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PLANTEO DEL PROBLEMA:

Para analizar el caso, es importante entender el contexto y saber que el neoliberalismo triunfa
después de que occidente gana la guerra fría, por lo tanto la economía que triunfa es la economía
liberal. Este proceso globalizador de la economía liberal se produce a través de las políticas de los
dos países más influyentes del mundo, por un lado con Margaret Thatcher en Gran Bretaña y por
otro con Ronald Reagan en Estados Unidos. ¿Cómo llegan estas políticas a América? De la mano
del gobierno de Carlos Menem las políticas que plantea el neoliberalismo se terminan de
consolidar tras varios intentos del gobierno anterior y de la dictadura. Las políticas básicas para
llevar adelante los planes que en breve explicaremos tienen dos pilares, Estado mínimo y mercado
desregularizado. A partir de la aplicación de los puntos del Consenso de Washington, el Estado
además pide seguridad en los derechos de propiedad, lo que va a llevar al caos total porque por un
lado piden libertad para el capital y por otro lado el Estado no puede intervenir en la economía. De
esta forma el resultado es la desnacionalización y extranjerización de la economía en manos del
FMI, el Banco Mundial y las Calificadoras de riesgo. Punto clave en estas medidas fueron las
privatizaciones de empresas estatales de bienes y servicios. Nuestro caso elegido será la
privatización de la siderúrgica ex – SOMISA en el año 1992. Una evaluación de impacto debe partir
del reconocimiento del espacio económico y social donde el mismo tiene lugar. En el caso de
SOMISA, el área de influencia de su presencia histórica excede los límites de San Nicolás, aunque
la importancia relativa de las alternativas afrontadas por la planta industrial, y en particular su
redimensionamiento y ulterior privatización, incidieron sobre dicho ámbito urbano. Al momento
de iniciarse el proceso de reducción de personal, en 1991, se estimaba que un 10% del personal
empleado vivía habitualmente en Villa Constitución, mientras también trabajaban en la empresa
productora de acero residentes de otras ciudades cercanas, como Rosario y Pergamino. Sin
embargo, el grueso de los empleados del establecimiento sidero-metalúrgico residía o reside en
San Nicolás y Ramallo. Nuestra atención se focalizará preferentemente en la primera de las dos
ciudades, dada la envergadura y dimensión de la misma, la circunstancia de que el comercio y la
actividad de servicios se desarrolló fundamentalmente en San Nicolás, teniendo en cuenta el lugar
de residencia de quienes trabajaban en la empresa, y que las estructuras organizativas del campo
productivo y social están asentadas en el citado núcleo urbano.

Es desde este punto de partida que cabe comenzar la evaluación del impacto del
redimensionamiento y privatización de la empresa siderúrgica.

2. Argentina. Los gobiernos de Alfonsín y Menem.

En medio de una crisis económica y social resultado de la dictadura de los años 70, sumado al
contexto mundial mencionado anteriormente donde los organismos económicos están cambiando
de la mano de reformas económicas neoliberales impulsadas por Margaret Tatcher en Gran
Bretaña y Ronald Regan en Estados Unidos, analizaremos como estas políticas de disminución del
gasto estatal, privatización de empresas públicas, fin del proteccionismo industrial y liberación de
la economía, se expanden por América Latina y específicamente en Argentina dejando el país en
manos del FMI, Banco Mundial y las calificadoras de riesgo, hundido en el hambre y la
desesperación de los más pobres.

Alfonsín.
El 30 de octubre de 1983 Raúl Alfonsín gana las elecciones limpias y sin restricciones luego de la
dictadura de 1976. Presentó a la UCR como el “partido de la democracia”. Sus tres pilares
fundamentales fueron: investigar y juzgar los crimines del terrorismo de estado, democratizar las
instituciones y en particular los sindicatos y reactivar la economía para recuperar los niveles de
empleo y salario. En esta ocasión haremos un análisis enfocado a las políticas economías, que dan
inicio a las políticas que el gobierno de Carlos Menem terminó de consolidar.

