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En el oscuro abismo del universo existía un ser, Eukaria, también conocida como la Madre.

Un
ser milenario, de gran poder y eterna bondad. Aburrida del universo por su vacío decidió crear
a Zokrar, con quien tuvo ocho hijos, conocidos como los Primeros: Átola, Metodonte, Eostías,
Cetón, Celine, Laomedón, Temra y Aurós. Eukaria creó un mundo virgen y dio orden a los
Primeros de crear todo tipo de vida y medios para que sobreviviera. Pero esta tarea era
titánica para solo ocho, asique los Primeros tuvieron y crearon más seres a su semejanza,
llamados los Segundos Hijos. Eukaria creó el Sol para que iluminara el mundo con su luz, y
Zokrar la Luna para poder descansar. Eukaria creó el cielo que sostiene las estrellas para
ayudar a guiar a los viajeros, y Zokrar creó las nubes y las tormentas para que la lluvia
alimentase la tierra. Eostías creó el viento, a quien llamó Iulós, quien tuvo a bien crear más
como él para que soplaran en todas direcciones. Laomedón creó el agua con el que subsistirían
las razas posteriores. Átola creó la vegetación y las estaciones, para que los frutos de los
árboles alimentaran a los animales, creados por Metodonte. Cetón y Celine vieron que el
mundo era oscuro, y el Sol no era suficiente para iluminar todo, por lo que crearon la luz, que
se la dieron al Sol, a las estrellas y al fuego, la creación de Temra y Aurós. Con estas creaciones
los Primeros Hijos fueron dando forma al mundo que hoy conocemos. Para su tarea crearon a
los primeros seres inteligentes, llamados Segundo Hijos, con la idea de les apoyaran y
ayudaran en la construcción del mundo.

Temra y Aurós crearon a los dragones, seres majestuosos de piel férrea que escupen el don de
sus creadores. Pero Eostías les vio incompletos, y les otorgó alas para que surcasen los cielos.
Átola y Cetón crearon a los gigantes de piedra, titanes de entre todos los seres. Metodonte
creó él solo toda clase de bestias de menor tamaño, como son los trolls, seres de gran tamaño,
ogros y los augustos grifos, mitad león mitad águila. Celine creó las aves para poblar el cielo y
Laomedón dio vida a las criaturas marinas.

Viendo la obra de sus hijos, Eukaria vio que el mundo no estaba completo, y ordenó crear una
raza que dominase a todas las demás y fuera superior en ciencia, música y artesanía. Estos
seres, llamados los Primeros Caminantes o Thoagros, eran semejante a los Primeros Hijos en
apariencia e intelecto, pues pronto dominaron todas las artes. Su rápido dominio les garantizó
la conquista de todo el mundo creado, llamado por ellos Eukarión en honor a su creadora. Por
ello se les entregó aún más dones, como la inmortalidad de la edad y más conocimientos,
como el arte de la navegación y la cartografía, la cultivación de la tierra y la construcción de
grandes fortalezas.

Contenta con el resultado, Eukaria decidió dar la divinidad a sus hijos y darles el mismo poder
que ella, pues creía que juntos podrían hacer grandes cosas. Para ello eligió dar un don y un
símbolo a cada uno, para que los thoagros les adoraran y veneraran. Eostías eligió como
símbolo el pegaso, y se le entregó el propio aire como don. A Aurós se le otorgó el fuego como
don, y el yunque como símbolo. Átola fue bendecida por su propia creación, y por ello cada
estación tenía un aspecto diferente, por lo que su símbolo era un reloj. A Cetón le fue
entregado el Sol y sus atributos, mientras que a su hermana Celine fue obsequiada con la Luna
y sus atributos. Laomedón eligió el mar, y dios del mar fue elegido, por lo que su atributo es el
agua. A Metodonte le fue entregado un arco como símbolo del dios de la caza y los animales
salvajes. Por último, Temra era adorada por su cualidad como música y bailarina, por lo que su
símbolo es una lira, y su don es el arte.

