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RESUMEN BÍBLICO DEL CIELO

Tanto el cielo como el infierno son ignorados, ridiculizados o negados por el mundo
de hoy. En su libro The Biblical Doctrine of Heaven, el doctor Wilbur Smith menciona
dos citas significativas de un teólogo y un científico de renombre mundial acerca del
cielo.
«Es imprudente que los cristianos afirmen tener conocimiento o de los muebles del
cielo o de la temperatura del infierno» (doctor Reinhold Niebuhr).
«En cuanto a la teología cristiana, ¿se podrá imaginar algo más espantosamente
idiota que la idea cristiana del cielo?» (doctor Alfred Whitehead).
Un enfoque común del clérigo liberal es creer en un cielo y un infierno literales, pero
limitar los dos a esta tieiTa. En otras palabras, las buenas experiencias de la vida
son el «cielo» y los momentos malos el «infierno». Probablemente, sin que se
percate de ello, su filosofía antiescritural contiene una verdad muy potente. El hecho
es que este mundo es el único infierno que el creyente ha de conocer y el único cielo
que el incrédulo ha de conocer.
A veces se hace una objeción «piadosa» acerca del estudio mismo del cielo. La
protesta es la siguiente: «¿No le parece que podemos tener la mente tan puesta en
el cielo que no tenemos ninguna utilidad terrenal?» Puede ser, pero por cada uno
que hay así, probablemente hay diez creyentes con la mente tan puesta en la tierra
que no tienen ninguna utilidad celestial. (Véase Col. 3:1-3.)
En realidad, la Palabra de Dios nos dice una cantidad sorprendente de verdades
acerca de nuestro futuro hogar. Contrario a la opinión general, las Escrituras hablan
mucho más del ciclo que del infierno.
I. La capital del cielo.
En la Biblia leemos acerca de tres cielos. Brevemente, son:
A. El primer cielo: el hogar de las aves y las nubes.
«Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido» (Jer. 4:25).
«Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos.
Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían
morada las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne» (Dn. 4:12).
«Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del
Hombre no tiene dónde recostar su cabeza» (Mt. 8:20).
Es fácil ver que por hermoso que este cielo puede llegar a ser, no es el hogar eterno
de los redimidos.
B. El segundo cielo: hogar del sol, la luna y las estrellas.
«De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y
como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de
sus enemigos» (Gn. 22:17).
«Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus
manos» (Sal. 19:1).
En la década del sesenta (comenzando con la órbita rusa en 1961 y culminando con
el alunizaje estadounidense en 1969) el hombre logró por primera vez en la historia
desarrollar una nave espacial que lo llevase más allá del primer cielo al segundo.
Pero por amplio y maravilloso que sea, el segundo ciclo (como el primero) no puede
ser confundido con el ciclo de la salvación.
C. El tercer cielo: el hogar de Dios.
«Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé;
si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo» (2
Co. 12:2).
«Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos
de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?
Oye, pues, la oración de tu siervo, y de tu pueblo Israel; cuando oren en este lugar,
también tú lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona» (1 R.
8:27, 30).
Éste y sólo éste es el verdadero tercer cielo. Ya se ha comentado que la capacidad
intelectual del hombre lo transportó hace unos años del primer al segundo cielo.
Pero no se puede inventar ningún vehículo espacial que lo lleve del segundo al
tercer cielo. Ese viaje sólo puede ser realizado por la sangre, no por el cerebro. De
hecho, en una ocasión Jesús le dijo a Nicodemo que el hombre no podía ver el cielo,
y mucho menos entrar en él, si no se producía el segundo nacimiento. (Véase Jn.
3:3.)
En Mateo 6:9 nuestro Señor enseñó a orar a sus discípulos:
«Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea
tu nombre» (Mt. 6:9).
Por supuesto que aquí se estaba refiriendo al tercer cielo, la morada de Dios. Sin
embargo, la Biblia enseña que dentro de esta habitación celestial existe una ciudad
deslumbrante, noble y santa llamada la Nueva Jerusalén. Esta hermosa y bendita
ciudad no sólo es el centro de la presencia de Dios sino que será el hogar
permanente de todos los redimidos por toda la eternidad. Los creyentes tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento esperaban y anhelaban llegar a esa ciudad
celestial.
«Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del
Altísimo» (Sal. 46:4).
«Cosas gloriosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios» (Sal. 87:3).
«Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es
Dios. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se
avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (He.
11:10,16).
«Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén
la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles» (He. 12:22).
«En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera
dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar,
vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis» (Jn. 14:2, 3).
«Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido» (Ap. 21:2).
II. Las características del cielo (datos acerca de la Nueva Jerusalén).
A. La forma de la ciudad.
«La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura ... la
longitud, la altura y la anchura de ella son iguales» (Ap. 21:16).
Esta descripción admite dos posibilidades, es decir, que la Nueva Jerusalén o tiene
forma de cubo o de una enorme pirámide.
B. El tamaño de la ciudad.
«... y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios» (Ap. 21:16).
Según nuestras mediciones actuales, la ciudad tendría aproximadamente 1400
millas (2.253 km) de largo, alto y ancho. Si se la pusiera en los Estados Unidos, se
extendería desde Nueva York
hasta Denver, Colorado, y desde Canadá hasta la Florida.
¿Cuán grande es una ciudad de este tamaño? En nuestra tierra, la superficie del
agua mide aproximadamente 120 millones de millas cuadradas (310.800.000 km2) y
la superficie de la tierra mide 60 millones de millas cuadradas (155.400.000 km2). Si
se multiplica 1400 por 1400 por 1400 [2.253 X 2.253 X 2.253 km] (las dimensiones
de la Nueva Jerusalén), se llega al total de las millas cúbicas de la ciudad, una cifra
asombrosa de 2.700 millones (más de 11.400 millones de km3). ¡Es unas quince
veces mayor que la superficie combinada de toda la tierra, incluyendo el área de la
tierra y el agua!
Se ha calculado que aproximadamente 40.000 millones de personas han vivido en
nuestro planeta desde la creación de Adán. De este número, más de 4.000 millones
viven hoy. Los estudios de densidad urbana nos aseguran que cada uno de estos
40.000 millones podrían caber cómodamente en el primer «piso de fundamento» de
esta maravillosa metrópoli de 1400 capas.
C. Los habitantes de la ciudad.
¿Quién habitará en esa brillante ciudad de las estrellas?
1. Los santos y ángeles escogidos.
«Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén
la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles» (He. 12:22).
«Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes,
y de los ancianos; y su número era millones de millones» (Ap. 5:11).
Por supuesto que Dios conoce su número, pero se les presentan a los hombres
como innumerables. Puede haber tantos ángeles como hay estrellas en los cielos,
porque los ángeles se asocian frecuentemente con las estrellas (Job 38:7; Sal.
148:1-3; Ap. 9:1,2; 12:3,4,7-9). Si es así, hay billones incalculables de estos seres
celestiales. (Véanse Sal. 68:17; Mt. 26:53; Dn. 7:9, 10.)
2. Los 24 ancianos (Ap. 4:4).
3. La Iglesia.
Como lo indican los siguientes pasajes, en realidad la Nueva Jerusalén es el anillo
de casamiento del Esposo para su esposa amada. «Sino que os habéis acercado al
monte de Sion, al ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de
muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están
inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos
perfectos» (He. 12:22, 23).
«Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya!
Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro. Gocémonos y
alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su
esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio
y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos» (Ap. 19:1,
7, 8).
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra
pasaron, y el mar ya no existía más. Vino entonces a mí uno de los siete ángeles
que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo,
diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó
en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de
Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor
era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el
cristal» (Ap. 21:1,9-11).
4. El Israel salvado.
Aunque la Nueva Jerusalén es básicamente un regalo de bodas del Esposo (Cristo)
a la Esposa (la Iglesia), Israel también es invitado a morar dentro de estas paredes
de jaspe.
Hay varios pasajes que lo confirman:
«Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial: por lo cual Dios no se avergüenza de
llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (He. 11:16).
«Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas
entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y
fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor»
(Mi. 25:10,23).
Nuestro Señor cita estas palabras durante su discurso en el monte de los Olivos. Al
relatar las dos parábolas compara al Israel redimido con algunos invitados a las
bodas que estaban preparados (la parábola de las diez vírgenes) y después con dos
siervos fieles (la parábola de los talentos). Es así que muestra al Israel redimido
junto a la esposa y el Esposo.
5. El Padre.
«Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y
en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a
piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del" trono un arco iris, semejante
en aspecto a la esmeralda» (Ap. 4:2, 3).
