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Primera edición.

El rebujito que nos unió


©Jenny Del.
©abril, 2024
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ÍNDICE
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo
Prólogo

Unos meses antes…

— ¿Qué te pasa, Erika? —me preguntó Denise al ver que me llevaba la


mano al pecho.

—Que creo que me he notado algo, un bultito—le contesté.

—Anda, anda, un bultito estás hecha tú, no digas tonterías. Mira, Rachel
dice que hay unas nuevas mechas que… ¿estás aquí, Erika? —chasqueó los
dedos delante de mí.

—No, no estoy, ven—le comenté mientras alargaba la mano y me la llevaba


hasta el almacén.

— ¡No me dejéis sola por favor! ¿No veis que la sala de espera está de bote
en bote? —nos comentó Rachel, mi empleada.
Me daba igual, y eso que el salón de belleza era mi sueño. Me acababa de
preocupar lo más grande al notarme aquella pequeña protuberancia en el
pecho que, pese a que no me dolía, esperaba que no llegase en pie de
guerra.

A mis 30 añitos, ya hacía varios que cumplí ese sueño al ponerlo en marcha,
solo que para ello empleé el dinero que mi madre me dejó en herencia,
razón por la cual me supo agridulce.

Hubiera deseado que no se nos marchase tan joven, que mi adorada


Samantha, Sam para los amigos, hubiese vivido un buen montón de años
más tirándome de las orejas, que para eso siempre fue muy recta y yo, en
cambio, muy cafre.

Un tumor de mama se la llevó en la flor de la vida, un crimen como


cualquier otro que me dejó a cargo de mi hermana Denise, quien contaba
con diez años menos que yo.

Denise siempre fue la niña de mis ojos y, tras la muerte de mamá, me


volqué en ella. Reconozco que viví una época muy convulsa en la que tuve
menos tiempo para dedicarme a mi relación con Oliver, mi novio. De
hecho, algunos de nuestros proyectos todavía no se habían reanudado, como
irnos a vivir juntos, algo que yo ansiaba.

Oliver había sido mi primer gran amor y llevábamos varios años de


noviazgo. Yo me sentía totalmente enamorada de él, por lo que el mundo se
me vino abajo al notar aquel bultito, ¿otra vez la pesadilla nos azotaba?
Entramos en el almacén y me descubrí. Denise, que andaba todavía en la
edad del pavo, que ahora parece venir con retraso, me miró con una sonrisa,
tras palparme.

—Ya te puedes quedar tranquila, que no noto nada de nada.

—Pequeña cabeza hueca, no es en ese seno, sino en el otro…

—Ay, vaya. Venga, vamos allá… Cualquiera que nos vea aquí y que no sepa
que somos hermanas, pensará que te estoy metiendo mano.

— ¿Cómo va a ser eso, cariño? Si a ti te gustan los…

— ¿Te acuerdas de Camila? La hija de Margot, esa cliente que…

—Sé muy bien quién es Margot, ¿quieres arrancar ya de una vez? Que me
estás poniendo nerviosa, leñe. Esto parece un confesionario.

—Pues que me lie con ella la otra noche. Por fin lo he soltado, no veas si
me acabo de quedar tranquila.

— ¿Te has liado con una chica? ¿Y te gustó?

—Pues claro, a santo de qué lo habría hecho si no…

—Me estás dejando fría, Denise.


—Normal, el almacén es muy húmedo, siempre que entro aquí me da
repelús.

—Repelús me está entrando a mí, ¿tienes algo más que confesarme o ya


puedes explorarme?

—Me cuesta centrarme en un tinte y quieres que me meta a médico. Qué


cosas tienes. Erika.

—A ti te cuesta centrarte en todo, salvo en lo que te interesa, por lo que yo


veo…. Venga, toca.

Se quedó parada un momento y enseguida se le iluminó la cara.

—Me había asustado, pero no, se trata del pezón—me sonrió.

— ¿Y tú eres la que se ha acostado con una chica? Madre mía, madre mía…

—Ya, que tengo un polvorón muy grande encima, ¿no? ¿Y lo que te ríes
conmigo?

—Más que con nadie, eso desde luego. Procede o se nos acumulará el
trabajo.
Parecía que nos hubiese escuchado, puesto que Rachel nos metió prisa.

— ¿Se puede saber qué fiesta estáis celebrando? Palabra que estoy
deseando unirme, pero que…
—Y no callará, qué tía—suspiré mirando a mi hermana—. Oye, ¿qué pasa?

—Que aquí sí que hay un bultito, Erika. Pero no te preocupes, ¿eh? Igual es
una espinilla que se te ha infectado o…

— ¿Una espinilla? ¿Y en el seno? A ver, déjame que toque yo… Aquí está,
sí… ¡Maldita sea!

—No te pongas en lo peor, Erika, que no tiene por qué ser eso, de verdad—
afirmó con rostro lacrimógeno.

—Y si fuera, ¿qué? Pues le plantaría cara y ya está. El bicho ese no nos


volvería a ganar la partida, te lo aseguro—le comenté contundente mientras,
en mi interior, me sentía aterrada.

Siendo honestas, yo tenía más posibilidades que otras personas, por lo que
cogí mi bolso y, sin darle la oportunidad de venir conmigo, corrí hacia mi
clínica de confianza.

—Hay que estudiar la naturaleza, pero ciertamente aquí hay algo—


corroboró mi médico de cabecera, a quien conocía desde tiempo atrás.

—Para llegar a esa conclusión no hace falta estudiar un porrón de años, ¿me
dices algo que no sepa? —le pedí.
—Pues que te voy a derivar ahora mismo para que te hagan una
mamografía. Diles que es urgente.

Cuando escuchas la palabra “urgente” en ese contexto, todas tus alarmas


saltan a la vez. Las mías lo hicieron y el miedo se fue metiendo por cada
uno de los resquicios de mi cuerpo, ese que empujé hacia la sala en la que
me dieron un primer diagnóstico poco alentador.

—Hay algo que no va bien por aquí, Erika.

Aún quedaba analizar el dichoso bultito, pero yo ya sabía de antemano que


era un tumor y que había llegado para cambiarme la vida. No obstante, me
lo confirmaron muy pronto.

—Tenemos que comenzar cuanto antes con el tratamiento, Erika. Hemos de


plantarle cara sin demora—me dijeron.

No, yo no iba a demorar nada porque tenía una vida por delante y muchos,
muchos planes pendientes que incluían la convivencia con Oliver y, a no
mucho tardar, lanzar mi ramo de novia por encima de las cabezas de los
invitados de nuestra boda.
Capítulo 1

Había llegado el día. Tras meses de tratamiento, por fin me daban los
resultados de los análisis.

Tuve mucha suerte porque pude conservar el pecho, aunque por fortuna hoy
existen técnicas de reconstrucción verdaderamente asombrosas a las que se
someten cada día muchas de las campeonas que plantan cara al bicho en
cuestión.

No me mordía las uñas de milagro. En mi caso, habría sido un delito con lo


bonitas que me las dejaba Sheila, la esteticista que contraté en los últimos
tiempos para ofrecer un servicio más completo a mis clientas.

Esperaba a Oliver, quien ya estaba tardando. Resoplé porque tenía que


haber aceptado que Denise fuese conmigo, pero él se empeñó y, ¿dónde
estaba?

No podía decirse que pasáramos por nuestro mejor momento. A mi novio,


mi enfermedad le pilló con mucho trabajo de por medio. Oliver era el
encargado de ventas de un concesionario de coches de segunda mano. Se le
daba genial vender, porque con su labia se llevaba de calle a todos los
clientes, por lo que Candy, su jefa, no tardó en ascenderle.

En realidad, Candy era la hija del que siempre fue su jefe, que se había
jubilado, dejando el negocio en manos de su hija. Eso implicó que mi chico
tuviese que involucrarse más en la empresa, contándome que ella llegó con
muchas ideas que poner en marcha y que él era su hombre de confianza.

En resumidas cuentas, que Oliver trabajó más que nunca durante aquellos
meses en los que yo libré la batalla más dura de mi vida, echándole de
menos en más de una ocasión.

Supuse que debía perdonar sus despistes y el no poder estar a mi lado en


muchos momentos. Cuando uno tiene la cabeza en otro lado, se nota, y él
no dio precisamente la talla en la época en la que más le necesité. No
obstante, con ese piquito de oro que tenía, siempre me sacaba la sonrisa.

—Cariño, sabes que todo lo hago por tu bien. Cuanto mejor mirado esté en
la empresa, más alto llegaré y mejor viviremos—me solía decir cuando yo,
un tanto triste, reclamaba un poquito de atención.

—Ya lo sé, amor, pero es que yo ahora estoy muy susceptible, seguro que
eso lo entiendes—le respondía, suspirando de amor por él.

—Lo sé, lo sé. Es que se nos ha unido todo. Pronto estaremos sensacional y
tendré todo el tiempo del mundo para tratarte como lo que eres: como una
reina.
—Ya, como una reina sin corona y sin… Tú ya me entiendes.

No pude evitar que el pelo se me cayese como consecuencia del


tratamiento, eso era evidente, aunque Denise me decía que nunca me había
visto más guapa que con esos turbantes que me colocaba o con esas pelucas
que lucía en distintos colores, que para eso tan pronto aparecía de rubia
como de morena o de pelirroja.

Seguía mirando el reloj con verdadera desesperación, la cual no hacía sino


aumentar al observar que Oliver no me cogía las llamadas ni leía mis
mensajes, ¿cómo era posible que fuese tan mendrugo?

En fin, que me tocó entrar sola en la consulta. Suerte que fue para recibir la
mejor noticia de mi vida, esa que me cambiaría el chip para siempre.

—Enhorabuena, Erika. Estás limpia—me anunció Rose, la oncóloga.

Sus palabras me dejaron sin respiración. Había ansiado tanto oírlas que
supusieron una auténtica bendición para mí.

—Pero ¿limpia del todo? —le pregunté.

—A no ser que te hayas dejado las orejas sin lavar, por lo que concierne a
estos análisis, estás limpia como la patena—me confirmó ella, que era muy
bromista. Me había ayudado mucho, muchísimo, durante un proceso que no
fue sencillo en absoluto. La quimioterapia no es precisamente un camino de
rosas. Cualquiera que haya transitado por él estará de acuerdo conmigo,
pero sí la única vía para alargar vidas que ansían hacerlo por encima de
todas las cosas.

Recuerdo que traté de levantarme y me tambaleé.

— ¿Y ahora qué? —le pregunté sin saber qué más decir.

—Ahora, ¡a vivir! ¿O es que no te has dado cuenta de que acabas de poner


el contador a cero?

—Es verdad, Rose, es verdad…

—Muchas personas no tienen tu suerte, Erika.

—Lo sé, mi madre no la tuvo—le contesté.

—Pues en honor a ella, ¡ahora debes vivir a tope!

— ¿Y eso cómo se hace? Mi vida tampoco es que cuente con grandes


sobresaltos, es normalita.

—Pues ya es hora de que los tenga, debes hacer todo aquello que te ilusione
y, sobre todo, rodearte de los tuyos y compartir con ellos.

—En eso sí que tienes toda la razón. Llevo mucho tiempo con ganas de
hacer algo.
— ¿Y a qué estás esperando?

—Eso digo yo… Ya es hora de que le plantee a Oliver vivir juntos, ¡se
acabaron los problemas! ¡Nos lo merecemos!

— ¿Le quieres mucho?

—Sí, muchísimo…

—Pues no hay mejor medicina que amar a los tuyos y alejarte de la gente
tóxica, Erika.

—Te debo mucho, Rose, tú me has animado cantidad en este tortuoso


camino.

—Paparruchas, a mí solo me debes un abrazo…

Me quedé abrazada a ella unos minutos. Fue un abrazo sanador, uno que me
dio tanta vida como la quimio me había devuelto. Solo podía pensar en
correr a los brazos de Oliver y contarle que estaba curada.

Me extrañó no verle tampoco en la puerta, ¿qué le habría pasado? No, por


favor, que no hubiese sufrido ningún accidente. No en el día más feliz de mi
vida.

Mientras me subía al coche para encaminarme a su trabajo, llamé a Denise.


—Cariño, ¡¡me curé!!

— ¡¡Lo sabía!! ¡¡Lo sabía!! ¡¡Tenemos una gran celebración de por medio!!
¡¡Piensa en lo que quieres hacer!!

—Le estoy dando vueltas, peque. Te veo en un rato…

—Ya, que te vas con Oliver a darte un revolcón, ¿no? Haces bien…

—Malpensada, voy a buscarle para darle la noticia.

—Pero ¿no está ahí contigo? ¿Has entrado sola? —me preguntó
contrariada.

—No te preocupes por nada, te veo luego—le colgué antes de que me


pusiera más nerviosa.
Capítulo 2

Llegué al concesionario y suspiré al ver que su coche estaba allí. Pero claro,
entonces, ¿qué demonios le hizo olvidarse de nuestra cita? ¿Qué era más
importante que estar conmigo en ese momento?

Emily, una de las empleadas, me recibió con alegría.

—Pero ¿se puede estar más guapa? Y qué sonrisa traes, ¿buenas noticias?
Oliver me contó que ya terminaste el tratamiento.

—Sí, gracias, y ha salido sensacional, de ahí que no pueda borrar esta


sonrisa que se me ha quedado en la cara—le señalé—. Oye, ¿dónde se
supone que está él?

—En su despacho. No sé, lleva rato ahí, debe estar haciendo algo
importante porque me ha dicho que no le molestase nadie.

¿Cómo? Estaba en su despacho, trabajando, y a mí ni me pillaba el teléfono.


Me mosqueé, si Oliver se había olvidado de mi cita médica ya sería el
colmo, ¿qué significaba aquello?

Era mi novio y el hombre con el que pensaba convivir, por lo que no vacilé
en entrar en su despacho sin ni siquiera tocar en la puerta con los nudillos.
Estaba rabiosa, con ellos le habría dado en la cara, estampándoselos.

Abrí de golpe y entonces entendí que estuviese tan liado. Y tanto que lo
estaba, ¡con su jefa Candy!

La escena fue de traca, porque ella yacía tumbada en la mesa, sin bragas, y
él no es que me viera justo al entrar porque su cara la tenía metida en cierta
parte de su cuerpo que debía arder más que una estufa de leña.

— ¡¡Erika!! —exclamó cuando la levantó y me vio.

— ¡¡Hijo de puta!! —le chillé yo.

—Erika, verás…

— ¿Y a ti quién mierda te manda entrar sin llamar a la puerta? ¿Es que no


tienes modales? —me preguntó ella. Hay que joderse, ¿se puede ser más
soberbia?

— ¿Cómo has dicho? ¿Te estás tirando a mi novio y me tildas de


maleducada? ¡¡Pierdes los pelos, vamos!!

—Erika, por favor. Verás…—intervino él.


—No me vayas a decir que esto tiene una explicación porque ya sé que la
tiene, no soy tan estúpida, Oliver. La madre que te parió, ni siquiera te has
acordado de…

— ¡¡Tu cita médica!! Es verdad, lo siento, ¿cómo estás?

— ¿En este momento? A punto de echar espuma por la boca, así estoy,
cabronazo—le espeté y fina fui porque le hubiera soltado un insulto detrás
de otro, en plan ráfaga de metralleta.

—Lo entiendo, pero ¿y de lo tuyo?

—De lo mío ya no te importa una mierda porque tú y yo hemos roto, ¡que te


jodan! —le solté.

—Menos humos, que este no es lugar para insultar a nadie, ¡aquí mando yo!
—añadió la otra estúpida.

—No, no es lugar para insultar, es para follar… No sabía yo que aquí se


asignan picaderos en vez de despachos. Una palabra más y te dejo la cabeza
lisa como un globo, ¿me oyes?

— ¿Tú a mí? —me preguntó desafiante…

—Sí, y reitero que la cabeza, porque otras partes ya veo que las tienes lisas,
¿me harías el favor de ponerte las bragas? —le pregunté.
Nada más hacerlo, me fui para ella. Seguía increpándome e iba a pagar el
pato.

Candy ya llevaba las de perder porque lo mío era una peluca que,
simplemente, podría salir volando y ya. No, ni siquiera eso… A ella no le
dio tiempo ni de asestarme un tirón cuando yo tenía un buen puñado de pelo
suyo en mis manos, justo antes de que nos separasen entre el gusano de
Oliver y la perpleja Emily, que acudió debido a los gritos de su jefa.

Me di media vuelta jurándole a él que lo lamentaría si se volvía a acercar


alguna vez en su vida a mí y, obviamente, no tuvo el valor de hacerlo.

Me metí en el coche y lloré como una magdalena. Lloré hasta que no me


quedaron lágrimas.

Llevábamos meses en poca sintonía, pero jamás sospeché algo así. Todo lo
achaqué a que yo salía de un problema y entraba en otro, y hasta le veía
como la pobre víctima paciente que aguantaba el chaparrón. No, iba a ser
que ese miserable no aguantaba nada, ese se estaba trajinando a su jefa, de
ahí que le encontrase tan ausente en múltiples ocasiones.

De repente, se me vinieron a la mente las palabras de Rose, mi oncóloga,


diciéndome que debía cambiar el chip y celebrar a lo grande eso tan bueno
que me acababa de suceder.

Oliver no merecía ni una más de mis lágrimas, ni una. Él había pasado a


formar parte de la lista de personas tóxicas que no debían estar en mi vida,
¿qué digo a formar parte? Quiero decir que se había puesto el primero.

Arranqué el coche y me dirigí hacia el salón de belleza, donde me


esperaban Denise y las demás.

Ese sí que fue un buen recibimiento. Yo no lo sabía, pero esperando que


todo saliera bien, habían preparado una pancarta, comprado globos a
tutiplén y encargado una tarta con un cero por vela.

—Es un cero porque hoy es el primer día de tu vida—me explicó mi


hermana, después de que todas se emocionaran al verme entrar y me dieran
un súper abrazo de esos que te colman de alegría.

Entendí que ellas merecían como nadie que me uniera a esa celebración sin
lágrimas. Una vida había acabado para mí, la que compartí con ese vende
humos, pero otra comenzaba, y esa… Esa era digna de ser vivida.
Capítulo 3

Al final de la tarde nos estábamos preparando para salir a cenar. Nos


habíamos tomado el día libre y Denise terminaba de hacerse la pedicura.

Mi hermana y yo vivíamos en Pensilvania. Nuestra madre era de allí y en


ese lugar nacimos ambas, por lo que era nuestra tierra. Yo nunca había
salido de Estados Unidos y ella tampoco. Nuestra madre fue azafata de
vuelo durante unos años, hasta que se quedó embarazada de mí.

A raíz de entonces, dejó la compañía aérea y entró a trabajar en una agencia


de viajes. Su embarazo, del que el fruto fui yo, no fue algo buscado, sino la
consecuencia de un affaire que mantuvo con un español durante unos meses
en los que recaló varias veces en Sevilla.

Por lo visto, el tipo no quiso saber nada de nosotras una vez que ella le
anunció su estado, por lo que tuvo que hacer frente a la maternidad en
solitario. No le faltaron redaños para hacerlo, porque era muy luchadora.
Unos años después, cuando yo contaba con seis, comenzó una relación con
Trevor, su jefe en la agencia de viajes, de la cual nació mi hermana tiempo
más tarde. Mi madre y Trevor terminaron divorciándose con los años, pero,
a diferencia de mi padre, el de mi hermana fue un caballero que mantuvo
una gran relación con su exmujer hasta que la enfermedad nos la arrebató.

En aquel entonces, él ya llevaba un tiempo viviendo en California, a más de


4000 kilómetros de distancia, ya que le salió un trabajo que no pudo
rechazar. Cuando mi madre murió, le ofreció a Denise marcharse con él,
pero ella rehusó el ofrecimiento, puesto que llevaba toda la vida viviendo
conmigo y no deseaba que eso cambiase.

Y allí estábamos aquella noche, con mi hermana ultimando su pedicura y


con los ojos bizcos recordando la escenita que tuve que ver por la mañana.

—Qué tío más asqueroso. Y en un día así, es para ahogarlo en un cubo,


menudo elemento—decía ella.

—No te hagas mala sangre, mejor que lo haya sabido ahora que no después.

—Eso es verdad, cuando tuvieses dos o tres churumbeles en el mundo…


Aunque te prometo que te miro ahora, arreglándote para salir después de
ese bombazo, y te hago la ola. Nunca me lo hubiese figurado.

—Es que creo que todo pasa por algo y, si Oliver ya no era más que un
lastre en mi vida, el universo me ha quitado la venda para que no pierda ni
un solo día más, para eso…
— ¡Así se habla! Tenemos que hacer mogollón de planes, ¿qué tienes
pensado? —me preguntó.

— ¡¡Que nos vayamos a España!! —le respondí y a ella hasta se le cayó el


tarro de esmalte de las manos, el cual estuvo a punto de derramarse en el
parqué, suerte que anduvo rápida de reflejos.

— ¿A España? ¿Y me puedes contar qué se nos ha perdido en España? Yo


es que lo flipo, nunca dijiste nada de que quisieras ir.

Teníamos la suerte de hablar castellano porque mi madre lo manejaba a la


perfección y crecimos bilingües. Por alguna razón, ella decía que siempre le
tiró mucho aquel pequeño país del Viejo Continente, como si tuviese la
premonición de que algo la ligaría a él para siempre, como así fue, porque a
mí me concibió allí.

—Pues mira, resulta que, para resetear y comenzar mi vida desde cero, me
queda una cosita por hacer… Lo he estado pensando después de lo sucedido
con Oliver.

— ¿Te vas a cambiar de acera igual que yo?

—Pero peque, ¿lo tuyo ya es oficial? —le pregunté extrañada.

—No, pero va por el camino. Y lo de Oliver no me ha ayudado


precisamente a desistir. Vaya cabrón…
—Eso mismo le dije yo y no es el único con el que nos hemos topado las
mujeres de esta familia.

—Cielos, ¿me estás hablando de tu padre?

—De ese mismo, que dejó embarazada a nuestra madre y no tuvo el menor
escrúpulo en abandonarla. Ese tío es un mierda y, si tengo la suerte de que
nadie se lo haya dicho aún, me daré el gustazo la primera.

—Espera, ¿vamos a gastar una ingente cantidad de dinero en decirle a ese


tío lo que puedes soltarle con una llamada de teléfono? Sabes su nombre,
seguro que le puedes localizar.

—No, lo que haremos será invertir en un viaje que nos merecemos, de


manera que prepara las maletas que en unos días nos vamos.

— ¿Me lo estás proponiendo en serio?

—No he estado más segura en toda mi vida. El tío regentaba un hostal por
aquel entonces, es posible que siga abierto. Era en el barrio de Los
Remedios…

—Qué nombre más raro, ¿no?

—No, en Sevilla se llaman así. No está lejos del Barrio de Triana, que es
otro muy emblemático. Lo he estado mirando todo mientras iba al baño…
—Normal, como que tardas en soltar lastre una hora. En mi caso, como es
visto y no visto…

—No seas guarra, peque…

—Guarro tu novio, será mamón el tío. Cada vez que me acuerdo…

—Pues piensa que él ha propiciado que nos vayamos a España.

— ¿Y tenemos pasta para eso? ¿Cómo lo haremos con el salón de belleza?

—Todavía nos queda dinero del que nos dejó mamá y, con respecto al salón,
las chicas se ocuparán de buscar refuerzos.

—Claro, para unos días que nos vamos…

—De unos días nada, ¡volamos para un mes!

— ¿Para un mes? Definitivamente, tú te has vuelto loca…

—Sí, loca de alegría. Si hay un momento en el que debo hacer algo así, es
este, ¿es que no lo entiendes? Va a ser el viaje de nuestra vida…

—Tienes razón, espera que ponga música—me dijo y, pese a ser tan
jovencita, eligió una de las canciones de mi vida, que también lo fue de
nuestra madre, “It’s my life”, de Bon Jovi, un himno a la vida que cantamos
a dúo mientras ella se levantaba y hacía como que tocaba la guitarra con los
dedos de los pies graciosamente separados por esos algodoncitos que evitan
que la pedicura se estropee.
Capítulo 4

Ya estábamos montadas en el avión que nos llevaría directas a Sevilla. Tras


un trayecto en coche de unas horas, embarcamos en el aeropuerto de
Filadelfia.

Teníamos el nombre completo de mi padre y el hostal localizado. Por lo que


pude investigar en aquellos días, se mantenía abierto tras un buen puñado
de años.

No quise investigar demasiado sobre esa tierra en la que me concibieron,


más bien mi idea era dejarme sorprender por una ciudad de la que leí que
tiene un color especial.

El vuelo iba a ser largo, pero pasaríamos varias horas durmiendo. Mi


hermana era de caer sopa hasta en el palo de un gallinero, si hacía falta, y a
mí la excitación del viaje me llevó a no pegar ojo en las últimas noches, por
lo que acumulé cansancio.
Me había colocado para el trayecto una peluca negra muy favorecedora y no
dudé en tomarme varios selfis con Denise para el recuerdo. Al contrario que
nuestra madre, que viajó de un lado al otro del mundo antes de tenerme,
nosotras apenas nos habíamos movido, razón por la que aquel viaje era tan
especial.

Además, también nos resultaba muy emotivo, dado que volábamos en la


misma compañía aérea en la que ella prestó servicio como azafata.

—Debió ser muy emocionante, ¿verdad? —me preguntó mi hermana.

— ¿Qué? No te entiendo…

—La vida de mamá antes de quedarse embarazada, ¿crees que le cortamos


las alas?

—En todo caso, se las corté yo. Tú no sufras por eso. De todos modos, ella
se marchó diciéndonos que estaba muy orgullosa y feliz de habernos tenido.

— ¿Pensabas en ella cuando estabas enferma? Es decir, igual me cuelo con


esta pregunta, pero…

—No, no, tú dispara…

Denise hizo el gesto como de que disparaba de verdad y yo de que caía


hacia atrás. La azafata nos vio desde lejos y nos sonrió, percatándose de la
buena sintonía que reinaba entre ambas. Por un momento, imaginé que
fuese mi madre y que Denise tenía razón en que su vida en aquellos años,
surcando los cielos, debió ser más que apasionante.

—Quiero decir si llegaste a pensar que podrías reunirte con ella en el caso
de… Ay, yo solita me estoy metiendo en la boca del lobo, no he debido
sacar esta conversación—se lamentó.

—No, no, claro que no hay problema, cariño. Pues mira, solo puedo decirte
que, en ciertos momentos, llegué a pensar que la tenía a mi lado. Y eso solo
puede suponer que hay vida después de la muerte. Cuando salía de la
quimio hecha polvo y me iba directa a vomitar, llegué a verla sujetándome
la cabeza. Que sí, que soy consciente de que son delirios, pero unos muy
bonitos.

—Ay, cómo la echo de menos, Erika.

—Y yo también, cariño, y yo también. Pero, al menos, piensa que tú tienes


a tu padre…

—Muy lejos, también te lo digo y, aunque es un buen padre, no es mamá…

—No, no me imagino al bueno de Trevor calzando sus zapatos de tacón ni


embutido en sus faldas de tubo. Qué tipo tan bonito tenía…

—Si el tuyo es el mismo. Sois como dos gotas de agua, Erika.

— ¿Tú crees?
—Ya te digo yo que sí. En mi caso, estoy más mezclada, pero tú eres digna
hija de Samantha Smith.

Me alegraba siempre que me lo decían. No había persona a la que me


enorgulleciese más parecerme que a ella, si bien en el carácter había
diferencias porque mi madre era una mujer muy correcta y yo siempre fui
más flexible.

No me equivoqué en eso de que pasaríamos un buen puñado de horas


dormidas ya que, tras charlar de todo y de nada, Denise se quedó grogui y
yo no tardé demasiado en seguir sus pasos.

Todo resultó muy inesperado, pensado casi de la noche a la mañana, por lo


que íbamos un poco a la aventura en el sentido de que no habíamos ni
reservado hotel. Por lo que leí, la oferta hotelera era amplia y al no ser
verano, pues no habría ningún problema.

Por primera vez en mi vida, deseaba improvisar, ir un poco a tontas y a


locas, y disfrutar de la sensación de vivir las cosas tal cual fueran
sucediendo.

Con Oliver jamás podría haber hecho algo así. Él era súper tiquismiquis y
habríamos volado con todo atado y más que atado. Los viajes que compartí
con él, todos dentro de Estados Unidos, fueron así… Sin el más mínimo
margen para la improvisación. Y eso se había acabado…
Me sentí inmensamente feliz volando a mi bola con mi hermana y notando
que no necesitaba ningún hombre en mi vida. La mía se había convertido en
un lienzo en blanco y solo yo decidiría qué colores añadirle.

—Ya vamos a aterrizar, cariño—le di un codazo a Denise cuando el


comandante lo anunció.

—Imposible, si hace un ratito que hemos despegado—me respondió entre


sueños.

—Mira por la ventanilla listilla, y no rechistes más.

—Anda, pero si es verdad—me respondió aclarándose la voz.

—Pues claro que es verdad, ¿por quién me tomas? Venga, ¡que ya estamos
en España!

—Venga, sí, primer selfi ¡pon morritos otra vez!

—Ok, ¿me salen bien? —le pregunté poniéndolos.

—Como si llevaras toda la vida en ello, y eso que antes no querías, ¡ahora
molas más!

—Ya, es que Oliver solía burlarse de las chicas que los ponían.
—Claro, igual las consideraba unas frescas, no como Candy—rio al
recordar el episodio.

—Ese desgraciado…

—Ese desgraciado igual no lo sabe, pero ya las está pagando todas juntas al
haberte perdido, Erika.

— ¿Tú crees? —le pregunté enarcando una ceja.

—Pues claro que lo creo. Él ha perdido y tú has ganado…

—Es cierto que me siento totalmente nueva. Ese bicho quiso acabar
conmigo, pero al final ha sido todo lo contrario.

— ¿Ahora le llamas bicho? Un poco sí que lo es, un bicho que pone


cuernos…

—No me refería a ese bicho, pero también. Venga, ¡que ya nos bajamos!

—Ay, qué emoción. Y no veas si me estoy haciendo pis. Como dormía, no


me di cuenta…

—Pues ahora ya lo tienes complicado, debes esperar a bajar del avión.


Capítulo 5

Nunca habría imaginado que nuestro aterrizaje en Sevilla fuese tan movido.
Y no lo digo por el avión, ya que el piloto lo hizo fantásticamente bien, sino
por mi hermana, que se bajó a toda prisa en busca de un cuarto de baño en
el que hacer aguas menores.

— ¿Le pasa algo, señorita? —le preguntó un chaval súper amable que
deambulaba por la pista, un trabajador al que no tumbó de milagro.

— ¡¡Que no, que solo tengo prisa!! —exclamó prácticamente empujándolo.

—Son los nervios por llegar a Sevilla—le comenté yo.

—Normal, ¿es la primera vez que vienen?

—Sí, sí, perdone… Voy siguiendo a mi hermana—le corté porque pese a


todo le noté con ganas de cháchara.
—Pues como no sea usted el Correcaminos… Buena suerte. Ah, ¡y que
disfruten de la feria!

Eso último no lo entendí, si bien tampoco le eché demasiada cuenta, las


cosas como son… Yo solo seguía a Denise con la vista, quien se montó en
uno de esos vehículos que te transportan hasta el interior del aeropuerto, el
mismo que yo cogí a lo justo.

—Cariño, qué ímpetu.

—Ni ímpetu ni nada, que no puedo más y no quiero que me acuses de liarla
nada más llegar.

—Por eso no lo digas, me da que esta vez la voy a liar yo más que tú…

— ¡¡No puedo más!! ¡¡No puedo más!!

Me vi tirando también de su maleta cuando nos bajamos, porque ya eran


demasiadas las prisas con las que iba. Todo el personal parecía muy
hospitalario y me crucé con varias chicas vestidas con el traje típico de la
zona, el de flamenca, ese con el que mi madre nos enseñó una vez una
fotografía en la que estaba increíble.

— ¿Por qué van así vestidas ahora? —le pregunté a una amable limpiadora.

— ¿Por qué va a ser, miarma? Porque estamos en abril, en plena feria, ¿tú
no la has visto nunca? Pues prepárate, porque todos los guiris os enamoráis
del recinto ferial. Ah, y de los sevillanos, que son muy guapos.

—No, no, descuide, si yo no he venido aquí a enamorarme.

— ¿Y tú qué sabrás, criatura? Si esas cosas no se planean. Solo surgen…

La mujer debía tener unos 55 y era muy salada. Pronto comprobaría que
todos allí lo eran.

Mi hermana salió con cara de alivio…

—Por favor, no podía más, ¿qué estabas paliqueando? Mira que no paras de
charlar desde que has llegado… ¿Todavía nadie se ha metido con tu acento?

—A ver si vas a decir que es peor que el tuyo…

—No, claro que no, pero yo es que el pico no lo he abierto.

—Pues he descubierto que aquí están en plena feria.

— ¿Y qué es una feria? —me preguntó, quedándose tal como estaba.

—Pues una celebración a la que las mujeres acuden vestidas de flamenca,


¿te acuerdas de la foto que nos enseñó mamá?

—Anda sí, con el vestido con volantes, el mantoncillo y hasta el lunar


pintado… A ti no te hace falta, Erika, tú el lunar lo tienes—me señaló.
—Sí, en eso no me parezco a ella…

—Pero en lo demás… es que no te pudo sacar más clavadita, vaya. De tu


padre debes tener bien poco.

—A Dios gracias, porque yo de ese tío no quiero nada…

—Bueno, quieres hacer que se jiñe con todo lo que vas a soltarle, que ya me
imagino cuando te embales…

—Oye, y hablando de embalarse, no veas cómo corre la gente hacia la calle,


¿no? ¿Se trata de una avalancha?

