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The Banker
The Banker
THE BANKER
Banker 01
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PENELOPE SKY
Sinopsis
Cato Marino.
El hombre está acompañado por su equipo de seguridad a donde quiera que va‐
ya. Su fuerte en la Toscana es impenetrable. Es el hombre más paranoico del país.
Si quiero salvar a mi padre, solo tengo una opción. Meterme en la cama de Ca‐
to… y quedarme allí.
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Siena
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Mi abuela me dejó una pequeña casa fuera de Florencia. Era vieja, una an‐
tigüedad viviente. Las tuberías eran originales, y podía escuchar el agua corriendo
por toda la casa cuando tiraba de la cadena del inodoro. Había grietas en la pied‐
ra, y el vidrio de las ventanas estaba tan envejecido que lucían borrosas constante‐
mente, independientemente de cuántas veces las limpié. Estaba a poca distancia
de la ciudad, tan cerca que nunca sentí que realmente estaba en medio de la cam‐
piña toscana, pero me dio la tranquilidad y la paz que ansiaba. Todas las mañanas,
en primavera y verano, podía oír a los pájaros cantar fuera de mi ventana. Había
sido un refugio para mí durante mucho tiempo desde que le había dado la espalda
a mi familia.
Corrí por la escalera de madera, los crujidos gritaban bajo mis pies mientras me
movía tan rápido como mi cuerpo podía llevarme. No tenía sentido ser sigilosa, no
cuando sabían que estaba aquí.
—Corre, perra. —Damien dirigió la persecución, con sus dos amigos detrás de él
—. Es más divertido de esta manera. —Su tono siniestro llegó a cada extremo de la
pequeña casa, como si estuviera hablando a través de un sistema de sonido que
amplificaba cada sílaba.
—Mierda. —Logré llegar arriba y me deslicé por el piso de madera dura hacia
mi colchón. Metido entre las dos piezas de la cama estaba el revólver que guarda‐
ba para emergencias. Había repudiado a mi familia hace años, así que pensé que
nunca lo necesitaría.
Quité el seguro y me preparé para dispararle a Damien justo entre los ojos. No
era el tipo de persona que dudaba cuando apretaba el gatillo. Era él o yo.
Damien se tomó su tiempo para subir las escaleras, sus pisadas pesadas latían
como el sonido de tambores constantes.
—Cariño, yo revisaría esa pistola si fuera tú. —Su profunda voz recorrió el pasil‐
lo, su sonrisa era tan audible que realmente podía verla detrás de mis ojos.
Mis manos empezaron a temblar.
Vacío.
Su risa vagó por el pasillo, el sonido se hizo más fuerte porque estaba muy cer‐
ca. Pareció moverse más lento a medida que se acercaba, como si quisiera sabore‐
ar esto todo el tiempo que pudiera. Me acorraló como una rata, y él quería que me
retorciera.
Abrí mi armario y empujé todas mis cajas de zapatos hasta que encontré mi es‐
pada, una espada samurái que me regalaron desde Kyoto. Quité la funda y preparé
la espada, lista para apuñalar a mi atacante directamente a través del cuello como
me habían enseñado. No era una maestra de la espada, pero ciertamente sabía có‐
mo apuñalar a alguien.
Presioné mi espalda contra la pared y esperé a que Damien entrara por la puer‐
ta abierta.
Damien apuntó su arma antes de moverse hacia adentro, su arma estaba siendo
sostenida a la altura de los hombros. —Cariño, sabes que me encanta cuando cor‐
res…
Bajé mi espada rápidamente, apuntando para cortar su brazo justo al lado del
codo.
Damien debió haber estado esperando que me escondiera allí porque me esqu‐
ivó en el camino.
—Y sexy. —La esquina de su boca se levantó en una sonrisa que parecía más
una burla. Estaba disfrutando demasiado de esta manera. Su cabello negro aza‐
bache se deslizó frente a su cara y ocultó algo de su ojo izquierdo a la vista. Era el
mejor jefe de la organización, porque amaba mucho su trabajo.
Apuñé mi espada en sus entrañas, deseando que sangrara por todo mi piso.
—Cariño, te dispararé.
Apretó el gatillo.
Damien dejó de sonreír, y contra su voluntad, mostró una leve mirada de respe‐
to.
—Maldita sea, eres un mal tirador. —Me había golpeado en el hombro, fallando
las arterias y órganos principales.
No quería tener nada que ver con esta vida. Cuando amaba a mi padre, le dije
que no quería tener nada que ver con su negocio. Al poner algo de distancia entre
nosotros, pensé que podría tener mi propia vida, una reputación sin mancha para
el inframundo criminal.
—Suelta la espada.
Yo no era el tipo de persona que podría ser una prisionera dispuesta. En lugar
de rendirme, preferiría morir. Tal vez era mi linaje familiar o mis raíces italianas,
pero era la mujer más terca del planeta. Prefiero morir que someterme a alguien.
—Continúa esta misión suicida y muere —dijo simplemente—. O ven con nosot‐
ros, y vamos a llegar a un acuerdo.
—Normalmente, sí. Pero tengo otro uso para ti. Suelta la espada.
Él sonrió ampliamente.
—Buena chica.
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Siena
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Los hombres detuvieron la sangre y luego cocieron las heridas de entrada y sali‐
da, como si esto ocurriera todos los días. No me dieron nada para el dolor, y yo
era demasiado terca para preguntar. Una gruesa pieza de gasa fue envuelta alre‐
dedor de mi hombro, escondida debajo de mi camiseta, así que no sobresalí como
un pulgar adolorido.
Podría haber roto la ventana con el codo y saltar del auto en cualquier momen‐
to. Pero si realmente tenían a mi padre, correr no era una opción. Sin importar nu‐
estras diferencias, éramos familia. Él bajaría su arma por mí en un instante… al
menos, esperaba que lo hiciera.
Nos adentramos en la oscuridad del garaje subterráneo. Otros autos caros esta‐
ban estacionados en los espacios, todos eran todoterrenos y negros. Después de
estacionarnos, salimos del auto. Los dos compañeros trataron de esposarme.
Como una yegua salvaje, lancé mi pierna hacia atrás y lo golpeé. Damien levan‐
tó la mano.
—Camina, perra.
Estuve tentada de darle una patada en la parte posterior de la rodilla, pero Da‐
mien haría algo peor que abofetearme. Ya estaba sufriendo una herida de bala, y
no quería que me dieran una puñalada.
No va a suceder.
Me llevaron a una habitación privada. Con paredes negras y espejos con marcos
negros, se veía como una habitación privada en un club. Había un bar allí también,
pero en lugar de tener un camarero, solo había un hombre mayor en un traje neg‐
ro. Se sentó en uno de los sillones de cuero que daba a una mesa negra de café.
Había tres vasos de whisky en la superficie.
Los matones cerraron la puerta detrás de nosotros, dejando a los tres solos.
El hombre del traje me estudió con una expresión ilegible. Tenía una barba gris
que hacía juego con el pelo de su cabeza. Su piel estaba bronceada y endurecida,
pero parecía tener unos cincuenta años. Su edad no había disminuido su muscula‐
tura, y llenaba bien el traje. Todavía poseía la fuerza suficiente para ser un opo‐
nente formidable.
—Tratamos a los invitados mejor que eso. —Se puso de pie y luego indicó el sofá
de cuero frente a él—. Estoy seguro de que tienes sed después del día que has te‐
nido. Damien, dale unos analgésicos para que tome con su whisky. No es necesa‐
rio que ella sufra.
Tomé las pastillas y las tragué con el escocés. Bebí todo el vaso. Necesitaba ca‐
da gota para calmar mis nervios. Al igual que mi padre, no mostré miedo ante el
peligro, pero un buen vaso de alcohol siempre lo hacía un poco más fácil. Una gota
se deslizó de la esquina de mi boca, así que me la quité con el antebrazo.
—Te dejaré decidir. —Tomó un trago antes de poner el vaso sobre la mesa.
—Al grano. —Tal vez era más audaz de lo normal porque sabía que tenía algún
tipo de poder en este juego.
—Y tú sabes quién soy —dije, sin molestarme con una presentación—. ¿Dónde
está mi padre?
—En el edificio. —Micah llevaba un anillo de oro en su dedo con una esmeralda
verde en el centro. Sus manos mostraron su edad, las venas se mezclaban con las
arrugas. Debe ser unos años más joven que mi padre—. Los detalles no importan.
Le eché un vistazo.
Amplió su sonrisa aún más, odiándome pero queriéndome al mismo tiempo. Sus
ojos verdes estaban puestos en una cara bonita, sus pómulos masculinos comple‐
mentaban sus labios llenos. Era un hombre hermoso, pero estaba tan contaminado
por el mal, que su hermosura se perdió en el camino.
—Lo asumí. ¿Qué quieres de mí? —No tenía habilidades especiales ni interacci‐
ón con el negocio familiar, por lo que no tenía mucho que ofrecer. Incluso mi infor‐
mación era inútil porque le había dado la espalda al comercio. Eso debería ser ob‐
vio para ellos, si hicieron su investigación.
—Este hombre es intocable. —Micah sacó una carpeta del interior de su chaqu‐
eta y la puso sobre la mesa entre nosotros. No la abrí.
—Si es intocable, soy una persona terrible para preguntar. Puede que sea una
buena tiradora, pero no soy una asesina. —No pude lograr ningún tipo de truco.
Viví una vida tranquila fuera de Florencia. Fui a trabajar todos los días a la gale‐
ría, pasé tiempo con mis amigos, tuve algunas citas aquí y allá y luego me iba a ca‐
sa.
—Cato Marino.
Micah debe haber reconocido el vacío en mis ojos porque elaboró una respues‐
ta.
—Es el dueño del banco más grande del mundo. Oculta dinero para los chinos,
tiene vínculos con las bóvedas en Suiza, y la mitad de la deuda de los Estados Uni‐
dos puede ser atribuida a él. Puede haber bancos con nombres diferentes, pero to‐
dos ellos son propiedad del mismo hombre.
—Jesús… ¿y crees que puedo tocar a este tipo? —Reí a pesar de la gravedad de
la situación porque era ridículo—. Es como el tipo más rico del universo. ¿Crees
que puedo acercarme a él y pedirle que venga conmigo?
Ahora todo se hizo claro como el agua. Querían que abriera las piernas y seduj‐
era a este hombre. Querían que me acostara como una puta. Una vez que me ga‐
nara su confianza, podría engañarlo para que lo atraparan las manos equivocadas.
—No estoy en esa línea de negocio. —Agarré la botella de whisky y volví a llenar
mi vaso.
—Entonces será mejor que encuentres otro plan —dijo Micah—. No importa có‐
mo lo logres. Conseguimos a Cato Marino y tu padre saldrá libre. Es así de simple.
No hagas nada… y lo mataré. —La actitud de caballero desapareció hace mucho ti‐
empo, y ahora sus verdaderos colores subieron a la superficie. Apretó su vaso con
los dedos—. Tu padre invadió nuestro territorio y fue lo suficientemente estúpido
como para cruzar la línea demasiadas veces. Tuve la amabilidad de advertirle, pe‐
ro no más.
—Pero todavía estoy aquí contigo… así que no puedo ser tan inteligente. —De‐
bería haber dejado Italia. Debí haberme mudado a Francia o a Londres. O mejor
aún, debería haber cruzado el océano y comenzar una nueva vida en América.
Sí, podría culparlo por todo esto. No quería tener nada que ver con su vida cri‐
minal, pero de alguna manera había sido arrastrada de nuevo en ella.
— ¿Qué quieres con Cato Marino? —No sabía nada acerca de este tipo, pero sa‐
bía que no era inocente.
—Eso es nuestro asunto. —Micah tomó un trago—. No es tuyo. ¿Por qué espera‐
ba algo más?
— ¿Y si digo que no? —Tenía todo el derecho de alejarme ahora mismo. Le ha‐
bía advertido a mi padre muchas veces. Incluso cuando mi madre fue asesinada, él
no se detuvo. Esa fue la última gota que colmó la copa para mí. Estaba cegado por
la codicia y el poder. La fortuna era más importante que su familia, más importan‐
te que la mujer que le dio a sus hijos.
Se metió en este lío, y debería dejarlo sufrir por ello. Damien ladeó ligeramente
la cabeza, como si esa respuesta fuera la que él esperaba.
Como insectos que se arrastraban por mi piel, sentí que mi cuerpo se retorcía
bajo manos invisibles. Mi respiración se aceleró un poco, y mis dedos se estreme‐
cieron automáticamente, deseando poder agarrar un vaso y aplastarlo sobre la ca‐
beza de Damien. Pero ya tenía una herida de bala, y no estaba deseando otra.
Incluso si Damien no me había amenazado con esa imagen aterradora, sabía
que mi conciencia no me permitiría abandonar a mi padre. Si él fuera alguien más,
hubiera seguido luchando hasta que la última gota de sangre saliera de mis venas,
pero mi lealtad no me permitiría doblegarme. Si lograba esto, salvaría mi vida y la
de mi padre.
—Si te traigo a Cato, ¿liberas tanto a mi padre como a mí? Micah asintió.
Mi padre amaba ese negocio más que a mí, pero quizás estar encerrado por Di‐
os sabe cuánto tiempo, lo haría cambiar de opinión.
—Bien. Pero no estoy durmiendo con él. —Haría cualquier cosa para salvar a mi
familia, pero abrir mis piernas no era un camino que tomaría. Debe haber alguna
otra manera de hacer que suceda.
—No me importa cómo lo hagas —dijo Micah—. Solo haz el trabajo. Pero si fal‐
las, no hay trato. Hasta que Cato Marino esté en mi cautiverio, tu padre permane‐
cerá aquí. Y si no puedes cumplir lo que prometiste, me veré obligado a matarte. Y
a tu padre. Entonces, si yo fuera tú… No me tomaría tu tiempo.
Damien me sonrió.
Siena
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Él era exitoso. No pude hacerme la idea sobre los logros de este hombre soltero
en su única vida.
Él era joven. Acababa de cumplir treinta años en marzo. ¿Cómo alguien tan
joven logró tanto?
Inexplicablemente precioso. Tan hermoso que era irreal. Más de un metro oc‐
henta de acero, y probablemente todo el acero en sus pantalones también. Cada
imagen que vi de él mostraba sus hombros cavernícolas, sus brazos musculosos y
su cintura ajustada. Si estaba en jeans o un traje, la dureza de su cuerpo no podía
ser negada. Era sexi de pies a cabeza, material de un modelo, no solo material
bancario.
Hice toda la investigación que pude, y era seguro concluir que este hombre era
impenetrable. Cada fotografía que pude encontrar mostraba a su equipo de seguri‐
dad en el fondo. Las únicas apariciones públicas que hizo fueron por trabajo. Su
vida personal no era revelada. Ni siquiera había una foto de él yendo a la tienda de
comestibles para comprar un poco de jugo de naranja.
Había algunos lugares que Cato frecuentaba en Florencia, así que decidí verlo
en persona. Quizás si estudiaba a mi presa, obtendría una mejor comprensión de
cómo iba a lograr esto. Ir hacia él con una pistola no lograría nada. Uno de sus
hombres me derribaría en un segundo. Probablemente ni siquiera podría acercar‐
me a él, no sin ser interceptada por uno de sus guardaespaldas.
No tenía mucho tiempo que perder, pero tenía que tomar esto lentamente si iba
a lograr algo.
Fui a uno de sus clubes favoritos en Florencia. No tenía ni idea de cuándo iba a
mostrar su cara, así que hice una aparición tres noches seguidas, con un vestido y
tacones diferentes cada vez. El barman pensó que era una alcohólica solitaria que
rápidamente se había convertido en una cliente habitual.
En la tercera noche, me senté sola en una mesa cuando finalmente tuve algo de
suerte. Mis manos estaban envueltas alrededor de mi vaso de whisky mientras mis
ojos observaban la conmoción en la puerta. Los gorilas se apartaron del camino
para que Cato pudiera liderar el grupo. Con otros tres hombres guapos en trajes,
entraron al bar, con todas las cabezas girando hacia ellos como si fueran hermosas
mujeres con tacones. Las mujeres no eran las únicas que miraban, sino que tambi‐
én los hombres, probablemente envidiaban a un hombre tan rico y guapo que po‐
día tener a cualquier mujer que quisiera, en cualquier momento.
Se les despejó un área especial de asientos solo para ellos, y antes de que sus
musculosos culos se presionaran contra los asientos de cuero, una sexi camarera
con un vestido que apenas cubría algo de su cuerpo, apareció de la nada para es‐
perarlos.
Me centré en Cato e ignoré a sus tres amigos. Incluso en la oscuridad del club,
se veía exactamente igual que en sus fotografías. Robusto, guapo y confiado. Lle‐
vaba un cuello en V gris que destacaba sus brazos musculosos y el pecho. Sus
hombros eran más anchos en persona que en las fotos. Con ojos azules y cabello
castaño, era un hombre muy bonito. Su piel bronceada implicaba que amaba el
aire libre, a pesar de que nunca había visto una sola fotografía de él caminando o
navegando.
Asumí que un chico guapo como él era un playboy, pero no estaba preparada
para lo extremadamente mujeriego que era.
Agarró a la mujer más cercana por la muñeca y la acercó suavemente. Sus ma‐
nos guiaron las caderas sobre sus muslos hasta que ella se sentó a horcajadas en
su regazo. Luego la agarró por la parte baja de la espalda y la atrajo para besarla,
su vestido subió y mostró su tanga negra a todos.
Aunque era un cerdo total, todavía era muy caliente. Él ciertamente sabía cómo
usar esa robusta boca suya.
Ella lo besó más fuerte que la mujer anterior, sus manos acariciaron su pecho
mientras se apoyaba contra su erección en sus pantalones. Ella le mostró sus mej‐
ores movimientos, haciendo todo lo posible para eliminar a la mujer que acababa
de hacer el mismo truco.
El beso duró un rato antes de que él la dirigiera hacia el espacio al otro lado.
Ambos brazos descansaban ahora sobre el cuero del respaldo del sofá mientras
reclamaba a las dos mujeres para pasar la noche, una debajo de cada brazo.
Los otros chicos encontraron a sus mujeres, y luego pasaron la noche bebiendo
y hablando.
Había tenido mi parte justa de playboys, pero nada de ese calibre. Ese hombre
ni siquiera necesitaba cazar a una mujer porque ellas lo buscaban. Todo lo que te‐
nía que hacer era esperar treinta segundos, y una hermosa mujer aparecería para
reemplazar la anterior. Cuando terminara la noche, probablemente llevaría a las
dos mujeres a su lugar con la intención de tener sexo con las dos. Probablemente
esperaban que pudieran llamar su atención si eran lo suficientemente aventure‐
ras, pero como todas las demás, se habrían ido por la mañana.
Justo cuando terminé mi whisky, apareció otra mujer. Ella se sentó a horcajadas
en su regazo, y comenzó otra sesión de besos.
Había estado sentada allí toda la noche sin atraer a un admirador, mientras que
Cato tenía más vaginas de la que podía manejar.
Escuché pasos pesados a mi izquierda, y ahí fue cuando me volví para ver al
enorme hombre cubierto de mangas de tatuajes. Tenía una apariencia aterradora,
especialmente cuando apretaba así la mandíbula. No parecía en absoluto compla‐
cido de verme, ya que este favor que estaba haciendo era por Bosco, no era más
que un dolor en el culo.
— ¿Bones?
Se detuvo frente a mí, manteniendo varios metros entre nosotros. Éramos visib‐
les bajo la luz de la lámpara, pero a él no parecía importarle que nos vieran. Lleva‐
ba una camiseta negra y unos vaqueros negros, a juego con la tinta que cubría sus
brazos y desaparecía bajo el cuello de su camisa.
—Hay un millón de euros para ti si puedes ayudarme. —Para mí, eso era una
fortuna.
Pero basado en la frialdad de su rostro, eso fue solo unos pocos centavos.
—Dije que no hay nada que puedas ofrecerme. Lo dije en serio. —Metió sus ma‐
nos en los bolsillos delanteros, y ahí fue cuando noté el anillo negro tatuado en su
dedo anular.
—No quiero matar a este tipo. Solo necesito llevarlo del punto A al punto B. —
Ahora que había observado a Cato con mis propios ojos, me di cuenta de lo difícil
que sería esta misión. Era imposible acceder a él porque nunca estaba solo, y si
estaba solo, probablemente tendría una lengua de alguna mujer en su garganta.
Esto estaba completamente fuera de mi liga—. Es una misión simple.
—Mira, estoy mezclada con una mierda seria, y necesito ayuda. Bones todavía
lucía irritado, como si cada minuto que perdió fuera valioso.
—Entonces, ¿cuánto? —Tal vez podría conseguir un poco más de dinero de algu‐
na manera.
—Cato Marino.
—Es un objetivo de alto perfil. Ni siquiera estoy seguro de que se pueda lograr.
Cien millones es una suposición conservadora. —No tengo esa cantidad de dine‐
ro…
—Es por eso por lo que estoy pidiendo consejo. —Tal vez no lucía inteligente en
este momento, pero estaba perdiendo mi enfoque. Él entornó sus ojos.
Me miró fijamente por unos segundos, con los ojos fijos y abiertos. Ni siquiera
parpadeó, añadido a su aura de hostilidad constante.
Había una cafetería al otro lado de la calle de uno de los bancos de Cato, y lo
habían visto tomar su taza de café de la tarde allí de vez en cuando. Había estado
vestido con su traje y corbata, y parecía como si hubiera pasado toda la mañana
hablando de dinero hasta que su cerebro estuvo frito.
Me senté en una de las mesas afuera con un café con leche y un libro, con la es‐
peranza de que se detuviera en algún momento de la semana. Pasaron unos días y
no hizo acto de presencia, y yo casi había terminado con mi libro y pronto tendría
que reemplazarlo. Afortunadamente, la galería había estado lenta por las últimas
dos semanas, por lo que mi jefe no me necesitaba con tanta frecuencia como de
costumbre.
Finalmente, Cato Marino apareció. Eran las dos de la tarde cuando cruzó la cal‐
le y entró en la panadería.
Podía verlo a través de las ventanas. Vestía un traje gris y una corbata negra.
Sus pantalones abrazaban su duro trasero como roca, y se mantuvo en una postu‐
ra perfecta. Se puso en fila y esperó a ordenar mientras casualmente miraba a su
lujoso reloj. Luego, frotó sus dedos sobre la barba oscura que comenzó a aparecer
a lo largo de su cincelado mentón.
Me pregunté si se habría ido a casa con las tres mujeres del bar. No estaría
sorprendida.
Se movió al frente de la línea y pidió su orden. Dejó caer cien euros en la jarra
de propinas cuando nadie estaba mirando y luego se apartó para esperar a que se
preparara su café.
Y a pesar de lo bueno que estaba, no iba a acostarme con él. Tendría que en‐
contrar otra manera.
La última vez que vi a Crow Barsetti, yo solo era una niña. Sus rasgos no eran
fáciles de recordar porque era demasiado joven, pero sí recordaba sus ojos. Eran
únicos con su color verde y avellana. Ahora habían pasado décadas, y él era un
hombre diferente al que había conocido todos esos años atrás, pero sus ojos seguí‐
an siendo los mismos.
—Eh… no realmente. —Crucé los brazos sobre mi pecho y esperé que este
hombre arriesgara todo para ayudarme. No tenía sentido por qué lo haría, pero te‐
nía que intentarlo. Tal vez se compadecería de mí.
— ¿Qué es? —Alto y fuerte, era un hombre que había envejecido bien. Pasar sus
días trabajando en una bodega obviamente lo había mantenido en forma. Había fo‐
tos dispersas en su escritorio, probablemente imágenes de su familia.
—Mi padre ha sido capturado por Micah y sus hombres. Mi hermano está desa‐
parecido y no estoy segura de lo que está pasando con el negocio.
— ¿Quién es el hombre?
—Cato Marino.
—Lo siento, Siena. Le advertí a tu padre que debía alejarse del negocio. Una vi‐
da criminal solo durará tanto como se acabe la suerte. Paré mi negocio de armas
cuando me casé con mi esposa. Ambos. Quería una vida sencilla.
—Bien por ti. Desearía que mi padre hubiera hecho lo mismo. Tal vez mi madre
todavía estaría viva ahora mismo si lo hubiera hecho.
—Sé que vas a pedir mi ayuda. Pero antes de que lo hagas, tengo que hablarte
de mi familia. Mi hermano y yo llevamos treinta años administrando esta bodega.
Ahora estoy preparando a mi yerno para que se encargue de ello. Tengo dos ni‐
etos. Reid tiene dos años y Crow Jr. uno.
Sonreí.
¿Cómo podría discutir con un hombre que solo quería proteger a su familia? Ha‐
bía tomado la decisión correcta cuando mi padre no lo hizo. Se había alejado de
sus negocios y vinculado con criminales para proteger a su familia. No era codici‐
oso y egoísta como mi padre. Había hecho la llamada correcta.
—Entiendo. —Crow Barsetti merecía la paz por la que había luchado, y nunca le
quitaría eso—. Tienes razón.
— ¿Quieres mi opinión?
Fue un buen consejo, el mismo consejo que le daría a cualquier otra persona.
—No debería ser castigada por la estupidez de mi padre. Estoy de acuerdo con‐
tigo. Pero mi lealtad no me permitirá rendirme. Su sangre es mi sangre. Sé que, si
cambiáramos de lugar, él no se rendiría.
Fue algo dulce de decir, especialmente porque era tan sincero. —Todavía no pu‐
edo hacerlo. —No podía dejar que mi padre se pudriera en esa prisión siendo tor‐
turado hasta la muerte—. Nunca sería feliz de todas formas. Siempre me pregun‐
taría si lo habrían matado. Y de ser así, la culpa me perseguiría para siempre. Él
no merece mi lealtad… pero la tiene de todos modos.
Una vez que terminé de trabajar en la galería, caminé algunas cuadras hasta
que llegué al café que a Cato le gustaba frecuentar. Esta vez, no me detuve con la
esperanza de verlo. Después del largo día que había tenido, quería un café helado
y un muffin para romperlo con la punta de los dedos.
Cuando mis ojos se movieron hacia arriba, aterrizaron en el hombre que había
estado cazando. Con unos ojos azules que coincidían con el cielo de verano y una
mandíbula dura que parecía haber sido tallada con un cuchillo, el hermoso hombre
que había estado observando desde lejos se sentó frente a mí.
No me saludó con esa hermosa sonrisa con la que le había visto dirigirse a sus
mujeres. En cambio, sus ojos eran hostiles y sus labios estaban ligeramente presi‐
onados por la diversión. No llevaba traje y corbata como solía hacer cuando frecu‐
entaba este lugar. Hoy, estaba vestido con pantalones vaqueros y una camiseta
verde oliva, con una V en la parte delantera, por lo que los músculos de su pecho
eran inconfundibles. A esta distancia cercana, podía ver claramente la piel tensa
de su cuello, la tensión obvia de los músculos de su cuerpo. Sus gafas de sol colga‐
ban de la camiseta, y apoyó sus antebrazos en los reposabrazos de la silla. Estaban
flanqueadas por las mismas venas que combinaban con su cuello, y él era el homb‐
re más fuerte y en forma que había visto. Parecía que solo hacía ejercicios y comía
proteínas. No es de extrañar que pudiera conseguir que tres mujeres diferentes en
fila se besaran con él sin siquiera hacer una presentación.
—Hola. —Esa fue la única respuesta que le daría. Decir la menor cantidad po‐
sible fue lo más inteligente que se pudo hacer en esta situación. Tal vez se había
dado cuenta de que lo había estado siguiendo. O tal vez estaba intentando conqu‐
istarme. No había una manera real de saberlo hasta que manifestó sus intenci‐
ones.
—Mis acosadores no suelen ser mujeres jóvenes y hermosas. Esta es una agra‐
dable sorpresa. —Se sentó hacia adelante y movió sus antebrazos a la parte supe‐
rior de la mesa. Sus manos descansaban en mi papeleo, pero no miró hacia abajo
para examinar mi proyecto. Sus ojos estaban pegados a mí y enfocados, como si no
hubiera nada más importante en el mundo que mirarme. No parpadeó cuando me
recibió, y parecía que estaba sentado frente a él en una reunión de negocios. No
podría irme hasta que le diera lo que quería.
Mantuve mis ojos en él mientras cerraba mi portátil. —Gracias. Pero no soy una
acosadora.
—No me insultes. No hay nada que ocurra a mi alrededor que no note. —Su voz
complementaba perfectamente con su apariencia. Era profunda y aguda, como el
filo de un cuchillo.
A pesar de que su suposición era totalmente precisa, no me gustaba su arrogan‐
cia. Era el playboy engreído que asumí que era. Todo el mundo giraba a su alrede‐
dor, y solo para él. Tal vez solo estaba celosa de que pudiera tener sexo caliente
todas las noches de su vida cuando yo no había entrado en acción en más de un
mes. O tal vez odiaba a los hombres que pensaban que eran mejores que los de‐
más. Solía ser rica alguna vez. Sabía lo que pensaban los ricos, que estaban por
encima de todos.
—Tal vez si no fueras tan arrogante, te darías cuenta de que es solo una coinci‐
dencia. No todos quieren tus pelotas.
—Si no quieres mis pelotas, ¿por qué me sigues? —En el corto tiempo que estu‐
vo sentado conmigo, llamó la atención de las otras mesas. Las mujeres se giraron
para mirarlo conscientes de que el soltero más sexy de Italia había descubierto a
una mujer al azar que le gustaba.
—Coincidencia.
Siena
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Me desagrada Cato ante mis observaciones, pero después de nuestra breve con‐
versación, me agradó aún menos. Era exactamente lo que supuse que sería: un ar‐
rogante hijo de puta. No había necesidad de sentirme culpable por mis intenciones
de entregarlo a Micah, no cuando él era tan imbécil.
Quería terminar con todo esto porque no quería tratar con él, pero cuando re‐
cordé que la vida de mi padre dependía de mí, me di cuenta de que renunciar no
era una opción. Además, tampoco quería que Damien me violara. Esta era la mejor
manera de salir de este lío, por mi padre y por mí.
No quería hacerlo, a pesar de lo caliente que es. Era un idiota arrogante, y eso
no era sexi para mí. Me gustaba un hombre sexi tanto como a toda mujer, aunque
también necesitaba otras cualidades, como la humildad.
Regresé a su club favorito algunas noches más tarde, esta vez con la intención
de ser notada. No hubo más observaciones que pudiera hacer en estas condici‐
ones. No había podido descubrir nueva información, aparte del hecho de que él
era el hombre más arrogante del planeta.
Usé uno de mis vestidos de cóctel más viejos que había guardado en mi arma‐
rio. Lo llevé a una cena especial que mi padre había organizado y había quinientas
personas allí para celebrar su nuevo diseño de cigarro. El vestido era negro y sin
espalda, abrazando mi cuerpo justo encima de mi trasero. El frente superior era
ceñido, sin mangas y amoldaba la forma de mis tetas y mi estómago plano. Era
corto, incluso más corto en los tacones altísimos que llevaba. Hasta este punto,
nunca me había vestido para impresionar, pero ahora tenía que intensificar mi ju‐
ego. Los diamantes estaban en mis oídos, y mi cabello estaba atrapado en un ele‐
gante moño para que mi espalda desnuda fuera más notable.
Me pondría de espaldas para lograr mis objetivos. Si solo hubiera otra manera.
