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Quo vadis, Ecclesia?

jmj ¿Adonde vas. Iglesia, celebrando


en falso los Sacramentos’

Javier Luzó.v Peña


© Javier Luzón Peña, 2021
www.lassaspuertas.com

© Editorial ALTOLACRUZ, 2021

Imagen de portada: Qwo vadis, Ecclesia?


óleo sobre lienzo de Pablo Luzón Peña (2021)
Fotocomposidón: Belén Lucas Hurtado de Amézaga
Diseño de portada: Belén Lucas Hurtado de Amézaga
ISBN-13 978-84-09-35670-6
Depósito Legal: CO1122-2021
(Impresión bajo demanda)
Impresión: Podiprint
Printed in Spain - Impreso en España

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previo y por escrito del editor.
Índice

Presentación 11

Parte I. Las causas de la apostasía de Occidente 25

Capítulo I. La responsabilidad de la Iglesia en la


APOSTASÍA DE OCCIDENTE 27
1. Una pandemia moral 28
a) Los síntomas de esta apostasía: los 10 rechazos del
secularismo a las 10 Palabras de Dios en el Decálogo 29
b) El secularismo eclesial 33
o Primer mandamiento:
o Segundo mandamiento:
o Tercer mandamiento:
o Cuarto mandamiento:
o Quinto mandamiento:
o Sexto y noveno mandamientos:
o Séptimo y décimo mandamientos:
o Octavo mandamiento:
2. Respuestas eclesiales insuficientes
a) Reacciones de la Jerarquía ante la apostasía de
Occidente
o El Concilio Vaticano II
o De Pablo VI a Francisco
o Conferencia Episcopal Española
b) El miedo de los eclesiásticos a perder lo que en realidad
nos destruye 57

5
c) Reacciones parcialmente malogradas de los consagrados
y de los nuevos movimientos religiosos 62

o El atractivo de los nuevos movimientos religiosos 63


o Sin comunión con la jerarquía se malogran los
carismas 66
o El amor al Papa no garantiza la comunión eclesial
de los carismáticos 67

Capítulo II. El integrismo católico en el origen


DEL PROBLEMA 71
1. El drama de la aceptación del integrismo 72
a) De la libertad religiosa a la estatalización de la Iglesia 72
b) La tradición vétero y neotestamentaria, contrarias al
integrismo 78
c) Factores que hicieron posible la admisión del integrismo 79
2. El daño del integrismo a la autenticidad evangélica
de la institución eclesial y su plasmadón en la BBCC 81
a) Cristianos de primera y de segunda 82
b) El descuido de la libertad religiosa y el origen del
anticlericalismo 86

Capítulo III. Consecuencias del integrismo católico


EN LA ESTRUCTURA ECLESIAL 89
1. La invasión de la mundanidad en el estamento
jerárquico de la Iglesia 90
a) La mundanización de la jerarquía eclesiástica 91
b) La intromisión del poder civil en la vida de la Iglesia 94
o El cesaropapismo 94
o La querella de las Investiduras 95

c) Las consecuencias de la mundanización eclesiástica 96


o Las Iglesias Nacionales y la fractura de la Cristiandad 96

6
o El alejamiento de la sociedad respecto de la Iglesia 98
2. La importación de estructuras del Imperio Romano
que bloquearon la agilidad en el gobierno de las
diócesis 99
a) El monarquismo papal 99
b) El carrierismo de los obispos 102
c) La exención de los religiosos 103
o Deficiencias eclesiológicas de la figura de la
exención 104
o Problemas pastorales derivados de la exención 106

Capítulo IV. La gestacción de la gran apostasía 111


1. El proceso de rechazo social de la Iglesia 111
a) Los tiempos de una Iglesia de 'paganos bautizados' 112
b) La crisis de la Cristiandad 112
c) El sucesivo rechazo de Occidente a la Iglesia, a Cristo
y a Dios 116
2. Signos de los tiempos actuales 120
a) Los ciclos de la historia humana en la Biblia 121
b) Revelaciones privadas sobre la gran tribulación 130
o Revelación pública y revelaciones privadas 130
o Revelaciones privadas antiguas sobre la Gran
tribulación 132
o Revelaciones marianas de los últimos siglos 134
De 1830 al Concilio Vaticano II 136
En los últimos 60 años 142
María, pionera, modelo y estrella de la Nueva
evangelización 150

Parte II. Los remedios: requisitos para una


Nueva Evangelización 153

7
Capítulo V. El 'nuevo ardor’ que se requiere para
AFRONTAR EL PRINCIPAL OBJETIVO: La CONVERSIÓN 157
1. Ha llegado el momento de requerir la conversión 160
a) Sin conversión, la fe se convierte en ideología 160
b) Sin el ardor de la Iglesia en Pentecostés no habrá
conversión pastoral 162
c) Sólo una Iglesia convertida pedirá la conversión a
sus catecúmenos 165
2. No queda otro remedio 166
a) Superar el miedo a cortar con lo que en realidad
está vaciando las parroquias 167
b) No se puede esperar más 168
3. El cambio es posible 171
a) Volver a los tiempos en que la Iglesia se apoyaba
en los recursos sobrenaturales 171
b) Algunos ejemplos concretos de que esto es posible 174

Capítulo VI. Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral'


de Jesucristo 179
1. Recuperar el modo evangélico de evangelizar 181
a) Del cristianismo de masas al acompañamiento
personalizado 181
b) Inserción en comunidades cristianas familiares
y vigorosas l88
c) La opción preferencia! por los que sufren 193
o El mundo del dolor: la soledad, la enfermedad
y la pobreza 194
o Reintegrar la sanación y la liberación en la
pastoral ordinaria de las diócesis 198
2. Regeneración de la pastoral de la Iglesia en la
administración de los Sacramentos de la fe 200

8
a) La regeneración de la pastoral sacramentaría de los
que están 204
b) La renovación de la pastoral de los sacramentos de
iniciación y del matrimonio: BBCC 210
o Bautismos de niños 212
o La Confirmación 215
o Primeras Comuniones 217
o Matrimonios 220
c) La pastoral de las celebraciones que alcanzan a
los alejados 226

Capítulo VII. Nuevas expresiones 231


1. El testimonio 233
2. La cercanía 235
3. El diálogo: argumentar adecuadamente las
propuestas 238

Capítulo VIII. Nuevas Proyecciones 245


1. Los retos que se derivan del establecimiento de
una sociedad plural 246
a) La reforma de la BBCC, primer cauce de
evangelización 247
b) Educar para una sociedad plural 247
o Educar en libertad 248
o El diálogo interreligioso 250
o Remediar la crisis de identidad cristiana de la
enseñanza religiosa 252
c) Vigorizar las comunidades católicas 257
o Remediar la inconsistencia espiritual de las
comunidades católicas 258
o La orientación familiar 262

9
o La comunión pastoral de los consagrados 265
2. Retos que proceden de los cambios sociales que
han generado las nuevas tecnologías 267
a) Los medios de comunicación 267
b) Combatir el divorcio entre la fe y la vida diaria:
la doctrina social de la Iglesia 270
c) El conocimiento de la deontología sanitaria:
la Carta de los Agentes de la Salud 272

Conclusión 277

Bibliografía 283

1. Documentos del Magisterio: 283


a) Documentos vaticanos 283
b) Documentos de Conferencias Episcopales 287
2. Estudios 288

10
r
Presentación

Estamos en el fin de una época. Asistimos a los últimos


estertores de una civilización que agoniza vertiginosamen­
te, después de haber rechazado a la Iglesia —ante los malos
ejemplos de algunos de sus miembros— y de haber querido
erigirse, no ya al margen, sino en contra de Dios: una civili­
zación que necesita urgentemente la luz del Evangelio, au­
ténticamente proclamado, para construir sobre sus cenizas
esa civilización del amor1 que asegura el profeta Zacarías que
surgirá de ese tercio de la Humanidad que sobrevivirá a la
gran purificación que —como veremos después— Jesucristo
anunció para estos tiempos:

1 Esta expresión comenzó a ser usada por Pablo VI en su Homilía de


la Navidad de 1975. Pero, en todos los Pontífices de los dos últimos si­
glos, es un lugar común la percepción de que nos encontramos ya como
en la antesala de unos tiempos nuevos de fervor religioso, como nunca
antes. En este sentido hay múltiples declaraciones de todos los Papas
desde Pío IX y León XIII hasta Juan Pablo n. Vid. textos en Juan Manuel
IGARTUA, El mundo será de Cristo. El futuro del mundo según los Pa­
pas contemporáneos, Bilbao 1971. Ed. Mensajero. Como muestra, baste
una cita de la encíclica Miserentissimus Redemptor, de 8 de mayo de
1928, donde, tras haber instituido la fiesta de Cristo Rey, Pío XI escribe:
"Presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero
espontáneamente y de buen grado aceptará la dommación suavísima de
Cristo Rey" (n.4).

11
Quo vadis, Ecclesia?

«¡Despierta, espada, contra mi pastor, contra mi valeroso


compañero! —oráculo del Señor del universo—. Hiere al
pastor, que se dispersen las ovejas; mi brazo castigará in­
cluso a los zagales. Y sucederá en todo el país —oráculo
del Señor— que dos tercios serán exterminados, perece­
rán, pero quedará un tercio. A ese tercio lo pasaré por
el fuego y lo purificaré como se purifica la plata. Él me
llamará por mi nombre y yo le responderé. Diré: "Él es
mi pueblo", y él dirá: "El Señor es mi Dios"» (Za 13, 7-9).

El evangelio de Mateo cuenta que, al subir a los cie­


los, Jesús nos dejó como único encargo el de ir; e ir para
hacer discípulos. Y concretó que esto lo debíamos hacer
bautizándolos —es decir, poniéndolos al alcance de la gra­
cia de la conversión— y enseñándoles a guardar lo que Él
nos había mandado (cf. Mt 28,19-20). San Marcos especifi­
ca que esa presencia de Jesús en los que creyeran en Él se
notaría, entre otros signos, en que arrojarían demonios en
su nombre y curarían enfermos mediante la imposición de
manos (cf. Me 16,17-18).
En la actual situación de pandemia moral, este encar­
go cobra una especial urgencia. Pero hoy, como consecuencia
de la crisis de la Iglesia en los últimos siglos, eso de hacer
discípulos —evangelizar— no parece a muchos un objetivo
prioritario. Es más, en ocasiones hasta se demoniza a los que
se lo proponen. Y, desde luego, lo de arrojar demonios y ha­
cer milagros brillan mayormente por su ausencia en la actual
pastoral ordinaria de la Iglesia.
Según la voluntad de su Fundador, la Iglesia no está
sino para evangelizar, acreditando su anuncio con los signos
sobrenaturales que muestren que no somos unos charlatanes. |
Sin embargo, en la actualidad, sanar a los enfermos, liberar
a los oprimidos por los diablos y hacer discípulos es de lo
que peor se nos da. Y en su lugar, malgastamos el tiempo en
12
Presentación

administrar sacramentos a paganos, que se quedan en meros


consumidores de sacramentos (Bodas, Bautizos, primeras
Comuniones y Confirmaciones: en adelante, BBCC); con lo
que nuestra actividad no forma discípulos que lleguen a ser
apóstoles capaces, a su vez, de hacer nuevos discípulos.
En muchas parroquias vivimos "entretenidos", gas­
tando la mayor parte de nuestro tiempo en la preparación
administrativa y ritual de unas celebraciones que tienen
más de teatrillos que de sacramentos de la fe. Y, de esta for­
ma, desaprovechamos esas oportunidades para iniciar en la
fe a muchos que no rechazarían el Evangelio si se lo anun­
ciaran como lo hicieron Jesús, los Apóstoles y los cristianos
de los primeros siglos. Y, mientras tanto, el mundo sigue
ahondando en su vertiginosa apostasía respecto de Dios y
de su Iglesia.
Ante esta situación, me venía a la cabeza la leyenda
extraída del apócrifo de los Hechos de Pedro, en que éste,
huyendo de Roma para escapar de la persecución de Nerón
contra los cristianos, se encontró con Jesucristo cargando una
cruz, y le preguntó: Quo vadis, Domine?, obteniendo como
respuesta: A Roma, para ser crucificado de nuevo. Porque si
hoy volviera a repetirse el encuentro, probablemente sería Je­
sús quien nos preguntara: ¿Adonde vas, Iglesia, tan perdida
en la misión que os confié, como muestra la celebración en
falso2 de las BBCC?
Desde que hace 41 años recibí el Orden sacerdotal,
uno de los comentarios más frecuentes que he escuchado a

2 La expresión de "celebrar sacramentos en falso" está tomada de una


memorable ponencia que don Femando Sebastián impartió a los obispos
durante la CVI Asamblea Plenaria de la CEE, celebrada entre el 16 y el
20 de noviembre de 2015: cf. Entrevista al cardenal Femando Sebastián: "No
podemos seguir celebrando sacramentos en falso" "Alfa y Omega" 956 (17.
XII.2015) 14-15.

13
Quo vadis, Ecclesia?

bautizados creyentes es el que se refiere a su extrañeza ante


el modo en que la jerarquía de la Iglesia permite que se cele­
bren los sacramentos BBCC: la inadecuada participación de
los asistentes en la ceremonia; sus atuendos con frecuencia
impropios para una celebración cristiana; el escándalo del
despilfarro en los gastos que rodean el acto; y, sobre todo,
que se bauticen o hagan la Primera Comunión hijos de fami­
lias que no frecuentan la Iglesia, que se confirmen mucha­
chos que no venían practicando, o que se casen parejas que
convivieron hasta el momento de la boda y que no han dado
señales de aceptar el proyecto de Dios sobre el matrimonio,
son realidades que desconciertan a propios, pero también a
muchos extraños que esperan coherencia de una institución,
como es la Iglesia, que predica la autenticidad.
La verdad es que esa realidad es quizá el problema
sobre el que más enconadamente he escuchado debatir en
las reuniones sacerdotales y al que, de un modo u otro, más
se han referido los documentos papales y episcopales3, sin
que en ningún caso se haya llegado a decisión operativa al­
guna, que pueda contribuir a remediarlo: en el caso de los
sacerdotes, con el pretexto —que sólo es cierto en parte— de
que de poco serviría oponerse a esas praxis sin el apoyo del
propio obispo y la coordinación del presbiterio diocesano; y,
en el caso de los obispos, con la excusa de que no se trata de
un problema que se circunscriba al ámbito territorial de una
Conferencia Episcopal, sino que afecta a la Iglesia universal.
Y con esos subterfugios (que a mí me recuerdan las excusas
con las que Adán y Eva intentaron sacudirse la responsabi­
lidad de su pecado, echándole la culpa a los demás: cf. Gn 3,

3 En el apartado bibliográfico de este libro aparece un elenco de los


principales documentos ae la Jerarquía, relativos a la Iniciación cristiana.

14
Presentación

12-13), unos y otros se evaden de enfrentar un mal que está


conduciendo a la Iglesia a su práctica desaparición en cada
vez más ambientes.
Cuando llega el mes de mayo —momento de las Pri­
meras Comuniones y, a veces, de las Confirmaciones, en el
hemisferio Norte—, no es infrecuente encontrar un bajón en
el estado de ánimo pastoral de mis hermanos presbíteros, a cau­
sa de lo que se podría denominar como la "depre de mayo":
la decepción que nos produce contemplar esas celebraciones
tan poco evangélicas, a cuya realización nos hemos presta­
do durante dos o tres años, según los casos. Y es que, en mi
opinión, es la cuestión más frustrante para muchos ministros
ordenados, que ven que gastan un porcentaje muy elevado
de sus energías, prestándose a un engranaje administrativo
que poco tiene que ver con el ideal por el que se sintieron
llamados a servir a la Iglesia.
Es lo que Benedicto XVI denomina irónicamente como
la "iglesia de oficina", del papeleo, dedicada a ese absurdo
trajín administrativo pleno de burocracia y de declaraciones
mediante documentos "sin corazón ni espíritu"; de una fa­
chada sin alma, que no sólo es estéril, sino tan engorrosa que
sofoca las semillas de auténtica vida cristiana que intentan
vivir y expandirse; que distrae e impide "salir" al encuentro
de las almas para conducirlas a Cristo, y nutre cada vez más
"el éxodo del mundo de la fe"4.
Este sentimiento de frustración se acentúa cuando si­
multáneamente se experimenta ese progresivo alejamiento
respecto de Dios, sobre el que los últimos papas han alerta­
do de forma creciente, y que todas estas erráticas prácticas

4 Cf. la entrevista publicada en la Revista "Herder Korrespondenz"


(VIII.2021).

15
Quo vadis, Ecclesia?

pastorales alimentan: que cada vez sea menor el porcentaje


de bautizados que acuden a la Misa dominical (el 14% del
69% de españoles que se declaran católicos); que sólo un
25% de estos practicantes acepte las enseñanzas doctrinales
y morales de la Iglesia; que el resto de bautizados vivan de­
cididamente al margen de la fe, de los sacramentos y de las
normas morales de la Iglesia, y no esperen la vida eterna; y
que la mayoría de los hijos de unos y otros, cuando reciben la
primera Comunión o la Confirmación, o cuando salen de los
colegios donde supuestamente recibieron formación cristia­
na, caigan enseguida en la indiferencia religiosa.
¿Qué se ha hecho ante esta tragedia? Muchas cosas,
pues el Espíritu Santo no deja de movilizar los corazones de
las almas receptivas. Han sido abundantes las propuestas
pastorales —como la reciente Instrucción de la Congrega­
ción para el Clero— que manifiestan la preocupación de mu­
chos pastores por renovar misioneramente las parroquias5.
Pero se puede afirmar que las respuestas institucionales de
la jerarquía de la Iglesia vienen resultando notablemente
insuficientes. En mi opinión, porque no son respuestas ade­
cuadas. Y no lo son porque no provienen de un diagnóstico
valiente, en el que se haya realizado la respectiva historia
clínica de la dolencia:
«Es justo que nos preguntemos —afirmaba Mons. Feman­
do Sebastián— por qué en países como España, que han
sido cristianos durante siglos, tenemos ahora que volver
a evangelizar y cultivar los fundamentos de la fe como si
fuera un país de paganos (...). Tenemos que preguntar­
nos por qué tantos hermanos nuestros se alejaron de la
Iglesia en pocos años, por qué la mayoría de los jóvenes

5 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción "La conversión pas­


toral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizado™ de la
Iglesia", 20.VII.2020.

16
Presentación

actuales crecen y viven en una tranquila y despectiva


indiferencia respecto de todo lo que signifique religión;
(por qué) la autoridad de la Iglesia en cuestiones morales
está en niveles muy bajos (...). No podemos considerar
normal la facilidad con la que muchos bautizados, edu­
cados cristianamente, se alejan de la Iglesia y viven prác­
ticamente como si Dios no existiese (...). No es normal»6.
Sin un sincero examen de conciencia no cabe un ver­
dadero dolor de los pecados, ni un eficaz propósito de la
enmienda. Y digo esto pensando en las innumerables de­
claraciones que aparecen sobre la necesidad de convertirse
en "Iglesia en salida", de pasar de una pastoral de mante­
nimiento a una pastoral misionera, o de realizar una nue­
va evangelización. En todas se constata la gravedad de la
situación y se efectúan diversas propuestas de renovación
pastoral, pero no se mencionan los errores pastorales come­
tidos hasta ahora, ni la relación que existe entre éstos y la
calamitosa situación moral en que se encuentra Occidente.
En ese mismo sentido, siempre me ha llamado la aten­
ción que —en esa reflexión pastoral sobre cómo evangelizar
en el mundo actual, en que consistió el Concilio Vaticano II—
se hable mucho de lo que debemos hacer en adelante, pero
sólo en una ocasión se reconozca — aunque tan tímidamente
que casi pasa inadvertida7— que, si hay que cambiar ciertas
cosas, es porque el modo como se hicieron anteriormente no
fue muy evangélico, que digamos.
6 Mons. Fernando SEBASTIÁN, Evangelizar. Madrid 2010. Ed. Encuen­
tro, pp. 74-75. En lo sucesivo, se citará este libro consignando en el texto
de nuestro escrito, el título y la página.
7 Me refiero al momento en que el Concilio reconoce que, en materia
de libertad religiosa, «en la vida del Pueblo de Dios, peregrino a través
de las vicisitudes de la historia humana, se ha dado a veces un compor­
tamiento menos conforme con el espíritu evangélico, e incluso contrario
a él» (Declaración 'Dignitatis humanae', sobre la libertad religiosa, 7.XII.1965,
n. 12).

17
Quo vadis, Ecclesia?

Y, a mi entender, ésa es la causa por la que, primero, se


tergiversaron tanto las directrices del Vaticano II. Estaba cla­
ro que la Iglesia se había convertido en una "Iglesia en estam­
pida", quedando en gran medida marginada de la marcha de
la sociedad, y que había que buscar una solución. Pero, al no
reconocer con humildad que la secularización de Occidente
provenía de la secular mundanización de la jerarquía ("He­
riré al pastor y se dispersarán las ovejas": Zacarías 13, 7), en
vez de caminar decididamente hacia una recuperación de la
autenticidad evangélica, muchos apostaron por la adapta­
ción al espíritu del mundo.
"¡Abajo las sotanas, arriba las faldas y fuera el celi­
bato!" —se postulaba en España, en los medios de comu­
nicación clericales durante los tiempos del Concilio, como
resumen de sus debates—: una mentalidad que todavía no
se ha superado, como ponen en evidencia las propuestas del
problemático Camino Sinodal alemán.
Esta falta de conciencia de las causas del progresivo
alejamiento de la sociedad occidental respecto de la Iglesia
ocasionó no sólo que se tergiversaran y no se transmitieran
en su momento las decisiones conciliares plasmadas en los
documentos aprobados8, sino también que, aún hoy, esas de­
terminaciones apenas hayan calado en la mentalidad de los
católicos y, como consecuencia, estén todavía muy por llevar
a la práctica: y es que el enfermo que no es consciente del

8 Me parece importante conocer la historia real de los acontecimientos


que se produjeron en los tres años del Concilio Vaticano II, pues ello
explica la discordancia entre los debates que existieron (que fue lo que
mayormente trascendió a los ambientes eclesiásticos y luego se trasladó |
al gran público), y los documentos que llegaron a aprobarse. Todo ello
puede verse en el magnífico y bien documentado estudio histórico de
Roberto DE MATTEI, Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita. Ma­
drid 2018. Ed. Homo legens.

18
-

Presentación

origen de su malestar, difícilmente pondrá interés en comba­


tirlo decididamente.
Por lo demás, la ausencia de una adecuada historia
clínica de las causas de la enfermedad de la secularización
de Occidente, no sólo ha ofuscado la lucidez del diagnóstico,
sino que ha ocasionado que las propuestas evangelizadoras
que desde entonces se vienen realizando, al no ir al meollo de
la cuestión, pequen mucho de voluntarismo y, como conse­
cuencia, estén abocadas al fracaso, acabando en gran medida
en papel mojado. Con lo que, al final —como suele repetirme
un sacerdote amigo—, «seguimos haciendo lo mismo que an­
tes, pero peor que antes».
Se podría afirmar que la autocrítica no viene siendo
el fuerte de la jerarquía eclesiástica. Todo lo que pueda
desacreditar a la institución se procura esconder, como si
su denuncia fuera a dañar a la santa Iglesia. Y es exacta­
mente lo contrario, según se ha demostrado con ocasión de
la crisis de la pederastía en el ámbito eclesiástico.
Pues no debemos olvidar que nuestra fe ha de ser
teologal: hemos de creer sólo en Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo, así como en la santa Iglesia. Pero la santa Iglesia no es
la iglesia-institución sino lo que Dios hace en los hombres
—a través de su Palabra, los sacramentos y la comunión ecle-
sial— cuando le dejamos. Cristo nunca nos dijo que creyéra­
mos en la persona del papa, del obispo o del párroco, ni en la
organización eclesiástica; sino sólo que sigamos su magiste­
rio cuando es auténtico, que recibamos de ellos los sacramen­
tos cuando los administran válidamente, y que obedezcamos
sus mandatos cuando éstos sean legítimos.
Tenemos pánico a reconocer los errores de los cris­
tianos. Y esto ha hecho mucho daño a la santa Iglesia, a
la evangelización. Así ha sucedido, por ejemplo, cuando,
19
Quo vadis, Ecclesia?

ante los abusos de menores por parte de personas consa­


gradas, los obispos correspondientes taparon el cáncer, y lo
extendieron al trasladar al pederasta a otras comunidades
de su diócesis o al enviarlo a Roma para proseguir estudios.
O pensemos también en la resistencia turiasonense9
que encontró san Juan Pablo II en el Colegio cardenalicio
cuando les propuso realizar en el Año Santo de 2000 un acto
de petición de perdón por las incongruencias de los cris­
tianos en siglos anteriores. La oposición de la mayoría de
los cardenales fue frontal, a pesar de que el Papa les decía
que la Iglesia no podía entrar con credibilidad en el tercer
milenio sin pedir perdón por las pasadas incoherencias de
los cristianos.
La tensión se elevó hasta el punto de que hizo falta que
la Comisión Teológica Internacional presentara un extenso
dictamen que demostraba de forma abrumadora la legiti­
midad de que un papa pidiera perdón por las culpas de los
cristianos en el pasado10. Y el acto se celebró — ¡vaya que si se
celebró!—el primer domingo de Cuaresma del 2000.

9 Dícese del natural de Tarazona, De allí es conocido el dicho: "Tarazona


no recula, aunque lo mande la Bula". El adagio, proclamado y protago­
nizado por los vecinos turiasonenses, pretende ponderar su tozudez y
tesón y la de los aragoneses en general. Desde antiguo, existía la cos­
tumbre de rememorar la proclamación de la Bula de la Cruzada, con
una procesión que abría el párroco, portador de la Bula. Se cuenta que
un ano, éste se desorientó en la calle llamada de la Virgen del Monca-
yo y se metió por una calleja sin salida, a cuyo final existe una tapia
que da a las huertas. Al notar que se detenía la procesión, alguno de
los que iban detrás -probablemente, el alcalde- preguntó qué era lo que
ocurría y, al descubrir que había volver atrás, éste contestó: "¡Tarazona
no recula, aunque lo mande la Bula!" Y Tarazona no reculó. Todos los
que formaban la procesión saltaron por encima del muro y, atravesando
varias huertas, completaron el recorrido de la procesión y regresaron a
la parroquia.
10 Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y Recon­

20
Presentación

Esa reticencia a reconocer los errores no es la actitud


que encontramos en los evangelios. Nuestro Señor Jesucristo,
al elegir a los Apóstoles, nos previno respecto de que nuestra
fe vacilara cuando, a lo largo de los siglos, nos encontrára­
mos con conductas escandalosas de ministros de la Iglesia.
Leyendo el final del Capítulo 7 del evangelio de san Marcos,
que dice que Jesús «hizo todo bien», podríamos objetar:
—Salvo en materia de recursos humanos...

Pues, ¿a quién se le ocurre elegir, no ya a Judas Is­


cariote, que lo traicionó, sino a Juan y a Santiago, que pro­
pusieron pedir fuego del cielo para los que rechazaban el
anuncio del Reino de Dios (cf. Le 9, 54)? O, ¿cómo llamó a
un Felipe que, después de tres años con Él, aún no sabía que
quien veía a Cristo estaba conociendo al Padre (cf. Jn 14,9)?
O, ¿cómo escogió al incrédulo Tomás, que no se rindió hasta
que tocó las llagas de Cristo (cf. Jn 20, 24-29)? O, ¿cómo se
le ocurrió aceptar a Natanael, que pensaba que de Nazaret
no podía venir nada bueno... (cf. Jn 1, 46)? Y, sobre todo,
¿cómo quiso asentar su Iglesia sobre la frágil roca de Pedro,
que rechazaba la Cruz como camino de redención (cf. Mt 16,
23) y acabaría negándolo tres veces a pesar de haber sido
prevenido (cf. Me 14, 66-72)?
Pero no, Jesús no escogió a ésos por equivocación, pues
Él siempre decía: «Yo sé a quiénes he escogido» (Jn 13,18), y
que sabía que uno de ellos lo traicionaría (cf. Jn 13,21). Cristo
los eligió así a conciencia, para que —igual que cuando Ies
dijo que no llevaran para la misión más que un bastón y unas
sandalias (cf. Le 10,4)— estuviera muy claro que la salvación

ciliación. La Iglesia y las culpas del pasado, 7.III.2000.

21
Quo vadis, Ecclesia?

no es fruto de una especie de autoayuda pelagiana11, sino de


la acción del Espíritu que Cristo nos ha alcanzado en la Cruz;
y así, nuestra fe no vacile ante los escándalos de los minis­
tros en la Iglesia: ni ante nuestras propias fragilidades, que
el Espíritu santo puede revertir haciendo que, a pesar de los
pesares, acabemos dando mucho fruto:
«Entre los que llamó explícitamente había dos ambi­
ciosos arribistas (Santiago y Juan), un cobarde bra­
vucón (Pedro), un blandengue forrado de dinero (el
joven rico), un ladrón alevoso (Judas) y un fanático
intolerante (Pablo). De esos seis, dos le salieron rana;
pero, ¡qué buen resultado dieron los otros cuatro!»12.

La fuerza de la Iglesia viene de Dios. Y, por eso, no


hay que tener miedo a encontramos con errores. Es más, es
preciso reconocerlos si queremos remediar sus consecuen­
cias. Cuando hablamos de esa "apostasía silenciosa"13 —ya
no tan silenciosa— que se ha asentado en Occidente, no po­
demos referimos a ella como si se tratara de un grano que ha
surgido de pronto sin que tuviéramos en ello ninguna res­
ponsabilidad. ¡Algo habremos hecho también nosotros para

11 Pelagio fue un monje británico del s. IV-V que negaba que el pecado
original hubiera afectaao a los descendientes de Adán y Eva, y sostenía
que, por tanto, no necesitamos de la gracia divina para salvamos porque
nosotros nos bastamos para seguir el ejemplo de Jesús.
Para comprender la vigencia de este error en la actualidad, véanse el
Capítulo II de la Exhortación apostólica de Francisco, Gaudete et exultate,
sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, 19.111.2018, y la Carta de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, Placuit Deo, a los obispos de la
Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, 1.111.2018.
12 ARANA, Juan, Teología para incrédulos. Madrid 2020. Ed. BAC Po­
pular, p. 138.
13 Es el término que usó Juan Pablo II para describir la descristiani­
zación de Occidente en su Exhortación Apostólica postsinodal 'Ecclesia in
Europa', 28.VI.2003, n. 9.

22
Presentación

que tanta gente se marche! ¡No todo será culpa de los que se
alejan de la Iglesia!
Y de eso es de lo que pretendo tratar en las páginas
siguientes: de las causas de esta apostasía; de los factores
que bloquean los intentos de hacerle frente; del papel que
la BBCC juega en este bloqueo eclesial; y de las pautas que
deberían seguirse para remediarla. Soy consciente de que
se trata de un tema eclesiásticamente incorrecto. Pero no de­
bemos seguir mareando la perdiz por más tiempo. Es nece­
sario agarrar el toro por los cuernos y decir las cosas bien
claras, sin esos eufemismos a los que tanto estamos acos­
tumbrados a recurrir cuando no queremos llamar a las co­
sas por su nombre.
Me ha animado a hacerlo la valentía y tenacidad con
que ha venido clamando —durante su vida, bastante en el
desierto— una voz especialmente profética de la Iglesia en
España: la figura del recientemente fallecido Mons. Sebastián,
cuya catcquesis sobre la nueva evangelizadón ha sido cons­
tante, dedicando desde 1989 a esta materia 10 de sus publica­
ciones14, aparte de otras colaboraciones en numerosas obras
teológicas y pastorales, y de abundantes escritos pastorales
en revistas y periódicos. En mi opinión, que don Femando
fuera creado cardenal en su ancianidad por el papa Francisco
es un claro reconocimiento, no ya de su notable servicio a la
Iglesia, sino especialmente de su incuestionable contribución
a resolver este problema.

14 Nueva evangelizadón (1989); Escritos sobre la Iglesia y sobre el hombre


(1991); Nueva evangelizadón: Fe, cultura y política en la España de hoy. Ed.
Encuentro, 1991; La Verdad del Evangelio. Cartas a los españoles perplejos en
materia de cristianismo (2001); La Inidadón cristiana: once catcquesis (2004).
Ed. Centro De Pastoral Liturgic; Sembrando la palabra (2008); Evangelizar
(2010). Ed. Encuentro; Cartas desde la fe (2011). Ed. Encuentro; La fe que
nos salva (2012); Memorias con esperanza (2016).

23
Quo vadis, Ecclesia?

Ruego al lector que espere a tener una visión de con­


junto de este análisis antes de extraer sus propias conclusio­
nes, evitando precipitarse cuando alguna afirmación pueda
herir su sensibilidad. Agradezco a cuantos de un modo u
otro han contribuido a que estas páginas salgan a la luz. Y
encomiendo a María Santísima, Madre de la Iglesia y Estrella
de la Nueva Evangelizadón, que este modesto trabajo pueda
aportar luz en este enmarañado asunto y contribuya a esa
conversión evangelizadora que la Iglesia tanto necesita, para
volver a ser sal y luz en la actual encrucijada de la humanidad.

En Madrid, a 15 de agosto de 2021.

Solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María.

24
Parte I
Las causas de la apostasía de Occidente

Según se ha apuntado, el hilo conductor de este traba­


jo es que las propuestas que se vienen haciendo para realizar
una evangelización que sea adecuada a las actuales circuns­
tancias de la sociedad occidental, acaban en el cesto de los
papeles porque no tienen en cuenta que la evangelización
efectuada en los tiempos de la Cristiandad fue una pastoral
minimalista que tuvo, como máxima expresión, aceptar que
personas no convertidas recibieran los sacramentos BBCC.
Para desarrollar esta tesis se ha dividido el libro en
las dos partes. En la primera, nos centraremos en mostrar la
génesis histórica del problema, para pasar, en la segunda, a
proponer los posibles remedios.
Esta primera parte consta de cuatro Capítulos. En el
primero se pone en evidencia la responsabilidad que en el ac­
tual oscurecimiento moral de Occidente ha tenido la Iglesia,
quien por su debilidad interior no ha sido capaz de reaccio­
nar adecuadamente ante la progresiva deserción.
En el segundo, se señala cómo en el origen de ese apa­
gamiento de la fe en la Iglesia y en la sociedad ha estado el
integrismo —la indebida integración del poder estatal y
25
Quo vadis, Ecclesia?

eclesiástico15—, cuya expresión más grave han sido las di­


sonancias, por exceso o por defecto, en la recepción de los
sacramentos, especialmente los de iniciación.
En el tercer Capítulo, estudiaremos las principales re­
percusiones estructurales que se han derivado en la organiza­
ción interna de la Iglesia como consecuencia de mimetizarse
con los modos propios del Imperio Romano: unos modos no
evangélicos de organizarse internamente que han ralentiza­
do la actividad pastoral de las Iglesias locales, al mermar su
capacidad de respuesta ágil y certera a los retos pastorales
que se presentan en cada momento.
Finalmente, en el cuarto Capítulo consideraremos los
momentos más relevantes del proceso de progresivo aleja­
miento de la Iglesia por parte de los países de vieja tradi­
ción cristiana, desde el comienzo de la Modernidad hasta la
actual apostasía: una deserción anunciada en las Sagradas
Escrituras, a la que también se han referido diversas reve­
laciones privadas de los últimos doscientos años, y que las
propuestas evangelizadoras de las últimas décadas no han
conseguido frenar.

15 Por integrismo se entiende habitualmente una posición inmovilista


en los principios, ya sea en el plano socio-político, ideológico, religioso,
educativo o científico. Aquí no nos vamos a referir a esta acepción del
término, sino a la integración indebida del poder estatal y del religioso,
al convertir a la Iglesia en una religión de Estado, con la consiguiente po­
litización y mundanización de ésta, y la sacralización del poder estatal.
Para una noción teológica estricta, véase Hans Urs von BALTHASAR,
El todo en eHragmento. Aspectos de Teología de la Historia. Madrid 2008, ed.
Ediciones Encuentro, en especial las reflexiones de su Prólogo, pp.11-14.

26
Capítulo I

La responsabilidad de la Iglesia en la
APOSTASÍA DE OCCIDENTE

Se puede afirmar que la actual secularización de los5


países que constituyeron la Cristiandad es consecuencia del
progresivo deterioro de la institución eclesial: «Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué
será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada
fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del
mundo» (Mt 5,13-14). Y si la luz se apaga, todo el mundo se
queda a oscuras. /
Resulta muy significativo que el Apocalipsis —libro
que el apóstol Juan escribe para sostener en la esperanza a
los miembros de la Iglesia perseguida de finales del siglo
primero, revelándoles el sentido de los acontecimientos que
estaban padeciendo— no~seJimitejjnostraHos^idos4g_^-
cesivas batallasLque.el Pueblo deJDios habríaje librar contra ►
los enemigos externos: los satélites del Dragón infernal, que 1
ajoTafgojel^híst^a^éJsifvejeTayBestia (los sucesivos /
poderes^mundanos) y de losfalsos profetas. |
^El~~escnto^ bíblico comienza dedicando los tres
primeros Capítulos a hablar del enemigo principal de la
27
Quo vadis, Ecclesia?

Iglesia de todos los tiempos16: el interior, sus faltas de


fidelidad al Evangelio. El libro sagrado compendia estas
faltas de la siguiente manera:

el apagamiento del amor primero (Éfeso);


2. el miedo a la persecución (Esmima);
3/ la corrupción moral de los pastores (Pérgamo);
¿4/ y de los fieles (Tiatira);
x5/ el fariseísmo (Sardes);
^6/ el descuido en la vigilancia (Filadelfia);
s 7^ la tibieza (Laodicea).

Según vamos a mostrar, eso es lo que ha sucedido en


Occidente: el apagamiento de la espiritualidad en ciertos
sectores de la Iglesia —nunca en toda ella, porque Cristo
aseguró que no lo permitiría (cf. Mt 16, 18; y 28, 20)— ha
precipitado la degradación moral de la sociedad y ha hecho
estériles los esfuerzos de la jerarquía eclesiástica en orden a
detener esa apostasía.

i. Una pandemia moral

En los dos Capítulos siguientes, vamos a ver cómo la


iglesia-institucional se fue debilitando espiritualmente como
• consecuencia del integrismo eclesial-estatal, de convertirse

16 Como siete, en el simbolismo bíblico^ es número de plenitud, eso


significan las cartas a las siete Iglesias. Para una profundización en este
escrito bíblico, véase Hans Urs von BALTHASAR, Apocalipsis de San\
Juan: texto, imágenes, comentario, Madrid 2009, Ediciones San Juan [= Das
Buch des Lammes. Zur Offenbarung des Johannes, Einsiedeln - Freiburg
2004, ed. Johannes Verlag].

28
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

en una religión estatal. Pues, de ser una religión amparada


por el estado, se convirtió en una religión invadida por él,
espiritual (Capítulo II) y organizativamente (Capítulo III).
Pero antes de analizar las causas de la enfermedad —
como haremos en los dos próximos Capítulos—, nos intere­
sa describir sus síntomas, esto es, detallar las consecuencias
morales —la pandemia espiritual y moral— del hecho de
que el alma de la Cristiandad se debilitara; pero también
poner en evidencia que la iglesia-institución no consiguió
proporcionar el antídoto porque ella misma estaba aquejada
de esos males.

a) Los síntomas de esta apostasía: los 10 rechazos del


secularismo a las 10 Palabras de Dios en el Decálogo

La conducta moral es el termómetro y la manifestación


de la interioridad espiritual. Cuando Dios liberó de la escla­
vitud de Egipto, a través de Moisés, a los descendientes de
Israel, los condujo al monte Horeb para establecer con ellos
una alianza que los constituiría como Pueblo de Yahveh17,
cuya expresión principal sería el Decálogo, junto a la guarda
del Sabbath y otros preceptos cultuales y legales.
Por eso, el apagamiento espiritual de una comunidad
se manifiesta ante todo en su corrupción moral. Así ha su­
cedido en Occidente como consecuencia de la falta de vita­
lidad espiritual de la comunidad católica. Han ido a la par,
como muestra el hecho de que la actual aceptación social
de ese "antidecálogo" que se ha implantado en los países
de vieja tradición cristiana, ha sido simultánea con la in­

17 Escribo así el nombre de Dios para incluir en el tetragrámaton he­


breo la grafía vocálica.

29
Quo vadis, Ecclesia?

traducción en la institución eclesial de esos mismos princi­


pios, que el papa san Pío X englobó bajo la denominación;
de "modernismo".
Para percibirlo, debemos examinar cuáles son estos
nuevos preceptos, que denominaremos "antidecálogo", por­
que se han instaurado en Occidente, en lugar de esas 10 Pa­
labras de Vida que se contienen en los 10 Mandamientos de
la Ley de Dios. Unas pautas que —como decimos— se han
extendido como consecuencia de la escasa vitalidad espiri­
tual de la organización eclesial y de su consiguiente falta de
capacidad para combatirlos.
Los preceptos que postula este nuevo orden mun-'
dial son los siguientes:

Ia La sustitución de Dios por las idolatrías del cientifismo,


las teosofías orientales y las prácticas de la Nueva Era.
2a La pérdida del respeto a Dios y a lo sagrado.
3a La conversión de los días y los tiempos de descanso en
los momentos en que muchos humanos más se depravan.
4a La destrucción del respeto y agradecimiento a los padres,
con la eutanasia.
5a La implantación de la cultura de la muerte.
6a La institucionalización del adulterio con el divorcio, y de
las propuestas de la ideología de género.
7a La extensión de la corrupción política y social en
materia económica.
8a La implantación mediática de la mentira, la calumnia, la
difamación y la violación de la privacidad.
9a La propagación de la pornografía sexual y emocional
(reality show, culebrones).

30
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

10® La proposición del éxito social o económico como ideal


de vida.
Puesto que no han faltado documentos de los papas
y de las Conferencias episcopales que se opusieran a esos
males, cabe preguntarse por qué sin embargo la Iglesia no
ha constituido una fuerza moral que frenase eficazmente esa
pandemia. Según vamos a ver, esto se ha debido a que la vida
personal de muchos católicos ha estado inficionada también
por ese paganismo, habiéndose llegado a una parálisis general
progresiva13 en el plano espiritual y moral de las comunidades
eclesiales, que las ha inhabilitado para responder, como la
situación habría requerido, a ese reto al que se refería san
Juan Pablo II en 1985:
«La Europa a la que estamos enviados ha padecido tales y
tantas transformaciones culturales, políticas, sociales y eco­
nómicas, que plantea el problema de la evangelizadón en
términos totalmente nuevos. Podemos también decir que
Europa, tal como se ha configurado después de las comple­
jas vicisitudes del último siglo, ha lanzado al cristianismo
y a la Iglesia el reto más radical que la historia haya cono­
cido, pero también presenta hoy nuevas y creativas posi­
bilidades de anuncio y de encamación del Evangelio»18 19.

La mundanizadón de la vida de muchos católicos en


la segunda mitad del siglo XX ha sido demoledora, por más
que, ante el prestigio abrumador de los papas Juan Pablo II
y Benedicto XVI, este cisma del rechazo de muchos católicos
a la moral evangélica permanedera soterrado. Pero el mal

18 La PGP (Parálisis General Progresiva) es el último estadio de evo­


lución de la sífilis. Es una curiosa coincidencia, que viene a subrayar lo
destructivo que es, para la persona y para la sociedad, el desorden sexual.
19 Discurso a los participantes en el VI Simposio del Consejo de las Conferen­
cias Episcopales de Europa. 11.X.1985, n. 1.

31
Quo vadis, Ecclesia?

no se había extirpado, como se puso en evidencia cuando el


característico estilo del papa Francisco envalentonó a los pro­
motores de este nuevo cristianismo a salir descaradamente
del armario.
Y, como el cáncer seguía actuando en la sombra, esas
comunidades católicas no pudieron aportar medicina algu­
na a la debacle moral de la sociedad occidental: eran comu­
nidades secularizadas que habían aceptado el mismo "anti­
decálogo" e incurrido en una verdadera apostasía respecto
de la Iglesia de Jesucristo, en lo espiritual, lo doctrinal, lo
litúrgico y lo moral.
Así se ha puesto en evidencia de forma escandalosa
tanto con la crisis de la pederastía en la Iglesia, que —como
explicó el Papa emérito20— se derivó de esa pérdida de fe
que llevó a la admisión en la enseñanza en seminarios de los
postulados de la ideología de género; como con ocasión del
reciente sínodo alemán, donde la mayoría de obispos propo-
ne la bendición de las uniones homosexuales, la aceptación
del adulterio, la ordenación de mujeres y la supresión del
celibato obligatorio: propuestas que no sólo conducen a toda
una protestantización de la Iglesia — como ha hecho notar un
1 pastor evangélico alemán—, sino a una radical apostasía de
I su misión y enseñanzas21.

I 20 Cf. BENEDICTO XVI, La Iglesia y los abusos sexuales en "Klerusblatt"


■ (abril de 2019), revista mensual para el clero católico de Baviera
I 21 Como es sabido, este fenómeno no se circunscribe al ámbito de
H Alemania, sino que es, por desgracia, una realidad extendida por toda
■ la Iglesia: «Obispos, arzobispos o cardenales que hablan del adulterio
H como un acercamiento personal a Dios o que dicen que hay que honrar-
H lo; que quieren bendecir las relaciones del mismo sexo; que piden volver
H a la Ley de Moisés abandonando el Evangelio; que proponen disolver
H lo indisoluble; que rechazan la doctrina sobre los anticonceptivos, la
■ fornicación o la fecundación in vitro; que están encantados con dar la
■ comunión a los adúlteros contumaces; que nos aseguran que la multi-
H plicación de los panes y los peces no fue un milagro sino sólo compartir;

32
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

b) El secularismo eclesial

Los signos de esta apostasía soterrada en el interior


de la organización eclesial han sido demasiado eviden­
tes. Veámoslos brevemente y entenderemos enseguida la
convergencia que ha existido entre la actual apostasía de
Occidente y la falta de fidelidad al Evangelio por parte de
muchos cristianos.

o Primer mandamiento:

Dios dejó de ser el único Dios para estos grupos.


De una parte, porque el modernismo acabó con el recono­
cimiento de la sobrenaturalidad de nuestra fe: la exégesis
bíblica dominante, al interpretar de forma racionalista las
Sagradas Escrituras, las despojó de toda huella de lo sobre­
natural; y, como consecuencia de esa falta de fe en la reve­
lación judeo-cristiana, empezaron a introducirse entre mu­
chos cristianos prácticas esotéricas, orientalistas y de Nueva
Era, no faltando parroquias que ofrecieron cursos de Medi­
tación Trascendental, de Yoga, de Zen cristiano, de Tai-chi,
de Reiki, de Mindfulness, que vinieron a rellenar el hueco
que aquella falta de fe había producido22. Pues, como dería

que rechazan que la conciencia deba aceptar la doctrina de la Iglesia


como verdadera; que piden que la Iglesia reconozca la posibilidad de
casarse muchas veces; que agradecen a Dios el "don" ael Corán; que
niegan la doctrina infalible de la Iglesia sobre la reserva del sacerdocio a
los varones; que nos aseguran que el comunismo es la mejor aplicación
de la doctrina social de la Iglesia (...); o que confiesan y absuelven a los
que se van a suicidar, por poner solo algunos ejemplos que recuerdo, en­
tre otros muchísimos que se podrían dar» (Bruno, ¿En qué creen nuestros
obispos? InfoCatolica [29.VIII.2021] https://www.infocatolica.com/blog/
espadadedoblefilo.php/2107291008-ien-que-creen-nuestros-obispp) .
22 Así se explica en la Nota de la Comisión Episcopal para la Doctrina
de la Fe, «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,3). Orientaciones

33
Quo vadis, Ecclesia?

Chesterton, «cuando se deja de creer en Dios, enseguida se


cree en cualquier cosa».
Además, al perderse la fe en los milagros, se dejó de
creer en la divinidad de Jesucristo: la Cristología que se en­
señaría en muchos seminarios sería la de un hombre admi­
rable que descubrió su vocación cuando, en su bautismo en
el Jordán, Dios le reveló la misión que le confiaba. (Dicho sea
entre paréntesis, habría que animar a estos cristólogos-fic-
ción —como los llama Benedicto XVI en el prólogo de su
trilogía sobre Jesús de Nazaret23— a leer los evangelios, enl
particular el final del Capítulo 2 de Lucas, donde Jesús re­
plica a sus padres que debía ocuparse de los asuntos de su
Padre: cf. Le 2,49).
Pero, claro, si Cristo es sólo un hombre pero no es
Dios, ¿por qué vamos a pensar que sus mandamientos son
permanentemente vinculantes? Podrán tener vigencia en su
contexto cultural, pero —al no considerarlo Dios— no se ad­
mite que Jesús pudiera tener una perspectiva universal que
abarcara las circunstancias de épocas sucesivas; con lo que

doctrinales sobre la oración cristiana, 28.VIII.2019, haciendo notar la in­


compatibilidad entre la fe católica y esas prácticas de matriz hinduista c
budista. Esta incompatibilidad ya nabía sido mostrada treinta años antes
por la Congregación para la Doctrina de la Fe en su Carta 'Orationis for­
mas', a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación
cristiana, 15.X.1989; y en 2003 por los Consejos Pontificios de la Cultura
y para el Diálogo Interreligioso, en Jesucristo, portador del agua de la vida.
Una reflexión cristiana sobre New Age.
23 Jesús de Nazaret. Obra completa. Madrid 2016. Ed. B.A.C. Como su­
braya Ratzinger, es notable la taita de rigor de todas esas "desmitologi-
zaciones" de los evangelios de la infancia, que ahora, la crítica filológi­
ca más reciente y , sólida, muestra que x ______ griego de Lucas tiení
el valioso
detrás, en esos pasajes, un sustrato semítico que avala directamente la
autenticidad y antigüedad de la fuente inspiradora de la redacción: cf
el interesante estudio que, sobre este asunto, ha publicado Alfonso SI­
MÓN MUÑOZ, El paraíso abierto. El Mesías y la Hija de Sión en Le 2,29-35
Madrid 2019. Ed. BAC.

34
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

hoy tendríamos que tener en cuenta solamente su llamado


al amor, pero no las aplicaciones que ese amor tuvo en los
tiempos de Jesucristo, y que resultarían inaceptables en nues­
tra época. Y con este expediente, tan simplista como falso, se
echa por tierra toda la fe y la moral reveladas.

o Segundo mandamiento:

Al apagarse la fe de muchos (cf. Mt 24, 12), se fue


perdiendo el respeto a lo sagrado, que quedó cada vez más
vacío de contenido. Así lo ha puesto en evidencia el debate
entre los obispos alemanes, cuando el Cardenal Walter Kas-
per trató de zanjar la cuestión sosteniendo que «los lutera­
nos no necesitan creer en la Transubstanciación para recibir
la Sagrada Eucaristía porque, después de todo, tampoco el
católico medio entiende este concepto».
Al extenderse esta falta de fidelidad al depósito de la
fe en un sector del episcopado, excuso decir lo que sucedió
entre el resto del clero y entre los laicos: proliferaron los
profesores de religión y catequistas de iniciación cristiana
cuya vida o ideas discordaban con la fe; desapareció en
gran medida la recepción del sacramento de la Penitencia,
difundiéndose la costumbre de recibir sin las debidas dis­
posiciones la Eucaristía, muchas veces administrada inde­
bidamente por ministros extraordinarios; y se extendió la
celebración en falso —como ha denunciado repetidamen­
te Mons. Sebastián— de BBCC, convertidos en ritos muy
poco evangélicos.
Además, al enfriarse el fervor en las comunidades
católicas, se produjo una lógica crisis de vocaciones, que
algunos intentaron remediar bajando el listón en la selec­
ción de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, y

35
Quo vadis, Ecclesia?

rebajando en seminarios y noviciados las exigencias evan­


gélicas de oración, formación doctrinal, moral cristiana y
normalidad psicológica.
Las consecuencias de haber introducido en el sacer­
docio a gente sin vocación están a la vista de todos: abusos
sexuales de menores por parte de sacerdotes y personas
consagradas, obispos depuestos por no haber reaccionado
adecuadamente ante tales desmanes y un descrédito de la
institución eclesial similar al que se produjo en los tiempos
de santa Catalina de Siena24.

o Tercer mandamiento:

Para santificar las fiestas, esto es, el descanso semana


—pero también el diario y anual—, es preciso que ministros
y laicos cuiden el culto divino, la vida espiritual. Pero, cla­
ro, si, como acabamos de señalar, se pierde el sentido de 1c
sagrado, entonces nos convertimos en una comunidad pela-
giana, voluntarista, intramundana, donde el hombre se con­
vierte en el protagonista de las celebraciones litúrgicas y d(
la acción pastoral.
Y esto es grave, pues —como solía recordar Hans Urs
von Balthasar25— una cosa es que no debamos incurrir en e
quietismo y pasividad pesimistas de Lutero (ya que el sei
humano debe jugar también su papel en la salvación, aunque
éste sea secundario: de respuesta al don de Dios); y otra, pre
tender suplantar el protagonismo divino en la liturgia.

24 Una completa descripción de la situación de la Iglesia instituciona


en el siglo X1V, puede encontrarse en El Diálogo de Santa Catalina d<
Siena (Obras de Santa Catalina de Siena, El Diálogo, Oraciones y Soliloquios
Madrid 1996. Ed. BAC, pp. 285-329).
25 Es el tema que subraya Hans Urs von BALTHASAR en su Teodramá
tica. Madrid 1990. Ed. Encuentro.

36
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

Una parte del clero dejó de tener como prioritarias la


propia oración, la Confesión, y el rezo de la Liturgia de las
Horas. Su acción pastoral se centró en un activismo estresan­
te, plagado de reuniones tediosas. Descuidó —si no abando­
nó— la administración de la Penitencia y el acompañamiento
espiritual de sus feligreses. Se acostumbró a prestarse a ce­
lebrar en falso los sacramentos. Y sus eucaristías dominica­
les se convirtieron —por emplear la expresión de Friedrich
Nietzsche— en algo «humano, demasiado humano»: en cele­
braciones donde no se mira a Dios, sino que en ellas los pro­
tagonistas son el cura y la comunidad; donde no se predica
a Dios sino a sí mismos; y en las que la falta de recogimiento
no permite abrirse a Dios.
Es el problema que analizó exhaustiva y profunda­
mente el cardenal Sarah, siendo Prefecto de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en
su libro "La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del rui­
do" 26; y que, años antes, había llevado a Joseph Ratzinger
a publicar en "El espíritu de la liturgia"27, lamentando que
la renovación litúrgica propuesta por el Concilio Vaticano n,
hubiera llegado a los cristianos mayormente como cambios
exteriores, más que como un espíritu.
Seis años después, Benedicto XVI volvería a combatir
la desacralización de la liturgia eucarística en su exhortación
apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis (22.11.2007),
y aprovecharía su Carta apostólica Summorum Pontificum
(7.VII.2007) —en la que facilitó para la Iglesia latina el uso
del Misal publicado en 1962 por Juan XXIII— para exhortar a
desarrollar en las celebraciones del Novus ordo de Pablo VI
26 Así lo explica de modo muy sugerente el cardenal Robert SARAH en La
fuerza del silencio. Frente a la dictadura del ruido. Madrid 2019. Ed. Palabra 5a.
27 Madrid 2001. Ediciones Cristiandad.

37
Quo vadis, Ecclesia?

las actitudes de fe, reverencia, recogimiento y adoración que


en el Vetus ordo están tan potenciadas.

o Cuarto mandamiento:

Al apagarse el sentido sobrenatural, se pierde el sentw


do evangélico de la autoridad como servicio (cf. Mt 20,26-27),
como algo que hay que respetar (ahora todos somos iguales)
y que hay que ejercer con mucha paciencia y sacrificio para
vivir esas obras de misericordia que suponen instruir, acon­
sejar, corregir, consolar, confortar y perdonar28, cada vez que
el caso lo requiera.
Se pervierte el concepto de misericordia —que ya nc
es ser sensibles ante la miseria ajena para acudir a remediar­
la—, y se sustituye por un buenismo permisivo. Y eso, en
las familias, donde los padres se resignan ante los errores dei
los suyos; en los centros escolares cristianos, donde los for-j
madores renuncian a la excelencia; en las parroquias, donde
se permite prácticamente todo, y se acaba aceptando que se
acerquen a los sacramentos quienes no están preparados; en
los seminarios, donde se acepta casi todo y se ordena a quien
no reúne las condiciones; y en la vida sacerdotal, donde mu­
chos obispos se acostumbran a mirar hacia otro lado mien­
tras el escándalo no salte a los medios de comunicación.
Ese buenismo nos ha insensibilizado moralmente]
acostumbrándonos a mezclar el bien con el mal, y haciéndo-j
nos incapaces de realizar ningún discernimiento espiritual,
teórico y práctico, al confundir la verdadera noción de comu-\
nión eclesial (esto es, teológica: comunión en la fe verdadera y
en los sacramentos) con un mero concepto sociológico: el he-

28 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica (en adelante, CEC), n. 2447.

38
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

cho sociológico de parecer que estamos unidos por pertenecer


a la misma organización. Y así, por poner un ejemplo, una
monja puede expresarse en televisión negando la Virginidad
de la Santísima Virgen y defender el aborto, sin que nadie la
corrija después y, muy al contrario, acabe convirtiéndose en
priora de su comunidad y siendo recibida festivamente en
ciertos ámbitos vaticanos.
Además, donde falta espiritualidad no se valora a los
mayores, y se les relega al peor de los ostracismos. Por eso
se les ha negado asistencia hospitalaria, especialmente du­
rante la primera fase de la crisis de la Covid-19 y, a los que
conseguían ingresar en un hospital, se les ha privado de la
atención sanitaria que se ha prestado a los más jóvenes. Ha
sido un auténtico descarte, deliberadamente programado, de
nuestros ancianos.
Las culturas milenarias siempre han dado prelación
a sus mayores, como agradecimiento a lo que han hecho
•por los demás y como depositarios de la verdadera sabidu­
ría. Pues ahora, con la crisis del coronavirus, si había que
escoger, se ha descartado a los que más años han cotizado,
a los que han levantado el país y a los que sostuvieron con
sus pensiones a sus hijos parados cuando llegó la anterior
crisis económica.
Es una mentalidad que se ha ido implantando en la
Iglesia y en la sociedad civil con la extensión del materia­
lismo. Un familiar mío siempre me habla de su pena ante la
postura de los sacerdotes de su parroquia con los enfermos.
Mucho reunirse con los niños y jóvenes, con los catequistas y
Hermandades; pero nunca tienen tiempo para dar una vuelta
por las residencias de mayores, para visitar a los enfermos o
administrarles los sacramentos. Y lo habla con el obispo para

39

¿z juim-. ~. .in' íi i Tii H~ '"''.•'.T'.í;../■:


Quo vadis, Ecclesia?

que corrija ese clamoroso abandono, pero pasan los años y


éste tampoco pone remedio.
No hay espíritu evangélico donde no se cumple el sigl
no mesiánico que profetizó Isaías, de «anunciar el evangelid
a los abatidos» (Is 61,1), a los enfermos y demás marginados
por la sociedad. Por eso, Jesucristo lo señaló a los discípui
los de Juan Bautista como distintivo para reconocerle coma
Mesías (cf. Mt 11,5); y encargó a sus seguidores que lo pro-
siguieran, al mandarles que curaran enfermos y arrojaran
demonios (cf. Le 9,1; Me 16,17-18).

o Quinto mandamiento:

La falta de vitalidad espiritual también ha insensibiW


zado a muchos cristianos ante la invasión de la "cultura de la
muerte": conformismo ante el aborto, aceptación de prácticas
relacionadas con la fecundación in vitro (inseminación he
teróloga, vientres de alquiler, tráfico de órganos, empleo de
células madre embrionarias, etc.) y de la eutanasia —a veces
encubierta como sedación y supresión de oxígeno, alimento e
hidratación—, así como la disculpa del recurso al terrorismo
cuando se ha empleado al servicio de causas separatistas.
Y ante ese conformismo de tantos cristianos frente a
los postulados de la "cultura de la muerte", sus promotores
han pasado de pedir la despenalización de sus propuestas]
a solicitar su legalización y, finalmente, a imponer estas opi
ciones como obligatorias, exigiendo que los defensores de lai
vida sean tratados como delincuentes.

