné antes, al comprar una vivienda en Ciudad Verde

experimentaron una reducción en su espacio residencial. Sin embargo, en la mayoría de casos,

tanto de hogares grandes como pequeños, predominaron aquellos que expresan que el espacio de

sus nuevas viviendas es “amplio”, o por lo menos “apenas” para ellos. ¿Cómo acomodaron los

residentes entonces sus cuerpos, muebles y cosas en estos espacios reducidos?

Los espacios internos de las viviendas de Ciudad Verde están predefinidos de manera casi

estándar: dos o tres habitaciones, espacio para sala-comedor, cocina abierta o cerrada, un pequeño

patio de ropas y en los apartamentos más grandes un espacio para estudio o biblioteca. La mayoría

de residentes se guiaron por esta distribución predefinida para acomodarse en los apartamentos:

por ejemplo, los cuerpos y camas van en las dos o tres habitaciones de la vivienda. Como vimos

en el caso de Mary al inicio de este piso, así las habitaciones sean más pequeñas, a los residentes

a veces les parece conveniente tener estos espacios predefinidos 77.

Cuando los hogares son pequeños, esto resulta en que hay residentes a quienes les “sobran”

habitaciones: Gerardo, como mencioné antes, subarrendó una habitación y en la otra le guarda

“chécheres” a un vecino; Damián y su esposa solo ocupan una de las tres habitaciones de su

apartamento, igual que Lucila y su esposo; Javier y Yolanda también ocupan una habitación, tienen

otra para huéspedes y la tercera, me dijeron con humor al hacerme el recorrido por su casa, “es la

de la perrita”. A Estela y Edwin les sobra una habitación, en la que tienen “chécheres” y las cosas

de su mascota. Nemesio pidió a la constructora que no pusiera el muro que conforma la tercera

alcoba -algunos de los apartamentos más grandes tienen esta opción- para dejar la sala más amplia,

pues “no necesitamos sino el cuarto principal y el cuarto del niño, y él casi que ni está”.

77
Ver también el mensaje “que tus hijos tengan su propio espacio para jugar es poder” en la publicidad de las viviendas
de Prodesa de la ciudadela que mostré en el piso 1.
111

Por otro lado, están los apartamentos de las familias más grandes que visité. Pamela, que

vive en Lirio (VIP) con su esposo, sus tres hijos y los dos hijos de un previo matrimonio del esposo,

dijo que el espacio de su apartamento “no es muy grande, pero pues apenas para nosotros”. La

pareja ocupa la alcoba principal, los dos hijos del esposo la segunda alcoba y los tres niños de la

pareja la tercera alcoba. Fabio duerme con su esposa y su hija adolescente en una habitación. Su

hijo mayor, recientemente también con su pareja y su recién nacido, en la segunda alcoba y la

tercera alcoba la tienen destinada al negocio de peluquería de la esposa. Sin embargo, Fabio me

dijo que los apartamentos “no es así como se oía que eran pequeñitos, son comoditos, son bonitos,

grandecitos. Son las dos alcobitas y el estudio. Pero uno de pobre, el estudio lo coge como una

alcobita para un niño”. Gabriela, su hija y sus tres nietos, aunque se sienten “apenas” en su

apartamento, reconocen que para algunas familias estos pueden ser muy pequeños:

Pues como tenemos el fuerte de que no hay señor, entonces por ejemplo yo tengo una habitación,

normalmente tenía una grande pero como no caben las camas grandes entonces, como el niño ya

creció, quedaron en una habitación mi hija y su niño, le dije “no, duerma con su jovencito porque

yo no”, él dormía conmigo. Una para las dos niñas, y una para mí. O sea, sí, no hay problema por

ese lado, pero es como por la circunstancia social: no hay señor, entonces ¡no hay problema! [risas].

Me imagino donde hay señor, ¿cómo harán?. Me imagino que tienen camarotes, o que... ¡ni idea!

Muchos residentes se refieren a sus espacios residenciales como “apenas”, aunque con una

enorme variabilidad en la relación entre tamaño de hogar y tamaño de apartamento, igual que la

noción de “amplio”, que apela más a una percepción subjetiva que al tamaño exacto. En el caso

de Fabio, mediante el uso de los diminutivos, incluso cuando suena contradictorio como que los

apartamentos son “grandecitos”, él reconoce la reducción de espacio en comparación con su

vivienda anterior, pero también reconoce que, en medio de todo, no está tan mal.
112

Pasar a vivir en un espacio “apenas”, así esto signifique total satisfacción o apenas

conformidad con el tamaño de las nuevas viviendas, así los cuerpos se sientan holgados o apretados

en el nuevo espacio, necesariamente hace que las relaciones entre los residentes y sus posesiones

tengan que replantearse. A diferencia del proceso de acomodar los cuerpos, acomodar posesiones

es un proceso en el que los residentes tienen más margen de acción. Así como lo formula Marcoux

(2001), el proceso de cambiar de vivienda permite una especie de realineamiento crítico de las

personas con sus posesiones. En las experiencias de los residentes que conocí pude ver cómo este

realineamiento de las relaciones entre personas y cosas constituyó una manera de procesar la

reducción en su espacio residencial y también de posicionarse en su nuevo entorno.

Muchos residentes me contaron cómo algunas de sus antiguas posesiones pasaron a

convertirse en chécheres 78. Ya conocimos al inicio de este piso el caso de Mary y todas las cosas

que guardaba en la terraza de su vivienda anterior, que le tocó sacar para poder acomodarse en su

nuevo apartamento. Otro ejemplo es el de Jesús:

Nosotros vivíamos en una casa wuuuuf, dos veces más grande que esta. Grande, grande, donde

tocó dejar la mayoría de las cosas regaladas. Nosotros teníamos el juego completico, ese juego de

sala era nuevecito cuando lo compramos, hacía como dos meses que lo habíamos comprado, y el

comedor, la sala, otro televisor grande, todo tocó irlo porque nos faltó espacio. Y aún todavía

quiero sacar ese mueble [el sofá donde yo estaba sentada] porque me está haciendo estorbo.

Entonces así sucesivamente, vamos a ir sacando unas cositas.

El sofá en el que yo estaba sentada oyendo a Jesús contar su historia pasó entonces, en poco menos

de un año, de ser parte de un “juego de sala nuevecito” a “hacer estorbo”. Así, al replantear las

relaciones entre residentes y objetos, algunos cambian de status.

78
Término utilizado en Colombia y otros países de América Latina para referirse a objetos inútiles, que ya no sirven
o que estorban.
113

Aquí es necesario señalar que es difícil distinguir entre los motivos funcionales y los

estéticos que hacen que algo pase de ser cosa a ser chéchere. Aunque la mayoría de residentes

señala la falta de espacio como el motivo principal para deshacerse de parte de sus cosas, para

varios esto tiene también un objetivo de limpiar o filtrar. Fue común que los habitantes me dijeran

“es que uno guarda mucha cosa que no usa” al describir el proceso decidir qué iba y qué no iba en

el trasteo a la nueva vivienda. Nemesio lo sintetiza bien:

Uy, ahí sí me tocó regalar una cantidad de cosas (…) tenía un montón de herramienta que me había

quedado de mi papá, y todo eso me tocó regalarlo y todo porque aquí en un apartamentico sí no

puede uno tener nada. Uno tiene el espacio reducido porque por más de que sean dos, tres cuartos

y todo no tiene uno donde guardar tanta cosa. Y uno que en casa grande acostumbra uno, cualquier

chéchere, cualquier cosa va uno acumulando, que no me lo bote, que eso sirve, y uno se va llenando

de cosas inútiles y todo lo regalamos cuando vinimos y dejamos lo más útil, y tocó aquí comprar

cosas pequeñitas que se acomodaran al espacio.

Nemesio se deshizo las cosas que físicamente no le cabían en su nueva casa, como algunos

muebles que tuvo que remplazar por unos más pequeños. Pero también filtró objetos porque quiso

simplemente llevar menos cosas a su nueva vivienda. Incluso objetos que podrían tener valor

sentimental como las herramientas que le dejó su padre, pasaron a ser chécheres para él. Nemesio

y muchos otros residentes emprendieron entonces una labor de conversión en la que algunas cosas

pasaron a ser, evocando a Douglas (1966), “materia fuera de lugar”. Y creo que esta conversión la

hacen los residentes no sólo para acomodar sus cosas en las viviendas nuevas, sino también para

acomodarse a sí mismos en su nuevo entorno, algunos pasando de no tener vivienda propia pero

sí muchas cosas a querer prescindir de ellas cuando ya son dueños de sus apartamentos, sobre todo

en estos conjuntos cuyo diseño y publicidad enfatizan los espacios “limpios” y ordenados.

Calificando a lo que no les cupo o lo que ya “no cuadraba” con el nuevo espacio como chécheres,
114

los residentes están también haciendo su propia transición hacia ocupar un nuevo lugar en el

mundo social. Marcoux (2001) afirma que con el cambio de residencia las personas tienen la

oportunidad de trabajar y reparar la manera en que se representan a sí mismos, de acuerdo con

cómo se quieren ver ahora. En Ciudad Verde, los residentes hacen esto sacando chécheres.

Acomodar y acomodarse en el proceso de habitar

El proceso de habitar una vivienda implica “la transformación de una casa para satisfacernos a

nosotros mismos (acomodar), pero también puede implicar la necesidad de transformarnos a

nosotros para adaptarnos a nuestro alojamiento (acomodarse)” (Miller, 2010). Así, las viviendas

no se asumen como una cosa sino como un proceso en el que la agencia de las personas y la agencia

de las viviendas están en relación continua. Las ideas, las construcciones, los materiales de obra,

los muebles y objetos producen a los residentes de Ciudad Verde y los residentes a su vez producen

sus espacios residenciales, incluso en estos contextos de edificios de diseños homogéneos en los

que la “libertad urbanística” (Turner 1972 en Saldarriaga Roa & Carrascal, 2006) es poca o nula.

En el proceso de terminar las viviendas y de acomodar cuerpos y cosas en los nuevos

apartamentos, se pueden ver las formas en que los habitantes movilizan recursos tanto materiales

como simbólicos para convertir los inmuebles que compraron en hogares. Para ellos es claro que

cumplir el sueño de la vivienda propia no es simplemente comprar un apartamento, sino que

requiere un trabajo continuo que para muchos está todavía lejos de terminarse. Muchos me dijeron

que todavía no habían podido decorar sus apartamentos como ellos quisieran, pues después de

haber invertido gran cantidad de recursos en los acabados y la mudanza, el presupuesto que la

mayoría tiene disponible para decoración o muebles nuevos es muy limitado. Los que sí han

podido decorar lo han vivido como un momento muy importante, como lo recordó Yolanda:
115

El sofá, yo me acuerdo que ese día sí fue muy emocionante porque duramos casi toda la tarde

buscando de un sitio a otro, y no, muy pequeño, ese color no, esa forma no, bueno vamos y

pensamos. La sala ha sido lo más pensado de la casa, porque todo fue por partes. Pudimos hacer

con la cocina el mesón, pero las sillas no, cuando uno va dando una vuelta ‘ah sí, podemos poner

esas sillas’, como uno irlo armando poco a poco, igual en la medida de las posibilidades porque

tampoco era que tuviéramos tanta plata para decir “vamos a comprar todo de una”.

Paradójicamente, la misma Yolanda en otro momento de la entrevista me dijo “la sala pues

no la usamos casi porque pues el televisor está en el cuarto, uno llega ya tarde cansado de trabajar

y es a descansar (...) en la habitación es que pasamos la mayor parte del tiempo”. Además, me dijo

que casi nadie los visita porque sus familiares y amigos viven en el Quirigua y les parece que

Soacha es muy lejos. La importancia del sofá no era entonces por su valor funcional sino más por

su valor como el mueble principal de la sala, lo primero que se ve al entrar al apartamento y como

ella misma dijo, el área “más pensada” de la casa. Aquí parece cumplirse lo que establece Clarke

(2001) con respecto a la decoración de las viviendas como manera de proyectar un

posicionamiento social ante un “otro” que no necesariamente es una persona concreta que vaya a

entrar a la vivienda sino un otro abstracto contra el que se contrapone la experiencia personal. Así

no haya visitantes, la sala permanece como la carta de presentación de la casa.


116

Figura 14. Yolanda y su mascota en la sala de su casa. Foto tomada por su esposo durante la entrevista.

Pero, a diferencia de Clarke, que encuentra una emulación generalizada de la estética de

las “casas ideales” de la publicidad, en Ciudad Verde no todos aspiran a decorar con el estilo

“moderno” de los apartamentos modelo. Algunos definen el estilo de sus viviendas como “clásico”

como Mary, que tiene en su apartamento cenefas, cortineros y rosetones en yeso y estuco

veneciano en algunos muros, o “colonial”, como se refiere Fabio al estilo de su apartamento con

paredes de ladrillo a la vista y arcos que dividen las áreas. La mayoría simplemente acomodan

muebles y objetos según los recursos materiales que tengan disponibles, sin referirse a un estilo

específico de diseño o decoración. En Ciudad Verde sucede algo más similar a lo que argumenta

Ariztía al analizar las prácticas de decoración de residentes de clase media en Santiago de Chile,

y es que “El estilo mainstream 79 no es una fuente explícita de identificación sino un telón de fondo

contra el que las parejas contrastan sus propias trayectorias y decisiones de estilo” (Ariztia, 2012,

79
Que equivale a lo que yo llamo la estética de la vivienda moderna, o a lo que los residentes llaman el “estilo
moderno”.
117

p. 101). Al comprar una casa, las familias confrontan sus trayectorias con las clasificaciones e

imaginarios del mercado, posicionando así sus trayectorias individuales con la variedad de ofertas

inmobiliarias y las diferentes modalidades de disposición de los productos a través de

categorizaciones de clase (Ariztia, 2009). En esta confrontación, en el caso de los habitantes de

Ciudad Verde, los nuevos propietarios movilizan recursos materiales -para “terminar” la vivienda-

y simbólicos –convertir algunas cosas en “chécheres”, reorganizar sus posesiones antiguas en el

nuevo espacio, decidir qué objetos y muebles nuevos necesitan- para hacer sentido de sus nuevas

“coordenadas sociales y espaciales” (Ariztia, 2009).

Como afirma Miller, detrás de las puertas cerradas se esconden mundos enteros que nos

pueden ayudar a comprender no sólo trayectorias individuales sino también, y fundamentalmente,

relaciones sociales (Miller, 2001a). Acomodar y acomodarse en la vivienda no es sólo una

actividad funcional ni tampoco una meramente expresiva, sino una proyección de relaciones,

reales e imaginadas, con el mundo externo (Clarke, 2001). Por ende, al examinar como los

residentes se acomodan en sus viviendas estamos viendo también cómo se acomodan en -y cómo

acomodan- el mundo social.

203. La vivienda como inversión

En esta sección exploro un tema crucial que emergió al seguir a los residentes en el proceso

de acomodar las viviendas y acomodarse en las viviendas: el valor que tiene la vivienda para los

residentes más allá de la materialidad del apartamento que compraron. En la experiencia de habitar

de los residentes coexisten, además de una dimensión material y una intangible como mostré en el

201 -la vivienda propia como idea, la vivienda propia como espacio-; el valor de uso y el valor de

cambio de la vivienda, es decir, su calidad de mercancía. La coexistencia de distintas escalas de


118

valor permea las acciones de los residentes en sus espacios, tanto en el presente como en sus

proyectos a futuro.

“Una casa no es para siempre”: del sueño de la vivienda propia a la vivienda de los
sueños

El título de esta sección lo elegí para responder a la pregunta que se hizo Gilbert (2001) en relación

con las viviendas construidas en el mercado informal del suelo en Bogotá: para los habitantes de

estas casas de autoconstrucción, ¿una casa es para siempre? La respuesta es que en la mayoría de

ocasiones sí lo es. Y no porque no se quieran ir: por el contrario, Gilbert muestra que aún en los

contextos en los que existe una historia de lucha y mucho trabajo invertido en la producción de la

vivienda, muchos propietarios han intentado vender sus viviendas, a menudo por cambios en

estructura familiar - cuando los hijos se independizan, cuando los padres mueren-. Sin embargo,

vender no es fácil y a muchos les ha tocado quedarse “amarrados” a la casa, subdividiéndola y

alquilándola o viviendo allí de manera forzada con otros hogares de la familia extendida. Ward

(2012) encuentra que en ciudades como Bogotá y Ciudad de México los precios de las viviendas

en asentamientos de origen informal consolidados son tan altos que dificultan su venta, reduciendo

así la movilidad residencial de sus propietarios. Más recientemente, Camargo (2017) también

encontró que el acceso a la vivienda en el mercado informal del suelo, examinado en el largo plazo,

se ha convertido en una limitante de la movilidad residencial y social de los residentes.

En Ciudad Verde en cambio, muchos residentes parecen tener claro desde un principio que

una casa (o por lo menos esta casa) no es para siempre, como Estela y Edwin:

Estela: teníamos visión de otra cosa, sí. Nos gustaría irnos a tierra caliente porque nosotros

llegamos acá a Bogotá por accidente, en cierto modo. (...) Le doy gracias a Dios, le damos gracias

a Dios que tenemos este apartamento, pero no es lo que esperábamos. O sea...


119

Edwin [interrumpe]: No, el apartamento si es bonito y todo, pero... no es como el pensado que

teníamos nosotros para el futuro... ahí sí como ayer estaba hablando con un psicólogo, no es mi

centro. Estoy tratando de encontrar mi centro por unos “medio centros” [risas] 80 .

Como ellos, muchos habitantes con los que tuve contacto en Ciudad Verde no conciben a

sus viviendas como definitivas. Para ellos vivir en Ciudad Verde es un momento de su trayectoria

residencial, y contemplan la posibilidad de que en un futuro los apartamentos que compraron sean

ocupados por otras personas, ya sea inquilinos o segundos propietarios, y así pasar ellos a habitar

otros espacios. A corto y mediano plazo, la mayoría piensa permanecer en sus apartamentos

mientras ahorran para “meterse en otro proyecto”. Para Gabriela el plan es a 10 años, y luego

comprarían un apartamento de los más costosos de la ciudadela. Javier dice que máximo siete años,

y después trataría de comprar en el Quirigua, cerca de sus familiares. Leonel se quiere quedar en

Ciudad Verde, pero en un futuro comprar el apartamento de al lado y unir los dos. Damián dice

que apenas terminen de pagar el crédito o tengan unos ahorros buscarían comprar una casa en las

afueras de Bogotá, “lejos del caos de la ciudad”. Nemesio quiere en un futuro, cuando ya no tenga

que cuidar a sus nietos, comprar un lote en Fusagasugá y construir una casa para pasar la vejez en

un mejor clima y un ambiente más tranquilo.

En la mayoría de los casos, los planes a futuro de los residentes coinciden con lo que afirma

Beuf sobre la urbanización periférica en Bogotá, “las periferias para ciertas familias, al igual que

para los grandes grupos inversionistas, se vuelven espacios de inversión financiera: compran un

apartamento con crédito hipotecario a la espera que este se valorice para comprar otro más tarde

en una «mejor» zona de la ciudad” (Beuf, 2012, p. 500). Sin embargo, la noción de lo que es un

“mejor” lugar no tiene un significado unívoco: aunque para muchos es vivir en un lugar más central

80
Pasados tres años de la fecha de esta entrevista, reporto que Edwin y su mamá pudieron encontrar su “centro” y hoy
viven en Ibagué.
120

-y por lo tanto más costoso- de la ciudad, para otros es por el contrario alejarse de la ciudad y vivir

en casa con jardín, más cerca del sueño suburbano. Incluso, para quienes proceden de otras

regiones de Colombia, el “mejor lugar” está ubicado en sus lugares de origen, aunque muchos

residentes consideran este plan es poco plausible por la falta de oportunidades laborales. Al pasar

de hablar del sueño de la vivienda propia a la vivienda de los sueños 81 se mezclan otros anhelos,

como el retorno al lugar de origen, vivir en una casa campestre, alejarse del caos de la ciudad y

hasta del clima frío.

Esto indica que, para los residentes de Ciudad Verde, la estabilidad que trae el hecho de

comprar vivienda en muchos casos no está atada a la materialidad de la vivienda específica que

compraron sino a las posibilidades futuras que abre el hecho de tener vivienda propia. Los

residentes esperan que el valor de su inversión aumente debido a la “valorización” del

macroproyecto y puedan capitalizar esa inversión en un futuro. El sueño de la vivienda propia para

estos residentes trae la expectativa de un futuro de posibilidades de movilidad residencial a través

de su participación en el mercado inmobiliario y financiero, y esto –como vimos en el piso 1- se

alinea con el proyecto de conformación de una clase media a través del consumo y del crédito.

Para los residentes, el sueño de la vivienda propia no es solamente el anhelo de tener un lugar

dónde vivir sino también un sueño de inclusión. Y aquí entran factores que exceden el valor de

81
A manera de ejercicio les hice a algunos residentes la pregunta “Si el dinero no fuera un obstáculo, ¿cuál sería la
vivienda de sus sueños? ¿dónde quedaría?”, adaptada del estudio de Savage y otros, quienes argumentan que el sentido
de futuro de la gente es un indicador revelador de su relación con el lugar, más que su sentido del pasado (Savage
et al., 2010, p. 51). De las 54 respuestas que obtuve, seis ubican su vivienda de los sueños en otra ciudad u otro país,
nueve dicen que sería una casa en las afueras de Bogotá (en municipios como Chía, Cajicá, Sopó, la Calera o
Mosquera), 31 la ubicaron en Bogotá (al cruzar el nombre del barrio que mencionaron con la estratificación
socioeconómica pude saber que, de esas, 20 se refieren a barrios en estrato 3, seis en estrato 4, cuatro en estrato 5 y
una en estrato 6). Ver mapas de las viviendas de los sueños en el anexo 4.
121

uso de la vivienda e incluyen su valor de cambio82 como parte misma de la manera de habitar y de

relacionarse con el mundo, como veremos a continuación.

“Lo queremos dejar neutro” valor de uso y valor de cambio al terminar las viviendas

Gerardo, como ya mencioné, vive en su apartamento en obra gris porque no tiene dinero para

hacerle los acabados. Aunque en un principio me había dicho que cuando pudiera le iba a meter

acabados “bien exclusivos” para que quedara como “el mejor apartamento de la torre”, en otro

encuentro, tres meses después, me dijo que cuando tuviera suficientes ahorros, tal vez le gustaría

dejar arrendado el apartamento e irse a vivir a un mejor lugar, en barrios más centrales del sur de

Bogotá como Ciudad Montes o Madelena. En ese caso, los acabados que le instalaría al

apartamento serían más económicos: “por eso es que yo me abstengo como de meterle cosas finas

al apartamento, porque si yo lo voy a dejar para mí entonces me gustaría algo muy bonito. Pero si

en cambio es para arrendarlo ¿cómo voy a hacer una inversión para que otras personas las

destruyan?”. En estas dudas, Gerardo pondera por cuál escala de valor guiarse para determinar sus

acciones sobre el espacio residencial, si por la del valor de uso o por la del valor de cambio.

“Lo queremos dejar neutro”, me dijo una pareja de Heliconia con la que hablé brevemente

sobre cómo planeaban terminar su vivienda mientras esperaban en la portería de su conjunto al

maestro que les iba a ayudar con la obra. Por “neutro” se referían a piso de baldosa de color claro,

paredes blancas, puertas y clósets color madera o muy clara o muy oscura -todavía no se habían

decidido, y tenían tiempo porque por ahora el dinero sólo les alcanzaba para piso y paredes-. Al

tratar de describirme el estilo que querían, se referían a los diferentes apartamentos modelo de la

82
La vivienda, aplicando las nociones planteadas por Marx para las mercancías en general, tiene valor de uso (su
capacidad de proveer un ambiente adecuado para vivir, criar una familia, etc.), así como valor de cambio, entendido
usualmente como el precio de la vivienda en el mercado si se fuera a vender o a arrendar (Ward, 2012, p. 1491).
122

sala de ventas83. Cuando les pregunté por qué lo querían neutro, me contestaron que querían un

espacio limpio, tranquilo, y que además no sabían en un futuro si se querían ir, si mejoraba su

situación podían comprar otro apartamento y es más fácil vender o arrendar un apartamento con

acabados sencillos. En su respuestas, estos residentes invocaron también las dos escalas de valor:

querer espacios “limpios” y tranquilos alude al valor de uso –y a la vivienda como inversión

simbólica para poder habitar espacios que obedezcan a los principios estéticos de orden, separación

de ambientes y “armonía” que promueve la publicidad inmobiliaria de la vivienda moderna

(Ariztia, 2012; Salazar Arenas, 2012)-, mientras que pensar en un usuario futuro de su vivienda

alude al valor de cambio, a la vivienda como una mercancía, como inversión monetaria84.

Algunos residentes asumen la compra de vivienda en su dimensión más monetaria, como

una manera de incrementar su patrimonio y como posible generadora de ingresos vía el alquiler:

El proyecto primordial es terminar el apartamento, de pronto conseguir una casa en otro lado, dejar

este arrendado, y un carro. Es lo que nosotros visionamos para el futuro. Pues, como para poder,

no por enriquecernos ni nada de eso sino por una calidad de vida como mejor para nosotros, que

nos lo merecemos. (…) pero no porque, digamos nos gustaría tener en otro lado porque ah, que

vamos a ser ricos, que vamos a ser más que los demás, no. Por tener calidad de vida mejor, por un

lado. Es que yo digo, ¿quién no quiere tener mejor calidad de vida? Todo el mundo quiere. (Edwin)

83
En el piso 1 vimos cómo el gerente de Amarilo decía que el parque de ventas de Ciudad Verde era como un centro
comercial. Y en algunos casos lo es más allá del momento de escoger una vivienda: esta pareja por ejemplo lo visitó
después de la compra para mirar los distintos acabados de los apartamentos modelo.
84
Otros análisis han encontrado relaciones similares entre la noción de la vivienda como mercancía y las decisiones
en diseño de ambientes, como el de Young (2004, citada en Buchli, 2013) sobre cómo en el mercado de la vivienda
de Londres el color blanco en las paredes comenzó a usarse para producir neutralidad y crear valor a través de su
capacidad para producir desapego, permitiendo que los potenciales compradores se proyectaran en el espacio. Young
argumenta que esto es central a la lógica del mercado inmobiliario del capitalismo tardío. Un artículo periodístico que
trata el mismo tema pero en Estados Unidos muestra cómo, por influencia de revistas de decoración y reality shows
de televisión sobre mejoras de vivienda, el color beige “se tomó” las casas en el país, con la intención de aumentar su
posible valor en el mercado (Wagner, 2016).
123

“Todo el mundo quiere”. Esta expresión de Edwin es crucial para la interpretación de la

experiencia residencial de los habitantes de Ciudad Verde. Dado que la inversión en finca raíz es

común en el contexto colombiano85, no es raro entonces que las personas que recién entran a

participar del mercado de la vivienda “formal” intenten también obtener riqueza así. Concebir la

vivienda como un activo físico pero además como un activo financiero (Atkinson & Blandy, 2017)

no es algo exclusivo de los sectores de ingresos medios y altos en las ciudades, aunque el riesgo y

el costo de acceder al sueño de la vivienda propia esté desigualmente distribuido y pueda

profundizar las inequidades socioeconómicas.

Así, en un contexto como éste no sería adecuado partir únicamente de la noción de la

vivienda como expresión de la identidad personal en la que la gente se puede “leer” completamente

a través de examinar el diseño interior de sus viviendas y sus posesiones materiales. Esto nos

llevaría a interpretar a quienes la quieren “dejar neutra” desde lentes limitados como el de la

alienación o la homogenización86, sin poder visibilizar otros procesos que también hacen parte de

las formas de ser en el mundo de quienes habitan estos entornos de vivienda estandarizada. Y entre

estos otros procesos puede estar el hecho de que algunos residentes valoren sus viviendas

transcendiendo su dimensión tangible, más allá de sus cuatro paredes. Si, como en el caso de varios

de los relatos que mostré, la idea de la vivienda propia pesa a veces más que las posibles

limitaciones del apartamento que compraron, lo que están valorando más de su condición de

propietarios son aspectos intangibles pero que permean también sus formas de habitar.

85
Debido a que los mercados financieros en el país no han ofrecido mayores alternativas para que los hogares
colombianos inviertan sus ahorros (López & Salamanca, 2009), y a que desde las políticas nacionales se incentiva la
inversión en finca raíz sobre otras inversiones con incentivos económicos como subsidios a las tasas de interés, alivios
tributarios e inventivos a la destinación de cesantías y pensiones voluntarias a compra de vivienda (ver:
http://www.portafolio.co/mis-finanzas/ahorro/ahorran-e-invierten-colombianos-116496 ).
86
Como el que propone Cano (2012), que analiza la mercantilización de las viviendas en España y afirma, basado en
reflexiones teóricas, que en años recientes las viviendas han pasado de ser espacios de arraigo, de desempeño de roles
y generadores de identidad a ser despojadas de sus lazos emocionales, a convertirse en “no lugares” o espacios donde
no es posible establecer vínculos, que albergan transitoriamente unos sujetos solitarios, homogenizados y alienados.
124

Habitantes “hipotecados”: el crédito como parte de la experiencia de habitar

Una hipoteca es la consecuencia directa de “una apuesta cuidadosamente calculada que hace un

banco en relación con la salud y el potencial de estabilidad de ingresos del prestatario, quien, a una

edad y etapa de la vida adecuada, puede demostrar vigor corporal, salud y empleo constante y

disciplinado a lo largo de una cantidad determinada de años para pagar el crédito” (Akcroyd 2001,

citada en Buchli, 2013). Así, aunque un crédito hipotecario no sea algo tangible, paradójicamente

tiene un vínculo íntimo con las capacidades corporales del deudor hipotecario. En los casos de

viviendas mercantilizadas, en los que son frecuentes los espacios “despersonalizados” y las

expresiones de desapego de los residentes frente a sus viviendas, se pueden encontrar indicadores

de las cualidades de quienes los habitan en el ámbito del crédito hipotecario. Las hipotecas, como

“materialidades desencarnadas”, pueden entonces ejercer agencia sobre las personas tanto como

las “encarnadas”, es decir el ambiente construido (Buchli, 2013).

Extendiendo el argumento de Buchli, podríamos pensar que el vínculo no es únicamente

con las capacidades corporales sino también morales de los compradores de vivienda: disciplina,

trabajo, ahorro, visión de futuro. Varios residentes consideran que para poder tener el crédito y

comprar vivienda hay que “ponerse juicioso”. Estas cualidades morales están incorporadas en

expresiones como “sujeto de crédito”, usada por las entidades bancarias para clasificar a quienes

pueden demostrar capacidad de pago de los créditos, aún en el caso de créditos subsidiados

(Coulomb, 2013); o como “vida crediticia”, biografía financiera que según los funcionarios de los

bancos que ofrecen tarjetas de crédito y otros productos, es imprescindible tener (para poder

consumir más). Si a través del acceso a un crédito hipotecario los compradores de vivienda de

interés social no sólo están accediendo a una vivienda propia, sino que además están iniciando su

“vida crediticia” y constituyéndose en “sujetos de crédito”, aspectos tan valorados en la sociedad

colombiana, no sorprende que las personas experimenten la compra de vivienda como un proceso
125

de inclusión social y económica, más allá de la materialidad de la vivienda específica que

compraron. Como argumenta Carsten, la casa abarca tanto aspectos materiales como simbólicos,

y a menudo es difícil diferenciar uno del otro (Carsten, 2004). En el caso de este grupo de personas,

que son quienes cumplían con las condiciones para ser acreedores de una hipoteca pero también

quienes vieron la compra de vivienda nueva en Ciudad Verde como una opción viable, que en

cierta medida respondía a sus necesidades 87, encuentro que la condición de convertirse en

“habitantes hipotecados” (Girola, 2008) tiene un peso simbólico que, como la materialidad de las

viviendas, permea sus maneras de ser en el mundo.

204. “Es como llegar a una maquetica”: el deseo de cuadrícula

A mí me gusta mucho llegar por las noches que se ve como la neblina, como las
torres todas organizaditas, se ve muy bonito, como una maquetica
(Yolanda)

En las secciones anteriores mostré cómo la vivienda propia emerge como sueño y los apartamentos

de Ciudad Verde como una forma legítima y hasta deseable del cumplimiento de ese sueño. Y no

porque las viviendas de la ciudadela carezcan de limitaciones, ni porque los residentes no sean

conscientes de las mismas. Para algunos habitantes es claro que la vivienda que compraron tiene

una localización que no es óptima, un tamaño a veces insuficiente, un diseño con ciertas

deficiencias. Sin embargo, la mayoría se refiere a sus apartamentos como bonitos, tranquilos,

acogedores, iluminados, con buen diseño. Y a la ciudadela, iré mostrando en los siguientes pisos,

la consideran un lugar bonito y tranquilo, y sobre todo con buen diseño y planeación.

87
Otros hogares, como algunos de los mismos familiares de los residentes de Ciudad Verde que viven en barrios
populares, no contemplan comprar uno de estos apartamentos bien sea por su localización lejos de sus redes sociales,
por no poder tener sus negocios en la vivienda, por su tamaño reducido o por la poca flexibilidad (de generar
ampliaciones a futuro, por ejemplo) y prefieren seguir viviendo en alquiler.
126

Ya habíamos visto en el piso 1, con ayuda de Scott (1998), que la visión modernista del

urbanismo está basada en principios de legibilidad y simplificación, y que la experiencia cotidiana

de la gente rara vez es así de ordenada y legible. Y que muchas de las críticas desde el urbanismo

y la academia en general a proyectos que incorporan esta visión modernista como Ciudad Verde

consideran a las urbanizaciones espacialmente homogéneas, de torres de edificios producidas en

serie, como ámbitos que inevitablemente serán no-lugares, donde será muy difícil establecer apego

y vínculos sociales. Sin embargo, la expresión de Yolanda que encabeza esta sección parece

indicar otra cosa. A ella le gusta sentir que vive en la “maquetica” y saber que todas las noches,

después de su largo recorrido en motocicleta desde su trabajo en el occidente de Bogotá, llega a su

casa propia en un conjunto que, como la gran maqueta de la entrada de la sala de ventas, es parte

de un espacio ordenado. Si para Scott el sueño de una sociedad completamente legible es un sueño

de los oficiales estatales o del estado moderno, y constituye un proyecto colonizador disfrazado

como una “misión civilizadora” (Scott, 1998, p. 82); en Ciudad Verde encontramos que la

legibilidad, la uniformidad y el orden es un valor profundamente acomodado en los mismos

habitantes.