Pronto descubrí que no, que más bien era el fruto de que todos iban hacia
los taxis. Mucha gente había volado en aviones nacionales para no perderse
la feria y eso se dejaba notar.

Tuvimos que sudar la gota gorda hasta que pudimos coger uno, las cosas
como son.

— ¡Que este lo hemos visto nosotras, señora! —le decía mi hermana a una
de cierta edad que, ataviada de flamenca, se nos quería colar.

—Niña, pero que yo he venido para ir a la feria, con la malaje que tienes…
Soy de aquí y no piso Sevilla desde el año pasado, ¿tú sabes las ganitas que
tengo yo de poner los pies en el albero? —le preguntó.
—Si supiera lo que es el albero—se resignó ella.

— ¿Cómo no vas a saberlo? El albero es lo más grande para un feriante, el


albero forma parte de la idiosincrasia de Sevilla, chiquilla…

— ¿Me quiere usted dejar de pamplinas? Que, con la tontería, con la


tontería, se está colando en el taxi, ¡fuera del taxi ya!

—La peineta, que me dejo la peineta—le indicó la muy viva de ella


echándose mano a ese complemento para el pelo y, cuando nos quisimos
dar cuenta, ya había cerrado la puerta y el taxi se puso en marcha.

Para peineta la que le hicimos nosotras con el dedo. Vaya morro que le echó
la tía al asunto.

—Ahí viene otro, ¡¡que no se le ocurra a nadie cogerlo!! —les advirtió a


todos los que estaban en la fila tras nosotras. Y lo más gracioso fue que no
se dio cuenta de bajar el dedo, el cual seguía erguido.

—Ya, ya, nena, que al final nos vamos a viralizar…

—Mira la guiri, la cara que le está echando—nos soltó un chaval en la fila y


entonces las antenas se me pusieron de pie.

— ¿Qué le has dicho a mi hermana? Pues mira lo que te hago yo también—


le enseñé mi dedo corazón bien erguido en el momento el que por fin nos
montamos en nuestro taxi.
Capítulo 6

El taxista nos preguntó que adónde íbamos y no dudé en contestarle.

—A cualquier sitio donde podamos conseguir una habitación de hotel, por


favor—le indiqué hurgando en mi bolso.

Por toda respuesta, recibí una sonora carcajada por su parte.

—Qué arte, y luego dicen que lo tenemos nosotros. Pues anda que usted—
me comentó aquel hombre mayor.

— ¿Cómo dice?

— ¿Una habitación de hotel en plena Feria de Abril? ¿Y sin reserva?


Todavía si me dijera de buscar una aguja en un pajar, pues mire, le vería
alguna posibilidad. Pero a esto que me dice va a ser que no.

Miré a Denise y ella a mí.


—Pero alguna solución tendrá el tema, ¿no?

—Claro que sí, pueden irse directas a la feria y empalmar con mañana. Es
lo más sensato que se me ocurre, ¿de dónde son?

—De Pensilvania…

—Ah, de Rumanía. Muchas ganas que tengo yo de ir allí, donde Drácula,


pero no será en estos días, que no me pierdo yo la feria ni majara. No tengo
ganas de soltar el volante para irme corriendo al albero…

—Ah, ya, el albero…

—Sí, señorita, el albero de la feria de Sevilla le dice “échate para allá” a


Rumanía, a sus castillos y a las 7 maravillas del mundo, esas que pululan
por Internet.

—Muy interesante, pero nosotras somos de Pensilvania en Estados Unidos,


no de Transilvania.

—Ay, madre, qué mal he quedado, ¿hay una Pensilvania allí?

—Pues sí, claro que la hay.

— ¿Y por dónde viene a quedar eso?

—Cerca de Filadelfia—le indiqué.


—Anda, donde el queso…

Giré la cabeza porque el hombre no daba más. En cualquier caso, nos dejó
en el centro de Sevilla con las maletas.

— ¡¡Suerte, señoritas!! Que la van a necesitar más que Curro Romero


cuando toreaba.

— ¿Quién es Curro Romero? —le pregunté.

—Curro Romero es “El Faraón de Camas”, ¿es que no lo conocen?

— ¿Qué dice este hombre de un faraón? ¿Aquí no hay una monarquía? —


me preguntó mi hermana.

—Y yo qué sé lo que dice…

—También tuvimos una Faraona, ¿eh? Lola Flores, que nació en Jerez de la
Frontera con todo el arte del mundo, que más no podía acumular su cuerpo.

—Usted nos está mareando mucho…

— ¿Yo las mareo? Pues prepárense para dar vueltas por toda Sevilla con las
maletas, van a parecer molinos de esos que hay en la carretera…

—No será para tanto, hombre.


Lo primero que nos llamó la atención fue la temperatura reinante porque sí,
estábamos en abril, pero había una ola de calor y los termómetros se
acercaban a los 30 grados, por lo que la gente iba en manga corta.

Comenzamos a quitarnos capas de ropa con la intención de andar más


ligeritas y ahí fue cuando comenzó nuestro periplo, uno inolvidable.

En todos los hoteles y hostales nos daban la negativa por respuesta. En la


mayoría de ellos junto con una sonrisa de incredulidad. Incluso no faltó
quien echó directamente una buena risotada ante nuestra pregunta.

—Va a ser misión imposible, ya se ve venir—me decía mi hermana al


mediodía, sentadas ambas en una terracita.

— ¿Me puedes decir qué es eso que les ha puesto a los de la mesa de al
lado? —le pregunté al monumento de camarero que nos estaba sirviendo:
alto, moreno, ojos color café… Una virguería con dos piernas, más o menos
de mi edad, y mucho salero que no tardó en contestar.

— ¿Esa tapa? Boquerones en vinagre, no me vayáis a decir que no los


habéis probado nunca, porque eso hay que remediarlo.

—Pues no, no los hemos probado.

—Muy bien, pues entonces a la primera invita el tío—nos comentó.


— ¿Qué tío? —le pregunté porque me costaba pillarle, y a Denise también.

—Qué tío va a ser, yo mismo… Marchando una bien servida de boquerones


en vinagre para las inglesas…

—No somos inglesas, somos de Pensilvania.

—Anda, mira qué bien… Yo es que siempre digo inglesas, porque una bola
de cristal no tengo, la verdad. La que quiere, me saca del error, y la que
no… La que no o es una inglesa o es una siesa.

Él solo se reía. No solo era guapo, sino que tenía un don de gentes increíble,
parecía haber nacido para tratar con el público.

Unos minutos más tarde vino con los boquerones y, ni corto ni perezoso,
nos dejó alucinadas al llevarse las Coca Colas que aún teníamos a medias.

—Tranquilitas que no os las pienso cobrar, que estas corren también por
cuenta del tío—nos anunció al ponernos en su lugar un par de cervezas bien
frías.

—No, no, es que yo no soy de cerveza—le comentó mi hermana.

—Pero ¿eso cómo va a ser, chiquilla? Si estás en Sevilla, hace más calor
que ojú y te la he traído helada… Los boquerones en vinagre se toman con
una buena cervecita o no se toman, no me seas sosa, que ya bastante tienes
con ser guiri—le soltó.
—Perdona, pero ¿es que se supone que tú eres superior o algo? —le
pregunté porque me dejó más fría que la propia cerveza con ese comentario.

—Claro, es lo que le estoy diciendo a ella. Yo soy sevillano y entiendo que


no todos tienen la suerte de serlo, pero un poquito de por favor…

—Entre lo rápido que hablas y las tonterías que dices, estoy alucinada.

—Y eso que todavía no has probado los boquerones, que entonces será ya
cuando entres en éxtasis como Santa Teres. Ah, calla, que tú eres más de
Shakespeare, ¿no? Pues tendrías que leer a esa mujer, aunque no sea de
habla inglesa, ¿has visto como yo también sé hablar fino?

—Tú estás un poquillo loco, ¿no?

—Y sin el poquillo también y, a juzgar por lo hinchados de vuestros pies,


vosotras estáis en Sevilla, en plena feria, dando volteretas con las maletas y
sin saber adónde ir, ¿me equivoco mucho?

—Es que no hemos sido muy previsoras, pero su padre tiene un hostal,
igual él puede alojarnos—le indicó mi hermana.

— ¿Qué dices? Antes me echo yo a dormir en el sótano del infierno que allí
—le aclaré.
—El infierno ni lo mientes, que anda que no está pegando fuerte el calor…
Claro que mejor así que no lloviendo, con lo que desluce la feria. Y hay que
ver cómo se ponen los zapatos con el albero.

— ¿Otra vez el albero? Pero ¿es que a vosotros os lo ha traído Santa Claus?
El albero digo, que lo tenéis todos en la boca…

— ¿En la boca? No lo quisiera Dios, qué asco más grande… Bueno, ¿y qué
es eso de que tu padre tiene un hostal? Yo conozco a mucha gente del
gremio, lo mismo acierto quién es—me comentó.

—Se llama Francisco Domínguez y lo tiene por Los Remedios, ¿te suena?

— ¿Tú eres hija de Paco Domínguez? Pero eso no puede ser…

—No, no, de Francisco Domínguez, no me has oído bien.

—Es que aquí los Franciscos son Pacos de toda la vida de Dios, niña…

—No me digas que lo conoces entonces, anda que vaya servicio el tuyo…

—Y más cositas que te haría si no fuera porque igual me sueltas un


guantazo, morena—se aventuró a decir—. Bueno, por eso y porque estamos
en público, que bastante me iba a mí a importar que me zurraras en
privado…

— ¿Tú de qué vas? Menudo fresco estás hecho—me quejé.


—Más que las dos cervezas bien tiradas a las que os he invitado, y de eso
no protestas, morena.

—Y dale con lo de morena, ¿tú eres daltónico o algo? Que yo soy rubia—
puntualicé.

—Si tú eres rubia, yo soy cura, morena.

Me di cuenta de que estaba metiendo la pata por la carita que me puso


Denise, quien me señaló la peluca.

Es lo que tenía llevarlas de diversos colores, que se me olvidaba. Me gusta


cambiar, pero para mí seguía siendo la misma rubia de siempre. Pronto mi
pelo volvería a crecer y dejaría esa etapa atrás.

—Bueno, que igual un poco morena sí que estoy, es que todavía no me ha


dado bastante el sol, ya se me aclarará—disimulé.

—Oye, que la cerveza lleva alcohol, guapa, pero que la tienes todavía casi
entera…

—Calla, calla. Oye, los boquerones están de muerte, ¿nos traerías otros?

—Os los traigo y hasta me los tomo aquí con vosotras, ¿cómo se os queda
el cuerpo? —nos preguntó.
— ¿Tú estás bebido?

—No, un par de cervecillas solo, que hoy hace un calor horroroso y que esta
noche va el tío a la feria y allí sí que se pondrá fino.

—Cuando hablas del tío, ¿te sigues refiriendo a ti? Es que yo no te entiendo
muy bien…

—Claro a mí, al tío, ¿a quién va a ser? Al que os va a enseñar a vosotras la


feria al completo, bocarriba y bocabajo, para el centro y para dentro…

—Ni de coña. Contigo no vamos—le aseguré.

—Pero ¿eso por qué? Si yo me ofrezco a ayudaros en todo… Y vais a


gastos pagados, ¿eh? Ya me encargo yo de todo.

—Oye, yo no quiero meterme donde no me llaman—le indiqué.

—Pero lo estás deseando, curiosilla. Venga, pregunta, pregunta…

—Ok, va, pues que, para ser un camarero, ¿no invitas tú mucho?

—A ver, que soy camarero, pero que tiene truco. El bar es de mi padre.
Bueno, como si lo fuera, que mi padre era torero y se lo llevó una mala
cogida.
— ¿No sería tu padre Curro Romero? —le pregunté porque me había
quedado con el cante.

—Mira cómo controlan las de Pensilvania, ¿cómo os llamáis?

—Yo soy Erika y mi hermana se llama Denise.

—Bonitos nombres, normal, haciendo honor a ambas. Yo soy Iván y ahora


os sigo contando. Voy volando por los boquerones y por una cervecita para
el tío.

La cara la tenía como el cemento de dura, aparte de bonita, pero no parecía


mentir porque había varios camareros más y él se sentó con toda la
tranquilidad del mundo.

—Aquí están los boquerones, ¿os doy el susto antes o después?

— ¿Qué susto? Mira, desde que hemos llegado vamos de un sobresalto en


otro, así que no se te ocurra…

—Vale, vale, ¿me quieres soltar la pechera? Joder, no sé si te has dado


cuenta, pero me has saltado dos botones. Me vas a dejar que ni Camarón
cuando cantaba que se iba a partir la camisa en el casamiento.... Vale, que
no conocéis a Camarón, qué faena tengo por delante. Ni la de mi difunto
padre el torero.

— ¿En serio era torero tu padre?


—Sí, pero en realidad no lo mató un toro. Yo revisto su muerte de cierto
misterio, pero fue el tabaco el que se lo llevó por delante.

— ¿Cáncer de pulmón? —le pregunté, sensibilizándome.

—No, lo arrolló un coche.

— ¿Y entonces?

—Pues que iba por tabaco, miarma, que te lo tengo que explicar todo.

A Denise le dio un fuerte ataque de risa y a mí, tras ver el suyo, otro. Te
decía las cosas con total naturalidad, pero resultaban increíbles.

Parecíamos haber caído en otro mundo, todo allí era muy distinto a lo que
nosotras conocíamos.

— ¿Y ese es el bombazo del que me hablas? Nuestra madre también


falleció, ¿y qué?

—No, el bombazo es que mi madre, Nieves, se volvió a casar.

—Pues dale la enhorabuena de mi parte, ¿a mí qué me cuentas?

—Ojú, qué carácter, y luego los que están metidos en vinagre son los
boquerones. Pues conozco yo a alguna…
—Si es que dices muchas tonterías y no llegas a ninguna parte. Y encima,
muy rápidas…

—Oye, que yo no me he metido con tu acento.

—Ni te atrevas—le apunté con el dedo.

—Madre mía, menos mal que no es una pistola porque podría darme por
muerto.

—Muerto estarás igual como no desembuches, ¡que me estás poniendo de


los nervios!

—Pues que mi madre se volvió a casar, y aquí va la bomba, con Humberto


Domínguez, ¿te suena de algo?

— ¿Y de qué podría sonarme? —le pregunté agobiada y sin caer en la


cuenta.

—Domínguez, se apellida Domínguez—recalcó mi hermana.

—Ah, vale, como el sinvergüenza de mi padre. He oído que es un apellido


muy común en España.

—Sí que lo es, pero has tenido suerte. Humberto es el hermano de Paco, de
tu padre. Aunque tú no te preocupes, chiquilla, que yo no llevo su sangre y
esta importante revelación no nos convierte en primos.
Capítulo 7

Un rato después, yo negaba con la cabeza mientras esperábamos que él


saliera.

Se había ofrecido a ayudarnos a buscar alojamiento y, por lo que íbamos


viendo, más contactos no podía tener.

—Imposible, no hay nada libre en Sevilla. Tendré que llevaros donde tu


padre, ¿cómo no se va a compadecer de vosotras? Te deja una habitación,
fijo.

—Y yo te dejo fijo a ti, pero sin muelas. No necesito su caridad, es la última


persona en el mundo de quien la necesito.

—Pues tú verás, en plena feria, es eso o quedaros en la calle, salvo que os


queráis acoplar en mi casa, claro.

— ¿Perdona? Antes dormimos en un parque, guapo.


—Se agradece lo de guapo, chiquilla, tú tampoco estás mal.

— ¿Que no estoy mal vas a decir, so engreído?

—A ver qué quieres que te diga, ni que estuvieses siendo muy simpática
conmigo, que ser guiri no debería estar reñido con ser amable, ¿eh? Me
terminarás haciendo daño…

— ¿Daño a ti? Tú tienes más tablas que una falda escocesa, ¡me quedo con
lo del parque!

—Deja, deja, ¿tú sabes cómo se me encresparía a mí el pelo? Ni de coña,


que ya sabes que tiende a ponérseme que parezco una coliflor, ni en broma
—me indicó mi hermana.

—Denise, es eso o…

—Ya me he enterado de lo demás, que sorda no estoy. Al menos de


momento, porque con el volumen al que estás hablando…

—Es por culpa de este, ¿no te das cuenta?

—No, si siempre es bueno que haya un sevillano en casa a quien echarle la


culpa. Venga para el coche ya, niña, que te gusta mucho hacerte de rogar—
me dijo tirando de mí.

—Tú no me vas a decir lo que tengo que hacer y lo que no, ¿te enteras?
—Te digo lo mismo que tu hermana, que si no me enterase tendría un buen
problema de oído.

Logró que le acompañásemos al coche. Él tenía dotes de convicción y


nosotras teníamos… Nosotras teníamos muy poquitas opciones, por eso no
nos quedó más remedio.

— ¡Qué súper cochazo! —exclamó Denise cuando lo vio. Ciertamente era


un deportivo nuevo y flamante, descapotable.

—Claro que sí, a dos bellezas así no las puedo llevar en una carretilla de
mano. Súbete delante si quieres y ya verás cómo acelera esto.

A mi hermana le faltó el tiempo y a mí lo mismo para cogerla por el


cuello… Vaya, ha sonado un poquillo mal: por el cuello de la camisa,
quiero decir, como si fuera una gata con sus gatitos.

—Ay, ¿qué haces?

—Que tú no te sientas delante con este… Que igual es un loco del volante y
te pone en peligro—le advertí.

— ¿Y tú si te sientas? ¿Para ti no es peligroso?

—Yo asumo el peligro. Total, de donde vengo…


—Mira la guiri, ¿pues no parece que habla como si hubiera llegado de la
guerra? Ojú, qué arte tiene…

Poco sabía él que había algo de cierto en sus palabras. Yo sí que había
librado mi particular guerra y había salido victoriosa, por mucho que en ella
las armas fueran un tratamiento, y el enemigo a batir ese bichillo que,
siendo tan pequeño, puede causar un inmenso daño y, de hecho, se lleva por
delante la vida de tantas y tantas personas.

Deseché ese pensamiento porque me sentía muy optimista y quería pensar


en cosas alegres, de manera que me puse a discutir con Iván, que se me
daba divinamente, y así llegamos hasta el hostal de ese hombre que me
había engendrado, pero al que yo no consideraba mi padre, porque ser padre
consiste en más que en pasar un buen rato y luego esconder la cabeza
debajo del ala como el avestruz…

—Y a ti, ¿te gusta el coche? —me preguntó.

—No está mal—le devolví su respuesta de poco antes.

—Ya…

—Pues es un coche con todas sus cosas: su volante, sus ruedas, su…

— ¿Tú sabes cuánto tarda esta máquina en ponerse de cero a cien? —me
vaciló un poquito.
—Algo más que tú, ¿no?

—Mira la guiri, lo bien que se ha dejado caer.

—Te recuerdo que tengo un nombre.

—Ya, lo que pasa es que se me ha olvidado, ¿me quieres recordar cuál es?
—preguntó descapotando el coche y acelerando a tope.

—Erika, me llamo Erika.

—No oigo nada, se siente… Dímelo al oído.

— ¡¡Erika!! —le chillé, justo en el momento en el que él se volvió y me dio


un beso en la mejilla.

Yo también le volví, pero la cara del revés de una cachetada.

— ¿Qué son esas confianzas? ¿Tú quién te has creído que eres?

—Yo, el que te pone los boquerones en vinagre más ricos de todo Sevilla,
¿es o no es?

—Es, es, eso es verdad—le contestó Denise.

—Oye, bonita, tú no le irás a dar la razón a este, ¿no?


— ¿Yo? Solo un poquito…

—Oye, y a todo esto, estoy yo pensando que para mucho dan los
boquerones en vinagre, ¿no? Por lo del coche, digo…

—Vaya, chica observadora. Tenemos muchas más tapas, ¿qué te crees? Y


un local que se pone hasta la bandera día sí y día también. Es uno de los
más famosos de Sevilla. Lo que pasa es que una guiri como tú no lo aprecia.

—Pues yo sí que he apreciado que están de muerte, y las olivas también—


añadió Denise.

—Por descontado: nuestras aceitunas chupadedos quitan el sentido…

—A quien lo tenga, querrás decir, porque a ti poco te podrán quitar…

Así nos pasamos todo el camino hasta que él paró el coche.

—Pues aquí está el hostal: mira qué lustroso.

Tenía razón en que su aspecto era estupendo, aunque no se me quitaba de la


cabeza que estaba ante el negocio del hombre que en su día renegó de mí,
del primer hombre que me había fallado en la vida y con el que habían
comenzado todos mis males.
Capítulo 8

Entré en el hostal un tanto nerviosa. Sabía muy bien qué había ido a hacer
allí y, pese a todo, no podía evitar esos tremendos nervios que me produjo el
adentrarme en aquel lugar.

Una simpática mujer se encargaba del arreglo de las flores, colocando una
serie de coloridos maceteros a lo largo del patio sevillano alrededor del cual
se distribuían todas las habitaciones.

El lugar, no se podía negar, contaba con un inigualable encanto, era


verdaderamente precioso y singular.

Un par de huéspedes salieron de allí convenientemente ataviados para la


feria; él vestido de corto y ella de flamenca. No podían ir más guapos ni
más acaramelados, y eso hizo que sintiera una punzada en mi dolorido
corazón.

—Buenas tardes, bonitas. Os veo con las maletas y me entra una cosita por
el cuerpo… ¿no tenéis alojamiento? Es que estamos completos, aquí ya no
cabe ni un alfiler—nos comentó mientras nos miraba de reojo la mujer.

—No, si eso da lo mismo, yo quiero ver a Paco—le comenté.

Ella se puso de pie en ese momento y, de pronto, el utensilio con el que


estaba podando una de las macetas se le cayó de la mano.

—Por Dios bendito, ¡Samantha! —murmuró el nombre de mi madre.

— ¿Qué has dicho? —le pregunté como si hubiese visto a un fantasma,


aunque quien parecía haberlo visto era ella.

—Samantha, ¿eres tú? No puede ser, si estás igualita. Morena, pero igualita
—insistía sin salir de su asombro…

— ¿Tú conociste a mi madre? —le pregunté.

— ¿Eres la hija de Samantha? ¿Su hija?

—Sí, y ella es mi hermana Denise, ¿tú conociste a mi madre?

—Sí, claro. La traté hace muchos años, ¿cómo está ella? —se interesó.

Por mi gesto, entendió que ya no estaba entre nosotros antes incluso de que
se lo confirmaran mis palabras.

—Mi madre murió hace un tiempo.


—Ay, por Dios, cuánto lo siento, ¿cómo puede ser eso? Si debía estar en la
flor de la vida—se santiguó.

—Ya sabes, una enfermedad.

—Ay, Samantha, por el amor de Dios—murmuró mientras buscaba asiento,


porque sus piernas no la sostenían.

De pronto salió de dentro aquel hombre al que ella nombró enseguida.

—Mira, Paco—balbuceó.

A él, sin más, los ojos se le llenaron de lágrimas. Esa reacción no la


esperaba y, de la misma forma que ella, me confundió con mi madre.

— ¿Sam? ¿Mi Sam? —me preguntó poniéndose delante de mí.

— ¿Tu Sam? Ven aquí, que te voy a dar yo Sam, ven—le reté.

Sí que fue y, sin más, le abofeteé. Sé que puede sonar muy heavy, pero para
mí supuso como una especie de liberación, como un estallido, como la
posibilidad de sacar de mí toda esa rabia que acumulé a lo largo de los años
contra él.

No era cosa solo de mí, lo hice también en nombre de mi madre. Todos los
presentes, incluida Rosalía, la mujer de las macetas, se quedaron patidifusos
ante mi reacción.

Denise fue quien rompió el hielo después de que él se pusiera rojo amapola
tras el estallido de mi furia.

—Vale, hermana, ¿ya te has quedado tranquila?

— ¿Tú quién eres? —me preguntó el hombre, ignorando su comentario,


como si esa pregunta le doliese más que sus abofeteados cachetes.

— ¿Y tú me lo preguntas? ¿Ni siquiera reconoces a tu hija? Imaginaba que


no conocerías la vergüenza, Paco Domínguez, pero lo tuyo ya es para
hacértelo mirar.

— ¿A mi hija? ¿Eres mi hija? No puede ser, no puede ser—murmuró.

—Claro, no puede ser porque mi madre me dio a luz bien lejos, donde no
tuvieses que responsabilizarte de mí, y lo último que imaginabas era que
cruzaría el umbral de tu puerta un día. No te preocupes por tu familia, no
tienen por qué temer, yo no voy a pedirte ni un solo euro. No quiero tu
dinero, no quiero nada de ti. Lo único que deseo, a lo único por lo que he
venido, ha sido a ponerte la cara colorada y a decirte que ni eres hombre ni
vales un comino—le espeté antes de darme la vuelta.

—Pero hija, ¿qué dices? —trató de retenerme.


— ¿Ahora me llamas hija? ¿Ahora te acuerdas de que tienes una? ¿Ahora
que me he plantado aquí y que ya no puedes esconderme más? No te escupo
a la cara porque tienes la suerte de que mi madre me enseñó modales, que si
no…

—No, tú no tienes ni idea de lo que estoy sintiendo en estos momentos,


¿cómo te llamas?

—Erika, me llamo Erika. Ni siquiera sabes eso—le desafié con la mirada,


con esa mirada que, además, llevaba una enorme dosis de desprecio… Todo
el que sentía por aquel tipo que jamás quiso saber de mí.

—Erika, te prometo que yo….

— ¿A mí me vas a venir con promesas? Ya te he dicho que no tienes nada


que temer, que todo tu mundo está a salvo conmigo, que yo no quiero poner
tu vida patas arriba… Nada de eso me interesa. Paco. Te puedes quedar bien
tranquilo.

Denise me miraba y le miraba a él…

—Ya, Erika, ya…

—Déjame, cariño. Llevo toda la vida queriéndole tener delante para decirle
cuánto le desprecio. No me niegues mi momento de gloria.

—Pero es que no quiero verte sufrir ni por él ni por nadie…


—Yo ya no sufro. Me han sacado el corazón del pecho y me han metido una
piedra…

Mi padre miraba a Iván sin poder dar crédito…

— ¿Dónde las has encontrado? ¿De qué las conoces?

—Ha salido una casualidad, Paco—le contestó él.

—No te preocupes por nada, Paco—le dije yo también con retintín—, que
nosotras ya nos vamos. Ahora puedes seguir con tu vida, que aquí no ha
pasado nada. Ah, sí, ha pasado una cosita: que yo me he quedado en la
gloria, pero vaya…

Nos fuimos de allí, girando sobre nuestros talones. Nos siguió, ese hombre
nos siguió, aunque yo puse mi mano entre él y nosotros.

—No se te ocurra dar un paso más, ya te he dicho que no quiero nada de ti.
Yo no voy a contribuir a que enjuagues tu conciencia.

—No digas eso, Erika, yo amé a tu madre con todo mi corazón, ¿ha venido
ella con vosotras?

—No, por ella sí que ya no debes preocuparte. Murió sin una jodida
disculpa por tu parte. Eres odioso, Paco, odioso—recalqué.
Capítulo 9

— ¿Estás bien? —me preguntó Denise cuando nos volvimos a subir en el


coche de Iván.

No voy a negar que, pese a tratarlo como me venía en gana, estaba


abusando un poquillo de la hospitalidad de aquel caradura que se prestaba a
ello.

La realidad era que no me quedaba otra, porque en Sevilla era más difícil en
esos días alquilar una habitación que sacar una plaza de notario, por lo que
dejamos que nos llevase a su casa.

—Estoy bien, peque…

—Quien se ha quedado en shock ha sido Paco. Si llego a saber que lo ibas a


usar para hacer sparring no sé si te traigo—me comentó Iván.

—Un poco exagerado estás siendo tú, ¿no? Que yo sepa no le he molido a
palos, por muchas ganas que tenga de hacerlo.
—De milagro, pero la cara se la has cruzado bien cruzada.

—Lo que se merece. Seguro que se ha muerto de miedo al verme, como si


yo viniese a quitarle algo a su mujer o a sus hijos…

— ¿Mujer e hijos Paco? Qué va, estás muy equivocada.

— ¿Rosalía no es su mujer? ¿Y entonces? —le pregunté.

—Entonces me estás sometiendo a un interrogatorio, ¿nos metemos en


algún sitio a tomar algo y os cuento?

— ¿Es que tú no piensas más que en beber?

—Lo dices como si tuviese una tajada como un piano…

— ¿Qué es una tajada?

—Una borrachera, chiquilla, una borrachera. Y no, eso lo reservo para esta
noche. Ahora lo que quiero es llevarme algo a la garganta, que se me ha
quedado más seca que la mojama después de la escena lacrimógena esa que
me he tragado sin comerlo y sin beberlo.

— ¿Qué es la mojama? —le preguntó Denise.


—Qué perdidas os veo en la vida. Lo mejor será que las dos os pongáis las
pilas y os quedéis una temporadita aquí en Sevilla.

—Pues igual nos quedamos, pero no será contigo—le aclaré.

—Gracias, así me gusta, que se os note la ilusión por gozar de la compañía


del tío que va a impedir que durmáis esta noche en la calle…

—Pues no nos congelaríamos precisamente, menudo calor…

—Claro que sí, ¿nos vamos o no nos vamos a una terracita? Mirad, allí
mismo hay una—nos comentó parando el coche.

—Pero aquí no puedes aparcar, está prohibido.

—Conozco a todos los polis que hacen la ronda por la zona. Es lo que tiene
ser sevillano de pura cepa…

Hay 7000.000 sevillanos en la ciudad, y nosotras fuimos a dar no solo con


el más insolente, pesado, engreído y petulante de todos, sino que encima era
familiar de mi padre. Una casualidad increíble que parecía de novela y que,
sin embargo, estábamos viviendo en nuestras propias carnes.

Nos sentamos y él no tardó en pedir otras cervezas fresquitas a un colega


suyo, pues también conocía al dueño de la terraza.
—Eusebio, déjate caer con unas jarritas heladas, que mira qué niñas más
guapas traigo—le comentó.

— ¿Tú te crees que puedes presumir de nosotras como si tal cosa? Serás
presuntuoso y cuentista—resoplé.

—Un poquillo de cada, pero sí que puedo, que para eso os voy a dar
cobijo…

—Yo sí que te voy a dar a ti, pero un puñetazo en todo el…

Le di, le di en el móvil con la intención de que lo guardase, si bien no


controlé la fuerza y lo estampé contra el suelo.

—A la mierda un pastizal. Era el último modelo de Apple, chiquilla, ay que


ver…

Otro se hubiese puesto como un basilisco, las cosas como son. Yo misma
levanté el móvil y comprobé que no fardaba. Debía estar recién sacadito de
fábrica y yo se lo había dejado como si le hubiese pasado el tranvía por
encima.

—Vaya, lo siento… ya te compraré otro, si eso.

—2000 eurillos cuesta, es el de gama más alta.


—No jodas—le dije mirando a mi hermana con la intención de que me
corroborase si eso podía ser verdad, algo a lo que asintió.

—Pues entonces ya te puedes olvidar… Te cojo uno de oferta y punto, vas


en coche.

—No hace falta, guapísima. Me conformo con que te sientas en deuda


conmigo.

— ¿Tú eres muy chulillo? A mí no me vas a vacilar, ¿eh?

—Pues aún no he terminado de hablar. Me refiero a una deuda eterna—me


soltó guiñándome el ojo.

— ¿Tú has visto el bofetón que se ha llevado Paco? Pues igual es un chiste
al lado del que te llevas tú.

—Oye, que a mí también me has tocado la cara y, si repites, entonces


extenderás tu deuda al importe de la factura del dentista, porque me sacarás
dos o tres muelas.

Lo dijo con tal parsimonia que me sacó una carcajada y otra a mi hermana,
quien se lo pasaba fenomenal con él.

Nos trajeron las cervezas y comenzó a sonar una canción con un ritmo
inconfundible que nos llevó a mover los piececillos con su ritmo. Venía a
decir.
“Es el sur, me tienta, me embruja, me atrapa, Sur…
Me llama, me excita, me mata, Sur…
Me inspira, me llena de vida, Sur…“

Tenía un ritmo increíble, y lo mejor de todo era que nos identificábamos


con su letra, ya que aquella ciudad, pese a lo dificultosa que resultó nuestra
llegada, nos estaba embrujando, inspirando y atrapando.

Iván nos miraba…

—Así que las guiris también tienen ritmo, pese a lo que digan las leyendas
urbanas.

—Hombre, ¿y tú lo dudabas? A ver si te crees que solo hay gracia en


Sevilla—le increpé.

—Hombre, un poco más que en Pensilvania habrá, digo yo.

—Eso está por ver.

—No me jodas, Erika, no me jodas. Vosotras seréis bonitas, mucho, pero


salerosas… Eso está por ver.

—Te vamos a dejar… a ver, que no me sale lo que quiero decir—trataba de


soltarle Denise.
—Con las patas colgando, ¿no? Pues está por ver, porque vosotras mucho
hablar, pero ya veremos si os arrancáis por sevillanas o no.

— ¿Cuándo y dónde? —le desafié.

—En la feria esta noche, obviamente.

—Hecho, ¿y yo qué gano? —le tendí la mano en señal de pacto.

—Que te cuente todo lo que sé de tu padre.

— ¿Y a mí qué me importa eso? Yo he venido para ponerle fino y ya lo he


hecho.

—Más que el vino, desde luego. Creí que le pediríais alojamiento, después
de todo es tu padre.