Una hora después, Cato y otro hombre entraron. Ambos, vestidos con vaqueros
y camisetas, ignoraron el código de vestimenta de la camisa con cuello y se dirigi‐
eron a los sofás de cuero en su área favorita. El hombre que acompañaba a Cato
no había estado la última vez, pero sus llamativos ojos azules y su constitución só‐
lida me dijeron que estaban relacionados. Probablemente son hermanos.
Su hermano estaba recibiendo el mismo nivel de acción. Puse los ojos en blanco
con tanta fuerza que en realidad me dolió un poco la cabeza.
—Cerdos.
Quince minutos más tarde, la atención de Cato sobre sus admiradoras comenzó
a disminuir. Sus ojos escudriñaron el bar, como si no estuviera del todo contento
con su captura del día y estuviera buscando otra cosa. Solo le tomó unos segundos
para que sus ojos se posaran en mí.
Luego nos miramos el uno al otro, por lo que pareció una eternidad.
Dejé mi vaso y continué mirando hacia otro lado, esperando que Cato mordiera
el anzuelo.
Mi brillante plan fue saboteado cuando un hombre guapo vino a mi mesa con un
whisky en la mano.
¿En serio? ¿Este tipo tuvo que hacer su movimiento ahora? Surgió una sonrisa,
y mantuve mi fachada tranquila, fingiendo que este tipo no solo había arruinado
una oportunidad por la que había trabajado tan duro.
—Vete. —Cato apareció en la mesa, elevándose sobre mi invitado con unos cen‐
tímetros de altura adicionales. Su profunda voz era tan aguda, como siempre, que
pareció cortar al pobre hombre como una navaja de afeitar. Lo amenazó con su mi‐
rada y tamaño, intimidándolo como un perro asustado.
—Dos escoceses —dijo, todavía mirándome—. Un cubo de hielo. Ella se alejó sin
decir una palabra.
Fue incluso más intenso que la última vez que lo vi. Volví mi mirada para en‐
contrarme con la suya, mostrando la misma audacia que él poseía en sus propios
ojos. Por lo que yo sabía, este hombre era rico, pero era honesto. No era un crimi‐
nal que vendía drogas o armas. Se ganaba la vida honestamente, por lo que no po‐
día ser demasiado peligroso.
—Gracias.
—Has reclamado mi atención con éxito. Ahora, ¿qué vas a hacer con eso? —Sus
ojos se apartaron de los míos, recorriendo mi vestido hasta que vio mis muslos
desnudos debajo de la mesa.
—No estaba tratando de llamar tu atención. —Tomé otro trago, el alcohol calmó
mis nervios.
— ¿De verdad? —Sus ojos azules estaban fríos como el ártico—. ¿En un vestido
así?
Me estremecí cuando las suaves palabras salieron de su lengua. Lo dijo con tan‐
ta confianza, de una manera que ningún otro hombre podría lograr. Había estado
con hombres buenos, pero nunca había estado con uno que poseyera tal masculini‐
dad cruda. Cato era definitivamente una raza de hombre diferente. Su arrogancia
podría ser atractiva, de vez en cuando.
Tomé otro trago solo para enmascarar el calor que me inundó la cara.
—No soy el tipo de mujer que se monta en tus caderas y se besuquea en un bar.
— ¿Pero eres el tipo de mujer que acecha a un hombre durante dos semanas?
Una sonrisa lenta se formó en sus labios, la mirada tan hermosa y tan arrogante
era innegablemente sexy.
— ¿Alguna vez alguien te ha dicho lo hermosa que te ves cuando estás enojada?
—Actualmente, si.
—Si crees que soy malo, deberías conocer a mi hermano. —Eres más que sufici‐
ente.
—Gracias.
—Me pregunto qué más puede hacer tu boca. —Su sonrisa se desvaneció, pero
la intensidad permaneció en sus ojos. Hizo sus movimientos uno tras otro, seduci‐
éndome sin siquiera intentarlo. Tal vez él era un excelente empresario, pero hacer
caer las bragas era su siguiente mejor habilidad.
—Sí lo haré. —Él movió su mano en mi cabello mientras me acercó para besar‐
me. Acunó mi cabeza contra su palma y luego me besó suavemente en los labios,
dándome un tierno abrazo que no se parecía en nada a lo que le dio a las otras
mujeres. Esto era determinado, suave y tan lento que hizo temblar mis piernas.
Acabo de verlo besar a esas otras mujeres hace unos minutos, y en lugar de dis‐
gustarme por ser la tercera en la fila, todo lo que podía pensar era en lo bien que
sabía su boca. Su colonia era puramente masculina, y cuando sentí sus músculos
duros rozarme, quise hundir mis uñas en su piel. Mis muslos se apretaron, y respi‐
ré en su boca cuando mi mano agarró su muslo debajo de la mesa. Él era una roca
sólida bajo mis dedos, músculo puro estirando la mezclilla. Mi boca coincidía natu‐
ralmente con su cadencia, moviéndose más allá de la suya y recibiendo su lengua
con vigor. Chupé su labio inferior antes de darle el mío. No había nada que me
gustara de este hombre además de su apariencia, y nunca pensé que podría tener
un beso tan increíble con un hombre que apenas podía tolerar. Nunca había expe‐
rimentado una lujuria como esta, donde la atracción física era más importante que
cualquier otra cosa.
Las puertas se abrieron a una lujosa sala de estar y la música clásica de fondo
sonó.
Ahora no era una sorpresa que pudiera tener sexo cuando quisiera.
—Christina. —Se desabrochó los vaqueros y los dejó caer al suelo, de modo que
solo estaba en su bóxer.
— ¿Christina?
Sus rodillas golpearon la cama, y luego se inclinó para besar a una mujer a mi
lado.
Una mujer que no había notado porque había estado demasiado concentrada en
él.
Él la besó con fuerza en la boca y luego le bajó las bragas por las largas piernas.
—Eres un cerdo. El cerdo de mierda más grande que he conocido. —Me puse de
pie y salí de la habitación, furiosa porque mi plan se iba a la mierda. Si no podía
acostarme con él para salirme con la mía, y no tenía otro truco en la manga, eso
significaba que estaba completamente sin ideas. Me moví a través de la sala de es‐
tar y me dirigí al ascensor, sin esperar que él me detuviera.
Sus fuertes pasos sonaron detrás de mí, sus pies descalzos golpearon la madera
dura.
— ¿Me traes a tu casa para un trío? Llámame anticuada, pero al menos debes
preguntarle a una mujer antes de tirarla a la cama con otra mujer.
—Me has estado siguiendo durante semanas. ¿Cuándo alguna vez he estado con
una sola mujer?
Lo vi besarse con varias, pero no sabía que se acostaba con varias mujeres a la
vez.
—Eres repugnante. —Me volví hacia el ascensor cuando las puertas se abrieron.
Él me siguió y colocó su cuerpo entre las puertas para que no pudiera ir a nin‐
guna parte. Solo con su bóxer, me miró con ferocidad, como si mi rabieta lo estuvi‐
era molestando.
—Sé lo que me gusta, y no me avergüenzo de ello. Todos los hombres del mun‐
do desean poder tener lo que yo tengo, pero no son lo suficientemente hombres
para hacer que suceda. Solo recuerda que la próxima vez que te acuestes con al‐
guien, él puede disfrutar teniendo sexo contigo, pero sería mucho más feliz si hu‐
biera dos de ustedes.
—Confía en mí, él no estaría pensando eso. Porque soy el tipo de mujer que un
hombre apenas puede manejar por sí mismo. Soy el tipo de mujer que no compar‐
te. Soy el tipo de mujer que mantiene su atención hasta que finalmente termine
con él. Si necesitas dos mujeres en tu cama todas las noches, entonces obviamente
no has conocido a ninguna mujer que pueda defenderse. Esa podría haber sido yo,
pero ahora nunca lo sabrás.
————————————————————————————————————————————
Cato
————————————————————————————————————————————
Estaba acostado entre Christina y Stephanie. Las ventanas del piso al techo
mostraban las brillantes luces de Florencia. La iglesia católica de la calle estaba
iluminada cada noche, como una estrella guía para todas las almas perdidas de es‐
ta ciudad, incluyéndome.
Pero una vez que la rabia había pasado y me había acostado con dos hermosas
mujeres en mi cama, reflexioné sobre todo lo que había dicho.
Era demasiado hermosa para ser una de esas estúpidas mujeres obsesionadas
que pensaron que podían cambiarme, que pensaron que tenían algo especial que
me haría sentar cabeza y casarme con ellas.
Nunca me casaría.
Las mujeres querían estar en mi cama porque yo era buen amante. Pero accedi‐
eron a hacer tríos con la esperanza de que significaran algo para mí, de que las
consideraría lo suficientemente aventureras y emocionantes como para ser mi es‐
posa.
Mi teléfono vibró en la mesita de noche con una llamada, así que cuidadosamen‐
te me acerqué a Stephanie para contestar. Nadie me llamaba a esta hora a menos
que fuera una emergencia.
—Nunca me molestas. Ahora dime. —Me paré frente a la ventana y miré a tra‐
vés de la ciudad, conteniendo el aliento mientras esperaba una respuesta.
—Tuvo mucho tiempo para hablar contigo hace veinticinco años. —Con la man‐
díbula apretada y los bíceps flexionados, comencé a caminar nuevamente por la
sala de estar—. Esa fue su oportunidad, él la arruinó.
—Ella se levantará de mi polla cuando le diga que se vaya —le dice a la directo‐
ra.
— ¿Perdón? —exclama.
No le da a nadie una segunda mirada y sale del comedor con los tacones de Bur‐
rowes pisándole los talones.
De alguna manera, sin embargo, dudo que ella sea capaz de detenerlo.
Como esto era personal, yo mismo conduje. Llevé a mi Bugatti al oeste hacia el
campo mientras mi equipo me seguía. Me acompañaban a todas partes que iba. En
este caso, no los necesitaba en absoluto, pero si alguien me quería muerto, esta
era una oportunidad perfecta para atraparme solo.
No tomé riesgos.
—Bates.
—Madre me acaba de llamar. Ese pedazo de mierda está en su casa en este mo‐
mento.
—Bien.
Colgó.
Me detuve en la casa, era una residencia toscana de dos pisos rodeada de viñe‐
dos. En la oscuridad, la belleza era difícil de apreciar. Tenía varios acres de tierra,
una fuente en el centro de un camino circular y una hermosa casa que había
comprado para ella. Ella prefería la campiña italiana a la ciudad para poder man‐
tener su jardín y disfrutar del sonido de los pájaros por la mañana. Siempre me
preocupó que estuviera demasiado lejos, especialmente en momentos como este.
— ¿Dónde diablos está él? —Si me vestía con jeans y una camiseta o un traje
completo, era igualmente formidable. Si alguien se cruzara con un miembro de mi
familia, no viviría lo suficiente para cruzar el camino de alguien más. Pasé por la
entrada y la escalera hacia la sala de estar que daba al patio trasero.
Como un marica.
Mi madre se tapó la boca con la mano y se quedó sin aliento. —Cato, podrías
matarlo.
—Cato…
—Solo quiero…
—Le diste la espalda a mi madre y la dejaste sola criando a dos hijos. Ella no te‐
nía trabajo ni dinero, y tú, maldita sea, te fuiste. Eres la definición de un cobarde.
Ahora apareces en el umbral de su puerta pidiendo dádiva. Eres patético. —Me
acerqué aún más a él—. Soy el hombre que la cuida ahora. Soy un hombre más
grande de lo que nunca serás, porque mi madre supo cómo criar a un hombre. No
te necesitábamos entonces, y no te necesitamos ahora. Vete a la mierda.
Él sostuvo mi mirada mientras respiraba fuerte, la sangre goteaba por sus labi‐
os. Su estructura facial era similar a la mía, y estaba claro de quién había hereda‐
do muchos de mis rasgos. Pero él no poseía agallas, tampoco honor.
— ¿Estás bien?
Una bata de seda estaba atada a su cuerpo, y a pesar de la hora, su cabello to‐
davía tenía un estilo elegante. Le correspondía una vida de lujo, y mantenía su
apariencia elegante constantemente. Se acercó a mí, la fatiga se mostró en las bol‐
sas bajo sus ojos.
—No quiero vivir de esa manera —dijo con desdén. —Y no quiero preocuparme
por ti.
—Entonces no lo hagas. —Ella miró hacia mí, sus ojos azules son idénticos a los
míos—. Dice que se arrepiente de haberse ido…
—Tal vez. —Ella metió un mechón de cabello suelto detrás de la oreja—. Deberí‐
as irte, hijo. Sé que tienes trabajo por la mañana.
—De acuerdo. Buenas noches.
—Realmente aprecio que me cuides, Cato. No todos los hijos serían tan genero‐
sos.
Volví mi mirada hacia ella antes de salir por la puerta, examinando a la pequeña
mujer que de alguna manera había dado a luz a dos hijos gigantes. Trabajó las 24
horas del día para poner comida en la mesa y un techo sobre nuestras cabezas, y
de alguna manera, siempre tuvimos una linda Navidad. Cuando Bates y yo encont‐
ramos nuestro éxito, ni siquiera necesitábamos tener una conversación sobre nu‐
estra madre. La cuidamos porque era lo correcto.
Tenía una casa de tres pisos en cuarenta acres de tierra en la Toscana. El cami‐
no se bifurcaba de la carretera principal y entraba en un bosque de árboles que
ocultaba la casa de la vista. Después de casi un kilómetro y medio, el camino final‐
mente llegaba a las puertas negras con mi apellido hecho en hierro. Una pared
hecha de adoquines rodeaba toda la propiedad, cubriendo las cuarenta hectáreas
y convirtiéndola en una joya escondida en medio del campo. Los hombres estaban
estacionados a lo largo de la pared. Ya sea que estuviera en casa o no.
Los clientes podrían entrar y salir sin ser vistos por otra alma viviente. Se podrí‐
an hacer transacciones con cincuenta hombres de guardia. Era un lugar donde po‐
dían aflojar sus lazos y refrescarse con su bebida tantas veces como lo deseaban.
Además, no todas mis transacciones eran legales. Gané dinero y violé la ley de
muchas maneras para que eso sucediera. Escondí dinero de varios gobiernos para
fines fiscales y obtuve ganancias de esas inversiones. Cualquier persona poderosa
en este mundo venía a mí si quería mantener su dinero a salvo y ganar más dinero.
Bates se sentó en el cómodo sillón con su vaso de escocés vacío sobre la mesa.
Estaba revisando el papeleo que habíamos discutido con nuestros clientes. Se nos
estaba dando mucho dinero para la custodia, el cual se disfrazaría de inversiones
internacionales en los Estados Unidos. Evitamos la detección extranjera y aprovec‐
hamos las tasas de interés. Él lamió su pulgar antes de pasar la página.
—Bates.
— ¿Hmm? —Se había quitado su traje clásico, siendo reemplazados por pantalo‐
nes vaqueros y una camiseta. No necesitábamos ropa elegante para las reuniones
en este lugar. La finca hablaba por sí misma.
— ¿No se siente como la misma mierda una y otra vez? —Desde el tercer piso,
pude ver el muro de adoquines y la propiedad de mi vecino. Los viñedos retrocedi‐
eron hasta la línea de mi propiedad, pero su residencia real estaba demasiado lej‐
os para ser vista.
Cada día se sentía como un déja vu. Mi rutina era casi siempre la misma. Me re‐
mitieron a nuevos clientes de clientes felices y luego hice nuevos acuerdos que
aumentaron mis participaciones institucionales. Más dinero era arrojado sobre la
mesa, pero la pila siempre era tan grande que no pude verla crecer más. Como un
hombre de treinta años, había logrado todo lo que un hombre de sesenta años solo
podía soñar. Solía ser emocionante. Ahora parecía repetitivo.
—Tienes todo lo que cualquier hombre podría desear. ¿Cómo diablos podrías
aburrirte?
—Buena pregunta.
No había nada malo con las mujeres en mi cama. Hermosas, sexis y aventure‐
ras, eran exactamente lo que yo fantaseaba. Siempre tuve sexo con dos mujeres a
la vez. Lo hice carnal y animalista. Una sola mujer también parecía algo íntimo
ahora. No podía recordar la última vez que había estado con una sola mujer. Debió
haber sido hace años.
—Supongo.
—Jesús, espero que esto no vaya a donde creo que es… — ¿Y dónde crees que es
eso?
Si estar con mujeres diferentes cada noche era aburrido, entonces un matrimo‐
nio sería aún peor. Mi cabeza explotaría por la repetitividad mundana.
El matrimonio no estaba en las cartas para ninguno de los dos. Era demasiado
complicado. No había una sola mujer en el mundo que no fuera tentada por nuest‐
ra riqueza. La segunda vez que la tuviera en sus manos, la destruiría. Complicaría
nuestra relación comercial, incluso si redactáramos toda la documentación legal
para mantener sus manos fuera de la compañía en caso de divorcio. Era algo de lo
que estuvimos de acuerdo hace mucho tiempo. Hasta ahora, ninguno de los dos
luchó por cumplir nuestra promesa. Después de tantos años de sexo, las mujeres
eran todas iguales.
No tenía una sola cosa de la que quejarme, y sería infantil ser desagradecido.
Mi familia luchó cuando yo era joven, y siempre me sentiría humilde por mis años
de ser pobre. Pero ahora mi vida carecía de propósito.
—Ojalá lo supiera.
— ¿Esto tiene algo que ver con lo que le pasó a mamá la otra noche?
—No. —Me aseguré de que el imbécil se mantuviera alejado de ella. Esta vez,
puse un equipo de seguridad en sus instalaciones, a pesar de que ella no estaba
contenta con eso.
— ¿Entonces de dónde viene esto?
—Ni idea.
————————————————————————————————————————————
Siena
————————————————————————————————————————————
No tengo nada.
Cato era demasiado cerdo para seducir. Era demasiado fuerte para derribar. Y
él era demasiado cauteloso para que lo interceptara. Tuve una mayor posibilidad
de volar a la luna que de hacer este trabajo.
El último recuerdo que tenía de él flotaba en mi mente. Estaba parado fuera del
ascensor en su bóxer negro, y su pecho musculoso se veía agitado por la rabia. To‐
do acerca de él era sexy, desde sus estrechas caderas hasta sus muslos musculo‐
sos. Me miró como si yo fuera el mayor dolor en el trasero, pero seguía siendo se‐
xi.
Había tenido mi parte justa de playboys e imbéciles, pero Cato Marino estaba a
un nivel completamente nuevo.
Pensó que podía hacer lo que quisiera sin explicación. Era tan egoísta que ni si‐
quiera consideró lo que su cita podría querer. Probablemente llamó a otra mujer
para reemplazarme al segundo que salí de allí. Luego tuvo sexo con las dos y se ol‐
vidó de mí por completo.
Cerdo.
Sonó mi teléfono, y alguien con quien no quería hablar estaba en la otra línea.
—Sí, ¿Damien?
Mi teléfono comenzó a sonar de nuevo, esta vez con un número que no reconocí.
Contesté.
—Siena habla.
—Hola, Siena. ¿Cómo estás? —La voz profunda sobre la línea era inherentemen‐
te familiar, llena de afecto paternal.
La imagen de Crow Barsetti apareció en mi mente, pero eso era ridículo consi‐
derando que apenas lo conocía. Nuestras interacciones solo duraron unos minu‐
tos. La última vez que lo vi, sentí una atracción por él, sintiendo la misma sensaci‐
ón en mi pecho que sentía por mi propio padre.
— ¿Crow?
—Sí, supongo que sí. —Hace solo unos minutos que Damien me amenazó, pero
eso parecía ya hace mucho tiempo. El calor de Crow quitó la frialdad de Damien—.
¿Cómo puedo ayudar? He estado pensando mucho en nuestra conversación.
—No he cambiado mi posición al respecto. Tengo que pensar en una gran fami‐
lia. Pero pude hacer algunas llamadas y obtener información para ti.
— ¿De verdad? —pregunté, jadeando un poco—. Oh, Dios mío, muchas gracias.
Ni siquiera sé qué decir…
—Ofrecí buenas recomendaciones de ti. Dije que eras la mejor. Él realmente ha‐
bía sacado su cara por mí.
— ¡Guau!
Estuvo en silencio por un largo tiempo, dejando que pendiera entre nosotros.
Respondí.
—Galería Rosa. Esta es Siena. —Tenía una lista de clientes que conocí a través
de la galería y mi trabajo era encontrar las piezas
— ¿Siena Russo? —preguntó el hombre sin rodeos. —Sí, soy ella. ¿Cómo puedo
ayudarte?
—Mi jefe está buscando a alguien para decorar su casa con piezas de arte espe‐
cíficas. Tiene un gusto muy particular y un presupuesto muy grande. He investiga‐
do y parece que se ha hecho de una gran reputación.
Gracias, Crow.
—Me halaga.
Una persona normal haría un millón de preguntas, pero como ya sabía que esto
era para Cato, no lo hice.
La sala de estar tenía dos sofás con una mesa de café, junto con otras sillas y
una ventana grande que mostraba el resto de su propiedad en la parte trasera.
Olía a limpio y fresco, pero parecía una habitación que nunca fue tocada. Probab‐
lemente fue una de las muchas habitaciones reservadas para una conversación pri‐
vada, pero no una reunión de negocios.
Él asintió levemente.
—Ustedes dos se llevarán bien. Soy Giovanni, por cierto. —Encantada de cono‐
certe, Giovanni.
Organicé mis papeles y preparé mis notas, mi corazón latía en mi pecho. Incluso
si no tuviera motivos ocultos, este sería el trabajo de mis sueños. Este lugar era
enorme y, a juzgar por su elegante decoración, solo las piezas más hermosas de
arte deberían colgar en estas paredes. Sería un honor trabajar en algo así como
esto, y que me paguen por ello.
Giovanni regresó unos minutos más tarde. Dejó una bandeja con un decantador
de whisky, dos vasos con un solo cubo de hielo en cada uno, y una variedad de qu‐
esos y uvas.
—El Sr. Marino acaba de terminar con su madre. Estará dentro de poco con us‐
ted.
—Gracias.
Después de que Giovanni se fue, me quedé quieta y sentí que los nervios me
afectaban. No había ninguna razón para dejar que su intimidación me afectara, no
cuando tenía una misión que cumplir. La vida de mi padre estaba en peligro, por
lo que incluso si él fuera una buena persona, no cambiaría lo que sentía por la ta‐
rea.
—Te veré más tarde, madre. —Sus pasos pesados hicieron eco en la entrada.
—Gracias por dedicarme un tiempo, hijo. Sé lo ocupado que estás. —Ella habló
como una reina, reteniendo tanta elegancia que la imaginé usando una tiara.
Luego escuché sus pasos acercarse mientras caminaba hacia donde me encont‐
raba. Tan claro y fuerte que crecieron hasta que su presencia llenó el aire. Rígido
de poder y autoridad, estaba el propietario de la habitación en el momento en que
entró en ella.
Yo estaba de espaldas a él, así que no podía ver su rostro. Él no podía ver el
mío.
Continuó mirando fijamente, sin parpadear, y su mirada era intensa. Fue la mis‐
ma mirada que habíamos compartido al otro lado de la habitación en momentos de
tranquilidad, una conversación entera pasó entre nuestras expresiones. Tal vez es‐
taba pensando en nuestro beso en el bar.
Tal vez estaba pensando en cómo se sentía mi tobillo bajo las yemas de sus de‐
dos. O tal vez estaba pensando en echarme de su casa en ese mismo momento.
No se sentía bien saludar o preguntar cómo estaba. No se sentía bien decir na‐
da en absoluto. Así que no lo hice.
Se movió al otro sofá y se sentó, bajando lentamente su gran cuerpo frente a mí.
Sin apartar sus ojos de mí, sirvió dos copas de whisky y tomó un sorbo de uno.
Estaba tan tranquilo en la habitación que podía escuchar cada pequeño sonido.
Podía escuchar el golpeteo del cubo de hielo contra el vidrio, el sonido del decan‐
tador cuando lo devolvió a la bandeja. Podía escuchar el escocés girando alrede‐
dor de su boca, justo sobre su lengua.
Dejó el vaso y me miró de nuevo, con las manos entrelazadas entre las rodillas.
—Gracias.
— ¿Eres de Siena?
Sus ojos bonitos eran la única característica suave que poseía. El resto de él era
duro y frío, como un hombre sin escrúpulos. Era imposible leer, su expresión era
siempre severa. Si él era de esa manera intencionada o no, era un misterio.
—Porque te llamé cerdo. —No había forma de que el recuerdo de esa noche no
estuviera tan fresco en su mente como lo estaba en la mía.
—Soy un cerdo.
La esquina de su boca se curvó en una sonrisa, pero sucedió tan rápido que no
estaba segura de que realmente sucediera. —Y me gusta ser un cerdo.
Mi sonrisa no reflejaba la suya, pero no lo desprecié como antes. Al menos era
honesto acerca de quién era, incluso si se lo ofrecía sin previo aviso.
—Sí, puedo decirlo. —Agarré mi carpeta y jugueteé con mi pluma—. Puedo hab‐
lar sobre mis calificaciones para el trabajo, o puedes preguntarme lo que quieras
saber.
—Bien. —Juntó sus manos, y sus dedos masajearon sus nudillos—. ¿Era esto lo
que estabas buscando todo el tiempo?
—Respóndeme.
—Demasiada coincidencia.
Cato Marino era un hombre que sospechaba demasiado como para para esca‐
bullirse. Si no lo admitía, él seguiría cavando hasta que encontrara mi propósito. Y
mi verdadero propósito era mucho peor que mi falso propósito. Eso era algo que
no podía descubrir.
—Sí. Quería este trabajo. Quería estudiarte para averiguar qué tipo de obra de
arte te gustaría. Quería conocerte para entender tu alma. De esa manera, cuando
me acercara a ti, tendría más para ofrecer que cualquier otra persona.
—Eso es dedicación.
Era un insulto que merecía porque eso era exactamente lo que estaba haciendo.
No quería tener nada que ver con este hombre. Si nuestros destinos no estuvieran
tan entrelazados, nunca me hubiera molestado. Era demasiado complicado para
mí. Pero no quería que él me percibiera de esa manera, como si yo fuera realmen‐
te tan ambiciosa.
Me observó por un largo tiempo, sus ojos permanecieron enganchados a los mí‐
os sin inmutarse. Él no parecía complacido o molesto por esa respuesta. Como si
no hubiera dicho nada en absoluto, cambió el tema.
—Es un gran proyecto. Espero que puedas manejarlo. —Puedo manejar cualqui‐
er cosa.
Se puso de pie y dejó atrás su whisky. Parecía que la conversación había termi‐
nado porque se dirigió a la puerta. —Entonces, estás contratada.
————————————————————————————————————————————
Cato
————————————————————————————————————————————
La mayoría de las mujeres querían una buena posición. La mayoría de las muj‐
eres querían la oportunidad de enamorarme de ellas. La mayoría de las mujeres
querían tener en sus manos mi dinero.
Ella había estado en mi radar desde la primera vez que la había visto, así que no
me sentí engañado por su estratagema. Mi guardia siempre había estado levanta‐
da porque era una fortaleza permanente que rodeaba mi duro exterior. Tal vez si
realmente me hubiera engañado, estaría enojado con ella. Pero no podía estarlo
con una mujer que trabajaba tan duro para conseguir lo que quería.
No sabía nada sobre la industria del arte, pero sabía que se trataba de un pro‐
yecto multimillonario.
—La señorita Siena lo está esperando en el salón, señor. —En lugar de que él
usara un atuendo de mayordomo, le permití que se vistiera casualmente como el
resto del personal. Solo vestía trajes para ocasiones especiales, así que no vi por
qué necesitaba aspirar con tres capas de ropa.
— ¿Quién es Siena?
—La compradora de arte. —Me puse de pie y terminé el resto de mi vaso antes
de dejarlo atrás.
—Bien. Ella animará el lugar. —Bates se puso la correa sobre el hombro, con
una leve sonrisa en su rostro—. O al menos tu dormitorio.
Lo acompañé a la puerta.
—Solo creo que tenemos diferentes preferencias. —Mi miembro necesitaba dos
vaginas cada noche, dos bocas y dos traseros. A pesar de lo impresionante que era
Siena, sospechaba que una relación con ella sería decepcionante.
Siena se dio la vuelta al oír su voz. Ella debe haberse dado cuenta de que está‐
bamos relacionados porque nuestras características eran muy similares. Cualquier
persona con ojos podría resolverlo. Ella se levantó y le dirigió una sonrisa sin esfu‐
erzo, una que no era genuina pero que sin duda era hermosa. Si ella estaba sonri‐
endo o frunciendo el ceño, todavía tenía el mismo atractivo. Era algo que había no‐
tado después de mirarla desde el otro lado de la habitación.
—El placer es mío. —Él se metió las manos en los bolsillos y siguió mirándola.
Cerró la puerta detrás de sí, así que solo quedamos los dos.
Al segundo que se fue, Siena dejó de sonreír. Ella me miró seriamente, convirti‐
éndose en la fría profesional que había sido hace unos días. Hoy, ella vestía una
falda lápiz negra que abrazaba fenomenalmente el marco de su reloj de arena y
una blusa blanca. Unas perlas colgaban alrededor de su cuello, junto a unos pendi‐
entes de perlas. Su cabello fue retirado como de costumbre, mostrando los contor‐
nos de su rostro femenino. Prefería cuando las mujeres dejaban su cabello suelto,
largo y delicioso alrededor de sus hombros. A mis dedos les gustaba agarrar algo
mientras sujetaba a una mujer debajo de mí. Pero su moño elegante me atrajo de
todos modos. Ella ordenaba respeto en su silencio. Debe haber sido su postura o
su confianza natural. Me había rechazado y me había llamado cerdo, pero todavía
la encontraba fascinante.
Mis manos descansaban a mis costados mientras miraba su cara. Sus tacones
altos todavía no podían hacer que se ajustara a mi altura, ni siquiera cerca. Pero
su aplomo la hizo rivalizar en la mía. La mayoría de las mujeres no podían tolerar
mi intensidad. Se movían nerviosamente en su lugar y parecían visiblemente nervi‐
osas, esperando que yo tomara las riendas y las guiara. Pero justo como ella había
advertido, Siena parecía una mujer que podía defenderse.
—Empecemos, señor Marino. —Se sentó y cruzó sus piernas, como una princesa
con una diadema invisible.
—Cato está bien. —Me agaché en el sofá frente a ella. —Prefiero llamarlo señor
Marino. —Abrió su carpeta y examinó sus notas.
—Cato. —Cuando se refería a mí por mi apellido, parecía que no era más que ot‐
ra persona entre la multitud. Pero cuando dijo mi primer nombre, me fue fácil ima‐
ginar lo diferente que habría sido esa noche si no hubiera salido corriendo.
Levantó su mirada para encontrarse con la mía, mirándome a través del grosor
de sus pestañas. Tímida pero confiada, ella era seductora.
Exquisita.
Cuando la miré inicialmente, pensé que era hermosa como la mayoría de las ot‐
ras mujeres. Nada muy especial sobre ella. Pero su boca inteligente y sus fuertes
opiniones la hicieron mucho más interesante de lo que había previsto.
—Cato.
— ¿Hay algún artista específico que te guste? ¿Un cierto período que quieras
para que explore? ¿Quizás cada habitación o piso sea diferente?
—Tú eres quien me ha estado estudiando. Dime tú. — ¿Qué había sacado de mí
después de estudiarme durante tantas semanas? Ella había visto mi casa en Flo‐
rencia. Me había besado en una habitación oscura. Incluso me había visto casi des‐
nudo, había visto la cama donde mis fantasías se hacían realidad.