Hay que encontrar entonces explicaciones a esta satisfacción residencial generalizada en

un contexto con evidentes limitaciones para la gente. Una mirada común desde posturas críticas a

cuando la gente acoge los procesos impuestos “desde arriba” sugiere la exitosa producción de unos

sujetos completamente disciplinados y amoldados a la lógica capitalista de la producción del

espacio urbano, quienes a su vez coproducen el consentimiento social de las formas hegemónicas

de producción del espacio (Serin, 2016). Bourdieu (2003a), por ejemplo, interpretó la satisfacción

residencial de las “clases medias emergentes” que compran vivienda unifamiliar suburbana como

un autoconvencimiento, una racionalización que les hace sentirse satisfechos con haber hecho la
127

inversión más grande de sus vidas para adquirir un inmueble que los va a dejar aislados y llenos

de deudas 88. Allen (2010) explica que los “dominados” se pueden mostrar satisfechos con sus

viviendas porque se acostumbraron a juzgar su propia experiencia con base en las herramientas

conceptuales dominantes -que forman las aspiraciones y fantasías de lo que es una situación

residencial “ideal”, y que son producidas por las industrias de la construcción, la promoción

inmobiliaria y los medios de comunicación-, y como resultado de esta valoración descartan sus

propias prácticas, adoptan las “ideales” y se siente satisfechos. Así, se perpetúa un sistema que

“impulsa a la gente de la clase trabajadora a querer lo que no tienen, realmente no quieren y no

pueden pagar” (Comentario de Allen en Savage et al., 2010, p. 141).

Estas explicaciones tienen sentido en el contexto que estudio hasta un punto. Por ejemplo,

siguiendo el argumento de Allen, en Ciudad Verde la idea de la libre elección en el consumo de

vivienda ayuda a los residentes a asimilar las deficiencias del proyecto y, como veremos en el piso

3, a deslegitimar las protestas e inconformidades de otros residentes, porque “nadie los obligó a

comprar aquí”-. Podríamos decir que la potencialidad de “elegir” como fin último de la ideología

liberal (Kleine 2013 en Jaramillo, 2016, p. 78) opera con éxito en esta ciudadela y sirve para que

los residentes asuman la responsabilidad de limitaciones que son estructurales.

Pero en el caso de los residentes con los que pude conversar, creo que habría que

contemplar una explicación que no reduzca a las personas a simples objetos pasivos de las

intervenciones espaciales, que no les imponga la carencia o la dominación como lo que es

importante de su experiencia urbana si ellos están tratando de mostrar otros aspectos. Que

88
“Nada más razonable, ni más realista, que la larga retahíla de justificaciones que uno suele oír cuando pregunta
sobre la historia de las sucesivas viviendas (“pero, por lo menos, uno está en su casa…”, “no hay nada como la
propiedad horizontal”, etcétera) y que son fruto de la descomunal labor de desencanto que ha de llevar a cabo, para
conseguir contentarse con lo que tiene, el comprador que descubre todo lo que había oculto en su compra, el ruido de
las máquinas cortacésped los fines de semana, los ladridos de los perros, los conflictos sobre las servidumbres
comunes, etcétera, y, sobre todo, el costo en tiempo de los trayectos cotidianos”. (Bourdieu, 2003a, pp. 208–209)
128

reconozca y se involucre con los residentes de una manera que no sobreescriba sus relatos, pero

que tampoco pase por alto aspectos estructurales que pueden ser graves. Tratar de comprender a

los residentes como personas que empiezan a estar dentro de un sistema, que se benefician, al

menos en parte, de la neoliberalización (Guano, 2016) y ver que su agencia no solamente es posible

en términos de oposición o de resistencia. Miller (2001b) señala que en muchos estudios de

consumo en contextos “no occidentales” la mirada analítica se restringe a caracterizar las prácticas

de consumo en dos alternativas: la “aceptación” -que se asume como sintomática de asentamientos

coloniales o postcoloniales- o la “resistencia” - que es cuando se asume que esos “otros” han

respondido “apropiadamente” al sistema dominante. Y esto termina siendo a su vez un mecanismo

de opresión, porque implica decirles a esos “otros” que la cultura que están gradualmente

habitando nunca podrá ser suya y les niega cualquier rol que hayan podido tener en su producción.

Considero crucial reconocer que los residentes de Ciudad Verde tienen un rol en la producción de

la cultura en la que viven.

Partiendo de considerar a las personas como capaces de “hacer” los espacios que habitan

así como los espacios los “hacen” a ellos (Miller, 2010), me apoyo en Jansen (2014a) para

reconocer la “no evasión” 89 de la cuadrícula que las prácticas estatales imponen a la vida de las

personas –en este caso, de la mano con el mercado inmobiliario y financiero-, como relevante para

comprender la experiencia de las personas como residentes y como ciudadanos. Jansen muestra

cómo los residentes de un complejo residencial en Sarajevo después de la guerra de Bosnia se

embarcaron en una labor continua de gridding (cuadricular), que es una inversión para convertirse

en parte de poblaciones legibles, un anhelo de orden e inserción en un estado funcional para tener

89
Jansen argumenta que muchos estudios antropológicos de las prácticas estatales se enfocan en esquemas
disciplinadores de arriba hacia abajo y a visibilizar los intentos de evasión de la gente, poniendo poca atención a su
“no evasión” (o, en caso de reconocer la no evasión, calificándola directamente como internalización de la cuadrícula
que se le impuso a la gente “desde arriba”).
129

una “vida normal”. En el caso de Ciudad Verde, para comprender la “no evasión” de los residentes

de Ciudad Verde, o su deseo de cuadrícula, habría que intentar encontrar explicaciones en el

contexto local, que permita dar más textura a simplemente considerar a los residentes como sujetos

despolitizados por un sistema opresivo.

Para encontrar explicaciones que emerjan del contexto local es útil mirar a lado y lado de

las trayectorias sociales y residenciales de los habitantes de la ciudadela. Y lo que está a lado y

lado -literal y figuradamente- de los grandes conjuntos de apartamentos de vivienda de interés

social periféricos como Ciudad Verde, es la llamada urbanización informal. En ciudades como

Bogotá, los principios de orden y cuadrícula vienen desde “el programa urbano-católico de la

colonización hispánica” (Serje, 2011, p. 5). Pero éste fue un orden que luego pasó a caracterizar

únicamente a la ciudad “formal” (Palacios, 1995), mientras que la urbanización informal, que

constituyó gran parte de la manera como crecieron las ciudades colombianas y latinoamericanas

durante el siglo XX, se convirtió en la viva imagen del “desorden” (Duhau & Giglia, 2008). Mi

argumento es que esta “ciudad dual”90, que está tan reificada en los imaginarios urbanos

latinoamericanos, hace que vivir en uno de estos conjuntos signifique apartarse visiblemente de la

ciudad informal y todos los atributos que se le asignan, para pasar a habitar el “orden” de la ciudad

formal. Por esto, veremos en el piso 3, cualquier indicador de desorden o rastro que evoque la

informalidad en Ciudad Verde es rechazado por muchos residentes y genera conflictos.

90
Más aún desde 1972, cuando la Organización Internacional del Trabajo acuñó el término “sector informal urbano”,
cuya aparente neutralidad ideológica (frente a expresiones usadas en los años 60 como marginalidad o “underclass”)
ayudó a que fuera incorporado en agendas políticas de distintos cortes. La noción de informalidad urbana puede
rastrearse desde Oscar Lewis, que argumentó que en las ciudades de América Latina que recibieron migraciones
masivas campo-ciudad coexisten dos subsistemas: el capitalista y el de subsistencia. Desde la política pública fue
claro entonces que el sector informal hay que intervenirlo a través de una “formalización” o “modernización”.
(AlSayyad, 2004; Herrle & Fokdal, 2011; Torres Tovar, 2009)
130

Después de haber examinado cómo los habitantes acomodan sus viviendas y se acomodan

en ellas puedo argumentar, en línea con Zeiderman (2016)91, que su satisfacción residencial se

puede explicar porque para estos residentes la propiedad de la vivienda en el mercado formal, en

urbanizaciones similares a las de las clases medias de la ciudad, es una de las pocas vías disponibles

para ejercer la plena ciudadanía. Como mostré a lo largo de este piso, la satisfacción de los

residentes es, en primera medida, una satisfacción con el hecho de tener vivienda propia como

idea, más allá de la materialidad específica de los apartamentos que compraron, y en segunda

medida una satisfacción con la vivienda en tanto mercancía, cuyo aumento de precio pueden

capitalizar a futuro. Esto tiene consecuencias en las relaciones entre personas y entorno material,

como querer acabados neutros, botar chécheres o conformarse con espacios pequeños.

Lejos de formular una crítica apocalíptica al hecho de que las viviendas se hayan

convertido en mercancías, intento comprender cómo personas concretas, con diversidad de

trayectorias, habitan estas viviendas “mercantilizadas”. Y con las experiencias de los residentes

que mostré en este piso, podemos comenzar a ver cómo, sobre el telón de fondo de la vivienda

mercantilizada, los residentes encuentran múltiples formas de hacer encajar (o no) su experiencia

cotidiana y sus relaciones con el entorno material. Cumplir el “sueño de la vivienda propia”

implica para los residentes, además de una gran movilización de recursos de todo tipo para

alcanzarlo, un trabajo permanente para mantenerlo. Como vimos en el proceso de terminar la

vivienda y como veremos en los siguientes pisos en las relaciones de los residentes con sus

vecinos; esta labor permanente es tanto material como simbólica. Que los residentes estén

91
Zeiderman, frente al caso de la relocalización de residentes de Ciudad Bolívar por residir en zonas calificadas como
en riesgo (de inundación, de deslizamiento); en vez de resistencia y apego al territorio encontró que la relocalización
fue mayoritariamente voluntaria. Su explicación es que en un contexto en el que hay tantas restricciones para ejercer
ciudadanía y para la movilidad social y física de los “pobres”, y en el que el futuro urbano es radicalmente incierto,
acoger la relocalización es una manera en la que los habitantes negocian los programas estatales para reclamar
derechos y ser reconocidos como ciudadanos urbanos (Zeiderman, 2016).
131

satisfechos con sus apartamentos no quiere decir entonces que les hayan entregado unas viviendas

óptimas en un entorno perfecto ni que vivir ahí se adapte completamente a sus necesidades. La

satisfacción residencial es algo que los residentes trabajan diariamente. En este piso, por ejemplo,

mostré cómo residentes anteponen la importancia de la vivienda propia a cualquier dificultad o

fricción que experimenten en sus nuevos espacios, convirtiendo las limitaciones de estas viviendas

modernas en incomodidades momentáneas en su tránsito hacia una mejor calidad de vida.

En el caso de Ciudad Verde, aunque existen evidentemente evasiones de la “cuadrícula”,

inconformidades y algo de movilización al respecto, examinar la experiencia del “deseo de

cuadrícula” como parte de una mirada antropológica sería más adecuado que solamente buscar lo

contrario. Pues en este contexto particular, el hecho de que existan personas que ven a la

cuadrícula, -o a la “maquetica” como dijo Yolanda- como un avance en su trayectoria residencial

y de clase y que, como Mary al principio del piso, al deshacerse de “los colorinches” se insertan

en un nuevo mundo social, es significativo.

Escaleras al piso 3

En este piso examiné el proceso de acomodar las viviendas y acomodarse en las viviendas en

Ciudad Verde. Mostré que hay un consenso social del sueño de la vivienda propia como algo

legítimo y que la importancia de acceder a vivienda propia termina pesando más que otros factores

en la elección residencial, por lo que Ciudad Verde, al tener precios más económicos que viviendas

similares en Bogotá, aparece como una alternativa viable. Ilustré cómo en el proceso de “terminar”

la vivienda los residentes ponderan y negocian recursos, prioridades y referentes estéticos según

sus trayectorias y aspiraciones. Pero también señalé cómo muchos de los residentes con los que

conversé, aunque valoran positivamente vivir en Ciudad Verde, no planean quedarse para siempre

allí y a futuro contemplan la posibilidad de vender o arrendar sus viviendas e irse a vivir a un lugar
132

“mejor”. Que las viviendas de Ciudad Verde son para los propietarios tanto un lugar para vivir

como una inversión: el valor de uso y el valor de cambio de las viviendas coexisten en su

experiencia de habitar y permean sus acciones sobre el entorno material.

Partiendo del principio de que las cosas existen no por sí mismas sino en relación con otras,

podemos comprender cómo la vivienda propia emerge como sueño y los apartamentos en conjunto

cerrado como una forma legítima y hasta deseable del cumplimiento de ese sueño. A pesar de las

limitaciones que los residentes reconocen de vivir en Ciudad Verde; en comparación con las

experiencias residenciales anteriores y frente a “la otra cara” de la urbanización formal, que son

los barrios populares, esta “solución de vivienda” resulta atractiva para ciertos residentes. Estos

espacios residenciales toman forma entonces a partir de las aspiraciones, posibilidades y

limitaciones de quienes los habitan; y a su vez los residentes van emergiendo como un tipo de

habitante metropolitano muy específico en estos espacios. En el siguiente piso veremos cómo esto

tiene implicaciones en las formas en que los residentes se posicionan a sí mismos y a los demás en

el nuevo mundo social.


133

Piso 3. Vivir en “Soachington”: Distinguirse

Leonel hace “la tareíta”

Leonel tenía que comprar unos materiales en el almacén de construcción del Centro Comercial

Mercurio (el más grande de Soacha, sobre la Autopista Sur) antes de hacer unos arreglos en uno de

los conjuntos de Ciudad Verde, por lo que me pidió que nos reuniéramos ahí. Mientras charlábamos

en una mesa de la plaza de comidas, me contó que su cambio de residencia cinco años atrás había

sido muy positivo pues sus hijas ahora estudian en el colegio privado, católico, de la ciudadela, a

una cuadra del conjunto, y él, que era comerciante en la central de abastos, comenzó a trabajar como

independiente en la construcción de los acabados de los apartamentos de la ciudadela y le ha ido

bien. Durante su relato, Leonel hizo énfasis en la idea de que lograr ser propietario de vivienda es

resultado del esfuerzo personal, trabajo constante, disciplina y ahorro, todos valores que los

habitantes resaltaron frecuentemente al hablar de sus trayectorias. Sin embargo, reconoció que

ahora el reto es de convivencia con los vecinos de su conjunto:

Entonces resulta que está llegando mucha clase de gente, que está enseñada a vivir en determinados

barrios, con determinados ambientes, donde no era problema el escándalo, donde no era problema

de pronto hasta consumir vicio dentro del apartamento, tener niños solos dentro de sus

apartamentos, niños incluso pequeñitos, entonces el hecho de conseguir un apartamento implica

estar juicioso. (…) de resto pues todos estamos en el proceso, de cada día ser mejores. O sea, la

mayoría estamos en ese plan, de adaptarnos. (…) todos en el proceso. Ahí venden trago en ese

conjunto, y hay gente que tomaba todos los santísimos días, se hacían ahí en un rinconcito y beban

y beban y beban. Ahora ya es el fin de semana. Ahora a veces lo hacen dentro del apartamento.

Entonces como que todos en la tareíta. A las buenas o a las malas, en la tareíta.

En estos fragmentos Leonel sintetiza varios de los elementos que encontré en mis

conversaciones con los residentes de Ciudad Verde. Habla de los “otros” como personas con gustos
134

y costumbres determinados por el lugar donde vivían: con “determinados barrios” se refería a

barrios populares. Luego sentencia que comprar una de estas viviendas en conjunto cerrado de

apartamentos implica tener cierto atributo moral, “estar juicioso”. Después dice que para vivir en

Ciudad Verde es necesario un proceso de adaptación, de cambio de comportamientos, que se debe

dar sea por iniciativa propia o por las restricciones de los reglamentos de propiedad horizontal: “a

las buenas o a las malas”. Sin referirse explícitamente al ascenso social o de clase, Leonel ya

hablaba del trabajo de formación de un nuevo tipo de residente en propiedad horizontal, que sería

a lo que él se refiere como “la tareíta”.

El relato de Leonel muestra cómo, una vez cumplido el sueño de la vivienda propia, los

residentes de Ciudad Verde tienen que hacer sentido de su posición frente a unos “otros” que,

aunque vivan en estrecha proximidad espacial, no siempre comparten trayectorias residenciales y

sociales similares, ideas sobre la vida en común ni visiones sobre el futuro. Gestionar esta

heterogeneidad para poder vivir juntos es algo que los residentes comienzan a hacer ubicándose a

sí mismos y a los demás en sus nuevas condiciones espaciales y sociales, es decir, a través de

posicionamientos sociales.

En este piso analizo entonces estos posicionamientos. Primero sintetizo las formas en que

los habitantes se refieren a la heterogeneidad socioeconómica -el estrato, las diferentes alternativas

de ascenso social, y marcadores estéticos- como mecanismos de distinción (301). Luego examino

cómo emerge lo que ellos llaman la “cultura de la propiedad horizontal”, que es tanto un

mecanismo de regulación de la vida cotidiana como parte constitutiva de los posicionamientos

sociales de los residentes (302). Finalmente analizo cómo, con estas maneras de distinguirse, los

habitantes tramitan los aspectos estructurales y las dimensiones más culturales de la clase social;
135

y las implicaciones prácticas que tienen estas maneras de distinguirse en las posibilidades y

constreñimientos para la vida social (303).

301. Hablar de la heterogeneidad socioeconómica 92

Nosotros pensamos que los proyectos que iban a vender no iban para toda clase social, sino que

iba a ser como un poquito más escogida, como las personas, como el medio de la gente, pero no

tuvieron como... no tuvieron como la capacidad de decir, es para gente que en realidad sea como,

como de otro nivel, que quiera superarse, pero no, la gente aquí, nosotros nos imaginamos que la

convivencia iba a ser como diferente. Que… porque prácticamente esto es como si viviéramos en

un inquilinato. Porque esto aquí usted encuentra gente de todas clases, eso aquí los domingos, y la

gente, hay gente que es muy grosera, gente que no,...no tiene,... no, de todo. (Estela)

Cuando les preguntaba a los habitantes de Ciudad Verde “¿cómo le parecen sus vecinos?”

la mayoría, como Estela, comenzaban por reconocer la heterogeneidad socioeconómica tanto en

la ciudadela como en los conjuntos dentro de la misma; y luego trataban de ubicarse a sí mismos

y a los vecinos en una escala social. Una de las maneras de hacerlo fue diferenciándose

discursivamente de unos “otros” que estarían más abajo, con expresiones que apuntan a señalar

atributos indeseables de “la gente” para posicionarse por encima de éstos. Pero para los residentes

esta labor de establecer límites “hacia abajo” no es tan fácil de expresar: Estela no pudo señalar

con precisión qué es eso que tiene (o que no tiene) “la gente”. Hablar conmigo de la heterogeneidad

socioeconómica para la mayoría de los residentes fue un momento de no encontrar las palabras

precisas, de patinar en ambigüedades y vacilaciones. Igual que en otras investigaciones en ciudades

92
Para esta sección uso un análisis narrativo del material etnográfico, examinando cómo se invocan ciertas narrativas
en busca de un posicionamiento social y también qué hacen, o los usos sociales de estas narrativas (Adamovsky et al.,
2014). En este caso recojo las expresiones de los residentes sobre lo que consideran “apropiado” o “inapropiado” en
Ciudad Verde y los acuerdos y disputas al respecto. Asumo estas expresiones como parte del trabajo de establecer
límites simbólicos, o de lo que Gessahi (2012) llama el “trabajo de formación de la clase”.
136

latinoamericanas (Ariztia, 2009; Rasse, 2011), encontré una prevención de la gente a referirse

explícitamente a la clase social. Parece que hablar de clase en Ciudad Verde, como lo señala Dávila

(2016) para la población bogotana en general, es “de mal gusto” 93.

Y de mal gusto es también que los demás muestren la clase: “Aquí no hay gente con plata,

todos somos asalariados, entonces la pregunta mía es por qué se portan así, por qué se creen más

que otros”, me dijo Gerardo cuando me contaba cómo había vecinos que lo miraban mal cuando,

aunque tenían los apartamentos bonitos, vivían con un ingreso básico como él. “No olvidemos que

aquí somos obreros, no personas de cuello blanco”, comentó Omayra en una discusión en

Facebook entre quienes protestan porque los supermercados de la ciudadela (Olímpica y

Colsubsidio) son muy costosos y quienes prefieren tener estos grandes almacenes y no tiendas de

barrio. “Aquí no es vivienda de ricos, hay gente de interés social”, señaló Jaky en otra discusión

en Facebook sobre el rechazo a los vendedores ambulantes, en un llamado a que reconocieran que

hay gente con necesidad de trabajar. Muchos residentes mostraron disgusto por comportamientos

o expresiones “arribistas” de algunos vecinos a los que, en palabras de Marianela (Papiro, VIS),

toca “bajarlos de la nube”. Para recordarles a estos vecinos que es más lo que tienen en común con

los demás residentes que lo que los hace diferentes, recurren a referencias explícitas a condiciones

estructurales de clase como trabajo, educación o ingresos.

Sin embargo, las referencias explícitas a la heterogeneidad socioeconómica de los

residentes de Ciudad Verde no son muy frecuentes. Como hablar de clase es de mal gusto, los

residentes de la ciudadela recurren a otras formas de referirse a la heterogeneidad socioeconómica

93
Algunos autores mencionan que después del Gaitanismo el lenguaje de clase se remplazó por uno con menos carga
ideológica, aparentemente más neutral como el estrato (Álvarez-Rivadulla, 2016). No obstante, Fischer ya había
encontrado reticencias a usar el término clase para referirse a las capas medias y altas de Bogotá incluso desde relatos
de viajeros del siglo XIX, quienes al referirse a las capas altas empleaban el término “estamentos altos”, mientras que
al hablar de las bajas sí decían “clases bajas” (Fischer, 1999, p. 43).
137

y establecer los límites simbólicos de la posición de sí mismos y de los “otros”. Para comprender

los posicionamientos sociales hay que verlos desde sus perspectivas “nativas”, es decir, como un

modo específico de hablar en torno a las diferencias, distinciones y desigualdades surgido en un

determinado momento histórico y bajo específicas condiciones sociales (Furbank, 1985;

Visacovsky, 2008). En esta sección miro entonces cómo los residentes de Ciudad Verde “hablan

de clase” en la ciudadela, en un momento histórico marcado, como elaboré en el piso 1, por la

producción mercantilizada de la vivienda y el proyecto regional en América Latina de hacer crecer

las economías nacionales a través del consumo de una clase media en crecimiento; y bajo las

condiciones sociales específicas de estar “en tránsito” hacia una clase media a través del consumo

de determinado tipo de espacios residenciales.

Estrato, clase y espacio

La gente piensa que es que, que se vinieron a vivir acá y ellos piensan que están viviendo en un

estilo norte, por allá norte norte, entonces piensan que, o sea, mejor dicho, como dicen vulgarmente

se les sube el estrato, entonces piensan que pueden montársela a todo el mundo, que pueden gritarle

a todo el mundo, que todo el mundo les tiene que rendir pleitesía porque viven en un conjunto

cerrado. (Alberto, Orquídea, VIS)

Alberto, al referirse a quienes “se les sube el estrato” por vivir en conjunto cerrado, alude

a la relación entre clase y espacio en las ciudades colombianas. Según la clasificación oficial

Ciudad Verde es estrato 3, en una escala de 1 a 6 donde 1 es el más bajo. Es el estrato más alto

que hay en Soacha, y el estrato medio y más grande en términos de población de Bogotá 94.

Paradójicamente, aunque la mayor parte de la ciudadela esté clasificada en un único estrato

94
Según la Secretaría Distrital de Planeación, un 34,9% de los hogares de Bogotá se encuentra clasificado en estrato
3. Le sigue el estrato 2 con 32,5%, el 4 con 15,9%, el 1 con 7,4%, el 5 con 5,1% y finalmente el 6 con 4,3% de los
hogares (Gallego Acevedo, Gutierrez Ramírez, Ramírez Gómez, & Sepúlveda Rico, 2015).
138

socioeconómico95, los residentes de todas maneras usan el término con frecuencia al hablar de

diferencias socioeconómicas entre unos y otros. Es decir, en Ciudad Verde una cosa es el estrato

oficial en el que está clasificada la vivienda de las personas, que es el mismo para casi todos, y

otro el estrato del que se “es” o el que se muestra con los comportamientos. Así lo muestra esta

discusión entre un residente que hace un llamado de atención en la página de Facebook de la

ciudadela sobre el desorden en el espacio público que generan los puestos de venta en los andenes,

una residente que le contesta que su reclamo es arribista y una tercera que apoya a la primera.

- Oscar: afortunadamente creo que somos más los que queremos vivir mejor de lo que tal vez

vivíamos antes, y para eso pagamos pues por lo menos a mí no me regalaron mi apartamento

y la idea era mejorar el estilo de vida, asi sigamos siendo estrato 3

- Jaqueline: uds son las tipicas personas como la sra Florinda 96 ... que viviendo en estrato 2 y 3

se creen mejor que Dios

- Oscar: en la vecindad del Chavo tal vez podrías hacer lo que quisieras, aquí no, aquí hay

normas, tal vez la que se quiere ir a una vecindad del chavo eres tú o a un inquilinato, tal ves

allí te sentirías mas cómoda y tus comentarios serían aplaudidos

- Liliana: Jejejej en el ejemplo del Chavo honestamente a mí sí me gustaría ser doña Florinda,

el estatus se lo da uno mismo, o por qué creen que a Florinda nadie la toca y con don Ramón

y el Chavo barren el piso? démonos un poquito de caché dentro de nuestro estrato 3.

(Fragmentos de discusión en página de Facebook Ciudad Verde, enero 24 de 2013)

Los residentes de Ciudad Verde usan “estrato” para calibrar su propia posición en el nuevo

mundo social frente a los demás residentes: diferenciarse del que “se le sale el estrato” con

comportamientos inapropiados, pero también de a quien “se le sube el estrato”, como dijo Alberto,

o como me contestó Marianela cuando le pregunté cómo le parecían los vecinos de su conjunto:

95
Salvo las viviendas gratuitas de los conjuntos Acanto I y II, que el gobierno clasificó en estrato 1 por 10 años.
96
Personaje del popular programa de televisión mexicano de humor, “El Chavo del Ocho”.
139

“de mi torre todos se tomaron lo del estrato muy en serio, les duele la cara para saludar”. Lo hacen

incluso refiriéndose a estratos que no existen en las categorías oficiales: “Hay que recordar que los

apartamentos de CV son de interés social y prioritario, o sea para gente que venimos de estrato 1

y 2, sabíamos a qué clase de barrio veníamos, no nos asustemos ni nos la vengamos a dar de estrato

100”, añadió un residente a la discusión que cité arriba en la página de Facebook de Ciudad Verde.

Este uso ampliado del estrato ratifica lo que otros han señalado: que el término en Colombia

ha pasado de ser una clasificación de sectores de las ciudades a ser un calificativo para las personas

-la gente no solo vive en barrios de un estrato determinado, sino que “es” de un estrato

determinado-97, y que se usa como eufemismo para hacer distinciones socioeconómicas sin tener

que hablar directamente de clase (Álvarez-Rivadulla, 2016). El estrato es entonces un “repertorio

cultural institucionalizado”, o sistema de categorización públicamente disponible al que la gente

recurre de diferentes maneras según sus condiciones particulares (Lamont, 2000), que se ha

convertido en el vocabulario “nativo” (Furbank, 1985) para hablar de clase en Colombia.

A menudo los residentes remplazan la expresión literal de estrato por referencias a barrios

o sectores de la ciudad, pero haciendo de todas maneras referencia a su clasificación en la

estratificación socioeconómica. Por ejemplo, los residentes se refieren a los barrios de “la loma”,

del sur, Ciudad Bolívar o Soacha para hablar de estratos bajos; y al Chicó, a la Colina Campestre

o a Rosales para hablar de estratos altos. Al que “se le sube” el estrato otros residentes le dicen por

ejemplo “váyase a vivir al Chicó si no le gusta”, y al que “se le sale” el estrato le dicen “devuélvase

para los Laches”. Hablar de espacio es también hablar de estrato, luego por extensión, hablar de

espacio es hablar de clase.

97
Wallace, A. “Estrato 1, estrato 6: cómo los colombianos hablan de sí mismos divididos en clases sociales” en BBC
Mundo Bogotá, 24 de septiembre de 2014. Consultado en:
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/09/140919_colombia_fooc_estratos_aw
140

Que una categoría que surgió como una clasificación espacial sea una de las formas

“nativas” más generalizadas para hablar de clase en Colombia, y especialmente en Bogotá, tiene

sentido si consideramos que la clase está claramente espacializada en la ciudad. En Bogotá la alta

segregación socioespacial macro llevó a la conformación de un imaginario en el que el norte es

para las clases altas y el sur para las bajas (Beuf, 2012; Secretaría Distrital de Planeación &

Universidad Nacional de Colombia, 2013), que aunque puede no corresponder completamente con

la realidad en escala micro, se mantiene vigente en la manera como la gente habla de la ciudad y

sus habitantes, como el “estilo norte norte” que menciona Alberto en la cita al inicio de esta

sección.

Estos imaginarios de espacio y clase explican las reticencias de muchos compradores de

vivienda en la ciudadela ante la posibilidad de irse a vivir a Soacha, que está más al sur que el sur

(de Bogotá). Tatiana (Frailejón, VIP) publicó un meme en Facebook que aludía a lo lejos que es

Soacha (Figura 15) y comentó: “vivimos en el norte…de Soacha”. Gabriela, ante la resistencia de

sus tres nietos adolescentes de irse a vivir a Soacha con ella y su hija, lo solucionó con humor:

“Pues si no les gusta decir que viven en Soacha digan que viven en Soachington”.

Figura 15. Meme publicado por Tatiana en su muro de Facebook, 26 de mayo de 2015
141

Actualmente la espacialización de la clase no se da únicamente en cuanto a la localización

urbana: los recientes procesos de urbanización periférica (Beuf, 2012), con grandes conjuntos

residenciales y centros comerciales en zonas antes pobladas únicamente por desarrollos

informales, han hecho que zonas como “el sur” sean menos homogéneas espacialmente que hace

una década. No es lo mismo vivir en la periferia sur en uno de los barrios de “la loma” que en un

conjunto cerrado, y de ahí la aclaración del meme: en Soacha, pero en la parte bonita. Ciudad

Verde queda en el sur si hablamos de Bogotá-Soacha como un todo -como lo es en la práctica, una

metrópolis conurbada-. Pero la ciudadela está en el norte, geográfico y figurado, de Soacha. Norte

figurado porque es la parte “elegante” del municipio, la más costosa, la más ordenada y limpia.

Donde en las calles se ven las líneas que dividen los carriles, donde los buses pueden acelerar sin

miedo de meterse en un hueco. Llegar a la entrada de Ciudad Verde es entonces pasar por un

umbral que separa a la ciudadela del resto de Soacha: es vivir una inversión similar a la que

describe Bourdieu en “la casa Kabyle” (Bourdieu, 2003b), en la que hasta los puntos cardinales

están desplazados. Y los residentes se encargan de dejar clara esta inversión al establecer

individual y colectivamente el estatus de los espacios y las personas en Ciudad Verde y trazar

límites simbólicos que los diferencie de lo que comúnmente se asocia con Soacha, con el sur, con

los barrios populares.

Incluso dentro de los espacios internos de la ciudadela, los residentes hacen también una

jerarquización. Al ubicar en un mapa de la ciudadela las referencias que los residentes hicieron en

nuestras conversaciones a los distintos lugares dentro de la urbanización y cómo se referían a ellos,

encontré que la entrada, compuesta por el “tótem” de Ciudad Verde y los conjuntos ubicados en

el borde oriental de la urbanización –que son los conjuntos del rango más alto de precio construidos

hasta ahora-, es la zona que los residentes perciben como “mejor”: más bonita, limpia, tranquila y
142

segura. Por el contrario, lo que algunos residentes llaman “el fondo” de la ciudadela, es decir, los

bordes norte y occidental de Ciudad Verde98, que es justamente donde se encuentran las viviendas

de interés prioritario y los conjuntos de vivienda gratuita, son las zonas que muchos residentes

califican como inseguras o desordenadas –en estos bordes se ubican muchos vendedores

ambulantes, y además hay flujo de gente en la frontera con Bosa, donde se encuentra el acceso al

SITP de Bogotá (ver mapa síntesis en el anexo 3). La diferenciación dentro de la ciudadela es

entonces tanto entre personas como entre lugares.

Con esta jerarquización interna de los espacios los residentes filtran, incluso dentro de una

urbanización tan homogénea en su apariencia, aquellos lugares y usos que son más similares a los

barrios de estratos medios y altos para calificarlos como deseables, en contraste con los usos

indeseables o inapropiados, o todos aquellos que denotan desorden. Así, al asegurar que el espacio

de Ciudad Verde se vea como los conjuntos residenciales de zonas más centrales o de clase media,

los residentes de Ciudad Verde pueden construir sentidos de cercanía con éstos aun cuando en

términos de localización y accesibilidad sigan siendo periféricos99. Los habitantes de Ciudad Verde

tramitan entonces su doble situación de frontera -una frontera espacial (Bogotá-Soacha) y una

frontera de clase (baja y media)- hablando de clase en términos de estrato y de espacio, pero

trascendiendo las clasificaciones oficiales. Al convertir Soacha en Soachington, emprenden un

trabajo simbólico crucial para que su expectativa de ascenso social a través de la vivienda propia

no se vea amenazada por las limitaciones estructurales su nueva situación residencial.

98
el borde sur estuvo en construcción durante todo mi trabajo de campo por lo que los residentes no se referían a esa
zona.
99
Caldeira muestra, en un sentido similar, cómo los enclaves fortificados se convirtieron en símbolos de estatus y en
instrumentos de separación social, sugiriendo sus similaridades con otros enclaves alrededor del mundo (Caldeira,
1996).
143

Ascenso social: vivienda propia, educación y ocupación

Como mostré en el piso 2, para los residentes de Ciudad Verde el hecho de “vivir en lo propio”

significa estabilidad y libertad; y es una de las principales maneras de asegurar un “patrimonio” o

riqueza personal a largo plazo. Pero aunque muchos de los residentes con quienes conversé

experimentaron el cumplimiento del “sueño de la vivienda propia” como forma de ascenso social,

también hay casos en los que la vivienda propia es secundaria frente a otras prioridades. Lucila,

por ejemplo, no se emocionó mucho el día que le entregaron su apartamento:

No me dio ni emoción ni me dio nada, eso fue de afán [Risas]. La muchacha [de la constructora]

hasta me dijo "cambie esa cara, que éste es uno de los momentos más importantes de su vida"(…)

Me emocioné más cuando mi hijo se graduó de ingeniero, eso sí me dio de todo (..) Pero aquí no,

no sé por qué...tan raro ¿no? porque todo el mundo llora, grita [risas] (…), no, para mí normal.

