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Historia del Arte 2012-2013
ARQUITECTURA BARROCA
CARACTERÍSTICAS GENERALES
El concepto de plaza mayor.
La arquitectura palaciega: de lo escurialense a lo decorativo.
Evolución en la arquitectura religiosa hacia lo churrigueresco.
Desarrollo de focos locales.
Pobreza de materiales: yeso, ladrillo.
Gran desarrollo de la ornamentación.
ARQUITECTOS Y OBRAS
1ª MITAD DEL SIGLO XVII: HERENCIA HERRERIANA.
Fray Alberto de la Madre de Dios: Fachada de la iglesia de la Encarnación (1612).
Gómez de Mora: Plaza Mayor de Madrid (1671-1720).
Leonardo de Figueroa: Portada del Colegio de San Telmo, Sevilla (1724-1734).
2ª MITAD DEL SIGLO XVII-PRINCIPIOS DEL XVIII:
Desarrollo del decorativismo y de la arquitectura monumental:
o Alberto Churriguera: Plaza Mayor de Salamanca (1729-1750).
o Pedro Ribera: Hospicio de San Fernando, Madrid (1722).
o Búsqueda de la teatralidad: Transparente de la catedral de Toledo (1721): Narciso Tomé.
Monumentalidad, búsqueda del impacto al espectador:
o Casas y Novoa: Fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago de Compostela (1738-
1750).
o Desarrollo de focos regionales: Alonso Cano: Fachada de la catedral de Granada (1667).
Siglo XVIII: arquitectura palaciega de los Borbones.
o Sobriedad: influencia italiana y francesa.
o Palacios reales de Madrid, Aranjuez y La Granja.
LA ESCULTURA DEL BARROCO EN ESPAÑA
CARACTERÍSTICAS GENERALES
Escultura religiosa: retablos y bulto redondo en madera policromada.
Escultura de corte: artistas italianos como Pietro Tacca.
Primera mitad del XVIII: influencia italiana: Francisco Salzillo .
PPALES CARÁCTERÍSTICAS AUTORES Y OBRAS
FOCOS
CASTILLA: Creación de tipos. Gregorio Fernández: Cristo yacente (1614);
Naturalismo y dramatismo. Cristo atado a la columna (1615); La Piedad
Anatomías y postizos. (1616); El descendimiento (1623).
Desarrollo de la policromía, Villabrille; Pereira; Luisa Roldán.
buscando dramatismo y Los Churriguera: Retablo del Convento de
expresividad. San Esteban, en Salamanca (1692).
Ropajes angulosos y estudio del Los Tomé; Transparente (1732), Catedral de
desnudo. Toledo.
Realismo; expresionismo.
Grandes conjuntos escultóricos.
ANDA- Tensión y fuerza interior.
LUCIA: Belleza ideal. Martínez Montañés: Jesús Niño (1607);
SEVILLA Equilibrio sin tragedia. Cristo de la clemencia (1605); San Jerónimo
------------ ------------------------------------------ (1611).
GRANADA Serenidad, gracia, misticismo. --------------------------------------------------
Realismo sobrio. Alonso Cano: La Inmaculada (1655).
Pedro de Mena: Magdalena penitente (1664).
MURCIA Dinamismo, sentimentalismo. Salzillo: Oración del huerto (1754); Belén
(1776).
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El siglo XVII es el Siglo de Oro de la cultura española. En esta centuria la gradual decadencia
política de los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV, y Carlos II), gobernantes un territorio
inmenso, coincide con un espectacular y originalísimo desarrollo de las letras y las artes.
El siglo XVIII no supone un cambio artístico, pero la llegada de los Borbones coincide con una
mayor internacionalización de la actividad artística, en el marco de un cambio general en los
gustos, hacia un mayor refinamiento clasicista.
La Corte fue el principal centro de actividad artística. Felipe III regresó a Valladolid a comienzos
de siglo, ciudad que se mantuvo como un foco artístico importante; y, más tarde, regresó a
Madrid, que quedó definitivamente como capital desde 1606.
La arquitectura de la primera mitad del siglo XVII está dominada por la influencia de El
Escorial, en las residencias reales, en las de la nobleza y en todos los edificios oficiales, que
seguían su esquema. Es una arquitectura pobre, de ladrillo, yeso y mampostería, incluso las
bóvedas son encañonadas, es decir, formadas con un armazón de madera de cañas o listones.
El urbanismo en España no presenta una renovación de las ciudades que cambie su fisonomía.