Ella sostuvo mi mirada por varios segundos, pensando en cuál sería su respues‐
ta.
—Tengo algunas ideas para ti. Pero creo que una visita a tu casa me dará una
mejor idea de dónde debería ir todo. Traje mi cinta métrica. Espero que no te im‐
porte si tomo algunas notas. —No.
—Puedo hacer que Giovanni me muestre los alrededores. Estoy segura de que
estás ocupado.
Tenía otras cosas que hacer. Tenía personas a quienes llamar, correos electróni‐
cos que escribir, pero quedarme con ella parecía más atractivo que todo eso.
—Solo estoy ocupado cuando quiero estar ocupado. —Salí de la habitación y vol‐
ví a la entrada.
—He estado pensando mucho en esta habitación ya que es la única que real‐
mente he visto. Es lo primero que ven los huéspedes cuando entran por la puerta,
y tienes tanto espacio en esta pared que la joya de la corona debería ir aquí. —Ca‐
minó hacia el lado izquierdo de la habitación y miró la pared en blanco sobre la es‐
calera—. Puedo conseguir una escalera y obtener las dimensiones más tarde.
—Giovanni puede ayudarte con eso. —Me paré detrás de ella con mis manos en
los bolsillos de mis jeans. En lugar de mirar la pared disponible con la misma fasci‐
nación que ella tenía, incliné mis ojos hacia su trasero. Nunca pude ver su vestido
en el suelo esa noche. Lo más cerca que pude conseguirla desnuda fue al deslizar‐
se de uno de sus tacones. Ahora que la estaba mirando a la luz del día, no se podía
negar lo sexy que era, con sus largas piernas, su respingón trasero y esos suaves
hombros.
—Gracias. —Ella escribió algunas notas antes de volverse hacia mí—. Estoy lista
para ver la siguiente habitación cuando tú lo estés.
—Esta habitación es diferente de todas las demás. Al menos, de las otras ofici‐
nas.
—Soy un hombre oscuro y taciturno. —Siempre había sido así desde que era un
niño. Un terapeuta podía echarle la culpa al abandono de mi padre, pero no creía
que ese fuera el único culpable. Desde que nací, fui un niño tranquilo. Durante la
adolescencia, me volví aún más tranquilo, escogí a mis amigos con prudencia y
evitaba el romance porque requería hablar demasiado. Bates y yo éramos iguales
en ese sentido. Probablemente por eso nos llevamos tan bien.
—No le muestras esta habitación a mucha gente, ¿verdad? —Se giró para mirar‐
me, sus ojos verdes complementaban la madera de mi escritorio y piso.
Bates había estado aquí unas cuantas veces. Giovanni y los limpiadores se detu‐
vieron para mantenerlo ordenado. Aparte de eso, ella parecía ser la única visitan‐
te.
—No.
—Entonces tal vez esta habitación no necesite nada. Ya tiene mucho carácter. —
Ella regresó a mí por la puerta, sosteniendo mi mirada constantemente. Agarró su
carpeta y dominó su confianza a pesar de que estaba parada justo frente a ella.
Como un soldado real, no se intimidaba fácilmente.
—Tu decisión.
Miré las perlas que rodeaban su garganta y anhelaba agarrarlas con fuerza. Qu‐
ería liberar su collar y romperlo haciendo que las perlas cayeran al suelo con un
ruido sordo en el impacto. Luego quise ahogar ese delgado cuello con mis labios,
besarlo y absorber la piel perfecta hasta que quedara magullada con mis marcas
por todas partes.
Era la única vez que había lucido un poco incómoda en la gira. Entró en mi ha‐
bitación y miró la cama por un largo momento antes de apreciar las estériles pare‐
des a su alrededor. La cama estaba hecha a medida y era importada. Medía casi
tres metros por lo mismo de ancho, perfecta para más de dos personas a la vez.
Siena debe haber reunido esa información, pero no hizo ningún comentario al
respecto. Se movió a través de las habitaciones y examinó los otros lugares. Escri‐
bió notas y luego se volvió a mí.
—Tienes una casa hermosa, Cato. Decorarla no debería ser un problema, espe‐
cialmente cuando se verá increíble sin importar lo que cuelgue de las paredes.
—Gracias. —Me quedé cerca del pie de la cama, reflexionando sobre el último
beso que habíamos compartido. Salimos del ascensor, y luego mis labios estaban
sobre los de ella. La sofoqué con besos calientes mientras la guiaba de regreso a
la cama. Besé a muchas mujeres, pero ella era excepcional.
Ella había dicho que no quería dormir conmigo solo por el trabajo, y yo le creía.
Si ese fuera el caso, ella habría pasado por eso, incluida Christina. Pero estaba
sinceramente ofendida por la idea de compartir, y eso la alejó.
—Dado que esta habitación es principalmente para ti, pensé que podríamos ir
con imágenes oscuras y seductoras, de mujeres y paisajes históricos, a menos que
tuvieras algo específico en mente. Tengo algunos clientes que prefieren decorar
habitaciones completas inspiradas en un solo artista.
Escuché todo lo que ella dijo, pero realmente no lo capté. Observé sus labios
moverse y me concentré en la forma en que su boca sexi se abría y cerraba. Los
destellos de su lengua me recordaron la forma en que se sentía en mi boca.
Ella había estado mucho en mi mente últimamente. Me sorprendió cómo ella po‐
día entrar a mi casa y seguir siendo profesional, cuando nuestra reunión inicial no
había sido de ese tipo. Tal vez solo estaba tratando de conseguir un trabajo en ese
momento, pero ninguna mujer besaba así a menos que lo disfrutara. El hecho de
que no tenía idea de lo que estaba pensando o de lo que quería era excitante. Las
mujeres eran muy descaradas conmigo, se lanzaban a mí con poco respeto por el‐
las mismas.
—La llevé a recorrer la casa. Ya tiene muchas ideas. —Miré el televisor en la es‐
quina e ignoré a la mujer que me estaba mirando desde el otro lado de la barra.
Tenía una guía telefónica completa de mujeres a las que podía contactar para una
noche de sucio placer. Ya no había mucha emoción en la persecución. Como un
animal que ya tenía un cadáver a su lado, no había ninguna razón para salir y se‐
guir cazando.
— ¿Casada?
—Ni idea. —Nunca pregunté porque no me importaba si era una mujer casada.
Su esposo podía odiarme todo lo que quisiera, pero no había nada que pudiera ha‐
cer al respecto. Si no quería que su mujer se involucrara con otra persona, debería
ser un mejor marido.
— ¿Novio?
— ¿Importa?
—Supongo que no. —Apoyó ambos brazos sobre la mesa mientras apretaba su
vaso.
Todavía quería acostarme con esta mujer, pero no tenía ningún derecho sobre
ella. Nunca había reclamado a ninguna mujer en mi vida. Sería extraño empezar
ahora.
Incluso cuando terminó, no me gustó la idea de que ella se lanzara y tuviera se‐
xo con mi hermano. Bates estaría dispuesto al uno por uno, por lo que podría darle
exactamente lo que quería.
Él mantuvo la mirada.
—Si la quieres, ¿por qué no has hecho algo al respecto? —Ya lo he hecho.
—Bueno, ¿qué pasó? —Se acomodó en su taburete para poder mirarme mejor,
ignorando la televisión que estaba mirando junto con las mujeres bonitas en el
bar.
—La vi en un club. La besé. La llevé a mi casa, pero se echó a correr cuando vio
a Christina.
—Así que ella es esa clase de chica. —Él asintió levemente—. No es del tipo
aventurera.
—Supongo.
Tomé un trago
Bates, la persona más paranoica del planeta, hervía a fuego lento con hostili‐
dad.
—Sí. Le pregunté lo mismo. Noté que me había estado siguiendo durante un ti‐
empo.
— ¿Cuánto tiempo?
—Interesante.
—Al final, parecía que todo lo que ella quería era este trabajo. Dijo que me esta‐
ba investigando para poder averiguar exactamente lo que me gustaba y no me
gustaba. —No era el tipo de hombre que le creía a las personas tan fácilmente, pe‐
ro su historia encajaba. Ella estaba claramente apasionada por su trabajo, y había
estado en la galería durante muchos años—. Ella es ambiciosa y orientada, y esta‐
ba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir el trabajo.
—Excepto un trío.
—Solo piensas que es inofensiva porque es hermosa. —No. —Cuanto más her‐
mosas eran, más peligrosas se volvían. —La vigilaré. No confíes en ella.
—Si deseas a esta mujer, ¿por qué no hiciste un acercamiento? Estuvo en tu ca‐
sa hace unos días. —Cuando la tensión en la conversación se desvaneció, se volvió
hacia el televisor y examinó a las personas en el bar.
Negué.
—Si me aburren dos mujeres, ¿no crees que me aburriré con una?
—Touché.
—Y ella no cambiará de opinión.
Parecía de esa manera. Tenía el tipo de belleza que podía capturar el alma de
casi cualquier hombre. Las curvas de su cintura y labios no eran las únicas cosas
atractivas en ella. Sus ojos me atrajeron en lo más profundo. Tan brillantes e inte‐
ligentes. Y la forma en que se pavoneaba en cada habitación como si fuera suya,
me hacía respetarla. En lugar de saltar a un trío que no quería, decidió salir y bus‐
car una mejor alternativa. Ella no era el tipo de mujer para hacer un sacrificio por
otra persona.
Tal vez el sexo sería increíble. Pero éramos demasiado tercos para descubrirlo.
————————————————————————————————————————————
Siena
————————————————————————————————————————————
Bones se sentó frente a mí en la mesa del bar, luciendo furioso desde el momen‐
to en que tomó asiento. Cubierto de tatuajes e inundado de una amenaza inminen‐
te como estaba, ni siquiera sus bonitos ojos podían hacer que pareciera inofensivo.
Sus músculos estiraron su camiseta y sus anchos hombros parecían una pared sóli‐
da. Un vaso de whisky se estableció frente a él, y de un solo trago lo bebió rápida‐
mente antes de pedir otro.
—Gracias por venir. —Ahora que había hecho un recorrido por la casa de Cato,
me di cuenta de que sería imposible para mí realizar cualquier tipo de truco, al
menos con mi conjunto de habilidades. Podría ganar un tiroteo y luchar contra un
hombre adulto, pero secuestrar a alguien tan protegido era imposible.
—No eres bienvenida. —Ambos codos descansaron sobre la mesa, y suspiró mi‐
entras me miraba—. Solo estoy aquí como un favor para Crow. Que sea rápido.
— ¿Cómo lo conoces? —Los Barsettis parecían tener una conexión con todos en
Italia, a partir de los Skull Kings, la mafia, e incluso los políticos.
—Es mi suegro.
— ¿Estás casado con su hija? —Bones parecía demasiado peligroso para ser par‐
te de la vida simple que Crow describía. Era hostil y agresivo, un hombre con una
reputación de sed de sangre. —Sí.
—Oh… no lo sabía.
—No lo culpes por avergonzarse. Ahora sigue con ello. Mi esposa tiene una acti‐
tud de Barsetti, así que, si salgo demasiado tarde, ella armará un escándalo.
—Sí, por supuesto. —Saqué el dibujo en bruto que había hecho de la casa de Ca‐
to en la Toscana. Las dimensiones no eran perfectas, pero tenía un buen esquema
del lugar.
—Observé bien la casa. Parece que hay cinco miembros del personal en todo
momento, y la pared exterior está protegida por un detalle de seguridad de al me‐
nos treinta hombres.
— ¿Mierda? —La única manera de lograr esto era recolectando cada onza de in‐
formación posible. Tal vez la casa de Cato en Toscana no era la mejor ubicación,
pero siendo construida en Florencia era aún peor.
— ¿Crees que vas a dominarlo y de alguna manera pasar por alto a toda esta
gente?
—Derrotarlo será la parte fácil. Nada que una jeringa no pueda manejar.
—No. Te estoy pidiendo consejo, por eso estás aquí. —Ya te di mi consejo. —
Empujó el papel hacia mí—. ¿Quieres a este tipo? Necesitas tener sexo con él.
— ¿Y qué lograré con eso? Tendremos sexo y luego se olvidará de mí como con
todas los demás.
La última vez, justo cuando las cosas se ponían calientes y pesadas, Cato dio un
giro inesperado y esperaba que compartiera su cama con otra mujer. A pesar de lo
abierta que era, eso no era un curso de acción que tomaría.
—Incluso si pudiera lograrlo, ¿entonces qué? Si hago que le guste tener sexo
conmigo, ¿cómo me acerca eso a salvar a mi padre?
—Cuando un hombre está obsesionado con una mujer, no puede pensar con cla‐
ridad. Es la única situación en la que puede ser manipulado o engañado. Déjalo co‐
miendo de tu mano y en lo profundo de tu vagina, y podrás obtener lo que quieras.
—Soy una mujer experimentada, pero si Cato está obsesionado con los tríos, no
creo que haya algo especial que pueda ofrecerle. — Ni siquiera en ropa interior
con un truco pervertido bajo la manga, no había nada que pudiera sorprenderlo.
Bones tomó un largo trago de su vaso y luego se limpió la boca con la parte pos‐
terior de su antebrazo. Me miró con la misma irritación en sus ojos.
—Sí, es una larga historia. —Le restó importancia con un gesto de su mano—.
Pero lo que quiero decir es que estaba pensando claramente antes de meterme
entre sus piernas. En el momento en que estuve allí, todas mis ambiciones fueron
destruidas. Ella se convirtió en mi mayor obsesión. Como si fuera una droga, no
pude parar hasta que obtuve el siguiente golpe… y luego el siguiente.
—Que romántico…
—Lo estás simplificando. ¿Tuviste sexo con muchas mujeres antes que con ella?
—Mi esposa simplemente se quedó allí, y eso fue más que suficiente. —Una son‐
risa malvada se extendió por su rostro.
Su sonrisa cayó, pero la intensidad en sus ojos se profundizó. —No creo en esa
mierda.
Se encogió de hombros.
—Todas las mujeres son su tipo —dijo—. ¿Ha intentado meterte en la cama des‐
de entonces?
Cato no dijo mucho cuando estábamos juntos, pero definitivamente podía sentir
la tensión en la habitación. Sus ojos siempre escudriñaron mi cuerpo, y parpadeó
muy poco, a veces me preguntaba si lo había hecho en absoluto.
—No.
—Tal vez.
Traté de seguir su lógica, pero llegué a un callejón sin salida. — ¿Dijiste que ne‐
cesitaba tener sexo, pero ahora me estás diciendo que no lo haga?
—Te estoy diciendo que juegues duro para conseguirlo. Cuando conocí a mi es‐
posa, ella no temía despedirme. No tenía miedo de dispararme. Se mantuvo firme
cuando otras mujeres se habían derretido. Era esa chispa que capturó mi obsesi‐
ón, porque ella no me necesitaba.
—Está bien… —No entendía cómo una relación basada en tal violencia se con‐
virtió en un matrimonio, pero hacer más preguntas no me haría entender mejor—.
Bueno, no voy a dispararle a Cato.
— ¿Y luego tener relaciones sexuales y esperar que salga bien? —pregunté con
incredulidad, despreciándome por caer tan bajo. Nadie me juzgaría por acostarme
con un hombre para salvar la vida de mi padre, pero desearía que hubiera una me‐
jor manera de hacerlo.
—No tienes otra opción, Siena. Incluso si tuvieras un equipo de treinta hombres
entrenados, alejarlo de su guardia y hacer el traspaso sería imposible. No solo mo‐
riría tu padre, sino que tú también morirías.
—Tendrás que ganarte su confianza. Entonces los dos irán a algún lugar juntos,
solos. Haz que Damien te espere allí. —Nunca veo a Cato ir a ninguna parte solo.
—Lo sé. —Bones asintió en acuerdo—. Es por eso que tendrá que confiar en ti.
Haz que te lleve a una cita romántica o algo así. Todo lo que necesitas es una ven‐
tana de treinta minutos. Hacer el intercambio y luego correr por ello.
Ese era el único plan que parecía factible. Sería inútil trazar un escape de una
de sus residencias. No había manera de que pudiera lograr esto bajo estas cir‐
cunstancias. Conseguirlo solo y lejos de sus hombres era la única posibilidad, y pa‐
ra que eso sucediera, necesitaría una razón para querer estar a solas conmigo.
Dormir con él realmente era la única forma en que esto funcionaría.
—Por mucho que no quiera hacer esto, no podría vivir conmigo misma si no lo
intentara. Es mi padre… mi sangre. La lealtad es lo más importante en esta vida.
Bones abrió la boca como si fuera a discutir conmigo, pero luego volvió a cer‐
rarla como si hubiera cambiado de opinión. Dio un ligero asentimiento en su lugar.
—Entiendo.
—No sé cómo Cato está mezclado en todo esto, pero estoy empezando a sentir‐
me mal por lo que voy a hacerle. —Él no era el tipo de hombre que confiaba en na‐
die. Ni siquiera parecía tan cálido con su propio hermano. Si lo engañara con éxi‐
to, lo destruiría. ¿Era él inocente como yo?
—No te sientas mal por él. No es un buen hombre. — ¿Él no lo es? —susurré.
Bones negó.
—Su dinero no está limpio. Es el banquero más rico por una razón: porque usa
dinero manchado de sangre.
Sentí que un temblor se movía por mi cuerpo cuando me di cuenta de con quién
estaba tratando. Este hombre era bonito por fuera, pero un asesino por dentro. Te‐
nía más poder que nadie del que hubiera oído hablar.
Cato
————————————————————————————————————————————
No había tocado mi vaso desde el momento que me senté. Era mi bebida favori‐
ta: escocés. Un solo cubo de hielo estaba establecido en la parte inferior, derriti‐
éndose lentamente y mezclándose con el alcohol que quemaba mi garganta con
cada sorbo. Cuatro de mis hombres estaban detrás de mí, todos envueltos bajo sus
chaquetas.
Claw se sentó frente a mí, con una gran cicatriz en su mejilla izquierda. Parecía
que alguien había tratado de despellejarlo vivo, pero logró escapar. Llevaba una
americana azul con una camisa gris con cuello en forma de V debajo, y mientras
estaba sentado con gracia, no poseía un indicio de dignidad como yo. Era un ma‐
tón, un criminal y un peón.
Yo era el rey.
—Puedo ir tan bajo o alto como quiera. —Cada habitación en la que entré tenía
una temperatura. Subió y bajó dependiendo del estado de ánimo de los habitantes.
Pero yo era el termostato. Yo era quien controlaba todo.
—Diez.
Me reí.
Un destello de rabia brilló en sus ojos, pero mantuvo el resto embotellado dent‐
ro de su cuerpo.
—Eso fue para Kevin, quien pidió un préstamo mucho más pequeño. ¿Espera
que te dé doscientos cincuenta millones sin recibir algo a cambio? Me pides que
pague los costos de suficientes armas militares para aprovisionar a todos los sol‐
dados de todo el país. Sí, idiotas. Tiene un veinticinco por ciento de interés. Lo to‐
mas o lo dejas. —Mis mayores ganancias vinieron de mis conexiones con el crimen
organizado. Obtuve un alto interés en mis inversiones y, como los delincuentes se
preocupaban más por su reputación que las personas inocentes, siempre pagaban
sus deudas.
Claw sacudió su cabeza ligeramente, furioso con los términos, pero incapaz de
protestar. Si querían que esto sucediera, me necesitaban. Todos los idiotas del inf‐
ramundo me necesitaban de una forma u otra.
—Lo tomo.
Bates me llamó.
— ¿Come te fue?
Bates hizo una pausa mientras dejaba que la cifra se hundiera en su piel como
el agua en una esponja.
—No. —A los Skull Kings no les gustó nada, pero como sus bolas estaban en mi
mano, no podían hacer nada al respecto. —Mierda. Eso fue fácil.
Colgué y luego miré por la ventana hacia la oscuridad. Una vez que Florencia
estuvo detrás de mí, solo podía ver la oscuridad en el camino a la casa. Algunas
casas estaban iluminadas desde la distancia, pero como el campo estaba dormido,
éramos solo las estrellas y yo.
Llegué a mi casa quince minutos más tarde, luego entré. Sin importar la hora,
Giovanni estaba despierto y listo para saludarme.
La supervivencia consistía en mantener dos ojos delante tuyo y dos ojos detrás,
en todo momento. Incluso con tantos hombres vigilándome, nunca me sentí real‐
mente a salvo. Mientras poseía este tipo de poder, el resto del mundo querría qu‐
itármelo. No se puede confiar en nadie, ni siquiera en mi mayordomo.
— ¿Quién?
Cualquier actividad sospechosa era actividad culpable ante mis ojos. Dejé claro
a mis hombres que los ejecutaría yo mismo si alguna vez sospechaba sobre algún
juego sucio. No hubo tal cosa como un juicio o una oportunidad para defender la
libertad. Simplemente no tenía tiempo para eso.
10
Siena
————————————————————————————————————————————
—Sí. Quería que los viera en persona antes de tomar su decisión. —Tomé el si‐
guiente más grande y lo llevé al salón. Uno por uno, los apilamos contra las pare‐
des cerca de la ventana para que la luz natural golpeara los colores del lienzo.
Volví a salir para recoger mis cosas del asiento del pasajero cuando otro auto se
detuvo. Con ventanas negras y un exterior negro, se parecía más a un tanque que
a un auto. Bates salió del asiento trasero, vestido con un traje negro con una exp‐
resión hostil en el rostro.
Se estaba cociendo mala sangre. Podía sentirlo en el aire, olerlo. No parecía te‐
ner nada que ver conmigo, pero lo que estaba a punto de hervir estaba muy cerca.
Tuve la tentación de volver a entrar en el coche y marcharme, pero ahora el pasaje
estaba bloqueado.
Bates se puso de pie a un lado y cruzó los brazos sobre su pecho, sus ojos esta‐
ban reservados para el hombre sentado de rodillas sobre el hormigón.
—Srta. Siena, debería entrar. —Me tocó suavemente por el codo y me escoltó
por las escaleras—. Esto no es asunto nuestro. — ¿Qué va a pasar? —parecía que
iba a tener lugar una ejecución.
Giovanni no me respondió.
En ese momento, Cato salió de la casa con una pistola en la mano. Estaba vesti‐
do con jeans oscuros y una camiseta negra, y su musculoso cuerpo se veía aún
más grueso hoy, porque estaba claramente enojado. Tenía sed de sangre en los oj‐
os, y su dedo ya estaba en el gatillo.
Oh, no.
Un disparo sonó.
Cato no dudó. No dejó que el hombre suplicara. Solo apretó el gatillo y terminó
con eso.
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—Sí, a las pinturas. —Llevaba la misma ropa que antes, pero le faltaba el arma.
Había estado cerca de las armas toda mi vida e incluso había escondido algunas
en mi propia casa. No me hacían sentir incómoda. Pero el estar en presencia de al‐
guien que podía empuñar una tan despiadadamente, ciertamente era difícil.
—Era un espía.
—Oh… —Igual que yo—. ¿Cómo te diste cuenta de eso? Me miró durante mucho
tiempo, pensé que no contestaría.
—Porque lo sé todo. No pasa nada bajo mis narices que yo no sepa. Y si no lo sé,
lo sabré muy pronto. Dirijo una dictadura, no una democracia.
¿Debería estar aterrorizada de que me esté contando todo esto? — ¿Quieres que
firme un acuerdo de confidencialidad o algo así?
— ¿Por qué harías eso? Si se lo cuentas a alguien, te creerán. Pero nadie sería
tan tonto como para repetirlo o imprimirlo.
Era una mujer segura de mí misma, pero nunca había subestimado mis objeti‐
vos, hasta ahora. La vida de mi padre estaba en juego, pero ahora no parecía que
tuviera una oportunidad. Cato Marino era un rival contra el que no tenía ninguna
posibilidad. Ninguna en absoluto.
—Solo mato a la gente que es tan estúpida como para traicionarme. No me tra‐
iciones y nunca tendrás nada que temer.
—Deberías darme una oportunidad. Creo que lo disfrutarás. — Lo dijo con tanta
confianza, el tipo de asertividad que otro hombre no podría reproducir. Claramen‐
te se veía a sí mismo como intocable, como si no hubiera nada que no pudiera pe‐
dir.
Había dejado el tema las últimas veces que lo vi, pero ahora estaba dando vuel‐
tas de nuevo. Consideré lo que dijo Bones y mantuve a Cato a distancia.
—Estaré allí. —Se inclinó un poco más hacia delante, acercándonos más en los
dos sofás. Sus gruesos brazos estiraban sus mangas, y su hermosa piel bronceada
parecía tan deliciosa como un caramelo. Su colonia llenó la habitación mientras
estaba sentado allí, lanzando un hechizo que se extendía por todos los rincones.
— ¿Estás segura? ¿Alguna vez lo has probado? Muchas mujeres con las que me
he acostado no estaban entusiasmadas al principio… pero ahora lo disfrutan.
No podía creer que hubiera un momento en el que me sintiera culpable por en‐
gañarlo. Este tipo era un cerdo asesino. Era tan testarudo y engreído que seguía
molestándome por lo que quería en lugar de ceder. Eso era un nuevo nivel de ar‐
rogancia.
Cato mantuvo su mirada hostil pero no dijo nada en represalia. No parecía que
las palabras pudieran igualar la furia de sus ojos, así que era más fácil permane‐
cer callada. Definitivamente entendió lo que quería decir.
—Voy a colgar esto para ti. Volveré la semana que viene con un nuevo conjunto
de pinturas y cerámica que me gustaría que vieras. —Me alejé de la mesa y agarré
el primer cuadro del suelo. Tenía mis herramientas para poder encargarme del
trabajo por él.
— ¿Sí?
Lentamente me empujó hacia él, haciéndome girar en el lugar para que volviera
a enfrentarlo. Me miró a la cara con sus ojos brillantes y su dura mandíbula cince‐
lada en mármol. Sus dedos aún agarraban mi codo, los mismos que habían apreta‐
do el gatillo.
Sus labios estaban peligrosamente cerca de los míos, y no dejé que se acercaran
más.
Sus ojos se movieron un poco de un lado a otro mientras miraban a los míos.
Cuando estaba tan cerca, podía oler su colonia, sentir su presencia. Había un claro
calor en él, como si fuera el sol en su propio sistema solar. Sus dedos poco a poco
se clavaron más en mi piel a medida que se agarraba a mí.
—Eres un enigma.
— ¿Yo? —pregunté, nuestros rostros aún juntos—. Soy bastante fácil de leer
porque digo lo que quiero. No te gusta porque lo que yo quiero no es lo que tú qui‐
eres.
—Yo…
Él controló mi cuello y movió mi rostro hasta que mis labios se volvieron hacia
los suyos. Tenía un acceso ideal a mi boca, para un beso perfecto que rivalizaría
con el último que compartimos. Sus brazos estaban cómodos alrededor de mi cuer‐
po, y sus manos realmente se sentían como un refugio seguro.
Sería fácil sucumbir a mis hormonas, especialmente cuando este hombre me da‐
ría el mejor sexo de mi vida, pero tenía que concentrarme en el premio. Un buen
polvo no sería suficiente. Dejaría de pensar en mí en cuanto termináramos. Tenía
que mantenerlo a raya para asegurarme que su interés no se agotara demasiado
rápido.
—Ya que trabajo para ti, esto debería seguir siendo profesional. No volvió a al‐
canzarme, pero sus ojos brillaban como dos faros hostiles.
—Me deseas.
—No, te deseaba. Ese momento ha llegado y se ha ido. —Me volví hacia él, haci‐
endo todo lo posible para parecer sincera—. Cuando te besé en ese bar, quise ir a
casa contigo. Quería una noche de sexo increíble para pasar unas semanas hasta
que encontrara mi próxima dosis. Pero a ti te gustan algunas cosas que a mí no,
así que ese fue el final de la historia. Ahora trabajo para ti, y debería seguir siendo
profesional.
—No creo que ninguno de los dos pueda olvidar algo en lo que no podemos dej‐
ar de pensar.
Era inútil fingir que no lo deseaba, así que dejé de decir lo contrario. En vez de
eso, tomé la pintura y me alejé de él para que no pudiera alcanzarme de nuevo.
—Necesito volver al trabajo. Tengo que volver a Florencia para mi cita de esta
noche.
—Sí. —Agarré mi nivel y un par de clavos—. Que tengas una buena noche, Cato.
—Bueno, estoy bastante segura de que este tipo no mata gente. Y no creo que
me vaya a sugerir entrar en un trío tampoco. —Me dirigí a la puerta antes de que
Cato pudiera decir algo más—. No me conoces muy bien, pero no soy el tipo de
chica que espera algo de un hombre. Estoy en un momento de mi vida en el que
solo quiero tener sexo y concentrarme en mi carrera. No estoy en el mercado por
nada complicado, pero lo complicaste en el momento en que esto se convirtió en
un juego de poder enfermizo. Tú tienes tus reglas y eso está bien, pero yo también
tengo las mías.
————————————————————————————————————————————
11
Cato
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Miré fijamente por la ventana y seguí pensando en la misma mujer en la que si‐
empre pensaba.
Siena.
Ella me engañó como nadie. Me descartó como si no tuviera nada que perder.
Me trató como si no fuera nadie, y no el apuesto millonario que cada mujer quería
en su cama. Para ella, solo era otro tipo en la multitud. Todo lo que quería de mí
era un trabajo, y ahora que lo tenía, no quería nada más.
No tenía idea.
Cuando se terminó mi puro, no tenía nada más que esperar. Encender otro era
tentador, pero tener a Siena en la cama esta noche lo era aún más. No quería qu‐
ebrantar mis reglas por nadie, pero ya las había roto por ella.
Si no, estaría teniendo sexo con dos mujeres en este mismo momento.
No lo pensé dos veces antes de meter una bala en el cráneo de ese traidor. Mi
mano no tembló y mi dedo no se sentía caliente después de apretar el gatillo. Pero
ahora seguía repitiendo mi última conversación con Siena como si estuviera lleno
de remordimientos.
Sería fácil para mí arrastrar a su cita fuera del restaurante. O solo podría dejar
caer un sobre con dinero frente a él. Mordería la carnada como todo el mundo. Pe‐
ro a Siena no le impresionaría nada de eso. Ella probablemente me daría una bofe‐
tada.
Era un tipo bien parecido. De construcción sólida con rasgos masculinos. Tenía
una barba ligera y ojos brillantes. Su camiseta se ajustaba a sus brazos, y tenía
una espalda musculosa, lo que sugería que levantaba bastante peso. Ella definiti‐
vamente no tenía problemas para conseguir hombres atractivos para la noche.
Me incliné hacia atrás en la silla y crucé una de mis piernas, dejando que mi to‐
billo descansara en la rodilla opuesta. Mis manos se unieron en mi regazo, y man‐
tuve mi atención en ella, incluso cuando la mirada de desconcierto de su cita era
probablemente entretenida.
—Luces hermosa esta noche, Siena. —Me gustaban los tonos oscuros que usaba
en mi finca, pero la intensidad de ese vestido complementaba su color.
Su belleza era mucho más evidente cuando estaba enojada. Sus ojos se ilumina‐
ron notablemente, sus pómulos se volvieron más pronunciados porque apretó los
labios con mucha fuerza. Sus gruesas pestañas se abrieron y se cerraron más rápi‐
do con su frustración.
