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La conquista del príncipe

LIBRO 2

MELISSA HALL
"Me incliné ante un hombre que
no amé, y acabé perdiendo la corona
que heredé de mis antepasados."
—Leonora II de Aragón, reina de España.
© Melissa Hall, 2020
© Ediciones M e l, s.l., 2020
Primera edición: octubre de 2020
«Esta novela es una obra de ficción. Cualquier alusión a hechos históricos,
personas o lugares reales es ficticia. Nombres, personajes, lugares y
acontecimientos son producto de la imaginación de la autora y cualquier
parecido con episodios, lugares o personas vivas o muertas es mera
coincidencia.»
Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o
parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de
ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por
fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del .»
PARTE 1/2
Prólogo

Kenneth De España
Ignoré las voces que se escuchaban al otro lado de la habitación. Hice el
esfuerzo de arrastrar el brazo por la enorme mesa donde estuve durmiendo un
par de días. Mis dedos tocaron la botella de cristal y, cuando pensé que
volvería a pegar mis labios en el frasco de ginebra, la puerta se abrió. Adiós
intimidad. Se acabó la hora del desayuno. Ni siquiera el despiadado sonido de
unas botas acercándose al comedor de la habitación de hotel, consiguieron
que me moviera de allí. Solté una carcajada y seguí con los intentos de
alcanzar la botella de alcohol. Se me había secado la garganta, los malos
recuerdos golpeaban en mi subconsciente y yo seguía luchando por dar el
último trago. Y mi corazón se rompió al ver unos dedos intrusos rodeando mi
antiséptico. Lo alzó de la mesa sin ni siquiera mirarme a los ojos y lo lanzó al
otro lado. Inmediatamente, una lluvia de cristales cubrió la moqueta.
—Levantar a mi hijo. Tiene que darse una ducha —fue su primera orden.
Después de tres meses, había conseguido encontrarme. Seguramente el señor
Bäker, se cansó de que el príncipe gorrón que se había instalado en uno de
sus hoteles de lujo, montara escándalos cada noche; daba una mala imagen y
más si estaba ebrio. Consiguió quedar detrás de mi cuerpo, y acarició mi
cabello. En un intento de apartar su mano de mi cabeza, giré tan bruscamente,
que caí al suelo. Al abrir los ojos, me encontré con esa mirada desesperada
que me dedicaba cada vez que huía de su lado. Ella intentó bajar su cuerpo
para reunirse con el mío, y se lo impedí—. Está bien, Kenneth. Tú ganas—.
No, eso no era cierto. Acomodó su cabello rubio detrás de una de sus
pequeñas orejas y le pidió a Mario que se acercara—. Cuando terminéis del
baño, el peluquero estará esperando fuera para cortarle el cabello y afeitarle.
Su escolta personal respondió:
—Sí, majestad.
—Mario —lo detuvo, antes de que pasara sus brazos por debajo de los
míos—. Ten cuidado con él. El alcohol no solo lo ciega y olvida lo que
realmente está pasando, —avanzó hasta mí, sin recordar que no quería verla
—, también desatiende sus obligaciones.
Una extraña carcajada salió de mi boca. ¿Obligaciones? Al morir Leopold,
la única que tenía compromisos con el país, era ella. Yo no era rey. Y sí, me
convertí en el príncipe heredero, pero pagando un alto precio. Perdí a la única
persona que me hacía más humano y misericordioso. Sin mi hermano a mi
lado era una persona ambiciosa, cruel y malévola. Antes de volver a palacio
para reclamar la corona, tomé la decisión de alejarme de mi hogar y
amordazar los remordimientos en el brandy más caro que pudiera conseguir.
—No me vuelvas a tocar —se escuchó mi voz ronca. Ambos se miraron.
Realmente no sabían a quién iba dirigido el aviso; pero era a ambos a quien
les dictaminé que se alejaran de mí—. Me he acostumbrado a tener la barba
larga, el cabello revuelto y ese olor a sudor mezclado con alcohol que
últimamente desprende mi cuerpo —reí, y conseguí alzarme sin ayuda de
nadie. Acomodé las manos al borde de la mesa y tiré hasta quedar de pie—.
Has perdido tu tiempo, mamá. Mi decisión es quedarme aquí —visualicé un
vaso de chupito que estaba lleno. Al capturarlo, alcé el brazo orgulloso—.
Seguiré bebiendo hasta que muera.
Me supo a gloria bendita el último trago que estaba en mi poder. Más
tarde, me encargaría de llamar al servicio para que me subieran un par de
cajas más de Bombay Amber. Ella no se lo tomó bien, y menos cuando
golpeé la mesa con los puños celebrando mi independencia a la corona.
Aferró los dedos alrededor de mi muñeca y me obligó a mirarla.
—No perderé otro hijo más. ¿Lo has entendido, Kenneth?
Volví a reír.
—¡Ah! Pero, ¿te dolió perder a Leopold? —Me deshice del diminuto tubo
de cristal. Acomodé mi mano sobre la suya y noté como se estremeció al
contacto de mi piel. Ni siquiera comprendí la sonrisa de satisfacción que se
mostró en su rostro. Y, todavía menos, la necesidad de acariciar mi figura
mientras que cerraba los ojos. Escuchó mi voz, y no le importó que estuviera
acusándola del delito que cometió—. No voy a regresar contigo. Y si quieres
matarme por ser desleal al trono, yo mismo te ofrezco mi vida a cambio de
unas horas de soledad.
—No —susurró ella—. ¡No! No sabes lo qué estás diciendo. Estás ebrio.
Mi amor, mírame, por favor —dijo, dejando su mano detrás de mi cuello y
arrastrándome hasta su rostro—. Leopold querría lo mismo que yo. Tienes
que volver a tu hogar. A cumplir con tus obligaciones de príncipe antes de
que te conviertas en rey. Cariño, mamá te ama y daría la vida por ti. Por
favor, Kenneth, escúchame cuando te hable.
No conseguiría manipularme de nuevo. Eso se acabó. Ya no era un niño.
Su voz suplicante, sus promesas o el amor que intentaba darme no era
suficiente para que volviera detrás de sus calculados pasos. Intenté retroceder,
pero me golpeé con la mesa, quedando sentado y dándole la oportunidad de
que estuviera más cerca de mi sereno rostro. Enredó los dedos en mi cabello,
y presionó los labios sobre mi frente. No sirvió de nada apartarla de mi lado.
Ella seguía allí. Ansiosa por rodearme con sus brazos y con la esperanza de
que su cuerpo arropara el mío.
—Suéltame, mamá —le pedí.
En los últimos días no le di importancia a las prendas de ropa. Así que era
capaz de salir desnudo de la habitación o con la camisa abierta. Y en ese
momento la llevaba puesta. Lo sabía porque sus cálidas manos se posaron en
mi pecho y siguieron bajando hasta que conseguí tomar el control de nuevo
de sus actos impuros.
—¿Tu rabieta de niño pequeño es por una mujer? —Mostró su verdadero
rostro; una mujer celosa e inestable. Su actitud no era justificada y todo el
mundo miraba a otro lado para no llevarle la contraria a la reina de España—.
Nuestra querida Thara —dijo exasperada—, ha estado muy ocupada con tu
amigo el francés. Mario se encargó de seguirla y me mostró estas fotografías
—chasqueó los dedos. Mario asintió con la cabeza, y del interior de su
americana negra, sacó un sobre del tamaño de un folio. Se lo tendió, y ésta se
encargó de sacar las láminas cromadas. Sacudí la cabeza. Me negaba a caer
en otra de sus mentiras—. Échale un vistazo. No te estoy mintiendo, cariño.
Esa mujer se ha aprovechado de ti. Y, cuando encontró la oportunidad de
alejarse de la clase media, la muerte de Leopold le paró los pies.
—Thara no quería riquezas —gruñí—. ¿Quieres saber por qué lo sé?
Porque se conformó con el poco amor que llegué a expresar, mamá. Y tú, te
has encargado de alejarla de mi lado. No soy estúpido. Hiciste daño a
Amanda. Conseguiste que ese miserable y ambicioso jeque viniera a España
para reclamar a Khadija. Y su venganza por el adulterio, fue la muerte de mi
hermano y de la mujer que amaba. No entiendo cómo consigues dormir por
las noches. Tus pecados deberían haber conseguido que perdieras la cabeza.
Pero no. Te han hecho más fuerte —sentí deshonra al verla sonreír—.
¿Pretendes que cambie de idea al ver un montaje?
Su risa me heló la sangre.
—Mi vida —dijo con una voz melosa, acercándose a mi oído—, no seas
ingenuo. Compruébalo tú mismo, y te darás cuenta que no es un montaje —
sus ojos chispearon ante la satisfacción que sintió al verme sostener el sobre
que me tendía Mario. Lo abrí y en el interior se encontraban las fotografías
que nombraron desde un principio—. También hemos conseguido la copia
del contrato de compra del piso que ha adquirido Philippe Bouilloux-Lafont
en el barrio de Salamanca.
En las instantáneas se reflejaba la imagen de Philippe y Thara saliendo de
un bloque de pisos. A veces, cambiaban el escenario por una cafetería donde
observé como mi amigo de la infancia rodeaba los hombros de ella y se
acercaba afectuosamente. Dejé de observar las imágenes, y rebusqué en el
interior de la envoltura hasta alcanzar el teléfono móvil personal de mi
madre.
—La hija de Amanda estuvo enviándome mensajes.
Y tenía razón. Las pocas palabras que leí eran de Thara suplicando por
volver a palacio, aprovechando mi ausencia y exigiendo una subida salarial.
No quería creer en la información que estaba en mi poder. Pero, conociendo
los sentimientos de Philippe hacia la mujer que llegó a seducirnos, todo podía
ser posible.
—Ahora con más motivos no quiero volver a palacio.
—Mario, da la orden de que salgan todos fuera de la habitación. Quiero
hablar a solas con mi hijo —y así hizo su hombre de confianza. En un par de
minutos, todos los hombres que la escoltaron hasta el hotel, desparecieron—.
Kenneth, mi vida, no puedes creer que estás enamorado de esa mujer. Porque
no es así. Ni siquiera conoces ese sentimiento. Aún no. Y, cuando creas que
estás enamorado de verdad, serás capaz de dejarlo todo, incluso a la mujer
que llegues a desear, por el trono que te pertenece. Eres Kenneth de España.
Futuro rey de nuestro país. ¿Lo entiendes?
Eché hacia atrás la cabeza.
Ella suspiró por ambos.
—¿Cuándo te darás cuenta de que haría cualquier cosa por ti? Vivo por ti.
Respiro por ti —bajó mi rostro, y llegó alcanzarme con sus labios—. Te amo,
cariño. Y, si tengo que renunciar al trono para que tú lo ocupes, lo haré —
recitó las mismas palabras durante veinte años seguidos—. Quiero que
conozcas a alguien —su voz sonó triste y desolada. Del sobre sacó la
fotografía de una mujer de cabello largo y rubio. Sus ojos eran grandes,
expresivos y de largas pestañas claras. Las cejas de la joven eran finas y
perfectas por el tono de su piel. Era extranjera—. Tu prometida. Ariette de
Bélgica. La hija pequeña del Rey Gilles II de Bélgica.
—¿Tengo que casarme con ella?
—Si quieres ser rey, sí.
Thara parecía feliz junto a Philippe; él refugió a su familia en Francia, y
mientras tanto cuidaba de ella en Madrid. Y si por alguna razón nosotros
hubiéramos estado juntos, ella habría sido infeliz a mi lado.
Recordé las sabias palabras de mi hermano; para que el pueblo te ame,
ama el pueblo como ellos te amarán a ti. Y si la única forma de cambiar las
reglas que dictaminó mi madre era convirtiéndome en rey, lo haría. Es lo que
hubiera querido Leopold. Es lo que necesitaba para vivir.
—Voy a darme una ducha —anuncié, liberándome de la camisa blanca.
Solo esperaba no cruzarme con Thara en la Zarzuela, porque el único
sentimiento que la obligaría a olvidarse de mí, sería el odio.
1

TharaVillena
Desperté una vez más con la canción "La vie en rose" [1] sonando de
fondo. Di unas cuantas vueltas por la cama y, una vez que terminé de
bostezar, acomodé los pies en el suelo. Alguien se encargó de abrir la puerta
de la habitación. Me cubrí con la bata que dejé sobre el pequeño escritorio
que había enfrente de la ventana, y salí en busca del dueño del apartamento.
Cuando la voz del hombre se silenció, di los buenos días con una sonrisa.
Ocupé el taburete de al lado y miré el periódico que estaba leyendo.
—¿Quién es Ariette de Bélgica? —Antes de obtener una respuesta,
agradecí a Cécile que me sirviera un par de tostadas cubiertas con
mantequilla vegetal y mermelada de frambuesa—. Es una princesa, lo sé.
Pero los demás monarcas marcharon cuando terminó el funeral de Leopold.
Ella, a diferencia de los demás, sigue en Madrid. La prensa rosa no deja de
hablar de ella todo el día. Han olvidado las tragedias que nos marcan
mundialmente para hablar sobre los paseos que da la joven.
Philippe dobló el periódico y me observó antes de responder. Clavó el
codo sobre la barra americana y su mejilla descansó sobre la palma de su
mano. Me observó a través de sus enormes ojos oscuros y sonrió para
tranquilizarme.
—Tú lo has dicho. Una princesa joven que quiere pasar unos días más en
España.
La risa de Cécile consiguió que me olvidara del tema. Al terminar de
servir café, se acomodó en la otra punta de la cocina con los brazos bajo el
pecho, mientras que observaba un programa del corazón; hablaban de la
herida que recibió un torero. Al menos ese día, los periodistas no nombraron
a Kenneth que seguía desaparecido desde la muerte de su hermano mayor. Y
era de agradecer. Temía que algún día saliera su fotografía para anunciar una
posible locura cometida por el príncipe.
Después de tres meses en el que perdí su rastro, me volqué únicamente en
cuidar de mi madre mientras que me tenían aislada en la clínica privada
donde me trasladó Linnéa. Cuando conseguí el permiso de la reina para salir
de la habitación del hospital, me ocupé de buscar unos compradores para el
piso de Sofía y a la vez me encargué de alquilar la vivienda de mis padres
para obtener algo más de dinero.
Así que el único que se dio cuenta que pasaba las noches y los días junto a
mi madre, durmiendo en uno de los sillones que había a cada lado de la cama,
fue Philippe. Me convenció para que viviera unos días con él mientras que
encontraba otra cosa. Y los días se convirtieron en semanas.
—¿Quieres que te acompañe al hospital?
Negué con la cabeza.
—Cogeré el metro —sonreí—. ¿Tienes que ir al palacio de la Zarzuela?
—Philippe asintió con la cabeza—. ¿Kenneth ha vuelto? ¿Está bien?
De repente enloquecí. Tenía tantas preguntas, que todas empezaron a
combinarse entre sí y Philippe dejó de entenderme. Una de sus manos se
acomodó sobre mi hombro. Detuve mis palabras y cogí aire antes de que
notara mi nerviosismo.
—No sé nada de Kenneth, Thara. Es Linnéa quien se ha encargado de
reunirnos a todos. El padrino de Kenneth y nuestro amigo Ishaq también
están en España —se levantó del asiento y seguí sus pasos—. Con la muerte
de Leopold querrá anunciar al nuevo heredero de la corona. Pero, pensándolo
bien, sin la presencia del príncipe no llegará a nada.
Recogí mi cabello y lo acompañé hasta la puerta. Si Linnéa empezaba a
mover ficha, era porque había encontrado a Kenneth. Por eso me mantuvo
fuera de palacio e incomunicada. Temía que cambiara de opinión y que
saliera detrás de Kenneth en cualquier momento. Respeté mi promesa por
miedo a que mi madre sufriera algún accidente más a manos de la perturbada
de la reina.
—Si Kenneth estuviera presente...
Philippe me detuvo y siguió él.
—No le diré que hemos convivido juntos el último mes. Pero, cuando
tengas la oportunidad, tú se lo aclararás todo.
Asentí con la cabeza, y recibí un beso en la mejilla. Salió con su abrigo en
el brazo y se despidió agitando la mano y guiñando un ojo antes de que las
puertas del ascensor se cerraran.
Hice lo mismo que él; terminé de darme una ducha, me vestí y salí de la
vivienda para reunirme una mañana más con mi madre. Era lo único que
podía hacer en Madrid y más teniendo a toda mi familia fuera del país. Estaba
sola, esperando órdenes directas de Linnéa antes de volver al trabajo.

Al llegar al hospital, las enfermeras y médicas que cuidaban a Amanda me


saludaron como de costumbre. Cerré la puerta de su habitación y, al dejar el
abrigo a los pies de la cama, me sobresalté al escuchar una voz familiar y
temida para mí.

—¿Dónde estabas? —Preguntó Mario, cerrando detrás de él la puerta del


baño—. Llevo aquí desde las seis de la mañana —miró su reloj de oro blanco
bañado con diminutos diamantes—, y son las siete y media.
Pasé por delante de él y me acomodé en el sillón que terminó adaptándose
a la forma de mi trasero; pasaba tanto tiempo allí, que el día que abandonara
el hospital, me llevaría la butaca conmigo por el cariño que le estaba
cogiendo a la pieza de mueble.
—Buenos días a ti también —saludé, y después acomodé en mis manos el
periódico diario que me solía dejar la enfermera—. El metro iba con retraso.
Mario sacó algo de su chaqueta de cuero y me lo lanzó como si delante de
sus narices hubiera un animal en vez de un ser humano.
—Tu teléfono móvil. La reina me ha dicho que te lo dé —dijo,
acercándose lentamente. Observó el rostro pálido de mi madre y después
clavó esos ojos negros e irritantes en mí—. También tengo un mensaje.
Miré el móvil.
—¿Recupero el teléfono después de tres meses? —Él asintió con la cabeza
—. Debo de haberme portado muy bien. Recuerdo que casi me rompes el
brazo por un aparato electrónico —éste, lo único que hizo, fue soltar una
carcajada recordando el momento en el que aplicó su fuerza para quitarme
algo que me pertenecía—. ¿Qué quiere Linnéa?
Estuvo a punto de sentarse sobre la cama. Así que me levanté del sillón y
se lo impedí. Apunté al otro extremo de la cama donde estaba el asiento vacío
y lo miré con rencor.
—Tienes que volver a palacio.
—¿Hoy?
—Niña —suspiró—, ¿eres tonta? Si te digo que tienes que ir, es hoy. O, si
no, te lo estaría pidiendo mañana. Han llegado unos invitados de la reina —él
desconocía por completo que estuviera al tanto de la información que estaba a
punto de soltar—, y quiere que estés presente. Pero, antes, quiere que firmes
el nuevo contrato delante de los abogados.
—¿Otro contrato?
—La zorra de tu madre está en este hospital privado porque llegaste a un
acuerdo con la reina —me levanté de nuevo y lo encaré—. De acuerdo, niña.
No volveré a llamar zorra a tu madre. De momento —la miró—, no.
—Ten cuidado, Mario. Llevo tiempo dando a mi madre por muerta. No
me queda nada. No tengo miedo —apreté tan fuerte los puños, que sentí
como las uñas marcaban mi piel con medias lunas que se tiñeron de sangre—.
Si tienes que darme un mensaje de la reina hazlo con respeto, ¿lo has
entendido?
Éste se levantó, recordándome lo grande y fuerte que era. Mi cabeza
quedó a la altura de su fuerte e hinchado pecho. Sentí su respiración agitando
el cabello de la coronilla de mi cabeza.
—Kenneth ya no está para protegerte.
—Nunca me hizo falta su protección —alcé la cabeza—. Prosigue con tu
mensaje, Mario.
Apretó la mandíbula y se apartó de mi lado para seguir con sus palabras.
Se acomodó detrás de mi espalda y se inclinó hacia delante para susurrarme
el mensaje de Linnéa.
—Necesita tu presencia.
—¿Y ya está?
—Llévate las cuatro prendas de ropa que tengas, vuelves a ser interna —
sacudió su chaqueta y dio un último vistazo a la habitación—. Los médicos
cuidarán de Amanda. Podrás visitarla los fines de semana.
Había encontrado a Kenneth. Estaba convencida.
—Iré en un par de horas.
—No —abrió la puerta—. Nos vamos juntos.
«¡Maldito perro faldero de Linnéa!»
—Entonces no me hace falta ropa.
Soltó una carcajada.
—De acuerdo —ladeó la cabeza y me mostró esa sonrisa burlona—. Ya le
dirás al francés que te follas que te acerque la ropa cuando pueda.
Tragué saliva.
Linnéa había vuelto a palacio porque Kenneth aceptó volver con ella. Y si
Mario estaba al tanto del tiempo que pasé junto a Phillipe, él también lo
sabía.
«Por favor, Kenneth, que no te hayan manipulado.» —Pensé, mientras que
seguía los enormes pasos de Mario.
—Caballeros, siento anunciarles que estaré unos meses ocupándome de
los pequeños problemas que tengo dentro de la Zarzuela. No descuidaré mis
obligaciones, por supuesto que no. Mario, mi mano derecha, acudirá en
cualquier momento. No duden en llamarlo.
Los hombres que ocuparon la enorme mesa de la sala de reuniones, se
levantaron para inclinarse delante de la reina. Los despidió con amabilidad y,
cuando todos marcharon, Linnéa se acercó para recibirme.
—No esperaba verte tan pronto —sonrió—. Gracias, Mario. Siempre
haciendo un buen trabajo.
Él se inclinó y besó la mano de la mujer.
—Gracias, mi reina.
«El idiota ha olvidado en que siglo estamos.»
Éste me miró y esperó a que me inclinara como los demás, pero no lo hice.
Quedé cruzada de brazos esperando.
—Cierto, el contrato —dio otra orden. Mario salió en busca de los
abogados, dejándonos solas—. Te veo bien.
—¿Eso crees?
Ella rio.
—A diferencia de mi hijo, tú sí que has podido dormir.
Me permití acercarme a ella.
—¿Cómo está?
Linnéa hizo un sonido extraño y tomó asiento antes de responderme.
—Olvídate de Kenneth.
—Lo haré —le hice creer—, pero necesito saber cómo se encuentra.
Estuvo meses desaparecido desde que murió Leopold...
Me interrumpió.
—Bebiendo —esa sonrisa que mostraba, desapareció—. Estaba
desesperado. Dispuesto a suicidarse.
Se me aceleró el corazón.
—Pero...
—No, no lo ha hecho —finalizó.
Los hombres que esperábamos se reunieron con nosotras. Mario quedó
detrás de Linnéa, cubriéndole las espaldas, y los cinco hombres se
acomodaron en otros asientos. Yo, mientras tanto, me quedé de pie. Me
tendieron el nuevo contrato de trabajo y leí las cláusulas antes de firmar.
—Traición a la corona... —susurré—. ¿Qué es esto, Linnéa?
Uno de los abogados se levantó y me miró.
—Es la pena de cárcel que tendrías que cumplir si vendes o traicionas a tu
propio país.
Dejé el contrato sobre la mesa y me acerqué a ella.
—No me fastidies, Linnéa —protesté, y Mario hizo lo mismo—. Serías
capaz de hacer cualquier cosa por verme lejos de Kenneth.
Se dio el capricho de soltar una risa.
—Querida, todos los empleados firman las mismas cláusulas —exigió que
volvieran a acercarme las hojas que sostuve—. Cuidaré a tu madre, si firmas.
Te doy mi palabra. Y estos hombres, están aquí para corroborarlo.
«Y una mierda.»
Pero no tenía otra opción.
—Está bien —presioné la punta del bolígrafo y marqué mi firma en su
nocivo contrato—. Aquí tienes.
Le di la espalda y me dispuse a salir de la sala. Pero su voz me detuvo:
—¿Adónde vas?
—A trabajar.
Cerré la puerta y me dirigí a la cocina. Todo estaba en silencio. No me
crucé con ningún empleado. Y, al llegar al sitio donde encontraría a mis
antiguos compañeros, los jadeos de una pareja me detuvieron.
Un hombre de cabello negro sujetaba a la mujer que se encontraba tendida
sobre la isla. Empujó su cintura con fuerza mientras que ella gemía.
Me escondí y cerré los ojos.
«Kenneth.»
2

