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Liderazgo resonante y autoliderazgo

1. Análisis de caso
Continuemos con el caso de Josefina, presentado en la lectura anterior. A medida que pasa el
tiempo, la estudiante se empieza a dar cuenta de lo distinta que es la vida universitaria en
relación con el nivel secundario. Esta nueva vida le exige competencias nuevas, por ejemplo,
organizar sus tiempos de estudio, de esparcimiento y demás. Tiene que organizar la cursada de
varias materias y hacerlo de la mejor manera. Por momentos, se siente un poco desbordada por
esta nueva situación, ya que tiene que acomodar los tiempos para su vida académica, laboral y
personal. Es un camino difícil, pero sentirá satisfacción cuando se vayan logrando las metas
propuestas.

En la siguiente lectura vamos a explorar algunos aportes teóricos que la van a ayudar a Josefina
a transitar esta nueva vida de manera relajada y feliz.

2. Liderazgo resonante y autoliderazgo


Cuando las personas se convierten en verdaderos hacedores de sus propias vidas e inspiran a
los demás, ejercen lo que Goleman (2005) denomina liderazgo resonante. Al respecto, Buitrago
Acuña et al. (2016) explican:
Cuando los líderes encauzan sus emociones y las de sus seguidores en una dirección
positiva, provocan un efecto fácilmente difundido sobre estos, al cual se llama resonancia,
derivado del término resonar, de allí se considera al liderazgo resonante, en relación con
las competencias emocionales del líder, implicando la capacidad de este para sintonizar
con los sentimientos de las personas, conduciéndolos en una dirección emocionalmente
positiva. (2016, p. 99)
El líder resonante es alguien con un gran desarrollo de su inteligencia emocional; alguien que
logra conectar con los demás y que contagia su motivación, carisma, conocimientos, entusiasmo
y poder creativo. El liderazgo resonante termina contagiando a la totalidad de la organización, que
resuena con un estado emocional determinado. En este punto, es importante tener cuidado
porque, así como se contagian las emociones positivas, también se contagian las emociones
tóxicas, que generan situaciones de estrés, que son tan contraproducentes para las personas y
las organizaciones.
Los líderes resonantes son muy importantes en una organización, ya que son aquellos que
contagian y, por lo tanto, obtienen resultados. Para lograrlo, utilizan estratégicamente seis
tipos de liderazgo “en la medida justa y en el momento preciso” (Goleman, 2005, p. 26). Los
seis tipos de liderazgo que existen, siguiendo con Goleman (2005), son: 1) coercitivo; 2)
orientativo; 3) afiliativo; 4) democrático; 5) ejemplar, y 6) formativo.
Tabla 1: Estilos de liderazgo

Fuente: adaptación propia con base en Goleman, 2005, p. 33

Tabla 2: Estilos de liderazgo

Fuente: adaptación propia con base en Goleman, 2005, p. 33

Tabla 3: Estilos de liderazgo


Fuente: adaptación propia con base en Goleman, 2005, p. 33

Para ejercer un liderazgo resonante y para poder usar de manera correcta, en el momento justo y
el lugar adecuado, cada uno de los estilos de liderazgo, es clave estar emocionalmente
equilibrado, en un estado de ecuanimidad, es decir, ser capaces de mantener un estado de ánimo
sereno en cualquier ocasión, donde todo fluya y nada influya. La persona que sea capaz de hacer
esto en todo momento, es aquella que también puede ser exitosa en su propia vida, ejerciendo el
denominado autoliderazgo.
Figura 1: Ecuanimidad

Fuente: elaboración propia

El autoliderazgo se entiende como la capacidad personal que tenemos las personas de


autoguiarnos. Si liderazgo es guiar a otros, autoliderazgo es guiarnos a nosotros
mismos, siendo capaces de tomar las decisiones correctas para alcanzar los objetivos
propuestos previamente.
¿Cómo nos damos cuenta de que las personas son capaces de guiar sus propias vidas? Cuando
fluyen, cuando se mantienen en lo que se denomina «canal de flujo»; es decir, cuando sus
capacidades concuerdan con las demandas de las tareas que realizan, como si fuera un pez en el
agua.
Hemos visto cómo describen las personas las características comunes de la experiencia
óptima: una sensación de que las propias habilidades son adecuadas para enfrentarse
con los desafíos que se nos presentan, una actividad dirigida hacia unas metas y regulada
por normas que, además, nos ofrece unas pistas claras para saber si lo estamos haciendo
bien. (Csikszentmihalyi, 1990. p. 72)
Figura 2: Canal de flujo

