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—Anda, anda, un bultito estás hecha tú, no digas tonterías. Mira, Rachel
dice que hay unas nuevas mechas que… ¿estás aquí, Erika? —chasqueó los
dedos delante de mí.
— ¡No me dejéis sola por favor! ¿No veis que la sala de espera está de bote
en bote? —nos comentó Rachel, mi empleada.
Me daba igual, y eso que el salón de belleza era mi sueño. Me acababa de
preocupar lo más grande al notarme aquella pequeña protuberancia en el
pecho que, pese a que no me dolía, esperaba que no llegase en pie de
guerra.
A mis 30 añitos, ya hacía varios que cumplí ese sueño al ponerlo en marcha,
solo que para ello empleé el dinero que mi madre me dejó en herencia,
razón por la cual me supo agridulce.
—Ay, vaya. Venga, vamos allá… Cualquiera que nos vea aquí y que no sepa
que somos hermanas, pensará que te estoy metiendo mano.
—Sé muy bien quién es Margot, ¿quieres arrancar ya de una vez? Que me
estás poniendo nerviosa, leñe. Esto parece un confesionario.
—Pues que me lie con ella la otra noche. Por fin lo he soltado, no veas si
me acabo de quedar tranquila.
— ¿Y tú eres la que se ha acostado con una chica? Madre mía, madre mía…
—Ya, que tengo un polvorón muy grande encima, ¿no? ¿Y lo que te ríes
conmigo?
—Más que con nadie, eso desde luego. Procede o se nos acumulará el
trabajo.
Parecía que nos hubiese escuchado, puesto que Rachel nos metió prisa.
— ¿Se puede saber qué fiesta estáis celebrando? Palabra que estoy
deseando unirme, pero que…
—Y no callará, qué tía—suspiré mirando a mi hermana—. Oye, ¿qué pasa?
—Que aquí sí que hay un bultito, Erika. Pero no te preocupes, ¿eh? Igual es
una espinilla que se te ha infectado o…
— ¿Una espinilla? ¿Y en el seno? A ver, déjame que toque yo… Aquí está,
sí… ¡Maldita sea!
—No te pongas en lo peor, Erika, que no tiene por qué ser eso, de verdad—
afirmó con rostro lacrimógeno.
Siendo honestas, yo tenía más posibilidades que otras personas, por lo que
cogí mi bolso y, sin darle la oportunidad de venir conmigo, corrí hacia mi
clínica de confianza.
—Para llegar a esa conclusión no hace falta estudiar un porrón de años, ¿me
dices algo que no sepa? —le pedí.
—Pues que te voy a derivar ahora mismo para que te hagan una
mamografía. Diles que es urgente.
No, yo no iba a demorar nada porque tenía una vida por delante y muchos,
muchos planes pendientes que incluían la convivencia con Oliver y, a no
mucho tardar, lanzar mi ramo de novia por encima de las cabezas de los
invitados de nuestra boda.
Capítulo 1
Había llegado el día. Tras meses de tratamiento, por fin me daban los
resultados de los análisis.
Tuve mucha suerte porque pude conservar el pecho, aunque por fortuna hoy
existen técnicas de reconstrucción verdaderamente asombrosas a las que se
someten cada día muchas de las campeonas que plantan cara al bicho en
cuestión.
En realidad, Candy era la hija del que siempre fue su jefe, que se había
jubilado, dejando el negocio en manos de su hija. Eso implicó que mi chico
tuviese que involucrarse más en la empresa, contándome que ella llegó con
muchas ideas que poner en marcha y que él era su hombre de confianza.
En resumidas cuentas, que Oliver trabajó más que nunca durante aquellos
meses en los que yo libré la batalla más dura de mi vida, echándole de
menos en más de una ocasión.
—Cariño, sabes que todo lo hago por tu bien. Cuanto mejor mirado esté en
la empresa, más alto llegaré y mejor viviremos—me solía decir cuando yo,
un tanto triste, reclamaba un poquito de atención.
—Ya lo sé, amor, pero es que yo ahora estoy muy susceptible, seguro que
eso lo entiendes—le respondía, suspirando de amor por él.
—Lo sé, lo sé. Es que se nos ha unido todo. Pronto estaremos sensacional y
tendré todo el tiempo del mundo para tratarte como lo que eres: como una
reina.
—Ya, como una reina sin corona y sin… Tú ya me entiendes.
En fin, que me tocó entrar sola en la consulta. Suerte que fue para recibir la
mejor noticia de mi vida, esa que me cambiaría el chip para siempre.
Sus palabras me dejaron sin respiración. Había ansiado tanto oírlas que
supusieron una auténtica bendición para mí.
—A no ser que te hayas dejado las orejas sin lavar, por lo que concierne a
estos análisis, estás limpia como la patena—me confirmó ella, que era muy
bromista. Me había ayudado mucho, muchísimo, durante un proceso que no
fue sencillo en absoluto. La quimioterapia no es precisamente un camino de
rosas. Cualquiera que haya transitado por él estará de acuerdo conmigo,
pero sí la única vía para alargar vidas que ansían hacerlo por encima de
todas las cosas.
—Pues ya es hora de que los tenga, debes hacer todo aquello que te ilusione
y, sobre todo, rodearte de los tuyos y compartir con ellos.
—En eso sí que tienes toda la razón. Llevo mucho tiempo con ganas de
hacer algo.
— ¿Y a qué estás esperando?
—Eso digo yo… Ya es hora de que le plantee a Oliver vivir juntos, ¡se
acabaron los problemas! ¡Nos lo merecemos!
—Sí, muchísimo…
—Pues no hay mejor medicina que amar a los tuyos y alejarte de la gente
tóxica, Erika.
Me quedé abrazada a ella unos minutos. Fue un abrazo sanador, uno que me
dio tanta vida como la quimio me había devuelto. Solo podía pensar en
correr a los brazos de Oliver y contarle que estaba curada.
— ¡¡Lo sabía!! ¡¡Lo sabía!! ¡¡Tenemos una gran celebración de por medio!!
¡¡Piensa en lo que quieres hacer!!
—Ya, que te vas con Oliver a darte un revolcón, ¿no? Haces bien…
—Pero ¿no está ahí contigo? ¿Has entrado sola? —me preguntó
contrariada.
Llegué al concesionario y suspiré al ver que su coche estaba allí. Pero claro,
entonces, ¿qué demonios le hizo olvidarse de nuestra cita? ¿Qué era más
importante que estar conmigo en ese momento?
—Pero ¿se puede estar más guapa? Y qué sonrisa traes, ¿buenas noticias?
Oliver me contó que ya terminaste el tratamiento.
—En su despacho. No sé, lleva rato ahí, debe estar haciendo algo
importante porque me ha dicho que no le molestase nadie.
Era mi novio y el hombre con el que pensaba convivir, por lo que no vacilé
en entrar en su despacho sin ni siquiera tocar en la puerta con los nudillos.
Estaba rabiosa, con ellos le habría dado en la cara, estampándoselos.
Abrí de golpe y entonces entendí que estuviese tan liado. Y tanto que lo
estaba, ¡con su jefa Candy!
La escena fue de traca, porque ella yacía tumbada en la mesa, sin bragas, y
él no es que me viera justo al entrar porque su cara la tenía metida en cierta
parte de su cuerpo que debía arder más que una estufa de leña.
—Erika, verás…
— ¿En este momento? A punto de echar espuma por la boca, así estoy,
cabronazo—le espeté y fina fui porque le hubiera soltado un insulto detrás
de otro, en plan ráfaga de metralleta.
—Menos humos, que este no es lugar para insultar a nadie, ¡aquí mando yo!
—añadió la otra estúpida.
—Sí, y reitero que la cabeza, porque otras partes ya veo que las tienes lisas,
¿me harías el favor de ponerte las bragas? —le pregunté.
Nada más hacerlo, me fui para ella. Seguía increpándome e iba a pagar el
pato.
Candy ya llevaba las de perder porque lo mío era una peluca que,
simplemente, podría salir volando y ya. No, ni siquiera eso… A ella no le
dio tiempo ni de asestarme un tirón cuando yo tenía un buen puñado de pelo
suyo en mis manos, justo antes de que nos separasen entre el gusano de
Oliver y la perpleja Emily, que acudió debido a los gritos de su jefa.
Llevábamos meses en poca sintonía, pero jamás sospeché algo así. Todo lo
achaqué a que yo salía de un problema y entraba en otro, y hasta le veía
como la pobre víctima paciente que aguantaba el chaparrón. No, iba a ser
que ese miserable no aguantaba nada, ese se estaba trajinando a su jefa, de
ahí que le encontrase tan ausente en múltiples ocasiones.
Entendí que ellas merecían como nadie que me uniera a esa celebración sin
lágrimas. Una vida había acabado para mí, la que compartí con ese vende
humos, pero otra comenzaba, y esa… Esa era digna de ser vivida.
Capítulo 3
Por lo visto, el tipo no quiso saber nada de nosotras una vez que ella le
anunció su estado, por lo que tuvo que hacer frente a la maternidad en
solitario. No le faltaron redaños para hacerlo, porque era muy luchadora.
Unos años después, cuando yo contaba con seis, comenzó una relación con
Trevor, su jefe en la agencia de viajes, de la cual nació mi hermana tiempo
más tarde. Mi madre y Trevor terminaron divorciándose con los años, pero,
a diferencia de mi padre, el de mi hermana fue un caballero que mantuvo
una gran relación con su exmujer hasta que la enfermedad nos la arrebató.
—No te hagas mala sangre, mejor que lo haya sabido ahora que no después.
—Es que creo que todo pasa por algo y, si Oliver ya no era más que un
lastre en mi vida, el universo me ha quitado la venda para que no pierda ni
un solo día más, para eso…
— ¡Así se habla! Tenemos que hacer mogollón de planes, ¿qué tienes
pensado? —me preguntó.
—Pues mira, resulta que, para resetear y comenzar mi vida desde cero, me
queda una cosita por hacer… Lo he estado pensando después de lo sucedido
con Oliver.
—De ese mismo, que dejó embarazada a nuestra madre y no tuvo el menor
escrúpulo en abandonarla. Ese tío es un mierda y, si tengo la suerte de que
nadie se lo haya dicho aún, me daré el gustazo la primera.
—No he estado más segura en toda mi vida. El tío regentaba un hostal por
aquel entonces, es posible que siga abierto. Era en el barrio de Los
Remedios…
—No, en Sevilla se llaman así. No está lejos del Barrio de Triana, que es
otro muy emblemático. Lo he estado mirando todo mientras iba al baño…
—Normal, como que tardas en soltar lastre una hora. En mi caso, como es
visto y no visto…
—Todavía nos queda dinero del que nos dejó mamá y, con respecto al salón,
las chicas se ocuparán de buscar refuerzos.
—Sí, loca de alegría. Si hay un momento en el que debo hacer algo así, es
este, ¿es que no lo entiendes? Va a ser el viaje de nuestra vida…
—Tienes razón, espera que ponga música—me dijo y, pese a ser tan
jovencita, eligió una de las canciones de mi vida, que también lo fue de
nuestra madre, “It’s my life”, de Bon Jovi, un himno a la vida que cantamos
a dúo mientras ella se levantaba y hacía como que tocaba la guitarra con los
dedos de los pies graciosamente separados por esos algodoncitos que evitan
que la pedicura se estropee.
Capítulo 4
— ¿Qué? No te entiendo…
—En todo caso, se las corté yo. Tú no sufras por eso. De todos modos, ella
se marchó diciéndonos que estaba muy orgullosa y feliz de habernos tenido.
—Quiero decir si llegaste a pensar que podrías reunirte con ella en el caso
de… Ay, yo solita me estoy metiendo en la boca del lobo, no he debido
sacar esta conversación—se lamentó.
—No, no, claro que no hay problema, cariño. Pues mira, solo puedo decirte
que, en ciertos momentos, llegué a pensar que la tenía a mi lado. Y eso solo
puede suponer que hay vida después de la muerte. Cuando salía de la
quimio hecha polvo y me iba directa a vomitar, llegué a verla sujetándome
la cabeza. Que sí, que soy consciente de que son delirios, pero unos muy
bonitos.
— ¿Tú crees?
—Ya te digo yo que sí. En mi caso, estoy más mezclada, pero tú eres digna
hija de Samantha Smith.
Con Oliver jamás podría haber hecho algo así. Él era súper tiquismiquis y
habríamos volado con todo atado y más que atado. Los viajes que compartí
con él, todos dentro de Estados Unidos, fueron así… Sin el más mínimo
margen para la improvisación. Y eso se había acabado…
Me sentí inmensamente feliz volando a mi bola con mi hermana y notando
que no necesitaba ningún hombre en mi vida. La mía se había convertido en
un lienzo en blanco y solo yo decidiría qué colores añadirle.
—Pues claro que es verdad, ¿por quién me tomas? Venga, ¡que ya estamos
en España!
—Como si llevaras toda la vida en ello, y eso que antes no querías, ¡ahora
molas más!
—Ya, es que Oliver solía burlarse de las chicas que los ponían.
—Claro, igual las consideraba unas frescas, no como Candy—rio al
recordar el episodio.
—Ese desgraciado…
—Ese desgraciado igual no lo sabe, pero ya las está pagando todas juntas al
haberte perdido, Erika.
—Es cierto que me siento totalmente nueva. Ese bicho quiso acabar
conmigo, pero al final ha sido todo lo contrario.
—No me refería a ese bicho, pero también. Venga, ¡que ya nos bajamos!
Nunca habría imaginado que nuestro aterrizaje en Sevilla fuese tan movido.
Y no lo digo por el avión, ya que el piloto lo hizo fantásticamente bien, sino
por mi hermana, que se bajó a toda prisa en busca de un cuarto de baño en
el que hacer aguas menores.