Mantienen su estructura medieval, aunque se consolida un espacio singular: la plaza mayor,
ámbito cerrado y uniforme que sirve como escenario de los acontecimientos de la vida
ciudadana: fiestas, corridas de toros, ceremonias religiosas. La parte baja se organiza con galerías
porticadas, donde transcurren intercambios comerciales y negocios. Con los Borbones se
produce una transformación en la arquitectura palaciega, según los esquemas franceses.
Participó en la PLAZA MAYOR DE MADRID (1617), cuyo origen estaba en la plaza del Arrabal,
de época de Juan II de Castilla. Pasa a plaza mayor con Carlos I. Felipe III ordenó su
regularización, siguiendo el modelo de la plaza mayor de Valladolid, para lo cual se trazó un
recinto de planta rectangular cerrado, con nueve entradas y balcones corridos en las dos primeras
plantas, y soportales en los bajos, que constituye una peculiar aportación española al urbanismo
barroco. El incendio de 1790 propició la transformación realizada por Juan de Villanueva,
quien cerró la plaza, quitó la última planta y dejó cuatro arcos de esquina.
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En EL ESCORIAL completó el PANTEÓN REAL, con una organización arquitectónica, de planta
central. La decoración, con mármoles, bronces y fondos dorados que contrastan con la sobriedad
del edificio fue diseñada por el escenógrafo italiano Juan Bautista Crescenzi.
En la segunda mitad del siglo XVII, se inicia un movimiento artístico que favorece el sentido
decorativo con incremento de adornos que rompen la sencillez de la etapa anterior. Es un barroco
decorativo y recargado, más complejo aún al finalizar el siglo y durante las primeras décadas del
siguiente.
En Madrid trabajaba PEDRO DE RIBERA (1683 1742). Artista de desbordante imaginación que
usa elementos como baquetones quebrados, para encuadrar los huecos. Es el autor de los más
conocidos monumentos madrileños. FACHADA DEL HOSPICIO DE SAN FERNANDO (1722). Se
trata de un edificio de ladrillo con gran desarrollo horizontal y cuya atención se centra en la
portada de piedra en la que aparecen creaciones propias del Barroco: El cortinaje que enmarca
toda la fachada y que la dota de carácter escenográfico. Los estípites (columnas con fuste en
forma de pirámide invertida y capitel vegetal muy desarrollado), junto a la puerta. Las
guirnaldas vegetales que abren el arco de ingreso al edificio y lo relacionan con el cuerpo
siguiente. En el centro del segundo piso en un nicho avenerado aparece la imagen de San
Fernando. Los entablamentos y frontones poseen un carácter más decorativo que sustentante. La
decoración se aligera a medida que la fachada asciende en altura . El elemento unificador de las
decoraciones son los escudos sobre las ventanas y sobre el arco de ingreso.
Los arquitectos más característicos del momento son los CHURRIGUERA, que incluso han
generado el apelativo de churrigueresco, para definir la variante estilística del Barroco que
concedía más importancia a la decoración que a los elementos estructurales, caracterizada por la
acumulación ornamental, basada en lo hispanoárabe, lo flamígero y lo plateresco.
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un retablo de forma cóncava elevándose en dos cuerpos de altura que se vinculan mediante un
óculo central, ante el que aparece un haz de rayos que simbolizan el sol eucarístico; en torno al
cual se dispone una corte de ángeles en contrastadas actitudes. En el cuerpo inferior, una
escultura de la Virgen con el Niño es motivo principal, mientras que en el superior una
representación escultórica de la Última Cena refuerza el contenido eucarístico del conjunto.
FOCOS REGIONALES:
ANDALUCÍA:
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con tejados de pizarra y chapiteles en las torres. La decoración interior, con porcelanas, lámparas
de cristal, cuadros y tapices, seguirá en muchos casos los principios del arte rococó.
PALACIO REAL DE MADRID, se concibió tras el incendio del antiguo alcázar de los Austrias.