40
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

o Sexto y noveno mandamientos:

No han sido ajenos los católicos a las consecuencias de


la revolución sexual de los años 60. En la Iglesia en Nortea­
mérica la introducción de los postulados de la ideología de
género se produjo, principalmente, de la mano de seis teólo­
gos: Charles E. Curran, y cinco jesuítas: Richard A. McCor-
mick, Francis A. Sullivan, Gerard J. Hughes, John Mahoney y
Josef Fuchs. En Europa, sin embargo, el cambio lo protagoni­
zaron dos redentoristas: Bemhard Háring en Centroeuropa;
y Marciano Vidal en España, a través del cual estos errores
morales se inocularon en Latinoamérica.
Esto explica que cuando Pablo VI publicó la Humanae
vitae, las Conferencias de obispos de Canadá, de parte impor­
tante de Estados Unidos, y de algunos países centroeuropeos
rechazaran públicamente la encíclica; y que en los países
donde la contestación no fue abierta, ésta se mantuviera de
modo soterrado hasta que, en el actual pontificado de Fran­
cisco, abandonaron su silencio y con el propósito de que la
Humanae vitae sea revocada.
Pueden calificarse de dramáticas las consecuencias de
haber rechazado el magisterio de Pablo VI en sus encíclicas
sobre el matrimonio y el celibato, así como los 4 años de ca­
tcquesis de Juan Pablo II sobre el significado nupcial de la
sexualidad humana, y su encíclica Veritatis splendor, sobre los
principios fundamentales de la moral católica. Ante todo, la
infidelidad al depósito de la fe en materia de moral sexual
ha dinamitado la estabilidad familiar de los matrimonios ca­
tólicos, que —en un 60% en España— se divorcian antes de
los cinco años de haberse casado, llenándose las comunida­
des católicas de divorciados que se han unido civilmente con
otras personas.
41
Quo vadis, Ecclesia?

Esta ruptura con la Tradición apostólica ha ocasiol


nado también los deplorables escándalos de clérigos pede!
rastas, que han echado por tierra la ya dañada credibilidad
del estamento eclesiástico. Asimismo, este alejamiento de la
moral revelada ha conducido a obispos que no quieren reme)
diar el problema de los católicos adúlteros, yendo a la raíz, a
proponer soluciones que se apartan de la Tradición apostó
lica, aceptando que puedan ser admitidos a los sacramentos
sin las debidas disposiciones. Con lo que todo ello ha gene
rado —tanto entre los casados como entre los consagrados^
un síndrome de inmunodeficiencia espiritual que ha inhabilitada
a los católicos contaminados, en orden a oponerse a la deca
dencia moral de Occidente.

o Séptimo y décimo mandamientos:

La lujuria no se da sin el lujo. De ahí que el desorde:


sexual viene acompañado del materialismo, de la frivoli
dad, de la comodidad y de la falta de honradez en lo econó
mico. Y así ha sucedido no sólo entre las familias cristiana
—en el modo de festejar el día del Señor, los sacramento:
o las solemnidades del año cristiano—, sino también entri
los ministros de la Iglesia y los miembros de los instituto
religiosos, donde la falta de pobreza en gastos, en el uso di
la TV, etc., ha hecho estragos en lo personal, lo comunitarii
y en sus apostolados. Pues, como dice fray Luis de Grana
da, el cuerpo lastrado de mantenimiento no está apto pan
subir a lo alto.
Esos modos de vida relajados son incompatibles coi
el espíritu de mortificación, cuya ausencia suele llevar a
ruina de la vida espiritual: «Sería grandísimo error — afirmí
san Alfonso María de Ligorio— decir que las mortificación?

42
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

externas son de poco o de ningún provecho. No creáis al que


desaprueba estas penitencias -dice San Juan de la Cruz-, aun­
que hiciere milagros»29.
Además, cuando el ser humano se materializa, va
perdiendo libertad y se vuelve vulnerable a los reclamos de
lo mundano. No en vano san Pablo sostiene que el materia­
lismo esclaviza, al afirmar que «la avaricia es una idolatría»
(Col 3,5). Y esto explica que los corruptos, —en todos los
ámbitos de la vida social: de la política, la vida eclesiástica,
la economía, la medicina, la comunicación, el poder judi­
cial, etcétera— acaban teniendo un precio posible según sus
vicios y vanidades.

o Octavo mandamiento:

No podemos terminar esta relación sin referimos al


estilo de vida oscuro, farisaico, renuente a la transparencia y
a la verdad, que suele acompañar a los vicios susodichos. Sin
sinceridad de vida no cabe la humildad, que es -en palabras
de santa Teresa de Jesús— «andar en la verdad»30. Y no pue­
de haberla en unas comunidades cuyos miembros no acos­
tumbran a sincerarse con Dios en la oración personal y en la
recepción asidua del sacramento de la Penitencia; y donde, al
seguir recibiendo la Comunión eucarística en esas deplora­
bles condiciones, se adentran cada vez más por el camino de
la condenación (cf. 1 Cor 11,29):
«El abandono de este sacramento — asegura el cardenal Se­
bastián— es uno de los peores síntomas del enfriamiento

29 San ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, La práctica del confesor, Ma­


drid 1952, pp. 389-390.
30 Santa TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida. Madrid 2007. Ed. San
Pablo, 40,3.

43
Quo vadis, Ecclesia?
religioso que padecemos dentro de la Iglesia. La celebra!
ción frecuente de este sacramento es indispensable para
mantener despierta la tensión del cristiano hacia su unión
espiritual con Cristo y con el Dios vivo» (Evangelizar, 317)

2. Respuestas eclesiales insuficientes

Como es lógico, desde la crisis del siglo XIV en los


tiempos del Cisma de Occidente, ha habido una reacción pro
gresiva por parte de la Iglesia ante las infidelidades al Evanl
gelio, que se habían derivado de las adherencias mundana!
a las que nos referiremos en los dos Capítulos siguientes j
que dieron lugar al progresivo alejamiento de la Iglesia, qu<
ha acabado en la gran apostasía que acabamos de describir. |
En efecto, en el Concilio de Constanza (a. 1414), se puse
orden frente al problema de los antipapas. Pocos años des
pués, en el Concilio de Florencia (aa. 1431-1445) se consiguió 1¡
reunificación con una parte de la Ortodoxia oriental y se inicie
un proceso de reforma intema de la Iglesia que culminaría, ui
siglo después, en el Concilio de Trento (aa. 1545-1563).
Con la reforma tridentina no sólo se reaccionó frentí
a la Reforma protestante, sino que se pusieron las bases parí
compensar la pérdida para la Iglesia de tantos fieles cení
troeuropeos, con la incorporación de los provenientes de loi
pueblos americanos y asiáticos evangelizados.
Sin embargo, las innumerables iniciativas evangelio
zadoras emprendidas en el seno de la Iglesia, con sus inne
gables frutos de santidad y de caridad, no han conseguidd
detener ese proceso de alejamiento progresivo de la sociedad
occidental respecto del Evangelio. Y esa realidad nos debe
llevar a preguntamos con humildad qué les ha faltado, poí
qué han resultado insuficientes para contrarrestar la mundai

44
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

nidad, hasta el punto de que, como acabamos de mostrar, esa


mundanidad se ha implantado en una parte importante de la
misma Iglesia.
Para examinarlo, nos vamos a centrar en las reaccio­
nes de la Jerarquía en los últimos 200 años, cuando el abismo
entre el mundo y la Iglesia se había acentuado notablemente
hasta consolidarse la actual apostasía.

a) Reacciones de la Jerarquía ante la apostasía de Occidente

Desde luego, no se puede decir que la jerarquía haya


permanecido inactiva ante la tragedia del secularismo occi­
dental. Ante los efectos sociales negativos de la Revolución
Industrial, los papas del siglo XIX no pararon de intervenir
de manera clarificadora hasta que, a partir de la encíclica
Rerum novarum de León XIII, esas enseñanzas se fueron es­
tructurando en un cuerpo de doctrina que vino a denominar­
se Doctrina Social de la Iglesia.
Con la pérdida de los Estados Pontificios (a. 1870), los
papas siguientes fueron asumiendo la caída del Antiguo Régi­
men y dirigiéndose a los fieles de una forma paulatinamente
menos integrista, es decir, mostrando que eran cada vez más
conscientes de que la Cristiandad se había desmoronado, que
los Estados eran ya aconfesionales e incluso anticristianos,
puesto que muchos habían pasado a presumir de laicismo y
a mostrar intolerancia religiosa. Además, fueron encauzando
ese progresivo movimiento de renovación teológica, bíblica,
litúrgica, espiritual y apostólica que se iba extendiendo en el
seno de la comunidad católica y que acabaría propiciando la
convocatoria del Vaticano II.

45
Quo vadis, Ecclesia?

o El Concilio Vaticano II

Siempre se ha dicho que ese concilio no se proponía niri


guna clarificación dogmática, sino que se ordenaba a renoval
espiritual y apostólicamente a una Iglesia que en Occidente
llevaba quince siglos amparada por el Estado y que, ahora, al
perder esa cobertura se encontraba como desconcertada antd
la nueva situación que se le había presentado.
Y es verdad. Y basta mirar el resultado de sus trabajo!
para darse cuenta de que acertaron al pleno:

al destacar la necesidad de recuperar la identidad cristiana


asumiendo que ser cristiano es una llamada a la santidac
(Lumen gentium), delimitando lo específico de los obispo!
(Christus Dominus), de los presbíteros (Presbyteroruni
Ordinis) y de los consagrados (Perfectae caritatis); y
recordando la responsabilidad apostólica de los laicos
(Apostolicam actuositatem);
al reconocer que es imprescindible enseñar a los fieles
a respetar la libertad religiosa (Dignitatis humanae) y a
convivir en una sociedad plural: con los cristianos orientales
(Orientalium Ecdesiarum), con los protestantes (Unitaria
redintegratio), con los no cristianos (Nostra aetate) y con los
no creyentes (Ad gentes);
al definir cuáles son los nuevos retos pastorales (Gaudiuml
et Spes) y, en particular, el de la educación (Gravissimunj
educationis) y el uso de los medios de comunicación (friten
mirifica); y
al dejar claros los medios que se han de emplear para'
conseguir esa revitalización de la Iglesia: la mejora de la
formación bíblica de los fieles (Dei Verbum), así como]
la renovación de la liturgia en la Iglesia (Sacrosanctuflj
Concilium) y de la formación seminarística (Optatam totius)-

46 I
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

En mi opinión, no quedó ningún tema por tratar, de


los que son necesarios para esa revitalización espiritual y
apostólica que la Iglesia necesita en estos momentos. Por una
parte, enfrentaron la principal consecuencia del integrismo
en la Iglesia: el olvido de la identidad bautismal y de los di­
versos estados eclesiales. Además, plantearon la urgencia de
remediar los errores sociales derivados del integrismo: la fal­
ta de respeto a la libertad y los cismas producidos. En tercer
lugar, delimitaron nítidamente los actuales retos pastorales;
y, finalmente, se determinaron qué remedios debía emplear
la Iglesia para renovarse espiritual y pastoralmente.
El problema es que este programa no se hizo desde
el explícito reconocimiento de los errores del pasado. Y eso
habría sido imprescindible para que esas ideas generales hu­
bieran llegado a aplicarse desde una hermenéutica correcta
y no hubieran quedado en papel mojado, como de hecho ha
sucedido en gran medida desde que empezó a hablarse de
Nueva Evangelización.

o De Pablo VI a Francisco

A partir de ese momento eclesial tan especial como


fue el Concilio Vaticano II, los papas no han dejado de re­
ferirse a la necesidad de una respuesta de estilo misionero
—ad gentes—1a la nueva situación de Occidente. Cada uno
lo ha realizado de formas muy diferentes, como es lógico,
pero con una plena convergencia de planteamientos. Pero
también, en mi opinión, con idéntica carencia: no acabando
de desechar la mentalidad integrista, ni de embridar el pro­
blema de la celebración en falso de BBCC. Es comprensible,
porque todos ellos provenían de un episcopado que no se
había formado en los seminarios del postconcilio. Y cada
47
Quo vadis, Ecclesia?

uno aportó a la Iglesia lo mejor que el Espíritu había sem


brado en sus corazones.
A los diez años de la clausura del Vaticano II, la
exhortación apostólica postsinodal Evangelii nuntiandi de
Pablo VI marcó un hito en dejar claro que esa necesidad
que planteó el Concilio, de «hacer a la Iglesia del siglo
XX cada vez más apta para anunciar el Evangelio a la
humanidad del siglo XX»31, no puede cumplirse sin tener era
cuenta que se trata de responder a unos "tiempos nuevo!
de evangeUzación": nuevos porque «las condiciones de la
sociedad nos obligan, por tanto, a revisar métodos, a busca!
por todos los medios el modo de llevar al hombre modernc
el mensaje cristiano»32.
Al recoger las múltiples sugerencias de los padres
sinodales en el Sínodo de 1974, Pablo VI apuntó la nece-l
sidad de dar un enfoque más catecumenal a la iniciación!
cristiana de jóvenes y adultos, es decir, orientada a su con-|
versión (cf. n 45); de no descuidar la atención personalizada!
de los catecúmenos (cf. n. 46); y de huir de la celebración!
en falso de los sacramentos (cf. n. 47). Pero sólo lo apuntó.!
Dejó constancia de que esos temas estuvieron presentes en
la asamblea sinodal, pero no entró en el meollo del proble-j
ma ni en su solución.
Después del testimonio de cercanía evangelizadora en
las cuatro semanas de pontificado de Juan Pablo I, hay que
recordar la aportación misionera de ese gigante de la evan- i
gelizadón que fue Juan Pablo II. En unos momentos en que
la Iglesia caía en picado, ese papa se arremangó la sotana y
se echó al mundo para levantar la autoestima de la Iglesia yj

31 PABLO VI, Exhortación apostólica 'Evangelii nuntiandi', acerca de M]


evangelizadón del mundo contemporáneo, 8.XIL1975, n. 2.
32 Ibídem, n. 3.

48
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

recuperar a una juventud para la que la Iglesia había dejado


de existir desde hacía tiempo.
Pero no sólo hizo eso; también enseñó, hablando de
que había que realizar una nueva evangelizadón, que fue­
ra nueva en su ardor, métodos, expresiones y proyecciones. Por
una parte, con la Exhortación apostólica Catechesi Tradendae
(1979) y el Directorio general para la catcquesis (1997). Y, por
otra, con la encíclica Redemptoris missio (1990), «a los veinti­
cinco años de la clausura del Condlio y de la publicadón del
Decreto sobre la actividad misionera Ad gentes y a los quince
de la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, del Papa Pa­
blo VI»33, con el objeto de invitar a la Iglesia a un renovado
compromiso misionero.
En el n. 19 de la Catechesi Tradendae, Juan Pablo II
ya había reconocido que estamos impartiendo catequesis
a cristianos que en realidad necesitarían un catecumena-
do que les suscitara la fe y la conversión. Años después,
en la encíclica Redemptoris missio, volvería a la carga sobre
el tema de la relación que debe existir entre conversión
y bautismo. Después de recordar cómo esto se guardaba
en la primitiva Iglesia (cf. Hch 2, 37-38 y 3, 19), realizó la
siguiente advertencia:
«Esto hay que recordarlo, porque no pocos, precisamente
donde se desarrolla la misión ad gentes, tienden a sepa­
rar la conversión a Cristo del bautismo, considerándolo
como no necesario. Es verdad que en ciertos ambientes
se advierten aspectos sociológicos relativos al bautis­
mo que oscurecen su genuino significado de fe y su va­
lor eclesial. Esto se debe a diversos factores históricos
y culturales, que es necesario remover donde todavía
subsisten, a fin de que el sacramento de la regeneración
espiritual aparezca en todo su valor». Todo catecúmeno

33 PABLO VI, Encíclica 'Redemptoris missio', 7.XII.1990, n. 2.

49
Quo vadis, Ecclesia?
«debe ser preparado para el bautismo con el catecume-
nado y continuar luego con la instrucción religiosa»34]
Pero todo ello no pasó de ser una mera propuesta. Poi
lo demás, Juan Pablo II convocó dos sínodos de obispos para
tratar el declive de la Iglesia en Europa, publicando después
del segundo —en 2003, XXV año de su pontificado— la ex^
hortadón apostólica Ecclesia in Europa, en la que advierte que
la vieja Europa es territorio de misión donde es preciso «que
se promueva el paso de una fe sustentada por costumbres
sociales, aunque sean apreciables, a una fe más personal y|
madura, iluminada y convendda»35.
Benedicto XVI dedicó gran parte de sus esfuerzos a la
reforma interna de la Iglesia, imprescindible para la recupera-
dón de su vigor espiritual, sin el que no es posible una efecti­
va acdón misionera. El papa teólogo, que conocía las carencias
de las comunidades católicas, por haber pasado 20 años en la
que podríamos denominar como Congregación para los asuntos,
internos de la Iglesia, realizó esa encomiáble labor mediante: |

• la ilustración doctrinal en los asuntos confusos, empezando


por refutar teológicamente la exégesis bíblica racionalista,
con sus tres libros sobre Jesús de Nazaret;
• la promoción de la Eucaristía y la Palabra en la vida de
la Iglesia, a las que dedicó las exhortadones apostólicas
gostsinodales Sacramentum Caritatis, 22.11.2007, y Verbum
omini, 30.IX.2010; y
• una discreta y constante tarea de purificación institu-'
cional que, en la opinión de muchos, acabó costándolei
la renuncia:

34 PABLO VI, Encíclica 'Redemptoris missio', dt, n. 47.


35 JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica postsinodal 'Ecclesia in Euro*
pa', 28.VI.2003, n. 50.

50
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

/ destitución de unos 90 obispos, a tenor del canon 401


§ 2 del Código de Derecho Canónico, por su mala ges­
tión en asuntos económicos o en casos de pederastía;
/ una titánica lucha por reformar la Banca vaticana; y
J una incansable labor de corrección de abusos en
nuevos movimientos religiosos: corrupción en la
cúpula de la Legión de Maciel, del Sodalicio de vida
cristiana, de Lumen Dei, del Instituto del Verbo
Encarnado y el de los Hijos de María Inmaculada;
reserva ante ciertas prácticas litúrgicas del Camino
neocatecumenal, o determinados excesos en la
prelatura de la santa Cruz (la Obra de Mons. Escrivá)
en materia de respeto a la libertad de las conciencias;
por mencionar los más relevantes.

Pero tampoco la BBCC entró en el punto de mira de


la reforma benedictina. Después de un pontificado como el
de Juan Pablo II, vertido más bien hada el exterior y hada la
clarificación doctrinal, pienso que Benedicto fue consdente
de que no se podía proseguir hada adelante sin barrer pre­
viamente la propia casa en el orden práctico. Y a eso dedicó
lo mejor de sus esfuerzos, dejando para mejor ocasión la re­
forma de la inidadón cristiana.
La reforma de la BBCC tampoco ha sido enfrentada
por el papa Francisco en los primeros años de su pontificado.
A pesar de que el papa jesuíta se presentó desde el primer
momento como pastor cercano que trataba y denunciaba los
asuntos cotidianos de la vida de las parroquias y comunida­
des religiosas, sin embargo nunca ha entrado personalmente
en estos temas.
Su interés por la evangelizadón, por poner a la Iglesia
"en salida", viene siendo constante, hasta el punto de que,
después de crear recientemente un Consejo Pontificio para la
Promoción de la Nueva Evangelizadón, lo piensa transfor-
51
Quo vadis, Ecclesia?

mar en un "superdicasterio" que supervise el trabajo de los


restantes organismos curiales36.
Sin embargo, aunque dedicó su inicial exhortador
apostólica Evangelii gaudium (24.XI.2013) a tratar los prinl
cipales aspectos de la nueva evangelizadón, no obstante
—asombrosamente— en ella sólo se menciona la iniciación]
cristiana en 16 puntos, en los que se limita a indicar que una
catcquesis debe ser kerygmática y mistagógica (nn. 163-168),
así como bíblica (nn. 174-175), y ha de cuidar el acompaña]
miento personal de los catecúmenos (nn. 169-173). Pero sin
entrar en más: ni denunciando los actuales dislates, ni pro­
poniendo correctivos adecuados.
Cabría pensar que esta laguna —clamorosa en el papa
pastor— se deba a su origen hispanoamericano, región en que
la situadón de la Iglesia es diferente a la del Ocddente eui
ropeo y, en consecuenda, la descristianizadón —aunque ha
afedado muy profundamente a la fe, a la partidpadón en las
celebradones litúrgicas y a la moral de los bautizados— aún
no se ha puesto en evidencia con los tintes de frontal rechazo]
a lo religioso que ha adoptado en Europa y Norteamérica. I
Sea de ello lo que fuere, el resultado es que la exhorta-]
dón papal tampoco ha resultado performativa, y se ha que-¡
dado en buenas palabras, según se reconodó abiertamente
en el Encuentro sobre Nueva Evangelización celebrado en 2016,
al advertir que la Evangelii gaudium no ha cambiado sustan-
dalmente la pastoral de la Iglesia en España, pues seguimos
ocupando casi todo nuestro tiempo en atender los sacramen-i
tos, hadendo lo mismo de siempre, aguantando, buscando

36 Es el principal aspecto de la prometida Constitución Apostólica


Praedicate Evangelium, con la que se reformaría la Curia Vaticana.

52
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

apaños y parches que mantengan el mismo modelo que he­


mos tenido hasta ahora.
Afortunadamente, después de varios años, este pon­
tificado ha empezado a dar signos, aunque aún sean muy
tímidos, de querer enfrentar este cáncer eclesial, empezando
el proceso de regeneración de la iniciación cristiana. El pri­
mero ha sido la publicación, con la autorización del Papa,
de un estudio de la Comisión Teológica Internacional en que
de forma monográfica se aborda la necesidad de la fe para
celebrar válidamente los sacramentos BBCC37.
Se trata de un documento relevante desde el punto de
vista pastoral, puesto que por primera vez se entra, aunque
sólo sea de forma muy teórica, en el meollo del problema
provocado por quince siglos de evangelización asistida, justi­
ficando teológicamente que no cabe aceptar por más tiempo
una pastoral en que se permita que, en la práctica, la fe no
esté presente en la celebración de esos Sacramentos.
Es cierto que podría afirmarse, en el argot futbolístico,
que el documento no remata la jugada, puesto que después
de recordar la ley eclesiástica de que no se puede bautizar a
un infante sin que haya una esperanza fundada en que vaya
a ser educado en la fe, no pasa a exponer las consecuencias
de tal afirmación.
Igualmente, después de exponer la necesidad de la fe
para confirmarse, no concreta el alcance de tal presupuesto.
Otro tanto sucede con la Comunión eucarística, donde ni si­
quiera menciona los dislates que se producen hoy al admi­
nistrar el sacramento a niños que ni viven cristianamente

37 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La reciprocidad entre


fe y sacramentos en la economía sacramental, 19.XII.2019.

53
Quo vadis, Ecclesia?

ni seguirán haciéndolo después de su primera Comunión. Y


algo similar sucede cuando se refiere a las bodas.
Pero algo es algo. Como también parece positivo que
la Congregación para el Clero haya sacado otro documenta
sobre la necesidad de renovar las parroquias que, aunque se1
limite a enunciar esa necesidad y se quede en propuestas me­
ramente organizativas, supone otro paso en la manifestación!
del deseo de enfrentar el proceso de regeneración evangelio
zadora de la Iglesia católica38.

o Conferencia Episcopal Española 1


Como es natural, no han faltado esfuerzos encami-1
nados a poner en práctica la Nueva Evangelizadón en los
distintos territorios de la Iglesia. En el caso de España, su
Conferenda Episcopal ha publicado documentos muy valioj
sos sobre estas materias, en los que —al aplicar los principios
de los escritos pontificios a temas más específicos— se re­
cuerdan las claves que han de presidir todo empeño evan-
gelizador: el Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (1976)1
La Iniciación cristiana (1998); Orientaciones pastorales para la
iniciación de niños no bautizados en su infancia (2004), así come
sus sucesivos Planes Pastorales cuatrienales39.
Sin embargo, en opinión de don Femando Sebastián’
a todos estos documentos les «falta la decisión fundamen­
tal, que es la de poner claridad y orden en el conjunto de
----------------- ,
38 CONGREGACION PARA EL CLERO, Instrucción "La conversión
pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evanyplrr,adora de\
la Iglesia", 20.VII.2020.
39 En el apartado correspondiente de la Bibliografía, puede verse uní
elenco completo de los documentos de la CEE y de sus Comisiones, rela­
cionados con esta materia. Entre los estudios pueden encontrarse diver-l
sos trabajos de varios autores sobre la Iniciación cristiana.

54 I
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

la iniciación de los neófitos en la vida cristiana, falta la de­


cisión de cada obispo de tomar en serio lo que estamos di­
ciendo, teniendo en cuenta la realidad de nuestra sociedad,
la verdadera situación espiritual de nuestros bautizados,
la ambigüedad de no pocas celebraciones sacramentales,
especialmente en el caso del bautismo y del matrimonio»
(Evangelizar, 306). No se puede decir más claro.
Podríamos poner varios ejemplos que corroboran la
valoración del cardenal Sebastián. Pero basta con examinar
los dos últimos planes pastorales de la CEE. El correspon­
diente al período 2016-2020 fue aprobado en su Asamblea
Plenaria, celebrada entre el 16 y el 20 de noviembre de 201540
bajo el título Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo. El
plan habla de la necesidad de realizar un examen de concien­
cia humilde y sincero, pues reconoce el empobrecimiento al
que han llegado las Iglesias en España y la responsabilidad
de la jerarquía en esa crisis. Pero no desciende a detalles en
el análisis de las causas con lo que, lógicamente, tampoco
plantea líneas de acción que permitan corregirlas.
De esta forma, ese plan quinquenal se limita a pro­
poner que el 2016 se dedicase a la reflexión, el 2017 a fomen­
tar la comunión y corresponsabilidad, el 2018 a mejorar el
anuncio de la Palabra, el 2019 a mejorar las celebraciones
sacramentales y, finalmente, el 2020 a promover la caridad.
Pero todo tan voluntarista como teórico y genérico en sus
propuestas que, en todo caso, no mencionan la necesidad
de reformar la Iniciación cristiana en España.
Esto explica la memorable conferencia que don Fer­
nando Sebastián impartió a los obispos en los días de aquella

40 CVI ASAMBLEA PLENARIA DE LA CEE, Iglesia en misión al servicio


de nuestro pueblo. Plan pastoral 2016-2020,19.XI.2015.

55
Quo vadis, Ecclesia?

CVI Asamblea Plenaria, que inspira el título del presente 1¡1


bro y cuyo resumen, publicado en Alfa y Omega*1, comentare!
mos más adelante, y en la que el cardenal, con esa autoridad!
que le daba el venir clamando desde 1991 sobre este proble]
ma, les viniera a decir —con la claridad y delicadeza que le
caracterizaron— que ya es hora de dejar de marear la perdía
y de enfrentar la reforma de la BBCC de manera decidida.
¿En qué quedó al final todo ese plan pastoral? No po
dría tachársenos de negativos ni de exagerados si afirmáral
mos que, como era de esperar, todo quedó prácticamente erf
papel mojado, como se puede deducir del Informe que la mis­
ma CEE ha publicado al término de su CXVII Asamblea Piel
naria, celebrada en la última semana de julio de 2021, como
presentación de sus orientaciones y sugerencias pastorales
para los años 2021-202542. 1
El Informe describe muy bien la situación de progrel
siva y deliberada deconstrucción de la civilización cristianal
y sus consecuencias en la familia. Y recuerda las enseñan!
zas recientes del Magisterio romano y en España, relativas
a la evangelización. Pero trata de todos esos problemas
como si no fueran con la Iglesia, es decir, sin asumir nuesj
tra responsabilidad en la génesis de esa apostasía social.
por eso, aunque en el Informe se hable de la necesidad dí
una honda conversión ante la situación de secularizaciór
interna de la comunidad católica española, las propuestas
relativas a la acción pastoral siguen resultando muy teórí
cas y no entran en el problema de las BBCC.

41 Entrevista al cardenal Femando Sebastián: "No podemos seguir celebran


do sacramentos en falso" en "Alfa y Omega" 956 (17.XII.2015) 14-15.
42 Fieles al envío misionero. Aproximación al contexto actual y marco ecle
sial; orientaciones pastorales y líneas de acción para 2021-2025. Madrid 2021
Ed. EDICE.

56
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

En conclusión, a la vista de lo que venimos exponien­


do sobre las reacciones del Magisterio universal y local, se ve
claramente que en todos estos años ha habido una profusión
de documentos magisteriales sobre la misión evangelizado-
ra de la Iglesia43, que parece proporcionada a la necesidad
que existe de una nueva evangelización; pero que resultan
ineficaces porque en gran medida están enmarcadas bajo las
coordenadas del minimalismo espiritual y, como consecuen­
cia, no se menciona la urgencia de corregir las escandalosas
desviaciones que existen en el actual sistema de administrar
los sacramentos, sobre todo las BBCC.

b) El miedo de los eclesiásticos a perder lo que en realidad


nos destruye

Visto lo visto, si está claro que no se puede construir


la casa sobre el tejado —y por ello no sirve una sacramenta-
lización que dispense a los catecúmenos de la fe y la conver­
sión—, conviene preguntarse: ¿Por qué, sin embargo, no se
remata la jugada ni en Roma, ni en las Conferencias de Obis­
pos, ni en las diócesis y parroquias?
El director de la iniciativa evangelizadora Alpha-Es-
paña daba la respuesta a lo que nos preguntamos, en una
reciente entrevista en la que le preguntaban sobre cómo
acogen sacerdotes y obispos en España la necesidad de
abandonar la pastoral de mantenimiento para pasar a una
pastoral evangelizadora:
«Hay un grupo de gente que está muy atenta y que se
mueve mucho para aprender: es un 5 % más o menos.

43 A este efecto, puede consultarse, en la Bibliografía final, el apartado


correspondiente a documentos del Magisterio eclesiástico.

57
Quo vadis, Ecclesia?

Luego hay un 40 % que escucha este discurso y al menos


lo acepta: lo veo en charlas que doy en diócesis. Pero 1
nivel práctico veo pocos que le quieran poner el casca]
bel al gato. Muchos te dicen: 'Esto es lo que yo desearía,
eso es lo que queremos, pero las estructuras que hay no
favorecen el cambio'. El día a día les absorbe, los curas
están pluriempleados en cada vez más cosas. Su labol
pastoral consiste en apuntalar una Iglesia de manten!
miento que les está consumiendo y que saben que en al­
gún momento va a colapsar. No es fácil, porque a nivel
de obispos hay una cierta apertura a escuchar y habla]
de estos temas, pero a nivel práctico no hay decisión
para concretar los pasos necesarios para que la Evange­
lio gaudium sea el programa de su conversión pastoral»!

En las anteriores palabras está muy bien descrita la


trampa saducea en que nos encontramos. En efecto, no po­
demos evangelizar porque estamos absorbidos por un entra
mado de BBCC que apenas transforman a casi nadie y en
cima nos impiden dedicamos a lo que deberíamos atender
La llamamos pastoral de mantenimiento. Pero, en realidad
deberíamos denominarla pastoral de desmantelamiento.
Mons. Sebastián ha venido afirmando que la sitúa
ción es tan generalizada que requeriría dedicar un Sínodl
general de los obispos de Europa y América, a la reforma di
la Iniciación cristiana: pero que esa asamblea no se ha llega
do a convocar porque, a su juicio, hay «temor a abordar esti
problema. Pero la práctica del avestruz nunca ha sido uí
buen sistema para resolver los problemas. Y en la Iglesia n(
hay por qué tener miedo a reconocer la verdad de las cosaí
ni a abordar de frente los problemas que se nos presentar
en cada época. Contamos siempre con la ayuda del Señop
(Evangelizar, 309).

44 Tote Barrera, Entrevista en Alfa y Omega, 21.VI.2018.

58
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

La demora para esa conversión nos está costando


demasiado: el riesgo de la supervivencia de la Iglesia en
Occidente. Y es que «pasar de ser una Iglesia establecida a
una Iglesia misionera no es cosa fácil -proseguía don Fer­
nando—. De hecho llevamos años diciendo que tenemos que
hacer ese cambio y no lo hacemos, no nos atrevemos, nos
sentimos inseguros, no sabemos cómo hacerlo, no podemos
liberamos de las adherencias de las situaciones pasadas,
tenemos miedo. Y sin embargo es indispensable hacerlo»
(Evangelizar, p. 106).
¿A qué tanto miedo a renunciar a esa pastoral de man­
tenimiento que, por ser cada día más lánguida, hemos de­
nominado como pastoral de desmantelamiento? Por una parte,
por miedo a pasar, de aquel status del Antiguo Régimen en
que la Iglesia lo tenía todo humanamente, al riesgo de que­
darse solos: en lugar de darse cuenta de que, en realidad,
por seguir así, lo estamos perdiendo todo, según se viene
comprobando en tantos sitios del mundo donde, por no ha­
ber reaccionado a tiempo, están teniendo que cerrar parro­
quias a ritmo vertiginoso por falta de recursos económicos
y humanos. Y por otra porque, después de quince siglos de
Iglesia amparada-estatal-tutelada, ahora no sabemos cómo
dar ese giro de timón.
Se suele disimular ese miedo con el pretexto de no caer
en el puritanismo de una Iglesia de selectos que rechazaría
a los vacilantes. Y se cubre ese ardid bajo una manipulada
noción de misericordia que, en realidad, descuida el deber de
remediar la miseria espiritual de los alejados, por desconfiar
de la acción sanadora y liberadora del Espíritu. Pero todas
esas excusas no consiguen esconder que, en la práctica, se
está metiendo la cabeza debajo del ala, para no tener que

59
Quo vadis, Ecclesia?

arrostrar con audacia y atrevimiento —con la parresía de la M


en Dios— la necesidad de renovamos eclesialmente.
¿Y a qué se aterran para justificar la prosecución d¡
esa pastoral de mantenimiento? A la falsa ilusión de que la
pervivencia de ciertos elementos culturales del cristianismo
significaría que la crisis no es aún tan grave. Quieren seguir
consolándose con las huellas culturales del cristianismo en
el calendario, las fiestas, el arte, las leyes, las costumbres, la
historia, y un largo etcétera, para no reconocer que Occidenl
te como sociedad ha abandonado la fe cristiana. No es para
tanto — argüirán «algunos eclesiásticos ilustres que piensan
que la llamada a una nueva era evangelizadora es una exage­
ración y un despropósito que no tiene en cuenta los valorea
cristianos de nuestra sociedad» (Evangelizar, 166).
Son los mismos que se fijan en el porcentaje de es1
pañoles que están bautizados y los siguen considerando
miembros de la Iglesia a pesar de que «no conservan lí
fe en su bautismo ni tienen ninguna relación vital con lí
Iglesia» (Evangelizar, 104). Y en sus sermones siguen diril
giéndose a ellos en clave recriminatoria, como si aún fue|
ran fieles que se consideraran católicos y que admitieran el
deber de vivir según la fe.
Son los que se consuelan pensando en los que aún se
casan en la Iglesia o en los padres que piden el Bautismd
o la Comunión para sus hijos —algo es algo, dicen—, sin
considerar que ni los van a educar en esa fe en la que ellos
no creen, ni los van a acompañar a la Iglesia después de la|
fiesta de su Comunión, convertida en primera y última. Y
que se conforman con tener cubierto el expediente de que
haya pastoral con jóvenes —a los que acabarán adminiS'
trando indiscriminada y grupalmente la Confirmación—j

60
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

sin entrar en si practican la oración y los sacramentos, ni si


viven cristianamente.
¿En qué pensarán esos clérigos cuando preguntan a los
padres si se comprometen a educar a su hijo en la fe, a sabien­
das de su falta de disposiciones para responder afirmativa­
mente; o cuando renuevan los compromisos bautismales los
niños de familias no practicantes, que van a recibir la primera
(y última) Comunión; o los muchachos a los que, sin prac­
ticar la fe, se les admite a la Confirmación? ¿Dónde queda
la ley canónica de que no es lícito —porque contradeciría la
tradición apostólica de la Iglesia— administrar el Bautismo a
menores cuando no «haya una esperanza fundada de que el
niño va a ser educado en la religión católica»?45
Quienes se prestan a esas celebraciones sacramentales
en falso, son los mismos que se animan pensando en tantos
muchachos que se educan en colegios confesionales sin tener
en cuenta que ahí el carácter institucional de ciertas prácticas
religiosas o de determinadas catcquesis escolares planteadas
como una actividad extraescolar, ocasiona que no interiori­
cen esa formación.

45 Código de Derecho Canónico de 1983, canon 868 § 1-1®. Este parágrafo


del canon añade además un número 2° donde expresamente se dice que
cuando falta «esa esperanza, debe diferirse el bautismo (...) haciendo
saber la razón a sus padres». Y no puede decirse que ambos criterios
pastorales carezcan de antecedentes. Detrás del número 1® está el Ordo
baptismi paroulorum de 10 de junio de 1969 y una respuesta del Santo
Oficio de 20 de marzo de 1933, además del canon 750 §2 del CIC-17. Y
el número 2® tiene detrás una respuesta de la Doctrina de la Fe de 13 de
julio de 1970 y su Instrucción Pastoralis actio de 20 de octubre de 1980,
además del mencionado canon del CIC-17. Ese canon 750 §2 tiene una
amplia tradición de textos, que se remontan a las Decretales de Gregorio
IX de del año 1234 y, después, textos de Pontífices como Benedicto XIV,
Clemente XIII, Pío VI, aparte de varias Instrucciones y Decretos del San­
to Oficio y resoluciones de organismos curiales durante el siglo XVIII.

61
Quo vadis, Ecclesia?

Y son los que se quedan satisfechos calibrando el por-’


centaje de los que se apuntan a la asignatura de Religión en
los centros estatales, sin preocuparse de que la falta de cohe­
rencia cristiana de algunos de estos profesores hace que nada
de ello les lleve a encontrarse con Cristo y a seguirlo. Y eso
cuando se enseña en verdad la fe apostólica; pues tampoco
faltan los casos y situaciones en que lo que se presenta como
cristianismo no es en realidad la fe de los Apóstoles.
Pues, ¿dónde están ahora todos esos que recibieron
tantas catcquesis de iniciación; los que se casaron en lai
Iglesia; los que estudiaron en colegios confesionales o que|
se inscribieron en Religión? Y, ¿qué coherencia existe en i
ese 40 % de jóvenes en España que en 2016 se definían i
como católicos, cuando, sin embargo, a la hora de la ver­
dad, la religión ocupa para ellos uno de los últimos luga­
res en la escala de sus asuntos importantes (16 %), y sólo
un 10% acepta la moral sexual católica, sólo un 10,3% se
considera practicante y sólo un 8,3% asiste semanalmente ¡
a la iglesia?46

c) Reacciones parcialmente malogradas de los consagrados yl


de los nuevos movimientos religiosos

Según explicaremos en los dos Capítulos siguientes, el


integrismo produjo un enfriamiento en la caridad de la vida
intema de las comunidades católicas, que mermó considera­
blemente su atractivo, llegando a producir el rechazo que ha]
alejado paulatinamente a la sociedad respecto de la Iglesia.
Ese debilitamiento de la caridad se manifestó prima-i
riamente en sus dos dimensiones, trascendente e inmanente:]
___________
46 Son datos del Informe anual 2016 de la Fundación Santa María.

62
p
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

es decir, en una falta de aquella consistencia espiritual y de


unión comunitaria que caracterizaron a los primeros cristia­
nos (cf. Act. 2,42-44). Y por eso se entiende que las distintas
y variadísimas iniciativas —cenobios, monasterios, órdenes
mendicantes, órdenes religiosas, institutos religiosos y se­
culares y nuevos movimientos religiosos— que el Espíritu
Santo ha suscitado en la Iglesia desde el siglo IV, en orden
a compensar ese apagamiento de la fe, se hayan caracteriza­
do por su intensidad espiritual y comunitaria. Y esto explica
que, desde la estatalización de la organización eclesiástica,
el protagonismo evangelizador lo hayan tenido de ordinario
estas instituciones carismáticas.

o El atractivo de los nuevos movimientos religiosos

El atractivo de la vida consagrada ha sido siempre su


radicalidad evangélica y su intensidad comunitaria. No po­
día ser de otro modo, porque eso es el Evangelio: experien­
cia del amor de Dios que se desborda en la caridad con los
demás. Y, por eso también, cuando la Iglesia institucional ha
aflojado en la caridad con Dios y con los demás, ése ha sido el
hueco que han procurado rellenar las agrupaciones evangé­
licas provenientes de la Reforma, ofreciendo como 'gancho'
una religiosidad más inmediata —aunque basada más en la
sensibilidad que en el espíritu— y una experiencia comuni­
taria más cercana.
Ahí ha estado también el 'éxito' de los nuevos movi­
mientos religiosos que fueron surgiendo en el siglo pasado.
En la medida en que han ofrecido, como meta, una religio­
sidad más radical; como método de transmisión, el testimo­
nio; y, como apoyo, una más intensa vida comunitaria, han
atraído a muchas personas, bautizadas y no bautizadas.
Quo vadis, Ecclesia?

Sin embargo, a pesar de su vitalidad inicial, estas agru­


paciones no han contribuido, en la medida en que se podía!
esperar inicialmente, a una verdadera renovación de la Igle-1
sia, sino que su primer empuje ha languidecido en el caso
de algunas; y, en el de otras, se ha desvirtuado en algunos
aspectos —según hemos comentado ya al hablar de la tarea!
de purificación ejercida por Benedicto XVI—, adoptando mo-1
dos un tanto sectarios, cifrando su religiosidad en prácticas
más bien pelagianas47, y su vida comunitaria, en absorción,!
fanatismo y aislamiento. Por no hablar de los escándalos quej
se han producido en los fundadores y/o en la cúpula de no,
pocas de estas nuevas instituciones eclesiales.
También han mermado la contribución de estas agru­
paciones carismáticas a la renovación de la Iglesia, los pro­
blemas eclesiales que se han derivado de su exención, en
cuanto que —como veremos en el Capítulo III, al tratar de I
los daños que el integrismo ha ocasionado a la estructural
de la Iglesia— han perjudicado a la comunión eclesial.
En efecto, examinando la historia de la Iglesia, se vei
cómo la vida de la organización eclesiástica y de estas insti-j
tuciones que se engloban bajo la denominación de carismáti-j
cas, han discurrido un tanto como en paralelo: pero no desde
el inicio, sino desde que empezaron a gozar de la exención
respecto de la autoridad del obispo local, lo que sucedió ex-¡
cepcionalmente a partir del siglo VII y se generalizó a partir,
del siglo XI48.
Esto explica, a mi juicio, que la aportación que éstas
han ido realizando a la vida de la Iglesia no haya conseguí-;

47 Me refiero al tipo de religiosidad que critica Francisco en la Exhor-Í


tación apostólica, Gaudete et exultate, sobre el llamado a la santidad en el
mundo actual, 19.III.2018, nn. 57-59.
48 Esta cuestión y sus consecuencias en la vida de la Iglesia en su his-,

64
! ü
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

do corregir el error del integrismo eclesiástico, ni detener la


apostasía de Occidente, por más que sus logros, como ex­
plicó Benedicto XVI en París a los intelectuales, hayan sido
tan impresionantes, estando en la fuente de los principales
avances de la sociedad occidental49.
Se trata de uno de los problemas más relevantes que
han de corregirse, si se quiere que la Iglesia vuelva a respi­
rar con sus dos pulmones —el jerárquico y el carismático—
y pueda llegar a recuperar el resuello que necesita para no
desistir en la carrera de la fe. Así lo ha subrayado reciente­
mente la ya mencionada Carta de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, luvenescit Ecclesia, sobre la relación entre
los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión
de la Iglesia, que se publicó en Pentecostés de 2016.
La Carta comienza señalando cómo el Concilio Va­
ticano II, en su Constitución sobre la Iglesia, subrayó que el
Espíritu la renueva continuamente, edificándola y guián­
dola «con diversos dones jerárquicos y carismáticos»50 que
deben integrarse en la comunión eclesial. Entre esos dones
carismáticos están «todas las asociaciones tradicionales, ca­
racterizadas por fines particulares [monásticas, mendicantes,
congregaciones], así como también los Institutos de vida con­
sagrada, y aquellas realidades más recientes que pueden ser
descritas como agregaciones de fieles, movimientos eclesia­
les y nuevas comunidades»51.

toria aparece lúcidamente tratada por José María MUÑOZ DE JUANA,


Comunión en la Iglesia local y exención, REDC 71 (2014) 209-270. Los aspec­
tos históricos aparecen en las pp. 214-225.
49 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso en el Encuentro con el mundo de la cul­
tura en el Colegio de los Bernardinas, París 12.IX.2008.
50 CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, 21.XI.1964, n. 4
51 Carta 'luvenescit Ecclesia', 15.05.2016, n. 2.

65
Quo vadis, Ecclesia?

o Sin comunión con la jerarquía se malogran los carismas

En la Vigilia de Pentecostés de 1998, Juan Pablo II, di-1


rigiéndose a los representantes de los nuevos movimientos
y comunidades eclesiales, se refirió a ellos como una «res-1
puesta providencial»52 suscitada por el Espíritu Santo ante la I
necesidad de comunicar de manera convincente el Evange-1
lio a un mundo fuertemente secularizado. Pero añadía que
había llegado para todos estos grupos eclesiales —y habría
que añadir que también para las instituciones religiosas más
antiguas— el momento de la 'madurez eclesial', que implica!
su pleno desarrollo e inserción «en las Iglesias locales y en
las parroquias, permaneciendo siempre en comunión con los
pastores y atentos a sus indicaciones»53.
Es imprescindible recuperar esa inserción. La vida de
las Iglesias particulares no puede prescindir de los carismas,
como le repliqué en una ocasión a un obispo que me decía
que no le parecía necesario que me acompañaran en el ejer-i
cirio de ministerio exordstico personas con palabra de cono­
cimiento, o con el don de discernimiento, o de profería, o de
lenguas, o de interpretar lenguas, que san Pablo menciona
entre los principales carismas:

—¿Usted no cree —le decía yo— en 1 Corintios 12? Es­


toy de acuerdo en que, como añade san Pablo, todos ellos
deben estar informados por la caridad (cf. 1 Cor 13) y ejer­
cerse bajo la guía de la jerarquía (1 Cor 14). Pero los carismas
los suscita el Espíritu para el bien de la Iglesia, y no somos
quiénes para enmendarle la plana. —Y el obispo se calló

52 JUAN PABLO n, Discurso a los representantes de los nuevos movimien


tos y comunidades eclesiales, 30.V.1998, n. 7.
53 Ibídem, n. 8.

66
La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

La Iglesia necesita de los movimientos carismáticos


suscitados por el Espíritu desde el siglo IV. Pero éstos, a
su vez, tienen que salvaguardar la comunión eclesial, si no
quieren perderse en el camino, como acabamos de ver que
ha sucedido en el siglo XX, al reseñar la labor de corrección
que Benedicto XVI tuvo que realizar durante su pontificado
sobre bastantes de los más extendidos nuevos movimientos
eclesiales. ¡Cuántas de sus aportaciones se malogran por ais­
larse y no actuar con transparencia ante la Jerarquía! Pues, al
perder el discernimiento y apoyo de la Iglesia y encerrarse
en torpes intereses interesados, adoptan praxis sectarias que
tanto daño han hecho a muchas almas que se acercaron a
ellos con la mejor voluntad.
Por tanto, la renovación de la Iglesia «requiere la in­
serción activa de la realidad carismática en la vida pastoral
de las Iglesias particulares. Esto implica, en primer lugar,
que las diferentes agregaciones reconozcan la autoridad de
los pastores en la Iglesia como realidad interna de su pro­
pia vida cristiana, anhelando sinceramente ser reconocidas,
aceptadas y eventualmente purificadas, poniéndose al servi­
cio de la misión eclesial»54.

o El amor al Papa no garantiza la comunión eclesial


de los carismáticos

Vivir bien la comunión eclesial es vital para las


comunidades carismáticas. Pero bien entendido que, «para
vivir adecuadamente la eclesialidad no basta con ser devotos
del Papa: hay que acercarse al propio obispo, a todos, no
sólo a los simpatizantes, y no sólo para decirle lo que están

54 Ibídem, n. 20.

67

m ...
lAs.’/ i'' ‘
ywoMl
¡'••r/V-v
Quo vadis, Ecclesia?

haciendo o piensan hacer, sin escuchar lo que él quiere que1


hagan (...). Sólo así los movimientos y las nuevas realidades I
eclesiales serán fermento de renovación para toda la!
comunidad cristiana y lograrán fortalecer y fecundar la misión I
evangelizadora de la Iglesia con amplitud y estabilidad. Si, I
para trabajar con más libertad y agilidad, pretendieran seguir ]
trabajando por su cuenta, se equivocarían gravemente. Esto I
mismo es lo que hacen los grupos de izquierda que pretenden I
renovar la Iglesia al margen de la jerarquía. En su alejamiento ]
comprometen la eficacia de su labor» (Evangelizar, p. 223).
Es cierto que también los pastores tienen que facilitar
la cercanía con las comunidades de los diversos carismas.
Pues es indudable que, para que los carismas estén abiertos a
esta dimensión de la comunión eclesial, se requieren pastores
doctos y piadosos que se distingan por el celo en la salva-l
guarda de la fe, únicos capaces de ejercer el discernimiento!
espiritual adecuado en cada caso: la recepción del orden sa­
cramental en su grado máximo no significa necesariamente]
la recepción de la ciencia infusa ni de las dotes naturales que
son exigibles para ejercer tal ministerio, ya que quod natural
non dat, Salmantica non prestat.
Pero es verdad lo que afirmaba don Femando Se­
bastián. Muchas de estas comunidades, al encerrarse en sí
mismas, en vez de vivir para la misión de la Iglesia, acaban
pensando en autoabastecerse mediante un proselitismo utili­
tarista que destruye la caridad. Y, al perder el discernimiento
de la Iglesia, acaban en praxis ya condenadas por la Jerarquía
en siglos anteriores, pero que se tienen como incuestionables
por parte de los miembros de esos grupos, porque sus ilu­
minados dirigentes, so pretexto de espíritu fundacional, se las
imponen a sus conciencias como divinas.

68

y ■ ■ ■■■'■ ■ ■ ■'* L<''<


La responsabilidad de la Iglesia en la Apostasía de Occidente

En realidad, esos comportamientos nada tienen que


ver con la acción del Espíritu Santo, pues son decisiones
humanas de sus fundadores, que éstos han divinizado
ante los suyos, sin permitir —con su falta de transparencia
ante la Jerarquía— un auténtico discernimiento eclesial:
una ocultación que demuestra que son conscientes de que
hay dimensiones en las que el supuesto carisma es falso,
aun cuando lo que se promueva se haga buscando fines
buenos o laudables.
No cabe duda de que Cristo es Sacerdote y Profeta
y de que por eso no se puede ser Iglesia sin la fidelidad en
los Sacramentos y a la Palabra. De hecho, las congregacio­
nes e institutos religiosos que en el siglo XX no aceptaron las
observaciones al modernismo que planteó san Pío X en su
encíclica Pascendi (1907), y se dejaron llevar por la exégesis
racionalista y los postulados morales de la ideología de gé­
nero, han experimentado una crisis tan notable que algunos
pusieron sus esperanzas en que su malograda aportación a la
Iglesia se viera compensada por la novedad carismática que
traían los nuevos movimientos religiosos.
Pero Jesucristo también es Rey, y por esa razón tam­
poco se puede ser Iglesia sin aceptar la guía del Buen Pastor.
Sin comunión eclesial se mata la vitalidad espiritual de toda
iniciativa cristiana. Y, por eso, las aportaciones a la Iglesia
que pueden hacer los viejos y nuevos carismas se malogran
cuando descuidan la comunión eclesial. Y por esta razón se
hace preciso acabar con lo que ha facilitado esta corruptela:
la interpretación abusiva de la exención de los consagrados
respecto de la autoridad episcopal:
«Tenemos que superar de una vez —volvía a clamar el
cardenal Sebastián— la ampliación abusiva de la exen­
ción. La comunidad religiosa, los religiosos y religiosas,

69
Quo vadis, Ecclesia?

sean laicos o sacerdotes, una vez situados en una Iglesia!


local, se tienen que sentir parte de esa Iglesia local, en-1
cuadrados en sus instituciones y delegaciones, afectados
por sus necesidades y proyectos, guiados por la autori­
dad del obispo como los demás diocesanos, sin perjuicio 1
de su exención interna y de la plena fidelidad a su caris-i
ma y sus propias observancias» (Evangelizar, 217-218),

Ni quitar nada de la autonomía de las agrupaciones I


carismáticas en lo que se refiere a la especificidad de sus I
carismas, ni aprovechar eso para eximirse de la obediencial
a quien es por derecho divino la cabeza de la Iglesia particu-1
lar: «El obispo no puede intervenir en la vida interna de las I
comunidades o de las congregaciones, pero le corresponde I
a él organizar y coordinar el trabajo apostólico dentro de su 1
Diócesis, también el de los religiosos y consagrados, en el
conjunto de la vida diocesana» (Evangelizar, 214).
De lo contrario, como recuerda la luvenescit Ecclesia, no
sólo sufre la Iglesia, al perder la aportación de los carismas I
que va suscitando el Espíritu Santo; sino que también sufren]
las comunidades carismáticas que, según enseña paladina”]
mente la historia de la Iglesia, al perder su eclesialidad, más]
pronto que tarde acaban malográndose.

70
Capítulo II

El integrismo católico en el origen del


PROBLEMA

Si la luz se apaga, todo se toma en oscuridad (cf. Mt 5,


13-14). Según acabamos de describir, eso es lo que ha pasado
en Occidente de forma especialmente vertiginosa en el último
siglo, en que, al consolidarse la caída del Antiguo Régimen55,
que había comenzado en la Revolución Francesa, la sociedad
perdió ese freno que desde siglos el Estado cristiano había
opuesto a la inmoralidad.
Pero que la desmoralización se acelerara al perderse
la confesionalidad del Estado —convirtiéndose incluso en
muchos sitios en Estado laicista— no significa que ella no

55 'Antiguo Régimen' (en francés: Anden Régimé) fue el término que


los revolucionarios franceses utilizaron para designar peyorativamente
al sistema de gobierno anterior a la Revolución francesa, la monarquía
absoluta de Luis XVI y del resto de las monarquías europeas. Fue prin­
cipalmente Alexis TOCQUEVILLE quien asentó la expresión en el ám­
bito literario a partir de la publicación en 1856 de L'Anden Régime et la
Révolution, que ha sido recientemente reeditado en español: El Antiguo
Régimen y la Revoludón. Madrid 2005. Ed. Alianza Editorial, Desde una
perspectiva histórica eclesiástica, ese absolutismo procede de la sacrali-
zacion del poder estatal que se derivó del integrismo católico, esto es, de
la indebida homogeneización de la sacra potesías con la potestad secular
del poder civil.

71
Quo vadis, Ecclesia?

existiera antes, sino sólo que en ese momento se puso más


en evidencia.
Como hemos apuntado, la mundanización de la
institución eclesial y la descristianización de la sociedad
oficialmente católica no es solamente un mal de la época
reciente. Este alejamiento de los católicos respecto de
la moral evangélica —que los ha llevado a dejar de
ser sal y fermento en la sociedad, y ha disminuido su
influencia-presencia social y cultural— viene de lejos/
según vamos a mostrar a continuación.

i. El drama de la aceptación del integrismo

En mi opinión, el factor que más ha influido en el en­


friamiento de la fe de los católicos ha sido la constitución de
la Iglesia como religión oficial del Imperio Romano, en el
año 380, mediante el Edicto de Tesalónica, también llamado
"Cunetas populos". Por tanto, quede claro que este inicio del
declinar de la fe no se produjo en el año 313, en que la Iglesia
obtuvo la libertad religiosa, después de 3 siglos de persecu­
ciones, sino setenta años después, cuando se convirtió en re-,
ligión estatal o religión oficial del Imperio.

a) De la libertad religiosa a la estatalización de la Iglesia

Uno de los discursos más recurrentes de diversas sec­


tas evangélicas es el de afirmar que la Iglesia católica no es la'
Iglesia fundada por Jesucristo, sino que se fundó en el Con-¡
cilio de Nicea (a. 325), al convertirse en religión oficial del
Imperio Romano. Con ello, se habría apartado de la fidelidad
al Maestro, que había establecido: «Dad al César lo que esl

72 ■'
El integrismo católico en el origen del problema

del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21), y se habría


mundanizado, convirtiéndose a lo largo de los siglos en el
Anticristo, en la Gran Ramera, en la Babilonia pagana.
En verdad, esa acusación no es cierta ni desde el punto
de vista histórico, ni del evangélico. No lo es desde el punto de
vista evangélico, ya que Jesucristo advirtió que su Iglesia sería
como una red barredera con peces buenos y malos, que sólo
serían separados en el final de los tiempos (cf. Mt 13, 47-50).
Por eso, la Iglesia de Jesucristo, ésa de la que afirmó Jesús que
subsistiría hasta su parusía (cf. Mt 28,20), no ha sido destrui­
da —sorprendentemente, desde una perspectiva meramen­
te humana— por los defectos de sus miembros, sino que,
junto a éstos, no han faltado nunca en su historia abundan­
tísimos frutos de santidad y de benéfica influencia social.
Así lo puso de manifiesto Benedicto XVI, de forma magis­
tral, en su memorable discurso a la intelectualidad mundial
en el Colegio de los Bemardinos en París, el 12.IX.2008, en
el que explicó cómo los logros científico-técnicos, artísticos,
democráticos y solidarios de Occidente tuvieron su origen
en los monasterios.
Pero tampoco es exacta la acusación de que la esta-
talización de la Iglesia, que supuso el comienzo histórico
de su mundanización, se produjera en el Concilio Niceno,
puesto que éste no fue el momento en que la Iglesia pasó a
ser una religión estatal. Es verdad que ese concilio se cele­
bró por convocatoria del emperador Constantino, hijo de
santa Elena, aunque no cristiano hasta que se bautizó años
después en su lecho de muerte. Pero este hecho no equivale
a que el Imperio hubiera asumido ya el cristianismo como
religión oficial.
Lo que sucede es que, en aquellos tiempos, habría sido
impensable que un acontecimiento de tal magnitud se hu-
73

<77 7:‘. ■ <


Quo vadis, Ecclesia?

biera celebrado sin la anuencia del Emperador romano, en-


carnación del poder supremo y absoluto del orden político.
Y mucho menos, cuando se trataba de aquella comunidad |
religiosa a la que el Imperio había perseguido brutalmente I
durante tres siglos y a la que el propio emperador Constan-]
tino, en el año 313, había concedido la libertad religiosa, con
el Edicto de Milán, después del conocido hecho extraordi­
nario56 que lo convirtió en emperador, y que sucedió en la
batalla del Puente Milvio.
Además, habida cuenta de los problemas sociales que
estaban ocasionando las controversias doctrinales entre cris­
tianos, el propio Emperador tenía interés —en aras a la paz
del Imperio— en que se aclarara la doctrina cristiana y se
frenaran así aquellas revueltas57. Y, de hecho, él mismo fa­
cilitó su propio palacio imperial para la celebración de las
sesiones de un concilio de obispos —el de Nicea (a. 325) — en1
el que la acción del Espíritu Santo fue nítida, al condenarse el

56 Antes de entablar batalla contra Majencio, en la pugna por conse­


guir ser Emperador, Constantino recibió en visión el siguiente mensaje
referido a la Cruz de Cristo: In hoc signo vinces (= con esta señal vencerás).
E hizo poner la señal de la cruz en sus estandartes. Y ganó la batalla (cf.
Lucio Celio Firmiano LACTANCIO, Sobre la muerte de los perseguidores.
Introducción, traducción y notas de Ramón Teja, Madrid 1982, ed. Edito­
rial Gredos, p.189 [= De mortibus persecutorum CSEL 222]).
57 Cf. SÓCRATES DE CONSTANTINOPLA, Historia Eclesiástica en
Biblioteca Patrística 106-107, Madrid 2017. Ed. Ciudad Nueva. Ahí pue­
den verse muestras de la gravedad y violencia de los conflictos entre
las iglesias locales y entre los obispos cristianos durante los siglos IV y
V, que el poder civil no podía ignorar: unas iglesias locales contra otras,
unos obispos contra otros, y unos cristianos contra otros cristianos. A
veces, en una misma ciudad había parroquias contra parroquias, aunque
entonces no se usaran esos términos, porque la organización eclesiástica
todavía se estaba forjando; y unos cristianos estaban contra otros, ocu­
pando unos unas iglesias y otros otras, anatematizándose unos a otros
y a veces con violencia extrema: así sucedió, por ejemplo, en el Norte de
Africa con los circunceliones de la época de Agustín (= terroristas "cris­
tianos" contra cristianos, en nombre de la fe donatista).

