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GALILEO Y SU MUNDO

La diplomacia toscana y el caso de Galileo Galilei ante la Inquisición romana en 1633

Jorge Francisco Sáenz Carbonell


Catedrático de la Universidad de Costa Rica

A la memoria del embajador don Manuel Hernández

Entre los hechos que hicieron famoso a Galileo Galilei, además de sus asombrosos
descubrimientos científicos, estuvo sin duda el célebre proceso que le siguió en Roma el
Santo Oficio de la Inquisición en 1633, con motivo de la publicación de su obra Diálogo
sobre los dos sistemas cósmicos más importantes o sea el tolemaico y el copernicano.
Menos conocida es, sin embargo, la participación que tuvo la diplomacia de su país de
origen, Toscana, en las vicisitudes de esa causa. En este texto se trata de recordar ese
aspecto del proceso de Galileo, y en especial las gestiones que a favor suyo efectuó
Francesco Niccolini, embajador del gran duque Fernando II de Médici ante la Santa Sede,
detalladas en sus informes a la Secretaría de Estado toscana.

Galileo Galilei

La Italia de los siglos XVI y XVII, el mundo en que vivió Galileo, distaba mucho de
ser una unidad, ya que políticamente se encontraba muy fragmentada. Además de los
llamados Estados Pontificios, que constituían la base territorial del poder temporal de los
papas, en la península itálica convivían, y no en demasiada armonía, múltiples soberanías.
El reino de Nápoles y el gran ducado de Milán tenían como titulares a los reyes de España,
que también poseían la isla de Cerdeña y ejercían enorme influencia en la península;
Génova, Luca, San Marino y Venecia eran repúblicas, Toscana era un gran ducado todavía
gobernado por los Médicis; Módena, Parma y Plasencia eran ducados, el primero
gobernado por la familia Este y los otros dos por los Farnesio, mientras que la casa de
Saboya gobernaban el ducado de ese nombre y el principado del Piamonte, y había además
otras comunidades más o menos autónomas que dependían de un modo u otro de algunas
de las anteriores o se manejaban con absoluta independencia. Este mosaico ha sido
gráficamente descrito como “la galaxia italiana” 1

Galileo, nacido en Pisa en 1564, era súbdito del Gran Ducado de Toscana,
gobernado desde fines del siglo XV por la familia de los Médicis, aunque no fue sino hasta
1569 que recibieron el título granducal. En la época de los hechos que nos ocupan, el gran
duque reinante era Fernando II, que había ascendido al trono en 1621, a la edad de diez
años, aunque las funciones de gobierno eran ejercidas por su madre, María Magdalena de
Austria, como regente. El sabio fue una figura respetada y apreciada en la corte toscana, y

1
MONTANELLI, Indro, y GERVASO, Roberto, La Italia del siglo XVII, Barcelona, Plaza & Janés, S. A., 1ª.
ed., 1971, p. 15.
2

al descubrir los satélites de Júpiter los denominó como “astros mediceos”, en homenaje a la
familia reinante. También dirigió a la abuela de Fernando II, la gran duquesa viuda Cristina
de Lorena, una famosa carta en la que reiteraba su criterio, expuesto antes en una famosa
epístola a Benedetto Castelli, en el sentido de que la Biblia no pretendía dar explicaciones
científicas ni debían invocarse pasajes de las sagradas escrituras para fundamentar
opiniones sobre temas de ciencia 2.

Parte de los problemas que enfrentó Galileo se debieron a su difícil carácter.


Apasionado de las ciencias, lo era también de sus propias conclusiones, era vanidoso y
reaccionaba con fiereza cuando alguien discrepaba de su criterio, en lo cual podía ser tan
prepotente como sus detractores. Por ejemplo, trató de “niñerías” las ideas de Kepler con
respecto a la influencia de la luna sobre las mareas, que eran contrarias a las suyas 3 (hoy
sabemos, por supuesto, que Kepler tenía razón), En sus escritos recurría no pocas veces al
sarcasmo e incluso a la injuria y obviamente eso no le cosechaba simpatías:

“Galileo sabía que era Galileo, y no soportaba que los otros lo ignorasen. Demostraba el
desprecio con facilidad y su polémica era destructiva. A quienes le contradecían, les
aplicaba sin reparo los calificativos de asno, cretino e incluso eunuco. Por lo tanto no hay
que extrañarse de que muchos lo encontrasen insoportablemente presuntuoso e insolente.”
4

Ya desde fines de 1615 Galileo se vio envuelto en dificultades con la Inquisición


romana, ante la cual fue acusado por haber defendido las ideas de Copérnico de que la
Tierra giraba alrededor del sol y no al revés. El sabio fue a Roma y el 16 de febrero de
1616, en presencia del comisario general del Santo Oficio, Michelangelo Seghizzi, y otros
funcionarios, recibió una severa amonestación del cardenal Roberto Belarmino, quien le
ordenó abandonar sus opiniones con respecto al movimiento de la Tierra. Galileo se mostró
conforme. Sin embargo, según otra minuta de la reunión, las cosas fueron mucho más allá y
se ordenó a Galileo no sostener, enseñar ni defender las ideas copernicanas, ni verbalmente
ni por escrito 5.