Zokrar no conocía los planes de la creación de los thoagros, y comienza a sospechar que su
amada no le cuenta todo. De sus sospechas nacen los sentimientos negativos, como lo son la
envidia, el odio y los celos. Diminutos e invisibles, y a sabiendas de que su creador desconoce
su nacimiento, estos seres se introducen en los cuerpos de Eukaria, sus hijos y todo lo que
tiene vida en el mundo. Pero algo inexplicable sucedió, y es que cuando esos sentimientos se
introdujeron en las almas de todos, nacieron sus antítesis: amor, felicidad, alegría, etc. Así, los
sentimientos se asentaron en todos, y luchan por salir y reflejan la personalidad de cada ser.
Pero aquellos en los que los malos sentimientos triunfaron, comenzaron a conspirar. Zokrar no
sentía más que envidia de los Primeros Hijos y odio hacia Eukaria, pues le habían ignorado
pese a la ayuda que había proporcionado y ser tan ancestral como ellos. Por ello conspiró con
los Segundos Hijos, tanto dragones como gigantes de piedra, para matar a sus creadores e
instaurar su dominio, pues los thoagros habían conquistado las tierras que les pertenecían por
derecho.

Así comenzó la Primera Guerra Celestial. Zokrar corrompió a otros seres y criaturas, como
trolls, ogros e incluso a muchos thoagros. Esta guerra fue tan brutal como destructiva.
Mientras las fuerzas zokrarias arrasaban toda la obra de los dioses y thoagros, estos se
preparaban y recuperaban del golpe de la traición, pues les había pillado por sorpresa. La
recuperación fue pronta y los ejércitos fueron rápidamente armados y preparados para la
guerra desde todos los frentes. Los thoagros se reunieron bajo el mando de sus líderes y los
propios dioses les comandaban. La guerra duró doscientos años, y para cuando terminó el
mundo estaba tan deformado que no se reconocía lo que una vez fue. Los gigantes de piedra
eran tan grandes que al morir sus cadáveres formaron las montañas, y los dragones habitaron
las cavernas y cuevas que eran sus venas, ocultándose de la ira de los dioses. Zokrar huyó a
través de esas profundidades mientras maquinaba su venganza, seguido por aquellos seres
menores que le apoyaron. Con tanta destrucción los dioses no daban abasto; las almas de los
muertos pedían un lugar donde habitar, pues aquel mundo no estaba hecho para ellos.
Tuvieron nuevos hijos, y con ello su poder aumentó, y los deberes se repartieron. Panahen
sería el dios de la guerra, cuyo bronce nunca se rompe, y el penacho de su casco inspira miedo
en todo aquel que lo mira. Maidra crearía junto con Celine el Inframundo, lugar de descanso
para las almas de los muertos, y castigo para criminales, y lo gobernaría con mano firme. Ptío
fue creada para gobernar la tierra y la naturaleza. Pártec, por último, sería el dios de la
medicina, que gran necesidad y labor acarrea. Otros muchos dioses menores fueron creados
para representar algún aspecto o gobernar.

Los pocos thoagros que sobrevivieron a la Primera Guerra Celestial quedaron marcados para
siempre, pues dejaron de ser una raza perfecta al ser mancillados. Esta marca la llevarían
durante mucho tiempo, pues no conocieron la paz en los muchos años que acontecieron
después, debido a las muchas luchas contra los de su propia raza que apoyaron a Zokrar. Mas
Eukaria tenía miedo por el destino de su obra y sus hijos, y sabía la amenaza que representaba
su antiguo amado, por lo que decidió ir en su busca. Muchos siglos tardó en encontrar a
Zokrar, pues el traidor siempre huía y desaparecía, pero nunca se dejaba coger y nunca dejaba
que los suyos le ayudaran, pues sabía que esta cacería ocultaría sus planes y los preparativos
para llevarlo a cabo. Fue entonces cuando Eukaria casi abate a Zokrar en las montañas de los
Huesos de Shoktok, el primer gigante de piedra, donde se cerró la pinza. La trampa para
capturar a Eukaria tuvo éxito y fue conducida a las profundidades de la tierra. Muy pronto los
dioses se dieron cuenta de la vil acción, y esta vez respondieron más deprisa, dando comienzo
una Segunda Guerra Celestial.