74
El integrismo católico en el origen del problema

arrianismo, del que era partidario el Emperador, quien se en­


contraba bajo la influencia del obispo amano de Nicomedia,
que es quien lo bautizaría en su lecho de muerte.
Pero la aprobación oficial de la celebración del Con­
cilio de Nicea no suponía en absoluto que el cristianismo
pasara a ser todavía una religión estatal. No, el integrismo
religioso (la integración de una religión en la maquinaria es­
tatal, que abriría las puertas a la conversión de la religión
en una instancia de poder, y la intromisión del poder estatal
en los asuntos internos de la religión) no afectó a la Iglesia
hasta setenta años después de que ésta obtuviera la libertad
religiosa; siendo, por desgracia, dos hispanos, el emperador
Teodosio I el Grande y el papa san Dámaso, quienes en el año
380 —probablemente, de forma tan bienintencionada como
errónea— la convirtieron en religión oficial del Imperio.
El texto del Edicto "Cunctos popules", de 3 de marzo
de 380, por el que se instaura la confesionalidad estatal, fue
el siguiente:
«Queremos que todos los pueblos que son gobernados por
la administración de nuestra clemencia profesen la religión
que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta
hoy se ha predicado como la predicó él mismo, y que es
evidente que profesan el pontífice Dámaso y el obispo de
Alejandría, Pedro, hombre de santidad apostólica. Esto es,
según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica cree­
mos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíri­
tu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa
Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos
católicos quienes sigan esta norma, mientras que los de­
más los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la
infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el
nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza

75
Quo vadis, Ecclesia?

divina, y después serán castigados por nuestra propia ini-1


ciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial»58, |
Ciertamente, el Edicto "Cunctos populos" establece!
una confesionalidad en cuanto declara la voluntad impe-1
rial de que todos sus súbditos profesen la religión del após­
tol Pedro, y recoge, para precisarla, una confesión de la fe I
evangélica y apostólica en la Santísima Trinidad. Además]
añade una reprobación de los que no sigan esta norma.
Pero, más allá de su literalidad, el contexto histórico del
edicto lo enmarca como un acto del poder político — nol
una "profesión de fe" personal de nadie—, que se ordena­
ba a determinar criterios por los que resolver los conflictos!
de orden público que el hecho cristiano venía suscitando
en la sociedad del Imperio.
No obstante, aunque la motivación fuera de orden
político, no puede negarse que el acto, en sí mismo, cons­
tituía una intromisión del poder civil en las conciencias!
de los ciudadanos romanos y en los asuntos internos de la
Iglesia que, a corto y a largo plazo, condicionaría por siglos]

58 El texto original del Edicto de Tesalónica, también conocido como!


"Cunctos populo?', es el siguiente: «IMPPP. GR(ATI)IANUS, VAL(EN-|
TINI)ANUS ET THE(O)D(OSIUS) AAA. EDICTUM AD POPULUM
VRB(IS) CONSTANTINOP(OLITANAE). Cunctos populos, quos cle-
mentiae nostrae regit temperamentum, in tali volumus religione versari, ]
quam divinum Petrum apostolum tradidisse Romanis religio usque ad I
nuc ab ipso insinuata declarat quamque pontificem Damasum sequi cla-l
ret et Petrum Aleksandriae episcopum virum apostolicae sanctitatis, hoc]
est, ut secundum apostolicam disciplinam evangelicamque doctrinam
patris et filii et spiritus sancti unam aeitatem sub parili maiestate et sub]
pia trinitate creaamus. Hanc legem sequentes Christianorum catholico-j
rum nomen iubemus amplecti, reliquos vero dementes vesanosque iu-1
dicantes haeretici dogmatis infamiam sustinere 'nec conciliabula eorurn]
ecclesiarum nomen accipere', divina primum vindicta, post etiam motus
nostri, quem ex caelesti arbitro sumpserimus, ultione plectendos. DAT]
III Kal. Mar. THESSAL(ONICAE) GR(ATI)ANO A. V ET THEOD(OSIO)]
A.ICONSS.»

76

í'.'TjT ir "TMlMit—iiii....... ............—*SÁ


El integrismo católico en el origen del problema

la organización de las comunidades cristianas y también la


misma configuración de la vida social del Estado.
Pues, aunque sí es competencia natural de la potestad
civil buscar la paz social conforme a una recta noción de or­
den público en las sociedades que rige, sin embargo es obvio
que carece de competencia ni para imponer ninguna religión,
ni para pronunciarse sobre "disputas de fe"59. Y el que eso se
produjera en el año 380, dio lugar a un complejo proceso his­
tórico que ha ocasionado notables turbulencias en el orden
político y en el doctrinal.
Cada vez que se ha querido justificar esa confesionali-
dad, se ha recurrido como excusa, a hablar de "los derechos
de la verdad frente al error", enseñanza que incluso se hizo
oficial durante el siglo XIX, hasta que Pío XII comenzó a
hablar de que "la legítima sana laicidad del Estado es uno
de los principios de la doctrina católica"60.
Por su parte, el Vaticano II señaló que la Iglesia ya no
pone su esperanza para la evangelización en esa ayuda de las
potestades civiles, hasta el punto de pedirles que renuncien
a todo derecho de intervención en asuntos eclesiásticos que
se le haya reconocido a lo largo de la historia, y se centren en
tutelar el derecho fundamental de libertad religiosa61.

59 La fe no es un "corpus doctrinal" cosifícado, a cuyo servicio tendría


que ponerse el poder secular, como si hubiera que reconocerle alguna
capacidad para hacer "profesiones de fe". Es preciso rechazar esa con­
fusión de planos, que es también la que subyace a los integrismos, sean
de derechas —como fue el catolicismo social y político del régimen fran­
quista— o de izquierdas —como fue la teología política de Juan Bautista
Metz, que sería semilla de la teología marxista ae la liberación.
60 PÍO XII, Discursos y Radiomensajes, 2.III.1958.
61 Cf. CONCILIO VATICANO II, Declaración "Dignitatis humanae", so­
bre la libertad religiosa, 7.XII.1965, n. 6.

77
Quo vadis, Ecclesia?

b) La tradición vétero y neotestamentaria, contrarias al


integrismo

La Ley de Moisés y la enseñanza de Jesucristo en esta!


materia habían sido muy discordantes respecto de las tradi-l
ciones milenarias de todas las religiones de todos los pue-1
blos de la humanidad. Todas las religiones idolátricas eran
y habían sido estatalmente institucionales. En cambio, en el]
Pueblo de Dios la misión de gobierno y la de culto estaban!
divididas. Moisés no fue sacerdote, por más que hablara con!
Yahveh cara a cara. Esa función la tenía su hermano Aarónd
y fue confiada a los hijos de Leví para siempre.
Por su parte, Jesucristo, en un momento en que el Pue-!
blo de Dios había perdido el autogobierno del que disfrutó
durante los cien años de la dinastía judía asmonea, les dejó!
muy claro que la dependencia respecto del emperador roma-1
no, que en ese momento los gobernaba, no podía interferir en I
su obediencia absoluta a Dios, a quien el mismo César debía!
someterse: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que
es de Dios» (Mt 22,21).
Precisamente por esta razón los cristianos fueron tan
perseguidos hasta el año 313. Suponían un serio problema
para el Imperio, en cuanto que se negaban a adorar al César/
por más que aceptaban obedecerle.
Era una cuestión que ya había estado muy clara para
los judíos, y que por eso no fue discutida por las autorida­
des de Jerusalén, cuando, ante su prohibición de predicar a
Jesucristo, los Apóstoles les replicaron: «Hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29). De este modo, a
los Apóstoles no les importó tener que sufrir la flagelación/
sino que «salieron gozosos de haber sido dignos de padecer
afrenta por causa del Nombre» (Hch 5,41).

78
El integrismo católico en el origen del problema

De igual forma, este deber estuvo tan claro para los


cristianos de los tres primeros siglos, que no dudaron en
arriesgar sus bienes y sus mismas vidas por ser fieles a su
fe en la persona de Jesucristo y en las palabras transmitidas
por los Apóstoles; o, dicho de otro modo, por mantenerse
fieles a la verdad recibida y creída, frente a cualesquiera
otros imperativos contrarios ordenados por el poder civil.

c) Factores que hicieron posible la admisión del integrismo

¿Qué sucedió para que la autoridad de la Iglesia —


cuyos fieles hasta el año 313 habían sido tan perseguidos
por negarse a rendir al emperador un culto divino— setenta
años después acabara cayendo en el integrismo religioso y, al
convertirse en religión oficial del Imperio, sus jerarcas llega­
ran —en algunos lugares y en determinados momentos— a
colaborar con el poder civil en la persecución de quienes se
convertían en un problema social por no aceptar ese credo
que había pasado a ser estatal?
A mi entender, esto se debió a dos factores. Ante todo,
a que la fórmula integrista que se empleó no era —ni expresa
ni directamente— idolátrica, puesto que no suponía ninguna
divinización de la autoridad civil. Por el contrario, aquella
declaración de la confesionalidad del Estado, que con el cur­
so de los siglos acabaría dando lugar a la figura del Sacro
Imperio, era una elección política que, aunque en sí misma
contenía una declaración sobre la fe de Pedro en la santísima
Trinidad, parecía obedecer a la recepción de una confesio­
nalidad sociológica que llevaba al poder político a encauzar
las conductas sociales en conformidad con la fe creída por la
mayoría de los ciudadanos.

79
Quo vadis, Ecclesia?

Pero la aceptación de ese error parece deberse tam­


bién a que, desde el momento en que, al recibir la libertad ]
religiosa, ser cristiano no suponía ya un riesgo social, se fue I
produciendo un cierto entibiamiento de la fe, como mues­
tra la aparición en ese momento de diversas herejías —como
el arrianismo, el docetismo, el apolinarismo, el donatismo o
el priscilianismo—, con los disturbios sociales que esas dis­
putas ocasionaron. Y, claro, desde esa fe más acomodada no
fueron capaces de prever las consecuencias del fallo que es- i
taban cometiendo al aceptar la indebida integración entre la!
autoridad sagrada de los obispos y la potestad regia, que se
derivaba de la confesionalidad estatal.
No es que la auctoritas sacrata y la potestas regalis pa­
saran a ser consideradas como poderes ontológicamente
k homogéneos aunque con ámbitos de jurisdicción diferentes.
I Pero esa declaración de confesionalidad por parte del esta-|
do dio lugar a un integrismo que en el curso de la historia se
mostraría como causa de muchas infidelidades al Evangelio,
de Jesucristo.
¿Cuáles fueron las principales consecuencias del in­
tegrismo católico? De una parte, que se rebajara el nivel de
autenticidad evangélica en la dimensión institucional de una!
Iglesia que, ahora sostenida por el poder del Estado, podía]
confiarse en su tarea y abandonarse en el orden espiritual. 1
La segunda consecuencia de este integrismo —y de ello!
nos ocuparemos en el Capítulo III— fue que, al disminuir la
sensibilidad espiritual, se produjera una asunción de estructu-l
ras propias del Imperio Romano, que no se compadecen con]
la eclesiología de Jesucristo y que con el tiempo dieron lugat
a notables desviaciones que ralentizarían la acción pastoral y]
evangelizadora de los obispos.
M M Ii
El integrismo católico en el origen del problema

Los escándalos derivados de esas infidelidades fue­


ron los que llevaron a un progresivo rechazo a la Iglesia por
parte de la sociedad, del que hablaremos en el último Capítu­
lo de esta I Parte. Veamos ahora el primero y más importante
de estos efectos: el enfriamiento de la fe en el ámbito institu­
cional de la Iglesia.

2. El daño del integrismo a la autenticidad


EVANGÉLICA DE LA INSTITUCIÓN ECLESIAL Y SU
PLASMACIÓN EN LA BBCC

El apagamiento de la fe en la organización eclesial ha


sido el efecto más grave del integrismo. La integración de la
Iglesia como una organización apoyada por el Estado generó
un tipo de Iglesia asistida por el poder estatal e invadida tam­
bién por él. Veamos aquí lo primero, reservando el segundo
—que la Iglesia fuera invadida por la mundanidad— para el
siguiente Capítulo.
Aceptar que la Iglesia sea tutelada o asistida por el Es­
tado significa que ya no necesita de la fuerza de lo Alto para
sostenerse y expandirse. Ya no requiere el testimonio de la
santidad, ni necesita hacer milagros y expulsar demonios
para mostrar su carácter divino y así conseguir seguidores,
ya que los miembros de ese Estado tienen que pertenecer a
ella para, como mínimo, no ser relegados a la condición de
ciudadanos de segunda fila o, peor aún —como sucedió de
diversas maneras y en distintos momentos, por ejemplo, en
los tiempos de la Inquisición—, para no ser perseguidos.
Quo vadis, Ecclesia?

a) Cristianos de primera y de segunda

Esta Iglesia asistida deja de exigir la santidad para in­


corporarse a ella y para permanecer en ella. Ya no hace falta
un catecumenado en que se discierna si los catecúmenos han
renunciado a las obras del mal y han asimilado e incorporado
la fe a sus vidas, antes de admitirlos a la Iglesia y de adminis­
trarles los sacramentos62. Se institucionaliza la inautenticidad
en la administración de las BBCC.
La historia de la Iglesia verifica que, en esta socie­
dad oficialmente cristiana —lo que se denomina como
Cristiandad— no faltaron experiencias de fe auténticas y
abundantes frutos de santidad y de propagación del Evan­
gelio. Pero es innegable que, junto a esos testimonios, la
confesionalidad estatal condujo a generalizar la falta de
exigencia del catecumenado como condición previa a la
recepción de los sacramentos.
De esta forma, los sacramentos de iniciación (Bautis­
mo, Confirmación y primera Comunión) empezaron a ser
administrados en falso, sin que previamente se hubiera re­
nunciado a la vida pagana ni aceptado verdaderamente la fe
cristiana, es decir, sin haber realizado con autenticidad los
escrutinios del rito litúrgico.
Simultáneamente, la práctica sacramental de man­
tenimiento (la recepción de la Confesión y Comunión sa­
cramentales) se convirtió —en esa Iglesia sostenida por el
Estado— en algo muy esporádico. Y esto fue lo que oca-

62 ¡Cómo contrasta esta praxis con la costumbre del catecumenado,


que se vivió en la Iglesia de los primeros siglos, como requisito para
acceder a los sacramentos de iniciación! Sobre esta cuestión, véase Jean
DANIÉLOU, La catcquesis en los primeros siglos. Baracaldo 1998. Ed,
Monte Carmelo.

82
El integrismo católico en el origen del problema

sionó que hubiera que establecer el mandato eclesial de su


recepción al menos anual, como determinó el IV Concilio
de Letrán (a. 1215). De este modo, fue irrumpiendo en la
Iglesia una moral minimalista, mientras la espiritualidad se
apagaba en su interior.
En efecto, en esa Iglesia amparada por el Estado se acep­
ta un cristianismo de segunda clase, con una moral evangé­
lica aguada. El ideal evangélico de las Bienaventuranzas,
queda convertido para la mayoría en una moral de mínimos,
de cumplimiento de normas externas que no llegan a calar en
muchos corazones y acaban convirtiéndose en un cumplo y
miento. Y así, comienza a consolidarse la degradación espiri­
tual de una Iglesia que contempla con pasividad cómo se va
convirtiendo en un aparato burocrático.
No es una Iglesia que busque la conversión ni la re­
quiera para incorporarse a ella mediante los sacramentos.
Y, al eliminar el catecumenado, se incurre en el dislate de
la BBCC. Ahora la fe pasa a ser un asunto cultural, don­
de está ausente la experiencia de Dios; se va convirtiendo
en una cuestión bastante intelectualista, en la que basta
con aceptar unos postulados meramente teóricos: en una
gnosis, como critica Francisco en el Capítulo segundo de
su exhortación sobre la vida cristiana en el mundo actual
Gaudete et exultate.
Es lo que sigue sucediendo hoy, en que —en contra de
la ley canónica, que defiende el acto sacramental, pero que
no se aplica— aceptamos bautizar a niños cuyos padres no
van a educarlos en la fe; celebramos bodas de gente que vive
en contra de la visión cristiana de la sexualidad; admitimos a
la primera Comunión a niños que no viven en cristiano, por
culpa de sus familias; confirmamos a jóvenes que no practi­
can la fe; y requerimos para ser padrinos sólo un certificado
83
Quo vadis, Ecclesia?

de Confirmación, sin tener en cuenta si la persona vive de 1


modo acorde a la fe que se compromete a transmitir, según I
reclama la ley de la Iglesia63.
En cambio, como nos indicó nuestro Señor —«si me
amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15)—, y pue­
de verificarse que eso es lo que enseñaron los Apóstoles y
se vivió en los primeros siglos, ser cristiano era sobre todo
! vida, obras, algo práctico, llevar una vida acorde con Jesu- [
cristo. La fe debe estar acompañada de las obras, como re-1
calca la Carta de Santiago, confirmando la enseñanza de las 1
Cartas joánicas y paulinas.
En cambio, en esta organización eclesial asistida, la
figura del cristiano por pertenencia social a un Estado oficial­
mente cristiano reemplaza en gran medida al cristiano por I
vocación de los tres primeros siglos del cristianismo: un cris-1
tiano convenddo, entregado y que ha asumido libremente su i
condidón, sin ser presionado —al contrario— por intereses]
espurios. Y con ello se acepta en la pastoral ordinaria de la |
Iglesia institucional la figura del cristiano light —vagamente]
creyente y poco practicante—, reservando la exigencia de au-l
tentiddad cristiana al mundo de los consagrados.
Este entibiamiento de la fe, que favoredó su práctica]
desaparidón en Asia Menor y en el norte de África, ocasionó!
que, salvo algunas excepdones, el ideal de perfecdón evan-l
gélica quedara en la práctica restringido a nivel institudo-
nal —desde entonces y hasta el Condlio Vaticano n64— paral

63 Así lo señala el Código de Derecho Canónico: «Para que alguien sea!


admitido como padrino, es necesario que sea católico, esté confirma-¡
do, haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y lleve, al
mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión oue va a
asumir» (c. 874 § 1,3). n
64 Este Concilio, en el n. 5 de la Constitución Dogmática Lumen Gen']
tium, volvió a recordar que la llamada a la santidad es universal, y no I

84 I
—i

El integrismo católico en el origen del problema

esos grupos minoritarios de anacoretas y luego monjes, que


el Espíritu Santo suscitó en cuanto comenzó este cristianis­
mo mundanizado. De esta forma, la perfección evangélica,
quedaba asociada —y consiguientemente restringida— a la
consagración evangélica.
La difusión del monacato fue como la nueva estra­
tegia divina para que se conservara la radicalidad evangé­
lica en esos reductos y desde ellos —como fermento en la
masa— se fuera irradiando a esas muchedumbres de 'pa­
ganos bautizados' (en expresión de Benedicto XVI) que este
sistema venía produciendo*65:
«Ratzinger se pronuncia contra la praxis supuestamen­
te filantrópica de conceder el bautismo, el matrimonio
sacramental o el entierro a todo el que lo pida, por muy
alejado que esté de la Iglesia, sin hacerle la más mínima
pregunta sobre sus convicciones. "Si no sólo se regalan,
sino que incluso se suplica a la gente que los acepte, los
sacramentos resultan profundamente desvalorizados"»66

Pero, por desgracia, en la estructura ordinaria de la


Iglesia se extendió como normal este tipo de cristiano de
segunda que poco tiene que ver con el Evangelio. Como es
lógico, el Espíritu Santo suscitó muy honrosas excepciones

sólo para unos pocos selectos.


65 Esa misma es la propuesta que hace Rod DREHER para los tiempos
actuales en su reciente ensayo La opción benedictina. Una estrategia para
los cristianos en una sociedad postcristiana. Madrid 2018. Ed. Encuentro.
A pesar de algunas críticas puntuales que se han hecho a algunos de
sus planteamientos, el ensayo ha encontrado notable difusión porque
en el fondo plantea algo incontestable: la necesidad de abandonar todo
intento de reinstaurar aquel cristianismo de masas y aguado que el inte­
grismo católico generó.
66 SEEWALD, Peter, Benedicto XVI. Una vida. Bilbao 2020. Ed. Mensa­
jero, p. 319.

85
Quo vadis, Ecclesia?

pero más vinculadas a la espiritualidad de los consagrados]


que a la religiosidad secular.

b) El descuido de la libertad religiosa y el origen del


anticlericalismo

Por si fuera poco, esta Iglesia sostenida por el Estado!


ya no promueve la libertad de sus miembros, ya no fomenta I
que éstos tengan que decidir su postura religiosa, puesto que ]
pasan a ser considerados automáticamente cristianos sin uní
verdadero proceso de iniciación, sin conversión personal, sin!
llegar a interiorizar verdaderamente la fe cristiana. La reli-1
gión se convierte en un factor cultural que se recibe por el
hecho de nacer en un Estado oficialmente cristiano.
k Es esa Iglesia oficial, en la que, al bautizarse Clodoveo,!
I rey de los francos, en la Navidad de 496, de paso fueron bau-i
' tizados 3000 guerreros suyos (no es difícil imaginarse qué les I
habría sucedido si se hubieran opuesto). Y en la que, once si­
glos después, en los tiempos de las Guerras de Religión, cada!
uno hubo de tener como propia la religión de su rey: Cuius I
regio, eius religio: dos referencias históricas que, aun estando
tan distanciadas en el tiempo (una del siglo V y la otra del si­
glo XVI), muestran que puede observase idéntico fenómeno!
en contextos políticos y sociales bien diferentes.
Esa Iglesia amparada se convirtió en una Iglesia espi­
ritualmente debilitada, que tuvo que recurrir a la fuerza para
mantenerse, como diremos enseguida, y cuyos miembros no
necesitaban razones para justificar su fe. De esta forma, al ca-j
recer de ellas, no se encontraron en condiciones de dialogad
con los creyentes de otras religiones o con los no creyentes,]
cuando el régimen de Cristiandad establecido se derrumbó.

86
El integrismo católico en el origen del problema

Ciertamente, en esta cultura se evangelizó paulatina­


mente a los pueblos que se incorporaban al Imperio y pro-
liferaron tantos ejemplos de santidad, de promoción de la
cultura y de la ciencia, y de respuesta caritativa a las diversas
necesidades sociales que se presentaban. Pero esa situación
de confesionalidad facilitó también que germinaran actitu­
des sólo superficialmente cristianas y, a veces, incluso que
sólo lo eran aparentemente.
Pues, como ser cristiano no era una cuestión vocado-
nal, sino de pertenenda sodal, se propidaba que hubiera gen­
te que perteneda a la Iglesia como parte de su cultura y de
su vida social. Más que como consecuenda de una dedsión
personal, era cuestión de dejarse llevar por lo sodalmente co­
rrecto. Y así, por ejemplo, los domingos y las fiestas tenían un
barniz cristiano; y las costumbres tenían que respetar un mí­
nimo cristiano. Pero, a veces, todo ello no pasaba de ser una
evangelizadón minimalista que propidó el debilitamiento
de los elementos personales de la fe.
Por si fuera poco, esa Iglesia que impuso la fe a través
del Estado, aparte de no favorecer que sus miembros la inte­
riorizaran y la vivieran con autentiddad, pasó a ser en derto
modo perseguidora de sus disidentes: ella que había sido
tres siglos perseguida en sus inicios. Pues, cuando la herejía
pasó a ser considerada como un factor de desestabilizadón
social, se prestó a colaborar con el Estado en la persecudón
religiosa de los disidentes, en los tiempos de la Inquisidón;
así como al empleo de métodos coactivos en la propagadón
del Evangelio, según lamenta el Condlio Vaticano II cuando
habla de que, en materia de libertad religiosa, «se ha dado

87
Quo vadis, Ecclesia?

a veces un comportamiento menos conforme con el espíritu


evangélico, e incluso contrario a él»67, dentro de la Iglesia.
Todo ello, unido a la mundanización del estamento
clerical a la que nos referiremos en el siguiente Capítulo, le­
jos de favorecer la misión evangelizadora que Cristo confió
a su Iglesia, la obstaculizaron notablemente y provocaron
comprensibles anticlericalismos y, sobre todo, ese progresi­
vo rechazo de la Iglesia, que ha acabado en la actual apos-j
tasía de Occidente.
Según he procurado subrayar, el signo más expresi-:
vo y concreto de todo este apagamiento de la fe que la inte- !
gración de la Iglesia en el aparato estatal produjo, ha sido!
siempre la aparición de turbulencias en la administración ¡
de BBCC. Pues prestarse a celebrar en falso esos sacramen-¡
tos fue lo que extendió la figura del cristiano sociológico]
k que puede considerarse cristiano sin haber aceptado ver-j
i daderamente a Cristo. I

67 Declaración 'Dignitatis humanae', sobre la libertad religiosa, 7.XII.1965,


n. 12.

88
Capítulo III

Consecuencias del integrismo católico


EN LA ESTRUCTURA ECLESIAL

Acabamos de considerar la gravedad de las conse­


cuencias de la aceptación del integrismo en la vitalidad es­
piritual de muchos de los miembros de la Iglesia, así como
en su misión evangelizadora. Podían haberla destruido, si
Jesucristo no hubiera garantizado su pervivencia hasta el fin
de los tiempos: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos" (cf. Mt 28,20).
Por creer en esa promesa del Emmanuel —Dios con no­
sotros—, de permanecer con nosotros hasta su parusía, tam­
poco comparto, como ya he dicho, la afirmación de los evan­
gélicos de que el integrismo la convirtió en el Anticristo. Por
fe, pero también por no estar cerrado a la evidencia histórica.
En efecto, según hemos apuntado, el Espíritu Santo
se encargó de compensar las adherencias mundanas que se
fueron apegando a la institución eclesial durante los quince
siglos de integrismo, con una profusión de iniciativas caris­
máticas que mantuvieron la radicalidad evangélica y el vigor
apostólico de muchos cristianos por encima de las desviacio­
nes de la organización eclesial.
89
Y es esa supervivencia de la Santa Iglesia en medio de ¡
la cizaña que se había introducido en la organización eclesial,
lo que dio lugar a todos esos logros sociales de matriz cristia- ’
na —más concretamente, monástica: la creación de univer­
sidades, la investigación científico-técnica, la democracia, el
Derecho de Gentes, los hospitales, la asistencia a los indigen­
tes y marginados, etc.— de los que tanto se enorgullece la so­
ciedad occidental, como ya se ha dicho que explicó Benedicto
XVI a los intelectuales en París en 2008, y que luego ha vuelto
a subrayar en su viaje a Croada68 y en su redente libro sobre
la verdadera Europa69.

i. La invasión de la mundanidad en el estamento


JERÁRQUICO DE LA IGLESIA

No obstante, "del enemigo, el consejo": hay que saber


escuchar las críticas, pues muchas veces tienen razón en lo
que denundan, aunque sólo sea en parte y puedan no acertar
en el remedio que proponen. Y en este caso, me parece inne­
gable que se han cometido diversas infidelidades al Evange­
lio desde el momento en que la Iglesia pasó a ser la religión]
ofidal del Imperio Romano.
No estamos hablando de fallos individuales debidos a
las fragilidades de sus miembros, cometidos en contra de lo
que pide la Iglesia, sino que —como Juan Pablo II quiso que
se reconodera públicamente el primer Domingo de Cuares-

68 BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con exponentes de la soctf'


dad civil, del mundo político, académico, cultural y empresarial, con el Cuerpo
Diplomático y los líderes religiosos en el Teatro Nacional Croata, 4.VI.2011. ,
69 BENEDETTO XVI0OSEPH RATZINGER), La vera Europa. Identitáe
missione. Siena 2021. Ed. Cantagalli.

90
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

ma de 2000— nos estamos refiriendo a estructuras de pecado


de las que fue responsable la misma institución eclesial70.
La primera fue, según acabamos de considerar en el
Capítulo precedente, su debilitamiento espiritual. Al inte­
grarse en el Estado como su confesión religiosa oficial, se
convirtió en una suerte de Iglesia asistida por el poder estatal,
que ya no necesitaba mantenerse espiritualmente vibrante
para subsistir institucionalmente.
Pero no fue ésa la única consecuencia. Según mostra­
remos a continuación, esta asistencia del Estado comportó el
riesgo de que la Iglesia fuera invadida por él: asaltada por unos
modos y maneras, primero, de vivir los ministros de la Igle­
sia, que empezaron a entrometerse en asuntos mundanos; y,
en segundo término, de organizarse éstos estructuralmente,
porque la jerarquía eclesiástica comenzó a incorporar en su
propia organización estructuras administrativas del Imperio,
que no se compadecen con la eclesiología evangélica.

a) La mundanización de la jerarquía eclesiástica

En efecto, el peligro de mundanización del estamento


jerárquico de la Iglesia fue evidente, en el momento en que la
autoridad eclesiástica pasaba de constituir un mero servicio
oneroso, a poder ser una instancia de poder mundano.
No se trata de que el integrismo medieval diera lugar
a algún tipo de hierocracia o de teocracia social. La doctrina
de las dos espadas71 no cambia la realidad social del cuerpo
jurídico europeo ni el hecho cierto de que ese sistema jurídi­
co de instituciones sociales era en realidad monista, más allá
70 Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y Recon­
ciliación. La Iglesia y las culpas del pasado, 7.III.2000.
71 La teoría de las dos espadas o de ambas espadas (en latín utrumque

91
Quo vadis, Ecclesia?

de la duplicidad de jurisdicciones, según advierte un notable


especialista en Derecho Medieval:
«El corpus medieval es tan canónico como civil, o tan
civil como canónico, porque indistintamente se mez­
clan las citas de unos y otros libri legales, y no por crite­
rios de autoridad sino por un entrelazamiento íntimo
de razonamientos. De ahí el anacronismo que supone
presentar al ius canonicum y al ius civile como dos siste­
mas de derecho distintos, coexistiendo casi en tensión
durante los siglos medios. La realidad de hecho es muy
diferente: durante mucho tiempo ha existido un verda­
dero "monismo institucional", de hecho y de derecho,
que simplemente es consciente de algunas diferencias
sobre jurisdicciones o ámbitos de aplicación de normas,
sobre todo ratione materiae (por razón de la materia)»72

No hubo hierocracia social, sino más bien mundani­


zación de la jerarquía eclesiástica, según la cual «'el Reino'
anunciado por la fe apostólica acabó por 'materializarse' en
el peor de sus sentidos: esto es, 'mundanizarse' o contagiar­
se de secularidad mundana por la mezcla indistinta de di­
mensiones»73. La jerarquía sucumbió, en gran medida, ante
la tentación de convertirse en una instancia de poder terreno

gladium) es el nombre con el que se conoce la teoría de la supremacía del


poder espiritual (el Papa) sobre el temporal (el emperador, bizantino o
germánico). El dualismo se remonta a finales del siglo V, momento en
Sue la relación entre Papa y Emperador aparece definida por el papa
¡elasio I en su carta al emperador de Oriente Anastasio. Esta doctrina
fue explicitada especialmente por San Bernardo (De Consideratione) en el
contexto histórico subsiguiente a la reforma gregoriana.
72 LARRAINZAR, Carlos, La glosa tradicional a la Bula 'Rex pacificus' ífe
1234, REDC 67 (2010) pp. 568-569. "Rex pacificus" es la bula pontificia de
promulgación de la primera colección oficial y universal de Decretales,
de la que depende casi todo el derecho canónico (y también parte del
derecho civil) del segundo milenio cristiano.
73 Ibídem, p. 569.
Vil

Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

que también gobierna en asuntos no espirituales y que se va


enriqueciendo progresivamente.
Además de asumir funciones que no le correspondían,
la mundanización se extendió también a la mentalidad que
se fue creando para justificar estas actuaciones. Pues —como
advierte Larrainzar— a diferencia del espíritu de libertad re­
ligiosa que existe en la Sagrada Escritura y en los antiguos de­
creta del Decreto de Graciano (a. 1142) (que la Bula Rex pacificus
comenta un siglo después), en esta Bula se prescinde de la luz
de la Revelación a la hora de estructurar el sistema de poder
que en ella pretende fundarse:
«No es sino una ironía histórica que el "poder canónico"
de las decretales encuentre los argumentos más fuertes
para su justificación en textos del antiguo derecho roma­
no. Si esto ha sucedido, como sucedió, es porque se había
alcanzado un cierto grado de homogeneización histórica
entre lo eclesial y lo secular, y esto no fue percibido como
deficiencia sino, mucho peor, fue elevado al rango intem­
poral de lo divino en las formas de un sistema de leyes»74.

Pasaban al olvido las palabras del Señor: "Dad al César


lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21), con
las que Jesucristo proclamó la libertad religiosa, rompiendo
con el secular monismo integrista de las culturas milenarias.
Lo que, en los tres primeros siglos del cristianismo, se había
conseguido con la sangre de tantos mártires, se malbarataba
por un plato de lentejas.
De este modo, durante siglos, pasó a verse como cosa
normal el hecho de que los Romanos Pontífices, por su con­
dición de tales, fuesen soberanos temporales, titulares de un
poder político que era ejercido según los peculiares intereses

74 Ibídem, pp. 569-570.

93
Quo vadis, Ecclesia?

terrenales de sus titulares, haciendo así que la Sede Apostóli­


ca participase de las ambiciones, intrigas y conflictos en que
se enfrentaban los poderes temporales. Dejando a un lado
todo anacronismo en los juicios, parece obvio que este hecho
conllevó una profunda desviación de la misión originaria en­
cargada a los primeros Apóstoles, de imposible justificación,
y todavía no sanada ni superada del todo.

b) La intromisión del poder civil en la vida de la Iglesia

Esta contaminación de la jerarquía eclesiástica por


parte de la secularidad mundana propició, además, otra se­
cuela mundanizante para la iglesia-institucional, de sentido
inverso. Pues, ese apoyarse en el Estado le pasó factura a la
Iglesia muy pronto, ya que, a partir de ese momento, la au­
toridad civil dispuso de la posibilidad de entrometerse en
los asuntos internos de la Iglesia, dando lugar a las tensiones
entre el poder estatal y la jerarquía eclesiástica especialmente
entre los siglos IX a XI con las pugnas del cesaropapismo y de
la Guerra de las Investiduras.

o El cesaropapismo

El cesaropapismo en Occidente se inició, cuando el papa


León III coronó en el año 800 a Carlomagno (rey de los fran­
cos y lombardos, y patricio de los romanos) como Empera­
dor de un restaurado Imperio Romano, ocasionando el apo­
yo de la Iglesia al Estado y viceversa, el apoyo del Estado a la
Iglesia. O sea, un peculiar cesaropapismo que adviene con la
restauratio Imperii en clave sacra; o, si se prefiere, también po­
demos retrotraemos unos cincuenta años antes, al momento

94
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

de la constitución de los Estados Pontificios, so pretexto de


asegurar la independencia pontificia
Pero este apoyo mutuo pronto derivó en un cesaropa­
pismo, que sostenía la teoría del origen divino de los reyes y
les atribuía un poder absoluto sobre la religión y el gobierno
a la vez. Pues, aunque seguían siendo coronados por el Papa,
en la práctica los emperadores del Sacro Imperio actuaban
por encima de él, llegando incluso a postularse, en tiempos
del rey germano Enrique III (1039-1056), como cabeza visible
de la Iglesia, que dispensaba cargos eclesiásticos, obligando
al papa Gregorio VI a convocar el Concilio de Pavía y el Sí­
nodo o Concilio de Sutri, que prepararían la reforma de san
Gregorio VIL

o La querella de las Investiduras

El ejemplo, quizá paradigmático, de la intromisión


del poder temporal en los asuntos internos de la Iglesia es
ciertamente la así llamada Guerras de las Investiduras. En el
momento en que los eclesiásticos fueron adquiriendo dere­
chos y beneficios feudales, la reacción de los reyes y señores
fue entrometerse en el nombramiento de papas, obispos y
otros clérigos para poner a sus allegados en los cargos ecle­
siásticos, lo que ocasionó la designación para éstos de unos
candidatos nada convenientes.
La tensión alcanzó su clímax con la reforma gregoria­
na de 1075 en adelante, con la que el papa Gregorio VII, en­
tre otras medidas, asumió el nombramiento de obispos, con
lo que se enfrentó al emperador germano Gregorio IV, lle­
gando incluso a excomulgarlo; y no se resolvió hasta 1122,
en que se firmó el Concordato de Worms, ratificado un año
después por el I concilio ecuménico en Letrán, que a su vez
95
Quo vadis, Ecclesia?

reanuda la vieja tradición de los Concilios ecuménicos, in­


terrumpida para entonces desde el siglo IX.
Por ese protocolo, se establecía un acuerdo entre la
sede romana y el imperio, según el cual correspondería al po­
der eclesiástico la investidura clerical mediante la entrega del
anillo y el báculo y la consagración sacramental. Al estamento
civil se le reservaba la investidura feudal con otorgamiento de
los derechos de regalía y demás atributos temporales. Los así
investidos seguían dependiendo del emperador, aunque en
menor medida que antes. Pues, aunque ahora dependían del
papa en lo religioso, seguían debiéndose al soberano laico en
lo civil, al haber asumido responsabilidades temporales que
no les correspondían como pastores.

k c) Las consecuencias de la mundanización eclesiástica


W El precio de estas interferencias, para la unidad de la
r Iglesia, fue tremendo. En efecto, en el momento en que los
intereses políticos van cobrando peso por encima de las mo­
tivaciones espirituales y pastorales, las Iglesias locales van
adquiriendo un marcado carácter nacional, dando lugar a
la aparición de lo que podríamos denominar como Iglesias
nacionales, que abonarían el terreno para las fisuras contra la
unidad de la Iglesia, que se fueron produciendo entre los si­
glos XI y XVI.

o Las Iglesias Nacionales y la fractura de la Cristiandad

Puesto que el factótum de la unidad eclesial es el Es­


píritu Santo, los efectos de ese enfriamiento espiritual y con­
siguiente mundanización de los ministros de la Iglesia no
tardaron en hacerse presentes. Y así, esa politización de las
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

Iglesias en los distintos países estuvo en el origen de los


siguientes cismas:

/ El de Oriente, por problemas de preladón entre las sedes


de Roma y Constantinopla, cuando aquélla había dejado
de ser la capital del Imperio y ésta había pasado a serlo:
lo del Filioque fue sólo una excusa para justificar las
recíprocas excomuniones, porque, en el fondo, decir que
el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Filioque,
según sostenían los occidentales) es teológicamente
equivalente a afirmar que procede del Padre a través del
Hijo (per Filium, según afirmaban los orientales).
J El de Occidente, por tensiones entre los intereses de
los cardenales franceses y romanos, que llegaron hasta
el punto de que el papa abandonara la sede petrina y
se trasladara a Avignon, ocasionando que llegaran a
coexistir dos y hasta tres papas.
J El Anglicano, por la necesidad de autonomía que tuvo En­
rique VIII para alcanzar su propia nulidad matrimonial.
El de la Reforma Protestante, justificada por Lutero y
Calvino en el momento de la confrontación entre los
intereses de los príncipes centroeuropeos y los de la
alianza España-Francia-Estados Pontificios.

En el Capítulo 17 de su evangelio, el Apóstol san Juan


cuenta que en la Última Cena Jesús se dirigió al Padre con
una especial intensidad pidiendo por la unidad de su Iglesia:
«Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has
dado, para que sean uno, como nosotros (...). No sólo te
ruego por ellos, sino también por los que crean en mí por la
palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en
mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,11.20-21).

97
Quo vadis, Ecclesia?

Para que el mundo crea. Y es que, ¿cómo van a creer


que Cristo es el Salvador enviado por el Padre para alcan­
zamos el Don del Espíritu Santo que nos sana, si los prego­
neros de ese mensaje están divididos? La mundanización
ocasionó apagamiento; el enfriamiento, división; y la divi­
sión de los cristianos precipitó la apostasía.

o El alejamiento de la sociedad respecto de la Iglesia

Veamos ahora las consecuencias de esa mundaniza­


ción que llevó a la ruptura de la Cristiandad, y que, con otros
muchos escándalos, provocaron un decidido movimiento
social de alejamiento respecto de la Iglesia, que se forjó en
varias etapas:

J se inició en el Renacimiento, el cual, ante el desprestigio


de la Iglesia en el siglo XIV, no buscó ya su inspiración en
los principios cristianos, sino en los valores paganos del
mundo grecolatino;
J se acentuó con el rechazo a la Iglesia por parte de Lutero (a.
1517), desencadenando la Reforma protestante;
J se agravó cuando se funda la primera Logia masónica
moderna (a. 1717) y la Ilustración presenta la fe como
enemiga de la razón y rechaza a Cristo como Luz del
mundo, poniendo en su lugar a Lucifer;
J prosiguió en el siglo XIX cuando los maestros de la sospecha
postularon que Dios es un enemigo de la felicidad:
■ en el plano de la autorrealización personal (Nietzsche);
■ en el orden social (Marx); y
■ en el plano sexual (Freud);
J y culminó en el siglo XX cuando la revolución comunista

98
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

(a. 1917) rechazó a Dios y, cincuenta años después, la


revolución sexual (a. 1968) implantó el ateísmo en el
plano moral.

2.La importación de estructuras del Imperio


Romano que bloquearon la agilidad en el gobierno
DE LAS DIÓCESIS

La acomodación de la vida eclesial al espíritu del mun­


do pagano, no sólo produjo los efectos en el orden moral,
espiritual y social, a los que acabamos de referimos. También
tuvo diversas consecuencias institucionales, al incorporar a
la organización de la Iglesia diversas estructuras propias del
Imperio Romano que no se compadecen con la eclesiología
que Jesucristo dio a su Iglesia, y que luego han lastrado su
misión evangelizadora.

a) El monarquismo papal

La más importante de esas mimetizaciones de la es­


tructura de la Iglesia con la del Imperio Romano se refiere
a la manera de ejercer el primado de Pedro en la Iglesia de
rito latino, convirtiendo al papa en una especie de metaobispo,
a semejanza del emperador; y a los obispos, en gobernado­
res locales, en una suerte de delegados del papa para cada
diócesis. Esta acomodación a la estructura del Imperio era la
consecuencia de la estatalización de la religión católica.
Este monarquismo papal se instaura en la Iglesia al co­
mienzo del segundo milenio con Gregorio VII, pero sólo para
Occidente, ya que 21 años antes se había producido el Cisma
de Oriente (1054) y los orientales —también los que luego se
unirían a la Iglesia católica— mantuvieron su autonomía.
99
Quo vadis, Ecclesia?

Esta estructura de un monarca sacramental y un epis­


copado subordinado —como lo llama el Código de Derecho
Canónico de 191775—, no se corresponde con la eclesiología
de Jesucristo, quien confió a Pedro sólo la misión de confir­
mar en la fe a los hermanos, de servir a la comunión eclesial,
y no de gobernar a los demás obispos ni de decidir quiénes
debían recibir el episcopado.
Se trata de una discordancia importante respecto de
la eclesiología que Jesucristo deseó para su Iglesia, y los
Apóstoles y sus sucesores aplicaron bajo la guía del Espíritu
Santo. Según se ha explicado, lo que provocó que Gregorio
VII diera ese paso en la reestructuración del episcopado de
la Cristiandad occidental fue la progresiva mundanización

75 Cf. c. 108 §3: «Ex divina institutione sacra hierarchia ratione ordinis
constat Episcopis, presbyteris et ministris; ratione iurisdictionis, pontifi-
catu supremo et episcopatu subordinato; ex Ecclesiae autem institutione
alii quoque gradus accessere». Este parágrafo, aun cuando pretenda li­
mitar la subordinación al sólo aspecto jurisdiccional, refleja las significati­
vas deficiencias teológicas y eclesiologicas de la modernidad que, por sí
mismas, han justificado los debates mas enjundiosos del Concilio Vatica­
no II y sus documentos, que aquí no entramos a considerar.
Por la densidad de los temas que este asunto arrastra, tampoco
puede sorprender que los redactores del mencionado canon hayan pre­
tendido apoyar sus afirmaciones en el Concilio Vaticano I (sesión 4) y en
el Concilio ae Trento (sesión 22 de ordine) y también en antiguas profe­
siones de fe; por ejemplo: textos de Clemente I en la epístola Propter sú­
bitas, de Comelio I en la epístola Quantum sollicitudinem y en su Professio
fidei schismaticorum, del Papa Siricio en la epístola Directa ad decessoretn
del año 385, además de la Professio fidei del II Concilio de Lyón del año
1274. También se aducen otras condenas doctrinales de errores hechas
por Papas como Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Martin V y Eu­
genio IV en 1439 durante el Concilio Florentino. Y, en análogo sentido
abundan después documentos de Gregorio XIII, Sixto V, Benedicto XIV,
Pío VI, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y Pío X. Además, quedan aparte
las fuentes de otros cánones conexos como el 109 dedicado a la misio
canónica, los cánones 218-219 sobre la potestad primacial, el canon 329 §
1 que reitera la subordinación de los Obispos al Papa y, mediatamente, el
canon 949 que establece la línea jerárquica de gradación de los clérigos.

100
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

que había ido aquejando al papado y al estamento episco­


pal desde el siglo V, a causa de las intromisiones del poder
político en la elección del papa y en el nombramiento de
obispos. Y así, al ser elegido papa el monje Hildebrando,
éste decidió enfrentar ese problema del cesaropapismo y
de la Guerra de las Investiduras, comenzando por embridar a
los mundanizados obispos.
Para conseguirlo, acrecentó la dependencia de los
obispos respecto de Roma —a la hora de su nombramiento
y de su gestión de la diócesis—, y recurrió a los institutos
religiosos para disponer de una mayor presencia papal en las
diócesis, al desvincularlos de la dependencia del obispo local
y hacerlos dependientes de Roma. Los monasterios sufragá­
neos de la Abadía de Chiny fueron su principal ayuda pero,
a los pocos años, el Císter y otras fundaciones —como las in­
cipientes órdenes mendicantes, de dominicos, mercedarios y
franciscanos— desempeñarían ese mismo papel.
Ahora bien, ese decidido ejercicio de autoridad por
parte de Gregorio VII, aunque a corto plazo contribuyó a sa­
near la estructura jerárquica y a liberarla de la intromisión de
los poderosos, tuvo como contrapartida la susodicha altera­
ción del ejercicio de los ministerios petrino y episcopal, que
Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han afirmado que
es urgente remediar, si queremos avanzar en el camino ecu­
ménico con las Iglesias de rito oriental. Pues estas Iglesias,
al haberse separado de Roma en 1054, veintiún años antes
del comienzo de la reforma gregoriana, han mantenido la
autonomía para el gobierno y la elección de sus obispos, que
existió en toda la Iglesia durante el primer milenio.
Con el tiempo, este centralismo en el gobierno de la
Iglesia de rito latino, ha debilitado la figura de los obispos,
haciéndolos demasiado dependientes de la Curia romana,

101
Quo vadis, Ecclesia?

mermando su capacidad de creatividad e iniciativa en sus


diócesis, y ralentizando la solución de las cuestiones depen­
dientes de Roma. Una cosa es que el papa intervenga en las
cuestiones que conciernen a la comunión eclesial; y otra que
tenga que encargarse de supervisar el gobierno de las dióce­
sis. Esto no parece ni evangélico ni sensato. Y, desde luego,
ralentiza el gobierno de las diócesis.

b) El carrierismo de los obispos

Por otra parte, el hecho de que el obispo no sea elegido


en la diócesis a la que va a servir, no favorece la designación
de los mejores. Por muchos informes que se recaben, al final
son unos pocos los que lo determinan y, como advirtió Mons.
Sebastián, «no parece muy acertado el que todo [el proceso
de selección de candidatos al episcopado] dependa de unas
pocas personéis y de unos criterios excesivamente unilatera­
les» (Evangelizar, p. 200).
Ya no es la Iglesia particular la que elige para ser su es­
poso estable a alguien que conoce bien la diócesis y a quien los
electores conocen bien; sino que ésta tiene que aceptar a un
extraño designado en Roma, sin arraigo en la diócesis, que ni
conoce ni es conocido y que, como decíamos, de ordinario va
a estar bastante afectado por el sentido de la provisionalidad.
En efecto, este hecho de que, para evitar las investidu­
ras de obispos por parte del poder civil, éstos pasaran a ser
elegidos por el Papa, ocasionó la figura del obispo que está
de paso en su diócesis y que se promociona para otra de ran­
go superior. Es una figura que ha denostado con frecuencia
el papa Francisco al hablar de ese tipo de «obispos con fecha

102
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

de caducidad, que necesitan cambiar siempre de dirección»76,


comparando ese deseo de cambiar de diócesis con la actitud
adulterina de los esposos que ambicionan conseguir a otra
mujer que les parece mejor que la suya.
Pero es que, además, los traslados de obispos, como
advertía san Antonio María Claret, al favorecer el carrierismo,
de una parte ocasionan que los obispos no adopten medidas
que serían necesarias pero que podrían resultar impopulares
y, en consecuencia, perjudicarles en su carrera eclesiástica;
y, de otra parte, causan demasiados cambios de rumbo en
las diócesis; además, dificultan emprender proyectos en pro­
fundidad y concluirlos; y, por si fuera poco, provocan que
a las diócesis más importantes lleguen obispos demasiado
mayores para gobernarlas77.

c) La exención de los religiosos

También ha contribuido a la pérdida de vitalidad


evangelizadora de la estructura diocesana, la evolución de la
figura de la exención de los institutos religiosos respecto del
obispo local. Desde Gregorio VII, los papas tendieron a usar
a los consagrados como su longa manus en las diócesis, razón
por la cual les fueron concediendo diversos privilegios que,
al eximirlos de la dependencia del obispo local, los fortalecie­
ron frente a la autoridad episcopal.

76 Discurso a los nuevos obispos nombrados durante el año, 18.IX.2014.


77 Cf. san ANTONIO MARÍA CLARET, Escritos pastorales. Madrid
1997. Ed. BAC, pp. 453-545.

103
Quo vadis, Ecclesia?

o Deficiencias edesiológicas de la figura de la exención

De este modo, al dejar de depender de los respectivos


obispos, se creó una eclesiología deficiente que desvinculó la
potestad de gobernar el Cuerpo místico de Cristo respecto
del poder sobre su Cuerpo sacramental; y que, al desligar
el oficio de regir en la Iglesia de su fuente sacramental, lo
redujo a una mera tarea societaria que pueden detentar los
no ordenados in sacris.
Se da lugar a la aceptación de la distinción entre po­
testad de orden, vinculada a la función de santificar y reci­
bida por el sacramento del orden; y potestad de jurisdicción,
relativa a la función de gobernar, que se confiere por medio
de un acto no sacramental78 y que, a su vez, se divide en dos
líneas: la 'secular7 (romano pontífice, obispos y presbíteros)
y la 'regular' (romano pontífice y los superiores mayores de
los institutos religiosos clericales exentos)79: como dos Igle­
sias paralelas, la sacramental y la regular.

78 En este sentido el canon 109 del Código de Derecho Canónico de 1917


usaba la noción de missio canónica de esta manera: "Los que son admiti­
dos en la jerarquía eclesiástica no lo son por el consentimiento o llama­
miento del pueblo o de la potestad secular, sino que son constituidos en
los grados de la potestad de orden por la sagrada ordenación; en el su­
premo Pontificado, por el mismo derecho divino, cumplida la condición
de la elección legítima y de su aceptación; en los demas grados de la ju­
risdicción, por la misión canónica . Las fuentes antiguas de su redacción
alegan textos del Decretum Gratiani: D.63 cánones 2-3 y 5-8, y decisiones
del IV Concilio de Constantinopla y del Concilio de Trento, aparte otros
textos de Juan XXII, Martín V, río VI y Pío X. También se unen a estas
fuentes las de otros cánones específicos sobre la provisión canónica como,
por ejemplo, el canon 147 §2, el canon 219 y el canon 332 §1.
79 El canon 198 §1 del Codex de 1917 establecía: "Bajo el nombre de
Ordinario se entienden en derecho, a no ser que alguno se halle expresa­
mente exceptuado, además del Romano Pontífice, el Obispo residencial,
el Abad o Prelado nullius y el Vicario y el Prefecto Apostólico, cada uno
para su territorio, y asimismo aquellos que, faltando los mencionados,
les suceden entre tanto en el gobierno, por prescripción del derecho o

104
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

Estos planteamientos relativos a la separación entre


potestad de orden y potestad de jurisdicción, que justifica­
ban que un religioso no dependiera del obispo diocesano, es­
tuvieron muy implantados en la doctrina canónica anterior
al Vaticano II y en el Código de Derecho Canónico de 1917,
pero fueron cuestionados y revisados en el Concilio Vaticano
II, aunque no desaparecieran del todo de las categorías jurí­
dicas del Código de 198380.
Habían dado lugar a muchas turbulencias eclesiales
difícilmente compatibles con la eclesiología de Jesucristo y
de la Iglesia de los primeros siglos. En efecto, según cuenta
san Agustín en Las Confesiones, cuando un monje era consa­
grado sacerdote u obispo, se dedicaba a la pastoral común de
la Iglesia en su nuevo destino. No se veía aceptable que un
sacerdote no colaborase con su obispo, como pasó después.
Sin embargo, con la exención de los religiosos y la
consiguiente separación entre potestad de orden y potestad
de jurisdicción, se consagró un modo de funcionar en la es­
tructura jerárquica de la Iglesia cada vez más anómalo, lle­
gando incluso a que la potestad de orden se supeditara a la
de jurisdicción:
«Es el caso de las abadesas con jurisdicción cuasi episcopal
(siglos IX-XIX) y el de los diáconos o presbíteros elegidos

conforme a constituciones aprobadas, y para sus súbditos los Superiores


mayores en las religiones clericales exentas". Sin embargo, su tradición
es muy limitada, pues la redacción del canon sólo tiene detrás la encícli­
ca de León XIII Satis cognitum de 29 de junio de 1896 y algunos actos pos­
teriores del Santo Oficio. El texto más antiguo aportado por el cardenal
Gasparri es sólo una resolución de la Congregación de Religiosos de 22
de enero de 1701. Y, por eso mismo, se entiende que el canon 198 §2 diga
expresamente: "Nomine autem Ordinarii loci seu locorum veniunt omnes
recensiti, exceptis Superioribus religiosis".
80 Cf. MUÑOZ DE JUANA, José María, Comunión en la Iglesia local y
exención, REDC 71 (2014) p. 237.

105
Quo vadis, Ecclesia?
Papas, que ejercían la suprema jurisdicción antes de su
consagración episcopal, así como el de las ordenaciones
absolutas de obispos titulares. Se puede añadir también la
peculiarorganizacióndelalglesiairlandesadurantelossiglos
VHI-XII, cuyo territorio estaba en su mayor parte dividido
en abadías, no en diócesis, regidas por el abad. Algunos de
estos abades, siendo presbíteros, tenían en su monasterio,
bajo su jurisdicción, a uno o más obispos claustrales, que
actuaban en las ceremonias litúrgicas, para conferir las
sagradas órdenes, para la consagración de Iglesias, etc.»81.

o Problemas pastorales derivados de la exención

En todo caso, estas anomalías eclesiologicas deri­


vadas de la concesión de este tipo de privilegios a los clu-
niacenses y otras órdenes monásticas, a las órdenes men­
dicantes, a los posteriores institutos religiosos y, más re­
cientemente, a los institutos seculares y a las asociaciones
y movimientos de sacerdotes y laicos, han ocasionado que
los obispos, además de tener poca autonomía de gobierno y
escasa estabilidad en sus diócesis, dispongan de pocos re­
cursos evangelizadores, puesto que muchas veces apenas
pueden contar con las personas de sus diócesis que cuen­
tan con una dedicación más específica al Reino de Dios y
una mayor formación cristiana, pero que, por causa de la
exención, casi no dependen de ellos.
Como ha denunciado el cardenal Sebastián, «esta si­
tuación ha llevado de hecho a muchas comunidades a vivir al
margen de la vida diocesana, y a las instituciones diocesanas
a considerar a los religiosos como personas que están en la
Diócesis, pero que no son de la Diócesis» (Evangelizar, 216).

81 Ibídem, p. 238.

106
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

Pensemos, por ejemplo, en los efectos negativos que


esta desvinculación produce en la formación cristiana de los
jóvenes que se educan en colegios católicos pero que no lle­
gan a integrarse en la vida de las diócesis:
«Hay que reconocer que los colegios católicos que tienen
como titular alguna congregación o fundación religiosa,
en la mayoría de los casos, tienen un contacto muy es­
caso con el propio obispo y con las instituciones dioce­
sanas. Su coordinación eclesial, más técnica que religio­
sa, termina en la FERE, pero no arraiga en la vida y en
la misión de la Iglesia diocesana» (Evangelizar, p. 336).