—Estoy en medio de una cita, Cato. No eres parte de esto. La camarera regresó
con mi trago, y llevé la copa a mis labios. —Cuantos más, mejor, ¿no es cierto?
—No. —Los ojos de Siena brillaron con amenaza—. ¿Cómo te sentirías si estro‐
peara una de tus citas?
Sonreí ampliamente.
Rápida como una serpiente, ella tiró su mano hacia atrás y me abofeteó en la
cara.
Me. Abofeteó.
El golpe no dolió, pero la conmoción circuló lentamente por mis venas hasta que
la adrenalina se desbordó. Nadie nunca había hecho una maniobra como esa ade‐
más de mi madre, y eso fue hace veinticinco años.
—Sí. —Solo para probar la cuestión, me abofeteó de nuevo—. Piensas que eres
el dueño del mundo, pero nunca serás mi dueño, imbécil. Ahora vete, así Aaron y
yo podemos cenar y tener sexo. Buenas noches.
La idea de ella teniendo sexo con este tipo cuando debería estar haciéndolo con‐
migo puso a prueba incluso más mi resolución. Sin girarme hacia su cita, le exigí:
—Vete.
Se quedó quieto.
Siena no lo miró.
—No lo escuches.
Esta vez, me di la vuelta en mi silla e hice contacto visual directo con él. Le di la
misma mirada que le daba a todos mis enemigos, asustándolo hasta la muerte con
solo una sutil expresión. Mis hombres estaban por todo el lugar, y podía matarlo
con solo un movimiento de mis dedos.
—Eres Cato Marino… —parecía que se lo estaba diciendo más a él mismo que a
Siena o a mí.
—Lárgate.
Ahora ella me miraba como si quisiera asesinarme. El odio quemaba en sus ojos,
y su palma estaba preparándose para el próximo golpe.
—Hazlo bien, bebé. —Nadie más tendría una oportunidad como la que ella te‐
nía. Nadie más hubiera sobrevivido a tal ataque. La única razón por la que lo hizo
es porque permití que sucediera.
Pero ella tuvo su palma en mi cara, golpeándome tan fuerte como la última vez.
—Eres tan…
Mi mano empuñó su cabello, y tiré de ella hacia mí por un beso. Mi mejilla qu‐
emaba por los golpes que me dio, pero eso me excitó aún más. Apreté su cabello
en mis dedos y la sujeté con mi otro brazo alrededor de su cintura. La apreté cont‐
ra mí y besé su obstinada boca.
Cuando se alejó, sus ojos estaban llenos de auto desprecio, como si se odiara
por permitir que esto sucediera. Se odiaba por disfrutar ese beso. Se odiaba por
estar aliviada de que el marica de su cita se hubiera ido.
Mi mejilla debía estar roja porque me había golpeado muy fuerte, pero la qu‐
emadura se sentía muy bien. Podía sentir el contorno de su mano contra mi mejilla
como si recién me hubiera golpeado. Si me enfocaba, podía repetirlo en mi mente
una y otra vez. Cada reviviscencia hacía que mi miembro se volviera un poco más
duro. Todas las mujeres de mi vida se habían rendido ante mí, alejando los avan‐
ces de otros hombres solo en caso de que pudiera notarlo. Se besaron conmigo en
clubes y me compartieron con extrañas. Estaban dispuestas a dejarlo todo solo por
la mera oportunidad de estar con Cato Marino.
Arrojé dinero en la mesa, tomé su mano, y la empujé fuera del restaurante, ig‐
norando a todos los clientes que observaban nuestra salida. Presentamos una sexi
escena que nadie podía ignorar. Mi mejilla estaba roja, y si solo todo el mundo fu‐
era un poco más valiente, podrían haber tomado una foto y ponerla en internet.
Ella apartó su mano de la mía cuando llegamos a la acera. La dejé alejarse solo
porque estaba interesado en cualquier cosa que tuviera que decir. Mi mejilla toda‐
vía palpitaba después de ser su saco de boxeo, y mi miembro estaba tan duro que
estaba a punto de rasgar mi bragueta. Esta mujer necesitaba estar llena con mi
miembro, necesitaba estar satisfecha de la manera en que se lo merecía. Ahora no
me importaba que ella fuera la única mujer en mi cama esta noche. No me preocu‐
paba que me aburriera. Mis nudillos dolían con excitación porque no podía espe‐
rar a tener sus piernas extendidas en mi cama.
Su cabello era un desorden por la forma en que lo empuñé, por lo que ella sacó
las pinzas que lo sostenían en su lugar y dejó que su cabello castaño cayera alre‐
dedor de sus hombros. De inmediato enmarcó su rostro a la perfección, como si lo
hubiera planeado para verse muy hermosa.
—Sí. Lo sé. —Me paré más cerca de ella y me enfoqué en su labio superior, la
suave carne que quería besar una y otra vez. Quería acariciar con el dorso de mis
dedos el suave arco y luego sentir el resto de su mejilla. Quería explorar a esta
mujer en todas partes, ver sus curvas hermosas bajo ese vestido ajustado. Cuando
la vi al otro lado del bar esa inolvidable noche, me olvidé de todas las mujeres que
ya estaban a mi entera disposición. Ninguna de ellas se comparaba a esta mujer
hostil.
—No puedes sabotear las citas de las personas así. —Él pudo pelear por ti.
— ¿De verdad? —Ella cruzó los brazos sobre su pecho—. ¿Contra Cato Marino?
Me encogí de hombros.
—Eso es diferente.
—No lo creo. —Ella era la única persona en el mundo entero que había tenido
las pelotas para hacerme frente. Seguro, mi rompió las pelotas, pero no con tanta
firmeza. Ella decía lo que pensaba sin miedo a las repercusiones, y cuando fui un
imbécil durante su cita, ella me abofeteó como me merecía—. La única persona
que alguna vez me abofeteó fue mi madre, y tenía cinco años.
—No me gustarías tanto si lo hicieras. —Chasqueé los dedos a uno de mis homb‐
res, y abrieron la puerta trasera—. Vamos.
— ¿A dónde vamos?
— Expulsas a mi cita, ¿y ahora crees que tendré sexo contigo? —Ladeó su cabe‐
za lentamente, su cabello se balanceó con su movimiento. Cualquier otra mujer en
el mundo estaría emocionada por ganar mi íntima atención. Este era un sueño
hecho realidad, un cuento de hadas. Pero a diferencia del resto del mundo, a Siena
no le importaba.
—Justo cuando creo que no puedes ser un cerdo más grande, de alguna manera
lo consigues.
—Puedes irte sola a casa. O puedes ir a casa conmigo. Ella sacudió su cabeza
con lentitud.
—Como podría hacerlo yo. Pero ninguno de los dos quiere eso. —Me acerqué a
ella, notando que había retrocedido. Me moví más hasta que nuestras caras esta‐
ban juntas en la oscuridad. Una pareja dejó el restaurante y caminaron por la ace‐
ra, los tacones de la mujer repiquetearon en el concreto. Los coches sonaban en la
distancia. Pero en lo único que podía pensar era en el sonido de su respiración, en
la manera en que sus ojos sostenían los míos en una mezcla de deseo e incerti‐
dumbre.
No hubo titubeo de su parte. Sus labios se separaron para mí como sus piernas
lo harían pronto. Su cálido aliento me recibió junto con su lengua. Su mano se des‐
lizó por mi bíceps, y masajeó mis músculos mientras me besaba, mientras abando‐
naba su aversión y disfrutaba la innegable química entre nosotros.
Nunca me habían besado de esa manera. Nunca me había tomado el tiempo pa‐
ra ir despacio y apreciar el abrazo de una mujer. Prefería que me chuparan en el
asiento trasero de regreso a mi casa mientras otra mujer succionaba mi cuello.
—Entra.
Ella usualmente protestaba ante mis órdenes, pero esta vez, la perezosa mirada
en sus ojos lo dijo todo. No quería discutir más. Quería estar sobre su espalda en
mi enorme cama, con un hombre real dándole el mejor sexo de su vida. Me dio una
última mirada antes de agachar la cabeza y entrar.
—No hagas que me arrepienta de esto. Entorné los ojos ante el desafío. —Nun‐
ca.
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12
Siena
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—Señor, yo…
—Eso puede esperar hasta mañana. —Cato ignoró a su sirviente más leal y me
llevó a la escalera. El viaje de regreso a casa lo pasamos en una silenciosa tensión,
su mano apretando mi muslo y sus ojos mirando profundamente los míos. Él no iba
a besarme mientras esperaba el momento correcto para dejar caer toda su conten‐
ción.
Rodeé su cuello con mis brazos y miré fijamente su atractiva expresión, el boni‐
to color de sus ojos y la manera en que contrastaba con la dureza de su mandíbu‐
la. Si cualquier otro hombre hiciera una maniobra como la que él hizo, le patearía
la entrepierna y saldría hecha una furia. Ningún hombre tuvo el derecho de cont‐
rolar mi vida, de sabotear mi noche solo porque a él no le gustase. Había muchas
cosas que no me gustaban de Cato, y su arrogancia estaba en la cima de mi lista.
Sin embargo, él era el hombre más sexi del planeta, con esas maneras de verse bi‐
en y ese cuerpo perfectamente esculpido. Su poder y riqueza no eran necesarios
para hacerlo irresistible porque ya lo era. Si no fuera tan atractivo y seguro de sí
mismo, esto podría ser un millón de veces más difícil, podía dormir con alguien
que no me gustase si fuera así de hermoso.
Cerré mis ojos automáticamente, amando la manera en que sus suaves labios se
sentían contra mi piel.
Él hizo lo mismo con el otro pie antes de trazar un camino de besos en mis pier‐
nas y al interior de mis rodillas. Se mantuvo así, moviéndose más y más arriba has‐
ta que estaba entre mis muslos.
No podía alejar mis ojos de él. Mis bragas se sintieron húmedas en un instante y
cualquier incertidumbre acerca de lo que estaba haciendo, se fue. Mis muslos an‐
siaban abrirse y mi sexo gritaba por sentir cada centímetro de él dentro de mí. Es‐
to había comenzado como un deber, pero ahora, era la única cosa que quería ha‐
cer en el mundo.
Se quitó el cinturón y luego sus jeans, empujándolos hacia abajo junto con su
bóxer.
—Jesucristo… —No podía apartar mis ojos de ese monstruoso miembro que se
erguía tan erecto y orgulloso. Mi lengua ansiaba sentir esa vena a lo largo de su
erección y mi estómago deseaba probar su sabor. Chupar penes no era uno de mis
fetiches, pero cuando uno ve algo como esto… estaría feliz de que me den arcadas
una y otra vez—. Ese es un hermoso pene. —Mis ojos finalmente regresaron a los
suyos.
Había llamas ardiendo en sus ojos, no de enojo, pero sí de éxtasis. Ahora se veía
como si quisiera tomarme aún más duro, meter de golpe su miembro tan dentro de
mí que me hiciese estallar. Sus manos alcanzaron mis muslos hasta que tomó el
encaje de mi tanga. Entonces, lentamente las empujó hacia abajo, hasta que sali‐
eron por mis tobillos. Sus ojos se quedaron viendo mi sexo, fijamente con la misma
obsesión que yo tenía por su miembro.
Él se arrodilló otra vez y presionó su boca adecuadamente entre mis piernas. In‐
mediatamente cubrió mi clítoris con su lengua y me besó más duro de lo que había
besado mi boca. Inhaló profundamente, luego aspiró su caliente aliento sobre mi
área más sensible. Él comió mi sexo como si no hubiese en el menú nada que dese‐
ase más.
Grité ahí mismo, solo porque se sentía tan increíblemente bien. Mi cabeza se
inclinó hacia atrás y miré el techo de la habitación mientras mi visión se tornaba
borrosa. Hombres me comieron antes, pero no con este calibre. Agarré su cabello
en puños con mis dedos y me pregunté si salir de su casa esa noche había sido un
error. Aún con otra mujer ahí, el sexo habría sido increíble.
Él chupó mi clítoris un poco más fuerte antes de alejarse. Abrió su mesa de noc‐
he y sacó un paquete de aluminio antes de volver a la cama conmigo.
—Espera. —Me levanté sobre mis pies y desabroché la parte de atrás de mi ves‐
tido así podría caer al piso, no llevaba sujetador, por lo que ahora estaba comple‐
tamente desnuda.
—Yo en serio… —Me arrodillé delante de él—…en serio quiero chupar tu mi‐
embro primero. —Ignoré al hombre y tomé sus musculosos muslos. Él tenía piel
bronceada en todas partes, junto con el paquete de músculos debajo. Él era tan
hermoso que incluso sus pies eran sexys. Ahuequé mi lengua y abrí mi boca ancha‐
mente antes de meterlo dentro de mí. Luego gemí, como mujer, aprecié su longi‐
tud y espesor. Aprecié la manera en que sabía, la manera en que podía mantener‐
se duro sin esfuerzo alguno. Su miembro era perfecto y merecía ser adorado.
Nunca imaginé que podría estar tan entusiasmada de estar de rodillas. Justo
treinta minutos antes, pensé que él era un cerdo arrogante. Lo había visto besarse
con mujeres al azar en bares, una tras otra. Pero ahora que estaba disfrutando de
este hombre, no podía juzgarlo. Aún sin su fortuna, era el hombre más atractivo
del planeta. Algunas mujeres probablemente no lo querían por su dinero. Ellas so‐
lo querían esto, una noche con un hombre de verdad.
Mi lengua cubrió con más saliva toda su longitud, y lo empujé tan dentro como
podía. Solo lo hice hasta la mitad porque él no era solo largo, era también ancho.
El sexo oral era sobre hacer sentir bien a tu compañero, pero ahora mismo, mis
acciones eran completamente egoístas. Estaba chupando su miembro porque disf‐
rutaba de cada segundo de eso. De hecho, sentí el mismo fuego entre mis piernas
que sentí cuando su boca estaba presionando mi clítoris. Estaba tan excitada por
su miembro que sentí una explosión ante la vista. Solo eso me encendió mucho
más que el sexo que haya tenido con cualquier otro chico. Mis dedos se movieron
entre mis piernas y me froté a mí misma mientras continuaba chupándolo, sabien‐
do que estaba a punto de explotar con su miembro en mi boca.
Cato inhaló un profundo suspiro entre sus dientes antes de tirar de mi cabello.
—No.
Su miembro dejó mi boca, pero presioné un beso en su glande, mis ojos estaban
en él.
—Arriba.
Mi vista estaba borrosa por la excitación, y tuve que apoyarme en sus poderosas
piernas para enderezarme.
Me moví hacia su cama Alaska extra larga y recosté mi cabeza en una de las al‐
mohadas. Me imaginé el sexo más pervertido, algo que no tuviera nada de misi‐
onero. Ni siquiera me importó saltarme el sexo mientras su miembro estuviese en
mi boca. Pero estaba emocionada de sentir su grosor y longitud profundamente
dentro de mí. Nunca había llevado a un hombre más grande, y ahora tenía miedo
de no poder volver una vez que hubiéramos terminado.
Él subió hasta estar sobre mí, su gran peso hundió el colchón mientras se mo‐
vía. Su enorme miembro colgaba listo, apuntando a mi entrada como si no pudiese
esperar para estar dentro de mí. Sus brazos inmediatamente se engancharon det‐
rás de mis rodillas y me separó abiertamente, como si yo necesitara estar lo más
abierta y ancha posible si iba a tomar ese monstruo entre sus piernas.
Mis manos arañaron su pecho porque estaba muy ansiosa por sexo. Nunca ha‐
bía deseado más que un hombre me penetrara. Lo odié esta mañana, pero ahora,
él era mi más reciente fantasía. Mis manos se movieron en la parte trasera de su
cabello, y atraje sus labios a los míos por un beso.
Se quedó quieto mientras mantenía toda su longitud dentro de mí. Con mis pier‐
nas todavía inmovilizadas y sus ojos pegados a los míos, tenía la misma mirada de
excitación con la que empezó, pero ahora iba acompañada de un toque de tortura.
—Más te vale que no hayas terminado. Ni siquiera he empezado todavía.
Esa fue la mejor noche de sexo que alguna vez tuve, y podría fácilmente recos‐
tarme aquí para siempre y solo disfrutarlo. No puedo recordar la última vez que
me sentí tan satisfecha. Ningún hombre pudo intensificar el sexo oral y batear un
cuadrangular como ese. Cato Marino no era solo el banquero más exitoso del mun‐
do, sino también el amante más exitoso.
Disfruté de tener sexo con un líder criminal que asesinó a alguien en su entrada
para automóviles, y el sexo fue tan bueno que olvidé lo peligroso que podía ser. Mi
tarea era manipularlo y de alguna manera aislarlo de su manada de seguridad, pe‐
ro la operación parecía imposible, la última noche, el sexo había sido asombroso
para mí, pero probablemente eso era habitual para él. Eso no importaba, cuan mo‐
jada o ansiosa estaba, sus tríos y noches salvajes siempre triunfarían sobre lo que
yo podría ofrecerle.
— ¿Acaso dije que te puedes ir? —Su voz masculina llenó la habitación, no era
áspera como debería estar por no dormir durante horas. Él no se movió de su posi‐
ción en la cama, las sábanas estaban amontonadas en su cintura.
—No. Pero no pregunté. —Este hombre podría ser increíble entre sábanas, pero
seguía siendo un imbécil a fin de cuentas. Ese enorme y hermoso miembro no po‐
día cambiar eso.
—Vuelve aquí, ahora. —No abrió sus ojos, como si esperara que lo escuchara.
Mi primer impulso fue pelear con él, pero una vez que su miembro me abrió, no
tomé represalias, solo lo disfruté.
Cerré mis ojos y mordí mi labio inferior, sintiendo a mi cuerpo traicionarme ins‐
tantáneamente. Él no estuvo dentro de mí por mucho tiempo, y aún no estaba exci‐
tada antes de que él se lanzase contra mí. Ahora, mi sexo estaba empapado y se
estrechó con él dentro a medida que los segundos pasaban.
—Maldita sea, estás tan apretada. —Él se inclinó sobre mí y presionó su pecho
contra mi espalda, sus labios se acercaron a mi oreja—. Libéralo, nena. Sé que qui‐
eres hacerlo.
Quise pelear contra lo que sentía porque era una mujer orgullosa, pero cuando
él se sentía tan bien entre mis piernas, eso parecía imposible. No importaba cuán
arrogante era. No importaba si era un presuntuoso imbécil. Él hizo que llegara al
orgasmo mejor que cualquier otro hombre.
—Dios…
—Di mi nombre.
Mi cara se movió sobre el colchón cuando terminé, las sábanas tragándose mis
gemidos finales.
Ahora que él se fue, recogí mi vestido y me alisté. No sabía si quería que me qu‐
edase o no, pero debería irme lo más pronto posible. Cato Marino era un adversa‐
rio serio que yo no podía dominar, y ahora temía que mis talentos no fueran sufici‐
entes. Aún si hacía que confiase en mí, eso solo me pondría en más peligro. Por‐
que al segundo en que se enterase que lo estaba engañando… él podría disparar‐
me en la cabeza en su entrada para automóviles.
Después de trabajar todo el día en la galería, me fui a casa a las afueras de Flo‐
rida. Había un automóvil negro en el camino de entrada, y la puerta de enfrente
estaba abierta. Otra persona llamaría inmediatamente a la policía, pero yo sabía
exactamente quien había forcejeado mi casa y entrado sin autorización en mi pro‐
piedad.
—Prefería ver tu bello rostro, dulzura. —Aun cuando Damien estaba siendo cor‐
tés, sonaba malvado. Él era un espeluznante matón, un buitre esperando asesinar‐
me así podría echarme a un lado.
— ¿Si? —Agarré la botella de vino en la mesa y llené una copa para mí—. ¿La
pequeña perra tiene un mensaje?
Su sonrisa se quedó pegada a su cara, pero sus ojos mostraban un poco de irri‐
tación. Él era el siguiente al mando de Micah, y eso no le gustaba ni un poco. Era
el hombre que hacia el trabajo sucio, casi como un conserje en una escuela.
—Discrepo. —Tomé un sorbo, luego lamí mis labios—. ¿Qué es lo que quieres,
Damien? Estoy ocupada.
— ¿Tú me exiges que atrape al hombre más rico en Italia en algunas semanas?
—Me puse de pie cerca de la barra con mi copa en mano, inclinando mi cabeza li‐
geramente mientras lo examinaba—. ¿Algo que tú y Micah aún no pueden hacer?
No seas ridículo.
Sacó un cuchillo de su bolsillo y lo colocó en la mesa delante de él. Ésa era una
sutil advertencia, una amenaza de cortar mi garganta si me hacía la difícil.
—Entre tú y yo, quiero que fracases. Entonces serías toda para mí. Penetraré tu
trasero con esta hoja presionada justo en esa bonita arteria en tu cuello.
A pesar del peligro, era inaceptable caer en el miedo. Negué estar asustada, no
dejaría a este retorcido hombre meterse bajo mi piel. Al segundo que lo hiciera, él
podría tener ventaja. Sorbí mi vino como si no me hubiese amenazado de violarme
y asesinarme.
Su sonrisa se amplificó, porque era un hijo de puta enfermo que se metía en es‐
to.
—Me pregunto si tu sexo es tan dulce como esa boca tuya. —Nunca lo sabrás.
Había dormido con Cato, pero no estaba cerca de conseguir nada. Ese hombre
era, de lejos, mucho más aterrador de lo que alguna vez Damien podría esperar
ser. Cato no solo era frío, sino también controlador y dominante. Él no daba se‐
gundas oportunidades a nadie. Al segundo en que se enterara de mi plan, podría
ser ejecutada como prisionera de guerra.
—Puedo darte toda la información que tengo sobre Cato. Eso todavía sirve de
algo.
—Bueno… no.
En ese momento, entendí que no sabía nada. El hombre era un silencioso enig‐
ma quien difícilmente hablaba. Sus pensamientos eran un misterio. La única cosa
que conocía de él era a su miembro. Lo conocía muy bien.
—Tienes una vagina, ¿cierto? Mírate. ¿Qué tan difícil es atraer a este adicto a
una vagina?
Era la única que era adicta a los penes. Cato era el hombre más increíblemente
atractivo con el que estuve alguna vez. Solo era otra mujer en una muy larga lista
de mujeres bonitas para él.
—Este chico es muy inteligente para eso. No hay manera que pueda pasar de
ser exitoso a estúpido. Elegiste al hombre equivocado para enfadar. Yo lo vi ejecu‐
tando a alguien en su entrada para automóviles. Deberías tener otro blanco.
— ¿Por qué?
—Te estás olvidando de su hermano. —Bates era claramente tan inteligente co‐
mo Cato.
—Él será fácil de atrapar una vez que tengamos a Cato. Estuve fuera del juego
por un momento, pero sabía que Damien estaba subestimando mucho esta tarea.
— ¿Vas a cumplir o no? Debería saberlo ahora. Cuesta dinero seguir alimentan‐
do a tu padre. Y si puedo empezar a tenerte ahora, dejaré de perder el tiempo con
este vino. —Empujó la copa y me miró de arriba hacia abajo.
No tenía ningún truco bajo la manga o alguna idea de cómo iba a lograr esto.
Cato era muy inteligente como para caer por alguien tan tonto. Lo dejé conquistar‐
me en la cama, pero parecía que me había puesto bajo su pulgar en lugar de al re‐
vés. Pero, el recuerdo de mi padre, me hizo recordar porqué estaba luchando.
No hablé con Cato desde que me fui de su casa algunos días atrás. Quizás él es‐
taba molesto por haberme ido. Quizás no le importaba. No tenía idea. Dormir con
él podría habernos acercado más, pero más probablemente eso me convirtió en ot‐
ra conquista de la que podía olvidarse.
— ¿Landon?
—Cálmate, Siena. Hay personas buscándome, y sé que hay personas que te es‐
tán observando. Así que vete.
Me aparté de mala gana, con el corazón roto por no poder darle un abrazo de
verdad a mi hermano. Nunca fuimos particularmente cercanos, pero la sangre, era
la sangre. Con papá lejos, él era todo lo que me quedaba en el mundo.
—Sé lo que le pasó a papá, y sé lo que Micah y Damien te están exigiendo que
hagas. Necesitas olvidarte de eso. Quitarte de esto y huir.
Esa era la última cosa que esperaría oír de Landon. — ¿Y dejar a papá a su suer‐
te?
—De acuerdo. Nos encontraremos en Baron’s a las diez. —Él se alejó sin decir
otra palabra.
Quería verlo partir, pero me concentré en mirar hacia adelante. Justo cuando mi
mundo se había vuelto tan sombrío y oscuro, un rayo de sol apareció. Mi hermano
estaba huyendo porque el negocio había sido desmantelado, y yo estaba trabajan‐
do para los enemigos que nos quitaron todo. Pero al menos si nos tuviéramos el
uno al otro… tendríamos algo.
Landon ya estaba ahí cuando entré. Un trago estaba delante de él, y a juzgar
por su trayectoria, ese era probablemente su tercer o cuarto vaso.
Él mostró una fría mirada, la misma que papá mostraba la mayor parte del tiem‐
po. Los dedos de Landon descansaban alrededor de su vaso, y miraba a nuestro al‐
rededor cada cierto tiempo, chequeando si había miradas enemigas. Su barba se
había ido, y sus ojos verdes estaban brillantes a pesar de su tristeza.
—Lo sé. —Cato era frío como el hielo y tan pragmático que no parecía ser huma‐
no. Todo lo que le había importado era el sexo, el alcohol y el dinero. Sin corazón,
él no vacilaba antes de acabar con la vida de alguien para siempre. Viajaba con
una gran caravana a todas partes a las que iba porque sabía que el mundo estaba
lleno de enemigos.
—También lo sé.
Él miró alrededor del bar antes de mirarme, había hostilidad en sus ojos.
—Entonces necesitas irte. Toma tus cosas y huye. —Alcanzó algo dentro de su
americana, sacó una gruesa envoltura llena de dinero y la colocó en la mesa entre
nosotros—. Esto debería ser más que suficiente para lo que sea que necesites.
Era dulce que mi hermano quisiera cuidarme, pero no necesitaba su ayuda. Em‐
pujé el dinero de regreso hacia él.
—No estoy siendo terca. No estoy dejando atrás a papá. Él no se merece mi leal‐
tad, pero no puedo solo dejarlo así como así. Landon inclinó ligeramente su cabeza
y miró dentro de su vaso. —No tienes ninguna oportunidad de engañar a Cato. So‐
lo harás que te mate.
Los ojos de Landon se entornaron con hostilidad, como si esa fuera la peor cosa
que pudiera decir.
—Es una misión suicida. Cato está en la cima de la cadena por una razón. ¿Cre‐
es que vas a ser más lista que él?
Landon no preguntó directamente sobre mi relación con Cato. Sabía que estaba
durmiendo con él para obtener la información que yo quería, pero era un tema tan
incómodo que no quería discutir.
—Papá no hizo los sacrificios que debería haber hecho por nuestra familia. No
tiene sentido que lo hagas ahora.
—Estoy de acuerdo. Pero si hago este trabajo, puedo tener a papá de vuelta y
podemos empezar otra vez. Tal vez podríamos irnos a Francia y abrir una tienda
de vinos o algo. Al menos, estaremos juntos… —No me sentí completa desde que
nuestra mamá falleció y nuestra familia se disolvió. Ahí siempre estuvo una pieza
perdida de mi corazón, un vacío que nadie podía llenar.
—Aún si pudiésemos rescatar a papá, eso es poco probable. Ellos nos buscarán
hasta que todos estemos aniquilados. Esa es la razón por la que te estoy diciendo
que este plan es estúpido. Aún si salvas a papá, ¿luego qué?
»No voy a dejar a mi padre atrás. Admito que mi plan contra Cato no es el mej‐
or.
—Él te matará. —Landon apretó su vaso con las yemas de sus dedos—. Siena,
no conoces este mundo de la manera en que yo lo hago. No entiendes de lo que
esos hombres son capaces. Solo porque eres una mujer hermosa no significa que
no vayan a torturarte y matarte. Eso no significa que no te darán la más estupenda
agonía antes de que él finalmente ponga una bala en tu cerebro. Tienes una gran
confianza que te da una irreal creencia de que puedes lograr algo. Siena, no im‐
porta lo bien que lo hayas hecho sentir teniendo sexo, él verá a través de ti. Él es
el más inteligente, el más astuto hombre en el mundo. Yo digo que dejes este enfo‐
que y pensemos en otra cosa.
Mentiría si dijera que no estaba asustada. Cada vez que estaba en esa fortaleza,
sabía que me superaban en número. Cada vez que estaba a solas con Cato, sabía
que podía hacerme lo que quisiera.
—Lo resolveremos.
— ¿No crees que eso podría generar más sospecha? — pregunté—. ¿Sin menci‐
onar que lo enfadaríamos? Ya dormí con él, así que el daño ya está hecho.
Me encogí de hombros.
—Entonces tu plan falló. Él es el mismo mujeriego que era antes. Nada nuevo.
—Así que probablemente podrías salir de esto ilesa. Solo termina tu trabajo y
vete. Mantén a Damien en el anzuelo. Quizás podemos pensar un plan diferente
mientras tanto.
Él se encogió de hombros.
13
Cato
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Ella dejó su vaso y luego desvió la mirada hacia la puerta trasera. El sol se esta‐
ba poniendo, y el calor se estaba disipando lentamente. Un suave brillo de la pues‐
ta de sol todavía llenaba la habitación y cubría su piel con el color más hermoso.
—No estoy buscando nada serio ahora mismo. Te dije que solo me interesa el
buen sexo y mi carrera. E incluso si estuviera buscando establecerme, no eres mi
tipo.
Me tomó tiempo procesar una respuesta porque sus palabras me tomaron por
sorpresa. Como si me tirara una jarra de agua fría en la cara, me quedé atónito.
Ninguna mujer me había dicho nunca algo así. Incluso cuando solo era un hombre
con un sueño, las mujeres me querían por más de una noche. Hizo que todos los
músculos de mi torso se tensaran tanto en ofensa como en curiosidad. Esta mujer
no se veía afectada por mi encanto y eso me volvía loco.
Todo lo que querían las mujeres era un hombre rico que pudiera comprarles el
mundo. Querían buenos autos, una hermosa mansión y un collar cubierto de una
gran cantidad de diamantes. Querían sentirse como unas reinas y casarse con un
rey.
—Mierda.
—Todas las mujeres quieren seguridad. Todas las mujeres quieren un hombre
poderoso que pueda protegerlas.
Tenía algunos comentarios imbéciles para responder, pero no los dije porque
entendí el contexto de sus palabras. Su madre había sido asesinada por el imperio
de su padre. Estar asociada a una vida de crimen solo había destrozado a su fami‐
lia. Ahora vivía sola y no había hablado con su familia en muchos años.
No había tocado mi vino desde que entré. Estaba mucho más interesado en be‐
berla que en dejar que el alcohol tocara mis labios. La paranoia de Bates parecía
exagerada ahora que había oído su confesión. Esta mujer no tenía ningún truco
bajo la manga. Ella realmente solo quería un trabajo de mi parte, y eso era todo.
En todo caso, era una amenaza menor que cualquier otra persona con la que traté.
