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Armand Mattelart

Diversidad cultural
y mundialización

PAIDOS
Barcelona • Buenos Aires • México
Título original: Diversité culturelle et mondialisation
Publicado en francés, en 2005, por Editions La Découverte, París

Traducción de Gilíes Multigner

Cubierta de Mario Eskenazi

Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro,
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ISBN: 84-493-1835-1
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Impreso en España - Printed in Spain


26 DIVERSIDAD CULTURAL Y MUNDIALIZACIÓN

La invención del «mundialismo»

E L ESTRECHAMIENTO DEL MUNDO

«Personas, productos, ideas han alcanzado un extraordi-


nario grado de civilización universal... El hombre quiere el
universalismo y lo busca como un bien... Así se constituye
gradualmente, con todos los pensamientos nacionales y étni-
cos, un pensamiento mundial, gracias a los viajes, a las publi-
caciones, a los congresos, a las exposiciones» (pág. 12). Con
estas palabras se abre, en 1912, el primer número de la revista
La Vie internationale (1912), fundada por los abogados belgas
Henri La Fontaine y Paul Otlet. El primero es premio Nobel
de la Paz y una de las cabezas pensantes de la Unión Interpar-
lamentaria; el segundo, pionero de la ciencia de la informa-
ción y la documentación. Este último piensa que la unifi-
cación de la catalogación bibliográfica y la conexión entre
bibliotecas deben conducir al «Libro universal del saber», zó-
calo de la «Ciudad mundial». Visionarios acérrimos, ambos
han organizado, dos años antes, el primer congreso mundial
de la Unión de Asociaciones Internacionales. La revista ha de
ser el relevo de esa red.
Los canales interoceánicos y la tupida red de hilos y ca-
bles submarinos acaban por rodear el mundo. La Unión Postal
Universal se jacta de haber creado «un único territorio para el
universo». El Transpacífico, último eslabón del sistema mun-
dial de cables submarinos, ha sido tendido con el cambio de
siglo. En 1914, el canal de Panamá se abre a la navegación in-
teroceánica. Todo parece tener, por esencia, relación con lo
mundial: no sólo las redes de comunicación y las redes aso-
ciativas, sino también la economía, el derecho, las normas, las
finanzas, los seguros, la prensa, las ciencias, las letras y el
arte. Hasta tal punto parece irresistible este movimiento para
poner en relación a las sociedades que se convierte en el espe-
jo de una conciencia universal, articulada con los otros niveles
geográficos: «La vida internacional, cada día más intensa, no
suprime la vida de las naciones, la vida de las ciudades, la vida
LA DOMESTICACIÓN DE LO DIVERSO 27

Entre mundialismo e internacionalización

¿Cuál es la terminología más adecuada para signifi-


car la nueva representación de la dimensión espacio-po-
lítica a principios del siglo xx? La expresión «cosmo-
politismo democrático», acuñada por Flora Tristan hacia
1850, tiene que competir con el vocablo «mundialismo»
que, igual que el anterior, resuena con el de «solidari-
dad». El vocabulario de lo «internacional», término
acuñado por el filósofo Jeremy Bentham en vísperas
de la Revolución francesa y que pertenece al derecho de
gentes o derecho público internacional, es objeto de una
acerba crítica toda vez que los vínculos transfronterizos
lindan con las relaciones entre los Estados-naciones. A
pesar, no obstante, de que, desde mediados del siglo xix,
las redes sociales se han apropiado del «internacionalis-
mo» y de la «internacionalidad» para denominar su cam-
po de acción, como es el caso de las organizaciones de
la clase obrera y de los movimientos por la paz o por la
abolición de la esclavitud.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el con-
cepto de «internacionalización», anglicismo surgido en
las últimas décadas del siglo xix, parece imponerse. El
carácter interestatal pasa a segundo término para ceder
el sitio a una representación del mundo como encrucija-
da de realidades plurales, actuadas por una panoplia de
fuerzas políticas, económicas, sociales y culturales. Ex-
presa tanto la movilidad de los intercambios comercia-
les y la circulación de los bienes culturales, como la in-
tensificación de las relaciones, pacíficas o confiictivas,
entre los Estados, la multiplicación de sus acuerdos de
normalización en los ámbitos más diversos con vistas
a la instauración de un espacio común de intercambios, o
la densificación de los vínculos entre las organizaciones
sociales y profesionales que emanan de los cuatro rin-
cones del planeta. Génesis muy distinta de la noción de
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«globalización» que le sucederá a finales del siglo xx, y


que procede directamente del mundo de la economía
y las finanzas.