Pese a que los thoagros estaban más preparados que nunca, y los dioses eran aún más
poderosos, no pudieron hacer frente al ejército de Zokrar. Sus invenciones dieron lugar a
muchos híbridos y corrupciones que salieron en gran número de las profundidades,
sobrepasando en gran número a las huestes de la superficie. Con una clara inferioridad y a
sabiendas de que la guerra podría perderse, los dioses organizaron un asalto directo contra la
fortaleza de Zokrar para salvar a Eukaria, presa y torturada. Muchos dioses menores murieron
para alcanzar las puertas que fueron derribadas con gran furia y estrépito cuando Panahen
entró a trompicones, matando sin compasión y abriendo brecha en la defensa enemiga. Los
dioses se abrieron camino a través de los oscuros pasadizos y muy pocos se atrevieron a
hacerles frente. Cuando llegaron a Eukaria y la liberaron, la Madre envió toda su furia sobre la
fortaleza, que la borró de la faz de la tierra, y llevó a sus hijos al cielo, desde donde
gobernarían todo lo creado por ellos. Aún con la ira en la mirada, escogió a los dos thoagros
más puros de corazón, un hombre y una mujer, de nombres Amerión y Oquías, y los depositó
en la montaña más alta. Tras ello ordenó a Laomedón que inundara el mundo bajo el mar. Así
se hizo, y tras tres semanas el mar fue retirado. De Zokrar y sus sirvientes nada se supo,
aunque serían siglos más tarde cuando volverían a aparecer, pero nunca más fueron una gran
amenaza de nuevo. Con gran pesar al ver en qué quedó convertido todo, Eukaria ordena a los
dioses que actúen en Eukarión como crean conveniente, y da unas últimas instrucciones a los
Primeros Hijos, entre las cuales está la de crear una raza que pudiera hacer frente a las fuerzas
de Zokrar si alguna vez regresara.

Los dioses reconstruyeron el mundo con paciencia y tiempo, cuidando cada detalle. De las
montañas cayeron los ríos y la lluvia regaba la tierra para que no se secara. De los bosques
crearon árboles capaces de dar frutos y animales para alimentar de todo tipo. Los cultivos
crecían fuertes y el mar propiciaba la comida que faltaba. Los thoagros se recuperaron desde
la gran inundación pero nunca más fueron lo que fueron, Eukaria había comprendido que dar
los mismos dones a seres creados para ser muchos era un error, por lo que nunca más fueron
inmortales, y su vida era corta. Pese a ello seguían siendo el pueblo de antes, hábiles con las
manos y de gran entendimiento, que aprendieron a apreciar las obras de los dioses y, con su
ayuda, conseguían lo necesario para subsistir. Aprendieron a extraer la piedra y construir casas
recias y resistentes, así como sus fortalezas y ciudades. Su dominio del fuego les ayudó a
protegerse de las bestias y a crear utensilios útiles para mejorar su calidad de vida. Con
madera y el beneplácito de Laomedón, aprendieron a crear barcos con los que surcaban ríos,
lagos y mares y se asentaron en muchas de las islas que poblaban el mar. Así Eukaria estaba
contenta, y decidió llamar a los antiguos thoagros con el nuevo nombre de humanos.

Tras el asentamiento de los humanos como una de las razas predominantes por la orden de
Eukaria, los dioses comenzaron su tarea. La primera que crearon, con una rama y un soplo de
aire del oeste, fueron los elfos: más finos que los humanos, inmortales, y más hábiles en las
artes y el trato con la madera. Su creación fue más laboriosa y larga, y al primero de ellos,
Enoriel, le fue encargada la tarea de vigilar los bosques. Esta raza fue instalada en el Gran
Bosque, Ethorel. Siglos más tarde, algunos elfos emigraron al norte en busca de árboles o
bosques y, al no encontrarlos, se asentaron en cuevas donde es más fácil resistir el frío. Estos
elfos son conocidos ahora como elfos de piedra.

Los crotzal fueron la siguiente raza en ser creada a partir de las cenizas de un dragón. Asentada
en las áridas tierras del sur, a menudo rodeadas de volcanes y otros fenómenos similares. De
aspecto similar a los humanos, con la excepción de una piel más grisácea y medio escamosa,
perfecta para aguantar las altas temperaturas, y unos cuernos que salen de la mandíbula
inferior. Se les encargó vigilar el sur.

Pero Aurós vio que faltaba algo. Con un cincel y un martillo dio forma a una piedra, una figura
pequeña pero recia. Pero al no conseguir darle vida dio un fuerte martillazo contra la roca, que
se quebró y de dentro salió el primer enano. Los dioses apreciaron la idea y asentaron a los
enanos en el subsuelo. Siendo su creador Aurós, hicieron honor a su patrón y creador y se
convirtieron en la raza más habilidosa en todo tipo de artesanías, y sus minas son tan amplias
que nadie conoce sus límites.

Con las razas asentadas y el orden establecido, los dioses ascendieron a los cielos a vigilar su
obra, pero cuando llegaron se dieron cuenta de que Eukaria había desaparecido. Mientras la
buscaban, dejaron su trono celestial vacío con la esperanza de que algún día volvería. Han
pasado siglos desde aquello, y la Madre no ha sido vista desde entonces, con lentitud y
paciencia, las sombras se abaten otra vez sobre el mundo, mientras los dioses siguen buscando
a su creadora y su madre.

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