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Francisco
de Asís
Le pusieron por
nombre Juan;
pero comenzaron
a llamarle
Francisco porque,
cuando nació, su
padre andaba por
Francia.
Oración ante el Cristo de San Damián
Oh alto y glorioso Dios,
Ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento Señor,
para que cumpla tu santo y veraz
mandamiento. Así sea
En su juventud no
le interesaban los
negocios ni los
estudios. Pero
tampoco era de
malas costumbres.
Su vida cambió
cuando un día,
aun sintiendo una
gran repulsa, bajó
del caballo y besó
a un leproso.
Después iba por lugares Y Cristo le
apartados llorando sus
pecados, hasta que hizo
respondió:
como su centro de oración “Francisco, ve y
la capilla de san
Damián, que es-
restaura
taba en ruinas. mi Iglesia que,
Un día entró Francisco como ves, está
a orar y, ante la imagen
de Cristo Crucificado, en ruinas”.
preguntó: “Entonces,
Francisco lo entendió
Señor, ¿qué quieres de
mi?” de forma material.
No podían
aceptar dinero.
Servían a los
leprosos y
obedecían al
obispo.
Cuando los “hermanos” fueron doce, Francisco redactó
una regla, que prácticamente se componía de consejos
evangélicos.
para que
más
libremente
pudieran
predicar.
Así pues, ahora con mayor alegría y entusiasmo
predicaban la palabra de Dios.
En 1216, mientras rezaba
Francisco en la Porciúncula,
tuvo una visión de Jesús
con su madre. Francisco
pidió la gracia de la sanción
de los pecados para todo el
que visitase esa Iglesia.
Pero al ver la
reacción de
extrañeza de los
cardenales, el papa
Honorio III añadió
que solamente era
para un día: el 2 de
agosto.
San Francisco sufrió mucho al ver en Oriente las
malas costumbres de los soldados de las
cruzadas. Y, como quería morir mártir, buscando
predicar a los sarracenos, fue a ver al sultán de
Egipto.
Estaban enfrentados los
ejércitos del sultán con
los cristianos. Era una
gran temeridad querer
pasar de una parte a la
otra. Pero Francisco con
el hermano Iluminado
fue, le apresaron, le
maltrataron y le llevaron
ante el Sultán.
San Francisco le dijo al sultán: “No son los hombres
quienes me han enviado, sino Dios todopoderoso. Vengo
para enseñaros el camino de la salvación…”
Llamó a la gente,
hizo una cueva, le
trajeron una mula y
un buey, y sintió con
mucho amor la
presencia viva del
Niño de Belén.
Estaba dudoso san
Francisco si sólo debía
dedicarse a la oración o
también a la predicación.
Y consultó a santa Clara
y a fray Silvestre, que era
sacerdote. Los dos le
aconsejaron predicar. No
teniendo entonces gente,
se puso a predicar a las
aves que le atendían y
obedecían.
En 1224 se retiró san Francisco a una pequeña cabaña
del monte Alberna. Sólo le acompañó el hermano León.
Como estaba muy débil, un campesino le prestó su
jumento.
Y pidió que le
leyeran la
pasión según
san Juan.
“Cumplidos en Francisco todos los misterios, liberada su
alma santísima de las ataduras de la carne y sumergida en
el abismo de la divina claridad, se durmió en el Señor este
varón bienaventurado”.
(San Buenaventura)
Unas semanas antes había dicho
“bienvenida hermana muerte” al entrar
por última vez en la Porciúncula.
Antes de morir, fray
Angel y fray León
cantaron la estrofa
de la “hermana
muerte” y
Francisco se
durmió en el Señor.
Tenía 44
años de
edad.
El hermano
Jacobo de
Asís vio cómo
el alma de
Francisco
subía derecha
al cielo en
forma de
estrella muy
refulgente,
entre nubes
blancas.
Su entierro
fue una mani-
festación al
mismo tiempo
dolorosa y
triunfal. Mu-
chedumbres
escoltaban el
sagrado
cuerpo.
Hasta llegar
a pedir
limosna
junto a los
más pobres.
Decía: “Quien no
ayuda a otro hombre,
no puede esperar un
día la recompensa de
Dios”.
Una gran HUMILDAD junto con la “perfecta
alegría” en medio de los desprecios e insultos.
San Francisco
pedía ayudarla
siempre,
especialmente
en tiempos
difíciles. Y
obedeciendo
siempre a los
obispos.
Por medio de
las creaturas
con
todas
tus
criaturas
especialmente
por
el
hermano
sol,
claras en la oscuridad.
por el tiempo nublado y sereno,
y por el viento que nos despeja,
por la limpia
hermana agua,
ella es útil, humilde y casta,
tuyos son la gloria y el honor y
toda bendición.
Bendito
seas, mi
Señor, por
nuestro
hermano
fuego,
él es alegre, robusto y bello,
por la hermana madre tierra:
produce frutos, flores y hierbas,
nos sostiene y nos lleva.
Bendito seas, mi Señor, por nuestra
hermana muerte,
de la que nadie puede escapar.
Bendito seas, mi Señor, por la
hermana amistad,
para el corazón del hombre.
tuyos son la
gloria y el
honor y toda
bendición.
AMÉN