—Tú lo flipas mucho, solo quería tenerle delante para que se entere del asco
que le tengo. No me quedo allí ni amarrada.

—Lo de amarrarte en mi casa no es mala idea. Sobre todo, por si te da por


volver a sacar la mano a pasear.

—Qué más quisieras tú que tenerme amarrada y a tu merced. Y no se te


ocurra decir nada de lo que estás pensando, que mi hermana pequeña está
aquí y no respondo.
—Claro, como si yo me fuese a asustar de algo—echó ella una risilla—.
Igual te asustas tú si ves las fotos que me está enviando Camila.

— ¿Camila? —le preguntó el otro.

—Sí, hay que experimentar, ¿tú no has experimentado nunca?

—Yo, mogollón, solo que siempre en la misma acera…

—No entiendo eso de la acera, Iván.

—Que nunca me ha dado por cruzarme a la otra. Aquí se dice así…

—Ah, vale, pues yo he pegado cada salto… Y me da lo mismo aterrizar en


una que en otra—rio.

— ¿Podéis dejar de hablar de vuestras intimidades, por favor? No me siento


demasiado cómoda—les pedí.

—Es verdad, porque tú no sueltas prenda de las tuyas. Venga, ve largando—


me pidió él.

—No te lo has creído ni en tus mejores sueños, ¿de qué te conozco para
hablarte de mi vida privada?

—De nada, es cierto, pero vas a dormir en mi casa. Lo que implica que me
verás en gayumbos, así que deberíamos ir practicando eso de la confianza.
— ¿Qué son gayumbos? —le preguntó Denise.

—Bóxeres, calzoncillos, ropa interior. Ahí está el tío—dijo señalándoselo.

—Atrévete a hacerlo y te la corto—le comenté, tras lo cual me aclaré la


voz.

— ¿La ropa interior? No te atreverás…

—Ya quisieras que fuera eso—le solté maliciosa y él se echó mano a cierta
parte de su cuerpo.

—Va, va… Tengamos la fiesta en paz, chiquilla, ¿qué quieres que te cuente
de Paco?

—Pronto estarás capado y desde ya sordo, mal asunto.

—Ni lo uno ni lo otro, que no sé qué necesito más.

—Lo de abajo seguro, como todos los tíos…

—Está muy bonito eso de meternos a todos en el mismo saco, guapa.

—Y más bonito estaría si después el saco lo tirase en alta mar, con unas
cuantas toneladas de piedras…
—Detecto cierta acritud en ese tonito que usas.

—Cierta, puede ser.

—Vale, la sinceridad por delante. Tú la usas y yo también, verás hay algo


que te quiero decir…

— ¿Y por qué me da que yo no querré escucharlo?

—Porque te rayará, por eso…

—Pues ya te lo puedes ahorrar, te lo advierto.

—Es que a mí no me cuadra que Paco tenga una hija y haya pasado de ella
todo este tiempo.

—30 añitos nada más, la criatura, como decís vosotros.

— ¿Tienes 30 tacos? Yo te habría echado unos cuantos menos… Y luego ya


el resto, cuando me recuperase—me dijo antes de que mi codo fuese a dar
justo en la boca de su estómago.

— ¡¡Ay!! —exclamó.

—Pues guarda para cuando no haya, eso decía mi madre…


—Joder con la guiri, cómo domina…Pues solo por eso te lo pienso soltar
todo, que lo sepas. Yo conozco a tu padre, es un hombre honesto…

— ¡Y una mierda es honesto! Ese estaría con unas y con otras. Mi madre le
buscó para darle la noticia de su embarazo y él pasó de ella como de la
mierda. Ni en mil vidas se lo voy a perdonar, ¿me oyes? Supongo que ya
traería a alguna otra mujer entre manos y…

— ¿Hace 30 años? Si yo juraría que por aquel entonces fue cuando


comenzó con Cristóbal.

— ¿Cristóbal es un nombre de mujer? Qué raro suena—le miró Denise.

—No, Cristóbal es un nombre de hombre. Él es el marido de Paco, se


casaron hace unos añitos, cuando se aprobaron ese tipo de bodas aquí en
España, ¿queréis ver una foto del enlace? Debo tener alguna en la galería
del móvil… Ay, no, que alguien me lo ha destrozado.

La que se quedó no destrozada, pero devastada, fui yo, ¿mi padre era
homosexual? ¿Y entonces cómo fue que me concibió?

—No me lo creo, me lo estás diciendo para ver cómo reacciono, te ríes de


mí, Iván.

—Que no, guapísima, que con algo así no bromearía nunca, anda ya… Vale,
que igual te ha sorprendido un poco, pero ¿qué más da?
—Eso es verdad, Erika, ¿qué más te da?

—Pero es que no lo entiendo. Si es gay, ¿por qué se acostó con mamá,


Denise?

—Porque será bisexual, ¿no te suena de algo? Lo raro es que no sea mi


padre, siéndolo—rio.

—A mí esto no me hace ninguna gracia y, por otra parte, no le disculpa en


absoluto, ¿por qué no se hizo cargo de mí? Era mi padre, podía meterse en
la cama con quien le diese la gana, pero nunca tendría que haber renunciado
a mí, jamás.

Me puse triste. Estaba descubriendo una realidad que me dolía, porque pese
a haberle abofeteado algo se me removió al ponerme delante del ser que
ayudó a mi madre a darme vida.

Luego, miré esos farolillos que adornaban ciertas calles del centro en
aquellos días, y se me pasó. Sevilla, efectivamente, tenía un color especial.
Y mi vida había estado cubierta por una nube negra en los últimos meses,
por lo que me vendría más que bien teñirla del color de ese lugar tan
especial con un salero desbordante, y en el que se veían trajes de flamencas,
mantoncillos y peinetas por doquier.
Capítulo 10

Iván vivía en un precioso ático con unas vistas espectaculares a ese centro
de Sevilla donde la catedral es protagonista junto con la Torre del Oro.

— ¡Toma ya con los boquerones! —exclamó mi hermana en cuanto


traspasamos el hall y el conserje nos saludó.

—Manuel, ¿has visto las dos preciosidades que traigo? —le preguntó.

—Hombre, no se puede venir mejor acompañado, ¿de dónde son las


señoritas?

—De Pensilvania, y dime por favor que tú sabes dónde está…

—Oye, que yo también lo sabía—intervino él.

—No lo digo por ti, es una larga historia, calla un poquito.


—Pues claro que sí, señorita, si Pensilvania es “la cuna de la democracia
estadounidense”. Mire, mire, los pelos se me ponen como escarpias cuando
me acuerdo de que allí se firmó la Declaración de la Independencia.

—Así es, y donde se tocó la Campana de la Libertad—le comentó mi


hermana mientras levantaba el brazo, orgullosa como si lo estuviera
haciendo.

—Y donde Abraham Lincoln, el presidente de la gloriosa nación, pronunció


en el año 1863 el Discurso de Gettysburg—añadió el hombre.

—Joder, pues sí que estás puesto, Manuel, te prometo que me has dejado
impresionada—le comenté.

—Es que yo me bebo los libros de historia, me encantan.

—Manuel, pues nunca me has dicho nada—intervino Iván.

—Es que nosotros siempre hablamos de fútbol—puntualizó.

—Claro, de que el Sevilla es el mejor equipo del mundo…

—O más bien de que “Viva er Betis manque pierda”.

—No jodas, Manuel, que me vas a dar el día…

— ¿Manque pierda? ¿Qué quiere decir eso? —le preguntó Denise.


—Que da igual si pierde o no, señorita.

—Ah, vale. No me llames señorita, porfi, que me llamo Denise, y ella es mi


hermana Erika.

—Pues eso, Denise, que ser del Betis es una filosofía de vida porque
nuestro equipo está lleno de sentimiento—le explicó.

— ¿Y el Sevilla de qué está lleno? La madre que me parió, Manuel—


protestó el otro.

—De mataos, está lleno de mataos. Guárdame el secreto, Iván, que no es tu


caso, pero ya sabes que hay mucho engominado en este edificio que
propondría mi despido solo por lo que acabo de decir.

—Que sí, que sí, hombre… Pero ve al psicólogo, a ver qué opina de eso.

—Pues seguro que sería del Betis también, como todos los buenos, Iván…

—Ronchas me van a salir de escucharte.

La conversación estaba de lo más animada. Se veía que le encantaba


departir con la gente. Obvio que servía mesas porque quería, pero él no era
un camarero al uso ni mucho menos. Era el hijo, o como si lo fuera, del
dueño de un bar que se llenaba todo el año en pleno centro de Sevilla, y eso
le convertía en un privilegiado que tenía dinero para dar y regalar, como lo
demostraba el hecho de que viviese en aquel edificio.

Su precioso y minimalista ático contaba con tres amplios dormitorios, con


lo cual estaba claro cómo nos distribuiríamos.

—Tú puedes quedarte en el mío si quieres, guapísima—me comentó


cogiendo mi maleta y metiéndola en el suyo.

— ¡Ven aquí, listo! ¡Que eres tú muy listo!

— ¡Joder! —chilló cuando le pasé con las ruedas de mi maleta por encima
de sus pies—. Me vas a dejar que tendré que ir en silla de ruedas a la feria.

—Pero ¿tanto os gusta a los sevillanos la feria?

—No blasfemes, ¿eh?

—Si yo solo he preguntado…

—Chiquilla, pero hay cosas que están de más, ¿tú cómo me puedes
preguntar una burrada así? La feria es lo más de lo más…

— ¿Más que tu equipo de fútbol?

—Muy bonito, eso está muy bonito, ¿tú crees que me puedes poner así
contra las cuerdas? Eso es como si me preguntas si quiero más a mi madre o
a mi difunto padre, ¿tú podrías contestar algo así?

—Yo es que lo tengo clarísimo, sobra decirlo.

—Ah, es verdad, que se me olvidaba que le has aplaudido la cara a Paco, el


pobre…

—Sí, el pobre, me da una penita… Además, que eso era porque estaba
ensayando.

— ¿Ensayando para qué? ¿Eres boxeadora?

—No, soy estilista, aunque…

—Ya, aunque las hostias las das como panes. Y los codazos también, todo
eso me ha quedado claro.

—Pues nada, ahora ya solo te queda saber que estaba ensayando las palmas
para ir a la feria.

—Muy graciosa la guiri, muy graciosa…

Nos dimos una buena ducha. También teníamos un cuarto de baño para cada
uno, lo que hacía mis delicias porque era muy mía para esas cosas, muy
amiga de mi intimidad.
—Vestido de flamenca no tengo, pero ¿me podrías poner esta flor en el
pelo? —me pidió mi hermana.

—Anda, ¡qué bonita!

—Es un clavel, me lo ha dado Iván.

— ¿Y te ha pedido algo a cambio? —arqueé la ceja.

—Oye, que a mí no me pone ojitos, baja la guardia. Esos solo te los pone a
ti—me confesó y casi le meto el rabo de la flor en el ojo de lo nerviosa que
me puse.

—Cuidado, Erika, que tú has ligado, pero yo me lo quiero llevar todo por
delante en la feria. Y como sigas apuntando así, me vas a dejar tuerta.

— ¿Y Camila?

— ¿Tú las ves por aquí? —me preguntó.

—No, sería la que faltase para completar el cuadro. Si te parece, le metemos


a más gente a Iván en el ático.

—Es un tío estupendo, tú le tienes tirria porque no quieres saber ahora nada
de hombres, pero yo me parto la caja con él.

— ¿Qué es eso de partirse la caja?


—Que me desternillo, lo he escuchado por ahí. Son muy graciosos, dicen
unas cosas… Me encanta Sevilla, ¿y a ti?

—A mí también me gusta.

—Normal, si es que encima te hicieron aquí. Quieras o no, tú eres medio


sevillana.

— ¿Yo? Yo todavía estoy en shock con esa cuestión, palabra… Paco con
otro hombre…

—Y dale, eso no te debería chocar tanto.

—Pero es que nunca se me había pasado por la cabeza una cosa así.

— ¿Y qué? ¿Se puede saber qué más da eso? Oye, acuérdate de que tienes
que bailar sevillanas, lo has prometido.

Ya salíamos cuando Iván vino hacia mí con otro clavel rojo como el que le
dio a mi hermana.

—Cuidado, que me lo vas a clavar—le dije al verle con la intención de


colocármelo.

—Haz el favor de no provocar, que te gusta mucho escucharme, y estate


quiera, no sea que te salte un ojo.
— ¡¡Otro como tú!! —rio mi hermana a carcajadas, qué bien se lo estaba
pasando.

—Además, que no es una espada, te recuerdo que yo no soy torero como mi


difunto padre.

—Ay, Dios, ya no me acordaba de eso. Y es verdad que no, porque apuntas


fatal, sí que me lo has clavado.

—Te hubieras dado cuenta—murmuró por lo bajini muerto de la risa.

—Qué bobo eres tú, ¿no? Pues que sepas que conmigo no vas a copular en
la vida. Y trae aquí—le pedí porque temí que se diera cuenta de que llevaba
peluca.

—Yo sé que vuestro castellano es bueno, pero aquí en Sevilla no podéis


decir copular porque os van a tomar por dos pijas redomadas.

— ¿Y qué se supone que debemos decir?

—Hincar, por ejemplo…

—Eso no suena nada fino—me quejé.

— ¿No? Qué pena. Vamos a pedirle consejo a Manuel, a ver qué dice.
Lo primero que dijo el hombre, que lo estaba deseando, fue lo guapas que
estábamos. Y ya después, pues le contestó a Iván.

—Manuel, en confianza, ¿tú por qué no has estudiado con lo que te gusta a
ti dar todos esos datos?

—Buff, Iván, porque soy más vago que el follar de un cochino—le soltó el
otro y quien soltó una tremenda risotada fue mi hermana.

— ¿He escuchado lo que he creído escuchar? —le pregunté aguantando la


risa también.

—Si, por muy finos que sean tus oídos, esos es lo que ha dicho ¿lo ves?
Hay muchas maneras de hablar del tema.
Capítulo 11

Llegamos al recinto ferial y he de reconocer que me sorprendió la magnífica


acogida que le dieron en muchas de las casetas, invitándole a entrar.

Sin duda, era un personaje muy conocido y querido, uno que podría haberse
convertido perfectamente en un niño de papá que no diese un palo al agua y
que optó por mostrar más vergüenza, aunque con las mujeres no sería
precisamente.

Nos paseaba orgulloso por la feria y en un momento dado se paró ante una
de las casetas más bonitas y mejor adornadas de todo el recinto.

—Pero si se llama igual que tu bar, ¿eso cómo es? —observó mi hermana,
que estaba en todo.

—Porque es costumbre que los hosteleros pongan también sus propias


casetas en la feria. Esta es la nuestra, estáis en vuestra casa.
Entró por allí y no hace falta decir que se convirtió en el niño bonito de
todos los que estaban trabajando, aparte de que los comensales también se
levantaban para saludarle.

— ¿Quiénes son estas preciosidades, Iván? —le preguntó un señor mayor


que le abrazó con mucho afecto.

—Eso, miarma, ¿de dónde has sacado tú a estas niñas tan bonitas? —añadió
su esposa.

—Pues ya ves, Manoli, del mismísimo Pensilvania….

— ¿Has encargado allí estas dos muñecas, tunante? Capaz eres—le decía la
señora, que por lo visto era amiga de su familia y le había visto nacer,
crecer y convertirse en el descarado que era.

—Qué va, han venido por su propio pie… Me han caído del cielo, vaya.

—Es que tú atraes a todo lo bueno, mi niño—le besó en la mejilla—, que


eres lo más bonito de toda Sevilla y parte del extranjero.

Él todavía se reía por el comentario cuando tiró de mi mano.

—Y ahora, listilla, tú y yo nos vamos a marcar unas sevillanas de aúpa,


vente…

— ¿A palo seco?
— ¿Qué pasa? ¿Ya te está entrando el canguele?

— ¿El canguele? ¿Podrías hablarme en cristiano?

—Que si ya te estás yendo por la patilla, que si te estás rajando, que si…

—Vale, vale, que ya me he enterado. No, lo que pasa es que tengo la


garganta un poco seca.

—Pues eso se arregla con un buen rebujito…

— ¿Tan pronto?

—Si te parece, lo dejamos para la hora de los churros.

— ¿Qué son churros y qué hora es esa?

—La hora es la del amanecer, que será en la que nos vayamos de aquí. En
cuanto a lo de mojar el churro, te podría dar más de una explicación—me
dijo con sonrisa pícara.

—Y yo a ti más de un bofetón, por lo que intuyo.

—O uno solo y tumbarme, que eres capaz. Dejémoslo en que son una
delicia, un manjar de dioses que entra solo al alba con una tacita de
chocolate caliente.
— ¿Caliente? Si es de noche y sigue haciendo calor—observé.

— ¿Y qué le hacemos, chiquilla? Si te parece, pedimos granizada de


chocolate… Tienes mucho que aprender, menos mal que estoy yo aquí.

—Sí, sí, menos mal… Oye, ¿qué se come aquí en la feria? Es que igual,
para que no se me suba mucho el vino…

—Vaya, que ya quieres cenar. Conmigo no le des tantas vueltas a las cosas,
suéltalas por esa boquita y punto.

—Pues que nos pongan un sándwich o algo, porfi.

— ¿Un sándwich en la Feria de Abril? No te voy a decir lo que pienso


porque no me saldría ni por la boca.

— ¿Y qué se come entonces? ¿Más boquerones en vinagre? Mira que los


voy a aborrecer.

— ¿Aborrecer los boquerones en vinagre? Tú lo flipas mucho… Pero


bueno, que no, aquí se come una fritura de pescado que, de buena que está,
te sacará los lagrimones…

— ¿Los lagrimones? ¿Es una cena o un velatorio?


—De velatorio nada, es una exquisitez con la que te chuparás los dedos,
porque también tenemos un jamoncito de ese que se queda cogido al plato
que no se puede soportar…

—Alguna vez hemos comido jamón con mamá, ella lo compró, aunque allí
tiene un precio prohibitivo—le comentó Denise.

—No sé qué le darían, niña, pero como el jamón 5J de aquí ya te digo yo


que no, ahí con su pringuecita.

— ¿Pringue? ¿Es como aceitoso? Es que soy tendente a las ardentías—le


informé.

— ¿Ardentías te va a provocar un jamoncito del bueno? Qué lástima de ti,


guiri, pero qué lástima… Yo mismo os lo voy a cortar.

— ¿Qué nos vas a cortar?

—El jamón, no van a ser los pies, aunque para como vas a taconear tú, lo
mismo te daría—me provocó.

—Tú no tienes ni idea, pero que ni idea.

—Ahora vengo, corazón de melón. Y ve ensayando, ahí tienes el tablao…

— ¿El tablao? —le pregunté.


—Sí, ese sitio en alto desde donde vas a derrochar arte, ¿no es eso lo que te
propones?

—Pues claro que sí, yo soy muy artosa…

—Creo que has querido decir artista, pero hartar, también hartas un poquito,
la verdad…

Se fue detrás del mostrador y se puso a cortar jamón. La primera lonchita


finita y bienoliente fue a parar a mi paladar y entonces…

— ¿Te has corrido, Erika? —le escuché decir a Denise.

— ¿Qué dices? Y baja la voz ahora mismo—le exigí.

—No, si por mí fenomenal, esa especialidad no la tengo hasta el momento.


Me encantaría—me guiñó un ojo Iván.

—No sé de qué vais, sois dos idiotas—me quejé.

—Venga, si se te han puesto los ojos en blanco…—añadió mi hermana.

—Tú no te calles, ¿eh? Tú no te calles que es malo… Vaya tela con la niña.

—Pero ¿has comido alguna vez algo más rico en tu vida? Dime o no te
corto más—me amenazó Iván.
—Igual no, venga ese platito… llénalo.

—Así me gusta, que esto es gloria y de lo que se come se cría. Y todo


regado con rebujito, al final terminas bailando hasta por soleares.

—No sé qué significa eso…

—Es un palo del flamenco…

— ¿Los flamencos dan palos? —reí.

—Palos, bocados y lo que se encarte. Y algunas flamencas guapas,


puñaladas en el corazón.

—Qué intenso te has puesto, tú debes saber mucho de flamencas.

—Toma otra lonchita de jamón, guapísima, y no quieras saber lo que te


puede lastimar.

— ¿Lastimarme? Por mí como si te tiras a media feria…

—Tirarse, ya vas afinando. Me llegas a repetir lo de copular y se me corta el


punto. Tirad para la mesa, anda, que va el jamoncito y un surtido de
pescado que nos van a servir que es para chillarle.

— ¿Para chillarle? ¿Igual que tú?


—Igual que yo, sí, porque estoy para comerme sin cubiertos y sin nada,
como vais a coger vosotras el pescado…

— ¿Sin cubiertos? Ni muerta…

—Eso me lo cuentas dentro de un ratito con unas cuantas copitas de vino


encima.

Cuánta razón tenía y cómo me jodía dársela. Un rato después yo estaba


cogiendo el cazón con las manos, y es que aquel otro manjar, con su adobo,
me tenía hechizada.

Para mayor expectación, la cena la amenizó un cantaor flamenco con su


guitarrista y su caja, mientras que el baile corría a cargo de una parejita que
derrochó no solo arte, sino también sensualidad, sobre el tablao.

—Yo no sabía que el flamenco pudiera ser tan sensual, yo creí que era más
tipo quejido—le expliqué.

—Quejidos vas a dar tú, cuando… Digo, venga, que ya han acabado, ahora
le toca al público bailar por sevillanas.

Yo no conocía esa música tan alegre y sus letras me animaron mucho,


aunque he de decir que el rebujito también ayudó, y no poco.

—“Al bailar por sevillanas se me olvidan los pesares


Baila conmigo gitana,
Por la gloria de tu mare”

Las letras sacaban mi sonrisa, eran realmente pegadizas…

— ¿Qué es “tu mare”, Iván?

—La mare que te echó a ti por… Ojú, Erika, que a mí también se me está
subiendo el rebujito y tú tienes tu punto bailando.

—Yo tengo mi punto siempre…

—Pues yo te diría de darte un puntazo, solo que ya sé la respuesta.

—Y yo a ti un guantazo. Uno y luego un millar más…

—Qué presión metes al asunto, chiquilla, ¿tú por qué no te dejas llevar
más?

— ¿Por ti?

—Hombre, por quién va a ser si no… Mira tu hermana lo bien que se lo


pasa—me indicó y allá que estaba la niña bailando con una flamenca, con
las bocas tan cerca que parecía que se las iban a comer allí mismo.

— ¿Y qué? ¿Es que yo no me lo paso bien? Te dije que bailaría sevillanas…

—Es cierto y yo te digo más: hasta podrías llegar a hacerlo con gracia.
— ¿Eso quiere decir que no lo estoy haciendo bien?

—Hombre, quiere decir que es mejorable…

En ese preciso instante, vi a un hombre mayor que avanzaba un poco


perjudicado con su copa en la mano y me aparté justo a tiempo de que el
contenido de su copa acabase justo en la camisa de Iván, la cual quedó
empapada.

— ¿Se puede saber qué he hecho yo para merecer a una guiri y luego esto,
Dios mío? —preguntó mirando el techo de la caseta.

—Te jodes, ¡te ha puesto que no veas!

—Me ha puesto pipando, eso es verdad… Pero que yo ya estaba puesto de


antes, ¿eh?

—No me lo puedo creer—le dije mirando a su entrepierna.

— ¿Qué quieres, niña? Si es que te arrimas mucho y estás más buena que
las almendras garrapiñadas.

— ¿Tú te crees que esa es una comparación seria?

— ¿Seria? ¿Y quién quiere algo serio pudiendo ser divertido? Venga, ponte
a ensayar, que falta te hace. Mira, esta es la primera…
—Si es que los pasos son muy complicados.

—Tú no pienses en los pasos, mírame a mí y déjate llevar.

—No creo que eso me convenga, la verdad.

—Guiri de poca fe. Tus ojos en mis ojos y no pienses en nada, tú solo siente
la música.

—Ya, que solo sienta la música, pero tú te acercas y siento otra cosa—me
quejé porque seguía empalmado.

—Ya, sientes más calor que el palo del churrero al que visitaremos luego.
Qué cuca eres… Venga, que todavía vamos por la primera.
Capítulo 12

No es que fuera exactamente el amanecer, pero sí cerca de las seis de la


mañana cuando las copas hicieron que nos llevase a cada una de un brazo
hasta la caseta en la que degustaríamos esos churros que olían de maravilla
ya desde lejos.

—Puri, corazón, a las buenas noches—saludó a la churrera, una atractiva


chica que le miró de reojo.

—Para algunos mejor que para otros. Qué contento vienes tú, ¿no, Iván?
—Si me quejase sería para que me baldasen a palos…

—Ya, ya…

Se la vio escocida, como si le gustara él y el hecho de verle con mi hermana


y conmigo como que no le hiciese demasiada gracia.

— ¿Y qué vas a querer? Aunque ya me lo puedo imaginar—añadió con


retintín mirándonos a las dos.

—Con nosotras no se monta un trío, eso ya te lo garantizo yo. Por cierto,


qué chulos los dos claveles esos que te has puesto ahí—se los señalé.

—Erika, que son tres, ¿tan empuntada vas que no los ves? —me preguntó
Denise con los ojos en blanco.

—En realidad es uno solo, menuda tajada que lleváis las dos. Pero vamos,
que para empuntadas como podéis acabar la noche vosotras.

—Oye, Puri, que yo no he venido aquí a que me deis la del pulpo entre las
tres, ¿por qué no nos pones dos de churros, una de porras y tres chocolates?
Que ya se me está haciendo la boca agua…

—De porras te ponía yo alguna más… Y te daba con ellas, Iván.

— ¿Porras? No comprendo—le pregunté pensando que en realidad no


entendía nada de nada con el pedal que llevaba encima. La de vueltas que
me estaba dando la cabeza y eso que no estábamos montados en alguno de
los famosos “cacharritos”, como allí llamaban a las atracciones, en las que
por suerte no subí, porque habría echado un caño de vino que para qué
contar.

En fin, que de mala gana le sirvió la chica, quien parecía conocerle muy
bien y quien tenía unas ganitas evidentes de que él mojase en su churrería lo
que era comestible y lo que no, ya me entendéis… Bueno, comestible no
sería, pero ella le habría dado un buen repaso con la lengua, pensaba yo con
mi calenturienta mente. Lo malo era que me resultaba inconfesable, pero
aquel impertinente tenía un morbo que no era normal y a mí también me
hizo hervir más que el chocolate que nos puso Puri, que la jodida lo hizo a
conciencia.

—Unos churritos, una porritas y unos chocolatitos en su punto—comentó


al ponerlos en la mesa, pero bien que se guardó de coger los vasitos con un
paño, que yo me di cuenta.

Iván estaba más pendiente, mucho más, de mirarme las tetas que de echarle
un ojillo al chocolate, por lo que cogió el vaso sin ningún tipo de cuidado,
de manera que no tardó en cantar por alguno de esos palos del flamenco. Y
más cuando, de los nervios, se lo llevó a la boca.

— ¡¡Me he abrasado, Puri!! —le chilló.

—Es lo que tienes tú, que siempre has sido muy cariñoso… Tú vas
regalando cariño por toda Sevilla y, claro, te lo regalas hasta a ti.
—Déjate de pamplinas, abrasado, con “s”… ¡¡Y tráeme un vaso de agua!

—Qué humos te gastas, un poquito de tranquilidad. Quién diría que estás a


punto de hincar—le soltó con esa guasa que la muchacha tenía.

—No será conmigo, guapa—le aclaré.

—Pues será con la otra—señaló a mi hermana.

— ¡¡Puri, el agua!! ¿Y no ves que se trata de una niña? Joder…

—De eso, de eso se trata, de joder…

—Antes le corto la lengua, fíjate, a mi hermana no la toca.

—Ni que yo tuviera interés. Camila está desatada mandándome fotitos—


decía Denise mientras giraba el móvil para enseñarme. Bien se notaba que
tenía mitad de sangre y mitad de alcohol en las venas.

—Pues si me la vas a cortar, la lengua digo, ahora es el momento, ¡¡qué


dolor!! ¡¡Puri, el agua!!

—Espérate, qué tío más impaciente—le respondía ella mientras la servía de


una jarra con una tranquilidad pasmosa.

— ¡¡Que la traigas ya!! —le chilló y, para no esperar, se levantó y metió la


lengua en ella. En la jarra, que lo otro hubiera sido puro porno ferial y tanta
cara no sabía yo si tenía.

—Qué tío más jibia… Pues no me la ha quitado de las manos—protestó


ella.

— ¿Qué es un jibia? —le preguntó mi hermana con los ojos en blanco a


consecuencia de las fotitos que le enviaba la otra.

—Un tío que lo quiere todo para él, y cuando digo todo, me refiero a todo—
nos miró—. Tened cuidadito cuando os deje en el hotel, no vaya ser que se
os cuele en la habitación, yo solo aviso.

—Puri, en mala hora las he traído aquí—le decía él sacando la lengua de la


jarra,

— ¿Ya no te quema? Porque la mueves estupendamente, aunque de eso doy


yo fe—le guiñó ella un ojo.

—Ah, ya, que tú has copulado con él. Pues tranquila, que a nosotras no se
acerca, le arreo un palo que…

— ¿Ya has vuelto a decir copulado? ¿Es que yo no te he enseñado nada? —


intervino él.

—No, pero estás que no cagas por enseñárselo, en cuanto llegues a su hotel
—añadió la otra.
—Si no tenemos hotel, nos quedamos en su casa—le soltó mi hermana
mientras le daba un bocado a uno de los churros, que estaban de vicio,
aunque para vicio el que se veía en los ojos de Puri.

— ¿En su casa? Pues nada, ya os podéis dar por folladas…


Capítulo 13

Salimos de la feria y, pese a la hora que era, había una fila para coger un
taxi que ni que estuviesen repartiendo entradas para ver a Taylor Swift.

—Tendrías que haber traído el descapotable, así llegaríamos fardando ahora


hasta el ático, no has tenido vista—le reprochó Denise.

—Ni la he tenido ni la tengo. Con las copas que llevo encima, nos
empotraríamos contra el primer árbol, y cualquiera aguanta a tu hermana.

— ¿Lo has hecho por eso? ¿Solo por no aguantarme? Ya sabía yo que,
aparte de un vicioso, eras un irresponsable—le aseguré.

— ¿Y alguna cosita más, guapa? Así me gusta, que no se te quede nada


dentro, que luego todo se enquista.

—Pues ya que lo dices, me gustaría añadir que todos los hombres sois unos
cerdos, unos gorrinos…
—Gracias, bonita, yo también te quiero. Y perdona que te lo diga, pero eso
ha sonado fatal, a ti te han hecho pupa.

— ¿A mí? Estás borracho, no sabes lo que dices. A mí no ha nacido el tío


que pueda dañarme, ¿y sabes por qué? Porque paso de todos… Los tíos no
valéis ni para estar escondidos, no valéis ni para…

—Espera, espera, que te voy a demostrar para lo que vale el tío—me dijo
muy seguro—. Jero, que es una urgencia—le pidió a un taxista que pasaba
por allí, parándolo.

—Espérate, Iván…

— ¿Tú también le conoces? —le pregunté al taxista.

—Iván es más conocido que el alcalde. Es más, si se presentase a alcalde,


saldría elegido seguro. Quillo, lo siento mucho—se dirigió a él—, es que
llevo a dos suecos y no puedo soltarlos, mira cómo van…

—Pero si están en coma, yo te ayudo a bajarlos…

—No me pongas en ese compromiso, Iván, que te veo las intenciones.

—Ni intenciones ni nada, yo te pago diez veces la carrera si hace falta, pero
que no veo la hora de coger mi cama.
—Ya, ya me imagino—puso el otro cara de pícaro también—. Si yo en tu
caso también estaría deseando montármelo con las dos, pero que no puedo,
entiéndelo.

— ¿Qué dices, degenerado? Este no poseerá nuestros cuerpos ni en


sueños…

—Ya se me ha puesto fina otra vez. Menos mal que es estilista y no


ministra, la guiri. A ver cómo te lo explico para que no haya malentendidos,
chiquilla, que yo con la única con la que me quiero acostar es contigo—me
aclaró, poniéndome las mejillas como si llevara diez horas en la playa a
pleno sol.

— ¿Te has enterado ya, Erika? Que te va a echar un súper polvazo que te
quitará todas las telarañas—añadió mi hermana.

— ¡Cállate, niña! ¿Será posible?

— ¿Me lo preguntas en serio? Con las ganas que este te tiene y la faltita que
a ti te hace, ya te digo yo que será posible. Y que le pidas que repita
también. Oye, Iván, ¿hay taxi o no hay taxi? Que tengo los pies que me
echan fuego…

—Pues claro que hay taxi, niña. Venga, Jero, déjate ya de monsergas y
ayúdame a sacar a los suecos, si no se van a enterar de nada…

—Yo no puedo dejarlos así, Iván, no tengo corazón para eso.


—Menos sensiblerías y más sangre en las venas, tú atrinca a uno y yo a
otro…

—Porque eres un colega, ¿eh?

—Y porque no pagas ni una ración de boquerones en vinagre en mi bar, ¿es


o no es?

—Calla, calla, que tengo ahora una gazuza…

—Pues no los pruebas más como no me ayudes.

Mi hermana grababa la escena mientras yo no daba crédito, ¿cómo eran


capaces? Cada uno cogió a un sueco por debajo de las axilas y los dejaron
apoyados en sendos árboles, como si estuvieran allí tan ricamente sentados.

—No tienes vergüenza, Iván, te juro que no la tienes, ¿es porque son guiris?