El Diálogo sobre los dos sistemas

En agosto de 1623 fue elegido como papa cardenal Maffeo Barberini, quien reinó
con el nombre de Urbano VIII. Era un hombre culto, que gustaba de la poesía, la música y
las artes, y que dio muestras de talento y responsabilidad en el gobierno de la Iglesia, pero

2
GALILEI, Galileo, Carta a Cristina de Lorena y otros textos sobre ciencia y religión, Madrid, Alianza
Editorial, S. A., 1ª. reimpr., 1994.
3
BERNARDES, José, Galileu Galilei à luz da História e da Astronomia, 1954, en
https://fdocumentos.tips/document/jose-bernard-s-j-1954-galileu-galilei-a-luz-da-historia-e-doc-
bernardjosegalileu.html
4
MONTANELLI Y GERVASO, 1971, p. 207.
5
LIVIO, Mario, Galileo and the science deniers, Nueva York, Simon & Schuster Paperbacks, 1ª. ed., 2020,,
pp. 230-232.
3

también fue muy criticado por su nepotismo y su vida suntuosa. 6. Había conocido a Galileo
muchos años antes de su ascenso al solio pontificio, e incluso había compuesto una oda en
que exaltaba sus descubrimientos astronómicos. Varios amigos de Galileo desempeñaron
con Urbano VIII importantes cargos en la corte pontificia, entre ellos el presbítero Giovanni
Battista Ciampoli, que habría de tener un importante papel en la publicación del Diálogo en
1632. Galileo se entusiasmó con el nuevo pontífice e incluso le dedicó su obra El
ensayador, que vio la luz a fines de 1623 7.

Galileo al parecer creyó que con Urbano VIII las cosas cambiarían y que sería
posible que la Iglesia adoptara una postura menos rígida con respecto al sistema
copernicano. Esto lo llevó a emprender la redacción de una nueva obra sobre el tema.
Consciente de que no podía limitarse a hacer una defensa de las ideas de Copérnico, que lo
habrían expuesto a una casi segura condena, decidió utilizar el recurso, muy en boga en la
literatura de entonces, de presentar sus ideas mediante conversaciones entre diversos
personajes ficticios. Así nació el
Diálogo sobre los dos sistemas cósmicos más importantes o sea el tolemaico y el
copernicano, en cuyas páginas se refieren las conversaciones entre Salviati, exponente del
sistema copernicano; su antagonista Simplicio, partidario del geocentrista sistema
tolemaico, y Sagredo, un tercero neutral que formula preguntas y ante el cual los otros dos
defienden sus respectivas creencias. En la obra no se llegaba a una conclusión definitiva, ni
se tomaba partido de modo explícito a favor de ninguno de los dos sistemas, pero incluso
con una lectura superficial se podía deducir que el autor era partidario de las ideas de
Copérnico. El burlón nombre de Simplicio dado al exponente de las ideas geocentristas era
un claro indicio del propósito de Galileo.

Ahora bien, para publicar cualquier libro, en Italia y en muchos otros países
europeos, tanto católicos como protestantes, era necesario en aquellos tiempos obtener
previamente la autorización de las autoridades eclesiásticas. Con fe en su propio prestigio y
al parecer pensando que no le sería demasiado difícil conseguir la licencia para la
publicación del Diálogo, Galileo llegó a Roma el 3 de mayo de 1630. Sus esperanzas se
habían visto fortalecidas debido a que uno de sus seguidores, el dominico genovés Niccolò
Riccardi, había sido nombrado como maestro del Sacro Palacio, alta dignidad pontificia
entre cuyas funciones estaba la censura de los textos, y también por el hecho de que el
presbítero Ciampoli, entonces muy cercano al papa, había manifestado que superaría
cualquier dificultad, si Galileo llegaba a Roma con su libro 8.

Fue entonces cuando entró en escena Francesco Niccolini, embajador toscano ante
la Santa Sede desde 1621, con el cual Galileo había trabado amistad desde una visita
anterior suya a Roma en 1624. Perteneciente a una familia prominente y allegada a los
6
Sobre Urbano VIII, V. CASTELLA, Gastón, Historia de los papas, Madrid, Espasa Calpe, S. A., 1ª. ed.,
1970, vol. II, pp. 92-101; SABA, Agustín, y CASTIGLIONI, Carlos, Historia de los papas, Barcelona,
Editorial Labor, 1ª. ed., 1948, vol. II, pp. 390-408.
7
LIVIO, 2020, pp. 150-151.
8
Ibid., p. 163.
4

Médicis -su padre fue también embajador de Toscana en la corte pontificia, Francesco,
caballero de la Orden de San Esteban, había ingresado muy joven en la diplomacia y se
había casado en 1618 con Caterina Riccardi, hija de un senador florentino. En 1629 había
recibido también el rango senatorial 9.

Consciente del favor de que gozaba Galileo en la corte de los Médicis, el


diplomático lo recibió como huésped de honor, y tanto él como su esposa lo trataron mucha
cordialidad. Sin duda su apoyo fue muy valioso para las gestiones de Galileo, porque dos
semanas después de su llegada, el papa Urbano VIII le concedió audiencia. En esta
entrevista, Galileo le expuso los principales elementos de la obra que pensaba publicar.

Urbano VIII estaba lejos de ser un adversario acérrimo de las ideas de Copérnico;
sin embargo, a su juicio el universo siempre estaría más allá de la comprensión humana y
por ello consideraba necesario tratar las ideas del clérigo polaco como meras hipótesis. Al
parecer, después de esta audiencia, Galileo consideró que el pontífice no objetaría la
publicación del Diálogo 10. Sin embargo, como indica Mario Livio en su reciente obra
Galileo y los negadores de la ciencia, Galileo no se percató de algunos hechos cruciales,
como el nivel del odio que le profesaban sus enemigos, la situación política tan delicada
que imperaba en esos momentos y el estado psicológico del papa:

“Urbano VIII, que era un genuino amante y mecenas de las artes, había gastado
dinero extravagantemente durante su pontificado, derroche culminado con el suntuoso
palacio Barberini… había financiado la construcción de varias fortificaciones y otras
obras militares, debilitando financieramente un papado ya percibido como nepotista y
consumido en deseos de placeres terrenales. Adicionalmente, la Guerra de los Treinta
Años había sido un azote por más de un decenio, sin que se avistara su fin, e incluso las
relaciones de Roma con Francia, país al que Urbano VIII por lo general apoyaba, se
habían visto un tanto resquebrajadas por las posiciones adoptadas por el influyente
cardinal francés Armand Jean du Plessis Richelieu. Todos estos problemas habían
convertido a Urbano VIII en un hombre malhumorado, caprichoso y suspicaz, que exigía
obediencia absoluta en todos los frentes y de todos los que le rodeaban.” 11

