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6 Otros Cantos
6 Otros Cantos
EL ORDINARIO DE LA MISA
La celebración de la misa comprende cantos en los
que el texto es fijo, independientemente del día o de la
fiesta. Es lo que constituye y se llama los cantos del or-
dinario. Se designan siempre por sus primeras pala-
bras. Estos son el Kyrie, el Gloria, el Sanctus, y el Agnus
Dei, a los que hay que añadir el Credo. A partir del pri-
mero de entre ellos, el conjunto de estos cantos del or-
dinario recibe con frecuencia el nombre de Kyriale.
En los libros modernos, estos cantos han sido agru-
pados de modo que forman «misas», es decir colec-
ciones que comprenden un Kyrie, un Gloria, un Sanctus
y un Agnus. Así tenemos la «misa I» para el tiempo pas-
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Kyrie IX*
los otros cantos 89
cual, la «misa IV» para las fiestas de los apóstoles, la
«misa XI» para los domingos del año, etc. Pero hay
que evitar que esta presentación lleve a engaño1. Data
de la época de la restauración gregoriana del siglo XIX,
y solo por aproximación refleja una verdad histórica.
En realidad, el Kyriale constituye un repertorio ensam-
blado, de origen regional. Cada región, en épocas di-
ferentes, compuso sus cantos para el ordinario de la
misa2. El número de estas composiciones excede con
mucho la colección que nos transmite la edición vati-
cana3. La elección que vemos en ella es por otra parte
excelente.
En conjunto, estos cantos son de estilo popular. En-
contramos varios de composición muy simple, que pue-
den ser muy antiguos. Por desgracia, la tradición no es
tan fiable como en los cantos del propio, y se encuen-
tran numerosas variantes locales.
En varios casos sin embargo se hace sentir la in-
fluencia de la schola, y entonces nos encontramos con
producciones de un estilo mucho mas elaborado.
El Kyrie.
Kyrie eleison (Señor ten piedad) es una fórmula
griega por la cual los fieles «aclaman a su Señor e im-
ploran su misericordia»4. Este canto, situado hoy al co-
mienzo de la misa, como un rito penitencial, prepara a
los fieles para la celebración. En su origen era una ala-
banza y una invocación christológica que se encuentra
en otros lugares de la liturgia5.
En los antiguos manuscritos, el texto está escrito de
un solo trazo quirieleison, y forma una única palabra. La
90 los otros cantos
música ha respetado este elemento filológico desarrol-
lando a veces un considerable melisma sobre la e que
asegura la unión de las dos palabras Kyrie y eleison.
En la edición vaticana, el canto del Kyrie va prece-
dido de unas palabras latinas: Lux et origo, Cum jubilo,
Orbis factor, etc. Se trata de las primeras palabras del
tropo que habitualmente acompaña al Kyrie. El Kyrie y
su tropo aparecen juntos en la primitiva tradición ma-
nuscrita. La reforma litúrgica que siguió al concilio Va-
ticano II reanuda en cierta medida el uso antiguo, ya
que preve, de manera facultativa el canto de un tropo
de introducción al Kyrie.
Cuando se estudia la composición melódica y modal
de los Kyrie se constata que gran parte de entre ellos de-
rivan de una fórmula de la modalidad arcáica de MI.
El tema melódico do-re-mi-mi (o sus transposiciones)
constituye en efecto la arquitectura de tres Kyrie anti-
guos : XV, XVI y XVIII. Además es un elemento estruc-
tural importante en los Kyrie III, IX y X (Christe), XI, y
I ad libitum. Este tema abre también la composición de
los Kyrie II, VI, XII, VI ad libitum y del Kyrie de difuntos.
En los Kyrie I y XVII, este tema inicial está disimulado
por una subida tardía del si al do (o de mi al fa).
Este es el tema primitivo del canto de la letanía ro-
mana. En ciertos casos, ha permanecido con su verda-
dera modalidad arcaica (Kyrie XVIII). En otros, es fá-
cilmente reconocida tras una evolución de la final de la
composición hacia el grave: a la tercera mayor (Kyrie
de Difuntos), a la quinta (Kyrie II, XI y XVI). Las leyes
de evolución modal se pueden aplicar aquí de manera
los otros cantos 91
analógica (ver p. 45). Nos sorprende una vez más
cómo la composición de la música sagrada occidental
evoluciona por desarrollo en cierto modo orgánico y
permanece fiel en los temas y en los procesos verdade-
ramente arcáicos.
El Gloria
Este himno no bíblico6, en prosa, pone de relieve la
producción himnográfica cristiana primitiva. La litur-
gia latina no ha conservado más que algunas reliquias
de este género, mientras que en las liturgias orientales
se ha mantenido en el puesto relevante que siempre
ocupó.
Presente en las fuentes griegas y siríacas del siglo IV,
podría remontarse a un original griego del siglo II 7. El
texto latino aparece en Occidente en el siglo VII y se es-
tabiliza en el s.IX. Es lo que se ha dado en llamar la
«Gran Doxología»8, y que posee por otra parte en la li-
turgia milanesa una versión todavía más prolija, la Laus
angelorum magna9. No es, en su origen, una pieza de la
misa, sino un himno de acción de gracias y de júbilo
que concluye el oficio de la mañana.