— ¿Le pasa algo, señorita? —le preguntó un chaval súper amable que
deambulaba por la pista, un trabajador al que no tumbó de milagro.
—Ni ímpetu ni nada, que no puedo más y no quiero que me acuses de liarla
nada más llegar.
—Por eso no lo digas, me da que esta vez la voy a liar yo más que tú…
— ¿Por qué van así vestidas ahora? —le pregunté a una amable limpiadora.
— ¿Por qué va a ser, miarma? Porque estamos en abril, en plena feria, ¿tú
no la has visto nunca? Pues prepárate, porque todos los guiris os enamoráis
del recinto ferial. Ah, y de los sevillanos, que son muy guapos.
La mujer debía tener unos 55 y era muy salada. Pronto comprobaría que
todos allí lo eran.
—Por favor, no podía más, ¿qué estabas paliqueando? Mira que no paras de
charlar desde que has llegado… ¿Todavía nadie se ha metido con tu acento?
—Bueno, quieres hacer que se jiñe con todo lo que vas a soltarle, que ya me
imagino cuando te embales…
Pronto descubrí que no, que más bien era el fruto de que todos iban hacia
los taxis. Mucha gente había volado en aviones nacionales para no perderse
la feria y eso se dejaba notar.
Tuvimos que sudar la gota gorda hasta que pudimos coger uno, las cosas
como son.
— ¡Que este lo hemos visto nosotras, señora! —le decía mi hermana a una
de cierta edad que, ataviada de flamenca, se nos quería colar.
—Niña, pero que yo he venido para ir a la feria, con la malaje que tienes…
Soy de aquí y no piso Sevilla desde el año pasado, ¿tú sabes las ganitas que
tengo yo de poner los pies en el albero? —le preguntó.
—Si supiera lo que es el albero—se resignó ella.
Para peineta la que le hicimos nosotras con el dedo. Vaya morro que le echó
la tía al asunto.
—Qué arte, y luego dicen que lo tenemos nosotros. Pues anda que usted—
me comentó aquel hombre mayor.
— ¿Cómo dice?
—Claro que sí, pueden irse directas a la feria y empalmar con mañana. Es
lo más sensato que se me ocurre, ¿de dónde son?
—De Pensilvania…
Giré la cabeza porque el hombre no daba más. En cualquier caso, nos dejó
en el centro de Sevilla con las maletas.
—También tuvimos una Faraona, ¿eh? Lola Flores, que nació en Jerez de la
Frontera con todo el arte del mundo, que más no podía acumular su cuerpo.
— ¿Yo las mareo? Pues prepárense para dar vueltas por toda Sevilla con las
maletas, van a parecer molinos de esos que hay en la carretera…
— ¿Me puedes decir qué es eso que les ha puesto a los de la mesa de al
lado? —le pregunté al monumento de camarero que nos estaba sirviendo:
alto, moreno, ojos color café… Una virguería con dos piernas, más o menos
de mi edad, y mucho salero que no tardó en contestar.
—Anda, mira qué bien… Yo es que siempre digo inglesas, porque una bola
de cristal no tengo, la verdad. La que quiere, me saca del error, y la que
no… La que no o es una inglesa o es una siesa.
Él solo se reía. No solo era guapo, sino que tenía un don de gentes increíble,
parecía haber nacido para tratar con el público.
Unos minutos más tarde vino con los boquerones y, ni corto ni perezoso,
nos dejó alucinadas al llevarse las Coca Colas que aún teníamos a medias.
—Tranquilitas que no os las pienso cobrar, que estas corren también por
cuenta del tío—nos anunció al ponernos en su lugar un par de cervezas bien
frías.
—Pero ¿eso cómo va a ser, chiquilla? Si estás en Sevilla, hace más calor
que ojú y te la he traído helada… Los boquerones en vinagre se toman con
una buena cervecita o no se toman, no me seas sosa, que ya bastante tienes
con ser guiri—le soltó.
—Perdona, pero ¿es que se supone que tú eres superior o algo? —le
pregunté porque me dejó más fría que la propia cerveza con ese comentario.
—Entre lo rápido que hablas y las tonterías que dices, estoy alucinada.
—Y eso que todavía no has probado los boquerones, que entonces será ya
cuando entres en éxtasis como Santa Teres. Ah, calla, que tú eres más de
Shakespeare, ¿no? Pues tendrías que leer a esa mujer, aunque no sea de
habla inglesa, ¿has visto como yo también sé hablar fino?
—Es que no hemos sido muy previsoras, pero su padre tiene un hostal,
igual él puede alojarnos—le indicó mi hermana.
— ¿Qué dices? Antes me echo yo a dormir en el sótano del infierno que allí
—le aclaré.
—El infierno ni lo mientes, que anda que no está pegando fuerte el calor…
Claro que mejor así que no lloviendo, con lo que desluce la feria. Y hay que
ver cómo se ponen los zapatos con el albero.
— ¿Otra vez el albero? Pero ¿es que a vosotros os lo ha traído Santa Claus?
El albero digo, que lo tenéis todos en la boca…
— ¿En la boca? No lo quisiera Dios, qué asco más grande… Bueno, ¿y qué
es eso de que tu padre tiene un hostal? Yo conozco a mucha gente del
gremio, lo mismo acierto quién es—me comentó.
—Se llama Francisco Domínguez y lo tiene por Los Remedios, ¿te suena?
—Es que aquí los Franciscos son Pacos de toda la vida de Dios, niña…
—No me digas que lo conoces entonces, anda que vaya servicio el tuyo…
—Y dale con lo de morena, ¿tú eres daltónico o algo? Que yo soy rubia—
puntualicé.
—Oye, que la cerveza lleva alcohol, guapa, pero que la tienes todavía casi
entera…
—Calla, calla. Oye, los boquerones están de muerte, ¿nos traerías otros?
—Os los traigo y hasta me los tomo aquí con vosotras, ¿cómo se os queda
el cuerpo? —nos preguntó.
— ¿Tú estás bebido?
—No, un par de cervecillas solo, que hoy hace un calor horroroso y que esta
noche va el tío a la feria y allí sí que se pondrá fino.
—Cuando hablas del tío, ¿te sigues refiriendo a ti? Es que yo no te entiendo
muy bien…
—Ok, va, pues que, para ser un camarero, ¿no invitas tú mucho?
—A ver, que soy camarero, pero que tiene truco. El bar es de mi padre.
Bueno, como si lo fuera, que mi padre era torero y se lo llevó una mala
cogida.
— ¿No sería tu padre Curro Romero? —le pregunté porque me había
quedado con el cante.
— ¿Y entonces?
—Pues que iba por tabaco, miarma, que te lo tengo que explicar todo.
A Denise le dio un fuerte ataque de risa y a mí, tras ver el suyo, otro. Te
decía las cosas con total naturalidad, pero resultaban increíbles.
Parecíamos haber caído en otro mundo, todo allí era muy distinto a lo que
nosotras conocíamos.
—Ojú, qué carácter, y luego los que están metidos en vinagre son los
boquerones. Pues conozco yo a alguna…
—Si es que dices muchas tonterías y no llegas a ninguna parte. Y encima,
muy rápidas…
—Madre mía, menos mal que no es una pistola porque podría darme por
muerto.
—Sí que lo es, pero has tenido suerte. Humberto es el hermano de Paco, de
tu padre. Aunque tú no te preocupes, chiquilla, que yo no llevo su sangre y
esta importante revelación no nos convierte en primos.
Capítulo 7
—A ver qué quieres que te diga, ni que estuvieses siendo muy simpática
conmigo, que ser guiri no debería estar reñido con ser amable, ¿eh? Me
terminarás haciendo daño…
— ¿Daño a ti? Tú tienes más tablas que una falda escocesa, ¡me quedo con
lo del parque!
—Denise, es eso o…
—Tú no me vas a decir lo que tengo que hacer y lo que no, ¿te enteras?
—Te digo lo mismo que tu hermana, que si no me enterase tendría un buen
problema de oído.
—Claro que sí, a dos bellezas así no las puedo llevar en una carretilla de
mano. Súbete delante si quieres y ya verás cómo acelera esto.
—Que tú no te sientas delante con este… Que igual es un loco del volante y
te pone en peligro—le advertí.
Poco sabía él que había algo de cierto en sus palabras. Yo sí que había
librado mi particular guerra y había salido victoriosa, por mucho que en ella
las armas fueran un tratamiento, y el enemigo a batir ese bichillo que,
siendo tan pequeño, puede causar un inmenso daño y, de hecho, se lleva por
delante la vida de tantas y tantas personas.
—Ya…
—Pues es un coche con todas sus cosas: su volante, sus ruedas, su…
— ¿Tú sabes cuánto tarda esta máquina en ponerse de cero a cien? —me
vaciló un poquito.
—Algo más que tú, ¿no?
—Ya, lo que pasa es que se me ha olvidado, ¿me quieres recordar cuál es?
—preguntó descapotando el coche y acelerando a tope.
— ¿Qué son esas confianzas? ¿Tú quién te has creído que eres?
—Yo, el que te pone los boquerones en vinagre más ricos de todo Sevilla,
¿es o no es?
—Oye, y a todo esto, estoy yo pensando que para mucho dan los
boquerones en vinagre, ¿no? Por lo del coche, digo…
Entré en el hostal un tanto nerviosa. Sabía muy bien qué había ido a hacer
allí y, pese a todo, no podía evitar esos tremendos nervios que me produjo el
adentrarme en aquel lugar.
Una simpática mujer se encargaba del arreglo de las flores, colocando una
serie de coloridos maceteros a lo largo del patio sevillano alrededor del cual
se distribuían todas las habitaciones.
—Buenas tardes, bonitas. Os veo con las maletas y me entra una cosita por
el cuerpo… ¿no tenéis alojamiento? Es que estamos completos, aquí ya no
cabe ni un alfiler—nos comentó mientras nos miraba de reojo la mujer.
—Samantha, ¿eres tú? No puede ser, si estás igualita. Morena, pero igualita
—insistía sin salir de su asombro…
—Sí, claro. La traté hace muchos años, ¿cómo está ella? —se interesó.
Por mi gesto, entendió que ya no estaba entre nosotros antes incluso de que
se lo confirmaran mis palabras.
—Mira, Paco—balbuceó.
— ¿Tu Sam? Ven aquí, que te voy a dar yo Sam, ven—le reté.
Sí que fue y, sin más, le abofeteé. Sé que puede sonar muy heavy, pero para
mí supuso como una especie de liberación, como un estallido, como la
posibilidad de sacar de mí toda esa rabia que acumulé a lo largo de los años
contra él.
No era cosa solo de mí, lo hice también en nombre de mi madre. Todos los
presentes, incluida Rosalía, la mujer de las macetas, se quedaron patidifusos
ante mi reacción.
Denise fue quien rompió el hielo después de que él se pusiera rojo amapola
tras el estallido de mi furia.
—Claro, no puede ser porque mi madre me dio a luz bien lejos, donde no
tuvieses que responsabilizarte de mí, y lo último que imaginabas era que
cruzaría el umbral de tu puerta un día. No te preocupes por tu familia, no
tienen por qué temer, yo no voy a pedirte ni un solo euro. No quiero tu
dinero, no quiero nada de ti. Lo único que deseo, a lo único por lo que he
venido, ha sido a ponerte la cara colorada y a decirte que ni eres hombre ni
vales un comino—le espeté antes de darme la vuelta.
—Déjame, cariño. Llevo toda la vida queriéndole tener delante para decirle
cuánto le desprecio. No me niegues mi momento de gloria.
—No te preocupes por nada, Paco—le dije yo también con retintín—, que
nosotras ya nos vamos. Ahora puedes seguir con tu vida, que aquí no ha
pasado nada. Ah, sí, ha pasado una cosita: que yo me he quedado en la
gloria, pero vaya…
Nos fuimos de allí, girando sobre nuestros talones. Nos siguió, ese hombre
nos siguió, aunque yo puse mi mano entre él y nosotros.
—No se te ocurra dar un paso más, ya te he dicho que no quiero nada de ti.
Yo no voy a contribuir a que enjuagues tu conciencia.
—No digas eso, Erika, yo amé a tu madre con todo mi corazón, ¿ha venido
ella con vosotras?
—No, por ella sí que ya no debes preocuparte. Murió sin una jodida
disculpa por tu parte. Eres odioso, Paco, odioso—recalqué.
Capítulo 9
La realidad era que no me quedaba otra, porque en Sevilla era más difícil en
esos días alquilar una habitación que sacar una plaza de notario, por lo que
dejamos que nos llevase a su casa.
—Un poco exagerado estás siendo tú, ¿no? Que yo sepa no le he molido a
palos, por muchas ganas que tenga de hacerlo.
—De milagro, pero la cara se la has cruzado bien cruzada.
—Una borrachera, chiquilla, una borrachera. Y no, eso lo reservo para esta
noche. Ahora lo que quiero es llevarme algo a la garganta, que se me ha
quedado más seca que la mojama después de la escena lacrimógena esa que
me he tragado sin comerlo y sin beberlo.
—Claro que sí, ¿nos vamos o no nos vamos a una terracita? Mirad, allí
mismo hay una—nos comentó parando el coche.
—Conozco a todos los polis que hacen la ronda por la zona. Es lo que tiene
ser sevillano de pura cepa…
— ¿Tú te crees que puedes presumir de nosotras como si tal cosa? Serás
presuntuoso y cuentista—resoplé.
—Un poquillo de cada, pero sí que puedo, que para eso os voy a dar
cobijo…
Otro se hubiese puesto como un basilisco, las cosas como son. Yo misma
levanté el móvil y comprobé que no fardaba. Debía estar recién sacadito de
fábrica y yo se lo había dejado como si le hubiese pasado el tranvía por
encima.