La primera vez que llegué a la casa real encontré al príncipe Kenneth


cometiendo la misma lujuria que las dos personas que se encontraban casi
desnudas en la cocina principal. La curiosidad me delató, y él me descubrió
ojeando algo que no me incumbía dentro de mis tareas de empleada. La
privacidad, para alguien que pertenecía a la monarquía, era algo muy
importante; si salía algún escándalo, podría poner en peligro la corona que
heredaría con el paso de los años.
Así que me limité a tragar saliva y a dar media vuelta, hasta conseguir
retroceder todos los pasos que di una vez que me liberé de la charla que me
soltó Linnéa delante de sus abogados y Mario —su guardaespaldas y hombre
de confianza. Estaba tan nerviosa, que recogí mi cabello para que mis dedos
inquietos se entretuvieran con algo. Y sí, lo conseguí durante unos cuantos
metros, pero alguien se encargó de que eso durara poco. Al mantener la
cabeza bajada, los ojos fijos en los zapatos cómodos que solía usar para
trabajar, me olvidé que no estaba sola. Descubrí el rostro del hombre que se
detuvo una vez que nuestros cuerpos impactaron.
—Kenneth —susurré. Imaginé por un instante que éste se negaría a
mirarme, o incluso que continuaría su camino sin tomarse la molestia de
saludarme. Pero me equivoqué. Se quedó plantado, esperando a que siguiera
moviendo mis labios para establecer una conversación. Y, durante los tres
meses que estuve alejada de él, pensé en todo lo que le diría cuando
consiguiera estar cara a cara con la persona que abandoné por un chantaje que
recibí por parte de su propia madre. Todas esas palabras se esfumaron. Era
una mujer que estuvo en su vida y ya no tenía derecho a compartirla con él.
Así que alcé la cabeza e intenté sonreír—. Lo siento. No te había visto.
Él, adentró las manos en los bolsillos de los pantalones de traje que vestía.
—¿Huías de algo? —Fue breve.
Recordé a la mujer y al hombre de cabello negro que jadeaba mientras que
acariciaba el pelo rubio de su acompañante. Me ahorré los detalles e incluso
censuré en mi cabeza lo que había sucedido.
—No. Estaba buscando a la nueva gobernanta.
No era la persona indicada para delatar a dos personas que posiblemente
podrían ser otro par de empleados. Estaba mal, pero yo misma cometí ciertas
infracciones que me hubieran llevado al desempleo en el momento que me di
el lujo de corresponder a la boca del príncipe.
—Así que es cierto —sus ojos claros, cargaban todo el dolor que sufrió al
perder a Leopold. Parecía cansado, enfermo y roto por dentro—. Has vuelto.
Mi madre me lo contó todo. Pensé que con el sueldo que seguía cobrando
Amanda te harías cargo de todas las deudas que está teniendo tu familia.
No alzó la voz. No me presionó como en ocasiones anteriores.
Simplemente, trasmitió su descontento con la última frase que soltó.
Me relamí los labios y di un paso hacia delante para estar más cerca de él.
Deseé, incluso sabiendo que estaría mal, acomodar mi mano en su suave
mejilla recién afeitada. Pero me limité a mantener la distancia que yo misma
me busqué.
—Kenneth... —estuve a punto de disculparme con él, de darle el pésame
nuevamente y tuve la esperanza de sentir el cariño que me dio las últimas
semanas que estuvimos juntos.
Y no sucedió. Porque una persona, que se acercó hasta nosotros con pasos
veloces, quedó detrás de mí para justificarse con el príncipe Kenneth. Era el
hombre que había estado en la cocina, manteniendo relaciones sexuales con
alguna novicia que había llegado a última hora a la casa real.
—No te lo vas a creer, Ken —soltó una carcajada. Lo miré por encima del
hombro al darme cuenta que se dirigió a Kenneth con una confianza con la
que se estaba jugando el puesto de trabajo que tenía dentro del palacio de la
Zarzuela—. He escuchado tu voz y me he dicho... —hizo una pausa—, tengo
que saludarlo antes que desaparezca de nuevo.
Kenneth apretó la mandíbula.
—Súbete la cremallera —mandó, apuntando la bragueta del hombre de
cabello azabache. Éste tenía las mejillas rosadas bajo un tono de piel caribeño
muy bonito—. Te diré una cosa, Ishaq, no olvides que aquí eres un invitado.
No quiero a tus amiguitas corriendo desnudas por la Zarzuela mientras que tú
hundes tu nariz entre sus pechos por diversión. Tengo a unos invitados muy
importantes —pasó por mi lado, y se detuvo cerca de su amigo de la infancia
—, y no quiero asustarlos con tus estupideces, ¿me has entendido?
Ishaq, que parecía un hombre alegre, se burló del hombre que parecía
haber madurado en los últimos meses. Acomodó la mano sobre su frente y la
bajó en el momento que dijo:
—¡Señor, sí, señor!
Tapé la sonrisa que lucí en el momento que lo escuché decir semejante
tontería. Tenía el alma de un adolescente, pero el aspecto de un hombre
maduro que pronto se acercaría a la cifra de los treinta.
—Tengo que hablar contigo, Thara —su voz me sobresaltó.
Asentí con la cabeza y volví a mantener la cabeza bien alta para mirarle
fijamente a los ojos. El problema fue su amigo.
—¿Thara? ¿La famosa Thara?
Su carcajada no solo enfureció a Kenneth, también sentí la misma
emoción e incluso mezclada con traición; solo había una persona que podía
hablarle de mí, y ése era Philippe.
—Te veré en la cena, Ishaq —se apresuró a decir.
—Está bien —bostezó, y sentí su mano bajo mi espalda mientras que sus
labios se posaban en mi mejilla—. Ha sido un placer, Thara. Ahora sólo me
falta conocer a la futura reina.
¿No conocía a Linnéa?
Al perder a Ishaq de vista, Kenneth me pidió que lo siguiera hasta uno de
los almacenes que utilizaba el Chef Théodore para guardar las conservas que
consumíamos los empleados. Cerré la puerta y esperé a que él fuera el
primero en hablar.
Y me arrepentí.
—Tengo que pedirte un favor —dijo, dándome la espalda—. Necesito que
me prometas que todo será como antes. —Tuve la esperanza de que se
refiriera a cuando estábamos bien, pero me equivoqué—. Lo mejor para los
dos será no tener ningún tipo de contacto.
—Kenneth, sé que estás furioso conmigo por no querer marchar contigo,
pero te prometo que tenía buenas razones para no seguirte incluso cuando lo
deseé y lo necesitaba.
Tiré de su americana, pero él se negaba a mirarme.
—Eso ya no importa —hizo una pausa—. Ahora tengo que tomarme en
serio mi papel dentro de la monarquía. Ser un buen rey como lo hubiera
hecho Leopold.
Reí.
—Linnéa —nombré a su madre—. No sé qué te habrá dicho de mí, pero
no es cierto...
—No lo hago por ella, Thara.
No, estaba convencida que Linnéa jugó un gran papel en esa decisión que
tomó.
—Y, ¿cómo pretendes jugar a que no nos conocemos cuando los dos
hemos sentido algo más que placer?
—Voy a casarme —su confesión le obligó a mirarme a los ojos. Entonces
volví a reír irónicamente.
—Está bien, Kenneth. No tienes que inventarte una boda para que deje de
hablarte.
Me acerqué hasta la puerta y me detuvo con su ronca voz.
—No te estoy mintiendo —susurró. Me puse tan nerviosa que aparté la
mano que se acomodó en mi mejilla—. Lo siento.
Até cabos: La visita de Ariette de Bélgica a España; Kenneth volviendo a
Madrid; Linnéa me quería cerca; Philippe me ocultó la realidad para no
hacerme daño; Los invitados más importantes ya se habían acomodado en la
Zarzuela.
Era cierto.
Kenneth se iba a casar.
Y yo, no podía sentir celos.
Pero fue inevitable.
Él se dio cuenta que derramé un par de lágrimas. Intentó detener mi llanto,
pero lo detuve.
—¡No me toques! —Me mordisqueé el interior de la mejilla con el único
fin de detener el llanto—. Tranquilo, no volveré a dirigirte la palabra.
Salí del almacén, pero podía escuchar a Kenneth.
—¡Thara! ¡Thara, espera, por favor!
3

Kenneth De España
Estuve a punto de salir detrás de Thara . Al parecer no fui muy correcto
con ella. Intenté ser claro, directo y una persona sensata a la hora de decirle
que lo mejor para los dos era mantener la distancia, pero la ingeniosidad se
me fue por la boca. A veces, beber, era lo más fácil. Pero me prometí a mí
mismo no acomodar mis labios en ninguna botella de alcohol. Al menos de
momento.
Adentré las manos en los bolsillos del pantalón de traje y caminé
siguiendo los pasos de ella. Fue la voz de Zenón que me detuvo y me obligó a
perder a Thara de vista. Por un momento pensé que lo mejor para mí era
pedirle perdón. Me hundió verla con los ojos llenos de lágrimas justo en el
momento en el que osé a decirle que me faltaba poco para contraer
matrimonio con una mujer que ni siquiera conocía.
Aunque fueron las consecuencias de querer ser rey. Tenía que seguir un
camino paralelo al de Thara si quería ganarme la confianza de mi madre y
que ésta abandonara el trono que tanto dolor nos causó a Leopold y a mí; Mi
hermano murió, y yo fui un adulto arrogante que miraba a los demás por
encima del hombro.
Me di cuenta demasiado tarde.
Cuando no podía cambiar mis errores.
Fui un inútil.
Un hombre despreciable.
Me convertí sin darme cuenta en la única persona que me dio la espalda;
mi padre, ese hombre que jamás fue capaz de tratarme como a su hijo por el
simple hecho de haber obtenido la atención que su mujer jamás le dio. Traté
mal a gente que me amó por seguir unos pasos que acabaron llevándome por
el mal camino.
Perdí a la persona que era capaz de decirme la verdad, aunque yo no
quisiera aceptarla.
Leopold, el hermano que no valoré en vida y lo hice cuando la muerte nos
destruyó a los dos.
Y luego estaba ella...
Thara.
Mi deber era olvidarla.
Sanar nuestros corazones y no recordar que fue de las pocas personas que
me amaron sin tener en cuenta quién era realmente Kenneth.
—Me alegro de verte, hijo —saludó Zenón, acomodando su mano sobre
mi hombro mientras que me obligaba a girar mi cuerpo para corresponder el
abrazo—. Te veo bien. Linnéa exageró un poco en la última llamada que
recibí. Pensó que estabas muerto. Cometiendo una de tus locuras. Pero veo
que no. Tú mismo has salido de ese pozo oscuro que cavaste al perder a tu
hermano. Estoy orgulloso de ti, Kenneth.
Zenón no era sólo mi padrino. Zenón fue como el padre que me faltó, ya
que el mío estuvo ocupado para asegurarse que el heredero de la corona
siguiera sus pasos correctamente; ése era mi hermano Leopold.
Le devolví con fuerza el abrazo.
—Acabo de ver a Ishaq. Se le veía bien —reímos—. He tenido que darle
un toque. Mi madre me ha dicho que la familia de Ariette se encuentra en la
casa real hasta que se haga oficial nuestro compromiso. Cuando se vayan, no
me importará que vaya desnudo si es lo que él desea.
Zenón soltó una carcajada. Una de esas risas que llegué a extrañar con el
paso de los años.
—Hijo, te prometo que lo he intentado —otra risa—. Ishaq, cuando sale
de Dubái y detiene su viaje en España, se suelta la malena[2]. Y tú, Kenneth,
eres el culpable —y en el fondo, tenía razón—. Mi hijo siempre ha seguido
tus pasos. Al parecer no eres únicamente su ídolo, también eres su maestro y
el hermano mayor que nunca tuvo. Philippe es el que lo está controlando por
las noches.
Me crucé de brazos.
—He escuchado que no salen —dije, buscando la respuesta que observé a
través de una fotografía.
—Y hacen bien —presionó la mano sobre mi hombro—. La última juerga
que os disteis me obligó a coger un vuelo directo a Noruega y sacaros de la
cárcel. Con la muerte de Leopold, un escándalo te hundiría —tenía razón—.
Philippe deja a Ishaq en su habitación, y después se marcha al apartamento
que adquirió hace unos meses. Tu madre me ha dicho que está viviendo con
una chica. Quién sabe, a lo mejor se ha enamorado.
—Espero que no —dije, sin controlarlo.
—Conocí a Ariette —cambió de tema—, es una buena niña. Inocente,
dulce y puedo asegurar que ya está enamorada de ti —intentó tranquilizarme
una vez más, pero no me estaba ayudando—. ¿Por qué has aceptado
Kenneth? Tendrías que haber esperado a conocer a una mujer que ames, y no
a una cría de veintiún años que hará lo que sus padres le digan. Linnéa le ha
prometido el cuento de una princesa de Disney, y yo conociéndote, no lo
conseguirás.
A él no podía mentirle.
—Con la muerte de Leopold el único heredero que queda en pie soy yo —
empecé a caminar y Zenón siguió detrás de mí mientras me escuchaba—.
Quiero esa corona para demostrar que puedo ser un buen rey, como lo
hubiera hecho mi hermano. Ella me dejó las cosas claras. Si quiero
destronarla, tengo que casarme. Y lo siento por Ariette —miré sus ojos
oscuros un instante—, pero ella estuvo de acuerdo. Está al tanto de todo.
Firmó un contrato junto a sus tutores. Será reina, cuando yo aparte a mi
madre de mi camino.
Zenón se quedó callado.
—¿Has averiguado lo que te pedí?
—¿Rashid bin Hacuel? —Asentí con la cabeza—. Mandé a un viejo amigo
para hablar con él —Zenón sacó un teléfono móvil viejo del interior de su
americana—. Le enviaron unas fotografías de Khadija junto a Leopold.
Rashid bin Hacuel se sintió ofendido por el adulterio de su mujer. Además,
rompió el poco contacto que tenía con España al descubrir que el amante de
Khadija era el futuro rey de un país extranjero. Mandó a sus mejores hombres
para deshacerse de la pareja.
Gruñí y apreté los puños.
—El problema no es Rashid, Kenneth. El problema es la persona que lo
informó —guardó el teléfono al mostrarme las imágenes de mi hermano junto
a la mujer que amó—. El enemigo está bajo tu mismo techo. No busques una
guerra con un país que hundiría al tuyo. Europa se mantendría al margen. Los
americanos optarían también por daros la espalda. Estarías solo. Y, tu
presidente, no mandaría a las tropas. ¿Lo entiendes, Kenneth?
—¿Tienes el nombre? —Pregunté.
—Mario Urriaga.
Sacudí la cabeza.
—Mario es el informador. Seguía órdenes de mi madre.
—Y consiguió su objetivo. Librarse de tu hermano.
No tenía poder. Aún era muy temprano para deshacerme de ella. Le pedí a
Zenón que me siguiera hasta mi nuevo despacho —que era justo el de
Leopold— para pedirle otro favor. Éste no se negó y me siguió en todo
momento. El mejor amigo de mi padre era la única persona en la que podía
confiar.
Thara Villena
Acabé en el jardín trasero para ocultarme del personal que se cruzaba en
mi camino en el momento que decidí salir corriendo de Kenneth para que no
me viera huyendo. Cerré con fuerza los párpados y me refugié de los rayos de
sol para excusarme de las lágrimas que seguían acariciándome las mejillas.
Me partió el corazón al ver a Kenneth madurar y aceptar las normas de su
madre. Tenía que casarse con una mujer que no amaba y que le costaría
corresponder a su amor.
Pero yo era todavía más estúpida por creer que él algún día se casaría por
amor. Era una tonta al imaginarme junto a un príncipe que tenía muy claro su
futuro. Kenneth jamás rechazaría a la corona. Nació para estar en un trono y
no ir detrás de una persona de clase media.
Me quedé cruzada de brazos y suspiré al sentirme cansada. Estuve
deseando que todo se acabara; que mi madre despertara y aceptara irse bien
lejos hasta reunirnos con nuestra familia. Una familia que acabó rompiéndose
por verse involucrada con la familia real. Mi padre se cansó de buscar el
amor que jamás le dio mi madre. Sofía tuvo que coger a su hija y salir
corriendo cuando Linnéa descubrió que Luis V tuvo una hija bastarda. Y yo
perdí el contacto de mi hermana al sentirme traicionada por ella en el
momento que decidió mentirme. Marcharon a Francia y nosotras —mamá y
yo— nos quedamos en un país donde estábamos condenadas por culpa de la
reina.
Noté como algo se posaba en mi nariz. Abrí los ojos torpemente para
descubrir que insecto tenía tocando mi piel. Ante mis ojos unos finos rayos
de luz azules me provocaron una divertida sonrisa. El aleteo de las alas de la
mariposa me sorprendió; jamás había conseguido que un insecto se me posara
sobre la mano y, en aquel momento, la tenía sobre la punta de la nariz.
—Pero a quién tenemos aquí —una voz masculina me sobresaltó,
provocando que la hermosa mariposa se alejara de mí para seguir con su
camino—. La famosa Thara Villena. La joven mujer que se coló en el
corazón del príncipe y se lo destrozó para tener que ir a cuidar a su madre —
no me molestó que dijera todo eso de mí. Pablo tenía un humor negro que no
amargaba a nadie—. ¿Cómo estás? Mi jardín y yo nos alegramos de verte.
—Está precioso —dije, alzando la cabeza para observar la maravilla que
creó Pablo cuando Linnéa se lo ordenó—. Estoy bien, gracias. ¿Cómo estáis
todos por aquí? Me hubiera gustado llamaros, pero estaba ocupada...
—Lo sé —susurró, y se acercó hasta mí. Se quitó los guantes marrones,
sacó un paquete de tabaco del bolsillo de los pantalones verdes y se fumó un
pequeño puro que le hizo sonreír por tomarse un descanso—. Sé que esa
bruja os está haciendo sufrir —se dirigió a Linnéa como la villana de un
cuento infantil—. Amanda era una gran mujer. La mejor gobernanta que
podía haber tenido. Y se la quitó de encima por miedo a perder a los demás.
Pablo era un hombre que rozaba la edad de mis padres. Era un hombre
bondadoso que también acabó perdiendo a su familia por aislarse del mundo
que había fuera del palacio de la Zarzuela. Era alegre, siempre soltaba chistes
que no eran divertidos e intentaba no cruzarse con Mario. Y llegó a
sorprenderme que una persona como él fuera consciente de todo lo que había
pasado alrededor de mi madre y de Linnéa.
—¿Tú...?
—Yo sé muchas cosas, Thara, pero no quiero acabar como ella.
Tragué saliva.
No era la única que estaba atada a la reina, al parecer los demás empleados
también tuvieron que guardar silencio para que ella siguiera paseando por el
palacio sin temor a que alguien le reclamara por la maldad que desprendía.
Observé a Pablo con los ojos entrecerrados y esperé a que se terminara el
puro que se consumía entre sus labios. Cuando se relamió la comisura de la
boca, lo asalté con la última pregunta.
—¿Os ha hecho firmar un nuevo contrato?
Rio.
—Uno muy bonito donde podría acabar en prisión si abro mi bocaza.
Tengo que mantenerme alejado de los monarcas y seguir las normas de Mario
Urriaga —gruñó, y arrugó un poco más el ceño—. Uno de nosotros vio algo
que a ella no le interesa que saquemos a la luz. Así que déjame darte un
consejo, Thara —del bolsillo trasero sacó un pañuelo blanco para que me
limpiara las lágrimas—. Aléjate de Kenneth o la víbora te eliminará como
hizo con tu madre. Preséntate a la nueva gobernanta. Anuncia que has
llegado. Nos vemos más tarde.
Por mi cabeza pasó la idea de que quizás Pablo sabía quién fue el amante
de mi madre...pero sí él optó por el silencio, los demás teníamos que
aplicarnos la misma regla.
Ver, callar y sufrir en silencio.
Algo que sería muy difícil para mí.
Sobre todo, olvidarme de Kenneth.
Tenía que reunirme con la gobernanta que ocupaba el lugar de mi madre
hasta que ella despertara del coma.

Pero en el momento que me crucé con Mario, me arrepentí de no haber


cogido el camino más largo para presentarme ante la nueva jefa de equipo.
—¿Adónde vas? —Preguntó, intentando pisarme los talones.
—A trabajar —dije, sin mirar por encima de mis hombros y acelerando el
paso para no tener que ir junto a él—. ¿Sucede algo?
Tuve la esperanza de que se detuviera y me dejara sola. Pero no, no lo
hizo. Siguió sus firmes y enormes pasos hasta quedar por delante de mí.
—Linnéa te busca.
—He hablado con ella hace una hora —le recordé, ya que él estuvo ahí—.
Me pagan por trabajar. Dudo que me esté ganando el sueldo por hablar con
Linnéa cada vez que a ella le apetezca.
Éste no se lo tomó muy bien. Mario frenó de golpe, quedó cara a cara
conmigo y su mano voló hasta mi cuello. Impactó mi espalda contra el muro
más cercano y presionó los dedos alrededor de mi piel.
—No vuelvas a faltarle al respeto —gruñó—, o te mataré.
Y era capaz.
—N-No puedo... respirar.
No pareció importarle. Siguió presionando. Observando los intentos
fallecidos que daba a la hora de coger una bocanada de aire puro. Tragué
saliva, me estaba destrozando la garganta.
—Mario —la voz de Linnéa sonó desde el fondo del pasillo—, no quiero
que la dejes marcada. Te lo he dicho muchas veces —éste se apartó de mi
lado y se disculpó con su dueña—. Si quieres enseñarle a Thara buenos
modales, los golpes tienen que ser por el cuerpo. Así la ropa los puede ocultar
—. Linnéa quedó a mi lado y paseó su mano por mi mejilla. —Aunque ya no
nos dará más motivos para educarla correctamente. ¿Verdad, querida?
La miré por el rabillo del ojo.
—No he hecho nada... —y cuando estuve a punto de decir "¡Joder!" me
mordisqueé la punta de la lengua—. ¿Querías hablar conmigo?
—Sí —abrió una de las habitaciones que había detrás de su cuerpo. En el
interior, un hombre de estatura baja de metro y medio nos esperaba sentado
sobre un taburete antiguo—. Él es Francesc. Quítate la ropa.
Mario cerró la puerta.
—¿Qué?
¿A qué jugaba Linnéa?
—No estás aquí para limpiar, Thara. Te he traído de vuelta para vigilarte.
Así que lo mejor para las dos —recogió la tela que había sobre la mesa, un
casimir de un color beige hermoso—, es que seas una de mis coordinadoras
de eventos. Sé que tus estudios te limitan a tareas más sencillas, pero no te
preocupes, te lo pondré fácil. Lo único que tienes que hacer es asistir
conmigo a los eventos y prepararme un par de copas. Desnúdate.
Volvió a repetir.
Como no había asimilado sus palabras, Mario zarandeó mi cuerpo.
Al no tener otra opción, con la cabeza bajada, me desnudé poco a poco
hasta quedar en ropa interior. Arrastré mis pies cubiertos con unos calcetines
blancos hasta el interior de la habitación. Linnéa quedó detrás de mí.
—El sostén —susurró, en mi oído.
—Linnéa —supliqué.
Mario se acercaba, así que lo hice. Llevé mis manos hasta el broche de
atrás, y abandoné de mi cuerpo el sostén que me cubría. Francesc no me
miró, ni siquiera Mario. Lo agradecí. El problema fue ella. Sus manos
quedaron en mis caderas mientras que subían sin detenerse.
—¿Qué habrá visto mi hijo en ti? —Preguntó, mientras que arropaba mis
pechos con la palma de su mano—. Eres joven. Mal hablada. Tus ojos son
grandes y bonitos. Y tus pechos, firmes y con los pezones rosados —presionó
los pezones y jadeé de dolor—. Kenneth no deja de pensar en ti.
Me harté.
Tenía opción.
Dejarme manosear por Linnéa o ser golpeada por Mario.
Decidí el golpe.
—Pensé que me querías a tu lado —aparté sus ansiosas manos de mi
cuerpo—, y veo que prefieres que caliente tu cama por las noches. Pero no,
Linnéa. Te equivocas conmigo.
Ella rio.
—Tienes razón, querida —alzó mi rostro y me obligó a mirarme a través
del espejo—. Quiero que controles a Ariette. Esa cría no puede meterse en la
cama de Kenneth. Hazte amiga suya.
Me quedé anonadada.
—¿O qué?
Acabó amenazándome con sus ojos azules.
—Mario, ven aquí —pidió—. Demuéstrale que puede pasar si no me hace
caso.
Cerré los ojos cuando se quitó el cinturón y se lo enrolló en la mano.
4

Cuando Mario se cansó de sacudir los brazos contra el saco de boxeo


humano, la voz de Linnéa ordenó que me incorporara. Una de las manos
descansó en el costado izquierdo, mientras que la otra hizo el esfuerzo de
mantenerme de rodillas sobre el suelo. Los gritos del hombre siguieron
resonando en mi cabeza. No tuve otra opción que asentir y mirar al diseñador
que seguía esperando para cogerme las medidas. Empujé con fuerza las
piernas y, una vez que quedé de pie, oculté mi desnudez con las temblorosas
manos.
Mario se sentó en una de las sillas que había al fondo de la habitación,
mientras que Linnéa observaba detalladamente la curiosa forma con la que
trabajaba Francesc. Una hora más tarde, el hombre terminó de recoger el
dobladillo de los pantalones del traje beige que me obligaron a vestir.
Conseguí cerrar el broche de la camisa, y Linnéa se encargó de cerrar la
chaqueta americana de enormes hombreras.
—Mírate —volvió a decretar que me acomodara delante del espejo—,
pareces una joven de clase alta. Pero sólo por fuera. Por dentro sigues siendo
una cría que correteó en un barrio obrero de Madrid.
—¿Eso es todo, Linnéa?
Estaba cansada.
Ella sacudió la cabeza.
—Te lo volveré a repetir por si no te han quedado las cosas claras, Thara
—sus dedos alzaron mi rostro y me vi obligada a mirarla a través del espejo
—. Ahora trabajas para mí. Eso significa que harás todo lo que te pida.
Alejarte de Kenneth, y aconsejar a Ariette.
—Está bien —dije, lo que ella quería escuchar.
Sentí como sus dedos se enredaban en mi cabello, y en vez de manifestar
el dolor con un gimoteo, cerré los ojos y ahogué el llanto.
—Ya te demostré que enfrentarte a mí tiene sus consecuencias —Linnéa
suspiró—. Yo también amo a Kenneth, pero si no es para mí, no lo será para
nadie.
Abrí los ojos asustada.
—¿Qué intentas decirme? —pregunté, con temor.
Ella no mostró ninguna sonrisa. Su rostro se arrugó un poco más y sus
labios se apretaron en el momento que se detuvo a tragar saliva con
dificultad.
—Ya he perdido a un hijo —soltó—. Así que, si Kenneth desaparece,
vestiré de luto el tiempo que me quede de vida.
Francesc salió de la habitación cuando Mario se lo pidió. Los dos hombres
nos dejaron a solas y temí por un momento el grado de locura que manifestó
Linnéa. Ella, siguió acomodando su pecho sobre mi espalda, mientras que sus
manos me retenían. No podía avanzar, ni siquiera luchar contra ella. Me
encontré débil y asustada por las palabras de una mujer que paseaba
orgullosamente el título de reina de nuestro país.
—Li-Linnéa... —gimoteé.
—Si te acercas a él, lo mato —aclaró, tajantemente. El silencio nos
invadió—. Será mejor que salgamos. Kenneth y Ariette están a punto de
conocerse. No nos lo podemos perder.
Bajé la cabeza y miré las palmas de mis manos que se ocuparon de recoger
las lágrimas que derramaron mis ojos al ser testigo de la demencia de la
mujer que me retenía junto a ella.

