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LA PACHAMAMA:
Revelación del Dios creador
Colección
Iglesias, pueblos y culturas
Nº 52-53
I
LAVE - PUNO - PERÚ
1999
PACHAMAMA:
Revelación del Dios creador
Narciso Valencia Parisaca
IDEA
Instituto de Estudios Aymaras
Apartado 295, Puno, Peru
Fax: 51-54-351574
Impresión: Docutech
Quito-Ecuador
ISBN: 9978-04-534-1
Capítulo I
EL MUNDO AYMARA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Capítulo II
LA EXPERIENCIA RELIGIOSA AYMARA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
1. Los ritos en la cultura aymara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
1.1 Elementos básicos para la compresión de los ritos aymaras . . . 37
a. La tradición oral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
b. El mito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
c. La lucha por la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
1. 2 Los ritos: celebración de la experiencia religiosa . . . . . . . . . . . 40
a. La lógica ritual aymara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
b. Espacios y tiempos para la celebración ritual . . . . . . . . . . . . . 42
c. Los celebrantes de los ritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
2. La ofrenda a la Pachamama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
2.1 Descripción del rito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
2.2 Interpretación del rito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
2.3 Interpretación simbólica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
Capítulo III
LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A
LA LUZ DE LA FE CRISTIANA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
PREFACIO
INTRODUCCIÓN
Capítulo I
EL MUNDO AYMARA
b. Ubicación geográfica
Ese origen histórico de los aymaras aún no clarificado se desenvuel-
ve en un área geográfica muy específica, a la que llamamos altiplano -la
meseta del Collao-5
El altiplano boliviano-peruano está situado a una altura aproxima-
da de 3.800 metros sobre el nivel del mar. Es una enorme meseta árida en-
tre las cordilleras Real y Occidental del gran macizo de los Andes. De cli-
ma frío, terreno adusto y paja brava, presenta dificultad de cosechas fuera
de las cercanías de algún arroyo o de las inmediaciones del gran lago sa-
grado Titicaca, con sus 3.800 Km2 de extensión y centro común de la gran
Marka o pueblo aymara. La vida humana resulta también difícil y sacrifi-
20 / Narciso Valencia Parisaca
cada. Los caminos polvorientos que el mismo aymara construye con enor-
me esfuerzo y trabajo comunal se vinculan con las grandes y principales
carreteras desde sus ayllus o comunidades.
Hoy por hoy, este pueblo de unos tres millones de personas6 se ex-
tiende por el sur (Bolivia: La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y, debido a
migraciones en los últimos años, Beni y Santa Cruz); por el norte (Perú:
Puno, Tacna y Moquegua, además de una zona de Arequipa y otra del gru-
po kauki en la región de Tupe [Yauyos], en el departamento de Lima) y por
el norte de Chile.
decir, era más apologética que formativa, más silogística que bíblica, y con
una moral más casuística que orientadora. Dentro de esa mentalidad, la
Iglesia traza pautas rigurosamente definidas en cuestiones de dogma y
moral. Bajo estas directrices se entiende que los misioneros ibéricos anate-
matizaran sin contemplaciones la religión, la cultura y el pensamiento an-
dinos, y proclamaran, sin ninguna duda, la absoluta superioridad de la fe,
la civilización y organización socio-política traídas de España.
En síntesis, la evangelización en los siglos de la conquista, de la Co-
lonia e incluso hasta la era republicana, se caracteriza por una constante
opresión y una insistente aculturación a la fe y a la mentalidad occidental.
Hoy en día, los mismos aymaras cuestionan: ¿en qué medida el anuncio
del Evangelio ha sido buena noticia? ¿Es que el Evangelio ha sido manipu-
lado o mal interpretado para justificar los intereses de los conquistadores?
La respuesta no se hace esperar:
“Lamentablemente, en todo el transcurso de la historia de la Iglesia, el
evangelio que han traído los colonizadores ha sido para los aymaras un evan-
gelio de mala noticia, de opresión, de esclavitud, de sufrimiento, de amargu-
ra, de dolor, de hambre y de muerte. No porque el evangelio en sí sea mala no-
ticia, sino por incumplimiento de aquellos que han traicionado el verdadero
evangelio dejándose llevar por la codicia material del oro y la plata y, así, han
olvidado el mensaje verdadero de amor, paz, justicia, bondad y vida. Han uti-
lizado la Palabra de Dios para legitimar los intereses sectarios”10.
comunidades, por ser todas de españoles’. También los servicios feudales eran
insoportables (...), tampoco se paga a los pongos, mitayos, muleros ni otros
servicios que los naturales hacen”11.
Las denuncias contra estos hechos, las exigencias por los derechos
humanos de los indígenas y la sed de libertad desembocan en levanta-
mientos indígenas; se oyen las voces proféticas de clérigos y grupos religio-
sos12 y se producen sublevaciones emancipadoras de aymaras y quechuas
(sobresalen Túpac Amaru [1780]13 y Túpac Katari [1781]14).
La República significó sólo un cambio de amo, agravándose aún
más la ruptura de la cohesión campesina y del carácter comunitario de los
aymaras. A pesar de que el código civil del Perú (1852) definía la situación
personal del indígena como ciudadano peruano, con los mismos derechos
legales y obligaciones que los otros15, los sistemas de explotación conti-
nuaban siendo como en la Colonia, mantenidos por las estructuras estata-
les en estrecha relación con los hacendados o gamonales y el apoyo de un
sistema eclesial aún feudalista. Las reformas agrarias prometían una distri-
bución equitativa de las tierras y la liquidación del sistema feudal de servi-
dumbre. No se niega que hayan creado un ambiente de mayor seguridad y
libertad en las comunidades, sobre todo en la autodeterminación respecto
a su tierra, pero también las mejores tierras continuaban en manos del ga-
monalismo estadual. El creciente minifundio de repartición generacional
generó la emigración de los aymaras a los grandes y pequeños centros ur-
banos en búsqueda de mejores condiciones de vida.
La búsqueda de justicia y libertad provocará continuos levanta-
mientos aymaras y quechuas en contra de las injusticias y la agresión de los
sistemas republicanos, tanto del Perú como de Bolivia. La mística de estas
revueltas fue restablecer el Tawantinsuyo, dando lugar al nacimiento de or-
ganizaciones campesinas cuya reivindicación política, social y religiosa es-
tará basada, y reforzada, en el pensamiento de los grandes héroes aymaras
y quechuas del pasado16.