La promesa de campaña de Alfonsín “combatir la inflación y al mismo tiempo hacer crecer el


salario real, y al mismo tiempo hacer crecer la economía” pareció que se concretaba para la
primera mitad de 1984. Pero la opinión pública en general creía, que los salarios de 1983
empezaban a ser insostenibles en medio de la crisis económica y fiscal. Esto se comprobó a
mediados de 1984 cuando el alza de los precios le ganó al valor del salario real. Grinspun entonces
comenzó un acuerdo con el FMI, sin embargo la inflación no se detuvo y en el 85 dejó su cargo.

Reactivar la industria local no era fácil, ante todo porque no solo ocultaban la caída circunstancial
de la demanda. Las empresas carecían de capital, habían perdido sus proveedores y sus clientes.
En consecuencia, las protecciones comerciales, los créditos baratos y los aumentos salariales,
hacían subir todos los precios y convencía a los eventuales inversores de que el dólar seguiría
subiendo, por lo que siguieron fugando capitales (el total de fondos en el exterior igualaba al total
de la deuda externa). A raíz de esta situación y la falta de respuesta de Europa, comenzaron las
relaciones con Estados Unidos, Ronald Reagan. La deuda seguía incrementándose, pero se ganaba
tiempo para buscar otra solución.

La crisis se prolongaba mucho más de lo habitual. El resultado fue el incremento de los reclamos
contra la inflación que habían acompañado el inicio del Proceso. El problema radicaba en lo que
Martínez de hoz había logrado hacer, con lo que se dio nuevo impulso a los planteos antiestatistas:
era necesario modernizar los servicios públicos y la actividad productiva en general para crecer y
generar empleo genuino, y eso solo se podía lograr reduciendo el “gasto publico improductivo”.

El punto principal del nuevo ministro de economía, Juan Sourrouille era controlar la inflación. En
1985 puso en marcha un programa articulado, basado en el congelamiento simultáneo de todos
los precios de la economía. La instauración de una nueva moneda nacional, el Austral, y la
desindexación de todos los contratos para detener la inercia inflacionaria. El programa obtuvo el
apoyo de Washington y el perdón en el atrasado pago de la deuda al FMI.

A la impaciencia o las trabas impuestas por sectores sociales internos y sus aliados (la CGT, parte
del Senado y las FFAA) se sumó la nueva estrategia a escala del capitalismo mundial y los nuevos
organismos de financiamiento multilateral. A principios de 1983, tras la traumática moratoria de la
deuda externa mexicana y la impresionante suba de las tasas de interés, se impone a los países
dependientes y deudores el modelo del Ajuste Estructural. El marco conceptual de este proceso
descasa en el enfoque neoconservador o neoliberal de la estrategia de crecimiento que afirma y
acentúa el perfil del proyecto que a fines de la década de 1970 y a principios de 1980 se fue
experimentando en los países del Cono Sur de América Latina.

La estrategia del Ajuste Estructural cumple dos objetivos concurrentes: por una parte, el ya
comentado compromiso del puntual pago de la Deuda Externa. Por la otra, impulsa a insertar
exitosamente a las economías de los países dependientes en el nuevo escenario económico
internacional. El objetivo es establecer las bases para el restablecimiento del capital. El principal
argumento para viabilizar el proceso de transformación estructural es la exagerada injerencia y el
elevado costo que implican seguir manteniendo el Estado de Bienestar. Dicha estructura de Estado
aparece contradictoria con el proceso de reconstrucción de las bases funcionales del capitalismo,
por la interferencia que supone para el pleno funcionamiento del mercado y por la carga
impositiva que implica soportar su nivel de operaciones. Es Estado entonces, debe reducirse en
tamaño y aumentar en eficiencia para ser menos gravoso a la actividad privada, cualquiera sea el
costo social que ello suponga, y su intervención reguladora debe ser drásticamente suprimida a fin
de que el libre juego de las fuerzas del mercado garantice el desarrollo en plenitud de las fuerzas
reprimidas de la iniciativa empresarial.

En el caso de las economías fuertemente endeudadas, al requisito de equilibrio fiscal se le agrega


la exigencia de un excedente presupuestario anual equivalente al pago del capital y los intereses
de la Deuda.

Se sucedieron así, desde 1983 a 1987, acciones políticas con escasos resultado. El intento inicial
fue el de acordar con los acreedores un plan de pagos que no dificultara la acumulación interna y
difiriera, para plazos dilatados, los compromisos preexistentes. El argumento fue la necesidad de
que el conjunto de países acreedores diera la naciente democracia argentina el margen de espera
para recomponer el esquema institucional de la Constitución.