—Con un gran poder viene una gran responsabilidad. Si eres un hombre digno
de ese poder, gobernarás sin consecuencias. Soy el tiburón más grande del océ‐
ano, la cima de la jerarquía. Yo controlo este mundo, hasta el último detalle. Los
hombres me miran por encima del hombro, pero mi poder es intocable. Soy el
hombre más poderoso de este mundo, y nadie puede quitarme eso. Tal vez mi sta‐
tus me convierta en un blanco, pero también me hace intocable. Si una mujer estu‐
viera a mi lado, nunca tendría que temerle a nada, porque el mundo me sirve. —Su
padre tenía un imperio respetable con muchos hombres, pero aun así no era rival
para mí. Pensaba que entendía la riqueza y los privilegios, pero los otros no tenían
un centavo en comparación conmigo. No tenía ni idea de cómo era el verdadero lu‐
jo—. Puedo hacer que todos los problemas desaparezcan.
—Puedes hacer que los problemas desaparezcan, pero prefiero no tener proble‐
mas para empezar. —Tomó la botella y volvió a llenar su copa—. Heredé esta casa
de mi abuela. Es pequeña y pintoresca, pero es perfecta para mí. No debo nada
por ello, y el dinero que gano con la galería es suficiente para una vida cómoda.
No hay nada más que necesite o quiera.
No tenía envidia de su actitud, pero la respetaba por ello. Le daba el máximo ni‐
vel de poder. Si no había nada más que necesitara, entonces no necesitaba hacer
todo lo posible por nada ni por nadie. Ella tenía el control de su vida, y no buscaba
a un hombre que le hiciera la vida más fácil. No necesitaba a nadie para nada.
Era la primera vez en mi vida que quería una mujer que estaba al borde de la
indiferencia hacia mí. Ella quería acostarse conmigo, pero no lo suficiente como
para volar mi teléfono con mensajes de texto o para aparecer en uno de mis clubes
favoritos. No tenía un motivo oculto, una fantasía de que podía convertirse en la
mujer más rica de este país. No necesitaba nada de mí, así que no significaba nada
para ella. Era bastante atractivo.
— ¿Qué?
—Eres sexy.
Una sonrisa se formó en sus labios, y esta vez, fue genuina. — ¿Te gusta una
mujer independiente?
—Cada niño se convierte en un hombre. Pero el hombre nunca olvida quién era
ese chico. —No importaba lo rico que fuera ahora. Nunca podría olvidar lo que sig‐
nificaba luchar. Nunca podría olvidar las noches de invierno que no podíamos per‐
mitirnos el calor y los veranos que no podíamos permitirnos el aire acondicionado.
Nunca pude olvidarme de recoger comida en el centro para personas sin hogar cu‐
ando a mamá la despidieron de la fábrica de conservas. Mis trajes eran tan caros
como los coches, pero debajo de mi piel, músculo y hueso estaba el recuerdo de
dónde venía.
—Sí. —No importaba la edad que tuviera, a mi madre parecía gustarle cualquier
oportunidad de felicitarme—. Mi padre se fue cuando Bates y yo éramos jóvenes.
Ser padre y proveedor era demasiado difícil para él. Mi madre tenía que ser dos
padres y dos ingresos. Pero ella lo hizo funcionar y siempre nos hizo sentir ama‐
dos. Es una chica ruda… y no hay muchas mujeres como ella.
Los ojos de Siena se llenaron de emoción, como si esa historia fuera tan conmo‐
vedora para ella como para mí.
—Lo siento.
—Gracias. Ella es la razón por la que quiero mi propia familia. Quiero ser una
madre como ella.
No la conocía bien, pero podía imaginarla rodeada de tres niños. Podía imagi‐
nármela haciendo la cena para una familia imaginaria, todos viviendo bajo este pe‐
queño techo. Sería estrecho, pero aún serían felices. Mi futuro no involucraba a
una esposa o hijos. Bates y yo sabíamos que nunca podríamos casarnos, no cuando
era imposible confiar en nadie más que en el otro. Así que Siena tenía razón, nun‐
ca podría ser su tipo.
Tomé mi copa y tomé un trago, manteniendo mis ojos en ese cabello marrón os‐
curo. Su piel clara contrastaba con la oscuridad de su cabello creando una belleza
cautivadora que era imposible de ignorar. La única razón por la que noté que me
había estado siguiendo era porque era la más impresionante mujer en la habitaci‐
ón. Tendría que estar ciego para no fijarme en ella.
— ¿Qué te trajo aquí esta noche, Cato? —Sus ojos siguieron mis movimientos
cuando levanté la copa y la devolví a la mesa—. ¿Exactamente, que es lo que qui‐
eres?
Apoyé mi brazo sobre la mesa y sentí que mi reloj golpeaba contra la superficie
de madera.
—Tú. —Podría haber salido con Bates y encontrar a alguien que ocupara mi ca‐
ma esta noche. Podría haber llamado a una de mis chicas normales para entrete‐
nerme. En vez de eso, estaba obsesionado con una mujer.
Me dio su habitual mirada de valentía. Ella debió haber estado esperando esa
respuesta porque no tuvo una reacción perceptible. Esta era la segunda vez que
aparecía sin previo aviso, rastreando su ubicación porque tenía el poder de hacer
lo que quisiera.
—Porque te habrían disparado si lo hubieras hecho. —Lo que sea —dijo ella—.
Si me quieres, necesitas respetarme. Esa es la única manera de que esto funciona.
Tenía todo el poder, pero ella estaba dando todos los golpes. Era tierno. Nadie
más tendría las pelotas para hacer una petición como esa.
—Está bien.
Tomé mi copa de vino junto con la de ella y las llevé al fregadero. La copa de su
cita estaba en el fondo, gotas de vino goteaban por el desagüe. La sola idea de que
se desnudara con otro hombre me puso furioso, así que regresé a la mesa y la mi‐
ré fijamente.
Sostuvo mi mirada, sin miedo. Sentada allí con la cabeza en alto, era una reina
sin trono o corona, pero poseía tanta dignidad y gracia que era imposible no res‐
petarla. Podía salir con cualquier otra mujer, pero estaba parado en su cocina, con
su vino barato aún sazonado en mis labios.
Tal vez su frialdad me quemó. Tal vez su indiferencia me fascinó. Tal vez la úni‐
ca razón por la que estaba allí era porque estaba aburrido, porque esta relación se
había desarrollado de una forma muy diferente a todas las otras.
— ¿Si te pidiera que te fueras, realmente lo harías? No hacía nada que alguien
me pidiera.
—No estoy seguro. Nunca escuché a nadie antes. Pero ambos sabemos que no
quieres que me vaya, así que dejemos de fingir. — Por arrogante que me hiciera
parecer, no impedí que las palabras salieran de mi boca.
Me miró por varios latidos de corazón, su cara de póquer era impenetrable. Tal
vez no le gustaba como persona, pero con toda certeza le gustaba la manera en
que la hacía sentir. Había conseguido varios orgasmos sobre mi miembro toda la
noche, muy entusiasmada, como si nunca hubiera tenido tan buen sexo en toda su
vida. Me necesitaba para pasar un buen rato, me necesitaba para compensarla por
todos los hombres que la hicieron perder el tiempo.
Me alejaba antes de que empezáramos. Era la misma actitud que tenía con mis
amantes, pero viniendo de ella, me sorprendió. Era desechable, sin valor. Solo me
hizo desearla más, me hizo querer conquistar a esta mujer fría y volverla caliente.
Sus ojos inmediatamente adoraron mi cuerpo, su deseo ardía, caliente. Sus pal‐
mas se plantaron contra mis pectorales, y lentamente arrastró la punta de sus de‐
dos hacia abajo, sintiendo los surcos de mis músculos en los valles de mi estóma‐
go. Esa actitud apasionada se había ido hace tiempo, y todo lo que quedaba era
una mujer llena de deseo. Igual que la última vez que estuvimos juntos, rápida‐
mente se convirtió en una persona diferente, como si no hubiera otro hombre en el
mundo con el que quisiera estar. Tal vez su actitud engañaba a otras personas, pe‐
ro ciertamente no me engañaba a mí.
—Dilo. —La castigaría por tentarme, la castigaría por hacerme desearla tanto
que anduve hasta aquí como un estúpido posesivo.
—No más hombres. Solo yo. —Nunca le había hecho esa petición a otra mujer.
Ellas parecían dejar todo en sus vidas para enfocarse únicamente en mí. Pero esta
mujer, tenía más pretendientes en la fila cada vez que le deba la espalda. Era la
clase de mujer que no esperaba por un hombre, y eso la hacía increíblemente at‐
ractiva.
La excitación en sus ojos murió ante mi demanda. —No puedes hablar en serio.
— ¿Alguna vez no hablo en serio? —Mi vida estaba centrada en el trabajo y el al‐
cohol. Tenía un pésimo sentido del humor. —Acabo de decirte que no estoy bus‐
cando una relación.
—Yo tampoco. Pero te deseo cuando quiera. No voy a ponerme al final de la lí‐
nea cada vez que quiera un turno. —Presioné mi frente en la suya mientras la sos‐
tenía contra la mesa. Mis dedos exploraron sus caderas debajo de la blusa, sintien‐
do esa suave y sedosa piel que quería besar por todos lados.
—Porque no lo soy. —Froté mi nariz en la de ella y miré sus labios—. Pero pu‐
edo hacer una excepción, por un corto período de tiempo.
— ¿Qué?
—Tenía razón.
— ¿Sobre qué?
—Te dije que podía manejar lo mío. Te dije que era el tipo de amante que un
hombre apenas podía manejarme por sí mismo. Te dije que no compartía, que un
hombre nunca querría compartirme.
Parecía una amenaza vacía en ese momento, pero sus palabras me habían per‐
seguido desde que las había dicho. Cada vez que estaba con una mujer, me pre‐
guntaba si Siena habría sido mejor. Me preguntaba si había cometido un error lle‐
vándola a casa con la expectativa de un trío. Ahora que la había tenido, me di cu‐
enta que su amenaza fue real. Ella era un tipo especial de mujer, una que nunca
había conocido.
Sus manos comenzaron por mis pectorales y lentamente serpentearon hacia ar‐
riba.
—Me gusta tú sabor. —Mis dedos jugaron con la parte superior de sus jeans, y
sigilosamente desabroché el primer botón. Mis ojos se movieron hacia esos labios
gruesos, pero todavía no los alcancé. La idea de estar con una sola mujer no sona‐
ba como un sacrificio. Sonaba como una oportunidad que nunca había explorado.
La repetitividad de mi vida se había vuelto mundana, y desde que conocí a Siena,
todo parecía ser más interesante.
—Así que, no salgo con otros hombres. Eso significa que tú no sales con otras
mujeres.
—Sabes a lo que me refiero. —Sus manos se arrastraron hasta mis jeans, y los
desabrochó lentamente. El botón se abrió de golpe y luego siguió con el cierre. Lo
arrastró lentamente, a lo largo de mi duro contorno que era notable en mis bóxer.
Ya sea intencional o accidental, sus ojos se movieron hacia abajo y lamió sus labi‐
os, como si ver mi miembro fuera exactamente lo que esperaba con más ganas—.
Solo tú y yo por unas semanas. Cuando mi proyecto esté terminado, también no‐
sotros. —Empujó mis jeans más allá de mis caderas para que se deslizaran al piso.
Me estaba desnudando, y también estaba estableciendo una fecha límite sin vaci‐
lación. Un compromiso a largo plazo era lo último que quería para mí.
Enganchó sus dedos en mi bóxer y lentamente los arrastró hacia abajo, tirando
de ellos sobre mi grosor y luego bajándolos por mis muslos. Cada centímetro se re‐
veló con lentitud, mostrando la vena profunda en mi eje, junto con el grosor de mi
corona. Como una mujer que podía apreciar las cosas buenas de la vida, miró mi
miembro como si fuera una obra de arte.
—No digo esto a menudo… pero tienes un hermoso pene. —Lo miró mientras
sus dedos seguían agarrados a la tela de mi bóxer. Sus dedos se retorcieron en el
lugar, su lengua se deslizó sobre su labio superior de la manera más provocadora.
Abrió la boca de par en par y se puso a trabajar, usando ese cuello delgado para
tomar mi longitud dentro y fuera. Aplanó su lengua y mantuvo su boca ancha mi‐
entras me empujaba profundamente dentro suyo. Sus manos agarraron mi bóxer y
los tiraron más abajo hasta que estuvieron alrededor de mis tobillos. Cerró los ojos
y me roció con saliva, me empapó tanto que las gotas salpicaron el suelo de su co‐
medor. En lugar de darme una rápida ronda de juego previo para que pudiéramos
saltar a la parte buena, ella se ralentizó y se tomó su tiempo. Lo disfrutó incluso
más que yo.
Las mujeres querían complacerme para llamar mi atención. Siena chupó mi mi‐
embro porque le gustaba, casi había llegado al clímax la última vez que lo hizo.
Sus uñas se clavaron en mis muslos musculosos, y gimió incluso cuando mi mi‐
embro estaba tan profundo que podría ahogarla.
Ella liberó su boca y me acarició con su mano. Una gota de saliva goteó de la
comisura de su boca y cayó al suelo.
—Sí. Mucho. —Sus dedos acariciaron mis pelotas, y ella empujó mi longitud
dentro de su garganta.
Sería tan fácil para mí entrar, liberar mi semilla caliente en la parte posterior
de su garganta para que pudiera caer en su vientre. No había nada que amara más
que una buena mamada, sosteniéndoles la parte posterior del cuello mientras las
mantenía en su lugar para terminar. Pero esta mujer era tan buena en todo, que
quería más. Quería entrar en su boca, su sexo y su culo al mismo tiempo.
—Arriba.
Ella usó mis muslos como una escalera para levantarse. Sus pantalones estaban
desabrochados y la parte superior estaba ligeramente arrugada por la forma en
que la había agarrado antes. Cuando se puso de pie, se quitó la parte superior y
tenía puesto un sostén negro de encaje, un sujetador realzador que destacaba la
belleza de sus senos naturales.
Había visto muchos senos en mi vida, pero nada en comparación con los de ella.
Bajó sus vaqueros y los dejó caer al suelo. Lo que quedó atrás fue una tanga
negra a juego.
Sabía que ella usaba la ropa interior para su otra cita, pero ahora era yo quien
la vio.
Mi cuerpo estaba ansioso por acelerar las cosas, pero mis labios lo hicieron todo
más lento. Mis manos palparon sus senos perfectos, y la besé. Mi boca se movía
dolorosamente lenta, atesorando la suavidad de sus labios y la forma en que se
movían suavemente contra los míos. Nuestra respiración llenó la habitación tran‐
quila, y el sol desapareció lentamente sobre el horizonte hasta que nos quedamos
en la oscuridad. Solo unas pocas luces en la casa mantenían la habitación ilumina‐
da.
La levanté sobre la mesa del comedor y la arrastré por el borde. Sus pezones
estaban tan duros que podían afilar un cuchillo. Sus voluptuosos senos estaban
emparejados con una caja torácica delgada, un marco de reloj de arena que podría
ponerla en la portada de una revista porno. Su vientre plano conducía a una vagi‐
na perfectamente cuidada, muy brillante y hermosa. Ya la había probado antes,
pero ahora mi miembro solo quería penetrarla.
— ¿Qué estás haciendo? —Ella se apoyó sobre su codo y presionó su mano cont‐
ra mi estómago, sus dedos golpearon los gruesos surcos de músculo—. No me pe‐
netrarás sin condón.
—Si no estoy teniendo sexo con nadie más, entonces definitivamente te estoy
penetrando sin condón. —Nunca había estado desnudo con una mujer sabiendo
que ellas aprovecharían la primera oportunidad del percance. Pero esta mujer no
quería tener nada que ver conmigo, así que no me preocupaba eso.
—Muéstrame tus papeles, y yo te mostraré los míos. Hasta entonces, ponte uno.
El glande de mi miembro podía sentir cuán mojada estaba, cuánto quería condu‐
cirme dentro de ella una y otra vez. Solo sentir unos centímetros era suficiente pa‐
ra hacerme ignorarla y hacerlo de todos modos. Pero una vez que entregara mis
papeles, ella sería mía y podría tomarla tanto como quisiera.
—Gracias.
Ella giró su cabeza hacia atrás sensualmente, su largo cabello atrapó las gotas
de vino que se habían derramado de las copas. Con los labios bien separados y un
hermoso entusiasmo por la vida en sus ojos, era una mujer que estaba siendo to‐
mada de la manera que le gustaba. Ella no extrañaba su antigua cita, no cuando
estaba siendo penetrada por un pene tan grande como el mío.
—Cato… me encanta tu pene. —Se agarró a mis caderas y se empujó hacia mí,
encontrando mis estocadas al arrastrar su cuerpo más cerca. Rodó la cabeza hacia
atrás, se mordió el labio y luego lo repitió—. Qué buen pene.
Se apoyó en un codo y luego tiró de mi cuello hacia el suyo para poder besarme.
Tomó mi cara cuando me dio un beso caliente, sus piernas aún estaban separadas
para que pudiera seguir tomando mi longitud.
Nada era más sexy que una mujer diciendo lo que quería. Sin vergüenza de su
sexualidad, ella me usaba de la misma manera que yo la usaba a ella. Me usaba
para conseguir su orgasmo, para meterse en un clímax abrasador que hizo que sus
dedos se encogieran.
—Ahí mismo… —Ella dejó de besarme para poder gritar, justo en mi cara—. Ca‐
to… sí. —Apoyó su frente contra la mía y cerró los ojos cuando terminó, su perfec‐
to sexo apretó mi miembro como una pitón. Ella llegó al orgasmo duro y rápido,
empapándome con otra ola de excitación—. Hazlo de nuevo. —Abrió los ojos y me
lanzó una expresión intrépida, como si mi desobediencia no fuera tolerada.
—Puedo hacer que llegues al éxtasis tantas veces como quieras. Dio un suave
beso a mis labios, como una sutil disculpa por su agresión.
Un mastodonte como yo no podía estar cómodo en una cama que apenas era lo
suficientemente grande para una mujer sola, pero lo hicimos funcionar poniéndola
a ella encima de mí. Era liviana como una pluma, así que apenas noté que estaba
allí en primer lugar. Mi mano descansó en la profunda curva de su espalda y atra‐
pó unos mechones de su cabello al mismo tiempo. Observé las sombras danzar en
el techo mientras sostenía a esta mujer, la mujer más confusa del planeta.
Nunca me había quedado en la casa de una mujer, pero allí estaba, a punto de
romper su colchón con mi peso. Nunca le caí a nadie por sorpresa sin previo aviso,
nunca le pedí a una mujer que dejara de ver a otros hombres. Me convertí en un
hombre diferente de la noche a la mañana, y no tenía idea por qué.
Cuando no hablé o me moví, se dio vuelta para mirarme, sexy con las mantas
apenas cubriendo sus firmes senos. Con la mirada somnolienta en sus ojos, se veía
incluso más hermosa que completamente despierta. La hora que pasé complacién‐
dola drenó su energía por completo.
— ¿Me oíste?
—Esta cama no es lo suficientemente grande para los dos. —Puedes dormir en‐
cima de mí.
— ¿Siempre tratas de quedarte a dormir cuando una mujer te pide que te va‐
yas?
No. Porque nunca traté de quedarme. Pateé las sábanas y me puse de pie. Ella
se quedó en la cama y tiró de las sábanas hacia sus hombros.
—Buenas noches.
Siempre pensé que era un imbécil, pero parecía que había encontrado a mi igu‐
al.
—Tienes que cerrar la puerta después que me vaya. —No le tengo miedo a na‐
die. Tengo un arma, y no tengo miedo de usarla.
Permanecí junto a su cama, sin tener una razón para quedarme y ninguna pa‐
labra para pronunciar. Su indiferencia me confundía. Su frialdad me quemaba. Cu‐
alquier mujer mataría por mi atención, pero no significaba una mierda para ella.
Me fui de su habitación y tomé mi ropa del piso de abajo. Me puse todo y revisé
el teléfono. Por supuesto, tenía diez llamadas perdidas de varias personas. Una de
ellas era Bates.
— ¿Qué quieres?
—Cuando no me respondes, eso significa que estás haciendo algo que no deberí‐
as, o haciéndoselo a alguien que no deberías.
—De todas maneras, un rumor dice que los hermanos Beck van a la quiebra.
Sus andanzas en las reservas de petróleo se arruinaron. La información no es púb‐
lica, pero siempre tengo un hombre adentro.
Les había prestado medio billón de dólares para financiar el proyecto con una
considerable tasa de interés a cambio. Su agenda parecía tan simple que me qu‐
edé estupefacto de que pudieran arruinarla.
Conduje con una mano en el volante y noté las luces de los autos detrás de mí.
Era fácil verme en el medio de la nada porque una docena de autos llenos con
hombres y armas me acompañaban a donde fuera. Incluso cuando estaba solo,
nunca estaba realmente solo.
—La gente confía en nuestro dinero porque siempre hacemos que nuestros cli‐
entes paguen. Nos mantiene con liquidez. Recuperaremos ese dinero de una forma
u otra. Me encargaré de eso.
—O podríamos ejecutarlos.
Todos sabían que era un riesgo una vez que tomaban dinero prestado de mí. Te‐
nía el efectivo para hacer realidad sus inversiones, pero estaban haciendo inter‐
cambios con sus vidas. Si ellos fallaban en cumplir con sus promesas, se enfrenta‐
ría a la tortura y la muerte. No había excepciones.
—Está bien. —La llamada telefónica parecía terminar, así que estaba a punto de
colgar.
—No estoy compartiéndola, así que deja de preguntar. Se rio entre dientes.
No solo era el hombre más rico de este país, sino que también era el más joven
en lograr la hazaña. Mi madre nunca más tuvo que preocuparse por el dinero, y mi
hermano y yo nunca tendríamos que luchar por el resto de nuestras vidas. Sentar‐
me en la cima del mundo debería brindarme una hermosa vista, un clímax que
nunca se desvanecía.
¿Era esto depresión? ¿Era desesperanza? No tenía una sola queja que hacer, pe‐
ro, aun así, me sentía vacío por dentro.
¿Por qué?
—Envíenla. —Había olvidado que ella se detendría esa tarde. Decorar mi casa
era una tarea grande que le llevaría al menos un mes, y cada vez que pasaba de
una habitación a otra, necesitaba mi aprobación.
Ella entró un momento después, vestida de negro con perlas blancas. Su elegan‐
cia era respetable, pero cada vez que la miraba, me imaginaba la forma del reloj
de arena, esos deliciosos senos y su mojado sexo que podía servir a mi miembro
como una profesional. Su carpeta estaba debajo de su brazo, y ella se acomodó en
el asiento a mi izquierda, permaneciendo tan profesional como siempre.
Cruzó las piernas y abrió la carpeta sobre la mesa. Esperé a que me dijera que
apagara el cigarro.
—Pareces de mal humor hoy. —Pasó a la página correcta y luego hizo clic en la
parte superior de su pluma.
— ¿Lo soy? —Lo coloqué en el cenicero, dejando que el humo subiera hasta el
techo.
Hice mi mejor esfuerzo para ocultar la sorpresa en mi cara, pero no pude. En lu‐
gar de fastidiarme para que fuera más saludable, quería unirse a la diversión.
Agarré otro cigarro y lo puse en mi boca para encenderlo. Entonces se lo entre‐
gué.
Lo sostuvo entre sus dedos y respiró hondo, el humo bailó alrededor de su boca
ligeramente abierta.
Lentamente dejó que el humo blanco escapara de su boca y nariz antes de que
subiera al techo. Dio otra calada, cerrando los ojos como si realmente lo estuviera
atesorando. Luego lo puso en el cenicero y se volvió hacia sus notas.
—La mayoría de las mujeres nunca han disfrutado de un buen cigarro. —Volvió
sus papeles hacia mí y me mostró fotos de las nuevas pinturas que quería colgar
en mis paredes—. Visité Milán el otro día y encontré esto. Ya que tienes clientes
importantes en esta sala, pensé que deberíamos poner nuestras piezas más impre‐
sionantes aquí.
Miré las fotos que había tomado con su teléfono, pero el flash y la mala calidad
no le hicieron justicia al trabajo.
—Tráelas aquí como las demás para que pueda verlas en persona. —Las pintu‐
ras no eran tan importantes para mí, pero verlas al desnudo era una forma mucho
mejor de juzgar la impresión.
—No puedo hacerlo con estas. Están alojadas en el museo. Nunca me diste un
presupuesto, así que no estaba segura del rango de precios que buscabas. Pero es‐
tas son también algunas de las piezas más caras del mundo.
Mi hogar toscano era un símbolo de poder, una forma sutil de impresionar e in‐
timidar a los hombres para los que trabajaba. No había nada demasiado caro o
extravagante.
Estaba a punto de dar una calada a su cigarro, pero lo volvió a bajar al cenicero.
—Sí. —Hacía mi propio horario. Podía hacer lo que quisiera, cuando quisiera—.
Tomaremos mi avión. Podemos salir en treinta minutos, llegar a Milán en una hora
y luego cenar antes de regresar.
Siena no era tan suave como solía ser. Toda esa información la tomó por sorpre‐
sa. Ella sabía que yo era rico, pero probablemente no se daba cuenta de lo fácil
que podía hacer que las cosas sucedieran con un chasquido de mis dedos. Su pad‐
re tenía un imperio impresionante, pero era empequeñecido por el mío.
La exposición fue cerrada al público, por lo que pudimos verla en privado. Cada
vez que hacía algo, normalmente cerraba el edificio porque no era una persona de
estar en público. No estaba preocupado por ser asesinado o secuestrado. Simple‐
mente me gustaba mi propio espacio.
Siena estaba tranquila a mi lado, su vestido negro se detenía sobre sus rodillas.
Llevaba tacones negros que le daban varios centímetros de altura extra. Su postu‐
ra siempre era enfocada, siempre perfecta. Parecía una modelo más que una per‐
sona promedio. Ella tenía más elegancia que la reina misma.
—Es hermoso, ¿no? —Era distante y fría la mayor parte del tiempo, pero en este
momento, su sinceridad era cargada. Era lo suficientemente gruesa para tener
sustancia, para sentirse como un objeto físico—. Me gustaría poder pintar.
—Porque soy terrible en eso —dijo con una risita—. Confía en mí, lo he intenta‐
do. Mi trabajo se parece a la pintura con los dedos de un niño. Para pintar algo co‐
mo esto, necesitas tener una cualidad especial. Ya sea en las manos, en la mente o
en el alma… tienes que ser distinto. Parece que muchos artistas famosos tienen
déficits, pero esas inhibiciones de alguna manera dan lugar a algo único y hermo‐
so.
—Ser una compradora de arte es lo más cerca que voy a conseguir estar. Y es el
mejor trabajo que jamás podría haber pedido. —Sus manos se juntaron en la parte
delantera de su cintura mientras se mantenía a varios centímetros de mí. Cuando
no estábamos solos en un dormitorio juntos, ella mantenía su distancia, manteni‐
éndose profesional entre nosotros como si no estuviéramos durmiendo juntos—.
¿Qué piensas?
No pensé que pudiera dejar una pintura que ella admiraba tanto. Hizo que la
imagen fuera más significativa para mí, me hizo sentir como si tuviera un pedazo
de ella.
—Me lo llevo.
Volvió la cabeza hacia mí, sus hermosos ojos verdes brillaron bajo las luces ar‐
tísticas. Si alguien le pintara un retrato, lo compraría en un abrir y cerrar de ojos,
sea cual sea el precio.
—Tendrá que colgarse en la pared norte para que no reciba la luz solar directa.
Siempre y cuando nadie se tope con él o algo, debería estar bien. Si alguno de tus
clientes sabe algo sobre arte, lo reconocerán de inmediato. Y eso siempre podría
ser un buen inicio de conversación.
No había mucha conversación entre mis clientes y yo, excepto sobre el dinero.
Me quedé atrás y miré la pintura que acababa de comprar, algo que me recor‐
daría a Siena cada vez que la mirara.
Siena se sentó frente a mí con sus hombros hacia atrás y su perfecta postura. El
menú estaba abierto en sus manos y su cabello se apoyaba naturalmente en los
hombros con ligeros movimientos.
—Voy a pedir la lasaña. —Cerró el menú—. ¿Qué hay de ti? —Pollo. —Llené mi
copa y tomé otro sorbo.
— ¿Y?
—No. —No podía comer nada con grasa o carbohidratos para mantener esta
apariencia.
—Si los médicos me dijeran que no puedo comer queso, lo haría de todas mane‐
ras. No hay consecuencia que no enfrentaría. — Removió su vino mientras miraba
alrededor del salón vacío. El otro lado del restaurante estaba lleno de personas,
pero nuestro lado estaba casi silencioso. Había velas encendidas en las mesas va‐
cías y el sonido de la música clásica llegaba desde la otra habitación. Miró por la
ventana por unos segundos antes de que sus ojos regresaran a mí.
Brillantes como gemas, sus ojos verdes eran vibrantes como el bosque después
de la lluvia de primavera. Eran tan transparentes y brillantes, que reflejaban la luz
de las velas pero también emitían su propio brillo. No era solo una hermosa mujer,
como las que se puede encontrar por docena. Sus cualidades únicas la hacían inol‐
vidable, con la curva sexy de su labio superior y lo regordete del inferior. Su belle‐
za era fácilmente eclipsada por su aplomo. Mientras que algunas mujeres eran va‐
nas con respecto a su apariencia, ella simplemente era confiada. No pensaba de‐
masiado en la manera en que se veía, pero tampoco demasiado poco.
Estaba tan estupefacto por su perfección que casi no me di cuenta de que el ca‐
marero se aproximó a nuestra mesa. —La dama tendrá la lasaña. Y yo el pollo. —
Le entregué los menús y escuché sus pasos mientras se iba.
Dejé de pensar en ella al segundo que nos fuimos del museo. —No hay mucho
por lo que estar entusiasmado.
—Cualquier cosa. —Las conversaciones con ella nunca parecían rancias. No di‐
vagaba como la mayoría de las personas, elegía llegar al punto y no arrastrar los
pies. No había nada más desagradable que escuchar a alguien hablar solo para oír
su propia voz.
—Sí.
—Podría haber dejado que unos de mis hombres se encargara por mí, pero me
gusta hacer el trabajo sucio.
Pellizcó el pan entre las puntas de sus dedos y lo untó con más aceite.
Observé como el color de sus mejillas se movía hacia su cuello. Observé la for‐
ma en que perdió su confianza, como si en realidad me temiera.
—Soy un hombre aterrador, bebé. El más terrorífico en este país. Pero mientras
no me traiciones, no tienes nada que temer. Soy un criminal, pero no daño a los
inocentes. Ellos se apegan a su mundo, y yo me apego al mío. —Tenía el poder pa‐
ra hacer que cualquier cosa sucediera, de cometer un asesinato a plena luz del
día, y la policía no me tocaría. Los reporteros no lo cubrirían para proteger a sus
amigos y familiares. El mundo entero voltearían la cara, mientras que los dejara
ser.
—Acabas de decirme que torturas gente. Creo que mi miedo es una respuesta
racional.
Ella habló de una familia como si fuera lo único en la vida que realmente quería.
No comentó otras ambiciones, como comenzar su propia compañía o dedicarse a
sus pasatiempos. Ella solo quería una familia para vivir en esa acogedora casa.
—Nada.
—Tenías esta mirada en tus ojos, como si estuvieras confundido por lo que dije.
—Supongo que estoy intrigado por la seguridad en tu voz, como si tener una fa‐
milia es lo único que deseas.
—No es lo único que deseo. Pero es una de las cosas que más quiero.
Pensé que ella era diferente a todas las mujeres que conocía. Tal vez no lo era.
—Déjame adivinar. Eres uno de esos hombres que no quiere casarse nunca.