Con su construcción se abandonaba definitivamente el modelo palaciego inspirado en El
Escorial, que había regido la arquitectura civil en España durante más de un siglo. Fue
proyectado por FILIPPO JUVARA en 1735 quien se inspira en el Palacio de Versalles y en
construcciones italianas. A su muerte en 1736, las obras son dirigidas por su discípulo
GIOVANNI BATTISTA SACCHETTI, que aprovecha gran parte de las ideas de su maestro. El
edificio presenta una planta cerrada con cuatro cuerpos reforzados en las esquinas y abiertos
hacia un patio interior, todo lo cual respeta la tradición de los palacios fortificados españoles. Sin
embargo, tanto el sistema ornamental como la distribución interior y los mismos espacios
ajardinados se encuentran en consonancia con los nuevos postulados europeos. El resultado final
conserva algo de imponente fortaleza, dado el número de pisos, pero en el cuerpo noble, donde
se utiliza el orden gigante, alternándose pilastras y columnas que unen dos pisos de ventanas, se
consigue un efecto dinámico de inusitada elegancia, acentuado por el retranqueo del muro.
La situación del palacio en un desnivel del terreno proporcionaba un mayor juego de volúmenes
y unas espléndidas vistas sobre espacios ajardinados, de acuerdo con la característica
distribución de los palacios barrocos que se había consolidado en Francia. En el diseño de los
jardines y en el amueblamiento y la decoración interior pictórica y escultórica participarán un
largo número de artistas españoles e italianos.
LA ESCULTURA
La escultura barroca española es, salvo excepciones en bronce y piedra, el arte de la talla en
madera, destinada a ser policromada, con objeto de crear imaginería, imágenes religiosas que
inciten a la devoción, pensadas para ocupar un lugar en el marco de dos modalidades artísticas
que alcanzaron entonces un desarrollo espectacular: el paso procesional y el retablo.
La escultura castellana evoluciona desde los modelos del manierismo, sin un corte brusco con la
tradición anterior. En el último Renacimiento español había ejemplos en la escultura que
anticipaban el barroco, como los de Juan de Juni. La tradición del trabajo de la madera en
Castilla y la instalación temporal de la corte en Valladolid entre 1601 y 1606 favorecerían la
consideración de esta ciudad como lugar de producción escultórica.
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El escultor más significativo es GREGORIO FERNÁNDEZ (1576-1636), de influencia decisiva en
el norte de la Península durante todo el siglo. Su actividad artística se enmarca principalmente en
el contexto de fervor religioso de la sociedad castellana. Trabaja sobre todo con madera, pino
castellano. De su taller salieron numerosos retablos, imágenes de devoción y pasos.
Su ESTILO es muy realista, según la tradición de la escuela flamenca tan arraigada en Castilla. El
tratamiento de los paños es muy especial: los tallaba como si fueran tela acartonada, lo que
provoca pliegues angulosos, con aristas en los vestidos, que permiten un mayor juego lumínico
de las figuras, por el claroscuro que producen. El tratamiento de la anatomía es excepcional,
consiguiendo una rotunda corporeidad en sus figuras, sus Cristos muestran una gran maestría en
el tratamiento del desnudo, así como en la simulación de las carnes: rostros y extremidades
centran su acción más expresiva en busca de un gran realismo acentuado por la policromía mate.
Acentúa el efecto doloroso, patético y escénico de sus tallas con múltiples detalles que van desde
la simulación de la sangre hasta la presencia de símbolos del martirio, algunas veces
configurados como elementos postizos (espinas, uñas, cuchillos, cabellos, etc).
ECCE HOMO del Museo Catedralicio de Valladolid (1612). Es un Cristo en pie, con expresión
resignada de dolor, sujeta entre sus manos atadas por una cuerda una vara. Es esta una escultura
compleja que presenta una anatomía perfecta, con el paño púdico realizado en telas encoladas, lo
que le da más plasticidad.
CRISTO YACENTE de El Pardo (1614), con esta obra establece un tipo de Cristo muerto que será
muy reclamado por comunidades religiosas, parroquias o cofradías, como objeto de culto y
procesión. Hay otros muchos ejemplos de yacentes de Gregorio Fernández, entre los que
destacan el del Convento de Santa Ana y el del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
Representa a Cristo muerto sobre un sudario y refleja de forma muy naturalista el cuerpo de
Cristo agotado por el dolor y el sufrimiento y un rostro demacrado. Es una escultura de talla
completa, resultado de un profundo estudio anatómico. La policromía es sobria. Añade postizos,
como por ejemplo, dientes de marfil, heridas de corcho, ojos de cristal, uñas de asta. El giro de la
cabeza y la disposición de las piernas colaboran en la intención naturalista, de manera que la
influencia en el ánimo devocional del fiel espectador sea mayor.