Fuente: Csikszentmihalyi, 1990, p. 75

Mantenerse en este canal de flujo es un proceso que lleva mucho tiempo, y al que muchas veces
cuesta llegar. Sin embargo, es clave que todas las personas lo intenten, ya que es la forma de
obtener placer con las tareas realizadas, sin generar situaciones estresantes que van en contra
de nuestro desempeño estudiantil universitario y futuro desempeño laboral.
Aprender a regular el estrés
Estudiar una carrera constituye una de las experiencias más gratificantes de la vida, pero puede
conllevar ciertos niveles de estrés. Diversas investigaciones indican que, durante los años en la
universidad, los estudiantes son más proclives a experimentar estrés o ansiedad.

Retomemos el caso de análisis de Josefina, una estudiante que debe responder simultáneamente
a múltiples demandas. Ella se encuentra cursando varias materias y a veces tiene la sensación
de que no puede con todo, que no cuenta con el tiempo necesario para responder a todas las
demandas académicas, laborales y personales. Las actividades se suman y Josefina no logra
responder a todas como ella quisiera, por lo cual comienza a sentirse estresada. El problema es
que, a medida que pasa el tiempo, cada vez se siente más cansada; le está empezando a costar
dormir bien y regular correctamente su energía. Esto también afecta su nivel de motivación, por lo
que cada vez le cuesta más trabajo sentarse a estudiar y, poco a poco, el estudio se va
acumulando y, a su vez, eso le genera más estrés.
En términos generales, el estrés puede ser considerado como un proceso normal que se inicia
cuando aparece un estresor, es decir, una situación o acontecimiento que demanda una
respuesta. En términos evolutivos, las respuestas de estrés son indispensables para la
supervivencia. Imaginemos, por ejemplo, que un animal se encuentra con un depredador, que
necesita una respuesta fisiológica inmediata que le permita enfrentarse a este tipo de
emergencias.

Afortunadamente, nuestro organismo se encuentra bien equipado para enfrentarse a situaciones


demandantes o emergencias de corto plazo. Para la mayor parte de los animales, el estrés
consiste en una crisis pasajera. Luego de escapar de un depredador, el agente estresante
desaparece y el animal puede recuperarse del exceso de energía que requirió la situación. Sin
embargo, en los seres humanos, este proceso no es tan simple. Las personas contamos con la
capacidad de anticipar problemas y estresarnos durante semanas o meses por hechos que solo
ocurren en nuestra mente. De esta forma, activamos durante mucho tiempo un sistema fisiológico
que ha evolucionado para responder a emergencias de corta duración.

Afrontar una carrera universitaria puede ser algo demandante y en ocasiones estresante, por lo
cual es muy importante ser capaces de gestionar el estrés para que no se convierta en algo
perjudicial para nuestro rendimiento académico e inclusive para nuestra salud.
Para aprender a regular el estrés, en primer lugar, tenemos que conocer cómo
funciona; además de reconocer la diferencia entre estrés saludable y estrés no
saludable.

Estrés saludable: también llamado estrés positivo o eustrés, es una respuesta que se
desencadena cuando no tenemos los recursos suficientes para afrontar una demanda. Este
estrés involucra dos fases: fase de tensión y fase de recuperación.

1. Fase de tensión: el organismo invierte un extra de energía para responder a las


demandas de la situación.
2. Fase de recuperación: el organismo debe invertir energía en recuperarse. Mientras
estas fases se suceden con normalidad, podemos hablar de un proceso saludable
de estrés.

Figura 3: Fases del estrés saludable


Fuente: elaboración propia

Es decir, está bien que en determinadas situaciones o periodos nos veamos demandados y
debamos exigirnos un poco más de lo que hacemos habitualmente, pero este gasto energético
extra luego debe ser recuperado. Esto ocurre con mucha frecuencia en situaciones de
aprendizaje, ya que continuamente nos vamos a encontrar con contenidos o experiencias que
nos van a demandar un poco más por encima de nuestras capacidades. Pero, justamente, son
este tipo de experiencias las que nos permiten acrecentar nuestros recursos. El aprendizaje, en
gran medida, surge a partir del enfrentamiento de situaciones demandantes, ya que al afrontar
dichas demandas adquirimos nuevos recursos y conocimientos, por lo cual estrés y aprendizaje
están íntimamente vinculados.