Lucila enfatiza que la vivienda propia no es la única manera posible de ascenso de clase para ella,

pues por vía de la educación, como hizo ella con sus hijos, se puede salir adelante así hayan vivido

la mayor parte de su vida en alquiler. Pero ella muestra también que considerar la vivienda propia

como una meta secundaria es algo excepcional: en la entrega de los apartamentos “todo el mundo

llora”, menos ella.

Sin embargo, esto no quiere decir que los residentes de Ciudad Verde perciban como única

posibilidad para salir adelante el “sueño de la vivienda propia”. En la mayoría de casos, lo que

termina sucediendo es que distintas alternativas de ascenso social -propiedad de la vivienda,

educación, ocupación- se presentan entremezcladas en la experiencia de los residentes, como en

el caso de Jesús. Jesús me contaba su historia en el primer piso de su casa, mientras le hacía

mantenimiento a una bicicleta, cuando se oyó el llanto de su bebé de seis meses desde el segundo

piso. Interrumpió su trabajo y su charla conmigo para ir a atenderlo, y unos minutos después bajó

las escaleras con el bebé en brazos.


144

-J: Este [el bebé] está enseñado a ser independiente, a ser combatiente, ahorita tengo las manos

limpias [se ríe y me las muestra negras], yo mantengo engrasado porque mantengo aquí todo el

día, él tiene que acostumbrarse. Yo lo pongo en esa sillita y ahí se mantiene mirándome.

-A: bueno ahí va aprendiendo el oficio.

-J: sí ... no, no, no! [se pone serio y cambia de tema].

Mientras tomaba yo también de la bebida de avena que Jesús preparó para su bebé y oía

cómo hablaba sobre su idea de alquilar un local para su taller de bicicletas, me quedé pensando en

la situación incómoda del diálogo anterior. Jesús se había mostrado visiblemente molesto cuando

insinué que su bebé iba a aprender su oficio. Más adelante en la entrevista fue muy enfático en que

su prioridad era criar niños bien educados y que aprovechaba que podía estar por las tardes en la

casa para asegurarse de que su hijo mayor -de siete años, que estaba en ese momento en el colegio-

no se la pasara tanto tiempo en la calle, lo hacía permanecer una o dos horas en la casa después de

clases leyendo o practicando matemáticas antes de dejarlo salir al parque del conjunto. Jesús se

aseguró de que yo entendiera que su ocupación en un trabajo manual -asociado a las clases bajas

pero de todas maneras con presencia importante entre los residentes de Ciudad Verde100-, era parte

de una estrategia del hogar: la esposa, trabajadora social y empleada pública, podía trabajar

tranquila fuera de casa y él se hacía responsable de acompañar la educación de sus hijos, para que

en el futuro no tengan que dedicarse a trabajos manuales. La idea de Jesús era entonces que su hijo

no aprendiera su oficio, todo lo contrario del comentario que le hice.

Como en el caso de Jesús, la mayoría de residentes con hijos quieren que éstos puedan

acceder a una mejor educación y por ende tengan una posición laboral mejor que la de los adultos

100
Aunque son parte del mercado formal de la vivienda, es claro que lo que es fácilmente discernible en lo espacial –
Ciudad Verde rodeado de los barrios “informales”- no lo es tanto en lo social. Muchos residentes participan del
mercado laboral informal, o un miembro de la casa del formal y otro del informal.
145

del hogar. Para esto, vivir en Ciudad Verde puede ser una condición que mejora estas

oportunidades, como en el caso de los residentes que pudieron matricular a sus hijos en el colegio

católico privado (Minuto de Dios) o en alguno de los dos colegios públicos de la ciudadela, que

tienen cupos muy limitados. Pero para muchos otros que no han conseguido cupo en los públicos

y que no pueden pagar o no los reciben en el privado -como en el caso de Marisa (Orquídea, VIS)

por ser mormones-, acceder a la vivienda propia puede jugar en contra de las oportunidades

educativas.

El lugar donde estudian los hijos puede volverse también un marcador de diferenciación

social, una pista para establecer la posición propia y de los demás. Damián, al hablar del problema

de cupos insuficientes en los colegios de la ciudadela, caracterizó a quienes están “abajo” y quienes

están -como él- “arriba” en la escala social, según el nivel de acceso y la magnitud en la que

dependen de los servicios estatales o pueden proveerlas en el sector privado:

La problemática está más que todo centrada en esos conjuntos [los de VIP], que es gente que

recibió el subsidio del gobierno, más el del municipio, más no se qué.... y llegó y se pasó a su

apartamento y uno escucha que mucha gente no tiene ni trabajo ni nada entonces dependen

totalmente de que el estado les asigne el colegio, acá son hartos conjuntos, y un colegio no les va

a solucionar la problemática. (…) Porque mucha gente acá, digamos uno ve que en mi conjunto y

en muchos, acá vienen muchas rutas de colegios, y son colegios privados. Y vienen muchas rutas,

entonces mucha gente estudia... tú le preguntas a mucha gente y va a decir "yo no voy a meter a

mis hijos a estudiar acá", ellos estudian allá [en Bogotá], la ruta los recoge y yo no tengo ningún

problema. Y mucha gente lo hace porque mucha gente ya estaba, pues se vinieron a vivir acá pero

ya tienen sus hijos estudiando en colegios en Bogotá pues, común y corriente.

Pero de la educación también se habla en términos de cultura. Al igual que con el caso del

estrato -en el que los residentes ven posible “ser” de cierto estrato por medio de los
146

comportamientos más que del nivel socioeconómico-, con respecto a la educación está presente la

idea de que el hecho de tener títulos no necesariamente implica ser educado. Entre la población

adulta no es común ser profesional 101, entonces hablar de los títulos se considera ostentoso, sobre

todo si estas personas tan educadas no saben tratar a la gente. Estela, quejándose de su vecina, y

un meme que una residente publicó en el muro del grupo de Facebook de mi investigación, lo traen

a colación:

Por ejemplo los de acá [señala al apartamento de al lado], el tipo lo arregló todo [el apartamento],

y ella se creía, ella habla con usted y ella es: abogada, pensionada militar, pensionada de la policía,

ella es psicóloga, tiene cantidades de títulos, y es una porquería cuando toca tratarla. Entonces

¿dónde está la cultura de la señora, dónde está?

Figura 16. Meme publicado por Judy Soley en el grupo de Facebook “Habitando Cuidad Verde”, diciembre de 2015

Los residentes abren la posibilidad de ser considerados como personas educadas sin la

necesidad de tener títulos de educación formal, mostrando que la “cultura de la gente” no se

corresponde directamente con sus condiciones estructurales de clase –ingresos, ocupación, nivel

educativo, lugar de residencia previa-. Aquí emerge otra instancia del trabajo simbólico que

emprenden los residentes en sus posicionamientos sociales. Al hablar de la clase como cultura, los

residentes pueden enfrentar ciertas limitaciones de sus condiciones socioeconómicas –que no se

101
Apenas el 13% según la encuesta de Corpovisionarios.
147

solucionan solamente con acceder a la vivienda propia- acudiendo a los aspectos que se pueden

cambiar más fácilmente desde lo individual. Y este trabajo simbólico también opera en el sentido

contrario: cerrar fronteras frente a aquellas personas y comportamientos que no se alinean con su

idea de ascenso social, mediante lo que los residentes llaman la “falta de cultura”.

La “falta de cultura”: estatus de propiedad y marcadores estéticos

La persona que llegó y le arrendaron por 200, 250 mil pesos, es la persona que siempre ha buscado

el arriendo más barato y el estrato de vida o la forma de vida, llamémoslo, de pronto el término es

grosero, pero más mediocre. Aquí hay un arriendo barato y listo, y no me interesa, y tal. Y crean

el mal ambiente de convivencia dentro del conjunto. ¿Por qué no sucede lo mismo con el

propietario? porque tiene sentido de pertenencia, ¿sí? no es con todos, pero en algunos casos se ha

presentado ese inconveniente. La diferencia entre propietarios e inquilinos es bien marcada.

(Leonel)

Para los residentes, ser propietario de sus viviendas implica responsabilidad y sentido de

pertenencia. La idea de que la gente cuida más lo que es propio estuvo muy presente en mis

conversaciones con los residentes, y los conflictos con los arrendatarios, que son minoría, son

frecuentes en varios conjuntos. Los primeros a quienes se les adjudica la “falta de cultura” son

entonces esa minoría de residentes que no está cumpliendo el “sueño de la vivienda propia”, es

decir, los arrendatarios. Igual que como menciona Cieraad para el caso del Reino Unido, “la

oposición dicotómica entre propietario y arrendatario es una de las polaridades dominantes en

nuestra cultura, donde los últimos están subordinados a los primeros en términos de estructuras

materiales de poder y recursos” (Cieraad, 2006). Woodward (2003) argumenta que la idea de que

los propietarios son miembros de la sociedad más responsables y productivos que los arrendatarios

es inherente a la era actual, en la que prevalece la ideología neoliberal de la propiedad privada. En

Ciudad Verde, la diferenciación entre propietarios y arrendatarios, aunque se enmarque en el


148

“sentido de pertenencia”, radica también en el supuesto de que las condiciones socioeconómicas

de quienes llegan a Ciudad Verde en alquiler son más bajas que las de los propietarios:

Ciudad Verde es muy bonita pero han surgido muchos problemas de convivencia y seguridad, yo

pienso que es debido a la clase de gente que ha llegado. Algunos ni siquiera son propietarios, sino

que la gente por el afán de arrendar le arriendan a cualquier ñero sin pensar en el futuro de la

ciudadela y de los conjuntos. (Gonzalo102)

Si, como vimos en el 203, ser “habitantes hipotecados” es ya un marcador de determinados

atributos corporales y morales, ser arrendatario sería por extensión carecer de dichos atributos. El

establecimiento de límites simbólicos que adjudican a los arrendatarios un estatus inferior al de

los propietarios es entonces otra de las maneras mediante las que los residentes hablan de la

heterogeneidad socioeconómica articulando condiciones socioeconómicas y atributos morales.

Dentro de lo que los residentes señalan como “falta de cultura” se encuentran además un

conjunto de marcadores estéticos que comienzan a dibujar cómo deben lucir personas y espacios

en la ciudadela a partir de establecer cómo no deben lucir. “Yo no vivo pendiente de mis vecinos,

pero uno mirándolos los conoce, con sólo mirarlos sabe cómo son”, me dijo Lucila. Al preguntarle

a Jesús si tenía malos vecinos, me contestó “No. Uno que otro que vive por allá abajo. Que son

viciosos, que a mí no me consta que sean, pero sí tienen la cara de ser viciosos, aunque yo nunca

los he visto”. Como los residentes de Ciudad Verde no se conocen mucho entre sí, pues son

conjuntos muy grandes en los que no se han generado espacios ni ocasiones para interactuar de

manera prolongada, éstos recurren a inferir que “tipo” de gente son sus vecinos con muy poca

información103. Aquí resultan fundamentales entonces los marcadores de distinción más visibles,

102
Respuesta a la pregunta “Para usted ¿qué es lo bueno de Ciudad Verde?” formulada en la página oficial de Ciudad
Verde, octubre 6 de 2015
103
Similar a lo que Simmel (2005) mencionaba como característico de la vida en las metrópolis modernas.
149

los que transmiten de manera inmediata y sin ambigüedad información sobre la posición social de

la persona.

Gabriela me contó cómo en sus primeros meses de vivir en Ciudad Verde pasó muchos

chascos por ser diferente (ella venía de un barrio de estrato un poco más alto), en los que otros

trataron de sacarle ventaja. El primero ocurrió cuando una conductora de los “carros pirata”104 la

robó devolviéndole un billete falso: “Claro, ella me vio a mí toda arregladita con mi carterita

esperando a ver quién me llevaba y dijo `aquí está el cliente´”. El segundo chasco fue cuando le

revisaron el bolso con la excusa de requisarla al entrar a un almacén del centro comercial:

Yo venía de Bogotá recién, o sea, más blanquita. Yo soy morenita, pero era más blanquita porque

acá se toma uno el color Soachuno, sí, porque el viento, el sol. Y entonces a un vigilante le dio que

porque cuando yo salía le tenía que sacar todo lo que llevaba yo en la cartera, ¡pero son de mala

gente! Cómo así, seguramente él veía entrar todos los días la gente a comprar en tenis, en chiros,

en gorras, yo no uso ni gorra, porque no, porque yo para qué uso gorra, ¿cierto? nunca me pongo

tenis, solo zapato, entonces yo creo que él dijo, bueno esculquemos a ésta [risas], bueno, yo me

choqué. Entonces fueron unos casos de adaptación, ¿sí?

La apariencia personal, relacionada con asuntos de consumo como la vestimenta y

posesiones, pero también con un componente de racialización, es entonces uno de los marcadores

que ayuda a unos y otros a hacer sentido de quiénes conforman su nuevo mundo social. Pero más

importante resultó ser otro conjunto de marcadores para clasificar a los vecinos que está más

relacionado con la apariencia de los espacios que con la de las personas: los comportamientos que

para los residentes denotan desorden y suciedad 105. Los residentes establecen cómo deben lucir

104
Automóviles particulares que transportan a los residentes de la ciudadela hacia la estación del Transmilenio más
cercana, sobre la autopista Sur. Este servicio de transporte no es legal pero los residentes lo usan frecuentemente
porque las rutas circulares de bus son a veces insuficientes y no llegan a todas las zonas de la ciudadela.
105
Aunque el uso de un lente de clasificación no implica que el otro no sea importante o que no se esté, en últimas,
hablando de lo mismo. Fischer (1999) encuentra, en su estudio inspirado en Bourdieu sobre las clases sociales en
150

personas y espacios en Ciudad Verde a partir de señalar cómo no deben lucir, y tramitan esta

clasificación de comportamientos con referencia al marco regulatorio en el que viven, el régimen

de Propiedad Horizontal. Así, por oposición a la “falta de cultura” los residentes ubican los

comportamientos deseables dentro de la noción de “cultura de la propiedad horizontal”, como

veremos a continuación.

302. La “cultura de la propiedad horizontal” y sus usos

¿Es necesario educar a la comunidad en los edificios de Propiedad Horizontal? ....... Naturalmente

que sí. No importa el estrato socio - económico, ni el nivel cultural de los habitantes, siempre

encontraremos, en mayor o menor grado, personas que por falta de cultura o información

incumplen las normas, y solo una labor paciente y perseverante de educación logrará que cambien

sus hábitos (…) para que sea la misma comunidad quien exija a sus vecinos el respeto por las

normas. (…) Es conveniente también aclarar que algunos malos entendidos o equivocadas

interpretaciones populares respecto a los "derechos" por algunos residentes son comunes, porque

se desconocen las normas de uso restrictivo que rigen en algunos casos, sin entender las molestias

que ocasionan a toda la comunidad el estado de desorden y mala presentación que causan sus

costumbres (…)

[El objetivo del manual es] Fomentar y preservar la sana convivencia de todos los habitantes del

Conjunto Residencial FRAILEJON III, mediante un conjunto de normas que enmarcan los deseos

y anhelos de las personas que esperan vivir en armonía con sus vecinos y todo el ambiente que las

rodea dentro del Conjunto Residencial, tendientes a obtener un mejor nivel de vida, evitar

conflictos, minimizar los riesgos de accidentes y catástrofes, mejorar las condiciones de salubridad,

Bogotá en el siglo XIX, que la existencia o carencia de “cultura” constituía la línea divisoria entre los grupos sociales
a partir de 1830. Pero señala que en esta línea divisoria “convergía con el color de la piel, es decir, la procedencia
étnica, la disponibilidad sobre la propiedad y la exclusividad de las relaciones interpersonales, así como la educación”
(Fischer, 1999, p. 44).
151

facilitar una relación amable, amistosa y pacífica con sus vecinos, y garantizar la valorización de

la propiedad. (Manual de convivencia, Conjunto Frailejón III 106)

Los manuales de convivencia 107 de los conjuntos de Ciudad verde incluyen normas que

regulan los comportamientos de los residentes en los espacios comunales, pero también en los

privados. Los residentes consideran gran parte del contenido de los manuales de convivencia como

necesario para la coexistencia pacífica entre personas diferentes, pues las normas están orientadas

al respeto por los vecinos, a mantener las actividades privadas en el espacio privado y a que los

conjuntos luzcan limpios y ordenados, lo que coincide con sus proyectos personales de ascender

socioeconómicamente a través de cumplir el “sueño de la vivienda propia”. Los fragmentos del

manual de convivencia de Frailejón (VIP) que cité sintetizan varios elementos clave en la

formación del tipo de ciudadano deseable en propiedad horizontal: una persona que esté dispuesta

a cambiar las costumbres que causen molestia a sus vecinos, desorden o “mala presentación” del

conjunto; y a exigir lo mismo de sus vecinos. Que esté dispuesto a conocer y respetar las normas.

Que tenga el anhelo de vivir en armonía 108, mejorar su nivel de vida y trabajar para que su propiedad

se valorice. Y los residentes que no incorporen estos atributos deben ser educados pacientemente,

hasta lograr que cambien sus hábitos.

Las regulaciones establecidas en los manuales de convivencia de los conjuntos de Ciudad

Verde son múltiples. Las más frecuentes son: moderar el ruido, no hacer fiestas en los

apartamentos sino sólo en los salones comunales, no colgar ropa por las ventanas, no dejar objetos

106
Descargado de la página de Facebook del conjunto Frailejón III el 15 de abril de 2013.
107
Documentos redactados por el Consejo de Administración de acuerdo con el reglamento de propiedad horizontal
de los conjuntos, que deben ser aprobados por la asamblea de copropietarios. El administrador de los conjuntos es el
encargado de hacer que se cumplan las normas y en caso contrario, de imponer las sanciones contempladas. Algunos
conjuntos nombran también un comité de convivencia o grupo de residentes encargados de mediar en “cualquier
controversia que pueda surgir con ocasión de la vida en edificios de uso residencial” (Ley 675 de 2001, artículo 58).
108
Nader señala que la idea de armonía, centrada en la idea de que una sociedad funcional es aquella que evita o
minimiza los conflictos, puede resultar coercitiva: “los modelos legales de armonía fueron usados para pacificar a la
gente socializándola hacia la conformidad en contextos coloniales” (Nader, 2005).
152

personales en espacios comunales ni poner materas en las áreas comunes, no pegar avisos en

ventanas, puertas o paredes, no permitir que los niños jueguen fuera de las áreas demarcadas para

esto109, no permitir que los jóvenes estén fuera de sus casas después de ciertas horas 110, pagar

siempre a tiempo las cuotas de administración y asistir a las reuniones anuales de la Asamblea de

Copropietarios. Algunas normas incluso limitan las libertades individuales mediante restricciones

estéticas: en el mismo manual de convivencia de Frailejón se prohíbe decorar las viviendas hacia

el exterior, y “Solo se exceptúa adornar particularmente la propiedad privada para ocasiones

especiales como Navidad, Halloween, fiestas nacionales etc. Sin embargo, la administración

buscará coordinar un adorno unificado para la copropiedad”.

Las sanciones a los comportamientos inapropiados son multas o sanciones “morales”. Las

multas corresponden al equivalente a una cuota de administración, o a una proporción de la cuota

si la falta es clasificada como “leve” en el manual de convivencia. Las sanciones morales consisten

en listas con los datos personales del infractor -nombre y apellido, número del apartamento e

infracción cometida- que la administración publica en las carteleras de los conjuntos: el manual de

convivencia de Azafrán (VIS) establece que “los reglamentos prevén la inclusión de los nombres

de quienes incumplan las disposiciones, en carteleras fijadas en sitios visibles del edificio o

conjunto, multas y suspensión del uso y goce de bienes y servicios comunes no esenciales”; y el

de Violeta (VIS) que “se realizará una sanción moral, publicándose en la cartelera, nombres,

apellidos, número del apartamento e infracción cometida”. Esta sanción moral incluso se sale del

marco legal111 pero está incorporada en las regulaciones de los conjuntos. Así, los manuales de

109
Algunos conjuntos establecen edades máximas para uso del parque infantil, generalmente 8 años, y prohíben
practicar deportes –bicicleta, patinar, jugar con pelotas- dentro del conjunto.
110
Algunos conjuntos tienen toque de queda a partir de las 9pm para menores de edad.
111
La Ley de Propiedad Horizontal (Congreso de la República de Colombia, 2001) permite la publicación de listas
solamente para deudores morosos, no para otras infracciones (artículo 30), y además en el parágrafo aclara que la lista
no puede fijarse en áreas de circulación de visitantes. En los conjuntos, por el contrario, es normal encontrar estas
listas colgadas en las carteleras ubicadas en las porterías.
153

convivencia de Ciudad Verde, por decisión de los residentes –o por lo menos de algunos, los que

intervienen en su redacción y aprobación-, resultaron siendo más estrictos que la misma ley de

propiedad horizontal: la disposición a acoger este régimen normativo por parte de los residentes

de Ciudad Verde ha desembocado en una “hiperregulación” estética y de comportamientos.

En Ciudad Verde parece estar pasando lo que otros autores ya han analizado en formas de

gobernanza privada: que no sólo el “diseño defensivo” (Caldeira, 2000) de un condominio cerrado

-rejas, cámaras, muros y señales de prohibiciones- es el que restringe los comportamientos no

deseados, sino que también se hacen evidentes restricciones estéticas que comunican

simbólicamente qué y quién es bienvenido o excluido de determinados espacios (Low, 2003a).

McKenzie resalta cómo una forma de propiedad que emergió de la libre elección individual se ha

convertido en un mecanismo que coarta las libertades individuales “los residentes aprecian el

control más cercano de los servicios de los barrios, pero también se encuentran enfrentando

intrusiones que un gobierno electo no podría efectuar, como prohibiciones de mascotas o de

decoración de los jardines” (McKenzie, 1994). Además, las consecuencias de estas restricciones

están distribuidas de manera desigual según clase, género y raza, "en todo el mundo es común

encontrar asociaciones de propietarios que usan estos poderes y privilegios de organización

democrática para excluir, discriminar y segregar" (Holston & Appadurai, 1996, p. 191 traducción

propia). Este es ciertamente el caso en Ciudad Verde, ya que seguir las regulaciones estéticas y de

comportamiento de la propiedad horizontal no es igualmente fácil para todos los residentes, ni

igualmente deseado por todos.

Sin embargo, en Ciudad Verde los residentes no parecen enfrentarse a estas restricciones.

Las nociones compartidas sobre cómo debe lucir una urbanización de conjuntos cerrados de clase

media -o en términos locales, de estrato 3- y sobre lo que es o no apropiado o deseable allí, hacen
154

que el régimen de propiedad horizontal sea ampliamente aceptado y que incluso algunos residentes

quieran hacerlo más estricto, aunque esto pueda limitar su margen de acción y sus posibilidades

de socialidad. Es lo que los residentes llaman tener la “cultura de la propiedad horizontal”.

Viviendo el “régimen”

El estrato es lo de menos siempre en cuando los habitantes de cv cumplamos las normas de

convivencia y apliquemos la cultura ciudadana. Lo malo es cuando las personas que no han vivido

nunca en conjunto, pretenden seguir el estilo de vida al que estaban acostumbrados, y son ellas las

que botan las basuras al piso, dejan los excrementos de sus mascotas sin recoger, utilizan mal las

zonas verdes, no tienen sentido de pertenencia y no respetan e incomodan a sus vecinos. (Janeth,

comentario en página de Facebook de Ciudad Verde)

Los residentes usan frecuentemente la expresión “tener la cultura de la propiedad horizontal”

112
para hacer referencia a las nociones de civilidad que se consideran necesarias para ser un buen

vecino, un habitante digno de la ciudadela. Y esta “cultura” se va dibujando en oposición a lo que,

como introduje en la sección anterior, los residentes consideran como comportamientos que

denotan una “falta de cultura”:

Hay personas aquí que han vivido en inquilinatos, que nunca han pagado administración que nunca

han vivido así en propiedad horizontal y eso genera una cantidad de problemas porque la gente…

en un apartamento viven tres familias, dos tres familias. La gente no sabe qué es pagar

administración, no tiene esa cultura primero. Segundo, ponen el radio a todo volumen… (Lucila)

112
Los habitantes expresaron esta idea en diferentes formulaciones que usan intercambiablemente: “cultura de la
propiedad horizontal”, “la cultura necesaria para vivir en propiedad horizontal/en conjunto”, “saber comportarse en
propiedad horizontal”, “la cultura ciudadana” o incluso solo “la cultura”, pero siempre en relación con la voluntad y
capacidad de la gente para acoplarse a las regulaciones de propiedad horizontal.
155

Los posicionamientos sociales van afirmando entonces lo que se es a partir de lo que no se es 113, y

en esta labor de establecer todo lo que queda por fuera de los bordes, el régimen de propiedad

horizontal resulta útil.

Uno de los comportamientos que los residentes clasificaron frecuentemente como muestra

de la “falta de cultura” para vivir en propiedad horizontal fue el ruido, especialmente la música a

alto volumen. Aún en esta queja, que es de las más frecuentes en vivienda en propiedad horizontal

en muchas ciudades del mundo (Cheshire & Buglar, 2016; Fitzpatrick, 2000), se pueden identificar

aquí posicionamientos sociales. Liliana (Girasol, VIS) me contaba que “había una vecina, creo que

eran arrendatarios, de una música como de cabaret todo el día (…) además que yo no tengo

parlantes de cabaret ni nada de eso, eso que suena tan feo”. Para Carlos (Margarita, VIP) “mi peor

vecino son los “ñeros”, esas personas que hacen escándalo, ponen música a todo volumen, bueno

hablo de música que no sea de mi gusto como el reggaetón, eso no me agrada”. Gerardo fue más

enfático: “aquí al frente vive un joven y es a toda hora con esa música, ese hip hop de ñeros, ¿sí

me comprende?”. El hecho de que los residentes denuncien la música de sus vecinos mencionando

despectivamente el género -rancheras, hip hop, reggaetón- hace alusión a una música considerada

como del gusto o de la “cultura” de las clases bajas 114; que en Ciudad Verde no debería tener lugar.

La queja sobre el ruido tiene en ocasiones también un componente racial: cuando los residentes se

113
“Cuando una identidad de grupo es frágil y las relaciones sociales son inestables, crece la inseguridad y la identidad
se construye en contraste con un “otro” para definir una separación y una auto-afirmación de superioridad. En otras
palabras, se desarrolla una relación dialéctica que conduce a la pertenencia o la exclusión (Sennet, 1970; Merton,
1972; Sandercock, 2003; Marcuse, 2005)” (Ruiz-Tagle, 2013, p. 390 traducción propia). Tironi (1999) señala, para el
caso de las clases medias “aspiracionales” en Chile, que como estas aún son vulnerables a caer en la pobreza, hacen
esfuerzos conscientes para legitimar su nuevo estatus de clase media diferenciándose de los pobres (Tironi 1999 en
R. Salcedo & Rasse, 2012, p. 101).
114
En otro contexto, Fitzpatrick muestra cómo a los “vecinos ruidosos” en Inglaterra se les asignan atributos morales
negativos: antisociales, egoístas, inconscientes, malos vecinos, también con un componente de clase, pues se asume a
la vida de la clase trabajadora como ruidosa y volcada hacia el exterior de las viviendas, y al ascenso a la clase media
como liberación del ruido. Incluso en quejas sobre ruido de vecinos se alude a que un entorno ruidoso desvaloriza las
viviendas (Fitzpatrick, 2000).
156

refieren, en clave de humor, a que “afortunadamente no tenemos vecinos costeños” o directamente

se quejan de un vecino que proviene de la costa caribe, están reafirmando el estereotipo de que los

costeños son ruidosos y fiesteros, y en últimas “no aptos” para convivir en propiedad horizontal.

Otros comportamientos que los residentes consideran inapropiados por ser marcadores de

desorden y suciedad son dejar objetos personales en los espacios comunales, colgar ropa por las

ventanas, arrojar basura en la calle, caminar por las zonas verdes en lugar de por las aceras, que

los jóvenes socialicen en la calle -muchos los califican inmediatamente como “ñeros” y asumen

consumo o venta de drogas-, que haya niños solos en los parques y las ventas ambulantes en el

espacio público. De estos comportamientos que muestran la cultura (o la falta de cultura) de la

gente, dos fueron los más mencionados y discutidos por los residentes: la ropa colgada en las

ventanas y las ventas ambulantes, que veremos en detalle a continuación.

La ropa sucia se lava (y se seca) en casa

El desagrado por la ropa colgada en las ventanas es generalizado entre los residentes de Ciudad

Verde, aun cuando la mayoría reconocen la falta de espacio para tender la ropa. Mary me contó

que, para poder secar la ropa en su nuevo apartamento, la tiende en un tubo que instaló encima del

lavadero. Pero ahí le cabe muy poca ropa, por lo que le toca recurrir a colgarla cerca de las ventanas

de la sala: “inclusive, si usted hubiera venido ayer habría encontrado la ropa extendida acá [señala

la ventana de la sala]. Yo abro las ventanas para la ventilación y que se seque rápido esa ropa, pero

cierro las cortinas para que no se vea tanto para afuera. Y apenas se seca, que es de un día para

otro, la bajo de ahí”.

A Gerardo lo que más le molesta de sus vecinos es que cuelgan la ropa por la ventana de

la sala, que queda muy cerca de su propia ventana:


157

Ese es otro problema que tengo con los vecinos de mi casa [el primero es el ruido]. Es que con esa

gente me ha tocado tenaz. Una vez se entraron unos calzones. El viento hizo que se entraran, yo

abrí la ventana y plum, se entraron los calzones y se quedaron en la sala. Estaba yo con Germancho

cuando le dije “vea, llegó Mamá Noel”, le dije yo [risas]. ¿Sabe qué hicimos con los calzones?

cogimos y fiuu, pa’ abajo los botamos. Otro día se nos metió fue una sábana. Porque yo abro la

ventana así de vez en cuando, y eso sople. ¿Y sabe qué hizo un pelado ahí en el apartamento, que

yo le tengo arrendado un cuarto a un amigo mío? llegó y la jaló, y eso como que tumbó todo eso

de por allá. Y no les vale, siguen tendiendo chiros. (…) Es que eso estéticamente se ve muy mal.

Cuando daban las reuniones acá115, mostraban las favelas del Brasil, y mostraban el conjunto tan

bonito. Y decían: “¿ustedes quieren que se vean así? no, no, no, entonces cuidémoslo”. Y ¡hmm!

al otro día esto parecía las favelas de Brasil.

En los grupos y páginas de Facebook de Ciudad Verde y sus conjuntos, el tema de la ropa

colgada es uno de los más denunciados y discutidos. Los residentes se refieren despectivamente a

la ropa colgada como “chiros” o “calzones”. Con foto y datos de conjunto, torre y apartamento del

“infractor”, algunos residentes denuncian estos comportamientos “antiestéticos”, piden que se

apliquen las multas correspondientes y califican a quienes lo hacen como personas “carentes de

cultura”, “bárbaros” o gente con “mentalidad de pobre” que se trajo esas costumbres de los

inquilinatos o de “la loma” donde vivían y que hacen que los conjuntos parezcan cárceles. El

desagrado por la ropa visible por las ventanas es más o menos unánime: quienes contestan a estas

denuncias y reclamos en Facebook sólo lo hacen con comentarios como “dejen de estar criticando

tanto a los demás, preocúpense por cosas realmente importantes”. Pero ni en las conversaciones

115
Se refiere a talleres de acompañamiento social que las constructoras ofrecen a los nuevos propietarios en Ciudad
Verde.
158

cara a cara con los residentes ni en Facebook encontré alguien a quien le pareciera que colgar la

ropa en las ventanas está bien.

Figura 17. Denuncia de ropa colgada en las ventanas en la página de Ciudad Verde, captura de pantalla enero 28 de 2013
(anotación mía)

En esta imagen, después de que un residente publicó la foto de un “infractor” calificándolo

como alguien con “mentalidad de inquilinato” que daña la imagen del conjunto Primavera, otro

residente señaló una de las prendas que se veían desde la ventana, una cobija con imágenes de
159

tigres 116. Otra residente preguntó si todavía existen esas cobijas y uno más anotó, riéndose, “sí, yo

pensé que estaban en extinción”. En esta conversación es claro que no sólo hubo sanción social a

la ropa colgada sino también a la clase social de quien la colgó: la “mentalidad de inquilinato”

hace referencia a la residencia anterior –real o imaginada- de algunos de los residentes, y la alusión

a la “cobija de tres tigres” como un objeto en extinción reitera la referencia a un pasado, a una

etapa que debe estar superada si se vive en Ciudad Verde.

El rechazo a la ropa colgada por las ventanas indica cómo algunos comportamientos

considerados como inapropiados tienen motivaciones estéticas que pueden prevalecer sobre las

necesidades funcionales, como lograr que la ropa se seque. La ropa colgada para algunos residentes

sería “materia fuera de lugar” (Douglas, 1966), indicador de suciedad y “contaminación” de las

fachadas modernas de los edificios. Según Cieraad, la necesidad -heredada del diseño de interiores

del siglo XIX- de esconder todas las actividades de limpieza de los ojos de visitantes, hace que el

lavado de prendas personales tenga que ser relegado a las áreas backstage de una casa (Cieraad,

2006). Y quienes no logran mostrar esta división entre lo frontal y lo trasero, quedan en riesgo de

que los demás los califiquen por extensión como personas “fuera de lugar” 117. En Ciudad Verde,

cuando la ropa se asoma por las ventanas, se asoma también la estética y el imaginario de la

vivienda popular en esta urbanización moderna.

116
“La cobija conocida como “tres tigres” es la más popular y tradicional, y de la que hoy muchos jóvenes hasta se
ríen” (“Recomendaciones para escoger la cobija ideal”, en programa Profesión Hogar, canal RCN
http://www.canalrcn.com/programas/profesion-hogar/ph-video/recomendaciones-para-escoger-la-cobija-ideal-47923 )
117
Rapoport muestra cómo lo que se acepta como perteneciente a las regiones “frontales” o “traseras” de un espacio
es en últimas una convención establecida por un grupo dominante. Así emergen calificativos como slum para los
lugares en los que los comportamientos que un grupo clasifica como pertenecientes a la región trasera ocurren en
regiones frontales, como en el caso de canecas de basura o personas en camiseta interior en jardines frontales
(Rapoport, 1982, p. 132).
160

Las ventas en la calle como disputa moral

La esquina que queda al frente del centro comercial Prado Verde, cerca del borde occidental de la

ciudadela, es uno de los lugares donde más se concentran puestos de venta en la calle. Una amplia

zona verde y los andenes a ambos lados de la calle están ahora permanentemente ocupados por

puestos que venden artículos para la casa como espejos, muebles de baño, elementos de aseo,

tapetes y cortinas; comida como dulces, comidas rápidas, frutas y verduras; y hasta puestos de

venta de empresas formales como kioscos de las compañías de telefonía, televisión e internet.

