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Una mañana, mientras rogaba con extraordinario fervor al Altísimo para que se
dignase hacerme conoce r su divina voluntad, se animó el rostro del Cristo y por
tres veces dejó salir de los labios estas palabras: “Ve, Francisco, y repara mi
iglesia que se cae” . Entonces, volviendo tembloroso la mirada en torno mío, noté
que la capilla tenía necesidad de ser restaurada, y me ofreció en seguida a seguir el
mandato del cielo.