Los invitados se acomodaron en los asientos correspondientes que les


habían asignado. Linnéa hizo un par de cambios de última hora, y obligó a la
nueva gobernanta que mi asiento estuviera más cerca del suyo. Desplazó a
Zenón e Ishaq Bermejo, y yo quedé a su mano derecha justo delante del
asiento que cogería Kenneth en el momento que pisara el enorme comedor.
Los padres de Ariette hablaban abiertamente y sin ningún tipo de
dificultad nuestro idioma. Recordé que Kenneth me comentó que, al ser parte
de la realeza, estaban obligados desde muy pequeños a aprender los idiomas
de los países aliados.
En el momento que Philippe se reunió con nosotros, intentó acercarse
hasta mí. Estaba tan confuso como yo, y no le dejaron aproximarse. Mario se
interpuso en su camino y le pidió que descansara en el lugar que le otorgaron.
Intenté devolverle la sonrisa, pero fracasé.
—¿Cuándo comeremos? —Reclamó Ishaq, a su padre.
Involuntariamente escuché la conversación de la familia Bermejo.
—No olvides tus modales, hijo.
Ishaq se inclinó hacia delante. Su mirada se encontró con la mía.
—Papá, quiero presentarte a alguien —Ishaq dejó de jugar con su reloj de
oro blanco y llamó la atención de su padre. Zenón me miró—. Es la hija de
Amanda, la antigua gobernanta.
Éste me mostró su mejor sonrisa.
—Entonces debes de ser Sofía —aclaró. Zenón y Luis tuvieron una gran
amistad. Tanto, que sus hijos intentaron seguir sus pasos y no lo
consiguieron; más bien, Kenneth se alejó de Ishaq por unas razones que
desconocía. Estiró su brazo e intentó estrecharme la mano creyendo que yo
era la amante de su viejo y olvidado amigo.
Alguien tuvo el valor de corregir su error.
—No, Thara es la hija menor de Amanda —Linnéa nos interrumpió—.
¿Nunca conociste a Sofía, querido Zenón?
Zenón siguió con una sonrisa dibujada en el rostro mientras que la reina
hablaba.
—Luís era muy cuidadoso con la identidad de la mujer que amó —su risa
estalló, e Ishaq lo siguió un instante—. No deberíamos hablar de este tema.
Los implicados no están presentes.
—Hace poco me enteré, Zenón. Thara también está al tanto de todo —yo
no dije nada—. Amanda guardó muy bien el secreto.
—Linnéa, dulce rosa, no deberías mostrar tu odio hacia una mujer que
ocultó tus secretos e infidelidades delante de su hija pequeña. Lo siento
mucho, señorita Thara —Zenón bajó la cabeza, disculpándose. Se rascó su
cabello canoso y volvió a acomodar la espalda en el respaldo de la silla—.
Por cierto, ¿dónde está Amanda?
Yo respondí.
—En el hospital.
Zenón no fue el curioso, más bien, Ishaq volvió a mirarme.
—¿Qué le ha pasado?
—Tuvo un accidente. Está en coma.
Linnéa nos perdió de vista.
Zenón no ocultó su rostro de sorpresa.
—No estaba al tanto —dijo él—. Amanda siempre se ha portado muy bien
con nosotros. ¿Qué han dicho los médicos?
Quise responderle, pero nos anunciaron que Kenneth había llegado. Todos
nos levantamos del asiento que ocupamos durante unos minutos, y esperamos
impacientemente como el príncipe aguardaba la llegada de Ariette de
Bélgica. Ella no tardó en llegar. La princesa apareció con un hermoso vestido
color crema, acompañada por dos mujeres que retocaron su cabello rubio en
el momento que entró en el comedor. Se acercó tímidamente hasta Kenneth, y
cuando éste fue a sostener su mano, ella saltó sobre él hasta rodear su cuello
con los brazos.
—¡Mi hermoso príncipe!
Kenneth se quedó inmóvil.
—Estaba deseando conocerte —Ariette olvidó por completo que los
familiares e invitados observaban la escena—. ¿Lo deseabas como yo,
querido Kenneth?
Kenneth buscó a su madre.
Ésta cerró los ojos y asintió con la cabeza.
—Sí.
—No te acuerdas de mí —su risa se apagó en el momento que pegó sus
labios en la camisa de Kenneth—. Era muy pequeña —prosiguió—. Nos
cruzamos en la boda de Jan y Mila. Tenía catorce años, y tú, mi querido
príncipe, veintidós.
La carcajada y el comentario de Ishaq me llamó la atención:
—La boda de los príncipes de los Países Bajos —su comentario estuvo
fuera de lugar, pero aun así lo soltó—. Ken se folló a Mila ese mismo día.
—Ishaq —gruñó Zenón.
—Y no fue el único —rio.
—Ishaq —siguió advirtiéndole.
—Yo solo digo la verdad —se cruzó de brazos. Nadie diría que Ishaq tenía
veintinueve años—. Pobre princesita.
Dejé de observar a padre e hijo y volví a mirar a Kenneth. Estaba
incómodo y sus manos rápidamente se acomodaron sobre las de ella en el
momento que sus dedos se entrelazaron detrás de su cuello. Él, sin querer
desilusionarla, amablemente la acompañó hasta su asiento. Cuando ambos se
sentaron, los demás hicimos lo mismo.
Todos comieron y rieron ante las bromas del rey de Bélgica. Yo, mientras
tanto, me sentía incómoda y solo deseaba marcharme de la Zarzuela y
refugiarme en el apartamento de Philippe.
Linnéa se dio cuenta de lo incomoda que estaba y me llamó la atención;
sus dedos golpearon el viejo brazalete que solía llevar y que ese día olvidé
quitarme.
—Por hoy has cumplido.
Me atreví a preguntarle algo:
—¿Seré interna?
Ella sacudió la cabeza y lo agradecí.
—No, puedes irte a casa del gabacho —esperó a que me levantara, y me
detuvo—. Philippe Bouilloux-Lafont, es un hombre atractivo. ¿Estás
interesada en él?
Por un momento olvidé guardarme la ironía.
—Creo haber escuchado que la relación amistosa era con Ariette y no
contigo.
Por un momento Linnéa sonrió. Tuve suerte que sus invitados estuvieran
presentes ya que, en otra situación, hubiera mandando a Mario para corregir
mis modales ante ella.
—Ya hablaremos —sacudió la mano en el aire—. Tu jornada laboral
comenzará a las 7 de la mañana. Así podrás dormir un poco más.
Asentí con la cabeza, y me despedí de Zenón, Ishaq e incluso de Philippe.

Era el día libre de Cécile. Philippe le daba la libertad que yo nunca tuve en
el palacio de la Zarzuela cuando trabajaba junto a mi madre.
El apartamento estaba vacío. El sol empezaba a esconderse a las siete de la
tarde. Empujé mi cuerpo hasta la habitación que me dejó Philippe ocupar. Me
desnudé antes de llegar al baño y dejé que mi cuerpo herido descansara un
largo rato en agua tibia. Sin mirar el reloj, pensé que Phil llegaría tarde, así
que me dispuse a preparar la cena para una persona.
Salí de la bañera y me cubrí con el albornoz que había detrás de la puerta.
Llegué hasta la cama con la desesperación de tumbarme y dormir hasta el día
siguiente. Pero no lo hice. Me desnudé una vez más e intenté inclinarme hasta
la cómoda para coger algo de ropa interior. Cuando una voz me sobresaltó.
—¿Qué te ha pasado en la espalda? —Philippe preguntó, acercándose. Se
dio cuenta de los golpes que se marcaron en mi piel. Sus dedos se posaron
bajo mi espalda y gemí de dolor—. ¿Thara?
Si Linnéa era capaz de matar a Kenneth, no lo dudaría con Philippe.
—Me caí.
—¿Te caíste? —Repitió, sin creérselo.
No era estúpido.
El problema era yo, que no tenía otra opción que arrodillarme ante la bruja
de Linnéa.
—Thara, ¿qué está pasando? —Me obligó a mirarlo—. Quiero ayudarte.
Déjame ayudarte, por favor.
—Philippe...
—¿Es Kenneth?
—No. No —sacudí la cabeza, y me di cuenta que no quería saber nada de
las personas que involuntariamente me hacían daño. Pablo tenía razón. Lo
mejor para mí era alejarme de los monarcas—. Philippe, por favor, no quiero
que me hables de Kenneth. No quiero saber nada de nadie que esté en este
momento en la Zarzuela. No quiero llevarme el trabajo a casa.
—Ma belle amie[3].
—¿Qué te parece si vemos una película y me arropo a tu lado?
Sonrió y me dejó que terminara de vestirme. Salí de la habitación con un
pijama compuesto por dos piezas muy acertado para el otoño. Antes de
tumbarme en el sofá, hice unas cuantas palomitas en el microondas con una
palomitera ecológica que compré en Amazon. Me acomodé junto a él y dejé
el bol del snack en el reposabrazos mientras que mi cabeza se posó sobre sus
piernas. Los dedos de Philippe acariciaron mi cabello húmedo mientras que
yo me entretenía en buscar una película en el portal de Netflix.
Cuando creí que encontré la comedia perfecta, alguien nos arrebató la
velada casera con la que disfrutaban un par de amigos.
—Iré yo —dijo Philippe.
—¿Quién es?
Philippe bajó la cabeza y refunfuñó en francés.
—Ishaq. Me libraré de él.
Se lo agradecí.
Cuando abrió la puerta, Ishaq pasó como si el apartamento fuera de su
propiedad. Antes de que Philippe dijera algo o cerrara la puerta, su amigo
empezó a parlotear sin parar.
—¡Tenemos que celebrar el compromiso de Kenneth! ¡Por los viejos
tiempos!
Philippe lo detuvo.
—Deberías llevarle la fiesta al novio —le abrió los ojos—. Kenneth no
está aquí.
—No —se escuchó otra voz—, porque estoy aquí.
Kenneth apareció, con otro traje. Se adentró un poco y me encontró
tumbada en el sofá. Me incorporé inmediatamente y ni siquiera fui capaz de
decirle algo.
—¿Philippe?
El francés no dijo nada.
Ishaq se encargó de guiar a las mujeres que le siguieron hasta uno de los
baños para que se cambiaran.
Al darme cuenta que la fiesta había comenzado, me levanté para salir de
allí. Pero alguien me retuvo.
—Kenneth —susurré.
—Si quieres puedes quedarte —sus dedos tocaron mi piel.
No quise mirarlo a los ojos.
—¿Quieres que me quede? —Le pregunté, olvidando las amenazas de
Linnéa por un intervalo de tiempo.
—Tenemos que celebrar mi compromiso.
—No has respondido —insistí.
—Estoy siendo educado contigo —no se apartó de mi lado.
Pero yo sí lo hice.
—Eso es un no —le aclaré.
Antes de que llegara a mi habitación, su voz siguió sonando, como esa
misma mañana cuando nos habíamos reencontrado.
La única diferencia es que en ese momento sí que fue detrás de mí sin
detenerse.
5

Quedarme encerrada con Kenneth no estaba en mis planes, ni siquiera el


hecho de haberme enfrentado a él. Cometí un desliz como de costumbre.
Aunque mi cabeza dijera que no, mi cuerpo pedía a gritos estar cerca de él.
Todos esos meses en los que no sabía nada de Kenneth, fueron la excusa para
que en cualquier momento me lanzara sobre su cuerpo para abrazarlo y
fundirme en su piel. Y las cosas habían cambiado, pero me costaba hacerme a
la idea. Todos me dijeron que no tenía que quedarme a solas con el príncipe;
Linnéa, Mario, Pablo e incluso yo. Y ahí estaba, a solas con él mientras que
evitaba perderme en sus azulados ojos.
—Volvemos a vivir la misma situación que esta mañana... —tuvo que
detener sus palabras cuando le interrumpí.
—Salvo que ahora estás en mi habitación —se dio cuenta que estaba
furiosa—. Deberíamos salir fuera.
—¿Deberíamos?
Repitió.
—Sí, deberíamos —me quedé cruzada de brazos y me arrepentí por no
haberme ido antes a la cama. Si hubiera optado por dormir, jamás me hubiera
cruzado con él. Habría celebrado su despedida de soltero o lo que estuviera
celebrando en casa de Philippe y, después de beber y bailar con todas las
mujeres que lo siguieron, se hubiera vuelto a su hogar sin tener la necesidad
de hablar conmigo. Pero ahí estábamos. Uno delante del otro a punto de
reclamarnos cosas a la cara en vez de besarnos desesperadamente—. Es la
vivienda de Phil. Sería una falta de respeto que estuviéramos aquí...
Hizo lo mismo que yo. Atropellar mis palabras con las suyas.
—¿Phil? —la risa nerviosa que soltó no me gustó—. Estáis muy unidos.
—Kenneth —quise excusarme y decirle la verdad, pero no me dejó.
Volvió a avanzar, dejándome perdida ante sus actos.
¿Qué sería lo siguiente?
¿Gritarme?
¿Reclamarme por haberlo abandonado después de haberme disculpado con
él esa misma mañana?
¿Volvía a ser el imbécil que conocí la primera vez que me crucé con él?
—Me alegro. Realmente me hace feliz que Philippe y tú os cuidéis
mutuamente —arrastró sus dedos al cabello y siguió caminando hasta dejarse
caer en mi cama. Arregló su corbata azul zafiro y dejó de mirarme—. No te
estoy mintiendo, Thara. Quédate tranquila.
No podía quedarme tranquila cuando estaba segura que mentía.
—No te entiendo.
—Ni yo mismo me entiendo, Thara. He estado perdido durante tiempo.
Ahogándome en alcohol porque era lo más fácil. Me rescataron de la tumba
que yo mismo cavé sin haberlo pedido. El tiempo que estuve solo me di
cuenta que tenía que dejar de ser yo para convertirme realmente en lo que
debí ser antes de que mi madre me manipulara —hizo una pausa,
arrepintiéndose de decirme la verdad—. Cuando te vi con Philippe a través de
una fotografía, tengo que admitir que me dolió. Pensé que si me dejaste fue
para centrarte únicamente en Amanda y después acabarías buscándome. Pero
no fue así... —quise borrar esa idea de su cabeza, pero no me dejó—. Tienes
que escucharme, por favor —me pidió, para que sellara mis labios—. Y
encontraste un camino mejor. Te cruzaste con un hombre que jamás te haría
daño. Era la mejor opción, y más cuando querías huir de nosotros.
»Nunca me atreví a decirte que te quería por miedo a alejarte de mí. Has
sido la segunda persona que me ha querido con sus defectos y las pocas
virtudes que tenía como ser humano. Me diste esperanza e incluso me
enfrenté a mi madre. Quería dejarlo todo y asumí que Leopold sería la
persona que llevaría la corona con más honor. Necesitaba olvidarme de mi
nombre y del título que me dieron nada más nacer. Deseaba desaparecer, pero
a tu lado. Dejar de lado lo que más ansiaba para tener la oportunidad de
rehacer mi vida contigo. Mi futuro era estar con la mujer que amaba. Tener
una familia a la que cuidar. Convertirme en un hombre bondadoso y
ensuciarme las manos sin que otro lo hiciera por mí. Ése era mi verdadero
destino.
Perdí a Kenneth y él me lo recordó.
—Todo en pasado —susurré.
—Sí, Thara. Todo en pasado. Me obligo a decirlo todo en pasado porque
todavía te quiero —eché un vistazo a sus puños; estaban cerrados y con los
dedos rojos por la presión. Estaba furioso con sí mismo—. Pero tenemos que
seguir nuestra vida en caminos separados. No puedo renunciar a la corona
porque Leopold jamás lo hubiera hecho. Tengo que alejarme para que tú
puedas ser feliz. Necesito casarme con ella para olvidarte o se me hará muy
duro cada vez que te vea.
—¡No pongas excusas! —grité, y no me importó llorar delante de él—.
Has querido, quieres y querrás esa maldita corona de oro que jamás llevarás
puesta. ¡Es un adorno! Un adorno que estará en una vitrina junto a tu nombre.
Deja de mentirte, Kenneth —me alejé de la cama en el momento que decidió
levantarse—. Nunca me has querido. ¿Sabes por qué? Porque si me quisieras
te habrías enfrentado a tu madre antes de aceptar su trato —estaba tan furiosa
que, ser vulnerable ante él, me hacía débil—. Está bien. Cada uno por su
camino. Tú no me mirarás y ni harás el esfuerzo de buscarme. Yo te puedo
prometer lo mismo.
—Thara...
—¡Deja de pronunciar mi nombre! Somos dos desconocidos que nos
hemos quedado encerrados en la habitación de un amigo que tenemos en
común —abrí la puerta y esperé a que saliera el primero, pero no lo hizo—.
Trabajaré para tu esposa porque necesito el dinero. Cuando lo consiga
honradamente —aclaré, para que no soltara él mismo el dinero— me iré. Te
lo prometo.
—Mi idea no era acabar mal contigo.
—¡Ah! —exclamé, de una forma burlona—. ¿Has venido hasta aquí para
que seamos amigos? ¿Quieres una amistad conmigo, Kenneth? —No
respondió—. Así podemos contarnos todo lo que hagamos en la intimidad
con nuestras respetivas parejas. ¿Te parece bien?
Sacudió la cabeza, cansado ante mi actitud.
Él podía mostrar madurez, pero no, yo no podía estar de acuerdo con sus
palabras.
—Estás nerviosa —acomodó su mano en mi mejilla, y acabé alejándome
del contacto de su piel—. Cuando estés más tranquila reúnete con nosotros y
estaré dispuesto a hablar contigo a solas otra vez. Mientras tanto, piénsate
muy bien lo que me vas a decir antes de alejarte de mí de una forma tan
brusca e innecesaria. Que intente rehacer mi vida lejos de ti no significa que
no quiera volver a verte.
Alisó su americana y abandonó la habitación como si hubiera hablado con
una niña mal criada y acabó decepcionado. Me dejó sola y con las últimas
palabras en la boca; Quería gritarlas y así el dolor desaparecía más rápido de
lo que llegué a sufrir la vez que nos distanciamos.
Así que aproveché para liberarlas en el momento que dobló la esquina del
pasillo.
—¡Te odio!
Pero no me sentí bien.
Siguió doliendo.
Y al final Kenneth tenía razón.
Teníamos que mentirnos.
Lo mejor era no amarse y no seguir en la vida del otro.
«No quiero a Kenneth»-me dije a mí misma, recogiéndome el cabello
antes de abandonar el cuarto. «No le quiero.»

