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(La Corona Ardiente II) La Conquista Del Príncipe
(La Corona Ardiente II) La Conquista Del Príncipe
LIBRO 2
MELISSA HALL
"Me incliné ante un hombre que
no amé, y acabé perdiendo la corona
que heredé de mis antepasados."
—Leonora II de Aragón, reina de España.
© Melissa Hall, 2020
© Ediciones M e l, s.l., 2020
Primera edición: octubre de 2020
«Esta novela es una obra de ficción. Cualquier alusión a hechos históricos,
personas o lugares reales es ficticia. Nombres, personajes, lugares y
acontecimientos son producto de la imaginación de la autora y cualquier
parecido con episodios, lugares o personas vivas o muertas es mera
coincidencia.»
Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o
parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de
ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por
fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del .»
PARTE 1/2
Prólogo
Kenneth De España
Ignoré las voces que se escuchaban al otro lado de la habitación. Hice el
esfuerzo de arrastrar el brazo por la enorme mesa donde estuve durmiendo un
par de días. Mis dedos tocaron la botella de cristal y, cuando pensé que
volvería a pegar mis labios en el frasco de ginebra, la puerta se abrió. Adiós
intimidad. Se acabó la hora del desayuno. Ni siquiera el despiadado sonido de
unas botas acercándose al comedor de la habitación de hotel, consiguieron
que me moviera de allí. Solté una carcajada y seguí con los intentos de
alcanzar la botella de alcohol. Se me había secado la garganta, los malos
recuerdos golpeaban en mi subconsciente y yo seguía luchando por dar el
último trago. Y mi corazón se rompió al ver unos dedos intrusos rodeando mi
antiséptico. Lo alzó de la mesa sin ni siquiera mirarme a los ojos y lo lanzó al
otro lado. Inmediatamente, una lluvia de cristales cubrió la moqueta.
—Levantar a mi hijo. Tiene que darse una ducha —fue su primera orden.
Después de tres meses, había conseguido encontrarme. Seguramente el señor
Bäker, se cansó de que el príncipe gorrón que se había instalado en uno de
sus hoteles de lujo, montara escándalos cada noche; daba una mala imagen y
más si estaba ebrio. Consiguió quedar detrás de mi cuerpo, y acarició mi
cabello. En un intento de apartar su mano de mi cabeza, giré tan bruscamente,
que caí al suelo. Al abrir los ojos, me encontré con esa mirada desesperada
que me dedicaba cada vez que huía de su lado. Ella intentó bajar su cuerpo
para reunirse con el mío, y se lo impedí—. Está bien, Kenneth. Tú ganas—.
No, eso no era cierto. Acomodó su cabello rubio detrás de una de sus
pequeñas orejas y le pidió a Mario que se acercara—. Cuando terminéis del
baño, el peluquero estará esperando fuera para cortarle el cabello y afeitarle.
Su escolta personal respondió:
—Sí, majestad.
—Mario —lo detuvo, antes de que pasara sus brazos por debajo de los
míos—. Ten cuidado con él. El alcohol no solo lo ciega y olvida lo que
realmente está pasando, —avanzó hasta mí, sin recordar que no quería verla
—, también desatiende sus obligaciones.
Una extraña carcajada salió de mi boca. ¿Obligaciones? Al morir Leopold,
la única que tenía compromisos con el país, era ella. Yo no era rey. Y sí, me
convertí en el príncipe heredero, pero pagando un alto precio. Perdí a la única
persona que me hacía más humano y misericordioso. Sin mi hermano a mi
lado era una persona ambiciosa, cruel y malévola. Antes de volver a palacio
para reclamar la corona, tomé la decisión de alejarme de mi hogar y
amordazar los remordimientos en el brandy más caro que pudiera conseguir.
—No me vuelvas a tocar —se escuchó mi voz ronca. Ambos se miraron.
Realmente no sabían a quién iba dirigido el aviso; pero era a ambos a quien
les dictaminé que se alejaran de mí—. Me he acostumbrado a tener la barba
larga, el cabello revuelto y ese olor a sudor mezclado con alcohol que
últimamente desprende mi cuerpo —reí, y conseguí alzarme sin ayuda de
nadie. Acomodé las manos al borde de la mesa y tiré hasta quedar de pie—.
Has perdido tu tiempo, mamá. Mi decisión es quedarme aquí —visualicé un
vaso de chupito que estaba lleno. Al capturarlo, alcé el brazo orgulloso—.
Seguiré bebiendo hasta que muera.
Me supo a gloria bendita el último trago que estaba en mi poder. Más
tarde, me encargaría de llamar al servicio para que me subieran un par de
cajas más de Bombay Amber. Ella no se lo tomó bien, y menos cuando
golpeé la mesa con los puños celebrando mi independencia a la corona.
Aferró los dedos alrededor de mi muñeca y me obligó a mirarla.
—No perderé otro hijo más. ¿Lo has entendido, Kenneth?
Volví a reír.
—¡Ah! Pero, ¿te dolió perder a Leopold? —Me deshice del diminuto tubo
de cristal. Acomodé mi mano sobre la suya y noté como se estremeció al
contacto de mi piel. Ni siquiera comprendí la sonrisa de satisfacción que se
mostró en su rostro. Y, todavía menos, la necesidad de acariciar mi figura
mientras que cerraba los ojos. Escuchó mi voz, y no le importó que estuviera
acusándola del delito que cometió—. No voy a regresar contigo. Y si quieres
matarme por ser desleal al trono, yo mismo te ofrezco mi vida a cambio de
unas horas de soledad.
—No —susurró ella—. ¡No! No sabes lo qué estás diciendo. Estás ebrio.
Mi amor, mírame, por favor —dijo, dejando su mano detrás de mi cuello y
arrastrándome hasta su rostro—. Leopold querría lo mismo que yo. Tienes
que volver a tu hogar. A cumplir con tus obligaciones de príncipe antes de
que te conviertas en rey. Cariño, mamá te ama y daría la vida por ti. Por
favor, Kenneth, escúchame cuando te hable.
No conseguiría manipularme de nuevo. Eso se acabó. Ya no era un niño.
Su voz suplicante, sus promesas o el amor que intentaba darme no era
suficiente para que volviera detrás de sus calculados pasos. Intenté retroceder,
pero me golpeé con la mesa, quedando sentado y dándole la oportunidad de
que estuviera más cerca de mi sereno rostro. Enredó los dedos en mi cabello,
y presionó los labios sobre mi frente. No sirvió de nada apartarla de mi lado.
Ella seguía allí. Ansiosa por rodearme con sus brazos y con la esperanza de
que su cuerpo arropara el mío.
—Suéltame, mamá —le pedí.
En los últimos días no le di importancia a las prendas de ropa. Así que era
capaz de salir desnudo de la habitación o con la camisa abierta. Y en ese
momento la llevaba puesta. Lo sabía porque sus cálidas manos se posaron en
mi pecho y siguieron bajando hasta que conseguí tomar el control de nuevo
de sus actos impuros.
—¿Tu rabieta de niño pequeño es por una mujer? —Mostró su verdadero
rostro; una mujer celosa e inestable. Su actitud no era justificada y todo el
mundo miraba a otro lado para no llevarle la contraria a la reina de España—.
Nuestra querida Thara —dijo exasperada—, ha estado muy ocupada con tu
amigo el francés. Mario se encargó de seguirla y me mostró estas fotografías
—chasqueó los dedos. Mario asintió con la cabeza, y del interior de su
americana negra, sacó un sobre del tamaño de un folio. Se lo tendió, y ésta se
encargó de sacar las láminas cromadas. Sacudí la cabeza. Me negaba a caer
en otra de sus mentiras—. Échale un vistazo. No te estoy mintiendo, cariño.
Esa mujer se ha aprovechado de ti. Y, cuando encontró la oportunidad de
alejarse de la clase media, la muerte de Leopold le paró los pies.
—Thara no quería riquezas —gruñí—. ¿Quieres saber por qué lo sé?
Porque se conformó con el poco amor que llegué a expresar, mamá. Y tú, te
has encargado de alejarla de mi lado. No soy estúpido. Hiciste daño a
Amanda. Conseguiste que ese miserable y ambicioso jeque viniera a España
para reclamar a Khadija. Y su venganza por el adulterio, fue la muerte de mi
hermano y de la mujer que amaba. No entiendo cómo consigues dormir por
las noches. Tus pecados deberían haber conseguido que perdieras la cabeza.
Pero no. Te han hecho más fuerte —sentí deshonra al verla sonreír—.
¿Pretendes que cambie de idea al ver un montaje?
Su risa me heló la sangre.
—Mi vida —dijo con una voz melosa, acercándose a mi oído—, no seas
ingenuo. Compruébalo tú mismo, y te darás cuenta que no es un montaje —
sus ojos chispearon ante la satisfacción que sintió al verme sostener el sobre
que me tendía Mario. Lo abrí y en el interior se encontraban las fotografías
que nombraron desde un principio—. También hemos conseguido la copia
del contrato de compra del piso que ha adquirido Philippe Bouilloux-Lafont
en el barrio de Salamanca.
En las instantáneas se reflejaba la imagen de Philippe y Thara saliendo de
un bloque de pisos. A veces, cambiaban el escenario por una cafetería donde
observé como mi amigo de la infancia rodeaba los hombros de ella y se
acercaba afectuosamente. Dejé de observar las imágenes, y rebusqué en el
interior de la envoltura hasta alcanzar el teléfono móvil personal de mi
madre.