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NUESTRO PADRE JESÚS ATADO A LA COLUMNA (h. 1615). Esta imagen, perteneció a un
conjunto procesional denominado el Azotamiento. Los personajes secundarios del conjunto –
sayones y soldados- han desaparecido con el tiempo. Muestra la imagen de Cristo en el momento
en que recibe los azotes, se encuentra desnudo, con un paño de pureza tallado en madera con
apariencia acartonada y amplio pliegue al vuelo, imitando las telas. El cuerpo se dispone en un
giro que manifiesta un cierto balanceo, de forma que piernas y brazos se sitúan en direcciones
contrarias. Sus manos atadas se posan sobre una semicolumna dórica de mármol negro, lo que
dota a la escena de realismo y patetismo facilitando esta altura del “suplicio” una posición aun
más dramática de Cristo. La cabeza se encuentra inclinada, mientras dirige la mirada al
espectador. El rostro, magnífico, con pelo largo con raya al medio, ojos de cristal de gran
realismo y bigote y barba partida, boca entreabierta. La policromía, de carácter muy realista,
contribuye a lograr una mayor sensación dramática. Además se marcan distintas heridas de las
que mana sangre. El dorso es de un realismo estremecedor, las huellas de los flagelos dejan una
espalda sangrante y herida. Los hilos de sangre que se deslizan por ella son impresionantes: los
desollones, las moraduras, el dolor vivo de la carne abierta hacen de esa espalda portentosa una
llaga enorme a la compasión. Este desnudo de Cristo es un perfecto estudio anatómico. Destaca
su equilibrio, realismo y dramatismo citado en las heridas de la espalda o en la mirada de
humildad que brota de sus ojos de cristal.
LA PIEDAD (1616). Se componía de las imágenes de los dos ladrones además de la de la Virgen
con el Cristo muerto en su regazo, junto con San Juan y María Magdalena. La Virgen envuelta
en telas de plegado anguloso, se lamenta levantando su brazo derecho al cielo mientras sostiene
con el izquierdo el cuerpo desplomado y lineal de Cristo. La estructura es piramidal, de gran
estabilidad física, con base amplia que se cierra en el vértice de sus rostros. Los pliegues son
todavía angulosos, de influjo flamenco, acartonados, sin embargo logra ejecutar con ponderación
la anatomía de Cristo, mientras la expresividad se convierte en la nota dominante del grupo.
Contribuyen al dramatismo de la escena los aparatosos plegados y el dominio de la policromía,
que aumenta el realismo de la escena, potenciando los aspectos de la pasión con la introducción
de regueros de sangre en la cabeza de Jesús. Otra escultura del mismo tema, con pequeñas
diferencias es el paso procesional LA QUINTA ANGUSTIA (1616), cuya diferencia fundamental
con el grupo del Museo de Escultura es que aquí la madre levanta los dos brazos y el rostro al
cielo en acto de dolor y desesperación.
Sus INMACULADAS están representadas con rostro juvenil, largos cabellos, manos cruzadas sobre
el pecho, cuerpos cilíndricos con túnica blanca, manto trapezoidal azul celeste cayendo desde los
hombros y aureola de rayos metálicos, con corona sobre la cabeza, sentadas en un trono de
ángeles o con la imagen del dragón, símbolo del triunfo sobre el mal
SANTA TERESA (1624). Determinó la imagen de la Santa que todos conocemos: como doctora,
con la pluma suspensa recibiendo la inspiración. Con hábito marrón y un extremo del manto
alzado en el aire. La santa eleva sus ojos al cielo en éxtasis, mientras recibe la inspiración divina.
La disposición del lado izquierdo de su manto se ha explicado de dos maneras: está prendido al
hábito, según moda de la época; o bien responde a la plasmación de un instante fugaz, en el que
Santa Teresa suelta la capa, que tenía sujeta con la mano, al escuchar la voz divina. Presenta una
suntuosa policromía en la orla de las vestiduras, con imitación de pedrería.
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CRISTO DE LA LUZ (1630). Impresiona por su realismo y dramatismo. Pertenece a su última
producción. Es una talla de perfección anatómica que destaca en la figura su acentuado patetismo
y depurada anatomía, definida por el delgado tórax y el hundido vientre. Muestra su cara enjuta
de pómulos salientes, ojos entornados y boca abierta, recrea dolor y patetismo. Sus brazos
abiertos y sus piernas que apenas si son capaces de sujetar el paño púdico de rígidos pliegues,
expresan rigidez. Su excelente policromía se complace en los regueros de sangre y las profundas
heridas, contribuyendo a la sensación de verosimilitud. La obra refleja dolor y sufrimiento con
profusión de sangre.