Gabriela, que vive en el conjunto de al lado de esa esquina (Azucena), dice que el problema más

grave de la ciudadela es el crecimiento descontrolado de las ventas ambulantes, que se ha

extendido incluso hasta la portería de su conjunto.

Nos están perjudicando porque ni al conjunto puede uno entrar, vienen en el carro mis familiares

y no hay por dónde, es un proyecto tan lindo y un conjunto, y el domingo da pena ver ese despliegue

de ropa sucia ahí... por lo menos en mi cultura no está eso, ¿si? yo digo que hay toda clase de

culturas sí, lo que sea, pero deben respetar, ante todo la sociedad se logra respetando los límites 118.

La policía frecuentemente hace “redadas” en las que hace a los vendedores recoger sus

productos y retirarse. Sin embargo, apenas se van los policías muchos de los vendedores vuelven

a instalar sus puestos 119. Una de las veces que presencié estas intervenciones de la policía, oí

comentarios de otros transeúntes que se detuvieron a mirar. Mientras unos decían “les hicieron

levantar todo, bien hecho”, otros comentaban “ay pobre gente, ¡de algo tiene que vivir!”.

118
En el piso 4 muestro cómo Gabriela movilizó una iniciativa para la eliminación de los puestos de venta en la calle
a través de una petición por internet que ayudó a concertar una mesa de trabajo con la Alcaldía de Soacha.
119
El estatus de legalidad de las ventas ambulantes no es del todo claro: la Constitución colombiana dice que es deber
del Estado velar por la protección del espacio público y por su destinación al uso común; pero también que el trabajo
es un derecho fundamental y una obligación social y goza, en todas sus modalidades de protección especial del Estado.
Por la sentencia C-211 del 2017 de la Corte Constitucional, que prohibió a las autoridades incautar las mercancías o
judicializar a los vendedores ambulantes si no se les han proporcionado oportunidades laborales, no es mucho más lo
que los policías pueden hacer para retirar los puestos de venta en las calles. (Sentencia disponible en
http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2017/C-211-17.htm )
161

Figura 18. Arriba: Puestos de venta ambulante en la esquina frente al centro comercial Prado Verde (Foto: autora,
mayo 24 de 2015). Abajo: Policías haciendo a algunos vendedores recoger sus puestos en la misma esquina (Foto:
autora, septiembre 16 de 2015)

En Ciudad Verde, el asunto de las ventas en la calle se ha convertido en una disputa moral

entre residentes. Quienes consideran esta práctica como legítima –que en las discusiones terminan

siendo siempre una minoría- acuden frecuentemente a enmarcarla como una forma de “rebusque”,
162

que es un valor del colombiano que no se detiene ante la falta de oportunidades económicas y

siempre encuentra la manera de salir adelante así tenga que trasgredir alguna norma 120. Al

interpretar los puestos de venta en la calle como formas legítimas de rebusque, los habitantes

frecuentemente apelan a que cualquiera de los que critica a los vendedores ambulantes podría

eventualmente encontrarse en una situación de necesidad y que seguramente, porque el

colombiano es recursivo, haría lo mismo para generar un ingreso. “Nadie sabe la sed con la que el

otro vive”, es un dicho que encontré frecuentemente en las discusiones.

Quienes se oponen a estos puestos de venta piensan que, como lo plantea una residente, a

los vendedores “les gusta vivir en el desorden y el desaseo y nos dañan el ambiente a los que

queremos vivir bien”. Consideran que a algunos en la ciudadela les falta “cultura ciudadana”, pues

permiten que el espacio público sea apropiado por unos cuantos a quienes “les gusta vivir en el

desorden y quieren todo gratis” y que además con sus comportamientos individuales, al comprar

en estos puestos, están perpetuando la invasión del espacio público y la proliferación del desorden

en la ciudadela.

¿Quién dijo que por que estamos en Soacha debemos comportarnos como rabaleros? o que solo

los que viven en el chico y son estrato 5 tienen cultura? es que acaso los que vivimos al sur y somos

estrato 2 o 3 no podemos comportarnos como gente culta, apegarnos a las leyes y exigir que nuestra

linda ciudadela se conserve como nos la entregaron? Por eso es que a la gente que no tenemos plata

nos tachan de ñeros e incultos, por el absurdo pensamiento que los que tienen plata son los únicos

que pueden vivir bien y en lugares bonitos, nosotros también podemos si dejamos a un lado la

mentalidad de pobres, es cierto que todos tenemos necesidades y toca trabajar pero por qué aquí

120
En un sentido similar a lo que Herzfeld (2005) llama la “intimidad cultural” de una colectividad, que a veces alude
a valores que no son estrictamente cívicos. Pardo (1995) analiza un valor similar al “rebusque” en Nápoles, el sape’
fa’ (literalmente “saber hacer”, que significa astucia), que alude a una persona recursiva y determinada a construir
recursos monentarios y no monetarios para sus proyectos individuales a través del trabajo duro, pero que ante ciertos
ojos externos aparece como moralmente condenable.
163

en nuestros parques, en nuestras calles, en donde no está permitido? esa es la diferencia del Chicó 121

a un barrio del sur, que allá cumplen las reglas para que todo se conserve bien, aquí al sur todas las

reglas se pisotean y por eso los barrios son tan feos, eso no es cuestión de plata sino de cultura, yo

no vivo en el Chicó porque no tengo plata pero afortunadamente tengo educación. (Live Sanch,

comentario en página Facebook de Ciudad Verde, noviembre 2013)

Esta residente critica los estereotipos de cómo se comportan las personas dependiendo de

su estrato o del barrio donde viven. Pero al sostener que la responsabilidad de cambiar está en la

misma gente, que lo que hay que cambiar es la “mentalidad de pobres”, termina reproduciendo el

argumento de la cultura de la pobreza122 –que, como sostiene Álvarez-Rivadulla (2017), aunque en

círculos académicos sea ya insostenible, está vivo en las formas en que algunos establecen límites

simbólicos para distinguirse de quienes están más abajo en la escala social-. A la hora de establecer

límites simbólicos, el problema de las ventas ambulantes deja de ser para los residentes un

problema económico o laboral para convertirse en uno moral: rechazar los puestos de venta y

propender por un espacio público libre de usos inapropiados, como el que prescribe la cultura

ciudadana123, es demostrar que sin tantos medios económicos también se puede tener espacios

como los de los estratos más altos.

121
Zona del norte de Bogotá, con viviendas estratos 5 y 6.
122
Que, como mostré en la sección teórica de la portería, se refiere a la asociación de las desventajas estructurales con
un tipo particular de identidad o cultura (R. Salcedo & Rasse, 2012, p. 94). La noción tiene origen en los análisis de
Oscar Lewis en la década de 1960, que argumentó que “la pobreza sostenida genera un conjunto de actitudes,
creencias, valores y prácticas culturales, y que esta cultura de la pobreza tiende a perpetuarse a lo largo del tiempo,
incluso si las condiciones estructurales que la originaron cambiaran” (Small et al., 2010, p. 7, traducción propia). Esta
idea fue posteriormente criticada por trasladar limitaciones estructurales a atributos personales y culturales, lo que
termina por culpar a las víctimas por sus problemas.
123
Término de uso común entre los habitantes, que hace referencia al programa público implementado en Bogotá en
la década de 1990 por el alcalde Antanas Mockus, en el que el "buen ciudadano" cumple con las reglas, se autorregula
y ayuda a regular el comportamiento de otros ciudadanos para lograr una vida urbana ordenada tanto en espacios
públicos y privados (Mockus, 2012). Las intervenciones más conocidas en este programa fueron aquellas destinadas
a generar un comportamiento cívico en tránsito (conductores y peatones) y las de "recuperación" de espacios públicos
mediante la eliminación de cerramientos ilegales, automóviles estacionados en las calles y vendedores ambulantes.
Las nociones y estrategias del programa de Mockus se naturalizaron ampliamente en Bogotá y otras ciudades
colombianas, como señala Restrepo (2016) en su crítica al programa, y como señala Cuervo (2013) se convirtieron en
el lenguaje común mediante el que las personas hablan de ciudadanía. Pérez argumenta que un programa diseñado
164

Al quejarse de la proliferación de vendedores ambulantes, muchos residentes apelan

además a que estos usos deterioran el espacio público y por ende afectan negativamente el valor

de las viviendas. Rechazarlos, entonces, es una manera de proteger su inversión. “No es lógico que

unos dañen, hagan desorden y los demás asumamos las consecuencias de desvalorización de

nuestros apartamentos por tanta plaza y ventas ambulantes” (Martín, comentario en grupo de

Facebook Ciudad Verde-Soacha, Julio 6 de 2015). La valorización se convierte, como veremos a

continuación, en un lente que también clasifica comportamientos apropiados e inapropiados, otro

vehículo para establecer límites simbólicos.

Valorización, o “la fama de Ciudad Verde”

Ya mencioné en el piso 1 cómo uno de los atractivos del macroproyecto fue la anunciada “alta

valorización” de las viviendas. En el piso 2 mostré que los residentes cuentan con la valorización

de sus inmuebles como lo que hará posible -junto con el ahorro- acumular el dinero necesario para

materializar un futuro cambio de residencia. Al examinar las maneras en que los residentes

clasifican comportamientos, espacios y personas y establecen límites simbólicos de su propia

posición, la noción de valorización emerge de nuevo, en una acepción que va más allá de referirse

al aumento del precio de los inmuebles.

Para los propietarios de vivienda en Ciudad Verde, la expectativa de valorización no es un

proceso pasivo en una lógica rentista de esperar que los bienes aumenten de precio sin hacer nada.

Por el contrario, la valorización es algo que los residentes de Ciudad Verde consideran que se tiene

que trabajar permanentemente de manera individual y colectiva. Individualmente, como ya vimos

en el piso 2, los residentes movilizan recursos materiales para que sus apartamentos sean atractivos

para promover la coexistencia pacífica terminó por proporcionar herramientas para la diferenciación social e incluso
la exclusión de ciertos comportamientos y personas que no se alinean con las ideas de orden y civismo del programa
de Cultura Ciudadana (F. Pérez, 2010).
165

en cuanto a acabados para un potencial comprador futuro. Colectivamente, los residentes invierten

en tecnología, seguridad y aseo con la expectativa de mantener y mejorar la valorización de los

conjuntos. La administración de Geranio, por ejemplo, anunció en su página de Facebook:

Como ya saben, en el conjunto queremos lo mejor para todos ustedes, es por esto que dentro de

muy poco tiempo se realizará la implementación de un sistema de acceso inteligente para el acceso

vehicular y peatonal de alta tecnología, con el cual únicamente podrán ingresar las personas con

su tarjeta inteligente. Esto no sólo mejorará la seguridad de todos los residentes sino valorizará

nuestro conjunto y apartamentos, entre otros beneficios (29 de Julio de 2015).

A nivel de la ciudadela, la gerencia del macroproyecto le recuerda a sus residentes, para que paguen

la cuota mensual a la Agrupación Ciudad Verde, que:

Basta con observar los espacios públicos de los barrios aledaños a Ciudad Verde para corroborar

que la inversión de este pequeño monto es vital para preservar el megaproyecto con la belleza que

lo caracteriza, además de otorgar una mejor calidad de vida para los propietarios y sus familias y

constituir un valor agregado para la valorización de las viviendas (Periódico CV Noticias, Edición

No. 10, marzo de 2013, p. 3).

El trabajo individual y colectivo para mantener la valorización de Ciudad Verde lo ejercen

también en el plano de lo intangible, a través de la clasificación de comportamientos de los

residentes y de sus usos del espacio, estableciendo lo que suma y lo que resta valor. Los habitantes

resaltan que el orden y limpieza de los residentes valoriza las viviendas: “El entorno se hace mucho

más agradable para todos los residentes y eso genera mayor valorización de los apartamentos,

además se puede cobrar un alquiler mejor remunerado porque se incrementa la calidad de vida”

(comentario residente Girasol124). Por el contrario, ciertos comportamientos -los mismos que

muchos residentes clasifican como “falta de cultura” - desvalorizan: colgar la ropa por las

124
En http://periodismopublico.com/Residentes-de-Ciudad-Verde-recuperan-jardines-y-zonas-comunes
166

ventanas, dejar que los jóvenes socialicen en grupos en la calle, hacer ruido, tomar licor en los

espacios comunales, ventas ambulantes, grafitis en los muros. Además, cierto “tipo” de residentes

también desvalorizan, en particular los arrendatarios y la falta de sentido de pertenencia que

algunos les atribuyen: “por esta razón [los arriendos muy baratos] está llegando alguna gente que

no deja nada qué desear, qué tristeza para nuestra CV, en lugar de valorizar nuestro patrimonio se

está convirtiendo en otro Ciudad Bolívar” (comentario en página de Facebook de Ciudad Verde,

noviembre de 2013).

Para algunos, incluso el tipo de equipamientos y servicios públicos que tenga la ciudadela

puede afectar la valorización de Ciudad Verde. Aunque el hospital aún por construir es para

muchos un servicio de salud imprescindible y muy esperado en la ciudadela, Damián señala que

podría desvalorizar las viviendas que se encuentren cerca, como la de él mismo, que se encuentra

junto al lote destinado al hospital: “¿eso será valorización que le coloquen a uno un hospital

público al frente de su apartamento? yo tengo mis dudas”. De manera similar, aunque muchos

residentes expresan su inconformidad con que no se haya podido generar un convenio con el

sistema de transporte de Bogotá para que las rutas alimentadoras de Transmilenio lleguen a Ciudad

Verde, Gabriela señala que:

A mí no me gustaría que metieran alimentadores acá. Primero, dañan lo bonito y las calles, y para

que las arreglen y vuelvan a ser tan bonitas pasarán muchos años y nos cobrarán impuestos. ¿sí?

Y no lo van a hacer. Que los metan a la población como más lejana y más masiva, que no puede

pagar transporte particular, porque acá la mayoría puede pagar el transporte particular.

Por último, algo que muchos habitantes consideran crucial para la valorización de Ciudad

Verde es mantener la reputación o la “buena fama” de la ciudadela. Por esto, muchos consideran

perjudicial que algunos residentes denuncien los problemas de la ciudadela en medios de

comunicación. En febrero de 2015, alguien denunció una “plaga” de zancudos en Ciudad Verde y
167

el canal RCN llegó a transmitir en directo. Una residente comentó en la página de Facebook de la

ciudadela, “si sólo se la pasan hablando mal del barrio donde viven lo único que van a conseguir

es que el barrio nunca suba y que los inmuebles nunca tengan un mayor precio” (Sandy, febrero

10 de 2015). El problema de ventas ambulantes también lo han denunciado más de una vez en

medios masivos de comunicación como CityTV. A la publicación sobre estas denuncias en el

grupo Habitando Ciudad Verde una residente comentó:

y los medios aparte de ir y formar el escandalo q hacen?... Solo hablar mal de la ciudadela, y si

Ud. quiere vender o arrendar, será fácil hacerlo con la mala imagen del sector?, o si Ud. quiere

inscribirse o inscribir a su hijo en una buena institución educativa, o si buscan un buen trabajo, los

tendrán en cuenta por la mala fama del sector en el q vivimos?..... En mi opinión es q se hacen

"visibles" los problemas pero no se solucionan, y si se está generando un problema mayor (Irma,

septiembre 21 de 2015).

La noción de valorización para los residentes de Ciudad Verde excede entonces el sentido

de un aumento cuantitativo del precio de los inmuebles y pasa a incluir aspectos cualitativos 125 que

hacen de Ciudad Verde un sitio seguro, agradable, digno, bonito y tranquilo. Así, “valorización”

significa más que lo que abarca el concepto como se usa en Bogotá126, y alude a una noción de

valor como la importancia que la gente atribuye a las acciones (Graeber, 2013; Skeggs, 2011). Lo

que valoriza son las acciones que colectivamente se definen como más importantes. Así, al

extender el potencial de valorizar o desvalorizar a personas, lugares, relaciones y cosas, se está

asignando, reclamando y distribuyendo el valor en una noción más amplia 127.

125
En mi tesis de maestría en otro contexto, encontré también que los residentes pueden sentir que sus viviendas y
entornos se valorizan sin necesidad de que los precios de los inmuebles efectivamente hayan aumentado (Hurtado-
Tarazona, 2008).
126
la “valorización” en Bogotá es una contribución que deben pagar los propietarios de inmuebles que aumenten de
valor por causa de inversiones públicas como infraestructura vial o espacio público.
127
Como lo analizó Munn (Munn, 1986) en el anillo del Kula, la gente de la isla de Gawa crea valor y se crea a sí
misma como sociedad a través de prácticas materiales dentro de una esfera cultural más amplia, designando qué
comportamientos y personas añaden valor y cuáles lo restan en términos de una potencial evaluación (la fama) por
168

El hecho de que los residentes decidan, individual y colectivamente, qué es valor y qué

añade valor (Graeber, 2001) en su entorno residencial es una manera de asegurar que la nueva

posición social, tanto de personas como de espacios, se pueda mantener. Esto es crucial para ellos

pues a través de su comportamiento, sus visiones y sus valores apuntan a subvertir las asociaciones

entre clase y espacio que la estructura de segregación socioespacial, más la clasificación de

espacios por estratos, han naturalizado en Bogotá: es difícil que la clase media “emergente”

efectivamente emerja en un sitio como la frontera entre Bosa y Soacha, pero si los residentes

trabajan para que Ciudad Verde se valorice –monetaria y simbólicamente-, no es imposible. Sin

embargo, como argumenta Gregory, el valor describe y prescribe, las personas son creadoras pero

también sujetos de los valores que guían las acciones humanas (Gregory, 1997). En el caso de

Ciudad Verde, que muchos habitantes evalúen su experiencia social según el impacto de ciertas

acciones en el valor monetario de las viviendas termina prescribiendo –y restringiendo- las

maneras posibles de relacionarse con el entorno material y con los vecinos.

303. Posibilidades y limitaciones para la vida colectiva

Los residentes de Ciudad Verde no hablan entonces explícitamente de clase social. Pero al

examinar las formas de referirse a la heterogeneidad socioeconómica de la ciudadela, los criterios

con los que trazan límites simbólicos hacia arriba y hacia abajo y de qué elementos se aferran para

posicionarse a sí mismos en el nuevo mundo social; resulta evidente que al hablar de espacio, de

educación, de cultura, de mentalidad y hasta de valorización, los residentes están hablando también

de clase. La noción de clase que opera en Ciudad Verde es una que está en construcción, así como

parte de un otro abstracto y externo. Quienes no se insertan en los comportamientos que crean valor o “fama” -
principalmente participar del intercambio ritualizado en el anillo del Kula- son acusados de brujería, que significa
destruir el valor. Asimismo (aunque en un contexto sustancialmente distinto), en Ciudad Verde, quienes incurren en
comportamientos que desvalorizan van a ser señalados como gente “con mentalidad de pobre” o “con mentalidad de
inquilinato”, que hacen que la ciudadela tenga mala reputación, mala fama.
169

la ciudadela, pues se arma a medida que los residentes van estableciendo y negociando lo que debe

o no ser la manera como luce un residente de un conjunto en propiedad horizontal.

De estas formas de hablar de clase emerge una narrativa dominante, la “cultura de la

propiedad horizontal”. Entendiendo que las narrativas “hacen” cosas y sus usos sociales tienen

efectos en la vida de las personas (Adamovsky et al., 2014), en esta sección indago qué

implicaciones tiene esta narrativa. De esta manera queda dibujado el marco de posibilidades y

constreñimientos para la sociabilidad y la organización entre residentes en Ciudad Verde, es decir,

las maneras posibles de “vivir juntos”, que es el foco del piso 4.

“Vienen de…”: tiempo, espacio y moral

La mayoría de la gente que vive acá venía de vivir tal vez en casas normales, en barrios suburbanos,

y no tenían el sentido de pertenencia que tenía uno que si se venía para un conjunto cerrado había

que pagar administración, tenía que correr con unos gastos... la gente pensó que llegar aquí eso era

llegar y coger el cielo a dos manos, y pues sí, es más bonito, porque al menos ve uno como más

limpio que en barrios de Bogotá suburbanos, pero la mayoría de gente que ha venido, pues no toda

pero algunos sí vienen de barrios... más bien de estratos bajos (Nemesio).

Como mostré en la sección anterior, es frecuente que los residentes atribuyan la “falta de

cultura” a quienes se encuentran más atrás en una trayectoria común imaginada que tiene como

punto de llegada la “cultura de la propiedad horizontal”. De ahí que al hablar de quienes se

comportan “como pobres”, los habitantes acudan a eufemismos como las expresiones “vienen

de…” (de barrios populares, de estratos bajos, de la loma, de vivir en inquilinatos, de casas de

barrio). Y aunque la mayoría –incluido el mismo Nemesio- también vivieron antes en barrios

populares, el hecho de estar adaptados o querer adaptarse a esta nueva forma de vida hace que

puedan señalar a los que no se adaptan -porque no pueden o porque no quieren- como quienes aún

no llegan, quienes todavía viven en el mundo de la “vivienda popular” con los gustos y costumbres
170

asociados a ella. La expresión “vienen de…” ejemplifica cómo en las maneras particulares en las

que los residentes se posicionan a sí mismos y a los demás emergen tres dimensiones

fundamentales para la diferenciación social: tiempo, espacio y moral.

La dimensión temporal aparece principalmente porque muchos habitantes viven y cuentan

el ascenso social como un proceso en el que el barrio popular y la pobreza están en el pasado y la

clase media, encarnada en la vivienda en propiedad horizontal, en el futuro128, y en el que muchos

asumen las diferencias socioeconómicas como momentos diferentes de una misma trayectoria. Es

una concepción de la clase en la que todos van (o deberían ir) en la misma dirección, similar a la

aproximación de Bourdieu en la que todos aspiran a tener un capital cultural legítimo, que es el

que posee la clase alta y va circulando de manera descendente a través del consumo 129. En este

punto rescato a Fabian (1983) cuando habla del tiempo físico como dispositivo de distanciamiento:

como no se puede ocupar el espacio del otro -o como en Ciudad Verde, cuando toca compartir el

espacio con el otro-, se ubica a ese otro en un tiempo físico diferente –anterior- para conservar el

distanciamiento. Sin embargo, aunque la mayoría de residentes reconocen esta trayectoria común

hacia la “cultura de la propiedad horizontal”, en la práctica ésta no juega el mismo papel para

todos, los residentes no tienen una única escala de valores. Esto es claro cuando ellos hablan de

sus prioridades, como vimos en la sección de alternativas de ascenso social en la que ponderan de

maneras diferentes aspectos como educación, ocupación y propiedad de la vivienda.

El espacio es crucial porque en Bogotá el “lugar en la sociedad” importa tanto en el sentido

figurado como en el literal: el estatus tiene una geografía social y espacial (Fleischer, 2010). De

ahí que la categoría nativa para hablar de clase -el estrato- venga de una clasificación socioespacial;

128
En un sentido similar, Schielke (2012) plantea la clase media como una promesa política, un estado futuro al que
se quiere llegar, un sueño siempre insatisfecho.
129
lo que es sustancialmente diferente a las nociones de clase atadas a los medios de producción o a estratificaciones
jerárquicas como las castas, en las que cada clase tiene su direccionalidad y sus fines distintos.
171

que toque convertir a Soacha en “Soachington” y resaltar las bondades de la ciudadela planeada

para intentar revertir el estigma espacial de vivir allí; pero que toque también jerarquizar los

espacios dentro de la ciudadela para que quede más acotada la imagen de cómo debe lucir el

espacio; y que las referencias para señalar tanto el arribismo como “la mentalidad de pobre” de los

otros sean frecuentemente nombres de barrios haciendo alusión a su estrato y las formas de vida

asociadas al mismo.

Y la dimensión moral es también central, porque el trabajo de “calibrar” la posición propia

en el nuevo mundo social implica no sólo ubicarse en el medio de un rango de condiciones

socioeconómicas dado, sino también en un “centro moral” (Schielke 2012) a partir de una labor

de inclusión y exclusión. En el caso de Ciudad Verde, los residentes hacen esta labor estableciendo

los límites superiores e inferiores de sus posicionamientos, al evitar que “se les suba el estrato” y

al mismo tiempo prevenir que “se les salga el estrato” o que los califiquen como residentes “sin

cultura” o “bárbaros”130; y diferenciándose de quienes se encuentran fuera de estos bordes. El

trabajo moral, que implica un proceso de “reconstrucción del yo” (Allahyari, 2000, p. 111), en este

caso es un esfuerzo por tener y mostrar los valores asociados a la cultura de la propiedad horizontal.

En las maneras de hablar de clase los residentes se refieren a procesos estructurales de

desigualdad -diferencias en ingresos, nivel educativo, sector ocupacional- como condiciones de la

gente que hacen que la población de la ciudadela sea heterogénea. Pero para construir, negociar y

defender su posición y la de los otros en el nuevo mundo social, usan más las referencias a la clase

como cultura, o en palabras de Gabriela, esas “pequeñas cosas que muestran la cultura de la gente”.

A diferencia de los elementos más estructurales, que llamo las “grandes cosas” extendiendo la

130
Este calificativo, que los residentes usan sobre todo en Facebook para denunciar a quienes incurren en
comportamientos inapropiados, es a la vez temporal y moral: el bárbaro está en un momento evolutivo anterior al
civilizado, es más cercano a la naturaleza que a la cultura, y por lo tanto está abajo también en la escala moral.
172

expresión de Gabriela, las “pequeñas cosas” son para los residentes aspectos que dependen de la

voluntad individual de adaptarse a la vida en propiedad horizontal: se puede ser limpio y ordenado

sin ser rico, se puede ser educado sin tener títulos, cualquiera puede seguir las normas y aprender

a convivir. Muchos residentes de Ciudad Verde usan las “pequeñas cosas” para construir sentidos

de proximidad y distancia con ciertos vecinos, y para establecer límites de su propia posición, tanto

hacia abajo como hacia arriba, que no es conveniente traspasar.

¿Casa nueva, clase nueva?

La idea de Ciudad Verde como un “nuevo mundo social” que he reiterado desde el inicio de este

trabajo está muy presente tanto en el discurso de la planificación del proyecto como en los relatos

de los habitantes. El hecho de concebir a Ciudad Verde como un mundo nuevo, un lugar “sin

historia”, sería aparentemente una oportunidad para que los residentes se “reinventen” en términos

de clase, una posibilidad de movilidad social, sin condicionamientos previos. No habría forma de

distinguir entre unos establecidos y unos marginados o outsiders en términos de Elías y Scotson

(1994) pues todos serían en principio “recién llegados”. Sin embargo, hay que ser cuidadosos al

ponderar cuánto de esto es una posibilidad que se puede materializar y cuánto una ilusión.

Siguiendo a Thompson (1963), la clase se hace desde las prácticas cotidianas. Pero estas prácticas

están necesariamente ligadas con procesos estructurales: los posicionamientos sociales no se dan

desde cero, sino que están condicionados por las experiencias y los recursos que cada persona trae

de su trayectoria y por la capacidad y voluntad que tengan de adaptarse a los comportamientos que

en el nuevo contexto social se consideran deseables.

Si seguimos a Bourdieu (2000), podríamos asimilar este nuevo mundo social a un nuevo

“campo”, o por lo menos a un cambio en el campo social. Y un nuevo campo implicaría también

un nuevo habitus, cuya construcción puede pasar por momentos de desorientación y


173

contradicciones. En Ciudad Verde, el nuevo habitus sería la “cultura de la propiedad horizontal”

como una nueva forma de ser y comportarse, y los “momentos de desorientación” serían las

instancias en las que la inercia del habitus -que tiende a perpetuar las estructuras correspondientes

a sus condiciones de producción- hace visibles las fricciones con el nuevo campo131, como en las

instancias en las que la estética y comportamientos asociados a los barrios populares aparecen en

Ciudad Verde. Las expectativas colectivas de lo que se constituye como lo “normal”, que en un

nuevo campo no son autoevidentes como cuando hay concordancia entre habitus y campo, se

tienen que hacer entonces explícitas y pueden generar fricciones.

Parece que tanto quienes producen las viviendas como gran parte de quienes las habitan

piensan de forma similar a Bourdieu, pues ambos aseguran que convivir en propiedad horizontal

es una nueva forma de vida cuyas reglas se tienen que hacer explícitas porque no son

autoevidentes, sobre todo para quienes vienen de vivir en barrios populares. Pero al ver cómo

opera esta “cultura de la propiedad horizontal” en las prácticas cotidianas de los residentes, es claro

cómo esto desembocó en asumir que esta forma de convivencia no es “natural” para algunos y

para otros sí, y ahí radica gran parte de la diferenciación social en la ciudadela. Los “recién

llegados” no son en realidad todos, sino los que no han podido o no han querido asimilar la forma

deseable de vivir en propiedad horizontal.

Pero esta perspectiva tiene sus límites. El paso a ser propietario de una vivienda en Ciudad

Verde es sin duda un cambio en la trayectoria residencial de los residentes, e implica un conjunto

de reglas de comportamiento que son nuevas para la mayoría. Sin embargo, habría que

cuestionarse hasta qué punto esto constituye realmente un nuevo campo social y hasta qué punto

131
lo que Bourdieu llama un “habitus desestabilizado” (Bourdieu 2000, p. 160)
174

es la reificación de un imaginario en el que la vivienda moderna, la ciudad planeada y la propiedad

horizontal van a producir nuevos tipos de personas y de ciudadanos.

Los residentes de Ciudad Verde, al hablar conmigo y al hablar entre ellos, acogen la idea

de que los que no saben vivir en propiedad horizontal porque vienen de otros ambientes o de otros

barrios son los que causan problemas en la ciudadela. Pero cuando hablan de sí mismos están

constantemente afirmando que su experiencia al habitar las viviendas y sus relaciones con los

vecinos son “lo normal”, que las limitaciones y problemas que tienen pasan “en todas partes” y

que su único objetivo como residentes de Ciudad Verde es “vivir tranquilos”, como todo el mundo.

En mis conversaciones con los habitantes no pude identificar estos “momentos de desorientación”

como experiencias vitales y corporales profundas como lo establece Bourdieu –salvo en el caso de

Gabriela y sus “chascos” y cómo se sentía de rara cuando llegó a vivir a Ciudad Verde 132 -. Y más

importante aún, aunque convertirse en habitante de Ciudad Verde es un hito en la trayectoria

residencial de la mayoría de los propietarios, sus condiciones y oportunidades de educación y

trabajo siguen siendo las mismas en la mayoría de los casos 133. Pasar a ser parte de la clase media

emergente a través de la compra de vivienda en propiedad horizontal es entonces un ascenso de

clase parcial, es insertarse en el mercado inmobiliario y financiero pero sin necesariamente poder

acceder a otros tipos de capitales134. “Casa nueva” no implica entonces del todo “clase nueva”.

Una reificación de la idea de que ciertos tipos de vivienda producen ciertos tipos de

personas y comportamientos genera en la práctica una ilusión de que la clase puede construirse o

132
pero en este caso la incomodidad era porque ella venía de un barrio de estrato más alto, es decir, se estaba
acomodando “hacia abajo” en términos de barrio y estrato pero “hacia arriba” al pasar de ser arrendataria a propietaria.
133
si no peores, por la mayor distancia a lugares de educación y empleo, salvo tal vez el caso de Leonel, que tiene el
“paquete completo” de vivienda, educación y trabajo en la ciudadela.
134
Ya en el piso 1 vimos como el proyecto de formación de clases medias en Colombia, como en otros países de
América Latina, es la inclusión de un sector que está “saliendo de la pobreza” como consumidores (de vivienda y
otros bienes y servicios) a través de la expansión del crédito (Beuf, 2012; Kopper, 2016).
175

ser reinventada desde cero, sin importar los condicionamientos estructurales, y que quienes no

llevan a cabo esta “reinvención” de la manera esperada, es porque tienen “mentalidad de pobre” y

no quieren superarse, o porque desconocen las normas. Paradójicamente, esto le parece obvio tanto

a residentes con experiencias previas de propiedad horizontal como a quienes vienen de vivir en

barrios populares, a residentes tanto de vivienda de interés propietario como de vivienda de interés

social. Esto nos lleva al siguiente punto, sobre la responsabilización de los individuos.

La culpa es de los que “no saben vivir en propiedad horizontal”

Volviendo a mi encuentro con Leonel en la plaza de comidas de Mercurio, cuando me decía que

vivir en conjunto cerrado era la mejor forma de salir adelante, yo le conté que algunos residentes

con los que había hablado querían en un futuro vivir en casa de barrio y no en propiedad horizontal.

Entre sorprendido e indignado, me contestó que seguramente eran los que no tenían la mentalidad

de progresar.

Pues yo no sé con qué tipo de personas te has sentado tú a hablar, porque sí, si la sociedad no está

preparada para ir a culturizarse, para mí ideal entonces donde pueda hacer ruido, donde nadie me

hable, donde yo pueda hacer lo que se me dé la gana. Mientras que si tú hablas con una persona un

poquito más cuerda y que realmente tenga la visión de salir adelante, ¿si? (…) a mí me parece que

el que no está de acuerdo con vivir ahí, si no tiene suficiente dinero para ir a comprarse la casa de

sus sueños, socialice y póngase a vivir, no a adaptar la gente al entorno de él sino él al entorno de

la gente. Porque a mí qué me va a molestar: que me están enseñando a actuar, a no ser un

escandaloso, a no ser un bulloso, a seguir la norma, que me están manteniendo aseadas las zonas

comunes. Que mi apartamento está siendo vigilado. Que me están enseñando a ser más organizado.

No sé, no le veo lo... me parece que la persona que de pronto se quiere salir de ahí lo que quiere es

volver como a una vida paupérrima, sin reglas, sin normas, a no ser que tenga muchísimo dinero y
176

compre en la Colina Campestre135, bueno no sé dónde, donde pueda decir no, es que aquí hago lo

que quiera pero porque es que tengo. Pero devolverme yo a un barrio de drogadicción, donde tengo

que andar 10 cuadras pa’ encontrar un parque, donde no tengo ciclorruta, donde no tengo nada,

donde es la mugre y la dejación en frente de mi casa, yo no lo envidio. No me parece que sea de

envidiar.

Muchos residentes, como Leonel, enfrentan la heterogeneidad de su nuevo ambiente

residencial haciendo énfasis en que lo que hace buenos vecinos y buenos ciudadanos es la voluntad

de adscribirse a la “cultura de la propiedad horizontal”, más que las condiciones socioeconómicas

de cada individuo o grupo de individuos. Así, van estableciendo un marco en el que aparentemente

cualquiera puede tener esta cultura, independientemente de su trayectoria residencial, de clase y

sus condiciones materiales actuales. Si la “cultura de la propiedad horizontal” es algo que cualquier

residente puede adquirir, independientemente de sus condiciones socioeconómicas; el hecho de no

tenerla o no manifestarla en sus comportamientos cotidianos sería moralmente condenable136.