—La hija de Amanda estuvo enviándome mensajes.
Y tenía razón. Las pocas palabras que leí eran de Thara suplicando por
volver a palacio, aprovechando mi ausencia y exigiendo una subida salarial.
No quería creer en la información que estaba en mi poder. Pero, conociendo
los sentimientos de Philippe hacia la mujer que llegó a seducirnos, todo podía
ser posible.
—Ahora con más motivos no quiero volver a palacio.
—Mario, da la orden de que salgan todos fuera de la habitación. Quiero
hablar a solas con mi hijo —y así hizo su hombre de confianza. En un par de
minutos, todos los hombres que la escoltaron hasta el hotel, desparecieron—.
Kenneth, mi vida, no puedes creer que estás enamorado de esa mujer. Porque
no es así. Ni siquiera conoces ese sentimiento. Aún no. Y, cuando creas que
estás enamorado de verdad, serás capaz de dejarlo todo, incluso a la mujer
que llegues a desear, por el trono que te pertenece. Eres Kenneth de España.
Futuro rey de nuestro país. ¿Lo entiendes?
Eché hacia atrás la cabeza.
Ella suspiró por ambos.
—¿Cuándo te darás cuenta de que haría cualquier cosa por ti? Vivo por ti.
Respiro por ti —bajó mi rostro, y llegó alcanzarme con sus labios—. Te amo,
cariño. Y, si tengo que renunciar al trono para que tú lo ocupes, lo haré —
recitó las mismas palabras durante veinte años seguidos—. Quiero que
conozcas a alguien —su voz sonó triste y desolada. Del sobre sacó la
fotografía de una mujer de cabello largo y rubio. Sus ojos eran grandes,
expresivos y de largas pestañas claras. Las cejas de la joven eran finas y
perfectas por el tono de su piel. Era extranjera—. Tu prometida. Ariette de
Bélgica. La hija pequeña del Rey Gilles II de Bélgica.
—¿Tengo que casarme con ella?
—Si quieres ser rey, sí.
Thara parecía feliz junto a Philippe; él refugió a su familia en Francia, y
mientras tanto cuidaba de ella en Madrid. Y si por alguna razón nosotros
hubiéramos estado juntos, ella habría sido infeliz a mi lado.
Recordé las sabias palabras de mi hermano; para que el pueblo te ame,
ama el pueblo como ellos te amarán a ti. Y si la única forma de cambiar las
reglas que dictaminó mi madre era convirtiéndome en rey, lo haría. Es lo que
hubiera querido Leopold. Es lo que necesitaba para vivir.
—Voy a darme una ducha —anuncié, liberándome de la camisa blanca.
Solo esperaba no cruzarme con Thara en la Zarzuela, porque el único
sentimiento que la obligaría a olvidarse de mí, sería el odio.
1
TharaVillena
Desperté una vez más con la canción "La vie en rose" [1] sonando de
fondo. Di unas cuantas vueltas por la cama y, una vez que terminé de
bostezar, acomodé los pies en el suelo. Alguien se encargó de abrir la puerta
de la habitación. Me cubrí con la bata que dejé sobre el pequeño escritorio
que había enfrente de la ventana, y salí en busca del dueño del apartamento.
Cuando la voz del hombre se silenció, di los buenos días con una sonrisa.
Ocupé el taburete de al lado y miré el periódico que estaba leyendo.
—¿Quién es Ariette de Bélgica? —Antes de obtener una respuesta,
agradecí a Cécile que me sirviera un par de tostadas cubiertas con
mantequilla vegetal y mermelada de frambuesa—. Es una princesa, lo sé.
Pero los demás monarcas marcharon cuando terminó el funeral de Leopold.
Ella, a diferencia de los demás, sigue en Madrid. La prensa rosa no deja de
hablar de ella todo el día. Han olvidado las tragedias que nos marcan
mundialmente para hablar sobre los paseos que da la joven.
Philippe dobló el periódico y me observó antes de responder. Clavó el
codo sobre la barra americana y su mejilla descansó sobre la palma de su
mano. Me observó a través de sus enormes ojos oscuros y sonrió para
tranquilizarme.
—Tú lo has dicho. Una princesa joven que quiere pasar unos días más en
España.
La risa de Cécile consiguió que me olvidara del tema. Al terminar de
servir café, se acomodó en la otra punta de la cocina con los brazos bajo el
pecho, mientras que observaba un programa del corazón; hablaban de la
herida que recibió un torero. Al menos ese día, los periodistas no nombraron
a Kenneth que seguía desaparecido desde la muerte de su hermano mayor. Y
era de agradecer. Temía que algún día saliera su fotografía para anunciar una
posible locura cometida por el príncipe.
Después de tres meses en el que perdí su rastro, me volqué únicamente en
cuidar de mi madre mientras que me tenían aislada en la clínica privada
donde me trasladó Linnéa. Cuando conseguí el permiso de la reina para salir
de la habitación del hospital, me ocupé de buscar unos compradores para el
piso de Sofía y a la vez me encargué de alquilar la vivienda de mis padres
para obtener algo más de dinero.
Así que el único que se dio cuenta que pasaba las noches y los días junto a
mi madre, durmiendo en uno de los sillones que había a cada lado de la cama,
fue Philippe. Me convenció para que viviera unos días con él mientras que
encontraba otra cosa. Y los días se convirtieron en semanas.
—¿Quieres que te acompañe al hospital?
Negué con la cabeza.
—Cogeré el metro —sonreí—. ¿Tienes que ir al palacio de la Zarzuela?
—Philippe asintió con la cabeza—. ¿Kenneth ha vuelto? ¿Está bien?
De repente enloquecí. Tenía tantas preguntas, que todas empezaron a
combinarse entre sí y Philippe dejó de entenderme. Una de sus manos se
acomodó sobre mi hombro. Detuve mis palabras y cogí aire antes de que
notara mi nerviosismo.
—No sé nada de Kenneth, Thara. Es Linnéa quien se ha encargado de
reunirnos a todos. El padrino de Kenneth y nuestro amigo Ishaq también
están en España —se levantó del asiento y seguí sus pasos—. Con la muerte
de Leopold querrá anunciar al nuevo heredero de la corona. Pero, pensándolo
bien, sin la presencia del príncipe no llegará a nada.
Recogí mi cabello y lo acompañé hasta la puerta. Si Linnéa empezaba a
mover ficha, era porque había encontrado a Kenneth. Por eso me mantuvo
fuera de palacio e incomunicada. Temía que cambiara de opinión y que
saliera detrás de Kenneth en cualquier momento. Respeté mi promesa por
miedo a que mi madre sufriera algún accidente más a manos de la perturbada
de la reina.
—Si Kenneth estuviera presente...
Philippe me detuvo y siguió él.
—No le diré que hemos convivido juntos el último mes. Pero, cuando
tengas la oportunidad, tú se lo aclararás todo.
Asentí con la cabeza, y recibí un beso en la mejilla. Salió con su abrigo en
el brazo y se despidió agitando la mano y guiñando un ojo antes de que las
puertas del ascensor se cerraran.
Hice lo mismo que él; terminé de darme una ducha, me vestí y salí de la
vivienda para reunirme una mañana más con mi madre. Era lo único que
podía hacer en Madrid y más teniendo a toda mi familia fuera del país. Estaba
sola, esperando órdenes directas de Linnéa antes de volver al trabajo.
Kenneth De España
Estuve a punto de salir detrás de Thara . Al parecer no fui muy correcto
con ella. Intenté ser claro, directo y una persona sensata a la hora de decirle
que lo mejor para los dos era mantener la distancia, pero la ingeniosidad se
me fue por la boca. A veces, beber, era lo más fácil. Pero me prometí a mí
mismo no acomodar mis labios en ninguna botella de alcohol. Al menos de
momento.
Adentré las manos en los bolsillos del pantalón de traje y caminé
siguiendo los pasos de ella. Fue la voz de Zenón que me detuvo y me obligó a
perder a Thara de vista. Por un momento pensé que lo mejor para mí era
pedirle perdón. Me hundió verla con los ojos llenos de lágrimas justo en el
momento en el que osé a decirle que me faltaba poco para contraer
matrimonio con una mujer que ni siquiera conocía.
Aunque fueron las consecuencias de querer ser rey. Tenía que seguir un
camino paralelo al de Thara si quería ganarme la confianza de mi madre y
que ésta abandonara el trono que tanto dolor nos causó a Leopold y a mí; Mi
hermano murió, y yo fui un adulto arrogante que miraba a los demás por
encima del hombro.
Me di cuenta demasiado tarde.
Cuando no podía cambiar mis errores.
Fui un inútil.
Un hombre despreciable.
Me convertí sin darme cuenta en la única persona que me dio la espalda;
mi padre, ese hombre que jamás fue capaz de tratarme como a su hijo por el
simple hecho de haber obtenido la atención que su mujer jamás le dio. Traté
mal a gente que me amó por seguir unos pasos que acabaron llevándome por
el mal camino.
Perdí a la persona que era capaz de decirme la verdad, aunque yo no
quisiera aceptarla.
Leopold, el hermano que no valoré en vida y lo hice cuando la muerte nos
destruyó a los dos.
Y luego estaba ella...
Thara.
Mi deber era olvidarla.
Sanar nuestros corazones y no recordar que fue de las pocas personas que
me amaron sin tener en cuenta quién era realmente Kenneth.