Terminé reuniéndome con el grupo de amigos y las bailarinas que los


acompañaban. Kenneth se me quedó mirando, así que giré el rostro y busqué
de una forma muy desesperada a Philippe. Mientras que lo buscaba por el
amplio comedor, me acomodé sobre los hombros la bata que había cogido de
la habitación. Todos estaban vestidos con trajes caros o vestidos llenos de
lentejuelas blancas y perlas de cristal. En cambio, yo, aparecí en la
celebración con un pijama escarlata y una bata blanca de seda que utilizaba
antes de que llegara el invierno.
No quise salir corriendo y opté por ojear a las chicas y a los movimientos
de Ishaq; el amigo de Kenneth y Philippe se distrajo abriendo una botella al
mismo ritmo que las caderas de las mujeres que lo rodeaban. Cuando
consiguió sacar el corcho de la botella de Macallan, la espuma salió
disparada a la alfombra de quince mil euros. Si Cécile se hubiera quedado en
la velada para terminar viendo como el amigo de su jefe destrozaba el
apartamento, la mujer seguramente habría acabado estallando en gritos. Al
igual que estaba haciendo yo. Estaban rompiendo y ensuciando todo lo que
tenían cerca y seguían bailando sin importarles los desperfectos. Me
mordisqueé la punta de lengua y giré sobre las zapatillas para desaparecer de
allí. Fue una mala idea reunirme con unas personas que no conocía.
Pero fue la voz de Ishaq la que me detuvo.
Éste no tardó en salir corriendo para cogerme del brazo y girarme con la
intención de que volviéramos a la fiesta. Su bonita sonrisa y su cabello
revuelto me obligaron a ser amable con él y a no faltarle al respeto como
hubiera hecho si Kenneth y yo estuviéramos bien. Aunque él no me hizo
nada. Más bien me incomodaba la idea de que estuviera al tanto de la relación
que tuve con su amigo.
—Llevo meses queriéndote conocer —me ofreció un trago directo a la
botella que abrió, pero tuve que rechazarlo. No quería beber. Quería seguir
siendo yo; triste y a la vez enfadada—. Creo que a nuestro amigo Kenneth no
le gusta que estés aquí. O eso pienso. No te esperaba, aunque sabe que vives
con Philippe. ¿Cómo se siente la primera mujer que deja al príncipe de
España?
Le di la espalda a los demás y busqué los ojos cansados de Ishaq.
—¿Estás borracho? —susurré, con temor a que Kenneth nos escuchara.
—Te confesaré algo —se relamió los labios, me mostró la botella y se
acercó para decírmelo en el oído. Tuvo que bajar la cabeza y me hizo
cosquillas con su salvaje cabello negro—. Intento estar siempre borracho.
Ves la vida de otra manera. Nada te hace enfurecer. Todo es
divertido...incluso el rostro serio de Kenneth. Justo ahora pensará que te
estaré diciendo cualquier guarrada para llevarte a la cama. Me encanta poner
a ese imbécil celoso. Por eso nos llevamos tan mal.
Nos apartamos y acabé mirando inconscientemente por encima del
hombro. Ishaq tenía razón; Kenneth dejó de beber de su copa y se centró
únicamente en nosotros dos. Al volver a cruzarme con la mirada penetrante
de Ishaq, me di cuenta que estaba allí para fastidiar a su amigo. Así que
recogió mi rostro con sus suaves dedos y alzó mi barbilla para acercarme a
sus labios.
Todo pasó tan rápido que no sé ni cómo acabé en el suelo.
Ishaq no me besó, pero desde donde se encontraba Kenneth dio la
sensación de que habíamos unidos nuestros labios. Se adelantó para cortar la
distancia, tiró de mí y perdí el equilibrio. Alcé la cabeza después de soltar un
gemido de dolor. Ambos se encontraban desafiándose con la mirada.
—¿Sucede algo? —preguntó Ishaq, aguantando las ganas de reír.
—Has bebido demasiado. Desde que has llegado no has dejado de
avergonzarme.
—¿Yo te he avergonzado?
—Deberías volver a la Zarzuela. Zenón está preocupado.
Ishaq acabó riendo tan fuerte, que su saliva humedeció el rostro de
Kenneth.
Tuve que agradecerle a la chica de cabello rubio que me alzara del suelo.
Ambos me ignoraron mientras que siguieron discutiendo por una estupidez.
Ishaq quería pelear con Kenneth, y Kenneth quería golpear a cualquiera para
deshacerse de la ira que nació al discutir por nuestra separación.
—A mi padre hace años que no le preocupa nada —le dio otro trago al
alcohol—. Ni siquiera mostró interés cuando mi madre se quitó la vida. —Se
me puso el vello de punta al descubrir que su madre murió—. Sí, Thara —me
miró—, mi madre nos dejó hace tiempo. Y desde que ella se fue, llevamos
años viniendo y saliendo de España en busca de alguien que nos llene el
corazón. Pero no hay nadie —sacudió la cabeza—. Ni siquiera un amigo
dispuesto a entenderme.
—Te llevaré a casa...
Kenneth le arrebató la botella, e Ishaq le golpeó el pecho.
—¿¡Por qué me odias, Kenneth!?
—Ishaq —gruñó.
—Somos... —rectificó— o éramos buenos amigos.
Apagaron la música para que Ishaq se tranquilizara. En ningún momento
bajó el tono de voz o relajó sus rasgos faciales. Esa actitud alteró a Kenneth y
tuvo la necesidad de llevárselo de allí antes de que acabaran golpeándose
como dos críos de diez años.
—Somos amigos, Ishaq.
—Pero siempre cuentas con Philippe antes que conmigo.
Kenneth gruñó.
—Has elegido el peor día para ponerte celoso.
Pasó el brazo de Ishaq por encima de los hombros y rodeó su cintura para
tirar de su amigo. Avanzó sin ningún problema por la sala y buscó en su
abrigo el teléfono para llamar a su chofer. Me quedé mirando la escena hasta
que otra chica se acercó hasta mí para contarme realmente por qué habían
asaltado la casa de Philippe esa misma noche.
—Estábamos en el club BlackNight y unos paparazzi se colaron. No
consiguieron fotografiar al príncipe, pero seguramente nos siguieron hasta
aquí.
Si Kenneth abandonaba el apartamento la prensa rosa los retrataría como a
dos borrachos sin responsabilidades y perdería la poca confianza que tenía
con los habitantes de España. No podía dejar que se marchara. Los paparazzi
se cansarían pronto si se quedaban con nosotros.
—¡Kenneth! —Lo detuve justo en el momento que posó la mano en el
pomo de la puerta. Su rostro se serenó al verme ir detrás de ellos—. No os
podéis ir. Hay prensa ahí fuera. Os han seguido. Lo sé.
—No podemos quedarnos todos aquí. Vosotros tenéis que descansar.
Philippe seguía sin aparecer.
Él se dio cuenta a quién estaba buscando.
—Está en el baño —anunció—. Se ha cortado cuando Ishaq ha tirado uno
de sus trofeos de tenis.
Afirmé con la cabeza y salí corriendo en busca de Philippe. Y Kenneth
tenía razón. Estaba en el baño privado de su habitación vendando torpemente
el corte de su dedo. Cerré la puerta y recogí del botiquín un par de tiritas.
—No es nada grave —saqué las vendas y humedecí la herida con un
antiséptico para la piel—. Al final no harán falta las tiritas. En unos días
cicatrizará.
—Esto se te da bien.
—Te recuerdo que tengo una sobrina de seis años.
Le devolví la sonrisa.
—He dejado de escuchar música ahí afuera. ¿Ha sucedido algo?
—Ishaq está borracho. Está al tanto de lo mal que acabé con Kenneth.
Ellos dos no se llevan muy bien, así que ha buscado la excusa perfecta para
provocarlo y han terminado gritándose y abriendo las heridas del pasado —
me sentí orgullosa con el resumen de la historia que hice—. Hay prensa
fuera. Ese es el motivo por el cual han venido esta noche. No pueden irse.
Kenneth tendrá problemas.
Se levantó del borde del jacuzzi y se miró al espejo; lo único que hizo fue
sonreír y mirarme a mí mientras que terminaba de recoger las gotas de sangre
que cubrieron el suelo del baño. Desde que vivía con él no me permitía hacer
nada, pero me gustaba ayudar a Cécile.
—Y, ¿dónde van a dormir?
Me encogí de hombros.
—No lo sé.
—Tú has propuesto la idea.
—No me hace gracia que Kenneth se quede aquí, Phil, pero no tenemos
más opciones.
Vi por el rabillo del ojo como la puerta del baño se abrió.
—Puedo dormir en el sofá —me sobresaltó su voz—. No es la primera vez
que abandono mi cama real.
Philippe no rio con su broma, y yo me mantuve al margen.
—Tengo una idea —levantó el dedo como uno de esos detectives de los
años setenta cada vez que la cámara sacaba un primer plano de su rostro—.
Ishaq, como castigo, dormirá en el sofá. Estoy cansado de ser su niñero cada
vez que bebe. Llevo más de tres semanas con ese ritmo. Me siento mayor —
rio—. Y tú —miro a Kenneth—, puedes descansar en la cama de Thara. Ella
dormirá conmigo.
A mí no me molestó, pero a él...
Se quedó serio y sin responder durante un minuto largo.
—¿Me has escuchado, Kenneth?
—Sí —tragó saliva—. Voy a tumbar a Ishaq en el sofá. Buenas noches.
Esperé que cerrara la puerta y aguanté unos segundos más antes de decirle
a Philippe:
—¿Te has vuelto loco?
—Kenneth me contó sus intenciones. Quiere estar bien contigo, pero a la
vez lejos de ti. ¿Qué puedo hacer yo ante dos personas que aprecio, Belle
dame[4]? —Besó mi mejilla y volvió a mirar su dedo—. Te espero en la
cama.
Me encogí de hombros y fui detrás de él.

Desperté al notar unos dedos intrusos tocando los pendientes que


decoraban el lóbulo izquierdo. Fui abriendo poco a poco los ojos hasta que
me encontré con Philippe descansando plácidamente sin darse cuenta que
estaba pasando detrás de mi espalda. Tragué saliva e intenté no ponerme
nerviosa. Me moví con cuidado y acabé encontrándome con unos ojos que no
tardé en reconocer. Ishaq estaba despierto a las cinco de la mañana y
mostrando una sonrisa que yo jamás tendría después de tres botellas
golpeando mi estómago.
—¿A qué hora sirven el desayuno? —su tono de voz fue bajo para no
despertar a Philippe—. Acabo de salir del baño. He devuelto todo y tengo un
hambre terrible. Me comería una vaca, pero estamos en la ciudad.
Tuve que responderle para que saliera de la habitación.
—Cécile no está. Hay pan de molde en la estantería de arriba a mano
derecha. Las cápsulas de café están al lado de cafetera. Y la leche la puedes
encontrar en la nevera —bostecé, todavía podía dormir una hora más antes de
ir a trabajar—. Podrás arreglártelas tú solo.
Le volví a dar la espalda y cerré los ojos.
Confié en que saldría, pero se quedó para consultarme la última duda.
—¿Cómo se enciende la cafetera?
Agrandé los ojos al recordar que Ishaq era como Kenneth; tenían servicio,
por ese motivo no sabían hacerse ni un huevo frito. Tuve que abandonar la
cama con cuidado de no despertar a Philippe y le pedí a Ishaq que me
siguiera. El salón estaba sucio y las chicas se fueron cuando el príncipe les
pidió que marcharan.
Acabé preparando el desayuno para todos; media docena de huevos
cocidos, una docena de tostadas, varios cafés para la resaca y unas cuantas
gominolas que aportaban vitaminas que acabé comprando la semana anterior
en la farmacia que teníamos cerca de casa. Me senté delante de Ishaq y me
tomé el café solo para despertarme de golpe. Éste disfrutó el desayuno y le
pareció todo delicioso. En cambio, Kenneth siempre fue más exquisito.
—Esta mermelada está más rica que la que sirven en la zarzuela —alabó
el dulce rosado que se le escurría por los labios—. ¡Me encanta!
—Es porque tiene azúcar. El ayudante del chef la hace con fruta ecológica
—le quité el tarro de mermelada antes de que le diera un subidón de azúcar
—. Se acabaron los procesados por hoy. Termínate el café.
Lo traté como a un niño pequeño, pero era como se comportaba.
—Si Kenneth no se levanta me comeré su desayuno.
—¿Sigue despierto?
Apartó los labios de la taza y asintió con la cabeza.
—He ido a despertarlo a él primero, pero como estaba con una mujer fui
directamente a Philippe —le dio otro sorbo—. ¿Estás con Phil?
La tostada se me resbaló de los dedos.
—No...yo no estoy con Phili... —ni siquiera sabía qué estaba respondiendo
—. ¿Kenneth con una mujer? ¿Te refieres a Ariette?
Su carcajada no me gustó.
—¿Has olvidado a las señoritas que nos acompañaron anoche? Pues una
de ellas se ha metido en su cama o él fue a buscarla.
No me importó que Ishaq devorara el desayuno de Kenneth. Lo que hice
fue abandonar la cocina con una taza de café y salí hasta mi habitación para
comprobar lo que me había dicho. Abrí la puerta y lo busqué en la cama. Y
ahí estaba, tendido, con el torso desnudo y con una mujer que lo acompañaba.
Seguía dormido y con su brazo rodeando el cuello de ella.
Me quedé sin palabras.
Incluso cuando él abrió los ojos y me vio en el umbral de la puerta
mirándolo.
—Buenos días —saludó, apartando a la joven cuando ya la había visto.
6

Me sorprendió que Kenneth intentara darme explicaciones de lo que


acababa de hacer con la mujer que dejó desnuda en la cama. Acabó
acorralándome en el pasillo para darme una excusa que no me pertenecía.
Apretó la mandíbula y me soltó de los hombros cuando se dio cuenta que no
iba a huir. Estaba nervioso, con la mirada triste y ni siquiera fue capaz de
mirarme a los ojos.
—No es lo que parece...
Me dieron ganas de arrojarle el café que sostenía y recordarle que nosotros
jamás íbamos a estar juntos. Que olvidó a su futura esposa para pasar el rato
con una desconocida. Que era un imbécil que no se merecía tener a alguien a
su lado y que se preocupara por él. Y esa tonta fui yo. Le pedí a Philippe que
lo protegiera de los paparazzi para que él terminara follando con una enorme
sonrisa en el rostro.
Y se lo expliqué todo con un gesto.
Solté la taza de café olvidando por completo que había gente durmiendo.
Golpeé su rostro con todas mis fuerzas y me colé en la habitación de Philippe
para perderlo de vista. Kenneth fue capaz de salir de mi cuarto desnudo para
decirme que no era lo que pensaba. Fue un imbécil y seguiría siéndolo porque
no estaba en sus planes cambiar.

El taxi me dejó en la Zarzuela a las seis de la mañana. Mi turno de trabajo,


ese que creó Linnéa exclusivamente para mí, empezaba a las siete. Tenía una
hora para recorrer los jardines, pasillos o saludar a mis compañeros de
trabajo. Como tenía que vestir con los trajes que encargó la reina, me
presenté con unos vaqueros oscuros y una camisa rosada remangada por los
codos. Recogí mi cabello y subí hasta la tercera planta para cruzarme con las
chicas que arreglaban las habitaciones, pero tomé una mala decisión en el
momento que decidí coger el ascensor en vez de subir las escaleras.
Mario detuvo la puerta con la mano y se coló en el interior para darme uno
de sus buenos días tan especiales que sólo él podía soltar.
—Te dijeron a las siete. Realmente eres una niña tonta que no entiende
nada.
—Buenos días a ti también —controlé las ganas de sacarle el dedo
corazón y agitarlo delante de sus narices, pero me controlé. Adentré las
manos en los bolsillos traseros de los vaqueros y jugueteé con el carnet de
identidad y la tarjeta de crédito—. ¿Tú nunca duermes?
Fue raro que respondiera sin faltarme al respeto.
—Intento cuidar a la reina el máximo de horas posibles al día. Me
acostumbré a dormir poco en el ejército. Suelo descansar un par de horas y
vuelvo a mi trabajo —se me quedó mirando a través de las oscuras gafas de
sol que ocultaban sus ojos y apartó la cabeza para volver a hablar—. ¿Te
cruzaste con Kenneth?
Justo soltó la pregunta que quería evitar a toda costa. Si se enteraba que
habíamos pasado la noche juntos bajo el mismo techo, Linnéa terminaría
ordenándole a Mario que volviera a darme lecciones con sus puños. Seguía
adolorida por los golpes que recibí en los costados y no podía defenderme
porque me chantajeaban con hacer daño a mi madre. A última hora Linnéa
decidió incluir a Kenneth, porque a ambas nos dolería perderlo.
—Tú estabas delante cuando me hicieron firmar el nuevo contrato y
cuando tu reina me explicó las nuevas tareas que ejecutaría de lunes a
viernes. Básicamente —ese idiota estaba al tanto de todo y necesitaba
quitármelo de encima; era capaz de seguir a Kenneth o a mí—, estaré
cubriéndole las espaldas a la princesa Ariette, no al príncipe Kenneth. Y si
Linnéa... —corregí mi error antes de que se volviera loco— la reina Linnéa
necesita mi compañía en cualquier evento, la acompañaré.
Escuché el crujido que hizo su mandíbula al abrirse para hablar y
entrecerré los ojos por temor a que no me hubiera creído y acabara
golpeándome en el ascensor. Pero no sucedió. Salimos del elevador y éste
siguió mis pasos mientras duraba la conversación que él mismo empezó.
—La gente como tú y yo deberíamos estar arrodillados ante ellos —
imaginé que el ellos eran Kenneth y Linnéa—. Cruzaste una línea que jamás
permitiría. Él me da igual, pero ella sí me importa. Y si mi reina sufre por su
hijo, borraré de este mapa a la zorra que se meta en su cama. Es fácil, niña.
Tú sales ilesa, y yo no tengo que malgastar mi valioso tiempo contigo.
Leí entre líneas que, si Linnéa lo mandaba a vigilarme, él pasaría menos
tiempo cubriendo sus espaldas para protegerla. Mario estaba obsesionado con
ella o locamente enamorado de una persona que jamás correspondería a ese
sucio amor. Aunque eran iguales; dos personas miserables dispuestas a
destrozar la vida de los demás.
—Kenneth se casará con la princesa Ariette.
—Sigo sintiendo dolor en tu voz.
—¿Tú puedes sentir el dolor? —a veces no podía controlar mis palabras
—. Estoy haciendo y diciendo todo lo que me pidáis. ¿Qué más quieres?
Estoy aquí, ignorando a Kenneth y dispuesta a complacer las órdenes de una
mujer que se casará con el hijo de tu reina. ¿No es suficiente castigo para mí?
No —respondí, furiosa por tener que contenerme por miedo—, también me
arrebatasteis a mi madre.
Era algo normal que Mario riera de los problemas de los demás. Se dio el
lujo de soltar una fuerte carcajada y siguió reteniéndome en un ascensor que
se había detenido en la tercera planta hacía tiempo. Acomodó esa enorme
mano callosa en las puertas plateadas. Observé el anillo dorado que rodeaba
su dedo anular. Él no estaba casado, y con el sueldo que tenía —que era
bastante— jamás se hubiera permitido una joya como la que estaba
mostrando sin darse cuenta.
«Seguramente Linnéa le hace regalos caros» —pensé.
—Tu madre ya causó problemas cuando era joven. No sólo se folló a tu
padre, también intentó chuparle la polla a todos los marqueses que pasaban
por aquí —odiaba que tratase a mi madre como a una adultera que no amaba
a su familia. Philippe me ayudó a comprender que el amor se oxida si no se
lucha y, seguramente mis padres, dejaron de hacerlo porque estaban
cansados. Sobre todo, mi madre. No podía juzgarla. Ella era libre de amar a
quién quisiera—. ¡Ay, niña estúpida! Quizás eres hija de alguien importante
como tu sobrina, y tú ni siquiera lo sabes.
Nadie lo sabía.
Ni siquiera Linnéa.
Era el secreto mejor guardado de mi madre.
Incluso descubrir quién era el padre de Agatha fue más fácil que conseguir
el nombre de mi verdadero padre. Un hombre que seguramente no quería
saber nada de mí. Una persona que la amó durante un tiempo y desapareció
porque no estaba dispuesta a comprometerse con ella. Alguien que decidió
que lo mejor para su familia era ocultarme y no darme su apellido.
Seguramente era la bastarda que le arruinaría la vida. Y por eso debía dejar
de buscar respuestas. Mi padre era Roberto, el hombre que me crio y me dio
el amor que el otro jamás podría hacerlo. Él era mi padre, y el otro el banco
de esperma de una noche.
Mario sólo quería volverme loca.
Tenía que mantenerme fuerte.
Con una sonrisa en los labios.
—Has sacado un tema que ya ni siquiera me interesa —le mostré los
dientes en una amplia sonrisa—. Lo que hiciera mi madre no me afecta. Yo
he hecho mi vida. Vivo con Philippe hasta que pueda permitirme una
vivienda. Podéis atacarme con vuestras palabras, pero evita esas manos en mi
cuerpo.
Presioné el botón para salir del maldito montacargas y crucé con las
manos temblorosas. Mario se quedó atrás, observándome en silencio. Hasta
que decidió abrir esa bocaza que lo destruía todo.
—Cuando Amanda se quedó embarazada, la reina la protegió. Incluso
guardó su sucio y asqueroso secreto. En cambio, ella, para devolverle la
ayuda, cuidó al débil y pequeño Kenneth. Un niño con complejos al que le
costaba hasta comer —escuché como él también abandonaba la caja metálica
—. Durante los primeros meses, Amanda seguía viendo a su amante. Una
persona importante. Un imbécil que lo dejó todo por estar con ella. ¡Fue
divertido! Se convirtieron en mi parque de atracciones personal. Podía
destruirlos en cualquier momento, pero mi reina me lo impidió. Ella quería
guardar el secreto. Tener a Amanda a su lado para toda la vida.
»Y me quedé...¿Triste? No, esa no es la palabra. Más bien decepcionado.
Mi humor llegó a molestar a Luis V, ese rey que nos abandonó después de
follarse a tu hermana y engendrar una bastarda que jamás tendrá ningún
título. Me tenía tanta manía que, acabó echándome. Terminé reconstruyendo
la capilla porque no me dejaba pasar al interior del palacio. Me quería lejos
de mi reina Linnéa, así que seguí siendo sus ojos fuera de la Zarzuela para
cuando me reuniese con ella convertirme en la bomba detonadora de todos
sus problemas. Así que, en mi tiempo libre, cuando no recibía órdenes del
párroco, seguía a Amanda y a su amado. Tenían planes contigo. Proyectos
maravillosos que acabaron muy mal.
»Fue el día que se compró una vivienda a las afueras de Madrid. Él quería
criar a su hijo junto a la mujer que amó, pero Amanda de repente se acordó
de su antigua familia. Fingió una caída y mandó a la reina a que le
comunicara que había perdido al bebé que estaba esperando. El señor se
quedó destrozado, pero aún así quería estar junto a ella. Amanda no lo
permitió, y consiguió que se alejara de ella.
«Miente. Miente. Estoy segura que miente.»
—Él creó una tumba ante el hijo que perdió. Puedo darte la dirección si
quieres. No está muy lejos.
—¿Por qué haces todo esto?
—Porque Amanda no es la dulce Amanda que le hizo creer a todo el
mundo —pasó por delante de mí para quedarse detrás de mi inmovilizado
cuerpo—. Si crees que mi reina es cruel, ella es peor.
Hubo un silencio por mi parte.
La historia era tan creíble que, por un momento, me la creí.
—Bonita historia —fingí poco interés—, pero tengo que irme. No puedo
escuchar el final.
—¿Estás segura?
Saqué el teléfono móvil del otro bolsillo y le enseñé la hora.
—Es tarde.
—Cierto —señaló la planta de abajo—. Mi reina te estará esperando.
Tuve suerte que no me siguiera. Bajé las escaleras y me planté delante de
la puerta del despacho de Linnéa. Golpeé la madera con los nudillos y esperé
a que su voz me invitara a pasar. No tardó en hacerlo, incluso mandó a
alguien a que abriera. Un hombre joven del cuerpo de seguridad me dio los
buenos días mientras que cerraba tras de mí.
—He dejado tu ropa en el baño —señaló el aseo privado del despacho—.
Vístete y luego te presentaré cordialmente a Ariette. Por cierto —me detuvo
al ver que iba sin pensármelo dos veces—, esta noche te necesito. Tengo que
entregar unos premios. Quiero que estés tú ahí para sujetarme la copa, ¿de
acuerdo? —Asentí con la cabeza y al avanzar me volvió a detener—. ¿Thara?
—¿Sí?
—¿Has visto a Kenneth?
—No. ¿Por qué?
—No lo he visto en toda la mañana. Ni siquiera estaba en su habitación.
—Mario me ha preguntado lo mismo —seguí con las mentiras—, ¿sucede
algo?
—No. No —sacudió la mano para echarme y se centró en los premios que
estaba firmando—. Seguramente pasó la noche con Ishaq. Él tampoco está.
La dejé sola y me vestí con el traje negro compuesto por tres piezas. Era
elegante y la firma era de Francesc; el diseñador catalán que contrataron para
vestirme. Linnéa me quería a su lado, pero no con la ropa que había en mi
armario. Quería a una mujer joven, elegante y con cultura. Quería tenerme a
su lado incluso cuando no cumplía un par de requisitos para ser su ayudante.
Recogí mi cabello lo más alto posible y me quité los pendientes para que
no llamaran la atención. Dejé mi brazalete sobre la camisa y me vi obligada a
silenciar el móvil; era la mejor forma para que nadie interrumpiera cuando
estuviera con Linnéa.
Salí del baño y me extrañó ver a Linnéa de pie, gritando y agitando las
gafas de lectura que se había puesto para dejar su firma en los premios que
repartiría esa noche.
—¡Dijiste que no volverías a beber!
—Lo siento, mamá. No estaba en mis planes... —calló para mirarme. Yo
tampoco esperaba cruzarme con Kenneth y menos cuando lo había golpeado
—. ¿Qué hace ella aquí?
—Te dije que ahora trabaja para mí.
—La quiero fuera —sus ojos helados me hicieron daño—. ¡Ahora mismo!
¿Tanto le dolió el golpe?
—Li...Linnéa —tartamudeé.
Temí por perder mi empleo.
—Tranquilízate, cariño.
—No lo volveré a repetir, mamá —se acercó tanto a mí que no supe que
hacer—. O ella, o yo. Tú decides.
«¿Qué estás haciendo, Kenneth?»
7