Cuando no todos la acogen de la misma manera, cuando no todos hacen “la tareíta” como dice

Leonel, la culpa se atribuye completamente a los “malos residentes” y sus “vicios de convivencia”.

Pero si se da por sentado que, una vez cumplido el sueño de la vivienda propia, convertirse

en ciudadano de clase media es cuestión de “mentalidad”, la responsabilidad de factores

estructurales como las desigualdades en acceso a oportunidades, a capital económico, educativo,

social y cultural, queda oscurecida. La diferenciación social entre residentes se da entonces, más

que haciendo referencia a las diferencias en nivel educativo, sector ocupacional o ingresos, a las

135
Barrio de estratos 4 y 5 en la localidad de Suba, al noroccidente de Bogotá
136
Graeber (2011) argumenta algo similar cuando habla de los distintos principios morales de las relaciones
económicas entre las personas. En la moralidad de la deuda, deudor y acreedor se conciben como potencialmente
iguales, por lo que el no pago de la deuda se explica en términos de la debilidad moral del deudor y no en factores
estructurales que impiden dicho pago.
177

diferencias en la capacidad y disposición que tengan para emprender todo el trabajo material y

simbólico que requiere enfrentar las limitaciones estructurales de su nueva situación residencial.

Esta responsabilización del individuo silencia a su vez las resistencias e inconformidades:

en las discusiones entre residentes es muy común oír “si no le gusta váyase, nadie la/lo obligó a

comprar aquí” ante la inconformidad de algunos residentes por lo que no funciona bien en la

ciudadela como el transporte y los servicios de salud, y muchos consideran las quejas o protestas

como perjudiciales para la reputación, y por ende la valorización, de la ciudadela. Esto dificulta la

capacidad de organización y movilización social de los habitantes de Ciudad Verde, pues el hecho

de demandar que el estado o la constructora privada supla algunas necesidades de los residentes

estaría indicando una falta de capacidad para valerse por sí mismos, una incapacidad de tener una

visión de largo plazo y poder esperar a que el proyecto cumpla lo prometido 137. No sorprende

entonces que en esta ciudadela las pocas protestas que se organizaron durante mi trabajo de campo

hayan tenido muy poca acogida, no obstante las dificultades generadas por las “grandes cosas”.

Escaleras al piso 4

En este piso vimos cómo los residentes de Ciudad Verde se posicionan a sí mismos y a los otros

en sus maneras de hablar sobre la heterogeneidad socioeconómica de la ciudadela y de trazar

límites simbólicos hacia arriba y hacia abajo. Al distinguirse, los residentes usan criterios

espaciales, estéticos y morales, que desembocan en una narrativa local: la cultura de la propiedad

horizontal. El uso de esta narrativa desemboca en una atención a las regulaciones de propiedad

horizontal, un interés en hacerlas estrictas para delimitar los espacios, usos y comportamientos

deseables –o sea los que según ellos corresponden a un conjunto residencial de clase media- y

137
Como mencionan Simone y Fauzan (2013) en relación con las sensibilidades e imaginarios de las clases medias
urbanas en el “sur global” a partir del caso de Yakarta, “el mensaje cada vez más parece ser: debes hacer todo por ti
mismo y tú eres el único responsable” (Simone & Fauzan, 2013, p. 286, traducción propia).
178

excluir todo lo que se salga de este marco. Mostré también cómo la cultura de la propiedad

horizontal delimita las posibilidades y constreñimientos de la vida individual y colectiva, e incluso

las formas disponibles para ejercer la ciudadanía.

La capacidad de los residentes para subvertir procesos socioespaciales, económicos y

políticos de escala macro es limitada. Residir en esta ciudadela implica todavía carecer de

condiciones de accesibilidad, acceso a servicios urbanos y oportunidades económicas en

comparación con las áreas más centrales de Bogotá. Estas “grandes cosas” se escapan del alcance

de los residentes, y más aún en un contexto en el que las posibilidades de organización y

movilización social son limitadas por la misma narrativa de lo que debe ser un residente de

propiedad horizontal. Por esto, los habitantes emprenden un trabajo simbólico para tratar de

subvertir estigmas espaciales persistentes sobre Soacha, sobre “el sur”, sobre vivienda social,

creencias sobre educación y cultura, sobre riqueza y pobreza. Y lo hacen señalando que la vida en

Ciudad Verde tiene problemas “como en todas partes” pero que comparada con lo que tienen

alrededor es “Soachington”; y que los problemas generalmente se deben a comportamientos

indeseables de quienes no se acogen a las reglas. Así, mientras que los residentes trabajan para

diferenciarse unos de otros dentro de la ciudadela trazando límites simbólicos, simultáneamente

trabajan también para conectarse “hacia afuera”, tendiendo puentes simbólicos con la “sociedad

mayor” (de clase media), con quienes comparten los más y los menos de ser propietarios de

vivienda y de vivir en conjuntos de apartamentos en propiedad horizontal.

Sin embargo, aún con el marco de acción tan restringido que nos deja ilustrado el análisis

de este piso, los residentes necesitan también conectarse con sus vecinos en ciertas situaciones y

para determinados fines. En el siguiente piso veremos cómo ellos logran navegar este ambiente de

restricciones estéticas y de comportamiento para “ejercer la vecindad” en el nuevo mundo social.


179

Piso 4. Ejercer la vecindad

(…)
There where it is we do not need the wall:
He is all pine and I am apple orchard.
My apple trees will never get across
And eat the cones under his pines, I tell him.
He only says, “Good fences make good neighbors”.
Spring is the mischief in me, and I wonder
If I could put a notion in his head:
“Why do they make good neighbors? Isn't it
Where there are cows?But here there are no cows.
Before I built a wall I'd ask to know
What I was walling in or walling out,
And to whom I was like to give offense.
(…)
(Frost, 1969)

La reparación del muro

En el poema Mending Wall -traducido como “La reparación del muro” 138-, de 1914, Robert Frost

narra una conversación entre dos vecinos en una zona rural en Estados Unidos. El muro de piedra

que divide sus propiedades se destruye todos los años por efectos del invierno, y cada inicio de la

primavera los vecinos se reúnen para repararlo. El que narra se pregunta, ya que el muro siempre

se vuelve a derrumbar, y ya que ni él ni su vecino tienen vacas que puedan pasarse de una propiedad

a otra sino árboles -pinos los del vecino, manzanos los suyos-, cuál es el propósito de reconstruir

la división año tras año. Le hace saber al vecino que sus manzanas no se van a comer las piñas de

sus pinos, insinuando que es inútil la labor anual de reconstrucción del muro, y el vecino le

responde con una frase proverbial: good fences make good neighbors (los buenos cercos hacen

buenos vecinos). Y aunque el vecino que narra duda de la utilidad del muro y a veces siente el

impulso de destruirlo, no logra contagiar de sus cuestionamientos a su vecino, y ambos siguen año

a año perpetuando la paradoja: reunirse para reparar el muro que los divide.

138
Traducción al español en: http://foro.elaleph.com/viewtopic.php?t=14940
180

Después de seguirle la pista a las relaciones entre vecinos en Ciudad Verde, parece que

aquí pasa lo mismo: los residentes están permanentemente construyendo un “muro” entre ellos,

viendo cómo se derriban algunos pedazos, cuestionando su utilidad y finalmente resignándose a

repararlo todo el tiempo, porque los buenos cercos hacen buenos vecinos, o en palabras de quienes

conversaron conmigo en Ciudad Verde, “con los vecinos es mejor de lejitos”. A esta labor

permanente de establecimiento, negociación y destrucción del muro, que está cargada de

ambigüedades, es a lo que llamo “ejercer la vecindad” en Ciudad Verde.

Blokland (2005) argumenta que las identificaciones de clase de las personas no

necesariamente determinan su manera de relacionarse con los vecinos: “que las personas se

identifiquen como miembros de una clase, grupo étnico o religioso determinado no puede ser

equiparado a priori con cómo se involucran socialmente con otros. En otras palabras, un sentido

de comunidad, pertenencia, unidad o solidaridad no es un resultado automático de cómo las

personas se categorizan a sí mismas” (Blokland, 2005, p. 124). Esta distinción es relevante para el

caso que estudio: no todos los lazos de vecindad ni instancias de conexión entre residentes están

permeados por asuntos de clase como sí pasa en el caso de las formas de distinguirse que mostré

en el piso 3. Por eso no me quedo con el retrato de un grupo de residentes cuya socialidad está

completamente restringida por la suma de procesos de formación de clase media más los requisitos

de la vida en propiedad horizontal; sino que intento develar cómo ellos navegan este contexto para

hacer posibles formas emergentes de socialidad en Ciudad Verde.

Este piso trata entonces de cómo los residentes de Ciudad Verde ejercen la vecindad. En el

401 ahondo en las formas emergentes -y ambiguas- en las que los residentes se conectan con los

vecinos en Ciudad Verde, elaboro sobre las percepciones de los residentes sobre qué es un buen

(o un mal) vecino, y muestro cómo los vecinos aluden a la “coexistencia no intrusiva” como ideal
181

de vecindad. En el 402 señalo las instancias en las que, trascendiendo las limitaciones de la

coexistencia no intrusiva, los residentes establecen vínculos con otros y bajo qué condiciones. En

el 403 ilustro cómo el uso de redes sociales en internet, especialmente Facebook, es para los

residentes una forma de socialidad que les permite sortear el “muro” sin necesidad de derribarlo.

401. “Cada lora en su estaca”: ambigüedades de la vecindad

Llevaba un buen rato tratando de acercarme a la señora que vendía ensaladas en la portería de

Acanto I (vivienda gratuita) para preguntarle si la podía entrevistar. Pero cada vez que tomaba

impulso para hablarle, alguien que entraba o salía por la portería le hablaba primero y me tocaba

retroceder. Decidí entonces quedarme un rato tomando nota de todo lo que podía percibir de los

acontecimientos de ese miércoles por la mañana en Acanto antes de hablarle a la señora. Como la

portería estaba tan transitada estuve un largo rato ahí, de pie, anotando en mi diario de campo las

conversaciones que oía y describiendo las personas que salían y entraban. Finalmente me atreví a

presentarme ante la vendedora -una mujer de unos 40 años de edad- y pedirle que me contara sobre

su experiencia como residente de Ciudad Verde. Ella accedió, pero me dijo que sin grabación, que

a ella no le gustaba eso. Iba a comenzar su relato cuando salió otra mujer de la portería y comenzó

a hablarle a Marta (ahí supe su nombre). Y la conversación fue más o menos así -como no estaba

grabando iba transcribiendo en mi libreta lo más rápido que podía-:

-Vecina: Doña Marta, ¡qué milagro! Hace tiempo no sacaba, ¿no? [Se refiere a armar su puesto de

ensaladas en la portería]

-Marta: Nooo, si yo todos los días saco. Usted es la que ha estado perdida.

-Vecina: Ay sí, es que me tocó pedir vacaciones porque tengo el niño en la casa operado. Hasta

ahora volví a trabajar pero el niño sigue en la casa incapacitado. Mire que la he pensado porque se

me había ocurrido pedirle que le subiera todos los días ensalada al niño al apartamento para el
182

almuerzo porque yo le dejo solo el arroz hecho, hubiera sido bueno que tuviera una ensalada

diferente cada día. Pero pues finalmente no le dije nada porque me dio como pena.

- Marta [asiente]: Hmmm….

-Vecina: bueno, chaíto que voy tarde.

-Marta: bueno, ¡que se le termine de mejorar el niño!

Cuando la vecina se fue, Marta me contó que había vivido el cambio de vivienda de forma

positiva, pues aunque ahora vive en un espacio más pequeño con su esposo y sus tres hijos, se

siente más segura al dejar salir a los niños al parque del conjunto. Que en vez de trabajar en un

restaurante como lo hacía en su barrio anterior, Altos de Cazucá139, ahora tiene su propio puesto

de ensaladas en la portería y así puede estar pendiente de sus hijos cuando llegan del colegio. Que

los hijos están felices viviendo ahí y ya no les gusta casi ir a donde vivían, donde todavía vive su

abuela. Y que a futuro quiere tener un puesto de comida rápida y arreglar su apartamento, pues

aún lo tiene en obra gris.

Como estábamos en plena portería, los vecinos que entraban y salían interrumpían

frecuentemente nuestra conversación: uno para preguntarle si a ella si le funcionaba el internet

porque él llevaba desde ayer sin servicio, otra para comprarle dos bolsitas de ensalada -cada bolsa

vale mil pesos- y para decirle que la vez pasada los trozos de tomate estaban demasiado grandes.

Cuando no había clientes a la vista, la mujer retomaba su relato. Me dijo que hablaba con todos

los vecinos porque a casi todos los conocía desde antes 140, que “la convivencia es la misma porque

los vecinos son los mismos”, pero que no pasaba del saludo y de venderles ensaladas, que a ella

no le gustaba eso de relacionarse con la gente del conjunto pero que a su esposo sí, él hasta está

en el Consejo de Administración. Y que evita que los hijos socialicen demasiado, le parece que

Sector de la comuna 4 de Soacha, en lo que los residentes de Ciudad Verde llaman “la loma”.
139
140
Los residentes de los conjuntos Acanto I y II venían de cinco barrios adyacentes del sector de Cazucá, por lo que
muchos ya se conocían entre sí antes de ser relocalizados.
183

“es mejor solos que mal acompañados”. Cuando terminó de contarme su historia y le dije que

habíamos acabado, me contestó con un suspiro: “Ay, ¡menos mal! Es que yo soy mujer de pocas

palabras”. Le compré una ensalada, que no tuve cómo comerme porque la vende sin cubiertos, y

me despedí. Creo que Marta se sintió aliviada al verme ir. Las siguientes veces que pasé por la

portería y la vi, apenas intercambiamos un “buenas tardes”.

Mientras me alejaba con la bolsa de ensalada escurriendo líquido entre mi maleta me quedé

pensando, más que en la historia de Marta, en su conversación con la primera mujer que le habló.

Ese corto diálogo entre dos vecinas resonó con lo que otros residentes de Ciudad Verde me

contaron y hasta con mi propia experiencia al vivir en un edificio. Si bien en un plano racional

tendría todo el sentido que personas que viven tan cerca unas de otras intercambiaran favores y se

beneficiaran mutuamente, en la práctica no es tan sencillo para la gente aprovechar las ventajas de

la proximidad. Y si no es tan fácil para estas dos mujeres, que eran ya vecinas desde antes, tampoco

lo va a ser para los residentes de otros conjuntos, en los que quien vive en la puerta contigua es un

completo desconocido.

Así como yo dudé, me aproximé y me alejé varias veces con mi cuaderno antes de

decidirme a hablarle a Marta, me imaginé a su vecina dudando sobre si pedirle el favor o no de

subirle las ensaladas. Me la imaginé decidiendo finalmente no arriesgarse a incomodar a Marta o

a recibir una negativa, sino mencionarlo casualmente con un “me dio como pena” a ver qué

respondía, a ver si habría alguna posibilidad de derrumbar el muro. Y como el vecino del poema

de Frost que encabeza este piso, la respuesta de Marta, en forma de silencio, lo reforzó: los buenos

cercos hacen buenos vecinos.

Una vez terminado el trabajo de campo, volviendo sobre el material, la escena de las dos

vecinas me ayudó a entender que el muro entre residentes, más que ser simplemente un límite
184

establecido por la forma espacial del conjunto cerrado, por las restricciones normativas de la

propiedad horizontal o por las fronteras simbólicas entre posiciones sociales, es una cerca

construida por diversos “materiales” y no es rígida ni inmutable. El “muro” tiene sus cimientos en

lo que los residentes sienten, piensan y esperan de sus relaciones con los vecinos y se va reforzando

o destruyendo en las interacciones cotidianas. Y aunque en el caso de Marta entra en juego también

un aspecto de la personalidad que se vuelve parte del muro –ser una “mujer de pocas palabras”-,

en lo que pude observar durante el trabajo de campo fue claro que estas situaciones son la norma

más que la excepción: los residentes de Ciudad Verde se relacionan con sus vecinos de una manera

ambigua, que oscila entre el distanciamiento y la necesidad de conexión, entre la intención de

saltar el muro y la necesidad de seguirlo reforzando.

Jesús expresa, al definir un buen vecino, varias de las ambigüedades y contradicciones en

las que descansan las relaciones de vecindad en Ciudad Verde:

Un buen vecino para mí es el que.... dice el dicho "cada lora en su estaca". Un buen vecino que

esté viendo si le están rompiendo los vidrios, que lo cuiden a uno también. Como uno cuidarse,

uno cuidar lo de los demás, en comunidad, ¿sí? de lo contrario yo estoy pendiente es de lo de

nosotros, pero yo no estoy pendiente de lo de los demás, por allá. Mi casa es mi casa. Claro que si

yo estoy viendo que le están robando a la señora, hombe, ¿sí? pero yo no puedo estar pendiente

por allá de lo de los demás porque si no estoy por allá pues me van robando a mí también, ¿sí?

pero de lo contrario no.

La definición de sociabilidad urbana de Giglia (2001) parece describir a cabalidad la

naturaleza de la forma como Jesús, Marta y muchos otros residentes interactúan con sus vecinos:

“Es la capacidad de combinar el reconocimiento del otro con la reserva y el distanciamiento (…)

Es una mezcla sui generis de lejanía y proximidad, de interés e indiferencia, que hace posible la

convivencia pacífica de seres distintos” (Giglia, 2001, p. 803), o como plantea Girola, cuando la
185

proximidad es impuesta, las personas buscan un equilibrio entre la “cordialidad forzada” y la

distancia, “que debe ser reforzada con el fin de distinguirse socialmente y salvaguardar la vida

privada"(Girola, 2007, p. 152). Lo que pude observar de las relaciones de vecindad en Ciudad

Verde me hace pensar que allí estas ambigüedades y contradicciones obedecen a las tensiones

entre el ideal de vecindad que muchos residentes acogen como la forma deseable de relacionarse

con los demás en un conjunto residencial y las necesidades prácticas de cooperación, intercambio

o conexión con quienes están cerca. Y son tensiones que trascienden la idea de que la vivienda

moderna, particularmente en conjuntos cerrados, es necesariamente un inhibidor de las relaciones

sociales. Para entender mejor de dónde surgen estas tensiones, veamos primero las ideas de los

residentes sobre qué es un buen (y un mal) vecino y luego cómo la coexistencia no intrusiva se

expresa como la regla a seguir en las relaciones de vecindad.

Buenos y malos vecinos: representaciones de la sociabilidad vecinal

A: Hagamos este ejercicio: sin decir su nombre, piense en su mejor vecino y dígame por qué es el
mejor.
D: pues sería el de al lado... porque nunca lo escucho [risas].
(Conversación con Damián)

Al preguntarle a los residentes con quienes conversaba “¿cómo son sus relaciones con los

vecinos?”, la mayoría de veces me contestaron que no tenían relaciones con ellos y ahí se agotaba

la conversación. Les preguntaba luego, “bueno, pero por lo que ha visto de sus vecinos, ¿qué tal

le parecen?” y las respuestas eran tan generales como la pregunta: “pues me parecen bien” o “ni

idea, no los conozco”. Por esto, en las entrevistas tuve que recurrir a otro tipo de preguntas como

la que encabeza esta sección, que adapté de un estudio de Giglia (1998) con residentes de

condominios habitacionales en México141. Estas preguntas sobre el mejor (y el peor) vecino me

141
Otro cambio en las preguntas que tuve que hacer fue complementar las que aluden a valoraciones generales sobre
los vínculos sociales con preguntas que piden evocar situaciones concretas como las que muestro más adelante sobre
si han intercambiado favores o si se han ayudado en casos de emergencia con los vecinos. Ver Small (2017, pp. ix–
186

sirvieron para estimular la conversación evocando experiencias y personas concretas, y para

acceder a lo que los residentes conciben como el “deber ser” de las relaciones vecinales 142. Aquí

sintetizo entonces las características de este “deber ser” a partir de mis conversaciones con los

habitantes, y en el 402 me centro en cómo se dan algunas relaciones vecinales en la práctica.

En las respuestas a la pregunta sobre el “mejor vecino”, los habitantes mencionaron en

algunas ocasiones atributos que hacen alusión a virtudes personales: describen a sus mejores

vecinos como personas cordiales, amables, sociables, “buena gente”, que saludan, respetuosos,

decentes, aseados, moderados, adaptables, trabajadores, amigables, “excelentes personas”,

educados. Para definir a su “peor vecino”, también acudieron a estos atributos de la personalidad:

vecinos que no saludan, son altaneros, envidiosos, aprovechados, que quieren “sacar tajada”,

fastidiosos, sucios, que se creen de mejor estrato, vulgares o antipáticos -uno me dijo que su peor

vecino, además de ser grosero, “es bien feo”-. Pero este tipo de atributos, que en el estudio de

Giglia (1998) resultaron ser los más importantes a la hora de calificar a alguien como un buen o

mal vecino, para los residentes con quienes conversé no fueron los principales.

Más importantes resultaron los atributos que denotan ausencia de comportamientos

indeseables, como en la respuesta de Damián al principio de esta sección: los mejores vecinos

fueron los que “no son problemáticos”, con los que “no han tenido inconvenientes”, los que “no

molestan”, “no son bullosos”, “no llevan ni traen chismes”, “no se entrometen en la vida de los

xi) para ejemplificar lo que se queda por fuera cuando las personas hablan de sus vínculos sociales en términos
abstractos.
142
Aquí hay que hacer una precisión metodológica: las investigaciones en condominios residenciales cerrados que
parten de conversaciones uno a uno con los residentes, frecuentemente desembocan en relatos en los que el residente
entrevistado se retrata a sí mismo como el “buen vecino” y culpa a los demás de todos los comportamientos indeseables
(Althabe et al, citado en Giglia, 1996). Una ponderación de hasta qué punto son verdad estos relatos (igual que en el
caso de acoger la “cultura de la propiedad horizontal” analizado en el piso 3) requeriría trabajo de campo extendido a
una escala más micro. Como mi interés no es develar quiénes son en realidad los “buenos” y los “malos” residentes
sino comprender las experiencias individuales que permiten o restringen los lazos colectivos, puedo quedarme con
estos relatos.
187

demás”, son tranquilos - no incurren en comportamientos indeseables- y tolerantes -no reaccionan

de mala manera ante los comportamientos indeseables de los demás-. Dentro de las características

negativas, para algunos residentes los malos vecinos son los entrometidos o chismosos: “Mi peor

vecina es aquella que se siente con autoridad de organizar mi vida y la de mi familia, cuando en

realidad no le debería ni importar” (Jorge, Agapanto, VIS). Los residentes frecuentemente me

dijeron que no les gustaba el chisme ni la “compinchería”. Aquí ya vemos que hay ciertas formas

de sociabilidad que no encajan con los comportamientos deseables en esta ciudadela.

Un buen vecino es aquel que respeta los derechos de los demás. Porque mis derechos van hasta

donde yo respeto los suyos. Que sus ruidos sean los normales, que no moleste a nadie, simplemente

que no intervenga en cosas personales de sus vecinos, y ya. Que si hay una necesidad de prestar

una colaboración por una emergencia, pues que la preste. (Gabriela)

Para Gabriela, un buen vecino es entonces el que no molesta. Yolanda piensa igual:

Lo bueno es acá que no son ni parranderos ni bullosos ni nada. Por lo menos en este piso son muy

tranquilos y pues cada uno está como en su cuento, pero uno sabe que están. Acá al lado sé que

siempre hay una persona, aquí al frente también permanecen, el único que permanece solo es el

que queda aquí en diagonal. (Yolanda)

Las visiones de estas residentes muestran también una vertiente adicional de atributos de

los buenos vecinos, aquellos que denotan una disposición a interactuar con los demás en caso de

necesidad: los buenos vecinos están dispuestos a ayudar, son atentos, solidarios, y son con quienes

se puede contar para un caso de emergencia como dijo Gabriela. O como en el caso de Yolanda,

son los que sin necesidad de hacer nada, la acompañan desde lejos y la hacen sentir más segura.

Por último, está una visión del buen vecino como el que es solidario, participa y coopera en la

comunidad: “El mejor vecino para mí es esa persona que se interesa por todos, que hace cualquier

cosa para que el conjunto se beneficie, como arreglar los campos sin que se lo pidan y sacan tiempo
188

de ellos, o hacer algunos eventos para la comunidad de Margarita como los del consejo, creo que

se merecen mi agradecimiento” (Esteban, Margarita, VIP). Pero esta visión fue la que menos

apareció, y en ese sentido la percepción de Esteban es excepcional.

Conozco a mis vecinos de arriba únicamente por los escándalos de cada 15 días cuando llega

borracho a pelear con la esposa, y también conozco las fiestas que hacen incluso entre semana

hasta las 4 de la mañana... conozco muy bien sus voces y sus gustos musicales...pero de resto la

verdad es mejor cada cual en su apartamento, eso de las compincherías es para problemas y malos

entendidos. (John, comentario en grupo Habitando Ciudad Verde, febrero 28 de 2013).

En cuanto a los malos vecinos, John resalta que son principalmente los ruidosos. Pamela

(Lirio, VIP) dice que “Hay un vecino que fuma sustancias psicoactivas, no he logrado descifrar de

qué torre porque en la ventana de mi sala se ve la torre de atrás y la nuestra. Ese olor en particular

nos molesta y más por mis hijos”. Si en Ciudad Verde el buen vecino es el que “no se siente”, el

mal vecino es entonces el que se siente mucho: el que se oye, se ve y se huele 143.

En Ciudad Verde las cualidades cívicas predominan sobre las características personales a

la hora de calificar a alguien como un mal vecino: los residentes consideran crucial el respeto a la

norma y el cumplimiento de las obligaciones como copropietarios, aún a expensas de la cordialidad

de las relaciones vecinales. Los peores vecinos son los ruidosos, escandalosos, que “no saben vivir

en propiedad horizontal”, que “no tienen sentido de pertenencia”, gente “sin cultura”, que no

siguen las normas de convivencia, que no respetan, que no quieren pagar administración, que no

controlan las mascotas, que “tiene una plaga de gatos”, que “no saben convivir ni con sus familias”,

“parquean donde quieren”, botan basura, no aceptan reclamos, cuelgan la ropa hacia la calle, hacen

fiestas, toman alcohol, dejan salir a los niños al parque sin bañar. Al preguntarle a Claudia

143
Como dijo Émile Zola en su novela Pot Bouille (1957).
189

(Margarita, VIP) por su “peor vecino”, me contestó: “Es mi peor vecino porque no entiende que

viven en un conjunto y que existen reglas de convivencia, ni quieren pagar administración pero sí

quieren que todos hagan lo que quieran y el conjunto este arreglado. Como si el servicio de aseo

se pagara sólo”. Esto contrasta con lo que encontró Giglia en su trabajo con residentes de conjuntos

residenciales en México, donde las virtudes cívicas no aparecen en la definición de un buen vecino

porque éstas aluden a la existencia de normas, deberes y derechos rígidos, lo que contrasta con la

preferencia por la flexibilidad, por la tolerancia y por el “no enojarse” de los residentes (Giglia,

1996, p. 82). En Ciudad Verde, en cambio, para muchos es preferible que un vecino no sea tan

simpático pero que respete las normas sí es crucial144.

Las representaciones de un buen vecino como aquel que no se mete en la vida de los demás

y que no incurre en comportamientos indeseables son el fundamento de lo que llamo la

coexistencia no intrusiva como el ideal de sociabilidad en Ciudad Verde. Pero aunque para muchos

no es deseable tener relaciones cercanas con los vecinos cotidianamente y prefieren a los vecinos

que “no se sienten”, los habitantes también son conscientes de la utilidad que puede tener vivir en

proximidad con tantas personas. Por esto, un buen vecino es también aquel que está disponible en

caso de necesidad y en menor medida, quién está dispuesto a trabajar activamente por el bien

común. En las ideas sobre los buenos y malos vecinos también encontramos las ambigüedades

entre el distanciamiento y la conexión que hacen parte de la sociabilidad en propiedad horizontal.

Coexistencia no intrusiva o “con los vecinos es mejor de lejitos”

Nosotros somos muy cerrados. Ya. No es más. Un buen vecino es el que me saluda, o saludo y me

contesta el saludo, no es más. Porque esta es mi familia, ¿no? de pronto hay otras personas que

144
Girola (2007) también encontró que las cualidades cívicas fueron las más valoradas al establecer clasificaciones
internas de vecinos entre los residentes de un conjunto de vivienda social, y que estas valoraciones de buenos y malos
vecinos son “mediatizadoras” de las relaciones sociales internas.
190

dicen “ah, no me gusta vivir acá porque no me tratan o...” a nosotros no nos interesa eso. No

tenemos ese problema. (Gabriela)

La coexistencia no intrusiva como ideal de vecindad disfruta de cierto consenso en la

manera en que los residentes expresan cómo debe ser la vida social en Ciudad Verde. Gabriela

deja claro que a ellos no les interesa socializar más allá del saludo. De igual manera, Yasmín

(Primavera, VIP) me dijo “La verdad vivo tan ocupada, que no reparo en ver quién es mi vecino,

al que me encuentro lo saludo, así que no los distingo, no sé a qué se dedican, aunque eso si no

falta el bulloso”. Y aunque hay discrepancias entre lo que la gente dice de sus relaciones con sus

vecinos y lo que hace al interactuar cotidianamente con ellos, el hecho de que exista cierto acuerdo

en que “con los vecinos es mejor de lejitos” o “apenas el saludo” es significativo si se mira en el

contexto de las trayectorias residenciales y de clase de los residentes.

Como vimos en el piso 3, los residentes comunican continuamente su construcción de lo

que es -y lo que debe ser- un propietario de vivienda en propiedad horizontal a través de

marcadores de diferenciación social enmarcados en la narrativa de la cultura de la propiedad

horizontal. Esta narrativa tiene a la coexistencia no intrusiva como un subtexto, que hace alusión

al imaginario de una urbanización “moderna”, con fronteras claras entre espacios privados,

comunales y públicos, y habitada por familias nucleares que conviven pacíficamente en sus

apartamentos sin mayores relaciones con los vecinos pero con total respeto por lo público.

Yo no soy de las que mantenga donde la vecina, de que me guste meterme donde la vecina…la de

allá me dice que es que yo soy estrato 7, que porque yo no voy. Entonces yo voy, ella me pide un

favor, “Estela un favor, vaya y me paga los servicios”, y yo “listo, yo voy a salir mañana entonces

yo le pago eso”. Pero que yo diga que yo me voy y que ahh que donde fulanita que a echar chisme,

que a pelar de los demás, no, no soy amiga de eso. (Estela)


191

Muchos residentes, como Estela, dicen que no les gusta que “se les entren” a su

apartamento ni “entrarse”145 a los de los demás, y valoran positivamente no tener relaciones con

los vecinos más allá de lo estrictamente necesario –aunque al tiempo hablen de instancias de

conexión como intercambio de favores-. Otros, como Leonel, reconocen que sí tienen amigos y

por el contrario prefieren reunirse dentro de los apartamentos:

Amigo amigo, pues el compinche del traguito los fines de semana, nos reunimos ahí en el

apartamento de él o en mi apartamento, nos tomamos un trago, ya cambió lo de la tienda de barrio,

¿sí? ya no es ir a la tienda de barrio y tome, expuesto al problema, a la grosería, la vaina. Ya es

‘bueno, este fin de semana le toca a usted, nos vemos en mi apartamento’, escuchar música suave,

charlar… (Leonel)

Para ambos, la “compinchería” y ciertas formas de socializar pertenecen a otro orden social, el del

barrio popular. Los habitantes fueron enfáticos en contarme que sus relaciones de vecindad en sus

viviendas anteriores -la mayoría en barrios populares- no eran mejores que ahora: algunos

calificaron a sus vecinos anteriores como chismosos, entrometidos, o como dijo Nemesio, son

gente que “hace lo que se le da la gana y no hay cómo llamarles la atención”. Otros mencionaron

que en sus barrios anteriores había problemas de pandillas, consumo de drogas, robos e inseguridad

en general. Otros, por el contrario, dijeron que sus vecinos anteriores eran gente educada y decente

pero con quienes no tenían mayor relación más allá del saludo. Paradójicamente, aun cuando

muchos hacen la alusión a que ciertas formas de sociabilidad pertenecen al ámbito de los barrios

populares, no encontré una gran diferencia entre cómo los vecinos hablaban de sus relaciones de

vecindad antes y ahora146, salvo por el tema de las regulaciones de propiedad horizontal.

145
Sutileza del lenguaje que lo diferencia de decir “que entren a mi apartamento o entrar al de los demás”. La
formulación con “se” denota intrusión.
146
Las únicas menciones nostálgicas de la vida de barrio que encontré fueron de quienes vienen de fuera de Bogotá
como Edwin, que recordó su vida de barrio cuando era adolescente en Ibagué: “¿quién no me conocía por allá?”. Otros
192

Pero el cambio en las formas de sociabilidad, aunque para muchos no se da en la escala de

barrio, sí se da en una escala más pequeña: la casa. Como vimos en el piso 2, algunos de los ahora

propietarios de apartamentos expresaron que cuando eran inquilinos en sus barrios anteriores no

estaban satisfechos con sus relaciones con los dueños de las viviendas –que algunas veces eran a

su vez sus parientes, otras veces conocidos o desconocidos-. Recordemos por ejemplo a Yolanda,

que siente que ahora puede andar más libremente en su casa propia sin que la estén juzgando por

sus horarios, por su orden o desorden. Para algunos, llegar a vivir en estos grandes conjuntos

cerrados con cierto grado de anonimato significó una liberación de un lugar -que resultó ser más

la casa que el barrio- en el que la densidad de relaciones sociales prestaba un apoyo pero se

convertía también a veces en una carga 147. No resulta raro que la idea de vecindad que quieran

construir y preservar sea entonces la de coexistencia sin intrusión, aunque esta forma de

sociabilidad posibilite solamente un tipo de convivencia mientras limita otras alternativas de ser y

vivir con los demás.

Sin embargo, como veremos a continuación, en la vida cotidiana la coexistencia no

intrusiva no se aplica al pie de la letra. Al sobreponer estos ideales de vecindad con las

experiencias, necesidades y situaciones de la vida diaria, la sociabilidad que resulta es menos rígida

que lo que los vecinos ilustran como un grupo de “buenos vecinos” que no se involucran mucho

unos con otros.

extrañaban sus barrios anteriores pero más por la cercanía de los lugares de trabajo y de algunos familiares que por
sus relaciones vecinales.
147
En un sentido similar, Fleischer (2010) muestra la importancia de las experiencias residenciales anteriores en lo
que la gente define como formas deseables de vecindad. Muestra cómo en China, al igual que en otros países en
transición al capitalismo, el anonimato de los grandes conjuntos de apartamentos es deseado por los nuevos residentes,
en contraste con la intrusión del estado en la vida privada en sus experiencias anteriores. Las relaciones entre vecinos
sólo se tejen, transitoriamente, en caso de tener que enfrentar un problema común.
193

402. ¿Cómo se conectan?: interacciones vecinales (para bien o para mal)

Estela: Yo no conozco tanta gente aquí, a casi nadie.