Todo esto es malo para las dos partes. Para las dióce­
sis, porque se les priva de la integración pastoral de los con­
sagrados. Y para éstos, porque quedan despojados en gran
medida del apoyo que para cualquier fiel cristiano supone el
pastoreo de la jerarquía. Pues depender de un Papa que está
a miles de kilómetros y que no puede conocer en detalle la
situación de los consagrados concretos ni acompañarlos en
sus necesidades con la asiduidad necesaria, es parecida a la
situación que describe el refrán para quien «tiene una tía en
Grana, que ni tiene tía ni tiene na»82.
De hecho, este problema ha sido objeto de un reciente
documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la
Carta Tuvenescit Ecclesia', del día de Pentecostés de 2016,
que recuerda que la Iglesia no puede rejuvenecerse sino reac­
tivando la conjunción de sus dos pulmones, el jerárquico y el
carismático. No se debe contraponer la jerarquía a los caris-

82 Por su configuración orográfica, hasta tiempos muy recientes —en


que las nuevas tecnologías han permitido solventar en gran medida las
dificultades de comunicación con esa zona—, Granada ha sido un lugar
de difícil acceso. No por casualidad fue el último reducto del Islam ante
el avance de la Reconquista de España.

107
Quo vadis, Ecclesia?

mas, porque «el mismo Espíritu da a la jerarquía de la Iglesia,


la capacidad de discernir los carismas auténticos, para reci­
birlos con alegría y gratitud, para promoverlos con genero­
sidad y acompañarlos con paterna vigilancia»83. Ni pueden
los carismas actuarse sin la ayuda de la jerarquía, pues se
desvirtuarían y perderían, como bien advierte san Pablo en
el Capítulo 14 de su primera Carta a los Corintios.
Así lo explicaba Mons. Dominique Rey, obispo de
Toulon (Francia), uno de los más prestigiosos promotores de
la Nueva Evangelización en Europa, al señalar que «una Igle­
sia sin carismas es como una administración o un funciona-
riado, con rutina, sequedad, sin ardor, proveedora de servi­
cios estériles. Sufre artrosis pastoral. Una Iglesia sin carismas
va a morir»84.
Es la sensación que he sentido en ocasiones al pasear
por Roma, y admirar todos esos palacios de los tiempos del
antiguo imperio cristiano, que tenía al papa, más como su
monarca que salía a luchar, que como el sucesor del pesca­
dor de Galilea —en expresión del papa Francisco—: según
he procurado expresar en la portada del libro, todo ello, más
que una Ciudad Eterna, me ha parecido el esqueleto de un
imperio papal, afortunadamente desaparecido.
Pero sigamos con el obispo de Toulon, que también
advertía del peligro inverso, el de los carismas sin la Iglesia.
Cuando se toma el nombre de Dios en vano, cuando se uti­

83 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta ‘luve-


nescit Ecclesia' a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la relación entre los
donesjerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia, 15.V.2016,
n. 8. Cabe subrayar que el documento no habla de que la jerarquía pueda
dedicarse a mangonear los carismas, sino de discernirlos, aceptarlos con
alegría y gratitud y apoyarlos, en cuanto suscitados por el Espíritu Santo.
84 Cf. Intervención en el Encuentro Nacional en Madrid de la Renovación
Carismática Católica en el Espíritu, octubre de 2019.

108
Consecuencias del integrismo católico en la estructura eclesial

liza el carisma para el propio bien, y no para la Iglesia, «allí


sale el sectarismo, el narcisismo, los gurús, el crear cada uno
su propia iglesia (...). Un carisma auténtico es como un alma
que nutre para regenerar continuamente la Iglesia y (...) bus­
ca acercar a Cristo y crecer en santidad, busca comunicar su
gracia, desarrollar la fe, la esperanza y la caridad de la perso­
na. La persona ha de dejarse conducir por el Espíritu Santo.
Si el carisma no se orienta a la santidad, es peligroso, porque
uno se toma por dios y en la Historia muchas veces ha deri­
vado al sectarismo»85.
«El ejercicio de los carismas requiere acompañamiento
—añadía Mons. Dominique Rey—, porque, si no, habrá pro­
blemas». Por ejemplo, absolutizar el carisma con sentimiento
de 'yo sí controlo', 'yo sí conozco' (...). Otro riesgo es, con la
excusa del carisma, separamos del mundo y de las personas,
aislamos. ¡El carisma debe servir para llegar a la gente y servir
y evangelizarla! Muchos errores se ahorrarían con docilidad y
trato correcto con la autoridad legítima, con el obispo»86.
En conclusión, como plantea Muñoz de Juana, es ur­
gente revisar esta figura canónica de la exención, para que
la Iglesia pueda respirar con sus dos pulmones, el jerárquico
y el carismático, y cada uno de ellos cumpla plenamente su
misión en la Iglesia, en conformidad tanto con el querer de
Cristo como con el Derecho divino apostólico y la Tradición
viva eclesial, suscitados y custodiados por el Espíritu Santo:
«Hay que buscar un adecuado encaje canónico de los
exentos para que respetando su debida autonomía espi­
ritual no se conviertan de hecho en anómalas estructuras
eclesiales. La comunión empieza por respetar la estruc­
tura esencial de la Iglesia, que es sacramental (...). Uno

85 Ibídem.
86 Ibídem.

109
Quo vadis, Ecclesia?
de los problemas de la Iglesia, y de la curia vaticana en
concreto, es que está demasiado centralizada e institu­
cionalizada. Un modo de adelgazar esta institucionaliza-
ción sería una mejor integración de los institutos en las
diócesis, pasando a depender del obispo diocesano en
cuanto al régimen, de modo que los superiores moderen
la vida interna en cuanto al espíritu y organización, pero
careciendo de jurisdicción. Hoy no parece necesario re­
gular la autonomía de los institutos mediante la exención
de la autoridad de los obispos locales, como reparto de
jurisdicciones y competencias entre Papa y obispos. Este
planteamiento, más de inspiración secular que canónica,
no es muy conforme con el munus petrino ni con una ecle-
siología sacramental, de catolicidad de la Iglesia local»87.

87 MUÑOZ DE JUANA, José María, Comunión en la Iglesia local y exen­


ción, REDC 71 (2014) 267-269.

110
Capítulo IV

La gestacción de la gran apostasía

Con lo que venimos diciendo es posible que se en­


tienda mejor por qué se produjo esa paulatina desintegra­
ción del proyecto Cristiandad, al tiempo que la sociedad
occidental se iba alejando cada vez más de una Iglesia
institucionalmente muy debilitada desde el punto de vista
espiritual y muy ralentizada en el orden organizativo.

i. El proceso de rechazo social de la Iglesia

La falta de fidelidad al mandato de Jesucristo: «Dad al


César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,
21), fue conduciendo a un creciente deterioro en autentici­
dad evangélica que provocó un progresivo escándalo social,
con el consiguiente alejamiento de la sociedad respecto de
una Iglesia que estaba dejando de ser sal y fermento. Pues,
como advertía Juan Pablo II, «una fe que no se hace cultura

111
Quo vadis, Ecclesia?

es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada,


no fielmente vivida»88.

a) Los tiempos de una Iglesia de 'paganos bautizados'

Un siglo después de que el Edicto de Tesalónica Cune­


tas populos del año 380 concediera a la Iglesia cristiana un pri­
vilegiado estatuto social, el Imperio Romano entró en una
decadencia que aceleró lo que se ha denominado como "la
invasión de los bárbaros". El hecho es que se produjo una
incorporación de esas poblaciones inmigrantes, a las que
la Iglesia fue evangelizando paulatinamente, desde que a
finales del siglo V se convirtiera Clodoveo, esposo de santa
Clotilde y rey de los francos, primer pueblo bárbaro que se
incorporó a la Iglesia. Cuatro siglos después, no quedó nin­
gún pueblo bárbaro sin evangelizar en la parte occidental
del Imperio.
En esta segunda parte del primer milenio hubo sus
más y sus menos en esa Iglesia que, en Occidente, tuvo
que ir desbrozando a pueblos tan diversos y con costum­
bres paganas tan diferentes; y que, en el más aburguesado
Oriente, fue barrida por un Islam que proponía una reli­
gión que los libraba:

1° de las disquisiciones bizantinas, con su simpleza doctrinal;

2® de la estructura clerical;
3® de la profusión de impuestos con los que el Imperio Bizan­
tino venía asfixiándolos; y
4® que rebajaba las exigencias morales del cristianismo, sobre
todo en materia sexual.

88 Discurso a los participantes en el congreso nacional de Movimiento eclesid


de compromiso cultural, 16.1.1982.

112
La gestación de la gran apostasía

Sucedió al imperio bizantino algo semejante a lo que


le había sucedido a Salomón, que ocasionó que, a su muerte,
se perdieran para el reino de su hijo 10 de las tribus de Israel.
Al comienzo de su reinado sólo pensaba en comportarse con
sabiduría y rectitud para servir a su pueblo (cf. 1R 3,9). Pero
la lujuria —tenía 700 mujeres con rango de princesas y 300
concubinas: y todas idolátricas, lo que prohibía la Ley— lo
apartó de la fidelidad a Yahveh y, al pervertirse su corazón
(cf. 1 R 11, 1-11), acabó friendo a impuestos al pueblo (cf.
ibídem 12, 4), que en el reinado de su hijo Roboán se rebeló
contra éste, y 10 de las tribus se escindieron, formando otro
reino (cf. ibídem, 12,16-19).
Mutatis mutandis, la mundanización eclesial acabó
con gran parte del Imperio Bizantino: la complejidad de
una teología muy alejada de la vida, el aburguesamien­
to de costumbres y la injusticia social ocasionaron que —
como ya había advertido el Espíritu a las Iglesias del Asia
Menor (cf. Ap 2 y 3)— la fe desapareciera prácticamente en
grandes territorios que habían recibido el Evangelio en los
tiempos apostólicos.
La politización de la estructura eclesial tuvo también
su peso en las tensiones entre Roma y Constantinopla: como
—según hemos explicado en el Capítulo anterior— 500 años
después lo tendría en el cisma anglicano, así como en el cis­
ma de los países centroeuropeos, con intereses contrarios a
los Estados Pontificios, que encontraron en la contestación
de Lutero y Calvino la excusa religiosa para romper política­
mente con Roma.
En el caso de Constantinopla, al convertirse en capital
del Imperio, cada vez se sintió más reticente ante la prela-
ción eclesiástica del obispo de Roma, capital de la decaden­
te parte occidental del Imperio Romano. Estas disensiones
113
Quo vadis, Ecclesia?

llegaron al punto de que se estuvo al borde de la ruptura ya


en el siglo IX, en tiempos del Patriarca constantinopolitano
Focio. Al final, esta ruptura se consumó dos siglos después
ante la falta de diplomacia de los Legados pontificios, en
tiempos del Patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario,
dando lugar al Cisma de Oriente, que aún hoy perdura.

b) La crisis de la Cristiandad

En Occidente, el alejamiento respecto de la Iglesia


fue más lento, también porque la relajación de costumbres
no arraigó tanto en la Iglesia hasta el siglo XIV. La mun-
danizadón de la jerarquía, fruto de las intromisiones de
i los poderosos en el nombramiento de papas y obispos, fue
notablemente frenada por la reforma Gregoriana de finales
del siglo XI, propiciando un derto resurgimiento del fervor
cristiano en el siglo XII y sobre todo en el XIII.
Pero en el s. XIV, los 60 años de cesión de los papas a
las presiones de los cardenales franceses durante el destierro
de Avignon, resultaron demoledores para la Iglesia, que fue
terdada con la peste negra de 1348-1350, y acabó en el lamen­
table Cisma de Ocddente, con dos y tres papas simultáneos
durante cuarenta años, hasta bien entrado el siglo XV.
Se podría afirmar que la Iglesia ya no se recuperó nun­
ca del descrédito que le supuso la crisis del siglo XIV. Las re-
acdones de los condlios de Constanza (a. 1414), de Florenda
(aa. 1431-1445) y, sobre todo, de Trente (aa. 1545-1563) contri­
buyeron progresivamente a esa reforma intema que la Iglesia
estaba pidiendo a voces. Pero, al no renunciar al amparo de
los Estados, la reacdón resultó insufidente, no consiguiendo
retrotraer a la Iglesia a la fidelidad de los tiempos apostólicos

114
La gestación de la gran apostasía

y resignándose a una moral de mínimos que no era capaz de


devolverle el atractivo de la autenticidad evangélica.
Cuando se consideran las medidas disciplinares
adoptadas en Trento —dejamos aparte la valiosísima cla­
rificación que este concilio realizó en el orden doctrinal y
sacramental—, se puede deducir el nivel tan bajo en que se
encontraba la vida de la Iglesia hasta ese momento: cues­
tión que explica el eco que, treinta años antes de la Contra­
rreforma católica, encontraron las críticas de Lutero:

o la condena de prácticas simoníacas;


o el establecimiento de la obligación para los obispos
y párrocos de vivir en la diócesis o parroquia
encomendada, con la consiguiente prohibición de
acumulación de cargos incompatibles;
o medidas para la reforma de la moral del clero, para la correcta
administración económica de las fundaciones religiosas y
sobre los requisitos para asumir cargos eclesiásticos;
o reafirmación de la excelencia del celibato;
o creación de los seminarios para que los miembros del
clero de las diócesis dejaran de ser curas de «misa y
olla», porque tuvieran una formación previa que les
permitiera predicar y confesar: formación que hasta ese
momento sólo venían recibiendo los sacerdotes de las
órdenes religiosas;
o elaboración de un Catecismo para Párrocos, que
posibilitara la susodicha formación; y
o la regulación de la forma canónica del matrimonio, a fin
de acabar con los matrimonios clandestinos.

Estas medidas fueron positivas pero, al mantener el


planteamiento minimalista de la vida cristiana, no consiguie­
ron detener ese movimiento social de búsqueda de un nuevo
115
Quo vadis, Ecclesia?

modelo de convivencia no basada en el cristianismo, que el


descrédito de la Iglesia había provocado. Me refiero al Re­
nacimiento, ese fenómeno cultural que se inició en Europa
un siglo antes de Trento, buscando esa regeneración cultural.
Pero este Renacimiento ya no miró hacia los valores cristia­
nos como modelo de inspiración, sino que, ante su descré­
dito, recurrió a los valores paganos del mundo greco-latino.

c) El sucesivo rechazo de Occidente a la Iglesia, a Cristo y


a Dios

Simultáneamente a la extensión del Renacimiento, la


sociedad occidental fue consolidando en el orden religioso su
divorcio respecto de la Cristiandad: era el nacimiento de la
Modernidad. Como es lógico, esta apostasía se produjo pau­
latinamente89. En 1517 Lutero protagoniza con su 'Sermón
de las Indulgencias' la negación de la Iglesia, desgajando del
seno de ésta a gran parte de la Cristiandad centroeuropea.
Doscientos años después, en 1717, la fundación de la primera
logia masónica moderna90 abanderó la negación de Jesucristo

89 John SENIOR, en su ensayo sobre La muerte de la cultura cristiana


(que publicó en 1978 y cuya traducción nos ha ofrecido la Editorial
Homo legens, Madrid 2018) realiza una descripción muy atinada de los
principales ingredientes de la desaparición de la cultura cristiana, pero
sin explicar a qué se debió su abandono. Sénior se centra en el indus­
trialismo deshumanizador, el desprecio de la filosofía realista, la suda
inmoralidad del modernismo, la autosuficiencia racionalista y la menta­
lidad dentífico-técnica.
90 La primera logia masónica que se conoce fue la llamada "capilla
de María", fundada en 1598, en la que reconocen en su acta de consti­
tución que no tienen nada que ver con la masonería gremial medieval
ni con los templarios (cf. Guillermo BUHIGAS, Los Protocolos. Memoria
histórica. Córdoba 2008. Ed. Sekotia, p. 95). El primer ritual masónico, ya
con tintes claramente luciferinos y esotérico-cabalísticos lo elaboró Elias
Ashmole (1617-1692) y su hermandad de marranos (= falsos conversos:

116
La gestación de la gran apostasía

que se produciría en este "siglo de las luces", en que la Ilus­


tración afirmaría la oposición entre fe y razón.
Me parece muy significativo que la beligerancia contra
la Iglesia, que la Ilustración produjo, fuera muy sangrienta
sólo en la Revolución Francesa, que provocó el comienzo de
la caída del integrismo, al decretar los asamblearios la diso­
lución del Anden Régimet el Antiguo Régimen integrista, de
simbiosis entre la monarquía y la institución eclesial.
En cambio, la Revolución Americana, 13 años antes,
no había sido antirreligiosa en sus formas, hasta el punto
de comenzar su Constitución mencionando a Dios. ¿A qué
se debió esa diferencia tan notable? A que no había existido
clericalismo en la configuración de los Estados Unidos. Es
la misma diferencia que la que existe entre la masonería
francesa y británica. Ambas son anticristianas, pero la pri­
mera es radical y la otra, aunque más poderosa e influyen­
te, no tanto91.

cf. ibídem, p. 94). El 24/06/1717, solsticio de verano pagano, es cuando se


funda la primera logia de la Masonería moderna, que realmente fue la
que aglutinó otras logias en una sola obediencia (la inglesa), con el fin
de que medrare la dinastía luciferina Hannover, protestante y jacobita
(cf. Alberto BARCENA, Iglesia y Masonería. Las 2 ciudades. Madrid 2015.
Ed. San Román, p. 18; y también Manuel GUERRA, Masonería, religión y
política. Córdoba 2012. Ed. Sekotia, pp. 25 y 187 y ss).
91 En realidad, aunque aparentemente la masonería francesa fue más
radical, la inglesa ha resultado ser mucho más perversa y dañina, y tiene
mucho más poder. Fue en EEUU, y no en Francia —a pesar de haberse
intentado por la fuerza de las armas—, donde se pusieron en práctica
por primera vez las ideas de la ilustración masónica. La Constitución de
EEUU fue redactada por masones, esclavistas y filomasones (Franklin,
Jefferson y Adams, respectivamente). Aunque se cita a Dios en la misma,
¿qué dios es?...: el masón: es decir Lucifer (sobre el luciferismo masónico
y su vinculación con EEUU, desde las primeras décadas de su indepen­
dencia, véase Alberto BARCENA, Iglesia y Masonería..., cit, pp. 37 y 126).
Y así lo especificó su primer presidente, George Washington cuando
afirmaba que "EEUU no está fundado sobre la religión cristiana. El go­
bierno no es razón ni elocuencia, es fuerza". Unas palabras que encajan
perfectamente con la idea del contrato social de Rousseau sobre del de-

117
Quo vadis, Ecclesia?

Pues bien, dos siglos más tarde, en 1917 —después de


la Revolución Francesa y de que en el siglo XIX Marx, Freud
y Nietzsche, los "maestros de la sospecha", reeditaran la ten­
tación de Satanás a nuestros primeros padres ('Dios es un
enemigo de nuestra felicidad': cf. Gn 3, 5)—, la revolución
bolchevique-menchevique perpetró la negación de Dios, que
el comunismo extendería tan cruentamente, y la revolución
sexual consolidaría 50 años después.
No desapareció la Iglesia en todo este proceso, pues
el Espíritu Santo suscitó una profusión de santos y de ins­
tituciones carismáticas que fueron dando respuestas verda­
deramente inspiradas a las necesidades del momento. Pero
no consiguió superar el cáncer del integrismo —ni siquiera
con la caída del Antiguo Régimen y la pérdida de los Estados
Pontificios—, porque el cambio de mentalidad no llegó a
alcanzar a la institución jerárquica, que se mantenía afinca­
da en la mentalidad y los métodos propios del cristianismo
asistido o sociológico.
A mi modo de ver, no deja de ser significativo que fue­
ra el Concilio Vaticano I el momento en que la Iglesia perdiera
los Estados Pontificios. Y no porque renunciara a ellos, sino
porque se los arrebataron a la fuerza los ilustrados italianos
cuando las tropas francesas, que en ese momento se encar­
gaban de la defensa de los Estados Pontificios, tuvieron que
marcharse para ir a combatir en la guerra franco-prusiana.
Pues bien, digo que me parece relevante que esto suce­
diera cuando el Concilio había emitido ya dos documentos,

recho del más fuerte; y con los Protocolos de los sabios de Sión: "Por ley
natural, el derecho es la fuerza"; y con el pensamiento de Nietzche: "La
fuerza se impone al derecho, y no hay derecho que en su origen no sea
demasía, usurpación violenta" (Guillermo BUH1GAS. Los Protocolos.
cit., p. 207. Véanse también las pp. 199 y ss).

118
La gestación de la gran apostasía

en los que la Iglesia trataba de recuperar su tan mancillada


autoridad: el primero relativo a la compatibilidad entre fe y
razón, que había sido negada por la Ilustración; y el segundo,
que trataba de la autoridad e infalibilidad papal, tan cues­
tionada como consecuencia de los escándalos de los siglos
anteriores. Se habían preparado 50 temas para debatir. Pero
la obligada suspensión del Concilio hizo que los 48 restantes
quedaran para ser estudiados en mejor ocasión.
Para el beato Pío IX, la pérdida de los Estados Ponti­
ficios fue quizá el suceso más difícil de su dilatado pontifi­
cado, el más largo de los pontificados habidos hasta ahora.
La historia ha demostrado después que esa pérdida ha sido
lo mejor que podía haber acontecido a la Iglesia en mucho
tiempo. Pues supuso una auténtica liberación de preocu­
paciones y ocupaciones políticas, que propició un decidi­
do movimiento de renovación eclesial, cuyo punto álgido
ha sido el Concilio Vaticano II. Y nunca como a partir de
ese momento se ha producido una secuencia de papas tan
prestigiados ante la sociedad, a pesar del imparable ale­
jamiento respecto de la Iglesia que la sociedad occidental
venía realizando mayoritariamente:
«A pesar de su calidad de masón y descreído (ade­
más de esclavista, pirata y ladrón de caballos), Giuseppe
Garibaldi ha sido uno de los más grandes benefactores que
nunca haya tenido la Iglesia (...). La fecha en que finalmente
él y otros consiguieron arrebatar al papa los estados pontifi­
cios marca el levantamiento de la hipoteca que durante un
milenio y medio había cargado la Iglesia con un cúmulo de
obligaciones y tentaciones que poco tenía que ver con su ca-
risma y misión. La santidad media de los pontífices ha subido
muy notablemente desde que se les ha arrebatado el poder
temporal, y en general hemos ido dándonos cuenta de que lo
119
r
doscientos años.

a) Los ciclos de la historia humana en la Biblia

Una de las enseñanzas más recurrentes de la Biblia es


que, cada vez que los hombres nos alejamos de Dios y nos
ponemos al alcance de los diablos, éstos nos colman de des­
gracias que, cuando el alejamiento es serio, pueden llegar a
una destrucción importante. Sin embargo, también se subra­
ya en los mismos relatos bíblicos que esas calamidades pue­
den ser también para algunos ocasión de un arrepentimiento
que abra las puertas al Amor fiel de Dios por sus criaturas, de
forma que con su Misericordia intervenga para reconducir a
la Humanidad a un nuevo recomienzo.
La Escritura Santa insiste en que, mientras Dios vea
que todavía quedan por nacer personas que querrán salvar­
se, permitirá pacientemente las rebeldías de los que usan la
libertad para obrar la iniquidad y ocasionar sufrimiento a los
inocentes: ¿Hasta cuándo —preguntan a Dios los salvados
en el Apocalipsis— vas a estar sin hacer justicia y sin vengar
nuestra sangre de los habitantes de la tierra? La respuesta es
clara: Tened paciencia todavía un poco, hasta que se comple­
te el número de los elegidos (cf. Ap 6,10-11).
Y, en cambio, la Palabra de Dios parece sugerir que
cuando ya no quede fe sobre la Tierra —cuando ya nadie
quiera salvarse—, entonces acabará el tiempo y el Señor vol­
verá glorioso para juzgar a vivos y muertos en su Parusía.
Así lo parece dar a entender Jesucristo (y es el único indicio
que nos ofreció sobre el momento de su Parusía) cuando
preguntó a sus discípulos, sin esperar respuesta: «Cuando

121
Quo vadis, Ecclesia?

vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la Tierra?»93,


Mi opinión es: no; y por eso mismo volverá entonces.
Para Dios —indica san Pedro— la medida del tiempo
es distinta que la nuestra, porque mide los acontecimientos en
función del ejercicio de su Misericordia con los seres huma­
nos. Para Él, «un día es como mil años y mil años como un día.
El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino
que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie
se pierda sino que todos accedan a la conversión» (2 P 3,8-9).
Esto explica que Dios intervenga de forma especial -
en un dies irae, según las expresiones de profetas como Joel,
Sofonías, Zacarías y Malaquías: día de la ira de Yahveh— cada
vez que se extiende la maldad de muchos (cf. Mt 24,12), a fin
í de purificar a la Humanidad del pecado de muchos inicuos
I y que pueda producirse un recomienzo con quienes aceptan
I vivir según los planes de Dios:
«Tú eres terrible: ¿quién resiste frente a ti, al ímpetu de tu
ira? Desde el cielo proclamas la sentencia: la tierra teme
sobrecogida cuando Dios se pone en pie para juzgar, para
salvar a los humildes de la tierra. (...) los que sobrevivan
al castigo harán fiesta en tu honor» (Sal 76 [75], 8-11).

93 Le 18, 8. En realidad, la pregunta parece estar respondida en Apo­


calipsis 14,15, donde se lee: «Y otro ángel salió del templo y gritó con
gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Arroja tu hoz y siega, pues
na llegado la hora de la siega, porque la mies de la tierra se secó hace
tiempo». Las traducciones habituales en castellano leen "porque está
madura" o "está en sazón la mies": la traducción no es incorrecta en
sí porque la madurez del cereal se alcanza «al secarse» la espiga, pero
impide advertir otro matiz del original griego: ha llegado el tiempo de
segar no porque el fruto esté en sazón, smo porque se na secado desde hace
ya tiempo o ha pasado ya bastante tiempo desde que el cereal alcanzó su
sazón: ótl é^r|páv0r] es aoristo en pasiva del verbo £r|Q(xívco. Las versio­
nes latinas traducen correctamente al usar el verbo areo - arui. Por tanto,
traduciendo bien, aquí hay una respuesta directa a la pregunta que Jesús
hace en Lucas 18, 8 que, además, resulta coherente con la parábola de la
higuera estéril de Lucas 13,6-9.

122

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i
La gestación de la gran apostasía

A este respecto —teniendo en cuenta la demoniza-


ción de la ira y la canonización de la concupiscencia en la
cultura postmoderna— no está de más aclarar que la ira es
una pasión noble cuando tiene como objeto la injusticia y
se ejerce en beneficio de quien la comete, buscando su co­
rrección y dificultando que agrave la pena por sus delitos,
perpetrando más iniquidades.
Pues bien, según narra el Génesis, eso es lo que suce­
dió cuando los hijos de Dios se mezclaron con las hijas de
Caín (es decir, cuando los que seguían la Voluntad del Crea­
dor pasaron a las costumbres idolátricas), en que sólo Noé y
su familia se salvaron del Diluvio (cf. Gn 6-8); y cuando los
hombres quisieron construir una sociedad sin Dios en Babel,
y acabaron dispersos (cf. Gn 11,1-9); o cuando en los tiempos
de Abraham fueron destruidas Sodoma y Gomorra por su
depravada conducta (cf. Gn 18-19).
Nada impide suponer que experiencias análogas ha­
yan sucedido en las decenas de miles de años que muchos
científicos aseguran que el Homo sapiens lleva sobre la Tie­
rra94. Es más, atendiendo a la teología de la historia humana
de las visiones del libro de Daniel o bien a la más comple­
ta del Apocalipsis de Juan, todo apunta a que esa secuencia
—lfl de rechazo de los hombres a Dios, 2C de desgracias de-
94 Varios paleontólogos y paleoantropólogos consideran Homo sapiens
de forma indiscutible tanto a los que poseen las características anatómi­
cas de las poblaciones humanas actuales, como a los que se comportan
según lo que definen como «comportamiento moderno». Según esos
criterios, los restos más antiguos atribuidos a Homo sapiens parecen en­
contrarse en Marruecos, con 315.000 años [Callaway, Ewen (2017). «Ol-
destHomo sapiens fossil claim rewrites our species' history». Nature (en
inglés), doi: 10.1038/Nature.2017.22114]; y las evidencias más antiguas
de «comportamiento moderno» parecen ser las del yacimiento arqueoló­
gico de Pinnacle Point (Sudáfríca), con 165.000 años, descubierto en 1999
Por Curtís W. Marean y Peter Nielssen en una cueva que fue denomina­
da como «PP13».

123
Quo vadis, Ecclesia?

rivadas de entregarse a los diablos, y 3a de intervención de


la Misericordia divina cuando los humanos se abren al arre­
pentimiento— ha sido la falsilla recurrente de la historia de
la Humanidad.
Desde luego, ésa fue la experiencia del Pueblo de
Dios desde los tiempos de la Antigua Alianza en el Sinaí,
según se pone en evidencia en el libro de los Números, don­
de sólo Josué y Caleb, de los cientos de miles que salieron
de Egipto, entraron en la Tierra Prometida; o en el libro de
los Jueces, en que se consignan los años de prevaricacio­
nes, castigos y arrepentimientos que se sucedieron desde la
toma de Jericó hasta el comienzo de la monarquía; así como
en los relatos bíblicos que concluyen en la destrucción del
Reino de Israel (722 a.C.), y del Reino de Judá (587 a.C.), a
causa de sus idolatrías.
Todos estos acontecimientos fueron acrecentando la
conciencia del Pueblo de Dios acerca de la necesidad de un
Mesías que les alcanzase la fuerza del Espíritu Santo con que
superar la fragilidad moral que se siguió de la Rebeldía Ori­
ginal de Adán y Eva y que a ellos les impedía ser fieles a
su Alianza con Yahveh y que, en general, impide a todos los
humanos, responder a la vocación de hijos de Dios.
Por eso, Jesucristo presentó su predicación como un
Evangelio, como el anuncio de una Buena Noticia, la de una
especial Misericordia del Padre con los hombres: la de la lle­
gada de ese ansiado Reino de Dios y la consiguiente derrota
del Príncipe de las tinieblas. Lo cual explica, en sentido con­
trario, la gravedad del rechazo del Cristo —del enviado por
el Padre como Ungido del Espíritu para salvamos—, por
parte del Pueblo de Dios, tanto en los tiempos de la Antigua
Alianza, cuando un sector importante de Israel lo entregó a
la muerte; como en los tiempos de la Nueva Alianza, cuando
124
La gestación de la gran apostasía

una parte importante de la Iglesia ha dejado de ser sal y luz95,


y el mundo se ha pervertido.
A mayor gravedad del delito, más severo correctivo,
según advirtió Jesús en su "sermón escatológico"96, donde
habla Ia de un juicio o castigo para Israel, 2a de otro para las
naciones y 3a del Juicio final. Respecto de los dos primeros,
Jesús detalló bastante cuándo sucederían; a diferencia del úl­
timo, respecto del que Jesús (cf. Le 21,24) afirma que «su día
y hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo
el Padre» (Mt 24,36).
En efecto, según cuentan los evangelios sinópticos, a
las puertas de la Semana Santa, Jesucristo profetizó que, an­
tes de que pasara aquella generación (40 años), Jerusalén sería
destruida y los judíos dispersados entre las naciones (como
así sucedió en el año 71 d.C.); añadiendo que la ciudad santa
permanecería hollada por los gentiles hasta que se cumplie­
ra el "tiempo de las naciones", que bien puede entenderse
como la hora del juicio o castigo de éstas por su apostasía o
su proyecto de ordenar y organizar los pueblos de un modo
directamente contario a la ley de Dios.
A la vista de la cultura de la muerte de nuestros días, que
parece inspirar los dictados del Nuevo Orden Mundial pro­
yectado por las élites (financieras y políticas, controladoras
de la comunicación global del planeta), no es improbable ni
aventurado pensar que estamos inmersos en los tiempos pre­
vios al momento del segundo castigo profetizado por Cristo:
el del Juicio de las Naciones (también designado como Gran

95 En Mt 5,13 Jesús afirma: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si


la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla
fuera y que la pise la gente».
96 Puede verse este discurso en los relatos de los tres evangelios sinóp­
ticos: Mt 24-25, Me 13 y Le 21.

125
Quo vadis, Ecclesia?

Tribulación), al que aluden Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21.


También Pablo se refiere a lo mismo en Romanos 9-11, indi­
cando que será consecuencia del rechazo al Evangelio por
parte de las naciones no judías o gentiles, y que a ese tiempo
corresponde el reconocimiento del Mesías por "todo Israel"
(Rm 11,26) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25)
en "la incredulidad" (Rm 11,20) respecto a Jesús97.
Según esto, el Juicio de las Naciones es algo distinto
y anterior a la Parusía del Señor y al Juicio Universal, que
Mateo describe en el Capítulo 25. Por tanto, a pesar de que
no son pocos quienes confunden o unen en un mismo tiem­
po ambas realidades, mi opinión es que una y otra son dos
escenarios diversos, que no coincidirán en el tiempo, pues
ya nuestro Señor da por sentado que el tiempo histórico pro­
seguirá después del dies irae que enmendará la apostasía de
las naciones: «Habrá una gran tribulación, como no la hubo
desde el principio del mundo, ni la habrá»98. Y -unos versí­
culos después— añade: «Luego, en seguida, después de la
tribulación de aquellos días, se obscurecerá el sol»99.
Así lo corrobora san Pablo cuando escribe por segun­
da vez a los Tesalonicenses para advertirles que no pensaran
que el momento de la Parusía sería inminente, ya que todavía
no se había producido ni la gran apostasía ni la manifesta­
ción del Anticristo:
«Por lo que hace a la venida de Nuestro Señor Jesucris­
to y a nuestra reunión con Él, os rogamos, hermanos, que no
os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alar­
méis ni por espíritu, ni por discurso, ni por epístola, como si
fuera nuestra, que digan que el día del Señor es inminente.
97 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 674.
98 Ibidem 24,21.
99 Ibidem 24,29.

126
La gestación de la gran apostasía

Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de


venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la ini­
quidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra
todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el
templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo» (2 Ts 2,1-4).
No puede excluirse que la apostasía y la manifestación
del Anticristo mentadas en el texto puedan referirse o ubicar­
se en momentos distintos de la historia del futuro; sobre todo
si la noción de Anticristo se entiende personaliter o, dicho de
otro modo, referido en sentido personal a un sujeto concreto
de la historia humana: una posibilidad considerada también
en la teología más común junto a otros sentidos posibles de la
expresión anticristo en los escritos neotestamentarios.
Es verdad que resulta muy común la tendencia a
aglutinar ambos sucesos en el momento final de la historia
del mundo, de la misma manera que, según parecer de los
Padres, ese tiempo irá precedido por aquella otra singular
acción del Anticristo, en el sentido personal ya comentado.
Pero, en todo caso, como hemos señalado poco antes, en los
discursos escatológicos de Jesús, cabe distinguir entre los sig­
nos relativos al fin del tiempo de las naciones y los relativos
al fin del mundo y, por tanto, de la Parusía. Y a este respecto,
cabría también una exégesis que podría referir lo primero al
momento del juicio de las naciones y lo segundo al fin del
mundo, donde se estaría hablando en efecto de una "mani­
festación singular" de la fuerza del Anticristo, dominando el
mundo e incluso remedando la encamación.
En fin, todo esto es una cuestión abierta, en la que, por
los motivos expuestos, discrepo de aquellos que, al hablar
de estos asuntos o de los mensajes de las revelaciones priva­
das de los últimos 200 años, tienden a considerar la noción
de Anticristo sólo personaliter, uniendo así ambos signos y
127
Quo vadis, Ecclesia?

pensando que es casi inmediata la Parusía. En mi opinión


eso es un craso error, en el que incurren al no distinguir
etapas diacrónicas en la realización de todo lo anunciado
en los discursos escatológicos de Jesús. Y, por eso mismo,
se confunden y no se aclaran al interpretar los signos que
Jesucristo menciona en su sermón escatológico. Y a veces,
peor aún, tienden a hacer lecturas cuasi-gnósticas del Apo­
calipsis cuando pretenden reducir su simbología a tal o cual
hecho del presente que hoy nos toca vivir. No son tales los
caminos por donde debería discurrir la exégesis global de
este libro sagrado.
Sea de ello lo que fuere, en el ya citado texto del pro­
feta Zacarías se señala el mal ejemplo de los pastores como
la causa de la apostasía de las naciones. Cristo prometió a
Pedro que los poderes infernales no acabarían con su Iglesia
(cf. Mt 16,18); y, al subir a los Cielos, aseguró a sus discípulos
que, a pesar de los pesares, Él siempre estaría con ellos hasta
su Parusía (cf. Mt 28, 20). Pero eso no excluye que se hayan
producido escándalos gravísimos en una parte de la Iglesia,
que hayan sido causa de la dispersión de ésta.
En el susodicho sermón escatológico puede verse
cómo, después de referirse al castigo de Israel por su recha­
zo al Mesías de Dios, Jesús detalla la gravedad incompara­
ble del castigo a las naciones por su apostasía. Ya pareció
haber ciertos preludios cuando la Cristiandad tocó fondo en
su alejamiento del Evangelio, en los tiempos del Destierro
de Avignon y del Cisma de Occidente, en que la Peste Negra
ocasionó una mortandad de la tercera parte de Europa entre
1348 y 1350. Pero en el discurso escatológico Jesús afirma
que «habrá una gran tribulación como jamás ha sucedido
desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a ha­
ber» (Mt 24, 21).
128
La gestación de la gran apostasía

Considerando la gravedad de las tribulaciones que


han padecido los cristianos hasta ahora, resulta difícil ima­
ginar mayores males: las persecuciones durante el imperio
romano, el acoso de la Cristiandad por el Islam, la imposi­
ción de la herejía en los países en que triunfó la Reforma;
las atrocidades perpetradas por la Revolución francesa; las
persecuciones llevadas a cabo por el comunismo en Rusia,
en China y en tantos otros países; las matanzas de cristianos
en Asia y en África... Y sin embargo, si Jesucristo habló que
de una gran tribulación que no tendrá parangón ni antes ni
después, es porque así será. De hecho, examinando los fenó­
menos apocalípticos que Jesús profetizó sobre ese momento
-guerra, hambre, peste, persecución religiosa, confusión
doctrinal, falsos prodigios, enfriamiento espiritual, terre­
motos, oscuridad solar, astros que se tambalearán, maremo­
to100- se ve claramente que se trata de algo mucho peor que
la Peste Negra o que las mencionadas persecuciones.
Ya he mencionado anteriormente al profeta Zacarías.
Este profeta anunciaba ya una gran tribulación, provocada
por la traición de los pastores, en la que habrán de morir dos
terceras partes de la Humanidad, jóvenes incluidos (cf.
Za 13, 7-9). Pero, al igual que Jesús en el sermón escato­
lógico exhortó a ver esos acontecimientos con esperanza,
como la llegada de una gran liberación101 que hará posible
un nuevo inicio, Zacarías también señala que quedará un
resto sobre el que reconstruir una nueva civilización del
amor: esa tercera parte de la Humanidad, que habrá sido
purificada y, obviamente, necesitará de la acción evange-

100 Cf. Mt 24,7.11-12.24.29-30; Me 13,7-9.22.24-26; Le21,11-12.25-27.


101 Le 21,28: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la ca­
beza; se acerca vuestra liberación»; cf. Me 13,29.

129
Quo vadis, Ecclesia?

lizadora de una Iglesia renovada, capaz de realizar una


nueva y auténtica evangelización.

b) Revelaciones privadas sobre la gran tribulación

Como comienza explicando el Catecismo de la Iglesia


Católica102, el ser humano es capax Dei, capaz de entrar en
comunión con Dios. El agnosticismo es un pesimismo falso,
porque el Pecado original no nos dejó ciegos espiritualmen­
te, sino sólo miopes. Aunque mermada, conservamos nuestra
capacidad contemplativa natural, que nos permite descubrir
__ su Amor por nosotros a través de sus obras y, mediante la
conciencia, discernir su Voluntad en cada momento103.

o Revelación pública y revelaciones privadas

Además, Dios, en su Misericordia, no nos ha aban-


donado a ese estado de semi-oscuridad, sino que, en la
historia de los hombres, nos ha ido hablando «en muchas
ocasiones y de muchas maneras: antiguamente, por los
profetas y, en esta etapa final, nos ha hablado por medio
de su propio Hijo» (Hb 1, 1-2). Es lo que denominamos
como Revelación pública.
Como señala la Biblia, Dios preparó la venida del Sal­
vador comunicándose directamente con Adán y Eva, y con
Caín; con Noé; con Abraham, Isaac y Jacob; con Moisés y Aa-
rón; con Josué y los 12 Jueces de Israel; con Samuel y los re­
yes Saúl, David, Salomón y Ezequías; con los Profetas; y con

102 Cf. nn. 27-49.


103 Cf. CONCILIO VATICANO I, Constitución Dogmática 'Dei Filius’,
sobre la fe católica. 24.IV.1870: DS 3015.

130
I
La gestación de la gran apostasía

Zacarías y su hijo Juan Bautista, que prepararía los caminos


del mismo Hijo de Dios.
Toda esa Revelación pública, que se ha realizado me­
diante acciones y palabras104, se ha ido transmitiendo prime­
ro en el seno del Pueblo de Dios de la Alianza en el Sinaí, y,
después, en la Tradición viva de la Iglesia, desde los tiempos
de los Apóstoles.
Es una Revelación que terminó con la muerte del úl­
timo Apóstol y que, por tanto, está acabada, es «definitiva,
nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes
de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo"105.
Ahora bien, que esté acabada no significa que esté
«completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana
comprender gradualmente todo su contenido en el trans­
curso de los siglos»106 y, con la ayuda del Espíritu Santo,
profundizar intelectualmente en su comprensión y avanzar
existencialmente en su práctica.
Además, «a lo largo de los siglos ha habido revelacio­
nes llamadas 'privadas', algunas de las cuales han sido reco­
nocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no
pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de 'me­
jorar' o 'completar' la Revelación definitiva de Cristo, sino la
de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de
la historia»107.

104 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática 'Dei Verbum',


sobre la divina Revelación, 18.XI.1965
105 Ibídem, 4.
106 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 66.
107 Ibidem, n. 67.

131
Quo vadis, Ecclesia?

o Revelaciones privadas antiguas sobre la Gran


tribulación

Desde los primeros siglos de nuestra era, no han fal­


tado personas cuyas revelaciones privadas han tenido una
aceptación en el sentir común del Pueblo de Dios. A ello se
refiere el n. 67 del Catecismo de la Iglesia Católica, cuando seña­
la que, «guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los
fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas
revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de
sus santos a la Iglesia».
Como veremos a continuación, entre esas personas
que han recibido tales gracias extraordinarias —místicos o
videntes— no han faltado los santos. Pero su santidad no
garantiza la fiabilidad en la recepción ni en la transmisión
del mensaje y, en consecuencia, no es un aval definitivo
para la credibilidad de las supuestas revelaciones. Y, por
eso, «la Iglesia, reconociendo la santidad de esas personas,
no se pronuncia sobre la naturaleza de sus Revelaciones
privadas7, siempre que se conserven dentro del espacio de
la recta doctrina»108.
La relación de supuestos videntes en materia escato-
lógica es larga. Y la mayoría de sus mensajes se refieren al
Juicio de las Naciones o Gran tribulación, más que al Juicio
final: cosa lógica puesto que ya hemos dicho que el Señor dijo
que no se iba a revelar el momento de su Parusía.
Mencionemos solamente algunos de los más conod'
dos. Los hay de los primeros siglos de la Iglesia, como Oríge­
nes (185-254); de los tiempos de la recomposición de la Iglesia
después de la reforma gregoriana, como Santa Hildegarda de

108 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 67.

132
La gestación de la gran apostasía

Bingen (1098-1179); o del momento de la crisis de la Iglesia


en el siglo XIV, como Santa Brígida (1303-1383) y san Vicente
Ferrer (1350-1419).
Esas supuestas revelaciones privadas sobre el conteni­
do del Juicio de las Naciones han proseguido en tiempos más
redentes, como las de la venerable Mariana de Jesús Torres
(1563-1635), la sierva de Dios sor María Des Vallées (1590-
1656), la Beata María de Jesús de Agreda (1602-1665), la Beata
Ana Catalina Emerich (1774-1824), Santa Catalina Labouré
(1806-1876), Santa Faustina Kowalska (1905-1938), María
Valtorta (1897-1961) y san Pío de Pietrelcina (1887-1968). Y,
como decimos, no ha habido pronunciamientos al respecto
por parte de la Jerarquía, porque —según hemos visto que
advierte el número 67 del Catecismo de la Iglesia Católica— no
suele hacerlo mientras no contengan afirmaciones contrarias
a la doctrina cristiana.
En cambio, cuando se presentan supuestos videntes
con mensajes contrarios a la Revelación pública, sí tiene senti­
do que intervenga la Jerarquía, a fin de proteger de esos falsos
profetas, que dice el Apocalipsis (cf. 16, 13) que constituyen
uno de los satélites del Dragón infernal, y respecto de los que
Jesucristo nos previno cuando, al hablar del momento de la
Gran tribulación, nos dijo: «Mirad que nadie os engañe. Por­
que vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cris­
to; y a muchos engañarán» (Mt 24,5).
Y así ha sucedido profusamente en las últimas décadas,
en que muchas sectas se han demostrado como especialistas
en suscitar miedo ante un fin inminente, para fidelizar a sus
seguidores en la obediencia incondicional a los objetivos de
sus dirigentes. Por eso, en estas materias es tan importante
la cautela y el discernimiento de espíritus que recomienda la

133
Quo vadis, Ecclesia?

Iglesia, ante la recurrente realidad de que el mismo Satanás


se disfraza de ángel de luz para confundir a los incautos:
«Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos,
disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué
extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de án­
gel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también
sus ministros se disfracen de ministros de la justicia.
Pero su final corresponderá a sus obras» (2 Co 11,14).

Aquí no vamos a reseñar el contenido de las susodi­


chas revelaciones privadas, que contienen detalles signifi­
cativos pero que no añaden nada sustancial a lo que reveló
Jesucristo sobre la Gran tribulación. Pero sí nos interesa,
en relación al tema que nos ocupa —de la urgencia de una
evangelización más evangélica—, referimos a las apari­
ciones marianas que se han producido en los últimos dos­
cientos años, desde 1830, en que la Madre nos ha instado
a convertimos antes de que llegue la Gran tribulación y a
avivar nuestra esperanza en que esos acontecimientos difí­
ciles darán paso al triunfo de su Corazón inmaculado y al
subsiguiente comienzo de una nueva civilización.

o Revelaciones marianas de los últimos siglos

Unos años después de que la Revolución francesa


iniciara la caída del Antiguo Régimen —del integrismo Igle­
sia-Estado—, y de que la revolución industrial cambiara
los parámetros de la sociedad, comenzó en el mundo una
secuencia de apariciones marianas, de las que muchas han
sido reconocidas por la Iglesia, y que tienen en común que
la Santísima Virgen llama a la conversión y avisa de lo que
sucederá a la Humanidad, si no se convierte, en un plazo no

134
La gestación de la gran apostasía

determinado pero que no parece que vaya a prolongarse ad


telendas graecas.
Se trata de un fenómeno verdaderamente extraor­
dinario, si se tiene en cuenta que, antes de esa época, la
Iglesia sólo ha reconocido oficialmente la autenticidad de
contadas apariciones marianas, entre las que mencionamos
las más conocidas:

/ de la Virgen del Pilar al Apóstol Santiago, hermano del


evangelista san Juan, en (Zaragoza, a. 40);
/ de Nuestra Señora de las Nieves al matrimonio romano que
promovería la construcción de la Basílica de Santa María la
Mayor (Roma, a. 358);
✓ de Nuestra Señora de Walsingham, patrona de Inglaterra, a
la noble Ricarda de Faverches, para pedirle que construyera
una réplica de su casa en Nazaret (1061);
✓ de Nuestra Señora del Rosario a santo Domingo de Guzmán
(a. 1208); e
✓ de Nuestra Señora del Monte Carmelo a san Simón Stock
(a. 1251);
✓ de Nuestra Señora de Guadalupe a san Juan Diego en el
Tepeyac (a. 1531);
S de Nuestra Señora de Laus a Benita Rencurel en los Alpes
franceses, entre 1664 y 1728, y que ha sido reconocida
recientemente, en 2008, por el obispo de Gap y de Embrun; y
/ de Nuestra Señora de La Vang a los refugiados vietnamitas:
la más larga de la historia, casi un siglo, entre 1798 y 1886, en
que cesó la persecución religiosa en vietnam.

Lo inusitado del fenómeno permite suponer que se


trata de una especial misericordia de Dios con los hombres,
que nos envía a nuestra Madre para despertamos del sopor

135
Quo vadis, Ecclesia?

espiritual, avisándonos de la gravedad del momento en que


nos encontramos.

De 1830 al Concilio Vaticano II

La intensa serie de apariciones recientes comienza en


1830 cuando la Virgen comunica a una religiosa de las Hijas
de la Caridad, santa Catalina Labouré, su deseo de que pro­
moviera la devoción a los Sagrados Corazones —al Sagrado
Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María (toda­
vía no se había proclamado el dogma de la Inmaculada Con­
cepción de María)—, especialmente mediante la difusión de
la Medalla Milagrosa, como medio de protección ante las
tribulaciones. Seis años más tarde, después de una investi­
gación canónica realizada en París, se declararon auténticas
las apariciones.
16 años después, también en Francia, se produjo una
de las apariciones más explícitas sobre los acontecimientos
relativos a la Gran tribulación: las de La Salette, en que la
Virgen, en septiembre de 1846, predice a dos jóvenes de 15 y
11 años castigos espantosos que se darán si la gente no cam­
bia, y promete la clemencia divina a los que se conviertan.
Después de cinco años de investigación, el obispo de Greno-
ble, reconoció la autenticidad de la aparición. Y el papa Pío
IX aprobó la devoción a Nuestra Señora de La Salette.
12 años después, entre el 11 de febrero y el 16 de julio
de 1858, cuatro años después de que el beato Pío IX procla­
mara el dogma de la Inmaculada, nuestra Señora de Lour­
des se presenta como la Inmaculada Concepción a Santa
Bernadette Soubirous, una pastorcilla inculta y enferma de
asma, canonizada por Pío XI el 8 de diciembre de 1933. El
c.__ i____________ 1____ ~
La gestación de la gran apostasía

cado, causa de todos los males que afligen a la Humanidad.


En el lugar de la aparición brotó una fuente de agua donde
se han producido incontables milagros verificados por los
científicos. San Pío X determinó que su fiesta se celebrara
litúrgicamente en toda la Iglesia.
Al año siguiente, la Virgen María se apareció en
una capilla del pueblo de Champion (Wisconsin, EE.UU.)
a la joven inmigrante belga Adele Brise, por tres ocasio­
nes en octubre de 1859, presentándose como la Reina del
Cielo que reza por los pecadores. En 2010 el obispo lo­
cal proclamó que las apariciones son dignas de crédito y
confirmó el reconocimiento oficial de la diócesis al popu­
lar santuario mariano de Our Lady of Good Help (Nues­
tra Señora de la Buena Ayuda), que se construyó sobre la
capilla de las apariciones.
18 años después de las apariciones de Lourdes, en fe­
brero de 1876, con el mismo mensaje de llamada a la conver­
sión de los pecadores, en un pueblo de la diócesis francesa de
Bourges, llamado Pellevoisin, comenzaron las 15 apariciones
de santa María Madre de Misericordia a Estela Faguette, una
joven enferma de 32 años que, seis días más tarde, después
de la quinta aparición resultaría curada milagrosamente, se­
gún fue declarado oficialmente por el arzobispo de Bourges
en 1983. En 1894, el papa León XIII, aprobó la Archicofradía
de María Madre de Misericordia, dedicada a propagar el es­
capulario del Sagrado Corazón.
3 años después, el 21 de agosto de 1879, tuvo lugar una
sola vez una aparición en que quince personas —jóvenes y
viejos, hombres, mujeres y niños— vieron a Nuestra Seño­
ra, a San José, a San Juan Evangelista y a Jesús en forma de
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, envueltos
de una luz celestial brillante, en la parte sur de la iglesia pa-
Quo vadis, Ecclesia?

rroquial de Knock, un pueblo donde hoy está el santuario


nacional de Irlanda, y que es centro de peregrinación mun-
dial donde acudieron, por ejemplo, santa Teresa de Calcu­
ta y san Juan Pablo II. Los quince videntes presenciaron
la aparición durante dos horas mientras llovía a cántaros,
rezando el Santo Rosario. Una comisión eclesiástica de in­
vestigación, instituida por el arzobispo de Tuam, concluyó
que el testimonio de todos los testigos en su conjunto era de
confianza y satisfactorio.
Pasamos ahora a 1917, año de la revolución bolche­
vique-menchevique. Desde el 13 de mayo la Virgen se apa­
reció seis veces en Fátima a tres pastorcillos, hasta que el
13 de octubre más de 70.000 personas presenciaron el gran
i milagro del baile del sol. Les reveló que quería difundir
। la devoción a su Corazón Inmaculado, y les pidió sacrifi­
cios y el rezo diario del santo Rosario para alcanzar la paz
mundial, el fin de la Guerra europea y la conversión de los
pecadores. El mensaje principal era una llamada urgente a
la penitencia y a la conversión personal porque, si los hom­
bres no cambiaban sus conductas de pecado, 1Q caerían en
el infierno, 2fi el comunismo sería el medio del maligno para
extender su veneno y perseguir a la Iglesia y llevar a la Hu­
manidad al desastre y 3fi habría una nueva guerra mundial
peor que la anterior.
No es mi intención relatar aquí ni la historia de estas
apariciones ni su posterior impacto, actualmente ya univer­
sal, pues desde el primer momento contaron con el apoyo
de los Obispos locales y muy pronto también con el respal'
do de la autoridad suprema de la Iglesia. Destacaré sólo dos
aspectos, uno primero por haber sido muy discutido y otro
segundo porque, por desgracia, parece haber permanecido
en la penumbra, pues una gran parte de la literatura fatimista

138
La gestación de la gran apostasía

se ha centrado sólo en ponderar la importancia de la Consa­


gración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, sin consi­
derar el asunto desde otras perspectivas.
De un lado, en efecto, está el tema del gran Secreto de
Fátima, revelado a los pastorcillos: un único secreto que cons­
ta de tres partes, según fue siendo revelado por la principal
interlocutora en estas apariciones: o sea, la Hermana Lúcia
dos Santos109. Las dos primeras fueron relatadas en su 4- Me­
moria (Capítulo 2 número 5) publicada en los años cuarenta
del siglo XX y la tercera —un manuscrito redactado el 3 de
enero de 1944— fue hecho público el año 2000 por orden de
Juan Pablo II. Sin embargo, hoy queda fuera de toda duda
razonable que no son ésos los únicos textos redactados por la
Hermana Lúda en reladón con el tan comentado Secreto110.
Y es verdad que existe una breve hoja manuscrita que
interpreta la visión simbólica de los pastordtos publicada
el año 2000 que, desde luego, no debe ser leída como mera
"profecía" del atentado a Juan Pablo II. Una digitalizadón de
esa hoja se ha difundido por la red desde el año 2010. Aún sin
valoraciones ofidales del documento, no hay argumentos ra­
cionales para rebatir su autentiddad, ya comprobada grafo-
lógicamente; pero, es verdad, la disposición de algunas frases
o algunos de sus términos pueden haber sido manipulados,
aunque no alterados sustandalmente111. En resumen, esta in-

109 Vid. los textos en la biografía publicada por el Carmelo de coim­


era, Um caminho sob o olhar de María. Biografía da Irma María Lúcia de Jesús
e do Corando Imaculado O.C.D. Coimbra 2013, en especial su Capítulo XIII.
La obra da notida también de la existencia de un inédito y enjundioso
manuscrito de la Hermana Lúcia titulado O meu caminho, oue en el futu­
ro será fundamental para comprender mejor el mensaje de Fátima y toda
su dimensión profética.
110 Cf. Christopher A. Ferrara, El secreto todavía ocultado, New York
2011. Ed. Good Councel Publications.
111 Cf. José María Zabala, El secreto mejor guardado de Fátima. Una

139
Quo vadis, Ecclesia?

terpretación de la última parte del Secreto es la que anuncia


con claridad una futura apostasía en la Iglesia impulsada desde su
cabeza, aunque al final "mi Inmaculado Corazón triunfará".
Ahí queda este tema.
El segundo aspecto importante, y apenas destacado
por casi nadie, es que ya desde la primera carta escrita por
la Hermana Lúcia a Pío XII el 2 de diciembre de 1940 pi­
diendo una vez más la Consagración de Rusia, se añadía
este párrafo:
"En varias comunicaciones íntimas, Nuestro Señor no ha
dejado de insistir en esta petición, prometiendo última­
mente, si Vuestra Santidad se digna hacer la Consagración
del Mundo al Inmaculado Corazón de María con especial
mención de Rusia y ordenar que en unión con Vuestra
Santidad y al mismo tiempo la hagan también todos los
Obispos del mundo, acortar los días de tribulación con
que ha determinado castigar a las naciones por causa de
sus crímenes, mediante la guerra, el hambre y las varias
persecuciones a la Santa Iglesia y a Vuestra Santidad"112.

investigación 100 años después, Madrid 2017, donde se edita el estudio


grafologico sobre la cuartilla. Y vid. también los análisis de Atila Sinke
guimaráes en dos estudios publicados en la red: uno de abril de 2010
Forensics vs. Photoshop, en http://traditioninaction.org/HotTopics/g2jh:
tForensic.html y otro de abril de 2017 Tratando de descifrar un mensaje
encriptado en https://moimunanblog.com/2017/04/03/alteracionesr hj:
lladas-y-explicadas-en-la-foto-del-tercer-secreto/. Sus conclusiones son
plausibles, aunque un depurado análisis filológico permitiría añadir
algunas sugerencias más.
112 Vid. el manuscrito original editado por Antonio María Martin?,
Documentos de Fátima. Introducto, subtítulos e notas pelo P. António
Martins S. J. (Porto 1976) pp. 436-438. Esta carta es muy clarificadora
sobre toda las encomiendas hechas por la Virgen en Fátima. Y la con;
sulta del manuscrito es importante para distinguir ahí claramente
es texto de la Hermán Lúcia y qué párrafos fueron introducidos por e*
Obispo de Leiría.