—Esto no es guirifobia, ¿eh, guapa? Esto son ganas de abrazar la almohada


ya…

—Pues abrázala bien fuerte, que es lo único que vas a abrazar.

—No me digas esas cosas, chiquilla, ¿acaso no valoras lo que acabo de


hacer por ti? Y por tu hermana, que os echan candela los pies ya a las dos…
—Sí, sí, precioso… ¿No te provoca remordimientos? Dejarlos ahí,
abandonados a su suerte…

— ¿Qué dices? Si el fresquito de la noche es lo mejor para la tajada, ahora


que por fin refresca un poco.

—Tú sí que eres fresco, esto es increíble.

—Increíble es que tú estés más guapa al salir de la feria que antes de entrar,
¿eso cómo se explica?

—Si te has creído que me vas a ganar con tus dotes de seductor de
pacotilla… Es que me mondo, vaya.

—Qué feo está que me digas todas esas cosas, mujer…

—Pero es que les puede pasar algo malo, ¿no lo ves?

— ¿Te quieres subir ya al coche? Que ahora viene Jero a por ellos, si los
guiris están encantados…

— ¿Encantados? Menudo careto que se les ha quedado.

—Pero eso es por el rebujito, ¿tú eres una ONG o algo? Tienes la suerte de
estar aquí con el tío, que no me falta un recurso, y te vas a preocupar por
esos dos que están la mar de a gusto, míralos.
—Es verdad, Erika, uno ya se está acoplando—me comentó mi hermana
cuando lo vio tumbarse en el suelo y comenzar a roncar como si no hubiese
un mañana.

—Dormidos como benditos, vámonos…

Llegamos a su ático y lo de Denise fue visto y no visto. Antes de entrar ya


estaba metida en la cama.

—Cariño, ¿te has desmaquillado? Mira que eso es sagrado—le recordé.

—No, pero que apenas llevaba unos polvos en la cara…

—No mientes nada de polvos por lo que más quieras, que tu hermana está
haciéndose la estrecha—le pidió Iván y a Denise le dieron las carcajadas.

—Tú insiste, insiste, que ella está muy necesitada…

—Denise, por Dios…

— ¿Qué he dicho? Buenas noches…

—Buenas noches—suspiré.

—Las que te voy a dar yo a ti—prosiguió Iván entrando en mi baño,


momento en el que puse a cargar las planchas del pelo, esas que se calienten
en cuestión de segundos.
— ¿Tú ves esto, Iván? Pues acércate y te lo cojo con ellas…

— ¡¡Calla, calla!! Que bastante he tenido ya con lo de la lengua—se


defendió y, echándose mano a su entrepierna, corrió hacia la cama.
Capítulo 14

—Buenos días, guiri, que me voy para el bar… Os he dejado algo de


desayuno, y eso que por lo menos tú no te mereces nada. Cuidado con
abandonarme anoche, hace falta tener horchata en las venas. Ya vendrás,
ya…—me decía desde la puerta de mi dormitorio.

— ¿Te quieres callar ya? ¡Que me duele la cabeza! —le chillé.

—Ya me callo, ya, pero que como te vuelvas a Pensilvania sin catar al tío,
yo no te digo nada, pero vas a echar lagrimones como puños. Aprovecha
ahora que tienes la oportunidad, si estoy garantizado, como el jamón que os
puse anoche.

—Te garantizo que, si abro, te abofeteo, ¿te mola eso?

—Sí, sí, claro… Me vuelve loquito, ¿no te jode? Venga, que te gusta mucho
rajar… Aquí te quedas, al mediodía venid por el bar, que vas a probar cosa
rica, ya que no has querido hacerlo aquí.
— ¡¡Que te largues ya, merluzo!!

—Merluza no pensaba ponerte, pero si es de tu gusto, yo me paso por el


mercado y…

—Por el mercado no hace falta que te pases porque tú a mí no me vas a dar


coba de ninguna de las maneras.

—Qué durita de roer eres. Ya llorarás por mí, ya… En fin, que me voy, que
algunos tenemos que currar….

—Si te parece, me voy y curro contigo…

—No me des ideas, que te pongo detrás de la barra y causas furor, ahí con
tu acento de guiri y con ese escote que tienes que está para… Oye, no me
líes más, que eres tú quien me provoca.

— ¿Yo te provoco? Te voy a decir lo que todavía no te ha dicho nadie…

—Pues mira que para eso hay que tener habilidad, ¿eh? Anda que no me
han dicho cosas ya, la madre que…

Se largó y allí me quedé yo. Aquel mamarracho me hacía reír, aunque yo no


se lo mostrase. Es más, me molaba eso de que le gustase tanto mi delantera,
a la que me quedé mirando. Si él supiera lo mal que lo había pasado. En ella
comenzó todo y loco le volvía a Iván, babeando por esos senos que me
acaricié con una sonrisa.
Seguí durmiendo porque la había pillado mortal la noche anterior en la que
lo pasamos genial. Cierto que la feria tenía algo, tenía duende, como dicen
los sevillanos. A mí, desde luego, me había embrujado, y a mi hermana no
digamos ya.

Continuamos durmiendo un par de horitas más. Me desperté cuando el sol


entró a raudales por aquel dormitorio tan bonito y luminoso en el que daba
gusto quedarse, las cosas como son.

Iván podía dar la impresión de ser un desastre con las mujeres, pero su casa
era una virguería y no podía estar mejor puesta, aparte de limpia y
ordenada.

Justo me levantaba, cuando escuché un ruido procedente del portón y me


asusté. No esperábamos a nadie y me dio miedo, por lo que salí flechada
para la cocina y cogí el enorme cuchillo, que más que un cuchillo parecía
una espada por lo largo y fino que era, con el que Iván cortaba la pata de
jamón que tenía sobre la encimera.

Empuñándolo, salí al pasillo y entonces vi a aquella chica que dio un salto


hasta el techo.

— ¡¡Quieta!! ¿Eres una ladrona? —le pregunté.

— ¿Yo una ladrona? Jesusito de mi vida, ¿qué dices? Que yo seré pobre,
pero no la hay más honrada.
—Y entonces, ¿a qué has venido? ¿A cepillarte a Iván?

— ¿A Iván? No caerá esa breva, digo… Joder, que yo tengo novio y un


niño pequeño, no me hagas el lío, ¿tú quién eres? Y otra cosita, ¿podrías
bajar el cuchillo? Es que casi me ensartas como a una brocheta y me estás
poniendo de los nervios.

—Ah, sí, perdona, no me había dado cuenta…

— ¿Eres un ligue de Iván? No tenía ni idea de que hubiera nadie en la casa,


menudo susto.

—No, no, qué va… Si yo lo acabo de conocer.

— ¿Y ya te has metido en su cama? Qué tía, te voy a abrir un club de


fans… Me llamo Saray y soy la limpiadora.

— ¿Y ese cabeza de alcornoque no te advirtió de que estamos aquí?


—Qué va, irá con el despiste, pero que da igual. Oye, ¿quién más está?

—Mi hermana Denise, estará como un tronco. Espera que la aviso.

—No, mujer, deja que duerma. Al menos hasta que pase la aspiradora, que
no creo que pueda seguir planchado la oreja entonces.

—No creas, menudo sueño que tiene la peque… No la conoces.


—No, no tengo el gusto. Oye, me caes muy bien, pero tú no eres de aquí.

—Claro que sí, sevillana de pura cepa, ¿no se dice así? Mira, te voy a bailar
unas sevillanas…

Di dos o tres volteretas y comprobé que todavía estaba resacosa.

—Sí, sí, de Triana eres tú, que tienes menos gracia que un maniquí con
diarrea. Vamos a ver, chiquilla, yo te voy a enseñar a mover las manos, que
parece que se te han quedado agarrotadas. No es así, tú tienes que ser
espontánea, sentir el flamenquito, moverlas hacia dentro y hacia afuera así
como yo…

—Pero si tú lo haces genial—le aplaudí.

—Pues claro, miarma, si mi abuela bailaba en los mejores tablaos de


Sevilla, ¿tú qué te crees? Yo lo llevo en la sangre.

— ¿Y tú podrías darme unas clases? Te las pago, ¿eh? Tú pídeme lo que


quieras…

—Pues fírmame un cheque en blanco mismo—rio.

—Venga, en serio, te pago el doble de lo que te dé Iván por hora.

—De puta madre, pero ¿cuándo? Porque estos días, con la feria, yo estoy
más liada que una peonza, guapa.
—No, no, si tiene que ser ahora mismo. Yo las necesito para esta noche.

— ¿Ahora? ¿Y quién limpia entonces? Que yo en unas horas tengo que ir a


por mi niño. Le ha hecho mi madre un traje de corto que le chillan por el
Real de la Feria, con su sombrero cordobés. No vacila nada mi mico. No es
por nada, pero bonito es a rabiar, tiene todo mi arte, por mal que esté que yo
lo diga.

—Mira qué bien, pues entonces, ¿cuándo empezamos?

—No me tientes que a mí me gusta un taconeo más que a un tonto un lápiz,


pero ¿qué le diremos a Iván?

—Tú déjamelo a mí, que yo me encargo.

— ¿De verdad no te lo estás zumbando? Mira que me escama, ¿eh?

—Que no, de verdad que no…

— ¿Y por qué? Vamos, andando me dejaba yo escapar a un tío así si se me


pusiera a tiro. Iván trae loquitas a todas en la comunidad. Bueno, y por
donde pisa, que no solo está buenísimo, sino que tiene la gracia a
esportones, como decimos aquí. Oye, ¿y tú de dónde eres?

—Yo de Pensilvania, en Estados Unidos.


—Mírala ella, lo orgullosa que lo dice. Me parece genial, ¿eh? Yo también
presumo mucho de ser sevillana, como debe ser. Venga, ¿nos ponemos ya o
también me vas a pagar por hablar? Oye, que por mí encantada, ¿eh? Que
yo charlo por los codos.

—En unos minutitos, ¿te tomas un café conmigo?

—Mira, a un cafelito no le digo yo nunca que no. Y encima es que me está


llegando el olorcito, ¡qué bien huele! ¿Lo has preparado tú?

—No, lo dejó listo Iván antes de irse.

— ¿No te has acostado con él y te prepara café? Ya te he dicho que soy fan
tuya.

Entramos en la cocina y no solo había preparado café, sino también zumo


de naranja, cruasanes, magdalenas y había dejado en la tostadora pan con la
intención de que solo tuviésemos que tostarlo. Junto a él, un plato con
jamón cortado, aceite de oliva y algo que yo no sabía lo que era y que ella
me explicó que se trataba de salmorejo, una verdadera delicia.

— ¿Todo esto te lo ha preparado él? Me cago en mi jodida calavera, ¿tú qué


tienes en el ombligo? Las tías se sacan un ojo por estar con Iván y tú, que le
rechazas…

—Y más cosas, también le arreé un bofetón.


—Pues sí que le va la marcha… Si lo llego a saber antes, le parto el palo de
la fregona en la cabeza. La madre que me va a parir de nuevo.

Saray estaba alucinada, ya que Iván se había lucido. La mesa daba gusto
verla y la invité a sentarse a desayunar conmigo.

—Oye, pero que este ratito no te lo cobro, ¿eh? Solo faltaría, cobrarte por
ponerme como el Quico.

—Eso no lo entiendo, es que ya me gustaría, pero no lo pillo todo.

—No te preocupes, que con lo lista que me parece que eres, ya lo pillarás.
Ponerse como el Quico es ponerse ciega de comida, hasta arriba… Es que
no puedas más y, si todavía te caben los dedos para vomitar, coges y te
metes un plátano…

Aquella chica tan pizpireta y divertida me estaba haciendo reír tanto que
terminé con el estómago cogido por mis brazos, doblada de la risa.

—Eres lo más, Saray, lo más…

—Tú sí que eres lo más, que gracia por sevillanas no tendrás, pero debes
tener otros poderes ocultos que ya los quisiera yo para mí.

Después de ponernos justo como ella dijo, que hasta nos costó trabajo
levantarnos de la silla, comenzaron las divertidísimas clases de baile.
—Así no, por Dios, Erika, que parece que te ha dado un ataque de epilepsia.

— ¿Y entonces cómo lo hago? Es que de verdad que yo me empeño, pero


no me sale…

—Como te empeñes en todo igual… Yo no entiendo nada…

— ¿Y qué le hago? Yo quiero bailar bien por sevillanas.

—Y yo quiero casarme con un futbolista y mi novio es albañil en paro,


menos mal que le acaban de llamar para hacer un chapú.

— ¿Y eso qué es?

—Una obrita de poca monta que se cobra en B.

—Me estoy liando más, déjalo…

—En B, chiquilla, en dinero negro… Más negro que los zapatos de taconear
de un grillo. Por cierto, ¿tú tienes de esos o vas a estar todo el tiempo con
las Converse?

—Con las Converse, con las Converse…

—Bueno, eso ya lo hablamos luego tú y yo. Ahora, escucha con las orejas,
¿eh? Que voy a sacar la artillería pesada. El método es el siguiente…
Unos minutos después, yo seguía doblada de la risa a consecuencia de su
“método”.

—No entiendo por qué te ríes tanto, esto de “Mata el gusano, mata el
gusano y enrosca la bombilla con una mano” ya lo sacaron los de la
chirigota de “Los Lacios” hace una pila de años en los carnavales de Cádiz
y es gloria… El mejor método para enseñar a bailar a gente como tú.

— ¿A gente desgraciada? —le pregunté.

—No, mujer, no se dice así… A gente a la que le cuesta una mijilla pillar
los pasos… Desgraciados son otros, más que nada los políticos, no me tires
de la lengua. Vosotros sois gente sin gracia, no es lo mismo—rio.

—Ah, vale…

Cuando Denise se levantó a consecuencia de los zapatazos que estábamos


dando, que menos mal que por allí no había ningún gusano al que matar, se
quedó flipada al ver las clases.

—No te conozco, Erika, ¡¡te estás volviendo muy guay!!

—Yo ya era guay, nunca he sido severa ni nada de eso, no digas cosas…

—Eso es verdad, pero ahora eres mucho más guay.

—Ya, ha sido el bichillo…


—El tumor, ¿no? —me preguntó y me la quedé mirando, me refiero a
Saray.

—Oye, ¿y tú cómo lo sabes?

—Erika, se te ha olvidado ponerte algo en la cabeza—me hizo ver mi


hermana y me llevé las manos a ella.

—Anda, si es verdad… Si tengo la cabeza más lisa que un globo—le dije a


Saray cogiendo su mano y llevándomela a mi cuero cabelludo, tan
despoblado como estaba en ese momento.

—Chica, yo qué quieres que te diga, ¡estás guapísima!

Las tres nos echamos a reír. Menuda experiencia la de comenzar a reírme


hablando de un tema que en su día me provocó un terror máximo,
transformando mi vida para siempre. Por suerte, en mi caso, fue para bien,
ya que me hizo cambiar el chip y valorar lo que tenía importancia y lo que
no.
Capítulo 15

Unas horas más tarde, después de habernos dado clases a ambas y de


habernos reído hasta correr el riesgo de que se nos desencajara la
mandíbula, Saray nos llevó a un pequeño taller de moda flamenca situado
en la esquinita de una céntrica y coqueta calle.

—Tía Pili, que te traigo a dos guiris la mar de guapas para que las tunees y
las hagas pasar por dos sevillanas en la feria, ¿cómo lo ves?

—Saray, mi niña, ¡no te esperaba!

—Ni yo tampoco pensaba verte hoy, ¿te queda algo bonito por ahí para
ellas? Venga, que no se diga, que han aterrizado en Sevilla y no sabían ni
qué era la feria.

—Pues a eso hay que ponerle remedio. A ver, a la rubia le pega un vestido
azul cielo que tengo ahí que es para hacerle un monumento y a la morena…

—La morena soy yo, ¿no? —les pregunté porque se me iba la pinza.
— ¿Estás bien, muchacha? —me preguntó la mujer.

—Sí, sí, es que se trata de una peluca y nunca me acuerdo…

Lo cierto es que opté en aquellos días por seguir llevando la de pelo oscuro
porque Iván no sabía nada de mi enfermedad ni yo tenía confianza con él
para contarle nada.

—Anda, una guerrera… Pues nada, para ti la joyita de la colección. Me


queda uno de tu talla en rojo pasión que vas a levantar a todos los feriantes
de sus sillas. Vas a partir cuellos a tu paso. Y con ese lunar que Dios te ha
dado, ¿tú estás segura de que no eres sevillana?

—Bueno, en realidad a medias…

Denise levantó una ceja porque yo no era de abrirme tanto con personas a
las que acabase de conocer, si bien ellas me estaban tratando como si fuesen
mis familiares y me sentí muy cómoda.

—Oye, que de eso no me has contado nada a mí. Suelta, suelta—me animó
Saray.

—Mi madre es que me tuvo con un sevillano, por eso nos hemos venido.

— ¿Tu madre también? Pues menuda cogorza que debía llevar anoche para
no levantarse con la que hemos armado.
—No, ella murió…

—Ay, virgencita, ¿se puede ser más metepatas que yo? Discúlpame, cariño,
que no he pretendido ofender.

—Ni lo has hecho, tú qué ibas a saber de eso…

—Ya, claro—suspiró.

— ¿Y has venido a conocer a tu padre? —me preguntó Pili.

—Más bien a leerle la cartilla. Mi hermana fue a verle ayer y le abofeteó—


les contó Denise.

—Niña, que tampoco me lie a palos por mucho que no me faltasen ganas.

—De milagro, pero bueno. Vaya careto que se les quedaron a Paco y a
Rosalía en pleno patio del hostal.

A las otras dos se les vino a quedar, más o menos, la misma cara.

— ¿No jodas que tú eres hija de Paco? Yo me quedo muerta en la piedra—


Saray hizo como que se caía.

—Yo sí que me quedo muerta, ¿también lo conoces?


—Pues claro, si yo limpio en casa de Iván porque siempre le he limpiado a
Paco en el hostal y él nos presentó. Paco tiene una hija, yo lo flipo. Tita Pili,
¿tú no tendrás por ahí una petaca o algo? Necesito llevarme algo al gaznate.

—Una botellita de anís tengo, de la que me quedó en las Navidades. Pero


vaya, que beber anís en pleno abril, en época de feria…

—Anís mismo, sácalo, que me han dejado muy loca.

Lo sacó, lo sacó, y también cuatro chupitos junto con los que comenzaron
las confesiones.

—Ahora que lo decís, Paco me habló una vez de una mujer, de una guiri…
Una tal, ¿cómo era? Si lo tengo aquí, en la punta de la lengua.

— ¿Sam? ¿Una tal Sam?

— ¡¡Esa misma!! Y hablaba de ella con mucho cariño. Si hasta me dijo que
fue la única que le hizo cuestionárselo todo, porque a él le tiraban más los
tíos, pero ella debió volverle muy loco también.

—Vaya lío, ¿otro chupito?

Yo necesitaba alcohol para digerir todo aquello porque, además de la


maraña que suponía, estaban mis sentimientos de por medio y me sentía
fatal.
—Ya me dijo Iván que había un hombre en su vida.

—Sí, Cristóbal, es que por aquel entonces estaba casado con Carmina, y
traía a maltraer a Paco. No sabía para dónde tirar y Paco estuvo a punto de
enloquecer. Yo creo que, si no hubiese vuelto a aparecer, él podría haberse
quedado con esa guiri, pero lo hizo y claro, él estaba muy enamorado de
siempre, casi desde niños. Y al final, Cristóbal se llevó el gato al agua, tras
separarse de su mujer.

Sin pedirlo, ya tenía yo más datos de la historia.

—Todo eso me parecería hasta medio normal si no hubiese renegado de mí,


pero lo hizo, y eso es imperdonable.

—Ay, Paco, Paco… Eso sí que lo es…

— ¿Tú también conoces a mi padre, Pili?

—Sí, si somos todos como familia. Solo nos faltabas tú…

—Yo necesito más alcohol, ¿un chupito más?

—Ni en broma, que es anís y tú no sabes lo mala que es una tajada de eso.
Tú te conformas con lo que has bebido y todo esto lo vas digiriendo poco a
poco. Al toro se le coge por los cuernos, niña. Por lo que tú has contado, ya
sabes muy bien lo que es luchar en la vida, no te tengo que contar nada—
me aclaró Pili.
—Pero es que a mí me haría bien…

—A ti lo que te haría bien es probarte ya ese vestido de flamenca. Menos


paliquear y más meterte en el probador, caray, que luego hay que buscarte
también los complementos, ¿me estás oyendo?
Capítulo 16

—Parece que un poquito sí que se me ha subido el anís, cariño—le decía a


mi hermana cogiéndola del brazo por la calle.

—Ya te digo, si vas haciendo eses. Pon rumbo fijo, Erika, que me estás
mareando…

—Y a mí también—Saray se venía con nosotros al ático a dejar los vestidos


y todos los complementos que le habíamos comprado a su tía Pili.

—Venga, alegra esa cara, que tu tía se ha quedado muy contenta…

— ¿No se va a quedar contenta? Si ha hecho el agosto con vosotras.

— ¿El agosto? ¿No estamos en abril? A mí no me líes, ¿eh? Que bastante


lío tengo ya en la cabeza—le pedí.

—Y ahora será culpa mía. Venga, dejemos esto en el ático y vayámonos


donde Iván, que os debe estar esperando como agua de mayo.
— ¿Ahora como agua de mayo? Te prometo que no entiendo nada…

—Ni falta que hace, ni falta que hace, guapísima…

Lo dejamos todo en el ático y nos fuimos para el bar. Iván alucinó bastante
al vernos entrar todas juntas.

— ¿Ya os habéis presentado? Perdonad, no me acordé de deciros que ella


iría a limpiar.

—A limpiar dice—murmuró Saray y nos dio la risa.

— ¿No has podido limpiar? ¿Ha pasado algo?

—Ha pasado de todo, miarma, pero tú afloja la pasta, que yo sé que


agarrado no eres.

—Claro, ¿cuántas horas han sido? —le preguntó sacando la cartera.

—Tú tira por largo, que para eso te has hartado, Saray—le aconsejé.

—No, no voy a abusar… Tú cuenta unas cinco horitas y ya…

Sí que tiró por largo, menos mal que no iba a abusar. Allí el que no corría,
volaba, porque entre la pasta que aflojó Iván, y la que le di yo por las clases
de sevillanas, se sacó un sobresueldo para la feria.
— ¿Te quedas a tomar algo tú también? Invita la casa—le ofreció él.

—Hombre, pues si invita la casa, ¿cómo no me voy a quedar?

—Bien, entonces marchando cuatro cervezas heladas, unos boquerones en


vinagre, unas aceitunas que les encantan a mis guiris preferidas, una tapita
bien servida de ensaladilla, una de carrillada, una de papas aliñás y cuatro
montaditos de pringá, eso para ir abriendo boca—decía mientras se
marchaba.

— ¿Qué es pringá? —le preguntó Denise.

—Pringás somos todas las que estamos aquí mirando a Iván con la baba
caída y resulta que él no para de ronear con tu hermana, cuando es la única
que pasa….

— ¿Y eso qué tiene que ver?

—Es verdad, niña, pringá también es la carne del cocido. Ya verás qué
montaditos más ricos, se deshacen en la boca.

— ¿De ronear conmigo dices? La lleva clara ese—intervine.

—Calla, calla… Tú tienes el colmillo muy retorcido, a ti te la ha clavado


alguno…
—Claro que se la han clavado, que mi hermana no tiene pinta de virgen—le
respondió Denis.

—Sí, pero yo me refiero a una clavada más profunda, a una de esas que
cogías al que te la ha hecho y lo fundías como las campanas.

—Un poco de eso hay, sí—le confesé.

— ¿Y quién ha sido el desgraciado? ¿Es alguno de allí de tu tierra? Qué


mala uva debe tener…

—Era mi novio y se llama Oliver. Le pillé acostándose con su jefa el mismo


día que me dijeron que estaba curada, ¿qué te parece?

—Pues que tuviste mucha suerte, porque te curaste de dos cánceres a la vez.
Un tío así no paga ni con la horca. Mira, yo puedo soltar muchas tonterías
por la boca de lo bueno que está Iván y de esto y de lo otro, pero la realidad
es que a mi novio no le pondría los cuernos ni hartita de vino, ni yendo a
cuatro patas, vaya, y mira que ya estaría en postura y todo—nos dijo
sacándonos la risa—. Él no se lo merece y es el padre de mi Antoñito, que
es lo que más quiero en el mundo… Un hombre que te hace eso ni es
hombre ni es…

— ¿De qué hombre habláis? —nos interrumpió Iván, que llegó con la
bandeja con las cuatro cervezas, pensando en sentarse con nosotras.

— ¿Tú tienes que estar en todas las conversaciones? Mira que eres
entrometido—me quejé.
—Y mira que tú eres malaje conmigo, guapísima, con lo bien que te trato
yo… Saray, ¿tú te crees que es justo?

—Si Erika es un encanto de niña, lo único es que el anís se le ha subido un


poco.

— ¿Qué anís? ¿Venís de pimplar? ¿Dónde?

—Igual es que hemos pasado por donde mi tía Pili, pero tranquilo que es
por tu bien, es para que pasees por el Real de la Feria a las dos americanas
más guapas de toda Sevilla.

— ¿No me digas que el tío va a tener la suerte de llevarlas vestidas de


flamencas?

— ¿Y cuánto no tiene el tío suerte? Salud, ¡jefe! —exclamó congraciándose


con él.

En cuanto se fue a por las tapas, se echó a reír.

—Tengo que pelotearle, que para eso no he hecho ni el huevo hoy. Menos
mal que igual no se da ni cuenta, si en esa casa se limpia sobre limpio…

Enseguida volvió y se sentó con nosotras. Estaba encantado y, en su línea,


comenzó a hablar como si hubiese comido lengua.
—Entonces, que el tío se entere, ¿cómo son esos trajes de flamenca que os
habéis comprado?

—No le digáis ni mu, dadle la sorpresa, que es muy cotilla y a los hombres
no se les puede dar mucho carrete.

—Saray, ¿tú tienes algo en mi contra?

—Bueno, que me explotas un poco. Mira, hoy estoy hartita de trabajar para
sacar una miseria—le dijo con cara de puchero.

—Mujer, ¿soy yo un rata acaso? Venga ya…

—No, eres otras cositas que yo me sé, pero va a ser que un rata no—le
contesté yo.

—Eso es verdad. Deberías darle una buena propina para la feria—opinó


Denise.

— ¿Y algo más? Me vais a sacar hasta la cerilla de los oídos, ¿qué es lo que
quieres? —le preguntó sacando la cartera otra vez.

Era generoso, eso no se podía negar, como tampoco podía negarse que lo
manejábamos a nuestro antojo.

—Es que su Antoñito tendrá que montarse en los cacharritos, la criatura—le


comentó Denise.
Cuando escuché a mi hermana decir lo de “la criatura”, parte del montadito
que me estaba tomando voló en dirección a la blanca camisa de Iván, que
acabó de cualquier color menos clara.

— ¡¡Ala!! A ver si no tengo que tirar la camisa… Ayer fue el móvil, hoy
esto, mañana, ¿qué va a ser? ¿Le prenderás fuego al ático? —me preguntó.

—No tenía pensamiento, pero no me provoques…

— ¿Se ha cargado tu móvil nuevo? ¿Ese que parecía que lo habían traído
del espacio? Ay, mi madre…

—Sí, Saray, nuevo del paquete que estaba…

—A mí me pasa eso, y no tiene Sevilla para correr—le comentó.

— ¿Tú de qué parte estás, bonita? —le pregunté yo.

—Yo de parte de las mujeres siempre, pero lo del móvil debe ser un crimen
de esos contra la humanidad, por lo menos… No fliparía yo nada teniendo
uno de esos para hacerle fotos a mi Antoñito. En fin… que yo me tengo que
ir enseguida a recogerlo. Está con mi suegra y tampoco quiero abusar, no
vaya a ser que le dé clases al niño y la liemos.

— ¿Tu suegra es profesora? Qué bonito…


—Sí, da clases de vuelo con escoba. Si os interesan a alguna, decidle que
vais de mi parte, que igual me llevo comisión. Iván, todo muy bueno, ¿no
cae lo de la propinilla? —insistió.

—Cómo no va a caer si está esperando que le digas la cantidad—le dio un


codazo Denise.

—Me va a salir a mí cara esta feria entre unas cosas y otras, ¿cuánto cuestan
los cacharritos?

—Tú dame 100 euritos que yo me apaño, tampoco le voy a subir en todos,
jefe.

— ¿100 euros? ¿Qué clase de cacharritos son esos?

—A ver, que el niño no se puede montar solo, así que nos montaremos Tony
y yo con él, ¿o es que vas a consentir que uno se quede abajo? Qué lástima
de dinero, ni disfrutar en familia puede una…

Sabía mucho su cuerpo y la boca parecía habérsela hecho un fraile, porque


Saray se fue con un buen fajo de billetes en el bolso, repartiendo besos por
todos los lados.

—Es que yo soy muy besucona. Venga, otro...

Entre las cervecitas y lo contenta que iba, le habíamos alegrado el día. A


quien le dio un buen sablazo fue a Iván, aunque a él no parecía importarle lo
más mínimo.
Capítulo 17

Mi hermana y yo llevábamos un buen rato arreglándonos. Lo bueno de ser


estilista es que no necesitas ayuda para ponerte divina. La una a la otra nos
peinamos, nos maquillamos…

—Píntame un lunar como el tuyo, que mola cantidad…

—Pero si el mío es natural, ¿tú quieres que te pinte uno?

—Ya sé que lo tienes todo natural, no me lo refriegues por la cara. Incluso


esas tetazas que Iván no para de mirarte…

—Sí, todo natural, sobre todo el pelo—resoplé.

—Ese ya mismo te crece y vuelves a tener la melena de siempre. Mientras,


estás ideal también de morena, hija de la gran fruta.

— ¿Cómo me has llamado?


—Hija de la gran fruta, es parecido al insulto, pero más simpático. Se lo he
escuchado a Saray, ¿es o no es salado? —me preguntó.

En ese instante abrieron la puerta y era Iván.

—Hablando de salado, ¡aquí está el tío! —exclamó y entró de un salto


¡vestido de corto!

Para quien no lo sepa, el traje de corto o traje andaluz, campero o cordobés


es el traje típico a la hora de ir a la feria por los hombres que se atreven a
usarlo, que no suelen ser la mayoría. Entre otras cosas, hay que reconocer
que es muy ceñido, lo mismo que el traje de luces de los toreros, pero que
con el tipazo de Iván le sentaba de lujo.

— ¡Qué guapo! —le chilló mi hermana en cuanto le vio.

—Pues claro que sí, chiquilla, ¿tú lo dudabas?

—Yo lo que dudaba es que te fueras a vestir así—le comenté yo.

—Ya estamos… Es lo más grande, dos guiris se pueden vestir de flamencas,


pero si lo hago yo…

—No, no, si no digo nada.

—Es que no puedes decirlo. Me sienta que parece que me lo han hecho a
medida. A ver, es que me lo hicieron a medida. Hacía tiempo que no me lo
ponía, pero esta noche vamos a quemar la feria…

—O sea, que yo no te puedo quemar el ático, pero tú sí le puedes prender


fuego a la feria. Pues anda que con los vestidos estos vamos como para
correr mucho Denise y yo.

—Denise, ¿tu hermana tiene una venita pirómana o me lo parece a mí?

—Qué va, ella nunca ha quemado a nadie…

—Vaya, me siento más tranquilito de golpe.

—Pero que se le pasa por la cabeza hacer una pira de esas como las
funerarias en la India, todita formada por hombres, también te lo confirmo.

—Vamos, que no se conforma con que estén muertos, también los quiere
chamuscados.

— ¿Y quién dijo que ya estuvieran muertos? Entonces, ¿dónde estaría la


gracia? —le pregunté y él se santiguó.

—Porque soy muy bueno, porque otro te diría que a hacer unas pocas de
puñetas a la calle. Qué mal cuerpo me estás poniendo, guiri…

Lo del mal cuerpo sería metafórico, porque es complicado definir cómo iba
con aquel traje de corto que remató con su sombrero cordobés y con sus
botas camperas.
Entramos por la feria los tres del brazo. De nuevo nos fuimos a su caseta,
donde repetimos el ritual de la cena que mi hermana y yo estábamos
esperando con ansia.

Hay cositas ricas en el mundo, y después está el jamoncito que nos ponía
Iván, ese que degustamos con tantas ganas… Él, mientras, nos iba
presentando a todas las personas que se nos acercaban a la mesa.

Cuando por fin terminamos de cenar, actuación de flamenco incluida, llegó


el momento de demostrarle a Iván lo que habíamos aprendido con Saray, de
manera que le cogí de la mano y le saqué a bailar.

— ¿Adónde se supone que vamos con tanta prisa? —me preguntó.

—A derrochar arte al compás de las sevillanas, ¿qué te has creído? ¿Que


solo me vas a sacar a bailar tú? No me conoces, vaya.

— ¡Qué énfasis! ¿A ti qué te pasa?

—A mí no me pasa nada, chalado, ¿qué me va a pasar? Venga, que ya viene


la primera.

—Mira la guiri, lo bien que se la sabe…

—Si lo dice la música, no hay que ser Einstein…


—“Mírala cara a cara que es la primera,
Que es la primera
Y la vas seduciendo a tu manera
Y la vas seduciendo a tu manera

Esa gitana, esa gitana


Esa gitana
Se conquista balando por sevillanas”

Iván me miraba y encerraba mucho esa mirada.