— ¿Tú has visto el bofetón que se ha llevado Paco? Pues igual es un chiste
al lado del que te llevas tú.
Lo dijo con tal parsimonia que me sacó una carcajada y otra a mi hermana,
quien se lo pasaba fenomenal con él.
Nos trajeron las cervezas y comenzó a sonar una canción con un ritmo
inconfundible que nos llevó a mover los piececillos con su ritmo. Venía a
decir.
“Es el sur, me tienta, me embruja, me atrapa, Sur…
Me llama, me excita, me mata, Sur…
Me inspira, me llena de vida, Sur…“
—Así que las guiris también tienen ritmo, pese a lo que digan las leyendas
urbanas.
—Más que el vino, desde luego. Creí que le pediríais alojamiento, después
de todo es tu padre.
—Tú lo flipas mucho, solo quería tenerle delante para que se entere del asco
que le tengo. No me quedo allí ni amarrada.
—No te lo has creído ni en tus mejores sueños, ¿de qué te conozco para
hablarte de mi vida privada?
—De nada, es cierto, pero vas a dormir en mi casa. Lo que implica que me
verás en gayumbos, así que deberíamos ir practicando eso de la confianza.
— ¿Qué son gayumbos? —le preguntó Denise.
—Ya quisieras que fuera eso—le solté maliciosa y él se echó mano a cierta
parte de su cuerpo.
—Va, va… Tengamos la fiesta en paz, chiquilla, ¿qué quieres que te cuente
de Paco?
—Y más bonito estaría si después el saco lo tirase en alta mar, con unas
cuantas toneladas de piedras…
—Detecto cierta acritud en ese tonito que usas.
—Es que a mí no me cuadra que Paco tenga una hija y haya pasado de ella
todo este tiempo.
— ¡¡Ay!! —exclamó.
— ¡Y una mierda es honesto! Ese estaría con unas y con otras. Mi madre le
buscó para darle la noticia de su embarazo y él pasó de ella como de la
mierda. Ni en mil vidas se lo voy a perdonar, ¿me oyes? Supongo que ya
traería a alguna otra mujer entre manos y…
La que se quedó no destrozada, pero devastada, fui yo, ¿mi padre era
homosexual? ¿Y entonces cómo fue que me concibió?
—Que no, guapísima, que con algo así no bromearía nunca, anda ya… Vale,
que igual te ha sorprendido un poco, pero ¿qué más da?
—Eso es verdad, Erika, ¿qué más te da?
Me puse triste. Estaba descubriendo una realidad que me dolía, porque pese
a haberle abofeteado algo se me removió al ponerme delante del ser que
ayudó a mi madre a darme vida.
Luego, miré esos farolillos que adornaban ciertas calles del centro en
aquellos días, y se me pasó. Sevilla, efectivamente, tenía un color especial.
Y mi vida había estado cubierta por una nube negra en los últimos meses,
por lo que me vendría más que bien teñirla del color de ese lugar tan
especial con un salero desbordante, y en el que se veían trajes de flamencas,
mantoncillos y peinetas por doquier.
Capítulo 10
Iván vivía en un precioso ático con unas vistas espectaculares a ese centro
de Sevilla donde la catedral es protagonista junto con la Torre del Oro.
—Manuel, ¿has visto las dos preciosidades que traigo? —le preguntó.
—Joder, pues sí que estás puesto, Manuel, te prometo que me has dejado
impresionada—le comenté.
—Pues eso, Denise, que ser del Betis es una filosofía de vida porque
nuestro equipo está lleno de sentimiento—le explicó.
—Que sí, que sí, hombre… Pero ve al psicólogo, a ver qué opina de eso.
—Pues seguro que sería del Betis también, como todos los buenos, Iván…
— ¡Joder! —chilló cuando le pasé con las ruedas de mi maleta por encima
de sus pies—. Me vas a dejar que tendré que ir en silla de ruedas a la feria.
—Chiquilla, pero hay cosas que están de más, ¿tú cómo me puedes
preguntar una burrada así? La feria es lo más de lo más…
—Muy bonito, eso está muy bonito, ¿tú crees que me puedes poner así
contra las cuerdas? Eso es como si me preguntas si quiero más a mi madre o
a mi difunto padre, ¿tú podrías contestar algo así?
—Sí, el pobre, me da una penita… Además, que eso era porque estaba
ensayando.
—Ya, aunque las hostias las das como panes. Y los codazos también, todo
eso me ha quedado claro.
—Pues nada, ahora ya solo te queda saber que estaba ensayando las palmas
para ir a la feria.
Nos dimos una buena ducha. También teníamos un cuarto de baño para cada
uno, lo que hacía mis delicias porque era muy mía para esas cosas, muy
amiga de mi intimidad.
—Vestido de flamenca no tengo, pero ¿me podrías poner esta flor en el
pelo? —me pidió mi hermana.
—Oye, que a mí no me pone ojitos, baja la guardia. Esos solo te los pone a
ti—me confesó y casi le meto el rabo de la flor en el ojo de lo nerviosa que
me puse.
—Cuidado, Erika, que tú has ligado, pero yo me lo quiero llevar todo por
delante en la feria. Y como sigas apuntando así, me vas a dejar tuerta.
— ¿Y Camila?
—Es un tío estupendo, tú le tienes tirria porque no quieres saber ahora nada
de hombres, pero yo me parto la caja con él.
—A mí también me gusta.
— ¿Yo? Yo todavía estoy en shock con esa cuestión, palabra… Paco con
otro hombre…
—Pero es que nunca se me había pasado por la cabeza una cosa así.
— ¿Y qué? ¿Se puede saber qué más da eso? Oye, acuérdate de que tienes
que bailar sevillanas, lo has prometido.
Ya salíamos cuando Iván vino hacia mí con otro clavel rojo como el que le
dio a mi hermana.
—Qué bobo eres tú, ¿no? Pues que sepas que conmigo no vas a copular en
la vida. Y trae aquí—le pedí porque temí que se diera cuenta de que llevaba
peluca.
— ¿No? Qué pena. Vamos a pedirle consejo a Manuel, a ver qué dice.
Lo primero que dijo el hombre, que lo estaba deseando, fue lo guapas que
estábamos. Y ya después, pues le contestó a Iván.
—Manuel, en confianza, ¿tú por qué no has estudiado con lo que te gusta a
ti dar todos esos datos?
—Buff, Iván, porque soy más vago que el follar de un cochino—le soltó el
otro y quien soltó una tremenda risotada fue mi hermana.
—Si, por muy finos que sean tus oídos, esos es lo que ha dicho ¿lo ves?
Hay muchas maneras de hablar del tema.
Capítulo 11
Sin duda, era un personaje muy conocido y querido, uno que podría haberse
convertido perfectamente en un niño de papá que no diese un palo al agua y
que optó por mostrar más vergüenza, aunque con las mujeres no sería
precisamente.
Nos paseaba orgulloso por la feria y en un momento dado se paró ante una
de las casetas más bonitas y mejor adornadas de todo el recinto.
—Pero si se llama igual que tu bar, ¿eso cómo es? —observó mi hermana,
que estaba en todo.
—Eso, miarma, ¿de dónde has sacado tú a estas niñas tan bonitas? —añadió
su esposa.
— ¿Has encargado allí estas dos muñecas, tunante? Capaz eres—le decía la
señora, que por lo visto era amiga de su familia y le había visto nacer,
crecer y convertirse en el descarado que era.
—Qué va, han venido por su propio pie… Me han caído del cielo, vaya.
— ¿A palo seco?
— ¿Qué pasa? ¿Ya te está entrando el canguele?
—Que si ya te estás yendo por la patilla, que si te estás rajando, que si…
— ¿Tan pronto?
—La hora es la del amanecer, que será en la que nos vayamos de aquí. En
cuanto a lo de mojar el churro, te podría dar más de una explicación—me
dijo con sonrisa pícara.
—O uno solo y tumbarme, que eres capaz. Dejémoslo en que son una
delicia, un manjar de dioses que entra solo al alba con una tacita de
chocolate caliente.
— ¿Caliente? Si es de noche y sigue haciendo calor—observé.
—Sí, sí, menos mal… Oye, ¿qué se come aquí en la feria? Es que igual,
para que no se me suba mucho el vino…
—Vaya, que ya quieres cenar. Conmigo no le des tantas vueltas a las cosas,
suéltalas por esa boquita y punto.
—Alguna vez hemos comido jamón con mamá, ella lo compró, aunque allí
tiene un precio prohibitivo—le comentó Denise.
—El jamón, no van a ser los pies, aunque para como vas a taconear tú, lo
mismo te daría—me provocó.
—Creo que has querido decir artista, pero hartar, también hartas un poquito,
la verdad…
—Tú no te calles, ¿eh? Tú no te calles que es malo… Vaya tela con la niña.
—Pero ¿has comido alguna vez algo más rico en tu vida? Dime o no te
corto más—me amenazó Iván.
—Igual no, venga ese platito… llénalo.
—Yo no sabía que el flamenco pudiera ser tan sensual, yo creí que era más
tipo quejido—le expliqué.
—Quejidos vas a dar tú, cuando… Digo, venga, que ya han acabado, ahora
le toca al público bailar por sevillanas.
—La mare que te echó a ti por… Ojú, Erika, que a mí también se me está
subiendo el rebujito y tú tienes tu punto bailando.
—Qué presión metes al asunto, chiquilla, ¿tú por qué no te dejas llevar
más?
— ¿Por ti?
—Es cierto y yo te digo más: hasta podrías llegar a hacerlo con gracia.
— ¿Eso quiere decir que no lo estoy haciendo bien?
— ¿Se puede saber qué he hecho yo para merecer a una guiri y luego esto,
Dios mío? —preguntó mirando el techo de la caseta.
— ¿Qué quieres, niña? Si es que te arrimas mucho y estás más buena que
las almendras garrapiñadas.
— ¿Seria? ¿Y quién quiere algo serio pudiendo ser divertido? Venga, ponte
a ensayar, que falta te hace. Mira, esta es la primera…
—Si es que los pasos son muy complicados.
—Guiri de poca fe. Tus ojos en mis ojos y no pienses en nada, tú solo siente
la música.
—Ya, que solo sienta la música, pero tú te acercas y siento otra cosa—me
quejé porque seguía empalmado.
—Ya, sientes más calor que el palo del churrero al que visitaremos luego.
Qué cuca eres… Venga, que todavía vamos por la primera.
Capítulo 12
—Para algunos mejor que para otros. Qué contento vienes tú, ¿no, Iván?
—Si me quejase sería para que me baldasen a palos…
—Ya, ya…
—Erika, que son tres, ¿tan empuntada vas que no los ves? —me preguntó
Denise con los ojos en blanco.
—En realidad es uno solo, menuda tajada que lleváis las dos. Pero vamos,
que para empuntadas como podéis acabar la noche vosotras.
—Oye, Puri, que yo no he venido aquí a que me deis la del pulpo entre las
tres, ¿por qué no nos pones dos de churros, una de porras y tres chocolates?
Que ya se me está haciendo la boca agua…
En fin, que de mala gana le sirvió la chica, quien parecía conocerle muy
bien y quien tenía unas ganitas evidentes de que él mojase en su churrería lo
que era comestible y lo que no, ya me entendéis… Bueno, comestible no
sería, pero ella le habría dado un buen repaso con la lengua, pensaba yo con
mi calenturienta mente. Lo malo era que me resultaba inconfesable, pero
aquel impertinente tenía un morbo que no era normal y a mí también me
hizo hervir más que el chocolate que nos puso Puri, que la jodida lo hizo a
conciencia.
Iván estaba más pendiente, mucho más, de mirarme las tetas que de echarle
un ojillo al chocolate, por lo que cogió el vaso sin ningún tipo de cuidado,
de manera que no tardó en cantar por alguno de esos palos del flamenco. Y
más cuando, de los nervios, se lo llevó a la boca.
—Es lo que tienes tú, que siempre has sido muy cariñoso… Tú vas
regalando cariño por toda Sevilla y, claro, te lo regalas hasta a ti.
—Déjate de pamplinas, abrasado, con “s”… ¡¡Y tráeme un vaso de agua!
—Un tío que lo quiere todo para él, y cuando digo todo, me refiero a todo—
nos miró—. Tened cuidadito cuando os deje en el hotel, no vaya ser que se
os cuele en la habitación, yo solo aviso.
—Ah, ya, que tú has copulado con él. Pues tranquila, que a nosotras no se
acerca, le arreo un palo que…
—No, pero estás que no cagas por enseñárselo, en cuanto llegues a su hotel
—añadió la otra.
—Si no tenemos hotel, nos quedamos en su casa—le soltó mi hermana
mientras le daba un bocado a uno de los churros, que estaban de vicio,
aunque para vicio el que se veía en los ojos de Puri.
Salimos de la feria y, pese a la hora que era, había una fila para coger un
taxi que ni que estuviesen repartiendo entradas para ver a Taylor Swift.
—Ni la he tenido ni la tengo. Con las copas que llevo encima, nos
empotraríamos contra el primer árbol, y cualquiera aguanta a tu hermana.
— ¿Lo has hecho por eso? ¿Solo por no aguantarme? Ya sabía yo que,
aparte de un vicioso, eras un irresponsable—le aseguré.
—Pues ya que lo dices, me gustaría añadir que todos los hombres sois unos
cerdos, unos gorrinos…
—Gracias, bonita, yo también te quiero. Y perdona que te lo diga, pero eso
ha sonado fatal, a ti te han hecho pupa.
—Espera, espera, que te voy a demostrar para lo que vale el tío—me dijo
muy seguro—. Jero, que es una urgencia—le pidió a un taxista que pasaba
por allí, parándolo.
—Espérate, Iván…
—Ni intenciones ni nada, yo te pago diez veces la carrera si hace falta, pero
que no veo la hora de coger mi cama.