Kenneth De España
Nunca se había visto acorralada. Jamás igualó la balanza entre su hijo y
una empleada. Y, por primera vez, no me mostró una de esas sonrisas llenas
de satisfacción al comportarme como un verdadero imbécil. Más bien, tuvo
que sentarse para meditar su respuesta y, olvidó por completo mirarme a los
ojos. Estaba perdida. No entendió mi odio hacia la mujer que había al fondo
del despacho. Cuando me acerqué a Thara, ni siquiera me miró. Se conformó
en escuchar mi voz alzada mientras que le reclamaba que eligiera entre ella o
yo. El silencio fue incómodo para todos y fue la más joven la que se encargó
de romperlo. Le suplicó a mi madre que no la echara y ésta simplemente
cogió aire y atravesó mis ojos claros con los suyos.
—Abandonad el despacho. Tengo que hablar con mi hijo a solas —todos
cumplieron la orden, a excepción de ella. Se quedó atónica mirándose los
zapatos de Chanel—. Tú también, Thara. —Como seguía nerviosa, intentó
ser amable con ella. Algo extraño y más cuando no podía ni verla—. Tómate
un café. Luego te llamaré.
Tiró de su largo cabello y caminó por el despacho como un alma pena.
Necesitaba el dinero, así que estaba desesperada por aceptar cualquier empleo
que le ofreciera mi madre. Pero, ¿a qué precio? Thara estaba siendo
humillada con ropa que jamás vestiría, acompañando a la mujer que destrozó
a su familia y cruzándose conmigo incluso cuando le dije que no quería ni
verla. Estaba atrapada en el palacio de la Zarzuela hasta que alguien la
liberase.
Nuestra conversación no sirvió para nada. Nos quedó claro que lo mejor
para los dos era no estar juntos, aunque a mí me costara olvidarla. Quería
seguir bajo mi mismo techo para conseguir dinero, pero no podía buscar otro
empleo. Quería ayudarla...o más bien ayudarnos. Si ella conseguía el
suficiente dinero para sobrevivir, su dolor se acabaría junto al mío. Pero mi
madre la retenía. Estaba convencido.
Al cerrar la puerta, me tomé la molestia de ocupar el asiento derecho que
había delante del suyo. Se deshizo de las gafas de lectura y apartó la docena
de trofeos que le habían mandado de la joyería Tres Perlas para que grabara
su nombre. Se quedó sin aliento y tuvo que servirse ella misma una copa de
brandy; no me ofreció porque por su cabeza rondaba la idea de que su hijo
era un alcohólico.
—Vas a volverme loca, hijo.
Estiré el brazo para atrapar uno de los caramelos rosados que tenía sobre
su escritorio. Lo dejé sobre la lengua y lo saboreé antes de responder.
—Pensaba que ya estabas loca —al escucharme, le temblaron las manos,
tanto que, se le escurrió un cubo de hielo del vaso de cristal—. Contratar a
Thara fue una mala idea. Se folla a mi amigo y ahora tengo que verla cada
día. —En el minibar tenía un hermoso espejo del siglo XV, ella se limitó a
sonreír ante mis palabras sin darse cuenta que me quedé con todos sus gestos
faciales. Disfrutaba de mi odio hacia la mujer de la que me enamoré. Y haría
cualquier cosa para protegerla de mi madre...hasta conseguir que la
despidieran—. Échala.
—No puedo. Me gustaría. Hazme caso cuando te digo que me encantaría
echarla de aquí, pero no puedo —se acercó con su copa, y cerré los ojos ante
el aroma del alcohol; realmente tenía que borrar de mi cabeza que con la
bebida todo era más fácil. Ishaq estaba destrozado y no éramos capaces de
ayudarlo—. Me dio pena perder a Amanda, y eso que en los últimos años fue
un estorbo, pero le tenía cariño. Pensé que, si cuidaba de su hija, le estaría
devolviendo el favor por haberte cuidado tan bien cuando eras pequeño, amor
mío. Olvídate de Philippe y de esa joven que no tiene ningún destino en la
vida. Subí la categoría de su contrato por lástima. Jamás se me ocurriría
tenerla aquí para que te haga daño. Tienes que creerme, hijo.
Mentiras y más mentiras.
Amanda me cuidó porque seguramente mi madre no quería que el
verdadero padre de Thara descubriera que estaba embarazada. Así que
cuando la tuvo, la mandó con el padre de su hermana mayor y cuidó de mí
cuando era un niño que le faltaba la atención de su padre y le sobraba todo el
supuesto amor que le daba su madre. Tenía muy buenos recuerdos con
Amanda. Ella siempre nos trató con cariño incluso cuando nunca nos tuteó.
Nunca cometió el error de mis padres; no tuvo un favorito. Tuvimos su
atención por igual.
Era una gran mujer que no mereció que la asaltaran para que cayera por
las escaleras.
—Te creo —dije, a regañadientes—, pero no la quiero aquí.
—Y, ¿qué hago? ¿La despedido?
—Por ejemplo.
—¡No puedo! —me alzó la voz, algo que no era común en ella—. No
puedo, cielo —rectificó, con un tono más amble y cariñoso—. Haré lo
posible para que no te cruces con ella, pero no vuelvas a pedirme que la eche
porque no puedo —soltó el mismo discurso una y otra vez en vez de decir
que la quería tener controlada. Se bebió la copa de un sorbo y se acercó hasta
mí mientras que se arreglaba su rizado cabello rubio oscuro. Se sentó en el
reposabrazos y dejó su cabeza sobre la mía mientras que acariciaba mi
espalda con su mano. Noté por encima del traje sus anillos pesados—. No te
imaginas cómo he echado de menos a este Kenneth. Sé que ella te hizo
mucho daño y no puedes ni verla, pero puedes ser fuerte y demostrarle que no
te importa. Hazle caso a mamá. Yo siempre querré lo mejor para ti. Te quiero
muchísimo.
Empujé mi cuerpo hacia delante y me libré de su mano. La cual no tardó
en enredarse en mi cabello.
—Todavía no he estado a solas con Ariette —fui directo al segundo tema
que más le molestaba. Noté como su cuerpo se tensó—. La veo inexperta e
inmadura para que me satisfaga. ¿Cómo voy a tener un hijo con ella?
—Cerrando los ojos e imaginando que encima de ti o debajo hay una
mujer que te excite. Estoy segura que puedes fingir —susurró, presionando el
lóbulo de mi oreja—. Intenta conocerla antes de casaros. Invítala a comer o a
cenar. Pasea con ella por los jardines mientras la conquistas. Aunque no hará
falta —rio, malévolamente—, le brillan los ojos cada vez que te ve. Está
enamorada de ti desde que era una adolescente. Y... —se relamió sus labios
que estaban pintados de rosa coral. Era algo que hacía cuando estaba nerviosa
—, ¿físicamente qué te parece?
Fui sincero, aunque no me atrajera.
—Tiene una belleza muy dulce. A otro heredero mayor de cincuenta años
se la hubiera puesto dura —me crucé de brazos—, pero imagino que debería
ser yo.
—Ya te lo he dicho, Kenneth...
La interrumpí.
—Lo sé —me levanté del asiento y la desafié de nuevo—. Podría
follármela antes de casarnos. Necesito saber si es fértil.
No tardó en levantarse y en clavar sus ojos chispeantes de rabia en los que
estaban abiertos por la sonrisa que le mostré. Ella detestaba la idea de que
una mujer estuviera en mi cama, pero estaba dispuesta a casarme con alguien
que no me interesaba.
—No la toques hasta el matrimonio. ¿Me has entendido?
Reí.
Eso sólo significaba una cosa.
—Es virgen —su rostro me respondió—. ¡Me encanta! —besé su mejilla
—. Gracias, mamá.
Ella bien sabía que no había nada mejor en el mundo que una persona pura
a punto de entregarse a la persona de la que estaba enamorada. Ariette era
una tentación, pero en la cabeza de mi madre. El hecho de hacerle creer que
me volvería loco la atormentaba, ganaba puntos a mi favor.
«Es la guerra, mamá. El trono y tus reglas pasarán a ser míos.»
La dejé sola en el despacho y caminé mientras le enviaba un mensaje a
Philippe.

Kenneth:
Tenemos que hablar con Ishaq. No está bien.
Mi viejo amigo no tardó en responder.
Philippe:
Antes deberíamos hablar tú y yo.
Se me borró la sonrisa que me regaló mi madre ante su disgusto.
Philippe quería hablar de Thara y de la mujer que se coló en mi cama la
noche anterior. Ya tuve bastante con que Thara nos viera y me girara el rostro
con su pequeña y suave mano. O también estaba la posibilidad de que
reuniera el valor suficiente para confesarme que estaba enamorado de la
misma mujer que yo.
Nuevo email.
Alteza real,
No he conseguido el Reino de España, pero un amigo me ha dejado el jet
privado. Si me da el visto bueno podremos salir el lunes a primera hora y
llegaremos a Francia en menos de dos horas.
Aitor.
«Por fin buenas noticias.»
8

Agradecí que Aitor se tomara la molestia de ayudarme para salir de


España durante un día sin que nadie se diera cuenta. No iría solo, pero
todavía no estaba convencido de si mi acompañante aceptaría venir conmigo.
Quería gestionar unas cosas en Francia a espaldas de Philippe y a la vez
visitar a alguien con la que quería mantener una estrecha relación ya que no
pude hacerlo cuando Leopold vivía.
Bloqueé la pantalla del teléfono y me dirigí hasta mi despacho para hablar
con la persona que organizaba mi agenda. Desde que me convertí en el
príncipe heredero mi madre me dejó presidir la mayoría de actos y era algo de
lo que todavía no estaba preparado. Hasta el presidente del país se
acostumbró a reunirse conmigo porque lo único que hacía era asentir con la
cabeza mientras que me contaba sus planes atípicos para reforzar todas las
comunidades autónomas. Los asesores intentaban enseñarme lo más rápido
posible, pero ciertos temas sociales no terminaban de absorberlos en mi
cabeza. No me educaron para estar al frente y alzar la mano para saludar a la
armada cada vez que venían de la guerra. Me enseñaron a estar detrás
mientras que Leopold leía el discurso de memoria y felicitaba a los hombres
por la labor que hacían por España. Seguía poniéndome nervioso cuando
acudíamos a alguna provincia donde la mayoría de los ciudadanos eran
republicanos. U observar desde el vehículo de seguridad como los ancianos
sacaban a sus nietos para que alguien de la casa real tocara su cabecita. Y lo
que más detestaba, y lo hice durante toda mi vida era, confesarme ante el cura
por todos los pecados que cometía.
El sacerdote Domingo terminaba echándome agua bendita por las lujurias
que cometía bajo el mismo techo donde descansaba mi madre por las noches.
Que todos creyeran que era una santa era porque no querían ver la verdad. El
único imbécil que confesaba sus pecados era yo. Aunque en el fondo era
divertido narrar la forma en la que me consumía sobre el cuerpo de una mujer
mientras follábamos sin parar.
—Llega usted tarde —bloqueé mis pensamientos oscuros para mirar a
Mario que se encontraba esperándome en la puerta de mi despacho—. Su
padrino, el señor Bermejo, lo estaba esperando para dar un paseo. Le he
tenido que decir que no ha pasado la noche aquí. Por cierto —se acercó para
encararme con la estúpida idea de que le tuviera miedo—, ¿dónde ha pasado
la noche? Siento curiosidad.
Reí.
—¿Qué hace el perro de mi madre lejos de su ama? —Ése miserable había
sido uno de los factores de la muerte de Leopold y Khadija—. ¿Te ha
mandado ella a vigilarme?
—Por supuesto que no. Intento controlar a los empleados. Entre usted y yo
—su mal aliento y el aroma a tabaco que desprendía su chaqueta americana
oscura hizo que me apartara—, no es un secreto que Thara Villena calentara
su cama. Necesito saber si la hija de Amanda ha empezado a respetar a la
familia real.
—¿O qué? ¿Le pondrás la mano encima?
—Por supuesto que no. Son sus dedos los que se quedaron marcados en su
cuerpo. No lo olvide.
Cerró su dura mandíbula y pasó de largo. Antes de que desapareciera, lo
detuve:
—Si descubro que Thara sufre, despídete de mi madre. Soy una persona
muy vengativa.
—No lo dudo, pero sólo habrá una forma de descubrirlo. Tendrá que
averiguarlo.
Mario estaba buscando el mismo destino que mi madre; cumplir condena
por todos los daños que habían causado. Se quitaron de encima a mi hermano
y a su esposa para que yo me convirtiera en rey algún día. E hicieron daño a
Amanda porque ella conocía todos los secretos de mi madre. Me querían a su
lado domado y sumiso para que disfrutara del trono. Mario no le quitaba el
ojo de encima a Thara porque sus intenciones no eran buenas y en cualquier
momento sería capaz de hacerle daño. No lo permitiría. Sería capaz de
quitármelo de encima para que ella estuviera bien. Thara, aunque estuviera
lejos de mi vida, me importaba más que mi propia existencia.
«Te protegeré, aunque me odies.»
Thara Villena
Respirar aire fresco no me ayudó, ni siquiera desconectar durante media
hora de todo lo que había pasado. Kenneth estuvo luchando para que me
despidieran y Linnéa no rechazaría la propuesta porque me odiaba. Ambos
me estaban volviendo loca y mi situación no era estable para irme y buscar
un lugar en el cual podría mantener a mi madre a salvo. Me levanté del suelo
y sacudí la arena que cubrió el traje con el que vestí por petición de Linnéa.
Quería gritar con fuerza que Kenneth era un imbécil, pero fue una dulce voz
la que me detuvo.
Un grupo de mujeres se acercó para ver qué estaba sucediendo con la
joven que resoplaba por no alzar la voz. Bajaron la sombrilla y descubrí que
debajo se encontraba Ariette, la princesa que se casaría con Kenneth. Estiró
sus finos labios y me tendió la mano de una forma muy educada. Ni siquiera
podía tener contacto con ella. Únicamente inclinarme hacia delante para
saludarla y tratarla con la educación que se merecía al ser un monarca.
Memoricé el protocolo y le devolví el saludo.
—Buenos días, Alteza real.
Ella rio y me obligó a levantarme para que la mirara a los ojos. Su piel era
tan blanca como la de una muñeca de porcelana. Tenía los ojos más claros
que los de Kenneth y un fino flequillo rubio ocultaba sus perfectas cejas.
Bajo las largas pestañas claras, un rubor rosado encendía las delgadas líneas
de sus labios que estaban pintados en un color pastel que no acabé de ponerle
nombre.
—Tú debes de ser Thara —su risa sonaba como la de esas muñecas que
solía darme mi madre cada vez que volvía a convertirse en interna en el
palacio de la Zarzuela—. La reina Linnéa te describió a la perfección.
Cabello largo, moreno y rebelde para cualquier cepillo que se interpusiera en
su camino —recitó las palabras de Linnéa, pero suavizando la frase para no
sonar impertinente—. Alta y lo suficientemente delgada para escurrirte en
cualquier momento. Pero nunca me dijo lo bonita que eres. Es un placer
conocerte —estiró el brazo y buscó mi mano para estrecharla—, Thara...
Le dije mi apellido:
—Villena.
—Ellas son Isabel, Abigail, y Aurora —respondieron con una sonrisa—,
pero no te molestes en hablarles en castellano. Nunca te entenderían. Hemos
salido al jardín porque mis padres se han cansado de estar en el salón
esperando a los anfitriones. Son dos ancianos que carecen de la paciencia de
la cual estamos dotados los jóvenes —echó hacia atrás sus largos rizos que le
caían sobre sus hombros descubiertos—. Pero debo admitir que he echado en
falta la presencia de Kenneth. Ishaq me dijo que trabajaste junto a él —se
echó encima de mí y me sobresaltó; por un momento pensé que Ishaq le
habló de la relación que tuve con su futuro esposo—. Y sé que mi príncipe
quiere lo mejor para mí, así que de ahora en adelante tú me acompañarás en
mis paseos matutinos. ¿Qué te parece, Thara?
Respiré con tranquilidad al saber que Ishaq no le contó nada. No podía
llevarme mal con ella porque era la última oportunidad que me quedaba para
seguir trabajando para Linnéa y que ésta siguiera pagando el hospital privado
de mi madre. Afirmé con la cabeza y me preparé para seguir con la mentira
que empezó Ishaq. Nadie me había dado tantos problemas con mi propia vida
hasta que llegó él. Kenneth e Ishaq estaban distanciados, e imaginé que el
culpable de la poca comunicación que tenían era por el dubaití.
—Sí, Alteza real...
Ariette sacudió el dedo para corregirme.
—Ariette. Olvida el protocolo. Llámame Ariette.
—Pero... —me mordisqueé el interior de la mejilla. Si alguien descubría
que tuteaba a la princesa de Bélgica, definitivamente acabaría despedida.
—Si a mí no me importa, ¿por qué debería impórtale a los demás? —
Ariette respondió a las dudas que no supe exponer—. Llevo años queriendo
tener a alguien cercano. Cuando mis padres me anunciaron que me
comprometería con Kenneth y terminaría viajando a España, encontré el
momento adecuado para querer escuchar mi nombre sin formalidades. Y me
alegro que tú seas la primera. Eres joven, educada —eso sí fue gracioso de
escuchar— y conoces a Kenneth. Lo único que sé yo de él es lo que he visto
con mis propios ojos o lo que se puede leer en la prensa. Necesito conocerlo,
Thara. Quiero saberlo todo de él. Me quiero enamorar de sus virtudes y
defectos. No quiero juzgarle por sus errores ¿Tú me ayudarías?
Ariette no entendió que era un matrimonio concertado.
Había la posibilidad de que Kenneth no se enamorara de ella.
—¿Ayudarte?
—Sí. —Rodeó mi brazo con el suyo y tiró de mí. Cubrieron mi cabeza con
otra sombrilla blanca y paseamos por los hermosos jardines que rediseñó
Pablo—. ¿Cuántos pretendientes has tenido? —Ariette hacía preguntas que
me ponían el vello de punta ante el compromiso de tener que contestar. Ella
lo notó y volvió a ser muy educada—. Lo siento muchísimo, Thara. No
quería asustarte.
—No importa, Alteza... —sentí un tirón de brazo y me acordé que tenía
que llamarla por su nombre—. Perdón, Ariette —le devolví la sonrisa—. Si
quiere que le responda a su pregunta...
—No me tutees.
Trabajar con ella iba a ser más difícil.
Así que lo acepté y me dirigí a ella como lo haría con Linnéa o Kenneth.
—En el instituto tuve dos novios. Cuando conseguí entrar en la
universidad volví a enamorarme dos veces más. Como no fui capaz de
terminar la carrera, en el trabajo que conseguí para no volver locos a mis
padres salí con otro chico —ni mencioné que era Erick—, con el cual tuve
una relación abierta. Y el año pasado tuve relaciones sexuales con... —tragué
saliva. Los dos últimos fueron Philippe y Kenneth—. No me acuerdo.
Ariette se quedó asombrada ante los pretendientes que tuve en mi vida.
—¿Todos estuvieron enamorados de ti?
Me pareció tan gracioso que no retuve la risa.
Pero me di cuenta que no estaba bromeando.
—Ninguno de ellos estaba enamorado de mí. Más bien fue sexo. Con
algunos duró un mes, con otro medio año —bufé—, y con los últimos ni
siquiera sé que tuvimos. Estaré sentenciada a no conocer el amor verdadero
—bromeé para que riera—. Pero que a mí me vaya mal en el amor, no
significa que a ti vaya a pasarte lo mismo. No sé cómo podría ayudarte con
Kenneth.
«¿O sabes qué Kenneth fue el último hombre que estuvo en mi vida?» —
pensé, con un nudo en la garganta.
—¿Puedo ser sincera contigo? —Asentí con la cabeza—. Mi vida ha sido
muy diferente. No he sabido socializar con nadie. Nada más salir del
internado, mi padre llegó a un acuerdo con Linnéa. No me molestó. Llevo
años enamorada de Kenneth. Siempre que nos hemos cruzado en alguna boda
o bautizo, mi corazón se aceleraba. Fue de las pocas personas que fue amable
conmigo sin esperar nada a cambio. Y estoy al tanto de todos sus deslices. En
la boda de Jan y Mila vi con mis propios ojos como le practicaron sexo oral
junto a su amigo Ishaq —bajó el tono de voz—, fue Mila.
Había definido a Kenneth perfectamente.
—Y ahora que vamos a casarnos no sé cómo podré enamorarlo —Ariette
miró a Aurora—. Aurora me dijo que se puede retener a un hombre
ignorándolo. Isabella está convencida de que se puede tener su amor por la
belleza. Y Abigail dice que se conquista a un príncipe en la cama. No se
equivoca, y más si ese príncipe es Kenneth. Pero no conozco sus gustos o si
él estará dispuesto a enseñarme.
Esa conversación empezó a desagradarme.
Que odiara y estuviera dispuesta a pisotear el miembro de Kenneth por lo
mal que me había tratado, no significaba que estuviera dispuesta a ayudar a
una princesa a conquistarlo.
—¿Me has escuchado, Thara?
Sacudí la cabeza.
—No, perdona, Ariette. ¿Qué habías dicho?
—¿Cómo conquistarías tú a Kenneth?
—¿¡Yo!? —grité tan fuerte que Ariette acabó riendo—. No...No
tengo...O...
La princesa miró por encima de mi hombro y sus ojos se llenaron de vida
de repente. Yo me quedé muda, sin saber muy bien qué podía responder. Me
rasqué la nuca y sentí como un aire caliente rozaba mi piel. Algo ocultó el
sol, pero no le di importancia.
—No creo que sea la persona adecuada para responder a esa pregunta.
—¿Por qué no? —escuché a un hombre hablando cerca de mi oído.
Noté como mi cuerpo se encendía ante el tono de su voz. Si quedaba cara
a cara con él, mis mejillas me delatarían. Por suerte Ariette habló, y quería
que ambos se olvidaran de mí. Pero en su extraña relación, acabaría siempre
en medio de los dos.
—Buenos días, príncipe mío —se apartó de mi lado y se acercó hasta él—.
¿Debo pedir permiso para abrazar a mi futuro esposo?
—Lo dudo —me lo imaginé con esa sonrisa que usaba para coquetear—
pero, de todas formas —rio—, permiso concebido.
Ariette no se lo pensó dos veces y acabó saltando, tirando las sombrillas al
suelo y golpeó el pecho de Kenneth con el suyo para enrollarse en su cuello.
Estuvieron unos minutos riendo como dos niños cometiendo una travesura a
espaldas de sus familiares.
«No estás celosa, Thara. No lo estás» —me dije.
—¿Qué le preguntabas a Thara, Ariette?
Ella tiró de mi bléiser para que los mirara a los ojos.
—Quería saber cómo te conquistaría Thara.
Kenneth rodeó los hombros de su prometida y esperó a que entreabriera
los labios, pero no sucedió.
Así que él tomó la iniciativa.
—¿Y bien? ¿Cómo me conquistarías? —preguntó, humedeciendo sus
labios con la lengua.
«Te odio.»
«¡Te odio!»
«¡Te odio muchísimo!»
Pero me volvía loca su sucio y salvaje juego.
9

Kenneth no fue el único que olvidó que no estábamos solos, a mí me pasó


lo mismo. Nos limitamos a mirarnos fijamente a los ojos como si entre
nosotros jamás hubiera habido una discusión en las últimas veinticuatro
horas. Fue su sonrisa socarrona la que me hizo acercarme a él sin importarme
Ariette. Estuvimos a punto de darnos la mano, pero la voz de su prometida
fue la que nos sacó del estúpido trance que nos arrastró en un punto de
nuestra relación que ya estaba muerto. Decidimos no seguir con el juego que
tuvimos a espaldas de los demás, pero en el fondo nos costaba separarnos. De
alguna forma buscamos la excusa perfecta para estar juntos. Y en esa ocasión
fue la de él; retarme a que respondiera una pregunta que él mismo conocía.
Me mordisqueé el labio en el momento que bajé la cabeza y me alejé de
todos ellos. Ariette entrelazó su mano con la de Kenneth y éste le
correspondió porque no era capaz de olvidarse de sus planes de futuro.
Intenté excusarme. Quería irme y seguir con otros asuntos antes que escuchar
las bonitas palabras que se dedicaban mutuamente delante de mí.
—¿Por qué no me esperas dentro, Ariette? Tengo que hablar con Thara.
—Está bien —sonrió ella al recibir un beso de Kenneth en la coronilla de
su cabeza—. Te veo más tarde.
Las últimas palabras iban para mí.
Esperamos que las acompañantes de Ariette la siguieran y Kenneth guardó
silencio hasta que las cuatro se adentraron en el interior de la propiedad. Si
quería quedarse a solas conmigo era porque pretendía seguramente decirme él
mismo que estaba despedida. Luchó para conseguirlo y Linnéa jamás le
negaría nada a su pequeño. Lo amaba demasiado como para decirle que no
una y otra vez. Ella lo quería a su lado y con una sonrisa en los labios. Para
ella sería doloroso verlo sufrir y con el ceño fruncido todo el día.
No era la primera vez que Kenneth se salía con la suya. Todos los
empleados con los que no conseguía empatizar, terminaban en puestos que no
estaban ubicados en la Zarzuela porque para él era más cómodo andar por su
casa sin encontrarse con los rostros que tanto estrés le causó. Siempre fue un
niño mimado, hasta que la vida le dio otro golpe y le arrebató a la persona
más sabia.
Todos extrañábamos a Leopold. Fue bondadoso y protegió a todos sus
seres queridos hasta el final. Tuvo una muerte horrible junto a la mujer que
amó, pero no fue un impedimento para él todos los peligros que corrió para
conseguir estar por fin con la dulce y hermosa Khadija.
—Has huido demasiado deprisa esta mañana. No me has dejado contarte
la verdad. Lo has mal interpretado como siempre —soltó, como si estuviera
hablando con una persona celosa que no dejaba justificar a la gente. Si le
golpeé y salí corriendo fue porque después de alejarme de su lado fue capaz
de encontrar a otra persona y minutos antes soltar el discurso de que estaba
dispuesto a enamorarse de Ariette—. No me acosté con ella. Estaba tan
borracha que...
—Déjalo, Kenneth. A mí no tienes que contarme nada —me quedé
cruzada de brazos y eché un vistazo rápido por encima del hombro. Temí que
Mario nos viera hablando a solas en el jardín trasero—. Ariette es muy dulce
y cariñosa. Está enamorada de ti. Deberías decirle la verdad hasta que
aprendas a amarla.
Adentró las manos en su bolsillo y sacudió la cabeza.
—Sí, todos me han dicho lo mismo. Es muy bonita y cariñosa, pero no
está hecha para mí —dijo la verdad, algo que no esperaba—. No debería
tenerme cerca. Y todos estáis olvidando que ella aceptó el trato. Nadie la
obligó para convertirse en mi prometida. Es mayor de edad y puede huir en
cualquier momento. El trono puede esperar un poco más.
—Ella no piensa lo mismo que tú. No ha mencionado la idea de
convertirse en reina, pero sí se muere por enamorarte. Será duro si te
encuentra con otras mujeres en la cama.
—¿Ha sido duro para ti?
En ningún momento oculté mis sentimientos. Por supuesto que me
molestó encontrarlo con otra mujer cuando yo quería estar a su lado y
quererlo como le había demostrado en varias ocasiones. Cuando me propuso
irme junto a él, no me habría negado si mi madre no hubiera estado en coma.
Pero Linnéa se encargó de separarnos y hacernos daños a los dos. Los meses
en los que estuve aislada en la habitación de hospital, imaginé con una amplia
sonrisa cómo hubiera sido mi vida junto a Kenneth.
Nos habríamos perdido en cualquier isla para que nadie nos encontrara. Lo
podría haber amado sin que nadie me hubiera señalado por nacer en una
familia humilde cuando él estuvo a punto de ser el príncipe heredero. Con los
años habríamos tenido hijos que jamás hubieran conocido a Linnéa.
Habríamos sido felices sin tener la necesidad de tener más de lo que
hubiéramos necesitado.
Soñé cada noche con él, y se cumplieron mis pesadillas.
—Déjalo, Kenneth. No es el momento de hablar de lo que no...
—A mí sí, Thara. No sé cómo etiquetarlo —se acercó sin importarle lo
que podían pensar de nosotros al vernos tan cerca—, pero me molestó que
hablaras de mí tan fríamente a Philippe. No te importó ir a su cama por tal de
moverme a mí. Me molestó muchísimo.
—Dijiste que era lo mejor para los dos —éramos dos malditos bipolares
atrapados en un círculo vicioso del cual no había manera de escapar—.
¡Dijiste que era lo mejor! No te molestaste en escucharme. En escuchar lo
que realmente sucedió para que ocupara una de las habitaciones del
apartamento de Philippe. El por qué tuve que decirte que no iba a ir a ningún
sitio contigo cuando en el fondo me moría de ganas. Tú decidiste que lo
mejor para los dos era volver a empezar y seguir con el maldito odio que nos
unió. Y—cogí aire, y también me atreví a acercarme a él hasta que mis
zapatos chocaron con los suyos—, si seguimos como la primera vez,
acabaremos desnudos sin importarnos las consecuencias —fue él quien estiró
los labios, en cambio yo, recordé las amenazas de Mario y Linnéa—. No
podemos seguir jugando al príncipe caliente y la criada rebelde.
—¿Me estás recomendando que intente olvidarte con Ariette? —preguntó,
al verme buscando a la joven heredera de Bélgica.
—No me importa con quién lo hagas —me mordí el interior de la mejilla,
porque deseaba besarlo y despedirme realmente de él si iba a intentar
alejarme de su lado—. Sólo soy una criada. Deberías verme de esa forma...
como una empleada que jamás podría ocupar tu cama.
Giré sobre la punta de los zapatos brillantes y le di la espalda para no
arrepentirme.
—Espera —su voz era como una descarga eléctrica recorriendo los
rincones más calientes de mi cuerpo—, dejé algo en tu bolsillo. Léelo cuando
estés preparada.
El abandonó el jardín como había hecho anteriormente Ariette, y tuve la
oportunidad de colar los dedos en el bolsillo del pantalón de traje y encontré
un trozo de papel blanco doblado.
«¿Una nota?»
La abrí y acaricié la caligrafía de Kenneth.

No me odies. Lo siento muchísimo, pero no me odies.


De repente entendí por qué Kenneth me trató tan mal delante de su madre.
«No me estás poniendo las cosas fáciles» —pensé, al leer la última línea.

Quiero protegerte de ella.


Ocupé uno de los asientos de invitados mientras Linnéa repartía los
premios de los galardonados de literatura del año 2020. Mientras que ella
recibía al jurado con una amplia sonrisa, yo detenía a los camareros que
recorrían la sala para que me llenaran la copa de champagne. Perdí la cuenta
al descubrir que a unos metros del palco de donde me encontraba, Mario
vigilaba de una forma obsesiva a la mujer que tanto defendía. Traspasó unos
límites que rozaban la obsesión. Estaba tan enamorado de su reina que era
capaz de arriesgar su vida por una persona que jamás le correspondería.

La ceremonia prosiguió con una banda de música compuesta de suecos


para revivir la adolescencia de la reina. Desde que contrajo matrimonio con el
fallecido Luis V, Linnéa no fue capaz de visitar sus tierras. Lo único que
viajó con ella fue el nombre de Kenneth, y me contaron que fue en memoria
de su padre; un duque que se deshizo de su hija cuando ésta tuvo la edad
necesaria para tener hijos. Linnéa tuvo un pasado oscuro, pero no era excusa
para que su maldad estuviera presente constantemente en su día a día.
—Lléname la copa —me pidió, al descubrir que me había escondido
detrás de una de las butacas. En ningún momento perdió la sonrisa. La prensa
estaba al acecho como de costumbre. Querían retratarla feliz, asombrada o
decepcionada. Y no lo consiguieron. Linnéa sabía jugar muy bien su papel.
Nació para ser reina de un país que la acogió con mucho cariño cuando le dio
el sí quiero al rey Luis—. ¿Te diviertes?
—No mucho —pero estaba cumpliendo con mi trabajo—. Han pasado
varios periodistas por aquí. Querían saber cómo iba todo dentro de la
Zarzuela después de la muerte de Leopold y la llegada de la princesa —se
sobresaltó al darse cuenta que podía haberla vendido a los medios—. No te
alteres. He mentido. Se han ido con el titular de que la reina Linnéa sigue
llorando la muerte de su hijo primogénito y Ariette de Bélgica se adapta con
normalidad a su futuro hogar.
Saboreó el Pérignon y estiró los labios para demostrar que estaba
satisfecha con mi trabajo.
Noté como el teléfono móvil vibraba, pero lo ignoré.
—Dicen que nunca hablas de la vida que tuviste fuera de España, ¿por
qué?
Linnéa dejó la copa y limpió sus labios con un pañuelo de seda en las que
estaban sus iniciales junto a una corona bordada con hilo dorado.
—¿Qué sabes tú de mi vida?
—Poco —detuve la conversación para reír con los demás invitados al ver
como un poeta moderno dejó su prosa para centrarse en un monologo muy
creativo—. El hombre que te vendió a Luis V llevaba el nombre de tu hijo
Kenneth, ¿es cierto?
—Sí, se llamaba Kenneth —noté como sus uñas se clavaron en el vuelo de
su falda—. Mi padre fue un hombre estricto, de carácter duro y pensaba que
las mujeres jamás gobernarían. Y aquí estoy yo —alzó la cabeza—. Una
reina que no necesita a un hombre para gobernar. Luis sólo fue un empujón,
lo demás me lo gané yo sola.
—¿Por qué le pusiste a tu hijo el nombre de Kenneth si pertenecía a un
hombre que odiabas?
Giró el cuello para mirarme y sentí como se consumía ante la ira y la
tristeza; dos sentimientos que le invadieron durante muchísimo tiempo.
—Porque cada vez que me pierdo en los ojos de mi hijo, olvido el dolor
que me causó mi padre. Kenneth jamás será como él. Ni siquiera será la
sombra de Luis —estaba tan furiosa que, lanzó la copa de champagne,
llamando la atención de la prensa—. Será más ambicioso que yo, y todos
hablarán del magnífico heredero que tendrá España —soltó, y acomodó su
mano sobre la mía, clavándome las uñas con todas sus fuerzas—. Como
vuelvas hablar de mi padre en mi presencia, haré que te corten la lengua. ¿Lo
has entendido?
Asentí con la cabeza.
Se detuvo a arreglar su cabello rubio que le habían vuelto a rizar y saludó
a los fotógrafos que no dejaron de retratarla con el rostro descompuesto.
Linnéa perdió la cabeza por culpa de su padre, y se centró en Kenneth para
que nadie se acercara a él y fuera únicamente suyo.
Estaba enferma y eso le venía de familia.
Cuando el móvil sonó por segunda vez, lo desbloqueé para atender a la
llamada.
—¿Qué sucede? —pregunté preocupada, pensando que al otro lado se
encontraba alguno de los administradores que trabajaba en el turno de noche
donde se encontraba mi madre.
—Tienes que venir. Te envío la ubicación.
—Espera —lo detuve, pero se cortó.
Al otro lado la música sonaba tan fuerte que, no reconocí a la persona.
Abrí el mensaje.
Club Diamant de nuit.
Gruñí.
«Kenneth» —pensé, al reconocer el club.
—¿Linnéa? —ni siquiera movió la cabeza para darme a entender que me
estaba escuchando—. Estoy cansada. He bebido demasiado —y era cierto—,
¿puedo retirarme?
—Está bien —dijo, y atendió al discurso del presidente—. Mario te llevará
a casa.
—Puedo coger un taxi —me levanté del sillón, torpemente.
—¿Segura?
Sabía que borracha no llegaría muy lejos.
—Sí, hasta mañana.
Abandoné con cuidado el recinto y sólo esperé que Kenneth no se hubiera
metido en peleas porque el único que nos ayudaría sería Philippe.
Kenneth de España
Ariette no se tomó la molestia de mirar a su alrededor, más bien, se enredó
en mi brazo mientras que hundía la nariz en la tela de mi americana. Acaricié
su sedoso cabello claro y busqué mi sala favorita para que nadie nos
molestara. Era un club para gente importante que quería evitar que la prensa
los descubriera con sus sucios fetiches. En Alemania cerraron el Fotze Love
porque descubrieron que en las plantas superiores escondían los peores
deseos del ser humano. Ni siquiera me dio tiempo a contactar con Aleksander
Bogdánov, un viejo amigo que solía visitar el lugar para huir de los
problemas que le causaba la empresa que dirigía junto a su padre.
Le pedí amablemente a Ariette que se acomodara y desnudó sus pies para
colgar sus piernas sobre las mías. Acaricié su rodilla y le devolví la sonrisa.
En el fondo esperaba que fuera como yo; debajo de esa dulce cara tenía que
esconderse un demonio que cometía locuras para divertirse. Pero cuando
llegó el camarero y le pidió que le sirviera un refresco sin alcohol, me di
cuenta que la noche sería muy larga.
En cambio, yo, y sin importarme lo que pasó meses atrás, pedí que me
sirvieran una copa.
—¿Está seguro, señor?
Mi madre se tomó la molestia de amenazar a todos los locales que solía
visitar que no me sirvieran nada de alcohol. Realmente Ishaq y yo estábamos
lo suficientemente bien para saber cuándo parar de beber...o eso quería creer.
Me ahogué en la bebida cuando toqué fondo y no pude controlarlo porque el
dolor era demasiado fuerte. Desde que resucité entre los alcohólicos, no veía
la bebida como una salida. Más bien como siempre; un recurso para
divertirme y que no se notara que estaba aburrido.
—Eres tan atractivo —susurró, tocando mi barbilla y subiendo para tocar
la mejilla—. Soy tan afortunada. ¿Por qué me has traído aquí, amor mío?
Zenón y Thara tenían razón. Ariette se había enamorado de un físico y ni
siquiera me conocía.
—Me gusta venir aquí cuando quiero intimidad —la puse a prueba. Quería
descubrir hasta dónde era capaz de llegar para convencerse realmente que
estaba enamorada de mí—. Quería conocerte un poco más —me acerqué
hasta sus labios, y dejé mi mano caer por el interior de sus muslos y ascender
hasta perderme en el rincón donde se concentraba todo el calor de su cuerpo;
su vagina—. Y quería descubrir por mí mismo que mi dulce princesa fuera
pura como me habían prometido.
Al alcanzar su ropa interior con mi dedo índice, Ariette apartó mi mano y
salió corriendo del reservado. Ni siquiera me dio tiempo a alcanzarla, cuando
salí fuera, Ariette se mezcló con los demás clientes hasta perderse de mis
ojos.
«Mierda» —pensé, llevándome las manos a la cabeza—. «No sólo me
matarán sus padres, también lo hará la mía.»
El camarero llegó con mi copa y retrocedí mis pasos para terminarme la
bebida que me había servido. Era un club grande, no llegaría demasiado lejos
sin mí. Además, fue mi chofer quién nos movió. Tuve que hacer una llamada
para encontrarla.
Y no tardó en llegar.
Al verla aparecer con un ajustado vestido blanco, me dije a mí mismo que
no era capaz de alejarla de mi lado. Me acerqué y toqué su brazo que estaba
desnudo. El vello se le puso de punta y reprimió las ganas de gritar al verme
detrás de su espalda.
—¿Sucede algo?
Había bebido como yo. Tuve que sujetarla cuando intentó retroceder.
—He perdido a Ariette.
—¿Cómo?
No le mentí.
—Quería saber hasta dónde era capaz de llegar...y se asustó.
Tiró de mi corbata y pegó sus suaves labios en mi oreja.
—¿Y si hubiera seguido? ¿No has pensado en ello?
—Hubiera pensado en ti —confesé, muriéndome de ganas por atrapar sus
labios con los míos.
—Estás loco, Kenneth.
—Y tú has bebido —reí—, como yo. Creo que está en ese baño —señalé
el del reservado—, ayúdame a encontrarla.
Cogió mi mano y tiró de mi cuerpo.
Eché de menos el roce de su piel, y su dulce perfume llenándose en mis
fosas nasales.
—¿Thara?
—¿Qué? —alzó la voz.
—Estás preciosa.
Se sonrojó, y quiso evitarlo.
—Tenemos que encontrar a Ariette —repitió.
«O podríamos perdernos tú y yo esta noche» —pensé, caminando detrás
de ella.
10

Thara Villena
El baño privado del club estaba a oscuras. Y pasé por alto la poca
iluminación que se colaba a través de la puerta. Busqué el interruptor de la
luz, pero su mano me lo impidió. Pasó sus brazos por mi cintura, y sentí su
respiración en mi cuello.
Nos guio a los dos hasta el fondo del baño. Me levantó del suelo, y me
dejó sentada sobre el lavamanos. Busqué sus labios con mi dedo, y los
delineé. Eran tan carnosos y perfectos.
Pasé mis piernas por su cintura y lo atraje hasta mí. Apoyé mi barbilla
sobre su cuello, y dejé mis manos a cada lado de su trasero. Por suerte no se
quejó. Y lo entendí, ya que sus manos se encontraban entretenidas subiendo
mi vestido. Dejé que sus manos tocaran mis piernas, y me encontré con sus
ojos. Necesitaba más luz, quería verlo, pero no me dejaba.
Inhalé su perfume, y lo deleité. Toqué su cabello con las puntas de mis
dedos y me hizo cosquillas. Bajó su cabeza para dejarla sobre mi pecho. Dejé
de acariciar su nuca cuando quedó absolutamente parado. Su piel se había
helado. Tenía miedo de haber hecho algo mal, pero estaba equivocada. Alzó
de nuevo su cabeza, y acarició mi nariz con la suya. Los dos vimos los
movimientos de mis manos. Las llevé hasta mi espalda para bajar la
cremallera del vestido.
Bajó con suma delicadeza la tira, y pasó su lengua húmeda por mi brazo.
En aquellos momentos nos necesitábamos desesperadamente e incluso
cuando no podíamos estar allí los dos encerrados y con Ariette cerca. Predije
que acabaríamos desnudos y amándonos de tanto discutir, y ni siquiera
habían pasado veinticuatro horas y Kenneth ya estaba dispuesto a arrancarme
el vestido con los dientes. Estaba extasiado de placer. Tenía grabado en su
mente hacerme suya sin importar las consecuencias. Yo era suya, y él para
mí. Y eso hicimos. Olvidamos todo y nos obligamos a pensar en nosotros
mismos. Sacó uno de mis pechos del sostén e incliné mi cuerpo cuando lo
sentí dentro de su boca. Su lengua dio círculos alrededor de los pezones,
consiguiendo ponerlos duros para que él los disfrutara mejor y yo jadeara
como una perra en celo.
En aquella ocasión no pude vagar mi mirada sobre su cuerpo. Sólo podía
guiarme con mis manos. Así que recorrí sus duros y firmes músculos hasta
clavar mis uñas en su espalda para demostrarle lo caliente que estaba. Lo
necesitaba urgentemente dentro de mí. No quería arrepentirme. Quería seguir.
Y él lo notó. Dejó la pequeña tortura que cometió en mi piel, y llevó sus
fuertes manos al elástico de mi ropa interior, deshaciéndose de mis bragas.
Temblé cuando quedó lamiendo mi intimidad. Me sujeté del fino mármol
que estaba humedecido, y arqueé mi cuerpo buscando el calor tan agradable
que me causaba. Cuando sus oídos quedaron complacidos por mis gemidos,
volvió a levantar su rostro, y a posarse entre mis muslos.
Me penetró, dejándome notar su dura y enorme polla. Amaba aquella
calidez que desprendía su miembro dentro de mi sexo. Cerré los ojos ante el
placer que me causaba el balanceo de su cintura. Estuve gimiendo hasta que
fui capaz de recordar que lo que estábamos haciendo estaba mal.
Kenneth y yo no podíamos ser una sola persona.
—Espera.
Ni siquiera pudo escucharme.
Tenía sus labios pegados en mi cuello. No me quedó de otra que enredar
mis dedos en su cabello negro para que me mirara a los ojos. Confuso dejó de
moverse dentro de mí y relamió sus labios que estaban hinchados por los
salvajes besos que nos dimos.
—¿Qué sucede?
No era el único que quería seguir follando.
—No podemos.
—¿Qué? —Parecía furioso, pero todavía con el miembro dentro de mí.
Lo empujé y solté el último gemido al notar como abandonaba mi cuerpo.
Bajo su atenta mirada bajé del lavamanos y me agaché al suelo en busca
de mi ropa interior, pero cuando encontré las bragas me di cuenta que saldría
del club con el sexo desnudo porque las había destrozado. Y no podía
culparle. Yo también deseaba entregarme a él. Kenneth me giró bruscamente
para pedirme una explicación. Clavó mis ojos en los suyos y buscó
temerosamente el por qué me había alejado de él. Y por qué fui tan brusca en
detener nuestro acto sexual, estaba ahí fuera esperándolo.
—Ariette te quiere.
—¡Pero yo no!
¿Cómo podía hacerle entender que no podíamos romperle el corazón de
una forma tan cruel?
No merecía que Kenneth la humillara.
Y acabé sacrificando mis sentimientos para que una princesa no acabara
sufriendo por una persona que jamás la amaría.
—Lo siento, Kenneth —fueron las últimas palabras que le dirigí antes de
salir del baño del club.
11

Cristina, la mujer que se asustó al creer que su marido le puso a alguien


para que la siguiera, me apuntó con el dedo para decirle al príncipe que le
estaba molestando. Sólo conoció mi parte más amable, y estaba a punto de
conocer mi lado más agresivo.
—La joven viene conmigo. No se preocupe, Cristina —rodeó mis
hombros y acabé bajando la cabeza al recordar cómo nos habíamos besado en
el baño y como me penetró con su miembro—. Estábamos buscando a una
amiga. Lleva un vestido blanco... —le dio la misma descripción que yo—... y
estamos preocupados.
Ellos siguieron hablando. La mujer no la había visto y aprovechó para
darle el pésame por la muerte de Leopold. Dejé de escucharlos y me quedé
mirando la mano de Kenneth. Sus dedos jugaron con la tela de mi vestido y
noté como su piel seguía cálida. Me gustó tenerlo cerca de mí, pero no fue el
momento ni el lugar. Aparté los ojos y me encontré de nuevo con el sumiso
de Cristina. Éste aprovechó para alejarse de la mujer que le pagaba para
humillarlo y me confesó todo lo que había visto.
—Está arriba. Hace media hora he visto a una joven con esas
características —levantó la barbilla para recordarla—. Metro sesenta y siete,
rubia, delgada y estaba llorando. Nadie le ha hecho caso, así que ha subido
las escaleras de emergencia y habrá llegado hasta la azotea.
Estreché su mano y le sonreí:
—Muchísimas gracias.
Me aparté de Kenneth y salí corriendo para buscar a Ariette. Tuve suerte
de cruzarme con poca gente y no tardé en subir hasta la terraza. El otoño en
Madrid a las dos de la madrugada conseguía helarte la piel. Froté mis manos
por los brazos en un intento de darme calor y busqué con la poca claridad que
había a Ariette. Ésta estaba muy bien escondida ya que lo único que había en
la terraza eran unas cuantas mesas con sombrillas.
—¿¡Ariette!? —grité. Estaba segura que me habían indicado bien—.
¡Ariette!
Respiré tranquila cuando la vi salir detrás de una enorme maceta que
tenían para que nadie se acercara al jacuzzi. Corrió hasta mí y me rodeó con
sus brazos por la cintura y rompió a llorar en mi pecho. Acaricié su sedoso
cabello y le susurré que todo iría bien. Estaba muerta de frío así que apliqué
con ella el mismo método con el que intenté entrar en calor. Acaricié con
fuerza su espalda y esperé a que dejara de tiritar. Fue una prenda de ropa que
la ayudó a entrar en calor. Kenneth quedó detrás de ella sin decir nada, pero
me susurró algo.
—Hay un vehículo fuera esperándonos.
Asentí con la cabeza.
—Volvamos a casa, Ariette —ella levantó la cabeza—. Tienes que
descansar.
—¿Vendrás conmigo?
Me encogí de hombros y busqué ayuda en Kenneth.
Éste calló.
—Lo siento, Ariette —no sabía cómo explicarle que yo no era como las
otras sirvientas que solían acompañarla—, pero yo tengo que volver a mi
hogar. No puedo dormir en la Zarzuela.
Dejó de mirarme para buscar a Kenneth desesperadamente. Creí que había
huido de él porque se sintió intimidada cuando la puso a prueba, pero tuvo
otros motivos los cuales la empujaron a esconderse de él.
—¿Puede pasar la noche conmigo?
Él volvió a mirarme.
Tenía suficiente con refugiar sus manos en los bolsillos de los pantalones.
—Por favor —insistió.
—Siempre y cuando ella quiera, Ariette.
No tardó en insistirme a mí también.
—Por favor.
Cogí aire.
Volver con Linnéa después de haberle mentido... era meterse en
problemas.
—Está bien —le dije—, pero tengo que enviar un mensaje.
—Gracias —me apretó con tanta fuerza que llegó a hacerme daño. No lo
tuvo difícil, los golpes que recibí seguían presentes—. Estaré abajo. Tengo
frío.
Y Ariette nos dejó a solas de nuevo.
No fui capaz de mirarlo a los ojos porque me sentía avergonzada con él.
—Le diré a mi madre que necesitaba tu ayuda. No sucederá nada malo. Te
lo prometo —dijo, con la voz cansada.
—Kenneth...
—Quédate con ella esta noche. Philippe lo entenderá.
—No es por Philippe.
—Lo sé —se encogió de hombros y se alejó de mí para abrir la puerta de
emergencia.
Lo seguí y bajamos las escaleras en silencio. Salimos por la parte trasera
del club donde nos recibió el chofer de Kenneth. Una vez dentro, nosotras
nos sentamos detrás y él se acomodó delante nuestro. No nos quitó el ojo de
encima y Ariette se quedó dormida en la falda de mi vestido. Tenerlo tan
cerca y callado, me ponía nerviosa. Me sobresalté al notar como su zapato
separaba los tacones que complementaron con mi vestido. Fue separando mis
piernas al igual que él con las suyas.
Olvidé las bragas en el baño del club y Kenneth encontró algo para
entretenerse en el viaje de vuelta a casa. No le importó Ariette, se sacó el
miembro mientras que observaba mi vagina. Él no lo sabía, pero verlo
masturbándose me humedeció. Me mordisqueé el labio para reprimir las
ganas de gemir. Kenneth siguió masturbándose y tuve que estirar el brazo
para coger sus dedos y lamerlos para que siguiera tocando su hermosa polla.
Jadeó y volvió a sacudirse el miembro mientras que me veía sufriendo por no
poder estar encima suya. Y fue culpa mía, porque su pene hubiera sido mío
sino me hubiera dado por huir.
—Dime que me corra —susurró.
El vehículo empezó a arder.
Noté como mi espalda se humedeció, y las piernas me temblaban.
Intenté cerrarlas, pero Kenneth no me dejó.
—Duele —le reclamé.
—Estás caliente. Lo puedes aguantar.
Sacudí la cabeza.
Me quedé atontada al ver como la carne de su polla se humedeció por el
líquido preseminal.
—Estás siendo cruel.
—No más que tú —respondió, con una enorme sonrisa.
Siguió con la masturbación, aferrándose con la mano derecha al asiento
por el placer que le daba mirarme mientras me veía sufrir.
—Kenneth —gemí, e intenté apartar la cabeza de Ariette, pero fue
imposible—. Duele.
—Ya falta poco.
Y tenía razón.
La tortura de Kenneth duró otros cinco minutos en los cuales no sólo se
corrió, me vio jadeando, retorciéndome y no tuve la oportunidad de tocarme
porque Ariette se aferró a mí y no hubo manera de apartarla.
Cruzamos la seguridad de la Zarzuela y me encargué de despertar a la
princesa que no fue consciente de lo que había pasado en su presencia. Le
arrebaté la americana de Kenneth y se la tendí a él porque tenía la bragueta
húmeda de la corrida. Seguía con las mejillas rosadas y aun así avancé para
colarnos en el interior del palacio, pero nos cruzamos con Mario.
—Buenas noches —nos saludó.
Su punto de mira fuimos Kenneth y yo, y éste estaba cerca de su
prometida y lejos de mí.
«No nos creerá» —pensé, tragando saliva.
12