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 25
2. Valores culturales
3. La cosmovisión Aymara24
ner lo que necesita para sobrevivir no es fácil. Hay años de pocas lluvias,
de sequía, de mala cosecha, situaciones desafiantes que le llevan a interro-
garse constantemente: ¿A qué se debe esto? ¿Cómo es posible que a pesar
de tanto esfuerzo no haya buenas cosechas? Sin embargo, este pueblo nun-
ca ha sido fatalista, nunca se ha resignado ante realidades negativas y do-
lorosas. Por el contrario, ha buscado respuestas a todos los interrogantes y
las ha expresado en su cosmovisión.
Con una concepción peculiar del mundo y de la vida, también del
hombre, explican su situación y destacan su manera de ver y estar, así co-
mo su relación con los seres divinos y naturales25. De ahí que su cosmovi-
sión tenga sus fundamentos en la experiencia del universo como una tota-
lidad orgánica, donde todos los componentes están en relación mutua y en
armonía, donde nada es aislado. Allí el dar y el recibir -característica fun-
damental de la reciprocidad aymara- se extiende, más allá de las relaciones
humanas, alcanzando todos los elementos del universo: el hombre, la tie-
rra, los animales y toda la naturaleza. Por ello, mantener el equilibrio, den-
tro y entre los grandes y pequeños componentes de su universo, es funda-
mental. Un equilibrio que no es algo estático, inmóvil, ni un estado per-
manente de tranquilidad, sino algo dinámico, algo que existe en principio
y al mismo tiempo, debe ser buscado y realizado continuamente26.
Esa visión del universo como una totalidad formada de reciproci-
dad y dinamismo sufre considerables cambios por la influencia de la cos-
movisión europeo-cristiana de la conquista evangelizadora. Así, el aymara
moderno explica su cosmovisión clasificando el universo en tres espacios
o estadios: alax pacha27 (el mundo de arriba, el más allá, la sociedad extra-
humana), aka pacha (este mundo, la sociedad humana, la naturaleza) y
manqha pacha (el mundo de abajo, de la oscuridad). Intentaremos desa-
rrollar sucintamente estos tres espacios, teniendo en cuenta sus compo-
nentes, sus relaciones y el equilibrio dinámico que se exige entre ellos y el
hombre.
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 29
Este mundo (la tierra), el mundo que nos rodea, es el que recibe ma-
yor atención. El aymara, además de poseer una visión sobre lo trascenden-
tal, debe tener un adecuado conocimiento de su responsabilidad con el
medio geográfico que le rodea. Aka Pacha es sagrado, es generador de to-
do cuanto existe. La tierra es el espacio donde se realizan todas las activi-
dades del hombre. Tanto los seres humanos como los animales y las plan-
tas tienen y mantienen su vida gracias a los muchos beneficios que la na-
turaleza ofrece.
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Notas:
1 Abya-Yala es el término con que los indios cuna (Panamá) denominan al Continente Ame-
ricano en su totalidad. La elección de este nombre (que significa “tierra en plena madurez”)
fue sugerida por el líder aymara Takir Mamani, quien propone que todos los indígenas lo uti-
licen en sus documentos y declaraciones orales. “Llamar con un nombre extranjero nuestras
ciudades, pueblos y continentes, argumenta él, equivale a someter nuestra identidad a la vo-
luntad de nuestros invasores y a la de sus herederos”. La propuesta de Takir Mamani ha en-
contrado en varias partes una favorable acogida (OBANDO A. Segundo, Tradiciones de Ota-
valo, Quito, Abya-Yala, 1985, solapa).
2 LLANQUE CHANA, Domingo. La cultura aymara: desestructuración o afirmación de identi-
dad. Chucuito-Lima, IDEA-Tarea, 1990, p. 19.
3 Desde la década de los setenta, el interés por conocer la cultura aymara en todas sus dimen-
siones es evidente. Estas preocupaciones crearon iniciativas personales, jurídicas, eclesiales,
ecuménicas y no gubernamentales. Desde visiones diferentes de la cultura vienen recogiendo
y redactando las tradiciones del pasado y presente de este pueblo. Hoy, tanto en el Perú como
en Bolivia y Chile, existen bibliotecas, editoras y librerías que nos ofrecen un considerable
material que abre perspectivas para un estudio serio de los aymaras.
4 Cf. CHOQUE CANQUI, Roberto, “Historia”. En: BERG, Hans van den y SCHIFFERS, Nor-
bert (compiladores), La cosmovisión aymara, La Paz, UCB-Hisbol, 1992, p. 61.
5 Una buena y minuciosa descripción la encontramos en la tesis doctoral de E. JORDA. Ella es
considerada hasta ahora como la primera y más documentada reflexión teológica de la reli-
gión aymara (Cf. ALBO, Xavier. En: MARZAL, Manuel et al., Rostros indios de Dios. Los ame-
rindios cristianos, Quito, Abya-Yala, 1991, p. 202). JORDA ARIAS, Enrique, La cosmovisión ay-
mara en el diálogo de la fe. Teología del Titicaca (tesis doctoral no publicada), Lima, Facultad
de Teología Pontificia y Civil, 1981, T. 1, pp. 7-8.
6 Según datos recopilados por el P. Juan Gorski y presentados como subsidio en el COMLA V
(Belo Horizonte, Julio del 95), la población aymara, sólo en Bolivia era de 1.889.000 habitan-
tes (de varias fuentes). Según el último censo poblacional del Perú (1993), se estipula una po-
blación de 700.000 a 800.000 aymaras, y posiblemente en Chile sea alrededor de 300.000. Es-
tas cifras suman más o menos tres millones de aymaras, sin contar a todos los migrantes, que
muchas veces por razones de discriminación, prejuicio o desclasamiento niegan su propia
identidad.
7 LLANQUE CHANA, op. cit., p. 22.
8 Cf. CHOQUE CANQUI, op. cit., 1992, p. 64.
9 Cf. BARNADAS M, Josep. En: ALBO, X. y BARNADAS M., Josep, La cara india y campesina
de nuestra historia, La Paz, UNITAS-CIPCA, 1990, p. 40.
10 NTIPAMPA, Opresión y aculturación: la evangelización de los aymaras, La Paz, Hisbol, 1991,
p. 11. Intipampa, aymara y pastor metodista, presenta su obra cuestionadora y desafiante en
un estilo de ensayo teológico que parte de la agonía de Cristo en dirección al Calvario y la
agonía de los pueblos aymaras y quechuas en el proceso de la evangelización durante la Co-
lonia. Para él la evangelización fue un fracaso y sus consecuencias hasta hoy dificultan la va-
loración de la Buena Noticia. Así mismo, aborda con mucha franqueza el reverso del protes-
tantismo en el mundo aymara como un fenómeno de aculturación y división.