—Ya, ya me imagino—puso el otro cara de pícaro también—. Si yo en tu
caso también estaría deseando montármelo con las dos, pero que no puedo,
entiéndelo.
— ¿Te has enterado ya, Erika? Que te va a echar un súper polvazo que te
quitará todas las telarañas—añadió mi hermana.
— ¿Me lo preguntas en serio? Con las ganas que este te tiene y la faltita que
a ti te hace, ya te digo yo que será posible. Y que le pidas que repita
también. Oye, Iván, ¿hay taxi o no hay taxi? Que tengo los pies que me
echan fuego…
—Pues claro que hay taxi, niña. Venga, Jero, déjate ya de monsergas y
ayúdame a sacar a los suecos, si no se van a enterar de nada…
—No tienes vergüenza, Iván, te juro que no la tienes, ¿es porque son guiris?
—Increíble es que tú estés más guapa al salir de la feria que antes de entrar,
¿eso cómo se explica?
—Si te has creído que me vas a ganar con tus dotes de seductor de
pacotilla… Es que me mondo, vaya.
— ¿Te quieres subir ya al coche? Que ahora viene Jero a por ellos, si los
guiris están encantados…
—Pero eso es por el rebujito, ¿tú eres una ONG o algo? Tienes la suerte de
estar aquí con el tío, que no me falta un recurso, y te vas a preocupar por
esos dos que están la mar de a gusto, míralos.
—Es verdad, Erika, uno ya se está acoplando—me comentó mi hermana
cuando lo vio tumbarse en el suelo y comenzar a roncar como si no hubiese
un mañana.
—No mientes nada de polvos por lo que más quieras, que tu hermana está
haciéndose la estrecha—le pidió Iván y a Denise le dieron las carcajadas.
—Buenas noches—suspiré.
—Ya me callo, ya, pero que como te vuelvas a Pensilvania sin catar al tío,
yo no te digo nada, pero vas a echar lagrimones como puños. Aprovecha
ahora que tienes la oportunidad, si estoy garantizado, como el jamón que os
puse anoche.
—Sí, sí, claro… Me vuelve loquito, ¿no te jode? Venga, que te gusta mucho
rajar… Aquí te quedas, al mediodía venid por el bar, que vas a probar cosa
rica, ya que no has querido hacerlo aquí.
— ¡¡Que te largues ya, merluzo!!
—Qué durita de roer eres. Ya llorarás por mí, ya… En fin, que me voy, que
algunos tenemos que currar….
—No me des ideas, que te pongo detrás de la barra y causas furor, ahí con
tu acento de guiri y con ese escote que tienes que está para… Oye, no me
líes más, que eres tú quien me provoca.
—Pues mira que para eso hay que tener habilidad, ¿eh? Anda que no me
han dicho cosas ya, la madre que…
Iván podía dar la impresión de ser un desastre con las mujeres, pero su casa
era una virguería y no podía estar mejor puesta, aparte de limpia y
ordenada.
— ¿Yo una ladrona? Jesusito de mi vida, ¿qué dices? Que yo seré pobre,
pero no la hay más honrada.
—Y entonces, ¿a qué has venido? ¿A cepillarte a Iván?
—No, mujer, deja que duerma. Al menos hasta que pase la aspiradora, que
no creo que pueda seguir planchado la oreja entonces.
—Claro que sí, sevillana de pura cepa, ¿no se dice así? Mira, te voy a bailar
unas sevillanas…
—Sí, sí, de Triana eres tú, que tienes menos gracia que un maniquí con
diarrea. Vamos a ver, chiquilla, yo te voy a enseñar a mover las manos, que
parece que se te han quedado agarrotadas. No es así, tú tienes que ser
espontánea, sentir el flamenquito, moverlas hacia dentro y hacia afuera así
como yo…
—De puta madre, pero ¿cuándo? Porque estos días, con la feria, yo estoy
más liada que una peonza, guapa.
—No, no, si tiene que ser ahora mismo. Yo las necesito para esta noche.
— ¿No te has acostado con él y te prepara café? Ya te he dicho que soy fan
tuya.
Saray estaba alucinada, ya que Iván se había lucido. La mesa daba gusto
verla y la invité a sentarse a desayunar conmigo.
—Oye, pero que este ratito no te lo cobro, ¿eh? Solo faltaría, cobrarte por
ponerme como el Quico.
—No te preocupes, que con lo lista que me parece que eres, ya lo pillarás.
Ponerse como el Quico es ponerse ciega de comida, hasta arriba… Es que
no puedas más y, si todavía te caben los dedos para vomitar, coges y te
metes un plátano…
Aquella chica tan pizpireta y divertida me estaba haciendo reír tanto que
terminé con el estómago cogido por mis brazos, doblada de la risa.
—Tú sí que eres lo más, que gracia por sevillanas no tendrás, pero debes
tener otros poderes ocultos que ya los quisiera yo para mí.
Después de ponernos justo como ella dijo, que hasta nos costó trabajo
levantarnos de la silla, comenzaron las divertidísimas clases de baile.
—Así no, por Dios, Erika, que parece que te ha dado un ataque de epilepsia.
—En B, chiquilla, en dinero negro… Más negro que los zapatos de taconear
de un grillo. Por cierto, ¿tú tienes de esos o vas a estar todo el tiempo con
las Converse?
—Bueno, eso ya lo hablamos luego tú y yo. Ahora, escucha con las orejas,
¿eh? Que voy a sacar la artillería pesada. El método es el siguiente…
Unos minutos después, yo seguía doblada de la risa a consecuencia de su
“método”.
—No entiendo por qué te ríes tanto, esto de “Mata el gusano, mata el
gusano y enrosca la bombilla con una mano” ya lo sacaron los de la
chirigota de “Los Lacios” hace una pila de años en los carnavales de Cádiz
y es gloria… El mejor método para enseñar a bailar a gente como tú.
—No, mujer, no se dice así… A gente a la que le cuesta una mijilla pillar
los pasos… Desgraciados son otros, más que nada los políticos, no me tires
de la lengua. Vosotros sois gente sin gracia, no es lo mismo—rio.
—Ah, vale…
—Yo ya era guay, nunca he sido severa ni nada de eso, no digas cosas…
—Tía Pili, que te traigo a dos guiris la mar de guapas para que las tunees y
las hagas pasar por dos sevillanas en la feria, ¿cómo lo ves?
—Ni yo tampoco pensaba verte hoy, ¿te queda algo bonito por ahí para
ellas? Venga, que no se diga, que han aterrizado en Sevilla y no sabían ni
qué era la feria.
—Pues a eso hay que ponerle remedio. A ver, a la rubia le pega un vestido
azul cielo que tengo ahí que es para hacerle un monumento y a la morena…
—La morena soy yo, ¿no? —les pregunté porque se me iba la pinza.
— ¿Estás bien, muchacha? —me preguntó la mujer.
Lo cierto es que opté en aquellos días por seguir llevando la de pelo oscuro
porque Iván no sabía nada de mi enfermedad ni yo tenía confianza con él
para contarle nada.
Denise levantó una ceja porque yo no era de abrirme tanto con personas a
las que acabase de conocer, si bien ellas me estaban tratando como si fuesen
mis familiares y me sentí muy cómoda.
—Oye, que de eso no me has contado nada a mí. Suelta, suelta—me animó
Saray.
—Mi madre es que me tuvo con un sevillano, por eso nos hemos venido.
— ¿Tu madre también? Pues menuda cogorza que debía llevar anoche para
no levantarse con la que hemos armado.
—No, ella murió…
—Ay, virgencita, ¿se puede ser más metepatas que yo? Discúlpame, cariño,
que no he pretendido ofender.
—Ya, claro—suspiró.
—Niña, que tampoco me lie a palos por mucho que no me faltasen ganas.
—De milagro, pero bueno. Vaya careto que se les quedaron a Paco y a
Rosalía en pleno patio del hostal.
A las otras dos se les vino a quedar, más o menos, la misma cara.
Lo sacó, lo sacó, y también cuatro chupitos junto con los que comenzaron
las confesiones.
—Ahora que lo decís, Paco me habló una vez de una mujer, de una guiri…
Una tal, ¿cómo era? Si lo tengo aquí, en la punta de la lengua.
— ¡¡Esa misma!! Y hablaba de ella con mucho cariño. Si hasta me dijo que
fue la única que le hizo cuestionárselo todo, porque a él le tiraban más los
tíos, pero ella debió volverle muy loco también.
—Sí, Cristóbal, es que por aquel entonces estaba casado con Carmina, y
traía a maltraer a Paco. No sabía para dónde tirar y Paco estuvo a punto de
enloquecer. Yo creo que, si no hubiese vuelto a aparecer, él podría haberse
quedado con esa guiri, pero lo hizo y claro, él estaba muy enamorado de
siempre, casi desde niños. Y al final, Cristóbal se llevó el gato al agua, tras
separarse de su mujer.
—Ni en broma, que es anís y tú no sabes lo mala que es una tajada de eso.
Tú te conformas con lo que has bebido y todo esto lo vas digiriendo poco a
poco. Al toro se le coge por los cuernos, niña. Por lo que tú has contado, ya
sabes muy bien lo que es luchar en la vida, no te tengo que contar nada—
me aclaró Pili.
—Pero es que a mí me haría bien…
—Ya te digo, si vas haciendo eses. Pon rumbo fijo, Erika, que me estás
mareando…
Lo dejamos todo en el ático y nos fuimos para el bar. Iván alucinó bastante
al vernos entrar todas juntas.
—Tú tira por largo, que para eso te has hartado, Saray—le aconsejé.
Sí que tiró por largo, menos mal que no iba a abusar. Allí el que no corría,
volaba, porque entre la pasta que aflojó Iván, y la que le di yo por las clases
de sevillanas, se sacó un sobresueldo para la feria.
— ¿Te quedas a tomar algo tú también? Invita la casa—le ofreció él.
—Pringás somos todas las que estamos aquí mirando a Iván con la baba
caída y resulta que él no para de ronear con tu hermana, cuando es la única
que pasa….
—Es verdad, niña, pringá también es la carne del cocido. Ya verás qué
montaditos más ricos, se deshacen en la boca.
—Sí, pero yo me refiero a una clavada más profunda, a una de esas que
cogías al que te la ha hecho y lo fundías como las campanas.
—Pues que tuviste mucha suerte, porque te curaste de dos cánceres a la vez.
Un tío así no paga ni con la horca. Mira, yo puedo soltar muchas tonterías
por la boca de lo bueno que está Iván y de esto y de lo otro, pero la realidad
es que a mi novio no le pondría los cuernos ni hartita de vino, ni yendo a
cuatro patas, vaya, y mira que ya estaría en postura y todo—nos dijo
sacándonos la risa—. Él no se lo merece y es el padre de mi Antoñito, que
es lo que más quiero en el mundo… Un hombre que te hace eso ni es
hombre ni es…
— ¿De qué hombre habláis? —nos interrumpió Iván, que llegó con la
bandeja con las cuatro cervezas, pensando en sentarse con nosotras.
— ¿Tú tienes que estar en todas las conversaciones? Mira que eres
entrometido—me quejé.
—Y mira que tú eres malaje conmigo, guapísima, con lo bien que te trato
yo… Saray, ¿tú te crees que es justo?
—Igual es que hemos pasado por donde mi tía Pili, pero tranquilo que es
por tu bien, es para que pasees por el Real de la Feria a las dos americanas
más guapas de toda Sevilla.
—Tengo que pelotearle, que para eso no he hecho ni el huevo hoy. Menos
mal que igual no se da ni cuenta, si en esa casa se limpia sobre limpio…
—No le digáis ni mu, dadle la sorpresa, que es muy cotilla y a los hombres
no se les puede dar mucho carrete.
—Bueno, que me explotas un poco. Mira, hoy estoy hartita de trabajar para
sacar una miseria—le dijo con cara de puchero.
—No, eres otras cositas que yo me sé, pero va a ser que un rata no—le
contesté yo.
— ¿Y algo más? Me vais a sacar hasta la cerilla de los oídos, ¿qué es lo que
quieres? —le preguntó sacando la cartera otra vez.
Era generoso, eso no se podía negar, como tampoco podía negarse que lo
manejábamos a nuestro antojo.
— ¡¡Ala!! A ver si no tengo que tirar la camisa… Ayer fue el móvil, hoy
esto, mañana, ¿qué va a ser? ¿Le prenderás fuego al ático? —me preguntó.
— ¿Se ha cargado tu móvil nuevo? ¿Ese que parecía que lo habían traído
del espacio? Ay, mi madre…
—Yo de parte de las mujeres siempre, pero lo del móvil debe ser un crimen
de esos contra la humanidad, por lo menos… No fliparía yo nada teniendo
uno de esos para hacerle fotos a mi Antoñito. En fin… que yo me tengo que
ir enseguida a recogerlo. Está con mi suegra y tampoco quiero abusar, no
vaya a ser que le dé clases al niño y la liemos.
—Me va a salir a mí cara esta feria entre unas cosas y otras, ¿cuánto cuestan
los cacharritos?
—Tú dame 100 euritos que yo me apaño, tampoco le voy a subir en todos,
jefe.
—A ver, que el niño no se puede montar solo, así que nos montaremos Tony
y yo con él, ¿o es que vas a consentir que uno se quede abajo? Qué lástima
de dinero, ni disfrutar en familia puede una…
—Es que no puedes decirlo. Me sienta que parece que me lo han hecho a
medida. A ver, es que me lo hicieron a medida. Hacía tiempo que no me lo
ponía, pero esta noche vamos a quemar la feria…
—Pero que se le pasa por la cabeza hacer una pira de esas como las
funerarias en la India, todita formada por hombres, también te lo confirmo.