Después de leer el manuscrito, el maestro del Sacro Palacio Riccardi se dio perfecta
cuenta de que el Diálogo constituía una clara defensa de las ideas de Copérnico, por lo cual
sugirió que, además de algunos cambios en el texto, se agregaran a la obra una introducción
y un capítulo final en los que se hiciera énfasis en el carácter puramente hipotético del
sistema copernicano. Basado en lo que se le dijo, y sin haber leído la obra, Urbano VIII
externó su aquiescencia de modo general. El 26 de julio, Galileo salió de Roma, después de
9
Sobre Niccolini, V. PASSERINI, Luigi, Genealogia e storia della famiiglia Niccolini, Florencia, M. Cellini
e C., 1ª. ed., 1870, pp. 61-63.; ZAGLI, Andrea “Francesco Niccolini”, Dizionario biografico degli italiani, en
https://www.treccani.it/enciclopedia/francesco-niccolini_(Dizionario-Biografico)/
10
LIVIO, 2020, p. 163.
11
Ibid., pp. 163-164. Sobre la Guerra de los Treinta Años, V. PARKER, Geoffrey, The Thirty Years War,
Nueva York, Barnes & Nobles, 2ª. ed., 1987.
5

despedirse en términos muy cordiales del Santo Padre y de su poderoso sobrino el cardenal
Francesco Barberini 12.

Sin embargo, la obtención de la aprobación eclesiástica para la publicación no


resultó nada fácil. Galileo debía enviar el manuscrito completo de su obra al maestro del
Sacro Palacio, pero debido a la peste que afligía a Italia las fronteras entre los estados
estaban prácticamente cerradas y el envío con seguridad de un paquete tan precioso
resultaba poco menos que imposible. Galileo ofreció enviar la introducción y la conclusión
de su libro a Roma, para que los censores las modificaran como lo estimaran oportuno, y
que estaba dispuesto a referirse a las ideas de Copérnico mencionadas en la obra como
meras quimeras, paralogismos, sueños y fantasías, y propuso que Riccardi encargara la
revisión final a alguien en Florencia. Al mismo tiempo, el sabio Galileo escribió al
embajador toscano y a su esposa, para pedirles que trataran de convencer a Riccardi de
aceptar esta propuesta. Caterina Niccolini fue la que logró vencer la resistencia del maestro
del Sacro Palacio, quien aceptó finalmente revisar solo la introducción y la conclusión del
libro, con la condición de que todo el texto fuera revisado antes de su publicación por
alguna persona competente en Florencia, y por un teólogo facultado por las autoridades
eclesiásticas 13. Así se hizo, pero todavía hubo largas demoras, en mucho originadas por las
vacilaciones y dudas de Riccardi, y no fue sino hasta abril de 1632 que pudo imprimirse en
Florencia la obra de Galileo.

La obra fue entusiastamente recibida por los admiradores de Galileo, que no eran
pocos, pero casi enseguida surgieron las dificultades. Para empezar, el presbítero Giovanni
Battista Ciampoli, uno de los que habían recomendado la publicación del Diálogo, cayó en
desgracia con Urbano VIIII, por su cercanía al cardenal Gaspare Borgia, filoespañol y
opuesto a la política profrancesa del pontífice, así como por haber criticado en una carta el
estilo del papa 14. Pero además, algunos de los enemigos del científico le manifestaron a
Urbano VIII que el contenido del Diálogo no respondía a lo que se le había dicho, y que
incluso la figura de Simplicio, el defensor del sistema tolemaico, era una caricaturización
del propio pontífice. Esto último era una falsedad, pero pronto empezaron a imponerse
restricciones a la distribución del libro. Galileo se dirigió al gran duque de Toscana y al
embajador Niccolini para que protestaran por tales medidas, considerando que la una obra
que ya había obtenido todas las licencias necesarias 15.

Preocupaciones de un diplomático

Se conservan más de treinta cartas que entre 1632 y 1633 el embajador Niccolini
escribió a Andrea di Giovanni Battista Cioli, primer secretario de Estado del gran duque
12
Ibid., pp. 149 y 164-165.
13
GEBLER, Karl von, Galileo and the Roman Curia, Londres, C, Kegan Paul & Co., 1ª. ed., 1879, pp. 139-
140.
14
Sobre Ciampoli, V. DE FERRARI, Augusto, Dizionario biografico degli italiani, en
https://www.treccani.it/enciclopedia/giovanni-battista-ciampoli_(Dizionario-Biografico)
15
LIVIO, 2020, pp- 175-176.
6

Fernando II de Toscana, con respecto a Galileo. Al principio, esta correspondencia se


centró en el tema de las restricciones impuestas al Diálogo; pero pronto la situación
evolucionó hasta culminar en una acusación contra su autor.

El primero de estos despachos de Niccolini a Cioli, escrito en Roma el 16 de agosto


de 1632, demostraba ya la preocupación del diplomático por las intrigas contra el sabio:

“No he podido por ahora ver al maestro del sacro palacio por cuenta del interés
del señor Galileo, pero como oigo que se hace una congregación de personas versadas en
esta materia ante el señor cardenal Barberini, todas poco afectas al señor Galileo, he
resuelto hablarle al respecto en la primera ocasión a Su Eminencia misma. Y porque
también se trata de hacer venir de Pisa a un matemático llamado el señor Chiaramonte al
parecer poco amigo de las opiniones del señor Galileo, será necesario que Su Alteza haga
que se le hable, para que trate aquí con la verdad, y no con las opiniones de su cerebro.” 16

El 22 de agosto, Niccolini escribió a Cioli para decirle que no había dejado de hacer
gestiones con respecto al libro de Galileo, según las instrucciones que había recibido al
respecto, pero aunque había hablado sobre el asunto al cardenal Francesco Barberini, quien
además de su parentesco con el papa era miembro de la Congregación de la Inquisición, no
había recibido de él ninguna respuesta concreta, fuera de que hablaría con el pontífice. Sin
embargo, la actitud del cardenal daba esperanzas, porque en la conversación con el
embajador se había referido a Galileo como “un amigo de Su Santidad, de quien es amado
y estimado” 17.