En la liturgia romana, el Gloria en un principio úni-
camente se utilizó en la misa de la noche de Navidad,
pues es el texto corresponde a esa fiesta. Pronto se uti-
lizó en las grandes fiestas del año, pero por un tiempo
esta utilización estuvo reservada al obispo10. El Gloria ac-
tualmente ha llegado a ser un canto de toda la asam-
blea, para los domingos (excepto en Adviento y Cua-
resma) y días de fiesta.
92 los otros cantos
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los otros cantos 93
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Un tema semejante en RE aparece en el Gloria XI,
probablemente de origen galicano.
El Credo
Se trata del Símbolo de Niceo-Constantinopla, es
decir, de la profesión de la fe cristiana, establecida en
el curso de los dos grandes concilios trinitarios de
Nicea (325) y de Constantinopla (381), y promulgada
oficialmente con ocasión del concilio cristológico de
Calcedonia (451).
El canto del Símbolo habría sido introducido en las
liturgias de Oriente, al final del siglo V13, en un
contexto bautismal, y su lugar en la liturgia varía según
las regiones.
En Occidente, el Credo entra en la liturgia hispánica
a finales del siglo VI, en las liturgias galicanas en el
curso de los siglos VIII-IX, sin embargo no es admitido
en la misa romana sino en 1014, únicamente el do-
mingo y en las grandes fiestas14. Introducido con poste-
rioridad entre los cantos del ordinario, tiene por consi-
guiente un estatuto particular.
De las seis melodías trasmitidas por la edición vati-
cana, todas se mantienen en los límites del estilo silá-
96 los otros cantos
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Sanctus I (Pascua)
los otros cantos 97
bico. El Credo I representa la forma mas primitiva de
este canto15. La forma musical del Credo guarda estre-
cha relación con algunos himnos en prosa consevardos
por la liturgia (Te Deum y Gloria especialmente). Las
estructuras de la cantilación son todavía muy visibles.
Como en el tono salmódico llamado «peregrino», se
alternan dos tenores: la y sol. Todas las frases terminan
en sol. Las semi-cadencias intermedias en mi anuncian
la conclusión del amen final añadido, recapitulando la
pieza. La adaptación de la melodía al texto es per-
fecta16.
Las otras cinco melodías son reelaboraciones de la
primera (II, V) u obras tardías (III, IV, VI), que esca-
pan a las leyes de la composición auténtica17.
El Sanctus
El gran recitativo del Prefacio introduce, al co-
mienzo de la oración eucarística, el canto del Sanctus.
Es el «himno de los Serafines», escuchado en el tem-
plo de Jerusalén, por el profeta Isaías, durante la visión
inaugural de su ministerio (Is 6,3). Invita a la Iglesia de
la tierra a unirse a los cánticos celestes y manifiesta de
este modo la unidad de la liturgia terrestre y celeste.
Esta afirmación solemne de la santidad y de la trans-
cendencia del Dios del universo se completa con una
aclamación a Cristo Rey, tomada del Evangelio (Mt
21,9) y citando el salmo de Pascua (Sal 117,26).
Entre las melodías propuestas por la edición vati-
cana, la del Sanctus XVIII, reservada actualmente a las
ferias de Adviento y de Cuaresma y a las misas de di-
funtos, se distingue por su simplicidad. Se encadena
98 los otros cantos
perfectamente con el Prefacio que acaba de terminar y
con el Canon que sigue. Su evolución y su ornamenta-
ción se encuentran además a medio camino entre estos
dos recitativos18. Probablemente es la forma más anti-
gua que nos ha llegado del Sanctus.
El hecho de que esta versión no aparezca sino tardía-
mente en los manuscritos no va en contra de esta aser-
ción: las piezas más sencillas, que se repiten todos los
días, son las últimas que se escriben con notación. El
Sanctus, cantado a la vez por el sacerdote y por el pue-
blo, esta atestiguado a finales del siglo IV, al menos en
su primera parte. La segunda parte (Benedictus...) ha-
bría sido introducida en la misa romana en el siglo
VII19.
Las otras melodías se han elaborado progresiva-
mente, sobre todo a partir del siglo XI. Representan
toda una gama de composición, en la que están pre-
sentes casi todos los modos20. Si ciertas melodías son
cuasi silábicas (XIII), otros están mucho más adorna-
dos (II, VII, XI).
Con sus repeticiones, el texto invita a volver al prin-
cipio y a las imitaciones. Los compositores no han de-
jado de acudir a esta invitación (II,III,V...) y en oca-
siones han ampliado el proceso por el juego de
transposiciones (XIV).