—Vamos, que no se conforma con que estén muertos, también los quiere
chamuscados.
—Porque soy muy bueno, porque otro te diría que a hacer unas pocas de
puñetas a la calle. Qué mal cuerpo me estás poniendo, guiri…
Lo del mal cuerpo sería metafórico, porque es complicado definir cómo iba
con aquel traje de corto que remató con su sombrero cordobés y con sus
botas camperas.
Entramos por la feria los tres del brazo. De nuevo nos fuimos a su caseta,
donde repetimos el ritual de la cena que mi hermana y yo estábamos
esperando con ansia.
Hay cositas ricas en el mundo, y después está el jamoncito que nos ponía
Iván, ese que degustamos con tantas ganas… Él, mientras, nos iba
presentando a todas las personas que se nos acercaban a la mesa.
—Calla, calla, que estoy enroscando la bombilla con una mano—le solté y
entonces casi se tira al suelo…
— ¿Quién se supone que te ha enseñado eso? ¿Ha sido Saray? Madre mía,
no me lo puedo creer, ¿te ha estado dando clases?
—A mí y a Denise, mira…
—Podría ser el caso, ya que sería en el último sitio que tocases y así lo
preservaría de tus manos, que he tenido que comprarme uno nuevo esta
mañana, pero no, ya sabes bien que no es el móvil…
—Lo sé, lo sé… En fin, que como te me acerques más con eso así de
abultado, te meto una patada que, ¿cómo decís vosotros? Que se caga la
perra, vaya.
— ¿Todavía te quedan gana de hablar de fuego? Hay que tener ganitas, ¿eh?
—Calla, calla, que no me acordaba. Deja, deja, que esto no es nada—me
decía mientras trataba de que aquello bajase.
Yo me reía sin remedio con aquel monumento que, ataviado como nadie
con su traje de corto, lucía con garbo no solo el sombrero cordobés y sus
peculiares botas, sino también los estrechos pantalones, la chaqueta, el
chaleco y la camisa.
No hace falta ni decir que su cuerpo despedía muchísimo calor y que le iban
sobrando todas las prendas, una por una, esas que con tanta gracia exhibía
al compás de unas sevillanas que bailaba como si fuese un auténtico
profesional.
—Qué calor más grande y qué colorcito que has escogido tú, chiquilla—me
decía él mientras me miraba.
—Me hace la sangre agua, que eres más arisca conmigo que un erizo
cabreado, niña.
—Eso es verdad, y así estoy, que no puedo con mi alma, pero el tío es
currante y da el callo, no vayas a decir que no.
—Eso es lo único sensato que has dicho desde que te conozco.
La risa entre los tres era contagiosa. De nuevo salíamos de la feria partidos
y eso que yo le cortaba a Iván el rollo a cada segundo, que ignoro cómo
tenía el valor de dirigirme la palabra.
—No sé si es una pregunta trampa, que entre Puri y tú me dais la del pulpo
y terminan por caerme los churros de pie que, a este paso, me saldrá una
úlcera de estómago—se quejó.
—Yo no he visto un caradura con más pinta de víctima en los años de vida
que tengo, ¿nos temes a las dos juntas?
—El tío no le teme ni a un toro de Miura que le soltaran ahora mismo, con
eso te lo digo todo, que para eso soy hijo de torero.
—Tú estás aprendiendo muy rápido, guiri, pero que muy rápido. Miedo me
estás dando…
Llegamos y Puri nos vio de lejos. Desde luego, que la puñetera tenía un
radar con Iván y en lo tocante a nosotras no debíamos caerle demasiado
bien, porque era obvio que le tenía unas ganitas increíbles.
—Pues nada, Puri, a las buenas noches, que ya estamos otra vez aquí.
—Por algo será, ¿no? —le preguntó ella con cara de pocos amigos.
—Así me gusta, que recibas a la clientela con una sonrisa de oreja a oreja.
—Vaya, que le darías un buen porrazo—añadió Denise, quien iba con unas
cuantas copitas de más y no tenía filtro ni en las fotos del móvil, que para
eso era muy guapa y no los necesitaba.
—Ay, qué buen chiste. Si es que este Iván siempre ha sido un cachondo.
—Pues en tu chocolate de anoche, que despedía más calor que el Volcán del
Teide, creo que me explico.
Nos sirvió con malas pulgas, para qué decir otra cosa, pero esa vez Iván se
aseguró de que su lengua estuviese a salvo. No es de extrañar, porque yo no
sabía cómo la utilizaría para otros menesteres, pero charlar, charlaba sin
parar. Nos reíamos con él hasta que se nos veía la campanilla.
Después, para desesperación de Puri, nos cogió a cada una por un brazo e
hizo otra pirula de las suyas para que nos subiéramos en un taxi antes que
otros muchos.
—Pues nada, ya os ha traído el tío a casa. Ahora que se acueste la niña, que
no hace más que bostezar, morena, y tú y yo nos quedamos un ratito en el
sofá, ¿es o no es?
—Es, pero en tus sueños, Iván. Ya estoy con todos mis potingues
dejándome la cara como el culito de un bebé y metiéndome en la cama,
campeón.
—Si eso es lo que pretendo desde el principio, menos mal que por fin nos
entendemos. Niña, tú tienes que probar el producto de la tierra, tú no tienes
por qué confórmate con los de la tuya, que deben tener menos arte que un
Playmobil bailando por bulerías.
—Menuda patochada acabas de soltar por esa boquita que me llevas pintada
de un rojo que tú me dirás qué rojo es, que los hombres no entendemos de
eso.
—Qué más quisieras tú que te tocase, aunque fuese las narices. Buenas
noches por decir algo porque, como no te calles, las tuyas van a ser
regulares tirando a malas.
Capítulo 19
—Di que sí, ¡le voy a hacer una foto! No, ¡unas cuantas y las subo a las
redes! ¡Cómo se lo curra! —Denise parecía entusiasmada.
—Sí que está bonita, sí. Oye, ¿cómo es que tiene flores en la terraza? No
me da el perfil…
—Pues ya ves, a veces las cosas no son lo que parecen. Supongo que, en el
fondo, Iván es un tío muy sensible. No creas que le conozco tanto porque
llevo poco trabajando con él.
—Guapísimas, Iván se la comía con los ojos, tendrías que haberla visto—le
contó Denise.
—Y ella con cara lánguida, ¿no? Qué mal repartido está el mundo… Te lo
advierto, Erika, como no te lo tires pronto, voy a dejar de ser la presidenta
de tu club de fans.
—Es que manda huevos el tema. Eso, que el mundo está muy mal repartido.
Y yo voy a seguir, que se me acumula el trabajo…
—Bueno, que en esta casa se puede comer en el suelo y tú vales más como
profe de sevillanas que como limpiadora.
—A ver si me echa al final Iván, que ese parece que va a lo suyo, pero para
mí que está en todo.
—Venga, sí, danos clases… Que tendrías que verla bailando anoche, lo
tenía comiendo de la palma de su mano—rio Denise mientras le echaba
mano al delicioso zumo de naranja que él nos dejó preparado.
—Yo quería haberme acercado por la caseta de Iván, pero resulta que
Antoñito se quiso montar en más cacharritos de la cuenta, y terminó
echando la pota. Y yo, cuando lo vi, mucho más, eché vino hasta por las
orejas. Qué malita me puse, prometí que hoy lo dejaba, pero no seré capaz.
— ¿El vino? ¿Que dejabas el vino?
—No, al niño con mi madre, pero no seré capaz. Es chico, pero le he cogido
mucho cariño—rio.
Saray nos dio nuevas técnicas y hasta nos alabó, porque Denise decía de mí,
pero ella era muy bailona y las sevillanas comenzaban a dársele bien.
—Pues nada, otro día que no limpio. No, si será mejor que termine
poniendo una academia de baile.
— ¿Ves? Ahí está la pega, que no estaría bonito que yo liquidase a mi pobre
madre para eso. Todavía si fuera a mi suegra…
Con ella todo era un disparate, igual que con Iván. La gente de allí tenía
algo especial, igual que el color de la ciudad, con ese cielo azul intenso que
anunciaba cada mañana un día luminoso y resplandeciente.
—Toma ya, qué guapura que no se puede aguantar—nos dijo cuando nos
vio listas para salir Iván.
—Pero cada día más guapas, que ganáis como el buen vino. Hoy os tengo
una sorpresita.
— ¿Una sorpresita? Miedo me dan tus sorpresas. Yo mejor tiro para la calle,
no te dé por tratar de sorprendernos con alguna guarrada y te tenga que
aplaudir la cara.
—Qué te gusta hacerme daño, ¿os estoy echando yo acaso? Tan solo digo
que miréis…
— ¡¡Un coche de caballos!! —exclamó Denise con los ojos como platos.
—Bueno, para vosotras y para el tío, que me subiré el primero no sea que,
cuando llegues arriba, me des una patada y me tires de espaldas.
Sobra decir que los carruajes de caballos en Sevilla son punto y aparte.
Recorrer tan apasionante lugar, con un cochero al mando que va recorriendo
la monumental ciudad, no es algo que se haga todos los días. De hecho,
nunca habíamos hecho algo similar y el entusiasmo nos desbordaba.
Además, que todos íbamos ataviados para la feria y nuestras sonrisas
resplandecían cuando mi hermana puso la cámara en modo “vídeo selfi” y
nos vimos.
La gente nos miraba porque aquel carruaje no era uno cualquiera, sino uno
muy lujoso y llamativo que hacía que todos se volviesen a nuestro paso.
Denise se lo comentó y él parecía feliz al respecto.
—Sí, pero no nos has ayudado a subir, eso también hay que tenerlo en
cuenta—le picaba mi hermana, a quien le encantaba hacerlo.
—Tuve que correr a montarme y lo sabes, la guiri grande habría sido más
que capaz de dejarme en tierra. Así que… se siente, el tío el primero.
— ¿A que sí, señora? Como que llevo del brazo a la guiri más guapa de
todo el globo…
Ya he comentado en otras ocasiones que era muy generoso, así que terminó
sacando dos billetes de 50 euros porque la mujer le contó que tenía unas
cuantas bocas que alimentar en su casa.
—Claro que sí, criatura, si ella no te podrá rechazar mucho tiempo con esa
cara tan bonita que tienes. A ver, dame tu mano—me pidió.
—No, la salud está bien, no tienes que preocuparte de nada. Ahora ya no,
chiquilla.
Fue contundente. “ahora ya no”, ella vio mi enfermedad, esa que había
vencido. La salud estaba bien y eso era lo primero.
Capítulo 21
Esa noche, como las demás, volvimos a cenar y a derrochar arte sobre el
tablao.
— ¿Siempre ha sido así? —me preguntó él cuando nos dejó tomando jamón
y pescadito frito para irse a ora mesa con sus amigas.
—No, no, dice que está experimentando, no sé en qué quedará todo esto.
Hay una chica que le gusta en Pensilvania…
—Qué observador…
—Pues claro, a ver si te crees que yo solo tengo las orejas para que me
sujeten las gafas…
—Si tú no usas gafas—le contesté entre risas.
—Las de sol, que todo hay que precisarlo contigo, chiquilla, ¿no ves que el
sol deslumbra mucho aquí en Sevilla? Pues necesito ponérmelas. Y más
ahora, que también me deslumbras tú.
—Iván, ya está bien con el rollito. Mira, vamos a ser sinceros. Yo sé que tú
aspiras a meterte en la cama conmigo porque ya es como un reto…
—Venga ya…
—Que sí, que me gustas más que las aceitunas chupadedos, Erika, pero que
no me dejas ni abrir el pico, te pasas el día cortándome el punto. Aunque a
mí me da igual, ¿eh? Yo pienso seguir ahí, pico pala. Yo no voy a desistir
solo porque un guiri te diese un zarpazo en el corazón…
—Sí, lo han hecho, y debió ser muy animal para dañar a alguien como tú.
Ya no tienes que disimular, Denise me lo ha contado todo.
—Pues anda que el suyo, es para caerse de espaldas—le dije con segundas,
porque el vestido lo era, pero quien estaba por caerse de espaldas era yo,
que tanto meterme en familia me sobrepasaba.
Se me dio una circunstancia particular con él, porque Humberto era mi tío,
el hermano de Paco. Solo que él no lo sabía. Le hice prometer a Iván que no
correría la voz entre su familia. Él no conoció a mi madre y no pudo
sacarme el parecido. Y tampoco mi padre le había dicho nada. Según me
contó Iván, Paco estaba en shock y ni pisaba la feria en aquellas noches
porque mi presencia en Sevilla le alteraba mucho. Yo no solo pensaba en
que se fastidiase, que tenía mucho que purgar.
—Hola, así que eres el dueño del bar con los mejores boquerones en
vinagre que hay en todo Sevilla. Te haré publicidad cuando vuelva a mi
casa—le dije a aquel hombre que llevaba mi sangre.
— ¿A Pensilvania? Mira, si logras que una sola persona venga desde allí a
comer mis boquerones, te aseguro que me asocio contigo—me contestó
risueño, sin saber que estaba hablando con su sobrina.
—Contigo no me hace falta asociarme, sabes que eres como un hijo para mí
y me vas a heredar, ¿qué más quieres?
—Y con muchos recursos. Ten cuidado con él, que es muy persistente.
Ahora, eso sí, no es porque sea mi niño, pero vale su peso en oro. Puede
decir muchas tonterías, pero lo vale.
—Si a ti no te hace falta que nadie te venda, cariño, eso lo haces tú solito
muy bien…
—Les has gustado, ¿eh? Pero no han querido quedarse aguantando la vela.
