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La Reina
ePub r1.0
jandepora 12.11.14
Pilar Urbano, 1996
Fotografía de portada: © Juan Carlos de
Borbón y Borbón
Forografías interiores: Casa Real de
España (fotos cedidas en exclusiva);
Enrique Meneses; EFE; Contifoto;
Zardoya; archivo Plaza & Janés
Suscipere et finire[7]
(Lema de la Casa Real de Hannover)
En un zigzag de la conversación, y a
propósito de Salem, y de estudiar fuera
de casa, me habla de cómo el rey y ella
decidieron que las infantas Elena y
Cristina y el príncipe Felipe salieran
pronto de palacio «a conocer la vida de
por ahí, a afrontar dificultades, y a hacer
su propio mundo de relaciones, de
experiencias».
«Es importante —dice— que los
hijos salgan fuera. Que no se críen sólo
en palacio, y a la sombra de sus padres.
A mí, como madre, me apetecía más
tenerles conmigo. Pensaba “aquí
podemos prepararles la mejor educación
del mundo, y sin riesgos”. Pero
enseguida me di cuenta de que eso no
era bueno para ellos. Y todos, los tres,
salieron a formarse fuera, a estar fuera,
a… ¿bandearse?, a bandearse fuera. El
príncipe, en Canadá, en las academias
militares y en Estados Unidos. Cristina,
en París y en Barcelona. Elena, también
en París y en Londres. Llega un momento
en que los padres han de renunciar (yo
he renunciado) al egoísmo de tenerlos
cerca: para que ellos sean lo que son, lo
que de verdad son. Y para que lo sean
por sí mismos. ¿Estoy más sola? ¡Pues
no! Tenemos menos contactos en
cantidad, pero de más calidad. No
estamos juntos mucho tiempo; pero,
cuando nos reunimos, disfrutamos,
tenemos mil cosas que contarnos. Es una
gozada.
»A Felipe, al príncipe, de pequeño,
entre todos lo habíamos malcriado. Le
gustaba dormir mucho, y madrugar poco.
Tenía tendencia a la comodidad, al
capricho, a hacer lo que le daba la gana,
a salirse con la suya… Por eso,
convenía exigirle. Y nos planteamos
enviarle a un internado fuera y lejos.
Que pasara por ese “potro”, antes de ir a
las academias militares. Piensa que en
las academias: ¡tararme!, suena la
corneta y, si te quedas en la cama, se te
cae el pelo.
»Una vez, los fabricantes de juguetes
de Valencia y Alicante, días antes de la
Navidad, habían enviado muchos
juguetes, para los hijos del personal que
trabaja aquí, en palacio. Lo preparamos
todo en una sala grande, para repartirlo.
En éstas, entra Felipe, que era pequeño.
Ve un balón de fútbol, entre los regalos.
Y, sin más ni más, lo coge y “¡éste es
mío!”. Yo le dije: “No. Nada de ‘éste es
mío’. Este se lo tienes que dar tú a otro
niño. Y todo lo que ves aquí tenemos
que darlo a los demás”. ¡Agarró una
pataleta…! Gritaba, lloraba, berreaba…
Y yo no podía ablandarme: “¡Felipe, si
sigues así, te vas a tu cuarto, y ni
regalos, ni nada!” No había modo. Tuve
que cogerle del brazo y zarandearle con
fuerza, para que viera que eso iba en
serio. Al final, razonó.
»El ejército, la disciplina, fue
fundamental. Eso es lo que te hace ser
libre: someterte a una disciplina, saber
dominarte a ti mismo. Si no, estás
perdido. También el Lakefield College
de Canadá fue muy duro[29]. Estaba
lejos, con mucho frío, a veintitantos
grados bajo cero, sin amigos, sin
familia. “¡Qué frío estará pasando mi
niño!”, pensaba yo. Pero volvió hecho
un hombre. Su padre, el rey, aún lo pasó
más duro: a los nueve años, tuvo que
venirse a Madrid, separado de sus
padres, y de sus hermanos, y en manos
de preceptores mucho mayores que él. Y
después, en las academias, como uno
más, pero de verdad. Por eso quisimos
que nuestro hijo también se formara en
los tres ejércitos, como un cadete más, o
como un alférez más, o como un
guardiamarina más».
En el intercambio de saludos,
Karamanlis, tratando de congraciarse
con la reina, le preguntó en griego:
«¿Cómo está su hermano?» La reina no
respondió. El rey Juan Carlos, que sabe
griego más que suficiente para entender
una frase así, salvó el silencio de la
reina disparando un proyectil cargado
de intención: «Él está ahora… como yo
estaba en los tiempos de Franco».
Después, durante la cena, como
Karamanlis insistiera en querer
justificar su traición de diez años atrás,
la reina le cortó en seco: «Señor
presidente, yo soy la reina de España:
no me hable usted de problemas internos
de Grecia».
IX
—¡Venga!
—¿Vuestra majestad ha tenido, o
tiene, inquietudes religiosas?
—¿Inquietudes…? No, nunca he
tenido dudas religiosas. Gracias a Dios,
desde muy pequeña he tenido muy
arraigada la fe y la moral cristiana. Lo
he visto en mi casa, en mis padres. Y
nunca he dudado.
—Pregunté por «inquietudes», no
por «dudas».
—¿Qué quieres saber?
—El valor de la religión en vuestra
vida, y si tenéis vida interior. Por eso os
anuncié que era una pregunta muy
personal…
—Vida interior creo que tengo
mucha… Sin necesidad de ser una
monja, intento vivir como una buena
cristiana. Gracias a mis padres, he
podido… ¿engarzar?, engarzar siempre
la fe y la moral cristiana. No cada cosa
por su lado. Si, de verdad crees, la fe te
exige una conducta moral. Si no crees en
nada, ¿para qué te vas a exigir? Y con el
amor al prójimo, lo mismo: si no amas a
los demás, ¿en qué Dios dices que
crees? Vemos alrededor una pérdida
brutal de los valores morales, pero eso
tiene una causa. Antes se ha perdido la
fe. Es la gran tragedia del mundo de hoy.
Seguimos hablando del escenario
político creado a la muerte de Carrero:
«Que Franco, en vez de nombrar jefe
del Gobierno a Fernández-Miranda, o a
Nieto Antúnez, como él quería,
nombrase a Arias Navarro, responsable
en definitiva de no haber impedido el
atentado, fue porque doña Carmen Polo
jugó su influencia. Ahí, sí, ella pudo
influir. No era intrigante, pero componía
situaciones. A doña Carmen le gustaba
Arias. Y se salió con la suya. Pero, igual
que digo esto, digo que doña Carmen
nunca estuvo en contra del príncipe.
Jamás. Y siempre nos saludó con
reverencias y con cariño».
At last, to be identified![117]
EM ILY DICKINSON (1860)
Tú, mi compañero,
triste de acontecer,
tú, que como yo mismo ansías lo
que ignoras y tienes lo que acaso no
sabes,
dame la mano (…)
oh dame
la mano porque falta muy poco
para saltar al regocijo,
muy poco para el absoluto reír y el
descanso,
muy poco para la amistad
sempiterna.
CARLOS BOUSOÑO, Oda en la ceniza.
***