Edwin [interrumpe]: ¡a la gorda!

Estela: ah pues a la gorda que salió ahora sí

A: ¿la que le dijo patrona?

Estela: [risas] sí, me dice patrona. Está la de allí, la de la torre 11, Janeth, mi sobrino que vive allí,

la señora de la torre 4 del primer piso. No es que... ah, y la de la 18 que la conocemos desde Ibagué

Edwin [riéndose]: y eso que no conoce a nadie, qué tal si conociera

Este fragmento de conversación con Estela -y cómo su hijo la puso en evidencia durante la

entrevista- muestra una contradicción que fue muy frecuente durante mi trabajo de campo: muchos

residentes reportan en las entrevistas no tener relaciones con los vecinos y que no les interesa

socializar con ellos, pero en la práctica sí se conectan unos con otros en ciertas instancias y bajo

condiciones específicas. Para conocer los vínculos entre vecinos tuve entonces que estar atenta a

maneras de observar las interacciones directa o indirectamente, sin restringirme a tomar las

respuestas a las preguntas de una entrevista como el panorama completo. Poniendo atención a las

contradicciones encontré que éstas constituyen parte de la sociabilidad en Ciudad Verde, de las

formas ambiguas de ejercer la vecindad: por un lado está el ideal de coexistencia no intrusiva y

por otro las necesidades prácticas de conectarse con los vecinos. A continuación exploro las

distintas instancias en las que, sea a través de lo que me contaron los residentes o a través de lo

que pude observar de sus interacciones con los demás, los residentes de Ciudad Verde buscan

conectarse con sus vecinos.


194

Buscar al igual en medio de la heterogeneidad

Gabriela me contaba cómo vivió el proceso de llegar a vivir a su conjunto y cómo comenzó a

observar a los vecinos para saber con quién compartiría de ahí en adelante su espacio residencial.

Le pregunté si ya había hablado con algunos vecinos y me contestó:

Con todos, te voy a decir una cosa, tú que también eres ama de casa. Yo no soy muy amiga, pero

hablo una o dos veces, y los conozco. ¿Y cómo conozco la gente? mirando nada más. Y en el

edificio los conozco a todos, sé a qué horas llegan todos, los sé ubicar. Y hasta ahora creo que

tengo buenos vecinos. Algunos vienen de Bogotá, de pronto hay una familia que no, la del primer

piso, que tiene una tiendita. Sí, es muy querida la señora. Pero no, no más, o sea, bien, por lo menos

mi edificio hasta ahora bien.

Ese “los sé ubicar” de Gabriela tenía varias dimensiones: ubicar a los vecinos como

personas cordiales o “queridas”, como bogotanos o de fuera de la ciudad, ubicar su posición

social148. La información que Gabriela obtiene a partir de interacciones cotidianas como observar

y saludar a los vecinos le sirve para interactuar en el marco de la coexistencia no intrusiva. Pero

para generar un vínculo más fuerte con algún vecino, Gabriela necesita algo más que simplemente

saber que son cordiales. Me contó sobre la única vecina con la que ha hecho algo de amistad:

G: Tuve la gran suerte que de ese piso una de las vecinas viene del mismo punto de donde venimos

nosotros [el barrio Álamos]

A: ¿ya se conocían?

G: no, no! Aquí! E hicimos digamos, como vecinos, una buena amistad. Ella, la señora, también

venía con su padre, el abuelito, quien estaba como ayudando, y nos pegamos unas buenas

charladas, que sí, que ah, que usted viene de tal parte, que yo sí guardo mi carro allá en la avenida

148
En el piso 3 vimos como ella categoriza también a sus vecinos según su “cultura”.
195

tal y tal, con el señor excelente, entonces yo dije ay no que dicha, Dios gracias, qué bendición que

haya unas personas parecidas a mí.

Para Gabriela saber que comparte barrio de origen con la vecina la impulsó a interactuar

con ella más que con otros vecinos con quienes solamente comparte el hecho de vivir en el mismo

conjunto. Esta es una de las instancias fundamentales que posibilitan algún tipo de conexión entre

los nuevos vecinos, en un proceso que desde los análisis de redes sociales y de segregación algunos

denominan “homofilia”, la búsqueda o tendencia a relacionarse más con quienes son iguales

(Graves, 2010; McPherson et al., 2001; Muyeba & Seekings, 2011; Small, 2017). Como ya mostré

en el piso 3, en el caso de Bogotá espacio y clase están íntimamente relacionados, por lo que

compartir barrio de origen es de cierta forma una garantía de que comparten también otras

características socioeconómicas y de clase.

El caso más visible de conexiones entre quienes comparten barrio de origen y por extensión

condiciones socioeconómicas similares es el de los residentes de conjuntos de vivienda gratuita,

como Fabio y sus amigos, un grupo de hombres mayores de 60 años que según me contaron salen

frecuentemente a charlar en la portería de su conjunto “para distraerse”. A veces cruzan hacia Bosa

a una tienda a tomarse una cerveza porque “aquí no hay dónde, no se puede”. O van a la tienda

que queda en uno de los conjuntos vecinos donde a veces sacan unas sillas para tomarse un tinto.

Sin embargo, la vida social que se ve en Acanto I y II es excepcional, en la mayoría de los demás

conjuntos las porterías son espacios estrictamente de circulación, donde sólo permanecen quienes

esperan a que las rutas escolares recojan o dejen a los niños, o los visitantes que esperan a ser

anunciados. Algunos habitantes de otros conjuntos incluso resaltan las diferencias entre los

conjuntos de vivienda gratuita y los demás, y lo excepcionales que son estas formas de

sociabilidad: “hay unos conjuntos allí que son estrato 1, ¿no? El 24 de diciembre que yo trabajé
196

hasta tarde, volviendo vi a los de ese conjunto afuera, tenían pacas de cerveza, celebraban, mientras

que en este conjunto no se oía un alma. Ellos tienen otra forma de vida definitivamente” (Lucila).

Otros habitantes también se sienten más cómodos con quienes comparten lugar de origen,

pero en cuanto a región del país, como en el caso de Lizeth que viene de Córdoba. Lizeth, que es

menor de 30 años y permanece todo el tiempo en el conjunto (Sauce, VIP) con su hijo pequeño

mientras su esposo trabaja149, se quejaba de que sus vecinos no son muy sociables “a uno le gustaría

de pronto que... o sea. ¡Uno vive al lado de un vecino y ni siquiera lo conoce! o sea, no sabe ni

quién es ni nada porque pues son así, gente como toda.... son muy.... son, sí, gente toda así, no sé”.

Pero cuando le pregunté si había algún vecino con quien hubiera pasado del saludo, me contestó

“solamente tengo una vecina al frente que es costeña, yo soy costeña, y bueno, nos llevamos bien,

pero de resto no. Nadie. Pues porque ella es de por allá mismo de donde yo soy, y yo le cuidaba el

niñito a ella porque ella trabaja en una oficina, y por ahí nos hicimos amigas”. Luego concluyó en

tono de humor que tal vez los vecinos no son sociables no por vivir en conjunto cerrado sino por

ser bogotanos 150. En este caso, compartir lugar de origen alude a características culturales

compartidas, más que a condiciones de clase: Lizeth trabaja para la vecina con la que hizo amistad,

lo que puede indicar que sus condiciones socioeconómicas no son iguales.

Nemesio también tiene relaciones más cercanas con vecinos que considera sus iguales,

pero con un criterio diferente. Mientras charlábamos en el sofá de la portería de su conjunto, me

decía que le gustaban más sus relaciones con los vecinos ahora que en su casa anterior en el barrio

Tunal: “En sí es mejor la vecindad acá, en un conjunto cerrado es como mejor la vecindad que en

un barrio suburbano porque ya se empieza uno a conocer como un poquito mejor, se empieza a

149
Ella trabajaba como empleada doméstica pero dejó de hacerlo por una enfermedad que tiene en los ojos.
150
Esta percepción la comparten también Marisa y Alberto (Orquídea, VIS), que vivían antes en Bucaramanga en
conjunto cerrado.
197

ver más seguido con la gente, saluda uno ‘buenos días fulano’, ‘buenos días zutano’. Y ya se va

conociendo ahí como los vecinos en la relación”. Nemesio me aclaró que prefería las relaciones

basadas en las “cordialidades diarias” y que, más que tener amigos, le gustaba saber que podía

convivir en armonía con todos los del conjunto y que todos tenían que trabajar por el bien común,

a diferencia de donde vivía antes, “que si un vecino quiso dañarle la noche a todo el barrio con una

fiesta no había quién le dijera que le bajara a la música, no había control de ninguna clase”.

Todo indicaba que era otra instancia más en la que sus relaciones con los vecinos no

pasaban de la coexistencia no intrusiva, cuando una mujer – también mayor, como Nemesio- entró

al conjunto. Nemesio la saludó “Chavita, buenos días”, me presentó como “Adrianita, una niña de

la Agrupación Ciudad Verde” 151 y le reclamó por no haberle contestado los mensajes por

WhatsApp. Ella le dijo que venía de recargar los datos del celular, que hablaban más tardecito.

Nemesio le dijo que listo, que él iba a estar hasta la hora de recoger a sus nietos en el colegio.

Cuando Chavita se despidió y entró al conjunto, Nemesio me explicó:

Esta es una vecina, ella también venía de Bogotá, y vive en el apartamento que queda aquí pegado,

en esta torre 10. Ella también es cristiana. Nos conocimos acá en una integración que hubo y nos

pareció como agradable la forma en que nos llevábamos, muy gentil la familia y todo, entonces

entra uno en conversación y dice ‘ay pero tú, tú tienes una manera diferente de decir las cosas’ y

ella dijo ‘es que nosotros somos cristianos’ entonces ay, ¡aleluya! nosotros también, gloria a Dios

que nos encontramos otros hermanitos y ahí fuimos extendiendo la palabra y fuimos conociendo

más familias aquí, hay varias familias que viven en el conjunto, otros viven por acá cerca y saben

que acá está la iglesia152, los hemos llamado y ahí van llegando.

151
luego le tuve que reiterar mi rol allá y el objetivo de la investigación.
152
Nemesio y los demás cristianos que menciona rentaron uno de los salones comunales del conjunto para las
actividades de la iglesia, lo que ha sido causa de conflicto con algunos vecinos por el ruido los domingos y porque
muchos no lo consideran un uso adecuado para un salón comunal. En los manuales de convivencia de algunos
conflictos se prohíbe explícitamente el uso de salones comunales para actividades políticas o religiosas.
198

Al percatarme de la diferencia entre la manera en que me había dicho que se relacionaba

con los vecinos y cómo lo vi interactuar con Chavita, lo primero que se me ocurrió decirle fue “ah,

¡pero entonces sí tiene amigos en el conjunto!”. Entonces reconoció, “sí, aquí dentro de este

conjunto hemos conocido personas de calidad. Pero la verdad casi todas son personas también

cristianas que se han venido”. Ahí entendí entonces que para él la coexistencia no intrusiva era la

regla para relacionarse con los vecinos en general, pero que con aquellos con quienes compartía

su religión, con sus “hermanitos”, los vínculos no sólo eran más fuertes sino que hasta

conformaban redes entre conjuntos de la ciudadela.

Con las experiencias de Nemesio, Lizeth y Gabriela comenzamos a ver cómo identificar

vecinos que compartan alguna característica adicional a la de ser residentes de Ciudad Verde es

entonces una de las maneras que posibilitan la conexión con los vecinos, o con algunos de ellos.

En esta búsqueda de valores compartidos para establecer vínculos sociales emerge una paradoja.

Los habitantes acogen la idea de que quienes adquieren una vivienda en Ciudad Verde de entrada

compartirían ciertos valores –pues como vimos en el piso 3, muchos resaltan que para vivir en

propiedad horizontal ya hay que tener ciertos valores como ser juicioso y organizado153-, y en estos

valores descansan gran parte de los criterios de diferenciación social frente a unos “otros” –los

inquilinos, los de mentalidad de pobre, los que “vienen de la loma”-. Sin embargo, a la hora de

establecer vínculos con los vecinos, compartir la condición de ser copropietarios de vivienda en el

mismo conjunto no resulta suficiente, los habitantes necesitan compartir algo más, un valor que

les indique si esa persona es confiable para establecer conexiones significativas 154.

153
Y como mostré en el piso 2, para convertirse en habitantes hipotecados hay que cumplir ciertos requisitos y tener
ciertos atributos corporales y morales.
154
Esto muestra también uno de los límites a la idea de formar comunidades cohesivas a través de proyectos de
vivienda, que tanto gobiernos como constructoras asumen como objetivo de sus intervenciones y para lo que diseñan
programas de acompañamiento social.
199

Aunque a veces la característica que une a los vecinos se corresponde con criterios de clase,

como en el caso del barrio de origen, otras veces las conexiones se dan entre “iguales” en otras

dimensiones –región de origen, religión- que también aluden a valores compartidos que pueden

producir, retomando a Durkheim, una “solidaridad mecánica”. Al contrario de la diferenciación

social, las conexiones entre vecinos se pueden producir con criterios que exceden las posiciones

de clase. Y esto aplica tanto a los vínculos “fuertes” producidos por la búsqueda de iguales, como

a unos vínculos “débiles” más funcionales -en el sentido de la solidaridad orgánica de Durkheim

(Blokland, 2003)- que mostraré en la siguiente sección.

Transacciones y la importancia de quienes trabajan en las viviendas

Muchos habitantes de la ciudadela ejercen algún tipo de trabajo desde sus casas. Algunas mujeres

venden cosméticos o productos de aseo por catálogo, con esquemas de ventas multinivel155, y

ponen avisos en las ventanas y carteleras de las porterías con sus datos de contacto o reparten

tarjetas en los apartamentos. Otros venden a domicilio almuerzos preparados en la casa o

mercancías como ropa importada. Algunos tienen un negocio propiamente dicho dentro de los

apartamentos: la esposa de Fabio tiene una peluquería en una de las habitaciones del apartamento,

Rosaura una sastrería en la sala de su casa, en varios primeros pisos funcionan tiendas dentro de

las viviendas, entre muchos otros. Es frecuente ver en las ventanas de los apartamentos de varios

conjuntos –así esté prohibido156- avisos de “se cuidan niños”, “se venden almuerzos”, “internet por

155
Que Cahn (2008) analiza como una de las formas mediante las que clases medias emergentes en México acogen
“el reino del libremercado”, como una posibilidad de insertarse en el neoliberalismo.
156
Aunque la ley no es del todo clara al respecto, en muchos reglamentos de propiedad horizontal está prohibido tanto
destinar los inmuebles a un uso diferente al residencial como pegar avisos en las ventanas. En mis conversaciones con
los residentes éstos reconocieron que los negocios dentro de las viviendas no están permitidos, pero los toleran y
justifican porque ante unas oportunidades muy restringidas de encontrar un empleo o una fuente estable de ingresos,
y de la lejanía de zonas donde encuentren oferta comercial suficiente y asequible, las familias tienen que hacer lo que
puedan para sostenerse, y más con los elevados gastos que implica vivir en un conjunto como estos. Al preguntarle a
Jesús si había tenido algún problema por tener el taller de bicicletas en la casa me contestó que no, que los vecinos
saben que él presta un beneficio para todos, que es algo que la comunidad necesita pues varios se transportan en
200

minutos”, “se arrienda habitación”, “se arregla ropa”; y más frecuente aún es ver anuncios de

productos y servicios en los grupos y páginas de Facebook de la ciudadela, en los que los residentes

reparten a domicilio sus productos a los otros apartamentos.

Los habitantes con quienes conversé casi siempre mencionaban entre sus conocidos en el

conjunto a quienes tenían negocios en sus casas o quienes manejaban los negocios incluidos

formalmente dentro de los conjuntos –las tiendas o jardines infantiles en los conjuntos que tienen

locales- como los vecinos con quienes más han hablado. “Con mi vecino de enfrente sí he tratado

más, porque le vendo WIFI, exclusivamente nos pasa el dinero mensual, es educado, pero a veces

es alguien que alega constantemente con su familia (por lo que se logra escuchar). También

conozco a las profesoras de mi hija, porque tienen el Jardín infantil dentro del conjunto y residen

en él” dijo Pamela (Lirio, VIP). “Acá en el primer piso hay una señora que trabaja de modista y

ahí siempre uno ve gente que ay bueno sí, gracias, o sea hay gente que sí es sociable” (Javier). Las

transacciones con los vecinos o interacciones orientadas al intercambio de bienes y servicios, son

entonces otra de las maneras en que los residentes se conectan unos con otros.

A menudo las transacciones con vecinos trascienden lo puramente funcional: para algunos

que tienen negocios en sus viviendas, como Jesús, el hecho de comenzar a conocer a otros

residentes ha generado instancias de socialización adicionales:

J: pero sí, rico, rico, nunca he tenido problemas aquí ni con los vecinos, todos los santos días

mantiene esa puerta abierta, estoy pendiente de quién pasa, quién no pasa.

A: ¿se conocen entre ustedes?

J: sí, yo tengo un carrito ahí donde yo hago expreso, lo tengo libre que para un domicilio, usted se

enfermó, camine, aquí llevo a los niños, camine yo la llevo, es como una ambulancia ese carro.

bicicleta entonces nunca le han dicho nada. Y que los vigilantes no lo molestan porque él los trata bien, cada año les
da un regalo en navidad, si no llevaron almuerzo él les comparte y les arregla la bicicleta gratis.
201

En ese momento entró un cliente a la casa a pedirle a Jesús que le pusiera aire a las ruedas de su

bicicleta. Mientras las inflaba, Jesús me hacía preguntas sobre mi investigación. Luego le cobró

600 pesos al cliente y el cliente le contestó "¿y cuánto le debo si usted me debía 500?", Jesús le

dijo que entonces 100 y se despidieron. Inmediatamente pasó otra vecina a pedirle tinto, Jesús le

dijo que todavía no lo había hecho y le pidió que pasara por la tarde a peluquearlo a él y al hijo

mayor, ella le dijo que bueno, que más tardecito y siguió su camino. Entonces continuó

contándome:

Yo con todo el mundo hablo, y ella también [su esposa]. Yo buenos días, buenas tardes, y estoy

pendiente por ahí, pero que yo amistad que entrarme a la casa, no. ¿Que la señora que vino? esa

señora cada ocho días descansa, ella es peluquera. Viene a motilarme, cada 15 días me viene a

motilar. Hace 8 días motiló a este berraco chino [el bebé] y hoy viene a motilarme a mí y al otro

niño. De lo contrario...doña Nelly, buenas tardes, doña Elena buenas tardes, don Armando, buenas

tardes. Si les sirvo muy buenas tardes, qué necesita, con mucho gusto, pero de resto no.

Jesús siguió refiriéndose a sus relaciones con los vecinos con la misma ambigüedad que

mostré al principio de este piso. Pero sus interacciones con los vecinos a lo largo de nuestras

conversaciones y las explicaciones que me daba me aportaron elementos adicionales para entender

sus formas de sociabilidad: en principio “cada uno por su lado” salvo cuando hacen intercambios

-en su negocio pero también siendo un cliente extra para la peluquera en su día de descanso,

cobrándole a su cliente pero también prestándose dinero-; cuando se necesitan en caso de

emergencia, con los servicios que presta su “carrito”; o simplemente cuando pasan a saludar para

mantener la relación157. Y así, para Jesús sus vecinos contribuyen a que él mismo se sienta tranquilo

viviendo ahí -en otro momento me dijo que cuando salía le decía al vecino de al lado “le

157
Debo aclarar que esta dinámica de vecinos que se asoman y pasan a saludar es particular a los pocos conjuntos de
casas de la ciudadela, y más aún al caso de Jesús que tiene negocio y por lo tanto tiene la puerta de su casa abierta.
Otras casas permanecen, igual que los apartamentos, cerradas.
202

recomiendo mi ranchito”-, sin necesidad de estar en un ambiente de vínculos demasiado estrechos.

En palabras de Jesús: “aquí nadie se mete con nadie, es todo el mundo muy chévere, es la

tranquilidad de la que usted puede darse cuenta”.

Saber que hay vecinos que permanecen en el conjunto durante el día y con quienes pueden

interactuar, se convierte para muchos habitantes en uno de los factores que contribuye a esa

“tranquilidad”. Y este es uno de los aspectos en los que las restricciones de la propiedad horizontal,

que desincentivan la inclusión de actividades comerciales dentro de las viviendas y conjuntos,

riñen con las formas de sociabilidad de quienes viven en estos conjuntos.

Expectativas de acción compartida

El elemento que mencionó Jesús, de prestar ayuda a los vecinos en caso de emergencias, es otra

de las instancias en las que los vecinos se relacionan y esperan relacionarse con los vecinos. A

muchos les pregunté “¿usted cree que si tuviera una emergencia o necesidad algún vecino lo

ayudaría? ¿Tiene a quién llamar?” y la mayoría me contestó que sí. Algunos me aclararon que si

era una emergencia durante el día sería difícil encontrar a alguien porque muchos no están casi

nunca en los apartamentos. Por eso las personas que tienen negocios dentro del conjunto fueron

las que más mencionaron como quienes eventualmente podrían prestarles ayuda.

Incluso algunos confían en que el simple hecho vivir en la misma ciudadela genera

instancias de ayuda mutua, y en algunos casos esto se ha materializado. Estela recordaba que un

día se desmayó en el centro comercial Miraflores, que queda en el otro extremo de la ciudadela,

muy lejos de su conjunto y más para ella que tiene que andar con muletas. Cuando volvió en sí,

estaba en el puesto de enfermería del centro comercial –que es una camilla en el pasillo de entrada

a los baños públicos-. Una señora que pasaba por ahí le preguntó si tenía algún familiar para llamar,

ella dijo que su hijo pero que había salido sin celular y ya no tenía dinero, porque iba a pagar una
203

factura y ya lo había hecho. La señora le prestó su teléfono para que le dijera al hijo que la pasara

a buscar. Para Estela, saber que cualquier extraño podría ayudarla en caso de necesidad la hace

sentir más tranquila de vivir en Ciudad Verde. Es posible entonces, como parece ser en Ciudad

Verde, concebir como buena convivencia al hecho de saber que en caso de una necesidad los

vecinos podrían ser solidarios, sin necesidad de que existan vínculos fuertes -o a veces ni siquiera

vínculos débiles- entre ellos. Es decir, en términos de las dimensiones del capital social, pueden

existir altas expectativas de acción ante un problema sin necesidad de una alta cohesión social

(Blokland & Savage, 2008).

Los vínculos “débiles” de vecindad, según me contaron los residentes, frecuentemente se

forjan a partir de vecinos que se encuentran en situaciones cotidianas similares: Estela se saluda

con los vecinos que también sacan su perro al parque o que interactúan con la perrita de ella,

Yolanda conoce por nombre a los vecinos que se transportan en moto como ella pues suelen

conversar sobre el tráfico mientras estacionan, Javier solamente identifica por nombre a los demás

miembros del consejo de administración pues coinciden en las reuniones. A diferencia de lo que

clasifiqué como “homofilia”, compartir estas condiciones generalmente no produce vínculos de

amistad sino interacciones más circunstanciales. En vez de cohesión social en el sentido más

tradicional de las comunidades, esta sería la “familiaridad pública” que puede ser clave para que

los residentes de un barrio se sientan tranquilos y apoyados en caso de necesidad (Blokland &

Nast, 2014). En el 403 veremos también que los grupos y páginas de Facebook contribuyen a esta

familiaridad pública, y cómo las interacciones a través de esa red social muchas veces conducen a

cooperación entre vecinos.


204

Socializar en celebraciones de pequeña escala

En la ciudadela se programan eventos de diversas índoles: hay grandes eventos generales como

celebraciones del día de los niños o proyecciones de partidos de la Selección Colombia de fútbol

en los parques públicos. Estos eventos son muy concurridos, pero los residentes me contaron que

ahí socializan solamente con su grupo familiar o con quienes ya conocen. Las celebraciones

masivas no suelen convertirse entonces en oportunidades de nuevas conexiones con los vecinos,

sino que pueden reforzar vínculos ya existentes. Pero en las celebraciones organizadas dentro de

los conjuntos sí se pueden ver instancias de conexiones emergentes entre vecinos. Veamos, de mi

diario de campo, el ejemplo de la noche de velitas 158 de 2015.

Esa noche no fui a Ciudad Verde porque tenía mis propios hijos para entretener. Después

de prender velas y faroles en el parque del frente de mi casa con algunos amigos, entré a Facebook

a ver si encontraba algo sobre la celebración. Y encontré muchas publicaciones. Algunos

residentes de Ciudad Verde mostraron en sus perfiles que celebraron la noche de velitas fuera de

la ciudadela, como Ana (Frailejón, VIP) que actualizó su foto de perfil con una de ella y su esposo

en un centro comercial o Francisco que subió diez fotos de su familia -él, su esposa y sus dos hijos

adolescentes- con un árbol de navidad gigante de fondo, en un parque público de Bogotá. Pero a

diferencia de otras fechas especiales como Navidad -cuando los residentes suelen publicar fotos

de celebraciones en casas de familiares o en paseos fuera de la ciudad- encontré varias

publicaciones de residentes celebrando en sus conjuntos.

Algunos residentes publicaron fotos celebrando en sus conjuntos solamente con su núcleo

familiar: Eli publicó fotos de una fila de velitas que puso con su hijo pequeño en el corredor de su

piso, sobre un cartón frente a la puerta de su apartamento. Andrés publicó fotos de él y su familia

158
La noche de velitas (7 de diciembre) es una celebración tradicional en Colombia que da inicio a la temporada
navideña. https://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_de_las_velitas
205

(dos niñas pequeñas, una pareja y un abuelo) en el desocupado parqueadero de su conjunto,

prendiendo velas en el piso. No se ve nadie más en las fotos, al fondo aparecen algunos

apartamentos todavía sin habitar y una atmósfera como de conjunto todavía en obra. El texto:

“Primer día de velitas en el conjunto, gracias a Dios estoy con mi familia”.

En otros conjuntos de Ciudad Verde pude ver una organización colectiva de esta

celebración por parte de los mismos vecinos, como en el conjunto Magnolia (VIP). Andrea publicó

varias fotos en su perfil de Facebook en las que etiquetó a cuatro vecinas con este texto “torre 1

conjunto Magnolia... más que vecinos, una familia”. En las fotos, dos niños ponen velitas en fila

en los parqueaderos y corredores del conjunto, y cuatro mujeres posan frente a la cámara mientras

dos hombres al fondo se toman una selfie. En el perfil de Zulma, una de las vecinas etiquetadas,

hay más fotos, en las que aparece un grupo más grande de vecinos tomando ajiaco 159 en platos

hondos desechables, sentados en la acera y posando para la cámara. Patricia publicó fotos de la

celebración de velitas en el conjunto Acanto I (vivienda gratuita), en las que se ven residentes

conversando de pie y niños acurrucados prendiendo velitas en los parqueaderos, entre carros y

motos.

Un cuarto tipo de celebración visible en Facebook fue la noche de velitas organizada por

las administraciones. La página del conjunto Palo Rosa (VIP) publicó fotos de la decoración

navideña de las áreas comunes del conjunto -un muñeco de nieve, nieve artificial, regalos y arcos

de luces navideñas en la entrada de una de las torres- y unos 20 residentes prendiendo velitas. El

texto que las acompañaba: “La Comunidad Conjunto Residencial Palo Rosa se volcó de felicidad,

compartieron, rieron, bailaron, con regocijo de sus familias, amigos y vecinos”. La página del

conjunto Lila (VIS) publicó este texto “La noche de las velitas en el Conjunto Residencial Lila

159
Sopa tradicional bogotana hecha de varios tipos de papa y pollo.
206

tomó un sabor diferente, de hecho era un sabor a canelazo 160. Fue así como a través de esta

iniciativa del consejo y la administración del conjunto, la fría noche se hizo más cálida, ya fuera

por las velitas del parqueadero, la fogata junto al parque infantil, la música con la inauguración del

local comercial o la sonrisa”. Las fotos que acompañan la publicación muestran una fogata

prendida en una caneca metálica, sillas plásticas distribuidas en una zona del parqueadero del

conjunto, niños prendiendo faroles y ubicándolos en filas, adultos sentados en las sillas tomando

canelazo. En total se ven unas 50 personas en la celebración. Varios residentes comentaron la

publicación agradeciendo al consejo de administración por la organización del evento.

En mis conversaciones con los residentes les pregunté sobre los eventos que se organizan

en los conjuntos y a cuáles van. El más mencionado fue efectivamente la noche de velitas. Pocos

residentes permanecen en los conjuntos en celebraciones que para ellos son más importantes como

el día de la madre o navidad, pues los familiares de la mayoría viven fuera de la ciudadela. O si se

quedan, celebran dentro de sus apartamentos con su grupo familiar. En Halloween muchos asisten

a la celebración más grande de la ciudadela o van a los centros comerciales de Bogotá o de Soacha,

en los que los almacenes dan dulces a los niños. La noche de velitas en cambio parece tener la

escala justa para que la gente se quede en los conjuntos y socialice en las áreas comunes, es una

instancia en la que los residentes consideran positivo conectarse con los vecinos. Sin embargo,

dependiendo del conjunto, esto termina siendo unas pocas familias cada una por su lado, una

celebración entre vecinos o una más “institucional” impulsada por las administraciones.

Interacciones por conflictos

Nosotros tenemos la costumbre que cuando salimos cerramos la llave del gas y la llave del agua.

Siempre. Cerramos la llave del agua afuera, y como son dos registros, el de nosotros y el del vecino,

160
Bebida caliente con canela, panela o azúcar y algún licor como brandy o aguardiente.
207

entonces yo abría, y lo volvía a cerrar. Entonces un día me salió el señor a decirme que ay, que le

hiciera el favor y no abriera eso, que después las tapas se las robaban, o sea, agresivo, no como

hágame el favor, o sea, decentemente. Y eso fue lo único que yo dije que nosotros siempre

cerrábamos el agua, o sea, yo no le contesté mal ni nada, y la señora de él, la esposa, se dio cuenta

de que no fue la mejor manera de decirme las cosas, y yo sin embargo sigo haciendo lo mismo, y

no me han vuelto a decir más nada. Pero si me vuelve a decir sí le voy a contestar. Pero no me ha

vuelto a decir. Incluso por ahí nos saludan a veces cuando nos encontramos. (Lizeth, Sauce, VIP)

No todas las interacciones entre personas que comparten un espacio son positivas, y aunque

suene paradójico, una instancia en la que los residentes de Ciudad Verde se conocen unos con

otros es cuando han tenido que resolver algún conflicto. Como vimos en el piso 3 con la cultura

de la propiedad horizontal y en el 401 con las representaciones de los buenos o malos vecinos, los

residentes de Ciudad Verde le dan una alta importancia a que los vecinos cumplan las normas y

no incurran en comportamientos indeseables. Y así como las instancias de sociabilidad están

clasificadas en deseables -coexistencia no intrusiva, expectativas de acción compartida,

familiaridad pública- y no deseables -compinchería, chisme-, las maneras de enfrentar los

conflictos también están jerarquizadas. En propiedad horizontal existen agentes mediadores de

conflicto como los administradores y los comités de convivencia, y procedimientos estandarizados

en caso de conflicto, aunque a veces existan también roces directos entre vecinos por las causas

más comunes en propiedad horizontal, como ruido, manejo de mascotas y parqueaderos. Así lo

cuentan Estela y Nemesio:

Aquí hay personas que incluso, uno les llama la atención y lo tratan hasta de ... muy mal, lo tratan

a uno muy mal porque uno les dice que mire, que tal cosa, que los niños que recojan esto, que no

boten la basura, hasta los mismos niños son groseros con uno (…) entonces nos tocaba de todas
208

maneras ir a decirle a los celadores que por favor vinieran y con ellos se agarraban, los trataban

mal también (Estela).

Entonces a la gente se le ha llamado la atención y se pone brava, un día un niño sacó a su mascota

y no recogió entonces una señora lo gritó y entonces salió la mamá ah, ¡aquí no venga a gritarle al

niño! Esas cosas pasan pero muy esporádicamente (…) Yo cuando veo cosas así [incumplimiento

de las normas por parte de los vecinos] no digo nada, yo tomo la foto, y la paso al correo de la

administración, le digo vea, está pasando eso. Entonces así uno no se echa enemigos encima y la

administración se encarga de pasarles un memorando y entonces la gente le va poniendo bolas.

(Nemesio)

La necesidad que menciona Nemesio de “no echarse enemigos encima” podría corresponder

a lo que Baumgartner (citada en Low, 2003b) denomina el “minimalismo moral” característico de

las urbanizaciones cerradas, en el que los conflictos comunitarios se controlan por agentes externos

o contratados para no asumir la carga moral de un conflicto y poder mantener cierto anonimato.

Sin embargo, acudir a mediadores como guardias de seguridad, comité de convivencia,

administradores o la policía, y no enfrentar directamente a los vecinos es en estos contextos más

una manera de prevenir casos de violencia, que han ocurrido en edificios de propiedad horizontal

en todos los estratos 161. En varios grupos de los conjuntos en Facebook compartieron un artículo

titulado “Vecino ruidoso? No discuta con él, eso lo debe hacer la Policía, administrador y

consejo”162, y tanto las administraciones como la prensa local son muy enfáticos en que acudir a

las instancias establecidas para canalizar conflictos es la manera correcta de proceder.

Como mostré con el ejemplo de la ropa colgada, en Ciudad Verde hay un mediador adicional

a las instancias formales de la propiedad horizontal para canalizar conflictos, y es Facebook como

161
El más extremo y conocido en Bogotá fue el de un residente de un edificio en estrato 5, que asesinó a otro por
reclamarle por ruido en 2013 (“Manotas pagará 17 años por asesinar a su vecino”, 2016).
162
http://actualice.se/8buj
209

ámbito para denunciar los comportamientos indeseables de los otros, ya sea con referencia directa

al vecino infractor o únicamente como forma de desahogarse. La mañana del 26 de abril de 2013

encontré en la página de Facebook del Conjunto Papiro esta publicación de Angélica:

Hoy en horas de la madrugada tipo 5.30 am, un habitante que al parecer es de la Torre 8 (lo digo

porque yo vivo en esa torre y se escuchaba como si fuera en los pisos más altos aunque la verdad

no lo tengo claro ni mucho menos el apartamento), comenzó a gritar y a cantar como si él estuviera

solo en el mundo. Hay que recordar que en estos apartamentos se escucha de todo, y esos gritos

créanme que los sentía como si estuviera gritando al lado mío. Hasta escuché que una persona de

otro apartamento le dijo que se callara. Ojalá esa persona pueda leer esto, porque realmente es muy

maluco estar escuchando gritos y cantos a esa hora de la madrugada, porque aunque muchos

vecinos estén despiertos a esa hora no significa que tengamos el derecho de irrumpir en el descanso

de los que aun a esa hora duermen y descansan.