140
La gestación de la gran apostasía

Sin alargar este comentario, nótese como estamos ante


una Providencia abierta a la respuesta libre de los hombres,
de la que pende su futuro más o menos inmediato. Y, sin
embargo, aquí claramente Nuestro Señor dice a la vidente
que tiene determinado castigar a las naciones, en un tiempo más
o menos próximo, que ahí no se determina. Desde esta pers­
pectiva me parece que no es difícil advertir una intrínseca
conexión entre los mensajes de las múltiples y variadas apa­
riciones marianas, que aquí se comentan.
15 años después, entre el 29 de noviembre de 1932 has­
ta el 3 de enero de 1933, la Madre de Dios se aparece 33 veces
a cinco niños en Beauraing, un humilde pueblo de Bélgica,
para invitarlos a orar siempre, a orar mucho y a seguir el ca­
mino de la práctica del bien. Y a los doce días de despedirse
de los niños de Beauraing, Nuestra Señora de los Pobres se
aparece 8 veces en la población belga de Banneux a una niña
de 11 años, Marieta Beco. Ambas apariciones fueron aproba­
das por la Sede Romana en 1939.
El último fenómeno sobrenatural anterior al Concilio
Vaticano II, que vamos a reseñar se produjo 20 años después,
cuando la imagen de yeso del Corazón Inmaculado de María,
que colgaba en el cuarto matrimonial del humilde matrimo­
nio siciliano (Siracusa) formado por el obrero Angelo Lan-
nuso y su esposa Antonia, derramó lágrimas durante cuatro
días. Una comisión de médicos verificó que las lágrimas eran
humanas. El fenómeno fue declarado auténtico el 12 de di­
ciembre del mismo año por los obispos de Sicilia, reunidos
en conferencia episcopal, y fue reconocido por el Papa Pío
XII. Al consagrar en 1994 el Santuario de la Madre de Dios
de las Lágrimas, Juan Pablo II recordó el milagro ocurrido
cincuenta años antes (1953), para invocarla y pedirle protec­
ción para «aquellos que tienen más necesidad de perdón y de

141
Quo vadis, Ecclesia?

reconciliación» y que llevara «concordia a las familias y paz


entre los pueblos».

En los últimos 60 años

Parece, pues, muy significativa la inusitada profusión


de apariciones marianas que acabamos de reseñar y que tie­
nen en común que nuestra Madre nos llama a la conversión y
nos avisa de lo que sucederá a la Humanidad si no nos con­
vertimos. Desde luego, son convergentes con los datos que,
según hemos mencionado al hablar de los signos bíblicos del
Juicio de las Naciones, Jesucristo proporcionó en orden a ubi­
car el momento de la Gran Tribulación.
Ahora vamos a resumir las apariciones de la Virgen en
los últimos 60 años, desde los tiempos de los trabajos prepa­
ratorios del último Concilio ecuménico. Si hemos dicho que la
frecuencia de las apariciones marianas desde 1830 hasta 1960
es completamente inusual, lo que ha sucedido en el mundo
desde entonces me parece asombroso, pues a la frecuencia se
añade ahora la universalidad.
No vamos a enumerar todas estas recientes aparicio-
nes, pues ello requeriría un estudio específico. Pero remito
al pedagógico resumen que de ellas hizo un notable ma-
riólogo del siglo XX, Rene Laurentin, nada proclive inicial'
mente a interesarse en revelaciones privadas, pero que ante
sus propias experiencias acabó publicando en 1988 Apari­
ciones actuales de la Virgen María, que está a disposición de
todos en la red.
En ese libro, lo primero que hace Laurentin es ofrecer
las pautas de discernimiento que ha empleado para mane­
jarse en ese proceloso mar de las supuestas revelaciones pri'
vadas recientes —de las que unas han sido reconocidas pof
142
La gestación de la gran apostasía

la Iglesia y otras no, al igual que otras más siguen esperando


su valoración oficial—, así como analizar la convergencia de
sus mensajes, que le llevan a la conclusión de que se ordenan
a suscitar la conversión para salvar a un mundo en peligro.
Aquí sólo voy a mencionar las apariciones que han
obtenido algún respaldo por parte de la jerarquía de la Igle­
sia. No obstante, antes de comentarlas según su secuencia
cronológica, voy a referirme a las apariciones acaecidas en
Garabandal113 entre los años 1961 y 1965, porque me parecen
un caso muy especial y también por hechos muy singulares:
1Q) porque se dio un tremendo rechazo inicial por parte de la
jerarquía local, nada racional, constituyendo "Comisiones de
investigación", que luego se ha sabido que fueron fraudulen­
tas, y ejerciendo incluso presiones injustas sobre algunas de
las videntes, hasta que en 1987 el entonces obispo local hizo
que se abandonara la actitud de beligerancia de su obispado;
y 2fi) porque en 1992 la Congregación para la Doctrina de la
Fe indico que el caso dejaba de estar cerrado, de modo que su
eventual intervención dependía de que se hicieran los correc­
tos expedientes canónicos locales. Y esto explica que en 2017
el sacerdote José Luis Saavedra pudiera presentar su tesis
doctoral sobre estas apariciones114, aportando muchos datos,
con los que se han elaborado dos recientes películas Garaban­
dal, sólo Dios lo sabe y también Garabandal, catarata imparable,
que merece la pena conocer.
A mi entender, las reacciones de algunos contra Ga­
rabandal son tan desmesuradas como injustificables. Y, más

113 Cf. GARCÍA DE PESQUERA, Eusebio, O.F.M., "Sefue con prisas a la


montaña". Los hechos de Garabandal (1961-1965), Pamplona 1979. Este libro
es un buen resumen, detallado, de los sucesos acontecidos, con referen­
cias directas a muchos de sus testigos.
114 Cf. SAAVEDRA, José Luis, Garabandal: mensaje de esperanza. 2a ed. 2020.

143
Quo vadis, Ecclesia?

aún, cuando consta su aprobación directa o indirecta por


contemporáneos como san Pío de Pietrelcina, santa Teresa
de Calcuta, o el mismo san Juan Pablo II. Pero, sobre todo,
porque la entrevista de san Pablo VI en los años sesenta con
Conchita González, la principal de las videntes cántabras,
motivó que el Papa suprimiera la vigencia del canon 1399
del Código de Derecho Canónico en lo relativo a la difusión
de "nuevas apariciones, revelaciones, visiones, profecías, mi­
lagros" (número 5Q), en parte para que pudieran difundirse
los hechos de Garabandal. Su opinión, manifestada entonces
para que se supiera, era que "Garabandal es la historia más
hermosa de la Humanidad desde el nacimiento de Cristo. Es
como la segunda vida de la Santísima Virgen en la tierra, y
no hay palabras para agradecerlo".
Además, a pesar de los actos fraudulentos de las Co­
misiones locales para decir al final que para ellos "no consta
la sobrenaturalidad de los hechos", desde el primer momento
hubo de reconocerse que nada de lo transmitido se oponía a
la recta doctrina: invitación a la penitencia, a la reverencia
hada la Eucaristía, o la constatadón del hecho de que mu­
chos clérigos estaban yendo por el camino de la perdición,
llevando consigo a muchas almas. En todo caso, hay que des­
tacar la llamativa convergencia de las informaciones recibi­
das "muchas de ellas proféticas" durante las más de dos mil
aparidones que se sucedieron en Garabandal, en los años del
Concilio Vaticano II, y otros mensajes o profecías mañanas
como las de La Salette y de otras apariciones del siglo XX
oficialmente reconoddas por la Iglesia: por ejemplo, parece
obvia su conexión con Fátima. Pero no es necesario entrar
aquí en más detalles.
Dicho esto, pasemos a las principales apariciones
redentes que han obtenido algún reconocimiento oficial-

144
La gestación de la gran apostasía

Laurentín explica que en Egipto se han reportado varias


apariciones marianas, con la peculiaridad de que se han po­
dido fotografiar y que han sido vistas por musulmanes. Se
han dado en distintos barrios de El Cairo y al sur de Egipto,
con mensajes relativos a la oración, a la reconciliación y a
la evangelización, y han ido acompañadas de curaciones
extraordinarias. La primera se produjo en 1968 en el barrio
cairota de Zeitoun, y fue vista personalmente por más de
un millón de personas, y continuó durante tres años. Un
año después del comienzo, el patriarca ortodoxo copto
reconoció la autenticidad de las apariciones. La segunda
serie sucedió entre 1983 y 1987 en Shoubra (suburbio de
El Cairo), que también fueron reconocidas por el patriarca
ortodoxo copto. Después se produjeron las apariciones en
Asiut, al sur de Egipto, que comenzaron después de la visi­
ta del Papa Juan Pablo II en el año 2000. El obispo local ma­
nifestó que la Virgen había escogido esa población porque
había viajado allí durante el exilio de la Sagrada Familia al
huir de Herodes. Las últimas han sido en 2009, en el barrio
cairota de El Warrak.
Entre 1973 y 1975, se produjeron diversas apariciones
marianas a la hermana Agnes Katsuko Sasagawa en Akita
(Japón). Se dieron varios milagros, entre ellos que la imagen
de la Virgen primero presentara los estigmas y, más adelan­
te, emitiera lágrimas. Los mensajes enfatizaban la oración,
especialmente del Santo Rosario, y la penitencia, y conteman
visiones que vaticinaban un terrible castigo sobre la Huma­
nidad, peor que el del diluvio, la persecución sacerdotal y
la herejía dentro de la Iglesia católica. En 1984, el obispo de
la diócesis de Niigata, a la que pertenece Akita, después de
ocho años de investigación y habiendo consultado con la
Santa Sede, declaró el origen sobrenatural de los mensajes

145
Quo vadis, Ecclesia?

de Nuestra Señora de Akita —que se consideraban como una


continuación de los de Fátima— y autorizó su veneración
en toda la diócesis. Recientemente, la vidente comunicó que
el domingo 6.X.2019 —coincidiendo con la apertura de la
Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región
Panamazónica en Ciudad del Vaticano— recibió la manifes­
tación de un ángel para urgimos a la oración y la penitenda.
Desde 1976 y hasta 1984 la Virgen se apareció a una
madre de familia, María Esperanza Medrano, en Finca Beta-
nia (Cua, Venezuela), presentándose como la Reconciliadora
de los pueblos e invitando a una conversión integral, en la
oración y en el compromiso apostólico; ante este mundo di­
vidido. Las apariciones, que han dado innumerables frutos
espirituales, fueron reconocidas en 1987 por el obispo del
lugar, un jesuita, buen teólogo y doctor en psicología, que
quiso realizar en primera persona las investigaciones.
Entre el 8 de mayo y el 13 de octubre de 1980, Nues­
tra Señora se apareció seis veces en Cuapa (Nicaragua) a un
campesino cercano a la cincuentena, Bernardo Martínez,
perteneciente a una comunidad neocatecumenal, hablándo­
le de los sufrimientos que amenazaban a Nicaragua y pi­
diéndole el rezo diario del Rosario en familia al acabar las
tareas domésticas para pedir por la conversión de los cora­
zones e instándole a promover el perdón y la paz. Tres años
después, el obispo de lugar, la prelatura de Juigalpa, aprobó
las apariciones.
A partir de noviembre de 1980, Amparo Cuevas re­
portó estar recibiendo apariciones de nuestra Señora de los
Dolores en El Escorial con una llamada a la conversión, a la
oración, al rezo diario del rosario, ante la gravedad de los
peligros que amenazan al mundo. Cuando el mariólogo Lau-
rentin fue a conocerla, le impresionó la categoría humana y
146
La gestación de la gran apostasía

espiritual de la vidente, probada durante toda su vida por


múltiples sufrimientos. No obstante, el cardenal Suquía, ar­
zobispo de Madrid, señaló en 1985 que no constaba el carác­
ter sobrenatural de las presuntas apariciones y revelaciones.
Sin embargo, su sucesor, el cardenal Rouco, en 2010 autorizó
a los sacerdotes a participar en los actos religiosos del lugar
de las supuestas apariciones, y en 2012 permitió la construc­
ción de una capilla en ese mismo lugar.
Entre 1981 y 1983 ocho jóvenes de Kibeho (Ruanda)
aseguraron estar recibiendo por separado visiones de la Vir­
gen. En 1988, el obispo de la diócesis de Butare, de la que Ki­
beho forma parte, aprobó la devoción pública en el Santuario
de Kibeho a Nuestra Señora de los Dolores115. Y en 2001 el
Nuncio declaró como creíbles las afirmaciones de tres de las
videntes —que hablaban de la oración, la conversión, la paz
y la reconciliación como antídotos ante la gravedad de la si­
tuación mundial—, sin incluir las declaraciones de las demás
ni las revelaciones posteriores a 1983.
También a partir de 1981 comenzaron las apariciones a
seis videntes por parte de la Reina de la Paz en Medjugorje,
parroquia franciscana en una región croata de Bosnia-Her-
zegovina, que se ha convertido en el confesionario del planeta.
Las apariciones, que se han referido a 10 secretos que serán
revelados unos días antes de que se produzcan los respecti­
vos sucesos, resaltan la urgencia del retomo a Dios mediante
la oración del Rosario, el ayuno, la Confesión frecuente, la
Eucaristía y la Palabra. Así, el mundo dividido obtendrá
la paz y la reconciliación. Medjugorje viene teniendo una
especial relevancia espiritual en todo el mundo. Roma ha
115 Un completo estudio de estas apariciones, puede encontrarse en el
trazajo de Immaculée ILIBAGIZA, Nuestra Señora deKtbeho^Mana habla
al mundo desde el corazón de Africa. Jaén 2014, Ed. DIDACBOOK.

147
Quo vadis, Ecclesia?

reconocido la autenticidad de las primeras apariciones, evi­


tando pronunciarse sobre las restantes, que prosiguen hasta
hoy; y ha designado a un arzobispo distinto del Ordinario
del lugar, para que se encargue personalmente de apoyarla
ya inmensa labor pastoral que se desarrolla en el santuario.
Entre 1982 y 1983 se produjeron diversas apariciones
marianas en Soufanieh, barrio de Damasco (Siria), invitan­
do a orar por la paz, por la caridad y por la unidad de las
iglesias cristianas. Las apariciones fueron aprobadas por la
jerarquía católica y la ortodoxa.
Desde 1983 Nuestra Señora del Rosario se apareció en
1.887 ocasiones, en san Nicolás de los Arroyos (Argentina),
a una madre de familia de 48 años, Gladys Quiroga de Mot-
ta, insistiéndole en la necesidad de la oración para vencer al
Enemigo en estos momentos cruciales para la Humanidad:
«Rezad todos —le decía el 8 de junio de 1987— para que los
hombres vuelvan a sentir hambre de Dios. Si esto no sucedo,
el hombre se perderá irremediablemente. No hay más que
una sola posibilidad de salvarse: que el hombre se alimente
de Dios» «Dos tercios de la humanidad —aseguró María
el 13-IX-1986— están corrompidos». «Haré que perezca en
la tierra todo lo que no procede del cielo» (30-IX-1987). En
2016 el obispo diocesano reconoció la sobrenaturalidad de
las apariciones.
A partir de 1984 se produjeron en Líbano unas apa-
liciones de la Virgen a Juana de Arco Farage, cuyos relatos
tradujo del árabe al francés el mismo obispo greco-católico
de Líbano, que se recogieron en un libro bajo el título de Des­
de hace 4 años veo a la Virgen. Mensaje al mundo, al Líbano, a M
Iglesia. En la página 56 del libro se indica el tema principal de
los mensajes: los pecados del mundo van a conducirlo muy
pronto a una catástrofe. Hay que rezar y hacer penitencia en
148
La gestación de la gran apostasía

unión con Jesucristo y su Santa Madre para ayudarles a con­


vertir al mundo.
Rene Laurentin reporta también diversas apariciones
en Italia: las de Oliveto Citra, al sudeste de Nápoles, desde
1985, en que la Virgen se apareció a doce niños de entre 8 y
12 años, e iría entregando mensajes a otros videntes adultos,
urgiendo a la oración, penitencia y ayuno porque «es poco el
tiempo que queda antes del castigo»; también menciona las
de la Reina del Amor en Schio (diócesis de Vicenza), también
desde 1985, que urgía al vidente Renato a la oración, al sacri-
fido, a la esperanza y a la evangelización ante el peligro que
amenaza al mundo por los pecados de los hombres; y otras
aúna menor de 11 años, desde 1987, con mensajes similares.
Como es lógico, Laurentin no se refiere a los fenómenos que
sucedieron en Civitavecchia en 1995, siete años después de
la edición de su libro, en que una imagen de la Reina de la
Paz traída de Medjugorje, lloró sangre humana en doce oca­
siones, algunas en los brazos del inicialmente escéptico obis­
po, que quedó enseguida convencido de la sobrenaturalidad
del hecho.
Desde 1985 hasta 2001 se produjeron las revelaciones
de la Virgen a la vidente Julia en Naju (Corea del Sur), que
fueron muy populares, en que una imagen de la Virgen exu­
daba lágrimas normales y lágrimas de sangre. También se
dieron diversos mensajes, invitando a rezar por los sacerdo­
tes, por los bebés abortados, por los que no perseveran en su
arrepentimiento, por los errores que invaden la Iglesia y para
que cesen las comuniones sacrilegas.
Entre 1986 y 1987, en Terra Blanca (diócesis de Que-
rétaro, México), dos muchachas de trece y once años, dije­
ron ver a la Virgen, que les comunicaba mensajes sobre el
sufrimiento de su divino Hijo por los pecados de los hom-
149
Quo vadis, Ecclesia?

bres, haciendo notar que son un peligro para el mundo. Hay


que confesar, rezar (el rosario especialmente), comulgar, leer
la Biblia, ayunar: «Yo, vuestra Santísima Madre, he venido
a pedir paz y por eso estoy hablando en muchas partes del
mundo entero. Hijos míos, rezad mucho». El obispo no las
desacreditó, pero se mantuvo en una discreta reserva. Las
hermanas del colegio de las niñas las consideraron auténticas
y les procuraron discreción y humildad, valorando mucho
los frutos de esa gracia.

María, pionera, modelo y estrella de la Nueva


evangelización

¿Por qué tantas intervenciones misericordiosas de la


Madre de Dios, y en todas partes del mundo, como acabamos
de ver, en estos últimos sesenta años? Es como si Dios le
hubiera concedido un tiempo de misericordia para que
Ella fuera personalmente a buscar a sus hijos, e invitarlos
a la conversión. La profusión de apariciones suyas en estas
últimas décadas, aún más notable -junto con su universalidad-
que las mencionadas desde 1830 hasta el momento en que se
acelera la gran apostasía de los países que fueron cristianos,
permitiría pensar en la cercanía del momento en que los
tiempos de las naciones han llegado a su fin, para dar paso
a esa nueva civilización del Amor que -como se señala en la
Presentación- han avizorado los últimos papas.
Lo que es indudable es que Ella ha intervenido
justo cuando la debilidad interna de la Iglesia la estaba
llevando a dejar de anunciar vigorosamente el Reino —la
Misericordia del Dios que quiere perdonamos los pecados—y,
consiguientemente, a abandonar la predicación sobre el
pecado, la Confesión, la necesidad de hacer penitencia y la
150
La gestación de la gran apostasía

existencia de los demonios y del infierno. Así lo profetizaba la


doctora de la Iglesia, santa Hildegarda de Bingen, glosando el
versículo 26 del Capítulo 21 de Lucas, en que Jesús se refiere a
los acontecimientos que acompañarán al Juicio de las Naciones:
«Porque las potestades de los cielos [o sea: los obispos
y mayores en dignidad, que como columnas deberían sostener
con fortaleza todas las instituciones y misterios de la Iglesia que
pertenecen a los cielos] se conmoverán en el temor y la duda,
de modo que éstos, haciendo oídos sordos, se abstendrán de
hablar y de defender abiertamente la santidad y las cosas que se
refieren a Dios»116
Eso explica que los ambientes eclesiásticos aquejados
por el modernismo hayan sido tan refractarios respecto a esas
redentes apariciones marianas, en las que venían producién­
dose unos mensajes tan convergentes entre sí y tan contrarios
a sus postulados. De manera semejante a lo que sucedió el
Sábado Santo —en que, prácticamente, sólo Ella se mantuvo
fiel a su Hijo—, en estas últimas décadas Ella ha sido casi
la única que con sus mensajes inequívocos ha recordado la
sustancia de nuestra fe.
Además, con sus apariciones, María no sólo ha anun-
dado la necesidad de que nos convirtamos, sino que —como
lo hacía su Hijo— ha acompañado su predicación con los sig­
nos que necesitamos los hombres para discernir que algo es
de Dios: las curaciones milagrosas y las liberaciones de los
atribulados por los espíritus inmundos.
No hace falta recordar las innumerables curaciones
milagrosas que han acompañado a sus mensajes en los lu­
gares de las apariciones. Y puedo acreditar que otro tanto

116 LARRAINZAR, Carlos J„ Las "Expositiones Evangeliorum" de Hilde­


garda de Bingen, n.54, en www .hildegardiana.es.

151
Quo vadis, Ecclesia?

ha sucedido en el ámbito de la liberación. En efecto, pue­


do decir que entre los miles de casos que he atendido en
los años en que ejercí el ministerio exorcístico entre 1995 y
2015, muchos culminaron su liberación en alguno de esos
santuarios marianos.
Con ello, María se ha convertido — como la han llama­
do los últimos pontífices romanos— en la Estrella que nos
enseña cómo debe realizarse la Nueva evangelización: María
es la pionera y el modelo de cómo levantar la Iglesia de la
civilización del amor:
«Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la
que hace algunos meses, junto con muchos Obispos llega­
dos a Roma desde todas las partes del mundo, he confiado
el tercer milenio. Muchas veces en estos años la he pre­
sentado e invocado como 'Estrella de la nueva evangeliza-
ción'. La indico aún como aurora luminosa y guía segura
de nuestro camino. 'Mujer, he aquí tus hijos', le repito,
evocando la voz misma de Jesús (cf. Jn 19,26), y hacién­
dome voz, ante ella, del cariño filial de toda la Iglesia»117.

117 JUAN PABLO H, Carta apostólica 'Novo millennio ineunte', 6.1.2001, n-

152
Parte II
Los remedios: requisitos para una Nueva
Evangelización

Con lo consignado hasta ahora, damos por sufidente


el examen de lo que no va y la indagación de sus causas.
Ahora conviene pasar a los remedios. Hemos examinado las
causas por las que las soluciones propuestas hasta ahora han
resultado insuficientes. En consecuenda, nos centraremos en
los remedios que nos parece necesario aplicar, sobre todo por
fidelidad a Jesucristo, pero también porque no queda más
remedio que hacerlo.
Según vimos en el Capítulo I, la gravedad de la
situadón ha obligado a aguzar el ingenio a los pastores,
dando lugar a una profusión de documentos pastorales en los
que pueden encontrarse maravillosas sugerendas pastorales
y unos estudios de primerísima fila en el orden catequético.
Entre ellos, cabe destacar los del Condlio Vaticano II que, en
su conjunto, es todo un programa para la reforma de la Iglesia
en orden a esta nueva evangelizadón que el mundo necesita.
No obstante, como hemos visto, los susodichos
documentos no han entrado en lo principal con lo que
todas esas aportaaones por el momento vienen resultando

153
Quo vadis, Ecclesia?

estériles, al faltarles lo más necesario. Y, por eso, después de


explicar en el I Capítulo qué es de lo que adolecen todas esas
propuestas, conviene ahora sugerir modos y caminos que
permitan hacerlas efectivas.
Al hablar de Nueva Evangelización, los últimos papas
siempre han venido a decir que tiene que ser nueva en su
ardor y, como consecuencia, en sus métodos, sus expresiones
y sus proyecciones. Pues de esos cuatro aspectos es de lo que
vamos a tratar en los cuatro Capítulos siguientes, explicando
ante todo qué es lo principal para que las propuestas que se
hagan no queden malogradas o resulten poco efectivas.
Puesto que, según hemos mostrado, la causa principal
del apartamiento de Occidente respecto de la Iglesia es la
tibieza espiritual que el integrismo ha ido propiciando, el
primer requisito de la Nueva Evangelización es reavivar
el ardor que se requiere para evangelizar, es decir, para
anunciar la llamada a la vida de fe y a abandonar el pecado
como requisitos para recibir los sacramentos, empezando
por BBCC. De ello nos ocuparemos en el Capítulo V.
En el Capítulo VI hablaremos de los nuevos métodos
que hay que seguir para realizar una evangelización
evangélica. Ahora el camino no puede ser intentar llegar a las
almas a través de la imposición estatal, sino —como hicieron
Cristo y sus Apóstoles— a través del acompañamiento
personal y la integración comunitaria de cada catecúmeno
y de cada bautizado. Es decir, es preciso recuperar un
modo evangélico de evangelizar, volver al Plan pastoral de
Jesucristo, el que siguieron los Apóstoles y los cristianos de
los tres primeros siglos.
Dedicaremos el Capítulo VII a explicar cuáles han de
ser las nuevas expresiones, el nuevo lenguaje que han de em­
plear los heraldos de esta Nueva evangelización: el ejemplo,
154
Los remedios: requisitos para una nueva evangelización

la cercanía y el diálogo. El Evangelio no es una gnosis, sino


Vida; y, por eso, sólo puede anunciarse eficazmente desde
el testimonio y el ejemplo. Esa Vida es la del Dios-Amor, el
Dios cercano cuyo Hijo se encama para hacerse Emmanuel,
Dios con nosotros; y por eso no cabe anunciar esa Vida sino
desde la cercanía de la caridad y la misericordia. Y el Evan­
gelio anuncia al Verbo del Padre, que quiere hacerse Logos,
expresión inteligible que ilumine nuestras vidas; y por eso,
ha de realizarse mediante el diálogo con las almas.
Finalmente, nos ocuparemos en el Capítulo VHI de
los nuevos retos que plantean a la Nueva Evangelización
tanto el pluralismo que se ha derivado de la caída del
Antiguo Régimen, como los cambios sociales que se han
seguido de la Revolución industrial y, especialmente, de la
Revolución tecnológica: retos que reclaman de los cristianos
unas respuestas adecuadas, urnas nuevas proyecciones
de nuestro espíritu misionero, que permitan atender las
necesidades concretas de las personas del mundo que hoy
hemos de santificar.

155
Capítulo V
El 'nuevo ardor' que se requiere para
AFRONTAR EL PRINCIPAL OBJETIVO: La
CONVERSIÓN

No bastan las respuestas teóricas o parciales al reto de


una evangelización realmente nueva. O, con la gracia del Es­
píritu, se hace en serio, o mejor ni intentarlo. Como señaló el
Concilio Vaticano II al hablar de la santidad en la Iglesia118, ha
llegado el momento de convertirse —clérigos y laicos— a la
fidelidad al Evangelio, tomando como inspiración la vida de
los cristianos en los tiempos apostólicos119.
No es una cuestión de métodos, ni de técnicas, ni de
planes; ni tampoco un problema de modos de organización
de las cosas. Como viene insistiendo Ratzinger/Benedicto
XVI desde hace muchos años, la verdadera reforma de la
Iglesia y su auténtico renacimiento dependen de la santidad
de sus miembros, de la fuerza de su testimonio120. Sólo desde
118 Cf. Constitución dogmática Lumen gentium, 21.XI.1964, Capítulo V,
sobre la llamada universal a la santidad.
119 Ayuda a entender la radicalidad de la vocación cristiana en los
primeros siglos el trabajo del historiador Gustave BARDY, La conversión
al cristianismo durante los primeros siglos. Madrid 2012. Ed. Encuentro.
120 Así lo subraya al rememora el comienzo de su vida sacerdotal,

157
Quo vadis, Ecclesia?

la reforma de los corazones -empezando por los de los pas­


tores de la Iglesia-, tendremos el atrevimiento —parresía— de
pasar de un cristianismo sociológico a una fe personal; de
una fe protegida, a una fe capaz de ser vivida contra corrien­
te; de una Iglesia de masas, a una Iglesia de minorías que son
fermento capaz de transformar la masa.

Así lo expresaba también el cardenal Robert Sarah:


«Nuestro porvenir está en manos de Dios, y no en la
ruidosa locura de las negociaciones humanas, por útiles
que puedan parecer. También hoy nuestras estrategias
pastorales sin exigencias, sin una llamada a la conversión,
sin un regreso radical a Dios, son caminos que condu­
cen a la nada; juegos políticos que no pueden llevamos
a Dios crucificado, nuestro verdadero Libertador»121

Si en los últimos siglos el camino ha sido el poder


estatal, ahora el camino de la Iglesia tiene que ser el cora­
zón del hombre, su conversión personal. Ese es el cami­
no que ya apuntó Pablo VI en su Exhortación apostólica
Evangelii nuntiandi (8.XII.1975), como rememoró Juan Pa­
blo II al comienzo de su encíclica sobre el hombre, con las
siguientes palabras:
«El hombre en la plena verdad de su existencia, de su
ser personal y a la vez de su ser comunitario y social
—en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la
sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la
propia nación, o pueblo (y posiblemente sólo aún del
clan o tribu), en el ámbito de toda la humanidad— este
hace 70 años, en la reciente Entrevista publicada en la Revista "Herder
Korrespondenz" (VIII.2021).
121 Card. Robert SARAH (con Nicolás DIAT), La fuerza del silencio.
Frente a la dictadura del ruido. Madrid 2017. Ed. Palabra, p. 47.

158
Un 'nuevo ardor' para plantear el requisito de la conversión

hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer


en el cumplimiento de su misión, él es el camino pri­
mero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por
Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través
del misterio de la Encamación y de la Redención»122.

Es todo un reto para los clérigos, éste de poner a la


persona por encima de lo institucional, a fin de propiciar, sin
darla por supuesta nunca, la relación personal de cada cris­
tiano con el Dios vivo y verdadero a través de Jesucristo: sólo
ahí y así el Espíritu Santo edifica la Iglesia.
Esto supone un notable cambio de mentalidad para la
pastoral ordinaria de los ministros ordenados, a fin de que
los pastores antepongan el empeño por una tutela valiente de
la integridad de la fe: primero con su propia vida de santidad
real; después mediante un ejercicio audaz de su ministerio,
que debe ser agresivo contra las acciones del maligno; y,
luego, porque estén disponibles para acompañar individua-
lizadamente a los fieles, con un discernimiento de espíritus
personal e interior bajo la acción del Espíritu Santo.
¡Cómo cambian las cosas cuando, con el ejemplo y la
acdón pastoral de los ministros, se propicia esa conversión y
ésta llega a producirse por gracia del Espíritu y —todo hay
que decirlo— por la mediación de nuestra Madre María!
Pues puedo asegurar que, desde mi ordenación sacerdotal
en 1980, la inmensa mayoría de cristianos adultos y apostóli­
cos con los que me he topado han sido conversos que, en su
mayor parte, se han encontrado con Dios por la intercesión
de la Virgen en algún santuario mariano. Y lo curioso es que
Ella los ha enviado a continuación a esas parroquias que en
nada habían favorecido su conversión.

122 JUAN PABLO II, Encíclica 'Redemptor hominis', 4.III.1979, n. 14.

159
Quo vadis, Ecclesia?

1. Ha llegado el momento de requerir la conversión

Hay una comedia francesa muy simpática que nana


la historia de un matrimonio muy tradicional de burgueses
católicos residentes en una pequeña localidad del sur de
Francia, que tienen cuatro hijas. Tres están casadas con inmi­
grantes: una con un abogado musulmán, otra con un dentista
judío y la tercera con un banquero chino. Los padres sueñan
con que al menos su hija menor se case con un francés que
sea católico. Pero ésta, que de hecho lleva un ciño saliendo
con uno que es católico y de nacionalidad francesa, no se
atreve a decírselo a sus padres porque es de raza negra. Pero
al fin organiza una cena para que lo conozcan. Y, al entrar los
novios en el restaurante, él, al ver a lo lejos la cara de descon­
cierto de los padres de la chica, que estaban esperándolos, le
pregunta a su novia:

- ¿Les has dicho que soy negro? — A lo que ella


responde:
Lo he omitido. —Y él le replica:
- ¡¡¡Eso no se omite!!!

a) Sin conversión, la fe se convierte en ideología

Hay cosas que no deben omitirse. Desde luego, lo que,


para hacerse cristiano, no puede omitirse de ninguna de las
maneras es la conversión:
«Desde los tiempos del Concilio —confesaba Mons.
Sebastián— yo he estado convencido de que buena
parte de los españoles vivía, de hecho, al margen de
la Iglesia por falta de fe, por no haber vivido nunca

160
Un 'nuevo ardor' para plantear el requisito de la conversión

expresamente la experiencia de la conversión a Jesu­


cristo como decisión personal, expresa y refleja»123.

Sin la conversión que se deriva del encuentro con


Jesucristo, la fe se convierte en ideología, en un conjunto
de ideas abstractas que no conducen a nada, como advierte
Francisco en su Exhortación sobre la santidad en el mun­
do actual, al referirse al peligro del gnosticismo124. Pues el
Evangelio que anunciaba Jesucristo era el de la conversión
para el perdón de los pecados. Y los Apóstoles lo que pe­
dían a la gente era que se convirtieran y recibieran el bautis­
mo: por ese orden. Así, la Iglesia de los primeros siglos era
vista no como una nueva doctrina, sino como un Camino125,
razón por la cual se exigía un catecumenado previo a los
sacramentos de Iniciación126.
Sólo a partir del momento en que la Iglesia se convirtió
en religión estatal, se invirtió el orden, se fue perdiendo el
sentido catecumenal de la preparación a los sacramentos, y
de la vocación a la santidad que supone el bautismo: primero
se bautizaba a la gente y luego, si se presentase la ocasión, ya
se procuraría convertirlos, impartiéndoles alguna catcque­
sis... ¿Adonde hemos llegado a parar? A un tipo de Iglesia
que en materia de evangelización difícilmente puede recono­
cerse en la de Jesucristo y los Apóstoles.
He de reconocer que cada vez que empleo la Plega­
ria eucarística III, me da un vuelco al corazón cuando, des­
pués de la consagración, le pido al Padre: "Dirige tu mirada

123 Entrevista en "Alfa y Omega" 956 (17.XII.2015) 14-15.


124 Cf. Exhortación apostólica 'Gaudete et exultate', sobre él llamado a la
santidad en el mundo actual, 19.III.2018, nn. 36-46.
125 Cf. Hch 9,2; 18,25; 19,9.23; 22,4; 24,14.22.
126 Cf. DANIÉLOU, Jean, La catcquesis en los primeros siglos. Baracaldo
1998. Ed. Monte Carmelo.

161
Quo vadis, Ecclesia?

sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima


por cuya inmolación quisiste devolvemos tu amistad". ¡Qué
difícil te lo ponemos, Señor! —pienso en esos momentos—.
Pues, si bien Cristo es la ofrenda principal que presenta la
Iglesia al Padre, los miembros de su Cuerpo místico debe­
ríamos poder sumamos a esa Ofrenda, por nuestra fideli­
dad al Evangelio.
Pero, ¡cuántas veces no es así! ¡Cuántas veces Cristo no
puede ser reconocido en los cristianos! ¡Qué inquietante es,
durante las primeras semanas del Tiempo Ordinario, escu­
char la proclamación de los primeros Capítulos del Evange­
lio de Marcos, en que el Señor aparece anunciando el Reino
de la reconciliación y acreditándolo con los milagros y las ex-
K 'm pulsiones de demonios! Pues, ¿cómo va a reconocer el Padre
como seguidores de la Víctima de reconciliación a quienes
H hablan tan poco del perdón de los pecados en el sacramento
¡Jr de la Reconciliación, y lo administran aún menos; y que ya
no creen en los milagros ni en los demonios, o por lo menos
no imponen las manos a los enfermos ni liberan de las afec­
ciones preternaturales de los inmundos?

b) Sin el ardor de la Iglesia en Pentecostés no habrá


conversión pastoral

Con el integrismo católico, nos hemos apartado de­


masiado del procedimiento evangelizador de Jesucristo y de
los primeros cristianos, de lo que podríamos llamar su plan
pastoral: anunciar el perdón de los pecados y acreditarlo con
las sanaciones y liberaciones. Por eso, el modelo de pastoral
de Cristiandad, que hoy pervive en nuestra actual pastoral
de mantenimiento —de desmantelamiento—, prescinde de
lo imprescindible: la conversión y apertura a la santidad.
162
Un 'nuevo ardor' para plantear el requisito de la conversión

Esto explica que, desde ese planteamiento, las perso­


nas acudan a las parroquias a recibir BBCC, pero luego se
van. Y se van porque nunca se les pasó por la cabeza que, por
el hecho de recibir un sacramento, tuvieran que incorporarse
a la Iglesia, ya que sólo deseaban emplear alguno de sus ritos
por motivos tan variados como ajenos al sentido cristiano.
Nadie puede perseverar como cristiano si nunca ha lle­
gado a serlo: "Donde no hay mata, no hay patata". Vinieron
como paganos y, como nadie les hizo ver que debían dejar de
serlo para que ellos o sus hijos recibieran los sacramentos, se
van como vinieron: en vez de que esos momentos hayan sido
la ocasión para anunciarles a Jesucristo y proponerles un ca­
tecumenado, esto es, de iniciar un proceso de acercamiento a
Jesucristo. Es lo que llaman en República Dominicana "cris­
tianos bafún", de bautismo y funeral, sin nada intermedio.
La Iniciación cristiana debería ser el principal cauce de
evangelización, ya que evangelizar es, originariamente, iniciar
en la fe. Conviene recordarlo, por más que a base de no prac­
ticarlo, nuestra actual iniciación cristiana sea muy poco evan-
gelizadora y performativa. Y no lo es porque nosotros mismos
necesitamos convertimos, abrimos al Espíritu para que sea Él,
y no nuestro voluntarismo, quien presida la acción evangeli-
zadora de los cristianos:
«Hemos visto planes pastorales muy bien hechos, perfec­
tos. Pero no eran instrumentos de evangelización —señala
Francisco— porque eran incapaces de cambiar los corazo­
nes (...). Sólo la obra del Espíritu Santo es capaz de cambiar
los corazones. El mandato de Jesús no tiene un carácter
'empresarial'. Lo que manda hacer se sustenta en el Espíri­
tu Santo. Él es la verdadera fuerza de la evangelización»127.
____
^7 Homilía en Santa Marta sobre los tres pilares fundamentales de la evan-
11VI20” anunc^0' serv^° y gratuidad, en la fiesta de san Bernabé,

163
Quo vadis, Ecclesia?

«Para cambiar —asegura el director de Alpha-España—


hemos de volver al momento primero, a Pentecostés, a aco­
ger la acción del Espíritu Santo, porque, si no, haríamos una
Iglesia voluntarista. A veces hacemos planes de pastoral que
son muy voluntaristas, queremos atajos..., pero necesitamos
volver a la raíz, al Espíritu Santo, que no es algo etéreo, sino
que es lo más práctico que podemos hacer. No podemos dar
por supuesto al Espíritu Santo»128.

Son muchas las voces que claman en esta dirección:


«Hay quienes piensan que la Iglesia crecerá por obra de
sesudos planes, pergeñados en interminables reuniones
pobladas por personas ociosas. Buscan la fórmula perfec­
ta del perfecto marketing apostólico, el método infalible,
obtenido tras un concienzudo análisis sociológico... Pero
se equivocan. No serán expertos, ni soñadores de labora­
torio, quienes extiendan el reinado de Cristo. Esos planes
no salvan a nadie, porque no tenemos nosotros el control
'Os envío como ovejas entre lobos../ ¿Qué planes hará
una oveja cuando van a devorarla los lobos? Se encuen­
tra desasistida, su vida no está en sus manos, sino en las
manos de sus verdugos... y en las de Dios. Se deja comer,
ofrece su vida, a los lobos les estalla la comida en el vien­
tre, y, por el sacrificio del santo, se salvan las almas. Se
os sugerirá lo que tenéis que decir... El santo no contro­
la sus palabras; lo mueve Dios. El Espíritu toma el con­
trol de su lengua, y el profeta grita palabras de vida»129.

128 Tote Barrera, Entrevista en Alfa y Omega 1078 [21.VI.2018].


129 José-Fernando Rey Ballesteros, Homilía del 13.VII.2018, www.espk
ritualidaddigital.com.

164
Un 'nuevo ardor’ para plantear el requisito de la conversión

c) Sólo una Iglesia convertida pedirá la conversión a sus


catecúmenos

Esto explica que, por más directorios y sugerencias


pastorales que se publiquen, no nos atrevamos a reformar
la BBCC y mantengamos los métodos que se seguían en los
tiempos del Antiguo Régimen, en que, aunque el ambiente
no fuera el de una fe madura, al menos se podía contar con
el interés y la docilidad de los padres que traían a sus hijos
a las catcquesis. Para afrontar esa tarea necesitamos esa
conversión que abre las puertas al nuevo ardor que decía
Juan Pablo II que nos permitirá encontrar, en cada caso
concreto, los nuevos métodos, expresiones y proyecciones
con que hacer efectiva la Nueva Evangelización en esas
almas particulares.
Es preciso devolver a la Iniciación cristiana su origina­
ria orientación a la conversión. Las catcquesis de preparación
alas BBCC tendrían que centrarse en ese objetivo y desarro­
llarse bajo esa perspectiva:
«¿Dónde, si no, podremos preparar poco a poco, y con la
ayuda del Señor, una comunidad de cristianos convenci­
dos y convertidos? Con frecuencia nos conformamos, y nos
engañamos a nosotros mismos, proponiéndonos objetivos
más inmediatos, más superficiales, menos exigentes (...).
Nos olvidamos de que la vida cristiana comienza con la
conversión personal, o bien damos por supuesto que esta
conversión quedó hecha anteriormente» (Evangelizar, p. 69).
¿El resultado de esta falta de sentido catecumenal de
nuestras catcquesis? Pues que ahora los padres no se res­
ponsabilizan en educarlos cristianamente; con lo que una
gran proporción de los niños abandonan la parroquia al
hacer 'la' Comunión —que se convierte en la primera y la
165
Quo vadis, Ecclesia?

última—, y en un mayor porcentaje aún, los jóvenes que


reciben la Confirmación.
No puede ser de otra manera cuando bautizamos y
catequizamos, sin que se hayan hecho discípulos. Pues así,
en lugar de acrecentarse el número de creyentes, cada vez
disminuye más. Como se hacía notar en el V Encuentro sobre
la Nueva Evangelización celebrado en Salamanca en julio de
2016, de seguir igual, pronto desaparecerá la Iglesia de mu­
chos pueblos y barrios, muchas diócesis desaparecerán o se
unificarán, porque muchas parroquias irán desapareciendo,
mientras que a muchos sacerdotes se les somete a una pasto­
ral de mantenimiento que los exprime.
Me vinieron a la memoria esas ideas cuando recien­
temente la archidiócesis de Barcelona anunciaba que redu­
cía a 48 las 208 parroquias existentes, ante la falta de ingre­
sos por la pérdida de fieles, y la escasez de ministros. Es
el mismo proceso que ya han vivido en Holanda, Bélgica,
Canadá y Países Nórdicos, que han tenido que retirarse a
sus cuarteles de invierno ante la carencia de efectivos.

2. No QUEDA OTRO REMEDIO

Mientras los obispos no se decidan a dar el paso, se­


guiremos en la actual obstinación terapéutica en esta pastoral de
desmantelamiento. «El cambio pasa por los obispos», afirma­
ba el promotor de Alpha-España, revelando que, cuando les
plantea estas cuestiones siempre le dicen: —¿Pero cómo voy
a parar la catcquesis?; a lo que él suele responderles que no
hay que pararlas sino reformarlas, porque las actuales catc­
quesis no sirven para nada, en cuanto que no producen con-

166
Un 'nuevo ardor' para plantear el requisito de la conversión

versos, de forma que, una vez que reciben el sacramento, ya


no vuelven por la parroquia130.

a) Superar el miedo a cortar con lo que en realidad está


vaciando las parroquias

Es preciso que los obispos superen ese miedo que afir­


maba Mons. Sebastián que tienen a que las iglesias se que­
den vacías, si siguen esos criterios; cuando en realidad es jus­
to lo contrario: «Como se van quedando vacías es con la pas­
toral sólo de conservación que hacemos ahora»131. Basta pen­
sar en la drástica reducción de parroquias que, como decía­
mos, se ha producido recientemente en Barcelona. Y es que,
al fallar la base, se construye sobre el aire. No podemos con­
tinuar «dando por descontado que hay fe, lo cual, lamenta­
blemente, es cada vez menos realista —advertía el papa Be­
nedicto XVI—. Se ha puesto una confianza tal vez excesiva
en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distri­
bución de poderes y funciones, pero ¿qué pasaría si la sal se
volviera insípida?»132.
No nos engañemos, no podemos seguir rebajando por
más tiempo el contenido del Evangelio, salvo que queramos
hacer que la Iglesia desaparezca en nuestras diócesis. La so-
ludón ante el paganismo no es «facilitar los bautismos sin
catecumenado, sin conversión». El remedio no es admitir a la
primera Comunión o a la Confirmación a chicos que —o por­
que sus padres no les ayudan o porque ellos no quieren—no
están en condiciones de renovar las promesas del Bautismo.
Y tampoco es solución admitir al matrimonio a personas que
130 Cf. Tote Barrera, Entrevista en Alfa y Omega 1078 (21.VI.2018).
131 Entrevista en "Alfa y Omega" 956 (17.XII.2015) 14.
132 BENEDICTO XVI, Homilía en Lisboa, 11.V.2010.

167
Quo vadis, Ecclesia?

no han aceptado deliberada y conscientemente un proyecto


matrimonial que asuma la fidelidad y excluya el divorcio, y
que acepte la moral sexual que propone la Iglesia como reve­
lada por Dios133.
Todo eso no es otra cosa que «fomentar la existencia
de bautizados no creyentes, o como dijo el Papa Benedicto, es
llenar la Iglesia de "paganos bautizados"»134. Y así, a base de
aguar el contenido de la vocación cristiana no conseguimos
sino acentuar el problema:

«Quienes piensan que rebajando el contenido de la fe


atraerán a la Iglesia a los alejados, sólo cosecharán el
fracaso de la acomodación de la vida cristiana a las
exigencias del mundo, sin posibilidad alguna de que los
hombres se sientan transformados por la banalidad de una
sal desvirtuada e incapaz de sazonar»135.

b) No se puede esperar más

Viendo cómo evolucionan los acontecimientos, las pa­


rroquias en España no pueden esperar más. O abandonan las
estructuras caducas de esa mentalidad de mantenimiento de­
rivada de la Cristiandad, para volverse misioneras, o acaba­
rán desapareciendo en no mucho tiempo. Pensemos en lo que
venimos comentando que ha sucedido en tantas diócesis del
mundo, por ejemplo, en los Países Bajos donde muchos tem­
plos están vacíos, cuando no cerrados ya, o bien liquidados y
133 Estos tres puntos son el contenido del escrutinio previo a la emi­
sión del compromiso nupcial en el Ritual del Matrimonio.
134 Mons. Femando SEBASTIÁN, Entrevista en "Alfa y Omega" 956
(17.XH.2015) 15.
135 Mons. Adolfo GONZÁLEZ MONTES, obispo de Almería, Homilía
en el XXI aniversario de su ordenación episcopal, 5.V1I.2018.

168
Un 'nuevo ardor' para plantear el requisito de la conversión

reconvertidos para negocios o usos seculares. Así lo reconocía


el cardenal Eijk, arzobispo de Utrecht, en entrevista concedi­
da al diario II Giornale en diciembre de 2018:
-¿Es verdad que se ha visto obligado a cerrar muchas
iglesias? Si es así, ¿por qué razón?

«Sí, muchas iglesias ya se han retirado del culto y, en


los próximos diez años, habrá que cerrar la mayoría
de las iglesias. Antiguamente había más de 350. Ahora
quedan unas 200. Preveo que, en 2028, el año en que
cumpliré 75 años y tendré que presentar mi renuncia
al Santo Padre, la Archidiócesis de Utrecht contará
aproximadamente con 20 parroquias, con uno o dos
templos cada una».

-¿Cuáles son los motivos?

«El pequeño número de fieles que siguen yendo a la


iglesia y, en consecuencia, el pequeño número de vo­
luntarios y los ingresos insuficientes para mantener las
iglesias abiertas. Hay iglesias con capacidad para 400
o 500 personas y a menudo incluso más, a las que solo
acuden algunas decenas de fieles los domingos. Mu­
chas parroquias están teniendo que recurrir a las reser­
vas financieras. A fin de cuentas, las personas que se
marchan son la causa por la que las iglesias terminan
por tener que cerrar sus puertas. Ahora experimenta­
mos esta disminución, con la esperanza de resurgir
como una Iglesia más pequeña pero más vital».
Urge —se insistía en el Encuentro 2016 sobre la Nueva
Evangelización— emprender «una auténtica conversión mi­
sionera», porque «durante muchos años las parroquias han
sido concesionarias de servicios espirituales, culturales, cari­
tativos, deportivos..., pero ahora vivimos una época de deca­
dencia y perdemos fieles a marchas forzadas».

169
Quo vadis, Ecclesia?

En ese mismo encuentro, Josué Fonseca, fundador de


la comunidad Fe y Vida, hizo un diagnóstico semejante: «En
el futuro no todas las parroquias se van a poder mantener.
Van a tener que evolucionar y dejar de ser administradoras
de servicios espirituales y de socialización: bodas, funera­
les... Hay curas que dicen: "Estoy harto de casar a paganos,
enterrar a paganos y bautizar a hijos de paganos". Hay cosas
que tienen que cambiar».
Es decir, las enfermedades no se curan alterando el
concepto de salud y dejando de combatirlas, como hicieron
en 1973 los de la APA (Asociación Americana de Psiquia­
tría), cuando decidieron eliminar las disforias de género del
DSM (Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales).
Hay que tener la valentía de diagnosticarlas y aplicarles el
tratamiento adecuado.
En este caso, como la enfermedad es la renuncia a lo
constitutivo de la vocación cristiana —el nacimiento a la vida
nueva de la gracia y la misión apostólica que comienza con
la vida de unión con Jesús y la disponibilidad total a su ser­
vicio—, el remedio no es conformarse con la mediocridad o
tibieza espiritual, sino favorecer la conversión, esa realidad
interior que es el único modo de edificar su Iglesia, como el
grano de mostaza.
Y lo mismo sucede ante esa consecuencia del suso­
dicho apagamiento de la fe, que es la crisis de vocaciones.
¿Cómo va a haber auténticas vocaciones en un ambiente
espiritualmente débil? Y el camino no debe ser —como de
hecho ha sucedido— la bajada de listón en los candidatos:
«Vale más ser pocos y buenos, que muchos y descuidados»
(Evangelizar, 201), decía el cardenal Sebastián a propósito de
la falta de austeridad y de diligencia que se ha metido en
algunos seminarios actuales.
170
Un 'nuevo ardor' para plantear el requisito de la conversión

Del mismo modo, este «problema de las vocaciones


no se soluciona importando religiosas o seminaristas, sino
vivificando y renovando espiritualmente las familias y la co­
munidad cristiana» (Evangelizar, p. 387). Las vocaciones no
surgen por generación espontánea, sino en unos contextos
familiares y parroquiales determinados, que son los que de­
ben ser revitalizados, si se quiere que el Espíritu Santo susci­
te las vocaciones necesarias.

3. El cambio es posible

Ya hemos hablado repetidamente de que el miedo


está en la raíz de la resistencia de los obispos a reformar
el actual sistema de administrar las BBCC. No debería ser
así, porque el miedo es una reacción de desconfianza ante
lo desconocido. Y en la Iglesia, ni deberíamos desconfiar de
que Dios nos va a dar siempre la ayuda de su Espíritu para
que sigamos fielmente a su Hijo; ni nos son desconocidos la
eficacia arrolladora de la santidad a la hora de la evangeli­
zación, ni los modos empleados por Él y sus Apóstoles para
anunciar el Evangelio.

a) Volver a los tiempos en que la Iglesia se apoyaba en los


recursos sobrenaturales

Por tanto, es cuestión de volver a inspirarse en los


tiempos en que la Iglesia no llevaba «bolsa, ni alforja, ni san­
dalias» (Le 10,4), es decir, en los tiempos en que estaba con-
vendda de la calidad del producto que ofrecía y se apoyaba no
en recursos humanos sino en los milagros y los exordsmos
para acreditar que no eran irnos charlatanes encantadores de

171
Quo vadis, Ecclesia?

serpientes, sino enviados del mismo Hijo de Dios vivo y ver­


dadero, autor de todo lo creado.
En efecto, cuando Jesucristo envío a los doce (cf. Mt
10), y más tarde a los setenta y dos (cf. Le 10), para anunciar
que llegaba el Reino de Dios, les dijo que no se apoyasen en
medios humanos, sino en la fuerza del mandato recibido y en
el poder de curar a los enfermos, imponiéndoles las manos,
y de expulsar a los demonios. Y como puede verse en los He­
chos de los Apóstoles, en relación a lo que hicieron tanto los
Apóstoles y los diáconos, como Pablo y sus colaboradores,
ésos fueron los apoyos con que acreditaron que el mensaje
que anunciaban era de origen divino.
Por ejemplo, en ese escrito sagrado, que algunos de­
nominan como el evangelio del Espíritu Santo, se narra que la
muchedumbre acudía a Jerusalén desde las ciudades vecinas
para traerles a los Apóstoles «enfermos y poseídos de espí­
ritu inmundo, y todos eran curados» (Hch 5,16). También se
indica que cuando los cristianos se dispersaron después del
martirio de san Esteban, muchos samaritanos se convirtieron
ante la predicación del diácono Felipe «porque habían oído
hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de mu­
chos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos,
y muchos paralíticos y lisiados se curaban» (Hch 8, 6-7).
También se indica que el Apóstol Pablo siguió el mismo
procedimiento evangelizados a pesar de que, al ser llamado
después de la Resurrección del Señor, no había presenciado
los exorcismos de nuestro Señor. En efecto, Lucas señala que
Pablo expulsó al espíritu de adivinación de la pitonisa de Fi-
lipos (cf. Hch 16,16-18), y que en Éfeso «Dios hacía por medio
de Pablo milagros no comunes, hasta el punto que bastaba
aplicar a los enfermos pañuelos o ropas que habían tocado

172
Un 'nuevo ardor’ para plantear el requisito de la conversión

su cuerpo para que se alejasen de ellos las enfermedades y


saliesen los espíritus malos» (Hch 19,11-12).
Todo esto no significa que, trabajando con seres hu­
manos, no haya que emplear también medios materiales,
como cuenta Lucas que Jesús dijo a los Apóstoles en la Ul­
tima Cena: «'Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni san­
dalias, ¿os faltó algo?'. Dijeron: 'Nada'. 'Pero ahora, el que
tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el
que no tenga espada, que venda su manto y compre una'»
(Le 22,35-36). Pero la fuente de la evangelización tiene que
serla vida espiritual —la caridad, la oración, la penitencia,
los sacramentos y la Palabra—; y los apoyos del Evangelio,
que es divino, tienen que ser los que muestren su sobrena­
turalidad: las curaciones milagrosas y las liberaciones de las
afecciones diabólicas.
Si los agentes de pastoral son mejores, si ellos mis­
mos se convierten, podrán encontrar los métodos acertados
en cada caso. Así lo advertía siempre Juan Pablo II cuando
afirmaba que la Nueva evangelización ha de ser nueva en
su ardor, pues sólo así los evangelizadores encontrarán los
métodos, expresiones y proyecciones que el Espíritu desee
encada caso:
«He repetido muchas veces en estos años la 'llamada' a la
'nueva evangelización'. La reitero ahora, sobre todo para
indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de
los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la
predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de
revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo,
que exclamaba: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!"
(1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva
acción misionera, que no puede ser delegada a unos
pocos 'especialistas', sino que acabará por implicar la
responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de
173
Quo vadis, Ecclesia?
Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo
no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo»136,

b) Algunos ejemplos concretos de que esto es posible

Como Josué Fonseca, fundador de la comunidad Fe y


Vida, sugirió en el citado Encuentro de 2016, en la Iglesia pri­
mitiva, los primeros padres no hablaban de evangelización
ni de estrategias: no les hacía falta; sino que hablaban de ser
buenos cristianos. Y «las primeras comunidades se esparcían
como setas. No estaban obsesionados por evangelizar, sino
por formar cristianos de calidad, y al final daban a luz co­
munidades de verdaderos discípulos». De ahí que la nueva
evangelización comience por que «cada uno tenga una vida
de calidad llena de Dios. Debemos ser personas enamoradas
de Jesús, que hagamos lo posible por que otros hagan la ex­
periencia que nosotros hemos tenido».
Además, no faltan experiencias en este sentido, se­
gún se puso de manifiesto en el V Encuentro sobre la Nueva
Evangelización, que se celebró en Salamanca en julio de 2016.
Se presentaron testimonios tan ilustrativos como el de la ma­
drileña parroquia de Santo Domingo de la Calzada, donde,
al reflexionar sobre el drama de que la catcquesis no era per-
formativa —como demuestra el hecho universal de que los
niños ya no vuelven a Misa desde el domingo siguiente a la
primera Comunión—, decidieron consultarlo con el Maestro.
Y así, empezaron a ponerse ante el Santísimo todos los
sábados un grupo de 20 o 25 personas, para que Cristo les
mostrase el camino. Durante dos o tres años ese grupo com­

isó JUAN PABLO n, Carta apostólica 'Novo millennio ineunte', al concluir


el gran jubileo del año 2000,6.1.2001, n. 40.

174
Un 'nuevo ardor’ para plantear el requisito de la conversión

partió adoración, a la que le seguía una sesión de trabajo en


laque examinaban qué se estaba haciendo en otras partes del
mundo que ya habían pasado por eso. Estudiaron libros como
Una renovación divina, de James Mallon137, o La reconstrucción
de una parroquia, de Michael White y Tom Corcoran138, y se
decidieron a cambiar lo que no servía para evangelizar...,
empezando por las catcquesis de primera Comunión.
Por ejemplo, dejaron a los catequistas de primer curso
sin catequizar para que durante todo un año se reuniesen a
rezar y pidieran luces sobre lo que se podría hacer. Al final,
decidieron introducir el Oratorio de Niños Pequeños, un mé­
todo ahora para toda la parroquia. Y a los padres empezaron
a invitarlos a los Cursos Alpha porque, sin los padres, la catc­
quesis de niños no tiene sentido.
Fueron medidas concretas, de las muy variadas que
se pueden adoptar para renovar la pastoral de la parroquia.
Pero lo importante es que enfrentaron con sentido de fe el
asunto y acudieron a los recursos sobrenaturales —la oración
y el trabajo en comunión— para comenzar a reenfocarlo. Y al
cambiar el enfoque —ya no se conformaban con esa inercia
descorazonadora de nuestras actuales catcquesis, sino que
se proponían la conversión de esas familias—, empezaron a
priorizar cuanto abriera a la gracia del encuentro personal
con Cristo, a buscar modos de expresarse de forma más testi­
monial, y a pensar en unos destinatarios —los padres— con
los que antes no se contaba para ser los primeros catequistas
de sus hijos.

137 MALLON, James, Una renovación divina: De una parroquia de mante­


nimiento a una parroquia misionera. Madrid 2015. Ed. BAC.
138 WHITE, Michael y CORCORAN, Thomas, La Reconstrucción de una pa­
rroquia: un testimonio de la vida real. Missouri 2014. Ed. Liguori Publicatíons.

175
Quo vadis, Ecclesia?

Puedo contar también una experiencia personal en este


sentido, que tuve en los años en que me trasladé a una dióce­
sis distinta de la de Madrid con ocasión de la enfermedad de
mi madre. El párroco, que era Vicario general, me dio carta
blanca para organizar la catcquesis basándola en los padres
de los niños; hablé con cada una de las más de cien familias,
según llegaban a inscribir a sus hijos, para explicarles el nue­
vo sistema en que ellos iban a ser los principales catequistas,
sus hijos se irían reagrupando según su nivel de aprovecha­
miento y recibirían la primera Comunión en función del mo­
mento en que se viera preparado a cada uno, y no de forma
grupal. Asimismo, en esa reunión se les daba la oportunidad
de que, si no estaban dispuestos a comprometerse, pudieran
buscar otra parroquia.
Todos los meses tuvimos una reunión con los padres
para entregarles un escrito en que se explicaban los cuatro
aspectos de la iniciación:

o qué tenían que hacer ellos cada semana para exponerles el


tema doctrinal que tocaba;
o cómo ayudar a sus hijos para comprender las lecturas de la
misa dominical;
o qué aspecto vital de mejora podrían concretarles, que
estuviera relacionado con el momento del año litúrgico; y
o qué oraciones debían enseñarles.