El Agnus Dei
Funcionalmente, es el canto que acompaña la frac-
ción del Pan que acaba de ser consagrado, fracción pre-
via a la distribución de la comunión a los fieles. Con fre-
los otros cantos 99
cuencia se atribuye la introducción de este canto en la
misa romana al papa Sergio I, de origen siríaco, a fi-
nales del siglo VII. La influencia oriental es cierta-
mente innegable: fracción puesta en relación con los
sufrimientos del Salvador, y designación de las especies
eucarísticas bajo el nombre de cordero. Ahora bien, se
sabe que la segunda mitad del siglo VII está marcada
por la inmigración masiva a Italia y a Roma de cristia-
nos huídos de las persecuciones orientales21. Pero el
canto del Agnus no era totalmente desconocido en
Roma, ya que encontramos la huella, con melodías
arcáicas, en los pasajes litánicos del Gloria (p. 95)
La liturgia de Milán ha conservado en este lugar un
canto propio, variable a lo largo del año litúrgico, con
el nombre evocador: el confractorium. Ha llegado hasta
nosotros un canto análogo de la antigua liturgia gali-
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El Te Deum
El Te Deum es un largo himno de alabanza, en prosa,
tradicionalmente situado hacía el final de la liturgia
nocturna. Sin embargo su uso se ha extendido a las oca-
siones solemnes de acción de gracias.
Su origen ha sido largamente discutido durante un
siglo. Una leyenda había afirmado durante mucho
tiempo que el Te Deum había sido compuesto por San
Ambrosio y san Agustín, el día del bautismo de este ul-
timo (en Milán en 386). En realidad, el análisis del
texto y de la música muestran que se trata de un trabajo
de ensamblaje, elaborado de manera progresiva, por
adiciones continuas. Hoy los especialistas atribuyen la
redacción final de este himno a Nicetas, obispo de Re-
mesiana (Rumania mediterránea actual), al final de
siglo IV o comienzo del V.
La primera parte (hasta Paraclitum Spiritum) es muy
semejante a una anáfora eucarística: es una alabanza
trinitaria dirigida al Padre. Contiene ademas el triple
Sanctus. La melodía esta construida de modo evidente
sobre la cuerda la (= cuerda-madre RE), con una ligera
subida de la tenor a si, de los acentos a do, y descenso
de las puntuaciones a sol. Estamos próximos a una mo-
dalidad arcaica.
La segunda parte (de Tu rex gloriae a sanguine rede-
misti) es una alabanza a Cristo redentor. El cambio li-
103
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∞@usque in ætér-@@num. Per@síngu#los@di-es @@@@be#ne-dí-cimus te;
los otros cantos 105
terario va acompañado de una modificación musical.
La cuerda permanece la, simplemente acentuada en el
grado superior (si ), con puntuaciones en la cuarta
grave mi. El versículo Aeterna fac... sirvía de conclusión.
La tercera parte (Salvum fac... hasta el final)27 señala
un nuevo cambio literario y musical. Es una sucesión
de súplicas, compuestas esencialmente por versículos
de salmos. La melodía utiliza principalmente la cuerda-
madre MI, reconocida en la célula-madre do-re-MI y en
los desarrollos recitativos en sol; vuelve por momentos
a la melodía de la segunda parte. Es la sección menos
homogénea de la obra, probablemente la última que
entró en la composición.
El Te decet laus
El Te decet laus es un breve himno en prosa que sirve
de conclusión a las vigilias monásticas del domingo y de
las fiestas. San Benito lo ha tomado del Oriente; En
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San Ambrosio
San Ambrosio compuso himnos: algunos han lle-
gado hasta nosotros31. El futuro papa Celestino I, que
vivió en Milán, el mismo ha contado como había visto a
Ambrosio hacer cantar el Veni Redemptor gentium a sus
los otros cantos 107
fieles32. Estos himnos probablemente han sido com-
puestos en un contexto de lucha contra las herejías
cristológicas. La simplicidad de su métrica le valió un
resultado inmediato.
Sin duda porque su texto no es de la escritura, los
himnos entraron tardíamente en la liturgia romana ofi-
cial (siglo XIII). Sin embargo las reglas monásticas,
como las de San Benito o de San Cesáreo de Arlés los
acogieron muy pronto.
El renacimiento carolingio
La época carolingia marca un retorno a las formas de
la Antigüedad greco-latina. Numerosos himnos fueron
compuestos según el metro clásico de las obras de Vir-
gilio y de Horacio. Curiosamente, sobre las estrofas de
las Odas o de la Eneida aparecen las notaciones
neumáticas más antiguas33. Este movimiento de com-
posición se desarrolla sobre todo en los monasterios,
que utilizan los himnos en el oficio desde el siglo VI.
Pero algunos autores laicos han dejado también su
nombre en composiciones himnográficas. Esto nos
hace pensar que poco a poco, el uso de los himnos se
extiendió a las iglesias del clero secular, sin esperar a su
adopción oficial por la liturgia romana. El himnario,
que en su conjunto, se constituyó en la época carolin-
gia, sin embargo continúa su desarrollo hasta nuestra
época34.
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U#ró#ra lu-cis rú-@ti-lat, @cælum re#súl#tat láudibus,
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@sol#lémni- @@@a.
Himno de apóstoles (yámbico, carolingio)
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@secré-@ta @@scán- de- re @cæ-li.
NOTAS