No parece haber duda alguna de que el que Juan ve sobre el trono es el Padre
mismo.
La única otra descripción del Padre en la Biblia se encuentra en Daniel 7:9:
«Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días,
cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su
trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente.»
6. El Hijo.
«Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de
los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y
siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra» (Ap.
5:6).
Aquí aprendemos que el Cordero de Dios no sólo es un habitante del cielo sino la
fuente misma y el poder y el centro del cielo, sin el cual no habría ningún cielo.
Vemos que:
La luz del cielo es el rostro de Jesús.
El gozo del cielo es la presencia de Jesús.
El canto del cielo es el nombre de Jesús.
El tema del cielo es la obra de Jesús.
El trabajo del cielo es la obra de Jesús.
La plenitud del cielo es la Persona de Jesús.
7. El Espíritu Santo.
Aunque el Espíritu de Dios no es tan prominente como el Padre o el Hijo,
indudablemente también estará presente en la Nueva Jerusalén, como lo atestiguan
los siguientes pasajes:
«Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en
adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de
sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen» (Ap. 14:13).
«Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed,
venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» (Ap. 22:17).
D. El fundamento de la ciudad.
La ciudad descansa sobre doce cimientos de piedras que sirven de fundamento,
cada capa adornada con una piedra preciosa diferente. Son:
El primer cimiento: incrustado con jaspe, un diamante transparente como el cristal,
brillante como un carámbano a la luz del sol.
El segundo cimiento: incrustado con zafiro, una piedra azul opaca con salpicado de
oro.
El tercer cimiento: incrustado con ágata, una piedra celeste atravezada por rayas de
diferentes colores.
El cuarto cimiento: incrustado con esmeralda, una piedra de un verde brillante.
El quinto cimiento: incrustado con ónice, una piedra blanca con capas rojas.
El sexto cimiento: incrustado con cornalina, una piedra de un rojo encendido.
El séptimo cimiento: incrustado con crisólito, una piedra transparente de un amarillo
dorado. El octavo cimiento: incrustado con berilo, una piedra de un verde mar.
El noveno cimiento: incrustado con topacio, una piedra transparente de un verde
dorado.
El décimo cimiento: incrustado con crisopraso, una piedra de un verde azulado.
El undécimo cimiento: incrustado con jacinto, una piedra violeta.
El duodécimo cimiento: incrustado con amatista, una piedra de un morado
centelleante.
Estos doce cimientos no sólo estaban incrustados con piedras preciosas, sino que
cada capa llevaba el nombre de uno de los doce apóstoles del Nuevo Testamento.
«Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los
doce apóstoles del Cordero» (Ap. 21:14).
E. Los muros de la ciudad.
Los muros de la Nueva Jerusalén miden unos 216 pies (66 m) de alto y están
hechos de jaspe.
«Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es
de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro,
semejante al vidrio limpio» (Ap. 21:17, 18).
Es obvio que el muro no es una medida de seguridad, sino de diseño y belleza
únicamente. En términos comparativos, un muro de 216 pies (66 m) alrededor de
una ciudad con una altura de 1400 millas (2.253 km) sería como un bordillo de una
pulgada alrededor del edificio Empire State de Nueva York.
F. Las puertas de la ciudad.
Hay doce puertas en la ciudad, tres de cada lado. Cada puerta lleva el nombre de
una de las tribus de Israel. Cada puerta está compuesta de una hermosa perla
blanca.
«Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y
nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres
puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Las doce
puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla» (Ap. 21:12,
13,21a).
G. La calle principal de la ciudad.
El bulevar central de la Nueva Jerusalén está compuesto de oro puro y transparente.
«.... Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparen ten como vidrio» (Ap.
21:216). Cuando se considera el precio del oro (casi 600 dólares la onza a principios
de la década de los 80), el valor total de la ciudad se vuelve incomprensible.
H. El trono dentro de la ciudad.
«Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y
en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a
piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en
aspecto a la esmeralda. Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante
al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos
delante y detrás» (Ap. 4:2, 3, 6).
I. El río de vida de la ciudad.
«Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal,
que salía del trono de Dios y del Cordero» (Ap. 22:1). Sin duda el Espíritu Santo
quiso referirse en cierta medida a este río cuando inspiró a David para que
escribiese:
«Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su
tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará» (Sal. 1:3).
«Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del
Altísimo» (Sal. 46:4).