Ahora bien, el contacto de las familias con los cate­


quistas o conmigo se producía con mucha mayor frecuencia,
porque todas las semanas me reunía con los catequistas para
orar juntos, preparar los temas que iban a impartir la siguien­
te semana y revisar cómo iba cada chico. Y ahí surgían todo
176
Un 'nuevo ardor' para plantear el requisito de la conversión

tipo de cuestiones que se iban detectando y que nos llevaban


a determinar que el catequista, el sacerdote o ambos hablaran
con la familia para conversar, por ejemplo, sobre la asistencia
a la misa dominical, o para explicarles cómo hacer una buena
Confesión, o para regularizar su situación matrimonial, o lo
que se viera conveniente.
Y, poco a poco, en la medida en que se iba persona­
lizando más la asistencia a cada familia, empezaron a pasar
cosas: padres que decidían prepararse para su propia pri­
mera Comunión, o para confirmarse, o para casarse, o para
confesarse después de muchos años; o que demandaron su
nulidad eclesiástica..., y un sinfín de conversiones que lue­
go repercutían en sus hijos. También hubo, como se puede
imaginar, algunas defecciones de familias a las que no les
interesaba más que la celebración social de esa ceremonia
cristiana. Pero, en contra de lo que yo personalmente preveía
alprindpio, el porcentaje fue muy pequeño, un 6%.
Pero tengo que reconocer que, con la gracia de Dios,
todo eso pudo ponerse en marcha y mantenerse porque el
párroco, cada vez que en los primeros momentos de la catc­
quesis se producían tensiones a causa de los distintos pasos
que hubo que ir dando, no me desautorizó sino que mantuvo
el apoyo que, antes de comenzar, yo le había pedido para el
momento en que llegaran esas situaciones: al reagrupar a los
chicos según su nivel en la iniciación cristiana y no por afini­
dad entre ellos; cuando algunos padres se resistieron ante las
exigencias de asistir a las reuniones mensuales, o de reunirse
con el sacerdote si un mes no habían podido estar, o de im­
partir ellos una parte de la catcquesis en sus casas; cuando se
les habló de la necesidad de plantearse su conversión; y ante
otras situaciones similares.

177
Quo vadis, Ecclesia?

Lo que está claro es que la clave para descubrir los


nuevos métodos, expresiones y proyecciones que en cada
caso concreto han de emplearse para evangelizar, es que el
evangelizador trate de vivir con autenticidad el seguimiento
de Jesucristo. Pues entonces brota espontánea la transmisión
de la fe: como me decía una joven carismática que me con­
taba que un grupo de siete amigos estaban aprovechando
las exposiciones eucarísticas que había en la catedral de la
Almudena para invitar a visitantes a entrar a la capilla del
Santísimo, ofreciéndoles un texto de la Palabra de Dios y
dándoles unas orientaciones sobre cómo vivir ese momento
con Jesús. En una tarde habían mantenido diálogos persona­
les con unas trescientas personas.
Si hay ardor espiritual surge espontáneo el celo mi­
sionero. Así les pasaba también a dos de mis auxiliares en el
ministerio exorcístico, que pertenecen a la Legión de María,
y que cada semana me contaban entusiasmados las últimas
aventuras que habían vivido en el campus de la Universidad
Complutense, al abordar a unos y otras para darles a conocer
a Jesucristo. Muy pocos los rechazaban. Y la mayoría —que
no eran para nada hermanitas de la caridad— los escuchaban
con interés y algunos incluso les abrían en ese momento sus
corazones, mostrándoles las heridas de sus vidas.

178
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Capítulo VI
Nuevos métodos: El ’Plan Pastoral’ de
Jesucristo

Resumidamente, se podría decir que los procedimien­


tos habituales de la pastoral ordinaria de la Iglesia han estado
marcados durante siglos por el estilo propio de una religio­
sidad que, al haberse convertido en religión estatal, se había
estatalizado en diversos aspectos.
A diferencia de como actuaron Jesucristo, los Apósto­
les y los cristianos de los cuatro primeros siglos —que no
sólo no contaban con el apoyo del Estado sino que hasta el
año 313 estuvieron perseguidos por las autoridades—, desde
finales del siglo IV la institución eclesial de Occidente des­
plegó algunos aspectos de su acción evangelizadora desde
el amparo del Estado, y con unos modos y métodos que, de­
jando aparte su incompatibilidad con el espíritu evangélico,
ya no son sostenibles ahora que — afortunadamente— se ha
desmoronado el Antiguo Régimen.
En efecto, a partir del momento en que la Iglesia se
convierte en la religión oficial del Imperio Romano, su labor
evangelizadora empezó a apoyarse más en el poder estatal
que en la fuerza de la santidad y de los carismas del Espíritu

179
Quo vadis, Ecclesia?

Santo. Éstos no desaparecieron en la Iglesia, ya que Cristo


le había prometido su asistencia hasta el fin del tiempo, de
forma que subsistieron en la Iglesia, principalmente en sus
santos y en las distintas formas de vida consagrada que el
Espíritu promovió a partir de entonces, contrarrestando así
esa institudonalización estatal de la Iglesia.
Ahora bien, cuando catorce siglos más tarde la Revo­
lución Francesa inició la demolición del Antiguo Régimen, que
se completó un siglo después con la pérdida de los Estados
Pontificios (a. 1870), sin embargo la pastoral de la Iglesia no
acabó de abandonar del todo ese método de cristianizar a los
ciudadanos sin un catecumenado previo. Lógicamente, ya no
fue posible mantenerlo con ese carácter coactivo que lamentó
Juan Pablo II el primer domingo de cuaresma del año jubilar
2000. Pero el procedimiento perduró en la inercia de admi­
nistrar sacramentos sin una conversión anterior.
Todavía hoy, a pesar de que el Concilio Vaticano II
ha recordado que recibir el bautismo presupone aceptar
la llamada a la santidad, se siguen celebrando en falso los
sacramentos de iniciación y los matrimonios, maquillando
esta incongruencia con el falso pretexto de no convertir la
Iglesia en una sociedad de puros, al estilo de los cátaros y
jansenistas, o con un pervertido concepto buenista de la mi­
sericordia. Y de esa forma, el modo de plantear las BBCC
los ha convertido, en la práctica, en el principal lastre de la
nueva evangelización.

180
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

i. Recuperar el modo evangélico de evangelizar

Pero ya no cabe esperar más. Mientras la Iglesia no


cuente con discípulos auténticos, no podrá hacer frente a la
debacle espiritual a la que estamos asistiendo. Y, ¿cuál es la
alternativa? Pues asumir que evangelizar no tiene otro des­
tinatario que cada ser humano particular y que, por tanto, el
camino para llegar a él no puede ser otro que, ante todo, el
del acompañamiento a cada persona. Además, como ser per­
sona es vivir en la apertura a los demás, al acompañamiento
personal hay que añadir la inserción del discípulo en vigoro­
sas y pequeñas comunidades de fe.

a) Del cristianismo de masas al acompañamiento


personalizado

Como ha advertido Mons. Sebastián, tenemos que ser


conscientes de que ya se han acabado los tiempos de un cris­
tianismo de masas, tan inauténtico, y «preparamos para vivir
como una minoría diferente y significativa, capaz de presen­
tar de manera convincente y atrayente el mensaje de Jesús [...].
Para ello es preciso que nos dediquemos a fortalecer nuestra
fe, a clarificar nuestra identidad personal y comunitaria, a vi­
gorizar el anuncio misionero de la fe» (Evangelizar, 108).
El modo como los primeros cristianos cambiaron el
mundo fue el procedimiento del grano de mostaza, de la le­
vadura que hace fermentar a la masa. Uno a uno, persona
a persona, atendiendo sus preocupaciones, escuchando sus
inquietudes y encauzándolas hacia el encuentro personal con
el Resucitado. Y eso requiere dedicar gran parte de las ener­
gías, no a impersonales reuniones masivas, sino a acompañar
a cada alma personalmente. Cuando lo colectivo no termina

181
Quo vadis, Ecclesia?

en lo personal, se queda en una gnosis, en algo abstracto que


se diluye en la nada.

Así lo ponía de relieve Pablo VI en 1975:

«Además de la proclamación que podríamos llamar co­


lectiva del Evangelio, conserva toda su validez e impor­
tancia esa otra transmisión de persona a persona. El Se­
ñor la ha practicado frecuentemente —como lo prueban,
por ejemplo, las conversaciones con Nicodemo, Zaqueo,
la Samaritana, Simón el fariseo— y lo mismo han hecho
los Apóstoles. En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar
el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia
experiencia de fe? La urgencia de comunicar la Buena
Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar
esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la con­
ciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de
una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe
de otro hombre. Nunca alabaremos suficientemente a los
sacerdotes que, a través del sacramento de la penitencia
o a través del diálogo pastoral, se muestran dispuestos
a guiar a las personas por el camino del Evangelio, a
alentarlas en sus esfuerzos, a levantarlas si han caído, a
asistirlas siempre con discreción y disponibilidad»139.

En 2018 se celebró una convivencia de los vicarios epis­


copales de las diócesis españolas, en la que se comentó con
preocupación el dato que les habían facilitado de que el 60%
de las parejas que se habían casado por la Iglesia en este país,
se habían divorciado en menos de cinco años. Y se reconocía
con disgusto que la raíz está en que falta el acompañamiento

139 PABLO VI, Exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi", 8.XIL1975,


n.46.

182
Nuevos métodos: El ‘Plan Pastoral' de Jesucristo

por parte de los pastores: antes de que se casen y a partir de


ese momento.
Una pastoral en la que no se cuide la confesión per­
sonal y el acompañamiento espiritual, no puede ser perfor-
mativa y deviene estéril:
«No estamos acostumbrados a hacerlo así. Pero en una
pastoral de evangelización y de reconstrucción espiritual
es indispensable actuar muy a la medida de cada persona.
Antes, esta pastoral personalizada se hacía en el confesio­
nario, por los buenos confesores y consejeros. Ahora, por
desgracia, se hace mucho menos. Y cada vez es más difícil
hacerlo por la escasez de sacerdotes con tiempo, celo y pa­
ciencia para este ministerio» (Evangelizar, 252).

Es verdad la valoración de don Femando Sebastián: mayo-


ritariamente, no estamos acostumbrados. Y no se enseña
en muchos seminarios, con lo que, a veces, hasta lo hemos
desterrado. No se me olvidará el desahogo de un hermano
sacerdote que había entrado en shock cuando su Vicario
episcopal le reprendió (sic) por «dedicar tanto tiempo al
acompañamiento espiritual»:

-«Pero, ¡si eso es inherente a la condición sacerdotal!» —le


replicaba el sacerdote.

-«¡Eso será inherente en ti!» —le respondió el Vicario, sin in­


mutarse—. «¡En tu Arciprestazgo eres el único que lo hace!»

Hay mucho que cambiar. Para evangelizar, es preci­


so conectar con cada persona, sin programas teóricos en que
falta el trato personal. No hay otro camino si se quiere forta­
lecer en la fe a los que ya están en la Iglesia para que acaben
siendo apóstoles, así como acertar en la atención de los que
se acercan a pedir algún servicio. Y entonces, además, esas
comunidades más pequeñas pero más testimoniales, son las
183
Quo vadis, Ecclesia?

que hacen realidad una Iglesia en salida, capaz de evangelizar


a los alejados140.
Pues hay que tener en cuenta que «en el momento pre­
sente necesitamos un doble frente de trabajo: en primer lugar,
tenemos que atender del mejor modo posible a los habitua­
les, a los que vienen, adultos y jóvenes, niños y ancianos. Y
a la vez que les atendemos del mejor modo posible, tenemos
que pensar en cómo actuar con los que no creen, ya sea con
los que sin la fe necesaria nos piden algunos sacramentos, o
con los que ni siquiera vienen a pedir sacramentos»141.
Pues bien, con todos ellos es preciso realizar un acom­
pañamiento personal. Como afirmaba en el Encuentro Na­
cional de Evangelización de 2016 Josué Fonseca, fundador
de la comunidad Fe y Vida, «en los últimos años ha habido
iniciativas de evangelización con muy buena intención y
entusiasmo, pero con mucha ingenuidad, y los resultados
son escasos. Esto no se arregla con métodos o estrategias.
La evangelización empieza por escuchar al mundo, pero los
cristianos estamos obsesionados con vender nuestro pro­
ducto como sea, y tenemos mentalidad de ciudad sitiada. El
primer acto de evangelización es escuchar. Recoger lo que el
otro te dice y devolvérselo desde la mirada de Dios».

140 En esa dirección se decanta John Sénior cuando en La restauración


de la cultura cristiana, que publicó en 1983, cinco años después de su en­
sayo sobre La muerte de la cultura cristiana (1978), además de proponer
la vuelta a la cordura como camino de restauración, señala la importan­
cia de esa transmisión capilar de la fe que pueden realizar los padres
con los suyos y cada cristiano en su ambiente. El libro ha sido editado
en castellano por Homo legens, Madrid 2018. En cierto modo, anticipa,
con mayor desarrollo intelectual, las ideas de Rod Dreher en La opción
benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristiana.
Madrid 2018. Ed. Encuentro.
141 Mons. Femando SEBASTIÁN, entrevista en "Alfa y Omega", 956
[17.XII.2015] 14-15.

184
Nuevos métodos: El ’Plan Pastoral’ de Jesucristo

Sólo el acompañamiento espiritual permite el discer­


nimiento necesario para prestar la ayuda que necesita cada
alma: fortalecer a los que están, acertar con los que se nos
acercan, y encontrar modos de atraer a los que no vienen. Y su
ausencia ha sido la gran carencia de nuestras comunidades,
que ha llevado o bien a distanciarse de los que no pueden re­
cibirlos sacramentos o bien a aceptarlos indebidamente a su
celebración. Así lo explicaba el cardenal Femando Sebastián:
«En la Iglesia tenemos que prever espacios, lugares y
tiempos para esas personas. Entre dejarlos en la calle y
admitirlos a la comunión eucarística sin más exigencias,
tiene que haber otras muchas posibilidades intermedias
(...) con las cuales les demos la sensación de que los
valoramos, los tenemos en cuenta, les ayudamos y les
acompañamos (...) hasta que lleguen a definirse como
cristianos cabales y puedan integrarse adecuadamente en
la comunidad de los discípulos. Resulta demasiado cómo­
do seguir con los esquemas claros y sencillos de siempre.
Hoy la vida de las personas es (...) mucho más perso­
nalizada, más necesitada de ayudas y acompañamien­
tos personalizados y diferenciados» (Evangelizar, 334).

Como se plantea en el Capítulo VIII de Amoris laeti-


tia, no hay que rechazar a las personas que, por encontrar­
se en adulterio, no pueden reconciliarse sacramentalmente
ni recibir la sagrada Comunión. Pues son muchas las cosas
que puede ofrecerles la Iglesia. Pero para ello, es necesaria
esa cercanía que permite el discernimiento que les ayude a
caminar por un plano inclinado muy tendido hasta que se
produzca su conversión.
En efecto, sólo una pastoral personalizada es capaz
de encontrar las ofertas intermedias que necesitan las per­
sonas que se encuentran en una situación afectiva moral-
185
Quo vadis, Ecclesia?

mente irregular. Y cuando esa pastoral no existe, se acaba


incurriendo, como de hecho ha venido sucediendo en las
últimas décadas, en alguno de los dos extremos erróneos:
en el rigorismo o en el laxismo.
Todo el revuelo que se montó cuando algunos sostu­
vieron que el Capítulo VIII de Amoris laetitia —en contra
de la Tradición Apostólica— permitiría admitir a los sacra­
mentos a los adúlteros que no piensan dejar ese pecado,
provino de los ambientes eclesiales que desconocen el acom­
pañamiento espiritual y que, en consecuencia no alcanzan a
pensar que existe otra solución —tan alejada del rigorismo
como del laxismo y, a mi juicio, la única acorde con el depó­
sito de la fe— que es la que, por cierto, se señala en la propia
Exhortación Amorís laetitia cuando invita a «entrar en diálogo
pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementos de
su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio
del matrimonio en su plenitud»142.
Pero, ¿cómo va a plantearse ese camino el que no tiene
experiencia de diálogo pastoral personal? No tendrá 'nada
que ofrece/ a la persona a la que no puede administrar los
sacramentos; con lo que, o bien, cancelará rigoristamente la
relación pastoral con el interlocutor, o bien, le ofrecerá laxis-
tamente lo que nunca debería haberle ofrecido.
En cambio, el pastor que está acostumbrado al segui­
miento personal de las almas, sabe 1Q que todo sacramento
requiere un catecumenado, más breve o más largo, según la
situación del interesado; 2Q que no se pueden maltratar los
sacramentos (¡a cuántos habría que recomendarles la lectu­
ra del libro de los Números, para disuadirlos de hacerlo!);

142 FRANCISCO, Exhortación apostólica 'Amoris laetitia', 19.III.2016,


Capítulo VIII, n. 293.

186
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral’ de Jesucristo

que es normal que muchas veces haya que esperar un


tiempo hasta estar preparados para recibir los sacramentos;
y 4a que esa espera no es un rechazo sino una propedéutica
llena de contenido y de confianza en la acción performativa
del Espíritu Santo.
El problema es que no ha podido darse ese discerni­
miento en una Iglesia en la que, al descuidar notablemente
el sacramento de la Penitencia, los pastores han abandona­
do en gran medida el acompañamiento espiritual143. «Pero es
algo imprescindible que tenemos que recuperar —advertía el
cardenal Sebastián—. Hay que reconocer lo que es priorita­
rio y organizar las cosas de manera que tengamos el tiempo
necesario para las tareas esenciales y primarias de nuestro
ministerio» (Evangelizar, 252).
Sin discernimiento, no cabe el crecimiento espiritual de
los que ya están, para que pasen de ser clientes a creyentes —se­
gún suele decir expresivamente un experimentado compañe­
ro sacerdote—, es decir, para que dejen de ser consumidores
de servicios religiosos y lleguen a convertirse en apóstoles
del Señor. Durante el tiempo de catcquesis prematrimonial,
prebautismal, de primera Comunión y de Confirmación, «los
catecúmenos tienen que ser atendidos personalmente por el
sacerdote de la catcquesis» (Evangelizar, 312).
De otro modo, es imposible discernir el nivel espi-
ntual de los que se acercan pidiendo casarse o los sacra­
mentos de iniciación, y acompañarlos en un itinerario de fe

gj . .n la actualidad se prefiere esta denominación a la de dirección


ciílaír ' Para subrayar que en materia de conciencia sólo hay obedien-
dato Ul°S/i que <lue acomPaña ofrece un mero consejo, no un man-
consp$Ue ueS° debe discernir y determinar quien solicita la ayuda. El
faero ° no manda. Los mandatos sólo pueden darse en el ámbito del
^con^ter”0/ ? Vor Parte de la autoridad legítima, y no en el fuero de

187
Quo vadis, Ecclesia?

tan firme como suave. Análogamente, sin ese trato personal


por parte de los discípulos con sus conocidos alejados de la
Iglesia, no es posible conocer la situación interior de cada
persona no cristiana y acertar en la propuesta que deba ha­
cérseles en cada caso.
El acompañamiento es, pues, la clave para regenerar la
Iglesia y convertir en apóstoles a los que ya acuden a sus ser­
vicios religiosos y en discípulos a los que se acercan esporá­
dicamente pidiendo algún sacramento (BBCC). Y es el trato
personal con los alejados, el que facilita al Espíritu acercarlos
a la Iglesia.

b) Inserción en comunidades cristianas familiares y


vigorosas

Es imprescindible, pues, ofrecer y provocar los encuen­


tros personales con las almas: por ejemplo, facilitando ho­
rarios amplios para administrar la Penitencia; mimando la
acogida en los despachos parroquiales y aprovechando esos
encuentros para intentar pasar al plano personal de las nece­
sidades interiores de quienes se acercan; saliendo a despedir
personalmente a los asistentes a las celebraciones dominica­
les, como es costumbre en el mundo anglosajón, no para que­
darse en un saludo formalista, sino para ponerse a tiro de lo
que el espíritu les mueva a comentamos; extremando la aten­
ción de los ancianos y enfermos de la parroquia, que además
es una de las mejores maneras de llegar a las familias; pro­
poniendo la bendición anual de las casas por Navidad o Pas­
cua, según es frecuente en Italia; promoviendo encuentros
de formación o de retiro, así como espacios de encuentro en
ágapes que sigan a determinadas actividades; promocionan-
do la pastoral de las peregrinaciones; etc.
188
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

Son unas pocas de entre las muchas y muy variadas


iniciativas que el Espíritu puede inspirar en cada caso para
favorecer la cercanía pastoral. Es decir, no se trata de una
alternativa a lo que ya realizamos en las parroquias y comu­
nidades cristianas; sino de aprovechar lo que hacemos para
llegar a la atención personalizada de cada alma. Y es en esos
encuentros personales donde será posible discernir no sólo
loque más conviene al interesado en el orden personal, sino
además qué tipo de comunidad cristiana puede ayudarle
mejor en ese momento de su itinerario espiritual.
La inserción en una comunidad cristiana no masifi-
cada es imprescindible para vivir la fe con el vigor que se
requiere para ser fieles en una sociedad adversa, y ser ca­
paces de actuar como fermento en medio de la masa. Así lo
promovió nuestro Señor en sus años de ministerio público.
Así lo dio a entender cuando envió a los suyos de dos en
dos a los lugares adonde luego habría de ir Él. Y así lo signi­
ficó cuando, antes de multiplicar los panes y peces, encargó
a sus discípulos que dividieran aquella masa de gente en
grupos de cincuenta.
Y es que el ser personal se caracteriza por el hecho de
que su naturaleza espiritual le hace capaz de conectar con
Dios, el Ser espiritual por antonomasia; pero también en que
su condición espiritual le hace inmortal y por tanto capaz de
vivir sin estar absorbido por el instinto de conservación con
que los seres corruptibles luchan contra la muerte: no está
llamado a vivir para sí, sino que es un ser abierto a la rela­
ción con los demás, y que sólo puede realizarse en el recono­
cimiento de los dones recibidos y en la entrega generosa y
desinteresada a los demás144.

144 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral 'Gaudium et

189
Quo vadis, Ecclesia?

Por eso, no basta atender personalizadamente a las


personas, para que maduren como cristianos. Además, hay
que facilitar su inserción en alguna comunidad cristiana en la
que pueda recibir apoyo y en la que, al fortalecerse, se vuelva
capaz de apoyar a otros, convirtiéndose en apóstol. Y esto
explica el éxito de aquellos movimientos que, dentro y fuera
de la Iglesia, ofrecen no sólo una fuerte espiritualidad, sino
también una integración comunitaria.
Como acabamos de señalar, ése fue el procedimiento
de nuestro Señor. Así procedió también la Iglesia de los cua­
tro primeros siglos. Y ése fue el nuevo sistema evangelizado!
que promovió el Espíritu Santo cuando la Iglesia se convirtió
a nivel oficial en una iglesia de masas: crear pequeñas comu­
nidades de monjes que evangelizaran desde el ejemplo de la
radicalidad evangélica145.
Recuperar hoy para la Iglesia común este modo caris-
mático de anunciar el Evangelio desde comunidades fuertes
y no masificadas que muestren —ante un mundo materiali­
zado y nihilista— una profunda espiritualidad y que —ante
un ambiente atomizado y deshumanizado— testimonien
una intensa fraternidad, no es ninguna utopía. Pues, como
agudamente advirtió Mons. Sebastián, ¿por qué las institu­
ciones comunes y los cristianos comunes no van a ser capaces
de trabajar y vivir esos mismos niveles de exigencia de los
institutos carismáticos, que tomaron de la Iglesia común lo
que ellos practican? (cf. Evangelizar, 226-227).

spes', 7.XII.1965, n. 24 c.
145 Así lo ha venido a subrayar el reciente ensayo de Rod Dreher, que,
sin faltarle las críticas, ha alcanzado una notable difusión, como ya ne-
mos señalado en el Capítulo II de la primera parte: La opción benedictina-
Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristiana. Madrid 2018.
Ed. Encuentro.

190
Nuevos métodos: El ’Plan Pastoral’ de Jesucristo

Es cuestión de tener muy claro que sin verdaderos dis­


cípulos de Cristo no se puede evangelizar ni a los hijos, ni
a los que piden sacramentos de iniciación, ni —mucho me­
nos- a los alejados de la fe. Y que no cabe hacer discípulos,
primero, sin un acompañamiento espiritual; pero tampoco
sin el respaldo de una intensa vivencia comunitaria, porque
en medio del mundo no cabe vivir la fe en plan lobo estepario.
Hay que procurar crear pequeñas comunidades cris­
tianas —las que sean necesarias para que no se pierda el am­
biente de familia-: de jóvenes, en las que insertar a los que se
preparan para la Confirmación o al matrimonio; de matrimo­
nios, a las que incorporar a los padres de los niños y jóvenes
que se inician en la fe; y de personas mayores; de forma que
nadie se sienta solo en su camino espiritual, ni carezca de un
compromiso misionero y de entrega a los demás que le faci­
lite crecer en la caridad. Así lo ha recordado recientemente la
Congregación para el Clero en su reciente Instrucción sobre
la conversión misionera de la parroquia:
«Es necesario que la parroquia sea un "lugar" que favorez­
ca el "estar juntos" y el crecimiento de relaciones persona­
les duraderas, que permitan a cada uno percibir el sentido
de pertenencia y ser amado. La comunidad parroquial está
llamada a desarrollar un verdadero "arte de la cercanía"»146.
Para hacerlo posible, habrá que apoyarse en evange-
lizadores, en personas concretas —sacerdotes, consagrados
y laicos—, procedentes de los seminarios, de institutos reli­
giosos, de los nuevos movimientos religiosos, de catequistas
de jóvenes, de grupos parroquiales de adultos, que sean ca­
paces de conectar con esta nueva dimensión de la pastoral
146 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción "La conversión
pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de
«Iglesia", 20.VII.2020, nn. 25-26.

191
Quo vadis, Ecclesia?

y de responder con acierto y desinteresadamente a este reto


evangelizados Con ellos debe trabajar, codo con codo, el
responsable de coordinar esta tarea misionera. A ellos debe
atender en primer lugar. Con ellos debe programar las tareas
corresponsablemente para que esa parroquia se convierta en
una comunidad de comunidades misioneras.
En contra de lo que le escuchaba a un eclesiástico no­
table, muy afecto al mundo de los movimientos, el proyecto
parroquial no está periclitado. Lo que sucede es que debe
renovarse en la línea que venimos señalando, que es la que
siguió nuestro Señor, la que emplearon los Apóstoles y se ha
seguido en cualesquiera iniciativas eclesiales de discípulos
misioneros, que ha promovido el Espíritu Santo en la historia
de la Iglesia.
Como explicaba Tote Barrera, director de Alpha Espa­
ña, «ésa es la Iglesia del primer momento: una Iglesia en la
que todos están reunidos en tomo a la fracción del Pan, que
evangelizan, que se aman, que aman al mundo y hacen sus
obras de caridad. Eso se concreta en una pequeña comuni­
dad. Es la tradición de la Iglesia y a la vez es el futuro»147.
Este cambio de una pastoral de mantenimiento a una
pastoral de evangelización es como «de la noche al día, por­
que se trata de crear una parroquia que funciona como una
verdadera comunidad y que tiene la evangelización como
misión (...). Los laicos se convierten en discípulos. Y un dis­
cípulo es alguien que sigue al Maestro, que es corresponsa­
ble de su iglesia, y que hace otros discípulos. No es ¡laicos
al poder!, sino que el punto es la comunidad, donde todos

147 Entrevista en "Alfa y Omega" [VI.2018J.

192
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

los ministerios se integran y donde laicos y sacerdotes viven


como una familia de Dios»148.

c) La opción preferencial por los que sufren

No cabe recurrir a la inspiración evangélica para reno­


var la actual pastoral de la Iglesia, sin referimos al aspecto
más llamativo del estilo evangelizador de nuestro Señor, el
Hijo eterno del padre Clemente y Misericordioso, y que lue­
go siguieron sus Apóstoles: la misericordia. El papa Francis­
co lo aseguraba taxativamente:
«Podemos anunciar cosas buenas, pero sin servicio
no hay anuncio. Puede parecer que sí, pero no, porque el
Espíritu no sólo te empuja a proclamar la verdad del Señor
y la vida del Señor, sino que te lleva también ante los her­
manos, ante las hermanas, para servirles"149.
En efecto, cuando Juan Bautista, previendo que se
acercaba su fin, envió a sus discípulos a preguntar a Jesús
si Él era el Mesías enviado por el Padre o debían esperar a
otro, el Señor, citando pasajes mesiánicos de Isaías (cf. Is 35,
5; 61,1), les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto
y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia
el evangelio a los pobres» (Le 7, 22).

148 Ibídem.
149 Homilía en Santa Marta sobre los tres pilares fundamentales de la evan-
Sdización: el anuncio, el servicio y la gratuiaad, en la fiesta de san Bernabé,
11.VI.2018.

193
Quo vadis, Ecclesia?

o El mundo del dolor: la soledad, la enfermedad y la


pobreza

La caridad —el amor desinteresado y sensible ante el


sufrimiento espiritual, afectivo y material de quienes nos ro­
dean— fue el signo de la presencia del Dios cercano entre los
hombres. El enviado del Padre para liberamos del reino de
Satanás, vino como Jesús (que significa Dios es salud), como
el que se iba a sacrificar hasta la muerte para —como Cristo
o Ungido y dador del Espíritu de la Vida— alcanzamos la
libertad de los hijos de Dios.
Por eso, Jesucristo anunciaba el perdón de los pecados,
y lo acreditaba curando a los enfermos y expulsando demo­
nios, es decir, sanando y liberando a cuantos acudían a El
maltrechos en su cuerpo o en su espíritu. Nadie que se acercó
al Señor con fe, se fue de vado. Y es que Él aseguraba que el
Padre, ese Dios Clemente y Misericordioso del Antiguo Tes­
tamento, es un «Dios de vivos y no de muertos» (Le 20, 38),
porque creó un mundo en que todo era bueno (cf. Gn 1,12,
18,25 y 31), donde no existía la enfermedad, ni las injusticias
ni el dolor humano, y que éstos entraron en el mundo cuan­
do, mediante el pecado, los hombres les abrieron las puertas
a los demonios.
Se podría afirmar que el principal obstáculo que mu­
chos tienen para creer que exista un Dios Todopoderoso, es
el sufrimiento; sobre todo, el de los inocentes: Si es tan pode­
roso y bueno, ¿por qué existe el mal? —se preguntan—; ¿por
qué permite que criaturitas inocentes sufran iniquidades que
claman al délo? Y es predso responder como lo hizo Jesús
en la parábola de la cizaña (d. Mt 13, 24-30), demostrando
que Dios no lo quiere, sino que sólo lo permite para no tener
que acabar con el mundo, pues entonces impediría que llega-
194
Nuevos métodos: El ’Plan Pastoral' de Jesucristo

tan a nacer personas que habrían querido salvarse; pero que,


mientras llega el momento de la siega, no nos ha abandona­
do al sufrimiento, sino que se ha hecho solidario de nuestros
dolores, al asumirlos su Hijo en la Cruz y al enviamos a sus
discípulos para proseguir en el tiempo la labor sanadora y
liberadora del Ungido del Espíritu Consolador.
El perdón de las culpas —y la sanadón y liberadón de
sus consecuencias— son el signo de identidad del Cristo y de
su Iglesia: y, por tanto, de los verdaderos cristianos. Cualquier
anundo del Evangelio o cualquier celebración sacramental
que no vayan precedidos y acompañados de la práctica de
la caridad misericordiosa con los destinatarios de esa evan­
gelizadón o de esos sacramentos, se convierten, como dice
Francisco, en puro gnosticismo150.
A su vez, la señal de que esas prácticas de ayuda al
que sufre no proceden de un mero sentimentalismo, es el
desinterés, la gratuidad (xáQLTtxg en griego significa gratui-
dad): «Se anuncia el evangelio a los pobres» (Le 7,22), a los
que no pueden corresponder. De ahí que se pueda afirmar
que la práctica de la caridad misericordiosa, que sabe de­
tectar las necesidades espirituales, afectivas y materiales de
los que nos rodean, ha de ser el termómetro y el camino de
la Nueva Evangelización: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis
(•••)• Todos nosotros somos salvados por Jesucristo deforma
gratuita, y por lo tanto debemos dar gratuitamente lo que
hemos recibido»151.

J50 Cf. Exhortación apostólica 'Gaudete et exultate', 19.III.2018, Capítulo


11/nn. 36-46.
151 FRANCISCO, Homilía en Santa Marta sobre los tres pilares fundamen­
tes de la evangelización: el anuncio, él servicio y la gratuidad, en la fiesta de
San Bernabé, 11.VI.2018.

195
Quo vadis, Ecclesia?

No es infrecuente que en las parroquias el remedio de


la pobreza quede relegado a un reducido equipo de personas
que se encargan de atender la Caritas parroquial, pero donde
la integración de los destinatarios de esas ayudas, en la co­
munidad parroquial, mediante el acompañamiento afectivo
y la ayuda espiritual, brillan bastante por su ausencia. Y eso
sucede porque, en esos casos, Caritas no es un estilo evange-
lizador sino una actividad parroquial especializada, con lo
que el resto de los fieles de la parroquia no se implican en
esta tarea, salvo con sus donativos:
«Así nos ocurre hoy cuando viene un pobre por la pa­
rroquia a vemos y, sin escucharlo, enseguida lo man­
damos a Caritas y nos quitamos de en medio, que para
eso están 'los caritativos' que son 'los que saben'»152.

Igualmente, se podría decir que el ejercicio de la cari­


dad pastoral, con los que están solos y con los enfermos, se
convierte en muchas ocasiones en la cenicienta de la activi­
dad pastoral de la parroquia. Por lo general, no hay mucho
tiempo para los enfermos ni para los que padecen la soledad,
porque siempre surgen otras actividades que nos parecen
más urgentes y atractivas. Pero con ello, al abandonar a los
que sufren, perdemos la hoja de ruta que nos mostró nuestro
Señor para incidir de forma evangélicamente profunda y efi­
caz en los ambientes de los hombres.
Al hablar del nuevo modo de evangelizar, hemos
dicho que la persona, su acompañamiento, debe ser hoy el

152 SEGOVIA BERNABÉ, José Luis, El servicio de la caridad, testimonio


del Evangelio ante un mundo que no cree, en DEL POZO ABEJON, Gerardo
y CARVAJAL BLANCO, Juan Carlos (eds.), Parroquia misionera. Jomados
de actualización pastoral para sacerdotes. Ed. Universidad de san Dámaso,
Madrid 2018

196
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

camino de una nueva Iglesia misionera; y que ese acompa­


ñamiento debe facilitar el discernimiento para su integración
en alguna comunidad parroquial. Ahora hay que añadir que
esa integración parroquial debe incluir algún compromiso
en el área de la caridad misericordiosa: como catequistas, en
Caritas, en la pastoral familiar o de la salud, o en la atención
a los que padecen la soledad, etc. Y bien entendido que la
realización del trabajo con profesionalidad, rectitud y sen­
tido caritativo, y que la dedicación generosa y apostólica a
los propios familiares ancianos, enfermos y niños, son para
los seglares el primer ámbito de ejercicio de su espíritu de
caridad y misericordia.
Muy significativa es la inscripción que aparece en el
dorso del monumento a san Juan de Dios, junto al Triunfo de
la Inmaculada en Granada: «En esta casa se reciben sin dis­
tinción enfermos y gentes de todas clases: tullidos, man­
cos, LEPROSOS, MUDOS, LOCOS, PARALÍTICOS, TINOSOS Y OTROS
muy viejos y muchos niños». Es el sello de los verdaderos
evangelizadores, un distintivo que no debe concebirse como
reservado a unos pocos, sino a todos cuantos pretendan os­
tentar el nombre de cristianos.
Y ése es el cauce que abre las puertas de los corazones
de los más alejados, como narraba de forma muy ilustra­
tiva el párroco de san Ramón Nonato, en un barrio muy
difícil de Madrid, el Puente de Vallecas, donde se produ­
jo una auténtica revolución en cuanto abrieron las puertas
del templo de 7,30 a 21,30 y empezaron a escuchar y acoger
■'espiritual, afectiva y materialmente— a cuantos acudían
solicitando ayuda153.

153 Cf. José Manuel HORCAJO, Al cruzar el puente. Testimonios de una


tyesia abierta a todos. Madrid 2019. Ed. Palabra 2*.

197
Quo vadis, Ecclesia?

En ese mismo sentido se pronunció el obispo auxiliar


de Los Ángeles, Mons. Robert Barrón, en su intervención ante
la plenaria de la Conferencia de Obispos de Estados Unidos,
del 11 al 15 de noviembre de 2019, mostrando que evange­
lizar desde el compromiso con la promoción de la justicia y
la misericordia es el primer aspecto que hay que cuidar para
llegar a los alejados de la Iglesia, y el modo más eficaz de
atraer e integrar a los jóvenes.

o Reintegrar la sanación y la liberación en la pastoral


ordinaria de las diócesis

No cabe hablar de la necesidad de seguir el estilo ca­


ritativo de la acción misionera de Jesucristo sin ocuparse de
los que más sufren, que son los directamente atacados por los
seres más crueles que actúan en nuestro mundo: los demo­
nios. No es posible hablar coherentemente de misericordia,
si no se ejerce —como siempre hizo nuestro Señor— con los
que padecen alguna de las siete afecciones extraordinarias
del Enemigo154.
Es decir, sería impensable intentar recuperar el modo
propio de evangelizar que siguió nuestro Señor Jesucristo,
sin referimos a la necesidad de recuperar en la pastoral ordi­
naria de la Iglesia los ministerios de sanación y de liberación:
«Jesús apoyaba la verdad de sus palabras con actuacio­
nes prodigiosas, curando a los enfermos y expulsando
a los demonios. Con las acciones reforzaba sus palabras

154 Me refiero a las posesiones, obsesiones, opresiones o influencias, y


vejaciones diabólicas; así como a las infestaciones malignas de lugares,
objetos y de plantas o animales: cf. Javier LUZON PEÑA, Las seis puertas
del Enemigo. Experiencias de un exorcista. Córdoba 2017. Ed. Altolacruz,
pp. 35-47.

198
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

y con sus palabras manifestaba el origen y el sentido de


sus milagros. También en la evangelización, las buenas
obras de los cristianos tienen que respaldar el anuncio del
Evangelio y la llamada a la conversión» (Evangelizar, 241).

Ése fue el método de Jesucristo —su Plan pastoral—, y


es el mismo que siguieron sus apóstoles y discípulos, y que
siguieron los cristianos de los primeros siglos hasta que la
। Iglesia, al convertirse en la religión oficial del Imperio Roma­
no a finales del siglo IV, dejó de necesitar hacer milagros y
expulsar demonios para conseguir seguidores155.
La Iglesia del régimen de Cristiandad, en la práctica,
abandonó estos ministerios de sanación y liberación en su
ámbito institucional, quedando relegados mayoritariamente
al ámbito de los consagrados. Por eso es tan importante re­
cuperar en esta materia el estilo evangelizador de la Iglesia
primitiva, ahora que ya no tenemos el respaldo del poder
estatal, sino más bien todo lo contrario. Y eso hasta el pun­
to de que se podría afirmar que la tan preconizada nueva
' evangelización o se realiza con el estilo carismático sanador
y liberador, o no se realizará nunca.
Eso es así porque sólo esas acciones divinas visibles
—las curaciones milagrosas y la liberación de las acciones
extraordinarias visibles de los diablos, tan frecuentes hoy—
pueden convencer a los hombres de nuestro tiempo de que
' un anuncio es divino. Máxime cuando, por los abusos de
. eclesiásticos con muchachos, el desprestigio de la Iglesia ha
alcanzado en el comienzo del siglo XXI una cota muy alta:
Quizá la más alta de su historia, porque su desprestigio en
el siglo XIV, que tan crudamente describió santa Catalina de

155 Cf. ibídem., pp. 23-34.

199
Quo vadis, Ecclesia?

Siena156, no llegó a estos niveles de infidelidad al Evangelio


que supone el abuso sexual de menores.
Por eso, sobre todo: porque la Iglesia o supera ese des­
prestigio ocasionado por la ostensible falta de santidad de al­
gunos de sus miembros, o seguirá bloqueada desde el punto
de vista apostólico. Pero también por la invasión de prácticas
idolátricas a las que están acostumbrados muchos inmigran­
tes de Latinoamérica, del Africa islámica y subsahariana y de
Asia, así como por la asunción, por parte de Occidente y de
diversas instituciones de la Iglesia católica157, de la espiritua­
lidad new age.
Estas prácticas están ocasionando una profusión de
casos de personas afectadas por las acciones extraordinarias
de los demonios, a los que la Iglesia no puede seguir dando
la espalda ni desentendiéndose de ellos, mientras predica sin
ruborizarse la Misericordia con los afligidos. Sin sanación y
liberación, la nueva evangelización no existirá.

2. Regeneración de la pastoral de la Iglesia en la


ADMINISTRACIÓN DE LOS SACRAMENTOS DE LA FE

La aplicación de los criterios señalados en el Capítulo


anterior y en la primera parte del presente Capítulo permite
examinar las turbulencias que afectan a la actual praxis de la
Iglesia en la administración de los sacramentos, para tratar

156 Cf. El Diálogo. Madrid 1996. Ed. B.A.C.


157 Así lo advierte la Nota de la Comisión episcopal para la Doctrina
de la Fe, de la CEE, «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,3).
Orientaciones doctrinales sobre la oración cristiana, 28.VIII.2019, que retoma
y actualiza la denuncia que, treinta años antes, realizó la Congregación
para la Doctrina de la Fe en su Carta “Orationis formas", a los Obispos de
la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15X1989.

200
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

de remediarlas, replanteándolas de un modo más acorde con


el Evangelio, a fin de que conviertan en discípulos a los que
se acercan, y en apóstoles a los que ya acuden habitualmente:
«Las parroquias tienen que salir en busca de las ove­
jas perdidas, no simplemente esperar que vengan, y me­
nos todavía conformamos con los que ya vienen por
su propia cuenta. El bautismo, junto con la confirma­
ción y la primera eucaristía, unidos por el catecumena-
do, forman el proceso unitario de Iniciación. La Euca­
ristía dominical, el sacramento de la penitencia y el ser­
vicio a los pobres centran la acción de mantenimien­
to y crecimiento en la vida cristiana» (Evangelizar, 332)

En el siguiente Capítulo trataremos de otros aspectos


que han de tenerse en cuenta si se quiere transformar nues­
tras comunidades cristianas en comunidades de discípulos
misioneros: los modos de evangelizar y los retos que hay que
enfrentar en esta nueva evangelización. Pero lo primero que
hemos de revisar es nuestra manera de celebrar los sacra­
mentos, pues ellos son lo nuclear de nuestra fe y el principal
cauce de evangelización.
Los cristianos no creemos en la iglesia-organización,
en lo que hacemos los miembros de la institución eclesial:
«Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre»
(fer 17, 5). No creemos en el papa ni en los demás obispos;
no creemos en los restantes ministros de la Iglesia, ni en los
laicos. Nosotros creemos en la santa Iglesia, porque sólo cree­
mos en Dios y en lo que El hace a través de los cauces que
ha querido establecer para encontrarse con nosotros. Iglesia
-ekldesia- es la convocatoria de Yahveh a la comunión con El
y entre nosotros: es lo que hace Dios en los hombres cuando
le abrimos el corazón.

201
Quo vadis, Ecclesia?

Y por eso en la Iglesia lo importante es ponemos al


alcance de Dios, de su Palabra y de sus siete acciones sa­
cramentales. Y, a la hora de evangelizar, lo fundamental es
poner a las almas al alcance de la gracia sacramental, según
recuerdan las últimas palabras de Jesús que aparecen en el
Evangelio de Mateo: «Id, pues, y haced discípulos a todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo
que os he mandado» (Mt 28,19-20). No se hacen discípulos
mediante planes pastorales, sino acercando a las almas a los
sacramentos y enseñándoles a qué debe llevarles esa vida
divina que en ellos se recibe.
Es todo lo contrario de un planteamiento voluntarista
o pelagiano de la salvación, pues ésta se alcanza abriéndose
a la ayuda del Espíritu Santo que Dios nos da en los sacra­
mentos de su Hijo. Esta cuestión no la debemos perder de
vista cuando, al evangelizar, parezcan inútiles nuestros es­
fuerzos. Jesús no nos va a abandonar nunca, Él va a poner el
incremento a nuestros pobres recursos: «Y sabed que Yo es­
toy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»
(Mt 28,20).
En estos momentos de apostasía generalizada, en
que no es difícil sentir que nos excede la tarea de la evan­
gelización, no debemos olvidar que es el Espíritu Santo
quien va a convencer «al mundo acerca del pecado, de la
justicia y de la condena. De un pecado, porque no creen
en Mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me
veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo
está condenado» (Jn 16,8-10). Y de hecho, así parece haber
sido prometido concretamente para el momento presente
en los testimonios y revelaciones privadas sobre la ilumi-

202
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

nación de las conciencias que parece que será concedida


antes de la gran purificación158.
Ahora bien, esa primacía de la acción de Dios en
nuestra salvación no quita que, según insiste Hans Urs von
Balthasar en el tomo II de su Teodramática, no debamos caer
en la pasividad luterana, olvidando que en la Escritura
siempre se presentan las relaciones de Dios con los hom­
bres en clave nupcial: Dios es el Esposo, y debemos dejarle
tomar la iniciativa, como acabamos de subrayar; pero no­
sotros somos la esposa y no podemos descuidar nuestro
papel de acoger al Esposo: sin olvidar que nuestra función
es de respuesta y que, por ello, hemos de darle siempre la
prioridad a Dios.
Teniendo todo esto en cuenta, se ve que es un error
। establecer —como se ha hecho en los últimos 50 años— una
dicotomía entre evangelización y sacramentalizadón. Pues el
culmen de cualquier acción evangelizadora es la celebración
1 délos sacramentos, esas celebraciones donde las almas, si
acuden debidamente dispuestas, se encuentran con Jesucris­
to en la Palabra y en la acción sacramental.
Esa disyuntiva —que, como decimos, es incorrecta-
obedece a la percepción de que muchos de los sacramentos
W celebramos no son evangelizadores, porque nos pres­
tamos a celebrarlos incorrectamente. Pero la solución no es
abandonar los sacramentos, sino corregir nuestro modo de
Cebrados para que sea el adecuado y resulte evangelizados
Es decir, reconocer —ante la apostasía generalizada
en Occidente— que las acciones pastorales de la Iglesia ac-

Es lo que se muestra en el best-seller de la escritora católica con-


Christine WATKINS, recomendado por diversos obispos: El Aviso:
fflmonios v profecías sobre la Iluminación de Conciencia. 2020. Ed. LIGHT-
'WG SOURCE INC.

203
Quo vadis, Ecclesia?

tualmente están siendo muy poco evangelizadoras y perfor-


mativas, a lo que debe llevamos es a revisar en qué estamos
fallando para que todas esas celebraciones sacramentales,
que nos ocupan la mayoría del tiempo en las parroquias, no
introduzcan en la fe a los que reciben la iniciación cristiana,
ni conviertan en discípulos misioneros a los asiduos.

Vamos a examinarlo, estudiando:

Ia los sacramentos que llamaríamos de mantenimiento


de los que ya están: la Eucaristía y la Penitencia;

2a los sacramentos de los que se acercan a la Iglesia a pe­


dir algún sacramento de iniciación o el matrimonio; y

3a las acciones con personas alejadas, que se nos ofrecen


con ocasión de situaciones puntuales de la vida:

J la Unción de enfermos,

J la intercesión y el acompañamiento de los enfermos


y moribundos;

J el trato con las familias en los entierros; y

J las celebraciones promovidas por la religiosidad popular.

a) La regeneración de la pastoral sacramentaría de los que están

¿Cómo transformar en discípulos misioneros a los


cristianos que acuden asiduamente a los sacramentos de
mantenimiento, sobre todo a la santa Misa? Ya hemos dicho
que a través del acompañamiento espiritual, pues éste será
el que los ayude a madurar espiritualmente y a insertarse en
alguna comunidad cristiana. Pero para suscitar esa apertura

204
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral'de Jesucristo

al acompañamiento espiritual y al compromiso comunita­


rio, nuestras celebraciones eucarísticas tendrían que mejorar
muy notablemente en la línea de lo que ya hemos comentado
। que señalaron Joseph Ratzinger en 2001 en "El espíritu de la
liturgia" y Robert Sarah, en 2019, en "La fuerza del silencio.
Frente a la dictadura del ruido".
En consonancia con las enseñanzas de santo Tomás de
Aquino sobre la res et sacramentum™, para que la celebración
sacramental favorezca la apertura a la grada sacramental
es importantísima la piedad personal en la liturgia, como
muestra de una fe actual del ministro, que contribuya a que
la acción litúrgica no quede reducida a la repetidón de unos
ritos según una forma, sino que, a través de actos humanos
sendllos, resplandezca la actuación del Misterio de Cristo y
manifieste la potencia del Espíritu Santo.
Es el punto que planteó el Concilio Vaticano II cuan­
do, después de presentar la necesidad de renovarse en de­
seos de santidad, indicó que el camino para conseguirlo
era mejorar los dos aspectos que necesitaban una notable
renovación en la vida de la Iglesia: la liturgia y la forma-
dón bíblica, cuestiones ambas que tienen en la Eucaristía
su mejor expresión. A las Constituciones condliares sobre
la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium y sobre la Sa­
grada Escritura, Dei Verbum, han seguido desde entonces
diversos documentos pontificios que muestran la creciente
preocupación de la Jerarquía ante las carencias de esas cele­
braciones que deberían ser el principal alimento espiritual
de nuestros fieles.

159 Sobre esta cuestión, véase Pedro LÓPEZ-GONZÁLEZ, &&&


hexpresión «res et sacramentum» en SCRIPTA THEOLOGICA i/(i / /
73-119.

205
Quo vadis, Ecclesia?

Examinando la Exhortación papal que siguió al Síno­


do de los Obispos sobre el papel de la Sagrada Escritura en
la vida de la Iglesia, queda claro que la formación bíblica si­
gue sin ser suficiente en muchos pastores, con lo que su pre­
dicación, especialmente sus homilías, no acaban de ayudar a
los asistentes a encontrarse con Dios160. Y eso, dejando aparte
los aspectos formales de las homilías, a los que se refirió tan
profusamente Francisco en su primera exhortación Evange-
lü gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo ac­
tual161. Como consecuencia, la Escritura Santa no es, como
debiera ser, fuente de espiritualidad para el común de los
fieles, que se sienten incapaces de acercarse a ella con apro­
vechamiento interior.
Eso por lo que se refiere a los contenidos bíblicos de
nuestras celebraciones. Pero si examinamos sus aspectos
litúrgicos, los documentos emanados por Roma en los úl­
timos pontificados dan a entender muy claramente que las
propuestas del Concilio para hacer efectivos los deseos de
renovación litúrgica que el Espíritu ha suscitado en la pri­
mera mitad del siglo XX, han quedado muy malogradas por
ciertos abusos que han afectado a la fe de la Iglesia sobre la
presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, sobre el papel de
los ministros ordenados y de los laicos en las celebraciones, y
sobre el respeto con que debe tratarse al Señor sacramentado.
Fue muy significativa a este respecto la Relatio fi-
nalis de la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos
que se celebró con ocasión de los veinte años de la clau-

160 Cf. BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica postsinodal ‘Verbum Do-


mini' sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, 30.IX.2010,
especialmente nn. 64-87.
161 Cf. Exhortación apostólica postsinodal 'Evangelii gaudium', 24.XI.2013,
nn 135-144.

206
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral’ de Jesucristo

sura del Concilio Vaticano II, en que se reconoce que esos


abusos no han sido acciones esporádicas y aisladas, sino
más bien una generalizada desacralización de la liturgia,
que requiere una proporcionada corrección:
«La renovación litúrgica no puede limitarse a ceremonias,
rituales, textos, etc. La participación activa, tan felizmen­
te fomentada en el postconcilio, no consiste sólo en la ac­
tividad exterior, sino sobre todo en la participación in­
terior y espiritual, en la participación viva y fecunda en
el misterio pascual de Jesucristo (cf. Sacrosanctum Conci-
lium, 11). Es evidente que la liturgia debe fomentar y re­
saltar el sentido de lo sagrado. Debe estar impregnado
del espíritu de reverencia, adoración y gloria de Dios»162

Particularmente preocupante es, según el cardenal Ro-


bert Sarah, la dificultad que existe, en muchas de nuestras
celebradones católicas, para la interiorización del misterio
que se celebra. En su libro La fuerza del silencio, que publi­
có siendo Prefecto de la Congregación para el Culto, plan­
tea con crudeza el problema de que muchas celebraciones
vierten a los participantes a la exterioridad de la persona, a
la mundanidad, con un constante activismo de los asisten­
tes, en que el Dios celebrado se convierte en el gran ausente:
canciones inapropiadas y de mala calidad literaria y musical,
Comisiones injustificadas de los laicos en la función de los
ministros y, sobre todo, la falta de respeto a lo sagrado, neu­
tralizan la virtualidad de las celebraciones para acercar a las
«mas a Dios y abrirlas a la caridad.
Unas celebraciones así no son capaces de convertir
en discípulos a nuestros feligreses. Pues el discípulo tiene
& ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBIS-
ocastón del XX aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II,
^ofinalis, (8.XII.1985), II. B. b. 1.

207
Quo vadis, Ecclesia?

que encontrarse con el Maestro, y en ese tipo de celebra­


ciones la asamblea se mira a sí misma, y no facilitan que
mire a Dios ni llegue a escucharlo. Y no digamos ya si la
participación en las eucaristías no va acompañada de la re­
cepción asidua del sacramento de la Reconciliación, como
está siendo la praxis más extendida en muchos. Pues en­
tonces, al recibir indiscriminadamente el Cuerpo de Cris­
to, la fe se pierde vertiginosamente:
«Deseo pedir una renovada valentía pastoral para que
la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa
proponer de manera convincente y eficaz la prácti­
ca del Sacramento de la Reconciliación. Como se recor­
dará, en 1984 intervine sobre este tema con la Exhorta­
ción postsinodal Reconciliatio et paenitentia [2.XII.1984]
(...) Entonces invitaba a esforzarse por todos los me­
dios para afrontar la crisis del "sentido del pecado" que
se da en la cultura contemporánea [n. 18]. (...) Cuando
el mencionado Sínodo afrontó el problema, era paten­
te a todos la crisis del Sacramento, especialmente en al­
gunas regiones del mundo. Los motivos que lo originan
no se han desvanecido en este breve lapso de tiempo»163.

Posiblemente, esa negligencia en fomentar la recepción


asidua de la Penitencia sacramental haya sido precisamente
lo que ha provocado la insensibilidad espiritual de la mayoría
de nuestros feligreses, con la consiguiente mundanización y
vulgarización de nuestras celebraciones164. Chesterton decía
que la vulgaridad y la mediocridad consisten en estar ante
lo grande, pasar junto a lo sublime, y no darse cuenta. Pues

163 JUAN PABLO II, Carta apostólica "Novo millennio ineunte', al concluir
el gran jubileo del año 2000,6.1.2001, n. 37.
164 Para una catcquesis pedagógica, práctica y actual sobre el sacra­
mento de la Penitencia, puede verse José María MAIZ CAL, ¿Reconciliar­
se? Perdonar y ser perdonados. La Coruña, 2020.

208
Nuevos métodos: El ‘Plan Pastoral' de Jesucristo

eso es lo que sucede en la Iglesia cuando se abandona la vida


déla gracia y todo queda en un activismo frenético y estéril.
Así es imposible renovar nuestras comunidades, o que
se despierte en sus miembros ningún deseo de crecimiento
en la fe ni de ser apóstoles de nada. Nadie da lo que no tiene.
Es lo que ha venido a decir el papa emérito Benedicto XVI
en las notas que redactó para la cumbre sobre la pederastía
en la Iglesia y que publicó en la Hoja del Clero de Alemania.
I Después de explicar, primero, las causas sociales y teológicas
I que propiciaron la introducción de la ideología de género en
la Iglesia y, después, las consecuencias de la aceptación de
las prácticas homosexuales en los seminarios, dedica la terce­
ra parte a proponer por dónde podrá venir el remedio: avivar
la fe en Dios, en la Eucaristía y en la Iglesia, cuya ausencia dio
lugar a este drama que todos lamentamos165.
En mi opinión, entre las causas del complejo proceso
que ha ocasionado que no se hayan aplicado muchas de las
propuestas que hizo el Concilio Vaticano II para revitalizar
a una Iglesia que, lejos de estar en salida, está de retirada,
un aspecto no menor es el no haber asumido el origen de
ese alejamiento de la fe que se ha producido en Occidente: la
perdida de autenticidad evangélica, provocada por el inte-
gnsmo católico. El Concilio afirmó que había que renovarse,
pero no dijo qué se había hecho mal166. Y la consecuencia ha
S1do que muchos, en lugar de proponer volver a la fidelidad

I Habí JENEDICTO XVI, La Iglesia y los abusos sexuales en "Klerusbla-


16a r °e 2019), revista mensual para el clero católico de Baviera.
| R *• DE MATTEI, Roberto, Concilio Vaticano II. Una historia nunca
g - fl: Tpdrid 2018. Ed. Homo legens. En este exhaustivo estudio de la
caso 0s documentos conciliares, llama la atención que, salvo en el
conepd-Ái0cumento relativo a la libertad religiosa, en los debates no se
nov Pabbra a la autocrítica sobre lo que, en la institución eclesial,
natlla realizado evangélicamente en el pasado.

