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CONTINENTE

Aún puedo buscar en mi memoria recuerdos del pasado en que nací y hallar apenas
algunos. Llegan a mí, difusos, como imágenes extrañas y llenas de color, sin aire enrarecido
de por medio. Los verdes y marrones cambian a blancos y grises según la estación, pero
siempre hay formas que se mueven.
Este suelo, reseco a veces, mojado otras, pisoteado algunas más por pesos
inconcebibles, aún está vivo.
Aún estoy viva.
Y cuando intento avanzar en mis recuerdos-imágenes, no sin dificultad, rescato
momentos que fueron conocidos y sabidos, después, en todas partes. Pero allí está el
hombre.
El hombre fue quien me dio nombres, quien modificó a su antojo, olvidando que
solamente era uno y no necesitaba más.
Entonces sigo avanzando y los colores continúan, más definidos, y desfilan ante mí
castillos con puentes en torno para evitar las aguas, allí donde antes todo había sido una
amplia extensión llana.
Pero en ese instante me di cuenta que además de muchos nombres también se
hablaban diferentes lenguas.
¡Oh, hijos míos! ¡La tristeza me desgarra! ¿No soy acaso la Unica Madre de todos?
Terrible fue aquél momento pero ¿qué podía hacer? ¿Matarlos? ¿Torturarlos?
Sin embargo algo me gratifica y es que Los Elementales siguen conmigo como en el
Principio. Ellos están desde siempre allí, sin cambios, fieles a la tradición de lo que siempre
fue y siempre será. Llamándome por mi Unico Nombre. Aunque lamentablemente, siendo
de quienes no dependen la Historia y el Tiempo que se vive, tampoco pueden hacer algo.
Y el hombre sigue allí, confundiéndose.

La música también es distinta en cada lugar, aunque parece ser un lenguaje especial
que permite comunicar amistosamente. ¿Y si todos los hombres se hubiesen seguido
comunicando con cantos sin palabras? ¡Pero qué digo! ¡Cómo habrían podido entender!

1
El aire enrarecido me hace toser y mi tos se manifiesta con efectos terribles.
Hombres mueren sobre el suelo debido a mi tos, así como plantas y animales. La lava de
los volcanes tarda en pasar y seguir. Se acumula lenta. Los temblores de la superficie son
incontrolables; las avalanchas de nieve se me escapan; los huracanes se van lejos llevando
los despojos de lo que estaba allí, con un rastro de destrucción; la furia de los mares se
encarga de la vida allí.
Pero percibo un renacer. Siento una nueva posibilidad.

Mientras la paz reina en algunos lugares de mí, en otros hoy la guerra arruina el
suelo y el aire, mata seres. ¿Para qué? Para volver a darme otros nombres, para cambiarlos.
Hasta se me hace difícil poder memorizarlos todos. Me los dan y me los quitan. Me los
cambian, olvidando que mi nombre sólo es uno.
Y en estos lugares, campos de batalla, los hombres dicen que pelean por modificar y
extender líneas de fronteras -en el suelo y en los mapas- más allá de los nombres.
De todos modos no puedo olvidar que hay regiones de mi que han evolucionado.
¿Será por acuerdo? ¿Será por conveniencia? Ellos, hace un tiempo corto, han podido
derribar un muro tonto. ¡Qué tonto! ¡Separaba un mismo nombre en dos puntos cardinales!
Pero percibo un renacer y está cercano. Siento una nueva posibilidad. Antes del
cambio de siglo algo ocurrirá. Y yo sé acerca de siglos.

Ahora la tecnología avanza, día a día. Unos nombres compiten contra otros. Esas
luces de colores, delgadas y compactas, que llegan hasta el infinito se aplican a todo, hasta
a la música que comunica más allá de las palabras y de los signos, aunque cada vez le
cueste más hacerlo.
El espacio, y el aire aquí, apenas a unos metros del suelo, está poblado de señales,
de ondas que se ofrecen a las antenas por miles. Esta inmaterialidad juega su propia batalla
en el aire.
A veces no sé cómo puedo retener en mí tan diferentes recuerdos-imágenes, cómo
puedo pasar del principio, donde Todo era Nada, hacia lo que fue llegando después. No sé
cómo puedo haber sostenido castillos y ver ahora surcar el aire por haces de delgada y
compacta luz hacia el infinito.

2
Explosiones cada vez más poderosas destruyen mi suelo. Me destruyen.
Acidos en estado de evaporación se elevan hiriendo mi oxígeno, ahogándome por
momentos.
Máquinas subterráneas investigan mi interior, mi privacidad. No permiten que yo
guarde secretos.
Todo esto me duele.

Parados están sobre mí todos los humanos que mezclan sus lenguas y los nombres
de mí. Son de diversos orígenes pero todos me pertenecen como reales hijos de mi seno, de
mi esencia. Entre ellos, unos pocos suelen preocuparse por conservar mis árboles, mis lagos
limpios, mis animales, mis plantas. Pero a veces incendios se encargan de llevarlo todo a la
muerte, y a veces soy yo misma quien los provoco con la furia de mi tos, de mis entrañas.
¡Cuánto quisiera ser mi Unico Nombre otra vez y no solamente partes de El! ¡Añoro
aquella época donde podía ser mi Unico Nombre!

Así y todo, al pensar en un cambio cercano mi tristeza se borra tenue por un


instante y puedo imaginarme siendo así otra vez hoy, escuchando pasos sobre mí de los
seres lejanos más allá de mis hijos, y caminándome sin pedirle permiso a ellos. ¡Vengan,
extraños! ¡Yo los acepto! ¡Recórranme y reconózcanme!

Pero a pesar de todo, estoy viva.


Seguiré estando viva hasta que el mundo estalle o los mares me ahoguen. Seguiré
rescatando recuerdos aunque a veces la angustia corrompa mi esencia. Así también seguiré
albergando a mis hijos.
Jugaré juegos feéricos con seres etéreos; escucharé los sonidos que lleguen y
recibiré los pasos de los hombres; respiraré el aire enrarecido y seguiré tosiendo.
Pero percibo un renacer, en pocas semanas más parte de mi Unico Nombre se unirá.
Siento una nueva posibilidad.
Yo, Europa, he hablado.

Por ALDO PINELLI

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