El 4 de setiembre, el embajador pudo hablar personalmente con el papa sobre el


caso de Galileo, pero el resultado de la entrevista fue descorazonador y dejó claro que
Urbano VIII se había tomado el asunto en forma casi personal. Para peores, el embajador,
en defensa de Galileo, se refirió a hecho de que el libro había sido publicado con previa
licencia eclesiástica, sin tomar en cuenta que el presbítero Ciampoli, uno de los que habían
recomendado la obra al papa, ya no gozaba del favor de este 18. El 5 de setiembre, sin duda
muy preocupado, el embajador refirió a Cioli que:

"… Su Santidad estalló en gran cólera, y de repente me dijo que también mi Galilei se
había atrevido a entrar donde no debía, y en los asuntos más graves y peligrosos que se
podían plantear en estos tiempos. Le repliqué que el señor Galilei no había impreso [el
libro] sin la aprobación de sus funcionarios, y que yo mismo había obtenido y enviado los
proemios para este fin. Me respondió con la misma incandescencia que él [Galileo] y
Ciampoli lo habían engañado, y que Ciampoli en particular se había atrevido a decirle
que el señor Galilei quería hacer todo lo que Su Santidad mandaba, y que todo estaba
16
GALILEI, Galileo, Memorie e lettere inedite finora o disperse di Galileo Galilei. Parte seconda, Modena,
G. Vincenzi e Comp.,1ª. ed., 1821, p. 146.
17
Ibid.
18
Sobre Ciampoli, V. DE FERRARI, Augusto, Dizionario biografico degli italiani, en
https://www.treccani.it/enciclopedia/giovanni-battista-ciampoli_(Dizionario-Biografico)
7

bien, y que esto era todo lo que se había sabido, sin haber visto ni leído nunca la obra…”
19

Estas y otras airadas manifestaciones del papa hicieron concluir a Niccolini, según
la misma carta, que Urbano VIII se hallaba muy mal dispuesto hacia Galileo, y que era
mejor no tratar el asunto con él, sino con los funcionarios y con el cardenal Barberini, antes
que con el papa 20.

Ya se encontraba en manos del embajador una nota de Cioli para el padre Riccardi,
maestro del Sacro Palacio, en defensa de Galileo, y aunque Niccolini consideró que la nota
era contraproducente y podía contribuir a exasperar al papa, cumplió con las instrucciones y
la entregó. Según el relato que Niccolini hizo a Cioli en despacho del 11 de setiembre, la
entrevista con el maestro del Sacro Colegio fue bastante cordial. El alto dignatario
recomendó que para la conveniencia del propio Galileo se llevara el asunto con calma y sin
estrépito. Sin embargo, también mencionó una circunstancia preocupante, que al parecer
nadie había tenido en cuenta, y era que al concluir la investigación de 1616 se le había
prohibido a Galileo, en nombre del Papa y del Santo Oficio, defender la opinión favorable
al sistema copernicano 21. El asunto era en realidad muy grave, porque entonces el tema ya
no era si el Diálogo contenía pasajes heterodoxos, que podían corregirse, sino si Galileo
había violado un mandato expreso de las autoridades eclesiásticas. Riccardi no las debía
tener todas consigo ante la ira papal, porque al fin y al cabo el Diálogo se había publicado
con su autorización; pero siempre podía alegar que Galileo no le había advertido nada con
respecto a la prohibición de 1616.

Pronto Niccolini tuvo que comunicar a Florencia noticias aún más desagradables. El
15 de setiembre, el embajador recibió la visita de Pietro Bonessi, uno de los secretarios de
Urbano VIII, quien le informó que si bien, por deferencia hacia el gran duque de Toscana,
el asunto del libro había sido sometido a una comisión papal y no directamente a la
Inquisición, ahora se consideraba que esta última no podía dejar de examinar el tema. El
embajador le expresó a Bonessi su extrañeza de que se procediera así con una obra que
había obtenido la licencia eclesiástica para ser publicada, y después de algunos
razonamientos más, le indicó que trasmitiría la decisión del papa al gran duque, a pesar del
disgusto que esto le causaría 22.

El 18 de setiembre, el embajador se entrevistó de nuevo con Urbano VIII, para


intentar que la Inquisición no interviniera en el asunto. La gestión no dio resultado alguno:
aunque el papa manifestó que consideraba a Galileo como su amigo, seguía mal dispuesto
hacia él y también se refirió a la prohibición de 1616. Niccolini le expresó que no podía
creer que Galileo pudiera disentir de verdaderos dogmas católicos en parte alguna, pero que

19
Ibid., pp. 146-147.
20
Ibid., p. 147.
21
Ibid., p. 150.
22
Ibid., pp. 151-152.
8

todos en el mundo tenían envidiosos y malquerientes, lo cual hizo exclamar airadamente a


Urbano VIII, “¡Basta, basta!” 23.

Para un diplomático de cualquier época, el que el jefe de Estado del país donde está
acreditado lo interrumpa diciéndole “¡Basta!” es como si el suelo se hundiera bajo sus pies,
así que cabe imaginar lo que pudo sentir Niccolini cuando oyó decir eso a Urbano VIII, que
además era la cabeza de la Iglesia. Para que se tenga una idea de cuánto era el interés del
embajador en ayudar a Galileo, cabe indicar que, inmediatamente después de la irritada
expresión del papa, todavía se atrevió a insistirle en defensa del sabio y su libro, pero por
supuesto que no logró nada 24.