209
4
Quo vadis, Ecclesia?

evangélica, han pensado que la solución está en cambiar el


Evangelio, mundanizarlo.
Y ahí tenemos a muchos de nuestros pastores que,
mientras unos hablan de salir a anunciar el Evangelio, sin
preocuparse de corregir las faltas de autenticidad evangé­
lica de las celebraciones paganas de los sacramentos; otros
exigen elaborar un nuevo evangelio de comuniones a adúl­
teros y protestantes, de suprimir la exigencia del celibato
para los candidatos al sacerdocio, de ordenar a mujeres, de
que los laicos prediquen en las homilías y de que sean ben­
decidas las uniones homosexuales. Ni los unos ni los otros
son conscientes de que sólo la fidelidad a Cristo podrá re­
mediar las consecuencias de las infidelidades históricas de
la Iglesia institucional.

b) La renovación de la pastoral de los sacramentos de inicia­


ción y del matrimonio: BBCC

Pasemos ahora al segundo frente de la nueva evange­


lización, el que ha suscitado el título de este libro: la celebra­
ción en falso de las BBCC. Según venimos insistiendo, éste
es el punto donde el despropósito provocado por una visión
secularizada de la pertenencia a la Iglesia, se muestra más
clamorosamente. Pero no olvidemos que ésta es sólo la conse­
cuencia más llamativa. Pues la causa está en lo que acabamos
de tratar en el apartado anterior: una inadecuada participa­
ción en los sacramentos de crecimiento —la Eucaristía y la Pe­
nitencia-, que da lugar a un tipo de cristiano tibio y superficial
que es incapaz de motivar evangélicamente a nadie.
El cardenal Femando Sebastián, que tanto se esforzó
por animar a otros obispos sobre las reformas que son nece­
sarias para convertimos en Iglesia evangelizadora, siempre

210
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral’ de Jesucristo

insistía en que «la inadecuación entre fe y sacramento es el


problema radical de la vida litúrgica de la Iglesia» (Evange­
lizar, 320). Y así, preguntado —después de una Asamblea
plenaria de la CEE en que se había aprobado el plan pastoral
2016-2020— sobre qué mejoras introduciría él en la iniciación
cristiana en España, respondió:
«Solamente una: garantizar la verdad de los sacramentos.
Que los bautismos sean verdaderos. Que las confirmacio­
nes sean verdaderas. Que las comuniones sean verdade­
ras. Y que los matrimonios sean verdaderos. No podemos
seguir celebrando sacramentos en falso. Para eso hace
falta la fe. No puede haber sacramentos sin fe ni fe sin
sacramentos. Los sacramentos nacen de la voluntad sal­
vadora de Jesucristo, nos llegan por medio de la fe de la
Iglesia, pero tienen que ser acogidos con la fe personal»167.

No debemos seguir celebrando sacramentos en falso.


Primero porque es un sacrilegio. Pero también porque ésa es
la mejor manera de acabar de fulminar la Iglesia en cada lu­
gar-Y, sin embargo, eso es lo que hacemos: muchos obispos,
Por no querer enfrentar el problema, y esconderse detrás de
। Un perverso concepto de misericordia; los que tienen cura
de almas, por temor a quedarse solos en la parroquia —fal-
I temor, pues lo que sucede en la realidad es justamente
0 contrario— o bien a que desde el obispado los desauto-
ncen; y todos, por falta de fe y de coherencia con lo que se
I ?sta Obrando, según ha subrayado el reciente informe de
। '-omisión Teológica Internacional, sobre la indispensable
reciprocidad que debe asegurarse entre fe y sacramentos168.

en "Alfa y Omega", 956 [17.XII.2015] 14.


^s¿?MISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La reciprocidad entre
lentos en la economía sacramental, 19.XII.2019.

211
Quo vadis, Ecclesia?

¿Qué sentido tiene que nos prestemos a unas bodas y


comuniones cada vez más ostentosas sin ningún respeto al
sentido cristiano de la austeridad, y donde todo se supedita
a cuestiones secundarias motivadas por aspectos ajenos a la
celebración del sacramento? ¿Qué justificación tiene bauti­
zar a un infante cuyos padres no practican la fe que dicen
comprometerse a transmitir? ¿Qué sentido tiene que se ca­
sen personas que no aceptan el proyecto de Dios sobre el
matrimonio, o que comulguen y se confirmen chicos que no
pueden renovar coherentemente las promesas del bautismo
y que van a abandonar la práctica religiosa una vez recibido
el sacramento?
Es necesario replantearse la iniciación cristiana, según
ha reconocido recientemente la Congregación para el Clero,
V en su reciente Instrucción sobre la conversión parroquial
que requiere la nueva evangelización: «La Iglesia advierte la
necesidad de redescubrir la iniciación cristiana, que genera
una nueva vida, porque se inserta en el misterio de la vida
misma de Dios. Es un camino que no tiene interrupción, ni
está vinculado solo a celebraciones o a eventos, porque no
se ciñe principalmente al deber de realizar un 'rito de paso',
sino únicamente a la perspectiva del permanente seguimien­
to de Cristo»169.

o Bautismos de niños

¡Basta ya de prestamos a esos teatrillos sacrilegos! La


ley de la Iglesia indica que si falta la esperanza en que un
niño vaya a ser educado en la fe, debe demorarse el bautis-
169 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción "La conversión
pastoral de la comunidad parroquial id servicio de la misión evangelizadora «fe
la Iglesia”, 20.VII.2020, n. 23.

212
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

mo, haciéndoles saber el porqué a sus padres170. ¿Rechazar?


No: acoger con alegría el buen deseo de esos padres y pro­
ponerles el itinerario de conversión que necesitan para llegar
ahacerlo efectivo. Un itinerario que comenzará por el acom-
i pagamiento personal de cada uno de los padres y que llevará
a insertarlos a aquella comunidad cristiana que más pueda
, ayudarlos en sus circunstancias:
«En el caso del Bautismo de infantes, los padres -sos­
tenía Mons. Sebastián— tienen que garantizar la educa­
ción religiosa y cristiana del bautizado. A los que viven
habitualmente apartados de la Iglesia creo que hay que
invitarles a recuperar su vida cristiana antes de bauti­
zar a su hijo. Podríamos ofrecerles un itinerario de fe de
uno o dos años. Que bauticen a su hijo cuando estén en
condiciones de educarlo cristianamente, con palabras y
sobre todo con el ejemplo de una vida cristiana norma­
lizada. Comprendo que es una medida un poco fuer­
te, pero me parece indispensable. Sin ella o algo pareci­
do no habrá verdadera renovación eclesial, porque no­
sotros mismos estamos devaluando los sacramentos»171.

Por eso, por ejemplo, no deberíamos prestamos a la


petición de los abuelos para que bauticemos a sus nietos fue­
ra de la parroquia donde sus padres no practicantes deberían
recibir el acompañamiento adecuado. Pues no tiene sentido
pensar que el bebé va a ser educado en la fe porque exista un
abuelo practicante, cuando los padres no piensan facilitarlo.
Tampoco cabe aceptar como padrinos de Bautismo o
I de Confirmación a personas que no cumplen los requisitos
i marca la ley eclesiástica: que «sea católico, esté confirma-

170 Cf. Código de Derecho Canónico, 25.1.1983, c. 868 § 1.2.


171 Entrevista en "Alfa y Omega", 956 [17.XII.2015] 14-15.
213
k
Quo vadis, Ecclesia?

do, haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía


y lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con
la misión que va a asumir»172.
Ante todo, coherencia. Estamos hablando de sacra­
mentos de la fe para quienes tienen fe. No en protocolos
sociales que haya que cumplir, como sucedía cuando, por
ejemplo, en los tiempos del Antiguo Régimen algunas em­
presas exigían a los empleados un volante de cumplimien­
to pascual anual (el que suscribe los ha visto):
«No podemos seguir bautizando con la certeza mo­
ral de que esos bautismos no van a encontrar nun­
ca las condiciones subjetivas para alcanzar su fruto.
No basta decir que el sacramento es eficaz por sí mis­
mo, sin que esta eficacia dependa de la fe o de la vida
de los padres del bautizado. La eficacia del bautis­
mo, como la de los demás sacramentos, es proporcio­
nal a las disposiciones del sujeto» (Evangelizar, 302).

El Ritual del Bautismo de niños, ¿no exige a los padres


el compromiso de educar en la fe a sus hijos, y a los padrinos
el de ayudar a los padres en esa tarea, y para ello pide a unos
y otros que previamente renueven sus propios compromisos
bautismales? Pues no hagamos como el avestruz. Mientras
los interesados no puedan responder verazmente de forma
afirmativa a esos escrutinios, no nos prestemos a una ficción
en materia tan grave.
Hacerlo así es clave en todos los sacramentos, pero en
el caso del bautismo lo es de modo especial. Pues si no aclara­
mos las cosas en el momento del bautismo, después, cuando
se plantea el acceso a otros sacramentos, en la práctica no es

172 Es la tercera condición que aparece en el canon 874 § 1, del Códi­


go de Derecho Canónico, sobre las condiciones para ser admitido como
padrino o madrina.

214
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

fácil hacerlo. Hay que recuperar la coherencia cristiana desde


el principio. Es sólo cuestión de epidermis cristiana, de sensi­
bilidad o rectitud de conciencia, como decía Benedicto XVI
cuando habló de los sacerdotes pederastas que han estado
celebrando sacrilegamente la Eucaristía.

o La Confirmación

Otro tanto habría que decir del segundo sacramento


de iridación, la Confirmación. No voy a entrar aquí en el
tema del acierto o desacierto que haya supuesto romper con
la tradición eclesial, al celebrarlo después de la primera Co­
munión, ni de las connotaciones pelagianas en lo pastoral,
que esa nueva praxis pueda suponer. Lo que me interesa des­
tacar aquí es que, para recibir la plenitud del Espíritu Santo,
es preciso que los confirmandos estén en condiciones de re­
novar coherentemente los compromisos bautismales. Y eso
no es lo que sucede en la mayoría de las celebraciones, que
suelen suponer el punto y final de la vinculación de esos jó­
venes con la Iglesia, como pone de manifiesto el cínico dicho
clerical que cuenta que, en una parroquia en que andaban
preocupados por la torre de la iglesia a causa del peso de los
nidos de cigüeñas, acordaron 'confirmar7 a las cigüeñas para
que se fueran y se salvase la torre.
Esto es lo que sucede cuando la catcquesis de Confir­
mación no es un catecumenado en el que se conduce hacia la
conversión, donde se inicia a los catecúmenos en la vida de
oración y de sacramentos, y en el que éstos se van confirman­
do en momentos diferentes, según superen los escrutinios;
sino una actividad extraescolar con fecha de caducidad pre­
establecida, donde se limitan a tratar unos temas teóricos, y
quenada tiene que ver con la vivencia de la fe:
215
Quo vadis, Ecclesia?

«Algo parecido —comentaba Mons. Femando Sebastián,


después de explicar que no se debe bautizar a los niños
hasta que se haya conseguido que sus padres se incorpo­
ren a la Iglesia—, ocurre con las confirmaciones y las co­
muniones. En muchos, demasiados casos, los jóvenes re­
ciben estos sacramentos sin haber vivido una verdadera
conversión a Jesucristo, sin compromiso personal, sin vo­
luntad de vivir cristianamente, en la comunidad, con los
sacramentos, con la vida moral. Tanto las catcquesis pa­
rroquiales como la pastoral de los colegios no están en
función de la conversión personal de los catecúmenos.
Por eso luego no tienen raíces, no son capaces de resis­
tir las seducciones de la cultura secular, ni se sienten per­
sonalmente vinculados a la comunidad sacramental»173.

Es indudable que nada de esto sería posible sin un re­


planteamiento de la Iniciación cristiana como algo persona­
lizado y no como una cuestión grupal y programada. Y esto
es algo que —tanto en la preparación para la Confirmación
como para la primera Comunión—requiere un cambio de
mentalidad muy notable: «Es importante no atarse a fechas
ni plazos fijos. Tampoco se puede admitir a los sacramentos
por tandas, o por cursos, o por grupos preestablecidos. La re­
cepción de los sacramentos es siempre algo muy personal, y
se celebra cuando cada uno está suficientemente preparado»
(Evangelizar, 312)
—Pero, si hacemos esto, nos quedamos sin nadie -
suelen replicar muchos eclesiásticos cuando se les plantean
estos temas. Todo lo contrario: como nos estamos quedando
solos es con esta manera de proseguir hoy esa falta de au­
tenticidad en la administración de los sacramentos BBCC,
que se introdujo en la Iglesia al convertirse en religión ofi-

173 Entrevista en "Alfa y Omega", 956 [17.XII.2015] 15.


216

~ ............. CCbA" I
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral* de Jesucristo

dal del Estado. Si no acabamos con esos falsos modos de


celebrar los sacramentos, tendremos que acabar cerrando
los templos, como hemos comentado que, de hecho, ya ha
empezado a suceder en España y ha venido ocurriendo en
Canadá, y en otros lugares de Europa: Milán, Bélgica, Ho­
landa y Países Nórdicos.

o Primeras Comuniones

¿Qué decir de las Comuniones? El espectáculo es tan


deplorable que lleva a no pocos sacerdotes a cuestionarse el
sentido de su ministerio: un teatrillo sentimentaloide donde
el protagonismo no lo tiene Jesús-Eucaristía, sino los niños
que hacen la Comunión, así como los regalos que reciben
después en los banquetes, cada vez más ostentosos en núme­
ro de invitados y en el precio del cubierto, que ya se iguala al
de las bodas:
«Pienso —afirmaba el cardenal Sebastián en2010— quehace
tiempo que los obispos tendríamos que haber intervenido
con más energía para evitar el empobrecimiento religioso de
las llamadas 'primeras comuniones'. Aquí sí que la exube­
rancia del consumismo es abrumadora» (Evangelizar, 333).

No puede ser de otro modo cuando la catcquesis no


se plantea como un catecumenado, en el que cada niño hará
su primera Comunión cuando pueda asumir el compromiso
bautismal: es decir, cuando se vea que ha asimilado básica­
mente la fe y abandonado el modo pagano de vivir. Y eso
podrán hacerlo antes los chicos cuyos padres les apoyan en
su itinerario espiritual, mientras que los que carecen de ese
apoyo tendrán que esperar a que ellos sean capaces de vivir
la fe por sí mismos. En todo caso, hay que determinar el mo-
217
Quo vadis, Ecclesia?

mentó de las celebraciones de forma no grupal sino indivi­


dualizada, y sin fechas ni plazos preestablecidos.
Además de ese planteamiento catecumenal de la ca­
tcquesis de primera Comunión (mientras no se superen los
escrutinios no se accede al sacramento), es indispensable
plantearla como catcquesis familiar: como una catcquesis
impartida por sus propios padres, con el apoyo y orientación
de la parroquia, y en la que los catequistas parroquiales sólo
complementan la labor de aquellos.
Esto debe ser así, primero por una cuestión de princi­
pio, ya que es la familia como iglesia doméstica, la primera, en
la que ha de darse la transmisión de la fe.: los padres han de
ser, por naturaleza, los primeros catequistas de sus hijos y,
por eso, cuando ellos no lo asumen, todo el esfuerzo de los
catequistas parroquiales se pierde, como sucede actualmente
con un 95% de los niños. Pero también por una cuestión de
estrategia evangelizadora, en cuanto que la iniciación cristia­
na de los hijos es la mejor oportunidad evangelizadora para
con sus padres:
«Deseo llamar la atención de modo especial —adver­
tía Benedicto XVI— sobre la relación que hay entre ini­
ciación cristiana y familia. En la acción pastoral se tie­
ne que asociar siempre la familia cristiana al itinera­
rio de iniciación. Recibir el Bautismo, la Confirmación
y acercarse por primera vez a la Eucaristía, son mo­
mentos decisivos no sólo para la persona que los re­
cibe sino también para toda la familia, la cual ha de ser
ayudada en su tarea educativa por la comunidad ecle­
sial, con la participación de sus diversos miembros»174

174 BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica postsinodal Sacramen-


tum caritatis, 22.11.2007, n. 19.

218
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

Si los padres no son evangelizados, apenas sirve el tra­


bajo con sus hijos. Y por tanto es preferible centrar la catcque­
sis de primera Comunión con aquellos niños cuyos padres
estén dispuestos a implicarse en serio; aunque sin excluir a
aquellos cuyos padres les dejan asistir pero no se implican,
dejándoles bien sentado que, de ordinario, sus hijos tardarán
mucho más en llegar a recibir la Eucaristía, y que sólo lo ha­
rán cuando puedan realizar con coherencia la renovación de
los compromisos bautismales.
Estas catcquesis familiares requieren formar a los pa­
dres, mediante reuniones frecuentes, en dos aspectos:

• uno es que dispongan del material que ellos han de em­


plear para impartir la catequesis a sus hijos: ls el tema doc­
trinal semanal, 2° la explicación de las lecturas dominica­
les de cada semana, 3S unas metas de vida cristiana y 49 las
oraciones que deben enseñar a sus hijos;
1 el otro es avivar su propia vida cristiana, principalmente
mediante testimonios de miembros de la parroquia ya ma­
duros en la fe, y favorecer su integración en alguna comu­
nidad parroquial.
Ni que decir tiene que estas catequesis familiares no
serían posibles sin una supervisión habitual —por parte del
sacerdote responsable, con los catequistas parroquiales- del
aprovechamiento de los niños, que permita reagruparlos
constantemente según su nivel de asimilación y entrevistarse
personalmente con los padres para ayudarles en su tarea y
plantearles metas de vida cristiana: práctica de la oración y
délos sacramentos, regularizar su situación matrimonial, etc.
Como contaba al final del Capítulo anterior, mi expe­
riencia es que, cuando se persevera en esta tarea, la parroquia
se transforma en pocos años: conversiones, acercamiento a

219
k
Quo vadis, Ecclesia?

la vida cristiana y regularización de las situaciones matri­


moniales de esos padres que se acercaron a la parroquia con
ocasión de la iniciación cristiana de sus hijos; y se produce
una gozosa maduración en la fe de los agentes de pastoral
que colaboran en estos procesos.

o Matrimonios

Ya hemos contado que en España el 60% de los que se


casan por la Iglesia se divorcian antes de los cinco años. Y
eso que ese colectivo supone una selección previa, en rela­
ción al más del 80% de personas que se unen al margen de
lo eclesial. Y cabe suponer que mucho tendrá que ver con
esos fracasos la difundida afirmación en ambientes eclesiás­
ticos, de que un alto porcentaje de las bodas que asistimos
son matrimonios nulos.
Pues, ¡algo tendremos que hacer!, digo yo. Porque
las consecuencias son dramáticas. Pues nada nos hace tan
felices como encontramos a gusto en familia; ni nada puede
perturbamos tanto como los problemas en el propio matri­
monio o en el de nuestros padres.
¿Qué se podría hacer? Una vez más la solución la en­
contramos en la respuesta de don Fernando Sebastián: ga­
rantizar la verdad del sacramento. Para ello, hay que fijarse
en el escrutinio y en la forma del sacramento. Ante todo, que
puedan responder afirmativamente de forma coherente a las
tres preguntas que se les hace.

Ia) ¿Venís libremente, sin ser coaccionados? Para ello, hace


falta un acompañamiento personal de los interesados, para
ver si efectivamente acuden al matrimonio con libertad, sin
ser presionados. Hay que discernir si saben lo que hacen, si
220
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

se conocen, y si tienen capacidad para asumir el compromi­


so matrimonial; o si, por el contrario, carecen de la madurez
suficiente o se han dejado presionar por las circunstancias fa­
miliares —por ejemplo, las ganas de salir de un hogar donde
no se sienten aceptados—, la existencia de un embarazo no
previsto, la falta de autoestima, o —al alcanzar cierta edad-
la preocupación por no verse ya encauzado en la vida, o por
no llegar a ser madre o por quedarse solteros.

2a) ¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente,


siguiendo el modo de vida propio de matrimonio, para toda la vida?
También hay que examinar detenidamente estas cuestiones,
pues una cosa es que les gustaría que eso fuera así y otra
que hayan madurado afectivamente lo suficiente como para
querer y poder hacer efectivo ese compromiso:

Aporque sean personas fieles en su sexualidad, que la han


orientado hacia la profundización de la nupcialidad y no
hacia la superficialidad hedonista;
2® personas que han cortado el cordón umbilical respecto
de sus padres a fin de hacer efectivo el «dejará a su padre y
a su madre y serán una sola carne» (Gen 2,24);
3® personas que se han preparado para seguir el modo de
vida sacrificado propio dei matrimonio, renunciando a la
autonomía que disfrutaban de solteros; y
4® personas que excluyen el divorcio: no ya que desearían
que les fuera bien siempre —¿quién no lo desea?—, sino
Que han decidido ser fieles hasta que la muerte los separe.

3a) ¿Estáis dispuestos a aceptar amorosa y responsáblemen-


os hijos y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia? Esta
Pegunta hace referencia al tercer aspecto que hay que ase­

221
Quo vadis, Ecclesia?

gurar para que la comunión matrimonial futura pueda pro­


gresar: que los novios hayan asumido la antropología sexual
que subyace al proyecto de Dios sobre el matrimonio: una
sexualidad amorosa y responsable, esto es, integrada e inte­
gral, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el prólogo
del sexto mandamiento175:
le Integrada, es decir, en la que se hayan integrado los impul­
sos sexuales en la totalidad de la persona176, de forma que no
se permita que se actúen sin discernimiento, ni antes de que
se hayan comprometido en el orden espiritual casándose; y

2e porque hayan entendido que no debe ejercerse sino como


una donación-aceptación integral177, esto es, de forma unitiva
. (abierta a la vida), y como expresión de una sólida comunión
| afectiva y de un previo compromiso espiritual nupcial.

En cambio, cuando las personas no tienen claro que no


se debe acceder al sexo sino desde la unión plena (en lo espi­
ritual: haberse casado; en lo psicoafectivo: haberse conocido
a fondo y estar afectivamente integrados; y en lo físico: estar
abiertos a la procreación), entonces su capacidad nupcial se
bloquea. Y eso explica tantos fracasos de quienes han estado
acostumbrados a una sexualidad no unitiva y que, como con­
secuencia, supone una utilización recíproca sin compromiso.
Aristóteles, cuando ya mayor escribió su Etica a Nicó-
maco, afirmó que, como alma y cuerpo componen una uni­
dad sustancial, cambiando de conducta cambia el corazón.
Por eso, el sexo no unitivo, no une a los que lo ejercitan, sino
que desarrolla su egoísmo y los predispone a la incapacidad

175 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 11X1992, n. 2337.


176 Cf. Ibidem, nn. 2338-2345
177 Cf. Ibidem, nn. 2346-2347.

222
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

para integrarse posteriormente en esa comunión interperso­


nal tan exigente que es el matrimonio.
Y esa cosificación recíproca los incapacita también
para ver a los hijos como un don: como sujetos de derechos
y no como objetos de derecho que se puedan fabricar a vo­
luntad o que puedan rechazarse mediante la anticoncepción;
sino como un regalo que se pueda favorecer cuando ven que
pueden tener más hijos, o al que haya que renunciar en deter­
minados momentos sacrificándose en no mantener relacio­
nes íntimas en los días previsiblemente fértiles.
Esta paternidad responsable incluye también, lógica­
mente, como señala esta tercera pregunta, la disposición a
educar cristianamente a los hijos procreados, cuestión que
es impensable en el caso de los novios alejados de la prácti­
ca religiosa, que se acercan a la Iglesia para pedir una cele-
bradón canónica del matrimonio y, por tanto, la bendición
de su unión nupcial. Es decir, la vida de fe es fundamental,
tanto para establecer una comunión interpersonal durade­
ra como para cumplir con las responsabilidades parentales.
Sólo Dios es Amor y fuente del verdadero amor. Y sin Él es
imposible tener éxito en ese camino de entrega tan profunda
como es el matrimonio:
«La primera cuestión para renovar la pastoral familiar
-señalaba Mons. Sebastián— es cuidar de la fe viva
de los contrayentes. Si estos son habitualmente prac­
ticantes, es fácil preparar una celebración verdadera
y fructuosa. Si habitualmente no lo son, este vacío de
años no se remedia con dos charlitas de veinte minu­
tos. Hay que hablar a fondo con ellos, suscitar el interés
perdido, crear una relación de confianza y ofrecerles un
camino personal de renovación. Cuando vuelvan a la
j fe, cuando crean y quieran vivir de verdad en el seno

223

1
Quo vadis, Ecclesia?

de la Iglesia, entonces será la hora del sacramento»178.


Cuando se asumen estos principios, las personas pue­
den emitir con autenticidad sus compromisos conyugales.
Entonces sí es posible hacer efectivo el compromiso nupcial:
aceptar al otro como es, también con sus defectos, y entregar­
se a él, y cumplir la promesa de serle fiel en los momentos
difíciles y de amarlo y respetarlo hasta la muerte. De lo con­
trario, el amor meramente romántico, el derivado de unos
sentimientos no enmarcados en el amor matrimonial, se pier­
de en el camino más pronto que tarde, como dice Benedicto
XVI en su encíclica sobre la caridad179.
Éstos deberían ser los elementos de discernimiento en
el trato con las parejas que se acercan a la Iglesia con el pro­
yecto de casarse. Pero si, por evitamos problemas, cerramos
los ojos ante los que vienen estando conviviendo ya, o sin fe,
o sin un discernimiento básico de lo que van a hacer, y nos li­
mitamos a aplicar la praxis del 8a sacramento, es decir, a pedir­
les la documentación y a realizar un cursillo de fin de sema­
na, no deberíamos lamentarnos luego de los dislates en las
celebraciones y de los ulteriores fracasos, que se producen.
«Nosotros nos casaremos cuando nuestro bebé sea
grande y pueda llevamos los anillos, que es muy bonito», de­
cían unos novios, todo convencidos. Pero el problema es que
los sacerdotes nos prestamos y dejamos que las bodas católi­
cas sean todo menos celebraciones cristianas: unos bodorrios
en que se está poniendo en evidencia cuál es la mentalidad
de los contrayentes y su falta de visión cristiana de lo que
están celebrando.

178 SEBASTIÁN, Femando, Entrevista en "Alfa v Omega", 956 [17.


XÜ.2015], 15. 3 b
179 Cf. BENEDICTO XVI, Encíclica 'Deus caritas est', 25.XII.2005, n. 7 b.

224
Nuevos métodos: El ’Plan Pastoral'de Jesucristo

Y eso tiene además, como efectos colaterales, que


mucha gente sencilla no se casa canónicamente por falta de
medios económicos para arrostrar los gastos que los minis­
tros, con nuestras negligencias, hemos dado a entender que
son propios de una celebración así. O que otros, que se han
convertido después de estar conviviendo unos años, se vean
obligados a desgastarse humanamente y a descapitalizarse
para cubrir los gastos de la celebración de su boda canónica:
yno disfrutan de su boda, ni la celebran con paz, convirtién­
dose en uno de los peores contrasentidos que les ha acaecido
desde que se conocieron.
Quousque tándem abutere, Catilina, patientia nostra?
(¿Hasta cuándo vas a abusar, Catilina, de nuestra paciencia?)
-dijo Cicerón el 8 de noviembre del año 63 antes de Cris­
to, al comenzar el primero de sus discursos ante el Senado
Romano, con los que consiguió desenmascarar y abortar la
conjuración de los catilinarios. Pues eso es lo que me venía
a mí al corazón, que podría decimos Jesucristo si entrara en
nuestros templos y presenciara nuestra pasividad ante los
actuales abusos en materia sacramentaría.
¿Quo vadis, Ecclesia? ¿Adonde vas, Iglesia, celebrando
en falso los sacramentos de iniciación y las bodas; adminis­
trando la Eucaristía sin Confesión; y ordenando a personas
que en el seminario habían demostrado carecer del equilibrio
emocional necesario para el ministerio sacerdotal? Quizá
jesús haría, también hoy como entonces, un látigo de cuerdas
para arrojar de la Casa de su Padre todas esas irreverencias,
^rochándonos que la hemos convertido, en determinados
aspectos, en teatro de sacrilegios:
«¿Se puede decir que esto es rigorismo? ¿No será —pre-
\ guntaba Mons. Sebastián, remitiendo a un artículo de

225
Quo vadis, Ecclesia?
Dionisio Borobio180— que, sin quererlo, estamos insta­
lados en el laxismo? Es cuestión de pensarlo ante Dios.
Siguiendo como estamos, estamos facilitando la per­
petuación de una situación confusa en la que poco a
poco se va deteriorando el aprecio de la fe y el respe­
to hacia los sacramentos de la fe» (Evangelizar, 320).

c) La pastoral de las celebraciones que alcanzan a los alejados

No quiero acabar este Capítulo sobre los nuevos mé­


todos para una evangelización renovada, sin referirme a
ciertas celebraciones en las que, por tradición social, junto
a feligreses habituales se hacen presentes muchas personas
alejadas de los ambientes eclesiales. Es muy importante
aprovecharlas como un primer paso que pueda propiciar un
posterior acercamiento:
«En algunos lugares la experiencia está demostrando la
importancia de las celebraciones litúrgicas de las bodas
o de los funerales para recuperar el contacto con perso­
nas alejadas y despertar su interés por la vida espiritual
y cristiana. A estas celebraciones asisten muchos cristia­
nos alejados, y algunos no cristianos, que no tienen ha­
bitualmente relación con nosotros (...). Si celebramos
cuidadosamente, con devoción y dignidad, si orienta­
mos bien la predicación, esos contactos ocasionales pue­
den despertar la fe dormida o pueden animar a algu­
nas personas a informarse mejor sobre lo que han visto
y oído. Me consta que en algunos países que van por de­
lante de nosotros en esta preocupación, estas celebracio­
nes litúrgicas que podemos llamar extraordinarias (bo­
das y funerales, principalmente) son la ocasión que mue-

180 Cf. Dionisio BOROBIO, La preparación al matrimonio. Contribución


a la conyugalidad, en REVISTA DE CIENCIAS Y ORIENTACIÓN FAMI­
LIAR, 31 (2005), 101-120.

226
Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

ve a más personas a acercarse a la Iglesia e incorporar-


| se a un catecumenado de adultos» (Evangelizar, 322).

Por supuesto que es preciso buscar muchos otros cau­


ces para llegar a los alejados, empezando por el apostolado
personal que realicen con sus iguales los cristianos discípu­
los. Y de ello hablaremos en el último Capítulo. Pero no de­
bemos ignorar la oportunidad evangelizadora que suponen
dertas celebraciones en las que, por compromiso y tradición
social, participan muchas personas alejadas de la Iglesia.
No se me olvidará el impacto que nos produjo la
propuesta de Mons. Tagliaferri, en la charla que nos im­
partió a los sacerdotes, cuando vino a la diócesis de Cór­
doba en 1994 con ocasión de los actos preparatorios de la
coronación canónica de nuestra Señora de la Fuensanta,
ropatrona de la ciudad. En un momento de su conferencia,
el entonces Nuncio en España nos dijo con mucha fuerza:

b -«¡Tienen que cuidar la pastoral con los alejados!» Y,


L después de una deliberada pausa, precisó:

f -«Los funerales».

Es verdad. Hay momentos, como ésos, en que a los


ministros se nos da la ocasión de anunciar a mucha gente no
hbitual, el núcleo de nuestra fe sobre la vida y la muerte. Y
°o sé si se nos ha formado para que seamos conscientes de
y para que sepamos aprovecharlos, con un lenguaje in­
teligible, con don de lenguas y de forma atrayente y amable:
«No hay que hacer cosas extraordinarias, simplemente
I hacer las cosas bien, celebrar de verdad los misterios de la
| fe, con reposo, con piedad, con hondura, de modo que las
personas de buena voluntad puedan percibir en estas cele­
braciones la verdad de nuestra fe y la verdad de la gracia y

227
Quo vadis, Ecclesia?

del amor de Dios que transforman nuestra vida. Basta con


celebrar con reposo, con el decoro y la densidad religiosa
que requiere la liturgia, de modo que los asistentes perciban
que allí hay una fe verdadera, un modo diferente de enten­
der la vida y la muerte, una verdadera alternativa de huma­
nidad gracias a la presencia y al amor de un Dios cercano
y de un Salvador vivo y misericordioso» (Evangelizar, 322).

Todo lo que rodea el fallecimiento de las personas es,


con la vivencia de la enfermedad, uno de esos momentos pri­
vilegiados. Y se pueden atender burocráticamente —máxime
con la desvinculación de las parroquias que el recurso a los
tanatorios ha supuesto—, o procurando acompañar a esas
familias de la mejor manera posible, en esos instantes en que
están tan sensibles. Y otro tanto podría decirse de las bodas.
Puedo testimoniar también que he palpado cómo el
Espíritu Santo, que «sopla donde quiere y oyes su ruido,
pero no sabes de dónde viene ni adonde va» (jn 3, 8), actúa
en celebraciones populares —procesiones de Semana Santa,
de los patronos del lugar, romerías a ermitas de los santos,
el pregón de ciertas fiestas locales, etc.—, que se convierten
en circunstancias que Él aprovecha para remover a muchos
corazones: momentos en los que los ministros hemos de estar
accesibles para secundar y encauzar esas mociones181.
Recuerdo una ocasión en que acudimos un grupo de
sacerdotes para oír confesiones durante el rato previo a la sa­
lida de la procesión anual en Semana Santa de la Hermandad
de la Macarena de Sevilla. Cuando parecía que ya se había
acabado la cola de penitentes, hice ademán de levantarme
del confesionario, pero tuve que volver a sentarme porque se

181 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCI­


PLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad popular y Ia
liturgia. Principios y orientaciones. Ciudad del Vaticano 2002.

228

A———
I Nuevos métodos: El 'Plan Pastoral' de Jesucristo

acercó otro penitente. Al acabar, le pregunté si me permitía


jiacerle una pregunta que no era necesario que me respon­
diera, pues deseaba saber cómo se había animado a confesar-
& después de tantos años como llevaba sin hacerlo. A lo que
éste me respondió:

■ -«Padre cura, porque esto es como los bares: uno los


K ve abiertos y a uno te entran ganas».

* No me cansaré de repetirlo. Pues hay que estar en el


momento justo y en el lugar adecuado. Como también me
replicó un compañero sacerdote en una ocasión en que, sin
experiencia aún, me permití cuestionar ante un grupo de sa­
cerdotes la congruencia cristiana de la Romería al Santuario
deNuestra Señora de El Rocío (Huelva):

-«Mira, Javier, tú te vienes y te pasas una noche


■ oyendo confesiones. Y, cuando le hayas preguntado
I a uno y a otro, de los muchos que entran en el con-
I fesionario allí sin ser penitentes habituales, cómo se
f han decidido a confesarse, y veas que todos te dicen:
Porque me lo ha pedido la Virgen, entonces hablas».
En esta misma línea, no se debe ignorar la virtualidad
^gelizadora que supone la atención de las personas en
Coloque rodea el mundo de la enfermedad y especialmen-
kdelaenfermedad terminal. La pastoral de la salud, tanto en
^ámbito parroquial, como en los hospitales, debería ser una
^prioridades de los pastores. Primero, por una cuestión
^Principio, ya que la sanación de los enfermos, junto con
Aeración de los atribulados por los demonios, fueron los
^signos que siempre acompañaron el anuncio del perdón

229
Quo vadis, Ecclesia?

de los pecados, que realizaron Jesucristo y sus apóstoles, así


como los primeros cristianos.
Pero también porque el acompañamiento a los enfer­
mos —creyentes o menos creyentes— es uno de los momen­
tos que más facilitan llegar a personas que habitualmente no
acuden a las actividades de las parroquias, constituyendo un
frente de nueva evangelización de primerísima importancia.
Por caridad y por espíritu misionero, la pastoral de la salud
debería ser siempre, pues, la niña de los ojos de las diócesis y
de cada parroquia.

230
Capítulo VII
Nuevas expresiones

En su primera Exhortación apostólica Evangelii gau­


dium (2013), Francisco invitó a retomar aquella propuesta
que el papa Juan Pablo II había lanzado en 1983, al dirigirse
a los obispos del CELAM en Haití, cuando empezó a hablar
de que la nueva evangelización que necesita nuestro mundo
será nueva si lo es en su ardor, en sus métodos y en sus expre­
siones. Pues bien, en este Capítulo vamos a referimos a los
nuevos modos que son necesarios para expresar el Evangelio
en las actuales circunstancias.
En efecto, hemos considerado que la superación de
la mentalidad que generó el Anden Régime, de administrar
sacramentos a personas no convertidas previamente, debe
llevar —como ha subrayado el Concilio Vaticano II182— a re­
cuperar la conciencia de que recibir el Bautismo es una voca­
ción a la santidad y que ello presupone la exigencia del previo
abandono de la vida pagana.

182 Cf. Conshlwcíón dogmática sobre la Iglesia, "Lumen gentium',


21.XI.1964, Capitulo V. 6 5 '
Quo vadis, Ecclesia?

También hemos visto que esa nueva mentalidad su­


pone atender a cada persona con un acompañamiento indi­
vidualizado y sustituir el apoyo que antiguamente suponía
una sociedad institucionalmente cristiana, por la integración
en una comunidad de fe que sostenga al nuevo discípulo.
Y nos hemos detenido a examinar qué consecuencias debe
tener ese nuevo método evangelizador en la pastoral de los
sacramentos, especialmente en los de iniciación cristiana.
Pues bien, ahora vamos a tratar de la necesidad de
recuperar el modo de anunciar el Evangelio que siguieron
Jesús y sus Apóstoles: idéntico método que el que emplearon
los primeros cristianos hasta que la Iglesia se convirtió en la
religión oficial del Estado.
Se podría afirmar que la Iglesia primitiva era una Iglesia
que cumplía el mandato evangelizador de nuestro Señor:

1. evangelizando desde la santidad, desde el testimonio


de una vida coherente con la fe;
2. realizando un anuncio del Amor del Dios Misericordio­
so a los hombres, que nos ofrece la reconciliación del Es­
píritu Santo, que Jesucristo nos ha alcanzado en la Cruz;
y acreditando ese anuncio con la cercanía a las necesi­
dades de las personas que acudían a los discípulos, a las
que sanaban y liberaban de sus afecciones diabólicas; y
3. efectuando esa evangelización con ese lenguaje
accesible a todas las inteligencias, que ya había
empleado nuestro Señor, al dirigirse a las gentes
mediante parábolas.
Nos puede servir para ilustrar este modo de pro­
ceder de la primitiva Iglesia, aprovechar el análisis de
las claves de la comunicación, que aparece apuntado en
la Retórica de Aristóteles, que es un libro que recoge los
232
Nuevas Expresiones

apuntes de las clases que el estagirita impartió sobre el


arte de la persuasión, en dos estancias suyas en Atenas.
Consta de tres partes. En la segunda explica que para
comunicar de forma persuasiva es preciso atender, por su or­
den, los tres siguientes factores: el ethos, el pathos y el logos:

o Lo primero y más importante es la credibilidad (ethos)


del comunicador.
o En segundo lugar, es imprescindible buscar la conexión
con las emociones y la psicología de los oyentes (pathos).
o Y, en tercer lugar, y solo en tercer lugar, seguir patrones
adecuados de razonamiento (logos).

i. El testimonio

"Un ejemplo vale más que mil palabras". "Fray ejem­


plo es el mejor predicador". Y podríamos seguir mencionan­
do dichos populares que expresan el convencimiento de que
la primera cualidad del comunicador es que disfrute de au­
toridad moral en relación a la materia que va a tratar. Y en
esta materia, la autoridad proviene de la santidad. Por eso ha
insistido tanto don Femando Sebastián en que sin auténticos
discípulos no conseguiríamos una Iglesia evangelizadora.
El Reino de los cielos no se realiza mediante planes
pastorales y activismo. Lo extienden quienes se dejan guiar
y sostener por el Espíritu en su entrega a las almas y se de­
jan instruir por Dios, los santos:
«Hay quienes piensan que la Iglesia crecerá por obra de
sesudos planes, pergeñados en interminables reuniones
pobladas por personas ociosas. Buscan la fórmula per­
fecta del perfecto marketing apostólico, el método infali-
Quo vadis, Ecclesia?

ble, obtenido tras un concienzudo análisis sociológico...


Pero se equivocan (...) Esos planes no salvan a nadie, por­
que no tenemos nosotros el control. Os envío como ovejas
entre lobos... ¿Qué planes hará una oveja cuando van a
devorarla los lobos? (...) Se os sugerirá lo que tenéis que de­
cir... El santo no controla sus palabras; lo mueve Dios»183.

Ahora que ya no cabe imponer el Evangelio desde el


poder estatal, lo más decisivo es que la gente encuentre en los
evangelizadores, sobre todo, testigos fieles del Evangelio. Ésa
fue la intuición de los iniciadores, a finales de los años 40, del
movimiento católico de Cursillos de Cristiandad, donde la
mayoría de las charlas impartidas no corren a cargo de sacer­
dotes, sino que las realizan principalmente laicos en forma
de testimonios vivos. Y eso explica el auge que han tenido en
los últimos años los retiros de Emaús, que son una adapta­
ción al estilo de Miami de los Cursillos de Cristiandad, que
empezaron allí hace unos treinta años y que recientemente se
han importado con gran éxito en España.
El procedimiento es idéntico: transmitir el kérygma o
anuncio básico evangélico mediante testimonios muy vivos
que incidan directamente en el corazón de los asistentes. Y
es que la gente hace oídos de mercader a los sermones proto­
colarios, mientras que responde con interés a los testimonios
vivos y auténticos. Y eso explica que, cuando los predicado­
res hablamos de nuestras ideas en las homilías dominicales,
la gente no muestre demasiado entusiasmo. Pero en cuanto
nos referimos a Jesucristo es como si dieran un respingo en
el asiento y volvieran a conectar. Les interesan los testigos y
Él es el mejor.

183 José-Fernando REY BALLESTEROS, www.espiritualidaddigital,


com. Homilía del 13.VH.2018.
Nuevas Expresiones

La autoridad moral es imprescindible siempre. Y


más en una época en que el prestigio de la Iglesia está bajo
mínimos, a causa de los escándalos que se han seguido de
la introducción de la ideología de género en la Iglesia. Hay
que tenerlo muy en cuenta en la formación de los ministros
ordenados, al guiar a los padres en la educación cristiana
de sus hijos, a la hora de contar con personas como agen­
tes de pastoral, etc. Sin personas convertidas en discípulos
no hay evangelización que valga. Es preferible replegarse
hasta recobrar fuerzas, que mantener un organigrama va­
do y sin vitalidad.

2. La cercanía

El testimonio de una vida cristiana coherente es el pri­


mer requisito de la nueva evangelización. Pero luego hace
falta conectar emocionalmente con las personas a las que se
quiere transmitir el mensaje. La empatia, el pathos, la cer­
canía, es otro de los requisitos básicos de una buena comu-
। nicación. No podría ser de otro modo. Pues los emisarios
I del Emmanuel, del Dios cercano, no pueden quedarse en un
mundo aparte.
En su primer documento programático, sobre la evan­
gelización, Francisco insistió mucho en la necesidad de po­
ner a la Iglesia en salida, de adquirir la actitud de no esperar
a que venga la gente, sino de salir a su encuentro. Pero no se
trata de un salir puramente físico, sino de salir de nosotros
mismos, de superar el egoísmo y ponemos en lugar del otro.
De lo contrario, ese otro salir se queda en un nuevo activismo
pelagiano y voluntarista que no sirve para nada.
Quo vadis, Ecclesia?

Es necesario un salir que consista, ante todo, en aceptar


a las personas, después de haberlas escuchado personalmen­
te y de haber intentado conocerlas lo mejor posible, para de­
tectar y acoger sus necesidades. Es preciso recibirlas, hacerse
cargo, ponerse en su lugar, meterse en sus zapatos. Pues si
el apóstol no es capaz de llegar hasta el corazón del otro, no
servirá de mucho su apostolado.
La verdadera caridad es empática. Pues caridad es
una palabra que proviene del griego xápLiaq, que significa
gratuidad: un modo de amar al otro que lo valora por sí mis­
mo, desinteresadamente, y no en función de la utilidad que
se pueda obtener de él. Por eso, más que en dar, la caridad
está en comprender. Como se dice en la fórmula del com­
promiso nupcial: te acepto como cónyuge y me entrego a ti.
Primero, te acepto como eres. Ya vendrá luego el darme a ti.
Y bien entendido que sin aceptarlo no será posible darle lo
que él necesita.
De ahí que la alegría, la amabilidad, el tono positivo
deban ser el estilo de los nuevos evangelizadores: no cabe
conectar con nadie yendo con cara de vinagre, de funeral de
tercera —suele insistir Francisco—. Y así, una Iglesia en sali­
da no puede ser sino una Iglesia del acompañamiento, que
pone los medios para enterarse y escuchar las inquietudes
de las personéis.
Ya se quiso destacar esta cuestión desde el título que
los padres conciliares del Vaticano II pusieron a la Consti­
tución pastoral que resultó de los debates sobre el Esquema
XIII: la Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, y
cuyo primer número dice así:
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los po-
Nuevas Expresiones

bres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperan-


fc zas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada
k hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón. La comunidad cristiana está integrada por hom-
L bres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíri­
tu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han
recibido la buena nueva de la salvación para comuni­
carla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y real­
mente solidaria del género humano y de su historia».

¿Puede ser una Iglesia en salida, una comunidad cuyos


ministros no dan prioridad a crear espacios para ponerse a tiro
y escuchar; para liberar de los pecados, facilitando el sacra­
mento del Perdón; para acompañar espiritualmente a cada
uno de los que se acercan; para ayudar a los necesitados; para
consolar y orientar eficazmente a los que tienen problemas
matrimoniales; para visitar a los enfermos e imponerles las
manos, pidiendo a Dios su sanadón; para acompañar a los
ancianos y a las personas que están solas; para liberar a los
atribulados por cualquiera de las siete acdones extraordina­
rias de los demonios, no sólo a los poseídos?
Hace falta un nuevo estilo de actuadon eclesial. Ya no
cabe el propio de aquella Iglesia convertida en religión oficial
del Estado, donde era tan fácil que los dérigos cayeran en la
mentalidad burocrática, en limitarse a gestionar el octavo sa­
cramento, que dice Frandsco: el papeleo. O, como señalaba Be­
nedicto XVI en la entrevista que la Herder Korrespondenz le
hizo con motivo de sus 70 años de sacerdote, hay que alejarse
de la mentalidad de "Iglesia de oficina" que tanto ha bloquea­
do a la Iglesia en Alemania y en otros muchos lugares.
Sin dejar de respetar las leyes canónicas, que protegen
de un ejercido despótico de la potestas sacra, es predso cam­
biar a una Iglesia que proclama la santidad del Dios que es
Am°r' Familia, y que nos llama a la comunión con El por
Quo vadis, Ecclesia?

medio de la caridad: una caridad que ha de presidir la con­


ducta de los fieles de esa Iglesia y su modo de evangelizar y
de tratar a los que se le acercan.
No se trata de hacer cosas nuevas, sino de plantear de
un modo más humano cuanto se hace, buscando el encuentro
personal y los encuentros comunitarios, favoreciendo esa di­
mensión humanizadora de las actividades que se organizan:
¿que hay una celebración? Pues, por ejemplo, se despide a la
gente saliendo a la puerta; o se organiza de vez en cuando un
ágape para saludarse al terminar. Y se promueven peregri­
naciones y convivencias que vayan creando lazos entre los
participantes. O lo que se vea conveniente para evitar las reu­
niones impersonales y masivas, y acabar con esas celebracio­
nes de cumplimiento (cumplo y miento) que apenas alimentan
la fe y que no crean lazos interpersonales.

3. El diálogo: argumentar adecuadamente las pro­


puestas

Quede bien sentado, por tanto, que los principales y


más convincentes argumentos son el ejemplo y el cariño.
Pero también hay que saber exponer y proponer razonable­
mente las cosas. En contra de lo que decía Descartes, el logos
no es lo primero. No, hay otras cosas por delante del pienso
cartesiano, como por ejemplo la afectividad, ser humanos.
No obstante, una fe que no se presente razonadamente y
acorde con la razón y la ciencia, es una fe muy vulnerable.
Una fe no ilustrada racionalmente es una fe muy poco
humana, ya que la razón es una de las facultades que Dios
nos ha regalado. Y, por eso, el apóstol Pedro exhortaba a es-
Nuevas Expresiones

tar «siempre prontos para da razón de vuestra esperanza a


todo el que os lo pida» (1 P 3,15).
Pero cuando el apagamiento en la fe lleva también a
la extensión de un tipo de cristiano con la fe del carbonero,
entonces se favorece lo que sucedió cuando los ilustrados
sostuvieron, en el siglo XVIII, que la fe se opone a la razón y
cuando, después, los maestros de la sospecha del siglo XIX —
Freud, Marx y Nietzsche- afirmaron que Dios es un enemigo
de nuestra felicidad. Y ambos postulados calaron en mucha
gente, alejándolos de la Iglesia.
Como hemos considerado en la primera parte, la evan-
gelización asistida dio lugar, ante todo, a una notable falta
de ejemplaridad y de cercanía por parte de la Iglesia institu­
cional, que provocó esa progresiva apostasía de la sociedad
occidental, que hoy ha llegado a su apoteosis. Pero también
ocasionó un tipo de evangelización muy insuficientemente
ilustrada, como pone en evidencia el hecho de que el clero
secular no estuviera en condiciones de predicar ni de oír con­
fesiones, hasta que el Concilio de Trento se propuso corregir
esta escandalosa carencia.
El éxito que alcanzó en la segunda mitad del s. XVIH la
novela del P. Isla, Historia del famoso predicador fray Gerundio
de Campazas, alias Zotes, muestra que la falta de formación
de cierto clero en la Iglesia era algo muy real. La Iglesia se
mantenía porque su fe y su moral eran de obligado cumpli­
miento, ya que eran las propias de la religión oficial del Es­
tado, llegando a los extremos de la Inquisición protestante,
que fueron algo menores en el caso de la Inquisición católica,
aunque también desastrosos.
pero la pertenencia a la Iglesia no provenía, para mu­
chos, del convencimiento personal. Y las normas morales se
acataban como exigidas por la religión imperante, pero no

239
Quo vadis, Ecclesia?

porque se hubiera entendido su fundamento antropológico.


Y por eso, cuando la unidad religiosa se desmoronó y, peor
aún, cuando comenzó la caída del Antiguo Régimen, perdió
toda relevancia social esa moral cristiana que, mayormente,
no se había llegado a interiorizar por convencimiento en los
siglos de la Cristiandad184.
¿Cómo se explica, si no, que en la segunda mitad del
siglo XX hicieran estragos en los países de vieja tradición
cristiana, en muy pocos años, los errores de la revolución
sexual, extendiéndose sus postulados entre los teólogos ca­
tólicos y en el común del pueblo cristiano? La anticoncep­
ción y el aborto, la procreación artificial y la maternidad
subrogada, el divorcio y las uniones homosexuales, dejaron
de considerarse como antinaturales —también entre mu­
chos eclesiásticos185—, y los partidos políticos que los pro­
movieron salieron adelante con el apoyo de muchos que se
consideraban católicos.
Ya había advertido el problema san Alberto Magno
cuando, poco antes de él, el musulmán Averroes planteó la
teoría de la dóble verdad: Como musulmán creo en Alá, pero
con la razón no puedo conocerlo. Y san Alberto le inculcó de
tal modo a su discípulo santo Tomás de Aquino la necesidad
de refutar ese error, que se puede decir que la Iglesia del si­
glo XIII se anticipó a los errores de la Ilustración en el ámbito
teológico. Pero esa fe ilustrada no llegó al gran público, oca-

184 De esta cuestión traté ampliamente en Amar con el cuerpo. Claves


antropológicas de la moral sexual católica. Córdoba 1998. Ed. Altolacruz,
donde se expone de forma orgánica y ordenada la antropología sexual
que subyace a las catcquesis de Juan Pablo II en los miércoles, desde
1979 a 1983.
185 Así lo explica Benedicto XVI en las notas que redactó para la cum­
bre sobre la pederastía en la Iglesia y que publicó en la revista mensual
para el clero católico de Baviera (Alemania): La Iglesia y los abusos sexuales
en "Klerusblatt" (IV.2019).

240
Nuevas Expresiones

sionando ese tipo de católico poco racional en lo doctrinal y


poco convencido en lo moral, que, al perderse el amparo del
Estado, se ha visto arrastrado por el secularismo actual.
En el catecismo del padre Astete, de la segunda mi­
tad del siglo XVI, titulado Doctrina Cristiana, que superó
las 600 ediciones y se tradujo a todas las lenguas europeas,
aparece una frase muy significativa de este tipo de religio­
sidad no ilustrada:
—Además del Credo y los Artículos, ¿creéis otras cosas?
—Sí, padre, todo lo que cree y enseña la Santa Madre
Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
—¿Qué cosas son esas?
—Eso no me lo pregunte a mí que soy ignorante.
Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán
responder.
La respuesta muestra que esa actitud había sido asu­
mida por la Cristiandad como aceptable para el común de sus
miembros. Justo lo contrario de lo que ha dado a entender la
publicación en 1992 del actual Catecismo de la Iglesia Católica,
dirigido a todos los fíeles y con una profundidad y extensión
mayores que la del Catecismo para párrocos de Trento.
Conformarse con la fe del carbonero no es compatible
con la nueva evangelización. Si queremos una Iglesia misio­
nera, los padres tienen que estar en condiciones de argumen­
tar a sus hijos, y los catequistas a sus catecúmenos; y los fíeles
han de ser capaces de contra argumentar en los medios de
comunicación, y de intervenir acertadamente en su ambiente
profesional y de comportarse en su actuación ciudadana de
forma congruente con su fe. I
Quo vadis, Ecclesia?

Pero eso requiere que la formación que se imparta


en nuestras comunidades tenga una consistencia que esté a
la altura de los retos que hoy encuentra la evangelización.
En el apartado siguiente, que se refiere a las nuevas
proyecciones que debe atender hoy la evangelización,
hablaremos de algunas de estas cuestiones. Pero no quiero
concluir el presente epígrafe, sin mencionar, aunque sea sólo
brevemente, las carencias de la anterior pastoral de la Iglesia,
que han de ser remediadas si queremos contar con discípulos
aptos para hacer frente a los retos que nos plantea la actual
cultura postcristiana.
Como subrayó el Concilio Vaticano n, la nueva evange­
lización requiere una muy superior formación de los fieles en
tres ámbitos: en materia bíblica, litúrgica y de espiritualidad.
Son muy llamativas las carencias en el orden de los es­
tudios bíblicos, que han sido en cierto modo la cenicienta de
la teología católica, en parte como reacción ante la actitud pro­
testante de sólo admitir la Biblia como fuente de la Revelación.
También enfrentó ese Concilio el problema de la esca­
sa participación de los fieles en las celebraciones litúrgicas,
con diversas propuestas de las que, según ha destacado el
cardenal Robert Sarah cuando era Prefecto de la Congrega­
ción para el Culto186, unas se han aplicado de forma desmedi­
da y otras están todavía en gran parte por desarrollar.
En tercer lugar, el Vaticano II planteó la necesidad de
que, en esta sociedad plural en la que ya no existe el con­
texto de una Cristiandad homogénea, los católicos sean ca­
paces de dos cosas. La primera es que puedan convivir con
los cristianos no católicos, con los creyentes no cristianos y

186 Cf. card. Robert SARAH (con Nicolás DIAT) La fuerza del silencio.
Frente a la dictadura del ruido. Madrid 2017. Ed. Palabra, p. 47.
Nuevas Expresiones

con los no creyentes. Lo cual requiere que conozcan las dife­


rencias de las demás religiones y lo específico de la católica,
cuestión muy ignorada entre los católicos, acostumbrados a
vivir durante siglos aislados de las restantes religiones.
La segunda aptitud que los cristianos deben alcanzar
para vivir como apóstoles en esta sociedad plural es que sean
capaces de realizar una adecuada apología de la fe y de la
vida cristiana frente a los ataques de la Ilustración y de los
maestros de la sospecha.
A su vez, esta dimensión apologética, que la nueva
evangelización debe atender, requiere, por una parte, que los
católicos estén preparados para refutar los habituales tópicos
de los ilustrados sobre la supuesta contraposición entre fe y
ciencia, sobre el evolucionismo anticreacionista, y acerca de
las leyendas negras sobre la Iglesia187.
Pero también deben contar los católicos con la sufi­
ciente formación antropológica que les permita compren­
der y explicar que las normas morales evangélicas son to­
talmente acordes con nuestra naturaleza y que sin ellas es
imposible la felicidad.
Finalmente, es importante que se informe a los cre­
yentes con suficiente claridad acerca de los tres problemas
que han afectado a la teología católica en los últimos dece­
nios, como consecuencia del contagio que ha sufrido de los
postulados subjetivistas de la modernidad:

1. de los errores de una exégesis bíblica racionalista que des­


pojó a las Escrituras de todo lo que pueda ser sobrenatural;

2. después, como consecuencia de negar que Cristo hicie-

y brillante apología de la fe es la que realiza el


filósofo Juan AKAINA'en Teología para incrédulos. Madrid 2020. HAC Popular.

243
Quo vadis, Ecclesia?

ra algo sobrenatural, el rechazo de su divinidad, como


en los tiempos de Arrio en el s. IV, con la consiguiente
admisión indiscriminada de las ideas y de las prácticas
de la Nueva Era; y,
3. finalmente, al no admitir que Cristo fuera Dios y pudie­
ra tener presente al hombre de todas las épocas, la ne­
gación de que la moral evangélica pueda ser exigible en
nuestros días, como han afirmado los promotores de la
justificación de la ideología de género en el interior de
la Iglesia católica.
Capítulo VIII

Nuevas Proyecciones

Como hemos dicho, el papa Juan Pablo II empezó a


hablar en 1983, al dirigirse a los obispos del CELAM en Haití,
de que la nueva evangelización que necesita nuestro mundo
será nueva si lo es en su ardor, en sus métodos y en sus ex­
presiones. Luego añadiría también que debe ser nueva en sus
proyecciones. Pues bien, en este Capítulo final vamos a refe­
rimos a este último aspecto.
En efecto, la nueva evangelización requiere, finalmen­
te, responder a los actuales retos que plantea la civilización
postcristiana. Unos han surgido como consecuencia de la
disolución de la Cristiandad, esto es, al transformarse una
sociedad en la que la religión estaba tutelada por el poder
civil. Otros, en cambio, proceden de los cambios sociales que
han generado las nuevas tecnologías y a los que también hay
que dar una respuesta. Empecemos por los primeros.
Quo vadis, Ecclesia?

1. Los RETOS QUE SE DERIVAN DEL ESTABLECIMIENTO DE


UNA SOCIEDAD PLURAL

Lo primero que debemos asumir en la Iglesia es que ya


no estamos en una sociedad cristiana. Ante todo, porque en
realidad no son cristianas las sociedades —por más que en
ellas se reflejen las convicciones y conductas de la mayoría
de sus miembros—, sino las personas. Y después, porque la
sociedad oficialmente cristiana ya no existe.
Sin embargo, es llamativo que aún haya pastores que
siguen pensando —y emitiendo mensajes— en términos de
Cristiandad, cuando ésta ha desaparecido hace mucho tiem­
po. Puedo comprender que en América, como la sociedad —
aunque esté muy afectada por la injusticia social, la corrup­
ción, la droga, la inseguridad ciudadana y la cultura de la
muerte— no manifiesta la fobia anticristiana que existe en
Europa, todavía haya pastores que no se hayan dado cuenta
del todo de que esa religiosidad popular es muy insuficiente.
Pero no me cabe en la cabeza que aún haya pastores
europeos que sigan aferrándose a las expresiones culturales
derivadas del cristianismo, para resistirse a aceptar la magni­
tud de la secularización de Europa y a emprender la reforma
que necesita la pastoral evangelizadora en ese continente. Se
engañan considerando como signos de una fe verdadera cier­
tas tradiciones que ya no tienen un significado propiamente
religioso, sino meramente cultural. Y se consuelan con por­
centajes de personas que todavía piden BBCC, sin reconocer
que la mayoría de esas celebraciones se realizan, como de­
nunció Mons. Sebastián, completamente en falso.
Nuevas Proyecciones

a) La. reforma de la BBCC, primer cauce de evangelización

Por esta razón, el primer reto que tiene la Iglesia en la


actualidad es, como se ha tratado en las páginas anteriores,
la reforma de la BBCC, de la preparación a los sacramentos
de iniciación cristiana y al matrimonio. Como ha insistido
don Femando Sebastián, no cabe oponer evangelización y
sacramentos porque éstos son el principal cauce de evan­
gelización. Razón por la cual deberíamos reformar su ad­
ministración si queremos emprender la tan traída y llevada
nueva evangelización.
Ya no nos encontramos en una sociedad donde todos
tienen que ser cristianos por el hecho de pertenecer a ella.
Y por eso es preciso reinstaurar un catecumenado que per­
mita acompañar a los catecúmenos y discernir cuando están
en condiciones de recibir los sacramentos. Pero, como este
tema ya se ha tratado aquí por extenso, en este momento me
limito a enunciarlo.

b) Educar para una sociedad plural

El modo de llevar a cabo la transmisión de la fe es uno


de los puntos que más se ven alterados desde el momento
en que se abandona una evangelización asistida por el po­
der estatal y se pasa a una sociedad plural. La Iglesia de la
sociedad post cristiana necesita aprender a transmitir la fe
desde el ejemplo de la santidad de los mensajeros, desde su
cercanía caritativa y misericordiosa y desde el diálogo debi­
damente planteado:
«El evangelizador tiene que ser capaz de conectar con
esos deseos profundos de cada persona (...). La conver­
sión pre enaida no puede ser impuesta por convenien-
Quo vadis, Ecclesia?

das de ningún género (...)• Lo nuestro es proponer, acla­


rar, ayudar; el resto es cosa de Dios y de la libertad de
cada uno. Terminó definitivamente el tiempo de las con­
versiones por decreto, el tiempo de las conversiones urgi­
das desde el poder, como hizo Cisneros frente a los proce­
dimientos de fray Hernando de Talavera (...). Somos ser­
vidores sin poder coercitivo alguno» (Evangelizar, p. 237).