—Me alegro de verte, hijo —saludó Zenón, acomodando su mano sobre
mi hombro mientras que me obligaba a girar mi cuerpo para corresponder el
abrazo—. Te veo bien. Linnéa exageró un poco en la última llamada que
recibí. Pensó que estabas muerto. Cometiendo una de tus locuras. Pero veo
que no. Tú mismo has salido de ese pozo oscuro que cavaste al perder a tu
hermano. Estoy orgulloso de ti, Kenneth.
Zenón no era sólo mi padrino. Zenón fue como el padre que me faltó, ya
que el mío estuvo ocupado para asegurarse que el heredero de la corona
siguiera sus pasos correctamente; ése era mi hermano Leopold.
Le devolví con fuerza el abrazo.
—Acabo de ver a Ishaq. Se le veía bien —reímos—. He tenido que darle
un toque. Mi madre me ha dicho que la familia de Ariette se encuentra en la
casa real hasta que se haga oficial nuestro compromiso. Cuando se vayan, no
me importará que vaya desnudo si es lo que él desea.
Zenón soltó una carcajada. Una de esas risas que llegué a extrañar con el
paso de los años.
—Hijo, te prometo que lo he intentado —otra risa—. Ishaq, cuando sale
de Dubái y detiene su viaje en España, se suelta la malena[2]. Y tú, Kenneth,
eres el culpable —y en el fondo, tenía razón—. Mi hijo siempre ha seguido
tus pasos. Al parecer no eres únicamente su ídolo, también eres su maestro y
el hermano mayor que nunca tuvo. Philippe es el que lo está controlando por
las noches.
Me crucé de brazos.
—He escuchado que no salen —dije, buscando la respuesta que observé a
través de una fotografía.
—Y hacen bien —presionó la mano sobre mi hombro—. La última juerga
que os disteis me obligó a coger un vuelo directo a Noruega y sacaros de la
cárcel. Con la muerte de Leopold, un escándalo te hundiría —tenía razón—.
Philippe deja a Ishaq en su habitación, y después se marcha al apartamento
que adquirió hace unos meses. Tu madre me ha dicho que está viviendo con
una chica. Quién sabe, a lo mejor se ha enamorado.
—Espero que no —dije, sin controlarlo.
—Conocí a Ariette —cambió de tema—, es una buena niña. Inocente,
dulce y puedo asegurar que ya está enamorada de ti —intentó tranquilizarme
una vez más, pero no me estaba ayudando—. ¿Por qué has aceptado
Kenneth? Tendrías que haber esperado a conocer a una mujer que ames, y no
a una cría de veintiún años que hará lo que sus padres le digan. Linnéa le ha
prometido el cuento de una princesa de Disney, y yo conociéndote, no lo
conseguirás.
A él no podía mentirle.
—Con la muerte de Leopold el único heredero que queda en pie soy yo —
empecé a caminar y Zenón siguió detrás de mí mientras me escuchaba—.
Quiero esa corona para demostrar que puedo ser un buen rey, como lo
hubiera hecho mi hermano. Ella me dejó las cosas claras. Si quiero
destronarla, tengo que casarme. Y lo siento por Ariette —miré sus ojos
oscuros un instante—, pero ella estuvo de acuerdo. Está al tanto de todo.
Firmó un contrato junto a sus tutores. Será reina, cuando yo aparte a mi
madre de mi camino.
Zenón se quedó callado.
—¿Has averiguado lo que te pedí?
—¿Rashid bin Hacuel? —Asentí con la cabeza—. Mandé a un viejo amigo
para hablar con él —Zenón sacó un teléfono móvil viejo del interior de su
americana—. Le enviaron unas fotografías de Khadija junto a Leopold.
Rashid bin Hacuel se sintió ofendido por el adulterio de su mujer. Además,
rompió el poco contacto que tenía con España al descubrir que el amante de
Khadija era el futuro rey de un país extranjero. Mandó a sus mejores hombres
para deshacerse de la pareja.
Gruñí y apreté los puños.
—El problema no es Rashid, Kenneth. El problema es la persona que lo
informó —guardó el teléfono al mostrarme las imágenes de mi hermano junto
a la mujer que amó—. El enemigo está bajo tu mismo techo. No busques una
guerra con un país que hundiría al tuyo. Europa se mantendría al margen. Los
americanos optarían también por daros la espalda. Estarías solo. Y, tu
presidente, no mandaría a las tropas. ¿Lo entiendes, Kenneth?
—¿Tienes el nombre? —Pregunté.
—Mario Urriaga.
Sacudí la cabeza.
—Mario es el informador. Seguía órdenes de mi madre.
—Y consiguió su objetivo. Librarse de tu hermano.
No tenía poder. Aún era muy temprano para deshacerme de ella. Le pedí a
Zenón que me siguiera hasta mi nuevo despacho —que era justo el de
Leopold— para pedirle otro favor. Éste no se negó y me siguió en todo
momento. El mejor amigo de mi padre era la única persona en la que podía
confiar.
Thara Villena
Acabé en el jardín trasero para ocultarme del personal que se cruzaba en
mi camino en el momento que decidí salir corriendo de Kenneth para que no
me viera huyendo. Cerré con fuerza los párpados y me refugié de los rayos de
sol para excusarme de las lágrimas que seguían acariciándome las mejillas.
Me partió el corazón al ver a Kenneth madurar y aceptar las normas de su
madre. Tenía que casarse con una mujer que no amaba y que le costaría
corresponder a su amor.
Pero yo era todavía más estúpida por creer que él algún día se casaría por
amor. Era una tonta al imaginarme junto a un príncipe que tenía muy claro su
futuro. Kenneth jamás rechazaría a la corona. Nació para estar en un trono y
no ir detrás de una persona de clase media.
Me quedé cruzada de brazos y suspiré al sentirme cansada. Estuve
deseando que todo se acabara; que mi madre despertara y aceptara irse bien
lejos hasta reunirnos con nuestra familia. Una familia que acabó rompiéndose
por verse involucrada con la familia real. Mi padre se cansó de buscar el
amor que jamás le dio mi madre. Sofía tuvo que coger a su hija y salir
corriendo cuando Linnéa descubrió que Luis V tuvo una hija bastarda. Y yo
perdí el contacto de mi hermana al sentirme traicionada por ella en el
momento que decidió mentirme. Marcharon a Francia y nosotras —mamá y
yo— nos quedamos en un país donde estábamos condenadas por culpa de la
reina.
Noté como algo se posaba en mi nariz. Abrí los ojos torpemente para
descubrir que insecto tenía tocando mi piel. Ante mis ojos unos finos rayos
de luz azules me provocaron una divertida sonrisa. El aleteo de las alas de la
mariposa me sorprendió; jamás había conseguido que un insecto se me posara
sobre la mano y, en aquel momento, la tenía sobre la punta de la nariz.
—Pero a quién tenemos aquí —una voz masculina me sobresaltó,
provocando que la hermosa mariposa se alejara de mí para seguir con su
camino—. La famosa Thara Villena. La joven mujer que se coló en el
corazón del príncipe y se lo destrozó para tener que ir a cuidar a su madre —
no me molestó que dijera todo eso de mí. Pablo tenía un humor negro que no
amargaba a nadie—. ¿Cómo estás? Mi jardín y yo nos alegramos de verte.
—Está precioso —dije, alzando la cabeza para observar la maravilla que
creó Pablo cuando Linnéa se lo ordenó—. Estoy bien, gracias. ¿Cómo estáis
todos por aquí? Me hubiera gustado llamaros, pero estaba ocupada...
—Lo sé —susurró, y se acercó hasta mí. Se quitó los guantes marrones,
sacó un paquete de tabaco del bolsillo de los pantalones verdes y se fumó un
pequeño puro que le hizo sonreír por tomarse un descanso—. Sé que esa
bruja os está haciendo sufrir —se dirigió a Linnéa como la villana de un
cuento infantil—. Amanda era una gran mujer. La mejor gobernanta que
podía haber tenido. Y se la quitó de encima por miedo a perder a los demás.
Pablo era un hombre que rozaba la edad de mis padres. Era un hombre
bondadoso que también acabó perdiendo a su familia por aislarse del mundo
que había fuera del palacio de la Zarzuela. Era alegre, siempre soltaba chistes
que no eran divertidos e intentaba no cruzarse con Mario. Y llegó a
sorprenderme que una persona como él fuera consciente de todo lo que había
pasado alrededor de mi madre y de Linnéa.
—¿Tú...?
—Yo sé muchas cosas, Thara, pero no quiero acabar como ella.
Tragué saliva.
No era la única que estaba atada a la reina, al parecer los demás empleados
también tuvieron que guardar silencio para que ella siguiera paseando por el
palacio sin temor a que alguien le reclamara por la maldad que desprendía.
Observé a Pablo con los ojos entrecerrados y esperé a que se terminara el
puro que se consumía entre sus labios. Cuando se relamió la comisura de la
boca, lo asalté con la última pregunta.
—¿Os ha hecho firmar un nuevo contrato?
Rio.
—Uno muy bonito donde podría acabar en prisión si abro mi bocaza.
Tengo que mantenerme alejado de los monarcas y seguir las normas de Mario
Urriaga —gruñó, y arrugó un poco más el ceño—. Uno de nosotros vio algo
que a ella no le interesa que saquemos a la luz. Así que déjame darte un
consejo, Thara —del bolsillo trasero sacó un pañuelo blanco para que me
limpiara las lágrimas—. Aléjate de Kenneth o la víbora te eliminará como
hizo con tu madre. Preséntate a la nueva gobernanta. Anuncia que has
llegado. Nos vemos más tarde.