—Y tú eres una de esas mujeres que tiene que casarse. Ella se encogió de homb‐
ros.
—No tengo que casarme. Si nunca sucede, nunca sucede. Pero quiero conocer
al amor de mi vida, enamorarme perdidamente, y dormir al lado de él por el resto
de mi vida. Si eso me hace sonar aburrida, no me importa. Si eso me hace sonar
poco original, que así sea. Casarse con el hombre equivocado suena aterrador.
Podría ser una trampa sin salida, un compromiso con la desgracia. No quiero ca‐
sarme nunca solo por el hecho de estar casada. No tendría sentido cuando un
hombre no pueda brindarme algo que no puedo brindarme a mí misma. Pero un
matrimonio con el hombre indicado… suena como la mejor experiencia. —Ella en‐
volvió los dedos en el tallo de su copa y acercó el vino—. Piensa menos de mí por
eso. No me importa. No pienso menos de ti por querer ser soltero para siempre.
— ¿No piensas menos de mí? —pregunté, con una nota de sorpresa en mi voz—.
¿No vas a decirme que todo eso cambiará cuando conozca a la mujer adecuada?
Mi madre siempre me decía cómo quería que Bates y yo nos casáramos. Dijo
que incluso si supiera que mi padre iba a abandonarla, lo haría todo de nuevo en
un abrir y cerrar de ojos. Tener todo el dinero en el mundo no se comparaba con
compartir su corazón con nosotros dos. Dijo que nunca lo entendería hasta que tu‐
viera mi propio hijo.
— ¿Casarse el uno con el otro? —bromeó—. Bien. No tengo problemas con dos
hombres juntos, pero sí con dos hermanos.
—En nuestro mundo, no podemos confiar en nadie más que en nosotros mismos.
Un mal matrimonio podría afectar nuestro negocio. Podría destruir nuestras vidas.
Ninguno de los dos quiere hijos, así que el matrimonio es innecesario.
—Así que déjame aclarar esto. —Tomó la botella y volvió a llenar su copa—. ¿El
matrimonio está fuera de discusión por el dinero? — Puso la botella medio vacía
en el centro de la mesa al lado de la vela—. ¿El dinero manda en sus vidas tanto
como para no disfrutar nada más qué ni siquiera pueden compartirlo con alguien?
—Hablaba sin emoción, pero sin juzgar—. Mantengo lo que dije. El dinero es la ra‐
íz de todos los males. El dinero destruye vidas. Es el monstruo que se traga la feli‐
cidad entera. Hay tantas cosas hermosas en la vida que son financieramente intan‐
gibles.
—Solo la gente pobre dice eso. —Era un imbécil al hacer un comentario, pero
fue lo primero que salió de mi boca. Nunca olvidaría lo frío que solía ser en las
noches de invierno sin el calentador. Nunca olvidaría cuán crudas eran las manos
de mi madre de trabajar en la fábrica de conservas doce horas al día. El dinero ha‐
bía salvado a mi familia, no la había destruido.
—Se supone que la riqueza te da ventajas en la vida. Pero por lo que estás desc‐
ribiendo, parece que te está inhibiendo. No puedes ir a ningún lado sin la protecci‐
ón de treinta hombres armados. No puedes confiar en que una mujer te ame por
ti. Hombres de todo el mundo están tratando de infiltrarse en tus filas para enga‐
ñarte. Eres un prisionero: las paredes de tu celda, tu propio dinero. Admiro todo lo
que has logrado, pero por encima de todo, te compadezco. —Sus bonitos ojos ver‐
des se clavaron en los míos y, en lugar de un juicio severo, realmente hubo pena.
Nadie me había mirado así antes. Las mujeres me admiraban. Los hombres qu‐
erían ser yo. Los ojos de mi madre brillaban con tanto orgullo que usualmente se
convertían en lágrimas. Todos pensaban que yo tenía el mundo por una cuerda,
porque lo tenía. Pero ni una sola persona vio la soledad, el vacío y el aburrimiento.
Nadie se había dado cuenta de lo que yo no había notado. Sin palabras, sostuve
su mirada, pensando en aquellas tardes que había fumado mi cigarro sin apenas
moverme, reflexionando sobre los momentos que le dije a mi hermano que estaba
aburrido. Él cuestionó mi cordura. ¿Cómo podría aburrirse alguien con tanto po‐
der y riqueza? Era una pregunta que no tenía una respuesta. Nunca me arrepentí
de todo lo que tenía o de los sacrificios que hice para lograrlo, pero parecía que
faltaba algo.
Ella no mostró una mirada victoriosa en sus ojos. Siguió mirándome como si la
conversación continuara, solo sin palabras.
—Eso es inspirador.
—Lo peor de ser pobre es ser impotente. Estás a merced de otras personas. Las
personas son mucho más malvadas que el dinero, y se aprovecharán de ti cuando
estés deprimido. Al mantener todo el dinero, tengo todo el poder. Tal vez duermo
con un ojo abierto, pero también controlo todo lo que me rodea.
—Me parece que estás en la misma situación que antes, justo al revés. Tienes
que trabajar duro para mantener tu estatus porque todos quieren quitártelo. Hay
un punto medio que estás pasando por alto. Puedes ser rico y seguro, pero tambi‐
én desaparecer del ojo público. Puedes tener todo lo que necesites, sin mirar por
encima del hombro todo el tiempo.
La única razón por la que era paciente con ella era porque conocía sus antece‐
dentes. El dinero obviamente había destruido a su familia. Su padre siguió jugan‐
do con fuego hasta que alguien lo golpeó donde le dolía, matando a su esposa. Si‐
ena tuvo la sabiduría de darle la espalda a ese estilo de vida y conformarse con la
paz. Para ella, no había otra opción.
— ¿Lo es? —El brillo de las velas iluminó sus rasgos de la manera más hermosa.
Sus ojos, esmeralda reflejaban la luz blanca, haciéndolos brillar como adornos na‐
videños frente a una chimenea—. Déjame hacerte una pregunta. Y no tienes que
darme una respuesta.
Independientemente de cuál fuera su pregunta, le daría una respuesta.
Siena se volvió hacia mí, con las piernas cruzadas y el cinturón de seguridad
sobre el pecho.
— ¿A dónde vamos?
—A mi casa. —No iba a preguntar si eso estaba bien con ella. Sus preferencias
no importaban.
—No.
—Eso es rudo.
—Sí, yo trabajo para ti. Pero no me pagan por tener sexo contigo.
Volví la cara hacia ella, notando la forma en que se veía impresionante a pesar
de la iluminación.
— ¿Si?
Era dueño de un edifico de cinco pisos en Milán. Después de que lo compré ha‐
bía sido remodelado a una casa de tres pisos. Los dos pisos de abajo albergaban a
mi personal de seguridad y armas. Entramos y tomamos el elevador hasta el tercer
piso.
Siena miró alrededor mientras entramos en la gran sala de estar. Con pisos de
madera, sillones con suaves almohadones, y una hermosa ventana del piso al techo
que mostraba la ciudad, era más acogedor que mi lugar en Florencia. Tengo muc‐
has casas en diferentes ciudades, y eso es así porque era la única manera de ga‐
rantizar verdaderamente mi seguridad. Todas mis casas eran a pruebas de balas.
Todas ellas tenían un destacamento de seguridad. Mi propiedad privada era la úni‐
ca forma de controlar la situación. Ir a un hotel, o a un lugar público me hacía vul‐
nerable a un ataque.
Siena se deslizó de sus tacones enseguida y los dejó en el medio del piso. Ahora
era varios centímetros más baja, pero su confianza proyectaba una altura impresi‐
onante.
— ¿Quieres un trago?
—No.
Algo que noté antes, pero nunca le había puesto atención, era la cicatriz en su
hombro derecho. Tiré del gatillo las veces suficientes como para reconocer exacta‐
mente lo que era, una herida de bala. Le habían disparado, y la bala la atravesó
limpiamente. Había sido cocida y sanado bien, pero la cicatriz distintiva era impo‐
sible de pasar por alto. El daño contaba una historia, una historia que no me había
confiado. Mi curiosidad quería respuestas, e imaginé que había recibido esa lesión
años atrás cuando todavía hablaba con su padre. Tal vez su madre había sido ase‐
sinada y Siena era la próxima víctima en la lista, pero escapó.
Enganché mis manos bajo sus brazos y apreté sus firmes senos mientras dejaba
besos en su nuca. Mi entrepierna presionaba justo contra su trasero, y mi miemb‐
ro empujaba contra la bragueta de mis jeans. Mis labios acariciaron su cuello y be‐
saron el pabellón de su oreja. Mis manos continuaron toqueteando sus hermosos
senos, sintiendo sus pezones endurecerse bajo mis atenciones. Su respiración se
aceleró, y también la mía.
—No puedo esperar para penetrarte. —Nunca había estado con una mujer sin
condón. Nunca sentí una vagina desnuda antes. Incluso cuando perdí mi virgini‐
dad, fue con un preservativo. Pero ahora estaba a punto de sentir a esta hermosa
mujer con tanta intimidad. Ya se sentía increíble con un condón. Se sentiría inclu‐
so mejor cuando fuéramos solo los dos.
Sus dedos alcanzaron su tanga, y la empujó por su trasero y sus muslos. Caye‐
ron el resto del camino y aterrizaron alrededor de sus tobillos.
Besé su hombro derecho y hundí mis dientes en la piel con suavidad. Mi lengua
la acarició, y mi respiración llenó el espacio que nos rodeaba. Mi miembro estaba
ansioso por estar libre de las restricciones de mis jeans, y por entregar mi liberaci‐
ón profundamente dentro de ese bonito y pequeño sexo.
Se dio vuelta, con calor en sus ojos y desesperación en sus manos. Me sacó la
camisa por encima de la cabeza y luego desabrochó mis pantalones. Sus ojos se fij‐
aron en mi perfección física, las yemas de sus dedos sintieron los surcos entre mis
músculos y la dureza de mi pecho. Cada vez que ella me miraba cuando estaba
desnudo, tenía esa misma mirada, transformándose en una pagana del sexo que no
podía esperar para disfrutarme. Todas las mujeres me miraban de esa manera, pe‐
ro ella parecía realmente disfrutarlo.
Bajó mis jeans junto con mi bóxer, cayendo de rodillas en el proceso. Sus labios
encontraron mi longitud, y ella la besó con pleno deseo, adorando mi miembro co‐
mo si fuera el regalo de Dios para las mujeres. Succionó mis bolas en su boca y lu‐
ego arrastró su lengua hasta mi longitud antes de tomarla profundamente en su
garganta. Cerró los ojos y gimió, como tomar mi miembro no fuera nada más que
un placer.
—Nunca dejé que un hombre se corriera dentro mí antes. —Me miró, con el lá‐
piz labial manchando su boca y el deseo profundo en sus ojos. Mi miembro todavía
estaba en sus manos mientras lo sofocaba con su toque experimentado.
Acuné su trasero con mis manos y la cargué por el pasillo. Era ligera como una
pluma y suave como un pétalo de rosa. Mis ojos estaban fijos en los suyos mientras
la llevaba a la habitación. Sabía exactamente cómo quería tomarla, como quería
tomarme el tiempo y disfrutar de su suave sexo. La acosté en la cama, con la cabe‐
za en la almohada y me moví entre sus piernas. Mis rodillas separaron sus muslos
y la mantuvieron bien abierta para que mi enorme miembro pudiera perforar esos
labios vaginales. Enganché mis brazos detrás de sus rodillas y mantuve mi rostro
cerca del suyo, mi miembro tembló con expectativa.
Presioné mi glande entre los labios de su vagina y empujé hacia adentro, sinti‐
endo como se apretaba su sexo mientras me hundía lentamente en su cálida carne.
Ella estaba húmeda y suave, incluso más mojada que la última vez que la tuve. Su
desnudo sexo era la mejor sensación en el mundo. Nada nunca me había hecho
sentir más como un hombre. Todo el dinero y el poder en el mundo no se podían
comparar con este sentimiento. Dejé salir un gemido que sonó más como un gruñi‐
do y seguí hundiéndome, disfrutando cada centímetro incluso más que la última
vez.
—Mierda.
Me deslicé profundamente hasta que no tenía más a dónde ir. Mis bolas descan‐
saban contra su culo, y sentí como todo mi cuerpo temblaba con éxtasis. Estaba
tan mojada, tan apretada, tan jodidamente buena.
Trabé mi mirada con la suya, viendo a esta hermosa mujer bien extendida para
poder tomar mi gran miembro. Quería tenerla así toda la noche, derramarme tanto
en ella hasta que estuviera tan irritada que no pudiera tomarme.
—Estoy cerca… —su vagina palpitó alrededor de mí, confirmando que su confe‐
sión era verdad. Una mujer nunca me había deseado tanto, tan profundamente. El‐
las querían ser tomada bien y fuerte, pero Siena tenía una mirada diferente en sus
ojos. Tal vez era porque éramos solo nosotros dos y no tenía que compartirme con
nadie más.
—Sí… —Su sexo me apretó como un puño de hierro, y me miró a los ojos, most‐
rándome un fuego furioso. Sus suaves dedos impulsaron a sus uñas y me arañó co‐
mo un tigre—. Dios… sí. —Su sexo me apretó un poco más fuerte y luego se liberó,
su clímax transcurrió.
Como un hombre con algo que probar, quise seguir. Quise enviarla a otro clí‐
max que trajera lágrimas a sus ojos. Pero todo en lo que podía pensar era en desli‐
zarme dentro de su sexo, derramando todo mi semen dentro de esta mujer.
Agarró mi trasero y tiró de mi dentro de ella, sus piernas estaban bien abiertas.
—Derrámate dentro de mí, Cato. —Sus uñas cortaron mi piel—. Quiero sentirte
mientras me sigues penetrando. —Exhaló en mi cara sus gemidos más sexis, sus
piernas estaban abiertas y su sexo tan resbaladizo.
—Jesús, jodido Cristo. —La empalé con mi miembro y me liberé todo el camino
dentro de ella, mi culo se tensó mientras las convulsiones sacudían mi cuerpo. Era
la primera vez que llegaba al orgasmo a la vez que una mujer, y ahora no podía
imaginarme ninguna otra manera.
El clímax parecía durar para siempre. No fue una sacudida rápida de placer co‐
mo era usualmente. Como si la sensación se repitiera, seguía y seguía. Mi miemb‐
ro se contrajo cuando terminó dentro de ella, y en lugar de ablandarse, seguía du‐
ra como una roca. El sexo con ella fue tan bueno que no estaba cerca de terminar.
Comencé a empujar de nuevo, mi semen mezclado con su crema recubrió mi mi‐
embro.
14
Siena
————————————————————————————————————————————
Cato me penetró.
Y me penetró.
Un hombre nunca me había penetrado así en toda mi vida. Nunca me había hec‐
ho sentir tan deseada, tan sexi. Nunca me había hecho sentir como la mujer más
sexi del mundo. Sus manos siempre estaban sobre mí, y su miembro nunca parecía
ablandarse. Mientras un hombre normal comenzaba a aburrirse, Cato parecía vi‐
gorizado.
Me fui a dormir con tanto semen entre mis piernas que manché las sábanas por
todas partes.
Mi cuerpo se despertó lentamente y noté que la luz del sol golpeaba mis párpa‐
dos. Estaba sobre mi espalda con un pesado brazo en la cintura. Las cálidas respi‐
raciones cayeron sobre mi cuello mientras el gigante dormitaba a mi lado. Abrí
mis ojos y miré su brazo meticulosamente esculpido mientras se levantaba y caía
sobre mi estómago. Su poderoso cuerpo estaba a mi lado, todos los músculos, la
piel y el olor del sexo. Me abrazaba como un oso protector a su cachorro.
Eso también me hizo dudar de mí misma. Estaba haciendo esto para salvar a mi
padre, pero Cato no parecía el demonio que describió Landon. Poseía vetas del
mal, pero también tenía indicios de humanidad. Le disparó a alguien sin dudarlo,
pero también se hizo cargo de su madre y habló muy bien de ella. ¿Cómo podría
vilipendiarlo cuando mi padre era culpable de los mismos crímenes? Mi padre ha‐
bía asesinado a personas que se interponían en su camino. Dio prioridad al dinero
sobre mi madre. Lo sacrificó todo por una fortuna que ni siquiera necesitaba.
Abrió los párpados y reveló sus ojos adormecidos, era una mirada aún más sexi
que cuando estaba completamente despierto. Él inclinó sus caderas y presionó la
cabeza de su corona justo entre mis labios vaginales.
—Buenos días. —Se empujó con fuerza dentro de mí, deslizándose a través del
semen que aún quedaba de la noche anterior.
Mis uñas se clavaron en sus brazos, y gemí cuando sentí su violenta intrusión.
Nunca antes me había penetrado un pene como el de él. No era solo largo, sino
grueso, y esas dimensiones perfectas alcanzaron mi deseo en los lugares correc‐
tos. Era el tipo de miembro hecho para tener sexo, perfecto en su forma y dureza.
—Dios… —Mis dedos de los pies se curvaron, y gemí contra sus labios.
Ser tomada por un hombre atractivo a primera hora de la mañana era uno de
los regalos de la vida. Fue un regalo que nunca había disfrutado realmente hasta
ahora. Hubo algunos buenos amantes en mi vida, pero ninguno como Cato. Y sal‐
tarse el condón hizo que las sensaciones aumentaran aún más, hizo que cada em‐
puje fuera diez veces más placentero. Este era un hombre tan hermoso que era do‐
loroso, y en realidad me sentía como la mujer más afortunada del mundo, estando
debajo de él en ese momento.
Nunca tuve que preguntarme si él me haría llegar al orgasmo. Nunca tuve que
preguntarme si debería tocarme para llegar a la meta. Cada vez que estaba dentro
de mí, sabía que era lo suficientemente hombre para acabar conmigo antes de li‐
berarse.
—Gracias… —Las palabras salieron de mi boca por su cuenta, una súplica a este
dios del sexo. No me di cuenta de cuánto necesitaba ser complacida hasta que Ca‐
to vino a mi rescate. Él me tomó de la forma en que necesitaba, tomada como cada
hombre debería.
—Tomé. Esta. Vagina. —Se deslizó fuera de mí y luego me dejó allí. Entró en el
baño y se metió en la ducha.
Me encantaba, en realidad.
—Estoy en Milán.
Me senté y pasé los dedos por mi cabello. Entrecerré los ojos para ver la hora
en la mesa de noche. Eran casi la una de la tarde. Jesús, no había dormido hasta
tan tarde en… no pude recordar cuándo fue la última vez.
Abrí uno de sus cajones y encontré una pila de camisetas limpias. Tomé la gris
de arriba y me la puse. Era holgada alrededor de los brazos y se extendía pasando
mis rodillas. Se sentía como una manta en lugar de una pieza de ropa. Caminé ha‐
cia la otra habitación y encontré a Cato sentado en la mesa del comedor, mirando
por la ventana. Una taza de café estaba frente a él, el vapor iba sin rumbo hacia el
techo, y su teléfono estaba junto a él. Tenía una nueva camiseta y jeans, con su
negro cabello peinado después de la ducha. No se giró para mirarme.
— ¿Café?
—Por favor.
Tomé asiento en la silla frente a la suya. La luz del sol atravesó la gran ventana
y llenó la silla con el calor del verano. Sería un día cálido y húmedo, pero el verano
en Italia siempre era hermoso. Algunas personas no podían soportarlo. Pero me
encantaba. Eran los meses de invierno los que detestaba. El sistema de calefacci‐
ón de mi casa no era tan bueno, y la chimenea no era lo suficientemente poderosa
como para expulsar el frío.
Colocó la taza frente a mí y se sentó del otro lado. Su barba ligera se había ido,
y su complexión bronceada prácticamente brilló en el sol de la tarde. Se encorvó
hacia adelante y tomó la taza con ambas manos mientras me miraba fijamente.
Tomé un trago mientras mantenía mis ojos enfocados en los suyos. Era el homb‐
re más hermoso que había visto. No solo era bonito a los ojos, sino robusto y mas‐
culino como un vaquero. Sus raíces criminales se mostraban en su frío exterior,
pero sin importar cuántos crímenes había cometido, o cuántas vidas había tomado,
nada podía quitar el brillo en sus ojos. Todavía había un alma allí, una soledad que
era tan profunda que era imposible pasarla por alto.
—No pregunto por ser entrometida. Solo estoy tratando de tener una conversa‐
ción.
Tomé la taza con las dos manos y sentí la calidez contra las yemas de mis dedos.
Una parte de mí quería regresar a la cama y pasar el resto de la tarde teniendo se‐
xo. Cato me había vigorizado con una nueva sexualidad. Nunca supe que el sexo
podía ser tan bueno, que podía ser tan simple y maravilloso. Había tenido más inti‐
midad con él que con cualquier otro, y mientras eso me debería hacer sentir cul‐
pable, no lo hacía porque lo había disfrutado demasiado.
—No lo es. Te lo estoy diciendo ahora, porque quiero. —O porque sabías que es‐
tabas siendo un imbécil.
En lugar de fulminarme con una mirada de odio, una pizca de diversión se intro‐
dujo en su mirada.
—Me atrapaste.
— ¿Son cercanos?
Ese era el pensamiento más depresivo que había oído. —Déjame preguntarte al‐
go. ¿No quieres una familia porque solo no la quieres? ¿O porque piensas que no
es una opción? Bebió su café de nuevo y no contestó mi pregunta. No lo presioné.
Era estúpido oponerse a un oso que ya estaba irritado.
—Si Bates es como tú, no sé cómo logran hacer algo. Esa es demasiada testoste‐
rona obstinada para un solo cuarto.
—Los dos somos imbéciles. Por eso nos llevamos tan bien.
—No le gustas. —Cato tomó otro trago largo de su café y terminó la taza.
—No me conoce.
—No confía en ti. No quiere que pase más tiempo contigo del necesario.
—Ninguno de los dos confía en nadie, así que eso no dice mucho. —Tomé mi ca‐
fé, a pesar de que lo último que necesitaba era cafeína. Era idiota pensar que po‐
día manipular a alguien como Cato. Hice más progresos de los que esperaba por‐
que éramos monógamos por el momento, pero al segundo que me saliera de la lí‐
nea, los hermanos Marino me atacarían en un instante.
—No confiamos en nadie por una razón. Nos mantiene vivos. — ¿De verdad te
parezco peligrosa? —pregunté forzando una risita que no sentía.
—Solo tu sexo. —Se puso de pie y tomó ambas tazas y las llevó a la cocina.
Una vez que no me estaba mirando fijamente, dejé salir una respiración que es‐
taba guardada profundamente en mis pulmones. Las yemas de mis dedos se sentí‐
an adormecidas por la adrenalina, estaba bailando en una línea fina, arriesgando
mi cuello cada día que pasaba con Cato. Si no terminaba mi cometido pronto, él
podría ir un poco más profundo y darse cuenta exactamente quién era. O tal vez la
razón por la que Bates no confiaba en mí era porque ya sabía exactamente quién
era.
Las luces estaban bajas, y pocas personas estaban bebiendo tan tarde un mar‐
tes. Landon iba completamente de negro, sosteniendo su vaso de whisky como si
fuera una muleta que necesitaba para caminar. Apenas levantó la vista cuando me
senté frente a él.
—Me estoy viendo con una de las mujeres con las que solía acostarme. Pago el
alquiler y la comida con sexo y monogamia. Todo lo que tengo es el dinero que ro‐
bé de la bóveda y las cuentas. Eso es lo nuevo conmigo, Siena. Ahora, ¿qué está
pasando con Cato?
Esa era más información de la que necesitaba saber, pero como no éramos tan
cercanos, no era del todo incómodo.
—Somos exclusivos.
—Sí.
Se frotó la mandíbula con los dedos, sintiendo la barba gruesa que había permi‐
tido crecer desde la última vez que lo vi. —Tu plan está funcionando. Un tipo como
Cato no abandona un estilo de vida como el suyo sin una razón.
—Estoy tan sorprendida como tú. —Pensé que sería mucho más difícil atraer a
Cato a una conexión. Este tipo podría tener a cualquier mujer que quisiera y tan‐
tas mujeres como quisiera. Dejar eso a un lado solo para disfrutar de mí parecía
ilógico—. Pero creo que está cansado de la rutina de la vida. Creo que está aburri‐
do e insatisfecho. Soy la única mujer en el mundo que le ha dicho que no. He juga‐
do duro para conseguirlo. He salido con otros hombres mientras tanto. Eso no es
algo a lo que esté acostumbrado, y creo que está intrigado por eso.
— ¿Crees que puedes conseguirlo en algún lugar solo? Tu casa sería el lugar
perfecto. Es tranquilo, y no hay vecinos. Damien y Micah podrían aparecer en me‐
dio de la noche mientras él está dormido y lo emboscan.
—Estoy al borde de un cuchillo. Cato claramente siente una conexión hacia mí.
Me dice cosas, y cuando veo a través de su tontería, lo aprecia. Claramente hay al‐
go entre nosotros, el comienzo de algo de todos modos. Si lo traiciono y no funci‐
ona… sé que me torturará y me matará. Me lo dijo directamente a la cara.
—No. —Mi nueva idea era tan peligrosa como mi plan original, pero podría te‐
ner una mejor oportunidad de éxito—. ¿Y si le cuento a Cato sobre mi dilema?
¿Qué pasa si le digo que mi padre ha sido secuestrado y que la única manera de
salvarlo es entregándolo?
Mi hermano me dio la misma mirada que me había estado dando toda mi vida,
como si fuera la idiota más grande del planeta.
— ¿Y crees que Cato se entregará felizmente para hacer tu vida más fácil? Qu‐
izás eres buena en la cama, pero ninguna mujer es tan buena.
—Entonces, ¿qué quisiste decir? Dime cómo esta idea podría funcionar.
—Cato Marino es el hombre más poderoso de este país. Me lo has dicho más de
una vez, y lo he visto con mis propios ojos. Él es dueño de todo y de todos. ¿Qué
pasa si le digo la verdad y le pido ayuda? ¿Quién sería mejor para que eso suceda?
Cato puede chasquear sus dedos y nuestro padre se salvaría y Damien y Micah es‐
tarían a dos metros de profundidad. No tendrían una oportunidad contra él.
—Eso suena como un sueño hecho realidad. Pero, ¿por qué querría ayudarte
después que admitas que todo esto fue un engaño? Lo engañaste, y él se enamoró.
Él estará tan enojado, que probablemente te arrancará la cabeza.
—Cierto…
—Podría romperte el cuello. He oído que esa es su forma favorita de matar gen‐
te.
—Cato nunca te perdonará por haberlo engañado. El tipo podría estar locamen‐
te enamorado de ti, pero en el momento en que se dé cuenta de que todo era men‐
tira, te destrozará. Este tipo gobierna con miedo y tortura. No eres especial. Él
trata a todos sus enemigos exactamente de la misma manera. Él no va a permitir
que te hagas la tonta.
Sabía que Cato era la máquina de matar que Landon describía, pero también sa‐
bía que había una pequeña capa de suavidad debajo de su duro exterior. Tenía al‐
go bueno en él, algo de comprensión.
—Todavía creo que tengo una mejor oportunidad de decirle la verdad que de se‐
guir adelante con este plan. Es obvio que solo lo hago para salvar a mi padre. No
busco su dinero ni su poder. Cualquier ser humano lo entendería.
Landon negó.
—Estoy en desacuerdo.
—Si el hombre solo está durmiendo contigo, diría que tienes un poco de influen‐
cia.
—Míralo de esta manera. Esta es la primera vez en la vida del hombre donde so‐
lo quiere una mujer. Pasó de los tríos a una pareja. No solo eso, sino que él quiere
que solo sean ustedes dos. Eso se llama propiedad. Eso se llama posesividad. Eso
se llama un hombre que marca su territorio. Cuando un hombre llega a ese punto,
no se aleja. Quizás no se dé cuenta ahora, pero eventualmente lo hará. Así que, si
sigues así, eventualmente romperás su exterior. La pregunta es, ¿tienes suficiente
tiempo para eso?
Me senté en la sala de estar con una copa de vino en mi mano. Mi portátil esta‐
ba en mis muslos, y estaba investigando la pieza de arte que quería poner en el
pasillo del segundo nivel. La casa de Cato era tan enorme, que encontrar suficien‐
tes obras de arte para llenar cada espacio era difícil. Después que terminara con
eso, sería prácticamente un museo. Cualquiera que tuviera el honor de visitar su
casa quedaría asombrado por las obras maestras que poseía. Solo la pintura de
Monet costó diez millones de dólares.
Estaba usando unos jeans negros y una camiseta gris, y su altura quería hacerle
competencia a mi techo abovedado. Sus ojos se movieron hacia los míos mientras
cerraba la puerta detrás de él. No estaba afectado por el arma cargada que apun‐
taba directo entre sus ojos, y entró a la habitación.
— ¿Qué mierda estás haciendo? —Mi corazón se desaceleró cuando se dio cuen‐
ta que Damien no estaba aquí para dispararme de nuevo, pero mantuve mi arma
apuntando al imbécil que había invadido mi propiedad.
Caminó directo hacia mí y dejó que el cañón del arma se presionara contra su
pecho. Sin miedo, me miró, con esa distintiva molestia en su rostro. Acunó mi mej‐
illa e inclinó mi cara hasta que mis labios estaban en ángulo hacia los suyos.
—Una hermosa mujer con un arma… eso es bastante sexi. — Presionó su boca
en la mía mientras me sacaba el arma de las manos.
Mis dedos quedaron sin vida mientras dejaba que quitara el metal de mi agarre.
Su beso me inmovilizó, como si fuera yo la que estaba siendo sostenida a punta de
pistola. Su cálida boca era tan reconfortante como la recordaba, suave y abundan‐
te. Me dio besos intencionados que casi me hacen olvidar que irrumpió en mi casa
sin golpear a la puerta.
Tiró hacia abajo los breteles de mi vestido de verano amarillo y lo empujó por
mi pecho hasta que mis senos estaban visibles. Sus labios no se separaron de los
míos mientras él agarró mis dos pechos en sus grandes manos y los apretó. Gimió
antes de darme su lengua.
—Te extrañé.
—Dilo de nuevo.
—Te extrañé.
Su boca se movió hacia la mía mientras me besaba de nuevo, sus dedos seguían
trabajando en mi clítoris con precisión. Sus dedos frotaron más fuerte hasta que
mis caderas se movieron hacia su cuerpo.
—No puedes entrar en mi casa de esa manera. —Lo empujé con mi mano sobre
su pecho, pero no se movió. En lugar de eso, fui yo la que se movió hacia atrás,
sus dedos se apartaron de mi clítoris—. Hay un timbre.
—No me gustan los timbres. —Sus ojos se quedaron pegados a mis labios, como
si estuviera esperando por la próxima oportunidad para besarme.
—Entonces golpea.
—Bien, así no es como esto va a funcionar. —Crucé mis brazos sobre mi pecho,
pero eso sólo hizo que mis senos se elevaran en mi cuerpo—. Golpea, o te dispara‐
ré la próxima vez.
Era imposible para mí concentrarme con este hombre. Cuando su bóxer se ha‐
bía ido y su ridículamente hermoso miembro estuvo a la vista, duro y preparado,
realmente perdí el tren de mis pensamientos.
Debería seguir enojada con él, pero era imposible. Me puse entre sus rodillas
mientras bajaba hacia el suelo.
—Bebé estás lo suficientemente mojada para los dos. —Me empujó con fuerza
contra su pecho, entonces dirigió su glande dentro de mí.