Sin embargo, el modelo de Ajuste Estructural, con sus distintos componentes, tuvo serias
dificultades para ser implementado en toda su dimensión, en especial en el aspecto de las
privatizaciones y de la apertura externa. Las resistencias políticas, económicas y sociales fueron
muy fuertes y produjeron conflictos e inestabilidad adicional. La oposición parlamentaria, que se
convirtió en mayoría después de 1987, impidió que se implementaran los primeros avances
concretos de la reestructuración económica a nivel estatal.

El “golpe de mercado” final, dice Rotman, que derrumbó todas las ilusiones del gobierno en
encontrar una senda de negociación con el FMI y os bancos acreedores, fue el derrumbe del Plan
Primavera, ideado en agosto de 1988. Este acuerdo intersectorial e internacional apuntaba a
reducir la inflación y llegar a puntos de conciencia con los acreedores externos, a quienes se les
había suspendido los pagos por intereses a principios de año.

La ilusión de que “con la democracia se come, se educa y se cura”, sobre la que se edificó el nuevo
retorno en plena vigencia de la Constitución, mostro el perfil del proyecto liderado por el
presidente Alfonsín. Pero con la vigencia de las instituciones republicanas, no alcanzaba para
desarmar la trampa económica heredada del Gobierno Militar y responder a los reclamos
populares. Así, las estructuras corporativas, en especial los sectores económicos concentrados
asociados al capital financiero internacional, se convirtieron en mentores del acuerdo del gobierno
con el FMI, para regularizar el problema de la impagable deuda externa, ahora bajo
responsabilidades del Estado argentino, tras su estatización en 1982 mediante una maniobra del
Banco Central.

Carlos Saúl Menem.

El caos económico desatado a comienzos de 1989, coronado de sucesivos picos hiperinflacionarios


a lo largo de ese año y el siguiente, destruyó la moneda como medio de intercambio y de
regulación de la economía. Con ello, las transformaciones sociales y económicas iniciadas en 1981
terminaron de cuajar desbordando las frágiles barreras que la política venia oponiéndoles desde
1983. Lo hicieron a través de un largo ciclo de “shocks” (aclara Novaro) que agudizó la
incertidumbre y el empobrecimiento antes de que fuera posible estabilizar un nuevo orden.

El Neoliberalismo se empezó a sentir con la idea instalada de que la sociedad era desigual por
naturaleza y que ello obedecía a la “la fuerza de las cosas”, una perspectiva que Menem abonaría
al afirmar que “pobres hubo siempre”. El empobrecimiento simbólico y político significo la ruptura
de lazos de pertenencia a instituciones y organizaciones (sindicatos, obras sociales, sistema
previsional, escuela, salud, etc.), el deterioro de los bienes y servicios a los que se accedía cuando
esa pertenencia no se había perdido del todo, y el debilitamiento de la capacidad de defender
estos u otros derechos.

El periodo que se inicia anticipadamente a principios de julio 1989 adopta un criterio pragmático y
plenamente aceptador de las reglas del juego que el proceso de globalización económica crecente
y los compromisos del endeudamiento externo imponen. En el corto plazo, este proceso de
acomodamiento produce desajustes y reestructuraciones que traban la implementación de una
política económica y social acorde con los objetivos del poder. Tras una efímera alianza con el
grupo Bunge y Born, se opta por llevar adelante una etapa de transición. Los argumentos serían,
primero que es preciso sanear la situación financiera estatal por la elevada deuda publica
expresada en Bonos del Tesoro. Segundo, la política económica a largo plazo tiene que transitar
derroteros totalmente satisfactorios para los intereses de los acreedores externos y los de los
países que respaldan tales intereses. Siguiendo con los principios del Consenso de Washington, en
especial aquellas que se vinculan con la apertura externa y las privatizaciones. De ahí la expresión
de mantener “relaciones carnales” con Estados Unidos. Y a la vez poner en marcha un proceso de
privatización de empresas estatales de producción de bienes y servicios.

El plan de Convertibilidad en marzo de 1991 apuntó a restablecer la confianza de los centros


financieros internaciones. Permitió asegurar la afluencia de recesos monetarios de origen externo
que posibilitasen pagar en fecha y en los niveles comprometidos, la deuda asumida con los
acreedores internacionales. Todo para asegurar la estabilidad de precios y vencer la hiperinflación.