Galileo recibió la orden de presentarse en Roma para comparecer ante el comisario


general del Santo Oficio. Consciente del peligro que enfrentaba, el 18 de octubre le envió al
embajador Niccolini una carta para uno de los cardenales Barberini, en la que solicitaba que
se le permitiera responder los cargos desde Florencia o comparecer ante la Inquisición
florentina 25. El diplomático dudó en cuanto a la entrega de la carta, por considerar que
podía hacer más daño que provecho, y así lo hizo saber a Cioli en un despacho del 24 de
octubre 26; pero finalmente la entregó a su destinatario.

Los inquisidores querían que Galileo se presentara en Roma cuanto antes. A inicios
de noviembre, el embajador se dirigió a varios altos personeros del Santo Oficio para
manifestar el riesgo que el viaje conllevaba a para Galileo debido a su edad y su
quebrantada salud, y al no obtener respuesta, el 13 de noviembre planteó el asunto al propio
Urbano VIII. El pontífice se mostró inexorable, diciendo que le era necesario examinar él
mismo a Galileo, y que este podía hacer el viaje lentamente, en una litera y con toda
comodidad; además volvió a externar amargas quejas contra el presbítero Ciampoli.
Niccolini también trató el tema con el cardenal Antonio Barberini, sin resultado alguno 27.

La epidemia continuaba asolando Italia 28, y tanto esta peste como los rigores del
clima -el siglo XVII fue tremendamente frío, al punto que se hablado de una pequeña edad
de hielo 29- eran auténticos motivos para tratar de evitar el viaje del anciano científico. El 11
de diciembre, después de haber recibido una carta de Galileo en la que le reiteraba sus
dificultades para el viaje a Roma, Niccolini efectuó nuevas diligencias para tratar al menos
de obtener una prórroga, pero al no obtener ningún resultado favorable, escribió al
secretario de Estado Cioli que lo mejor era que el sabio emprendiera el viaje, como muestra
de obediencia, lo cual le sería tomado en cuenta por los inquisidores. Indicó además que
23
Ibid., p. 152-153.
24
Ibid.
25
V. CUADRADO, Sara, Galileo, Madrid, M. E. Editores, S. L., 1ª. ed., 1997, pp. 145-146; LIVIO, p. 179
26
GALILEI, 1821, pp. 153-154.
27
Ibid., pp. 154-155
28
LLUBERE, Rafael Ángel, Galileo Galilei en sus 400 años, San José, Ediciones Academia de Matemáticas,
1ª. ed, 1965, pp. 89-91.
29
PARKER, Geoffrey, El siglo maldito. Clima, guerra y catástrofes en el siglo XVII, Barcelona, Editorial
Planeta, S. A., 1ª. ed., 2017, pp. 41-77.
9

Galileo podría detenerse al menos unos veinte días en Siena, debido a las medidas de
cuarentena que imperaban debido a una peste. Ofreció gustosamente su casa para recibirlo,
pero no dejó de expresar que la decisión al respecto dependería del Santo Oficio 30. En otro
despacho fechado el 26 de diciembre, el diplomático reiteró a Cioli la necesidad de que
Galileo se pusiera en camino. El atribulado científico intentó demorar su partida de
Florencia, remitiendo a Niccolini certificaciones médicas sobre su mal estado de salud, para
que las presentara al Santo Oficio. Así lo hizo el diplomático, pero monseñor Boccadella,
asesor de la Inquisición, le manifestó confidencialmente que se hacía poco caso de ese tipo
de certificaciones, y así lo informó Niccolini a Florencia en un despacho del 15 de enero de
1633 31.

A pesar de la buena voluntad y la diligencia de Francesco Niccolini a favor del


sabio en desgracia, Fernando II de Toscana no quiso intervenir personalmente ante el Santo
Padre, sino que se sometió a la autoridad pontificia “sin gastar una palabra en defensa de
Galileo” 32 e hizo indicar a este, el 11 de enero, que debía partir. Lo más que pudo ofrecerle
fue ayuda para los preparativos del viaje y su alojamiento en Roma en casa del embajador
33
. En una obra reciente sobre su familia, un descendiente de los Medici reconoce que el
gran duque, “pudiendo protegerlo, abandonó a Galileo Galilei a su suerte” 34. A lo más
que llegó Fernando II, en marzo de 1633, fue a escribir a algunos cardenales del Santo
Oficio recomendando al sabio.

Francesco Niccolini y el proceso contra Galileo

Después de un fatigoso viaje, Galileo llegó a Roma el 13 de febrero de 1633 y fue


recibido en la residencia del embajador Niccolini. al día siguiente comenzó a efectuar una
serie de visitas a personajes que podrían favorecer su causa. Por su parte, el diplomático
informó a Florencia que procuraría reunirse con el cardenal Barberini, a fin de que se
permitiera a Galileo permanecer en su casa, sin ser conducido al Santo Oficio 35. El 16 de
febrero, además de manifestar al secretario de Estado que seguía sirviendo a Galileo por
todos los medios posibles, le comunicó que en efecto había logrado hablar con Barberini,
quien de momento había recomendado que el científico se mantuviera en la residencia
diplomática, sin recibir visitas 36. El 19 de febrero, Niccolini comunicó a Cioli que el
comisario de la Inquisición había hecho saber a Galileo lo dispuesto por Barberini, y que
uno de los consultores del Santo Oficio había venido a la residencia a hablar con el sabio.
En este despacho, el diplomático también hizo saber a su superior que estaba tratando de

30
GALILEI, 1821, pp. 155-156.
31
Ibid., pp. 156-157.
32
CESATI, 1999, 119.
33
CHASLES, Philarȇte, Galileo Galilei. Sa vie, son procès et ses contemporaines, París, Poulet-Malassis,
Libraire-Étideur, 1ª. ed, 1862, p. 166; LIVIO, 2020, p. 180.
34
MEDICI, Lorenzo de, Los Médicis. Nuestra historia, Barcelona, Ediciones B. S. A., 1ª. ed., 2008, p. 186.
35
GALILEI, 1821, p. 1821, p. 157.
36
Ibid.
10

dar ánimos al anciano y recomendándole obedecer y someterse a lo que le fuera ordenado


37
.

