Está en la página 1de 2

Aldo Rossi, autobiografía científica. Gustavo Gili 1984 (1981), pp.

Quizá parezca extraño que tanto Planck como Dante asocien su búsqueda científica y autobiográfica con la
muerte; una muerte, sin embargo, que es en cierta forma continuación de energía. De hecho, en todo artista o
técnico, el principio de continuidad de la energía se confunde con la búsqueda de la felicidad y de la muerte. Esa
búsqueda también está ligada, en arquitectura, al material y a la energía, y, sin advertir tal cosa, no puede
comprenderse construcción alguna, ni en sus aspectos técnicos, ni en los compositivos. Al utilizar cada material
debe atenderse a la construcción del lugar y a su transformación.
El doble significado, atmosférico y cronológico, del tiempo, es el principio que preside toda construcción; ese
doble sentido de la energía lo descubro ahora claramente en la arquitectura, del mismo modo que podría
hacerlo en otras técnicas o artes. En La arquitectura de la ciudad, mi primer libro, identificaba ese mismo
problema con el de las relaciones entre forma y función; la forma permanecía y determinaba la construcción en
un mundo en que las funciones estaban en perpetuo cambio; y con la forma variaba también el material. El
material de una campana podía convertirse en el de un obús, la forma de un anfiteatro en la de una ciudad, la
de una ciudad en un palacio. Escrito alrededor de mis treinta años, aquel libro me parecía definitivo y, aún hoy,
no han sido sus enunciados ampliados suficientemente. Más tarde advertí con claridad que en la obra latían
motivaciones mucho más complejas, especialmente a causa de las analogías que atraviesan todas nuestras
acciones.

Aldo Rossi, autobiografía científica. Gustavo Gili 1984 (1981), pp. 18

Una mañana, al pasar en vaporetto por el Canal Grande, alguien me señaló de repente la columna de Filarete y
el callejón del Duca, y las pobres casas construidas sobre los restos de lo que debería haber sido el ambicioso
palacio del señor milanés. Me gusta contemplar esta columna y su basamento, esta columna que es un principio
y un fin. Documento o reliquia del tiempo, me ha parecido siempre, en su absoluta pureza formal, un símbolo de
la arquitectura devorada por la vida que la rodea. He vuelto a ver la columna de Filarete en las ruinas romanas
de Budapest, en la transformación de algunos anfiteatros, pero, ante todo, como fragmento posible de mil
diferentes construcciones. También es probable que estime los fragmentos por las mismas razones por las que
siempre he pensado que el haber roto las relaciones con una persona constituye una condición favorable en el
momento del reencuentro. Es como una confidencia hecha a un fragmento de nosotros mismos.
Pero la cuestión del fragmento es muy importante en arquitectura, ya que quizá tan sólo por medio de las
destrucciones puedan explicarse absolutamente algunos sucesos. Fotografías de ciudades durante la guerra,
secciones de casas, juguetes rotos. Delfos y Olimpia. Siempre, incluso formalmente, me ha interesado esta
posibilidad de utilizar pedazos de mecanismos cuyo sentido general en parte ya se ha perdido. Pienso en una
unidad o en un sistema construido exclusivamente a base de fragmentos reunidos: quizá tan sólo un gran
impulso popular podría darles el sentido de un diseño de conjunto. Por ahora debemos detenernos en algunas
cosas. Sin embargo estoy convencido de que es más importante y, en última instancia, más hermosa, aquella
arquitectura que se muestra como totalidad, como proyecto global, como armazón. Pero obstáculos históricos -
en todo semejantes a síntomas y complejos psicológicos- impiden cualquier reconstrucción. Por eso creo que no
pueden darse compensaciones reales y que tan sólo es posible la simple adición de lógica y biografía.