Por mi cabeza pasó la idea de que quizás Pablo sabía quién fue el amante
de mi madre...pero sí él optó por el silencio, los demás teníamos que
aplicarnos la misma regla.
Ver, callar y sufrir en silencio.
Algo que sería muy difícil para mí.
Sobre todo, olvidarme de Kenneth.
Tenía que reunirme con la gobernanta que ocupaba el lugar de mi madre
hasta que ella despertara del coma.
Era el día libre de Cécile. Philippe le daba la libertad que yo nunca tuve en
el palacio de la Zarzuela cuando trabajaba junto a mi madre.
El apartamento estaba vacío. El sol empezaba a esconderse a las siete de la
tarde. Empujé mi cuerpo hasta la habitación que me dejó Philippe ocupar. Me
desnudé antes de llegar al baño y dejé que mi cuerpo herido descansara un
largo rato en agua tibia. Sin mirar el reloj, pensé que Phil llegaría tarde, así
que me dispuse a preparar la cena para una persona.
Salí de la bañera y me cubrí con el albornoz que había detrás de la puerta.
Llegué hasta la cama con la desesperación de tumbarme y dormir hasta el día
siguiente. Pero no lo hice. Me desnudé una vez más e intenté inclinarme hasta
la cómoda para coger algo de ropa interior. Cuando una voz me sobresaltó.
—¿Qué te ha pasado en la espalda? —Philippe preguntó, acercándose. Se
dio cuenta de los golpes que se marcaron en mi piel. Sus dedos se posaron
bajo mi espalda y gemí de dolor—. ¿Thara?
Si Linnéa era capaz de matar a Kenneth, no lo dudaría con Philippe.
—Me caí.
—¿Te caíste? —Repitió, sin creérselo.
No era estúpido.
El problema era yo, que no tenía otra opción que arrodillarme ante la bruja
de Linnéa.
—Thara, ¿qué está pasando? —Me obligó a mirarlo—. Quiero ayudarte.
Déjame ayudarte, por favor.
—Philippe...
—¿Es Kenneth?
—No. No —sacudí la cabeza, y me di cuenta que no quería saber nada de
las personas que involuntariamente me hacían daño. Pablo tenía razón. Lo
mejor para mí era alejarme de los monarcas—. Philippe, por favor, no quiero
que me hables de Kenneth. No quiero saber nada de nadie que esté en este
momento en la Zarzuela. No quiero llevarme el trabajo a casa.
—Ma belle amie[3].
—¿Qué te parece si vemos una película y me arropo a tu lado?
Sonrió y me dejó que terminara de vestirme. Salí de la habitación con un
pijama compuesto por dos piezas muy acertado para el otoño. Antes de
tumbarme en el sofá, hice unas cuantas palomitas en el microondas con una
palomitera ecológica que compré en Amazon. Me acomodé junto a él y dejé
el bol del snack en el reposabrazos mientras que mi cabeza se posó sobre sus
piernas. Los dedos de Philippe acariciaron mi cabello húmedo mientras que
yo me entretenía en buscar una película en el portal de Netflix.
Cuando creí que encontré la comedia perfecta, alguien nos arrebató la
velada casera con la que disfrutaban un par de amigos.
—Iré yo —dijo Philippe.
—¿Quién es?
Philippe bajó la cabeza y refunfuñó en francés.
—Ishaq. Me libraré de él.
Se lo agradecí.
Cuando abrió la puerta, Ishaq pasó como si el apartamento fuera de su
propiedad. Antes de que Philippe dijera algo o cerrara la puerta, su amigo
empezó a parlotear sin parar.
—¡Tenemos que celebrar el compromiso de Kenneth! ¡Por los viejos
tiempos!
Philippe lo detuvo.
—Deberías llevarle la fiesta al novio —le abrió los ojos—. Kenneth no
está aquí.
—No —se escuchó otra voz—, porque estoy aquí.
Kenneth apareció, con otro traje. Se adentró un poco y me encontró
tumbada en el sofá. Me incorporé inmediatamente y ni siquiera fui capaz de
decirle algo.
—¿Philippe?
El francés no dijo nada.
Ishaq se encargó de guiar a las mujeres que le siguieron hasta uno de los
baños para que se cambiaran.
Al darme cuenta que la fiesta había comenzado, me levanté para salir de
allí. Pero alguien me retuvo.
—Kenneth —susurré.
—Si quieres puedes quedarte —sus dedos tocaron mi piel.
No quise mirarlo a los ojos.
—¿Quieres que me quede? —Le pregunté, olvidando las amenazas de
Linnéa por un intervalo de tiempo.
—Tenemos que celebrar mi compromiso.
—No has respondido —insistí.
—Estoy siendo educado contigo —no se apartó de mi lado.
Pero yo sí lo hice.
—Eso es un no —le aclaré.
Antes de que llegara a mi habitación, su voz siguió sonando, como esa
misma mañana cuando nos habíamos reencontrado.
La única diferencia es que en ese momento sí que fue detrás de mí sin
detenerse.
5
Kenneth De España
Nunca se había visto acorralada. Jamás igualó la balanza entre su hijo y
una empleada. Y, por primera vez, no me mostró una de esas sonrisas llenas
de satisfacción al comportarme como un verdadero imbécil. Más bien, tuvo
que sentarse para meditar su respuesta y, olvidó por completo mirarme a los
ojos. Estaba perdida. No entendió mi odio hacia la mujer que había al fondo
del despacho. Cuando me acerqué a Thara, ni siquiera me miró. Se conformó
en escuchar mi voz alzada mientras que le reclamaba que eligiera entre ella o
yo. El silencio fue incómodo para todos y fue la más joven la que se encargó
de romperlo. Le suplicó a mi madre que no la echara y ésta simplemente
cogió aire y atravesó mis ojos claros con los suyos.
—Abandonad el despacho. Tengo que hablar con mi hijo a solas —todos
cumplieron la orden, a excepción de ella. Se quedó atónica mirándose los
zapatos de Chanel—. Tú también, Thara. —Como seguía nerviosa, intentó
ser amable con ella. Algo extraño y más cuando no podía ni verla—. Tómate
un café. Luego te llamaré.
Tiró de su largo cabello y caminó por el despacho como un alma pena.
Necesitaba el dinero, así que estaba desesperada por aceptar cualquier empleo
que le ofreciera mi madre. Pero, ¿a qué precio? Thara estaba siendo
humillada con ropa que jamás vestiría, acompañando a la mujer que destrozó
a su familia y cruzándose conmigo incluso cuando le dije que no quería ni
verla. Estaba atrapada en el palacio de la Zarzuela hasta que alguien la
liberase.
Nuestra conversación no sirvió para nada. Nos quedó claro que lo mejor
para los dos era no estar juntos, aunque a mí me costara olvidarla. Quería
seguir bajo mi mismo techo para conseguir dinero, pero no podía buscar otro
empleo. Quería ayudarla...o más bien ayudarnos. Si ella conseguía el
suficiente dinero para sobrevivir, su dolor se acabaría junto al mío. Pero mi
madre la retenía. Estaba convencido.
Al cerrar la puerta, me tomé la molestia de ocupar el asiento derecho que
había delante del suyo. Se deshizo de las gafas de lectura y apartó la docena
de trofeos que le habían mandado de la joyería Tres Perlas para que grabara
su nombre. Se quedó sin aliento y tuvo que servirse ella misma una copa de
brandy; no me ofreció porque por su cabeza rondaba la idea de que su hijo
era un alcohólico.
—Vas a volverme loca, hijo.
Estiré el brazo para atrapar uno de los caramelos rosados que tenía sobre
su escritorio. Lo dejé sobre la lengua y lo saboreé antes de responder.
—Pensaba que ya estabas loca —al escucharme, le temblaron las manos,
tanto que, se le escurrió un cubo de hielo del vaso de cristal—. Contratar a
Thara fue una mala idea. Se folla a mi amigo y ahora tengo que verla cada
día. —En el minibar tenía un hermoso espejo del siglo XV, ella se limitó a
sonreír ante mis palabras sin darse cuenta que me quedé con todos sus gestos
faciales. Disfrutaba de mi odio hacia la mujer de la que me enamoré. Y haría
cualquier cosa para protegerla de mi madre...hasta conseguir que la
despidieran—. Échala.
—No puedo. Me gustaría. Hazme caso cuando te digo que me encantaría
echarla de aquí, pero no puedo —se acercó con su copa, y cerré los ojos ante
el aroma del alcohol; realmente tenía que borrar de mi cabeza que con la
bebida todo era más fácil. Ishaq estaba destrozado y no éramos capaces de
ayudarlo—. Me dio pena perder a Amanda, y eso que en los últimos años fue
un estorbo, pero le tenía cariño. Pensé que, si cuidaba de su hija, le estaría
devolviendo el favor por haberte cuidado tan bien cuando eras pequeño, amor
mío. Olvídate de Philippe y de esa joven que no tiene ningún destino en la
vida. Subí la categoría de su contrato por lástima. Jamás se me ocurriría
tenerla aquí para que te haga daño. Tienes que creerme, hijo.
Mentiras y más mentiras.