Que conste que también nos dio tiempo a bailar unas cuantas sevillanas
antes de correr hacia “La calle del infierno”, como llaman los sevillanos a
ese parque de atracciones que se sitúa contiguo al Real de la Feria donde no
solo hay mogollón de atracciones, sino también de tómbolas y de
espectáculos. Todo un derroche de luz y color, de música, de ruidos varios,
de voces y de gente yendo y viniendo.
—Pero Denise, ¿tú has visto la fila de gente que hay? Si parece que están
regalando acciones de Amazon, chiquilla.
—Y a ti parece que se te olvida que vamos con Iván, seguro que él se las
ingenia.
—Este saca conejos de todos los lados. Ay, mi madre, ¿tengo que explicarte
a qué le llaman aquí conejos, Erika?
—Oye, tú estás aprendiendo demasiado rápido, por lo que veo yo. Vaya
manera de espabilar.
También podía ser eso, que yo hubiese estado tan liada que apenas me
percatase de que se hizo una mujer. Denise comenzaba a vivir su propia
vida y cada vez volaba más alto.
—La niña te acaba de dar una buena estocada, y mira que tú sabes
esquivarlas bien, que me lo digan a mí—me soltó él en plan sibilino.
—Qué bonito que está eso, el tío a hacer favores, pero luego, que le den por
donde amargan los pepinos…
—Es que antes estábamos aquí, pero mi chica está embarazada y tuvimos
que salirnos de la fila. Ya sabéis para potar y eso—les decía mientras nos
poníamos los primeros.
— ¿Tú no serás un listo? —le preguntó un forzudo que había allí y que
venía a ser como el muñeco Michelin, solo que con mejor color.
— ¿Yo causo ese efecto en ti? —me preguntó él, acercándose muchísimo.
— ¡¡Que corra el aire!! Qué tío más plasta. Me están entrando ganas de
bajarme…
—Tonterías son las que dices tú, majadero… Las náuseas son por el vino
y…
Y mis peores augurios se cumplieron. Me acordé del niño de Saray, que
también la lio, y más vomitaba yo en la noria. Juro que no fue adrede, que
traté de mirar para otro lado, pero no me dio tiempo y le cayó todo encima a
Iván.
Era su día libre y dio con los nudillos en la puerta de mi dormitorio. Corrí a
ponerme la peluca, la cual estaba como el moño de una loca tras el jaleo de
la noche anterior.
—Sí, eso parece… Eché todo lo que tenía en el estómago y me quedé súper
a gusto, oye, ¿qué haces aquí todavía?
—Vaya lo siento…
—Seguro, otra cosa será que me lo agradezcas, pero que da igual. Yo estoy
aquí para servirte, ¿quieres algo más?
—El desayuno está de verdadero vicio, pero lo del masaje ya debe ser
pecado—le decía mientras saboreaba el zumito de naranja bien fresquito
con aquellas tostadas tan deliciosas.
—Ya, una patada en la boca, eso estaría también la mar de bonito. Menudo
pago que me das con todo, ¿eres consciente de que me tratas fatal?
Llamé a gritos a Denise, quien salió con una toalla envolviendo su melena.
—Es que te echaba de menos, y como decías que Sevilla es tan bonita, pues
eso… ¡que les pedí a mis padres el viaje de regalo de fin de curso
adelantado! Tú misma me pasaste la ubicación el primer día, para que viera
el edificio por el Google Maps, así que ¡aproveché para darte la sorpresita!
—Pues nada, otra guiri chica más en casa, ¡la familia crece! ¡Pero yo no
hinco ni por cachondeo!
—Pues nada, bonita, que estás en tu casa. Todo lo que quieras no tienes más
que pedirlo, como las demás…
—Chiquilla, ¿la guiri chica nueva nos está echando del ático o solo me lo
parece a mí?
— ¿Un tiento? Pues mira, ¿sabes lo que te digo? Que a mí me está tentando
del todo. El día está de lujo y te voy a llevar a la Plaza de España—me
anunció mientras tiraba de mi mano.
—Stop! No corras tú tanto, ¿dónde vas con las prisas? ¿Las piensas dejar
aquí solas? —les pregunté.
—Pero que es mi hermana pequeña, Iván, que alguien tiene que velar para
que las cosas no se vayan de madre…
—Mira, guiri, no me sueltes la lengua porque luego dices que casco mucho,
pero es que tú haces que me lleven los demonios. Estas dos van a darse un
buen revolcón te pongas como te pongas. Así que vámonos ya, que están
atacaditas de los nervios. Y a ver si te da por tomar nota, que me tienes ya
subiéndome por las paredes.
No me dejaba ni vestirme. No paraba de tirar de mí y yo de darle
manotazos. Lo cierto es que me lo pasaba genial mientras le escuchaba y le
arreaba. Se había convertido en una especie de ritual.
Saray tampoco vendría a limpiar ese día, por lo que aquellas dos granujillas
se quedaron a solas.
— ¿Te quieres relajar de una buena vez? Déjalas que disfruten y haz tú lo
mismo, ¿te puedo dar un beso sin que me saques una muela de un
puñetazo?
—Yo de ti no lo intentaría…
Capítulo 24
—Hoy es un día muy tranquilo, toda Sevilla está en pausa tras el jaleo de la
feria—me comentaba.
—Me alegra mucho haber llegado en una fecha así, y eso que no tenía ni
idea…
—Es que los sevillanos le ponemos mucha pasión a todo, eso es verdad.
Somos muy pasionales.
—Al final, terminarás sabiendo más frases de aquí que yo mismo… Pues sí,
el tío no se enamora todos los días.
—El tío le tiene que echar cara a la vida porque, si no, la vida te come, y yo
no estoy dispuesto. Antes prefiero abrir la boca y dar un bocado yo.
— ¿Eso quiere decir que estás más susceptible? Si lo veo así, podría atacar
como un Pitbull—me dijo partido de la risa.
—No me digas eso, que me entra penilla y yo, aquí donde me ves, soy muy
llorón… Al menos, quedaos el tiempo que estéis en Sevilla, ¿no? ¿Qué
sentido tiene que os cobren un ojo de la cara por alojaros en cualquier sitio?
Porque el único que lo haría gratis, aparte de mí, no goza de tu simpatía.
—No quiero ofenderte, por favor, con eso no. La llevas porque tú quieres,
porque guapa estarías igual, ahora me explico tu lío a veces con lo del color
de tu pelo.
—Por ejemplo…
—No te lo conté porque no me hubiera sentido a gusto.
—Lo supuse porque si no, dudo que hubieras venido, y porque tienes cara
de vender salud, aparte de que le preguntaste a la gitana si lo que te
esperaba era un sobresalto de salud y lo hiciste con ansiedad, además de que
ella te dijo que no había problema con eso que “ahora ya no” y tú asentiste.
—El tío es muchas cosas, las cuales no te interesa saber porque no quieres
conocerme.
—El mayor de todos los capullos. Por eso estoy aquí, porque necesitaba
oxigenarme y olvidar, porque no quería ni pensar en quedarme allí, pillada
de esa mierda de historia y cerca de un tío que lo contaminaba todo. Cuando
vuelva, ya lo haré con el chip cambiado…
—No seas tonto ni loco, o no seas las dos cosas a la vez, Iván.
—Parece que me estás hablando en serio, por una vez lo parece, chiquilla.
—Es que también parece que tú lo haces…
—Es que no solo fue él, también mi padre le falló a mi madre, y me falló a
mí… ¿no lo comprendes? Todos los hombres que se acercan a las mujeres
de mi familia les hacen daño. Creo que por eso me alegra que mi hermana
esté con Camila.
—Pues eso que se ha llevado por delante. Además, que ni siquiera llegó a
hacer nada, por algo será.
— ¿Y por qué querría engañarte? Por supuesto que es eso lo que quiero.
No le dio tiempo a decir nada más porque nos besamos de inmediato. Tras
hacerlo, él se me quedó mirando y en su rostro se dibujó la más bonita de
todas las sonrisas que le vi nunca a un hombre.
—Te estás saliendo con la tuya, poco a poco me vas ganando terreno.
—No te dan miedo ninguno de los dos, no disimules, solo te debates sobre
cuál te gusta más. Ahora, si quieres, podemos seguir hablando de…
—No me lo tomes a mal. Por una vez te voy a hacer caso, no quiero hablar
más, quiero que me enseñes Sevilla, quiero reír, quiero que me salgan alas y
verlo todo con perspectiva, ¡quiero vivir! —chillé.
—No veas si mola eso que dices, aunque ten presente que ahora mismo voy
a comprar una cuerda—me indicó.
—Para poder seguirte cuando te salgan esas alas, chiquilla, que te lo tengo
que explicar todo.
—Ay, que eso que has dicho es muy bonito—le respondí poniéndome las
manos delante de la cara—. No quiero parecerte una pava…
—Sí que podrás. Haz una prueba: cierra los ojos y piensa en qué deseas más
en este momento. Si, al abrirlos, tu deseo se ha cumplido, me das una
oportunidad de vivir estos días a mi manera.
Lo hice, cerré los ojos y tuve que serle honesta: deseaba un beso por su
parte, un cálido beso de sus labios, y eso fue justo lo que recibí antes de
abrirlos de nuevo.
— ¿He acertado? Vale, vale, guiri… Si no hace falta ni que respondas, por
supuesto que he acertado.
Me cogió en brazos. Sí, como suena. Iván era alto y fuerte, y comenzó a dar
vueltas conmigo.
—Me vas a despegar hasta la peluca—le decía yo sin parar de reír entre
vuelta y vuelta.
Nos estuvimos haciendo fotos por toda la Plaza de España y después dimos
un agradable paseo por los Jardines de María Luisa. Tras ello, me invitó a
almorzar a un precioso restaurante con unas vistas espectaculares a sus
jardines verticales, cerca de Los Remedios, plagado de vergel que puedo
calificar de oasis gastronómico.
No contento con ello, quiso que pasáramos la tarde paseando por Sevilla, de
la mano, haciendo algunas paradas como esa en la que me invitó a
asomarme al escaparate de la mejor heladería del mundo, porque debía serlo
aquella en la que los colores lo salpicaban todo en la perfecta distribución
de los helados de distintos sabores, increíblemente decorados.
—Oye, yo creo que ya les hemos dejado el ático bastante tiempo, ¿no? Está
anocheciendo…
—Las guiris chicas como tú las llamas, ¿no? Pero la nevera estaba llena,
esas se habrán puesto como el Quico, ¿ves cuánto controlo? Como el Quico
he dicho.
—Veo, veo, lo que no veo tan claro es que hayan parado ni para comer
nada, fíjate.
—Vale, vale, si él se quiere dejar robar así, sin pasamontañas y sin nada…
—La cual tienes del color de una fresa, no voy a preguntar lo que habéis
estado haciendo porque…
— ¿Lo ves? Tendría que haber apostado contigo—me dijo él—. Al menos,
habría recuperado parte de la pasta que le tengo que dar a ella…
—Es que no sé que tengo, pero no puedo con mi vida—nos comentó Denise
al darnos un beso a ambos y llevarse a Camila.
—Mejor no te digo lo que pienso que tienes, guiri chica, que ya sabes cómo
se las gasta tu hermana—le contestó Iván.
—Ni una palabra más al respecto o cobras, ¿me he explicado? —le advertí.
Cuando por fin se acallaron tales risas, hice algo que temía mucho hacer
delante de nadie, y que para mí fue como desnudar mi alma.
— ¿Te importa si me la quito? —señalé a mi peluca, puesto que me hubiera
sido muy incómodo acostarnos con ella puesta, a pique de que en cualquier
momento se desprendiera. Aparte, que si me iba a dar a él, deseaba hacerlo
de una manera natural y completa.
—La guiri más bonita que he visto en mi vida, y encima la que pone a mi
corazón a saltar a la comba, ¿qué más quieres que te diga? —me preguntó.
—No hace falta más—le contesté con ojos llorosos porque su respuesta
logró emocionarme.
No solo fue delicado, sino también romántico y entregado. Iván podía ser el
más bromista del mundo, soltar toda clase de desvaríos por la boca y
hacerme perder los estribos, pero esa noche supo mostrarme una parte de él
que complementaba a la otra y que me volvió loca, pero loquita perdida, no
me voy a engañar.
Hacía mucho que no me entregaba al cien por cien en la cama, dado que los
últimos tiempos con Oliver no fueron para tirar cohetes y, sin embargo, con
Iván me entregué como nunca lo había hecho.
¿Cómo era posible que yo volase hasta allí renegando del amor y que se me
erizase la piel como lo hacía con solo aguantarle la mirada? Si él dio lo
mejor de sí en el catre, yo no me quedé atrás. Muy excitada, también me
afané al máximo para hacerle disfrutar, aunque su máximo disfrute parecía
ser el de llevarme a mí a la cima del placer.
—Ya lo imagino, bonita, y pronto volverás a mostrar tu pelo rubio como los
trigos a la salida del sol…
—Es que ya me has dado bastantes sorpresas, tampoco aspiro a que seas
poeta.
— ¿De verdad te estoy sorprendiendo? No sabes cuánto deseo que sea para
bien.
— ¿Ya vas a empezar con una de las tuyas? ¿Qué es eso de que yo te
trastorno?
—Eso parece…
—Calla, calla, que te lo creas o no, esto no me pasa a mí desde que era un
chinorro…
—Venga, a lo tuyo. Si crees que estoy aquí para regalarte el oído, la llevas
más que clara.
—Es lo que tiene cuando uno está más distraído de la cuenta, chaval—le
comentó.
—Humberto, tú sabes que es la primera vez que te fallo—le dijo con cierto
apuro porque formal para el trabajo sí que era una cosa mala, como decía
Saray.
—Te voy a contar yo una cosita, tú no sabes cómo le pone al tío que te rías
tanto.
—Ni en broma, que dice que me da unos días libres, que hace mucho que
no me los tomo y que por allí no aparezca.