de las aldeas: se superpone a ellas, y todos nosotros experi-


mentamos, en los rincones más recónditos de nuestros respec-
tivos territorios, la repercusión de los acontecimientos que
ocurren fuera de sus fronteras», escriben La Fontaine y Otlet,
prefigurando, en cierto modo, la idea de la circularidad glo-
bal/local.
Las cuestiones geopolíticas se traducen en metáforas bio-
mórficas. La expresión «vida internacional» traduce literal-
mente un sentimiento compartido sobre la existencia de un te-
jido de vínculos orgánicos. La interdependencia, de todos y de
todo, en el espacio y en el tiempo, es un concepto que se toma
prestado del universo de las células. Convoca nuevos modos
de gobernar basados unas veces en la ayuda mutua, otras en la
seguridad común: «La tierra es una suerte de organismo cuyas
partes están todas en recíproca dependencia: los rasgos de la
superficie del globo son, puede decirse, solidarios y presentan
un encadenamiento de acciones y de influencias, de causas y
de efectos, con repercusiones de los efectos sobre las causas,
como tiene que ocurrir en un cuerpo bien organizado», escri-
ben los autores de un manual de geografía de los últimos cur-
sos del bachillerato (Fallex y Mairey, 1906, págs. I-II).
La sociología organicista de Herbert Spencer destiñe so-
bre los relatos utópicos. Ofrece una representación gráfica de
la sociedad y del mundo como sistema de órganos y plantea
hipótesis sobre la «inestabilidad de lo homogéneo» al mismo
tiempo que sobre la «coherencia de la heterogeneidad», la con-
centración y la diferenciación, lo simple y lo complejo, la uni-
versalidad y la hibridez. En sus anticipaciones, George Her-
bert Wells anuncia que en el año 2000 «cuanto más grande sea
el organismo social, más complejas y diversas serán las partes,
más intricados y variados los juegos combinados de la cultura,
los cruces» (1901, pág. 95). ¡A pesar, no obstante, de la contra-
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dicción que encierra el auge de los «panmovimientos» (pan-


americanismo, germanismo, eslavismo, etc.)!
El armonioso determinismo que los supuestos biologizan-
tes de la evolución del planeta ponen de relieve se ve entur-
biado por las nuevas manifestaciones de poder, esa otra ver-
tiente de la «lucha por la vida». La imagen consensual que
transmite el vínculo universal tejido por la red mundial de co-
municaciones a larga distancia hace caso omiso de la realidad
de la relación de fuerzas entre las grandes potencias, entre és-
tas y el resto del mundo. El sistema mundial de cables subma-
rinos está bajo el cuasimonopolio de esa cabecera de red que
representa la plaza financiera de Londres. El puñado de po-
tencias marítimas se reparte el espectro de frecuencias de la
radiodifusión. Para asegurarse el control del canal de Panamá,
uno de los principales pasos de la gran vía medianera del mun-
do, Estados Unidos ha provocado un golpe de Estado y ha pro-
clamado la independencia de esta provincia de Colombia. La
libido dominandi tiene un nombre: el imperialismo.

LA SOCIEDAD DE NACIONES: EL APLAZAMIENTO


DEL SUEÑO DE LA UNIDAD EN LO DIVERSO

La Sociedad de Naciones (SDN), minuciosamente diseña-


da por las grandes potencias al final de la guerra y que, a jui-
cio de su promotor, T. W. Wilson, encarna el ideal de paz per-
petua desarrollado por Immanuel Kant, deja maltrecho el ideal
de la diversidad en, al menos, tres casos.
Hay que señalar en primer lugar la división de los dos im-
perios multinacionales de la Europa de antes de la guerra, el
ruso y el austrohúngaro, en Estados-naciones que subestiman
los fenómenos nacionalistas. Se crean nuevas minorías sin Es-
tado cuyo carácter interregional se ignora, mientras que otras
se convierten en enclaves. «Se desvanece la solidaridad entre
las nacionalidades no emancipadas del cinturón de poblacio-
nes mezcladas. A partir de entonces, cada cual estaba en con-
tra de algún otro, y sobre todo en contra de sus vecinos más
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próximos, eslovacos contra checos, croatas contra serbios, ucra-


nianos contra polacos», observa Hannah Arendt (1980, pág.
241), que advierte ahí el auge de los fascismos del período de
entreguerras. Fuera de Europa, el sistema de los mandatos pre-
para, por su parte, mañanas que no llegarán a cantar. El Líba-
no, bajo mandato de Francia, que instituye un Estado sobre la
base de un «comunitarismo político» vinculado al peso de las
comunidades religiosas pero que apuesta por los cristianos
maronitas para modernizar el país; el futuro Israel, bajo man-
dato británico, cuya Declaración Balfour (1917), del nombre
del secretario del Foreign Office, prepara la independencia sin
decir ni pío sobre los derechos políticos de las comunidades
no judías (especialmente las árabes) de Palestina.
Luego, hay que mencionar que se desestima el proyecto
de extender la representación política a la sociedad civil or-
ganizada, a pesar de las numerosas propuestas formuladas en
este sentido. Si bien, tal y como observa el filósofo norteame-
ricano John Dewey, resulta ilusorio creer que pueda formarse
una mente internacional (international mind) sin este compo-
nente: «Las asociaciones de matemáticos, químicos y astróno-
mos, las corporaciones del mundo de los negocios, las organi-
zaciones del trabajo, las Iglesias son transnacionales porque
los intereses que representan son mundiales. Desde este punto
de vista, el internacionalismo no es una aspiración sino un he-
cho, tampoco es un ideal sentimental, sino una fuerza» (De-
wey, 1920, pág. 159). Una opinión que coincide con laVe Paul
Otlet, quien, en nombre de la Unión Internacional de Asocia-
ciones, propone la creación de una «Sociedad Intelectual de
Naciones» (Otlet, 1919).
Por último, no queda huella alguna de la reflexión de los
humanistas procedentes del mundo colonizado. Tales! como
los pensadores del Renacimiento indio, Sri Aurobindo\o Ra-
bindranath Tagore, premio Nobel de Literatura en 19lá, que
no dejan de advertir a Occidente sobre el hecho de quedólo
puede haber una «unidad compleja basada en la diversidad»,
garante de una unión mundial libre, flexible y progresiva, si se
reconoce el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos.

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