En los días siguientes, Niccolini continuó haciendo gestiones ante los personeros del
Santo Oficio en favor de Galileo, poniendo de relieve su presteza en obedecer, su deseo de
dar satisfacciones y la consideración que merecía en razón de su edad y de sus
indisposiciones. De la causa propiamente dicha no se sabía nada, debido al secreto con que
la Inquisición conducía esos procesos 38.

El 27 de febrero, el embajador informó a Florencia que había dado parte al papa de


la llegada de Galileo y de que podía estar seguro de su devotísima observancia y reverencia
hacia las cosas eclesiásticas. Urbano VIII respondió que por consideración al gran duque de
Toscana y en atención a que Galileo era servidor suyo, se le había concedido el privilegio
de permanecer en la residencia diplomática. Niccolini le pidió entonces que se despachara
de modo expedito la causa, para que Galileo pudiera regresar a su patria, pero el pontífice
manifestó que todavía se estaba en la fase de instrucción. Reiteró sus objeciones a lo
expuesto por Galileo en su obra y que el sabio había violado la prohibición impuesta en
1616 y, demostrando el invariable resentimiento que sentía contra el desventurado
Ciampoli, calificó lo ocurrido de “ciampolata” 39.

Después de hablar con el papa, el diplomático también habló con el cardenal


Barberini para pedirle que protegiera a Galileo, y aunque el prelado le expresó que le tenía
afecto al sabio y lo consideraba un hombre singular, no dejó de externar inquietud en torno
a las cuestiones en discusión 40.

En la mañana del 13 de marzo, el embajador fue nuevamente recibido por el papa, a


quien le transmitió el agradecimiento del gran duque de Toscana por el trato especial dado
a Galileo en cuanto a permitirle permanecer en la residencia diplomática, pero Urbano VIII,
además de entrar en algunas consideraciones teológicas, le hizo saber que para el proceso
no se podría excusar la comparecencia de Galileo a la sede del Santo Oficio, aunque se le
darían las mejores estancias. Niccolini salió de la audiencia un tanto descorazonado y
prefirió no informar todavía a Galileo de su eventual traslado a la sede de la Inquisición,
para no darle un disgusto y no generarle inquietudes hasta cuando fuera llamado 41.

El 19 de marzo, enterado de que el gran duque Fernando había escrito a dos de los
nueve cardenales del Santo Oficio a favor de Galileo, Niccolini se dirigió al secretario de
Estado para sugerir que se hiciera lo mismo con respecto a los demás cardenales de la

37
Ibid., p. 158.
38
Ibid., pp. 158-159.
39
Ibid., pp- 159-160.
40
Ibid., p. 160.
41
Ibid., pp. 160-161.
11

Congregación, entre los cuales estaban Barberini y Gaspare Borgia 42. Su recomendación
fue acogida por el monarca toscano.

El 7 de abril, el cardenal Barberini hizo llamar a Niccolini para comunicarle


personalmente que Galileo debía trasladarse a la sede de la Inquisición, para el inicio de las
comparecencias. El diplomático hizo vehementes instancias para que por lo menos se le
permitiera al científico regresar cada día a pasar la noche en la embajada, en atención a sus
dolencias artríticas, que lo hacían sufrir mucho, pero el prelado descartó tal posibilidad. Sin
embargo, ofreció que Galileo tendría todas las comodidades deseables, que no sería
considerado como prisionero ni mantenido en secreto, sino provisto de buenas estancias y
quizá incluso abiertas 43. El 9 de abril, Niccolini trató el asunto con el propio papa, sin
lograr nada 44. En esa misma fecha dirigió un despacho a Cioli en el cual, además de hacer
de su conocimiento lo que sucedía y de anunciarle que haría gestiones con los demás
cardenales para tratar de que el proceso fuera expedito, le expresó su gran preocupación por
lo afligido que se encontraba Galileo, al punto de temerse por su vida. No dejó de expresar
a su superior que el anciano sabio “merece todo bien, y toda esta casa, que lo ama
profundamente, siente al respecto una pena indecible” 45.

El proceso contra Galileo se inició el 12 de abril. Niccolini pudo escribir a Cioli, el


19 de abril, que Galileo había sido recibido y tratado con la mayor consideración, muy al
contrario de lo que solía ocurrir con los acusados por la Inquisición, y que no solo se le
había dado una habitación entre las de los funcionarios del Santo Oficio, sino que se le
permitía tener su propio criado y andar libremente por el edificio y su patio interno, así
como recibir los alimentos que dos veces al día le llevaban los servidores del embajador. A
pesar de todo esto, Galileo estaba muy decaído de ánimo. Niccolini no pudo saber nada
sobre la marcha del proceso, lo cual le hacía suponer que a los participantes se les había
impuesto sigilo absoluto bajo pena de excomunión 46.

El 23 de abril, Niccolini le escribió a Cioli en un tono más optimista, para


informarle que se carteaba diariamente con Galileo y que este se encontraba de mejor
ánimo. El proceso, en opinión del diplomático, terminaría en pocos días 47. No ocurrió así,
pero el 30 de abril se permitió el regreso del sabio a la casa del embajador 48.