11 LLANQUE, op. cit. 1990, p. 29.
12 Una de las grandes figuras proféticas de la América colonial será Bartolomé de Las Casas. El
denuncia el genocidio y el comportamiento de los colonizadores cristianos en el nuevo mun-
do (Cf. BATAILLON, Marcel y SAINT-LU, Andre, El padre de las Casas y la defensa de los In-
dios, Madrid, SARPE, 1985).
“Los dominicos fueron los primeros representantes de la iglesia institucional en hacer apari-
ción y dejar sentir su influencia en la provincia de Chucuito, mientras que los jesuitas han de-
jado un profundo impacto en el pueblo de Juli; pero es la iglesia secular la que tuvo el impor-
tante papel de establecer y mantener durante siglos la comunidad eclesial de los Lupacas” (Cf.
MEIKLEJOHN, Norman, La Iglesia y los lupaqas de Chucuito durante la Colonia, Cuzco,
IDEA- Centro de estudios Rurales Andinos “Bartolomé de Las Casas”, 1988, p. 77). Esta obra
se destaca por ser un estudio minucioso del comportamiento y del papel que jugaron las ór-
denes religiosas y el clero secular durante la Colonia en el territorio de los aymaras lupaqas.
Especial interés se da a la Compañía de Jesús, por los intentos de aliviar la situación en el al-
tiplano, haciendo muchos esfuerzos para organizar a los aymaras en su propia lengua. Son
conocidos por la famosa reducción de Ch’allapampa en Juli. Fueron expulsados por la coro-
na, en 1767, de todas las Américas y con ellos desaparecieron los protectores de los indios.
13 “Descendiente de los incas por línea materna, pertenecía a la clase noble de los indios y nom-
brado cacique. El, viendo la esclavitud que sufría el pueblo indígena y no siendo tomado en
cuenta por los reclamos presentados ante las autoridades reales en Lima, da inicio a la revo-
lución el 4 de noviembre de 1780. Después de ser apresado y torturado, en mayo de 1781, fue
descuartizado en la plaza de Cuzco” (Cf. LLANQUE, op. cit., 1990, p. 31-32).
14 “Julián Apaza, natural de Sicasica. Sin tener ascendencia noble fue el primer representante del
pueblo aymara. Inicia el levantamiento el 13 de marzo de 1781 y muere descuartizado en la
Peñas el 13 de noviembre de 1781” (Cf. Ibid., pp. 33-34).
15 Cf. Ibid., p. 35; ver también JORDA, op. cit., 1980, p. 18.
16 Cf. KAPSOLI E., Wilfredo, Los movimientos campesinos en el Perú: 1879- 1965, Lima, Delva
Editores, 1977.
17 CLAVERIAS HUERSE, Ricardo, Cosmovisión y planificación en las comunidades andinas, Li-
ma, Dugrafis S.R.L., 1990, p. 16.
18 Cf. LLANQUE, op. cit., 1990, p. 45.
19 Cf. Ibid., 1990, p. 49.
20 Cf. ALBO, Xavier, Desafíos de la solidaridad aymara, Cuaderno de Investigación CIPCA 25, La
Paz, Alenkar Ltda., 1985, p. 8.
21 Cf. JORDA, op. cit., 1980, p. 21.
22 Una buena descripción de todos estos valores aymaras la encontramos en LLANQUE, op. cit.,
1990, pp. 43-68; JORDA, op. cit., 1980, pp. 21-26.
23 Cf. ALBO, op. cit., 1985, p. 14.
24 Para este ítem de cosmovisión, Cf. BERG, Hans van den, La tierra no da así nomás. Los ritos
agrícolas en la religión de los Aymara-cristianos. 2% Ed. La Paz-Cochabamba, Hisbol-UCB.
1990, pp. 157-189; LLANQUE CHANA, Domingo, Ritos y espiritualidad aymara, La Paz, Ed.
Gráficas, 1994, pp. 13-24; LLANQUE, op. cit., 1990, pp. 69-81; JORDA, Enrique, Visión ay-
mara del espacio. En: IDEA 19 (1985), pp. 56-74 (en nota del editor se informa que este artí-
culo es parte de la tesis doctoral del autor, op. cit.); OCHOA VILLANUEVA, Víctor, Cosmo-
visión aymara. En: IDEA 1 (1978), pp. 22-32; 2 (1978), pp. 25-39; 3 (1978), pp. 1-13.
25 Cf. POLAR, Obdulia y ARIAS, Andrés, Pueblo aymara: realidad vigente, Juli-Cuzco-Lima, Pre-
latura de Juli-IPA-Tarea, 1991, p. 117.
26 Cf. BERG, op. cit., 1990, p. 158.
27 PACHA significa todo espacio y tiempo vital. Cf. BERG, Hans van den, Diccionario religioso
aymara, Iquitos, CETA-IDEA, 1985, p. 141 y LLANQUE, op. cit., 1990, pp. 87-89.
28 Cf. OCHOA, Víctor, “Un Dios o muchos dioses”. En: IDEA, Boletín ocasional 29 (1976).
29 En el segundo capítulo trataremos específicamente de estos espíritus tutelares.
30 POLAR, L. y ARIAS, A., op. cit., 1991, pp. 117-118.
34 / Narciso Valencia Parisaca
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 35
Capítulo II
LA EXPERIENCIA RELIGIOSA AYMARA
b. El mito
40 / Narciso Valencia Parisaca
su sabiduría y vivencia milenarias. Los mitos no han surgido del azar, co-
mo simples confabulaciones para deleitar o refrescar la mente humana, ni
tampoco son inventados de la nada. Ellos tienen mucho que ver con la gé-
nesis, la historia, con la realidad de la vida del pueblo aymara, con sus en-
señanzas, con su espiritualidad y hasta con el desarrollo de la personalidad
aymara dentro del mundo.
En su sistema de valores básicos, el aymara se identifica con el pasa-
do. Las normas del pasado son el criterio de sus decisiones para el hoy y
para el mañana. Su pasado histórico se diluye en la tradición, y luego en el
pasado mitológico que le da garantía de vivir y celebrar. Por eso mismo, la
expresión de sus mitos no es una mera actividad religiosa; al contrario, es
una parte importante de las ceremonias bien elaboradas, celebradas en
tiempos y espacios sagrados.
dría tener ese carácter, pero vamos a hacerla desde la experiencia vivencial
de hombres y mujeres aymaras cuya vida familiar y comunitaria les lleva a
celebrar su religiosidad respetando el tiempo y espacio organizados desde
sus orígenes21.