Aldo Rossi, autobiografía científica. Gustavo Gili 1984 (1981), pp. 27-28

Lo buscaba en la historia, lo traducía en mi historia. Así, la tipología, la seguridad funcional, se extendían o


regresaban al mundo de los objetos: la casa de Borgo Ticino se refería a las cabañas de pescadores, al mundo del
lago y el río, a una tipología sin historia. He visto casas idénticas en el norte de Portugal, en Galveston, en Texas,
o junto al golfo de Méjico. Ahora me parece suficiente detener los objetos, comprenderlos, reproponerlos; el
racionalismo es tan necesario como el orden, pero cualquier orden puede ser trastornado por hechos externos
de tipo histórico, geológico, psicológico.
El tiempo de la arquitectura ya no se me aparecía con su doble naturaleza de luz y sombra, o como un
envejecimiento de las cosas, sino como un tiempo de desastres que arraiga en ellas.
Todo esto me ha conducido a la idea de identidad.
Y a la de la perdida de la identidad. La identidad es algo singular, típico, pero es también una elección. (…)
En La arquitectura de la ciudad hablé ya de las ciudades andaluzas; obras como la Alhambra de Granada o la
Mezquita de Córdoba, eran, para mí, el paradigma de una arquitectura que se transforma en el tiempo, que
puede reconocerse a la vez en espacios inmensos y en delicados detalles, que conforma la ciudad. Ahora estoy
convencido de que todas esas impresiones han encontrado un reflejo en mi arquitectura, y las relaciones
analógicas, las asociaciones entre cosas y situaciones, no han hecho sino aumentar en mis sucesivas estancias en
Andalucía, tal como en este momento, mezclando autobiografía e historia civil, emergen en mí las imágenes de
la estructura de la casa sevillana. (…)
Esta arquitectura recobrada forma parte de nuestra historia civil; las invenciones gratuitas desaparecen, forma y
función se identifican ahora en el objeto, el cual, pertenezca al campo o a la ciudad, no es sino una relación de
cosas; no existe pureza en el diseño sino como recomposición de esas cosas y, a fin de cuentas, el artista podría
escribir, como Benjamin: "Estoy deformado por mi relación con todo lo que me rodea”.

Aldo Rossi, autobiografía científica. Gustavo Gili 1984 (1981), pp. 76-77

Desde niño me sentí atraído por esos hechos centrales que parecen ofrecernos la clave incluso de los personajes
marginales del acontecimiento, y que, como los cuerpos y los materiales, reaccionan contra su propio
desarrollo. (…)
Este mismo interés me impulsó, en mi primera juventud, a estudiar química y biología, porque siempre he
creído que la mente y el cuerpo del hombre están muy ligados a su fantasía. Aún hoy me interesa más cualquier
libro de medicina que otro de psicología, sobre todo si es de esa psicología literaria que ha estado de moda en
los últimos años. Incluso las explicaciones de enfermedades a partir de motivos psicológicos me han parecido
siempre equivocadas; la enfermedad depende de una serie de defensas y resistencias del material que, bien
están ligadas a la naturaleza, bien a su historia, bien a la mecánica de su historia.
Por eso me han interesado especialmente, en los últimos años, los libros de inmunología. Llamó especialmente
mi atención una definición de lvan Roitt en su Essential immunology: "Memory, specificity, and the recognition
of 'non-self' -these lie at the heart of immunology" (La memoria, la especificidad y la capacidad de reconocer
estructuras químicas extrañas a la propia e individual constitución pueden ser considerados los aspectos
peculiares de la inmunología). La memoria y la especificidad como elementos para reconocerse a sí mismo y
reconocer lo extraño me parecieron las condiciones y explicaciones más evidentes de la realidad. No se da
especificidad sin memoria, ni memoria que no provenga de la especificidad. Tan sólo esa unión permite el
conocimiento de la propia individualidad y de su contrario (self y non-self).
Durante algunos años todo esto pareció responder a mis preguntas, a mi interés por las cosas, y, también, por la
arquitectura. La memoria se construía en su propia especificidad, y tal construcción, se defendiera o no de las
estructuras extrañas, tenía el poder de reconocerlas. Ahí se encontraba la relación del hombre con la ciudad,
con la construcción de su microclima, con su especificidad.

Aldo Rossi, autobiografía científica. Gustavo Gili 1984 (1981), pp. 97-98

Me gustan el principio y el fin de las cosas: pero sobre todo de las que se rompen y se recomponen, de las
operaciones arqueológicas y quirúrgicas. Muchas veces, a lo largo de mi vida, he estado internado en hospitales
por fracturas u otro tipo de accidentes que afectan a los huesos, y esto me ha proporcionado un sentido y un
conocimiento de la ingeniería del cuerpo que, de otro modo, no tendría.
Quizá el único defecto del fin y el principio es que son, en parte, un intermedio, es decir, que son previsibles. Y
lo más previsible es, por supuesto, la muerte.

También podría gustarte