La política económica, a partir de la Convertibilidad apuntó a obtener suficiente superávit discal


como para que su monto fuese equivalente a los compromisos derivados del endeudamiento
externo.

Entre otras medidas neoliberales, el 17 de agosto de 1989 se sancionó la ley 23.696, conocida
como Ley de Reforma del Estado, que permitió la privatización de un gran número de empresas
estatales y la fusión y disolución de diversos entes públicos, como YPF, ferrocarriles, Aerolíneas
Argentinas y las empresas de agua, luz y gas.

"Nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado” fue el fallido del entonces
ministro de Obras y Servicios Públicos, Roberto Dromi, al anunciar el primer mandamiento del
decálogo menemista de aquella reforma. Esta frase define el paradigma de la década de los ’90, en
la que todo lo privado era superior a lo público y la voz de los empresarios se volvió más
autorizada que nunca. El resultado fue la enajenación del patrimonio nacional construido con el
esfuerzo de décadas por millones de argentinos.
Tal fue la preeminencia del empresariado en esos años que en 2010 las políticas neoliberales que
encarnó el presidente Carlos Menem entre 1989 y 1999 aún cosechaban la aprobación de la
mayoría de los hombres de negocios.

El proceso de privatizaciones resultó ser el mejor mecanismo para congraciarse con el selecto
conjunto de grupos económicos. La apertura externa también resulto un mecanismo de rápida
adaptación a los principios del Ajuste Estructural.

“Mayor competitividad en el sector privado y mayor eficiencia en el sector público” fueron


palabras clave del lenguaje de aquella década, cuando resultaba muy difícil diferenciar el léxico del
empresariado del utilizado por políticos y funcionarios.

A partir de fines de 1994, cuando se interrumpe el flujo de ingresos especulativos, dada el alza de
las tasas de interés en Estados Unidos, y la influencia del desmadre económico en México, un
nuevo factor agravante se plantea. La extrema similitud del modelo económico argentino con el
mexicano, ambos extremadamente dependientes de ingresos de fondos del exterior, implica que,
ante la crisis en la economía del país del Norte, se produzcan, en nuestro país, emigraciones de
capitales hacia el exterior y corrida bancaria, con la consiguiente reducción drástica del nivel de los
depósitos. Ello provoca un desmedido incremento de la tasa interés interna, el cese del crédito
tanto al consumo como a la producción y la caída de numerosos bancos.

Entonces como resultado a este primer momento tenemos en primer lugar, exclusión social,
desocupación estructural, polarización social, desaparición de una ancha franja de PYMES y crisis
recurrentes en las economías regionales. En segundo lugar, endeudamiento externo. Y en tercer
lugar queda explicito el modelo vigente afecta de modo diferenciado a los actores sociales,
privilegiando a un grupo de grandes aglomerados empresariales, que lograron tomar parte activa
en el proceso de privatizaciones.

Entendemos que se abandonó un modelo económico semicerrado y orientado con preferencia al


mercado interno, que proveyó a la mayoría de la población de un nivel de calidad de vida nunca
antes o después igualado, por otro, aún en plena implementación, que mira al mundo globalizado
como una sola entidad y se estructura en función de las demandas externas, a un muy elevado
costo social. Esto se decide por prevalecer a la tendencia mundial del modelo de acumulación
“fordista” de posguerra. Y por enrolarse en la corriente mayoritaria de adaptación a la
globalización económica y a la apertura de fronteras propias del modelo neoliberal prevaleciente.

La estrategia de traspaso de empresas estatales al capital privado, que se constituyó para el Plan
de Convertibilidad en uno de los principales arbitrios utilizados para allegar fondos al Tesoro
Nacional a fin de afrontar el endeudamiento externo, tuvo resultados fuertemente negativos
desde el punto de vista de estabilidad en los mercados de trabajo. Así, se puede citar la venta de la
acería de San Nicolás, anteriormente propiedad de la empresa SOMISA, de capital mayormente
estatal. La correspondiente privatización generó, por la ausencia de todo tipo de medidas de
apoyo a los trabajadores forzados a abandonar su empleo en la planta industrial, una grave
situación laboral en la respectiva área de influencia. En estos casos, y en los que la cesantía o el
“retiro voluntario” estuvieron presentes en procesos de privatización de empresas públicas o de
achicamiento de las plantas administrativas del Estado nacional, la acción oficial fue notoriamente
deficitaria para reinsertar a quienes quedaron fuera del mercado de trabajo en otras actividades
estables y adecuadamente remuneradas. Esta imprevisión generó graves problemas en numerosas
áreas urbanas siendo, en este sentido, paradigmática la situación de San Nicolás, dada la fuerte
influencia que poseía la empresa SOMISA en la dinámica económica y laboral local.