Miró con fijeza mis senos mientras gemía, su mandíbula masculina se tensaba
con sus movimientos. Tomó ambas mejillas mientras me guiaba hacia arriba y ha‐
cia abajo, haciéndome mover a paso lento porque quería disfrutar cada rebote.
Habían pasado unos días desde la última vez que lo vi, y ahora que su miembro
estaba tan grueso dentro de mí, lo quería cada noche. El sexo era bueno y la vida
era corta, así que debería tomarlo todos los días. Incluso cuando no había hecho
nada, sólo sentarse allí, era el mejor sexo que había tenido. Estaba perfectamente
creado, era uno de los favoritos de Dios. Me había arruinado para otro hombre,
porque ningún hombre podría nunca ser capaz de llenarme de esta manera.
Fijó sus ojos en los míos, y continué rebotando sobre su miembro. Apretó su
mandíbula y liberó otro gemido mientras me disfrutaba. Agarró mis glúteos en sus
manos y me guio arriba y abajo con más fuerza, empujando con sus caderas al
mismo tiempo.
Presionó contra mí más fuerte, con sus grandes pies empujando contra la al‐
fombra bajo el sillón.
—Lo sé, bebé. Tu sexo se vuelve tan apretado… tan mojado. — Me golpeó hacia
la inconciencia, enviándome a otro clímax que me hizo olvidar que tan imbécil era.
Me hizo olvidar que estaba haciendo esto por una razón. Ahora parecía como que
lo estaba tomando porque no había otro hombre al que quería tomar.
—Sí… —Cerré mis ojos y lo disfruté, sintiéndome como una mujer real con un
hombre real dentro mío.
Dio sus empujes finales antes de tirarme hacia abajo, hacia su regazo, profunda‐
mente hacia sus bolas, luego se derramó. Su semen explotó dentro de mí, llenán‐
dome con todo lo que tenía. Colocó su cara en mi cuello mientras gemía, su mi‐
embro se engrosó y se movió dentro de mí.
—Mierda. —Me levantó mientras se ponía de pie—. Ahora quiero mirar tu culo
mientras te penetro de nuevo.
Me dormí por unas horas, y cuando abrí los ojos, me di cuenta de que eran las
nueve de la noche.
Y estaba hambrienta.
La cena había sido olvidada porque Cato se detuvo sin avisar. Terminamos en
mi cama de arriba, teniendo sexo como si hubieran pasado semanas desde la últi‐
ma vez que nos vimos, no días. Ahora tenía a un hombre hermoso a mi lado, con
las sábanas enrolladas a su cintura mientras su mano descansaba sobre su estó‐
mago.
Me di la vuelta para ver a Cato parado allí en sus calzoncillos negros. Con el
músculo magro saltando por todas partes, se veía aún más sexy desnudo que con
un traje completo. Apagué la sartén y luego puse el pollo, los tomates y la pasta en
dos platos.
—Pero manejas un arma como si pudieras. —Llevó los platos a la mesa de la co‐
cina.
— ¿Creí que eras una mujer de whisky? —Se sentó y tomó un trago de su vino.
—Lo soy. Pero si bebiera así todo el tiempo, mi puntería sería mala. —Me senté
frente a él y luego corté mi cena.
— ¿Mucha gente irrumpe en tu casa? —preguntó incrédulo. —Nunca se sabe.
Dio unos mordiscos mientras me miraba. Al igual que cuando estábamos tenien‐
do sexo, me miraba con la misma insinuación de posesividad.
—Gracias.
—Puedes dar buen sexo. Puedes cocinar. Puedes disparar. Triple amenaza.
Sonrió.
Cuanto más conocía a Cato Marino, más me gustaba. Fue frío y vacío cuando lo
conocí por primera vez, solo una cáscara hueca con pocos deseos. Pero ahora era
un hombre de verdad, con confianza y sentido del humor. Incluso sonreía de vez
en cuando. Era una versión mucho mejor que la que conocí originalmente.
—Guau, retrocedamos.
— ¿Qué, si veo porno? A las mujeres también les gusta. Muchas mujeres.
— ¿Es eso lo que estabas haciendo antes de que yo entrara? —No. Pero no sería
asunto tuyo si lo estuviera.
—No veo por qué una mujer como tú tendría que verlo. Puedes tener sexo todo
lo que quieras, cuando quieras.
Me encogí de hombros.
Seguí comiendo.
—Eso solo hará que te desee más. —No parecía una amenaza vana. Parecía co‐
mo si nunca hubiera querido decir nada más en su vida.
—Es una locura pensar que me dejaste salir de tu apartamento esa noche.
—Una cena excelente. —Terminó su plato entero y luego lo bajó con su vino—.
Nena.
Mis ojos se movieron hacia arriba para encontrarme con los suyos, respondien‐
do instantáneamente al apodo que me puso en algún momento. No me gustaban
los apodos posesivos como ese, a menos que fueran de un hombre del que estaba
locamente enamorada. Le habría dicho que parara, pero nunca lo haría.
Sabía que estaba preguntando por la herida de bala. Aún era una lesión bastan‐
te reciente, y dejaría una notable cicatriz para siempre. Me sorprendió que no me
lo hubiera preguntado hasta ahora. Probablemente no se acostaba con muchas
mujeres con heridas de bala.
Así que sabía que era una herida de bala. Inventar algo no funcionaría.
—No quiero hablar de ello, Cato. —Me giré hacia mi plato y terminé el resto.
Puse los ojos en blanco, sabiendo que esto era un falso desafío. —Solo déjalo.
—Se hace tarde, Cato. Deberías irte. —Tomé los platos sucios y los llevé al fre‐
gadero.
—El único lugar al que voy es a la cama. —Dejó el tema después que yo lo des‐
cartara, y se fue de la mesa del comedor. Sus fuertes pisadas sonaron detrás de
mí, golpeando el suelo de madera dura mientras se dirigía a las escaleras del otro
lado de la casa.
El misionero parecía ser su posición favorita, porque era así como, usualmente,
quería tomarme. Prefería tener mis piernas inmovilizadas hacia atrás, así él podía
conducirse tan profundo como mi cuerpo podía permitirle. Le gustaba mirar mis
senos mientras él las sacudía, le gustaba besarme cuando molía su cuerpo contra
mi clítoris.
Nunca tuve un hombre que me tomara con tanto entusiasmo antes. Era como si
este hombre no fuera a conseguir un culo en una noche regular, como si no pudi‐
era recoger una mujer al azar en un bar y tener sexo duro en una hora. Me penet‐
ró como si fuera la única mujer que quería en el mundo entero, el único lugar en el
que quería meter su miembro toda la noche.
Sabía que era un bueno en la cama, pero no sabía que era semejante amante.
—Esta vagina… —Hizo más lentas sus embestidas y más profundas y fuertes mi‐
entras terminaba. Su miembro se engrosó notablemente dentro de mí antes que se
liberara. Con un fuerte gruñido y un pequeño espasmo descendiendo por su espal‐
da, llenó mi hendidura con otra ronda de semen.
Salió de mí con lentitud, para asegurarse que no se pierda ni una sola gota. Lu‐
ego se acostó a mi lado en la cama, la hora tardía arrojó al dormitorio a una comp‐
leta oscuridad. Con una mano detrás de su cabeza, él miró fijamente al techo mi‐
entras recuperaba el aliento.
Cerré mis ojos, tan cansada y satisfecha que podía dormirme de inmediato.
— ¿Bebé?
—Sabes dónde está la puerta principal. Irrumpiste hace horas. —Mantuve mis
ojos cerrados. Estaba demasiado cansada como para voltearme siquiera y mirarlo.
—Trataré de no hacerlo. Pero mi pene tal vez lo haga. Empujé mi pierna hacia
atrás y lo pateé.
Pero no me quejé.
Me folló fuerte y rápido porque no tenía todo el tiempo del mundo. Fue rápido y
en tiempo extra. Me molió contra las sábanas y me hizo correr antes de liberarse
dentro de mí.
—Que tengas un buen día. —Salió de mí y saltó a la ducha. Dios, era tan imbé‐
cil. Me folló cuando estaba dormida a muerte y luego usó mi ducha cuando termi‐
nó. Un pendejo total.
Bajó las escaleras minutos después, vestido con las mismas ropas que usó ayer,
pero todavía viéndose como de un millón de dólares.
— ¿Viniste a despedirme?
Salté y lo seguí.
—No, pero…
—Cato, no eres mi dueño, no de la manera en que eres el dueño de todos los de‐
más.
—Ahí es donde te equivocas, bebé. Soy tu dueño. Soy tu dueño desde el momen‐
to en que susurraste mi nombre y te corriste alrededor de mi polla. Soy tu dueño
desde el momento en que me corrí dentro tuyo. Eres mi mujer, y voy y vengo como
me place. — Sostuvo mi mirada y me retó a desafiarlo.
Estaba tan enojada que no podía pensar. Así que lo abofeteé fuerte en la cara.
Se sacudió con el golpe, y en lugar de mostrar una mirada feroz, se volvió hacia
mí como si nunca hubiera deseado nada más. Con calma sacó su teléfono del bol‐
sillo e hizo una llamada, su mirada estaba pegada a la mía.
Sabía que algo estaba por suceder. En realidad, estaba un poco asustada.
Se sacó el cinturón de los jeans y lo deslizó por sus manos. ¿Qué mierda estaba
pasando?
Me forzó a apoyarme sobre mi estómago y ató mis manos juntas, en la parte ba‐
ja de mi espalda, con el cinturón.
—Hablo en serio.
—Igual que yo. —Su cuerpo pesado se movió sobre el mío, y de un empellón ent‐
ró en mí con violencia, metiendo su circunferencia en un rápido movimiento. Me
agarró del pelo y me tiró hacia atrás, forzándome a doblar mi columna y mirar ha‐
cia el techo.
—Soy. Tu. Dueño. —Me golpeó tan fuerte que mi clítoris dolió contra los almo‐
hadones—. Dilo.
Por mucho que disfrutara ser follada así, me rehusé: —Nadie es mi dueño.
Su polla estaba tan engrosada dentro de mí, a punto de estallar porque él odi‐
aba y amaba mi desafío. Con la resistencia de una atleta, siguió. Siguió follándome
como si no fuera a detenerse hasta que consiguiera lo que quería.
Sentí el clímax comenzar. No quería rendirme al placer. Eso solo lo haría el ga‐
nador. Pero era imposible pelear. Podía sentirlo, podía anticipar cuán bueno se
sentiría.
Entonces él se detuvo.
—Dilo.
Ahí fue cuando me di cuenta lo que estaba haciendo. Esta era su tortura. Esta‐
ría en este estado para siempre hasta que él me permitiera liberarme, y solo con
mi obediencia.
Me mordí el labio y traté de pensar en una solución, pero mi mente estaba tan
enfocada en esa gran polla dentro de mí, que el pragmatismo era imposible. En‐
tonces lo sentí de nuevo, el ardiente deseo entre mis piernas. Me hizo correrme
hace una hora, pero parecía que había sido hacía una eternidad.
Se detuvo antes que pudiera liberarme, sacando su polla por completo. A pesar
de que estaba trabajando tan duro, no estaba sin aliento.
Su cuerpo goleó con fuerza contra mi culo mientras me perforaba. Me dio todo
lo que tenía, estimuló mi cuerpo por todas partes.
Caí de nuevo.
Él se detuvo.
Grité en protesta.
—Eres un maldito imbécil. Te odio. Te odio, maldita sea… Me folló de nuevo, tan
fuerte como las veces anteriores. —Y tú le perteneces a este imbécil. Dilo.
No quería rendirme. Pero no veía otra salida. Era un experto controlando sus
clímax. La mayoría de los hombres no podían controlar sus reflejos, pero él era un
profesional en eso.
—Por favor…
Cuando me empujó al clímax de nuevo, traté de fingir que no sentía nada. Man‐
tuve mi cuerpo relajado, igual que mi respiración.
—Bebé.
Puso de nuevo su polla dentro mío y con lentitud empezó a moverse, mantenien‐
do sus ojos en mí,
—Dilo.
Me tiró hacia atrás, con los ojos llenos de regocijo. —Eres mi dueño…
Respiró profundamente, como si esas palabras fueran hermosas para sus oídos.
Presionó su boca en la mía y me dio un beso suave antes de enderezarse sobre mí.
Entonces golpeó con fuerza, clavándome tan bien que alcance el clímax en segun‐
dos.
—Dilo de nuevo.
Sentí el clímax golpear, y era tan bueno que valía la pena todo el odio a mí mis‐
ma.
15
Cato
————————————————————————————————————————————
Me senté en la silla frente al escritorio con las piernas cruzadas. Los Hermanos
Beck estaban usando mi dinero para cavar en el este en busca de petróleo, y una
vez que circularon rumores de que su empresa iba en picada, decidí hacer una vi‐
sita.
A juzgar por el sudor en la frente de Connor, pensó que había sido lo suficiente‐
mente listo como para ocultármelo.
—Sabes por qué estoy aquí. Sabes lo que va a pasar. Así que elige tus palabras
con cuidado, y no me hagas perder el tiempo. Ya me tomé la tarde libre para volar
aquí. —Mis hombres habían irrumpido en la propiedad, tomando sus posiciones
como si estuvieran listos para ir a la guerra. Cada vez que viajaba a cualquier lu‐
gar, tenía la clase de seguridad que un presidente envidiaría.
— ¿Y qué tan creíble es esa pista? —Me había puesto mi traje negro de tres pi‐
ezas, y extrañaba mis jeans y camiseta. Echaba de menos el trabajo desde la casa
porque podía usar lo que quisiera, o nada en absoluto.
Me puse de pie y metí las manos en los bolsillos mientras me acercaba a su esc‐
ritorio.
—Ambos sabemos que no me importa si encuentras petróleo o no. Sólo me im‐
portan los quinientos millones que te presté, con intereses.
Connor bajó la mirada, como un perro que acababa de masticar mis zapatos fa‐
voritos.
—Sabes lo que pasará si eso no sucede. —Continué mirándolo fijamente, mis oj‐
os ardían a través de su mejilla—. Sabes lo que les pasará no sólo a ti y a tu her‐
mano, sino a tu encantadora esposa Rose y a tus hijas gemelas.
—Mi familia…
—Todo es garantía cuando pides prestado a Cato Marino. Te sugiero que lo re‐
suelvas. De lo contrario, mataré a cada miembro de tu familia. —Golpeé la parte
de atrás de mis nudillos contra su escritorio antes de darme la vuelta—. Averigua
cómo vas a conseguir mi dinero, Connor. O empieza a escoger los ataúdes.
Siena.
Bates me llamó.
— ¿Qué pasó?
—Connor fue directo conmigo. Me dijeron que habían encontrado un lugar pro‐
metedor para cavar. Recibiré una actualización en unas pocas semanas.
—Por supuesto. —En cuanto tomabas el dinero, arriesgabas a todos los que co‐
nocías y amabas. Si los Marino no conseguían su dinero, todo el infierno se desata‐
ría. Nadie era inmune a esas reglas. Así era como manteníamos a nuestros clientes
a raya. Era raro que alguien corriera el riesgo que no podía correr, y siempre mo‐
rían de la misma manera—. Enviaré un folleto de ataúdes sólo para transmitir el
mensaje.
Bates se quedó callado. En lugar de colgar, dejó que el silencio perdurara. Eso
significaba que tenía más que decir, pero no sabía cómo abordar el tema.
— ¿Qué?
Yo sonreí.
— ¿Te ha preguntado alguna vez sobre lo que hacemos? —Ni una sola vez.
—No, Bates. De hecho, me ha dicho lo mucho que me tiene lástima. Sabe que
tengo todo el dinero del mundo, pero ve lo aburrido y vacío que estoy. —Nunca lo
admití en su cara, pero en el momento en que dijo esas palabras, supe que eran ci‐
ertas. Sabía que ella me entendía de una manera que nadie más lo hacía. Cuando
nos conocimos, no estaba buscando una conexión. Pero inevitablemente encontré
una. Tal vez por eso la deseaba tanto, porque realmente me conocía.
—Los estados de ánimo van y vienen. He estado así durante mucho tiempo.
—Lo que sea. No dejes que esa perra piense que te conoce. Ella no lo hace.
—No la llames así. Lo digo en serio. —Le dije que le haría daño a cualquiera que
la lastimara. Eso se aplicaba también a mi hermano.
—Jesús Jodido Cristo, Cato. Por favor, no me digas que estás cayendo en su ju‐
ego. Eres más inteligente que eso. Al menos, pensé que lo eras…
A ella le dio un ataque cuando no llamé a la puerta la última vez, pero como era
sexi cuando estaba enojada, lo hice de nuevo. Forcé la cerradura y entré.
Me encantaba la forma en que sus ojos verdes ardían como si estuvieran en lla‐
mas. Sus labios apretados fuertemente como si tratara de no gritarme. Su pequ‐
eño cuerpo era una contradicción directa con su enorme presencia. Todo acerca
de ella era sexi, incluida la forma en que sostenía el arma como si supiera cómo
usarla. Incluso la cicatriz en su hombro me excitaba.
—Mierda, eres sexi cuando estás enojada. —Agarré mi corbata y la aflojé mient‐
ras entraba.
—Te advertí que te dispararía.
Inmediatamente levantó el dedo del gatillo, asustada de que pudiera jalarlo ac‐
cidentalmente. La retiro y la puso sobre la mesa al lado de la puerta.
—Hablo en serio, Cato. Deja de entrar así por la noche. Puedes tener una llave
si realmente quieres una.
—Es mejor que tener un ataque al corazón cada vez que vienes a la puerta. Al
menos sabré que eres tú.
Sabía que ella no estaba buscando una relación, por lo que solo había otra razón
por la que ofrecía algo así. Mis ojos se entrecerraron mientras miraba su bonita
cara.
Hubo una reacción rápida en sus ojos, pero sucedió tan rápido, a la velocidad de
una estrella fugaz, que no estaba seguro de si realmente lo vi o no. Cruzó los bra‐
zos sobre el pecho y luego se dirigió a la puerta para poder cerrarla.
Me di la vuelta y miré por la puerta abierta. Lo único que vi fueron las luces de
los autos de mi equipo de seguridad. Se extendían por todas partes alrededor de la
propiedad, manteniendo un perímetro de una milla para que nadie pueda entrar y
salir sin su conocimiento.
—Mis chicos. Estarán allí hasta que me vaya por la mañana. Ella asomó la cabe‐
za y echó un vistazo alrededor, viendo las débiles luces de sus teléfonos y automó‐
viles.
— ¿Cuántos hay?
—Cincuenta.
—Sí. —No iba a ninguna parte sin que me siguieran. Ni siquiera tomaba una ta‐
za de café sin ellos detrás de mí—. No necesitas estar incómoda con ellos.
Sería más sencillo si fuéramos a mi casa, pero había algo en su pintoresco lugar
que me gustaba. Me gustaban las pinturas que tenía en las paredes, el ambiente
que creaba con su presencia. Era pequeña, apenas lo suficientemente grande para
que un hombre de mi tamaño se sintiera cómodo, pero aún así me gustaba.
—No te preocupes por eso. —Me saqué la corbata del cuello y la arrojé al sofá.
Saqué mi chaleco y chaqueta a continuación antes que finalmente pudiera alcan‐
zar mi camisa debajo.
Ella estaba en una camiseta sin sujetador y unos pequeños pantalones cortos
blancos. Su maquillaje se había ido, y su cabello estaba en una cola de caballo. No
se veía tan sexi como en un vestido sin espalda y tacones, pero verla así era algo
más sexi. Ella no necesitaba nada de eso para ser totalmente caliente.
Una mujer nunca me había ofrecido nada antes. Tal vez nunca les di una oportu‐
nidad, pero esta era una experiencia de primera vez. La única comida casera que
he tenido fue la de mi madre.
— ¿Oh? —Ella cruzó los brazos sobre su pecho—. Solo vienes cuando quieres
y…
Por mucho que me encendiera verla enojada, no estaba de humor para hablar.
Pasé todo el día en un avión, y todo lo que quería era su sexo y una cama cómoda
para tomarla. Mis manos se clavaron en su cabello, y silencié su estado de ánimo
con un beso.
Funcionó. Ella me devolvió el beso de inmediato, rendida por mis suaves labios
y la forma decidida en que la abracé. A ella le gustaba estar a cargo de su vida, pe‐
ro en cuanto estábamos juntos, me daba las riendas. Ella actuaba como si no le im‐
portara, pero le gustaba tener a un hombre a cargo, un hombre con autoridad sufi‐
ciente para ponerla en su lugar.
Sus piernas se abrieron de par en par y gimió cuando me sintió chupar su clíto‐
ris en mi boca. Ella se retorció ligeramente, inclinando sus caderas para que su se‐
xo pudiera llegar más lejos dentro de mí.
Subí por su cuerpo y puse sus rodillas hacia atrás con mis brazos. El misionero
era aburrido como el infierno, y yo prefería tener a una mujer boca abajo. Tener
un hermoso trasero en mi cara era lo que más quería. Pero con Siena, me gustaba
besarla, mirar fijamente sus senos y ver todas las reacciones que tenía hacia mí.
Me gustaba empujarme lo más profundo que podía y escuchar sus gemidos como
respuesta.
Había conquistado a una mujer que no era fácil de conquistar. Puse su actitud
obstinada en jaque e hice que se rindiera a mí. La última vez que estuve con ella,
establecí la dinámica de la relación y la puse en su lugar. Ahora era más receptiva
conmigo, convirtiéndose en la mujer servil que sólo un hombre como yo podía cre‐
ar.
—He estado pensando en tu sexo todo el día. —La empujé con fuerza, meciéndo‐
la con mi impulso mientras tomaba el control de su cabecero. Los hombres habían
estado donde yo estaba antes, pero ahora quería borrarlos, para que pensara en
mí cuando aceptara un nuevo amante.
Nunca me había emocionado estar con una mujer, mirar por la ventanilla desde
el asiento trasero del auto y fantasear con ella. Un hombre como yo podría tener
cualquier tipo de sexo que quisiera. Podría tener mujeres en látigos y cadenas con
el chasquido de un dedo. Pero todo lo que quería era a esta mujer, a esta mujer
pequeña pero feroz.
Su dormitorio tenía una cama tamaño queen, con un gran ventanal justo detrás
que se extendía en un rincón, un baño principal con un lavamanos y una bañera
como parte de la ducha. De ninguna forma era lujoso, pero estaba bien decorado y
reflejaba su personalidad. Sobre su tocador había un jarrón con flores, un marco
de fotos con una foto de ella y su madre al lado. A los pies de la cama había man‐
tas de diferentes colores y pinturas de paisajes italianos en las paredes. Toda la
habitación era del tamaño de mi armario.
Siena era la única mujer en cuya casa me quedaba. Siempre he tenido mujeres
que venían a mi casa porque era más conveniente, pero la segunda vez que visité
a Siena me sentí como en casa. Era agradable no ser atendido por Giovanni, o ver
hombres armados en mi propiedad en forma regular. Era mi hogar, pero seguía si‐
endo un lugar de negocios. Esta casa era mucho más simple. Me hacía olvidar to‐
dos los aspectos tediosos de mi vida.
Cuando ya no podía seguir tumbado, la aparté ligeramente de mí y luego salí de
la cama.
— ¿Sales a escondidas?
—Si no tuviera un lugar donde estar, sabes que lo haría. —Entré en su baño y
me cepillé los dientes con su cepillo antes de ponerme el traje con el que había lle‐
gado. Estaba ligeramente arrugado porque lo había dejado en el suelo toda la noc‐
he, pero era demasiado rico para preocuparme por mi apariencia.
—También tengo que ir a trabajar. Pero podría quedarme aquí para siempre…
—Ella tiró las sábanas sobre su hombro y cerró los ojos—. Es agradable y cálido
gracias a ti.
Me senté a los pies de la cama y me puse los zapatos. —Eso podría ahorrarte di‐
nero en el invierno.
A veces olvidaba cómo era no tener todo lo que necesitaba a mi alcance. Siemp‐
re había alguien allí para solucionar mis problemas. —Conmigo, no necesitas un
fuego. —Una vez que terminé de vestirme, me puse de pie.
—No lo hago. —Ella me sonrió, la alegría llegó a sus ojos—. Pero necesito café.
—Se dio la vuelta y salió de la habitación, con los pies descalzos golpeando ligera‐
mente el suelo de madera dura. Su cabello se movía hacia adelante y hacia atrás
con sus movimientos, las largas hebras le llegaban a la mitad de su espalda.
Me reuní con ella abajo y la encontré en la entrada. —Nos vemos para cenar es‐
ta noche.
— ¿No estás harto de mí? —Ella cruzó los brazos sobre su pecho mientras la co‐
misura de su boca se levantó en una sonrisa.
Mantuve mis manos en mis bolsillos a pesar de que quería agarrarla. Quería
aferrarme a la parte posterior de su cabello como una correa. A veces quería ser
suave con ella, pero la mayor parte del tiempo quería ser el amante dictador en el
que ella me había convertido.
—No…
Mis dedos se movieron debajo de su barbilla, y levanté su boca hacia la mía. Allí
planté un suave beso, un abrazo que fue más suave que cualquier otro. Mantuve
mis ojos abiertos mientras miraba los suyos, observando cómo la emoción entraba
en su mirada mientras el beso continuaba. Cuando me alejé, no parecía que ella
quisiera que el beso terminara.
—Yo tampoco.
————————————————————————————————————————————
16
Siena
————————————————————————————————————————————
El hombre en el asiento del pasajero salió del coche y abrió la puerta de atrás
para mí.
Me senté y vi a Cato a mi lado, con sus rodillas separadas y las manos descan‐
sando en sus muslos. Llevaba un traje diferente al que tenía esta mañana. Ahora
era azul marino y definido como si recién hubiera sido planchado. Sus ojos azules
eran más impresionantes cuando usaba color en su impresionante físico. Cuanto
más tiempo pasaba con él, más aterrorizada me sentía. Todo esto era solo un ardid
para obtener lo que quería, y ahora que realmente me gustaba el hombre, estaba
en una gran encrucijada.
El auto nos llevó al restaurante, y entramos. Como la última vez, nos sentamos
en una sección privada alejada del resto del público. Era tranquilo, solo el sonido
se escuchaba el sonido de la música. Ni siquiera podía escuchar a los otros asis‐
tentes del restaurante.
—Entonces, ¿qué vas a pedir? Algo con queso, ¿supongo? — Puso el menú a un
lado, con una traviesa mirada en sus ojos. Forcé una sonrisa a pesar de que mi es‐
tómago estaba lleno de acides.
—Me conoces tan bien. —Bajé el menú y bebí mi vino. Algo acerca de la manera
en que se fue esta mañana hizo que la culpa me asfixiara. Pensaba en mi padre to‐
dos los días, pero ahora que pasaba la mayor parte de mi tiempo con este hombre,
me sentía desgarrada. Traicionarlo ya no se sentía correcto. Tal vez él cometió ac‐
tos criminales, pero parecía un ser humano decente para mí.
Me miró con fijeza por un largo tiempo, con su poderosa mirada en la mía sin
un solo pestañeo. Si así era como fijaba la mirada en sus clientes, no era sorpren‐
dente que siempre obtuviera lo que quería. Un hombre era realmente poderoso si
podía negociar en silencio. Era algo que aprendí de mi padre, pero Cato era un
mejor ejemplo de eso.
—Bien. Encontré algunas piezas para tu casa. Te mostraré la próxima vez que
estés disponible.
La única vez que me quedé a dormir había sido incómodo. Estaba apurada por
salir de allí, pero él quería que me quedara. Me había mantenido distante e indife‐
rente, y esa actitud funcionó bien. Hizo que Cato se interesara más. Quizás si no
hubiera sido de esa manera, nunca hubiera sido especial para él.
Cuando él sonreía se veía ridículamente atractivo. Era una vista rara porque di‐
fícilmente sonreía, y cuando lo hacía, quitaba el aliento. Lo hacía ver más como un
hombre que como un villano. Cuando nos conocimos, era tan imbécil, pero cuando
dejaba caer su arrogancia exterior, era encantador. Era verdaderamente él, y era
obvio que no mostraba esa versión a nadie.
—Me reuní con Crow Barsetti una vez. Hace algunos años. — ¿Estabas comp‐
rando vino de él?
—No. Estaba relacionado con negocios. —Él no abundó, sin duda porque impli‐
caba dinero y amenazas. No compartía esa información conmigo, probablemente
solo porque no quería hablar de eso.
— ¿Cómo estuvo tu día? —pregunté para ser cortés, no porque esperase una
respuesta real.
—Fue un día más —dijo sin compromiso—. Tengo muchos proyectos en marcha
en este momento, y los mantengo a todos en línea.
—Probablemente vas a enojarte conmigo por decir esto… —No lo digas. —Su
voz fue fría como el hielo. Sus ojos azules tenían la misma temperatura ártica.
Me aquieté ante la manera sutil en que me amenazó, y me recordó con quién es‐
taba tratando.
—La vida es demasiado corta para no ser feliz. Eres tan rico que ya no tienes
que hacer nada de esto. ¿Alguna vez pensaste en entregarle todo a tu hermano y
solo alejarte? —No debería preocuparme por su seguridad, pero había docenas de
hombres que lo querían muerto en cualquier momento. ¿Cómo podía dormir por
las noches?
—Sí… —extendí el cuello por mi padre, y la cuchilla estaba muy cerca de cortar
mi piel—. Así que, ¿qué piensas de mi cama? Inclinó su cabeza con lentitud como
si no entendiera la pregunta.
—Sé que es pequeña y vieja. Tu cama es como… tres veces más grande.
Sonreí.
—Buena respuesta. ¿Dónde vamos a tener sexo después de esto? ¿En mi casa o
en la tuya?
—Está bien para mí. —Siempre me preocupaba que Damien pudiera aparecerse
en el momento equivocado, pero si él veía el perímetro de cincuenta hombres, se‐
ría lo suficientemente inteligente como para quedarse lejos y no arruinar mi plan.
—Bien. Ahora tengo el resto de la noche para considerar exactamente cómo voy
a tomarte.
Cuando salimos del restaurante, el teléfono de Cato sonó. Miró el nombre en la
pantalla antes de contestar.
— ¿Qué? —escuchó lo que fuera del otro lado de la línea mientras su auto se de‐
tenía en la cuneta—. ¿Estás seguro? Sí, estaré allí en un segundo. —Colgó y puso
el teléfono en su bolsillo—. Tengo negocios de los que debo ocuparme.
Pensé que iba a ser sofocada por un hombre hermoso toda la noche y la mañana
siguiente. Me negaba a ser una malcriada y quejarme al respecto, pero definitiva‐
mente estaba desilusionada. Ahora que tenía el mejor sexo de toda mi vida como
algo regular, lo quería todo el tiempo. Quería disfrutarlo todo el tiempo que pudi‐
era.
Me tomó por el codo y me empujó hacia el callejón al lado del restaurante. Era
un espacio estrecho entre dos edificios, y no había alumbrado público, así que era
bastante oscuro.
—No voy a ser capaz de pensar bien hasta que no te tome. —Me giró y me em‐
pujó contra la pared antes de levantar el vestido sobre mi culo. Bajó las bragas
sobre mis muslos.
—No sé qué clase de mujer piensas que soy, pero no soy de las que…
—Porque es tuyo. —Me aferré a su cadera y lo guie más fuerte dentro de mí.
Sus labios descansaron contra mi oreja, y gimió en aprobación. — ¿Soy el dueño
de tú sexo, no es cierto?