Amanda me cuidó porque seguramente mi madre no quería que el
verdadero padre de Thara descubriera que estaba embarazada. Así que
cuando la tuvo, la mandó con el padre de su hermana mayor y cuidó de mí
cuando era un niño que le faltaba la atención de su padre y le sobraba todo el
supuesto amor que le daba su madre. Tenía muy buenos recuerdos con
Amanda. Ella siempre nos trató con cariño incluso cuando nunca nos tuteó.
Nunca cometió el error de mis padres; no tuvo un favorito. Tuvimos su
atención por igual.
Era una gran mujer que no mereció que la asaltaran para que cayera por
las escaleras.
—Te creo —dije, a regañadientes—, pero no la quiero aquí.
—Y, ¿qué hago? ¿La despedido?
—Por ejemplo.
—¡No puedo! —me alzó la voz, algo que no era común en ella—. No
puedo, cielo —rectificó, con un tono más amble y cariñoso—. Haré lo
posible para que no te cruces con ella, pero no vuelvas a pedirme que la eche
porque no puedo —soltó el mismo discurso una y otra vez en vez de decir
que la quería tener controlada. Se bebió la copa de un sorbo y se acercó hasta
mí mientras que se arreglaba su rizado cabello rubio oscuro. Se sentó en el
reposabrazos y dejó su cabeza sobre la mía mientras que acariciaba mi
espalda con su mano. Noté por encima del traje sus anillos pesados—. No te
imaginas cómo he echado de menos a este Kenneth. Sé que ella te hizo
mucho daño y no puedes ni verla, pero puedes ser fuerte y demostrarle que no
te importa. Hazle caso a mamá. Yo siempre querré lo mejor para ti. Te quiero
muchísimo.
Empujé mi cuerpo hacia delante y me libré de su mano. La cual no tardó
en enredarse en mi cabello.
—Todavía no he estado a solas con Ariette —fui directo al segundo tema
que más le molestaba. Noté como su cuerpo se tensó—. La veo inexperta e
inmadura para que me satisfaga. ¿Cómo voy a tener un hijo con ella?
—Cerrando los ojos e imaginando que encima de ti o debajo hay una
mujer que te excite. Estoy segura que puedes fingir —susurró, presionando el
lóbulo de mi oreja—. Intenta conocerla antes de casaros. Invítala a comer o a
cenar. Pasea con ella por los jardines mientras la conquistas. Aunque no hará
falta —rio, malévolamente—, le brillan los ojos cada vez que te ve. Está
enamorada de ti desde que era una adolescente. Y... —se relamió sus labios
que estaban pintados de rosa coral. Era algo que hacía cuando estaba nerviosa
—, ¿físicamente qué te parece?
Fui sincero, aunque no me atrajera.
—Tiene una belleza muy dulce. A otro heredero mayor de cincuenta años
se la hubiera puesto dura —me crucé de brazos—, pero imagino que debería
ser yo.
—Ya te lo he dicho, Kenneth...
La interrumpí.
—Lo sé —me levanté del asiento y la desafié de nuevo—. Podría
follármela antes de casarnos. Necesito saber si es fértil.
No tardó en levantarse y en clavar sus ojos chispeantes de rabia en los que
estaban abiertos por la sonrisa que le mostré. Ella detestaba la idea de que
una mujer estuviera en mi cama, pero estaba dispuesta a casarme con alguien
que no me interesaba.
—No la toques hasta el matrimonio. ¿Me has entendido?
Reí.
Eso sólo significaba una cosa.
—Es virgen —su rostro me respondió—. ¡Me encanta! —besé su mejilla
—. Gracias, mamá.
Ella bien sabía que no había nada mejor en el mundo que una persona pura
a punto de entregarse a la persona de la que estaba enamorada. Ariette era
una tentación, pero en la cabeza de mi madre. El hecho de hacerle creer que
me volvería loco la atormentaba, ganaba puntos a mi favor.
«Es la guerra, mamá. El trono y tus reglas pasarán a ser míos.»
La dejé sola en el despacho y caminé mientras le enviaba un mensaje a
Philippe.
Kenneth:
Tenemos que hablar con Ishaq. No está bien.
Mi viejo amigo no tardó en responder.
Philippe:
Antes deberíamos hablar tú y yo.
Se me borró la sonrisa que me regaló mi madre ante su disgusto.
Philippe quería hablar de Thara y de la mujer que se coló en mi cama la
noche anterior. Ya tuve bastante con que Thara nos viera y me girara el rostro
con su pequeña y suave mano. O también estaba la posibilidad de que
reuniera el valor suficiente para confesarme que estaba enamorado de la
misma mujer que yo.
Nuevo email.
Alteza real,
No he conseguido el Reino de España, pero un amigo me ha dejado el jet
privado. Si me da el visto bueno podremos salir el lunes a primera hora y
llegaremos a Francia en menos de dos horas.
Aitor.
«Por fin buenas noticias.»
8
Thara Villena
El baño privado del club estaba a oscuras. Y pasé por alto la poca
iluminación que se colaba a través de la puerta. Busqué el interruptor de la
luz, pero su mano me lo impidió. Pasó sus brazos por mi cintura, y sentí su
respiración en mi cuello.
Nos guio a los dos hasta el fondo del baño. Me levantó del suelo, y me
dejó sentada sobre el lavamanos. Busqué sus labios con mi dedo, y los
delineé. Eran tan carnosos y perfectos.
Pasé mis piernas por su cintura y lo atraje hasta mí. Apoyé mi barbilla
sobre su cuello, y dejé mis manos a cada lado de su trasero. Por suerte no se
quejó. Y lo entendí, ya que sus manos se encontraban entretenidas subiendo
mi vestido. Dejé que sus manos tocaran mis piernas, y me encontré con sus
ojos. Necesitaba más luz, quería verlo, pero no me dejaba.
Inhalé su perfume, y lo deleité. Toqué su cabello con las puntas de mis
dedos y me hizo cosquillas. Bajó su cabeza para dejarla sobre mi pecho. Dejé
de acariciar su nuca cuando quedó absolutamente parado. Su piel se había
helado. Tenía miedo de haber hecho algo mal, pero estaba equivocada. Alzó
de nuevo su cabeza, y acarició mi nariz con la suya. Los dos vimos los
movimientos de mis manos. Las llevé hasta mi espalda para bajar la
cremallera del vestido.
Bajó con suma delicadeza la tira, y pasó su lengua húmeda por mi brazo.
En aquellos momentos nos necesitábamos desesperadamente e incluso
cuando no podíamos estar allí los dos encerrados y con Ariette cerca. Predije
que acabaríamos desnudos y amándonos de tanto discutir, y ni siquiera
habían pasado veinticuatro horas y Kenneth ya estaba dispuesto a arrancarme
el vestido con los dientes. Estaba extasiado de placer. Tenía grabado en su
mente hacerme suya sin importar las consecuencias. Yo era suya, y él para
mí. Y eso hicimos. Olvidamos todo y nos obligamos a pensar en nosotros
mismos. Sacó uno de mis pechos del sostén e incliné mi cuerpo cuando lo
sentí dentro de su boca. Su lengua dio círculos alrededor de los pezones,
consiguiendo ponerlos duros para que él los disfrutara mejor y yo jadeara
como una perra en celo.
En aquella ocasión no pude vagar mi mirada sobre su cuerpo. Sólo podía
guiarme con mis manos. Así que recorrí sus duros y firmes músculos hasta
clavar mis uñas en su espalda para demostrarle lo caliente que estaba. Lo
necesitaba urgentemente dentro de mí. No quería arrepentirme. Quería seguir.
Y él lo notó. Dejó la pequeña tortura que cometió en mi piel, y llevó sus
fuertes manos al elástico de mi ropa interior, deshaciéndose de mis bragas.
Temblé cuando quedó lamiendo mi intimidad. Me sujeté del fino mármol
que estaba humedecido, y arqueé mi cuerpo buscando el calor tan agradable
que me causaba. Cuando sus oídos quedaron complacidos por mis gemidos,
volvió a levantar su rostro, y a posarse entre mis muslos.
Me penetró, dejándome notar su dura y enorme polla. Amaba aquella
calidez que desprendía su miembro dentro de mi sexo. Cerré los ojos ante el
placer que me causaba el balanceo de su cintura. Estuve gimiendo hasta que
fui capaz de recordar que lo que estábamos haciendo estaba mal.
Kenneth y yo no podíamos ser una sola persona.
—Espera.
Ni siquiera pudo escucharme.
Tenía sus labios pegados en mi cuello. No me quedó de otra que enredar
mis dedos en su cabello negro para que me mirara a los ojos. Confuso dejó de
moverse dentro de mí y relamió sus labios que estaban hinchados por los
salvajes besos que nos dimos.
—¿Qué sucede?
No era el único que quería seguir follando.
—No podemos.
—¿Qué? —Parecía furioso, pero todavía con el miembro dentro de mí.
Lo empujé y solté el último gemido al notar como abandonaba mi cuerpo.
Bajo su atenta mirada bajé del lavamanos y me agaché al suelo en busca
de mi ropa interior, pero cuando encontré las bragas me di cuenta que saldría
del club con el sexo desnudo porque las había destrozado. Y no podía
culparle. Yo también deseaba entregarme a él. Kenneth me giró bruscamente
para pedirme una explicación. Clavó mis ojos en los suyos y buscó
temerosamente el por qué me había alejado de él. Y por qué fui tan brusca en
detener nuestro acto sexual, estaba ahí fuera esperándolo.