En un principio, cuando se nos presenta una demanda nueva, quizás no contamos con los
recursos para poder afrontarla. Al no contar con las competencias o conocimientos para afrontar
una demanda (por ejemplo, el estudio de un contenido nuevo), podemos sentirnos estresados.
Pero, a medida que vamos afrontando esta demanda, nuestros recursos van creciendo o
desarrollamos nuevos. Esto nos permite afrontar las demandas de una manera óptima. Este
crecimiento en los recursos es lo que denominamos aprendizaje. Cuando lo logramos, nos
mantenemos en el canal de flujo antes mencionado, es decir, cuando las capacidades
concuerdan con las demandas de las tareas que se realizan, cuando fluyen, cuando parece que
se hacen las cosas naturalmente, como cuando nada un pez en el agua.
Viéndolo de esta manera, el estrés es algo indispensable para afrontar situaciones desafiantes,
mientras logremos mantener un equilibrio entre las fases de tensión y recuperación. Los
problemas asociados al estrés surgen cuando este proceso natural se ve interrumpido. Esto
puede ocurrir fundamentalmente por dos motivos:

1. Por excesos de demandas, que llevan a que nuestro organismo pase de una fase
de tensión a otra fase de tensión.
2. Por la interrupción de la fase de recuperación. Esto puede ocurrir, por ejemplo,
cuando no logramos resolver el tema que nos está estresando, cuando seguimos
pensando en estos temas a pesar de que ya no sea necesario (rumiación), cuando
nos preocupamos más de lo debido (catastrofización), cuando no dormimos lo
suficiente o cuando el cuerpo está cansado o débil. Si esto ocurre, el estrés pasa de
ser saludable a ser crónico.

Estrés crónico, estrés negativo o distrés: es el tipo de estrés que debemos aprender a
gestionar, ya que puede generar consecuencias adversas sobre nuestra salud, motivación y
desempeño. Cuando el estrés se vuelve crónico, aparecen dos síntomas típicos: el
agotamiento y el cinismo.

1. El agotamiento: hace referencia a bajos niveles de energía. Cuando estamos bajo


los efectos del estrés crónico, comenzamos a sentirnos cansados y con la sensación
de que no logramos recuperarnos. Empezamos a tener dificultades para hacer las
actividades cotidianas, nos levantamos cansados y con la sensación de que
tenemos menos fuerza para afrontar el día a día. Incluso sentimos que no contamos
con energía para hacer actividades que nos gustan, como estar con nuestros hijos o
hacer actividad física. Estos síntomas de agotamiento ocurren, en parte, por la falta
de recuperación. Habíamos mencionado que el estrés saludable involucra una fase
de tensión (donde invertimos un extra de energía para responder a una demanda
que nos excede), seguido por una fase de restauración (donde nos recuperamos de
ese desgaste energético extra). Si no tenemos esos periodos de recuperación, y de
forma prolongada tenemos un desgaste energético extra, comenzaremos a
experimentar los síntomas de agotamiento. Sin embargo, el estrés crónico no se
detiene ahí, ya que, además, comienzan a aparecer síntomas de cinismo.
2. El cinismo: hace referencia a la sensación de pérdida de interés y orgullo por lo que
hacemos. Cuando estamos bajo los efectos del estrés crónico, comenzamos a sentir
que nuestro trabajo o actividad no tiene sentido. Nos empieza a dar lo mismo si lo
hacemos bien o lo hacemos mal. Cada vez nos resulta más difícil sentirnos
entusiasmados y motivados para estudiar. Incluso, podemos empezar a sentir que
nuestros estudios ya no tienen sentido ni trascendencia. Los síntomas de cinismo
ocurren debido a que, durante el estrés, nuestro cuerpo libera una hormona llamada
cortisol, que es la que nos brinda el extra de energía que necesitamos para afrontar
demandas. El problema es que esta hormona fue diseñada para situaciones de corto
plazo. Si nos estresamos de forma crónica y nuestro cuerpo continuamente segrega
esta hormona, pueden verse afectadas otras áreas de nuestro cerebro. Por ejemplo,
se ha observado que elevados niveles de cortisol se asocian a una baja en el
sistema dopaminérgico. La dopamina es un neurotransmisor que juega un papel muy
importante en el afecto positivo. Si el funcionamiento del sistema dopaminérgico se
ve afectado, cada vez nos resultará más difícil experimentar emociones positivas y
sentirnos motivados.