La mirada de Mario fue muy expresiva. Noté como intentó decirme que al
día siguiente hablaríamos y ni siquiera Kenneth podría detenerlo. Avancé
junto a Ariette y rompí el poco contacto visual que tuve con él. Se escuchó
como Kenneth nos deseaba unas buenas noches, y la princesa se aferró con
más fuerza a mi brazo. Estábamos tan casadas que no fui capaz de subir
andando hasta el tercer piso. Cuando el ascensor nos avisó que habíamos
llegado a nuestra planta, Ariette alzó el brazo para saludar a las mujeres que
la acompañaban. Éstas aguardaron delante de su puerta hasta que su princesa
llegó. Vinieron corriendo y comprobaron que estuviera bien. Mantuvieron
una corta conversación en su idioma natal y tiraron de mi mano para que las
acompañara.
Ariette no dejó de insistir en que me quedara toda la noche con ella que, la
cama donde dormía, era lo suficientemente grande para las dos. Volví a
decirle que sí y la esperé tumbada mientras que a ella la terminaban de bañar.
Se reunió conmigo aseada y yo no tardé en hacer lo mismo. Me dejaron ropa
limpia y un camisón que olía a gardenia. Respiré el aroma profundamente y
me cubrí con la prenda después de secarme el cabello. Al salir del baño
privado, Ariette seguía cepillándose su larga melena rubia.
—Te queda mejor que a mí —dijo, con una sonrisa—. Es tuyo.
—No puedo aceptarlo.
—Claro que sí —insistió—. Siempre he querido tener una amiga. Me
volvía loca viendo Gossip Girl, pero jamás tuve una Blair Waldorf que fuera
capaz de juzgar mi forma de vestir.
Y conmigo tampoco lo conseguiría. Estaba acostumbrada a comprarme la
ropa en tiendas donde el 75% de la población terminábamos con las mismas
prendas.
—No estoy al tanto de la moda.
—Pero sabes seducir a un hombre —les pidió a las mujeres que nos
dejaran solas y me miró fijamente—. ¿Kenneth llegó a contarte lo que ha
sucedido entre nosotros dos esta noche?
Me dijo que intentó ponerla a prueba, pero no el cómo.
—No.
—Abrió mis piernas y tocó mis partes —bajó la cabeza avergonzada—.
No supe cómo actuar y salí corriendo. Pero, ¿sabes lo peor? —me encogí de
hombros, estaba sorprendida. No imaginé que las intenciones de él era llegar
tan lejos con Ariette—. Me gustó, Thara. Sentí mi cuerpo reaccionar de una
forma muy agradable ante el contacto de sus dedos. Y no sé qué hacer. Me
siento como una estúpida por haberlo dejado escapar.
—Quizás no era el momento...
—O sí —me cortó—. Las mujeres se siguen vistiendo de blanco sin tener
que guardar su primera vez para su futuro esposo. Nadie lo hace. ¿Por qué
debería hacerlo yo?
Ariette era directa y de alguna forma me estaba pidiendo ayuda.
Tenía la oportunidad de manipularla o ayudarla a conquistar a Kenneth.
—¿Lo has besado? —negó—. Entonces deberías empezar por ahí. Debe
de haber otro contacto físico antes de querer desnudarte ante él. ¿No crees?
Ariette echó su cabello hacia atrás y gateó por la cama hasta tirarse en mi
cuello. Era una persona muy cariñosa y no estaba acostumbrada a una actitud
tan alegre y positiva.
—Desde que te vi sabía que íbamos a ser buenas amigas —apretó sus
labios en mi mejilla—. ¿Cuándo crees que debería besarlo?
Como una tonta dije:
—Primero pídele que te acompañe a dar un paseo. Cuando os quedéis a
solas, puedes intentarlo.
Gritó de emoción, se puso de pie y se dejó caer en la cama mientras
agitaba todas las extremidades de su cuerpo.
—Por fin besaré a mi príncipe.
Y si lo hacía, sería por mi culpa.
Conseguí escapar de la habitación de Ariette sin despertarla; no quería que
me contara los planes que organizó para quedarse a solas con Kenneth y por
fin poder besar al hombre del que estaba enamorada. Llegué hasta la cocina y
me serví un café doble para despertarme del todo. Bebí demasiadas copas de
champagne y dejaron a mi cuerpo cao junto al largo viaje que di para buscar a
Kenneth. Calenté mis manos alrededor de la taza y me sentí relajada al
sentirme a gusto con el resto de los trabajadores. Todos me devolvieron el
saludo y siguieron con sus tareas después de desayunar.
El mejor momento del día se vio hundido cuando Mario llegó detrás de mí
y toqueteó mi espalda para llamar mi atención. Mi giré con una sonrisa en el
rostro que desapareció al verlo a él. Se sentó a mi lado y se sirvió otro café
mientras acomodaba un cinturón negro cerca de mi brazo. Llegó a asustarme.
Mario estaba tan loco que era capaz de golpearme allí mismo sin importarle
los espectadores que vieran el show.
—¿Estuviste con Kenneth anoche?
—No —pero al parecer no fui muy convincente—. Dejé a Linnéa para
volver a casa y por el camino me llamó Ariette porque no se encontraba bien
—mi mentira lo pondría más nervioso—. No es mi culpa que Kenneth
estuviera con ella.
Durante un minuto la cocina se quedó en silencio. Fue el rato en el que
estuvo distraído tomándose el café y quitándole el envoltorio a una
magdalena de chocolate. Al terminar, giró mi taburete y el suyo y me obligó
a mirarle a los ojos. Se rascó la barba mientras se aproximaba hasta mi
corazón. Como lo tuve muy cerca, tuve que alejarme de él, pero me lo
impidió. Me detuvo por los brazos y sentí como presionaba su cabeza en mi
pecho.
—En la guerra sabíamos si una persona mentía por los latidos de su
corazón —me explicó, como si en algún momento de mi vida me hubiera
decidido a conocer la suya—. Y tú, niña... —hizo una pausa que provocó que
se aceleraran los míos—, mientes.
—¿No te has parado a pensar que me das miedo? Siempre con tus
amenazas y dispuesto a golpearme. Eres un matón y seguramente ese es el
motivo por el cual ya no estás en el ejército.
Se apartó de mi lado y sus ojos se encendieron.
—Podría cambiar este bonito rostro —apretó sus dedos en mi mentón—
para que el príncipe Kenneth dejara de mirarte. ¿Qué te parece?
—Suéltame —me quejé, ante el dolor que sentí al notar sus uñas
clavándose en mi piel.
No me hizo caso, hasta que una persona, con mayor rango que un
empleado, le ordenó que se distanciara de mí.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —no le hizo falta elevar la voz, la
autoridad de Zenón Bermejo conseguía domar a un hombre como Mario—.
¿Linnéa permite estos abusos dentro de la Zarzuela?
—Señor... —intentó defenderse.
Pero el padre de Ishaq no se dejó manipular por un hombre como el que
tenía delante de él. Los dos eran hombres grandes, altos y fuertes. Zenón
tenía el cabello blanco, y Mario seguía tiñendo su pelo de rubio para no
perder su color natural.
—Lo mejor será que te marches. Más tarde hablaré con Linnéa.
Quedé asombrada cuando consiguió que Mario desapareciera sin rechistar.
Ni siquiera Kenneth consiguió controlarlo en los años que Mario seguía a su
madre. Zenón miró la herida que me hizo debajo de la barbilla y me guiñó un
ojo para tranquilizarme.
—Sigue usted siendo muy bonita, señorita Thara —su cumplido fue
agradable de escuchar.
—Gracias, señor Bermejo.
—Llámame Zenón. Y ha sido un placer. Odio que la gente como Mario
Urriaga tenga controlada a la gente porque Linnéa se lo habrá ordenado —
gruñó, como si conociera los planes de su amiga—. ¿Por qué te gritaba?
No podía decirle que era por verme con el hijo de Linnéa.
—¿Kenneth?
Pero lo sabía.
—Sí, nos vio anoche llegar juntos.
—Linnéa es muy protectora con él. Jamás se ha hecho a la idea de que su
hijo pueda enamorarse.
—Kenneth y yo no estamos...
—Lo sé —me tranquilizó, con una risa que era muy contagiosa—. O al
menos en estos momentos, ¿cierto?
—¿Cómo...?
—Yo lo sé todo —se me quedó fijamente mirando—. O eso pensaba.
—Le prometo que entre él y yo no hay nada.
Tuve miedo de que se lo dijera a Linnéa.
—No te preocupes. También he estado enamorado, y no ha sido fácil para
mí —apuntó el asiento que dejó libre Mario y le di permiso para que lo
ocupara—. Cuando conocí a la madre de mi hijo lo dejé todo por poder estar
con ella; A mi país, mi familia y mis viejos amigos. Era una mujer
encantadora que enamoró a un español que venía de una familia humilde. Sus
padres me trataron tan bien que, me dieron la oportunidad de crear mi propio
negocio en Dubái y ellos se encargaron de pagarlo todo hasta que tuviera
suerte. La energía y tecnología limpia fue el trabajo que me hizo millonario.
Lo que quiero decirte, Thara —cogió mi mano— es que, si los padres de mi
mujer fueron capaces de aceptarme, Linnéa podría hacerlo algún día contigo.
Kenneth y yo jamás podríamos estar juntos.
—Dudo que algún día me haga millonaria. Prefiero seguir trabajando y
estar al lado de mi familia.
—Me han dicho que tu padre y tu hermana viven en Francia —ése
seguramente fue Philippe—. ¿No te sientes sola aquí?
Un poco, pero intentaba no decirlo en voz alta para que no me vieran
débil.
—Tengo a mi madre.
—Ya te dije que Amanda es una gran mujer. Siento por todo lo que habéis
tenido que pasar.
—Algunos secretos son peligrosos —confesé, con la boca pequeña para
que no me escuchara, pero lo hizo.
—Linnéa suele hablar de ella y de... —calló. Estaba segura que iba a decir
el nombre de un hombre.
—Luis era muy amigo suyo, ¿cierto? —él asintió con la cabeza—. ¿Le
habló de mi hermana y de su hija?
La risa de Zenón fue un sí rotundo.
—Amó a Sofía y a Agatha hasta el último aliento. Mantuvo el secreto para
protegerlas.
Y por culpa de otro secreto Kenneth se volvió loco en busca de un
bastardo que resultó ser mi sobrina.
—¿Y mi madre?
—¿Qué sucede?
—¿Conoció a su amante?
Estaba poniendo en un compromiso a Zenón, pero las viejas preguntas
llegaron en busca de respuestas.
«Quizás él sí me diga quién es mi padre biológico.»
—Lo conozco, Thara —dijo, y consiguió que mis ojos se llenaran de
lágrimas.
Y entonces acabé asustándolo.
—¿Quién es? ¿Sabe que existo? ¿Le gustaría conocerme? ¿Es como yo?
¡Oh, Dios! —exclamé—. Llevo tiempo queriendo verlo.
Zenón tuvo que tranquilizarme.
—Tranquila. Puedo darte respuestas, pero primero me gustaría ver a tu
madre. ¿Es posible?
Él no nos haría daño.
O me mentalicé con esa idea al aceptar que Zenón Bermejo me
acompañara al hospital.
¿Qué podía salir mal?
¡Por fin conseguiría conocer a mi verdadero padre!
13

Zenón caminó detrás de mí para no interrumpir las conversaciones que


mantuve durante todo el trayecto hasta la habitación donde descansaba mi
madre. Los enfermeros y médicas que la atendían, siempre fueron muy
amables conmigo. Ni siquiera estaban al tanto de que Linnéa era quien se
encargaba de pagar todas las facturas que causaba un coma tan duradero
como el de mi madre. Subimos el ascensor y, antes de adentrarnos en la
habitación, me planté delante de la máquina expendedora y me compré un
pastelillo de chocolate blanco. Estaba tan nerviosa por la información que me
daría Zenón que, acabé comiendo delante de él y éste ni siquiera se quejó.
Soltó una fuerte carcajada cuando le tendí un trozo del dulce. Lo rechazó y se
quedó cruzado de brazos hasta que terminé de comer. Cuando estuvimos
listos para empujar hacia abajo el manillar de la puerta, la saludé como de
costumbre, aunque ella no pudiera devolverme los buenos días.
Como siempre sus flores ya se encontraban antes de que yo llegara. Las
hortensias decoraban el cabecero de la cama y las mesitas de noche donde
solían haber unas cuantas chocolatinas y el último libro que compré para
pasar las noches junto a ella. Besé su mano y le dije a Zenón que se acercara.
Éste agrandó los ojos al no imaginar que realmente Amanda estaba muy mal.
Los primeros meses, lo único que evolucionó de su cuerpo, fueron las heridas
que se curaron sin dejar secuelas. Después nos limitamos a ver cómo le
crecían las uñas, el cabello y las canas que nacieron en su flequillo.
—¿Amanda? —rodeó la cama y no tardó en llegar hasta ella—. ¿Puede
oírnos?
—Las enfermeras me dijeron que sí —le devolví la sonrisa.
Zenón ocupó el asiento que estaba a mano derecha y la miró de la forma
en la que ella merecía ser tratada. Los demás, Mario y Linnéa, solían
obsérvala como si delante de sus narices tuvieran un cuerpo muerto que no
terminaba de descomponerse.
—No sé si te acordarás de mí, Amanda, pero soy Zenón —él también
sostuvo su mano—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos
vimos en el funeral de Luis. Siento que nos hayamos reencontrado en estas
circunstancias. Veo que sigues tan hermosa como siempre —levantó la
cabeza y me guiñó un ojo—, y una hija que se parece a ti.
El teléfono móvil empezó a sonar.
Era Kenneth.
Sacudí la cabeza e intenté silenciarlo, pero Zenón me detuvo.
—Atiende la llamada. Te esperaré aquí. Junto a tu madre.
—¿No le importa?
—¡Por supuesto que no!
Salí de la habitación y devolví la llamada a Kenneth cuando subí a la
terraza. Estaba prohibido descolgar llamadas para que los pacientes siguieran
descansando sin ruido a su alrededor. No tardó en responder y me sentí bien
al poder hablar con él sin tener que echarnos las cosas en cara.
—¿Qué harás esta tarde?
Siempre olvidaba que tenía que trabajar.
—Tarde ocupada.
—Ariette entenderá que no puedas pasar la tarde con ella.
—Dudo que tu madre piense lo mismo —me aparté del lado de un señor
que empezó a fumar cerca mío—. ¿Querías algo más?
—Necesito verte.
—¿Necesitas? —reí—. Estoy segura que puedes esperar.
El silencio que intentó mantener se rompió al reír.
—Confía en mí. Déjalo todo y vente conmigo.
—¿Adónde? Porque últimamente tú y yo no estamos bien.
—Eres tú quien me dejó caliente y tuve que masturbarme para aliviar el
dolor.
Gruñí y contrataqué.
—No soy yo quien se va a casar.
—Al menos yo no intento hacerme amiga de la persona que se va a casar
con el hombre que amo.
—Kenneth —le advertí.
—¿No me quieres?
Miré a mi alrededor.
Por primera vez quería que alguien me interrumpiera y me salvara del mal
momento que estaba pasando al teléfono con Kenneth.
—Tenemos que dejar este juego.
—¿Qué juego?
—¡Ah! —grité. Me quería volver loca—. Tú ya lo sabes.
—No, Thara, no lo sé. ¿Eres tan amble de decírmelo?
—Nos estamos saltando las reglas —le expliqué—. ¿Qué ha pasado con lo
de ir por caminos separados? Fuiste tú quien me dijo que lo mejor para los
dos era no seguir con el absurdo juego de desearnos. Está mal. Y a mí
también me cuesta controlarme —de repente bajé el tono de voz—. ¿Has
olvidado que ayer perdí mis bragas por tu culpa?
—Te compraré otras, pero ven conmigo.
—Tengo que pensármelo.
Antes de colgar escuché:
—Estaré en el hospital en media hora.
Fue una mala idea haber compartido mi ubicación con él; siempre podía
saber dónde me encontraba en cualquier momento del día.
Me despedí del señor que se puso a fumar y bajé para reunirme con
Zenón. No esperaba encontrarme con su sonrisa invertida y aguardándome
con la voz temblorosa. Me senté delante de él y esperé a que hablara
claramente conmigo. Sin mentiras y directamente al tema.
—Le he dicho a Amanda que te hablaré de tu verdadero padre —volvió a
mirarla—. Él siempre pensó que el hijo que perdió tu madre era un varón.
Sufrió mucho por ti, Thara. Y estoy seguro que se hubiera alegrado
muchísimo de conocerte.
Tragué saliva.
—¿No renegó de mí?
—Jamás. Nunca hubiera hecho una cosa tan terrible. Amó a tu madre y te
quiso sin verte.
La miré a ella.
—Y...Y... —estaba nerviosa—. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué le mentiste?
Zenón intervino.
—Tendría sus motivos.
—Me ha engañado durante veintitrés años. No es justo.
Los latidos del corazón de mi madre se dispararon.
Nos estaba escuchando.
—¿Amanda?
Zenón se puso nervioso y yo lo único que hice fue ponerla a prueba.
—¿Cómo se llamaba mi padre?
Vi como su dedo pulgar se doblaba.
—Tienes que llamar al médico, Thara.
—¿¡Cómo se llamaba mi padre!?
Insistí.
Mi madre siguió moviendo su dedo pulgar hasta que Zenón me respondió:
—Gregorio Laguarta.
Y todo volvió a la normalidad.
Cuando los enfermeros llegaron con la médica, mi madre volvió a estar
como en los últimos meses. No reaccionó ni dio señales de que nos estaba
escuchando.
Temió que Zenón me dijera la verdad y dejó de luchar al escuchar el
nombre de su amante.
«Gregorio» —susurré su nombre.
Antes de subirme en el vehículo de Kenneth, esperé a que Zenón se
marchara con el chofer que le había asignado Linnéa; fue su manera de
controlarnos al mandarnos a Hugo. Le agradecí que me dijera la verdad y el
lugar exacto donde lo enterraron. Se despidió de mí y me pidió que le dejara
volver la próxima vez conmigo. No me importó. Seguramente quería seguir
viéndola porque se sentía culpable de guardar el secreto de su mejor amigo y
la relación que tuvo con mi hermana mayor.

Hugo me abrió la puerta y me senté junto a Kenneth mientras que


terminaba una conversación por teléfono. Me acomodé el cinturón de
seguridad y escuché sin que él se diera cuenta como estaba reservando una
habitación de hotel.
—Mira debajo del asiento —dijo, al colgar.
Bajé la mano y alcancé una bolsa de Pleasurements.
Sonreí.
—¿Ropa interior?
—Espero que te guste.
Era un conjunto muy bonito de encaje negro, pero caro.
—¿Qué quieres, Kenneth?
—Necesito que me ayudes.
—¿Yo?
—Sí, tú.
Era muy extraño.
Ocultaba algo.
Y él se dio cuenta que empecé a sospechar.
—La semana que viene es el cumpleaños de Ariette. Tenéis un cuerpo
parecido. Podrías ayudarme a elegir un vestido para ese día tan especial.
«¿Estás hablando de la boda?» —me puse nerviosa.
—Por favor —supliqué.
Y acabé acomodándome el asiento mientras que Kenneth no dejó de
mirarme con esos hermosos ojos.
14