Para evitar la exhaustividad, nos colocamos dentro de la estructura
general del ritual, cuya característica responde a la proyección en el mun-
do religioso del comportamiento social y cultural de los aymaras: el Ayni,
el principio general de reciprocidad y solidaridad, de ayuda o colaboración
mutua :
Introducción:
Permiso para entrar en contacto
El celebrante y su asistente saludan a toda la familia solicitando per-
miso para ocupar el altar y organizar las ofrendas:
Taqpachani, ¡lisiñsanakamanpi! = “con el permiso de todos uste-
des” (quitándose el Ch’ullo22 se dirigen al altar, lugar donde está ubicada
la ofrenda y donde presidirá el rito). Responden todos: ¡jumanacankiwa
Tata! = “adelante, es un honor tenerlo entre nosotros, maestro”. Se sienta
con la mirada hacia el este, hacia la salida del sol, toma en cuenta los ele-
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 51
mentos y comienza a organizar las ofrendas -para esto ya se tiene lista una
frazada extendida en el suelo, sobre la que se coloca el awayo23- de la si-
guiente manera: en el medio colocará la cruz; a los costados de ella vino,
incienso y llamp’u24 en sus respectivos recipientes; luego, a los márgenes
derecho e izquierdo, a una altura céntrica, una botella de alcohol en cada
lado; extenderá el papel blanco que generalmente es de 80 x 80 cm., sobre
el cual, en la parte superior y en la mitad, coloca una piedra plana y lisa25.
A los costados de ella los lloxis (conchas de mar), llenándolos con vino, y
debajo las flores. En la parte central irá acomodando los otros elementos:
los papeles dorados y plateados, los caramelos y confites, algunos ejempla-
res de los productos alimenticios y las miniaturas. Cerca de ellos extende-
rá una inkuña,26 donde se colocarán las hojas de coca. Durante este tiem-
po, los participantes van conversando y los responsables de la familia esta-
rán atentos a la posible falta de algún elemento.
En seguida ch’alla30 (asperja) con vino y alcohol por los cuatro es-
quinas del altar. Luego invoca a Dios con esta oración:
52 / Narciso Valencia Parisaca
Acto central:
Presentación de la solicitud
El celebrante prepara las ofrendas y su asistente distribuye porcio-
nes de coca a los participantes. Mientras ellos van preparando sus k’intus34
(ofrendas de coca), piensan sus intenciones: la producción de la chacra,
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 53
Compromiso de ayuda
El aymara, bajo esta profunda experiencia, siente haber entrado en intimi-
dad con ese Dios que acoge su ofrenda y le da plena confianza de conti-
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Intercambio
Diálogo ameno
El diálogo con los protectores y, de ellos, con Dios se realiza bajo una
actitud de respeto y de mucha intimidad.
Sólo el yatiri y su asistente se encargarán de consagrar la ofrenda a
la Pachamama en el Achachila más importante y cercano de la comuni-
dad37. Se dirigen con bastante cautela, intentando llegar antes de la media
noche. Ya allí en los primeros minutos del mes de agosto, encienden una
fogata y la bendicen con vino y alcohol, pronunciando los nombres de los
protectores de los cuatro puntos cardinales para que intercedan ante Dios
por la ofrenda que va a ser inmolada; la depositan en el fuego y van acom-
pañando la consumación de la misma con aspersiones de vino y alcohol.
El compartir de la coca
Ese diálogo es acompañado por el intercambio y el sabor de la coca.
Una vez seguros de su consumación, se sientan, comparten la coca y el al-
cohol, y van leyendo en las candentes cenizas la manera cómo Dios y los
protectores reciben las ofrendas.
Despedida
Reiteración de la solicitud y compromiso
Reiterar los agradecimientos por esos momentos gratuitos significa
renovar su compromiso con ese Dios milenario que les acompaña en cada
momento de sus vidas. Antes de los primeros rayos del sol, los ministros
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 55
El interés por el estudio de los ritos aymaras data desde los primeros tiem-
pos de la Colonia. Ellos, por un lado, son explicados con presupuestos pu-
ramente subjetivos: “brujería”, “idolatría”, “animismo”, “ignorancia de los
indios”, y, por otro, con categorías racionales y científicas: “reducir la an-
siedad originada por la tremenda agresividad del medio”. Este trato subje-
tivo-racional de las investigaciones los ha reducido a una mera práctica ri-
tual, despojándolos de su verdadero sentido y vivencia de experiencia reli-
giosa.
Por eso mismo, antes de interpretar el carácter simbólico que sub-
yace en el rito, brevemente, vamos a indicar las objetivaciones y repercu-
ciones en su práctica y celebración; para luego terminar señalando algunas
vías que ayuden a recuperar su sentido y devolverle, así, su verdadero sig-
nificado de experiencia religiosa.
Primero, se le denomina como “Mesa”: término que en sus prime-
ras aproximaciones es descrito como el conjunto de todos los recursos ri-
tuales que servirían para superar cualquier situación adversa de los ayma-
ras. Dentro de esta denominación los espíritus tutelares son presentados
como seres que exigen comidas llamadas “mesas”, para aplacar su hambre
y sed, del mismo modo que ellos lo hacen con sus oferentes. Estudios ac-
tuales tienden a superar tal percepción, partiendo de la relación recíproca
que existe entre el aymara y la naturaleza, especialmente de su implican-
ción en el ciclo productivo y en el tratamiento de las enfermedades ocasio-
nadas por los espíritus tutelares. “Mesa” pronunciado “misa” por el ayma-
ra, es la ofrenda por excelencia. Esta denominación no es para comparar-
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Notas:
1 Estos tres pachas fundamentales de la religiosidad de este pueblo serán releídas más tarde -por
la influencia cristiana- como las etapas de la manifestación histórica del Dios trinitario en el
mundo aymara. Así, cada etapa y en orden cronológico, correspoderá al evento salvífico y es-
catológico de una de las Personas trinitarias. (Cf. OCHOA, art. cit., 29, [1976])
2 Sobre estas tres etapas o edades, cf. HARRIS, Olivia y BOUYSSE-CASSAGNE, Thérèse, “Pa-
cha: en torno al pensamiento aymara”. En: ALBO (Org.), Raíces de América: El mundo Aymara,
Madrid, UNESCO - Alianza Editorial. 1988, pp. 217-281.
3 LLANQUE CHANA, op.cit., 1990, p. 84.
4 MESLIN, Michel, “Sobre los mitos”. En: BOTERO F. y ENDARA L. (recopiladores), Mito, rito,
símbolo. Lecturas antropológicas, Quito, IAA, 1994. p. 67.
5 Expresión que constantemente repite el aymara cuando se abandona a la voluntad de Dios. Cf.
LLANQUE, Op. cit., 1995, p. 31.
