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S1V3. Material Complementario. Principios de La Retorica Formato
S1V3. Material Complementario. Principios de La Retorica Formato
Retórica. Comienza definiéndola como “la facultad de considerar en cada caso lo que puede ser
más convincente”, pudiéndose aplicar sus principios a muchas materias diferentes. Así, al igual
que la aritmética, o la geometría o la medicina estudian materias concretas, “el objeto de la
retórica no se refiere a un género específico determinado”, ya que se puede aplicar a muchas
materias. Hoy la definimos como una competencia y habilidad transversal. Aristóteles ya
anticipa que se trata de un conocimiento horizontal, que puede aportar herramientas de
convicción en los discursos que hagan los expertos de cada uno de sus temas. Así, un matemático
sabrá mucho de matemáticas, pero requerirá conocimientos de retórica si quiere convencer o
enseñar a un auditorio a través de un discurso oral. Y así, con cada una de los oficios y
profesiones.
Aristóteles, en su Retórica, distingue entre tres tipos de discurso, según era lo habitual
en la época en la que le tocó vivir, en la que la democracia directa en las ciudades forzaba a los
ciudadanos a intervenir en las asambleas y en la que los juicios eran decididos por ciudadanos
ordinarios que constituían el jurado, correspondiendo la defensa al acusado y la acusación al
acusador. Estos tres géneros de discursos retóricos serían:
Cicerón coincide con Aristóteles en que la función del orador se desarrollaba en tres
tipos de materias: el género demostrativo, el deliberativo y el judicial. “En el género judicial se
busca lo que es justo, en el demostrativo lo que es digno, en el deliberativo lo que es digno y útil”
(CICERÓN 1997). Cicerón complementa estas ideas en El Orador, “Será, pues, elocuente, aquel
que en las causas forenses y civiles habla de forma que pruebe, agrade y convenza: probar, en
aras de la necesidad; agradar, en aras de la belleza; y convencer, en aras de la victoria”
(CICERÓN).
La retórica busca la estrategia más adecuada para convencer, de ahí que deba poseer
una estructura orientada a esa finalidad. Los tres ejes principales de todo esfuerzo de
comunicación a través de la oratoria vienen determinados por:
Ya sabemos que la retórica es una ciencia teórica, mientras que la oratoria es su hija
práctica. La idolatría que nuestra sociedad actual profesa a los manuales rápidos,
supuestamente sin esfuerzo, impulsa a aprender tan sólo trucos prácticos, olvidando las bases
de la ciencia que lo sustenta. No debemos cometer ese error. Aunque de manera simplificada,
vamos a conocer los fundamentos de la ciencia de la retórica. Los grandes oradores de la
antigüedad la estudiaron y practicaron, pero el abuso en el uso de los recursos retóricos hizo
que con el tiempo los oradores fueran perdiendo la naturalidad y credibilidad que un discurso
precisa. La retórica fue asociada a formas ampulosas y vacías de contenido, a antigualla
dialéctica. Tan devaluada llegó a estar que se asoció con palabras huecas y redundantes,
haciéndose popular la expresión despectiva de “No me venga usted con retóricas”, o en la de
“no me oculte la verdad en su retórica”. ¿Significa esta progresiva devaluación del concepto que
la retórica está muerta? En absoluto. De hecho, podría vivir una segunda juventud, como
justificamos con anterioridad, dada la importancia creciente de hablar bien en público y de la
capacidad de persuasión.
Y comencemos con los principios clásicos de la retórica y la oratoria. Según Cicerón, todo
discurso – tanto en preparación como en elocución – consta de cinco fases bien definidas:
invención, disposición, elocución, memoria y acción. Las tres primeras son básicas y
fundamentales, mientras que las dos segundas se refieren más bien a recursos pragmáticos.
- Que no forme un todo compacto con las demás partes del discurso.
- Que sea tan abierto que pueda acomodarse a demasiados asuntos.
- Que pueda ser utilizado con idéntica fuerza para defender los argumentos del
adversario que los propios.
- Que con ligeras variaciones pueda ser utilizado contra nosotros mismos.
La proposición y división consiste en enunciar el objeto que va a ser objeto del discurso.
Debe comenzar con la descripción de los hechos en los que estamos de acuerdo con el
adversario y en los que disentimos. En todo caso, hay que exponer breve y ordenadamente, los
puntos que pretendemos desarrollar. Esta división debe ser breve, completa y concisa. Si se trata
de defender una única idea se tratará de una proposición simple, pero si son varias las que se
van a postular, precisaremos de una preposición compuesta que tendrá que realizar la división
y descripción de los diversos temas a abordar. La proposición y las divisiones constituyen el
esqueleto básico del discurso y conforman su estructura. Deben ser claras, fáciles de entender,
que sean de simple comprensión e integración en un discurso completo y que parezcan
divisiones naturales y no forzadas o artificiales. Deben ser simples y cómodas de engarzar en el
discurso, para no quitarle frescura ni aherrojarlo en demasía. Esas partes o divisiones deben
resultar coherentes y abarcar sin fisuras las materias objeto del discurso.
En la refutación debemos desmontar los argumentos del rival, demostrando que no son
ciertos, que se basan en fundamentos erróneos, que son contraproducentes o exagerados o
inoportunos. A continuación exponemos algunas recetas de los clásicos:
No existe una regla básica sobre el orden de la confirmación y la refutación. Según las
circunstancias podrá comenzarse con una para finalizar con la otra, o bien, irlas entrelazándolas
a lo largo de nuestra intervención. En todo caso, si advertimos que los argumentos del rival han
causado un gran efecto, podemos comenzar refutándolos para finalizar con la defensa de
nuestros postulados, guardando siempre para el final la prueba mayor.
La peroración es la parte final del discurso, a modo de recapitulación o resumen de
nuestras principales ideas o argumentos. Si es muy breve se le denomina epílogo. El ideal es
redondear el discurso, darle un fin lógico y coherente, que termine ganando el ánimo de los que
nos escuchan. Un buen discurso debe tener un gran final y el orador debe dedicarle tiempo a su
preparación, ya que no puede permitirse que el interés de la audiencia se venga abajo con un
final incoherente o apocado. La conclusión, con la que finaliza el discurso. Cicerón la divide en
tres, recapitulación, indignación y compasión.
C.- Elocución (Elocutio) arte de utilizar las palabras y las expresiones más adecuadas,
conformando el estilo del orador. Cicerón aclara que “Una vez que se haya encontrado lo qué
decir y en qué orden, lo más importante, con mucho, es ver de qué modo se dice” (CICERÓN ). En
la manera de cómo hay que hablar, Cicerón distingue entre la acción y la elocución. La elocución
es el discurso pronunciado, mientras que la acción sería “una especie de elocuencia del cuerpo,
ya que se basa en la voz, gestos y movimientos”. La acción también es un talento propio de
actores, mientras que en la elocución reside el talento propio del orador, que adorna el lenguaje
para gustar y persuadir y seducir al auditorio de manera sencilla y elegante. El estilo debe ser el
más adecuado para el tipo de discurso y sus fines, teniendo en cuenta la naturaleza y
circunstancias de los oyentes. Las figuras retóricas: de dicción o de construcción y la disposición
sintáctica deben estar al servicio de la intencionalidad del discurso.
El discurso es una pieza oral, por lo que a la hora de escribirlo hay que adaptarlo para
que pueda ser leído o declamado.
D.- Memoria para recordar argumentos y expresiones sin necesidad de leer. Según los clásicos
existían dos tipos de memoria, la innata y la artificial, que se consigue con ejercicio y prácticas
nemotécnicas.
BIBLIOGRAFÍA: