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GRACIAS POR VENIR - ANOTACIONES FUGACES SOBRE LA COCINA DEL PERIODISMO

ANOTACIONES SOBRE EL TIEMPO


Victoria De Masi
Me crucé con dos tuits que referían a situaciones distintas, pero hablaban de lo mismo: el tiempo. Uno es de nuestro
compañero Pablo Ibáñez, dedicado a cubrir Política, y dice así: “El karma del diario online es que siempre está
cerrando, pero la edición nunca cierra”. El otro es de la periodista Patricia Kolesnicov, editora de Cultura en Clarín: “Lo
entrevisté, no fue fácil. ‘Ocho minutos con el Premio Nobel Abdulrazak Gurnah’".
El tiempo es un insumo más de los y las periodistas. Necesitamos tiempo para entrevistar y necesitamos tiempo para
escribir, o para cortar un audio o montar el guion de un audiovisual. En mi caso, además de tiempo de entrevista y de
escritura, necesito tiempo para pensar. Pero bueno, eso no está contemplado en la cadena de producción noticiosa
así que hago malabares y huecos.
Hay otros tiempos dentro de ese tiempo del periodista que tiene que ver con el tiempo de los otros: el de la fuente y
el del editor o editora. La fuente que te dice “llamame en cinco” puede volver a atender en cinco minutos o nunca. O
un entrevistado puede darte apenas ocho minutos. El editor también necesita tiempo. Su tarea no es solamente
corregir pifies de tipeo o advertir errores que saltan a simple vista, sino que está a su cargo embellecer un texto, de
potenciarlo. Y si no hay margen, no pueden. Nuestro tiempo, entonces, también es el tiempo de ellos.

Cómo se hacía un diario “antes”


Una de las cosas que más enriquece el trabajo periodístico es el intercambio de anécdotas, experiencias y
conocimientos en la redacción. Eso solo se logra tomándose el tiempo para escuchar en detalle a los y las
compañeras que más tiempo llevan empleados en un medio. Me gusta saber “cómo era esto antes” porque ese
“antes” no es un siglo atrás, sino hace apenas treinta, cuarenta años.
Por ejemplo en un diario, en la década del ochenta y noventa. En ese entonces el redactor escribía la nota en su
máquina de escribir sobre papel pautado (de “fiambrería”). El editor le indicaba una cantidad de líneas ¿Cómo?Medía
el espacio de la página y tomaban una planilla que contenía equivalencias. Así que medían con una especie de regla
la o las columnas. Si daba, más o menos, 60 centímetros, le pedían que escribiera, más o menos, 150 líneas. Después,
el redactor le pasaba el papel pautado escrito a máquina a las tipeadoras, que trabajaban en salones tan grandes
como el lugar de los redactores. Las tipeadoras engrampaban el papel y en una máquina muy parecida a las
computadoras pasaban la nota. Esa nota se imprimía en un papel fotográfico y pasaba al corrector. Si todo estaba
bien, el papel fotográfico iba al taller de armadores. Los armadores trabajaban sobre el pliego de papel donde ya
estaba el diseño de la página. Con un cúter cortaban el papel fotográfico, y con una espátula y un engrudo iban
acomodando esos pedazos de papel. Un tetris, una verdadera artesanía.
La pirámide invertida es la estructura de un texto, es como un triángulo apoyado en su punta y no en la base. Esa
fórmula rinde en dos sentidos: el lector tendrá la información que explica la noticia en el arranque del texto y los
datos de los que puede prescindir -detalles, antecedentes, si lo hubiera- al final. Nótese que ya en esa época se
cuidaba el tiempo de nuestros lectores. Por otro lado, que lo no tan importante estuviese al final le facilitaba la tarea
al armador. Porque una vez lista la nota podían pasar un par de cosas:

1- que faltara mucho texto: el redactor debía volver a hacer todo el proceso.

2- que faltara poquito texto para llenar esos centímetros: el armador cortaba líneas y estiraba el engrudo para llenar
el espacio. Era un trabajo muy fino, de cirujano.

3- si sobraba un párrafo entero, el armador munido de su cúter cortaba a gusto, siempre empezando por el último
párrafo. ¿Por qué? Porque ahí no estaba lo más importante.

De mediados de los noventa para acá, de todo ese proceso sobrevivieron los redactores. Y, en la mayoría de los casos,
las 5W y la H siguen componiendo la cabeza de la nota. ¿Que qué es 5 W y la H? Son las iniciales en inglés de las
palabras what, who, when, where, why y how: qué pasó, quién lo hizo, cuándo pasó, dónde pasó, por qué pasó y
cómo pasó. Esos son los huesos que conforman el esqueleto de la noticia.
Internet y la digitalización le quitaron eslabones a esa larga y aceitada cadena de información. ¿Cómo se trabaja
ahora? Cada uno en su computadora, escribiendo sobre el diseño que hizo un diagramador en otra computadora. O
en programas con plantillas preestablecidas. Hay, además, un cambio de locación: escribimos desde nuestras casas o
conectados al wifi de un bar. Y hay, también, un cambio de soporte: en la compu, en una tablet o en el teléfono. Hay
menos magia porque hay menos humanos, pero el tiempo corre igual para todos.
Primero la Web
“Digital first” escuché el año pasado en un congreso virtual de Fopea. Si antes la prioridad era el papel, hoy la
prioridad es la web, ese animal siempre hambriento y de digestión rapidísima.Conozco periodistas que escriben
cuatro notas por turno.No sólo es imposible lograr calidad y personalidad en un texto sino que es una afrenta a la
salud física y mental del cronista, algo que las empresas periodísticas saben. Pero el click, la publicidad y la métrica
están antes. Entonces:“Comscore first”.

Rápido, apurado, urgente


No sé si saben, pero han inaugurado un nuevo género: “la crónica urgente”. Me pregunto qué crónica es urgente o
cómo puede escribirse una crónica en medio de una urgencia si justamente la crónica es para lentos, neuróticos e
impuntuales. Está bien escribir rápido, porque esa debe ser una de nuestras destrezas. Pero escribir apurado es
contraproducente porque amplía el margen de error, genera desaciertos en el foco y bloquea la creatividad, es decir:
te mata de a poco.
Cuando me toca, eventualmente, un “tema del día” suelo desesperarme. Un rato después, le quito solemnidad al
asunto y trato de ser honesta. Mejor dicho, decente: “Este es el mejor texto que puedo entregar; es simple, no hay
poesía; es el tiempo que tengo”. E igual, sepan, entrego tarde.

Cierres y oportunidades
Hace muchos años, una empresa de telefonía trajo a la Argentina al chef catalán Ferrán Adrià. Mi jefe de entonces me
asignó la entrevista. Cuando llegué al lugar de la nota, las personas a cargo de la prensa me dejaron muy claro que
sólo tendría seis minutos para hablar con Adrià y que ellos controlarían el tiempo.
Mano a mano con el chef, el tipo hablaba y yo lo único que escuchaba era a la de prensa que decía: “seis minutos”,
“cuatro minutos” y cuando estaba por decir “dos” le hice una seña que indicaba silencio. “Adrià, ¿usted qué puede
cocinar en seis minutos?”. “Nada”, respondió. Sólo recuerdo esa respuesta. Y digo “solo” porque era imposible
prestar atención al entrevistado con el relojito parlante que se había sentado a mi lado y porque es imposible lograr
apenas una frase que regale un título en seis minutos.
Cuando volví a la redacción le planteé esto a mi editor: no tengo nota, así no se puede, no podemos aceptar estas
condiciones para laburar. El me respondió con una anécdota, como todo buen editor: “Una vez, hace muchos años,
me pasó lo mismo pero hice esa pregunta que hizo que el entrevistado le pidiera al de prensa que nos diera media
hora”. Para que eso suceda, pienso, deben darse una serie de combinaciones: disponibilidad, simpatía y complicidad
de ambos lados. La mayoría de las veces, el 97% en mi indec personal, no pasa.
Pablo Ibañez da en el blanco en su tuit: en un medio digital el cierre es nunca y todo el tiempo porque es
permanente. Un hecho o una declaración pueden disparar una noticia o una columna de opinión. Y ahí estaremos
tecleando de madrugada, alargando la jornada de un día sin bordes. Lo que me lleva a pensar en el concepto de
“primicia”, pero eso es tema de otro #GraciasPorVenir.
Patricia Kolesnicov resolvió con gracia y pericia la nota con el último Premio Nobel de Literatura. Aprovecha el tiempo
de espera para contarnos quién es Abdulrazak Gurnah, un hombre al que hay que leer de manera “ilegal”, vía pdf,
porque no está publicada su obra en castellano. La dificultad para hacer la entrevista, en su caso, operó a favor del
texto. Vio la oportunidad, eso es ser inteligente.

El tiempo según Rodolfo Walsh


La Asociación de Periodistas de Buenos Aires publicó en 1986 el libro Con vida los queremos. Allí se reproduce un
texto que Rodolfo Walsh escribió en 1964. Es una autobiografía que termina así, transcribo: “En la hipótesis de seguir
escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar de
mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que
me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es un
avance laborioso a través de la propia estupidez”.
Entre mayo de 1966 y diciembre de 1967, Rodolfo Walsh publicó diez notas en la revista Panorama. El escritor y
crítico literario Roberto Ferro recorrió parte de la trayectoria de Walsh y publicó una investigación bibliográfica bajo el
título Yo también fui fusilado; Vuelve la secta del gatillo y la picana; y otros textos (Los Libros de Gente Sur, 1990). Allí
recoge un textual del periodista que habla, justamente, del tiempo: “Mi intención consciente y deliberada fue
trabajar esas notas (las de Panorama) con el mismo cuidado y la misma preocupación con que se podía trabajar un
cuento o el capítulo de una novela, es decir, dedicarle a una sola nota el trabajo de un mes, un trabajo intensivo. Eso
resultó un poco excepcional dentro de lo que es la práctica habitual, porque en general no se considera que un
periodista deba dedicarle un mes a una sola nota de doce o quince carillas, o de veinte en el mejor de los casos”.
La preocupación por el tiempo de trabajo de los y las periodistas, entonces, no es una novedad. El periodismo en su
versión minuto a minuto es exigente: “Lo que pasó recién tiene que estar ya”. Hay, ahí, un desafío de espacio-tiempo,
algo que descoloca el hecho y descoloca a quien lo cuenta. Están los colegas que lo resuelven a la perfección. Me
refiero a quienes “pican” cables, una de las tareas más nobles del oficio, y a aquellos que tienen claro qué contar y
resuelven con habilidad y destreza esos cinco o seis párrafos. Y estamos nosotros y nosotras, resistiendo la fuerza de
gravedad que implica el cambio de paradigma.

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