6 Cf. OCHOA, Víctor, “Génesis aymara. Mitos de creación”. En: IDEA, Boletín ocasional 47
(1977).
7 Esta manera de ser del aymara, una y muchas veces, suscitará reacciones peyorativas: “¡Son ter-
cos!, ¡brutos!, ¡no comprenden!, ¡saben que no es posible y siguen insistiendo en sembrar...!
Sin darse cuenta que en el espíritu profundo del aymara prima su compromiso de mantener
ese “paraíso de vida” que le fue donado por el Creador.
8 Esta respuesta aymara es el título de una de las famosas obras de Hans van den Berg (Op. cit.,
1990), antropólogo holandés establecido hace muchos años en Bolivia. Él hace una investiga-
ción profunda sobre los ritos de los aymaras cristianos ubicados en el Perú, Bolivia y Chile. Pa-
ra él, los ritos ocupan un lugar sumamente importante en la vida de los aymaras, son el nú-
cleo de su religión y de su cultura. Resalta el modo cómo el aymara ha ido integrando el cris-
tianismo en su propia religión, así como también la manera cómo se fue cristianizando el
mundo aymara. De este modo, la respuesta muestra la resistencia aymara y la necesidad de
concientizar las pretensiones mecánicas del fenómeno de la modernidad que van afectando a
este pueblo y a todos los pueblos originarios de Abya-Yala.
9 COMBLIN, José, Antropologia Cristå, Petrópolis, Vozes, 1985, p. 93.
10 Cf. JORDA, op. cit., 1981, p. 161.
11 OCHOA, Víctor, “Cosmovisión aymara” (2% parte). En: IDEA 2 (1978), pp. 31-32.
12 Cf. KELLY, David, “Aspectos antropológicos del rito aymara”. En: IDEA 5 (1979), p. 18.
13 ROJAS, Julio, “Religión aymara”. En: IDEA 38 (1991), p. 24.
14 Expresión propia de los aymaras durante las fiestas de la Asunción de la Virgen y la Inmacu-
lada Concepción (fuente oral).
15 Cf. KESSEL, Juan Van, Cuando arde el tiempo sagrado. La Paz, Hisbol.
op. cit.,1992, pp. 135-148. El autor aborda las relaciones que se dan entre la Virgen y la Pacha-
mama en el lenguaje diario de los aymaras y en los planteamientos de los investigadores. Por
otro lado, CACERES CHALCO, Efraín, “¿La Pachamama es la Virgen María?”. En: IDEA 16
(1984), pp. 36-45 especificará tajantemente los propósitos de la evangelización en sustituir la
Pachamama por la Virgen, y afirma que los autóctonos americanos en todo tiempo han ex-
presado su amor, su lealtad a la Pachamama.
16 Una buena descripción de los ritos la tenemos en LLANQUE, “Sacerdotes y médicos en la so-
ciedad aymara”, en VV.AA., Medicina Andina, La Paz, Hisbol, 1994, pp. 7-37; además del artí-
culo de MENDOZA, Santiago, en la misma obra.
17 Entre los aymaras existe la noción de que nadie puede desempeñar este cargo a no ser que ha-
ya sido elegido por Dios. La señal es haber sido fulminado por el rayo dos veces: la primera
descarga mata a la persona; la segunda, lo resucita destinándolo para cosas sagradas.
Existen también otras manera que capacitan a una persona para ser yatiri: los que nacen si-
multáneamente de un mismo vientre, los mellizos o ispa, así como aquellos que nacen de pie,
con más dedos de los que, por naturaleza, corresponde; y los que poseen ciertas marcas, de-
fectos y deformaciones son los más propicios para el desempeño de las técnicas del yatiri.
También existen yatiris capacitados como ayudantes de un yatiri mayor. Esto no sólo se apli-
ca a los varones, sino también a las mujeres, quienes en la época de la Colonia se constituye-
ron en defensoras eficaces de las tradiciones religiosas andinas.
18 La Wilancha es -en esencia- un sacrificio de sangre como homenaje, súplica y agradecimiento
dirigido a las divinidades, tanto autóctonas como cristianas (Cf. KESSEL, op. cit., 1992, p. 74).
19 El rito de la ofrenda a la Pachamama, que se celebra desde la víspera del 1o y durante todo el
mes de agosto, es una de las ceremonias más importantes del calendario litúrgico aymara. Su
origen se pierde en la oscuridad de los tiempos y subsiste plenamente en la actualidad, aun
cuando en su estructura y simbolismo se hayan introducido elementos occidentales, el eje
continúa siendo andino, de ofrenda a la Pachamama.
20 Las investigaciones recogidas hasta ahora sobre este rito se sitúan en todo el mundo andino
donde viven los aymaras y quechuas. Cf. MARZAL, Manuel, “La cristianización del indígena
peruano”. En: Allpanchis 1 (1969), pp. 89-138. También, en ese mismo número de Allpanchis,
se pueden ver: LIRA, Jorge, “El cambio de suerte”, pp. 29-41; DALLE, Luis, “El despacho”, pp.
139-154: MARZAL. “¿Puede un campesino ofrecer un “pago a la tierra?”. En: Allpanchis 3
(1971), pp. 116-128; AA.VV., “La fiesta en los andes” En: Allpanchis 7, (1974); ARANGUREN,
Angélica, “Las creencias y ritos religiosos de los pastores puneños” En: Allpanchis 8 (1975), pp.
103-132; JORDA. op. cit., 1981, p. 181; FERNANDEZ, op. cit., 1995.
21 Esta descripción tiene su referencia en la vida con mi familia y las comunidades del sector ay-
mara de la provincia de Huancané (Puno), PERU, durante los años 1970-1980. (Fuente oral).
22 Prenda que cubre la cabeza para protegerla del frio, tejida de lana de alpaca o lana sintética.
Sobresale por sus colores vistosos.
23 Tejido multicolor que se usa frecuentemente en ceremonias religiosas.
24 Grasa extraída del pecho de la llama (camélido americano). Forma parte de ciertas ofrendas
rituales.
25 Simboliza al Taypi qala = piedra central. Evoca al tiempo, lugar, principio y fin de la experien-
cia religiosa.
26 Tejido pequeño de forma cuadrangular que se extiende sobre el awayu para preparar la ofren-
da.
27 Estos son los “achachilas” más conocidos por los aymaras de este sector. Pokopaca y Santa Bár-
bara, pertenecen al lugar; Chunkara, es el del distrito vecino de Vilquechico; Palomani; está si-
tuado en el distrito de Cojata, frontera entre el Perú y Bolivia; Illimani, en la Paz, Bolivia y el
Ausangate, en el Cuzco.