Los síntomas de cinismo son una consecuencia del estrés crónico, es decir, que podemos
ser personas muy responsables e interesadas en nuestra carrera; pero, si estamos bajo
los efectos del estrés crónico, probablemente desarrollemos síntomas de cinismo (y la
consecuente sensación de desinterés y desmotivación). De todos modos, es muy
importante tener en cuenta que todos estos síntomas son reversibles: diversos estudios
demuestran que, al disminuir los niveles de estrés, disminuyen los síntomas de
agotamiento y cinismo.
Pautas para regular el estrés

¿Cómo podemos hacer para gestionar el estrés? ¿Qué hábitos o prácticas podemos incorporar
en nuestra vida cotidiana para no caer en los efectos del estrés crónico? A continuación,
analizaremos algunas alternativas: regular nuestros pensamientos; practicar técnicas de
relajación; modificar la situación; descargar/ventilar; distraerse; celebrar o capitalizar;
divertirse/gratificarse; alimentarse saludablemente; descansar correctamente, y evitar el consumo
de sustancias dañinas al organismo.

Regular nuestros pensamientos

Retomemos el caso de Josefina. Como mencionamos anteriormente, Josefina se encontraba


estresada, dado que debía hacer frente a muchas demandas y se estaba viendo sobrepasada.
¿Qué sucedería si, además de tener múltiples demandas, Josefina comenzará a pensar de la
siguiente manera? «No voy a poder hacer todo, seguro que voy a desaprobar los exámenes y
quedarme libre»; «no llegué a estudiar todos los contenidos, seguro que me toman justo lo que no
sé»; «ya veo que aprueban todos, menos yo», o «¿por qué hago siempre todo mal? ¡No sirvo
para nada!». Estos pensamientos hacen que el estrés, en vez de disminuir, aumente
considerablemente. De hecho, nuestra manera de pensar determina en gran medida cómo nos
vamos a sentir frente a una situación estresante.

Existen dos tipos de pensamientos muy comunes que pueden generar que nuestros niveles de
estrés aumenten innecesariamente, afectando nuestra salud y motivación. Estos pensamientos
se denominan catastrofización y rumiación.

1. La catastrofización: hace referencia a un tipo de pensamiento que se caracteriza


por agrandar, de forma desproporcionada, las consecuencias negativas de un
problema. Es decir, frente a un evento negativo, tendemos a agrandarlo
excesivamente y verlo peor de lo que en realidad es.
2. La rumiación: se caracteriza por ser un pensamiento repetitivo, esto es, pensamos
una y otra vez en el evento negativo. Este tipo de pensamiento genera que la
ansiedad y estrés dure más tiempo y nos sea más difícil relajarnos.

¿Por qué catastrofizamos y rumiamos? Estos procesos de pensamiento se deben a que, en


algún momento, constituyeron una ventaja evolutiva y favorecieron la supervivencia de la
especie. Así pues, como ejemplo, la tendencia a pensar de manera excesiva, repetitiva, en
eventos negativos o de percibir consecuencias negativas graves, probablemente favoreció a
nuestros antepasados en la detección de amenazas, en el aumento de la seguridad, en las
posibilidades de supervivencia y en generar reacciones para defenderse y, por lo tanto,
aumentar sus probabilidades de supervivencia.
El problema es que este tipo de pensamientos son automáticos. Las personas no catastrofizamos
o rumiamos voluntariamente, sino que —en la mayor parte de los casos— los pensamientos
ocurren de forma involuntaria. Son como una especie de reflejo que tiene nuestro cerebro que a
veces nos lleva a experimentar mayor estrés del necesario. Afortunadamente, podemos aprender
a regular estos patrones de pensamiento. Una manera de graficar esto es mediante el modelo
ABC:

A: significa «algo pasa».