Dos años después, seguía encontrando publicaciones de este tipo, como la de Alejandro en la

página de Facebook del conjunto Nardo:

Ya sabemos que el apartamento es de nuestra propiedad pero por favor consideren a sus vecinos y

traten de hacer la convivencia más agradable con respeto y educación. Soy un vecino inconforme

con las señoras de la torre 8 apartamento 202 y si leen este mensaje tengan un poco de delicadeza

y respeten a sus vecinos, por eso este país está como está por personas maleducadas y que sólo

piensan “desde que este bien yo los demás que se jodan”, muy mal ese pensamiento y más viviendo

en propiedad horizontal. (Mayo 8 de 2015)

En Facebook algunos residentes se desahogan denunciando los comportamientos

inapropiados de los vecinos en las páginas de los conjuntos residenciales. La red social les sirve

para canalizar conflictos sin llegar a tener roces cara a cara con los vecinos, y aunque en estas

denuncias no se mantiene el anonimato, sí es una manera de evitar la confrontación directa pues


210

el vecino aludido por la denuncia casi nunca responde a estas publicaciones. Sólo vi respuesta en

un caso de mal manejo de mascotas en la que la persona acusada se defendió y terminó en una

larga discusión entre vecinos, pero generalmente el objetivo de quien denuncia es que el “infractor”

vea la publicación y no repita su comportamiento.

Aunque los conflictos que más ocurren entre vecinos son el tipo de roces y discusiones por

incumplimiento de normas de propiedad horizontal que ya mencioné, en algunas ocasiones los

residentes me contaron que ha habido conflictos graves en algunos conjuntos. En Almendro (VIS),

por ejemplo, me contaron Javier y Yolanda que una vez hubo un enfrentamiento entre hinchas de

los dos equipos de fútbol rivales de Bogotá que terminó con presencia de la policía y con varias

personas heridas con armas blancas, y en otra ocasión el esposo de una residente agredió

físicamente a un guardia de seguridad porque le llegó información de que su mujer había tenido

una relación sentimental con él, hasta que llegó la policía a sacarlo. En el conjunto Camelia, que

está habitado en su mayoría por exmilitares, hubo un enfrentamiento físico entre un residente y un

guardia de seguridad, -entre otros conflictos que me relató Carmen mientras conversábamos en su

puesto de venta de dulces al frente del conjunto-. A principios de 2017 un residente de uno de los

conjuntos de la ciudadela abusó sexualmente y asesinó a su vecina, una mujer de 21 años (“Joven

de Ciudad Verde fue asesinada por su vecino”, 2017). Aunque este último acontecimiento tuvo

lugar después de terminado mi trabajo de campo, los residentes compartieron y comentaron con

indignación la noticia por redes sociales.

Un tipo adicional de conflictos que emergieron de las conversaciones con los residentes de

Ciudad Verde no es entre vecinos sino dentro de los mismos hogares: muchos residentes

mencionaron que a menudo oían las peleas conyugales de sus vecinos. Aunque ninguno reportó

casos específicos de violencia o que hubieran denunciado, sí reportaron enfrentamientos verbales


211

y gritos. En otro conjunto de Soacha, fuera de Ciudad Verde, hubo un caso de un hombre que

agredió físicamente a su esposa en la portería y su agresión quedó grabada en las cámaras de

seguridad. Comentando esto con algunas residentes, ellas me decían que vivir en un conjunto

cerrado tal vez era mejor para esas mujeres que sufrían de violencia doméstica, pues aunque sea

habría testigos de las agresiones y si estas se salían de control los vecinos tal vez denunciarían. Sin

embargo, no tuve conocimiento de ningún caso en que algún residente denunciara violencia

doméstica, como sí pasó en más de una ocasión con el maltrato animal (que muestro en la siguiente

sección). Una pregunta adicional a esta investigación sería si los conjuntos residenciales son un

ámbito en el que las mujeres están menos aisladas que en las casas “de barrio”, y si el hecho de

que la violencia doméstica se oiga puede ayudar a proteger a las víctimas o si por el contrario los

vecinos, con tal de no meterse en problemas, optan por no hacer nada.

El rango de interacciones entre vecinos en Ciudad Verde que he mostrado en esta sección

indica que, así ellos consideren la coexistencia no intrusiva como la manera ideal de convivir en

los conjuntos, en la práctica se conectan con sus vecinos de distintas maneras y bajo determinadas

condiciones. En algunas ocasiones buscan generar vínculos “fuertes” con quienes comparten

alguna condición que aluda a valores compartidos -de clase social, región de origen, religión-. En

la mayoría de casos, generan vínculos “débiles” o familiaridad pública a partir de interacciones

cotidianas como las “cordialidades” diarias, transacciones con quienes tienen negocios en los

conjuntos, expectativas de acción compartida en caso de necesidad, socialización en cierto tipo de

celebraciones, y familiaridad “negativa” cuando se trata de conflictos. Para la mayoría, estos

vínculos, así sean “débiles”, les ayudan a alcanzar lo que esperan de su vida en la ciudadela: vivir

tranquilos. Pero a veces las instancias de interacción cara a cara no son suficientes para generar
212

estos vínculos. Por esto, muchos residentes acuden a un ámbito adicional para ejercer la vecindad,

que muestro a continuación.

403: Facebook y nuevas formas de socialidad

"Acá si no fuera por el Face no se enteraba uno de nada de lo que pasa en Ciudad Verde", me dijo

Damián mientras comíamos un pan dulce con café en la panadería del centro comercial Prado

Verde. Y tiene toda la razón. Ciudad Verde existe materialmente en la frontera sur de Bogotá, pero

existe también en Facebook, en una cantidad de páginas y grupos de residentes. En el piso 3 mostré

cómo los habitantes usan esta red social para posicionarse y diferenciarse de los otros, al discutir

en los grupos y páginas de la ciudadela sobre la estética y comportamientos apropiados –y

denunciar aquellos que son inapropiados- directamente en publicaciones y comentarios o

indirectamente por medio de chistes y memes. Y en este piso ya he mostrado cómo los residentes

usan Facebook por un lado para publicar fotos de las celebraciones en los conjuntos, y por otro

para canalizar conflictos, desahogarse o quejarse de quienes incumplen las normas de convivencia.

Lo que en mi investigación comenzó siendo un canal para establecer contactos, presentarme y

coordinar citas con residentes de la ciudadela, terminó convirtiéndose también en un ámbito de

observación y conversaciones con los residentes. Sin preverlo, encontré una plataforma en la que

los residentes también ejercen la vecindad.

En esta investigación analizo las interacciones entre vecinos por Facebook como parte de

sus formas de socialidad y no como una dimensión separada de la vida “real” (Miller et al., 2016;

Postill, 2017; Postill & Pink, 2012). Por esto he ido presentando los hallazgos de mi trabajo por

Facebook a lo largo del análisis general, sin separarlo de la experiencia cotidiana de las personas.

Sin embargo, en esta sección me refiero a formas de conexión que son específicas a las redes

sociales en internet y que se dan de manera diferente a las interacciones cara a cara. Argumento
213

que los residentes de Ciudad Verde usan Facebook, y más recientemente otras plataformas como

Whatsapp, para sortear el “muro” entre vecinos y generar posibles formas de socialidad sin desafiar

las restricciones que dicta el contexto en el que viven.

Decía que Ciudad Verde existe en Facebook. Como mencioné en la sección metodológica

de la portería, está la página oficial de la ciudadela, que tiene hoy aproximadamente 14.900

seguidores -cuando empecé el trabajo de campo en 2013 tenía 5.000- y en ella la gerencia del

macroproyecto publica noticias, fotos, avances de obras, eventos de la ciudadela y anima a los

residentes a comentar y opinar. Están las páginas específicas de cada conjunto, manejadas por los

administradores o por los mismos residentes. Ahí los administradores comparten información

sobre normas de propiedad horizontal, anuncios de asambleas y eventos. En estas páginas los

residentes promocionan sus negocios y también expresan sus opiniones, quejas y denuncias sobre

comportamientos indeseables de los vecinos, muchas veces con fotos.

Hay también una página manejada por un líder de la comisión de comunicaciones de la

Agrupación Ciudad Verde, que anuncia eventos, caminatas y resalta noticias positivas de la

ciudadela. El grupo de Facebook Veeduría Ciudad Verde representa la “oposición”, en donde que

se publican y comparten todas las quejas y reclamos sobre la forma de gestionar la ciudadela y las

“promesas incumplidas” del proyecto. También existen múltiples páginas y grupos para

promocionar negocios, y grupos de interés como deportes o medio ambiente. Finalmente, está el

grupo que yo inicié, Habitando Ciudad Verde, que comenzó siendo el medio por el cual me

presenté como investigadora, expliqué mis objetivos y formulé preguntas, sondeos y debates para

discutir con los residentes; pero que después de un tiempo terminó siendo un grupo más de la

ciudadela en el que los residentes publicaban sus quejas, opiniones, denuncias, avisos de venta o

arriendo de apartamentos y sobre todo publicitaban sus negocios. Actualmente muchos de los
214

grupos reproducen y comparten la misma información, terminaron siendo todos muy similares sin

importar su propósito inicial.

Por último están los muros de los residentes de la ciudadela, a través de los que pude

conocer más sobre las personas con las que conversaba cara a cara, y conocer a otros que no

estuvieron dispuestos a coordinar una cita conmigo pero sí a conversar por Facebook. En estos

muros pude ver fotos de los apartamentos, la decoración y los acabados o fotos casuales de las

personas en los apartamentos, a través de las que los residentes subvierten en cierta medida la

frontera de los espacios íntimos: los residentes dicen que no les gusta “entrarse” a la casa de los

demás o que “se les entren” los vecinos, pero en las redes sociales sí comparten y comentan fotos

con ellos. Pude ver también cómo muchos usan herramientas de la red para posicionarse en su

mundo social a través de check-in en lugares de ocio y consumo fuera de la ciudadela 163, o para

ayudar a establecer los límites simbólicos de sus posiciones de clase usando memes y chistes.

Ciudad Verde en Facebook es entonces un ámbito denso en actividad de los residentes. A

partir de un análisis sistemático entre 2013 y 2016 de lo que ocurría en Facebook en las páginas,

grupos y perfiles que mencioné pude distinguir distintas maneras en las que los residentes generan

y mantienen conexiones con sus vecinos en esta red social. Y muchas de estas instancias son una

combinación entre interacciones en Facebook e interacciones cara a cara. A continuación ilustro

entonces algunas de las formas en las que los residentes de Ciudad Verde usan Facebook para

ejercer la vecindad, adicionales a las que ya he mencionado antes: para ayudarse ante una

necesidad o emergencia, para generar redes de intercambio y para organizar acción colectiva en

determinados contextos.

163
Duberney publicó un día que se había chequeado en el Aeropuerto Internacional de Miami, Laura que estaba
almorzando en el Corral Gourmet del Parque de la 93. A ambos sus amigos de Facebook les contestaron con humor
que si se habían vuelto ricos.
215

Cooperación entre vecinos y redes de intercambio

Carolina Cruz Bernal


22 de junio a las 19:35
Hola, alguien sabe de un médico o clínica cercana que atiendan a esta hora, mi niño de tres años está
enfermo esta mañana en el seguro solo le dieron suero y acetaminofén pero sigue enfermo estaré muy
agradecida por su colaboración.

Olga Cecis Alarcon Crispoca Hola en bosa piamontés al lado del cementerio queda un centro de
salud es médico particular
Jheimy Paola Novoa Ruiz Nena mejor llevarlo al que queda al lado de bosa del cementerio por que
no se de compensar donde
Beatrix Lopex Mira nosotros tenemos Compensar y lo más cercano de acá de Ciudad Verde es en
Asistir Salud allí no más en León XIII a las personas de compensar k vivimos por este lado no nos atienden
en la Cruz Roja Alquería por k según ellos para eso está el Compensar k te digo, ya a esta hora no atienden
pero desde mañana a las 6 :30 abren hasta las 8:00 de la noche y hay en cualquier momento puedes llegar
con el chikis, documento y te lo atienden el número de hay es 7300200...
Laddy Jhulieth Duran A una amiga se le enfermo el niño y fue al cardiovascular y no se lo
atendieron, según hay no atienden esas eps y le toco llevarlo hasta el norte .
Edwin Aleman Ten en cuenta q lo mejor es cuidarlo en casa ya la fiebre se maneja inicialmente
con medios físicos compresas de agua tibia en cabeza, cuello, axilas y plantas de pies + el acetaminofen si
esta por encima de 39 bañalo con agua tibia de 15 a 20 min no menos de ese tiempo. Si lo llevas a la clínica
allá hay mas riesgo de contagio.
Beatrix Lopex Ummm hay gente k no cree pero también puede ser k se descuajen y eso no da fiebre
a mi me paso con mi hijo y casi se me muere.... Estaba descuajado...
Jheimy Paola Novoa Ruiz Pero cuando están descuajados les da soltura no es bueno no se mucho
pero creó y se ponen amarillos
Adryhana Rojas Aqui en soacha nada es bueno en cuanto a salud, sugiero pague un plan con
Emermedica, mi hijo se enferma y lo atienden aqui en el apto a la hora q sea! Pronta mejoria a su hijo
Jheimy Paola Novoa Ruiz Y cuanto pagas
Adryhana Rojas Pago 39 mensual!
Jheimy Paola Novoa Ruiz Y atienden solo al niño o núcleo familiar te agradezco si tienes un
numero me interesa
Edwin Aleman Yo trabajo en Emermedica si deseas afiliarte me avisas
Adryhana Rojas Eso vale cada persona, llama directamente y te envia un asesor
Beatrix Lopex Por persona???? Jheimy Paola Novoa Ruiz nosotros somos 3... Gracias... Edwin
Aleman....
Maria Elvira Albarracin Rodriguez 3224188158,Este número telefónico es de un médico en Ciudad
Verde; pero yo aún no he necesitado de sus servicios, por lo cual no se que cuesta ni que tan bueno es.
Suerte que se mejore él bebé.
Laddy Jhulieth Duran Como siguió tu bebe ...
Carolina Cruz Bernal Gracias a todos por su ayuda, en bosa le pusieron una inyección le calmo el
dolor el vómito y hoy esta mucho mejor.
Edwin Aleman Q bueno me alegro
Jheimy Paola Novoa Ruiz Que bn nena me alegra dios los bendiga y cuidalo mucho nena
Figura 19. Publicación de residente Ciudad Verde y selección de comentarios. Grupo de Facebook Ciudad Verde-
Soacha, Junio 2015

El 22 de junio de 2015 en la noche, una residente preguntó en el grupo Ciudad Verde-

Soacha si alguien sabía a dónde podía llevar a su hijo enfermo cerca de la ciudadela. En un par de
216

horas recibió 58 respuestas con datos, teléfono de un médico que vive en la ciudadela, cotizaciones

de planes médicos, sugerencias de qué hacer mientras lo atienden, e ideas de tratamientos caseros.

Al día siguiente en la mañana, otra residente le preguntó cómo seguía su hijo, y ella contestó que

mejor, agradeciendo a todos los que la ayudaron. En otra ocasión un residente preguntó en el

mismo grupo “Holaa quien me puede ayudar... Me toca ir a trabajar al c.c unicentro y no se que

bus cojer, y q me rinda alguien sabe alguna ruta ... Bn sea trasmi, sipt o bus”. En dos horas recibió

12 comentarios con sugerencias de distintas alternativas de transporte -incluida una mía-. En los

últimos comentarios una residente agregó “Muy bien por la colaboración así parecemos una sola

familia ciudad verde que bonito de verdad”. Esto ocurrió en uno de los grupos más grandes de la

ciudadela –con más de 2.500 miembros-, en el que quienes interactúan son generalmente

desconocidos que viven en distintos conjuntos.

Además de las consultas sobre servicios de salud y transporte, los residentes intercambian

información acerca de cupos en los colegios y los trámites a efectuar, ofrecen trabajos, preguntan

por oportunidades laborales y ofrecen o solicitan servicios como cuidado de niños, preparación de

comidas, compra y venta de artículos usados. Desde el inicio de la ciudadela, Facebook se ha

consolidado como un facilitador para la circulación de información, bienes y servicios. De esa

manera se puede aprovechar, como me dijo Leonel, esa “fuerza social” de tanta gente viviendo en

el mismo proyecto, donde unos producen lo que otros necesitan o quieren consumir. Leonel estaba

frustrado cuando hablaba conmigo pues para él sería ideal que los residentes pudieran asociarse

para impulsar sus negocios, pero como vivían en un ambiente que no favorecía la circulación de

información estas asociaciones no se daban. Sin embargo, con ayuda de Facebook, los residentes

han podido sortear algunas de las limitaciones tanto físicas como normativas y simbólicas del

ambiente en el que viven: en los conjuntos cerrados no se incluyen suficientes actividades


217

productivas como locales comerciales, pero en Facebook hay una gran oferta de comercio a

domicilio de apartamento a apartamento. En Ciudad Verde está mal vista la compinchería en áreas

comunes, pero a través de Facebook la gente obtiene ayuda de sus vecinos cuando la necesita.

Facebook le ha servido a los residentes para subsanar parcialmente esas limitaciones de vivir en

grandes proyectos de vivienda periféricos en propiedad horizontal y les ha posibilitado -hasta

cierto punto- aprovechar las ventajas que puede tener la proximidad espacial.

Organización y (algo de) movilización social

En junio de 2015 una residente denunció en varios grupos de Ciudad Verde que un perro estaba

siendo maltratado en el conjunto Camelia. La conversación se comenzó a mover paralelamente en

varios grupos y perfiles, y varios residentes –entre ellos Mary- se comenzaron a unir a la iniciativa

de denunciar el maltrato y hacer una visita de rescate del animal. Se pusieron cita en el CAI de la

ciudadela para ir en grupo al conjunto. Después de varios mensajes en los que se compartían

teléfonos y se buscaban mutuamente, lograron hacer la visita. Uno de los residentes publicó: “el

grupo animalista voluntario de ciudad verde realizó visita al apartamento con acompañamiento de

la policía y se evidencio un perrito de 3 meses de rasa pues en condiciones buenas, se dialogó con

los dueños y se llegó a un acuerdo, se realizaran visitas periódicas por parte del grupo animalista

de ciudad verde, y visitas sorpresas con el fin de evidenciar si hay alguna evidencia latente de

maltrato y de la misma forma hubo compromiso por parte de un miembro del consejo de

administración en realizar seguimiento al caso y reportarlo en caso de la mínima señal de maltrato

a el grupo de animalistas de ciudad verde”. Varios residentes comentaron felicitándolos por la

iniciativa, y el residente que dio el reporte comentó: “como me siento feliz de que por una

publicación en Facebook se haya movilizado tanta gente y tantos comentarios en favor de los
218

animales y el grupo que acudió ayer en rescate de los dos casos denunciados (etiquetó a cuatro

residentes). Gracias a todos los animalistas que han comentado y se han unido a la causa”.

Otras iniciativas que se han realizado con ayuda de Facebook son peticiones “online” como

la que gestionó Gabriela para que la policía interviniera en el caso de los puestos de venta en el

espacio público frente al centro comercial Prado Verde. Gabriela me contó que “A nosotros nos

vendieron unos espacios, unas zonas verdes, y míreme como están. Y en este momento yo

personalmente estoy combatiendo eso también por internet. (…) Yo le decía en el internet a un

señor que me contestó que ellos tienen derecho a subsistir, y le dije sí, exactamente, tienen el

derecho a buscar su sustento, pero de una forma organizada”. Después de varios meses

comentando el problema en los grupos de Facebook, en marzo de 2016 Gabriela montó en la

página change.org una petición con el título “Alto a la invasión del espacio público en Ciudad

Verde- Soacha”, dirigida a la Alcaldía de Soacha, a la Personería y a la Policía. En la petición

explicaba la proliferación de puestos de venta ambulantes, y sustentaba que “esto nos afecta a los

habitantes que hemos comprado vivienda con promesa de unas zonas verdes y alamedas limpias,

si tenemos en cuenta que esta situación informal se refleja en detrimento del patrimonio por parecer

una esquina desordenada, y poco aseada, perdiendo la estética inicial del proyecto ofrecido por las

constructoras, prestándose para que lleguen los expendedores de vicio”. La petición obtuvo la

firma de 69 personas. A raíz de esta petición y otras iniciativas de residentes, el alcalde de Soacha

inició unas mesas de trabajo en Ciudad Verde.


219

Figura 20. Protesta poco concurrida por las promesas incumplidas del macroproyecto, publicación de Ferney en grupo

de Facebook Ciudad Verde-Soacha, abril 30 de 2016.

Algunas iniciativas se comenzaron a forjar en la red social y luego se materializaron en

acciones cara a cara, como el caso del rescate animal o las reuniones con el alcalde después de la

petición en línea que mencioné. Sin embargo, a menudo las inconformidades de los residentes se

limitan a publicaciones y comentarios de Facebook y las protestas o marchas muchas veces no se

logran concretar, o se llevan a cabo con menos participación de la anticipada por el gran apoyo en

Facebook. Parece que en el Facebook de Ciudad Verde, como en las redes sociales en todo el

mundo, se dan casos de slacktivism -activismo de bajo costo y bajo riesgo a través de redes sociales

en internet- que pueden ser insuficientes para generar movilizaciones presenciales y cuyo impacto

en el cambio social no es tan claro -ver por ejemplo Lee (2013) versus Vie (2014)-.

Una forma “citoverdina”164 de ejercer la vecindad

Con los ejemplos de cómo los residentes se ayudan en caso de necesidad, intercambian

información, bienes y servicios, se organizan para enfrentar problemas comunes; pero también con

164
Tomo prestado el gentilicio que algunos residentes de la ciudadela usan para aclarar que no son de Bogotá ni de
Soacha sino que Ciudad Verde es un ámbito separado de ambos municipios.
220

los ejemplos que había mencionado en el piso 3 y en el 402 de cómo denuncian a los “malos

vecinos”, discuten y canalizan conflictos a través de Facebook; podemos ver que en esta red social

se hace posible una manera muy particular de ejercer la vecindad; y que no es una dimensión

separada de las interacciones cara a cara sino que están íntimamente interrelacionadas y se

refuerzan la una a la otra. Ni la vida cotidiana de muchos residentes de Ciudad Verde sería la

misma sin Facebook, ni Facebook sería lo mismo para los residentes sin sus miles de vecinos de

la ciudadela y su permanente actividad en la red social.

Ejercer la vecindad usando Facebook le permite a los residentes de Ciudad Verde

conectarse unos con otros sin reñir con el ideal de la coexistencia no intrusiva. Por ejemplo en las

instancias de intercambio de favores, un residente, en vez de llamar a un vecino específico, “arroja”

un mensaje a ver quién puede colaborarle por su propia iniciativa. Y en muchos casos la gente

responde y la ayuda llega. Con este tipo de interacciones, a diferencia de la interacción cara a cara,

los “sí” se hacen visibles pero no las negativas. Pedir un favor personalmente a un vecino es

arriesgarse a que le digan que no, y que le pidan a uno un favor es arriesgarse a quedar mal o tener

que inventar una excusa. En cambio, a través de Facebook se evita el costo social de pedir un favor

a un vecino. Ahí no da “como pena”, como en el caso de la vecina de Marta al inicio del 401.

Facebook puede permitir también a los residentes “navegar” la escala de la ciudadela,

siendo un proyecto tan grande en el que necesariamente la mayoría de los demás residentes van a

ser desconocidos. Es un ámbito que Augé habría clasificado indiscutiblemente como un “no lugar”

por ser un gran conjunto periférico de vivienda social165 y más aún por la influencia de los medios

de comunicación e internet. Pero en Ciudad Verde parece que el uso de Facebook y otras redes

165
Los conjuntos de nuevas viviendas, “donde la gente no vive junta y que no se sitúa nunca en el centro de nada (los
grandes complejos caracterizan las llamadas zonas periféricas o las afueras)” (Augé, 1995, p. 107 traducción propia).
221

sociales pueden contribuir a “lugarizar”, o en términos de Augé a proveer de sentido y de vínculos

un espacio físico, a que las personas se sientan “en casa”.

En un contexto de proximidad espacial, podría suceder que el uso de redes sociales como

Facebook no añadiera mucho a la vida social -como documentan Miller et al. (2016) para el caso

de un pueblo en el sur de Italia-, pues su utilidad en principio es conectar a las personas que se

encuentran lejos unas de otras. Sin embargo, en Ciudad Verde, aunque las personas coexisten en

estrecha proximidad espacial, la socialización cara a cara es desincentivada por las aspiraciones

individuales de ascenso social sumadas a las restricciones del régimen de propiedad horizontal.

Así, esta red social ha hecho las veces de un puente a través del que los residentes se conectan

unos con otros166, pero que contrario a los vínculos cara a cara, permite mantener la distancia y

respetar la intimidad. Por medio de Facebook muchos residentes pueden entonces sortear el

“muro” entre vecinos sin tener que derribarlo, dejándolo intacto y resolviendo a la vez sus

necesidades de conexión.

Escaleras al pent house

En este piso vimos que los habitantes de Ciudad Verde ejercen la vecindad de una manera

ambigua: en el discurso, se refieren a la coexistencia no intrusiva como inherente a la cultura de la

propiedad horizontal, como el “deber ser” de la convivencia. En la práctica, buscan conexiones

con vecinos, en distintas instancias y bajo ciertas condiciones: cuando encuentran algo en común

con otros que alude a valores compartidos, en forma de transacciones con los que tienen negocios

en la ciudadela, ayuda en emergencias y pequeñas celebraciones.

166
Hamptom y Wellman (2003) también encontraron que el uso de internet puede intensificar las relaciones vecinales,
reforzando interacciones con vínculos débiles.
222

Las brechas entre el ideal de la vecindad y las necesidades prácticas de conexión tienen

que ver con contradicciones en los referentes externos e imaginarios sobre lo que implica habitar

ciertos tipos de viviendas o de barrios. Estos referentes -que Ariztía (2009) llama “mediaciones”

pues pueden transformar las maneras de habitar- circulan entre la publicidad inmobiliaria, las

políticas de vivienda, la cultura popular y la vida cotidiana y consolidan la idea de que la

sociabilidad en un conjunto cerrado de propiedad horizontal se rige por valores asociados a la clase

media y la vivienda moderna, en oposición al imaginario de la comunidad cohesiva, que alude al

pasado, lo premoderno, lo rural y el barrio popular 167.

Sin embargo, al examinar las formas de sociabilidad de los residentes de Ciudad Verde

podemos ver algunas oportunidades que ellos mismos han generado para superar las limitaciones

de vivir en conjuntos cerrados, en espacios estandarizados y con poca flexibilidad, y bajo un

régimen normativo muy restrictivo que inhibe las posibilidades de socializar. La variedad de

maneras en que la gente socializa o quiere socializar, como lo ilustra el ejemplo de la diversidad

de formas de celebrar la noche de velitas, muestra que el hecho de vivir en conjuntos cerrados no

determina completamente las posibilidades de generar lazos sociales, es decir, en línea con Girola

(2013), no hay que asumir que las características físicas de los complejos de vivienda determinan

la conducta anómica de sus habitantes, o que el hábitat determina linealmente el habitus. Los

conjuntos residenciales pueden ser únicamente ámbitos para la “organización colectiva de la

individualidad” (Lupi & Musterd, 2006), o convertirse en ámbitos de soporte social que suplan

167
En el sentido del mito de la “comunidad perdida” (Amit & Rapport, 2002; Creed, 2003; Gidley, 2013; Sennett,
2008; Tironi, 2009), o de lo que Miller (2009) llama la “gran narrativa de las ciencias sociales”: un pasado de
relaciones comunitarias fuertes y un presente “moderno” de individualismo. Esta oposición fue trasladada a la
oposición rural/urbano desde la teoría de la marginalidad (Torres Tovar, 2009) y luego a lo urbano con las nociones
de la “cultura de la pobreza” (O. Lewis, 1982; Lomnitz, 1975; Redfield, 1947) y los estudios de comunidades (Gans,
1982). Esta “gran narrativa” aún persiste en muchos ámbitos, encarnada en la oposición entre los barrios populares o
informales como los comunitarios, premodernos y semejantes a lo rural, versus la vivienda moderna o barrios de clase
media (Massey, 2005; R. Salcedo & Rasse, 2012) como los individualistas, modernos y esencialmente urbanos.
223

otros vínculos de integración social en la ciudad (Cravino, 2012). En cierta medida, son los

residentes quienes establecen las maneras de ejercer la vecindad en sus conjuntos, y deciden en

qué punto del continuo entre los dos marcos de referencia para la sociabilidad vecinal -la

comunidad cohesiva y la coexistencia no intrusiva- ubicarse. En Ciudad Verde, los habitantes

ejercen la vecindad combinando estos dos referentes: forman conexiones que se asemejan a la idea

de una comunidad cohesiva cuando buscan amistad con quien comparte una característica similar,

cuando participan en celebraciones comunitarias y cuando encuentran, en medio de la diferencia,

nuevos amigos. Pero también ejercen la vecindad orientados hacia la coexistencia no intrusiva

cuando consideran cruciales, más que las amistades, las transacciones entre residentes, y el hecho

de saber que pueden contar con los vecinos en caso de necesidad sin tener que ser tan cercanos.

Aunque los residentes generan ámbitos de sociabilidad que no corresponden ni al

imaginario de la vivienda moderna ni al de los barrios populares, el carácter opuesto de estos dos

marcos de referencia es también la base de las ambigüedades y contradicciones a la hora de ejercer

la vecindad. Esta es una de las razones por las que redes sociales como Facebook son tan usadas y

valoradas entre los residentes de Ciudad Verde: porque logran materializar una manera

“citoverdina” de ejercer la vecindad sin visibilizar las contradicciones como algo irreconciliable,

haciendo posible conectarse con esos otros diversos con quienes se comparte el espacio residencial

sin derribar el “muro” entre vecinos. Es otra forma a través de la que los residentes resuelven las

contradicciones y llenan con sus propios recursos los vacíos del contexto en el que viven; y que

plantea la necesidad de ampliar el lente con el que desde las ciencias sociales se interpreta la vida

social en ámbitos urbanos.


224

Pent House: Notas para concluir

I must therefore backtrack in another sense: to remind the reader that what is now
presented as evidence was first apprehended not as an answer but as a question, not as solutions
but as problems.
(Strathern, 1988, p. 189)

El quinto piso de este edificio imaginario es este Pent House, desde donde se pueden ver los pisos

de abajo y al que, con el tiempo, se le pueden construir altillos o ampliaciones. Aquí retomo los

argumentos de los pisos inferiores y resumo cómo se articulan en mi argumento general sobre

cómo habitan los residentes de Ciudad Verde. Posteriormente indico las implicaciones que tienen

estas formas de habitar en las posibilidades de agencia y de ejercer la ciudadanía. Para terminar,

reflexiono sobre hasta qué punto la experiencia de estas personas es común a la de otros habitantes

urbanos, hago una reflexión más personal sobre el proceso de investigación y bosquejo una mirada

hacia el futuro.

Las preguntas y las respuestas (hasta ahora)

En la portería indiqué que para responder mi pregunta de investigación, ¿cómo los residentes de

Ciudad Verde experimentan, interpretan, imaginan y se posicionan en un nuevo mundo social a

través de sus relaciones con el entorno material y social?, tuve que comenzar por responder unas

preguntas más básicas: ¿Cómo viven ahí? ¿Cómo viven juntos? ¿Cómo viven juntos, ahí? Después

de haber examinado con detalle cómo los residentes llegaron a habitar Ciudad Verde, cómo se

acomodaron en sus viviendas, cómo establecen límites simbólicos para diferenciarse de otros y

cómo a la vez están buscando formas aceptables de conexión con los vecinos; las respuestas a las

que llegué son más complejas, incluso paradójicas.

En el primer piso me pregunté por las condiciones que hicieron que Ciudad Verde llegara

a existir, es decir, por los procesos de producción del espacio. Mostré que la ciudadela emergió

como la implementación más reciente de una política de vivienda que lleva casi tres décadas
225

orientada al mercado, en la que la vivienda de interés social nueva, construida masivamente en

proyectos de gran escala -la mayoría en conjuntos cerrados de edificios en localizaciones

periféricas-, se ha convertido en casi la única alternativa para proveer vivienda para los hogares de

más bajos ingresos en el mercado formal. Mostré también que los edificios en propiedad

horizontal, desde hace varias décadas y cada vez más, son la forma residencial predominante

también en estratos medios y altos, lo que le da a la vivienda de interés social producida de la

misma manera cierto valor simbólico de ser viviendas como cualquier otra. Finalmente, señalé que

en Colombia, como en otros países de la región, una de las principales maneras de asegurar la

formación de una clase media, de “sacar” personas de la pobreza, es aumentando su capacidad de

consumo mediante el acceso al crédito, específicamente el crédito hipotecario para compra de

vivienda nueva. Estos elementos, sumados a la ambición del macroproyecto de convertirse en una

“nueva ciudad” con espacio público, comercio y equipamientos –a diferencia de cómo se ha

urbanizado la periferia sur de Bogotá y el municipio de Soacha-, generaron las condiciones para

que Ciudad Verde sea hoy para el Gobierno nacional y para las constructoras privadas una

experiencia modelo, a pesar de sus limitaciones.

En el segundo piso me pregunté cómo se acomodan los residentes en sus apartamentos,

cómo se relacionan con su nuevo entorno material; y encontré que muchos propietarios se

muestran satisfechos con viviendas que ellos mismos reconocen como “pequeñas, caras y lejos”.

Mostré que Ciudad Verde aparece como una alternativa residencial satisfactoria en términos

generales para quienes decidieron comprar ahí porque frente a las experiencias residenciales

anteriores de muchos es más estable y satisfactorio tener vivienda propia; porque frente a los

barrios de “la loma” que se ven desde la ciudadela Ciudad Verde aparece como un sitio más limpio,

ordenado y tranquilo; y porque frente a la dificultad de “salir adelante” por otros medios -como la
226

educación o las oportunidades laborales- la vivienda propia aparece como una opción viable tanto

para tener dónde vivir como para tener un patrimonio y posiblemente generar mayores ingresos en

un futuro. Así, en la ciudadela como lugar planificado muchos residentes encontraron una vía para

insertarse como ciudadanos y tener movilidad social.