28 Otra manera de designar al espíritu del hogar.
29 Todas las oraciones son traducidas del aymara al castellano. Provienen de una fuente oral, pe-
ro por su sentido y valor simbólico algunas expresiones son mantenidas en aymara.
30 “Aspersión”. En muchas oportunidades los aymaras realizan la ceremonia llamada ch’alla.
Consiste en derramar un poco del alcohol que se va tomar, sobre el suelo en honor de la Pa-
chamama; o en asperjear alcohol sobre los implementos que se usan en los ritos o sobre el ani-
mal que va a ser sacrificado. También se realiza la ch’alla de las chacras por motivo de la siem-
bra o en algún momento en el período del crecimiento de las plantas.
31 Forma cariñosa y muy familiar de dirigirse a Dios.
32 Invocan los nombres de los santos patronos de la comunidad o del pueblo. Santiago apóstol
es uno de los santos más solicitados y respetados en la religiosidad aymara. Se le reconoce co-
mo el Señor del rayo, especialmente invocado en los ritos de la construcción de casas, agríco-
las y ganaderos. Se invoca la forma como la fe católica asume el misterio de la resurrección de
Cristo (Señor de la Exaltación) o de la manera como los aymaras nominan a la imagen de
Cristo crucificado situada en los Achachilas (“Tatitu Mamani” es la imagen de Cristo en la
cruz, venerado en el Achachila principal del lugar) y de las maneras o atributos que la Virgen
María goza (mamita del Rosario, patrona del lugar; Copacabana, evocando el santuario ayma-
ra).
33 Cf. LLANQUE, op. cit., 1995, p. 51. El autor observa: “Los ritos de perdón son muy comunes
y populares entre los aymaras y se practican tanto en el inicio de todo acto ritual como tam-
bién durante la realización del mismo”. Así, el aymara será exigente con la celebración de este
rito cuando constata que la unidad de la familia o de la comunidad está siendo afectada por el
mal comportamiento o el pecado de algún o algunos miembros.
34 Conjunto de tres hojas de coca perfectas.
35 Estas miniaturas metálicas son representaciones de los astros, elementos del mundo animal,
natural, mineral e imágenes de santos y santas.
36 Así como la complementación varón-mujer es un principio del bienestar de la familia y la co-
munidad, en el rito esta unidad es de suma importancia, tanto en los participantes como en la
organización de los elementos simbólicos.
37 En este caso fue en el Apu Pokopaca.
62 / Narciso Valencia Parisaca
38 Sobre este punto Llanque aclara: “en el caso del proceso ritual aymara, la base principal es el
sacrificio denominado ‘misa’, lo cual no debe ser confundido con la misa del culto o liturgia
Católica”; Cf. Op. cit., 1995, p. 44.
Por otro lado, no se descarta la idea de que esta manera de denominar la ofrenda principal del
rito aymara, sea una analogía con la ofrenda central de la celebración eucarística, cuyo espa-
cio ritual, el altar, denomina también el espacio donde el aymara sacrifica sus ofrendas. Mesa
traduce aquel espacio ritual llamado Taypi qala = piedra central (ver infra. Cap. II: 1 La expe-
riencia religiosa...) que el aymara conserva hasta hoy. También es el lugar reservado exclusiva-
mente para el ministro, desde donde preside la ceremonia.
39 La mayoría de las investigaciones lo denominan así, Cf. MARZAL, a.c.; LIRA, a.c.; DALLE, a.c.;
JORDA, op. cit.; véase también JUDD, Esteban, “Preparación de la tierra y ritos de la siembra”.
En: IDEA 13 (1983), pp. 37- 38; CUTIPA, L. Juan de Dios, “Cosmovisión del hombre andino”.
En: IDEA 37 (1991), p. 13.
40 Cf. LLanque, op. cit., 1995; Berg, op. cit., 1989 y Fernández, op. cit., 1995. Ellos, al describir to-
dos los ritos de los ciclos vitales en caso del primero, agrícolas en el segundo y las mesas en el
tercero, observan que la ofrenda es la parte primordial en cada uno de ellos.
41 BERG, Hans Van Den, Diccionario religioso aymara, Iquitos-Puno, CETA- IDEA, 1985, pp. 9-8.
42 CF. DALLE, Luis, art. cit., (1969).
43 Cf. MARZAL, art. cit., (1971).
44 Cf. BERG, Op. cit., 1992, p. 306.
45 Cf. MARZAL M., Manuel, La transformación religiosa peruana, Lima, PUC, fondo editorial,
1983, p. 236.
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 63
64 / Narciso Valencia Parisaca
Capítulo III
LA EXPERIENCIA DE DIOS DE
LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA
FE CRISTIANA
“En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra dijo: ‘Yo te bendigo Pa-
dre, Señor del cielo y la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inte-
ligentes y se las has revelado a los pequeños. Si, Padre, pues tal ha sido tu be-
neplácito” (Mt. 11,25-26).
Muchas veces se nos hace difícil y problemático aceptar que los pe-
queños, es decir, los excluidos y despreciados como ignorantes -en el sen-
tido peyorativo-, hablen de Dios. Por eso, se les opone a los “sabios e inte-
ligentes”. Sin embargo, los mismos pobres, hambrientos y miserables (Lc.
6, 21-23), pecadores y enfermos -y por eso despreciados- (Mt. 9, 12, 13),
las ovejas sin pastor (Mt. 9, 36), por quienes Jesús agradece y alaba al Pa-
dre, reflexionan su vivencia religiosa como experiencia de Dios. Especial-
mente, de ese Dios que se revela, que se autocomunica actuando, transfor-
mando la vida y la historia.
Profundizando, ser cristiano adulto, coherente y fiel significa, pues,
reconocer a Dios en los rostros sufrientes, y al mismo tiempo llenos de es-
peranza, de los pobres y marginados. Porque el mismo Hijo de Dios, naci-
do pobre, que corre la misma suerte de los pobres y que nos mostró la pre-
dilección del Padre por sus “pequeños”, nos revela su presencia, real y ver-
dadera, en todo pobre. “Y el que recibe a un niño como éste en mi nom-
bre, a mí me recibe” (Mt. 18,5). O de la forma más clara y radical, en el pa-
saje del Juicio final (Mt. 25, 31-46). En definitiva, el criterio último de sal-
vación es el amor concreto a los pobres.
La Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
(Puebla 79), desde su compromiso profundo con la realidad de los pueblos
de Abya-Yala, nos llama a reconocer los rostros sufrientes de Jesucristo que
una vez más cuestionan e interpelan:
“Rostros de niños golpeados por la pobreza desde antes de nacer, obs-
taculizándose así sus posibilidades de realización. Rostros de indígenas y
afroamericanos que viviendo marginados pueden ser considerados los más
pobres entre los pobres. Rostros de campesinos que viven refugiados y en si-
tuaciones de dependencia interna y externa. Rostros de obreros con frecuen-
cia mal retribuidos, con dificultad para organizarse y defender sus derechos.
76 / Narciso Valencia Parisaca
jor nuestra vida, nuestra historia, nuestra existencia; a la vez, ésta permite
que la revelación se torne realidad viva, nueva, siempre reinterpretada”22.
2. De la clandestinidad a la luz
me envió a mí, así yo los envío a ustedes’. Dicho esto, sopló sobre ellos: ‘Reci-
ban el Espíritu Santo, a quienes ustedes perdonen, queden perdonados, y a
quienes no libren de sus pecados, queden atados” (Jn. 20, 19-23).
otras falsas, sino cómo la verdad de esa revelación puede ayudar a la de las
otras revelaciones. La revelación cristiana es una llave hermenéutica de in-
terpretación de las otras revelaciones.
“Las tierras de todas las religiones están atravesadas por manantiales
de agua pura de revelación del único y verdadero Dios, que llamó a todos los
pueblos a la salvación. La revelación cristiana proporciona el mapa de tales
manantiales. con él se puede descubrir mejor donde corren tales aguas, en qué
dirección van, que obstáculos existen que las impiden fluir. Con él se pueden
dirigir con facilidad las aguas de la revelación cristiana para los mismos ma-
nantiales, haciéndolos más abundantes”57.
“El pueblo que habitaba en las tinieblas ha visto una gran luz; a los
que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido”
(Is. 9, 2s).
Los pachas -kairoi- de este pueblo, iluminados por el mensaje de la
buena nueva, nos llevan a percibir que su religiosidad no es mera manifes-
tación cultural, sino auténtica celebración de la automanifestación del
Dios que se revela a toda la humanidad. En ese sentido, esta última parte
intentará explicarnos cómo el rito de la ofrenda se constituye en una cele-
bración de la vida, celebración de la liberación del pueblo aymara en y so-
bre la tierra. De ahí, que ellos clamen no sólo por salir de la clandestini-
dad, sino también por romper las cadenas que aún los mantiene en las ti-
nieblas del cautiverio, impuestas por la opresión desde hace mas de cinco
siglos.
Los aymaras, al igual que todos los pueblo originarios de Abya-Ya-
la, levantan su voz de protesta en contra de los sistemas colonizadores, no
sólo porque los han mantenido en el silencio y en la clandestinidad, sino,
sobre todo, porque estos sistemas han ido creando paulatinamente en la
historia regímenes totalitarios, violentos y represivos que hasta el día de
hoy mantienen a muchos pueblos en la cautividad. Pero al mismo tiempo,
comprobamos que este cautiverio no los reduce a la nada, sino que cons-
94 / Narciso Valencia Parisaca
Los Ritos. Son las formas externas del encuentro con Dios, institui-
das comunitariamente y en cuya manifestación simbólica está la base y el
esfuerzo de responder a la experiencia vivida, tanto en las religiones no
cristianas de la antigüedad como también, de manera amplia, en el Anti-
guo Testamento.
98 / Narciso Valencia Parisaca
brar y cantar sus alabanzas. “¡Oh Señor, nuestro Dios, qué glorioso es tu
Nombre por toda la tierra!” (Sal. 8,2).
florezca y tenga vida, les decimos con las palabras de nuestro arzobispo del
Cusco, Luis Vallejos: ‘Quisiéramos animar tu esperanza, decirte que ames tu
tierra, que ames tu cultura, tu canto y tu lenguaje, tu estilo, tu familia y tu
paisaje. Que junto a otros campesinos te organices, porque es solamente la
unidad lo que hace la fuerza. Que tarde o temprano tú o tus hijos poseerán la
tierra entera, porque Dios mismo la entregó como regalo y tarea para todos’
(Carta Pastoral 31. 1. 82, n 10 ‘a los campesinos’)”80.
poder de Dios. Es ser Creador junto con Él. Pero, no obstante, sabe que es-
te trabajo realizado con esfuerzo y dolor se debe al pecado del hombre y
que la misma tierra fue maldita por causa del mal comportamiento de la
humanidad: “Maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el
alimento todos los días de tu vida. Con el sudor de tu rostro comerás el
pan” (Gén. 3,17-19).
Si los frutos de la tierra, los elementos de la naturaleza y la humani-
dad se reproducen y dan vida, son signo de la presencia actuante de este
Dios que se va manifestando allí donde la vida nace y se desenvuelve. Dios
es principio de vida. Él, desde el origen de la Creación, por medio de su Es-
píritu, da aliento a todos y a todo lo que vive. “Y así fue. Vio Dios que to-
do cuanto había hecho era bueno” (Gén. 1, 31a).
El aymara no tiene la menor duda frente a este misterio, porque su
vida depende de la vida y del alimento que da la tierra, con la que mantie-
ne lazos de íntima relación. De ahí, que todas sus celebraciones rituales tie-
nen como objetivo fundamental agradecer a Dios su manifestación gratui-
ta en la vida, la historia y la tierra de este pueblo. En ellas, la ofrenda se
constituye como el elemento simbólico más importante e imprescindible,
pues, a través de ella, se agradece y ofrece los dones recibidos de Dios.
En este sentido, el rito de la ofrenda a la tierra, siendo una de las
grandes ceremonias del calendario litúrgico aymara, responde fundamen-
talmente a ese carácter de reciprocidad y equilibrio para con Dios. Se agra-
dece a Dios “por, con y en la madre tierra” por el don gratuito de la vida,
ofreciéndole los frutos que nacen de ella: “Nadie se presentará delante de
mí con las manos vacías” (Ex. 23, 15b); “llevarás a la casa de Yahvé, tu Dios,
las mejores primicias de tu suelo” (Ex. 23, 19a).
Así, la vida del hombre depende de la vida de la tierra y viceversa. Se
va a ofrecer también aquello que la tierra necesita para continuar fecunda
y generosa. Porque ellos saben que en los pequeños frutos de la tierra tra-
bajada por los hombres y mujeres, Dios se hace presente como el Dios de
la vida y permanece de forma muy particular entre ellos.