—Oye, esto no es lo mismo, aquí ha cambiado algo, ¿qué clase de brujería


has hecho, guiri? Si hasta mueves bien las manos…

—Calla, calla, que estoy enroscando la bombilla con una mano—le solté y
entonces casi se tira al suelo…

— ¿Quién se supone que te ha enseñado eso? ¿Ha sido Saray? Madre mía,
no me lo puedo creer, ¿te ha estado dando clases?

—A mí y a Denise, mira…

—Ya te digo, ahí está bailando metida en un corrillo y ni desentona ni nada,


qué arte la guiri chica.

— ¿Tú qué te creías? ¿Que no le íbamos a coger nosotras el truco a esto? La


llevas clara.
—Ya lo veo, ya… Si hasta podrías llegar a pasar por una flamenca de
verdad. Con el tiempo, con mucho tiempo, pero podrías—me vaciló.

—Eres un patán, Iván, lo eres…

—No lo soy, pero me encanta escucharte decirlo. Técnicamente, podría


decirse que hasta me pone.

— ¿Técnicamente? ¿A quién quieres engañar? Si parece que te has


guardado el móvil ahí en los pantalones esos tan estrechos que te me has
puesto.

—Podría ser el caso, ya que sería en el último sitio que tocases y así lo
preservaría de tus manos, que he tenido que comprarme uno nuevo esta
mañana, pero no, ya sabes bien que no es el móvil…

—Lo sé, lo sé… En fin, que como te me acerques más con eso así de
abultado, te meto una patada que, ¿cómo decís vosotros? Que se caga la
perra, vaya.

—Si esto es un extintor, niña—me vaciló de nuevo—, y viene genial para


apagar el fuego que surge entre nosotros…

— ¿Todavía te quedan gana de hablar de fuego? Hay que tener ganitas, ¿eh?
—Calla, calla, que no me acordaba. Deja, deja, que esto no es nada—me
decía mientras trataba de que aquello bajase.

Yo me reía sin remedio con aquel monumento que, ataviado como nadie
con su traje de corto, lucía con garbo no solo el sombrero cordobés y sus
peculiares botas, sino también los estrechos pantalones, la chaqueta, el
chaleco y la camisa.

No hace falta ni decir que su cuerpo despedía muchísimo calor y que le iban
sobrando todas las prendas, una por una, esas que con tanta gracia exhibía
al compás de unas sevillanas que bailaba como si fuese un auténtico
profesional.

A mí también me sobraba todo y procuraba ni mirarlo demasiado, porque


mi precioso traje de flamenca, ese que vestía en un rojo pasión que llamaba
la atención de lejos, también contaba con una manga larga que me la podía
haber ahorrado. No obstante, era sumamente elegante y todos me lo
alabaron.

—Qué calor más grande y qué colorcito que has escogido tú, chiquilla—me
decía él mientras me miraba.

— ¿También le pasa algo al color de mi vestido? ¿Es que tienes algo en


contra del rojo?

— ¿Qué voy a tener en contra, chiquilla? Que voy a entrar en combustión


espontánea. Y deja ya de pensar en enroscar la bombilla con ninguna mano
que no te hace falta, te sale bien.
— ¿Me sale bien? O sea, que te toca callarte la boquita, ¿no?

—Pues mira, sí, ¿me la callas tú con un beso?

—Con un beso no tenía pensado, pero te puedo dar un tapabocas de los


buenos, ¿te hace?

—Me hace la sangre agua, que eres más arisca conmigo que un erizo
cabreado, niña.

Obviamente, me tuve que echar a reír, ¿qué iba a hacer?

—Venga ya, no exageres. Soy normalita, lo que tú te mereces.

— ¿Lo que yo me merezco? Si quieres me subo también en el tren de la


escoba y que me balden a escobazos. Te trato como a una reina, y a tu
hermana también, y tú estás conmigo peor que un inspector de Hacienda,
que me pones unas caras que me entra hasta miedo por la noche en la
oscuridad.

— ¿De qué oscuridad me hablas? Si tú casi empalmas la feria con el


curro…

—Eso es verdad, y así estoy, que no puedo con mi alma, pero el tío es
currante y da el callo, no vayas a decir que no.
—Eso es lo único sensato que has dicho desde que te conozco.

—Así me gusta, que me ensalces… Déjate de pamplinas, morena, que de


mí te gustan hasta las hechuras con las que ando.

— ¿Serás engreído? ¿A que me quito la peineta y te la clavo?

—Como inquisidora no tendrías precio, te habrían puesto un plus en la


nómina, ¿cuándo me vas a rebajar el tonito? Si lo estás deseando… Mira tu
hermana lo bien que se lo pasa con unas niñas y con otras, si es que parece
que le gustan todas.

—Se siente, te ha tocado la selectiva de la familia…

—Selectiva es una manera muy fina de decirlo, sí…


Capítulo 18

Fue una nueva e increíble noche de risas. Lo de la feria nos estaba


resultando toda una experiencia y, aunque al principio nos supuso un
problema por el tema del alojamiento, obviamente nos terminamos
alegrando muchísimo de haber aterrizado en Sevilla en unos días que
parecían ser de los más especiales del año.

La risa entre los tres era contagiosa. De nuevo salíamos de la feria partidos
y eso que yo le cortaba a Iván el rollo a cada segundo, que ignoro cómo
tenía el valor de dirigirme la palabra.

— ¿Unos churritos? —le pregunté antes de abandonar el albero, ese con el


que tanto me estaba familiarizando. Resulta que terminaría cogiéndole
cariño a esa tierra amarillenta que te termina poniendo los zapatos hechos
una pena pero, sin la cual, la feria no sería feria.

—No sé si es una pregunta trampa, que entre Puri y tú me dais la del pulpo
y terminan por caerme los churros de pie que, a este paso, me saldrá una
úlcera de estómago—se quejó.
—Yo no he visto un caradura con más pinta de víctima en los años de vida
que tengo, ¿nos temes a las dos juntas?

—El tío no le teme ni a un toro de Miura que le soltaran ahora mismo, con
eso te lo digo todo, que para eso soy hijo de torero.

—Anda, es verdad, que a veces se me olvida. Pues nada, ¿cómo dicen


aquí? “Valor y al toro, maestro”.

—Tú estás aprendiendo muy rápido, guiri, pero que muy rápido. Miedo me
estás dando…

Llegamos y Puri nos vio de lejos. Desde luego, que la puñetera tenía un
radar con Iván y en lo tocante a nosotras no debíamos caerle demasiado
bien, porque era obvio que le tenía unas ganitas increíbles.

—Pues nada, Puri, a las buenas noches, que ya estamos otra vez aquí.

—Por algo será, ¿no? —le preguntó ella con cara de pocos amigos.

—Así me gusta, que recibas a la clientela con una sonrisa de oreja a oreja.

—Y lo hago, por la cuenta que me trae. Lo que sucede es que tú eres un


cliente muy especial. Iván.

— ¿Es un halago? Muchas gracias, mujer.


—Es como tú te lo tomes, ¿churrito y porras? Yo te pondría más de porras
que de churros, niño.

—Vaya, que le darías un buen porrazo—añadió Denise, quien iba con unas
cuantas copitas de más y no tenía filtro ni en las fotos del móvil, que para
eso era muy guapa y no los necesitaba.

—Sí, él igual también os daría un porrazo a cada una, ¿no? O igual ya os lo


ha dado…

—A mí este no me toca ni con un palo—insistí porque ella había cogido


una perra enorme con eso—. Y lo que toca a mi hermana… Le da por
ponerle un dedo encima y…

—Y me entierran en el tiempo en el que encuentres los papeles del Ocaso,


niña, ya lo sé. Y que no, que yo solo te quiero a ti, morena…

Puri lo miró y soltó una risita diabólica.

—Ay, qué buen chiste. Si es que este Iván siempre ha sido un cachondo.

—Y te ha puesto cachonda a ti, ¿no? Eso también—intervino Denise, quien


le estaba cogiendo el doble sentido a las expresiones.

—A mí y a medio Sevilla, pero vaya, que si él prefiere lo de fuera al


producto de su propia tierra, igual pierde unos pocos de puntos.
—Purita, que esto es una churrería y no la DGT para estar tú poniéndome o
quitándome puntos, bastante tengo ya con la Guardia Civil, ¿nos pones esos
churritos o nos largamos? Y otra cosita, miarma, cuidadito con el chocolate,
que todavía tengo la lengua pelada.

— ¿Dónde la habrás metido para eso?

—Pues en tu chocolate de anoche, que despedía más calor que el Volcán del
Teide, creo que me explico.

—No, si tú te has explicado muy bien siempre. De hecho, a mí me está


quedando todo clarísimo.

Nos sirvió con malas pulgas, para qué decir otra cosa, pero esa vez Iván se
aseguró de que su lengua estuviese a salvo. No es de extrañar, porque yo no
sabía cómo la utilizaría para otros menesteres, pero charlar, charlaba sin
parar. Nos reíamos con él hasta que se nos veía la campanilla.

Después, para desesperación de Puri, nos cogió a cada una por un brazo e
hizo otra pirula de las suyas para que nos subiéramos en un taxi antes que
otros muchos.

—Pues nada, ya os ha traído el tío a casa. Ahora que se acueste la niña, que
no hace más que bostezar, morena, y tú y yo nos quedamos un ratito en el
sofá, ¿es o no es?

—Es, pero en tus sueños, Iván. Ya estoy con todos mis potingues
dejándome la cara como el culito de un bebé y metiéndome en la cama,
campeón.

— ¿Cómo puedes ser tan arisca conmigo sabiendo que no me lo merezco?


¿De verdad no sientes remordimientos? Guiri, que tú debes tener un
corazoncito debajo de…

—Sigue mirándome así el escote y duermes calentito, Iván…

—Si eso es lo que pretendo desde el principio, menos mal que por fin nos
entendemos. Niña, tú tienes que probar el producto de la tierra, tú no tienes
por qué confórmate con los de la tuya, que deben tener menos arte que un
Playmobil bailando por bulerías.

— ¿Y tú qué sabes? No inventes, igual son mucho mejores que tú.

—Menuda patochada acabas de soltar por esa boquita que me llevas pintada
de un rojo que tú me dirás qué rojo es, que los hombres no entendemos de
eso.

—Rojo pasión, ignorante, ese es.

—Encima pasión, ¿no lo haces para tocarme las narices?

—Qué más quisieras tú que te tocase, aunque fuese las narices. Buenas
noches por decir algo porque, como no te calles, las tuyas van a ser
regulares tirando a malas.
Capítulo 19

Nos levantamos de nuevo y allí estaba Saray, dándole al mocho. Me refiero


a Denise y a mí, que él ya se había ido.

— ¿De verdad que todavía no le has dado un revolcón? Porque hoy te ha


dejado la mesa que es una pasada, hasta con sus flores ahí colocaditas.

—Di que sí, ¡le voy a hacer una foto! No, ¡unas cuantas y las subo a las
redes! ¡Cómo se lo curra! —Denise parecía entusiasmada.

—Sí que está bonita, sí. Oye, ¿cómo es que tiene flores en la terraza? No
me da el perfil…

—Pues ya ves, a veces las cosas no son lo que parecen. Supongo que, en el
fondo, Iván es un tío muy sensible. No creas que le conozco tanto porque
llevo poco trabajando con él.

—Pues para llevar poco, ayer le robaste a mano armada—opinó Denise


muerta de la risa.
—Con tu ayuda, muchas gracias. Es cierto que tiene un corazón de oro.

—Ah, ¿pero los tíos tienen de eso? No estaba enterada—observé.

—Tienen, tienen… E igual, si tú te lo empezaras a creer, te saldría una


sonrisa mucho más grande y bonita todavía, Erika, ¿cómo fuisteis anoche a
la feria?

—Guapísimas, Iván se la comía con los ojos, tendrías que haberla visto—le
contó Denise.

—Y ella con cara lánguida, ¿no? Qué mal repartido está el mundo… Te lo
advierto, Erika, como no te lo tires pronto, voy a dejar de ser la presidenta
de tu club de fans.

—Pues puedes dimitir, porque ni pensamiento tengo…

—Es que manda huevos el tema. Eso, que el mundo está muy mal repartido.
Y yo voy a seguir, que se me acumula el trabajo…

—Bueno, que en esta casa se puede comer en el suelo y tú vales más como
profe de sevillanas que como limpiadora.

—Sin quitarme méritos, ¿eh? Que tú a mí todavía no me has visto limpiar…


—Eso es verdad, pero como profesora no tienes precio. Anoche me solté
mogollón bailando, y eso es como un milagro.

—Ya te digo yo que sí, como si se te hubiera aparecido la Virgen de


Lourdes, porque no podías estar más verde, guapa…

—Por eso. Te vuelvo a necesitar…

—A ver si me echa al final Iván, que ese parece que va a lo suyo, pero para
mí que está en todo.

—A Iván me lo dejas a mí, que yo lo entiendo…

—Ya te digo si lo entiendes, lo tienes a pan y agua, y encima baila al son


que tú le marcas. Si no lo veo, no lo creo… Tú tienes que escribir un libro
de esos de autoayuda para mujeres, atesoras mucha sabiduría que compartir
con el mundo.

—Venga, sí, danos clases… Que tendrías que verla bailando anoche, lo
tenía comiendo de la palma de su mano—rio Denise mientras le echaba
mano al delicioso zumo de naranja que él nos dejó preparado.

—Yo quería haberme acercado por la caseta de Iván, pero resulta que
Antoñito se quiso montar en más cacharritos de la cuenta, y terminó
echando la pota. Y yo, cuando lo vi, mucho más, eché vino hasta por las
orejas. Qué malita me puse, prometí que hoy lo dejaba, pero no seré capaz.
— ¿El vino? ¿Que dejabas el vino?

—No, al niño con mi madre, pero no seré capaz. Es chico, pero le he cogido
mucho cariño—rio.

—Tú eres muy graciosa, yo me parto la caja contigo—le decía Denise, a


quien se le estaban pegando todas las expresiones de allí. Ella sí que no
tenía nada que ver con Sevilla, pero estaba a un tris de convertirse en
sevillana.

Saray nos dio nuevas técnicas y hasta nos alabó, porque Denise decía de mí,
pero ella era muy bailona y las sevillanas comenzaban a dársele bien.

En realidad, el día anterior nos dedicamos a aprender la primera de las


cuatro, y así nos apañamos para bailarlas todas. Pero ese día le dimos a la
segunda, avanzando en nuestro aprendizaje entre risas, ya que todo lo que
ella soltaba por la boca era para desternillarse.

Terminamos al mediodía y nos limitamos a guardar los utensilios de la


limpieza.

—Pues nada, otro día que no limpio. No, si será mejor que termine
poniendo una academia de baile.

—No sería mala idea…


—Vamos, ve eso mi abuela y le doy 50 años más de vida, con la de tablaos
que ha llenado ella. Pero no, para eso hay que tener mucho dinerito, los
pobres no podemos ni soñar con esas cosas.

—Tampoco tanto, Saray, yo terminé poniendo mi propio salón de belleza.

—Fíjate, que si estuviera aquí, yo te daría clases de sevillanas y tendría


mechas gratis—rio.

—En serio, que tú también puedes hacerlo—opiné.

— ¿Y cómo te las apañaste?

—Lo cierto es que murió nuestra madre y con el dinerito…

— ¿Ves? Ahí está la pega, que no estaría bonito que yo liquidase a mi pobre
madre para eso. Todavía si fuera a mi suegra…

Con ella todo era un disparate, igual que con Iván. La gente de allí tenía
algo especial, igual que el color de la ciudad, con ese cielo azul intenso que
anunciaba cada mañana un día luminoso y resplandeciente.

Qué primavera tan bonita estábamos viviendo. Si hasta me pesaba ya menos


el tema de mi padre, ese que me llevó hasta allí.

Solo quería exprimir todo el jugo de Sevilla y que mi hermana y yo nos


llevásemos una experiencia inolvidable. Por mucho que discutiese con él a
todas las horas, Iván lo estaba logrando, y también el resto de las personas
de su círculo, que nos trataban como a familia sin conocernos de nada. Una
oportunidad única para comprender que la vida es bella si decides vivirla
con intensidad.
Capítulo 20

Ya estábamos de nuevo vestidas para nuestra última noche de feria. Y no


porque nos fuéramos a ninguna parte, que en Sevilla estábamos de
maravilla, y hasta rima y todo, sino porque ya se clausuraba.

La habíamos vivido de noche y no de día, aunque quizás pudiésemos volver


otro año para pasear nuevos trajes de flamenca por el recinto ferial bajo los
rayos solares, que nosotras ya nos declarábamos dos andaluzas de adopción
y todo podía ocurrir.

—Toma ya, qué guapura que no se puede aguantar—nos dijo cuando nos
vio listas para salir Iván.

—Si vamos como ayer, ¿qué nos estás contando?

—Pero cada día más guapas, que ganáis como el buen vino. Hoy os tengo
una sorpresita.
— ¿Una sorpresita? Miedo me dan tus sorpresas. Yo mejor tiro para la calle,
no te dé por tratar de sorprendernos con alguna guarrada y te tenga que
aplaudir la cara.

—Con el trabajito que a ti te costaría eso… Bueno, guiri, no me hagas


hablar que me pongo de muy mala leche y no quiero, mirad por la terraza.

— ¿Planeas tirarnos? Tú tranquilo, ¿eh? Que no pensamos quedarnos de


ocupas ni nada. La idea es buscar alojamiento en cuanto acabe la feria.

—Qué te gusta hacerme daño, ¿os estoy echando yo acaso? Tan solo digo
que miréis…

— ¡¡Un coche de caballos!! —exclamó Denise con los ojos como platos.

— ¿Es para nosotras? —le pregunté.

—Bueno, para vosotras y para el tío, que me subiré el primero no sea que,
cuando llegues arriba, me des una patada y me tires de espaldas.

Risas de nuevo y bajamos enseguida porque se trataba de una nueva


experiencia y muy chula. Denise comenzó a grabar.

Sobra decir que los carruajes de caballos en Sevilla son punto y aparte.
Recorrer tan apasionante lugar, con un cochero al mando que va recorriendo
la monumental ciudad, no es algo que se haga todos los días. De hecho,
nunca habíamos hecho algo similar y el entusiasmo nos desbordaba.
Además, que todos íbamos ataviados para la feria y nuestras sonrisas
resplandecían cuando mi hermana puso la cámara en modo “vídeo selfi” y
nos vimos.

La gente nos miraba porque aquel carruaje no era uno cualquiera, sino uno
muy lujoso y llamativo que hacía que todos se volviesen a nuestro paso.
Denise se lo comentó y él parecía feliz al respecto.

—Para mis guiris, lo mejor de lo mejor…

—Sí, pero no nos has ayudado a subir, eso también hay que tenerlo en
cuenta—le picaba mi hermana, a quien le encantaba hacerlo.

—Tuve que correr a montarme y lo sabes, la guiri grande habría sido más
que capaz de dejarme en tierra. Así que… se siente, el tío el primero.

Todo era en bromas, porque a la hora de bajarse también lo hizo el primero,


pero ya con la idea de ayudarnos. Y suerte que lo hizo, porque yo iba un
poco despistada, de modo que pegué un traspiés que casi pruebo una tapita
de albero sin copita de fino y sin nada.

—Menos mal que estaba el tío al quite, que si no…

—Menos flores, que yo habría controlado…


—La madre que me parió a mí, guiri, ¿vas a decir que controlas? Si no has
ido de boca de purito milagro, hace falta tener valor.

—Ya, ya, que te gusta mucho enredar, no te eches más flores.

Yo es que no le pasaba ni una, y eso que había de reconocer que no me partí


los morros gracias a sus reflejos, pero qué se le iba a hacer.

De camino a su caseta, una señora se nos acercó, vendiendo flores, y él le


cogió una de cada color para ambas. Era muy detallista y, aunque luego no
dejara de soltar desatinos por la boca, lo cierto es que estaba en todo.

Denise se había quedado un poquito atrás en ese momento, al encontrarse


con una de las chicas con las que bailó la noche anterior, y él aprovechó
para cogerme del brazo.

—Qué pareja más bonita hacéis, la más bonita de toda la feria—nos


comentó mientras preparaba las flores.

— ¿A que sí, señora? Como que llevo del brazo a la guiri más guapa de
todo el globo…

—Y te quiere, esta niña te quiere—le dijo ella.

—Señora, revísese la graduación de las gafas. Si hace falta, que Iván se la


pague—le sugerí.
—Sí, sí, ¿será por pagar? Dígame usted cuánto es y ya está—bromeó él.

—Pues hijo, no me vendría nada mal una propinita aparte…

—Dale, dale—le indiqué yo.

Ya he comentado en otras ocasiones que era muy generoso, así que terminó
sacando dos billetes de 50 euros porque la mujer le contó que tenía unas
cuantas bocas que alimentar en su casa.

—Dios te bendiga, hijo, Dios te bendiga, ¿quieres que te lea la


buenaventura? —le preguntó.

—No, deje, si yo ya sé perfectamente lo que me va a pasar, señora. Esta


noche intentaré acercarme otra vez a ella y, de tanto insistir, me terminaré
llevando palos hasta en el cielo de la boca, ese será el colofón de la feria.
Pero que le digo una cosa, ahí estará el tío, aguantando lo que le echen y sin
darse por vencido.

—Claro que sí, criatura, si ella no te podrá rechazar mucho tiempo con esa
cara tan bonita que tienes. A ver, dame tu mano—me pidió.

—No, señora, déjelo, que a mí esas cosas me dan mucho respeto.

Ya me la había cogido, pese a lo que le dije. Y no tardó en hablar, después


de mirármela unos segundos….
—Miedo, tienes mucho miedo. A ti te han hecho daño, pero eres fuerte. No
te digo que no te quede todavía más de un sobresalto, pero vas a vencer a
todos esos puñeteros miedos.

— ¿Un sobresalto de salud? —le pregunté asustada, algo que Iván no


entendería porque seguía sin contarle nada.

—No, la salud está bien, no tienes que preocuparte de nada. Ahora ya no,
chiquilla.

Fue contundente. “ahora ya no”, ella vio mi enfermedad, esa que había
vencido. La salud estaba bien y eso era lo primero.
Capítulo 21

Esa noche, como las demás, volvimos a cenar y a derrochar arte sobre el
tablao.

Denise no paraba. Había hecho amistades en la caseta, todas femeninas, y


noche tras noche se reunía allí con ellas.

— ¿Siempre ha sido así? —me preguntó él cuando nos dejó tomando jamón
y pescadito frito para irse a ora mesa con sus amigas.

—No, no, dice que está experimentando, no sé en qué quedará todo esto.
Hay una chica que le gusta en Pensilvania…

—Sí, Camila, ya lo sé.

—Qué observador…

—Pues claro, a ver si te crees que yo solo tengo las orejas para que me
sujeten las gafas…
—Si tú no usas gafas—le contesté entre risas.

—Las de sol, que todo hay que precisarlo contigo, chiquilla, ¿no ves que el
sol deslumbra mucho aquí en Sevilla? Pues necesito ponérmelas. Y más
ahora, que también me deslumbras tú.

—Iván, ya está bien con el rollito. Mira, vamos a ser sinceros. Yo sé que tú
aspiras a meterte en la cama conmigo porque ya es como un reto…

—Anda, mira, pues ya sabes tú más que yo…

—No te hagas el tonto. Se te ha metido entre ceja y ceja acostarte conmigo


y no quieres parar de intentarlo. Pero no tienes nada que hacer…

— ¿Y el cabezón soy yo? Tú también lo estás deseando y no das tu brazo a


torcer. Además, tú me gustas, morena…

—Ni me conoces ni nada…

— ¿Y hay que conocer a la gente para saber si a uno le gusta? Yo no solo


quiero acostarme contigo, chiquilla, tú me gustas de verdad.

—Venga ya…

—Que sí, que me gustas más que las aceitunas chupadedos, Erika, pero que
no me dejas ni abrir el pico, te pasas el día cortándome el punto. Aunque a
mí me da igual, ¿eh? Yo pienso seguir ahí, pico pala. Yo no voy a desistir
solo porque un guiri te diese un zarpazo en el corazón…

— ¿Qué dices? Venga ya, a mí nadie me ha dado ningún zarpazo.

—Sí, lo han hecho, y debió ser muy animal para dañar a alguien como tú.
Ya no tienes que disimular, Denise me lo ha contado todo.

— ¿Denise se ha ido de la lengua? Espera aquí, que le voy a decir lo que no


está escrito a esa pequeña chismosa—le advertí levantándome.

—Aguanta el genio, que ella no ha dicho nada. Has picado el anzuelo.

— ¿Serás tramposo? ¡¡Eso no vale!!

— ¿Por qué no dejas ya de atacarme y me lo cuentas? Me gustaría


saberlo…

—Claro, para ponerlo a tu favor. Ni en broma. Sigue comiendo jamón y da


gracias de que estamos en público y de que no te armo una buena por eso…

—Ya, si no me habrías montado la marimorena, como tú, morena…

Si él supiera lo poco morena que era yo…

Un rato después, estábamos a punto de salir a bailar sevillanas, aunque yo


lo mantenía a raya por lo de su trampa, cuando vi una pareja a su lado. La
cara de la mujer era sospechosamente parecida a la suya.

—Mamá, ¡qué guapa vienes! —le comentó mientras se levantó a besarla—.


Mira, ella es Erika, ¿es bonita o no es bonita?

—Es preciosa. Y qué vestido tan bonito—me comentó la mujer


dirigiéndose a mí.

—Pues anda que el suyo, es para caerse de espaldas—le dije con segundas,
porque el vestido lo era, pero quien estaba por caerse de espaldas era yo,
que tanto meterme en familia me sobrepasaba.

—Tutéame, por favor y también a mi marido, él es Humberto—me lo


señaló.

Se me dio una circunstancia particular con él, porque Humberto era mi tío,
el hermano de Paco. Solo que él no lo sabía. Le hice prometer a Iván que no
correría la voz entre su familia. Él no conoció a mi madre y no pudo
sacarme el parecido. Y tampoco mi padre le había dicho nada. Según me
contó Iván, Paco estaba en shock y ni pisaba la feria en aquellas noches
porque mi presencia en Sevilla le alteraba mucho. Yo no solo pensaba en
que se fastidiase, que tenía mucho que purgar.

—Hola, así que eres el dueño del bar con los mejores boquerones en
vinagre que hay en todo Sevilla. Te haré publicidad cuando vuelva a mi
casa—le dije a aquel hombre que llevaba mi sangre.
— ¿A Pensilvania? Mira, si logras que una sola persona venga desde allí a
comer mis boquerones, te aseguro que me asocio contigo—me contestó
risueño, sin saber que estaba hablando con su sobrina.

—Vas a lograr tú más que yo, guiri—añadió Iván.

—Contigo no me hace falta asociarme, sabes que eres como un hijo para mí
y me vas a heredar, ¿qué más quieres?

—Que esta morena me dé un beso, Humberto, pero lo tengo un pelín


complicado. Y mira que la emborracho cada noche, pues ni por esas. Debe
tener una especie de mecanismo ancestral de defensa norteamericana que
me repele. Estoy estudiándolo.

—Nieves, lo que tienes es un hijo con mucha imaginación—le comenté.

—Y con muchos recursos. Ten cuidado con él, que es muy persistente.
Ahora, eso sí, no es porque sea mi niño, pero vale su peso en oro. Puede
decir muchas tonterías, pero lo vale.

—Mamá, eso último te lo podías haber ahorrado. Ya no te pago, te quedaste


sin tu comisión—rio él—. No has acabado bien tu trabajo…

—Si a ti no te hace falta que nadie te venda, cariño, eso lo haces tú solito
muy bien…

—En eso te doy la razón, Nieves…


—Pues nada, guapísimos, que os dejamos disfrutando. Vamos a dar una
vueltecita a saludar a la gente.

— ¿No os queréis sentar? —les pregunté porque, pese al inicial susto, me


parecieron muy buenas personas y sumamente accesibles, por lo que no me
hubiese importado. Además, que me tocó la fibra sensible el hecho de
conocer a ese hombre que, sin tener ni idea, llevaba sangre de mi sangre en
sus venas.

—No, gracias, vamos a dar una vueltecita, pasadlo bien—declinaron la


invitación.

—Les has gustado, ¿eh? Pero no han querido quedarse aguantando la vela.

— ¿Qué vela? Tú y yo no haremos nada bajo la luz de una vela, que te


conste.

—Ya, ya, guiri, no te exaltes, que estabas tú muy tranquilita y ya te me vas a


empezar a subir a la parra. Tranquila, tranquila—trató de amansarme
poniéndome su mano sobre la mía.

— ¡¡Quita!! ¿Qué haces? —le di un manotazo.

—Suerte que no estaba mirando mi madre que, si no, te la cargas…


Capítulo 22

Después de cenar, nos fuimos a los cacharritos, antes de los fuegos


artificiales que ponen el punto final a un evento, alegre como él solo, que
los sevillanos repiten con renovada ilusión año tras año.

Que conste que también nos dio tiempo a bailar unas cuantas sevillanas
antes de correr hacia “La calle del infierno”, como llaman los sevillanos a
ese parque de atracciones que se sitúa contiguo al Real de la Feria donde no
solo hay mogollón de atracciones, sino también de tómbolas y de
espectáculos. Todo un derroche de luz y color, de música, de ruidos varios,
de voces y de gente yendo y viniendo.

— ¿Yo quiero que nos montemos en la noria! —nos pidió mi hermana


corriendo hacia ella.

—Pero Denise, ¿tú has visto la fila de gente que hay? Si parece que están
regalando acciones de Amazon, chiquilla.
—Y a ti parece que se te olvida que vamos con Iván, seguro que él se las
ingenia.

—A ver si te crees que Iván es un mago que puede ir sacando conejos de la


chistera, guapita.

—Este saca conejos de todos los lados. Ay, mi madre, ¿tengo que explicarte
a qué le llaman aquí conejos, Erika?

—Oye, tú estás aprendiendo demasiado rápido, por lo que veo yo. Vaya
manera de espabilar.

—Yo ya había espabilado antes, aunque tú no te dieses cuenta—me aclaró.

También podía ser eso, que yo hubiese estado tan liada que apenas me
percatase de que se hizo una mujer. Denise comenzaba a vivir su propia
vida y cada vez volaba más alto.

—La niña te acaba de dar una buena estocada, y mira que tú sabes
esquivarlas bien, que me lo digan a mí—me soltó él en plan sibilino.

—Cállate, no te metas en esto, advertido quedas—contraataqué.

—Qué bonito que está eso, el tío a hacer favores, pero luego, que le den por
donde amargan los pepinos…

—Iván, igual te gustaría, ¿tú lo has probado? —le preguntó Denise.


—Negativo, y no me vengas con el rollito de que entonces no puedo hablar,
niña. Yo sé lo que me digo—le advirtió.

Ahora bien, con su habitual labia, no sé cómo se ganó a la chica de la


tómbola—a la que cabe la posibilidad de que sobornase—, para que nos
subiéramos en la siguiente vuelta.

—Es que antes estábamos aquí, pero mi chica está embarazada y tuvimos
que salirnos de la fila. Ya sabéis para potar y eso—les decía mientras nos
poníamos los primeros.

— ¿Tú no serás un listo? —le preguntó un forzudo que había allí y que
venía a ser como el muñeco Michelin, solo que con mejor color.

— ¿Yo qué voy a ser un listo? Si me he echado la soga al pescuezo, ¿no te


estás enterando? Menuda suegra que me ha tocado en suerte, me he metido
en un matriarcado. Tú no sabes lo que estoy pasando, sudo la gota gorda
todos los días y…

—Vale, vale, tío, ojú, qué plan el tuyo. Pasa, pasa…

Miré a Iván una vez sentados en la góndola y no podía sino negar…

—Serás cuentista… Una suegra dices, y yo embarazada… Ya me gustaría a


mí que mi pobre madre estuviese viva, aunque para eso tuviera que
quedarme contigo, fíjate… Y encima embarazada de ti, menudo chiste que
te has marcado…
—Lo de tu madre no lo puedo arreglar, ojalá, pero lo del embarazo, ya
ves… Le decimos a Denise que baje y te hago un niño aquí mismo.

— ¡¡Quita tus zarpas de encima, demonio!!

—Si es por mí, yo me bajo, Erika.

—Y a ti no se te ocurra moverte de ahí. Vaya tela con la niña, que parece


que os ponéis de acuerdo para revolucionarme la sangre en las venas.

— ¿Yo causo ese efecto en ti? —me preguntó él, acercándose muchísimo.

— ¡¡Que corra el aire!! Qué tío más plasta. Me están entrando ganas de
bajarme…

—Imposible, que esto ya está en marcha.

—Pues me estoy empezando a sentir un poco mareada.

— ¿Ya tienes náuseas de embarazada y todavía no te he catado? Esto sí que


es comenzar la casa por el tejado y lo demás son tonterías.

—Tonterías son las que dices tú, majadero… Las náuseas son por el vino
y…
Y mis peores augurios se cumplieron. Me acordé del niño de Saray, que
también la lio, y más vomitaba yo en la noria. Juro que no fue adrede, que
traté de mirar para otro lado, pero no me dio tiempo y le cayó todo encima a
Iván.

—Comerme nada no me lo comeré, pero la de regalitos que me haces…

Denise se moría de la risa y no podía dejar de grabar.

— ¡¡Para mis redes que vais!! —nos anunciaba con ilusión.

—No se te ocurra, que te echo mano al móvil y…

—Y es muy peligrosa con ellos, te lo digo por experiencia. Mantente al


margen, guiri chica—le decía él mientras mi estómago volvía a hacer de las
suyas y le dejaba el traje de corto con un tufito a vino fino que para qué…

Los fuegos artificiales los vimos camino de un taxi.