SED TENGO (1612-1616). De composición piramidal, preside el grupo un Cristo vivo de blanda
anatomía, pelo y barba de rizos suaves, y paño de pureza aún no dominado por los pliegues
acartonados que son característicos de la obra posterior del escultor. Sobre él, encaramado en una
escalera en posición inestable, un sayón clava el rótulo de INRI en la cruz. En la base de la
composición, se distribuyen el resto de los personajes. Dos figuras flanqueando el pie de la cruz,
se disponen a realizar la acción que da nombre al conjunto: una de ellas se prepara para acercar a
los labios de Cristo la esponja humedecida en hiel y vinagre mientras la otra sostiene el caldero.
Delante de ellos, en primer término, otros dos sayones se juegan a los dados las vestiduras de
Cristo. Pese a la vulgar condición de los personajes patente en sus caricaturescas fisonomías,
torvos gestos, descuidada indumentaria (jubones y calzones acuchillados a la moda de la época)
y rudo aspecto, no podemos dejar de admirar su alta calidad artística reflejada en dinámicas pero
equilibradas actitudes, inmejorable tratamiento anatómico y acertada expresividad.
Sevilla es durante el siglo XVII una próspera ciudad, gracias, en gran parte, a su relación con el
Nuevo Mundo. En un ambiente, culto, favorable a la recepción de motivos clasicistas
cosmopolitas, dentro de una inclinación propia al naturalismo, se forma JUAN MARTÍNEZ
MONTAÑÉS (1568-1649. Frente al patetismo dramático de lo castellano, presenta la serenidad y
el clasicismo que entronca con la tradición del Renacimiento, en un perfecto conocimiento del
desnudo. Su taller gozó de gran prestigio. Además de escultor fue maestro ensamblador, lo que
le capacitó para traza muchos retablos para los cuales realizó obras escultóricas.
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INMACULADA CONCEPCIÓN de la catedral de Sevilla (1628) de exquisita belleza gitana y manto
de pliegues ampulosos, flotando sobre putti. Es conocida como la Cieguita por sus ojos
entrecerrados. María aparece con el manto terciado sobre el cuerpo y en actitud ascendente,
como si los ángeles la llevasen hacia el trono de su hijo. Representa una imagen casi infantil, con
ropajes muy amplios que acentúan el volumen y la solidez de las figuras con numerosos
contrastes lumínicos. Entre sus modelos iconográficos destacan los de algunos santos, como San
Ignacio, San Francisco Javier o San Bruno.
SAN JERÓNIMO (1611), talla de bulto redondo, que presenta al santo en actitud de penitente.
Muestra a un hombre de edad avanzada y de evidente fuerza física, en actitud de arrepentimiento
y con gran serenidad y concentración en su expresión. El santo medita ante la contemplación del
crucifijo que sostiene en las manos, mientras golpea su pecho con una piedra. El escultor
consigue en su trabajo una elaborada exaltación anatómica, con la tensión en la musculatura y la
marca pronunciada de las venas de las extremidades. La calidad técnica es notable,
especialmente cuidada en el rostro, la barba y la cabellera. Transmite dolor contenido, pero no
una sensación excesiva de patetismo y drama. El plegado de la túnica es menudo, realista y de
gran vivacidad. A través de la policromía de tonalidad mate, se diferencian distintas texturas,
desde la piedra en la que se apoya arrodillado hasta la tela de la túnica o la madera de la cruz que
sostiene en las manos.
También realizó buen número de crucificados, con las características de la imaginería barroca:
perfecto tratamiento de la anatomía, realismo en los rostros enmarcados con ojos hechos en
vidrio, labios entreabiertos que permiten comprobar la perfección y el detallismo de la talla.
CRISTO DE LA CLEMENCIA (1603), muestra su estilo adaptado al realismo de un modelo clásico,
imbuido de serenidad celestial, con objeto de generar una relación personal, que nace de lo
inmediato, para hacer creer al fiel que se halla ante una realidad viva, pero trascendente. Presenta
una lograda anatomía, donde la sangre se dosifica sin llegar a los excesos de Gregorio
Fernández. La disposición diagonal del paño lo dota de un especial dinamismo. Es un Cristo que
se acerca al creyente, pues mira a quien le reza. Fue policromado por Francisco Pacheco. Esta
obra la encargó el canónigo Vazquez de Leca, que pidió un Cristo vivo. En la obra se crea una
perfecta síntesis entre la belleza clásica de la anatomía y el intenso realismo que desprende.