“Precisamente en esos pequeños y humildes frutos -y no en otros, co-
mo podrían ser oro o plata- Dios se hace presente simbólicamente. Dios opta
por reasumir toda la grandiosa naturaleza, obra de sus manos (Gn. 1-2), a
106 / Narciso Valencia Parisaca
El rito -memoria sencilla y profunda del Dios vivo que actúa en fa-
vor de su pueblo- es la síntesis simbólica y narrativa de todos los hechos
históricos de la manifestación del Dios Dador y Defensor de la vida. Los
elementos que se preparan, para después constituir la ofrenda agradable,
simbolizan aquello por lo que el aymara lucha a diario para sobrevivir: la
tierra, la naturaleza, el alimento, la casa, la salud, el trabajo, la dignidad,
etc.
Para el pueblo de la Biblia, así como para el pueblo aymara, la lucha
por la vida se define en la lucha por la tierra. Ella, como don de Dios y ele-
mento vital, es el lugar donde ellos viven su fe, su alegría y su unidad. La
tierra es objeto de amor, de poesía y de admiración. Conviven con la tierra
como se convive con alguien. Cada árbol, cada río, cada cerro o planicie es-
tan presentes en la memoria del pueblo y ligados a los sentimientos histó-
ricos y a su fe en Dios.
La tierra, dentro del conjunto de elementos que forman la comuni-
dad indígena, es vida, lugar sagrado, centro integrador de la comunidad.
En ella se sienten en comunión con sus antepasados y en armonía con
Dios. Por eso mismo, su tierra, forma parte sustancial de la experiencia re-
ligiosa y de su propio proyecto histórico”90. Con todo, ella es arrebatada
arbitrariamente y explotada como objeto de comercialización y consumo,
dejando a sus hijos sin nada, empobrecidos, excluidos, viviendo continua-
mente en el exilio y como extranjeros en su propia tierra.
Pero Dios muestra su poder sobre la muerte dándonos la plena li-
bertad de escoger la vida. Él mismo, por su infinito amor, nos exige elegir
el camino de la vida como el único acceso y manera de contemplar su pre-
sencia en toda la creación y la historia (Dt. 30,15-20). Es así que se reafir-
ma definitivamente como el Dios de la vida, al manifestarse plenamente en
la humanidad, por medio de la Encarnación, Muerte y Resurrección de su
Hijo. Por eso la vida humana es don gratuito de Dios y fruto del Espíritu,
que nos muestra el camino por donde se llega a la plena realización de lo
humano.
108 / Narciso Valencia Parisaca
Notas:
58 Cf. LIBANIO, J. B. y MURAD, Afonso, Introduçåo à Teologia. Perfil, enfoques, tarefas. Såo Pau-
lo, Loyola, 1996, pp. 33-34.
59 LIBANIO, Op. cit. 1995, p. 174.
60 En el rito de la ofrenda a la Pachamama, subyacen de manera implícita los mitos de la crea-
ción y del caminar histórico del pueblo aymara.
61 Cf. COMBLIN, José, Antropología cristå, Petrópolis, Vozes, 1985, p. 93.
62 Cf. OCHOA, art. cit. 1976.
63 Cf. OCHOA, “Un Dios o muchos dioses”, art. cit., 1976.
64 Gutierrez, Gustavo, “Lenguaje teológico: plenitud del silencio”. En: CISNEROS V., Luis Jaime y
GUTIERREZ, Gustavo, Teología: acontecimiento, silencio, lenguaje, Lima, CEP, 1996, p. 38.
65 CNBB/CIMI, Para uma evangelizaçåo a partir dos povos indígenas, Documento de Bogotá.
Brasilia/DF, Fórmula gráfica e Editora Ltda, 1986, pp. 10- 11.
66 Cf. Cap. II, Descripción del rito. Esta actitud simbólica es fundamental en los ritos aymaras.
Por ella dan a conocer su participación y su comunión con el Dios que se revela en todos los
tiempos y espacios del universo.
67 Cf. COMBLIN, Op. cit., 1985, pp. 156-157.
68 Afirma Codina, citando a COX, H., Las fiestas de locos, cf. en CODINA, Víctor, “A fé do povo
pobre. En: PT 27 (1995), p. 184.
69 IRARRAZAVAL, op. cit., 1993, p. 39.
70 Cf. CODINA, Víctor, Teologia simbólica da terra, Goiånia, CPT, 1995, p. 27.
71 LLANQUE, Op. cit., 1995, p. 28.
72 Cf. LOPEZ, Juan Fernando, Pobres Sacramentos!? Os sacramentos no dinamismo do seguimen-
to de Jesús presente no pobre, Såo Paulo, Paulinas, 1995, p. 72.
73 Cf.Ibid.
74 Para una mejor comprensión de la tierra como el lugar de la manifestación gratuita de
Dios, Cf. SOUZA, Marcelo de Barros y CARAVIAS, José L., Teología da terra, Petrópolis,
Vozes, 1988.
75 CODINA, Víctor, op. cit., 1995, p. 13.
76 Cf. VAN Kessel, Juan, “El pago a la tierra porque el desarrollo lo exige”. En: ALLPANCHIS 40
(1992), pp. 201-217.
77 Cf.Idem., p. 38.
78 CODINA, Op. Cit., 1995, p. 33.
79 “La tierra, don de Dios, derecho del pueblo”. En: LA SEÑAL DE CADA MOMENTO. Docu-
mentos de los obispos del Sur Andino (1969-1994), (Selección y presentación: Andrés Ga-
llego), Cusco/Lima, IPA/CEP, 1994, p. 222.
80 Idem., p. 242.
81 Cf. FORTE, Bruno, A Trindade como história. Ensaio sobre o Deus criståo, Såo Paulo, Paulinas,
1987, p, 5.
82 Cf. LLANQUE, Op. cit., 1995, p. 29.
83 Cf. IRARRAZAVAL, Diego, Tradición y porvenir andino, Chucuito-Lima, IDEA-Tarea, 1992,
p. 40.
84 Cf. DSD 171.
85 LOPEZ, Juan Fernando, Pobres Sacramentos!? Os sacramentos no dinamismo do seguimento de
Jesus presente no pobre. Såo Paulo, 1995, p. 72.
86 Cf. CODINA, Op. cit., 1995, p. 15.
La Pachamama: Revelación del Dios creador / 115
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122 / Narciso Valencia Parisaca
2. Bibliografía ampliada
124 / Narciso Valencia Parisaca
Obras que tratan del mundo andino y amerindio. Incluyen a los Aymaras
en relación a ritos, costumbres, valores y religiosidad.
3. Bibliografía complementaria
Obras que proceden más del area de la teología sistemática y de nivel in-
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la experiencia Aymara desde la perspectiva de la inculturación y el diálogo inte-
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4.Documentación eclesial.
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1991 Redemptoris Missio do Sumo Pontífice Joåo Paulo II. Sobre a Validade
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128 / Narciso Valencia Parisaca
GLOSARIO