—Yo quiero pararme—nos pedía mi hermana al ver cómo se iluminaba el


cielo de Sevilla sobre nuestras cabezas.

—Y yo quiero meterme en la lavadora, haz el favor de caminar, que tu


hermana va a potar otra vez y a mí me van a tener que exprimir, ¡¡que
viene!! —chilló poniéndose las manos por delante, puesto que el caño
volvía a apuntar a él, ¿cómo se las apañaba para estar siempre en medio?
Capítulo 23

Era su día libre y dio con los nudillos en la puerta de mi dormitorio. Corrí a
ponerme la peluca, la cual estaba como el moño de una loca tras el jaleo de
la noche anterior.

—Guiri grande, ¿cómo estás? ¿Has podido dormir bien?

—Sí, eso parece… Eché todo lo que tenía en el estómago y me quedé súper
a gusto, oye, ¿qué haces aquí todavía?

—Ya, ya, la mar de a gusto… Yo también me lo quedé cuando tiré el traje


de corto, porque no había por dónde cogerlo.

—Vaya lo siento…

—Menos mal, un poquito de caridad cristiana con mi persona. Y de lo otro,


que ya sé que no me echas cuenta, pero que resulta que hoy no trabajo, ¿te
acuerdas?
—Anda, si es verdad. Pues no me acordaba, no…

—Normal, cómo te vas a acordar si me prestas menos atención que al


felpudo de la puerta. Qué pena, te he preparado el desayuno, ¿quieres que te
lo traiga a la cama?

— ¿Harías eso por mí?

—Seguro, otra cosa será que me lo agradezcas, pero que da igual. Yo estoy
aquí para servirte, ¿quieres algo más?

—Hombre, después del desayuno me vendría de perlas un masajito en los


pies, pero no quiero abusar—le respondí.

—Abusar sería que me cogieras el paquete a traición y quisieras que….


¿Qué digo yo abusar? Eso sería el cumplimiento de un sueño, pero creo que
va a ser que no. Pues nada, te traigo el desayuno y luego me pongo a tus
pies.

No me lo creía, ¿lo había dicho en serio? Pues resultó que sí.

—El desayuno está de verdadero vicio, pero lo del masaje ya debe ser
pecado—le decía mientras saboreaba el zumito de naranja bien fresquito
con aquellas tostadas tan deliciosas.

—Pecado es tener esta perspectiva y no poder pasar de tocarte los pies—me


decía él.
— ¿Me estás mirando las bragas por debajo del camisón? —le pregunté.

—La verdad es que sí y, teniendo en cuenta las circunstancias, creo con


sinceridad que no me deberías complicar tanto las cosas, pero como no me
tienes ningún cariño no te lo quitarás.

—No pongas a prueba mi paciencia, que te tengo a tiro para darte…

—Ya, una patada en la boca, eso estaría también la mar de bonito. Menudo
pago que me das con todo, ¿eres consciente de que me tratas fatal?

—Menos dar pena, que sabes tú mucho…

—De momento, lo que sé es que están llamando a la puerta.

Se levantó y fue a abrir. Yo seguía disfrutando del refrescante zumito


cuando escuché esas palabras que me dejaron sin habla.

—Hello!! I’m Camila…

¿Camila se nos había presentado allí? ¿A santo de qué?

Llamé a gritos a Denise, quien salió con una toalla envolviendo su melena.

—Vaya gritos que das, hermana, ¿qué pasa?


—Míralo tú misma, tienes un regalito en el salón.

— ¿Un regalito? ¿Iván me ha comprado algo? —preguntó mientras salía


disparada.

—No, yo creo que se trata más bien de un regalo personalizado—le


comenté.

— ¡Camila! —exclamó cuando la vio—, ¿qué haces tú aquí?

—Es que te echaba de menos, y como decías que Sevilla es tan bonita, pues
eso… ¡que les pedí a mis padres el viaje de regalo de fin de curso
adelantado! Tú misma me pasaste la ubicación el primer día, para que viera
el edificio por el Google Maps, así que ¡aproveché para darte la sorpresita!

Aunque Camila hablaba en inglés, Iván se defendía para entenderla.

—Pues nada, otra guiri chica más en casa, ¡la familia crece! ¡Pero yo no
hinco ni por cachondeo!

Nos echamos a reír y, tras saludar a Camila, se la presenté.

—Pues nada, bonita, que estás en tu casa. Todo lo que quieras no tienes más
que pedirlo, como las demás…

—Pues, si se trata de pedir, por mí me quedaría a solas un ratito con mi


chica.
Me miró y yo me quedé estupefacta.

—Chiquilla, ¿la guiri chica nueva nos está echando del ático o solo me lo
parece a mí?

—Un tiento me parece que nos ha echado…

— ¿Un tiento? Pues mira, ¿sabes lo que te digo? Que a mí me está tentando
del todo. El día está de lujo y te voy a llevar a la Plaza de España—me
anunció mientras tiraba de mi mano.

—Stop! No corras tú tanto, ¿dónde vas con las prisas? ¿Las piensas dejar
aquí solas? —les pregunté.

— ¡¡Sí!! —afirmaron las dos al unísono.

—Pero que es mi hermana pequeña, Iván, que alguien tiene que velar para
que las cosas no se vayan de madre…

—Mira, guiri, no me sueltes la lengua porque luego dices que casco mucho,
pero es que tú haces que me lleven los demonios. Estas dos van a darse un
buen revolcón te pongas como te pongas. Así que vámonos ya, que están
atacaditas de los nervios. Y a ver si te da por tomar nota, que me tienes ya
subiéndome por las paredes.
No me dejaba ni vestirme. No paraba de tirar de mí y yo de darle
manotazos. Lo cierto es que me lo pasaba genial mientras le escuchaba y le
arreaba. Se había convertido en una especie de ritual.

Saray tampoco vendría a limpiar ese día, por lo que aquellas dos granujillas
se quedaron a solas.

—Y mucho cuidadito con…

—Sí, con quedaros embarazadas, no te jode, ni caso le hagáis—me


interrumpió él mientras tiraba de mí hacia el ascensor.

—Esto no es buena idea—le dije una vez en él.

— ¿Te quieres relajar de una buena vez? Déjalas que disfruten y haz tú lo
mismo, ¿te puedo dar un beso sin que me saques una muela de un
puñetazo?

—Yo de ti no lo intentaría…
Capítulo 24

Bajamos al garaje y cogimos su descapotable.

—Hoy es un día muy tranquilo, toda Sevilla está en pausa tras el jaleo de la
feria—me comentaba.

—Me alegra mucho haber llegado en una fecha así, y eso que no tenía ni
idea…

—Sevilla es bonita todo el año, pero en feria… Buff, es que la Feria de


Abril es mucha feria, niña…

—Y es verdad, aunque no solo es la feria, también es la forma en la que


vosotros la vivís.

—Es que los sevillanos le ponemos mucha pasión a todo, eso es verdad.
Somos muy pasionales.

—Ya y también enamoradizos.


—Bueno, eso lo dices tú, que ya estás deseando enredar, te lo veo en los
ojillos. Para eso somos como los demás, nos enamoramos cuando nos
tenemos que enamorar.

—Y yo me chupo el dedo, tú también te enamoras de higos a brevas, como


dice Saray, ¿no? Que ella me explicó lo que significa.

—Al final, terminarás sabiendo más frases de aquí que yo mismo… Pues sí,
el tío no se enamora todos los días.

—El tío tiene más cara que espalda y lo sabe…

—El tío le tiene que echar cara a la vida porque, si no, la vida te come, y yo
no estoy dispuesto. Antes prefiero abrir la boca y dar un bocado yo.

—Vale, pobre mártir…

— ¿Piensas seguir burlándote de mí todo el día o en algún momento me


aplicarás la presunción de inocencia?

—No te conozco lo suficiente para eso y, aunque lo hiciera, dudo mucho


que la merezcas.

—Eso será porque a lo mejor te he tratado a patadas—observó.


—Vale, vale, ahí me has cogido. No, es cierto que ninguno me ha tratado
igual de bien que tú, pero aun así…

— ¿Me lo contarás cuando estemos sentados en la plaza más bonita del


mundo? Porque para tu información, lo es.

—La he visto en fotos y realmente es espectacular.

—Para hacer juego contigo, guiri…

Llegamos y él me cogió de la mano al bajar del coche. Logré zafarme y me


miraba risueño. Me quedé prendada de esa plaza que se levanta majestuosa
dentro del Parque de María Luisa y que emociona al más pintado.

—Mira, niña, un porrón de años viniendo y siempre me pone los vellos de


punta, ¿es o no es para quitarse el sombrero? —me preguntó.

—Es, es… De verdad que estoy sobrecogida.

— ¿Eso quiere decir que estás más susceptible? Si lo veo así, podría atacar
como un Pitbull—me dijo partido de la risa.

—Y yo podría responderte como otro, pero a bocado limpio, y te dejaría


que no te reconocería ni tu madre.

—Qué cosas tan bonitas me dices, guiri…


—Las echarás de menos cuando levante el vuelo—le aseguré.

—No me digas eso, que me entra penilla y yo, aquí donde me ves, soy muy
llorón… Al menos, quedaos el tiempo que estéis en Sevilla, ¿no? ¿Qué
sentido tiene que os cobren un ojo de la cara por alojaros en cualquier sitio?
Porque el único que lo haría gratis, aparte de mí, no goza de tu simpatía.

—Ni lo mientes, no quiero volver a verle.

—Te empecinas tú mucho en las cosas, cuando lo cierto es que la vida te ha


dado una segunda oportunidad. Y eso es maravilloso…

Me quedé muda, hasta que por fin pude reaccionar.

— ¿Eso sí te lo ha contado Denise?

—No, cuando entré antes en el dormitorio, tenías un poco descolocada la…

— ¿La peluca? ¡¡Mierda!!

—No quiero ofenderte, por favor, con eso no. La llevas porque tú quieres,
porque guapa estarías igual, ahora me explico tu lío a veces con lo del color
de tu pelo.

—Ah, ya, cuando te dije que eras daltónico y eso, ¿no?

—Por ejemplo…
—No te lo conté porque no me hubiera sentido a gusto.

— ¿Y ahora tampoco? Conmigo no tienes que guardarte nada. De veras que


me encantaría que te abrieras…

—Vale, cáncer de mama, ¿ok? El mismo que se llevó a mi madre. Y has


supuesto bien, ya estoy curada.

—Lo supuse porque si no, dudo que hubieras venido, y porque tienes cara
de vender salud, aparte de que le preguntaste a la gitana si lo que te
esperaba era un sobresalto de salud y lo hiciste con ansiedad, además de que
ella te dijo que no había problema con eso que “ahora ya no” y tú asentiste.

—Si va a ser que el tío es observador y yo no me había dado cuenta…

—El tío es muchas cosas, las cuales no te interesa saber porque no quieres
conocerme.

—Ya, porque caería rendida a tus pies, ¿no?

—No, eso es lo que me ha pasado a mí con los tuyos, pero te enamorarías y


no quieres, porque otro te hizo daño.

—Fue Oliver, mi novio, ¿es eso lo que te gustaría saber?

—Me encantaría saber todo lo que quieras contarme, muñeca.


—Le pillé montándoselo con su jefa el mismo día en el que me dieron la
noticia de que estaba curada.

— ¡¡Hijo de puta!! —exclamó—, ¿después de acompañarte al médico?


Vaya manera de celebrarlo.

—No, eso al menos le hubiera revestido de algo más de dignidad. Resulta


que se le olvidó que tenía esa cita conmigo, por lo que entré sola.

—Te juro que eso ni es un tío ni es nada, ¿o qué dices tú?

—Imagínate. Yo estaba dispuesta a pedirle que viviéramos juntos y me


imaginaba hasta formando una familia con él.

—No te merecía, ese majadero no te merecía. Menudo capullo…

—El mayor de todos los capullos. Por eso estoy aquí, porque necesitaba
oxigenarme y olvidar, porque no quería ni pensar en quedarme allí, pillada
de esa mierda de historia y cerca de un tío que lo contaminaba todo. Cuando
vuelva, ya lo haré con el chip cambiado…

—No quiero pensar en que vuelvas…

—No seas tonto ni loco, o no seas las dos cosas a la vez, Iván.

—Parece que me estás hablando en serio, por una vez lo parece, chiquilla.
—Es que también parece que tú lo haces…

—Y lo hago, palabra que lo hago. Me estoy enamorando de ti y no sabes las


ganas que tenías de que me contases.

—Es que yo no quiero que te enamores de mí…

— ¿Y a mí qué me cuentas? ¿Crees que también puedes mandar en mis


sentimientos? ¿Tanto poder te ha otorgado el palo que te dio tu ex? No,
Erika, eso no puedes hacerlo, no puedes cerrarte en banda al amor solo
porque él te fallase.

—Es que no solo fue él, también mi padre le falló a mi madre, y me falló a
mí… ¿no lo comprendes? Todos los hombres que se acercan a las mujeres
de mi familia les hacen daño. Creo que por eso me alegra que mi hermana
esté con Camila.

—Bueno, está con ella porque ha venido pronto, porque en la feria ha


pasteleado con varias…

—Pues eso que se ha llevado por delante. Además, que ni siquiera llegó a
hacer nada, por algo será.

—En eso tienes toda la razón—asintió.


—A mí me gustaría ser como ella, vivir la vida sin pensar en nada,
lanzarme al vacío…

—Sin paracaídas… ¡Pues hazlo!

—No, puedo cambiar en todo lo demás, pero no en confiar en los


hombres…

—Pues lánzate sin confiar y ya veremos lo que pasa.

—Tú lo que quieres es que me tire en tus brazos, a mí no me engañas.

— ¿Y por qué querría engañarte? Por supuesto que es eso lo que quiero.

No le dio tiempo a decir nada más porque nos besamos de inmediato. Tras
hacerlo, él se me quedó mirando y en su rostro se dibujó la más bonita de
todas las sonrisas que le vi nunca a un hombre.

—Te estás saliendo con la tuya, poco a poco me vas ganando terreno.

—No pienses tanto, guiri. Limítate a disfrutar…

—Te está saliendo un Iván profundo que no sé si me da más miedo que el


otro…

—No te dan miedo ninguno de los dos, no disimules, solo te debates sobre
cuál te gusta más. Ahora, si quieres, podemos seguir hablando de…
—No me lo tomes a mal. Por una vez te voy a hacer caso, no quiero hablar
más, quiero que me enseñes Sevilla, quiero reír, quiero que me salgan alas y
verlo todo con perspectiva, ¡quiero vivir! —chillé.

—No veas si mola eso que dices, aunque ten presente que ahora mismo voy
a comprar una cuerda—me indicó.

— ¿Una cuerda? No entiendo para qué.

—Para poder seguirte cuando te salgan esas alas, chiquilla, que te lo tengo
que explicar todo.

—Ay, que eso que has dicho es muy bonito—le respondí poniéndome las
manos delante de la cara—. No quiero parecerte una pava…

— ¿Y qué si me pareces una pava? Serías mi pava guiri, lo más grande—


me decía mientras me abrazaba.

—Iván, que esto no va a poder ser…

—Ya, porque tú eres de Pensilvania y yo de Sevilla, ¿no?

—Por eso y por más cosas…

— ¿Hemos quedado en que no vas a pensar o me lo estoy inventando yo?


—Eso lo has dicho tú, yo no sé si podré.

—Sí que podrás. Haz una prueba: cierra los ojos y piensa en qué deseas más
en este momento. Si, al abrirlos, tu deseo se ha cumplido, me das una
oportunidad de vivir estos días a mi manera.

Lo hice, cerré los ojos y tuve que serle honesta: deseaba un beso por su
parte, un cálido beso de sus labios, y eso fue justo lo que recibí antes de
abrirlos de nuevo.

— ¿He acertado? Vale, vale, guiri… Si no hace falta ni que respondas, por
supuesto que he acertado.

Me cogió en brazos. Sí, como suena. Iván era alto y fuerte, y comenzó a dar
vueltas conmigo.

—Me vas a despegar hasta la peluca—le decía yo sin parar de reír entre
vuelta y vuelta.

—Ya ves, si tú estarás preciosa igualmente, ¿acaso te crees que eso me


echaría para atrás?

— ¿No? —le pregunté.

— ¿Contigo? Contigo no doy un paso atrás ni para coger impulso, aparte de


que habría de ser el tipo más estúpido del mundo para darle importancia a
algo así. Tú eres un regalo para mí, Erika.
—Un regalo que te pone firme a cada momento, ¿te compensa?

—Es que ya no sabría estar sin ti dándome la chapa detrás, la verdad.

Nos estuvimos haciendo fotos por toda la Plaza de España y después dimos
un agradable paseo por los Jardines de María Luisa. Tras ello, me invitó a
almorzar a un precioso restaurante con unas vistas espectaculares a sus
jardines verticales, cerca de Los Remedios, plagado de vergel que puedo
calificar de oasis gastronómico.

No contento con ello, quiso que pasáramos la tarde paseando por Sevilla, de
la mano, haciendo algunas paradas como esa en la que me invitó a
asomarme al escaparate de la mejor heladería del mundo, porque debía serlo
aquella en la que los colores lo salpicaban todo en la perfecta distribución
de los helados de distintos sabores, increíblemente decorados.

— ¿Al final he muerto y estoy en el cielo? —le pregunté porque todo en


aquel día me parecía demasiado perfecto.

—Nada de eso, guiri. La vida solo comienza a devolverte un poquito, solo


un poquito de lo que te mereces…

—Me sacarás los colores.

—Eso es lo que pretende el tío, guapísima—afirmó mientras me daba un


besazo.
— ¿Piensas seguir diciendo eso de “el tío” mucho tiempo?

—Todo el que pueda.

—Oye, yo creo que ya les hemos dejado el ático bastante tiempo, ¿no? Está
anocheciendo…

—Si deberíamos ir volviendo y pedir algo de cena, que deben estar


hambrientas.

—Las guiris chicas como tú las llamas, ¿no? Pero la nevera estaba llena,
esas se habrán puesto como el Quico, ¿ves cuánto controlo? Como el Quico
he dicho.

—Veo, veo, lo que no veo tan claro es que hayan parado ni para comer
nada, fíjate.

—No me busques, que me encuentras.

— ¿Y qué si al tío le encanta buscarte?

— ¿Y qué si me lío a bofetones de nuevo?

—Vale, vale, fiera…


Capítulo 25

Llegamos y aquel par seguía en el dormitorio de Denise.

— ¡Ya estamos en casa! —chillé para que lo tuviesen bien clarito y


entonces ambas salieron. Por más que traté de zafarme, no logré que Iván
me soltara la mano.

— ¡¡Toma ya!! —exclamó mi hermana cuando nos vio.

— ¿Te dije o no te dije que te la llevabas al huerto? Me debes pasta…

—Y no será poca, porque se me suele sacar con facilidad. Aprovecha hoy


que estoy contento.

—500 pavos—titubeó ella.

— ¡Hecho! Ya te digo que estoy como unas castañuelas.

—Un momento, ¿habíais apostado? No me lo puedo creer…


—Sí, yo le dije que de hoy no pasaba la cosa. He ganado ese dinero
limpiamente, tú chitón.

—Vale, vale, si él se quiere dejar robar así, sin pasamontañas y sin nada…

—No, yo no me pienso esconder. Soy más de dar la cara—me contestó


Denise.

—La cual tienes del color de una fresa, no voy a preguntar lo que habéis
estado haciendo porque…

—Porque es obvio, no hemos ni comido—me contestó.

— ¿Lo ves? Tendría que haber apostado contigo—me dijo él—. Al menos,
habría recuperado parte de la pasta que le tengo que dar a ella…

—Conmigo no contéis para nada de eso. Ni en broma, vaya…

Pedimos cena y nos lo pasamos muy bien tomando aquellas pizzas de un


modo desenfadado en su sofá, que era amplio y confortable. Tras degustar
unas trufas de postre, ellas se retiraron.

—Es que no sé que tengo, pero no puedo con mi vida—nos comentó Denise
al darnos un beso a ambos y llevarse a Camila.
—Mejor no te digo lo que pienso que tienes, guiri chica, que ya sabes cómo
se las gasta tu hermana—le contestó Iván.

—Ni una palabra más al respecto o cobras, ¿me he explicado? —le advertí.

—Estupendamente, ¿una copita?

—Sí, que echo de menos el vinito fino de la feria…

—Pues tengo aquí un licor que te va a poner en órbita…

—Tú lo que quieres es emborracharme para llevarme a la cama…

— ¿A ti no hay manera de darte coba? —suspiró en broma.

—Te lo voy a poner más fácil. Sígueme, baby—le pedí mientras me


levantaba, sugerente. Ni copa ni nada, me dio un arrebato.

—Te voy a seguir con un reguero de baba, guiri de mis entretelas.

Nos metimos en su dormitorio, cuya cama era impresionantemente grande,


y lo primero que hicimos fue hartarnos de reír. Sé que puede sonar extraño,
pero a la postre él me estaba conquistando por su forma de sacarme la risa,
y eso que no le faltaban otros atributos.

Cuando por fin se acallaron tales risas, hice algo que temía mucho hacer
delante de nadie, y que para mí fue como desnudar mi alma.
— ¿Te importa si me la quito? —señalé a mi peluca, puesto que me hubiera
sido muy incómodo acostarnos con ella puesta, a pique de que en cualquier
momento se desprendiera. Aparte, que si me iba a dar a él, deseaba hacerlo
de una manera natural y completa.

—Por favor, hazlo.

Temblé como una hoja en el momento en el que la sostuve en la mano, el


mismo en el que a él se le abrió grande la boca.

—La guiri más bonita que he visto en mi vida, y encima la que pone a mi
corazón a saltar a la comba, ¿qué más quieres que te diga? —me preguntó.

—No hace falta más—le contesté con ojos llorosos porque su respuesta
logró emocionarme.

—Pues entonces, déjame besarte—me pidió mientras borraba todas y cada


una de mis lágrimas de la cara.

No solo fue delicado, sino también romántico y entregado. Iván podía ser el
más bromista del mundo, soltar toda clase de desvaríos por la boca y
hacerme perder los estribos, pero esa noche supo mostrarme una parte de él
que complementaba a la otra y que me volvió loca, pero loquita perdida, no
me voy a engañar.

En el sexo todo resultó una combinación perfecta. Me miraba a los ojos y


parecía adivinar cada uno de mis deseos y necesidades, los cuales atendía
con una sensualidad y con una entrega que puso de punta cada uno de mis
vellos.

Hacía mucho que no me entregaba al cien por cien en la cama, dado que los
últimos tiempos con Oliver no fueron para tirar cohetes y, sin embargo, con
Iván me entregué como nunca lo había hecho.

Había una parte en aquel sevillano que me seguía pareciendo enigmática y


que tendría mucho que ver con ese embrujo suyo que me llevó a aterrizar en
su cama solo unos días después de hacerlo en Sevilla.

¿Cómo era posible que yo volase hasta allí renegando del amor y que se me
erizase la piel como lo hacía con solo aguantarle la mirada? Si él dio lo
mejor de sí en el catre, yo no me quedé atrás. Muy excitada, también me
afané al máximo para hacerle disfrutar, aunque su máximo disfrute parecía
ser el de llevarme a mí a la cima del placer.

— ¿Estás bien, guiri? —me preguntó risueño cuando hubimos terminado y


acariciaba mi frente.

—Muy bien, ¿y tú?

—Yo creo estar en la gloria, no se puede estar mejor.

No solo acarició mi cara, mi cuello, mi espalda y cada palmo de mi piel.


También lo hizo con mi despoblada cabeza.
—Soy rubia como Denise, ¿sabes?

—Ya lo imagino, bonita, y pronto volverás a mostrar tu pelo rubio como los
trigos a la salida del sol…

—Qué bonito eso…

—Es de la letra de unas sevillanas, ¿eh? Que yo de poeta tengo poco.

—Es que ya me has dado bastantes sorpresas, tampoco aspiro a que seas
poeta.

— ¿De verdad te estoy sorprendiendo? No sabes cuánto deseo que sea para
bien.

— ¿Y tú lo dudas cuanto me tienes en tu cama y en tus brazos?

—No lo dudo, solo espero que…

—No digas nada más, por favor, hablamos de vivir el momento.

—Es cierto, discúlpame. Es que me trastornas mucho, guiri.

— ¿Ya vas a empezar con una de las tuyas? ¿Qué es eso de que yo te
trastorno?

—Si a ti te gusta que empiece, no lo vayas a negar…


—A mí me gusta que empieces, sí… Más unas cosas que otras…

—Ya me imagino una de las que más te gusta, ¿repetimos?


Capítulo 26

La luz entraba a raudales por el amplio ventanal de su dormitorio y, cuando


nos quisimos dar cuenta, él echó mano del móvil y se quedó boquiabierto.

— ¡Son las diez de la mañana! —exclamó.

— ¿Te has quedado dormido? —me eché a reír.

—Eso parece…

—Pues suerte que tienes enchufe con el jefe, que si no…

—Calla, calla, que te lo creas o no, esto no me pasa a mí desde que era un
chinorro…

— ¿Un chinorro? ¿Eso qué significa?

—Un chavalín, un cabeza hueca, un…


— ¿Es que ahora no la tienes hueca? —le pregunté con retintín.

—Mira, guiri, no te rías de mí que de esto tienes tú la culpita, ¿eh?

— ¿Yo tengo la culpa? De eso nada, quien no ha cumplido con sus


obligaciones eres tú.

—La madre que me parió, y encima me pondrás mal cuerpo…

—Eso ya está más complicadillo—le dije junto con un suspiro.

—Te pone el tío, ¿eh? —me soltó dándome un beso.

—Venga, a lo tuyo. Si crees que estoy aquí para regalarte el oído, la llevas
más que clara.

Llamó a Humberto y, como era de esperar, se lo tomó a guasa.

—Es lo que tiene cuando uno está más distraído de la cuenta, chaval—le
comentó.

—Humberto, tú sabes que es la primera vez que te fallo—le dijo con cierto
apuro porque formal para el trabajo sí que era una cosa mala, como decía
Saray.

—Chiquillo, que no hay ningún problema, si a mí me has hecho hasta un


favor…
— ¿Un favor por no ir a trabajar? Pues sí que eres tú un empresario raro.
Eso que es, ¿un nuevo concepto? Es justito lo contrario que lo de los chinos,
que…

Se lio a charlar y yo me reía de escucharle, algo que notó, viniéndose hacia


mí….

—Te voy a contar yo una cosita, tú no sabes cómo le pone al tío que te rías
tanto.

—Pues nada, que te tienes que ir a trabajar, ¿no?

—Ni en broma, que dice que me da unos días libres, que hace mucho que
no me los tomo y que por allí no aparezca.

—Anda, qué bien… Si te digo la verdad, nos choca a todos que trabajes de
camarero…

—Ya te he contado que un parásito no voy a ser por haberme caído en


suerte tener de padrastro a Humberto. Es cierto, eso sí, que ya hace un
tiempo que baraja jubilarse y que yo me quede al frente del bar, en plan
relaciones públicas, quiere darle un aire moderno y… Lo estamos hablando.

—Pero tú no cobras lo que un camarero, peso a eso…


—Ni en broma, Humberto me ha tratado siempre como a un hijo y es un
hombre más que generoso, ya ves cómo vivo. A cambio, yo siempre he
arrimado el hombro como el primero, yo no soy de esa gente que es más
floja que un muelle guita…

Tenía gracia en todo lo que decía, imposible tener más.

—No sé qué es un muelle de esos, pero bueno…

—Ven aquí, que te voy a dar yo muelle…

Con eso de que no tenía que aparecer por el bar, nos deslizamos debajo de
las sábanas a plena luz del día. Si emocionante había sido hacer el amor con
él durante la noche, no digamos ya por la mañana, cuando su sonrisa
aparecía ante mí más resplandeciente todavía.

Me había hechizado, en pocos días me había hechizado, si yo no le


soportaba, ¿qué pasó? Pues pasó que comencé a enamorarme de él.

Por un rato, hasta se nos olvidó que no estábamos solos en el ático, cosa que
mi hermana nos recordó al pasar por la puerta del dormitorio camino de la
cocina.

—Qué bien nos lo pasamos, ¿no? —carraspeó.

Me quedé inmóvil, con él dentro… Yo estaba a horcajadas en ese momento


e Iván se encontraba cogido a mis senos, que esos sí que le hechizaban,
porque era meterse en la cama y no soltarlos.

—Sí, sí, que le estoy contando a tu hermana un chiste, guiri chica, ve


poniendo tú el cafelito—le espetó él con su característico desparpajo.

—No te preocupes, Iván, si yo le llevo soltando toda la noche una batería de


ellos a Camila. Es lo que sucede cuando vienes a Sevilla, que te vuelves…
muy chistosa.

—Tú al café, niña. Y prepara también…

—Ya lo capto, que vais para largo. Os voy a preparar un desayuno que os
chuparéis los dedos. Camila, en pie, no te escaquees, que para volar hasta
aquí has sido muy diligente—le pidió a la otra.

Las dos se pusieron a ello y hasta me olvidé del asunto, pues no salimos del
dormitorio hasta un buen rato después.

— ¿Quién es ahora la que tiene las mejillas como los claveles de Iván?

—Calla, calla, niña. Oye, Iván, qué curioso eso de que tengas tantas
macetas en la terraza, no te imaginaba yo a ti cuidando plantas—le comenté
con la taza de café en la mano.

—Ya, porque el tío es un desastre y no podría cuidar ni de un cactus, ¿no?


Pues ya ves…
—No, no, si la casa la tienes que es un primor, eso es verdad, pero en lo
tocante a un ser vivo, ya es más llamativo…

—Es una larga historia, ya te la contaré.

Camila miraba a un lado y a otro, sin poder dejar de murmurar en inglés que
la casa era preciosa y que estaba perfecta.

—Preciosa eres tú—le decía mi hermana, que estaba encantada con su visita
sorpresa, la cual le hizo ver que sentía por ella más que una simple
atracción y que una corriente bonita estaba surgiendo entre ambas.

—Qué felices estamos todos, y ya para rematar, hoy nos vamos a ir de


crucero—nos anunció Iván.

— ¿De crucero? ¿Por dónde? ¿Por las islas griegas? ¿Por los fiordos
noruegos? ¿Qué echo en la maleta? No he traído bikinis—Denise mostró el
máximo de entusiasmo.

—No te flipes tanto, guiri chica, y déjate de maletas que nos vamos a un
crucero de una horita por el Guadalquivir.

—Vaya…

—Sí, vaya por Dios… Pero anda que te lo vas a pasar mal. Ve ya a vestirte
y dile a tu chica que va a ver lo que es un recorrido bonito, se le van a caer
dos lagrimones de la emoción.
—Se le caerían más si fuésemos en el Symphony of the Seas de la Royal
Caribbean, que es el crucero más grande y lujoso del mundo, pero que no
me voy a quejar.

—Denise, por Dios, que me terminarás sacando los colores—le advertí.

—No, si de eso ya se ha encargado este.


Capítulo 27

Justo salíamos cuando llegaba Saray.

— ¿Adónde vais los cuatro tan guapos? Qué alegría, con lo bueno que está
el día, que se daría una un paseíto…

—Nos vamos de crucero—le comentó Denise con retintín.

— ¿De crucero? Me caigo muerta, yo le he dicho a Tony que de luna de


miel iremos a uno, a tostarnos vuelta y vuelta por el Mediterráneo. Me dan
unas ganitas de casarme que me muero solo que por eso. Bueno, por eso y
por perder a Antoñito de vista unos días, que está de un travieso el jodido
niño.

—No te caigas tan muerta que volvemos en un rato, es por el


Guadalquivir…

—Ah, vale, pues también tiene su encanto, ¿eh? No daría yo nada por
poderme subir ahora al barquito en vez de tener que hartarme de limpiar,
con lo bueno que está el día—dejó caer.

—Anda, vente, que soy fácilmente convencible—le ofreció Iván.

—Qué va, qué más quisiera… El dinerito me hace falta, una tiene que
limpiar, ha nacido estrellada.

—Que te pago igual, pero deja ya el serial lacrimógeno, te lo pido por


favor…

— ¡Ole! Pues hago un esfuercito y me voy con vosotros.

—Qué buen corazón tienes—le dije, cogiéndole del brazo.

— ¿Estáis liados? Ay, qué alegría más grande, te dije que te lo tirabas sí o
sí, ¿te acuerdas? —me soltó ella.

—Ya, ya, guapa…

— ¿Habéis apostado al respecto? —nos preguntó él la mar de risueño.

—Nada de apostar, son cosas de Saray. Venga, que tenemos que comprar
pastillas, que yo me mareo en el barco.

— ¿Y servirán? Porque si no, abortamos misión, que no quiero que me pase


lo mismo que en la noria—me miró horrorizado.
—Madre mía, qué de cosas me tenéis que contar, a mí que no me gusta
enterarme de nada—nos decía ella.

Nos marchamos los cinco y he de reconocer que fue una formidable idea
por parte de Iván, ya que el paseo en barco por el Guadalquivir no solo
resultó bonito, sino de lo más divertido al ir todos juntos.

Además, Saray estaba súper agradecida y se ofrecía a hacernos fotos.

—No vais a encontrar una fotógrafa mejor para inmortalizar este crucero.
Nos tenemos que pasar los Insta, que nos sigamos, ya me siento como de la
familia—decía ella, a quien todo le suponía una aventura y siempre
mostraba una amplia sonrisa.

Las niñas parecían verdaderas influencers posando y también me animaban


a hacerlo igual. Quien se animaba igualmente al verme era Iván.

—Saray, píllala ahora, mira qué culazo—le decía y la otra se partía de la


risa.