Cabe señalar que, con todo, el antecedente del Tequila ayudó de momento a la Argentina, que no
fue en lo inmediato la nación más afectada. El FMI, ahora comprometido política y
financieramente con el sostén del “uno a uno”, lo promovió como “su mayor éxito” en medio de
un tendal de fracasos. Ello explica que Menem recibiera un trato preferencial en sus últimas visitas
a Washington, que se festeja su anuncio de que la Argentina abandonaría el Mercosur para
ingresar al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que venía promocionando el presidente
Bill Clinton, y que no se objetara abiertamente su plan para dolarizar por completo la economía
nacional en caso de que las soluciones no prosperaran. Lo más importante fue que el país pudo
seguir emitiendo bonos, pese a que su deuda total, contando la empresarial, superaba ya los
150.000 millones de dólares, y al incumplimiento de sus promesas de equilibrar las cuentas.

Como fuera, hacia fines de 1998 se desató la recesión: durante 1999 el PBI cayó el 3,4% y se
fugaron alrededor de 15.000 millones de dólares. Cuando Menem dejó el poder, el país ya pagaba
tasas de más del 15%.

3. ANÁLISIS DE CASO: PRIVATIZACIÓN EN 1992: SOMISA.

En el marco de referencia global analizado anteriormente, el acentuado retraso tecnológico que


acusaba la industria siderúrgica nacional y, en particular, las inconsistencias relativas que (durante
los 90, pero sobre todo durante la segunda mitad de los años 80) SOMISA fue evidenciando, tanto
en términos de sus modalidades no planificadas de desarrollo y expansión, como de sus poco
eficaces métodos de organización y manejo gerencial, pronto derivaron en severas dificultades
para asegurar una eficiente dinámica de funcionamiento técnico y financiero de la empresa.

Dicho proceso se dio en coincidencia con el quiebre del modelo de sustitución de importaciones y
una brusca desaceleración del consumo local de acero. La producción siderúrgica, que en 1980
alcanzaba para cubrir las dos terceras partes de la demanda nacional, en 1990 más que duplicó los
requerimientos del mercado interno. Las causas de esta retracción de la demanda local hay que
buscarlas en los siguientes factores: por un lado su magnitud, la crisis económica afecta a distintos
sectores que históricamente concentraban la mayor demanda de acero: construcción pública y
privada, industria automotriz, electrodomésticos, y otros sectores de la industria metalmecánica
productores de bienes de consumo. Por otro lado, a la vez, tiene lugar la sustitución parcial del
acero por otros productos, se asiste a la adopción de nuevas tecnologías o técnicas ahorradoras de
ese insumo, inclusive en la industria metal-mecánica.

En términos de la configuración estructural de la industria siderúrgica, ya entre fines de los 70 y


principio de los 80, había asistido a un marcado proceso de concentración y reestructuración del
sector privado, acompañado de tendencias de fusión, absorción y racionalización, que revistieron
fuerte impacto sobre el mercado de trabajo y la ocupación de mano de obra. Desde entonces, el
sector público fue perdiendo relevancia como núcleo dinamizador de la evolución de la siderurgia
nacional; las empresas estatales perdieron parte del mercado interno, como consecuencia de la
integración de Siderca y Acíndar (capital privado), debiendo competir con estas últimas por parte
del mercado externo.

El “Plan de redimensionamiento/reestructuración de SOMISA” (formulado por la consultora


Braxton, dando cuenta de los costos del ajuste estructural) primó la improvisada realidad de la
instrumentación de la política pública en el orden nacional.