Kenneth me mintió.
Y lo descubrí cuando llegamos a una pista donde un avión privado nos
esperaba. Fui una ilusa al pensar que Kenneth quería tener un detalle con
Ariette. Me mintió y no podía jugármela. Intenté salir del vehículo, pero me
lo impidió. Me cogió de la cintura y me arrastró junto a él hasta que
abandonamos el coche y me cargó en su hombro. Pataleé, pero fue imposible.
—¡Quieto!
Había tanto ruido que no podía escucharlo, y él a mí tampoco.
—¡Kenneth!
Seguí gritando.
Él siguió avanzando.
—¡Me estás secuestrando!
Y acabó —como de costumbre— saliéndose con la suya.
Agradecí que no me dirigiera la palabra en todo el trayecto. Sabía que
estaba furiosa con él y me dejó desahogarme con la pantalla del teléfono
móvil. Navegué por Google bajó su atenta mirada. Quería ponerle un rostro a
Gregorio Laguarta y tenía la necesidad de conocerlo un poco más, pero solo
encontré un resultado. Era el nombre de un mecánico que seguía trabajando
en Toledo junto a su familia.
—¿A quién buscas? —me preguntó, y me ofreció un canapé que él mismo
fue a buscar—. ¿No lo quieres? —negué con la cabeza, y no le dirigí la
palabra—. Más para mí —no sabía cómo llamar mi atención hasta que volvió
a leer el apellido del hombre que buscaba—. Lo conozco. Sabía que me
sonaba de algo.
¡Por supuesto!
Kenneth lo conocería seguro.
—¿Quién es? —bloqueé el móvil porque no me ayudó demasiado.
—¿Ahora sí me diriges la palabra? —preguntó, alzando la ceja. Me crucé
de brazos y se acercó hasta mí para besar mi cabello mientras tocaba mi
mejilla con su cálida mano—. Te diré quién es si dejas de odiarme.
—Me has secuestrado, Kenneth.
—No podía decirte que te sacaría de España. Era una sorpresa —puso los
ojos en blanco al ver que no estaba dispuesta a acceder tan fácilmente—.
Trabajó para mi padre. Lo recuerdo perfectamente. Estuvo quince años
trabajando en la Zarzuela hasta que murió. Era un viejo cascarrabias —rio—.
Recuerdo un día en el que Leopold le cogió a mi padre uno de sus rifles para
enseñarme a cazar. Salimos corriendo para que nadie nos descubriera —me
encantaba ver la sonrisa que asomaba de su rostro cada vez que recordaba las
aventuras que tuvo con su hermano (incluso estando enfadada con él)—, y
tuvimos la mala suerte de chocarnos con Gregorio. El viejo loco intentó
golpear la nuca de Leo, pero Amanda lo detuvo. Estuve días riendo...
Le corté.
—Era mi padre.
Kenneth dejó de carcajearse.
—Es imposible.
—Me lo ha dicho Zenón.
—No. Estoy seguro que es imposible.
—¿Por qué?
—Porque cuando yo tenía doce años, ese señor tendría setenta. Murió de
viejo.
—¿Y? —me encogí de hombros. Los hombres tenían la posibilidad de
engendrar hijos hasta que murieran—. Quizás mi madre se enamoró de él.
Posiblemente fue amable y cariñoso con ella.
Él sacudió la cabeza.
—No podían ni verse. No entiendo cómo Zenón lo ha nombrado —cortó
la conversación para pedirle un whisky a las azafatas que nos acompañaban
en el vuelo—. Mi padre le tenía aprecio, pero Gregorio robó. En varias
ocasiones. A día de hoy sigo sin entender por qué se ocupaba de los caballos.
—A lo mejor tu padre estaba al tanto de relación que tenía con mi madre.
—No lo sé, pero hablaré con Zenón cuando volvamos a Madrid —
Kenneth estaba cómo si no entendiera nada. Era peor para mí. Jamás llegué a
conocer a Gregorio—. Dudo que se le levantara. ¿Cómo pudieron...?
—¡Déjalo, Kenneth! —No quería saber cómo me hicieron o dónde.
Simplemente conocerlo—. ¿Vas a decirme para qué vamos a Portugal?
La azafata se levantó de su asiento asustada.
—Siento molestarle, Alteza real —Kenneth se tensó—, pero nos dirigimos
a Francia.
—¿¡A Francia!? —grité.
Controló su actitud pacífica.
—Gracias por recordármelo, Estella.
—De nada, Alteza.
Busqué su corbata y tiré de ella para que me mirara a los ojos. Al verme
feliz se le borró el mal humor que le causó la azafata. Esperé a que me dijera
que iríamos a ver a mi familia, pero el simple hecho de asentir con la cabeza
me lo dijo todo. Empecé a gritar como una loca y lo abracé con todas mis
fuerzas mientras que le daba las gracias.
—¿Por qué no me lo has dicho?
—Te dije que era una sorpresa.
Me olvidé de Linnéa y de las amenazas de Mario.
Echaba de menos a mi pequeña Agatha, quería abrazar a mi padre y...
Me aparté de Kenneth.
—¿Qué sucede, Thara?
—Sofía —susurré.
—¿No has hablado con ella? —sacudí la cabeza—. Sé que sigues furiosa
con tu hermana, pero sí yo he sido capaz de perdonar a mi padre, tú puedes
hacerlo con ella.
—Éramos inseparables. Nos lo contábamos todo —paseé mis uñas por las
piernas—. La ayudé en todo lo que pude cuando me dijo que quería sacar ella
sola para adelante a su hija. Pensé que un capullo la preñó y se fugó porque
no quería hacerse responsable de su hija. Y ese capullo acabó siendo tu padre.
Eres el hermano de Agatha. Creí que nos habíamos alejado de aquellas
tonterías al pensar que éramos familia, pero sí somos familia, Kenneth. Soy
tu ¿tía?
Él me respondió con su dulce risa.
—No somos familia —me rodeó con su brazo y me pegó a él—. Tienes
que hablar con Sofía. Sé que te echa de menos. Hazme caso.
En el fondo tenía razón. No podía estar toda mi vida enfadada con mi
hermana cuando en el fondo me moría por abrazarla y decirle que podía
seguir contando conmigo. Éramos familia. Un desliz no nos separaría y no
estábamos dispuestas a cometer los mismos errores que perpetró nuestra
madre cuando era joven.
Apreté la mano de Kenneth y descansé sobre su hombro hasta que
llegamos a Arfons.
La villa que les dejó Philippe era hermosa. Kenneth me dijo que cerca de
la propiedad había unos viñedos que compró a nombre de Agatha. Me
impresionó que cuidara de la hermana bastarda que juró destruir cuando
descubrió que su padre tuvo un romance fuera de matrimonio. Avanzamos
juntos y desde lejos escuché la voz de mi sobrina. Agatha salió de la casa
corriendo y se emocionó al vernos a los dos. La cogí entre mis brazos y toqué
su cabello. Acabé humedeciendo su ropa con las lágrimas de felicidad que
derramé.
—Has cumplido con tu promesa —Agatha habló con Kenneth.
—Te dije que volverías a ver a tu tía. Y aquí la tienes.
Ella se apartó de mi lado y me miró a los ojos.
Tenía la nariz y los mofletes rojos; se había quemado y seguramente fue
jugando.
—Te quiero muchísimo, tía Thara.
—Y yo a ti, pequeña.
—Se me ha caído otro diente, Kenneth.
Él volvió a reír.
—¿Qué vas a querer esta vez?
Agatha levantó la cabeza y se rascó la barbilla para pensar.
—Quiero ver a mi abuela.
Miré a Kenneth.
Al parecer ni Sofía ni mi padre encontraron el momento para contarles lo
que le sucedió a mi madre. Era normal. No podían decirles que la esposa de
su padre era una mujer cruel que sólo quería hacernos daño.
Por suerte llegó mi padre y me abrazó con la misma intensidad de siempre.
E incluso me atrevería a decir que aplicó más fuerza de lo normal.
—Thara, hija —recogió mi rostro con sus manos—, estás más delgada.
—Estoy como siempre, papá.
Él también miró a Kenneth.
—¿No crees que está más delgada, Kenneth?
—Tienes razón, Roberto.
¿Por qué se llevaban tan bien?
No le di importancia.
—¿Te has cortado el pelo, papá? —dio la vuelta y me enseñó su nuevo
cambio de look—. ¡Dios mío! —exclamé, tirando de su polo blanco—, ¿te
has hecho un tatuaje? —Mi padre empezó a reír—. Nunca me dejaste
hacerme uno. ¡No es justo!
—Tenías quince años.
—Sofía tenía uno —me crucé de brazos.
Los ojos de mi padre casi estallaron ante la sorpresa.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—A los dieciséis. Y no te hará gracia saber dónde lo tiene exactamente...
Fue una voz que conocía muy bien la que nos interrumpió.
—¿Acabas de chivarte a papá?
Kenneth me dio un apretón de manos antes de irse:
—Deberías enseñarme ese gimnasio que te has montado, Roberto.
—¡Cierto! Ya puedo levantar cien kilos.
Me quedé junto a Sofía observando como Kenneth y mi padre se alejaban.
—¿Me he perdido algo?
Sofía sonrió.
—Kenneth quiere ver crecer a Agatha. Tiene la necesidad de ser su
hermano mayor —se frotó los brazos ante el fresco que se levantó a las cinco
de la tarde—. Cuidarla como hubiera hecho Luis o Leopold. Al final se ha
ganado el corazón de todos —por fin me miró a los ojos—. Él te quiere.
—No estamos juntos.
—Lo sé —Sofía me abrazó—. Lo sé, cariño.
Terminé llorando en el hombro de mi hermana como cuando era pequeña.
Ella acariciaba mi espalda y yo me desahogaba con la persona que más quería
en el mundo.
—No puedo más, Sofi. Mamá está en coma. Linnéa me chantajea. Mario
me tiene controlada y —cogí aire—, Kenneth se va a casar.
—Él no la quiere.
—Pero sí necesita la corona. Quiere ser rey.
Me obligó a mirarla a los ojos.
—Te ama, Thara.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo ha dicho —limpió mis lágrimas—. Lleva días viniendo. Ya te lo
he dicho. Es uno más de la familia —no me lo podía creer—. Será mejor que
vayamos dentro.
Cogió mi mano y caminamos hasta el interior de su nuevo hogar.
Pasamos las horas jugando con Agatha, hablando con la nueva novia de
papá y guisando uno de los platos favoritos de nuestra madre. Cuando llegó
la noche, se me rompió el corazón al tener que separarme de ellos. Quería
quedarme, pero no podía abandonar a mamá. Besé la mejilla de Agatha
cuando se quedó dormida y me despedí de mi padre y de mi hermana.
Kenneth me prometió que volveríamos pronto y le creí.
—¿Qué? No puede ser —se llevó una mano a la cabeza y alborotó su
cabello—. Tenemos que volver hoy mismo a España —escuché atentamente
la conversación que tuvo con el piloto—. Sí, tenía una habitación de hotel
reservado, pero para mí. No pensé que nos quedaríamos tirados los dos.
Me acerqué hasta él.
—¿Sucede algo, Kenneth?
—¿No podemos volver esta noche?
—¿Qué?
Notó mi nerviosismo.
—Te llamaré dentro de cinco minutos —guardó el móvil y me cogió de
las manos—. Escúchame, Thara, nadie sabrá que hemos estado juntos.
—Tú no lo entiendes —temblé—. Necesito volver hoy a Madrid.
—Hablaré con Philippe y no dudará en mentir para protegerte. Confía en
mí.
Me quedé sin aliento ante la imagen de Mario furioso conmigo y
desahogándose por haber roto el acuerdo que tuve con Linnéa.
Dejé que nos llevaran al hotel y nos colamos en la habitación. Antes de
que Kenneth se adentrara en el baño para darse una ducha, lo detuve por el
brazo.
—Hazme tuya —gemí—. Hazme tuya esta noche.
Si Mario descubría con quién había estado, al menos guardaría junto a mí
una noche maravillosa con el hombre que quería.
Me deshice de la blusa, y la dejé tirada en el suelo. Desabroché el
sujetador, y deslicé por mis piernas el estrecho pantalón junto al conjunto de
la parte de abajo. Tapé mis pechos con mis manos, acercándome hasta él, sin
mirar al suelo, tropecé con mi propia ropa. Se me olvidó descalzarme.
Kenneth rápidamente me cogió del brazo y me pegó a él mientras nos sentaba
en la cama.
Pasé mis piernas por encima de las suyas mientras Kenneth tiraba de su
chaqueta, se deshacía de la camisa blanca que se pegaba a su cuerpo y bajaba
sus pantalones junto a su ropa interior.
Atrajo mi cuerpo más cerca del suyo, y sentí sus dedos en mi cuello. Dejé
mis manos sobre sus muslos, acariciándolo con los ojos cerrados, intentando
darle el mayor placer posible. Su piel era tan suave, tentadora, quera era
inevitable separarse de él. Aproximé mi mejilla a la suya y la froté para sentir
el contacto más directo entre nosotros dos.
Pasó sus brazos por mi cintura, acercándome a su pecho. Acaricié con mis
pezones su piel, y entre abrí mis labios para capturarlos con mis dientes. Me
dejaba llevar por las caricias de su lengua en mi cuello. Paseaba por cada
musculo de mi cuerpo. Subía, bajaba, atrapaba mi piel, y volvía a empezar de
nuevo.
Su dedo contorneó mi silueta, hasta quedar justo en el hueco de la ingle.
Bajó hasta abrir mis labios íntimos. Llevé dos de sus dedos a mi boca,
abriendo cada vez un poco más, humedeciendo su piel, rodeé con la lengua, y
sentí como su cuerpo se tensaba. Los aparté, y dejé que me estimulara con
ellos.
Atrapé su cabello, y acerqué mis labios hasta su cuello, besándolo al
mismo ritmo que sus dedos entraban y salían de mi interior. Aparté su mano,
buscando su miembro erecto con mi mano, y guiándolo hasta mi entrada.
Bajé poco a poco, gimiendo de placer al sentirlo dentro de mí.
Clavé mis uñas en su espalda cuando estaba completamente dentro de mi
interior. Jadeé su nombre una y otra vez. Kenneth me ayudaba a levantarme
de su cuerpo para poder hundirme con mejor facilidad. En aquel momento la
yema de sus dedos quemaba en mi cintura, la ola de placer empezó a
envolvernos, acelerando nuestros movimientos, y convirtiéndolos con más
brusquedad.
Me costaba respirar, buscaba el aire que me faltaba a su lado. Era
placentero, tentador, conseguía que me arqueara contra su pecho. Siguió
empujando más fuerte, estableciendo el ritmo continuo que marcó. Se quedó
quieto, sentía su mirada observando mis movimientos, no podía abrir mis
ojos, me sentía cansada, pero no detuvo a que mi cuerpo soltara unas fuertes
contracciones, que consiguieron que Kenneth se corriera.
Los dos acabamos empapados de sudor, con los pulsos acelerados. Las
mejillas y los labios rojos.
El teléfono empezó a sonar y salí al balcón para no despertar a Kenneth.
Me hubiera gustado besar su espalda desnuda, pero no me dio tiempo.
—¿Sí?
—Thara —el llanto de una mujer me sobresaltó—. Te necesito, Thara.
Era Ariette.
—¿Qué sucede? —la pobre no dejó de llorar—. Cálmate, Ariette.
—Te necesito.
Silencié el teléfono con la mano cuando me abrazaron por la cintura.
—¿Qué haces despierta? —me besó el cuello.
Tuve que enseñarle la pantalla.
Su sonrisa se esfumó y colgó la llamada de Ariette.
—¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?
Fue hasta la cama y se cubrió con el bóxer.
—Le he dicho que no la quiero.
—¿Por qué?
—Porque no la quiero, Thara. Te quiero a ti.
Su te quiero sonó tan dulce, pero a la vez peligroso.
Acabé tendida en el suelo sin saber qué haría al llegar a Madrid.
«¿Qué puedo hacer?» —cubrí mis pechos con el brazo y tiré el móvil—.
«Quiero a Kenneth y no puedo permitir que le suceda algo grave.»
—¡Joder! —exclamé, sin importarme cómo podía reaccionar él.
15

No hablamos del tema vuelta a casa.


Kenneth me confesó que me quería y yo fui grosera como de costumbre.
Al llegar a Madrid nuestros caminos se separaron y tuve que salir
corriendo para ver cómo se encontraba Ariette después de que Kenneth le
confesara que no sería capaz de quererla. Avancé por los pasillos del palacio
de la Zarzuela e intenté no dirigirle la palabra nadie y acabé cruzándome con
Linnéa. No estaba con Mario, iba escoltada con otro de sus hombres. Se
quedó cruzada de brazos y me lanzó una de esas miradas que no me traían
nada bueno. Me pidió que la acompañara a su despacho y acabé accediendo
para no meterme en más líos.
Durante un instante pensé que lo sabía todo; el viaje a Francia, la noche
que pasé con Kenneth y lo que era más terrible para ella, el amor de su hijo
hacia la criada.
—¿Dónde estabas? Anoche fue imposible localizarte —se llevó la mano a
la cabeza, como si sufriera de jaquecas—. Esa niña tonta lleva desde ayer
llorando porque ha descubierto que Kenneth no la quiere. Y, ¿sabes qué ha
hecho él? Huir y dejarme el problema. Te pago para consolarla. ¿Lo has
olvidado?
Negué con la cabeza.
No sabía nada.
Respiré con tranquilidad.
—¿Dónde está?
—Ha salido —miró el esmalte de sus uñas—. ¿Te ha dicho algo?
—¿Sobre Kenneth?
Me encogí de hombros.
—Lo que sabemos todos. Lo ama, lo ama y lo ama.
Linnéa entrecerró los ojos.
—¿Ya está?
Recordé la noche que pasé a su lado.
—Quiere acostarse con él. Piensa que, si lo seduce, podrá enamorarlo.
Presionó tanto las uñas sobre la mesa que, acabó rompiéndose una uña y ni
siquiera sintió dolor. Sus ojos claros se enrojecieron ante la presión que sufrió
su cuerpo al descubrir los planes de Ariette. Y era algo normal que quisiera
mantener relaciones sexuales con su futuro marido, pero Linnéa no estaba
dispuesta a dejar que lo tocara antes del matrimonio.
—Tienes que borrarle esa idea de la cabeza.
—¿Cómo?
Arrugó la frente al escuchar la melodía que reprodujo mi móvil cuando me
llamaron.
Lo silencié.
En las últimas cuarenta y ocho horas todo el mundo recordó que tenía un
número de contacto.
—No lo sé, pero quítale esa idea de la cabeza.
Me dio permiso para irme y acabé recorriendo todo el palacio para buscar
un rincón y devolver la llamada.
—¿Hola?
—¿Thara?
—Sí, soy yo. ¿Quién eres?
Hizo una pausa para ponerse a vomitar.
Me dieron arcadas de escucharlo a través de un teléfono.
—Soy Ishaq. ¿Puedes venir a mi habitación?
—¿Ahora?
Hacía un par de días que no lo veía.
—Sí, por favor.
Fue tan educado que tuve que ir para ver qué le sucedía.
Tenía las piernas agotadas y los pies adoloridos por seguir caminado con
los tacones que me dio Linnéa. Aproveché que el montacargas estaba vacío y
llegué a la habitación de Ishaq casi para tirarme yo también en la cama y
descansar un poco. Pero cuando abrí las puertas y me encontré la habitación
de invitados destrozada, noté como me dio un brinco el corazón.
—Cierra la puerta —me ordenó.
—¿Qué ha sucedido aquí?
—Pasé la noche con unos amigos.
Miré por debajo de la cama al escuchar un ronquido.
Había una mujer desnuda con un chupete en los labios.
—¿Con cuántos?
Se levantó de la cama, se limpió el vómito de los labios y me mostró su
miembro al no recordar que no llevaba nada puesto.
—¿De cuántas personas se compone una orgía?
—¿Montaste una orgía aquí?
—Empezaron ellos y yo me uní —rio, pero se llevó las manos al estómago
—, pero me siento fatal. Comí algo que me está haciendo...
No acabó la frase.
Se inclinó hacia delante para vaciar su estómago.
—¿Puedes llamar a Philippe?
Pobre Phil.
Desde que Ishaq llegó lo único que hacía era cuidarle.
Sonaron varios tonos y no descolgó.
—No responde. A lo mejor está en la embajada. ¿Llamo a tu padre?
—¡No! —buscó algo para enrollarse alrededor de la cintura—. Nadie de la
Zarzuela puede saber que pasó anoche aquí...o acabarán quitándome el
pasaporte.
—Podría llamar a Ken...
Buscó una forma para controlar su cuerpo, ya que en un cerrar de ojos,
acabó delante de mí.
—Ken me odia. ¿Sabes por qué me odia, Thara? —le dije que no—.
Porque le quité a su primera novia. ¿Sabes qué edad teníamos? —volví a
decirle que no—. ¡Siete años! ¡Siete putos años! Y veintidós años más tarde,
Ken me sigue odiando.
—Vosotros dos tenéis un gran problema con la bebida.
—Quizás.
—Voy a llamarlo.
—No.
Y ahogó un grito cuando lo empujé.
Estaba cansada de verme en medio de todos los problemas de los demás
cuando yo tenía los míos y eran mucho peores.
«Malditos ricos.»
—Te necesito, Kenneth.
No le conté lo que estaba sucediendo.
Fue un error por parte mía.
Ya que cuando Kenneth vino, llegó asustado.
«Realmente le importo» —sonreí.
16

Ishaq acabó en urgencias por una intoxicación al comer pescado en mal


estado. Los amigos con los que se reunió lo invitaron a cenar en un japonés
de Chamberí para después encerrarse en su habitación y comenzar una orgía
que acabaría dándole problemas. Kenneth se centró en su teléfono mientras
que evitaba mirarme. Estaba furioso conmigo. No debí asustarlo con que lo
necesitaba de una forma desesperada. Ni siquiera me disculpé, sólo me quedé
sentada a su lado mientras que echaba hacia atrás la cabeza. Él se había
portado tan bien conmigo en los últimos días que, no se merecía que lo
arrastrara a los problemas de su amigo de la infancia.
—¿Kenneth? —ni siquiera articuló el rostro—. Lo siento muchísimo.
Acabó poniéndose nervioso.
—Pensé que te había pasado algo malo. Te recuerdo que tu madre está en
coma por un accidente en la Zarzuela que nadie vio —guardó el móvil en el
bolsillo de sus pantalones—. Creí... —apretó la mandíbula—. Por un instante
pensé que te iba a perder si no llegaba a tiempo. ¿Y cuál fue la sorpresa? —
fue una pregunta retórica—. La sorpresa fue Ishaq. Siempre es Ishaq —gruñó
—. Tú no lo conoces, Thara, pero es algo que suele hacer a menudo. Busca
una forma para que todos le presten atención, pero estoy cansado. No sé qué
estoy haciendo aquí.
—Deberías hablar con él —dije, dejando mi mano sobre la suya—. Creo
que necesita ayuda, y tú lo sabes.
Una voz masculina nos interrumpió.
—Thara tiene razón —Philippe se quitó el abrigo, y tiró de la bufanda que
acariciaba su cuello—. Tenemos que hablar con él. No está bien, Kenneth.
Nos necesita.
Si Kenneth hubiera estado en su situación, los demás no habrían dudado ni
un segundo en reencontrarse con él.
—¿Familiares de Ishaq Bermejo? —Kenneth se levantó y avanzó junto a
Philippe—. El señor Bermejo ya está despierto. Pueden verlo cuando ustedes
quieran.
Me miraron por encima del hombro.
—Ir con él. Os espero aquí.
Me alegró saber que Philippe consiguió el propósito que me marqué.
Kenneth de España
Se me hizo incómodo ejercer de padre cuando yo siempre había estado tan
perdido como él. Por suerte Philippe era el más maduro de los tres. Lo
primero que hizo fue arrebatarle el vaso lleno de agua del que se aferró. Lo
cogió de la bata del hospital y lo empujó para acomodar su frente sobre la
suya.
—Tienes que dejar de beber.
—Cuando Kenneth lo haga —contestó.
El muy maldito empezó a señalarme con el dedo acusador.
—Ya lo dejé —solté, mirándolo con rencor.
Philippe llegó a ponerme nervioso.
—Del todo. —Sí, realmente Philippe sabía comportarse como un padre—.
¿Qué te inquieta? Desde que has llegado a España no has dejado de hacer
más estupideces de lo normal. Zenón, Kenneth y yo estamos preocupados por
ti.
Ishaq dejó de jugar con el catete en el que tenía inyectado suero y, como
un crío pequeño, nos giró la cabeza.
—Me gusta venir a España, pero me trae malos recuerdos.
—Todos lamentamos la decisión que tomó Aaminah. Sabemos que la
querías muchísimo y veinte años después sigues sufriendo su pérdida —
Philippe se sentó al filo de la cama—, pero no fue tu culpa que se quitara la
vida, Ishaq. No pudiste hacer nada. Ni siquiera Zenón.
—Estoy seguro que intentó advertirme...
Le corté.
—Eras un crío. Un niño de nueve años —al menos él sí tuvo el cariño de
sus padres—. Si sigues pensando en su muerte, perderás los mejores
recuerdos que tuviste junto a ella.
—Tienes razón —vi asomarse una sonrisa de sus labios—. Tengo que
quedarme con lo mejor de mi madre.
—¡Genial! —rio Philippe y se levantó de la cama—. ¿Ya estamos bien?
—No del todo...
Ishaq era una bomba de relojería, en cualquier momento estallaría.
Y lo hizo.
Thara Villena
Le envié un mensaje a Ariette para que estuviera tranquila
Siento no haber llegado a tiempo, Ariette. Cuando he llegado esta mañana
no te he encontrado. No te preocupes, nos veremos más tarde. Y, nunca
olvide que, eres una persona increíble. Un abrazo, Thara.
Quería que dejara de estar triste por Kenneth. Era joven y tenía una larga y
sana vida por delante.
Era la primera rival con la que empaticé.
Ariette era una buena niña.
Y la ayudaría en todo lo que fuera posible para que superara el mal de
amores.
Cargué con cuatro cafés para reunirme con los chicos en la habitación
donde trasladaron a Ishaq. Intenté abrir la puerta, pero una voz me detuvo.
—Kenneth no ha superado que Emelie se enamorara de mí. ¡Éramos
niños!
La risa de Philippe me hizo sonreír.
Y la rabieta de Kenneth acabó por hacerme suspirar.
—Ni siquiera la recordaba. ¡No digas tonterías!
Ishaq acabó mencionándome.
Tenían una conversación privada que debí respetar, pero cuando escuché
mi nombre, pegué la oreja a la puerta para escuchar qué opinaban de mí.
—Ella es la persona que romperá el grupo de amigos. Los dos estáis
enamorados de Thara.
Tragué saliva.
—No digas tonterías. Thara es mi amiga.
Kenneth se quedó callado.
—Vive contigo, Philippe. ¿No es una tentación?
—No responderé a esa absurda pregunta, Ishaq.
Pero Kenneth quiso una respuesta.
—¿Estás enamorado de ella, Philippe?
Se me aceleró el corazón.
Y su respuesta llegó a ponerme muy nerviosa.
Philippe Bouilloux-Lafont fue la mejor persona que se había cruzado en
mi camino desde que llegué a la Zarzuela. Fue Kenneth quien me lanzó a sus
brazos el día que quiso jugar con la nueva criada. Pero nunca llegué a
enamorarme de él y ni siquiera lo vi con otros ojos. Cometí una estupidez al
escuchar su conversación, ya que descubrí que acabaría rompiéndole el
corazón o distanciarlo del hombre al que amaba.
—Estoy enamorado de ella.
PRÓXIMAMENTE LA
CONQUISTA DEL PRÍNCIPE 2/2

[1] La vie en rose - Edith Piaf


[2] soltarse la melena loc. col. Actuar de forma despreocupada y desinhibida:
parece tímida, pero cuando se suelta la melena es simpatiquísima.
[3] Traducción: Mi bella amiga.
[4] Traducción: Señorita hermosa.

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