—Ariette te quiere.
—¡Pero yo no!
¿Cómo podía hacerle entender que no podíamos romperle el corazón de
una forma tan cruel?
No merecía que Kenneth la humillara.
Y acabé sacrificando mis sentimientos para que una princesa no acabara
sufriendo por una persona que jamás la amaría.
—Lo siento, Kenneth —fueron las últimas palabras que le dirigí antes de
salir del baño del club.
11
La mirada de Mario fue muy expresiva. Noté como intentó decirme que al
día siguiente hablaríamos y ni siquiera Kenneth podría detenerlo. Avancé
junto a Ariette y rompí el poco contacto visual que tuve con él. Se escuchó
como Kenneth nos deseaba unas buenas noches, y la princesa se aferró con
más fuerza a mi brazo. Estábamos tan casadas que no fui capaz de subir
andando hasta el tercer piso. Cuando el ascensor nos avisó que habíamos
llegado a nuestra planta, Ariette alzó el brazo para saludar a las mujeres que
la acompañaban. Éstas aguardaron delante de su puerta hasta que su princesa
llegó. Vinieron corriendo y comprobaron que estuviera bien. Mantuvieron
una corta conversación en su idioma natal y tiraron de mi mano para que las
acompañara.
Ariette no dejó de insistir en que me quedara toda la noche con ella que, la
cama donde dormía, era lo suficientemente grande para las dos. Volví a
decirle que sí y la esperé tumbada mientras que a ella la terminaban de bañar.
Se reunió conmigo aseada y yo no tardé en hacer lo mismo. Me dejaron ropa
limpia y un camisón que olía a gardenia. Respiré el aroma profundamente y
me cubrí con la prenda después de secarme el cabello. Al salir del baño
privado, Ariette seguía cepillándose su larga melena rubia.
—Te queda mejor que a mí —dijo, con una sonrisa—. Es tuyo.
—No puedo aceptarlo.
—Claro que sí —insistió—. Siempre he querido tener una amiga. Me
volvía loca viendo Gossip Girl, pero jamás tuve una Blair Waldorf que fuera
capaz de juzgar mi forma de vestir.
Y conmigo tampoco lo conseguiría. Estaba acostumbrada a comprarme la
ropa en tiendas donde el 75% de la población terminábamos con las mismas
prendas.
—No estoy al tanto de la moda.
—Pero sabes seducir a un hombre —les pidió a las mujeres que nos
dejaran solas y me miró fijamente—. ¿Kenneth llegó a contarte lo que ha
sucedido entre nosotros dos esta noche?
Me dijo que intentó ponerla a prueba, pero no el cómo.
—No.
—Abrió mis piernas y tocó mis partes —bajó la cabeza avergonzada—.
No supe cómo actuar y salí corriendo. Pero, ¿sabes lo peor? —me encogí de
hombros, estaba sorprendida. No imaginé que las intenciones de él era llegar
tan lejos con Ariette—. Me gustó, Thara. Sentí mi cuerpo reaccionar de una
forma muy agradable ante el contacto de sus dedos. Y no sé qué hacer. Me
siento como una estúpida por haberlo dejado escapar.
—Quizás no era el momento...
—O sí —me cortó—. Las mujeres se siguen vistiendo de blanco sin tener
que guardar su primera vez para su futuro esposo. Nadie lo hace. ¿Por qué
debería hacerlo yo?
Ariette era directa y de alguna forma me estaba pidiendo ayuda.
Tenía la oportunidad de manipularla o ayudarla a conquistar a Kenneth.
—¿Lo has besado? —negó—. Entonces deberías empezar por ahí. Debe
de haber otro contacto físico antes de querer desnudarte ante él. ¿No crees?
Ariette echó su cabello hacia atrás y gateó por la cama hasta tirarse en mi
cuello. Era una persona muy cariñosa y no estaba acostumbrada a una actitud
tan alegre y positiva.
—Desde que te vi sabía que íbamos a ser buenas amigas —apretó sus
labios en mi mejilla—. ¿Cuándo crees que debería besarlo?
Como una tonta dije:
—Primero pídele que te acompañe a dar un paseo. Cuando os quedéis a
solas, puedes intentarlo.
Gritó de emoción, se puso de pie y se dejó caer en la cama mientras
agitaba todas las extremidades de su cuerpo.
—Por fin besaré a mi príncipe.
Y si lo hacía, sería por mi culpa.
Conseguí escapar de la habitación de Ariette sin despertarla; no quería que
me contara los planes que organizó para quedarse a solas con Kenneth y por
fin poder besar al hombre del que estaba enamorada. Llegué hasta la cocina y
me serví un café doble para despertarme del todo. Bebí demasiadas copas de
champagne y dejaron a mi cuerpo cao junto al largo viaje que di para buscar a
Kenneth. Calenté mis manos alrededor de la taza y me sentí relajada al
sentirme a gusto con el resto de los trabajadores. Todos me devolvieron el
saludo y siguieron con sus tareas después de desayunar.
El mejor momento del día se vio hundido cuando Mario llegó detrás de mí
y toqueteó mi espalda para llamar mi atención. Mi giré con una sonrisa en el
rostro que desapareció al verlo a él. Se sentó a mi lado y se sirvió otro café
mientras acomodaba un cinturón negro cerca de mi brazo. Llegó a asustarme.
Mario estaba tan loco que era capaz de golpearme allí mismo sin importarle
los espectadores que vieran el show.
—¿Estuviste con Kenneth anoche?
—No —pero al parecer no fui muy convincente—. Dejé a Linnéa para
volver a casa y por el camino me llamó Ariette porque no se encontraba bien
—mi mentira lo pondría más nervioso—. No es mi culpa que Kenneth
estuviera con ella.
Durante un minuto la cocina se quedó en silencio. Fue el rato en el que
estuvo distraído tomándose el café y quitándole el envoltorio a una
magdalena de chocolate. Al terminar, giró mi taburete y el suyo y me obligó
a mirarle a los ojos. Se rascó la barba mientras se aproximaba hasta mi
corazón. Como lo tuve muy cerca, tuve que alejarme de él, pero me lo
impidió. Me detuvo por los brazos y sentí como presionaba su cabeza en mi
pecho.
—En la guerra sabíamos si una persona mentía por los latidos de su
corazón —me explicó, como si en algún momento de mi vida me hubiera
decidido a conocer la suya—. Y tú, niña... —hizo una pausa que provocó que
se aceleraran los míos—, mientes.
—¿No te has parado a pensar que me das miedo? Siempre con tus
amenazas y dispuesto a golpearme. Eres un matón y seguramente ese es el
motivo por el cual ya no estás en el ejército.
Se apartó de mi lado y sus ojos se encendieron.
—Podría cambiar este bonito rostro —apretó sus dedos en mi mentón—
para que el príncipe Kenneth dejara de mirarte. ¿Qué te parece?
—Suéltame —me quejé, ante el dolor que sentí al notar sus uñas
clavándose en mi piel.
No me hizo caso, hasta que una persona, con mayor rango que un
empleado, le ordenó que se distanciara de mí.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —no le hizo falta elevar la voz, la
autoridad de Zenón Bermejo conseguía domar a un hombre como Mario—.
¿Linnéa permite estos abusos dentro de la Zarzuela?
—Señor... —intentó defenderse.
Pero el padre de Ishaq no se dejó manipular por un hombre como el que
tenía delante de él. Los dos eran hombres grandes, altos y fuertes. Zenón
tenía el cabello blanco, y Mario seguía tiñendo su pelo de rubio para no
perder su color natural.
—Lo mejor será que te marches. Más tarde hablaré con Linnéa.
Quedé asombrada cuando consiguió que Mario desapareciera sin rechistar.
Ni siquiera Kenneth consiguió controlarlo en los años que Mario seguía a su
madre. Zenón miró la herida que me hizo debajo de la barbilla y me guiñó un
ojo para tranquilizarme.
—Sigue usted siendo muy bonita, señorita Thara —su cumplido fue
agradable de escuchar.
—Gracias, señor Bermejo.
—Llámame Zenón. Y ha sido un placer. Odio que la gente como Mario
Urriaga tenga controlada a la gente porque Linnéa se lo habrá ordenado —
gruñó, como si conociera los planes de su amiga—. ¿Por qué te gritaba?
No podía decirle que era por verme con el hijo de Linnéa.
—¿Kenneth?
Pero lo sabía.
—Sí, nos vio anoche llegar juntos.
—Linnéa es muy protectora con él. Jamás se ha hecho a la idea de que su
hijo pueda enamorarse.
—Kenneth y yo no estamos...
—Lo sé —me tranquilizó, con una risa que era muy contagiosa—. O al
menos en estos momentos, ¿cierto?
—¿Cómo...?
—Yo lo sé todo —se me quedó fijamente mirando—. O eso pensaba.
—Le prometo que entre él y yo no hay nada.
Tuve miedo de que se lo dijera a Linnéa.
—No te preocupes. También he estado enamorado, y no ha sido fácil para
mí —apuntó el asiento que dejó libre Mario y le di permiso para que lo
ocupara—. Cuando conocí a la madre de mi hijo lo dejé todo por poder estar
con ella; A mi país, mi familia y mis viejos amigos. Era una mujer
encantadora que enamoró a un español que venía de una familia humilde. Sus
padres me trataron tan bien que, me dieron la oportunidad de crear mi propio
negocio en Dubái y ellos se encargaron de pagarlo todo hasta que tuviera
suerte. La energía y tecnología limpia fue el trabajo que me hizo millonario.