—Voy, voy, pero esto de las fotos me lo tienes que pagar aparte, Iván, que
es muy duro—le recordaba.

—Te pago lo que tú quieras, cógenos ahora—le comentó viniéndose para


mí y dándome un besazo que me dejó sin respiración.
— ¡Toma ya besazo de tornillo con lengua! —exclamaba ella, mirando a la
cámara y poniéndose bizca y todo. Cuánto amor se respira en este crucero,
qué romántico…

—No podía ni respirar—me quejé.

—Lo he hecho adrede, bonita, por si te hacía falta el boca a boca…

—Ay, que Iván se nos está enamorando, qué cosa más bonita son esas
mariposas en el estómago que se sienten—Saray estaba que se salía.

—De estómago no me hables—le pedí—, que de momento va la cosa muy


bien y espero que siga así.

—Sí, sí, que tú tendrías que haberla visto en la noria, Saray, la niña del
exorcista parecía una hermanita de la caridad a su lado, menudo caño—le
contaba él.

—Y apuntado enterito a él—añadió Denise.

— ¿Y está contigo que no caga después de potarle en lo alto? Eres la puta


ama, no sé cómo lo haces, Erika, pero eres la puta ama—repetía ella
haciéndonos reír a todos.

No solo fue el paseo, que nos llevó a descubrir desde el agua todos los
monumentos de Sevilla, sino también las tapitas y las cervezas de luego,
que nos tomamos en una terracita a orillas del Guadalquivir.
El sol deslumbraba en aquel precioso y primaveral día que nos recordaba
que habíamos aterrizado en el mejor lugar del mundo para disfrutar de esa
alegre estación del año que tantas alegrías y satisfacciones nos estaba
reportando.

La mano de Iván no se separaba de la mía en ningún momento. Se le notaba


disfrutar mucho al presumirme por toda Sevilla como lo iba haciendo. Yo
también presumía de chico guapo, atento y divertido como él solo, ya que
las carcajadas que nos pudo sacar no tuvieron precio.

Después dimos un paseíto a pie y nos invitó nuevamente a helado. Esa era
otra tentación que en tal época del año te asaltaba en forma de colorido
dulce desde las vitrinas de esas heladerías que no podías dejar de mirar.

Pegadas a aquellas adictivas vitrinas, escogimos unos enormes y llamativos


cucuruchos que también fueron dignos de muchas de las fotografías de
Saray, las cuales quedaron fantásticas.

—Si es que una vale para todo, está mal que yo lo diga, pero es la verdad—
nos comentaba.

— ¿Cómo va a estar mal? Si es la verdad, hay que decirla. Eres una virtuosa
y estás desaprovechada—le decía Denise.

—Tan desaprovechada no estoy, no te creas, que anoche mismo me dio mi


Tony un revolcón que no te lo arrea ni un toro bravo, me ha dejado hasta
con un poco de ciática, ponme la mano aquí—replicó ella.
Capítulo 28

A la mañana siguiente, yo dormía en brazos de Iván cuando sonó el timbre.

— ¿Será Saray?

—No, ella tiene llave…

—Ya, pero igual se figura que estamos aquí dentro y por eso llama—le
comenté.

—Me da que no es ella, guiri. Ya va el tío a abrir…

Me quedé un poco mosqueada porque parecía como si hablase con


conocimiento de causa. Un minuto después entró en el dormitorio y me
miró con cierta preocupación.

—Es tu padre, quiere hablar contigo—me indicó.


—Yo no tengo padre—le respondí de inmediato—, sabes que no lo
considero así… Yo ya he hablado todo lo que tenía que hablar con ese
hombre, de manera que dile que se vaya si no quiere que le forme un
escándalo, ¿cómo tiene la poca vergüenza de presentarse aquí?

—Erika, tranquila, no ha sido él, se lo he pedido yo…

— ¿Tú? ¿Y por qué? ¿Quieres que le vuelva a zurrar? ¿Es eso? Vaya gusto
que tenéis los dos, porque él también se ha prestado a este circo.

—No es un circo, ni siquiera le dejaste explicarse la última vez… Deberías


hacerlo.

—Tú te estás metiendo más de la cuenta en mis asuntos, ¿por qué?

— ¿Hace falta que te diga por qué? Estás en mi cama, Erika, eso significa
algo.

—Por tu bien procura que no entre yo a valorar el significado de eso—le


dije enfadada—, ya que puede tener muchas lecturas.

—Estás de uñas conmigo y lo entiendo, pero piensa que si he dado este


paso es porque me importas.

—Lo que te importa es meterte donde no te llaman, porque esto no es cosa


tuya, ¡dile que se vaya!
—No seas así, déjale explicarse… Nadie dice que luego tengas que meterle
en tu vida si no lo deseas…

—Solo faltaría. De hecho, me parece que estoy metiendo a personas de más


—le dije mirándole mal porque se me calentó el pico, no pude evitarlo.

—Tómala conmigo si quieres, pero escúchale antes… Paco no es del tipo


de hombre que tú crees.

— ¿Es que hay más de un tipo de hombre? Yo creo que es el mismo, pero
con distintos nombres: mediocres, desleales, interesados, mujeriegos…

— ¿Te has quedado tranquila? Porque nos has hecho a todos un traje nuevo.

—Tengo muchas más adjetivos en la punta de la lengua…

— ¡Se acabó! Ya ha escuchado el tío todas las tonterías que debía escuchar
—me dijo y, sin darme la oportunidad de defenderme, me cogió por las
piernas y acabé en sus hombros…

Mientras le daba puñetazos, aterricé en el sofá, al lado del cual estaba


sentado Paco, temblando como un flan, con unos evidentes nervios
reflejados en su compungido rostro.

—Ya la tienes aquí, está deseando escucharte—le dijo.

—Hija, yo…
— ¡No le hagas ni caso! No quiero escuchar nada de lo que salga por tu
boca. Si hubieras sido un hombre en lugar de una vulgar rata, te habrías
preocupado por mí a lo largo de estos años. Ni una mísera llamada le hiciste
a mi madre para saber cómo nos iba, ni una…

— ¡Te prometo que yo no sabía de tu existencia! —exclamó desesperado


porque yo no le daba tregua.

— ¿Vas a negarlo? ¡¡Esto es el colmo!! Ni te imaginas las ganas que me dan


de sacar la mano a pasear otra vez, es que ni te lo imaginas—le advertí—.
Mi madre vino a verte para contarte su embarazo. Lo hizo expresamente,
me consta, y tú… ¡Tú te lo pasaste por el arco del triunfo! ¿También vas a
negar que voló hasta aquí?

—No, eso es cierto… Pero tienes que dejar que te lo explique… Si no me


das esa opción, habrás enterrado la única oportunidad que te queda de
conocer la verdad, hija…

—La llamaste “mi Sam” cuando me viste, ¿cómo puedes ser tan cínico?
Debería darte jarabe de palo.

—Como si me quieres moler a ellos, ¡pero escúchame! —me pidió


cogiéndome de las muñecas.

Miré a Iván y él asintió con la cabeza.


—Creo que no sabes toda la verdad, Erika, dale la oportunidad de que se
explique.

—Un minuto, ¡¡un minuto tienes!! —le advertí.

—Tu madre vino, sí. Me había dicho que teníamos que hablar y yo supuse
que deseaba que tuviéramos algo, que formalizáramos lo nuestro. Yo la
había conocido después de más de una y venida con Cristóbal, quien hoy es
mi marido…

—De eso ya estoy enterada y de que te enamoraste de ella también. Pero en


cuanto él reculó y se divorció, no quisiste saber nada, ¡¡estaba embarazada!!
Al menos pudiste ocuparte de ella, demostrar un poco de humanidad y
hacerte cargo de tu hija…

—Escúchame, te lo ruego. Ella quiso contarme, pero yo me sentía muy


culpable por el tema de Cristóbal. Nunca le había hablado de él. Eran otros
tiempos, Erika, ni siquiera yo mismo entendía mi bisexualidad. Recuerdo
que, antes de dejarla hablar, quise contarle primero. No quería que pasara el
apuro de declararme su amor antes de que yo le confesara que había alguien
más en mi corazón… y que era un hombre. La miré a los ojos y se lo dije,
recuerdo su total desconcierto—entrecerró los suyos como si estuviera
viviendo la escena en ese preciso momento—. Me eché a llorar y le pedí
perdón, le besé las manos…. Sus ojos también se llenaron de lágrimas y
entonces le rogué que, si quería contarme algo, que lo hiciera. Ella me dijo
que no, que ya daba igual, que se iba por donde había venido y no boqueó
nada de ningún embarazo. Esa fue la última vez que la vi…
— ¿Me estás diciendo que mi madre me mintió? ¿Cómo te atreves a
hacerlo? Sabes que ella no se puede defender, ¡¡lo sabes!! —le chillé
golpeándole en el pecho, perdiendo los papeles por completo.

— ¡¡Ya, Erika, ya!! —me sujetó Iván.

— ¡¡Es un maldito mentiroso!! ¡¡No puede demostrar sus palabras!! —le


chillé de nuevo.

—Yo tenía su dirección… Ella me la había dado porque una vez le envié un
regalo… Le mandé varias cartas en los siguientes meses interesándome por
cómo le iba la vida, por si había encontrado a alguien o por si ya me había
perdonado. Cartas en las que no mencioné ningún embarazo, hasta el punto
de que la creía volando por todo el mundo, libre como un pajarito. Ojalá
ella hubiera guardado esas cartas porque entonces me creerías—me contó.

Una bombilla se me encendió en ese momento, porque recordé haber visto


un puñado de cartas cogidas con una cuerdecita cuando guardamos sus
cosas tras su fallecimiento.

— ¿Dices que le enviaste varias cartas?

—Sí, debió ser un buen puñado, hasta que llegué a la conclusión de que
jamás me respondería.

—Espera aquí, por favor—le pedí, muy confundida.


Me fui al dormitorio y desde allí hice una llamada. No podía más con la
intriga. Sally era una vecina y amiga de toda la vida que tenía llaves de mi
casa, igual que yo de la suya. La llamé y le extrañó muchísimo.

—Erika, ¿ha pasado algo grave? Son las dos de la madrugada—me


comentó, debido a la diferencia horaria.

—Sally, te voy a deber una, pero necesito que entres en mi casa…

— ¿Ahora? ¿Es una broma?

—No, no lo es, te lo pido por nuestra amistad…

—Vale, vale, ya voy. Espera que me vista.

—Tienes que entrar e ir a mi dormitorio. En él guardo una caja con


pertenencias de mi madre, es de color rosa, la única que hay, no tiene
pérdida. Necesito que compruebes si en su interior conservo un puñado de
cartas…

— ¿Un puñado de cartas? ¿Se trata de un asunto de Estado? No puedo


creerte, ¡son las dos de la mañana! ¿Qué pueden decir esas cartas que sea
tan importante?

—Hazme caso, ya te lo explicaré todo.

Entró en mi casa y, para mi tranquilidad, las encontró.


—No entiendo nada, están escritas en español, Erika. Son de un tal
Francisco Domínguez.

—Haz fotos de todas, ¿vale? Y me las mandas…

— ¡¡Marchando!! Espera, también hay una… Está escrita del puño y letra
de tu madre, metida en el sobre, pero sin llegar a enviarla…

— ¡¡Hazle fotos también, por favor!!

Las manos me temblaban a tope cuando me fueron llegando una a una las
imágenes de esas cartas en las que Paco le deseaba todo lo mejor y le decía
que se la imaginaba con su preciosa sonrisa surcando los cielos… También
le contaba que él estaba muy bien con Cristóbal, que ojalá un día le pudiese
perdonar por no habérselo confesado antes, pero que igualmente la quiso
muchísimo…

Contuve el aliento porque Paco parecía haber sido sincero, aunque la


confirmación del todo llegó con aquella otra carta que mi madre le escribió
a él.

“Paco, hoy por hoy no puedo perdonarte. Ni siquiera sé si tendré el valor


de enviarte estas letras en las que te cuento que llevo un hijo en mi vientre.
Eso fue lo que quise decirte la última vez que estuve en Sevilla, que nuestro
amor había germinado… Pero me sentí muy ridícula cuando me anticipaste
que el tuyo por otra persona era más fuerte. Y por un hombre… Yo no
estaba preparada para eso. Y sigo sin estarlo. Ya me estoy arrepintiendo de
escribirte estas líneas que probablemente nunca lleguen a tus manos. Lo
más seguro es que las escriba para enjuagar mi conciencia porque sé que
tampoco haré bien al decirle a esa personita, cuando sea mayor, que su
padre nunca quiso saber de ella. Siento que esto no es justo para ti, pero
tampoco lo ha sido para mí, nada de lo sucedido lo ha sido. Prefiero
mentirle porque no podré soportar que, de una manera u otra, vuelvas a mi
vida. Me gustaría contarte que he pasado página, que ya no te quiero, pero
la realidad es que te sigo queriendo y que puede que esto no cambie nunca,
aunque trataré de abrirle mi corazón al hombre que un día se cruce en mi
vida y que considere que lo merezca. Hasta nunca, mi amor”.

Efectivamente, mi madre jamás llegó a enviar esa carta que le sirvió, eso sí,
a modo de despedida del que fue el amor de su vida.

Me consta que no pretendió hacerme daño al ocultarme la verdadera


naturaleza de sus actos, solo blindó su corazón ante ese amor tan fuerte que
un día sintió. Con los años, apareció en su vida Trevor y, pese a que le dio
una oportunidad, lo suyo no funcionó, quizás porque en su fuero interno
jamás pudo olvidarse de Paco.

Al menos, eso sí, de su matrimonio nació Denise, la personita más


importante de mi vida y mi motor una vez que mamá nos dejó.

Iván me escuchó llorar con el móvil en la mano y entonces entró en el


dormitorio, sentándose a mi lado.

—Paco no te ha mentido, ¿verdad? —me preguntó y yo negué con la cabeza


—. Ahora ya sabes la verdad. Él está tan descolocado como tú con todo
esto, pero ansía recuperar el tiempo perdido.

—Me he portado como una idiota, Iván, como una idiota—suspiré.

—No es a mí a quien tienes que darme ninguna explicación. Sal y habla con
él.

Hay momentos en la vida en los que las palabras sobran, de manera que salí
de ese dormitorio y me fundí en un largo abrazo con él.

—Mi niña, mi niña... Tuve una hija con mi Sam. Bien sabe Dios que, por
mucho que adore a Cristóbal, que lo adoro, jamás dejé de quererla, siempre
ocupó un huequito en mi corazón. Y ahora apareces tú y le das un nuevo
sentido a todo. Ojalá hubiese sabido antes de tu existencia, ojalá—repetía
una y otra vez mientras que sus ojos se convertían en dos fuentes. Yo no
lloraba menos, imposible hacerlo…
Capítulo 29

Iván sugirió que nos correspondía pasar un ratito a solas los dos, que él
tenía que hacer un recado y que nos dejaba. Las chicas aún dormían e igual
tardaban horas en levantarse, porque eran dos marmotas.

—No hace falta que te vayas, de verdad, si yo prefiero salir a desayunar con
mi padre y darme un paseo—le comenté.

—Es verdad, me encantaría pasear con mi hija y presumir de ella, si no te


importa que te la robe un ratito. Te debo mucho, Iván, pero es que tengo
tantas cosas que escuchar de ella… Quiero que me cuente todo de su vida,
me he perdido demasiado.

Lo decía de corazón y yo le di un beso en la mejilla. Había logrado ponerme


en sus zapatos. Él no le mintió a mi madre, eso me lo dejó claro,
simplemente no le habló de Cristóbal porque cuando estuvo con ella él le
había dejado. Solo que luego volvió… Y entonces ella fue incapaz de
contarle que estaba embarazada. Y a mí… a mí me mintió un poquito.
Sobra decir que sé que no lo hizo con mala intención, que mi madre actuó
como una mujer herida por las circunstancias que entendió que la única
manera de hacer borrón y cuenta nueva era alejándole de su vida para
siempre, aunque eso supuso privarme de un padre al que detesté durante
esos años.

Cómo me presumió Paco por la calle y qué contento se le veía.

—Hija, es que me tiemblan las canillas… Te prometo que me tiemblan—


me comentaba él mientras que me cogía del brazo con mucho amor y nos
dirigíamos a una terracita en la que contarnos nuestras cosas.

—Ya, las piernas, ¿no?

—Es verdad, qué bien hablas, y eso que eres una guiri. Tengo una hija guiri
—reía.

—Y yo un padre sevillano…

—No te puedes parecer más a tu madre, lo único distinto es el pelo, ese lo


tienes de mi color, ¡lo que es la genética! —me decía.

—Pues la llevas clara, Paco—le dije.

—Ay, hija, yo no entiendo a qué te refieres, pero ni imaginarte puedes lo


que me gustaría que en vez de Paco me llamases papá.
—Tienes razón, perdóname, papá—se la di porque el rencor hacia él había
desaparecido de un plumazo de mi corazón.

—Ay, qué bien suena, es como si escuchase un cante por alegrías.

—Ay, papá, yo nunca habría imaginado esto.

—Pues anda que yo, hija… Pues anda que yo, ¿y qué es eso que me decías
del pelo?

—Que no es mi pelo, papá, que no lo es.

—Supongo que tantas emociones me han trastornado por completo, ¿cómo


no va a ser tu pelo?

—Peluca—le indiqué con mi dedo índice apuntando a él.

— ¿Y por qué tendrías tú que ponerte una peluca, mi niña?

—Porque hace unos meses me atacó el mismo bicho que se llevó a mamá
por delante, por eso…

—Ay, mi Erika, ¿qué dices? Pero ¿tú cómo estás? ¿Necesitas algo? Yo
vendo hasta el hostal si hace falta para pagarte el tratamiento en el mejor
sitio del mundo. Todo lo que tengo, hasta el último euro—me dijo nervioso
y lloroso al mismo tiempo.
—Ya está, papá, ya está. Tú tranquilo, que le he ganado la partida. Estoy
limpia, solo necesito un tiempo para que me crezca mi pelo y mientras, pues
mira, experimento por aquí y por allá con mis pelucas. Las tengo de todos
los colores.

—Y con todas debes estar preciosa, porque no puedes serlo más, ¿tú a qué
te dedicas, hija? ¿Eres azafata como tu madre?

— ¿Yo? Qué va, yo soy estilista, y mi hermana Denise también.

—Es verdad, esa chica tan pizpireta…

—Sí, mamá se volvió a casar. Es que tenemos que ponernos al día de


muchas cosas…

—Ya te digo que sí. Quiero que vayamos a que saludes a Cristóbal, tengo
que decirle que mi hija me ha perdonado, me muero de ganas, ¿tú tienes
problema por conocerle?

—No, papá, yo no tengo ningún problema…

—Pues vamos dando un paseíto hasta el hostal, nosotros vivimos allí, ¿o


prefieres que cojamos un taxi? ¿O mejor un coche de caballos? Para mi hija,
lo mejor…

Optamos por ir paseando y todo resultó muy emocionante. Cristóbal me dio


un recibimiento muy caluroso y Rosalía, que también vivía allí, se hartó de
darme besos y abrazos. Ella era como de la familia también.

—Mira, Rosalía, ¿qué te parece mi niña? Es igualita que ella, ¿verdad? —le
decía.

—Igualita, un calquito. Quién nos lo iba a decir…

—Yo siento si con mi actitud hice sufrir a tu madre—se disculpó Cristóbal


—. Lo cierto es que en aquellos tiempos nada de lo que hicimos fue fácil—
se lamentó—. Y me temo que les compliqué la vida a todos…

—El amor no siempre es fácil, cariño, pero si es verdadero, perdura—le


comentó mi padre.

Formaban una pareja muy bien avenida y, pese a ello, se notaba a


kilómetros que el cariño que mi padre le profesó a mi madre también fue
sincero. Rosalía sacó algo para picotear y el patio del hostal se convirtió en
un improvisado escenario en el que terminamos hasta cantando y bailando,
porque resultó que mi padre tocaba la guitarra y ella bailaba flamenco como
los ángeles, terminando por arrastrarme.

—La hacemos sevillana en dos días, Paco, te lo aseguro—le comentaba la


mujer, muy emocionada.

—Si yo es que tengo mi vida en Pensilvania, esto es un lío—les comentaba.


—Tú a taconear y ya hablaremos—me decía ella con toda la gracia, quien
parecía ser un peso pesado en aquella familia con la que no compartía
sangre, pero de la que siempre fue un miembro.

Pasamos un ratito maravilloso y mi padre se empeñó en acompañarme de


vuelta al ático de Iván, de manera que me dejó en la puerta de su bloque,
dándome un beso e instándome a verle esa misma tarde de nuevo.
Capítulo 30

Subí al ático y me encontré a las niñas con Saray.

— ¡¡Vengo de estar con mi padre!! ¡¡Tengo muchas cosas que contaros!! —


les chille alegre.

—Ya, ya nos dijo Iván—me respondieron más lacias que un manojo de


acelgas con un montón de días.

— ¿Y qué se supone que ha pasado para que tengáis esas caras de funeral?
—les pregunté.

—Que ha vuelto Irene—me contestó Saray mientras que las otras dos
clavaban su mirada en la mía, preocupadas.

— ¿Irene? ¿Y quién es Irene? —le pregunté.

—Es la ex de Iván, digo yo que la ex, porque esa tía es más rara que un
perro verde…
—No me habías hablado de ella, no sé nada de esa tal Irene.

—Es la dueña de las macetas, Iván las tiene aquí por ella. No las iba a tirar
cuando se largó, ya sabes que tiene muy buen corazón.

—Saray, me estás poniendo muy nerviosa, yo no sabía nada de ninguna


Irene ni de que Iván tuviese novia.

—Yo solo sé que un día se fue por donde había venido y que de ella solo
quedaron las macetas. Lo poco que la traté no me gustó un pelo y me quedé
en la gloria con que no viniese más por aquí. Iván no volvió a hablar más de
ella y no sería yo quien sacase el temita, con lo siesa que era la tía…

— ¿Y ahora a qué ha venido?

—No quieras saber a lo que ha venido—carraspeó.

— ¿Que no quiera saberlo? ¡¡Claro que quiero!! —exclamé más cabreada


que un mico.

—Ha venido diciendo que sigue siendo su novia y que vuelve con regalito
—intervino mi hermana.

— ¿De dónde vuelve y con qué regalito? —les pregunté mirándolas a las
tres, con ganas de chillar mucho, muchísimo.
—Debe haber estado una temporadita fuera, igual en el extranjero, que es
muy fina ella. Y ahora regresa al nido con un polluelo, porque dice que está
embarazada—añadió Saray.

El mundo se me vino abajo en un segundo, ¿embarazada?

— ¿Y ha dicho si es de Iván? —les pregunté con pena y rabia al mismo


tiempo.

—Con todas las letras, y después ha comenzado a gritar. Él andaba en un


recado, pero justo volvía en ese momento y se la ha llevado, porque ella
comenzó a dar unas tremendas voces y subió hasta Manuel, el conserje, a
ver qué estaba pasando aquí.

El alma se me cayó a los pies, ¿por qué Iván no me habló de ella? ¿Por qué
si era algo reciente en su vida? ¿Por qué si yo le abrí mi corazón contándole
lo de Oliver? Para mí solo había una razón: porque yo le fui sincera y él a
mí no.

—Yo no creo que hayan podido ir muy lejos, no en el estado de nervios que
ella se puso. Él tuvo que tranquilizarla—me comentó Saray.

—Igual están en algún bar cercano, seguro que vuelve pronto y te cuenta.
Todo esto debe tener alguna explicación—intervino mi hermana.

—Sí, que hoy se ha arrojado luz sobre un embarazo que me ha traído a


maltraer toda la vida, como la cuestión de mi madre y mi padre, y aparece
otro sobre la marcha que lo vuelve a joder todo. Esa es la explicación. Y la
culpa no es de esa chica.

—No vuelvas a emprenderla contra los hombres, ¡no lo hagas! —me pidió
Denise.

— ¡Haré lo que me dé la gana! Tú sí que has sido lista, que te has


emparejado con una chica, ¡a mí no me digas lo que tengo que hacer!

—Oye, que yo estoy con un chico y no me va mal, ¿eh? —se metió por
medio Saray.

— ¡Tú espera sentadita! Ya te la liará tu Tony, ya… Oye, Denise, déjame


una de tus gorras—me dirigí a mi hermana.

— ¿Y para qué quieres una gorra ahora?

— ¡Que me la dejes! Y también uno de tus pantalones cargo, ¡ya!

Me metí en el dormitorio y opté por lucir una peluca pelirroja. Por lo


demás, me cubrí con una gorra, gafas de sol y pantalones que nada tenían
que ver con los que solía usar… ¡parecía otra persona!

Obviamente, mi idea era la de pasar totalmente desapercibida, de manera


que, si los veía, él no me reconociera.
Ya estaba muy harta de ser la tonta que se chupaba el dedo, ¿me pasaría a
mí como le sucedió a mi madre con mi padre y Cristóbal? ¿Me había
cruzado en su vida mientras tenía una relación en pausa? No podía soportar
la idea…

Comencé a dar vueltas por todos los bares cercanos a la casa de Iván y en
ninguno de ellos les vi. Desesperada, ya volvía cuando me los encontré en
un banco, en plena calle.

Para mi absoluta desesperación, puesto que comencé a sudar y todo, y no


solo por el calor que se dejaba sentir en Sevilla ese día, él le cogía la mano
y le hablaba con sumo cariño.

—Pues claro que se irán, se irán tan pronto como hable con ellas. Esa chica
no ha significado nada para mí—le decía sobre mi persona.

— ¿De verdad? ¿No me estás mintiendo? ¿Ella no significa nada para ti?

—Absolutamente nada—murmuró.

—Entonces, ¿te alegras de que haya vuelto y de lo del bebé?

— ¿Cómo no me voy a alegrar, Irene?

— ¿Y vas a cuidarlo conmigo? ¡¡Es tu hijo!!


—Estoy totalmente seguro de que lo es, tú no me mentirías en algo así,
cariño. Estate tranquila por todo, que va a salir muy bien.

—Pero, ¿estás contento? Yo necesito saber si el bebé te hace feliz.

—Me hace muy feliz, muy feliz—le decía mientras ella se ahuecaba en su
pecho buscando refugio en el hombre por el que parecía suspirar.

Estuve a punto de levantarme y darle de bofetadas incluso delante de su


chica, pero concluí que no merecía que me exaltase lo más mínimo. En su
lugar, me aparté de allí sin que él se percatase de mi presencia y salí por
patas.
Capítulo 31

Volví al ático y entré por él como una bala.

— ¡Coged vuestras cosas, que nos vamos! —les pedí a las chicas.

— ¿Qué ha pasado, Erika? ¿Les has pillado juntos? ¿Qué ha hecho este
chalado? —Saray se llevaba las manos a la cabeza—. Con lo buena pareja
que hacéis, ¿no me digas que me va a meter a esa aquí? Y con un niño…
Como salga como mi Antoñito, me despido, bastante tengo con el mío.

—E igual tienen hasta mellizos, ¿quién sabe? —le pregunté con sorna.

—Ni mientes ruina, yo me despido. Y vosotras, ¿dónde iréis? Sé que has


hecho las paces con tu padre, ¿os vais a alojar en su hostal?

—No, le llamaré y le diré que me voy, que no me puedo quedar en Sevilla,


que me asfixio aquí…
—Mujer, pero que Sevilla es muy grande, ¿vas a dejar que la carajota esa te
eche de aquí? Dime que no o dejo de ser la presidenta de tu club de fans.

—Lo siento, Saray, se te va a caer el mito, porque yo de aquí me largo. Y no


es ella, es él, le he escuchado renegar de mí.

— ¿Iván ha hecho eso?

—Eso mismo. Le ha dicho que yo le importaba un comino y que su vida


está al lado de ella y del bebé.

—Anda y que lo parta un rayo…

—Pues eso mismo pienso yo pero, mientras pasa y no pasa, me largo.

—Mira que lo entiendo, ¿eh? Me da mucha pena, pero reconozco que yo


haría lo mismo. Es eso o cogerlo por la pechera y… ¡no sé lo que le haría!

—No merece la pena hacerle nada, ya se encargará el karma.

—Sí, pero yo soy más de ir dándole un adelanto. Por si acaso el karma tarda
—me decía ella haciéndose cruces, porque no podía entender lo que estaba
sucediendo.

Yo no quería verlo ni en fotografía, por lo que pedí un taxi y me colé con mi


hermana y Denise en el aeropuerto. Me daba igual el destino, solo quería
salir de Sevilla de inmediato.
Me acerqué a una de las ventanillas y una amable chica me atendió.

—Quedan plazas en un vuelo que parte enseguida rumbo a Tenerife, en las


Islas Canarias. Es un destino muy bonito.

— ¡¡Pues marchando tres!! —le pedí.

Desde allí llamé a mi padre, quien no entendió mi fortuita marcha por


mucho que se la expliqué.

—Hija, todo se puede hablar, tú no tienes por qué irte…

—Papá, volveré a verte, pero ahora necesito irme, respétalo…

—Y yo que te estaba preparando una sorpresita para esta tarde, ¿es que los
hombres siempre lo jodemos todo?

—Menos mal que lo has dicho tú y no yo—le dije riendo y llorando al


mismo tiempo, porque las emociones las tenía a flor de pie.

Pasamos la zona de embarque en un pis pás, porque llegamos a lo justo para


pillar ese vuelo que me alejaría de un tipo que también me había engañado
y que renegó de mí.

Tenía que olvidarme de Iván. En Sevilla había recuperado a un padre, pero


tenía claro que mi corazón, el de mujer, ese había salido nuevamente
magullado, como si una maldición se hubiese cernido sobre él.

Llegamos a Tenerife a media tarde. Quién me iba a decir cuando me levanté


por la mañana que el día me daría para tanto. Nada más aterrizar, me
encontré un aluvión de mensajes y de llamadas perdidas por parte de Iván.

Normal. Si “el tío”, como él se autodenominaba, contaba con una pizquita


de vergüenza, no sabría dónde meterse porque Saray le habría contado el
motivo de mi marcha.

Ni siquiera abrí ninguno de esos mensajes, no hace falta ni decirlo, por lo


que me limité a bloquearle y a seguir con mi vida, que sería lo que hiciese a
partir de ese momento.

Nada más enfilar la carretera, descubrimos que habíamos aterrizado en un


paraíso natural. Ya desde el aeropuerto de Sevilla hicimos las gestiones
pertinentes para reservar una habitación triple, que no esperaba encontrarme
con ningún otro sinvergüenza que nos alojara allí.

—Mañana nos compramos ropa de baño y nos hartamos de playita—me


decía Denise tratando de cambiar el tercio y de que me olvidase de lo
sucedido.

—Claro que sí, lo pasaremos genial, peque.

—Tienes que olvidarte de él. Si hizo eso contigo, si renegó así de ti…
—Renegó, Denise, yo misma lo escuché. No vale la pena ni volver a hablar
de él, de veras que no…

—Qué maldito, con lo sincero que parecía…

—Un chulo, eso es… Un chulo que va jugando con los sentimientos de las
mujeres conforme le viene en gana. Pero la culpa no es suya, la culpa es
mía por haber confiado en él sin conocerle, por olvidarme de que un
hombre me la acababa de jugar y entregarme a otro… La culpa es mía por
ser una estúpida.

—Tú solo querías abrir de nuevo tu corazón, es lícito—me decía mientras


Camila asentía con la cabeza.

—Pues ahora pienso cerrarlo a cal y canto, este ha sido el último que se ríe
de mí, te lo garantizo.

— ¿Te cambias de acera como yo? —me preguntó risueña.

—No lo creo, peque. A mí me va lo que me va, pero que te alabo el gusto…

El hotel era formidable. Allí sí que tuvimos una suerte tremenda porque las
instalaciones eran fantásticas y las piscinas estaban abiertas al público, dada
la alta temperatura reinante. Además, lo que más nos llamaba la atención
era la posibilidad de disfrutar de playas de blancas arenas en las que
tostarnos al sol. Eso para nosotras era un verdadero lujo y yo apostaba por
entregarme sin reservas a esos placeres, tratando de olvidarme de ese ser
mezquino que, pese a conocer que yo venía de padecer a otro de su misma
especia, me humilló igualmente.
Capítulo 32

Me desperté con dolor de cabeza y sin recordar el motivo.

—Me duele mucho la azotea, como si me la hubiese arrasado un huracán—


les dije a las chicas, con las que compartía habitación.

—Eso es por las copas, nos pasamos tela anoche—me recordó Denise con
voz resacosa también.

Miré hacia la pequeña terracita que daba a la piscina y me la encontré


repleta de vasos y botellas.

—Menuda cuenta que nos van a pasar, nos lo bebimos todo—decía Camila,
a quien también le costaba despegar los ojos.

—Pues tenemos que levantarnos para ir a la playa. Hay una tienda en la que
venden ropa de baño muy bonita aquí en el hotel, ¡¡yo la vi anoche!! —
exclamó mi hermana.
Pese a que se mostraban muy pendientes de mí en todo momento, las chicas
estaban muy ilusionadas y yo no les cortaría el punto por nada del mundo.
Era cierto que me encontraba regular, pero me había prometido a mí misma
que haría todo lo posible por pasárnoslo bien en Tenerife.
Yo me debía a la promesa que le hice a mi oncóloga de que me pondría el
mundo por montera, como decían los andaluces. Y así lo haría…

Lo primero que hicimos fue meternos entre pecho y espalda un increíble


desayuno tipo buffet.

—Lo cierran, con vosotras lo cierran porque no les traerá cuenta, ¿dónde lo
echáis? Si no acumuláis ni un gramo de grasa cada una, que tenéis menos
carne que la rodilla de un pajarillo—les decía yo.