El 4 de mayo, el secretario de Estado Cioli remitió una nota a Niccolini, en la que le


recordaba que al disponerse el alojamiento de Galileo en la residencia diplomática, el
tiempo previsto por el gobierno toscano había sido de un mes, y añadía que una vez

42
Ibid., pp. 161-162.
43
Ibid., p. 162.
44
Ibid., p. 162.
45
Ibid., pp. 162-163.
46
Ibid., pp. 162-163.
47
Ibid., p. 164.
48
Ibid-,
12

concluido ese término, los gastos debían correr por cuenta del sabio. Sin duda muy
indignado ante la mezquindad de su superior, Niccolini respondió noblemente:

"No voy a hablar de este tema a Galileo mientras sea mi huésped; prefiero cargar
con los gastos yo mismo, que sólo son de catorce o quince escudos al mes, todo incluido;
de modo que si Galileo se quedara aquí todo el verano, es decir, seis meses, el gasto para
él y su sirviente ascendería a unos noventa o cien escudos.” 49

Pasaron varias semanas, y el 22 de mayo Niccolini informó al secretario de Estado


que tanto el papa como el cardenal Barberini le habían asegurado que la causa se terminaría
en ocho días. En el mismo despacho, el diplomático indicaba que el cargo formulado a
Galileo se centraba en su supuesta violación de la prohibición que le había sido impuesta en
1616 y que posiblemente se le impondría una penitencia 50.

Con el fin de mitigar un tanto el arresto domiciliario de Galileo, Niccolini hizo


gestiones ante el Santo Oficio para que se le permitiera salir de su casa, tomar un poco de
aire y caminar, y el 29 de mayo pudo informar a Cioli que había obtenido una respuesta
afirmativa 51.

Como pasara el tiempo y no se supiera del avance del proceso, el embajador toscano
hizo una nueva gestión ante el papa. Urbano VIII le respondió que en pocos días se llamaría
a Galileo a escuchar la decisión o la sentencia. Al oír esto, Niccolini le suplicó que en
gracia al gran duque Fernando se sirviera mitigar el rigor que pudiera haber parecido
necesario usar en la causa. Después de unas frases de cortesía, el pontífice le expresó que
no se podría menos que prohibir las opiniones de Galileo, por ser erróneas y contrarias a las
sagradas escrituras, y que el científico debería permanecer en prisión en Roma durante
algún tiempo, por haber desobedecido la orden recibida en 1616. Sin duda horrorizado,
Niccolini le suplicó que usara de su acostumbrada piedad en consideración a la edad y
sinceridad de Galileo. El papa replicó que creía que sería confinado en algún convento y
que aunque no sabía lo que decidiría la Congregación, esta se inclinaba por imponerle una
penitencia. Según informó a Cioli en despacho del 18 de junio, el embajador, después de
esta entrevista, solo informó a Galileo del inminente fin de la causa y de la prohibición de
su libro, pero se abstuvo de comentarle lo de la pena personal y la penitencia 52.

El 21 de junio Galileo tuvo que presentarse en la sede del Santo Oficio, y al día
siguiente se le condujo al convento dominico de Santa María sopra Minerva, donde en
presencia de cardenales y otros dignatarios del Santo Oficio, le fue leída la sentencia y hubo
de realizar una abjuración pública de sus opiniones. La sentencia contenía la prohibición de
su libro y su condenación a prisión en las cárceles de la Inquisición, por haber violado la

49
GEBLER, 1879, p. 218.
50
GALILEI, 1821, p. 165.
51
Ibid., pp. 165-166.
52
Ibid., pp. 166-167.
13

orden de 1616; sin embargo, esta pena fue conmutada por Urbano VIII en la de
confinamiento en los jardines de la Trinidad de Monti, a donde lo llevó el embajador
Niccolini el 24 de junio El sabio se hallaba anímicamente destrozado, al extremo de que no
parecía importarle que el Diálogo hubiera sido prohibido 53.

Esa misma semana, y a pesar del profundo desaliento que sin duda también él
sentía, Niccolini empezó a hacer gestiones para que se suavizara la pena impuesta a Galileo
y que para su confinamiento se optara por la residencia del arzobispo de Siena, Ascanio II
Piccolomini, o un convento sienés, a fin de que una vez superada la sospecha del contagio
de la peste pudiera trasladarse a Florencia y se le diese la ciudad por cárcel 54. A instancias
del cardenal Barberini, el diplomático formuló una súplica en tal sentido al Santo Oficio el
30 de junio, y en la mañana del 2 de julio, también por sugerencia de Barberini, formuló
idéntica solicitud al papa. Este manifestó que le parecía demasiado pronto como para
disminuir la pena impuesta y tampoco aprobó la idea de que Galileo tuviera como cárcel la
ciudad de Florencia, pero que en consideración al gran duque de Toscana permitiría que el
sabio se trasladara a algún convento de Siena. Niccolini le sugirió entonces que se le
confinara en el palacio del arzobispo Piccolomini. El papa estuvo de acuerdo e incluso
añadió que dentro de cierto tiempo pensaba permitir a Galileo que se trasladara a la cartuja
de Florencia. En un despacho a Cioli, fechado el 3 de julio, el embajador expresó su
esperanza de que Dios quisiera que todavía se estuviera a tiempo para esto, porque le
parecía que Galileo se encontraba muy decaído, trabajado y afligido. Le anunció también al
secretario de Estado que creía que Galileo quería trasladarse a Siena en dos o tres días: 55.