—Anda, qué bien… Si te digo la verdad, nos choca a todos que trabajes de
camarero…
Con eso de que no tenía que aparecer por el bar, nos deslizamos debajo de
las sábanas a plena luz del día. Si emocionante había sido hacer el amor con
él durante la noche, no digamos ya por la mañana, cuando su sonrisa
aparecía ante mí más resplandeciente todavía.
Por un rato, hasta se nos olvidó que no estábamos solos en el ático, cosa que
mi hermana nos recordó al pasar por la puerta del dormitorio camino de la
cocina.
—Ya lo capto, que vais para largo. Os voy a preparar un desayuno que os
chuparéis los dedos. Camila, en pie, no te escaquees, que para volar hasta
aquí has sido muy diligente—le pidió a la otra.
Las dos se pusieron a ello y hasta me olvidé del asunto, pues no salimos del
dormitorio hasta un buen rato después.
— ¿Quién es ahora la que tiene las mejillas como los claveles de Iván?
—Calla, calla, niña. Oye, Iván, qué curioso eso de que tengas tantas
macetas en la terraza, no te imaginaba yo a ti cuidando plantas—le comenté
con la taza de café en la mano.
Camila miraba a un lado y a otro, sin poder dejar de murmurar en inglés que
la casa era preciosa y que estaba perfecta.
—Preciosa eres tú—le decía mi hermana, que estaba encantada con su visita
sorpresa, la cual le hizo ver que sentía por ella más que una simple
atracción y que una corriente bonita estaba surgiendo entre ambas.
— ¿De crucero? ¿Por dónde? ¿Por las islas griegas? ¿Por los fiordos
noruegos? ¿Qué echo en la maleta? No he traído bikinis—Denise mostró el
máximo de entusiasmo.
—No te flipes tanto, guiri chica, y déjate de maletas que nos vamos a un
crucero de una horita por el Guadalquivir.
—Vaya…
—Sí, vaya por Dios… Pero anda que te lo vas a pasar mal. Ve ya a vestirte
y dile a tu chica que va a ver lo que es un recorrido bonito, se le van a caer
dos lagrimones de la emoción.
—Se le caerían más si fuésemos en el Symphony of the Seas de la Royal
Caribbean, que es el crucero más grande y lujoso del mundo, pero que no
me voy a quejar.
— ¿Adónde vais los cuatro tan guapos? Qué alegría, con lo bueno que está
el día, que se daría una un paseíto…
—Ah, vale, pues también tiene su encanto, ¿eh? No daría yo nada por
poderme subir ahora al barquito en vez de tener que hartarme de limpiar,
con lo bueno que está el día—dejó caer.
—Qué va, qué más quisiera… El dinerito me hace falta, una tiene que
limpiar, ha nacido estrellada.
— ¿Estáis liados? Ay, qué alegría más grande, te dije que te lo tirabas sí o
sí, ¿te acuerdas? —me soltó ella.
—Nada de apostar, son cosas de Saray. Venga, que tenemos que comprar
pastillas, que yo me mareo en el barco.
Nos marchamos los cinco y he de reconocer que fue una formidable idea
por parte de Iván, ya que el paseo en barco por el Guadalquivir no solo
resultó bonito, sino de lo más divertido al ir todos juntos.
—No vais a encontrar una fotógrafa mejor para inmortalizar este crucero.
Nos tenemos que pasar los Insta, que nos sigamos, ya me siento como de la
familia—decía ella, a quien todo le suponía una aventura y siempre
mostraba una amplia sonrisa.
—Voy, voy, pero esto de las fotos me lo tienes que pagar aparte, Iván, que
es muy duro—le recordaba.
—Ay, que Iván se nos está enamorando, qué cosa más bonita son esas
mariposas en el estómago que se sienten—Saray estaba que se salía.
—Sí, sí, que tú tendrías que haberla visto en la noria, Saray, la niña del
exorcista parecía una hermanita de la caridad a su lado, menudo caño—le
contaba él.
No solo fue el paseo, que nos llevó a descubrir desde el agua todos los
monumentos de Sevilla, sino también las tapitas y las cervezas de luego,
que nos tomamos en una terracita a orillas del Guadalquivir.
El sol deslumbraba en aquel precioso y primaveral día que nos recordaba
que habíamos aterrizado en el mejor lugar del mundo para disfrutar de esa
alegre estación del año que tantas alegrías y satisfacciones nos estaba
reportando.
Después dimos un paseíto a pie y nos invitó nuevamente a helado. Esa era
otra tentación que en tal época del año te asaltaba en forma de colorido
dulce desde las vitrinas de esas heladerías que no podías dejar de mirar.
—Si es que una vale para todo, está mal que yo lo diga, pero es la verdad—
nos comentaba.
— ¿Cómo va a estar mal? Si es la verdad, hay que decirla. Eres una virtuosa
y estás desaprovechada—le decía Denise.
— ¿Será Saray?
—Ya, pero igual se figura que estamos aquí dentro y por eso llama—le
comenté.
— ¿Tú? ¿Y por qué? ¿Quieres que le vuelva a zurrar? ¿Es eso? Vaya gusto
que tenéis los dos, porque él también se ha prestado a este circo.
— ¿Hace falta que te diga por qué? Estás en mi cama, Erika, eso significa
algo.
— ¿Es que hay más de un tipo de hombre? Yo creo que es el mismo, pero
con distintos nombres: mediocres, desleales, interesados, mujeriegos…
— ¿Te has quedado tranquila? Porque nos has hecho a todos un traje nuevo.
— ¡Se acabó! Ya ha escuchado el tío todas las tonterías que debía escuchar
—me dijo y, sin darme la oportunidad de defenderme, me cogió por las
piernas y acabé en sus hombros…
—Hija, yo…
— ¡No le hagas ni caso! No quiero escuchar nada de lo que salga por tu
boca. Si hubieras sido un hombre en lugar de una vulgar rata, te habrías
preocupado por mí a lo largo de estos años. Ni una mísera llamada le hiciste
a mi madre para saber cómo nos iba, ni una…
—La llamaste “mi Sam” cuando me viste, ¿cómo puedes ser tan cínico?
Debería darte jarabe de palo.
—Tu madre vino, sí. Me había dicho que teníamos que hablar y yo supuse
que deseaba que tuviéramos algo, que formalizáramos lo nuestro. Yo la
había conocido después de más de una y venida con Cristóbal, quien hoy es
mi marido…
—Yo tenía su dirección… Ella me la había dado porque una vez le envié un
regalo… Le mandé varias cartas en los siguientes meses interesándome por
cómo le iba la vida, por si había encontrado a alguien o por si ya me había
perdonado. Cartas en las que no mencioné ningún embarazo, hasta el punto
de que la creía volando por todo el mundo, libre como un pajarito. Ojalá
ella hubiera guardado esas cartas porque entonces me creerías—me contó.
—Sí, debió ser un buen puñado, hasta que llegué a la conclusión de que
jamás me respondería.
— ¡¡Marchando!! Espera, también hay una… Está escrita del puño y letra
de tu madre, metida en el sobre, pero sin llegar a enviarla…
Las manos me temblaban a tope cuando me fueron llegando una a una las
imágenes de esas cartas en las que Paco le deseaba todo lo mejor y le decía
que se la imaginaba con su preciosa sonrisa surcando los cielos… También
le contaba que él estaba muy bien con Cristóbal, que ojalá un día le pudiese
perdonar por no habérselo confesado antes, pero que igualmente la quiso
muchísimo…
Efectivamente, mi madre jamás llegó a enviar esa carta que le sirvió, eso sí,
a modo de despedida del que fue el amor de su vida.
—No es a mí a quien tienes que darme ninguna explicación. Sal y habla con
él.
Hay momentos en la vida en los que las palabras sobran, de manera que salí
de ese dormitorio y me fundí en un largo abrazo con él.
—Mi niña, mi niña... Tuve una hija con mi Sam. Bien sabe Dios que, por
mucho que adore a Cristóbal, que lo adoro, jamás dejé de quererla, siempre
ocupó un huequito en mi corazón. Y ahora apareces tú y le das un nuevo
sentido a todo. Ojalá hubiese sabido antes de tu existencia, ojalá—repetía
una y otra vez mientras que sus ojos se convertían en dos fuentes. Yo no
lloraba menos, imposible hacerlo…
Capítulo 29
Iván sugirió que nos correspondía pasar un ratito a solas los dos, que él
tenía que hacer un recado y que nos dejaba. Las chicas aún dormían e igual
tardaban horas en levantarse, porque eran dos marmotas.
—No hace falta que te vayas, de verdad, si yo prefiero salir a desayunar con
mi padre y darme un paseo—le comenté.
—Es verdad, qué bien hablas, y eso que eres una guiri. Tengo una hija guiri
—reía.
—Y yo un padre sevillano…
—Pues anda que yo, hija… Pues anda que yo, ¿y qué es eso que me decías
del pelo?
—Porque hace unos meses me atacó el mismo bicho que se llevó a mamá
por delante, por eso…
—Ay, mi Erika, ¿qué dices? Pero ¿tú cómo estás? ¿Necesitas algo? Yo
vendo hasta el hostal si hace falta para pagarte el tratamiento en el mejor
sitio del mundo. Todo lo que tengo, hasta el último euro—me dijo nervioso
y lloroso al mismo tiempo.
—Ya está, papá, ya está. Tú tranquilo, que le he ganado la partida. Estoy
limpia, solo necesito un tiempo para que me crezca mi pelo y mientras, pues
mira, experimento por aquí y por allá con mis pelucas. Las tengo de todos
los colores.
—Y con todas debes estar preciosa, porque no puedes serlo más, ¿tú a qué
te dedicas, hija? ¿Eres azafata como tu madre?
—Ya te digo que sí. Quiero que vayamos a que saludes a Cristóbal, tengo
que decirle que mi hija me ha perdonado, me muero de ganas, ¿tú tienes
problema por conocerle?
—Mira, Rosalía, ¿qué te parece mi niña? Es igualita que ella, ¿verdad? —le
decía.
— ¿Y qué se supone que ha pasado para que tengáis esas caras de funeral?
—les pregunté.
—Que ha vuelto Irene—me contestó Saray mientras que las otras dos
clavaban su mirada en la mía, preocupadas.
—Es la ex de Iván, digo yo que la ex, porque esa tía es más rara que un
perro verde…
—No me habías hablado de ella, no sé nada de esa tal Irene.
—Es la dueña de las macetas, Iván las tiene aquí por ella. No las iba a tirar
cuando se largó, ya sabes que tiene muy buen corazón.
—Yo solo sé que un día se fue por donde había venido y que de ella solo
quedaron las macetas. Lo poco que la traté no me gustó un pelo y me quedé
en la gloria con que no viniese más por aquí. Iván no volvió a hablar más de
ella y no sería yo quien sacase el temita, con lo siesa que era la tía…
—Ha venido diciendo que sigue siendo su novia y que vuelve con regalito
—intervino mi hermana.
— ¿De dónde vuelve y con qué regalito? —les pregunté mirándolas a las
tres, con ganas de chillar mucho, muchísimo.
—Debe haber estado una temporadita fuera, igual en el extranjero, que es
muy fina ella. Y ahora regresa al nido con un polluelo, porque dice que está
embarazada—añadió Saray.
El alma se me cayó a los pies, ¿por qué Iván no me habló de ella? ¿Por qué
si era algo reciente en su vida? ¿Por qué si yo le abrí mi corazón contándole
lo de Oliver? Para mí solo había una razón: porque yo le fui sincera y él a
mí no.
—Yo no creo que hayan podido ir muy lejos, no en el estado de nervios que
ella se puso. Él tuvo que tranquilizarla—me comentó Saray.
—Igual están en algún bar cercano, seguro que vuelve pronto y te cuenta.
Todo esto debe tener alguna explicación—intervino mi hermana.
—No vuelvas a emprenderla contra los hombres, ¡no lo hagas! —me pidió
Denise.
—Oye, que yo estoy con un chico y no me va mal, ¿eh? —se metió por
medio Saray.
Comencé a dar vueltas por todos los bares cercanos a la casa de Iván y en
ninguno de ellos les vi. Desesperada, ya volvía cuando me los encontré en
un banco, en plena calle.
—Pues claro que se irán, se irán tan pronto como hable con ellas. Esa chica
no ha significado nada para mí—le decía sobre mi persona.
— ¿De verdad? ¿No me estás mintiendo? ¿Ella no significa nada para ti?
—Absolutamente nada—murmuró.
—Me hace muy feliz, muy feliz—le decía mientras ella se ahuecaba en su
pecho buscando refugio en el hombre por el que parecía suspirar.
— ¡Coged vuestras cosas, que nos vamos! —les pedí a las chicas.
— ¿Qué ha pasado, Erika? ¿Les has pillado juntos? ¿Qué ha hecho este
chalado? —Saray se llevaba las manos a la cabeza—. Con lo buena pareja
que hacéis, ¿no me digas que me va a meter a esa aquí? Y con un niño…
Como salga como mi Antoñito, me despido, bastante tengo con el mío.
—E igual tienen hasta mellizos, ¿quién sabe? —le pregunté con sorna.
—Sí, pero yo soy más de ir dándole un adelanto. Por si acaso el karma tarda
—me decía ella haciéndose cruces, porque no podía entender lo que estaba
sucediendo.
—Y yo que te estaba preparando una sorpresita para esta tarde, ¿es que los
hombres siempre lo jodemos todo?
—Tienes que olvidarte de él. Si hizo eso contigo, si renegó así de ti…
—Renegó, Denise, yo misma lo escuché. No vale la pena ni volver a hablar
de él, de veras que no…
—Un chulo, eso es… Un chulo que va jugando con los sentimientos de las
mujeres conforme le viene en gana. Pero la culpa no es suya, la culpa es
mía por haber confiado en él sin conocerle, por olvidarme de que un
hombre me la acababa de jugar y entregarme a otro… La culpa es mía por
ser una estúpida.