FOCO DE GRANADA: Allí trabajó ALONSO CANO (1601-1667). En su escultura hay dos claras
influenciase la plástica sevillana y su propia concepción estética basada en un ideal de belleza
serena. La gracia prevalece sobre la intensidad, y por ello rechaza la minuciosidad realista. La
INMACULADA (1655) de la catedral de Granada, es un prototipo de la imaginería de Cano: casi
adolescente, dulce y bella. Presenta un diseño en forma de huso. El suave giro de la cabeza y la
disposición lateral de las manos rompen el diseño geométrico, que se completa con el recogido
del manto a la altura de los pies, es una vestimenta lisa, evitando la decoración y trabajada a
grandes capas, cuya severidad contrasta con la belleza de las manos y el rostro. Se apoya sobre
un trono de nubes y ángeles.
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A comienzos de siglo la ciudad de Murcia conoce una etapa de abundancia económica debido a
la construcción de la fachada de la catedral y el nuevo ornato de parroquias y comunidades
religiosas, el comercio con Italia y la llegada de numerosos comerciantes de seda. En este
contexto FRANCISCO SALZILLO (1707-1783) se presenta como continuador de la tradición
escultórica de la imaginería en un siglo caracterizado por una profunda crisis creativa. Su estilo
es personal y autodidacta y su prestigio y actividad aumentaron con el tiempo. Sus obras más
famosas son los pasos procesionales.
La ORACIÓN DEL HUERTO (1752). Combina la tradición realista y expresiva con una
aristocrática elegancia idealizada. Consta de cinco figuras: el ángel que sostiene a Cristo (este
último imagen de vestir) y tres apóstoles que están durmiendo (ángel y discípulos en madera
policromada y estofada). La composición se desarrolla en dos planos: en el superior, el ángel y
Cristo; en el inferior, los discípulos dormidos. El Ángel presenta un bello rostro que no permite
determinación sexual por sus rasgos fisonómicos y con un impresionante plumaje. El grupo que
forman los Apóstoles es un ingenioso estudio de actitudes: San Juan duerme profundamente,
acomodada su cabeza sobre un brazo extendido, Santiago reposa en posición descuidada; San
Pedro se representa alerta, con un expresivo matiz de duermevela y sujeta la espada con la mano.
LA SANTA CENA (1763), grupo escultórico compuesto por Jesús y los doce apóstoles. Imágenes
talladas en madera policromada y de tamaño seminatural. Entorno a la mesa a uno y otro lado se
sientan los apóstoles (5 y 6), quedando el frente, que abre la marcha, vacío, y situándose en el
frontal Cristo con San Juan dormido sobre su regazo. En realidad, la escena no permitía muchos
alardes compositivos, pero los variados gestos de los apóstoles, sentados en taburetes para poder
dejar libres sus ropajes, ayudan a dar la movilidad precisa.
BELÉN. Según la tradición, fue un aristócrata murciano, Riquelme y Fontes, quien se lo encargó
de acuerdo a la moda napolitana impuesta en la corte de Carlos III. La obra es producto de
varios años. Además de las escenas bíblicas, los pastores, los cazadores y las figuras del cortejo
de los Reyes Magos anticipan el gusto rococó. Es un grupo numeroso de figuras modeladas (556
personajes y 372 animales, además de algunas maquetas de edificios) en barro y posteriormente
policromadas que representan escenas cotidianas y populares. Su destino era formar un belén, de
acuerdo con la moda napolitana del momento. Comenzó esta tarea hacia 1776. En el trabajo
colaboraron algunos de sus discípulos. El realismo y la espontaneidad sencilla son los rasgos
fundamentales de los diferentes conjuntos que forman el belén. Además de los tradicionales
episodios relacionados con la Natividad de Cristo, crea estampas de sabor popular. En ellas
aparecen tipos característicos, desde pastores, mendigos o músicos a escenas de género, como la
del hombre desollando a un animal, o la del viejo que ordeña a una cabra. El tratamiento de las
figuras es natural y fresco, acusan la expresividad natural de unas actitudes que pretenden
reflejar la realidad sin maquillajes. La imitación de los ropajes vulgares y de los objetos caseros,
y la representación de animales y trabajos del entorno rural, son una visión perfecta de la
realidad de la época.
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