Lo que quiero decirte, Thara —cogió mi mano— es que, si los padres de mi
mujer fueron capaces de aceptarme, Linnéa podría hacerlo algún día contigo.
Kenneth y yo jamás podríamos estar juntos.
—Dudo que algún día me haga millonaria. Prefiero seguir trabajando y
estar al lado de mi familia.
—Me han dicho que tu padre y tu hermana viven en Francia —ése
seguramente fue Philippe—. ¿No te sientes sola aquí?
Un poco, pero intentaba no decirlo en voz alta para que no me vieran
débil.
—Tengo a mi madre.
—Ya te dije que Amanda es una gran mujer. Siento por todo lo que habéis
tenido que pasar.
—Algunos secretos son peligrosos —confesé, con la boca pequeña para
que no me escuchara, pero lo hizo.
—Linnéa suele hablar de ella y de... —calló. Estaba segura que iba a decir
el nombre de un hombre.
—Luis era muy amigo suyo, ¿cierto? —él asintió con la cabeza—. ¿Le
habló de mi hermana y de su hija?
La risa de Zenón fue un sí rotundo.
—Amó a Sofía y a Agatha hasta el último aliento. Mantuvo el secreto para
protegerlas.
Y por culpa de otro secreto Kenneth se volvió loco en busca de un
bastardo que resultó ser mi sobrina.
—¿Y mi madre?
—¿Qué sucede?
—¿Conoció a su amante?
Estaba poniendo en un compromiso a Zenón, pero las viejas preguntas
llegaron en busca de respuestas.
«Quizás él sí me diga quién es mi padre biológico.»
—Lo conozco, Thara —dijo, y consiguió que mis ojos se llenaran de
lágrimas.
Y entonces acabé asustándolo.
—¿Quién es? ¿Sabe que existo? ¿Le gustaría conocerme? ¿Es como yo?
¡Oh, Dios! —exclamé—. Llevo tiempo queriendo verlo.
Zenón tuvo que tranquilizarme.
—Tranquila. Puedo darte respuestas, pero primero me gustaría ver a tu
madre. ¿Es posible?
Él no nos haría daño.
O me mentalicé con esa idea al aceptar que Zenón Bermejo me
acompañara al hospital.
¿Qué podía salir mal?
¡Por fin conseguiría conocer a mi verdadero padre!
13
Kenneth me mintió.
Y lo descubrí cuando llegamos a una pista donde un avión privado nos
esperaba. Fui una ilusa al pensar que Kenneth quería tener un detalle con
Ariette. Me mintió y no podía jugármela. Intenté salir del vehículo, pero me
lo impidió. Me cogió de la cintura y me arrastró junto a él hasta que
abandonamos el coche y me cargó en su hombro. Pataleé, pero fue imposible.
—¡Quieto!
Había tanto ruido que no podía escucharlo, y él a mí tampoco.
—¡Kenneth!
Seguí gritando.
Él siguió avanzando.
—¡Me estás secuestrando!
Y acabó —como de costumbre— saliéndose con la suya.
Agradecí que no me dirigiera la palabra en todo el trayecto. Sabía que
estaba furiosa con él y me dejó desahogarme con la pantalla del teléfono
móvil. Navegué por Google bajó su atenta mirada. Quería ponerle un rostro a
Gregorio Laguarta y tenía la necesidad de conocerlo un poco más, pero solo
encontré un resultado. Era el nombre de un mecánico que seguía trabajando
en Toledo junto a su familia.
—¿A quién buscas? —me preguntó, y me ofreció un canapé que él mismo
fue a buscar—. ¿No lo quieres? —negué con la cabeza, y no le dirigí la
palabra—. Más para mí —no sabía cómo llamar mi atención hasta que volvió
a leer el apellido del hombre que buscaba—. Lo conozco. Sabía que me
sonaba de algo.
¡Por supuesto!
Kenneth lo conocería seguro.
—¿Quién es? —bloqueé el móvil porque no me ayudó demasiado.
—¿Ahora sí me diriges la palabra? —preguntó, alzando la ceja. Me crucé
de brazos y se acercó hasta mí para besar mi cabello mientras tocaba mi
mejilla con su cálida mano—. Te diré quién es si dejas de odiarme.
—Me has secuestrado, Kenneth.
—No podía decirte que te sacaría de España. Era una sorpresa —puso los
ojos en blanco al ver que no estaba dispuesta a acceder tan fácilmente—.
Trabajó para mi padre. Lo recuerdo perfectamente. Estuvo quince años
trabajando en la Zarzuela hasta que murió. Era un viejo cascarrabias —rio—.
Recuerdo un día en el que Leopold le cogió a mi padre uno de sus rifles para
enseñarme a cazar. Salimos corriendo para que nadie nos descubriera —me
encantaba ver la sonrisa que asomaba de su rostro cada vez que recordaba las
aventuras que tuvo con su hermano (incluso estando enfadada con él)—, y
tuvimos la mala suerte de chocarnos con Gregorio. El viejo loco intentó
golpear la nuca de Leo, pero Amanda lo detuvo. Estuve días riendo...
Le corté.
—Era mi padre.
Kenneth dejó de carcajearse.
—Es imposible.
—Me lo ha dicho Zenón.
—No. Estoy seguro que es imposible.
—¿Por qué?
—Porque cuando yo tenía doce años, ese señor tendría setenta. Murió de
viejo.
—¿Y? —me encogí de hombros. Los hombres tenían la posibilidad de
engendrar hijos hasta que murieran—. Quizás mi madre se enamoró de él.
Posiblemente fue amable y cariñoso con ella.
Él sacudió la cabeza.
—No podían ni verse. No entiendo cómo Zenón lo ha nombrado —cortó
la conversación para pedirle un whisky a las azafatas que nos acompañaban
en el vuelo—. Mi padre le tenía aprecio, pero Gregorio robó. En varias
ocasiones. A día de hoy sigo sin entender por qué se ocupaba de los caballos.
—A lo mejor tu padre estaba al tanto de relación que tenía con mi madre.
—No lo sé, pero hablaré con Zenón cuando volvamos a Madrid —
Kenneth estaba cómo si no entendiera nada. Era peor para mí. Jamás llegué a
conocer a Gregorio—. Dudo que se le levantara. ¿Cómo pudieron...?
—¡Déjalo, Kenneth! —No quería saber cómo me hicieron o dónde.
Simplemente conocerlo—. ¿Vas a decirme para qué vamos a Portugal?
La azafata se levantó de su asiento asustada.
—Siento molestarle, Alteza real —Kenneth se tensó—, pero nos dirigimos
a Francia.
—¿¡A Francia!? —grité.
Controló su actitud pacífica.
—Gracias por recordármelo, Estella.
—De nada, Alteza.
Busqué su corbata y tiré de ella para que me mirara a los ojos. Al verme
feliz se le borró el mal humor que le causó la azafata. Esperé a que me dijera
que iríamos a ver a mi familia, pero el simple hecho de asentir con la cabeza
me lo dijo todo. Empecé a gritar como una loca y lo abracé con todas mis
fuerzas mientras que le daba las gracias.
—¿Por qué no me lo has dicho?
—Te dije que era una sorpresa.
Me olvidé de Linnéa y de las amenazas de Mario.
Echaba de menos a mi pequeña Agatha, quería abrazar a mi padre y...
Me aparté de Kenneth.
—¿Qué sucede, Thara?
—Sofía —susurré.
—¿No has hablado con ella? —sacudí la cabeza—. Sé que sigues furiosa
con tu hermana, pero sí yo he sido capaz de perdonar a mi padre, tú puedes
hacerlo con ella.
—Éramos inseparables. Nos lo contábamos todo —paseé mis uñas por las
piernas—. La ayudé en todo lo que pude cuando me dijo que quería sacar ella
sola para adelante a su hija. Pensé que un capullo la preñó y se fugó porque
no quería hacerse responsable de su hija. Y ese capullo acabó siendo tu padre.
Eres el hermano de Agatha. Creí que nos habíamos alejado de aquellas
tonterías al pensar que éramos familia, pero sí somos familia, Kenneth. Soy
tu ¿tía?
Él me respondió con su dulce risa.
—No somos familia —me rodeó con su brazo y me pegó a él—. Tienes
que hablar con Sofía. Sé que te echa de menos. Hazme caso.
En el fondo tenía razón. No podía estar toda mi vida enfadada con mi
hermana cuando en el fondo me moría por abrazarla y decirle que podía
seguir contando conmigo. Éramos familia. Un desliz no nos separaría y no
estábamos dispuestas a cometer los mismos errores que perpetró nuestra
madre cuando era joven.
Apreté la mano de Kenneth y descansé sobre su hombro hasta que
llegamos a Arfons.
La villa que les dejó Philippe era hermosa. Kenneth me dijo que cerca de
la propiedad había unos viñedos que compró a nombre de Agatha. Me
impresionó que cuidara de la hermana bastarda que juró destruir cuando
descubrió que su padre tuvo un romance fuera de matrimonio. Avanzamos
juntos y desde lejos escuché la voz de mi sobrina. Agatha salió de la casa
corriendo y se emocionó al vernos a los dos. La cogí entre mis brazos y toqué
su cabello. Acabé humedeciendo su ropa con las lágrimas de felicidad que
derramé.
