En junio de este año se pu- de que la misión parecía bastante
blicó, bajo el sello de la editorial simple desde un principio. El arma Alfaguara, una nueva novela del hallada junto al occiso o, mejor di- escritor ecuatoriano y embajador cho, en su mano y las evaluaciones -actualmente en retiro- del Servicio practicadas abonaban la hipótesis Exterior, Francisco Proaño Arandi, del suicidio. Nada podía ser más quien, durante su carrera diplomáti- sencillo. Sin embargo, me molesta- ca, ejerció diversas funciones, tanto ban o turbaban, si quiero ser exacto, en Cancillería, incluyendo la de vi- dos circunstancias: una, la de que el ceministro de Relaciones Exteriores, muerto era una figura relevante del como en el exterior. Entre sus obras régimen, lo que concitaría, sin duda, literarias constan Tratado del amor el interés de la opinión pública y las clandestino (2008), El sabor de la intromisiones, siempre inoportunas, condena (2010), Del otro lado de las de los reporteros; otra, el hecho de cosas (1993), Antiguas caras en el que yo ya conocía esa casa, lo que espejo (1984), entre otras. contraía, para mí, un extraño efecto: A continuación transcribimos sentía que desde el pasado, algo en un capítulo de su nueva obra, titula- el acontecimiento o en la casa mis- da Desde el silencio y que asume una ma, oscuramente, me convocaba. trama de corte policiaco para desen- El hecho de hallarme de guardia en trañar aspectos ocultos del poder y la oficina de investigaciones aquella de la condición humana: mañana, tanto como mis funciones de criminalista jefe, me obligaban a Capítulo 2 tomar, sin opción de delegar a nadie, la responsabilidad de las pesquisas, Confieso que no fue de mi agra- al menos de las iniciales, de esas que do asumir la investigación de los llaman de oficio. Incluso si no hubie- hechos acaecidos en el seno de la se querido hacerme cargo del caso, familia Altamirano. Y ello a pesar ya previamente García, mi superior AFESE 60 91 Francisco Proaño Arandi
inmediato, de común acuerdo con el visitarle los domingos, no siempre
fiscal subrogante, había dispuesto de con la puntualidad debida). un modo más bien imperativo que Recuerdo haber levantado la yo entrara en acción. vista, seguro de encontrar al lector Mucho antes de ingresar a la o lectora que acababa de dejar, casi Policía, en calidad de investigador, con displicencia, aquel tesoro poé- había trabajado como asistente del tico. Pero no había nadie. Solo los notario Aníbal Aizaga y, como tal, muebles trabajados en preciosas hube de visitar la casa de los Alta- maderas, los retratos de familia en mirano en días que percibí turbu- sus marcos dorados y un gran go- lentos. Mi cometido no era otro que belino en la pared del fondo pare- el de verificar algunos detalles in- cieron advertir mi presencia, mi dispensables para la elaboración de intrusión diríamos, en una suerte la escritura de partición de bienes de impalpable movimiento que se solicitada por quien, entonces, no me antojó sorprender y que entendí había alcanzado aún la plaza de fis- propio de ese instante infinitesimal cal general de la República. En tales que transcurre, absolutamente pre- menesteres uno procede de manera cario, entre el gesto de levantar tus mecánica, desapasionada, todo lo ojos y el retorno de todo lo que te que mira es inocuo y solo sirve si rodea a la quietud, a su inmovilidad ayuda a completar el informe. Y, sin de siglos. embargo, de aquella rutinaria visita Me pregunto por qué ese preciso hay una impresión que persiste ví- detalle, tan insignificante, vuelve con vida: sobre una mesita italiana, de tanta fuerza a mi memoria. ¿Entreví, aquellas en forma de riñón, descan- quizás, al furtivo lector o lectora de saban como al azar, superpuestos, esa poesía ya definitivamente supe- los dos tomos de una edición en rada y que, no obstante, perfecta en rústica y algo deteriorada de la An- su forma, signada por la melancolía tología de la moderna poesía ecua- y la muerte, era todavía capaz de toriana, una publicación de los años emocionarnos? ¿Lo presentí, lo intuí cincuenta dedicada especialmente de alguna manera? ¿Se trataba de a los llamados poetas decapitados una mujer? O, simplemente, era el y que yo conocía y amaba y que, efecto de haber encontrado un signo inexplicablemente, había desapare- tan vivo en una casa en la que, yo cido de la biblioteca, más bien ma- sabía, algo estaba por romperse: la gra, debo reconocerlo, de mi padre decisión de dividir los bienes impli- (iba a decir: “de la casa”, pero esta caba algún drama oculto, una disen- tampoco existe, y mi padre, viudo, sión, una medida precautelatoria en habita un pequeño departamento en relación con un destino imprevisible, el norte de la urbe, donde yo suelo algo que el cliente no está obligado a 92 Desde el silencio
confiar a nadie, menos al ayudante
de un notario. Dado que debía aguardar una llamada telefónica de mi jefe, salí al jardín y deambulé a la sombra de los arupos, y me acerqué al pabellón de dos pisos que formaba parte in- concusa de la propiedad. Hacia un lado, sentada en una banca de ma- dera, junto a una pila de piedra, creí reconocer a la desconocida lectora. Al verme, se levantó y desapareció tras un macizo de geranios. Com- prendí perfectamente que rehuyera todo contacto conmigo: yo era solo el mensajero o el ejecutor de lo que iba a suceder, no sé si en su contra o con su consentimiento. Al menos eso fue lo que imaginé. Lo que de alguna manera me hirió. La escena, tal vez por ello, ha pervivido en mí: aquellos árboles, el camino oscurecido por el tiempo y la mujer cuyo nombre no consigno todavía, levantándose para esfumarse como en un sueño. No podía imaginar, entonces, que otra historia, mucho más aciaga, estaba gestándose en algún lugar de la realidad y que todos, inclusive yo, seríamos alcanzados por ella.