La opinión de los dirigentes sindicales consultados, lideres representativos de las diversas


organizaciones gremiales interactuantes desde sus respectivas seccionales de Ramallo-San Nicolás
(la Unión Obrera Metalúrgica UOM; la Asociación de Supervisores de la Industria Metalúrgica de la
República Argentina ASIMRA; la Asociación del Personal Superior de Siderurgia Argentina APSSA y
la Confederación General del Trabajo CGT Regional) es prácticamente unánime: “No se creó una
red de protección social, que permitiera contener, amortiguar o compensar mínimamente los
efectos sociales negativos del proceso de racionalización masiva de personal de la planta
siderúrgica local”.

Reducción de personal. “Retiro voluntario”.

La racionalización de mano de obra de la planta siderúrgica de la ex – empresa SOMISA se


concretó en cuestión de pocos meses. La traumática reducción de personal alcanzó a más del 50%
de los trabajadores de la empresa. (Considerando trabajadores eventuales, 14.000 personas).
Operó en virtud de la implementación de sucesivos planes o regímenes de “retiro voluntario”,
dispuestos por la conducción empresarial. Algunos de los efectos de esta situación en el mercado
de trabajo local fueron los siguientes: alrededor de 1000 trabajadores, principalmente los de
edades más avanzadas y en condiciones de acogerse a regímenes de jubilación anticipadas, habida
cuenta de su desempeño en tareas específicas que así lo autorizaban, habrían optado por esa vía
de separación del mercado laboral. Por otro lado, unos 1700 trabajadores habrían conseguido re
emplearse, si bien condiciones menos ventajosas en términos de retribución, de cobertura scial y
estabilidad. Parte de quienes quedaron sin trabajo en SOMISA habrían ingresado (se habla de 800
puestos) a empresas subcontratistas, varias de ellas proveedoras de insumos y/o servicios a la
planta siderúrgica privatizada, de la que es titular Aceros Paraná. Alrededor de 800 retirados
habrían optado por alguna fórmula de autoempleo por la vía del cuentapropismo y el ensayo de
micro emprendimientos en diferentes rubros de actividad, principalmente de carácter comercial.
Finalmente, las mismas apreciaciones locales presuponen la existencia de unos 3000 ex
trabajadores de SOMISA que habrían quedado al presente en condiciones de desocupación y
subocupación, luego de numerosas y diversas tentativas de reubicación en el mercado de trabajo
local y, en algunos casos, aun extrarregional.

El destino de los fondos percibidos por retiro voluntario ingresó al circuito de consumo e inversión
a partir de dos enfoques dispares. L primero consistió en realizar gastos de consumo en bienes
durables o inversiones en vivienda propia, o bien satisfacer algunas aspiraciones anteriormente
postergadas en materias de gastos suntuarios o de esparcimiento. El segundo supuso intentar una
experiencia nueva para reubicarse en el mercado productivo, especialmente a partir de la
habilitación de actividades en comercio minorista o de servicios.

El sector más afectado es el segundo, el de la comercialización de alimentos, en tanto es el que


recibe el impacto directo de la disminución de la capacidad de compra de los hogares de los
trabajadores retirados de la empresa. Esa merma se traslada además a otros sectores de
comercialización minorista, como el textil, donde se advierte no solamente la caída en las
transacciones sino también una reducción de la calidad de indumentaria que se comercializa, y los
productos habitualmente en oferta en pequeños kioscos, en especial los cigarrillos.

Se puede afirmar que los sectores sociales que más han sufrido el retroceso económico
generalizado, en forma directa o indirecta, son os sectores medios y bajos, aunque la recesión
creciente también repercute sobre la dinámica del mercado de trabajo, que supone una reducción
de la demanda de empleos con el consiguiente deterioro social de las capas de más bajos ingresos.

Desde la implantación de SOMISA, la economía nicoleña descansaba en la demanda solvente de u


contingente de trabajadores que podían afrontar niveles de consumo familiar acordes con más
que satisfactorios estándares de vida y condiciones de bienestar. En general, sus relativamente
buenos y estables niveles de ingresos, y la solvencia económica que así podían demostrar, les
permitía tener acceso al crédito y efectivas condiciones de movilidad ascendentes, siendo este un
destacado factor de diferenciación social con respecto a gran parte del resto de los habitantes de
la ciudad.

El proceso de redimensionamiento, reestructuración y privatización de la planta siderúrgica


estatal, con su impacto disruptivo sobre el patrón de empleo, producción e ingresos de la
economía local, vino a alterar drásticamente aquella realidad.

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