—Pues ahora pienso cerrarlo a cal y canto, este ha sido el último que se ríe
de mí, te lo garantizo.
El hotel era formidable. Allí sí que tuvimos una suerte tremenda porque las
instalaciones eran fantásticas y las piscinas estaban abiertas al público, dada
la alta temperatura reinante. Además, lo que más nos llamaba la atención
era la posibilidad de disfrutar de playas de blancas arenas en las que
tostarnos al sol. Eso para nosotras era un verdadero lujo y yo apostaba por
entregarme sin reservas a esos placeres, tratando de olvidarme de ese ser
mezquino que, pese a conocer que yo venía de padecer a otro de su misma
especia, me humilló igualmente.
Capítulo 32
—Eso es por las copas, nos pasamos tela anoche—me recordó Denise con
voz resacosa también.
—Menuda cuenta que nos van a pasar, nos lo bebimos todo—decía Camila,
a quien también le costaba despegar los ojos.
—Pues tenemos que levantarnos para ir a la playa. Hay una tienda en la que
venden ropa de baño muy bonita aquí en el hotel, ¡¡yo la vi anoche!! —
exclamó mi hermana.
Pese a que se mostraban muy pendientes de mí en todo momento, las chicas
estaban muy ilusionadas y yo no les cortaría el punto por nada del mundo.
Era cierto que me encontraba regular, pero me había prometido a mí misma
que haría todo lo posible por pasárnoslo bien en Tenerife.
Yo me debía a la promesa que le hice a mi oncóloga de que me pondría el
mundo por montera, como decían los andaluces. Y así lo haría…
—Lo cierran, con vosotras lo cierran porque no les traerá cuenta, ¿dónde lo
echáis? Si no acumuláis ni un gramo de grasa cada una, que tenéis menos
carne que la rodilla de un pajarillo—les decía yo.
La selección era para morir de una indigestión: café con leche, zumo de
naranja, tostadas, cruasanes, panqueques, embutidos varios, dátiles, yogur
griego, muesli y un interminable surtido de exquisiteces entre las que no
faltaba un plato de jamón serrano.
No hace falta que me disculpe, porque la mente juega malas pasadas ella
solita, de manera que lo del jamón serrano me llevó a acordarme de ese otro
que nos servía Iván, y del que tanto disfrutamos en una Feria de Abril que,
pese a estar ahí al ladito en el tiempo, ya sentía muy lejana.
Tras el desayuno, nos fuimos hacia esa tienda de la que hablaba mi hermana
y nos hicimos con distintos conjuntos de baño cada una, que luciríamos en
la playa y en la piscina.
Yo no me quedaría llorando por las esquinas por mucho que lo sintiera. Iván
no se lo merecía y seguiría disfrutando del gran viaje de mi vida con mi
hermana y con Camila, que se habían convertido en mi única familia junto
con mi padre, al que recuperé y con quien seguiría teniendo contacto.
Salimos de allí con uno de ellos puesto y, tras dejar el resto en la habitación,
nos fuimos de cabeza a la playa.
Yo me compré varios pañuelos para el pelo con los que conjuntar mis
outfits, y las chicas hasta me chillaban.
—Si es que no se puede lucir con más glamur, ¡foto al canto! —decía mi
hermana, quien no paraba de hacerlas y de grabar vídeos.
—Sois malillas, vaya cara que se les ha quedado a los pobres—les decía yo,
atragantándome de la risa mientras sorbía de la pajita de mi llamativo y
colorido cóctel.
— ¿Y lo dices tú que echas pestes por la boca de los hombres? Venga ya…
—Pero es que esos no eran hombres propiamente dichos todavía, más bien
eran proyectos de…
—No se admite ningún tipo de excusa, ¡lo quemamos sí o sí! ¿No eras tú la
pirómana? Ay, no tendría que haber dicho eso…
—Da igual, si no me importa. Iván ha existido y, junto con él, todas las
majaderías que soltaba por la boca. Lo importante es que, una vez más, me
han dado un palo más pronto que tarde, así que será motivo de
agradecimiento.
—Ay, mi hermana, con lo que yo la quiero… Menos mal que los palos no te
los dan en los dientes porque, si no, no te quedaría ni uno—me decía ella
desternillada.
Capítulo 33
Nos pusimos monísimas, ellas con un conjunto cada una de short y top,
mientras que yo opté por un vestido ceñido negro, en punto, que me había
comprado también por la mañana.
—Sí, será eso… Venga ya, que tenemos que documentar todo el viaje,
¿quién sabe cuál será la próxima vez que hagamos un viaje así?
— ¿Y tú, muchacha? ¿No hay ningún chaval que te haga tilín? Ay, por
Dios, con lo guapa que eres, así con tu pelito pelirrojo.
Sí, esa noche iba de pelirrojo, el caso era ir cambiando… Quizás fue eso,
unido al hecho de que las chicas se levantaron un momento para hacerse
una fotografía en la orilla, lo que hizo que él no me viera.
—Ni idea, pero es en este hotel—le escuché decir y no podía creerlo, ¿era
Iván? Juro que tuve que frotarme los ojos porque una desfachatez como esa
no podía yo digerirla sin dudar.
— ¡Se me hunden las cuñas en la arena, Rosalía! —le escuché decir a
Saray.
¿Mi padre también estaba allí? ¿Qué hacían todos y cómo nos habían
encontrado?
—Pues nada, guiri, que te iba a decir que ya está aquí el tío, pero menos
mal que no te he avisado. Ha sido cogiéndote desprevenida y no sé si
perderé alguna muela… Cuanto y más.
—Pero, ¿serás mamarracho? ¿Qué significa todo esto? Y los demás, ¿cómo
os habéis prestado a este circo? —les reproché porque no me entraba en la
cabeza.
— ¿Tú también te has vuelto loca? ¿Cuánto te ha pagado para que trates de
convencerme?
—Que no, hija, que no es eso. Ay, mi niña, lo que debe haber sufrido—
decía mi padre.
—Papá, me tienes más que disgustada, ¿eh? No esperaba esta tontería de
ti…
—Tu padre tendrá sus defectillos, pero nunca se hubiera prestado a esto de
no haber una razón de peso—añadió Cristóbal.
—Es verdad, miarma, escucha a Iván, que tiene una cosita que decirte—
prosiguió Rosalía.
—Y que lo digas, porque hay que estar muy trastornada para tener una
relación contigo, de eso ya me he dado cuenta.
—No le digas eso al tío, que mira lo prontito que he venido a buscarte y lo
bien acompañado que vengo.
—Qué va, si es que a todos nos comían los nervios allí en Sevilla, ¿cómo se
te ocurre irte tan pronto sin hablar conmigo y sin nada?
—Venga ya, guiri, perdóname, ¿no? Si yo solo te quiero a ti, que he sido
muy golfo y mírame, corriendo detrás de ti por toda España, como si me
hubieras embrujado o algo…
—A mí lo único que me pegan son unos bofetones que no veas, me los das
tú… Pero vaya, que como si me quieres moler a palos, que de tu verita no
me muevo, pelirroja…
—De esto chitón, ¿eh? Ni una palabra a mi Tony, que después se me pone
tonto y yo ni me he arrimado ni nada. Bueno, un poquito, ¿y qué? Es que yo
nunca he bailado con alguien así y quería saber si era cierto eso de que
tienen una botella de Coca Cola de dos litros entre las piernas, ¿eh? Y sí,
que doy fe de que la tienen—decía Saray.
—Y en mi pelo—reí también.
—Y luego los cachondos somos nosotros. Ven aquí, guiri, ven aquí que no
veas las ganas que tiene el tío de cogerte. Pero cogerte, tú ya me entiendes,
como dirían los argentinos…
Capítulo 34
—Por mí como si nos quedamos dos meses, que Iván me ha prometido que
me pagará igual y encima estoy sin novio y sin niño—nos decía Saray en el
desayuno del día siguiente, el mismo al que llegó Rosalía acompañada de
Denzel.
—Eso digo yo, Paco, que entré a trabajar en el hostal cuando era una
chavala y parece que me secuestraste… No he tenido más vida que esa.
—Es verdad, corazón, tú te mereces que el maromo este se venga allí a vivir
contigo y te ponga un piso en toda la esquina de “La Campana”, para que
bajes a desayunar todos los días como una marquesa.
—Que dice que eso no puede, que es militar en Rota, pero que me lleva
para la base, Paco, ¿qué hago?
— ¿Y a mí me lo preguntas? Cógete al brazo ese que tiene, que parece un
jamón, y no lo sueltes ni por cachondeo. Ah, y búscale una novia al niño,
que va un poco salido… Que así se entretendrá y os dejará tranquilos.
—No, no, el niño se vuelve con su madre, que vive allí en Estados
Unidos… Ya, si eso, que venga a hacernos una visita de vez en cuando a la
base, que por lo visto hay allí muchos restaurantes y muchas cosas, Paco,
que no pienso ni volver a encender un fogón. Eso sí, ¿quién va a cuidar de
las plantas del patio?
—No te preocupes, que esas te las cuida Iván, que tiene mucha mano con
las macetas—le ofrecí con guasa.
—Está quemando sus últimos cartuchos, ¿no ves que lo van a desterrar?—le
decía mi hermana—. Lo mandan de vuelta a Estados Unidos, al pobre…
—Sí, que dice que también se queda… Que ella se busca un trabajito y que
de Sevilla no la mueve nadie. Está encantada.
—Niña, ¿tú tienes gracia para tirar cañas? Porque el tío ya está hablando
con Humberto para que te haga un huequecito en el bar—le ofreció Iván,
con tal de que se quedasen.
—Yo no digo nada, hija. Te puedes figurar la gracia que me hace que te
vuelvas a Pensilvania ahora que te he conocido. Lo que yo tengo es tuyo…
Incluso podría jubilarme antes y hacerte cargo del hostal, si es lo que te
gusta.
—No, papá, mi sueño siempre fue el de ser estilista, y ya tengo montado mi
salón allí.
Volvimos a Sevilla unos días después con las pilas bien cargadas. De
Tenerife nos llevábamos un millón de imborrables recuerdos, porque en tan
idílica isla se le dio forma a un amor que nació en la capital andaluza, en
esa ciudad que me enamoró con su color especial y con sus personas,
también todas ellas especiales. Allí regresamos con la intención de iniciar
una nueva vida y allí volcamos todas nuestras ilusiones.
Capítulo 35
— ¿Estás segura del paso que estás dando? Porque si no, ya sabes que en el
ático se pueden quedar todo el tiempo que quieran. Cerramos este piso y
santas pascuas—me decía él cuando llegamos a nuestra tierra.
—Hombre, una fiestecita al año no hace daño, ¿no, Iván? Díselo tú a Erika.
O, mejor, cuando vaya a montarla, te aviso y te la llevas de Sevilla…
— ¿Tan gorda será que me tendré que ir hasta de Sevilla? Mira, Denise, que
me lo voy a pensar mejor…
—Que no, que no, normalitas. Solo lo decía porque tú te subes a la parra
muy pronto.
El piso tuvimos la suerte de que nos lo compró una vecina que lo quería
para su hijo, de manera que no tuvimos ni que sacarlo a la venta, y el
salón… El salón de belleza, tal como pensamos, se lo quedaron Rachel y
Sheila, quienes le habían cogido el tranquillo al asunto y estaban seguras de
que podrían defender el negocio.
Raro era el día que mi padre no se acercaba por allí, a sacarme un ratito a
tomar un café. Él no se jubilaría de inmediato, pero sí que comenzó a
delegar y renovó el personal del hostal, dado que Rosalía se instaló en Rota
para darse “la vida padre”, como ella decía.
Con el dinerito que comenzamos a ganar, mi hermana y yo pensamos que
no era bueno lo de poner todos los huevos en la misma cesta, de forma que
le propusimos a Saray convertirnos en socias capitalistas de una academia
de baile flamenco que ella misma regentaría, para lo que comenzó a sacarse
su título.
Aquella fue una boda única, porque nos casábamos en plena Feria de Abril
y lo celebrábamos en la caseta de Humberto e Iván en la feria.
En el patio, Rosalía, que asistió con Denzel, con quien seguía feliz cual
perdiz, me colocó la cola del vestido mientras que mi padre agarró la
guitarra y, al tiempo que Camila y Denise derrochaban arte bailando, Saray
me dedicó la letra de unas sevillanas que nos hicieron llorar a todos.
—Mira, mamá, ahí viene mi guiri. El tío es el más feliz del mundo y ella la
más bonita—le dijo mientras me enviaba un beso que me llegó directo
desde sus labios. Y eso que aún comenzaba a dar esos lentos pasos que, al
son de la marcha nupcial, me llevaban del brazo de mi padre al interior del
precioso templo en el que se celebraría la más emotiva de las bodas por
parte de un sacerdote, el padre Tomás, que no pudo echarle más humor al
asunto.
Antoñito, el niño de Saray, portaba los anillos, y como anécdota decir que
se puso a jugar con ellos en el suelo y que salieron rodando.
—Guiri, eres la flamenca más guapa que ha pisado este albero—me decía
mientras se arrancaba por sevillanas conmigo.
Ningún otro escenario habría sido mejor para festejar nuestro enlace
matrimonial que ese Real de la Feria en el que estrenamos estado civil.
Para siempre, en nuestras retinas, las escenas de una señalada fecha que
supuso para ambos el triunfo del amor, de un amor romántico que se vio
aderezado por el de todos los nuestros… Por el de todos aquellos que, entre
brindis, nos desearon lo mejor.
Denise y Camila eran muy jóvenes para plantearse algo así, pero su amor se
reafirmaba día a día y quién sabía dónde podría llegar…