Nos vamos a centrar a continuación en tres aspectos


daves. El primero se refiere a la necesidad de la Iglesia del si­
glo XXI, de aprender a educar la libertad de los destinatarios
del evangelio, y desde un estilo de respeto total a su libertad
y de búsqueda de que los educandos lleguen a interiorizar el
mensaje que se les propone.
El segundo aspecto se refiere a la necesidad de for­
mar a los fieles en el conocimiento de su identidad y de sus
diferencias con las restantes religiones cristianas y no cris­
tianas. Lo tercero es una derivación de lo primero, pues se
refiere a la necesidad de corregir las corruptelas que se han
ido introduciendo en la enseñanza religiosa, como conse­
cuencia de no haberse realizado en un clima de libertad,
dando lugar a una enseñanza dirigida a personas por lo ge­
neral poco motivadas por una materia que, en gran medida,
perciben como impuesta.

o Educar en libertad

Se podría decir que contar con la libertad de los desti­


natarios de la evangelización no ha sido el fuerte de la Iglesia
en los quince siglos de integrismo católico. Como reconoció
la Declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II,
aunque en la teoría la Iglesia siempre «mantuvo la doctrina
de que nadie sea forzado a abrazar la fe», sin embargo en la
práctica «se ha dado a veces un comportamiento menos con-
Nuevas Proyecciones

/orme con el espíritu evangélico, e incluso contrario a él»188. Y


de ello dio buena cuenta san Juan Pablo II, quien promovió
aquel acto de perdón por los errores de los cristianos en el
pasado, que tuvo lugar el primer domingo de Cuaresma de
2000, una vez que los cardenales lo aceptaron, aunque muy a
^añadientes y porque la Comisión Teológica Internacional
contestó a la consulta planteada, con un voto abrumador en
favor de la legitimidad de realizarlo. k
No podría haber sucedido de otra manera, en una
sodedad institucionalmente católica. Y es que esa imposi­
ción de la religión con la ayuda del poder estatal, además de
propiciar el aflojamiento en la exigencia cristiana, ha ocasio- ,
nado un anticlericalismo visceral con múltiples manifesta- I
dones históricas. |
¿Qué hemos hecho mal para que nos odien tanto? —se I
preguntaba el obispo de Barbastro antes de sufrir martirio I
con un grupo de misioneros claretianos, al comienzo de la I
guerra civil española—: pues lo mismo que explica otros fe- I
nómenos de extrema saña anticlerical que se han producido ■
en lugares donde previamente había existido alguna suerte ■
de clericalismo, que ha facilitado la acción satánica que está I
siempre presente en todos los movimientos secularizadores. ■
No sabemos cómo transmitir la fe de un modo que ■
eduque la libertad de los educandos. Las familias o los co- I
legios les imponen unas pautas en la niñez pero, como no ■
les ayudan a interiorizarlas —ni intelectual ni, mucho menos, ■
emocionalmente—, en cuanto llegan a la adolescencia aban- ■
donan la práctica religiosa. Por eso es tan importante que I
aprendamos en la Iglesia a educar en libertad, a exponer ya I

ÜsT^g^^H0 VATICANO H/ Declaración Dignitatis humanae,


7JO1^965'n'
Quo vadis, Ecclesia?

proponer la fe en libertad, sin imponerla, ya que sin libertad


no se puede llegar a amar a Dios.
Suelo resumir pedagógicamente esa tarea diciendo
que educar en libertad requiere el cumplimiento de cuatro
metas: que los educandos Quieran porque Entiendan, Pue­
dan vivir y les Atraiga (QEPA) lo que se les propone. No lle­
garán a querer si no se les explica de forma convincente, si no
se les ayuda a vivir una disciplina que les permita contar con
la fortaleza para afrontar la excelencia de la virtud, y si no se
les atrae con el ejemplo y el cariño y se les muestra la belleza
de la verdad y del bien.
Me parece urgente enseñar este camino a los padres
y docentes católicos, para que no se engañen pensando que
están educando a sus hijos o alumnos a base de presionar­
los para que realicen ciertas prácticas religiosas, en lugar de
aprovechar la tierna edad de esas personas para mostrarles
la verdad y atraerlos hacia el bien.
De otro modo, caerían en el vacío todas esas líneas de
acción que propuso el Concilio Vaticano II, en su Declaración
sobre la educación cristiana™, a los padres, a las escuelas cató­
licas y sobre la enseñanza religiosa y moral en todas las es­
cuelas y en las universidades católicas: como de hecho viene
sucediendo en gran medida desde entonces.

o El diálogo interreligioso

Otra realidad que tampoco se daba en una sociedad


excluyentemente católica era el trato con personas de otras
creencias: ni se conocía cómo pensaban, ni los católicos esta­
ban formados para dialogar con personas de otras ideas. Y
Nuevas Proyecciones

ato hoy día es básico, como subraya la Declaración Dominus


jesús'90, para no acabar en el irenismo o en el eclecticismo re-
ligiosos, tan extendidos entre los católicos y que tanto han
lastrado el espíritu misionero de la Iglesia.
De hecho, éste fue uno de los temas que el Conci­
lio Vaticano II planteó como improrrogable en sus cuatro
documentos sobre el diálogo con los orientales (Orienta-
lium Ecclesiarum), los protestantes (Unitatis redintegratio),
las religiones no cristianas (Nostra aetate) y los no cre­
yentes (Ad gentes). Pues en una sociedad plural o se sabe
discernir bien entre tantas alternativas o se acaba en el
relativismo subjetivista.
Una de las virtualidades de los escritos de Joseph Rat-
zinger es su capacidad para presentar las verdades de nues­
tra fe en relación a las creencias de otras religiones, haciendo
notar lo distintivo y superior de la fe católica respecto de las
demás religiones. Es evidente que se trata de un intelectual
que se ha formado en una sociedad mayoritariamente no ca­
tólica, en la que esta asumida esta dimensión dialógica.
Se trata de una cualidad muy necesaria hoy, ya que
la ignorancia en esta materia ha llevado a muchos católicos
a aceptar prácticas de la Nueva Era, que se presentan como
tan válidas como las propias de la fe revelada por el Dios
Creador. Y ahí tenemos a tantos sacerdotes y religiosas di­
fundiendo prácticas completamente incompatibles con nues­
tra fe pero que ellos, por su ignorancia sobre estas materias
a pesar de la formación teológica que recibieron, no han sido
capaces de discernir191.

190 cTcONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declara-

191 asi ¡o^^enunciado ]a Comisión Episcopal para la Doctrina de

251
Quo vadis, Ecclesia?

o Remediar la crisis de identidad cristiana de la


enseñanza religiosa

Una de las materias tratadas por los padres concilia­


res en el Vaticano II, fue el tema de la educación cristiana. El
documento que recogió los debates al respecto —la declara-
dón Gravissimum educationis, datada el 28 de octubre de 1965,
a poco más de un mes de la clausura— pone de manifiesto
dos preocupaciones principales: ante todo, revisar si se está
impartiendo una adecuada educación religiosa a través de
las abundantes plataformas educativas que la Iglesia ha ido
creando a lo largo de su historia: primero, en las escuelas y
universidades católicas; y luego, a través de la enseñanza
moral y religiosa en escuelas y universidades estatales.

1. Garantizar la fidelidad al depósito de la fe de la en­


señanza católica
Recuerdo un reciente seminario de profesores del
Centro de Teología en el que durante años he impartido la
Antropología Teológica, y que versaba sobre la enseñanza
religiosa en España durante los dos últimos siglos. Duran­
te el cambio de impresiones que siguió a la exposición del
ponente, el obispo entonces encargado de ese Centro de
Teología hizo notar el fracaso que supone el hecho de que la
mayoría de los actuales políticos españoles, que han promo­
vido un modelo de sociedad marcadamente laicista, hayan
estudiado en determinados colegios dirigidos por institutos
religiosos católicos.

la fe de la CEE en su Nota doctrinal del 28.VIII.2019, «Mi alma tiene sed


de Dios, del Dios vivo» (Sal 42, 3). Orientaciones doctrinales sobre la oración
cristiana.
Nuevas Proyecciones

Los errores doctrinales en el seno de la Iglesia han es­


tado en el origen de esas turbulencias tan notables, que han
llegado a neutralizar la formación cristiana de los alumnos de
tantos centros promovidos por instituciones católicas. Y han
pervertido también la calidad de la enseñanza católica en los
centros estatales, cuando las convicciones o la vida moral de
los profesores de religión se alejaban de la fe de la Iglesia.
En los últimos cincuenta años, me he encontrado con I
no pocos matrimonios que se han visto obligados a retirar a
sus hijos de colegios católicos o de la asignatura de religión
en centros estatales, a la vista de la magnitud de la confusión I
de los responsables de esas enseñanzas, y que han buscado I
para sus hijos una enseñanza laica que no fuera laicista, asu- I
miendo ellos su educación religiosa. I
Esto explica la crudeza con que Mons. Robert Barron I
expuso este problema a los restantes obispos de Estados I
Unidos en su Asamblea Plenaria del 11 al 15 de noviembre I
de 2019: I
«Creo que podemos aceptar que llevamos ya al me- I
nos 2 generaciones que han recibido una formación en cato- I
lirismo muy inadecuada. Ha sido un desastre pastoral y lo I
podéis ver estudio tras estudio. La gente que se ha ido dice I
que se hada preguntas, y no se las respondían. Cada día en I
Internet veo gente que dice que la religión es estúpida, irra- I
rional, mitología de la Edad de Bronce, esas frases del Nuevo I
Ateísmo... Tenemos una gran tradición intelectual pero nadie I
se la ha comunicado». I
El obispo les contó que, en una web popular para pre- I
guntas y respuestas, se ofreció a que le preguntaran lo que I
quisieran, y recibió 15.000 preguntas que mostraban que los I
comunicantes no saben responderse cuestiones como la exis- I
tencia de ios, e mal y la Providencia amorosa de Dios, por I
I
> 4—— _________________ J
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K 1 i.iíL/.^Lí ‘ , .i *'. . xMéiiíd
Quo vadis, Ecclesia?

qué la Iglesia católica es la verdadera, y la enseñanza de la


Iglesia en materia sexual. Y es una pena, porque «la Iglesia
tiene respuestas a todo eso... ¡pero la gente no las ha oído!».
¿De qué sirve llenarse de satisfacción pensando en las
estadísticas que muestran la ingente cantidad de jóvenes que
se educan en centros promovidos por instituciones religio­
sas, o que se apuntan a la asignatura de religión en centros de
titularidad estatal, si a la hora de la verdad muchos de esos
muchachos no han estado recibiendo una formación auténti­
camente católica, sino más bien todo lo contrario?
Esa deficiente formación ocasiona que, si antes los jó­
venes se alejaban de la Iglesia al fin del instituto o al entrar en
la Universidad, hoy a los 13 años desconectan. Así lo expli­
caba Mons. Robert Barron a los restantes obispos de Estados
unidos, en la reciente plenaria, del 11 al 15 de noviembre de
2019. Y concluía: «Hay que dar argumentos antes». Al termi­
nar su ponencia, dio el tumo a Brandon Vogt, autor de varios
libros sobre evangelización y jóvenes digitales, quien expli­
có que a los 13 años un joven «deja de considerarse católico,
pero no necesariamente deja de ir a misa, porque quizá sus
padres aún lo llevan, pero hace una decisión consciente de
no identificarse ya como católico. ¿Las razones? Me aburría,
la fe es ilógica, es irracional, dicen: No podemos esperar al
instituto para dar respuestas, hay que responder antes».

2. Impartir la enseñanza católica desde él respeto a la libertad

La fidelidad al depósito de la fe es, pues, el primer


punto que hay que revisar en relación a la calidad de la en­
señanza católica. Pero también hay que examinar si esa for­
mación se imparte con el necesario respeto a la libertad de
las conciencias: no sólo de los alumnos, sino también de los
Nuevas Proyecciones

Promotores del centro escolar. Pues no resulta coherente que


un centro escolar confesional se vea obligado a seleccionar
a sus alumnos con criterios donde el interés cristiano de sus
padres no sea prioritario, y acabar teniendo un centro escolar
donde la formación cristiana brilla por su ausencia.
Tampoco parece recto incurrir en el extremo contra­
rio, intentando remediar la falta de interés de determina­
dos alumnos por la formación cristiana, presionándolos a
apuntarse a la asignatura de religión o a participar en acti­
vidades religiosas que siempre deberían ser de libre elec­
ción. Desde una antropología cristiana, no cabe sostener
que, si se han apuntado a un centro promovido por la Igle­
sia, deberían asumir las actividades de formación cristiana
que ahí se organicen. Pues toda actividad de tipo religioso
debería realizarse siempre en la Iglesia en un clima de total
libertad. Primero porque así nos lo enseñó nuestro Señor
Jesucristo. Y luego porque resulta contraproducente no ha­
cerlo de esa manera.
Estos extremos —renunciar a formar cristianos ínte­
gros o recurrir a presionar a los alumnos para que participen
en las actividades religiosas— se resolverían realizando un
mejor discernimiento de las familias que solicitan plaza para
sus hijos en centros escolares de la Iglesia, a fin de gastar las
energías de educar desde una antropología cristiana, con fa­
milias que desean ese tipo de educación para sus hijos y que
van a secundarla en sus casas. Pues no tiene sentido llenar el
centro escolar de hijos de familias de vida pagana, mientras
se quedan fuera, por razones económicas o de proximidad,
los que podrían aprovechar esa formación cristiana.

255
Quo vadis, Ecclesia?

3. La perversión de la iniciación cristiana en los centros


escolares
Asegurar la autenticidad católica de la enseñanza de
los centros escolares de la Iglesia y de los profesores de Re­
ligión en centros estatales, y garantizar un clima de libertad
responsable en todas las iniciativas docentes de los centros
escolares de la Iglesia: éstos son los dos primeros aspectos
que hay que conseguir, si se quiere que la enseñanza católica
no resulte inútil en orden a la evangelización. Pero también
hay que corregir las consecuencias que el integrismo católi­
co ha tenido al llevar a confundir la enseñanza religiosa y la
iniciación cristiana.
Uno de los peores errores en esta materia, que se ha
producido desde los tiempos en que ser cristiano era una ne­
cesidad derivada de vivir en un país estatalmente católico,
es el de impartir la iniciación cristiana en centros escolares.
Cuando se hace así, las catcquesis de primera Comunión y de
Confirmación se convierten en unas actividades extraescola­
res, donde los muchachos asisten por razón de integración
grupal —y porque a sus padres les resulta más cómodo que
tengan las catcquesis de esta forma—, pero no porque deseen
iniciarse en la fe católica, ni practicarla durante el proceso ca-
tequético ni, mucho menos, después de recibir el sacramento.
De este modo, al perder su sentido catecumenal, es­
tas catcquesis se convierten en una gnosis, en el sentido que
emplea Francisco en su Exhortación apostólica sobre la santidad
en el mundo actual192, en una mera enseñanza doctrinal que no
compromete a nada. Y esto no puede ser. Porque una cosa es

192 Cf. Exhortación apostólica Gaudete et exultate, 19.III.2018, Capítulo


II, nn. 36-46.

256
Nuevas Proyecciones

la instrucción académica en materia religiosa, y otra la inicia­


ción a la vida de la fe.
La instrucción religiosa es algo que se recibe automá­
ticamente desde el momento en que el alumno es inscrito en
esa enseñanza. Y la decisión de inscribirse dependerá más o
menos de él o de sus padres, según la edad, pero no le com­
promete a ninguna práctica religiosa ni espiritual. En cam­
bio, la participación en un proceso de iniciación cristiana o
en otras prácticas religiosas, debe ser siempre algo asumido
libremente en todos los momentos y planteado como una
vivencia interior de índole espiritual. Cuestión que resulta
malograda en el momento en que este segundo tipo de acti­
vidades se plantean como una mera instrucción teórica y en
la que no hay un escrutinio espiritual a la hora de admitir a
los sacramentos al interesado.
El hecho de que en los centros escolares católicos se
vengan produciendo las susodichas carencias, tiene mucho
que ver con el último de los objetivos que el documento del
Concilio Vaticano II sobre la educación católica plantea:
la coordinación escolar. Pues si el documento insiste en
la necesidad de coordinarse mejor los centros académicos
escolares y universitarios de la Iglesia, es porque suelen
ir muy a su aire, y no sólo entre sí, sino también respecto
de las diócesis donde están asentados. Y ese aislamiento,
además de no contribuir a la imprescindible comunión
eclesial que deberían vivir, es lo que propicia los dislates
que venimos denunciando.

257
Quo vadis, Ecclesia?

c) Vigorizar las comunidades católicas

Acabamos de ver que es preciso formar a los que se


inician en la fe para que lleguen a ser capaces de ser dis­
cípulos y apóstoles en una sociedad plural, de forma que
puedan estar «siempre preparados para responder a todo el
que os pida razón de vuestra esperanza»193,
Pero, como la fe no es mera doctrina sino vida, es pre­
ciso dar un segundo paso, que consiste en fomentar el vigor
espiritual de las comunidades católicas. Esta tarea tiene dos
facetas, que son como dos caras de una misma moneda: ante
todo, remediar las faltas de consistencia espiritual de las co­
munidades católicas para que la santidad sea el horizonte en
que se desenvuelven.
La otra cara de la moneda sería integrar en la pasto­
ral ordinaria de la Iglesia a toda esa pléyade de consagrados
que se supone que ya tienen asumida la radicalidad del se­
guimiento de Cristo, pero cuya vida y apostolados no pocas
veces se desenvuelven bastante al margen de la vida de las
diócesis y, en los casos en que ocupan cargos diocesanos, los
ejercen en muchas ocasiones bajo el prisma del interés del
instituto al que pertenecen.

o Remediar la inconsistencia espiritual de las comuni­


dades católicas

Los siglos de integrismo católico fueron creando un


tipo de comunidades católicas con poca carga de espiri­
tualidad, tanto en el plano de la oración, como en el de la
formación y en el de la caridad. Estas realidades quedaban

193 1P 3,15.

258
Nuevas Proyecciones

restringidas al ámbito de las comunidades de vida consagra­


da, mientras que el común de los fieles eran en gran medida
cristianos de segunda clase.
En mi opinión, el remedio de esa situación no está en
crear para los laicos espacios de vida cristiana intensa fue­
ra de la vida parroquial, como han propuesto los nuevos
movimientos laicales. El tesoro doctrinal, litúrgico-oracio-
nal y caritativo, que ha sido la riqueza y el atractivo de los
tradicionales institutos de vida consagrada y de los nuevos
movimientos religiosos, es algo que pertenece al patrimonio
común de la Iglesia y que debe volver a estar al alcance de
todos los fieles en sus comunidades parroquiales, ya desde el
momento de su iniciación cristiana.
La propuesta de los modernos movimientos religio­
sos, dirigida a activar espiritual y apostólicamente fuera de
las parroquias el mundo de los laicos, y de los sacerdotes dio­
cesanos fuera de sus diócesis, ha tenido resultados positivos
en el orden práctico; pero adolece del error de planteamiento
que el monacato intentó paliar durante los siglos de integris­
mo católico: la aceptación de un cristianismo de dos veloci­
dades: el radical de los monasterios y el light de la Iglesia ins­
titucional. Y ésa no me parece que sea, para nada, la solución.

Lo que hace falta es mejorar el nivel espiritual y apos­


tólico de las comunidades ordinarias:

1Q atendiendo a su formación bíblica, doctrinal, litúrgi­


ca y moral;
2fi potenciando la vivencia oracional, con escuelas de
oración, adoraciones eucarísticas, retiros, ejercicios espi­
rituales, y convivencias de formación; y

259
Quo vadis, Ecclesia?

3® favoreciendo el compromiso solidario y misionero de


los feligreses, litúrgica y moral;
Con su proverbial bien amueblada inteligencia, Mons.
Sebastián ofreció el siguiente resumen esquemático de lo que
a él le parecía que debe ser el contenido fundamental del ca­
mino hacia la fe de un joven en la España actual, que pienso
que en lo sustancial es extrapolable a otros lugares y, congrua
congruis referendo, a las personas de todas las edades:

«En la fase preliminar:

-comprensión de la libertad como responsabilidad


de la propia existencia que tenemos que ir constru­
yendo mediante la búsqueda de la verdad y las elec­
ciones sucesivas de lo que nos parezca objetivamente
bueno, lo que nos parezca mejor, para nuestro bien y
el de los demás;

- clarificación de la existencia de Dios creador, personal,


providente, garantía y posibilidad infinita de nuestra
vida y de nuestra felicidad;
- descubrimiento y aceptación de nuestra condición de
criaturas, llamadas a la existencia por Dios Creador,
en quien tenemos el fundamento y la verdad de
nuestra vida;
- descubrimiento de la inmortalidad del alma, del ser
del hombre como substancia espiritual, creada por
Dios, inmortal, preocupación por la supervivencia, por
la vida después de la muerte;
-responsabilidad ante el bien y el mal posibles, expe­
riencia del sufrimiento, de la caducidad, de la propia
injusticia y de los propios pecados.
Nuevas Proyecciones

En la fase propiamente evangelizadora:

- conocimiento de la historia de Jesús, su vida, sus ense­


ñanzas, su testimonio sobre Dios y sobre la verdad del
K hombre, su llamada a la conversión y a la fe;

- clarificación racional de la existencia de Dios, del he­


cho de la creación y conservación, de la providencia di­
vina, de la llamada a la vida eterna;

- presentación de Jesucristo como Hijo de Dios hecho


hombre, Salvador de la humanidad, resucitado, exal­
tado por Dios como principio de una humanidad nue­
va, diferente, redimida y verdadera;
- confesión de la fe trinitaria, en el Padre, Hijo y
Espíritu Santo;
- reconocimiento del pecado original y de los pecados
propios, arrepentimiento, invocación de la gracia del
perdón, cambio de vida, profesión de fe y seguimiento
de Jesucristo en la vida real;
-acercamiento a la Iglesia como comunidad de los dis­
cípulos de Jesús y de los hijos de Dios, catecumena-
do, preparación para el bautismo o para su renovación
y para el sacramento de la penitencia; clarificación de
táeas y eliminación de malentendidos, descubrimien­
to y estima del misterio y del ministerio de la Iglesia»
(Evangelizar, 272-273).
También explica don Femando que hay que incluir,
«a lo largo de todo el proceso, ejercicios de oración y prác­
tica de virtudes cristianas, aprendizaje del modelo moral
cristiano, conversión practica al amor fraterno, universal y
gratuito, como norma de la vida, práctica progresiva de las
virtudes cristianas» (Evangel j zar, 273)

261
Quo vadis, Ecclesia?

Asimismo, conviene tener, «en el momento que se crea


más oportuno, al principio de la segunda fase de iluminación
y purificación, celebración del bautismo y de la confirmación,
participación plena en la eucaristía; para los ya bautizados
confesión general y renovación de la vida en su conjunto,
nuevo proyecto de vida de acuerdo con la primacía de la pie­
dad y la caridad fraterna, vinculación real a la comunidad
cristiana» (ibidem).
Y todo ello sin olvidar que hay que proporcionar una
adecuada «formación moral en las cuestiones principales re­
ferentes al respeto y defensa de la vida humana, moral per­
sonal y social, preparación para el matrimonio y la vida fami­
liar, compromiso a favor verdad, la justicia y la benevolencia,
siempre y en todo, el fraterno como norma universal de com­
portamiento, el amor y el servicio a los pobres» (ibidem).

o La orientación familiar

Otro aspecto clave para vigorizar las comunidades


eclesiales es poner a la familia en el centro de la
evangelización. La dimensión familiar de cada persona
es clave para su maduración afectiva y espiritual. Y esto
requiere, por una parte, contar con los padres como los
primeros evangelizadores de sus hijos; y por otra, apoyar a
los esposos ante las dificultades que encuentran para crecer
en su comunión interpersonal.
Como ya hemos hablado de lo primero al tratar de la
reforma de la iniciación cristiana, ahora vamos a centramos
en lo que se refiere a que las comunidades eclesiales estén en
condiciones de ayudar a los matrimonios.
Ya hemos hecho referencia al elevado porcentaje de
parejas que se casan por la Iglesia, que se divorcian en me-
262
Nuevas Proyecciones

nos de 5 años de convivencia matrimonial: el 60% en Es-


■ pana. La epidemia es consecuencia de que, al extenderse
en Occidente el feminismo radical y otras versiones de la
ideología de género, los cambios sociales que han provo­
cado las revoluciones industrial y tecnológica no se han
encauzado desde una antropología cristiana, dando lugar
a unos modos de vivir que no favorecen ni el crecimiento
en comunión conyugal ni la fidelidad matrimonial, según
pidió el último Concilio194.
La sensibilidad eclesial ante el problema ha ido cre­
ciendo notablemente, como no podía ser de otra manera,
ante la gravedad y la extensión de esta epidemia de fraca­
sos matrimoniales. De hecho, cada vez es más frecuente que
diócesis y parroquias hayan creado centros de orientación
familiar a los que poder recurrir cuando hay dificultades
de convivencia entre los esposos, problemas con los hijos, o
cuando hay que aprender los métodos científicos de regula­
ción natural de la fertilidad. Pero todavía el recurso a estos
medios especiales está tan poco instituido en la pastoral ha­
bitual de las parroquias, como el acompañamiento habitual
de los matrimonios.
Por otra parte, han ido apareciendo no pocas inicia­
tivas dirigidas, unas, a intentar evitar la ruptura (recomen­
dar especialistas en terapia conyugal, que cuenten con una
antropología cristiana; los retiros y actividades de Proyecto
de amor conyugal); y, otras, a paliar y sanar las consecuen­
cias de esos fracasos (Betania)195. Pero, por desgracia, este
194 Cf. Javier LUZÓN PEÑA, Conjunción y comunión en la actual antro­
pología católica del matrimonio, en Francisco RODRÍGUEZ VALS y Juan
José PADIAL (Ed.), Howifere y cultura. Estudios en homenaje a Jacinto Choza.
Sevilla 2016. Ed. Estudios Themata, pp. 277-305.
195 Sd ambaS iniciativas Puede encontrarse abundante información
en la rea-
Quo vadis, Ecclesia?

tipo de recursos todavía no existen en la mayoría de las


diócesis y parroquias.
También hay que conseguir mejorar mucho en la orien-
tadón de los separados respecto de cómo plantear la nulidad
eclesiástica de su matrimonio. Que se asuma que dejamos
que se celebren muchos matrimonios que, en realidad, son
nulos, debería llevamos, por supuesto, a intentar corregir esa
corruptela preventivamente, como ya hemos señalado; pero
también, a facilitar mucho más eficazmente que el común de
los fieles separados pueda demandar fácilmente que se exa­
mine la posible nulidad de su matrimonio.
Esto requeriría preparar jueces con una adecuada for-
madón y madurez; financiar el patrocinio gratuito para quie­
nes realmente lo necesitan; y contar con un plantel suficiente
de abogados rotales bien formados. Mientras los procesos se
eternicen en la práctica, y sean económicamente inaccesibles
para muchos que, al separarse, se han empobrecido conside­
rablemente, estaremos sin dar respuesta cabal al problema
que nosotros hemos generado al prestamos a asistir matri­
monialmente bodas que nunca debían haberse celebrado.
En todo caso, hay que atajar decididamente la raíz de
los fracasos matrimoniales, que es la ausencia, en la pasto­
ral de la Iglesia, de la mentalidad catecumenal, es decir, del
convendmiento de que no se pueden celebrar los sacramen­
tos de iniciación y del matrimonio sin un adecuado catecu-
menado en el que se hayan superado unos escrutinios, por­
que lo contrario tiene consecuencias fatales para las parejas.
Muy frecuentemente la preparación del matrimonio
se convierte en un festival del despropósito y la simulación.
Por una parte, se desoyen las orientaciones relativas a la
necesidad de no limitar la catcquesis prematrimonial a un
cursillo de un fin de semana. Y por otra, se admite a parejas
Nuevas Proyecciones

alejadas de la práctica religiosa y que viven de forma contra­


ria al proyecto de Dios para el amor humano, no queriendo
fijarse en que:

I • ya están conviviendo y rechazan la moral sexual revelada;


• dan por sentado el recurso a la anticoncepción, para pla­
nificar su fertilidad, o a la procreación artificial si no con­
siguen la descendencia deseada;
• se han movido hasta ese momento en un estilo de vida
promiscuo, ajeno a la fidelidad afectiva;
• aun deseando que les vaya bien —¿quién no desearía
eso?-, aceptan el divorcio si después de casarse les
surgen dificultades;
• demuestran no haber discernido suficientemente los re­
quisitos imprescindibles para que su convivencia resul­
te viable: cortar el cordón umbilical con sus familias de
origen (cf. Gn. 2,24), espíritu de generosidad y sacrificio,
afinidad en sus aspiraciones familiares, compatibilidad
de caracteres, y contar con la madurez necesaria para esa
convivencia tan estrecha y, por tanto, tan exigente.

O sea, todo lo contrario de las tres preguntas que en la


celebración del matrimonio se hacen a los contrayentes antes
de emitir el consentimiento. Pero en el ámbito eclesiástico no
se quiere enfrentar el problema y, en lugar de entender estos
retos como una ocasión de anunciarles el evangelio del ma­
trimonio y de proponerles un camino de acompañamiento
hasta que estén en condiciones de asumirlo, la pauta habitual
es esconder la cabeza bajo el ala y tirar para adelante en el
camino de la simulación.
Quo vadis, Ecclesia?

o La comunión pastoral de los consagrados

Al tratar en el Capítulo tercero de las consecuencias


eclesiologicas que ha tenido el integrismo católico, nos he­
mos referido a la exención de los religiosos como a una ano­
malía notable en la vida de la Iglesia, que ha contribuido al
bloqueo de la vitalidad apostólica de las diócesis, al no poder
contar de verdad con unos agentes pastorales que están en
las diócesis pero poco para las diócesis.
Podría parecer paradójico que una figura canónica
que, en parte, se creó para permitir la actuación pastoral
de los religiosos en las diócesis en que se encontraban —
donde los sacerdotes diocesanos tendían a verlos con rece­
lo, en cuanto les sustraían feligreses e ingresos—, acabara
convirtiéndose en una fuente de problemas. Pero no hay tal
paradoja, porque ese problema se creó al saltarse la jurisdic­
ción natural del obispo; cuestión que no habría sucedido si
hubieran sido los obispos quienes se hubieran ocupado de
esa inserción pastoral.
Se trata de una turbulencia eclesiológica importante
que la Iglesia, una vez abandonada la estructura integrista
que la provocó, debería plantearse remediar con urgencia.
Pues esta situación no sólo perjudica la fuerza misionera de
las Iglesias particulares en unos momentos en que no pode­
mos permitimos ese lujo, sino que también empobrece a los
mismos institutos religiosos, que quedan desprovistos en
gran medida de la ayuda de la comunión con sus pastores.
No vamos a extendemos en este punto, que ya ha sido
apuntado anteriormente, pero sí parece conveniente mencio­
narlo entre las cuestiones que deben corregirse en la pastoral
ordinaria de la Iglesia. Pues es como la otra cara del tapiz de la

266 ___
Nuevas Proyecciones

Recuperación del espíritu cristiano, a la que nos hemos referi-


? do en el epígrafe anterior.
En efecto, si la devaluación del espíritu cristiano empo­
breció la estructura jerárquica de la institución eclesial y dio
lugar a la promoción de institutos carismáticos que contrape­
saran esa pérdida, aunque a costa de crear una estructura pa­
ralela y muy desvinculada de la pastoral ordinaria de las dió­
cesis; la recuperación de la vitalidad espiritual de la Iglesia ins­
titucional debe recuperar para su acción pastoral la aportación
de los consagrados, integrándolos en su pastoral ordinaria.

2. Retos que proceden de los cambios sociales que


han generado las nuevas tecnologías

La nueva evangelización debe también afrontar otro


tipo de retos que está planteando la actual configuración de
la sociedad. Si la revolución industrial del siglo XIX produjo
unas transformaciones sociales que la Doctrina Social de la
Iglesia intentó encauzar de forma acorde a la moral social re­
velada, la revolución tecnológica de la segunda mitad del siglo
XX ha abierto unas posibilidades y ocasionado unos peligros
que la nueva evangelización no puede soslayar. Veamos los
que parecen más notables.

a) Los medios de comunicación

Después de los trabajos conciliares sobre la renovación


litúrgica, los medios de comunicación social fueron el primer
tema sobre el que se pusieron de acuerdo los padres concilia­
res, acordando la publicación, el 4 de diciembre de 1963, del
pecreto Inter mirifica.
Quo vadis, Ecclesia?

Se podría decir que, sesenta años después, nos encon­


tramos muy en los comienzos del descubrimiento de las po­
sibilidades apostólicas que ofrecen las nuevas tecnologías. Se
ha puesto especialmente de manifiesto con la profusión de
iniciativas pastorales que se han realizado desde las parro­
quias durante el confinamiento de la Covid-19, ante la ne­
cesidad de mantener el contacto pastoral de los fieles y de
prestarles la atención que convenía: cuestión que ha abierto
los ojos a muchos pastores, respecto de las posibilidades que
podrían llevarse a cabo con todos los segmentos de edad: ni­
ños, jóvenes, adultos y ancianos y enfermos.
En todo caso, aquel decreto conciliar supuso una vehe­
mente invitación a considerar esos nuevos medios como una
maravillosa oportunidad para facilitar y extender la misión
evangelizadora de la Iglesia. Estaba claro para los padres
conciliares que la principal característica de la reciente revo­
lución tecnológica era la transformación de las comunicacio­
nes sociales, que convertía el mundo en esa aldea global de la
que hablaba el sociólogo canadiense Marshall McLuhan, un
mundo en el que era urgente aprender a desenvolverse.
El documento conciliar apuntó principalmente en una
doble dirección: invitó a un empleo responsable de los mass
media, en que presida el discernimiento; y exhortó a aprender
a ponerlos al servicio de la nueva evangelización:
«La madre Iglesia sabe, en efecto, que estos medios, si se
utilizan rectamente, proporcionan valiosas ayudas al géne­
ro humano, puesto que contribuyen eficazmente a descan­
sar y cultivar el espíritu y a propagar y fortalecer el Reino
de Dios; sabe también que los hombres pueden volver es­
tos medios contra el plan del divino Creador y utilizarlos
para su propio perjuicio; más aún, siente una maternal an­
gustia a causa de los daños que de su mal uso se han deriva­
g Nuevas Proyecciones

do con demasiada frecuencia para la sociedad humana»196.

El decreto conciliar insistió en diversos aspectos que


conviene tener en cuenta. Primero, señaló el problema que
supone el uso indiscriminado de esos medios, sin sentido mo­
ral, especialmente en el caso de los jóvenes. Es preciso que los
cristianos aprendan a discernir moralmente entre los medios
informativos de la prensa, radio y televisión, y que los usen
con sensatez cristiana. Igualmente, es crucial que los fíeles no
declinen su conciencia cuando van a usar las producciones
literarias, cinematográficas y demás productos culturales y
lúdicos, a la hora de plantear el necesario descanso.
Por otra parte, el Concilio planteó la necesidad de for­
mar a los fíeles —sacerdotes y laicos— que se dediquen más
específicamente a la comunicación social, para que partici­
pen en los medios con el buen criterio que les permita influir
positivamente sobre los temas que se debaten en ellos. La
importancia de formar en una correcta deontología profesio­
nal a quienes se dedican a ese trabajo, y de promover insti­
tuciones católicas que se impliquen con profesionalidad en
la tarea de formar comunicadores cristianos, fue otro de los
aspectos recomendados por los padres sinodales.
Así lo ha subrayado Mons. Robert Barron, obispo au­
xiliar de Los Ángeles, en su difundida intervención en la re­
ciente Asamblea Plenaria de los Obispos de Estados Unidos,
del 11 al 15 de noviembre de 2019, al indicar la importancia
de estos medios para llegar a los alejados y especialmente a
los jóvenes, y al señalar que asumirlos en la pastoral ordina­
ria de las comunidades católicas requeriría una mucho ma­
yor inversión de tiempo y dinero para formar comunicado-

^B„ta^SVíxnCÍ9«?"2De‘:reto sobrelcsmeiiosác
Quo vadis, Ecclesia?

res cristianos: «Deberíamos dedicar mucho tiempo y dinero


a conseguir gente buena que trabaje en nuestros medios de
comunicación sociales, gastar dinero y esfuerzo en usar crea­
tivamente esta herramienta; gente que conozca la Tradición
católica y la realidad mediática».
La necesidad de esta formación se ha hecho especial­
mente acuciante ante el fenómeno, que no sucedía hace cin­
cuenta años en la medida en que sucede ahora, del control
actual de los medios de comunicación por parte de un capi­
talismo globalista anticristiano, capaz de comprar volunta­
des —por vía de satisfacer pasiones o intereses de promo­
ción económica, profesional o política—, que ocasiona una
especial dificultad en estos tiempos para ser honesto en estos
ámbitos profesionales.
Finalmente, no se debe olvidar, en este campo de los
medios, la importancia de mejorar la comunicación institu­
cional de las diferentes instancias eclesiales. Desde la publi­
cación del Decreto Inter mirifica hasta hoy, se puede decir
que se han dado pasos importantes en este sentido (en la
Sede Romana, en las diócesis, en los institutos religiosos, en
muchas parroquias, etc.). Pero queda mucho por hacer. Y,
mientras no se consiga integrar esta función en la pastoral
ordinaria de la Iglesia, la nueva evangelización estará las­
trada de forma importante.

b) Combatir el divorcio entre la fe y la vida diaria: la doctri­


na social de la Iglesia

Otra de las consecuencias de una religiosidad de Cris­


tiandad es que los cristianos de a pie no se planteaban la ne­
cesidad de trasladar su fe a su vida laboral, al ámbito econó­
mico y al plano sociopolítico. Teóricamente, esos ámbitos de
Nuevas Proyecciones

Fu vida de los bautizados ya debían estar enfocados de forma


cristiana desde las instituciones del Estado y no se planteaba
que tuvieran que ser ellos quienes hubieran de construirlos
desde la base. El Sacro Imperio era responsabilidad de los
gobernantes, no de los ciudadanos.
Esto explica que, nada más comenzarla caída del An­
tiguo Régimen con la revolución francesa, la jerarquía ecle­
siástica comenzara una serie de intervenciones que dieron
lugar a ese cuerpo de doctrina sobre moral social, que se ha
denominado como Doctrina Social de la Iglesia. Con ellas se
trataba de orientar a los fieles sobre esos aspectos morales
de la vida social que en ese momento se veían perturbados
por el hecho de que las turbulencias sociales provocadas
por las transformaciones socioeconómicas de la revolución
industrial fueron enfrentados por los nuevos Estados laicos
con unos planteamientos morales marcadamente laicistas.
Esa catcquesis moral todavía no ha calado en la mayo­
ría de los bautizados. Sigue aún hoy en vigor el dictamen del
último Concilio, que aseguraba que «el divorcio entre la fe y
la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de
los más graves errores de nuestra época»197.
Estamos muy lejos de que los feligreses asiduos a las
celebraciones semanales dispongan de una conciencia bien
formada sobre las exigencias morales de su vida profesional,
de sus responsabilidades en el entramado económico de la
sociedad, y de sus actuaciones en la vida pública. De modo
que nos encontramos con partidos políticos que promueven
la cultura de la muerte y la ideología de género, basándose en
el apoyo de los votos de muchos que se consideran católicos;

VATICANO II, Constitución pastoral ‘Gaudium et Spes',


Quo vadis, Ecclesia?

así como con abundantes estructuras de pecado en el ámbito


profesional y económico, que no son reconocidas como tales
por nuestros fieles.
Si la revolución industrial tuvo esos efectos en el si­
glo XIX, todo ello se ha agravado aún más a partir de las
transformaciones sociales que ha ocasionado la revolución
tecnológica, provocando una nueva necesidad de orientación
moral por parte de los pastores, en todo lo que se refiere al
recto empleo de las nuevas tecnologías.

c) El conocimiento de la deontología sanitaria: la Carta de


los Agentes de la Salud

Mención particular merece la necesidad de formación


en todo lo que se refiere a la cultura de la vida. El día en que
san Juan Pablo II sufrió el atentado, se crearon, muy signifi­
cativamente, dos nuevos consejos pontificios, que luego se
fundirían en un único Dicasterio. Uno para la familia, que es
el tema al que nos hemos referido en este mismo Capítulo al
hablar de la orientación familiar; y otro, destinado a impulsar
la pastoral con los agentes de la salud. Ambos son aspectos
muy claves, porque la gran batalla que hoy se está librando
es contra la familia y contra la vida.
En el apartado 1. c) del presente Capítulo hemos ha­
blado del horizonte pastoral que se nos presenta en unos
momentos en que la familia está siendo atacada y destruida.
Ahora conviene referimos a la necesidad de responder a la
ofensiva despiadada e implacable que está librando la cultura
promovida por la multinacional de la muerte.
Se trata de una batalla que habría que librarla en dos
frentes: en dar a conocer a los hombres las claves antropoló­
gicas que sustentan el evangelio de la vida, frente a las múl-
Nuevas Proyecciones

tiples propuestas de la cultura de la muerte; y en formar a


1(¿ fieles cristianos, especialmente a los que trabajan en el
ámbito sanitario, en la doctrina de la Iglesia relativa al mun­
do de la salud.
Como capellán de hospital, vengo palpando a diario,
I tanto los graves problemas que están en juego en la praxis
j sanitaria habitual, como la falta de formación deontológica
I de muchos médicos y ATS bienintencionados, entre ellos mu-
I chos fieles que procuran santificar este servicio profesional
I tan crucial.
En 1995 el susodicho Consejo pontificio para la salud
| publicó su Carta de los Agentes de la Salud, con la que trató
I de recopilar el magisterio de la Iglesia sobre estos asuntos
I y de presentarlo de una forma orgánica y suficientemente
| justificada desde el punto de vista antropológico. Veintitrés
[ años después, en 2017, se presentó una nueva edición que
í obedecía a la necesidad de actualizar el magisterio debido a
i las novedades de la investigación biomédica y a las nuevas
I realidades sociales y sanitarias que han aparecido desde que
I se publicó la primera edición.
Este segundo documento mantiene la estructura origi-
[ nal del primero, de ser instrumento para una preparación se-
I ria y una formación continua en el ámbito ético de los que de
■ diversas formas se mueven en el mundo de la salud, a fin de
mantener la competencia profesional necesaria y su vocación
de ser ministros de la vida. Se trata de sostener la fidelidad
ética de los trabajadores sanitarios y de los fieles que acuden
a ellos, en aquellas decisiones y comportamientos que rodean
el servicio a la vida. Una fidelidad que la Carta de los Agentes
de la Salud describe siguiendo las etapas de la existencia hu­
mana: el engendrar, el vivir y el morir, como momentos que
metecen las respectivas reflexiones ético-pastorales.
273
Quo vadis, Ecclesia?

En primer lugar, parece urgente formar la conciencia


moral de los fieles, especialmente de los sanitarios, en todo
lo referente a la fertilidad e infertilidad: a los métodos natu­
rales, no sólo para la regulación de la fertilidad, sino también
como métodos para lograr el embarazo; a la manipulación
genética; a los distintos intentos de generación humana in vi-
tro, de inseminación artificial, de hibridación entre gametos
animales y humanos, la congelación de embriones, la mater­
nidad sustitutiva, la gestación de embriones humanos en úte­
ros animales o artificiales, la fisión gemelar, la clonación, la
partenogénesis, el diagnóstico prenatal eugenésico y demás
técnicas que contrastan con la dignidad humana del embrión
y de la procreación, y cuya inaceptabilidad moral es muy
desconocida por muchas almas bienintencionadas.
Un segundo apartado en el que es importante formar
las conciencias de los fieles en general y, en especial, de los
sanitarios es el de lo referente a la dignidad de la vida hu­
mana. Pues, igual que en la generación, también en este otro
ámbito se plantean no pocas situaciones límites en las que es
preciso contar con una adecuada formación moral.
Hay que hacer entender la inmoralidad de las distintas
formas de aborto: químico, quirúrgico, reducción embriona­
ria, intercepción o contragestación de fetos con anencefalia,
embarazos ectópicos, etc.; sin descartar el debate actual sobre
la prevención y las vacunas, la terapia génica y la medicina
regenerativa., así como sobre la participación en la experi­
mentación con embriones y fetos humanos, con menores o
adultos incapaces de decidir, con sujetos vulnerables, o mu­
jeres en edad reproductiva en situaciones de emergencia.
Asimismo, es preciso conocer en qué condiciones es
lícito, e incluso, un deber, el recurso a la anestesia y anal­
gesia; cuándo es necesario el consentimiento informado del
Nuevas Proyecciones

paciente; los criterios éticos que han de tenerse en cuenta o


bien en las adicciones a las drogas, al alcohol, al tabaco, a los
psicofármacos, o bien en la donación y trasplante de órganos,
así como en la práctica psiquiátrica.
La asistencia espiritual, anímica y física de los seres
humanos hasta su término natural es el otro punto donde la
formación moral es urgente, como ha puesto en evidencia,
durante la crisis de la Covid-19, la falta de capacidad de re­
acción de una gran parte de la sociedad ante los perversos
triajes que se han realizado con nuestros mayores.
Es preciso que los discípulos de Cristo —en especial,
los sanitarios— conozcan en detalle cuanto concierne a ese
derecho básico al buen morir: un derecho que excluye tanto
acelerar o provocar la muerte con la eutanasia, como retra­
sarla mediante el ensañamiento terapéutico; y que incluye
el acompañamiento familiar del paciente, el ofrecimiento
de una asistencia religiosa, los tratamientos paliativos que
se vean convenientes, la información prudente y veraz de
su estado, así como el respeto a las decisiones razonables y
legítimas que haya manifestado anticipadamente sobre los
tratamientos a los que querría ser o no sometido.
Especialmente importante en estos momentos es re­
cordar que consituye un derecho básico del pariente terminal
ser alimentado e hidratado, aunque haga falta administrár­
selo artificialmente, así como ser aliviado con oxígeno. Salvo
los casos en que alguno de estos subsidios esté contraindi­
cado porque resulte contraproducente o demasiado gravoso
o no obtenga ningún beneficio, su suspensión injustificada
constituye un acto real de eutanasia, que, por desgracia, hoy
se perpetra con no poca frecuencia cada vez que, ante la pre­
visible irreversibilidad de una enfermedad, el médico decide
acelerar la muerte pasando de una legítima sedación paliati-

275
Quo vadis, Ecclesia?

va a una ilícita sedación letal del paciente, y suprimiéndole la


hidratadón, la oxigenadón y la nutrición enteral o parenteral.
Conclusión

Siempre me ha llamado la atención la sabiduría crístia-


। na que subyace al dicho sobre lo que hadan los benedictinos
I cuando se les echaba a perder un monasterio: fundar otro,
íHoy a nadie se le oculta la debacle cultural, moral y espiri-
!tual a que ha conducido la apostasía de Occidente: una apos-
tasía generada, según hemos mostrado, por el debilitamiento
i
i espiritual de la institución eclesial.
Han sido nada menos que quince siglos en que la
! Iglesia-organización ha estado afectada, de un modo u otro,
por el integrismo, que han ido volviendo progresivamente
insípida a gran parte de la institución eclesial, propicián­
dose la degradación moral de Occidente. Jesús nos dijo que
contaba con nosotros para preservar de la corrupción y dar
sabor a la vida humana: «Vosotros sois la sal de la tierra.
Pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la salaran? Para
nada sirve ya sino para ser echada fuera y hollada por los
hombres» (Mt 5,13).
Para afrontar el consiguiente alejamiento de la socie­
dad respecto de la Iglesia, se han extendido dentro de ésta
opiniones que proceden de aquella debilidad espiritual, y
que proponen renunciar al Evangelio y adaptarlo a las exi-
277
Quo vadis, Ecclesia?

gencias del mundo actual. Pero ése no es el camino. No se


puede curar una enfermedad si, en lugar de oponer un prin­
cipio activo contrario, se abona con más gérmenes patóge­
nos. La traición al Evangelio no es el remedio:
«Judas —señala Mons. Sarah— será eternamente el nom­
bre del traidor, y su sombra se cierne hoy sobre nosotros.
Sí, ¡también nosotros hemos cometido traición! (...) Nos
permitimos cuestionarlo todo. Se pone en duda la doc­
trina católica. Apelando a posturas supuestamente inte­
lectuales, los teólogos se dedican a desmontar los dog­
mas, vaciando la moral de su significado más hondo. El
relativismo es la máscara de Judas disfrazado de intelec­
tual. ¿Qué sorpresa nos puede provocar enteramos de
que hay tantos sacerdotes que rompen sus compromi­
sos? Relativizamos el significado del celibato (...). Algu­
nos llegan incluso a reclamar el derecho a conductas ho­
mosexuales. Se suceden los escándalos entre los sacer­
dotes y los obispos. El misterio de Judas se propaga»198.

Como advertía Benedicto XVI en el discurso que


pronunció en Friburgo, en ocasión de su viaje apostólico a
Alemania en 2011, es necesaria una 'desmundanizacióri,
porque no se puede pretender volar sin cortar los lazos que
nos atan al suelo199. El remedio de la secularización de Occi­
dente no puede ofrecerlo una Iglesia en la que abundan los
eclesiásticos mundanizados, sino una Iglesia que deseche las
adherencias mundanas que se han derivado de su conver­
sión en religión estatal, y vuelva a inspirarse en el espíritu de

198 SARAH, Robert, (con Nicolás DIAT), Se hace tarde y anochece. Ma­
drid 2019. Ed. Palabra, pp. 11-12.
199 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con los católicos com­
prometidos en la Iglesia y la sociedad, Friburgo de Brisgovia, 25.IX.2011.
Conclusión

los tiempos evangélicos para dar una respuesta renovada y


evangélica a las necesidades del mundo actual.
Y aquí es donde entra la mencionada opción benedic­
tina. No perdamos más tiempo en tratar de convencer a los
eclesiásticos apóstatas. Apostemos, en cambio, por la fideli­
dad evangélica en todos los niveles. La Iglesia no se reforma
con debates interminables, sino con la conversión a la santi­
dad de quienes quieran seguir a Cristo.
Ante una situación tan urgente no se puede perder
más tiempo. Hay que volver al evangelio de Jesucristo sin
mas demoras: a anunciar la buena noticia del Dios Misericor­
dioso que, al perdonamos, nos ofrece la santidad; y a acre­
ditar el carácter divino de nuestra tarea, con el ejercicio de
la caridad misericordiosa entre nosotros y atendiendo hacia
las necesidades espirituales y materiales de los que Dios nos
ponga en el camino.
Para ello, la Iglesia actual tiene que transformarse a
fin de ser capaz de acompañar a cada uno de sus miembros
y conducirlos a vivir su fe en comunidad de caridad recí­
proca y de apostolado ad gentes.
Lo cual significa, ante todo, que las parroquias deben
vigorizarse y recuperar esa fuerza misionera que se deriva
de una espiritualidad pujante, de una comunión intensa y de
una formación capaz de preparar apóstoles que sean testigos
cercanos capaces —en sus hogares, en sus trabajos, en sus
relaciones humanas— de «dar razón de su esperanza a todos
los que se lo pidan» (1 P 3,15) y de responder cristianamente
a los retos que plantea la vida actual.
por su parte, las diócesis tienen que revitalizarse, pri­
mero, recuperando la autonomía que tenían en el primer mi­
lenio cuando eran ellas las que elegían a sus obispos y éstos
no andaban cambiando de diócesis; y, después, integrando
279
Quo vadis, Ecclesia?

a los consagrados en su pastoral ordinaria, suprimiendo la


exención respecto de la autoridad de los obispos.
Nada de ello sería posible si no dejamos de enga­
ñamos, perdiendo el tiempo en esa pastoral de desmantela­
miento de las BBCC, que nos mantienen ocupados en un
activismo estéril, que no es de Dios. No podemos seguir
quemando a los curas en actividades absurdas que acaban
llevándoles a cuestionarse el sentido de su sacerdocio. Y,
menos aún, si eso se realiza tomando el nombre de Dios
en vano, al justificar el mantenimiento de esa pastoral de
desmantelamiento —esos teatrillos sacrilegos— so capa de
no poner obstáculos a la gracia.
Los sacramentos actúan ex opere opérate (por la virtud
misma de la acción sacramental) cuando no se pone impedi­
mento con la falta de correspondencia del que los recibe. Por
tanto, los pastores ponemos obstáculo a la gracia cuando no
preparamos a las almas para recibirlos debidamente y se los
administramos sin las debidas disposiciones.
No se trata, para nada, de rechazar a quienes solici­
tan los sacramentos sin estar debidamente preparados, sino
de aprovechar su solicitud para anunciarles el evangelio y
proponerles lo que haga falta en cada caso, iniciando con
los que lo deseen el oportuno camino catecumenal que cada
alma necesite.
Es preciso reconocer que tanto daño hace el laxista
buenista, permisivo y condescendiente; como el que rechaza
a quienes vienen, por no saber cómo atenderlos o por no te­
ner ganas de trabajar para prepararlos. Ninguno de los dos
extremos son aceptables. Y para no incurrir en ellos es pre­
ciso que los obispos formen a sus colaboradores, los guíen y
apoyen en el nuevo camino de una evangelización evangé-
Conclusión

lica —valga la redundancia en su ardor, sus métodos, sus


expresiones y sus proyecciones.
Insisto en que, mayormente, todo esto es responsabili­
dad de los obispos, puesto que los presbíteros poco pueden
hacer bajo la amenaza de ser desacreditados por sus supe­
riores si se niegan a celebrar en falso—sacrilegamente, por
tanto— los sacramentos:
«La Iglesia se muere —reconoce el cardenal Sarah— por­
que los pastores tienen miedo de hablar con absoluta ho­
nestidad y claramente. Tenemos miedo de los medios,
miedo de la opinión pública, ¡miedo de nuestros propios
hermanos! El buen pastor da la vida por sus ovejas»200.
Todos tenemos que poner nuestro granito de arena en
esta tarea de la conversión pastoral al espíritu del Evangelio.
Pero, principalmente, cada obispo porque —no lo olvide­
mos— la Iglesia universal sólo subsiste en las Iglesias parti­
culares y éstas se constituyen con un obispo que, con la co­
laboración de su presbiterio, se pone al servido del resto del
pueblo de Dios para iluminarlo, alimentarlo espiritualmente
y convertirlo en misionero.
Cada obispo, manteniendo la comunión con el sucesor
de Pedro y con el resto del colegio apostólico, debe ponerse
manos a la obra sin timideces, consdente de la gravedad del
momento, y desde la esperanza en que Jesús nos aseguró su
asistenda hasta el fin de los siglos (cf. Mt 28, 20).
Que la Virgen Fiel, Estrella de la Nueva Evangeliza­
ción, interceda ante el Padre en favor de la Iglesia de su Hijo
Jesús para que derramen sobre nuestro mundo una nueva
Pentecostés del Espíritu.

d?id 201Í Ed.' Palabra, ^°^Nlcolas DIAT), Se hace tarde y anochece. Ma-

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Es autor de Amar con . el cuerpo,
ives antropológicas de la moral sexual
Córdoba 1998. Ed. Altolacrüz,
se expone la 'Teología del
Juan Pablo IL

del primer manual de


católico: Las seis puertas del
de. un exorcista.

Siguiente
avance en la
comprensión del matrimonio en la
doctrina del Concilio Vaticano II:
^Conjunción y comunión en la actual
antropología católica del matrimonio, en
Francisco RODRÍGUEZ VALS y Juan
José RADIAL (Ed.), Hombre y cultura.
Estudios en homenaje a Jacinto
Choza. Sevilla 2016 Ed. Estudios
Themata, pp. 277-305. .

...En los años 90 empezó a trabajar


en las redes sociales, colaborando con
.Websites católicos y luego creando
sus propios canales Tiempo de
respuestas .dé YouTube y PADRE
JAVIER LHZÓN de Telegram.

Www.lasseispuertas.com
"No podemos seguir celebrando en falso los sacramentos"
—advirtió el cardenal Femando Sebastián en 2015 a los obispos
españoles. Occidente ha llegado ál final de ese proceso de--%'
alejamiento de la Iglesia que se inició a raíz de los escándalos^
del siglo XIV y que han acabado dejándola én el estado que^
t pretende reflejar la portada de este libro: en un monumento dé^|
' y pasado, sin alma ni gente, con el cielo cubierto y de noche, anteúsj
¿ el cual Cristo le preguntada a Pedro; |Ádónde vas, IglesiaJra
permitiendo que se celebren en falso los sacramentos?/ < r : áK

^- Desde el Edicto de Tesalónica (a; 380), Éh que la Iglesia seí|l


invirtió en religión amparada -éinVadida -¿¿por
inicia un proceso de mundanización
^omp% ^principal consecuencia^-aceptar a;lo¿^
sacrámehto^k paganos que no habían ^iperado ningtnOj

progresivo aleiamíen^¡,feMfeÍe$i^U

VJW /IWV^M.UX. t IM . «Mm
laNueval
S Evan^eltzamón como el réméflio artjte tual:unáfc
I. \ ^^M^ángeiización más evangélica en su\ardor ^^ues sin santidad^
I l^J^^^S^jio<séjpiigde proponer la santidad—, eñ^tíS métodos —ahora el^
’n<^ n0 €S evangelizar desde el poder, sino desde el^
acomPahamiento personal—, en /SüS expresiones\~-en esto¿ ^
nomentos hay qué evangelizar desde el ejemplo, la cercanía y7^
el diálogo— y en sus proyecciones-r-.es preciso responder a los^
retos que plantean tanto la nueva situación de pluralismo»
religioso, como los cambios sodalej^^qpagPS;./^,^^
revolución industrial y tecnológica.

P.V.P.: 20€
www.lasseispuertas.com 9 788409 356706

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