El 10 de julio, el embajador comunicó a Florencia la partida de Galileo de Roma:

“En la mañana del miércoles pasado [7 de julio], el señor Galileo salió de aquí para Siena
en perfecta salud; de Viterbo me escribió que por el clima fresco había hecho cuatro
millas a pie.” 56

Galileo fue cálidamente recibido en Siena. El arzobispo Piccolomini, que lo había


conocido en Florencia, era un joven educado y lleno de interés por las ciencias y lo
admiraba profundamente. En su residencia emprendió Galileo la redacción de su última
obra, los Discursos, que versaba sobre física mecánica. En diciembre de 1633, el papa le
permitió volver a su casa en Arcetri, donde murió el 8 de enero de 1642, a la edad de 77
años Pidió ser enterrado en la basílica de la Santa Cruz, en Florencia, y Fernando II pensó
en erigirle una tumba monumental dentro de ese templo, pero Urbano VIII no lo permitió
57
. No fue sino hasta 1737, en vísperas del final de la dinastía Médici, cuando se pudo

53
Ibid., p. 167.
54
Ibid.
55
Ibid., p. 468
56
CHASLES, 1862, pp. 230-231.
57
LIVIO, 2020, pp. 211
14

realizar el propósito de Fernando II y se construyó el grandioso monumento funerario


donde todavía reposan sus restos 58.

¿Y el embajador?

A la muerte de Galileo, Francesco Niccolini todavía se encontraba al frente de la


embajada toscana ante la Santa Sede. El 15 de setiembre de 1643, el gran duque Fernando
II le concedió el título de marqués de Campiglia, en consideración a los prolongados
servicios prestados por él y sus antepasados a la familia reinante. Concluyó sus funciones
diplomáticas en junio de 1644, después de 23 años en Roma, y cuando ya estaba próxima la
muerte de Urbano VIII, quien falleció el 29 de julio. De regreso en Florencia, fue bien
recibido en la corte y se le nombró como gentilhombre de cámara de Fernando II y maestro
de cámara de su esposa la gran duquesa Victoria En 1647 fue elegido como gran canciller
de la Orden de San Esteban por el consejo capitular reunido en Pisa 59.

Murió en Florencia el 25 de julio de 1650, a la edad de 65 años, y fue sepultado en


la capilla de su familia en la basílica de la Santa Cruz, el mismo templo donde se
encuentran los restos de Galileo Galilei 60.

Algunos historiadores italianos del siglo XIX, de orientaciones liberales y


anticlericales, juzgaron con severidad la actuación diplomática de Francesco Niccolini. Por
ejemplo, Giovanni Andrea Scartazzini, autor de una obra sobre el proceso de Galileo,
calificó al embajador de “mentiroso” por algunas supuestas discrepancias de fechas de
hechos mencionados en sus informes a Toscana y hasta afirmó que estos no respondían a la
verdad. Indignado, el estudioso alemán Karl von Gebler se refirió así a las afirmaciones de
Scartazzini:

“Entonces Niccolini, el amigo más noble, más devoto e infatigable de Galileo, que estuvo a
su lado en todas las dificultades, y ciertamente hizo por él en Roma más de lo que se le
había ordenado desde Florencia, y quizá más de lo que se aprobó, -esta figura histórica,
digna de nuestra mayor reverencia, - ¡fue un mentiroso! Afortunadamente, el odio de la
acusación permanece con el Dr. Scartazzini solo; en los anales de la historia, el nombre de
Niccolini se mantiene inmaculado, y todo italiano, todo hombre culto, pensará con gratitud
en el hombre que se puso al lado de Galileo Galilei en el momento de su mayor peligro.
¡Sea honrada siempre su memoria!” 61

Otros autores acusaron a Niccolini de fanatismo religioso y de ciega deferencia


hacia los eclesiásticos. Con respecto a su intervención en el caso de Galileo, Luigi

58
CESATI, Franco, I Medici. Storia di una dinastía europea, Florencia, Mandragora S. R. L., 1ª. ed., 1999, p.
119.
59
PASSERINI, 1870, pp. 62-63.
60
Ibid., p. 63.
61
GEBLER, 1879, pp.261-262.
15

Passerini, autor de una Genealogía e historia de la familia Niccolini publicada en 1870,


escribió que el diplomático

“… no supo impedir que el sublime anciano, enfermo de cuerpo y alma, fuera llevado a
Roma en el corazón del invierno, como trofeo de la ignorancia y la malignidad… se limitó
a interceder por clemencia y a pedir prórrogas, sin hablar nunca de la inocencia del
desdichado y de la iniquidad de sus enemigos, sin tener el coraje de alzar la voz para que
no se tocaran las venerables canas.” 62

Creemos que esta virulenta crítica es por demás injusta. Niccolini era ante todo
diplomático, representante de su soberano y su país, y debía ajustarse a la política que le
fuera trazada por ellos. No le correspondía asumir la defensa de las tesis de Galileo ni
enzarzarse en disputas teológicas con el papa o los inquisidores, y tampoco puede exigírsele
que estuviera de acuerdo con las ideas planteadas por el sabio. Sin embargo, de su
correspondencia se desprende que hizo cuanto pudo por Galileo, aunque eso provocara a
veces la cólera del papa; sus gestiones a favor del sabio fueron continuas e insistentes, y si
no siempre dieron los resultados anhelados, no fue ciertamente por falta de voluntad de su
parte. Aunque no estuviera en su mano evitar la condena, aun después de pronunciada la
sentencia de Galileo procuró obtener clemencia para él y logró y logró que se le permitiera
trasladarse a Siena y después a Florencia, lo cual fue realmente un triunfo dada la actitud de
resentimiento hasta entonces mantenida por Urbano VIII y el rechazo de este por las ideas
del sabio.

Pero hay algo más, que merece que su nombre sea recordado con respeto y afecto:
Niccolini, que pudo haber asumido ante Galileo una actitud fría y distante, para no
comprometer su posición ante la corte pontificia, trató al anciano científico con exquisita
cortesía y auténtico calor humano, y puso de manifiesto una y otra vez una sincera y
emotiva preocupación por su salud y su estado de ánimo. Dio con ello un encomiable
ejemplo de que la función diplomática y sus deberes no son incompatibles con la bondad y
la solidaridad.

Cartago, abril de 2021.

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