B: hace referencia a nuestras creencias (la B proviene de la denominación en inglés
believe). Dicho en otras palabras, se refiere a la interpretación sobre lo que está
pasando y responde a las siguientes preguntas: ¿qué es lo que creo que está
pasando?, ¿cómo interpretar lo que está pasando?
C: refiere a las consecuencias tanto emocionales como conductuales.

Veamos un ejemplo: supongamos que dos estudiantes deben rendir el mismo examen. Se trata
de las mismas preguntas y los mismos contenidos. Incluso, ambos estudiaron al mismo nivel.
Ahora bien, imaginemos que uno de ellos, frente a la situación de examen, comienza a pensar
«seguro que el examen es re difícil y no apruebo… Voy a pasar mucha vergüenza cuando me
pregunten cómo me fue y tenga que decir que no aprobé». Al tener este tipo de pensamientos, es
esperable que la ansiedad suba y la situación sea cada vez más estresante. Imaginemos ahora
que, frente a la misma situación, el otro alumno piensa «puedo afrontar esta situación, me he
preparado y, si bien no sé todo a la perfección, creo que he aprendido los contenidos más
importantes de la materia». Seguramente, este alumno experimente menos niveles de ansiedad y
estrés. Aunque el examen sea el mismo, la manera de sentirse de cada estudiante es
rotundamente distinta, debido a que la forma de interpretar esa situación varía sustancialmente.
Nuestra manera de pensar es clave para entender nuestra forma de sentirnos y
comportarnos. En este punto, es importante hacer una aclaración: pensar
positivamente frente a cualquier tipo de situación, en todo momento y lugar, no es una
solución adecuada. Pero es importante que tomemos conciencia de nuestra manera de
pensar, ya que en ocasiones tendemos a pensar excesivamente de manera negativa en
situaciones que nos terminan generando estrés crónico, sin sentido.

Practicar técnicas de relajación

Es importante aprender a utilizar la respiración como un instrumento para disminuir nuestra


activación corporal cuando estamos estresados. Esto nos permitirá estar en mejores condiciones
para afrontar las demandas a las que estamos expuestos. Una excelente actividad es practicar
yoga. También se recomiendan técnicas de meditación y respiración consciente.

Modificar la situación

Afrontar y resolver los problemas pendientes es una de las mejores formas de disminuir el estrés.
Si bien en ocasiones tendemos a evitar o postergar las situaciones que nos generan estrés,
exponernos y afrontar la situación estresante es la mejor alternativa. Cuanto más evitemos o
posterguemos el problema, más tiempo nos sentiremos estresados. Una técnica que da buenos
resultados es la regla de los dos minutos. Esta técnica fue planteada por David Allen, consultor e
instructor de productividad que trabaja en estos temas desde 1980. Es el creador de Getting
Things Done (GTD), un método de productividad personal. Para aumentar la productividad, el
autor plantea que aquellas tareas que demanden menos de dos minutos deben ser realizadas en
el momento. Las que lleven más de dos minutos, deben ser delegadas o pospuestas. Por
ejemplo, si te piden en el trabajo que envíes un mail, es importante que lo hagas en el momento.
En el trabajo estarán agradecidos y desocuparás tu mente con esa cuestión pendiente. De esta
manera, ganarás en tranquilidad y mantendrás bajo los niveles de preocupación y, por lo tanto, de
distrés, tan perjudicial para el rendimiento.

Descargar/ventilar
Otra estrategia para gestionar el estrés consiste en hacer actividades que nos permitan descargar
la tensión fisiológica asociada a una emoción negativa. Algo que resulta altamente recomendable
es hacer actividad física, sobre todo, cuando estamos en un periodo de mucha sobrecarga o
tensión.

Distraerse

Esta técnica se utiliza mientras estás estudiando. Consiste en cambiar el foco de atención,
mediante el desarrollo de algún tipo de actividad placentera; por ejemplo, hacer una breve
caminata, mirar un rato el horizonte por una ventana, etc. Una técnica posible es 40/20, que
consiste en estudiar bloques de 40 minutos y descansar 20. El tiempo de duración de cada
bloque puede ser variable, aunque se recomienda que el tiempo de estudio no supere los 60
minutos, o sea, que podría llegar a ser 60/20. Esta técnica puede ser muy efectiva, siempre que
no abusemos de estas actividades de distracción y que el tiempo de estudio sea mayor al tiempo
de descanso, para no correr el riesgo de dilatar las actividades que resuelvan el factor estresor.