—Has cumplido con tu promesa —Agatha habló con Kenneth.
—Te dije que volverías a ver a tu tía. Y aquí la tienes.
Ella se apartó de mi lado y me miró a los ojos.
Tenía la nariz y los mofletes rojos; se había quemado y seguramente fue
jugando.
—Te quiero muchísimo, tía Thara.
—Y yo a ti, pequeña.
—Se me ha caído otro diente, Kenneth.
Él volvió a reír.
—¿Qué vas a querer esta vez?
Agatha levantó la cabeza y se rascó la barbilla para pensar.
—Quiero ver a mi abuela.
Miré a Kenneth.
Al parecer ni Sofía ni mi padre encontraron el momento para contarles lo
que le sucedió a mi madre. Era normal. No podían decirles que la esposa de
su padre era una mujer cruel que sólo quería hacernos daño.
Por suerte llegó mi padre y me abrazó con la misma intensidad de siempre.
E incluso me atrevería a decir que aplicó más fuerza de lo normal.
—Thara, hija —recogió mi rostro con sus manos—, estás más delgada.
—Estoy como siempre, papá.
Él también miró a Kenneth.
—¿No crees que está más delgada, Kenneth?
—Tienes razón, Roberto.
¿Por qué se llevaban tan bien?
No le di importancia.
—¿Te has cortado el pelo, papá? —dio la vuelta y me enseñó su nuevo
cambio de look—. ¡Dios mío! —exclamé, tirando de su polo blanco—, ¿te
has hecho un tatuaje? —Mi padre empezó a reír—. Nunca me dejaste
hacerme uno. ¡No es justo!
—Tenías quince años.
—Sofía tenía uno —me crucé de brazos.
Los ojos de mi padre casi estallaron ante la sorpresa.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—A los dieciséis. Y no te hará gracia saber dónde lo tiene exactamente...
Fue una voz que conocía muy bien la que nos interrumpió.
—¿Acabas de chivarte a papá?
Kenneth me dio un apretón de manos antes de irse:
—Deberías enseñarme ese gimnasio que te has montado, Roberto.
—¡Cierto! Ya puedo levantar cien kilos.
Me quedé junto a Sofía observando como Kenneth y mi padre se alejaban.
—¿Me he perdido algo?
Sofía sonrió.
—Kenneth quiere ver crecer a Agatha. Tiene la necesidad de ser su
hermano mayor —se frotó los brazos ante el fresco que se levantó a las cinco
de la tarde—. Cuidarla como hubiera hecho Luis o Leopold. Al final se ha
ganado el corazón de todos —por fin me miró a los ojos—. Él te quiere.
—No estamos juntos.
—Lo sé —Sofía me abrazó—. Lo sé, cariño.
Terminé llorando en el hombro de mi hermana como cuando era pequeña.
Ella acariciaba mi espalda y yo me desahogaba con la persona que más quería
en el mundo.
—No puedo más, Sofi. Mamá está en coma. Linnéa me chantajea. Mario
me tiene controlada y —cogí aire—, Kenneth se va a casar.
—Él no la quiere.
—Pero sí necesita la corona. Quiere ser rey.
Me obligó a mirarla a los ojos.
—Te ama, Thara.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo ha dicho —limpió mis lágrimas—. Lleva días viniendo. Ya te lo
he dicho. Es uno más de la familia —no me lo podía creer—. Será mejor que
vayamos dentro.
Cogió mi mano y caminamos hasta el interior de su nuevo hogar.
Pasamos las horas jugando con Agatha, hablando con la nueva novia de
papá y guisando uno de los platos favoritos de nuestra madre. Cuando llegó
la noche, se me rompió el corazón al tener que separarme de ellos. Quería
quedarme, pero no podía abandonar a mamá. Besé la mejilla de Agatha
cuando se quedó dormida y me despedí de mi padre y de mi hermana.
Kenneth me prometió que volveríamos pronto y le creí.
—¿Qué? No puede ser —se llevó una mano a la cabeza y alborotó su
cabello—. Tenemos que volver hoy mismo a España —escuché atentamente
la conversación que tuvo con el piloto—. Sí, tenía una habitación de hotel
reservado, pero para mí. No pensé que nos quedaríamos tirados los dos.
Me acerqué hasta él.
—¿Sucede algo, Kenneth?
—¿No podemos volver esta noche?
—¿Qué?
Notó mi nerviosismo.
—Te llamaré dentro de cinco minutos —guardó el móvil y me cogió de
las manos—. Escúchame, Thara, nadie sabrá que hemos estado juntos.
—Tú no lo entiendes —temblé—. Necesito volver hoy a Madrid.
—Hablaré con Philippe y no dudará en mentir para protegerte. Confía en
mí.
Me quedé sin aliento ante la imagen de Mario furioso conmigo y
desahogándose por haber roto el acuerdo que tuve con Linnéa.
Dejé que nos llevaran al hotel y nos colamos en la habitación. Antes de
que Kenneth se adentrara en el baño para darse una ducha, lo detuve por el
brazo.
—Hazme tuya —gemí—. Hazme tuya esta noche.
Si Mario descubría con quién había estado, al menos guardaría junto a mí
una noche maravillosa con el hombre que quería.
Me deshice de la blusa, y la dejé tirada en el suelo. Desabroché el
sujetador, y deslicé por mis piernas el estrecho pantalón junto al conjunto de
la parte de abajo. Tapé mis pechos con mis manos, acercándome hasta él, sin
mirar al suelo, tropecé con mi propia ropa. Se me olvidó descalzarme.
Kenneth rápidamente me cogió del brazo y me pegó a él mientras nos sentaba
en la cama.
Pasé mis piernas por encima de las suyas mientras Kenneth tiraba de su
chaqueta, se deshacía de la camisa blanca que se pegaba a su cuerpo y bajaba
sus pantalones junto a su ropa interior.
Atrajo mi cuerpo más cerca del suyo, y sentí sus dedos en mi cuello. Dejé
mis manos sobre sus muslos, acariciándolo con los ojos cerrados, intentando
darle el mayor placer posible. Su piel era tan suave, tentadora, quera era
inevitable separarse de él. Aproximé mi mejilla a la suya y la froté para sentir
el contacto más directo entre nosotros dos.
Pasó sus brazos por mi cintura, acercándome a su pecho. Acaricié con mis
pezones su piel, y entre abrí mis labios para capturarlos con mis dientes. Me
dejaba llevar por las caricias de su lengua en mi cuello. Paseaba por cada
musculo de mi cuerpo. Subía, bajaba, atrapaba mi piel, y volvía a empezar de
nuevo.
Su dedo contorneó mi silueta, hasta quedar justo en el hueco de la ingle.
Bajó hasta abrir mis labios íntimos. Llevé dos de sus dedos a mi boca,
abriendo cada vez un poco más, humedeciendo su piel, rodeé con la lengua, y
sentí como su cuerpo se tensaba. Los aparté, y dejé que me estimulara con
ellos.
Atrapé su cabello, y acerqué mis labios hasta su cuello, besándolo al
mismo ritmo que sus dedos entraban y salían de mi interior. Aparté su mano,
buscando su miembro erecto con mi mano, y guiándolo hasta mi entrada.
Bajé poco a poco, gimiendo de placer al sentirlo dentro de mí.
Clavé mis uñas en su espalda cuando estaba completamente dentro de mi
interior. Jadeé su nombre una y otra vez. Kenneth me ayudaba a levantarme
de su cuerpo para poder hundirme con mejor facilidad. En aquel momento la
yema de sus dedos quemaba en mi cintura, la ola de placer empezó a
envolvernos, acelerando nuestros movimientos, y convirtiéndolos con más
brusquedad.
Me costaba respirar, buscaba el aire que me faltaba a su lado. Era
placentero, tentador, conseguía que me arqueara contra su pecho. Siguió
empujando más fuerte, estableciendo el ritmo continuo que marcó. Se quedó
quieto, sentía su mirada observando mis movimientos, no podía abrir mis
ojos, me sentía cansada, pero no detuvo a que mi cuerpo soltara unas fuertes
contracciones, que consiguieron que Kenneth se corriera.
Los dos acabamos empapados de sudor, con los pulsos acelerados. Las
mejillas y los labios rojos.
El teléfono empezó a sonar y salí al balcón para no despertar a Kenneth.
Me hubiera gustado besar su espalda desnuda, pero no me dio tiempo.
—¿Sí?
—Thara —el llanto de una mujer me sobresaltó—. Te necesito, Thara.
Era Ariette.
—¿Qué sucede? —la pobre no dejó de llorar—. Cálmate, Ariette.
—Te necesito.
Silencié el teléfono con la mano cuando me abrazaron por la cintura.
—¿Qué haces despierta? —me besó el cuello.
Tuve que enseñarle la pantalla.
Su sonrisa se esfumó y colgó la llamada de Ariette.
—¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?
Fue hasta la cama y se cubrió con el bóxer.
—Le he dicho que no la quiero.
—¿Por qué?
—Porque no la quiero, Thara. Te quiero a ti.
Su te quiero sonó tan dulce, pero a la vez peligroso.
Acabé tendida en el suelo sin saber qué haría al llegar a Madrid.
«¿Qué puedo hacer?» —cubrí mis pechos con el brazo y tiré el móvil—.
«Quiero a Kenneth y no puedo permitir que le suceda algo grave.»
—¡Joder! —exclamé, sin importarme cómo podía reaccionar él.
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