J. El árbol de la vida en la ciudad.
«En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la
vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran
para la sanidad de las naciones» (Ap. 22:2).
Cuando Dios creó al hombre y lo puso en el huerto del Edén puso a disposición de
Adán (entre muchas otras cosas) el árbol de la vida. Pero cuando el hombre pecó
fue echado del Edén y alejado de este árbol.
«Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para
comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien
y del mal» (Gn. 2:9).
«Echó, pues fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una
espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol
de la vida» (Gn. 3:24).
En ese momento de la historia humana, el árbol
de la vida desapareció, pero aquí en la Nueva Jerusalén brotará y florecerá como
nunca. En su libro Reveling Through Revelation, el doctor J. Vernon McGee escribe
las siguientes palabras acerca de este río y este árbol:
«Hasta este capítulo, la Nueva Jerusalén parece ser toda mineral sin nada vegetal.
Su aspecto es como la exhibición deslumbrante de una joyería fabulosa, pero no hay
hierba suave sobre la cual sentarse, ni un solo árbol verde del cual disfrutar, nada de
agua para tomar o alimento para comer. Sin embargo, aquí se introducen los
elementos que agregan una gran delicadeza a esta ciudad de primorosa belleza.»
Paul Lee Tan escribe:
«Puesto que el árbol de vida se encuentra «a uno y a otro lado del río», los teólogos
han deducido que el «árbol» no es un solo árbol, sino un solo tipo de árbol ... una
hilera de árboles a cada lado del río. Otros, sin embargo, ven un árbol plantado en el
medio del río, con ramas que se extienden sobre ambas riberas. El árbol es lo
suficientemente grande como para abarcar todo el río, así que el río está en medio
de la calle, y el árbol está a ambos lados del río.» (The New Jerusalem, p. 28.)
K. La relación entre esta ciudad y la Jerusalén terrenal. Ya hemos visto que
habrá dos ciudades fabulosas de Dios en el futuro. Una se encuentra en la tierra. Se
conocerá como Jehová-tsidkenu, que significa «Jehová, justicia nuestra» (Jer. 23:6;
33:16) y Jehová-sama, que significa «Jehová está allí» (Ez. 48:35). La otra ciudad
está suspendida en el espacio y se llama la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). Por
supuesto que ésta es miles de veces más grande que la ciudad terrenal y durará
para siempre.
L. La naturaleza de los cuerpos resucitados en esta ciudad. En resumen, todos
los cuerpos resucitados habitarán en la ciudad celestial pero reinarán en la ciudad
terrenal. Habiendo examinado nuestra ubicación futura, ¿qué sabemos acerca de
nuestra transformación y (finalmente) nuestra vocación? En otras palabras, ¿cuál
será la naturaleza de estos cuerpos resucitados y qué actividades llevaremos a cabo
con ellos?
En 1 Corintios 15, Pablo contesta preguntas acerca de esta transformación. En los
versículos 39-41 Pablo sugiere que el nuevo cuerpo espiritual es tan superior al viejo
cuerpo natural como:
El cuerpo humano lo es en relación con el de los animales (15:39).
Los cielos lo son en relación con la tierra (15:40).
El sol lo es en relación con la luna (15:41).
Así será entonces la naturaleza de nuestro cuerpo transformado:
1. Estos cuerpos serán como el glorioso cuerpo de Cristo (Fil. 3:21; 1 Jn. 3:1-
3).
2. Serán de carne y hueso (Le. 24:39,40).
3. Cristo comió en su cuerpo glorificado (Le. 24:41-43; Jn. 21:12-15).
4. Estos cuerpos no estarán sujetos a las leyes de gravedad y del tiempo (Jn.
20:19; Le. 24:31,36).
5. Serán cuerpos identificables (Mt. 8:11; Le. 16:23; 1 Co. 13:12).
6. Serán cuerpos eternos (2 Co. 5:1).
7. Serán (como ya hemos visto) cuerpos en los cuales predomina el espíritu (1
Co. 15:44,49).
M. Las actividades de los redimidos en la ciudad.
Un concepto popular pero totalmente pervertido del cielo describe la vida futura en
los cielos en términos de espíritus sin cuerpos sentados piadosamente sobre nubes
esponjosas tocando arpas de oro. Tal vez sea así el cielo según Walt Disney, pero
no según el Nuevo Testamento. Las Escrituras indican que:
1. El cielo será un lugar donde habrá mucho canto.
«Cantad loores, oh cielos, porque Jehová lo hizo; gritad con júbilo, profundidades de
la tierra; prorrumpid, montes, en alabanza; bosque, y todo árbol que en él está;
porque Jehová redimió a Jacob, y en Israel será glorificado» (Is. 44:23).
«Diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te
alabaré» (He. 2:12).
«Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres
vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento
cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra» (Ap. 14:3).
«Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:
Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y
verdaderos son tus caminos, Rey de los santos» (Ap. 15:3).
2. El cielo será un lugar de compañerismo.
Uno de los himnos evangélicos más amados se titula «Dulce Comunión». La primera
estrofa comienza con: «¡Dulce comunión la que gozo ya en los brazos de mi
Salvador!» A veces ocurren peleas triviales en las iglesias locales, pero en el cielo
prevalecerá la comunión verdadera y eterna.
No sólo disfrutarán los creyentes de una bendita comunión con otros creyentes sino
que, lo que es más importante aún, conoceremos y seremos conocidos por el
Salvador en una forma mucho más íntima de la que es posible aquí en la tierra.
3. El cielo será un lugar de servicio.
«Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el
que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos» (Ap. 7:15).
«Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus
siervos le servirán» (Ap. 22:3).
Aunque no podemos ser dogmáticos en cuanto a la naturaleza exacta de este
servicio, sabemos por los siguientes pasajes que una porción de nuestro trabajo
para el Cordero será ejercer autoridad y juicio sobre hombres y ángeles:
«¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser
juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿O no sabéis
que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?» (1 Co.
6:2, 3).
«Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará» (2
Ti. 2:12).
«No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del
sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap.
22:5).
4. El cielo será un lugar de aprendizaje.
«Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; inas cuando venga lo
perfecto, entonces lo que es en parte se acabará» (1 Co. 13:9, 10).
¿Qué aprenderemos en el cielo?
a. Aprenderemos acerca de la persona de Dios.
b. Aprenderemos acerca del plan de Dios. Una de las preguntas más dolorosas que
se hacen los cristianos en la tierra es por qué un Dios amante y sabio permite que
pasen ciertas tragedias terribles. Tomemos el ejemplo de un pastor joven, lleno del
Espíritu, que ha pasado muchos años preparándose diligentemente para el
ministerio. Su esposa se ha sacrificado para ayudarle a estudiar. Ahora todo está
dando fruto. Su iglesia está experimentando un crecimiento asombroso. Hay
personas que se salvan todas las semanas. Hay nuevos convertidos que se bautizan
todos los domingos. Se compran autobuses adicionales para la escuela dominical y
se hacen planes para un nuevo edificio. Foco a poco una comunidad escéptica
descubre que está siendo influenciada profundamente por este pastor vibrante y
animado y su gente. De repente, sin previo aviso, el ministro muere en un accidente
inesperado. Poco después del entierro, la congregación, todavía confundida y
aturdida, extiende una invitación a otro hombre. Pero el nuevo ministro demuestra
poca compasión y menos habilidad como líder. Pronto la grey se esparce y el
testimonio emocionante de una obra creciente y luminosa queda prácticamente
apagado.
¿Cuántas veces desde el martirio de Abel al alba de la historia humana han ocurrido
tragedias similares? Pero la pregunta ardiente y penetrante permanece: ¿Por qué
permite Dios cosas tan terribles?
Podemos estar seguros de que en el cielo Dios nos llevará aparte a cada uno de
nosotros y nos explicará el motivo de todos nuestros sufrimientos y nuestras
pruebas. Entonces diremos las palabras pronunciadas por una multitud galilea en la
época de Jesús: «Bien lo ha hecho todo» (Mr. 7:37).
c. Aprenderemos acerca del poder de Dios.
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1).
¿Cuán grande es nuestro universo? Es tan grande que un rayo de luz (que se
mueve a razón de unos 700 millones de millas [más de 1.126 millones de kilómetros]
por hora) tarda más de 10.000 millones de años en cruzar el universo conocido.
Dentro de este universo hay incontables billones de estrellas, planetas y demás
cuerpos celestes. Dios los creó todos para instruir al hombre acerca de su poder y
su gloria (Sal. 19:1; 147:4; Is. 40:26). ¡Algún día visitaremos cada estrella y
exploraremos cada rincón del universo de nuestro Padre!

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