Celebrar o capitalizar

Experimentar emociones positivas también es una estrategia útil para gestionar el estrés. Las
emociones positivas sirven para contrarrestar el estrés y nos ayudan a mantenernos motivados y
saludables. Algunas acciones que podemos hacer son compartir o celebrar experiencias positivas
con otras personas o premiarnos con algo que nos gusta, una vez que hayamos afrontado con
éxito una situación que nos mantenía estresado.

Divertirse/gratificarse

Incorporar en nuestra vida cotidiana hábitos de diversión y gratificación también puede ayudarnos
a aumentar nuestros niveles de emociones positivas. Se recomienda incorporar, dentro de
nuestras actividades semanales, otras actividades que resulten divertidas y gratificantes, por
ejemplo, salir a divertirnos, comer algo que nos gusta, hacer una actividad relajante, escuchar
música, entre otras. También, es recomendable que, cuando realicemos estas actividades, nos
tomemos el tiempo suficiente para saborearlas, esto es, prestarles atención y poder apreciarlas,
evitando pensar en lo que nos tiene preocupados. Por ejemplo, nos tomamos el tiempo para
disfrutar y apreciar un logro o disfrutamos algo que estamos comiendo o el momento de descanso
que nos hemos tomado.

Alimentarse saludable
Es clave también llevar una dieta equilibrada y saludable, que ayude a eliminar el estrés crónico,
por ejemplo, incluir en la dieta frutos rojos. Asimismo, es recomendable disminuir el consumo de
azúcar y café, que puede generar insomnio y atenta contra un sueño correcto. Es importante
disminuir el consumo de alimentos procesados y de carnes rojas, que contribuyen al aumento de
cortisol. La relación entre estrés y alimentación es más estrecha de lo que se piensa, y consumir
alimentos que atentan contra la salud de las personas baja la calidad de vida y, por lo tanto,
puede elevar los niveles de estrés crónico.

Descansar correctamente

Dormir las horas necesarias asegura en el organismo una serie de procesos metabólicos que
disminuyen el estrés y favorecen el aprendizaje, generando un círculo virtuoso entre ambos.
Dormir correctamente y las horas necesarias es muy importante, ya que la falta de sueño
favorece la aparición de depresión y ansiedad y, en consecuencia, el estrés negativo, con lo cual
disminuye el rendimiento académico. Estudios han demostrado la caída en el rendimiento de
estudiantes que duermen mal. La falta de sueño, además, genera ensoñaciones diurnas
(microsueños en cualquier momento, incluso aumenta la introspección), con lo cual se disminuye
la capacidad atencional en el aula. También, afecta la sincronización entre las redes cerebrales.
Por último, la falta de sueño favorece el mal humor; esto inclina los pensamientos negativos y
favorece el estrés crónico.

Evitar el consumo de sustancias dañinas al organismo

Además de afectar a nuestra salud, el consumo de este tipo de sustancias genera una falsa
sensación de superación de las dificultades. No se elimina el estresor, sino que se evita
confrontarlo, postergando su resolución y, por lo tanto, evita disminuir el estrés. Esto lleva
nuevamente a consumir este tipo de sustancias, buscando soluciones mágicas, que nunca
llegarán por este camino erróneo.

Referencias
Buitrago Acuña, R.; Hernández Rivas, M. y Hernández Malpica, P. (2016). Liderazgo
resonante y su efecto dinamizador en la negociación ante conflictos organizacionales. Desarrollo
Gerencial, 9(1), p. 97.
https://www.researchgate.net/publication/319992569_LIDERAZGO_RESONANTE_Y_SU_EFECT
O_DINAMIZADOR_EN_LA_NEGOCIACION_ANTE_CONFLICTOS_ORGANIZACIONALES

Csikszentmihalyi, M. (1990). Flow (fluir). Una psicología de la Felicidad. Editorial Kairos.


Goleman, D. (2005). Liderazgo que obtiene resultados. Harvard Business School Publishing
Corporation.
https://www.academia.edu/45080976/Liderazgo_que_obtiene_resultados_Daniel_Goleman_

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