Pero mostré también que para lograr esa satisfacción, es decir, para poder mantener el

“sueño de la vivienda propia”, los habitantes tienen que emprender una labor material y simbólica

permanente para resolver su vida. Así, movilizan recursos materiales para financiar la compra de

viviendas que son costosas en relación con sus ingresos, después para “terminar” las viviendas que

reciben en obra gris, y posteriormente para pagar los costos de administración y transporte.

Simultáneamente, movilizan recursos simbólicos para que esa inversión valga la pena:

convirtiendo algunas de sus posesiones en “chécheres” de tal forma que el tamaño de los

apartamentos sea “apenas” para ellos, ajustando sus expectativas en los acabados de las viviendas

con las distintas nociones de “lo básico” o dando mayor valor estético a alternativas menos

costosas de acabados. También hacen trabajo simbólico al enmarcar su condición de habitantes de

Ciudad Verde como sólo un momento de sus trayectorias residenciales, experimentando así las

limitaciones de su nueva situación residencial como incomodidades momentáneas.

Señalé también que para los habitantes de Ciudad Verde es importante no sólo el valor de

uso de la vivienda, sino también el valor de cambio: sus apartamentos nuevos no sólo son hogares,

son mercancías, inversiones que en unos años se pueden capitalizar para alcanzar nuevas metas

personales. La importancia del valor de cambio incide en las prácticas materiales y en las formas

de habitar de los residentes, luego éstas no pueden ser entendidas solamente como una actividad

expresiva. Por ende, para entender cómo las personas habitan viviendas “mercantilizadas” no

podemos dar por sentado que éstas no son compatibles con las lógicas de habitar de las personas,
227

y tampoco que si los habitantes muestran satisfacción es porque están alienados y despolitizados.

Tiene más sentido y es más respetuoso con ellos avanzar hacia una comprensión orientada a cómo

las personas se apropian de (o se acomodan en) su nuevo entorno material y social, y visibilizar

las posibilidades y constreñimientos de su nuevo contexto y cómo aprovechan (o no) las primeras,

y enfrentan (o no) los segundos.

En el tercer piso me pregunté cómo los habitantes se posicionan a sí mismos y a los demás

en un nuevo mundo social, y encontré que muchos experimentan el paso a vivir en Ciudad Verde

como un ascenso social, aunque sus condiciones laborales, educativas y de ingresos en la mayoría

de casos no mejoraron con el cambio de residencia. Mostré entonces que los residentes hacen esto

posible al tramitar los asuntos de clase como asuntos morales. En sus posicionamientos sociales,

muchos residentes minimizan la importancia de las diferencias socioeconómicas y en cambio

resaltan los aspectos culturales de la clase como los más determinantes. Así, emerge la narrativa

de la “cultura de la propiedad horizontal” como la forma legítima de verse, comportarse e

interactuar en Ciudad Verde; y los residentes atribuyen a quienes no adoptan esa cultura falencias

morales como la “mentalidad de pobre”. Las barreras estructurales de quienes no cuentan con los

recursos materiales y simbólicos para adoptar efectivamente esta cultura –y las alternativas para

quienes no la quieren incorporar- quedan entonces invisibilizadas y la responsabilidad se atribuye

casi exclusivamente a los individuos y sus cualidades (o defectos) morales.

Mostré también que en la labor simbólica de posicionarse, seleccionar referentes y

establecer límites simbólicos hacia arriba y hacia abajo, los puntos de referencia de los habitantes

están en la sociedad bogotana en general, no en Ciudad Verde como un ámbito cerrado. Por esto,

la diferenciación social en la ciudadela no opera como lucha entre grupos: para los residentes no

es importante diferenciarse de otros “adentro”, por ejemplo según tipos de vivienda. Los referentes
228

de los residentes son más amplios: se diferencian hacia abajo de los barrios de “la loma” o los

inquilinatos, y hacia arriba del “estrato 7” o el Chicó. En el medio, en el “centro moral”, están los

conjuntos de vivienda de clases medias, con la “cultura de la propiedad horizontal” necesaria para

convivir allí. La diferenciación entre residentes radica entonces en diferencias en la disponibilidad

de recursos simbólicos para enfrentar barreras estructurales, y la capacidad y disposición que

tengan los habitantes para emprender todo el trabajo material y simbólico necesario para que

cumplir el sueño de la vivienda propia y convivir en propiedad horizontal impliquen efectivamente

un ascenso social.

Por último, encontré que en Ciudad Verde ocurre algo similar a lo que documenta Palomera

(2014a) en un contexto diferente: cuando las personas sienten que pueden recaer sobre ellas

estigmas sobre categorías de personas que circulan en los discursos políticos y en los medios de

comunicación –los “problemas de convivencia” atribuidos en el caso de Palomera a los

“inmigrantes”, en este caso a los “residentes de vivienda de interés social”-, “recurren a

mecanismos de ‘distanciamiento lateral’ (Bourdieu 1999), a través de los que pueden transferir el

estigma a otras personas en el vecindario, sea el vecino de al lado o los jóvenes en la plaza más

cercana” (Palomera, 2014a, p. 16, traducción propia). Así, en el caso de Palomera terminaron

siendo los “sudacas” o los “moros” a quienes se les atribuía la causa de los problemas de

convivencia. En Ciudad Verde el distanciamiento lateral no se expresa con categorías étnicas sino

con clasificaciones que vienen de la interacción entre clase y espacio: los que generan problemas

de convivencia son frecuentemente las personas que “vienen de…” la loma, el inquilinato, la gente

con “mentalidad de pobre”. Palomera advierte que explicar los conflictos sociales solamente en

términos culturales hace que se oscurezcan las fallas estructurales y las responsabilidades tanto del

estado como de las empresas privadas en las deficiencias de un contexto residencial. En la misma
229

línea Madden (2012) señala que el “fracaso” de las torres de vivienda social alrededor del mundo

y las explicaciones que atribuyen sus causas a fallas de diseño (arquitectura moderna) o a la

incapacidad de ciertos tipos de persona de convivir con otros en cierto tipo de espacios, oscurecen

problemas económicos, sociales y políticos estructurales. En los posicionamientos sociales de los

habitantes de Ciudad Verde vemos también cómo, al tramitar asuntos de clase en términos de

cultura, los mismos residentes están asumiendo la carga de las desigualdades estructurales.

En el cuarto piso me pregunté por las formas en que los habitantes de Ciudad Verde se

conectan con sus vecinos, cómo ejercen la vecindad. Encontré que, aunque tanto normativa como

culturalmente se desincentive socializar, los habitantes generan efectivamente instancias de

conexión, bajo ciertas condiciones. En la narrativa del régimen de propiedad horizontal y en su

materialización específica en los manuales de convivencia en Ciudad Verde se enuncia que hay

que enseñar a los residentes a vivir en comunidad y a tener sentido de pertenencia, asumiendo que

esto no existe en los barrios populares de los que provienen muchos de ellos. Sin embargo, algunos

comportamientos que aluden a un ámbito colectivo –como socialización de los jóvenes en la calle

o “compinchería” entre vecinos- son también valorados negativamente en Ciudad Verde,

asociados a los barrios populares e incluso penalizados en los manuales de convivencia. Esto alude

a una contradicción que no es particular de Ciudad Verde y ni siquiera de la vivienda social, sino

que caracteriza a la vivienda en propiedad horizontal en ciudades colombianas: por un lado, se

promueve la coexistencia no intrusiva para evitar conflictos, y por otro los residentes están

obligados a reunirse y gestionar asuntos colectivos de la copropiedad.

Al examinar las instancias de conexión entre residentes mostré entonces que los habitantes

de Ciudad Verde tienen que reconciliar el ideal de vecindad que ellos mismos reconocen como

legítimo - la coexistencia no intrusiva- con las necesidades prácticas de conexión con otros, lo que
230

hace que ejercer la vecindad sea una labor ambigua. Para esto los residentes delimitan instancias

legítimas de conexión: establecen los criterios para considerar a un vecino como un igual y formar

vínculos fuertes -clase, religión, región de origen-, valoran las relaciones instrumentales y los

vínculos débiles como positivos para la convivencia -transacciones, cooperación entre vecinos si

hay alguna necesidad-, y usan Facebook para tender puentes con vecinos que sería difícil tender

cara a cara. Así, los residentes generan formas socialmente aceptables de conexión, cooperación y

vínculos con los vecinos sin reñir con el marco restrictivo de la cultura de la propiedad horizontal.

Como argumentan Cheshire y Buglar (2016), en las urbanizaciones formales de muchas

ciudades del mundo la “contractualización de las relaciones sociales” es un fenómeno creciente,

en el que los códigos no escritos de conducta vecinal basados en confianza y reciprocidad son cada

vez más reemplazados por reglamentos y contratos. Sin embargo, esto no quiere decir que las

prácticas cotidianas en estos conjuntos se restrinjan a una aplicación literal de estas normas y

contratos: para los residentes de Ciudad Verde la coexistencia no intrusiva es un marco de

referencia para la sociabilidad, pero no el único. Igual que Giglia, reconozco que “Si los

condóminos entrevistados se conciben como “ciudadanos”, esto es, como seres individuales

provistos de derechos universales (De la Peña, 1990: 154), no por ello dejan de ser “vecinos”, es

decir, seres que se autoincluyen en un universo casi comunitario y “holístico” (Dumont, 1970), en

el que existen vínculos y códigos distintos —y a veces alternativos— con respecto a los

reglamentos formales” (Giglia, 1996, p. 83).

En las formas de ejercer la vecindad en Ciudad Verde se pueden ver tanto los

constreñimientos como las posibilidades de socialidad que los mismos residentes van generando

en su día a día. Examinar cómo operan estas conexiones desde lo empírico hace evidente la

necesidad de trascender, en las discusiones teóricas, las ideas de comunidad y socialidad asociadas
231

a priori con determinadas clases sociales y a determinados espacios –el barrio “tradicional” o

popular como lugar antropológico donde residen comunidades cohesivas de gente de clase

trabajadora, versus los conjuntos cerrados como “no lugares” donde viven individuos de clase

media en comunidades desarticuladas-. Frente a las discusiones sobre mezcla social en el espacio,

las experiencias de los habitantes de Ciudad Verde nos muestran cómo es difícil que en contextos

socialmente heterogéneos en estrecha proximidad espacial surjan comunidades cohesivas–pues

muchos habitantes necesitan compartir algo más que la condición de vecinos para establecer

vínculos fuertes con los demás-; pero también nos muestran cómo los mismos habitantes le

apuntan a otras formas de conexión que no son ni las de la comunidad cohesiva ni la rígida

“coexistencia no intrusiva” que está implícita en el régimen de propiedad horizontal. Los

residentes valoran las interacciones funcionales, los vínculos “débiles”, la familiaridad pública y

la idea de que, aunque no sean íntimos amigos de sus vecinos, podrían contar con ellos en caso de

necesidad. Y con una combinación entre interacciones cara a cara y a través de redes sociales en

internet están generando formas de vecindad que les sirven a ellos mismos, que pueden cambiar

según las personas y las situaciones particulares, que no son definitivas y que no se pueden

clasificar fácilmente en categorías preexistentes.

Habitar como labor material y simbólica

Después de haber examinado cómo los residentes de Ciudad Verde experimentan, interpretan,

imaginan y se posicionan en un nuevo mundo social a través de sus relaciones con el entorno

material y social; entiendo que todos los procesos que incluí en mi pregunta de investigación –

acomodar y acomodarse, posicionarse, ejercer la vecindad- se pueden englobar en uno sólo:

habitar. ¿Cómo habitan entonces quienes viven en Ciudad Verde?


232

La experiencia de habitar en Ciudad Verde es el resultado de un proceso de sobreposición.

Los habitantes traen sus experiencias de las diversas trayectorias socioeconómicas y residenciales,

y, en el momento crucial de convertirse por primera vez en propietarios de vivienda en propiedad

horizontal en la ciudadela, estas experiencias se sobreponen a una nueva matriz. Esta matriz o

“cuadrícula” resulta de su nueva realidad material, del nuevo marco que regula sus relaciones con

los espacios y las viviendas, y de un conjunto de referentes, categorías o clasificaciones externas

sobre clase, espacio, sociabilidad urbana y ciudadanía -que provienen de la publicidad

inmobiliaria, el discurso de las políticas públicas y los procesos locales de formación de clase-. Y

de este proceso de sobreposición resultan elementos de la experiencia de los habitantes que

“encajan”, que son conmensurables con esta nueva cuadrícula, y otros que no.

Estos procesos de sobreposición, y las prácticas individuales y sociales que resultan de los

mismos, llevan a que los residentes experimenten simultáneamente una respuesta satisfactoria a

sus expectativas -vivir en una ciudadela planificada, ordenada, limpia, con la estabilidad y

certidumbre que trae la propiedad de la vivienda-; y ciertas limitaciones que vienen de su mismo

contexto estructural -de accesibilidad, de oportunidades para generar ingresos, más las “promesas

incumplidas” todavía por parte de las constructoras y del gobierno-. Para reconciliar las

contradicciones de su nueva situación, los residentes acuden a unos u otros elementos de sus

repertorios culturales, dependiendo de sus trayectorias, sus condiciones socioeconómicas y

materiales presentes y la medida en que tengan acceso a unos u otros repertorios. De manera

simplificada, estos referentes externos pueden agruparse en pares de oposición que operan como

un continuo en las experiencias cotidianas: la vivienda como refugio personal vs. la vivienda como

mercancía; el ascenso de clase a través del consumo de vivienda vs. otras formas de ascenso como

la educación o el trabajo; la coexistencia no intrusiva vs. la comunidad cohesiva en cuanto a formas


233

de ejercer la vecindad; la cultura ciudadana vs. el rebusque en cuanto a la legitimidad de ciertos

usos y comportamientos en el espacio público; la agencia como acción individual vs. la agencia

como acción colectiva en cuanto a ejercer la ciudadanía. Así, con estas oposiciones como telón de

fondo, los residentes dibujan la línea que divide lo estético de lo antiestético, el yo de los otros, lo

apropiado de lo inapropiado, lo legítimo de lo ilegítimo; hacen “encajar” algunos aspectos en la

cuadrícula mientras que otros los mantienen desbordando sus márgenes; y van enfrentando los

desafíos de gestionar su propia existencia, de resolver su vida individual y colectiva en el nuevo

contexto.

Pero este proceso de reconciliar las contradicciones de su nueva situación no es un proceso

pasivo. Para cumplir y mantener el “sueño de la vivienda propia”, los residentes tienen que hacer

mucho más que comprar su vivienda y seguir las reglas de propiedad horizontal: habitar implica

para ellos una labor permanente de “hacer frente al desorden de la vida” (Pardo, s/f, en prensa),

movilizando sus propios recursos, tanto materiales como simbólicos. Graeber (2015), basado en

teorías feministas y de raza, argumenta que quienes están en la parte inferior de cualquier arreglo

social desigual –por género, raza o clase-, tienen la mayor parte del trabajo interpretativo de tratar

de comprender las dinámicas sociales que los rodean –lo que incluye tener que imaginar las

perspectivas de los que están “arriba”-. Quienes están abajo en una escala social invierten mucho

más tiempo imaginando y empatizando con la perspectiva de quienes están arriba que al revés, y

"no sólo terminan haciendo la mayor parte del trabajo físico, real, requerido para mantener la

sociedad en funcionamiento, también hacen la mayor parte del trabajo interpretativo” (Graeber,

2015, traducción propia). En el caso particular de los habitantes de Ciudad Verde, vemos cómo

este trabajo interpretativo se intensifica por estar en un momento crucial de cambio en sus

trayectorias sociales y residenciales -o, siguiendo a Bourdieu (2000), simplemente se hace


234

explícito cuando hay cambios en el campo social-. Al estar los nuevos propietarios de vivienda en

principio subiendo un par de escalones en la escala social, la labor interpretativa de comprender

cómo funciona el mundo de quienes están arriba se vuelve crucial para gestionar su propia

existencia. Al mismo tiempo, la labor interpretativa “hacia abajo”, o hacia lo que era el propio

mundo social de la mayoría –o al menos de muchos de los vecinos- se comienza a reducir a

estereotipos que limitan las posibilidades de empatizar con el otro. Y ante barreras estructurales

que amenazan la materialización del ascenso social al que aspiran, tienen que doblar esfuerzos y

recursos, materiales y simbólicos, para alejarse de los estereotipos que ellos mismos movilizan.

Las personas con las que conversé en Ciudad Verde podían diferir en muchos aspectos,

pero tenían en común un objetivo último de todo este esfuerzo: vivir tranquilos 168. Ese “tranquilos”

se puede desglosar y analizar a la luz de las trayectorias residenciales y de clase. Es vivir tranquilos

con respecto a un pasado de inseguridad de la tenencia, de un mercado de arrendamiento que pudo

haber sido opresivo. Vivir tranquilos en un presente en el que los vecinos “no molesten”, en el que

haya orden dentro y fuera de la vivienda. Vivir tranquilos con una idea de estabilidad económica

hacia futuro dado que se hizo una buena inversión, de mayor seguridad de la tenencia, de mejores

oportunidades. Tranquilos significa que los resultados de sus esfuerzos correspondan a sus propias

representaciones de lo que es una “buena vida” (Pardo, s/f, en prensa). Pero este agregado de

esfuerzos individuales de los residentes para resolver su vida, este trabajo interpretativo, no

cuestiona las estructuras que generan y perpetúan las desigualdades, e incluso podría reforzarlas,

al legitimar los modos de vida de quienes están “arriba” como algo a lo que todo ciudadano debería

aspirar.

168 “Vivir tranquilos” como objetivo último de la vida en la ciudad aparece también entre residentes de barrios de
origen informal (Ward, 2012, p. 1499) y entre residentes de clase media en Chile (Ariztia, 2014), entre otros.
235

Implicaciones para la agencia y la ciudadanía

En un contexto en el que las posibilidades de ejercer una plena ciudadanía son tan limitadas como

el que examino, participar del proyecto de la clase media emergente a través de la compra de

vivienda en propiedad horizontal es una de las únicas vías que muchos ven posible. Cumplir el

sueño de la vivienda propia y saber convivir en propiedad horizontal se vuelven metas

relativamente nítidas en un panorama (laboral, educativo) que para muchos es borroso. ¿Qué

implicaciones tienen entonces en cuanto a posibilidades de agencia y ciudadanía estas formas

específicas de habitar como labor material y simbólica, en las que los residentes enfrentan las

carencias estructurales de su nueva situación movilizando sus propios recursos?

Como mencioné en la sección teórica de la portería, los proyectos de vivienda moderna

han sido analizados como intentos estatales de reformar identidades y construir formas específicas

de ciudadanía (Awenengo et al., 2013; Caldeira, 2000; I. P. Cuervo, 2013; Holston, 1989;

Rabinow, 1995). Bourdieu (2003) plantea que la vivienda multifamiliar periférica para las clases

medias emergentes es un vehículo de despolitización de las mismas, pues “tiende a convertirse

poco a poco en el punto de fijación de todas las inversiones” y hace que los proyectos y

aspiraciones se vuelquen hacia el ámbito doméstico, privado, quitando relevancia a las luchas

colectivas y políticas (Bourdieu, 2003a, p. 227). En Ciudad Verde puede verse algo de esta

despolitización en el sentido de que, aunque existan inconformidades con algunas “promesas

incumplidas” o todavía no cumplidas del proyecto como la falta de instalaciones de salud, cupos

insuficientes en los colegios y deficiencias de transporte; los residentes parecen estar volcados a

sacar adelante sus proyectos individuales –terminar sus viviendas, por ejemplo- y no se

comprometen tanto con las causas colectivas. Además, aunque los residentes de Ciudad Verde

aspiren a vivir en una ciudadela donde todo funcione bien, muchos no están de acuerdo en divulgar
236

los problemas e inconformidades con las fallas del proyecto pues consideran que es perjudicial

para la imagen y por ende para la valorización de la ciudadela. Esto hace que las protestas no

tengan mucho éxito y que como mostré en el piso 4, haya cierto apoyo en redes sociales pero muy

poco al salir a marchar. La explicación de muchos residentes a esto es que a quienes están

inconformes “nadie los obligó a comprar acá”.

Pero la idea de que los residentes son “libres” de elegir dónde vivir y por lo tanto de irse si

están inconformes es en realidad una libertad restringida, pues el costo de irse de su vivienda propia

es muy alto (monetaria y emocionalmente) y la libertad de decisión residencial, por la falta de

oferta de vivienda de bajo costo en localizaciones centrales, tampoco es una libertad tan real. En

Ciudad Verde los nuevos propietarios tienen mucho que perder si deciden resistir. El hecho de

tener vivienda propia materialmente los “amarra” a ciertas formas de ser ciudadanos. Para hacer

frente a las dificultades de su matriz sin apartarse de lo que debe ser un ciudadano de clase media,

el único recurso que le queda a la gente son tácticas (De Certeau, 1988) que apuntan a la esfera

individual y que no pretenden explícitamente a cambiar aspectos estructurales. Como plantea

Zeiderman, "la ciudadanía es una técnica con la que algunos gobiernan la conducta de otros y por

la que se espera que otros se gobiernen a sí mismos (...) Ser ciudadano [en Bogotá] significa pagar

impuestos de propiedad anualmente, pagar mensualmente las facturas de agua y electricidad, y

mantenerse fuera de la economía informal" (Zeiderman, 2016, p. 116). La ciudadanía en Ciudad

Verde se construye en oposición a "lo informal" (urbanización, economía, mercado de trabajo),

pero también está influenciada por ciertos de sus elementos.

Sin embargo, la experiencia individual y colectiva de los residentes de Ciudad Verde que

presenté no encaja del todo con las interpretaciones de los proyectos de vivienda en la línea de la

gubernamentalidad neoliberal. Las prácticas cotidianas de la gente muestran también algo más.
237

Simone (2016), en un contexto espacialmente similar en Yakarta, concluye que los residentes

actúan, se representan y se posicionan de distintas maneras, no tanto para anclarse a sí mismos en

posiciones y reputaciones específicas, sino que usan el carácter naciente del complejo residencial

como una plataforma para generar oportunidades. En las formas de ciudadanía que están

generando los residentes de Ciudad Verde se hace evidente que también hay una búsqueda de

oportunidades, y que estas no están completamente restringidas por los límites del modelo de

ciudadano ideal, aunque sí están constreñidas por las limitaciones prácticas que todavía tiene vivir

en esta ciudadela –problemas de gobernabilidad metropolitana, segregación socioespacial y

problemas de accesibilidad, desempleo, limitaciones en el diseño de la ciudadela-. Como propone

Zeiderman, en lugar de calificar a aquellos que no se movilizan por su "pasividad" o interpretarlos

como resultado de la despolitización, valdría la pena "comprender lo que los que son considerados

pasivos están, de hecho, haciendo” (Zeiderman, 2016, p. 172). Y lo que la gente común está

haciendo, en este caso, es una labor permanente en la que movilizan sus propios recursos

materiales y simbólicos, incurriendo en altos costos y esfuerzos, para enfrentar las limitaciones,

resolver las contradicciones y llenar los vacíos de su nueva situación residencial.

En Ciudad Verde muchos residentes acogen la noción de “cultura de propiedad horizontal”

pues hace parte de un anhelo de orden, del “deseo de cuadrícula” (Jansen, 2014a), de ser incluidos

en la ciudad formal y ejercer la plena ciudadanía, y al acoger esta noción, con todas sus

restricciones, “desciudadanizan” o alejan simbólicamente a todo aquello que no se alinea con el

modelo de ciudadanía hegemónico (Thomasz & Girola, 2016). No obstante, en la práctica sus

comportamientos no siempre se restringen al limitado rango de “opciones razonables” del tipo

ideal de “ciudadano normal” que imponen las políticas (Wedel, Shore, Feldman, & Lathrop, 2005).

Ante dificultades estructurales que se salen del alcance de esta forma de regulación de la vida
238

cotidiana, emergen prácticas y discursos como el del “rebusque”, por ejemplo en el caso de tolerar

los negocios dentro de las viviendas, o del apoyo de algunos a las ventas ambulantes.

Herzfeld señala que los repertorios sociales cotidianos incorporan formas tanto normativas

como subversivas (Herzfeld, 2005). En la misma línea, Holston y Appadurai (1996) argumentan

que en el espacio urbano los ciudadanos producen nuevas nociones de membresía y solidaridad,

en algunos casos expansivas y en otros restrictivas. En esta ciudadela, ambos fenómenos suceden

simultáneamente. En algunas instancias, las formas restrictivas aumentan para los residentes las

posibilidades percibidas de concebirse a sí mismos y ser concebidos como plenos ciudadanos,

porque les sirven en su proyecto personal de “vivir tranquilos” y de ascender socialmente. En otras,

las limitaciones estructurales generan la necesidad de producir formas expansivas de agencia para

hacerles frente. Así, los residentes combinan en su experiencia cotidiana valores y

representaciones a veces contradictorios en los que, como plantea Anderson (2002), un mismo

individuo puede moverse de un código de comportamiento público a otro de acuerdo con las

circunstancias específicas (citado en R. Salcedo & Rasse, 2012). Aunque estas formas de salirse

de la “cuadrícula” no desafían la hegemonía de lo que se considera el comportamiento apropiado

de un ciudadano, por lo menos ponen de relieve los límites de la vivienda en propiedad horizontal

como ascenso social y como forma de ejercer la ciudadanía para algunos. Las personas lidian con

el tipo ideal de ciudadano que tanto las políticas y la publicidad inmobiliaria como el discurso de

la gente del común ayuda a formar; tratando de “dar la talla”, internalizando, manipulando o

subvirtiendo estos tipos ideales como parte de su propia identidad (Wedel et al., 2005), para

convertirse en “ciudadanos merecedores” (Kopper, 2015). Al involucrarse cotidianamente con una

actualización particular del régimen de propiedad horizontal, los residentes de Ciudad Verde están

simultáneamente aceptando, reforzando y haciendo visibles los límites de esta ciudadanía


239

disciplinada o normalizada (Rose, 2004). Y las debilidades que podamos ver en estas formas de

agencia y ciudadanía son, más que particulares a los residentes de Ciudad Verde, debilidades del

sistema en el que están inmersos, en el que estamos inmersos. Como argumenta Roy, “hay mucho

que aprender sobre el poder y la autoridad al estudiar cómo sujetos y espacios pasan a estar ‘dentro’

del proyecto de ciudadanía” (Roy, 2009, p. 161, traducción propia).

“Como en todas partes”

Una y otra vez durante el trabajo de campo, cuando los residentes al contarme sus experiencias

veían que yo me interesaba por algún problema en particular –algún conflicto, alguna falla- y les

hacía más preguntas al respecto, se detenían en sus relatos y me hacían notar que sus problemas

no eran tan raros, que “esto pasa en todas partes”. Con esta aclaración, los residentes intentaban

contestar a los prejuicios sobre cómo vive la gente según su estrato y según donde viva. En todas

partes hay trancones, en todos los edificios hay vecinos ruidosos, en todos los parques hay

excrementos de perro, en todas las calles hay vendedores ambulantes, en todo Bogotá atracan, en

todos los estratos la gente se endeuda para comprar la vivienda.

En el piso 3 incluí estas expresiones como una de las maneras en que los residentes tienden

puentes con los espacios y personas de clase media en el resto de la ciudad –y se diferencian de

sus vecinos inmediatos en Soacha-. Pero este “como en todas partes” alude también a un llamado

a reflexionar sobre cómo desde una postura académica, de clase media, estamos interpretando a

los residentes urbanos de diferentes condiciones socioeconómicas. En primer lugar, es necesario

cuidarse de interpretar la experiencia de otros imponiendo el lente de clase del investigador –en

un etnocentrismo de clase o “clasocentrismo” que evalúe la experiencia de una clase social con las

categorías de otra (Allen, 2008; Skeggs, 2011)-. Sería miope concluir que realmente vivir en un

macroproyecto de vivienda social en las afueras de la capital es lo mismo que vivir en proyectos
240

de vivienda de estratos más altos, y que los residentes de unos y otros ven el mundo de la misma

manera. No “en todas partes” la única estrategia para poder ejercer la plena ciudadanía es

sacrificando localización y espacio residencial para poder acceder a un crédito de vivienda (pues

para personas con mayor nivel educativo o más recursos familiares y personales vivir en arriendo,

en espacios compartidos o en la vivienda familiar puede ser otra estrategia viable). No en todas

partes la gente está en manos de lo que suceda en una sola línea de transporte público hacia la

ciudad, poniendo diariamente en juego sus ingresos o su empleo por el hecho de vivir en Soacha.

No en todas partes los jóvenes son automáticamente clasificados como “ñeros”, sin el beneficio

de la duda. No en todas partes colgar la ropa en las ventanas genera repudio de los vecinos e incluso

multas. Aunque movilizar el “como en todas partes” le puede servir a los residentes en su

aspiración de superar la “subordinación categórica” (Ferguson 2006, en Jansen, 2014b) a la que

pueden estar sujetos por ser residentes de vivienda social o por vivir en Soacha, no hay que asumir

que estamos hablando realmente de lo mismo.

En segundo lugar, también hay que ser conscientes de que, por la buena intención de estar

del lado del “oprimido”, la academia muchas veces termina asumiendo que el lente con el que los

interlocutores interpretan su experiencia es completamente distinto e incluso incompatible con las

visiones dominantes. Frecuentemente, y sobre todo al hablar sobre la pobreza en las ciudades, la

academia ha tenido una mirada romántica que puede terminar siendo opresiva: le gusta el espacio

público vivo, “vibrante”, los barrios con actividad afuera, las casas con tienda. Pero no reconoce

que a veces los habitantes que están “saliendo de la pobreza” pueden también querer espacios

públicos asépticos, vecinos cordiales pero no tan íntimos, barrios que parecen más “no lugares”

que lugares antropológicos, como los de la ciudad de clase media. Aunque las teorías sobre la

ciudad nos indiquen que esto no es conveniente, y aunque esto limite objetivamente muchas
241

posibilidades de lazos económicos y sociales en estos contextos, el hecho de que lo condenemos

en barrios de medios y bajos ingresos, pero lo aceptemos en donde viven las clases medias y altas

como algo dado, debería ponernos a pensar. Si hay alienación, la hay en todas las partes del

sistema. Así, para transformar realidades espaciales y sociales, en este contexto en el que el

ascenso de clase a través del consumo es una de las pocas vías para ejercer la plena ciudadanía,

tendríamos que transformar las maneras en las que todos nos relacionamos con los espacios, con

los vecinos –los “otros” iguales y los diferentes- y con las instituciones.

Ñapa

Figura 21. Caricatura tomada de Watterson (1995)

Esta tira cómica de Calvin y Hobbes expresa precisamente lo que sentí durante el proceso de mi

investigación, desde el análisis de datos hasta la escritura. Reducir la experiencia de una gran
242

cantidad de personas, con trayectorias y expectativas diversas entre sí a un texto escrito, y más

aún, “sellar” esas experiencias con una interpretación, atarlas a unos autores y cristalizarlas en un

argumento fue fuente inagotable de ansiedad y de parálisis. Afortunadamente tuve momentos,

como Calvin en su cuarto, en los que el mundo volvió a tener un orden reconocible. Sin embargo,

ese orden viene a expensas de descartar otros posibles lentes para interpretar la realidad. Espero

haber construido una mirada que corresponda con las prioridades de los habitantes de Ciudad

Verde, que sea precisa pero que a la vez esté abierta al diálogo y a nuevas posibilidades de

interpretación, y que no me devuelva directamente al punto de partida como Calvin.

Quise presentar un estudio sobre una forma particular de experiencia humana - cómo

resuelven su vida las personas en un contexto particular-; sobre cómo ésta se puede interpretar,

apoyada en lo que otros han visto sobre otros humanos en otros contextos, y sobre qué nos dice

esta experiencia circunscrita en un tiempo, en un espacio y en una mirada específica, sobre las

formas fundamentales de ser en el mundo. Para esto intenté escribir un texto con las características

del urbanismo moderno: compartimentalizado, en el que cada tema estuviera ubicado en su

sección. Como Ciudad Verde. Pero, como la vida social en Ciudad Verde, y “en cualquier parte”,

los hallazgos se empezaron a salir de los compartimentos, a ocupar las zonas comunes, a asomarse

-como la ropa colgada- por las ventanas.

Durante todo el proceso de investigación, al intentar hacer sentido de lo que observaba y

de lo que los residentes me contaban, estuve permanentemente oscilando entre una visión crítica

en la que en las prácticas cotidianas veía actualizaciones de las desigualdades e inequidades del

sistema, de la imposición de órdenes espaciales y sociales; y una visión más optimista en la que

interpretaba esas mismas prácticas como muestra de ciertas posibilidades de ser en el mundo. Me

movía, en términos de Ortner, entre la “antropología oscura” y las “antropologías del bien” (Ortner,
243

2016). La misma Ortner me hizo entender que es posible no asumir una línea divisoria entre cómo

opera el poder en la vida cotidiana y cómo los humanos inventan nuevas posibilidades para la vida;

y que hacer que ambas perspectivas entren en diálogo va a ser siempre positivo para no ignorar

ciertas partes de la realidad en aras de la coherencia del ejercicio académico.

Una función fundamental de la antropología, que a veces queda olvidada, es apuntar a

grandes cuestionamientos acerca de la situación humana que sean relevantes en cierto momento

de la historia (Graeber & Houtman, 2012). Aunque lo que mostré en este edificio imaginario fueron

únicamente experiencias puntuales de relaciones sociales específicas a un tiempo, un espacio y

unas personas concretas; creo que el siguiente paso es tratar de entender, apelando a esas grandes

preguntas, qué significa y qué implica vivir juntos hoy en las ciudades de América Latina. Para

esto, tomo nota de un norte ambicioso que propone Simone:

El desafío es producir un relato de la vida urbana contemporánea que demuestre los intrincados

vínculos entre cómo se alojan los residentes, cómo se usa la tierra, cómo se crean el trabajo y los

ingresos, dónde pueden circular y congregarse las personas, cómo los residentes pueden acceder

al conocimiento crítico y utilizar la ciudad como un recurso para el conocimiento, y cómo los

residentes pueden registrar efectivamente sus ideas, necesidades y aspiraciones y participar en los

procesos críticos que determinan sus medios de vida y sus derechos. (Simone, 2015, pp. 22–23,

traducción propia)
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274

Anexos

Anexo 1. Mapa síntesis trabajo de campo


275

Anexo 2. Mapas viviendas anteriores residentes Ciudad Verde


276
277

Anexo 3. Mapa síntesis codificación espacial entrevistas


278

Anexo 4. Mapas vivienda de los sueños


279
280

Anexo 5. Fotografías interiores de las viviendas

En obra gris
281

Terminadas

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