—Pues anda que tú no estás en la línea, hermana. Todo esto es para


compartir…

La selección era para morir de una indigestión: café con leche, zumo de
naranja, tostadas, cruasanes, panqueques, embutidos varios, dátiles, yogur
griego, muesli y un interminable surtido de exquisiteces entre las que no
faltaba un plato de jamón serrano.

No hace falta que me disculpe, porque la mente juega malas pasadas ella
solita, de manera que lo del jamón serrano me llevó a acordarme de ese otro
que nos servía Iván, y del que tanto disfrutamos en una Feria de Abril que,
pese a estar ahí al ladito en el tiempo, ya sentía muy lejana.
Tras el desayuno, nos fuimos hacia esa tienda de la que hablaba mi hermana
y nos hicimos con distintos conjuntos de baño cada una, que luciríamos en
la playa y en la piscina.

Yo no me quedaría llorando por las esquinas por mucho que lo sintiera. Iván
no se lo merecía y seguiría disfrutando del gran viaje de mi vida con mi
hermana y con Camila, que se habían convertido en mi única familia junto
con mi padre, al que recuperé y con quien seguiría teniendo contacto.

Las chicas se lo pasaron genial en la tienda, en la que incluso desfilaron con


sus llamativos conjuntos, invitándome a hacer lo mismo.

Salimos de allí con uno de ellos puesto y, tras dejar el resto en la habitación,
nos fuimos de cabeza a la playa.

La temperatura era sensacional, sin el agobio de las veraniegas, pero


perfecta para disfrutar de los muchos rayos solares que ya comenzaban a
apretar a esa hora de la mañana, así como para darse un refrescante
chapuzón que vendría de miedo para la resaca.

Yo me compré varios pañuelos para el pelo con los que conjuntar mis
outfits, y las chicas hasta me chillaban.

—Si es que no se puede lucir con más glamur, ¡foto al canto! —decía mi
hermana, quien no paraba de hacerlas y de grabar vídeos.

Nos lo estábamos pasando de escándalo desde que llegamos, eso era


innegable, y yo no dejaba ni un momento la mente en blanco para no caer
en la tentación de dedicarle ni un segundo de mi tiempo a quien no se lo
merecía.

En las hamacas de la playa vivimos una mañana de chicas sensacional en la


que no faltaron los cócteles, si bien optamos por tomarlos sin alcohol, como
no podía ser de otra manera.

Denise y Camila, además, se rieron a tope porque había un par de chicos


que les echaron el ojo y ellas les dieron un poco de cancha, con la intención
de luego morrearse delante de ellos, cuando ya pensaban que las tenían en
el bote.

—Sois malillas, vaya cara que se les ha quedado a los pobres—les decía yo,
atragantándome de la risa mientras sorbía de la pajita de mi llamativo y
colorido cóctel.

— ¿Y lo dices tú que echas pestes por la boca de los hombres? Venga ya…

—Pero es que esos no eran hombres propiamente dichos todavía, más bien
eran proyectos de…

El ambiente era alegre total, no me dio la gana de revestir aquellos días de


uno fúnebre tan solo por haberme cruzado de nuevo con un cafre, que vaya
ojito que tenía yo, por cierto…

Nos encontrábamos en el mejor escenario para disfrutar y eso haríamos.


Ningún mentecato me arrebataría el estado de alegría en el que entré al
saber que estaba curada… Una curación que disfruté en aquellas doradas
playas de aguas turquesas que constituyeron para mí un regalo para los
sentidos.

— ¡Y esta noche nos vamos a quemar Tenerife! —exclamó mi hermana con


su cóctel levantado, sin tener la más mínima duda de ello.

—Peque, vaya marcha que tienes…

—No se admite ningún tipo de excusa, ¡lo quemamos sí o sí! ¿No eras tú la
pirómana? Ay, no tendría que haber dicho eso…

—Da igual, si no me importa. Iván ha existido y, junto con él, todas las
majaderías que soltaba por la boca. Lo importante es que, una vez más, me
han dado un palo más pronto que tarde, así que será motivo de
agradecimiento.

—Ay, mi hermana, con lo que yo la quiero… Menos mal que los palos no te
los dan en los dientes porque, si no, no te quedaría ni uno—me decía ella
desternillada.
Capítulo 33

Por la noche, ya nos estábamos arreglando para salir de marcha.

A las chicas les hacía muchísimo ilusión y yo no pensaba ser la aguafiestas


de turno.

Nos pusimos monísimas, ellas con un conjunto cada una de short y top,
mientras que yo opté por un vestido ceñido negro, en punto, que me había
comprado también por la mañana.

Estábamos tirando la casa por la ventana porque se trataba de una ocasión


única en la vida y porque llegué a la conclusión de que nos lo merecíamos.
Mi madre así lo habría querido.

Nos cogimos del brazo y juntas llegamos a un precioso chiringuito de la


playa con una sensacional iluminación.

—Por favor, si es que no podemos estar más monas—decía mi hermanita


sin parar de tomarnos selfis.
—Denise, que vas a gastar la cámara de tanto usarla—le advertía yo.

—Sí, será eso… Venga ya, que tenemos que documentar todo el viaje,
¿quién sabe cuál será la próxima vez que hagamos un viaje así?

La idea era cenar en la playa, a la luz de los farolillos que la alumbraban. El


escenario era súper romántico, por lo que había por allí mogollón de
parejitas, incluso una mayor que hizo nuestras delicias. Ambos rebasaban
los 80 y estaban celebrando sus bodas de oro.

—Qué parejita más mona—me dijo mirando a las niñas.

—Sí que lo son, señora.

— ¿Y tú, muchacha? ¿No hay ningún chaval que te haga tilín? Ay, por
Dios, con lo guapa que eres, así con tu pelito pelirrojo.

Sí, esa noche iba de pelirrojo, el caso era ir cambiando… Quizás fue eso,
unido al hecho de que las chicas se levantaron un momento para hacerse
una fotografía en la orilla, lo que hizo que él no me viera.

—Ni idea, pero es en este hotel—le escuché decir y no podía creerlo, ¿era
Iván? Juro que tuve que frotarme los ojos porque una desfachatez como esa
no podía yo digerirla sin dudar.
— ¡Se me hunden las cuñas en la arena, Rosalía! —le escuché decir a
Saray.

—Cristóbal, que estas niñas se nos hunden, vamos a ayudarlas…

¿Mi padre también estaba allí? ¿Qué hacían todos y cómo nos habían
encontrado?

Yo me puse de pie e Iván corrió hacia mí. La mano la preparé a conciencia


y, pese a estar sonando música de ambiente, el bofetón resonó en toda la
playa, dejando al resto de los comensales perplejos.

—Pues nada, guiri, que te iba a decir que ya está aquí el tío, pero menos
mal que no te he avisado. Ha sido cogiéndote desprevenida y no sé si
perderé alguna muela… Cuanto y más.

—Pero, ¿serás mamarracho? ¿Qué significa todo esto? Y los demás, ¿cómo
os habéis prestado a este circo? —les reproché porque no me entraba en la
cabeza.

—Escúchale, corazón, que te lo puede explicar—añadió Saray.

— ¿Tú también te has vuelto loca? ¿Cuánto te ha pagado para que trates de
convencerme?

—Que no, hija, que no es eso. Ay, mi niña, lo que debe haber sufrido—
decía mi padre.
—Papá, me tienes más que disgustada, ¿eh? No esperaba esta tontería de
ti…

—Tu padre tendrá sus defectillos, pero nunca se hubiera prestado a esto de
no haber una razón de peso—añadió Cristóbal.

—Es verdad, miarma, escucha a Iván, que tiene una cosita que decirte—
prosiguió Rosalía.

— ¡¡¿Es que os habéis vuelto todos locos?!! —les chillé—. Menudo


trastorno mental, sois todos candidatos a paguita, no hace falta que trabajéis
más.

—Dios te escuche—murmuró Saray.

—No, Erika, la única que tiene un trastorno es Irene—me comentó Iván.

—Y que lo digas, porque hay que estar muy trastornada para tener una
relación contigo, de eso ya me he dado cuenta.

—No, que no es eso, ¡que la muchacha tiene un trastorno de verdad! —


exclamó Saray—. Es verdad, lo hemos comprobado todos. No estaba en el
extranjero, sino internada en un centro de salud mental, del cual se escapó.

—A mí todo esto me suena a cuento, ¿eh? Y como de ese tú tienes


mucho… Yo sé lo que escuché, con estas dos orejitas, Iván.
—Debiste escuchar que no me importabas y que deseaba estar con ella y
hacerme cargo del bebé, pero es que no hay ningún bebé, amor… Todo está
en la cabeza de Irene…. Yo solo le daba la razón hasta que viniera el
personal sanitario a llevársela, si no le llego a seguir la corriente, la que me
arma en medio de la calle es poca. No tengo Sevilla para correr…

—Es verdad, hija, todo es verdad—corroboró mi padre.

—Pero bueno, ¿y tú cómo te prestas a salir con una persona en esas


condiciones? ¿Es que acaso estás loco? —le pregunté con ganas de darle
otro bofetón por tarado.

—Esa pregunta no procede demasiado en este contexto, la verdad. De todos


modos, y antes de ponerme otro cachete ardiendo, te diré que cuando
comenzamos a salir ella se medicaba y, aunque alguna cosilla rara noté,
pasó por debajo de la puerta. Con el tiempo, comenzó a obsesionarse
conmigo y con el hecho de que debíamos tener un hijo. Yo me asusté y
entonces saltaron todas las alarmas, porque empezó a montarme unos pollos
de categoría. Se la llevaron y lo único que me quedó de ella fueron sus
macetas, de las que me dio pena desprenderme. Para mí supuso un alivio
infinito, lo pasé peor que mal.

— ¿Y tú por qué no me contaste nada de esto?

—Porque el día que tú me hablaste de lo de Oliver no quisiste seguir


charlando y yo no veía el momento, guiri de mi alma. Yo quería contártelo,
pero estábamos tan a gustito que me daba cosa que pensaras que soy un
insensible o que la dejé en el peor momento.

—Cuando lo cierto es que la pobre está como un cencerro—Saray estaba un


poco consternada—. Y pensar que yo le tenía tirria, pero es que la veía muy
rarita…

—Pues yo ya no sé si fiarme de ti o no, ¿eh? A mí los secretos no me gustan


—le dije un tanto contrariada porque todo aquello no era fácil de digerir.
Por un lado, me sentía aliviada, pero por el otro…

—No le digas eso al tío, que mira lo prontito que he venido a buscarte y lo
bien acompañado que vengo.

—Eso digo yo, ¿te hacían falta todos ellos?

—No tenía huevos de venir solo—se le escapó a mi hermana y al resto se


nos escapó la risa.

—Qué va, si es que a todos nos comían los nervios allí en Sevilla, ¿cómo se
te ocurre irte tan pronto sin hablar conmigo y sin nada?

—Pues anda que no te ha convenido a ti que me fuese a toda pastilla. Si me


quedo…

—Es verdad, es verdad, me ha convenido, estamos de acuerdo. Si te quedas


me tengo que sacar un bono para el dentista.
—Oye, y digo yo, ¿me has puesto un detective? ¿Cómo has dado con
nosotras?

—Puede, solo puede, que yo etiquetase al hotel en mis redes—me confesó


mi hermana sonriendo.

—Venga ya, guiri, perdóname, ¿no? Si yo solo te quiero a ti, que he sido
muy golfo y mírame, corriendo detrás de ti por toda España, como si me
hubieras embrujado o algo…

—Lo estás arreglando con lo de golfo…

—Pero que eso ya pasó a la historia, es porque ninguna me enamoró, todas


fueron un pasatiempo.

—Ya, ya, como la churrera, ¿no?

—A Puri no la mientes, que es capaz de aparecer también por aquí, esa es la


más arañada de todas. Y mucho más que lo van a estar porque pienso pasear
contigo por todo Sevilla cogiéndote por esta cinturita de guiri que me
llevas…

— ¿Y quién te ha dicho a ti que voy a volver a Sevilla? Eso ya es mucho


suponer.
—Chiquilla, es que está cantado, ¿tú cómo vas a volver a Pensilvania
pudiendo vivir en Sevilla? ¿En qué cabeza cabe eso?

—Oye, ¿los trastornos se contagian? Porque me da a mí que igual a ti te han


pegado uno…

—A mí lo único que me pegan son unos bofetones que no veas, me los das
tú… Pero vaya, que como si me quieres moler a palos, que de tu verita no
me muevo, pelirroja…

—Que yo no soy pelirroja…

—No, pero que no veas si juegas al despiste, chiquilla…

Pasamos de ser tres a ser cinco en la mesa. Ninguno se quiso perder la


posibilidad de ver cómo nos reconciliamos, porque lo cierto es que lo
hicimos…

Saber que Iván no renegó de mí me volvió a llenar de alegría y más cuando


no dudó en mover cielo y tierra para venir a confesármelo.

Tras la cena, todos terminamos bailando bachata en el chiringuito a ritmo de


Chayanne.

“Somos la copa y el vino


Tú y yo vamos juntos desde que nos vimos
Subimos, bajamos, lloramos, reímos
Y es que contigo, mi amor, todo me sabe mejor
Somos como una fogata
Quemamos la noche bailando bachata
La gente no entiende qué rayos me pasa
Y es que contigo, mi amor, todo me sabe mejor”

Daba igual qué bailáramos juntos, el asunto era que derrochábamos


complicidad cada vez que nos acercábamos.

Iván y yo terminamos besándonos al final de esa canción que las chicas


bailaron juntas, igual que Cristóbal y mi padre, quienes se mostraban muy
acaramelados a pesar de llevar toda la vida juntos...

En cuanto a Saray y a Rosalía, ellas tampoco salieron mal paradas, puesto


que un padre y un hijo que estaban allí las sacaron a bailar y también se
rieron muchísimo. Eran americanos y de color.

—De esto chitón, ¿eh? Ni una palabra a mi Tony, que después se me pone
tonto y yo ni me he arrimado ni nada. Bueno, un poquito, ¿y qué? Es que yo
nunca he bailado con alguien así y quería saber si era cierto eso de que
tienen una botella de Coca Cola de dos litros entre las piernas, ¿eh? Y sí,
que doy fe de que la tienen—decía Saray.

—Y yo también, yo también la doy—añadió Rosalía, quien estaba la mar de


cerquita del padre del chaval, quien parecía muy entusiasmado con ella.
Fue una preciosa noche que prolongamos durante un buen puñado de horas
en las que todos nos lo pasamos genial. Por suerte, pudieron alojarse en el
mismo hotel y tuve la oportunidad de disfrutar de una habitación a solas con
Iván, mientras que Saray se iba con las chicas, mi padre y Cristóbal
ocupaban otra y Rosalía… Rosalía acabó con Denzel, que así se llamaba el
padre de Harry, el muchacho que bailó con Saray y que también quiso
emparejarse con ella esa noche.

—Que te quites, leñe, que yo ya he comprobado todo lo que tenía que


comprobar. Será jibia, el tío… Que no, que yo ya he salido de dudas y que
me sigo quedando con la de mi Tony, que no será tan hermosa, pero es bien
juguetona… Que mi chico también tiene su punto con su moreno de albañil,
¿eh? ¿Tú qué te crees?

Eso sonaba en el pasillo a las tantas de la noche mientras Iván me cogía en


sus brazos y me metía en la cama con él.

—No te imaginas lo que le entró al tío cuando me di cuenta de que te habías


ido, guiri. Es que yo soy consciente de que a esto hay que darle una
solución porque yo no puedo estar sin ti, me consumo... Y a Pensilvania no
nos podemos ir, sería un crimen perdernos el solecito que hay en Sevilla…

— ¿Y todo eso lo tenemos que hablar ahora?

—Pues también tienes razón, que charlo mucho, ¿no?

—Un poquito, un poquito sí que charlas…


—Ay, chiquilla, si es que yo ya no puedo pensar más que en ti: en tus ojos,
en tu boca, en esa sonrisa que me llevas, en…

—Y en mi pelo—reí también.

—Y luego los cachondos somos nosotros. Ven aquí, guiri, ven aquí que no
veas las ganas que tiene el tío de cogerte. Pero cogerte, tú ya me entiendes,
como dirían los argentinos…
Capítulo 34

Ya que estábamos allí, nos quedamos unos días…

—Por mí como si nos quedamos dos meses, que Iván me ha prometido que
me pagará igual y encima estoy sin novio y sin niño—nos decía Saray en el
desayuno del día siguiente, el mismo al que llegó Rosalía acompañada de
Denzel.

—Pero bueno, cariño, ya era hora—le comentó mi padre muy contento.

—Eso digo yo, Paco, que entré a trabajar en el hostal cuando era una
chavala y parece que me secuestraste… No he tenido más vida que esa.

—Es verdad, corazón, tú te mereces que el maromo este se venga allí a vivir
contigo y te ponga un piso en toda la esquina de “La Campana”, para que
bajes a desayunar todos los días como una marquesa.

—Que dice que eso no puede, que es militar en Rota, pero que me lleva
para la base, Paco, ¿qué hago?
— ¿Y a mí me lo preguntas? Cógete al brazo ese que tiene, que parece un
jamón, y no lo sueltes ni por cachondeo. Ah, y búscale una novia al niño,
que va un poco salido… Que así se entretendrá y os dejará tranquilos.

—No, no, el niño se vuelve con su madre, que vive allí en Estados
Unidos… Ya, si eso, que venga a hacernos una visita de vez en cuando a la
base, que por lo visto hay allí muchos restaurantes y muchas cosas, Paco,
que no pienso ni volver a encender un fogón. Eso sí, ¿quién va a cuidar de
las plantas del patio?

—No te preocupes, que esas te las cuida Iván, que tiene mucha mano con
las macetas—le ofrecí con guasa.

—Paco, yo a tu niña la quiero con locura, pero un mijita de guasa tiene,


¿no?

— ¿Guasa mi niña? Cuidadito que yo por mi hija MA-TO, como Belén


Esteban.

—Pues a mí, mientras me quitéis al niñato este de encima. Anda que no es


pegajoso—se quejaba Saray porque Harry se le acercaba demasiado.

—Está quemando sus últimos cartuchos, ¿no ves que lo van a desterrar?—le
decía mi hermana—. Lo mandan de vuelta a Estados Unidos, al pobre…

—Al pobre dice, ¿y tú de dónde eres, criatura? —le pregunté yo y se murió


de la risa.
—Yo ya soy de Sevilla capital, no me quiero ir de allí.

— ¿Y Camila? ¿Tú eso lo has hablado con ella?

—Sí, que dice que también se queda… Que ella se busca un trabajito y que
de Sevilla no la mueve nadie. Está encantada.

—Niña, ¿tú tienes gracia para tirar cañas? Porque el tío ya está hablando
con Humberto para que te haga un huequecito en el bar—le ofreció Iván,
con tal de que se quedasen.

Camila, que iba cogiendo onda, se puso a aplaudir.

—Eso sí, me tendrás que empezar a hablar un poquito de sevillano, que en


inglés solo no puedes entenderte con los clientes, ¿qué me dices?

—Claro, miarma—le soltó Camila y nos revolcamos de la risa.

Iván ya lo tenía todo previsto. Mi padre le miraba y después a mí.

—Yo no digo nada, hija. Te puedes figurar la gracia que me hace que te
vuelvas a Pensilvania ahora que te he conocido. Lo que yo tengo es tuyo…
Incluso podría jubilarme antes y hacerte cargo del hostal, si es lo que te
gusta.
—No, papá, mi sueño siempre fue el de ser estilista, y ya tengo montado mi
salón allí.

—Pues lo traspasas y montas otro en pleno centro de Sevilla, guiri. Con


toda la gente que conocemos, vas a tener una fila en la puerta que parecerá
que estás regalando jamones de Jabugo—me sugirió Iván.

—No es mala idea. Rachel y Sheila estarían dispuestas a invertir si les


damos facilidades, Erika. Todo es hacer números—opinó Denise.

—Pero ¿tú te ves ya en Sevilla para siempre, mi niña?

— ¿Y qué me queda a mí fuera de Sevilla? Mi padre y ese, para venir a


verme, igual coge un avión que otro… A él no le va a asustar, es un hombre
de mundo.

—Entonces ya está todo hablado, asunto zanjado por el tío—hizo Iván


como que daba un martillazo en la mesa—. Siguiente asunto, ¿qué vamos a
hacer en estos días? Hay que aprovechar al máximo que estamos aquí en la
playita, que ya se acerca el verano en Sevilla y en nada estaremos
arrastrando la lengua, ¡se aceptan opiniones!

Desde hacer kayak y snorkel con tortugas, subir al Teide en teleférico,


tostarnos al solecito y dar alguna que otra clase de surf, Tenerife nos supuso
un paraíso terrenal en el que desconectar y en el que disfrutar de varias
jornadas en familia, una sensación desconocida para mí.
En cuestión de tan solo unos días, había encontrado un grupo de personas
en el que mi hermana y yo encajábamos a la perfección y que me resultaba
de lo más divertido, aparte de que me sentía cuidada y mimada. No solo
tenía un padre, una auténtica novedad para mi persona, sino que en Iván y, a
pesar de sus disparates, había encontrado el amor… Un amor honesto y
sincero que me ofreció sin reservas, pues su idea era que nos instalásemos
de momento todas en su ático, aunque ya en mi cabeza yo barajaba alguna
que otra idea que en poco tiempo materializaría.

Cuando las cosas encajan, encajan, y en aquellos maravillosos días que se


nos pasaron volando, tuve la oportunidad de comprobar que lo nuestro nacía
con los mejores visos. Ya no quedaba ningún secreto entre ambos, porque
los dos nos abrimos en canal con el otro… Y con Iván comenzaba una
nueva y emocionante vida que, estaba bien segura, se encontraría plagada
de risas, de muchas, muchas risas.

Volvimos a Sevilla unos días después con las pilas bien cargadas. De
Tenerife nos llevábamos un millón de imborrables recuerdos, porque en tan
idílica isla se le dio forma a un amor que nació en la capital andaluza, en
esa ciudad que me enamoró con su color especial y con sus personas,
también todas ellas especiales. Allí regresamos con la intención de iniciar
una nueva vida y allí volcamos todas nuestras ilusiones.
Capítulo 35

Algunas semanas después, nos despedíamos de mi padre, de Nieves y de


Humberto, su marido, que también era mi tío. No solo lo hacíamos las niñas
y yo, sino también Iván, quien se vino con nosotras a Pensilvania con la
idea de ayudarnos en todos los trámites, que incluían recoger todas nuestras
pertenencias y poner nuestra casa en venta.

Lo estuvimos pensando y, aunque en principio se estaban quedando con


nosotras en el ático, nada mejor que comprar un pisito en Sevilla en el que
Denise y Camila pudieran empezar su andadura en común. Eran muy
jóvenes y la vida podía llevarlas por camino muy diferentes, pero la idea era
tenerlas cerquita y que comenzasen a saborear las mieles de la
independencia, con lo mucha responsabilidad que eso implica.

— ¿Estás segura del paso que estás dando? Porque si no, ya sabes que en el
ático se pueden quedar todo el tiempo que quieran. Cerramos este piso y
santas pascuas—me decía él cuando llegamos a nuestra tierra.

—Mi madre hubiera querido que el dinero de su casa estuviera bien


invertido, pero le daría igual que lo hiciéramos aquí o en Pekín. Ella fue una
ciudadana del mundo por su trabajo como azafata, en ese sentido vivió
como un alma libre durante años.

—Es verdad lo que dice Erika—corroboró Denise—. Y, aparte, Camila y yo


prometemos ser formales. Estamos muy agradecidas por la confianza que
depositáis en nosotras al dejarnos vivir en el piso que compremos en
Sevilla.

—Mira qué formalita parece tu hermana ahora—me hacía ver él.

— ¿Y qué va a decir? Si para ella es un chollo… Ya verás las fiestas que


van a montar allí, al final poca formalidad quedará.

—Hombre, una fiestecita al año no hace daño, ¿no, Iván? Díselo tú a Erika.
O, mejor, cuando vaya a montarla, te aviso y te la llevas de Sevilla…

— ¿Tan gorda será que me tendré que ir hasta de Sevilla? Mira, Denise, que
me lo voy a pensar mejor…

—Que no, que no, normalitas. Solo lo decía porque tú te subes a la parra
muy pronto.

—Tendrás tú queja, anda que no he avanzado nada…

—Eso es verdad. Yo no sé qué te hizo el bicho ese, Erika, pero se llevó


miedos y dejó una versión renovada de ti mucho más guay—reconoció mi
hermanita.
—Y el tío también habrá tenido algo que ver, ¿no? —le preguntaba Iván,
quien se mostraba muy orgulloso de la influencia que decía ejercer en mí.
Yo no le daba la razón para no ponerle demasiado ancho, pero algo de eso sí
que había.

El piso tuvimos la suerte de que nos lo compró una vecina que lo quería
para su hijo, de manera que no tuvimos ni que sacarlo a la venta, y el
salón… El salón de belleza, tal como pensamos, se lo quedaron Rachel y
Sheila, quienes le habían cogido el tranquillo al asunto y estaban seguras de
que podrían defender el negocio.

Con todo el dinero que recuperamos, compramos un apartamento céntrico y


coqueto, cercano al ático, en el que se instalaron las niñas. Camila comenzó
a trabajar en el bar de Iván, del cual él se quedó como encargado, puesto
que Humberto por fin se decidió a jubilarse.

Denise y yo montamos un nuevo salón de belleza con una ubicación


privilegiada y desde el principio tuvimos un éxito rotundo. Iván no se
equivocó en eso de que él mismo, así como todos los demás, nos harían una
publicidad bárbara y ya desde la inauguración tuvimos que pensar en
contratar a alguien más porque era previsible que no diésemos abasto.

Raro era el día que mi padre no se acercaba por allí, a sacarme un ratito a
tomar un café. Él no se jubilaría de inmediato, pero sí que comenzó a
delegar y renovó el personal del hostal, dado que Rosalía se instaló en Rota
para darse “la vida padre”, como ella decía.
Con el dinerito que comenzamos a ganar, mi hermana y yo pensamos que
no era bueno lo de poner todos los huevos en la misma cesta, de forma que
le propusimos a Saray convertirnos en socias capitalistas de una academia
de baile flamenco que ella misma regentaría, para lo que comenzó a sacarse
su título.

El día de la inauguración, todos nos reunimos en torno a ella, y fue muy


emotivo porque le dio un ataque de llanto en el momento de agradecer la
oportunidad que le habían dado a “las guiris de su corazón”, como nos
llamó.

Iván, que era un torbellino, comenzó a corear nuestros nombres y allí se


formó la marimorena, como ellos decían. Por cierto, que yo pude comenzar
a dejar de usar peluca porque no moreno, sino rubio, pero mi pelo comenzó
a crecer poco a poco y los análisis revelaban que seguía limpia, con una
salud como un roble, lo que supuso el más bonito de los regalos que la vida
nos pudo hacer en aquellos meses, porque parece que estoy hablando de
toda una vida, pero cuanto estoy narrando se desarrolló en muy poquito
tiempo.

Iván y yo funcionábamos al compás, al mismo compás que se desprendía de


aquellas clases de flamenco a la que nosotras mismas, junto con Camila,
comenzamos a acudir con la idea de bailar sevillanas con total soltura en la
siguiente Feria de Abril… Y algunas veces teníamos la suerte de que mi
padre nos acompañaba a la guitarra, lo cual ya suponía una oportunidad
para disfrutar con él de algo tan andaluz que el hombre llevaba en la sangre,
¡si hasta las lágrimas le salían al verme bailar!
Todo apuntaba a que habíamos tomado la mejor de las decisiones, porque el
termómetro de nuestra felicidad estaba a reventar. Con Iván todo eran risas
y la vida a su lado se había convertido en la más romántica de las aventuras,
porque el tío, a pesar de todos los pesares, tenía su venita de romanticismo.
Epílogo

Dos años después…

Aquella fue una boda única, porque nos casábamos en plena Feria de Abril
y lo celebrábamos en la caseta de Humberto e Iván en la feria.

En el hostal de mi padre, donde me vestí, mi hermana fue la encargada de


peinarme, aparte de hacerme de dama de honor junto a Camila. En cuanto al
maquillaje, corrió a cargo de Sheila que, junto con Rachel, vino a verme
casar desde Pensilvania.

En el patio, Rosalía, que asistió con Denzel, con quien seguía feliz cual
perdiz, me colocó la cola del vestido mientras que mi padre agarró la
guitarra y, al tiempo que Camila y Denise derrochaban arte bailando, Saray
me dedicó la letra de unas sevillanas que nos hicieron llorar a todos.

“Mañana de boda llega


Abre la ventana, prima
Que vea la peluquera
Se alborotan las vecinas
Se desata la locura
Se desata la locura
Ponle bien el velo, prima
Que la está esperando el cura
La alegría se desborda
La está esperando el cochero
La está esperando el cochero
Y en los labios de su boca
Mi guiri lleva “un sí, quiero”
Que repiquen las campanas
Que ha pedido su mano ese Iván que tanto la ama
Y en la iglesia está esperando pá casarse con su amada”

Secándose las lágrimas, mi padre me ofreció el brazo para salir andando,


lleno de orgullo, hacia el coche de caballos que nos llevaría hasta la Iglesia
de La Magdalena, muy cerquita del Puente de Triana, ya que él acudió a la
Capilla del Dulce Nombre de Jesús, encomendándole mi salud, tras saber
por lo que había pasado.

Ya dentro de la iglesia, nos esperaban su madre, Nieves y un nerviosísimo


Iván, que no podía permanecer quieto en el sitio.

—Mira, mamá, ahí viene mi guiri. El tío es el más feliz del mundo y ella la
más bonita—le dijo mientras me enviaba un beso que me llegó directo
desde sus labios. Y eso que aún comenzaba a dar esos lentos pasos que, al
son de la marcha nupcial, me llevaban del brazo de mi padre al interior del
precioso templo en el que se celebraría la más emotiva de las bodas por
parte de un sacerdote, el padre Tomás, que no pudo echarle más humor al
asunto.

Antoñito, el niño de Saray, portaba los anillos, y como anécdota decir que
se puso a jugar con ellos en el suelo y que salieron rodando.

— ¡Te majo en el majador, Antoñito! ¡A ver si echas formalidad! —le soltó


su madre como si nadie más los estuviera escuchando, y claro, las risas se
generalizaron.

—De aquí a nada le estás dando tú dos o tres gritos a un churumbel


también, guiri mía—me decía Iván mientras las chispas saltaban de sus
ojos.

—Como salga a ti, ya te digo yo que sí—reía yo.

—Anda que no vas a estar orgullosa ni nada de otro tío en miniatura…

La ceremonia fue sencillamente maravillosa, tras la cual volvimos a subir


en coche de caballos para marcharnos a celebrar nuestra unión al recinto
ferial, donde causamos sensación.

Ninguno de nuestros seres queridos faltó y la celebración fue por sevillanas


en un maravilloso día en el que Sevilla lució un color todavía más
especial… El color esperanza, porque todo se volvió así para mí desde que
la pisé.
Por no faltar, no faltó ni Trevor, el padre de Denise, quien hizo muy buenas
migas con el mío, quién nos lo iba a decir tiempo atrás. Ambos coincidieron
en que, ya con mi melena rubia al viento, ese día era la viva imagen de mi
madre, de esa madre que, sin duda lo vio todo desde el cielo que tantas
veces surcó en avión y en el que se terminó quedando a vivir, porque una
buena madre como ella no podría estar en otro lugar.

Cielos, cómo habría disfrutado ella en esa Sevilla de la que se enamoró un


día y de la que yo también me había enamorado. Allí quería vivir y formar
mi propia familia, aparte de la que ya habíamos creado entre todos.

Mi vestido de novia, no hace falta ni decirlo, estaba inspirado en uno de


flamenca, igual que el del resto de los asistentes. Los hombres iban de corto
e Iván no paraba de alabar lo sexy que me quedaba el mío, en blanco
inmaculado y realzando cada una de las curvas de mi cuerpo.

—Guiri, eres la flamenca más guapa que ha pisado este albero—me decía
mientras se arrancaba por sevillanas conmigo.

Ningún otro escenario habría sido mejor para festejar nuestro enlace
matrimonial que ese Real de la Feria en el que estrenamos estado civil.

Unos años después de que todo empezara, de que mi vida se viera en


peligro, no solo había vencido a la enfermedad, sino que sellaba un amor
verdadero con Iván, el sevillano del que me declaraba profundamente
enamorada.
Lo que nos pudimos reír y lo que pudimos bailar mientras el vino fino iba
haciendo de las suyas en ese tablao…

Para siempre, en nuestras retinas, las escenas de una señalada fecha que
supuso para ambos el triunfo del amor, de un amor romántico que se vio
aderezado por el de todos los nuestros… Por el de todos aquellos que, entre
brindis, nos desearon lo mejor.

Mi ramo de novia, eso creo que no lo he comentado, fue a parar a manos de


Saray, quien por fin se casaba con Tony. Eso sí, Rosalía le pidió el relevo
porque tampoco tardaría en pasar por el altar con Denzel.

Denise y Camila eran muy jóvenes para plantearse algo así, pero su amor se
reafirmaba día a día y quién sabía dónde podría llegar…

Iván y yo salimos del recinto ferial bien entrada la madrugada y en coche de


caballos, en el cual y al grito de ¡Vivan los novios! — pues no faltó quien
nos vitoreó por muy tarde que fuese—, recorrimos Sevilla ya convertidos en
marido y mujer.

— ¡El tío lo ha conseguido! —exclamaba él mientras me besaba una y otra


vez.
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