—Sí.
—Sí. —Me sostuve de la pared mientras llegaba al orgasmo, mis dedos se cubri‐
eron de suciedad. Mi sexo lo apretó y lo bañó con mi humedad. Podía sentir cada
sensación entre mis piernas, sentir la celestial explosión que hizo que las puntas
de mis dedos se adormecieran.
Él no duró mucho más. Dio su golpe final antes de liberarse dentro de mí, des‐
cargando todo su semen profundamente en mí sexo.
Dejó que el semen goteara por mis piernas, así que lo limpié con mis dedos y lu‐
ego los lamí.
Como todavía tenía la gracia de una reina, me arreglé las bragas y puse el vesti‐
do de nuevo sobre mis caderas. Después me acomodé el cabello y salí como si na‐
da hubiera pasado.
Bones miró a mi hermano fríamente, luciendo como un demente con todos esos
tatuajes.
La tensión entre ellos dos era palpable. Tenía suficientes problemas en mis ma‐
nos, así que no necesitaba que mis únicos dos aliados se apuñalaran el uno al otro.
—Cato no es el monstruo que me hicieron creer —digo—. Tal vez él hace cosas
malas, pero no es tan malo. Él es…
— ¿Me estás jodiendo con esta mierda? —pregunta Landon—. Ese asesino mató
a más personas de las que tú y yo conocimos en toda nuestra vida. Mantiene a la
mafia y a los Skull Kings en línea. Es el que está a cargo, ¿de acuerdo?
—Tal vez hace que consigas tus orgasmos, pero eso no cambia lo que es —dijo
Bones.
Pasar todo este tiempo con Cato solo hizo que todo se complicara. La idea de
apuñalarlo por la espalda hacía enfermar mi estómago. No lo amaba, pero con cer‐
teza me preocupaba por él. Pasaba todo su tiempo mirando sobre su hombro, inca‐
paz de confiar en nadie, pero parecía que confiaba en mí. No quería arruinar eso,
ni convertirlo en un hombre más amargado.
—Él tiene razón —dice Bones—. Entiendo lo que estás haciendo, pero no va a
funcionar. Incluso si el tipo estuviera enamorado de ti, todavía te golpeará hasta
matarte y luego quebrará tu cuello. No sería suave contigo.
—Si quieres salvar a nuestro padre, debes apegarte al plan — dijo Landon—. No
hay otra manera. Pero si crees que no puedes lograrlo, aún hay tiempo para cam‐
biar de opinión. Deja de verlo y abandona esto.
— ¿Qué vas a hacer? —presionó Landon—. Nos estamos quedando sin tiempo,
Siena. Me sorprende que Damien te haya dado todo un mes para calcular esto.
—No le puedo poner una trampa a Cato Marino en un día, ¿de acuerdo? —chas‐
queé—. Incluso cuando viene a mi casa, trae cincuenta hombres armados con él.
Nunca está solo. Es demasiado inteligente.
—Entonces necesitas tenerlo solo de alguna manera —dijo Landon—. Dile que
quieres llevarlo a la tumba de nuestra madre, pero que no quieres soldados arma‐
dos contigo.
Ya me sentía una mierda por traicionar a Cato, pero me sentiría aún peor usan‐
do la muerte de mi madre como un ardid. Esta no era la persona que quería ser.
Incluso con la vida de mi padre en riesgo, todavía me sentía como una persona
malvada.
—Lo haré.
—Oye, cariño. —Su voz detestable resonó a través del teléfono—. Te extrañé.
—No te detengas en mi casa nunca más. Cato viene y se va al azar, y trae consi‐
go a todo su ejército.
—No se le ha visto con otra mujer desde entonces. Eso es bastante impresionan‐
te.
La culpa frenó mi estómago otra vez, pero esta vez, pensé que podría vomitar.
Esta era una pesadilla. Pensé que darle la espalda a mi familia me protegía de
la corrupción y la violencia, pero siempre estaría anclada al inframundo debido a
mi sangre.
—Tengo una idea. Le pediré que visite la tumba de mi madre conmigo la próxi‐
ma semana, solo. Ahí es cuando lo haremos. Damien se detuvo por un largo tiem‐
po.
—Esa es una excelente idea, Siena. Micah estará encantado. Lo llevas allí solo, y
nosotros nos encargaremos del resto.
— ¿Qué piensas? —Coloqué los cuadros en la mesa para que él pudiera verlos
bien.
Cato estaba a mi lado, pero sus ojos estaban pegados a mí, no a la obra de arte
que había seleccionado para él.
—Hermosa.
—Me refiero a las pinturas. Creo que se verán bien en el salón de arriba.
Se encogió de hombros.
—No me importa una mierda lo de las pinturas. —Se movió frente a mí, de es‐
paldas a las tres hermosas piezas, y colocó sus dedos debajo de mi barbilla para
poder levantar mis labios hacia los suyos—. Me importas tú.
Su pulgar pasó por mi labio inferior antes que sus dedos se envolvieran alrede‐
dor de mi cuello.
—Esto es de mi gusto. Retratos desnudos tuyos por toda la casa. En cada habi‐
tación. Entonces, ¿deberíamos hacerlo a mi manera o a tu manera?
—Bueno, no podrías pagar todos esos retratos desnudos de mí, porque no estoy
en venta.
Se acercó más mientras sus ojos se entornaban. Ahora las emociones que antes
eran misteriosas eran fáciles de leer. Su mirada estaba llena de posesión, una pa‐
sión tan caliente que quemaba el aire a nuestro alrededor.
—Tal vez por eso te deseo tanto, porque no puedo comprarte. — Se movió hacia
mí y me besó otra vez, su mano serpenteó en mi cabello. Apenas hablamos sobre
el trabajo durante quince minutos antes de que se convirtiera en esto… nuestra at‐
racción era imparable.
Bates llevaba un traje negro, peligroso y guapo como su hermano. Tenía los mis‐
mos ojos y la misma frialdad, pero era definitivamente más helado. Tenía las ma‐
nos en los bolsillos y me miró con evidente disgusto.
—Tengo al Sr. Wong en una llamada de conferencia. Pensé que querrías decir
algunas palabras.
—Gracias. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Creo que serán excelentes adi‐
ciones al salón de arriba.
Bates me había incomodado desde el día en que lo conocí, pero no porque pare‐
cía un depredador. Él era mucho más suspicaz que su hermano, mucho más para‐
noico. Yo no le gustaba ni un poco, y era obvio. Estaba aterrorizada de que él viera
a través de mí. Solo esperaba poder salvar a mi padre antes de que llegara ese
momento.
Antes que pudiera responder, Cato volvió a entrar en la habitación. Debió haber
captado la hostilidad en el aire porque sus ojos se movieron de un lado a otro, co‐
mo si un terremoto hubiera golpeado y pudiera sentir las réplicas.
— ¿Todo bien?
—Acabo de decirle a Siena que las pinturas son bonitas, pero no creo que muc‐
ha gente las vea. —Como si no me hubiera amenazado grotescamente, mintió tan
fácilmente, las palabras salieron de su lengua sin esfuerzo…
Los ojos de Cato se movieron hacia mí, como si no le creyera a su propio herma‐
no.
— ¿Bebé?
Sospeché que Cato me creería si le contara la verdad, pero no quería volverlo
contra su propio hermano. Tal vez Bates era un imbécil, pero estaba tratando de
protegerlo. Él era leal, y justo en su negocio. No importaba cuánto me insultara
Bates, aún lo respetaba.
—Tu hermano no aprecia el arte. Sabes que no. —Le di una sonrisa a Cato con
la esperanza de que me creyera.
Cato lo hizo.
—Podría haberte dicho eso. —Su mano se movió hacia la parte baja de mi espal‐
da cuando se acercó a mí—. Vamos a levantar estas pinturas. Estoy seguro de que
Giovanni estaría encantado de ayudarte.
—Oh, mi Dios. Tu cama es tan cómoda. —Giré tres veces y llegué al borde de la
cama. Después rodé de regreso hacia él.
Le pegué juguetonamente.
—Pervertido.
—Me alegra que pienses que mi semen es tan valioso. —Su mano envuelve mi
nuca mientras se gira de lado. Se coloco frente a mi y presiona su frente con la
mía, su pecho duro presiona contra mis senos.
—No lo fue.
— ¿Por qué lo cubriría? —La culpa empieza a pesar sobre mí de nuevo. Ya con‐
firmé con Damien cuál sería el plan, pero estaba acostada en la cama de Cato co‐
mo si eso nunca hubiera sucedido.
Quizás Cato era más observador de lo que me di cuenta. Solo esperaba que no
fuera tan observador.
Me odiaba.
Moví la cabeza hacia su pecho y así no tenía que encontrarme con su mirada
por más tiempo. En mi corazón, sabía que este hombre solo fingía ser un imbécil
para protegerse. Era frío con todos a su alrededor porque él sabía que lo usarían
en el segundo en que les diera una oportunidad. Era el hombre más duro del mun‐
do a fin de mantener a los otros hombres duros a raya. Pero dejó caer toda su hos‐
tilidad por mí… porque él confiaba en mí.
17
Cato
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Tuve una reunión en una de mis oficinas en Florencia. Fue en el edificio de enf‐
rente de la cafetería, donde hablé con Siena por primera vez. Había estado leyen‐
do un libro y acechándome como una aficionada. Siempre supe que era inofensiva
porque lo hacía sola.
Solo estaba presente en las reuniones cuando había mucho dinero sobre la me‐
sa. Estos hombres de Francia buscaban a alguien que invirtiera en sus burdeles
clandestinos, un mundo de sexo encubierto. A diferencia de la trata, se trataba de
prostitución. Había pagado mucho por sexo en mi vida, así que no juzgué.
— ¿Puede esperar quince minutos? —estaba sentado frente a los franceses, con
los contratos sobre la mesa.
Sabía que Bates no me interrumpiría a menos que fuera importante, así que co‐
operé.
—Me disculpo, Sr. Beaumont y Sr. Champlain. ¿Le importaría si salgo durante
veinte minutos?
—Por supuesto.
Les presté una tonelada de dinero, así que más valía que se acomodaran. Salí
con Bates y cerré la puerta.
— ¿Qué demonios?
Bates se mudó a una sala de conferencias vacía y cerró la puerta detrás de no‐
sotros.
—Sabía que era una mentirosa. —Me apuntó con la mano al pecho—. Maldita
puta.
Mantuve mi ira bajo control a pesar que quería pegarle un puñetazo en el rost‐
ro.
— ¿Qué hizo?
Mis manos descansaban en los bolsillos y tenía el rostro tranquilo, pero mi cora‐
zón comenzó a latir con fuerza en el pecho. Mi rabia crecía lentamente para igu‐
alar la suya, pero la mantenía escondida bajo mi helada fachada.
—Siena dejó de hablar con su padre cuando su madre murió. Supongo que ella
lo culpó por su muerte y no quería tener nada que ver con el negocio familiar. Pe‐
ro Damien amenazó con matar a su padre si no te entregaba.
Ahora me resultaba más difícil mantener mi expresión, fingir que esto no signifi‐
caba nada para mí. Sentí como si un cuchillo me estuviera apuñalando en la tripa,
pero aun así no pude reaccionar. Esta mujer había estado en mi cama y la tomé
como si significara algo para mí, pero me había usado todo el tiempo.
—Su plan es alejarte de tus hombres para que Damien pueda agarrarte. Enton‐
ces, harán el intercambio. —Mi hermano estaba furioso, visiblemente enfurecido
con esa vena que palpitaba en su frente. No tenía la fuerza para mantener la cal‐
ma como yo lo hacía. Si esto le pasara a él, probablemente sería más elegante al
respecto. Pero como alguien me jodió, mi hermano, no podía ver bien.
Yo era el hombre más aterrador de este país, pero dejé que una vagina nublara
mi juicio. Ella era diferente a las otras mujeres que conocí, y eso me intrigó. Pero
ahora sabía que era diferente porque nunca estuvo seriamente interesada en mí.
Yo sólo era un animal de granja que estaba engordando antes de la matanza.
Bates me miró fijamente mientras esperaba que dijera algo. No tenía nada que
decir. Me di la vuelta y caminé hacia la ventana, mientras deslicé las manos en mis
bolsillos.
—Mucho.
Todo tenía sentido, sin importar cuánto no quisiera creerlo. Bates vino a mi lado
y miró por la ventana conmigo. —Te lo dije, imbécil. ¡Maldita sea, te lo dije!
Se volvió hacia mí, su mandíbula estaba tensa por la ira. —Mataré a esa perra si
no quieres hacerlo. Estaré encantado.
Derribar la puerta principal y dispararle entre los ojos no sonaba como vengan‐
za suficiente.
—No.
— ¿Entonces lo harás?
—Me gusta esa idea. Dale una lección a esa perra. Ya no sentí la necesidad de
defender su honor.
—Y luego la mataré.
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18
Siena
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Vomité cada mañana por tres días porque el miedo me estaba matando. Tenía
que elegir entre mi padre y Cato, y la elección parecía obvia. Pero eso no me hacía
sentir mejor con mi decisión.
Terminé de preparar la cena cuando la puerta del frente se abrió. Ahora sabía
que no era Damien, así que la única persona que podría invadir mi casa era Cato.
Sus pasos pesados eran inconfundibles.
Él rodeó la esquina y vino hacia mí, usando jeans y una camiseta. Sus trajes lu‐
cían impecables en él, pero el fino algodón de su camiseta era mucho mejor. Most‐
raba sus antebrazos cincelados. Cuando me vio, se quedó inmóvil, con su cabeza
ligeramente inclinada y sus ojos entornados. Era la misma mirada intensa que si‐
empre me daba. Simplemente parecía un poco más profunda de lo habitual.
Su mirada fija casi me hizo sentir incómoda porque se parecía mucho a un dep‐
redador. Me hizo sentir como una gacela acorralada, y como si él fuera el leopardo
que va a desgarrarme en pedazos. No me saludó con un beso o con una mirada lle‐
na de excitación. Solo me miró fijamente como una estatua, como si no fuera ver‐
daderamente real.
—Bien… —pasé junto a él y coloqué los platos en la mesa del comedor—. Bueno,
si quieres algo, está ahí. —Me moví detrás de él y tomé una botella de vino y dos
copas. Su frío comportamiento no era habitual, pero no quería preguntarle al res‐
pecto. Una vez que abriera esa lata de gusanos, no sabía lo que podría salir.
— ¿Día largo?
Seguí comiendo como si todo fuera normal, pero dentro de mi pecho, en lo pro‐
fundo, había una tormenta de emociones. La culpa me comía viva y me quitaba el
apetito. Luego me hacía vomitar la comida que conseguía bajar en primer lugar.
Me encogí de hombros.
Él masticó con lentitud, sus ojos azules estaban trabados en los míos como di‐
anas.
¿Siempre fue tan intenso? ¿O era sólo una tarde calurosa? Agarré mi agua y to‐
mé un trago.
— ¿Sin vino?
— ¿Está todo bien, Siena? —comió cada bocado en su plato sin mirar sus cubier‐
tos.
—Sí. ¿Por qué preguntas? — ¿Estaba tan nerviosa? —Dijiste que te dolía el estó‐
mago. Estás callada. No me apuntaste con un arma. No eres exactamente tú mis‐
ma esta noche. Tampoco él.
—El aniversario de mi madre es en unos días… —No podía creer que estaba ha‐
ciendo esto. Ahora que el plan estaba en marcha. Era hora de comprometerse con
ello—. El aniversario de su muerte. Pasaron cinco años.
Apoyó ambos codos en la mesa mientras me miraba con fijeza, sus manos están
unidas frente a él.
—Los cumpleaños también. Pero esos me hacen recordarla cuando estaba viva.
Los aniversarios solo me hacen pensar en el día en que se fue.
—Eso es duro.
—Si no estás muy ocupado, de verdad me gustaría que vinieras conmigo. Ir sola
siempre es difícil…
Sus ojos se entornaron al instante, como si la pregunta significara algo más pa‐
ra él de lo que debería. Retiró los brazos de la mesa y se recostó en la silla, con
sus anchos hombros amplios como un cartel publicitario.
—No tienes que hacerlo si no quieres… —Si no lograba conseguir que esté solo,
entonces el plan nunca funcionaría. No me sentiría culpable por no salvar a mi
padre, no cuando lo intenté. Así que si Cato no cooperaba, no sería el fin del mun‐
do. Él tomaría la decisión por mí.
—No. —Se inclinó hacia adelante sobe la mesa, sus brillantes ojos azules se po‐
saron en los míos—. Me encantaría.
—Bebé.
Oh dios. Su mano era tan cálida mientras envolvía la mía. Cerré mis ojos por un
breve momento, atesorando la manera en que se sentía su afecto, pero también
luché contra la culpa al mismo tiempo. No sabía lo que él iba a decir a continuaci‐
ón, pero sospechaba que mi corazón estaba a punto de fundirse en un charco
enorme.
—Todo lo que dijiste acerca de mí era cierto. Estoy insatisfecho. Estoy vacío.
Tengo todo, pero no tenía nada en lo absoluto… hasta que llegaste. Vivo en un
mundo donde las mujeres solo me quieren por sexo o dinero. Entonces te conocí y
todo eso cambió. Contigo, no tengo que mirar sobre mi hombro. Contigo, no tengo
que preguntarme cuáles son tus motivaciones. —Él sostuvo mi mirada mientras su
pulgar acarició mis nudillos—. Porque confío en ti.
Cato ya no parecía estar interesado en el misionero. Todo lo que quería era pe‐
netrarme por detrás, presionando mi cara contra las sábanas mientras golpeaba
contra mí. Siempre fue sexo duro, contradiciendo las tiernas palabras que me dijo.
—Sí.
—A las dos. —Era mitad del día cuando todos estaban trabajando. Era tranquilo
en las afueras, y con suerte, nadie estaría allí visitando a sus seres queridos. Qu‐
ería que esto fuera limpio y fácil. A pesar de que mi estómago no había sido ningu‐
na de esas cosas.
—Estaremos esperando, pasando las puertas. Tendré a todos mis hombres con‐
migo, así que no intentes nada.
— ¿Qué podría intentar? —Les estaba llevando al hombre más buscado—. Será
mejor que mi padre esté allí, Damien.
—Cariño, soy un hombre de palabra. Solo asegúrate que él venga solo. Si no lo
hace, le dispararé a tu padre en el estómago y lo miraré desangrarse hasta morir.
Apenas dormí esa noche porque en lo único que podía pensar era en el día sigui‐
ente. Miré por la ventana y observé como lentamente el sol penetró las cortinas y
cubrió de luz la habitación. La noche entera había pasado, y a duras penas cerré
los ojos. Me preparé para el día e hice lo mejor posible para cubrir las bolsas bajo
mis ojos. Me veía más pálida de lo normal, como si toda la sangre se hubiera dre‐
nado de mi cara y cuello, y me diera apariencia de vampiro. Llevaba un vestido
negro con perlas blancas alrededor de mi cuello, era un collar que mi madre me
regaló.
El dolor que normalmente sentiría por haber perdido a mi madre estaba ausen‐
te porque sentía mucho más dolor. Cato fue bueno conmigo, y yo estaba por tirarlo
bajo un autobús. Me dijo que yo era una de las pocas personas en el mundo en la
que podía confiar… y estaba a punto de apuñalarlo por la espalda.
Esta vez, la dejé destrabada para que no tuviera que accionar el mecanismo de
la puerta.
—Eso fue más rápido que lo usual. —Tenía puesto un jean negro y una camiseta
negra. Hacía demasiado calor para un traje o una chaqueta, así que su atuendo ca‐
sual era apropiado. Sí el calor no te atrapaba, lo haría la humedad.
Cato siguió detrás de mí, con su brazo envolviendo mi cintura. —Mi chofer pu‐
ede llevarnos.
—Eh, prefiero conducir, si eso está bien. No quiero visitar a mi madre con extra‐
ños en el asiento delantero.
Encendí el auto.
—Tus cincuenta hombres van a seguirnos, ¿no es cierto? Miró por la ventana.
—Siempre me acompañan.
—Está bien. —Sacó el teléfono de sus bolsillos y llamó—: Esperen por mí aquí.
Regresaré en treinta minutos. —Regresó el teléfono a su bolsillo y miró mi casa—.
Hecho.
No esperaba que fuera tan sencillo. Esperaba una discusión mayor, al menos,
algunas preguntas.
Cato estaba tranquilo, mirando por la ventanilla sin entablar conversación. Sus
rodillas estaban separadas, y sus manos descansaban en los muslos. Mi auto era
demasiado pequeño para un hombre de su tamaño, pero nunca insultó el pedazo
de mierda que conducía.
Cuanto más me acercaba a las puertas, peor me sentía. Mis entrañas me decían
que esto estaba mal, y mi corazón estaba de acuerdo. Quería salvar a mi padre,
pero no quería que alguien más tomara su lugar.
En especial Cato.
Cato había sido bueno conmigo, incluso cuando se comportaba como un imbécil.
Me respetó, me trató bien, y tenía un buen corazón. Algunas veces su verdadero
desinterés se perdía en su trabajo, pero sabía que guardaba su corazón bajo la
manga. Cuidó de su madre cuando otros hombres serían demasiados codiciosos
para compartir su riqueza. Recibiría una bala por su hermano. Y a veces me pre‐
gunto si no recibiría una bala por mí.
Lo siento, padre. Reduje la velocidad del auto hasta que se detuvo en el medio
de la calle. Había campos alrededor nuestro y casas en la distancia. El cielo estaba
demasiado hermoso para que una tragedia sucediera hoy. Mis dos manos aún esta‐
ban en el volante cuando la repugnancia a mí misma me golpeó. Me odié por darle
la espalda a mi padre, pero era su culpa que estuviera allí. Le dije que se alejara
de los negocios, pero no me escuchó.
— ¿Qué sucede? —Su voz era particularmente fría, un directo contraste con el
calor del verano.
Desde la izquierda llegó un escuadrón de autos negros, junto con un tanque por
el frente. Un verdadero tanque. Doblaron en la esquina de la carretera, escondidos
de mi vista hace solo un momento, cuando conduje en la dirección opuesta.
— ¡Oh, mi dios!
Pisé los frenos, y mis ojos fueron al espejo retrovisor. Una brigada salió del ce‐
menterio y venía para este lado, una serie de autos igualmente blindados.
Cato se giró hacia mí, observándome de una manera tan fría que parecía haber
fragmentos de hielo en su mirada. Su mandíbula se apretó con la misma rigidez
que sus puños, y se veía tan furioso, como si no supiera qué hacer consigo mismo.
No podía decidir cómo quería matarme, si quería estrangularme o dispararme.
—No eres tan lista como crees que eres. —Salió del auto.
—Cato…
Grité mientras jalaba el cabello de mi cuero cabelludo y era sacada del auto co‐
mo un animal. Mi cuerpo golpeó el asfalto caliente, y mis rodillas se rasparon cont‐
ra la áspera superficie.
—Mierda.
Cuando abrió la puerta del otro lado, fue cuando los disparos empezaron.
Su mirada ártica quemó la mía, y ahora era el imbécil que conocí hace un mes,
solo que peor. Ahora era un monstruo, un demonio. Era el Cato Marino del que to‐
do el mundo me había prevenido.
Puso sus dedos alrededor de mi cuello y apretó tan fuerte que no podía respirar.
Traté de apartar su mano, pero la falta de oxígeno me hizo débil. No pude pre‐
sentar pelea para igualarlo, incluso si estaba completamente preparada para ha‐
cerlo.
Miró hacia adelante. Indiferente a mis declaraciones. —Tu padre ya está muer‐
to. Tal vez si fueras más inteligente, lo habrías descubierto.
— ¿Qué…?
—Lo mataron en el segundo que lo tuvieron. Hiciste todo esto para nada. Podrí‐
as haberme pedido ayuda en cualquier momento. En cambio, conspiraste contra
mí y de verdad creíste que tenías la oportunidad de lograr lo imposible.
—Quería pedir tu ayuda, pero tenía miedo de que me mataras. Miró por la ven‐
tana, sus manos descansaban en sus muslos.
—Me habrías matado, Cato. No tenía otra opción, tenía que salvar a mi padre…
pero al final, cambié de idea. No podía hacerte eso. No te lo merecías… y no pude
continuar.
—Tal vez diste la vuelta porque sabías que estaba sobre ti. —No lo sabía.
Sabía que Cato no lanzaba amenazas vacías. Me arrastraría fuera del coche y
me obligaría a ponerme de rodillas como un prisionero de guerra. Hice esto para
salvar a mi padre, pero ahora me daba cuenta, que no importaba la decisión que
tomara, estaba destinada a terminar muerta de todas maneras.
— ¿Qué dije? —Bates estuvo sobre mí con rapidez. Me agarró por el cuello y me
dio un fuerte puñetazo en la cara.
—Te dije que no jodieras con mi hermano. —Me quitó la mano de la cara y vol‐
vió a pegarme—. Maldita puta.
Mi cabeza dio un latigazo hacia atrás por el impacto de su puño. Ahora el dolor
me golpeó, y era insoportable.
— ¡Alto!
—!Tú deberías estar haciendo esto! —Bates soltó su brazo del agarre—. Hacer
sufrir a la perra.
—No estoy interesado. No vale la pena. —Cargó la pistola y caminó hacia mí,
con el arma colgando a su lado. No había pena en sus ojos por la manera en que
su hermano me había golpeado. En el segundo en que los ojos de Cato se posaron
en mí, esa misma rabia se hizo cargo. Levantó la pistola y la dirigió hacia mí,
apuntando hacia mi cráneo.
Estaba en el piso como un animal, indefensa. Todo lo que podía hacer era mirar
el tambor que me daría la liberación de la muerte. Viví mi vida de manera temera‐
ria, pero en este momento, todo lo que sentía era miedo. No había palabras para
describir cómo me sentía por tener un arma apuntándome de esa manera, de ver
que la mano del hombre no tembló para nada.
—Lo hice para salvar a mi padre… ¿qué otra cosa se suponía que hiciera? —Me
rehusaba a llorar o a flaquear. Mis últimos momentos en la tierra estarían llenos
de dignidad… al menos tanta como podía poseer con la sangre empapando mi rost‐
ro.
—No me importa.
—Y habría pagado el precio por eso, y no hubiera rogado por mi vida. —Cato era
el asesino de piedra frío que se rumoraba que era. Me tomó y compartió momen‐
tos íntimos conmigo en la cena. Pero nada de eso importaba ahora.
Ahora que no me quedaba nada por decir, dije la única cosa que podía importar.
No estaba completamente segura si era verdad. Pero basada en todos mis sínto‐
mas, no pude encontrar una explicación más lógica.
—Estoy embarazada.
—Mentirosa —gritó Bates— y aún si no mientes, ¿crees que me importa una mi‐
erda? Dos pájaros de un tiro.
—No estoy mintiendo, Cato. Sabes que estuve enferma por más de una semana.
Bates miró a su hermano, los brazos estaban sobre su pecho. —Cato, mátala.
—Está mintiendo —dijo Bates—. E incluso si está, ¿qué mierda importa? Mátala
o lo haré yo.
— ¿Qué mierda estás haciendo? —Le arrebató el arma. —Eres demasiado mari‐
ca para matarla. Así que yo lo haré. Cato vació las balas del tambor.
—No podemos.
Cato bajó la voz para que sus hombres no pudieran oír sus palabras.
—Nuestro padre nos dejó. Nos dio la espalda porque era un cobarde. Yo no soy
un cobarde. No soy como él.
Bates se quedó en silencio, sus ojos se movieron de un lado al otro mientras mi‐
raba a su hermano.
—No es lo mismo…
—Es lo mismo. Si ella está diciendo la verdad, es mi sangre la que está ahí. Es
mi familia. No le das la espalda a tu familia. Bates suspiró ruidosamente, furioso
ante el giro de los acontecimientos.
Bates se volvió hacia mí, con una mueca de disgusto en su cara. Cato se acercó
y se agachó para que nuestras caras estuvieran más cerca.
Podía tener una muerte rápida ahora, o una dolorosa después. —Tomaré la pru‐
eba.
Dio un paso hacia atrás y no me ayudó a ponerme de pie. Uno de sus hombres
me acompañó adentro, puso la caja en mi mano, y luego se paró detrás de la puer‐
ta mientras me encargaba de mis asuntos. Armados con rifles, los hombres volarí‐
an mis sesos en el segundo que me saliera de la línea.
—Dios… por favor que sea positivo. —Oriné en el palillo y entonces esperé que
pasaran dos minutos. Siempre supe que quería una familia, pero nunca esperé que
ese momento llegara tan pronto. Me había imaginado que estaría casada con un
hombre que amara por años antes que sucediera esto. Nunca anticipé un momen‐
to como este, en que estar embarazada pudiera salvar mi vida.
Gracias, dios.
Sostuve el palillo en mi mano y sentí que las lágrimas llenaban mis ojos. Había
estado en control de natalidad por años, pero de alguna manera esto sucedió, un
pequeño milagro. Mi bebé estaba a punto de salvar mi vida. Salí con el palillo en la
mano y fui escoltada hacia el frente por hombres armados.
Cato me arrebató la prueba de las manos y leyó los resultados. No mostró nin‐
guna reacción.
—No, no lo hice —dije con voz débil porque mis palabras no parecían importar.
No fue intencional, pero por supuesto, me veía culpable. No podía culpar a ningu‐
no de los dos por asumir eso—. Sé que no me creen, pero no lo hice.
Cato me miró fijamente, su expresión era imposible de leer. Solía dejarme leer
su alma, descifrar las emociones que trabajaba tan duro por esconder del mundo.
Pero ahora me trataba como a un enemigo.
—Vivirás aquí conmigo hasta que llegue el bebé. No es seguro para ti vivir sola.
Si alguien te descubre, serás un blanco. Proveeré para ti y te protegeré.
Este era el hombre que conocí. El hombre compasivo y cariñoso. —Está bien. —
No quería vivir aquí con él todo el tiempo, pero estaba tan agradecida porque no
iba a morir que no discutí.
—Pero una vez que llegue el bebé, terminaré esto. —Levantó su arma vacía para
que pudiera verla—. Disfruta de los últimos nueve meses de tu vida. Pasarán rápi‐
do.
—Soy mortalmente serio. —Se acercó hacia mí, su cara casi tocó la mía—. Mi hi‐
jo o hija vive dentro de ti. Es lo único que me importa. Sólo eres un vientre subro‐
gado, y una vez que tu trabajo se haya completado, cumplirás tu castigo.
—Cato, no puede no tener madre…
— ¡Cállate!
Las lágrimas salieron volando de mis ojos y mancharon mis mejillas. La migraña
detrás de los ojos no influyó en mis lágrimas. El dolor por ser arrojada en el auto y
en el concreto no tuvo nada que ver tampoco. Pero la idea de no conocer nunca a
mí bebé, pasar nueve meses cargándolo, sólo para que se lo llevaran… era inso‐
portable.
—Por favor, Cato. No. No me hagas esto. No puedes… por favor. Ten misericor‐
dia.
La única razón por la que sigo viva es por el bebé que crece dentro de mí. Mi
bebé me salvó la vida.
Ahora soy una prisionera dentro de la fortaleza de Cato. Está enojado conmigo,
furioso cada vez que me mira. Se niega a acostarse conmigo porque ahora soy el
enemigo.
Sólo me acosté con Cato para salvar a mi padre, pero ahora significa algo para
mí. Me preocupo por él, y sé que él se preocupa por mí.