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Ramón Zubieta y Les, nació en Arguedas (Navarra) el 31 de Agosto de

1864. Fue el menor de cuatro hermanos, dentro de un hogar y un


ambiente social en que la religión era parte fundamental del quehacer
de la vida diaria. Cuando apenas tenía nueve meses murió su padre
Joaquín. Bajo el cuidado materno de su madre Ramona, la devoción
mariana a la Virgen del Yugo, patrona de su pueblo, y el ambiente de
utopía misionera que por esos años se vivía en el pueblo navarro
encontró su propia vocación misionera.

En el convento de Ocaña, de la Provincia dominicana de Filipinas,


dedicada primordialmente a la Evangelización misionera en Filipinas y
China, inició el noviciado el año 1881. Sus estudios de filosofía y
parte de los de teología los realizó en Ávila. Completó su formación
teológica en Manila, donde fue ordenado sacerdote en marzo de
1889.

De inmediato inició su trabajo misionero, tratando de establecer


contacto con los peligrosos grupos de tagalos e igorrotes, sufriendo
una dura prisión y peligrando su vida durante dieciocho meses. En
1901, apenas conseguida su liberación, fue elegido para poner en
marcha el nuevo Vicariato Misionero en el sur-oriente peruano,
asignado a la Orden Dominicana por la Sagrada Congregación para la
Propagación de la Fe. Tenía entonces 36 años.

El 21 de Febrero de 1902 desembarcó en Lima con dos frailes, que


había conseguido a su paso por España camino del Perú, los Padres
José Mª Palacio y Francisco Cuesta. El P. Zubieta y sus dos
compañeros tenían ante sí, y para ellos solos, un variado y
complicado territorio, predominantemente selvático, de 130.000 Km 2,
situado en torno a la cuenca de dos grandes ríos: el Urubamba y el
Madre de Dios. En ese amplio territorio estaban dispersos alrededor
de veinte mil selvícolas, que por lo general evitaban el contacto con
cualquier presencia extraña a los de su grupo, debido a dramáticas
experiencias que les habían causado innumerables sufrimientos.

La tarea misionera se presentaba poco menos que imposible para tan


reducido grupo de misioneros, lo cual supuso para el P. Zubieta una
seria preocupación y un cúmulo de sufrimientos, a pesar de la
inestimable ayuda que desde la Provincia del Perú recibió, pues un
generoso grupo de dominicos acudió a echarle una mano.
Sobreponiéndose a estas dificultades, en 1902 estableció un puesto
misionero en cada una de las dos cuencas misioneras: Chirumbia, en
la del río Urubamba, y la Asunción, en el río Madre de Dios.

Dada la gravedad de la situación del recién nacido Vicariato, el


Maestro de la Orden, P. Jacinto M. Cormier, acudió a la Provincia de
España proponiéndole que asumiera como propia la tarea
evangelizadora del nuevo Vicariato Misionero. En 1906 el P. Zubieta
recibió con alegría al primer grupo de seis misioneros enviados por
esta Provincia.
Con rapidez y decisión el P. Zubieta inició y se puso al frente del
pequeño grupo misionero en una de sus más difíciles tareas: explorar
y conocer el amplio y complicado territorio del Vicariato Misionero.
Aunque sólo fuera por este trabajo merecería que se le reconociera –
como así fue– como una de las personas más importantes que ha
contribuido al desarrollo y promoción humano-religiosa de las gentes
que poblaban estas zonas peruanas olvidadas y desconocidas.

Los numerosos y complicados problemas se le multiplicaron al P.


Zubieta a medida que trataba de ir avanzando para poner en marcha
el funcionamiento del nuevo Vicariato Misionero: estructuración de los
enclaves misioneros en lugares de la selva de muy difícil
comunicación; proyectos evangelizadores con un imprescindible
número de misioneros para poder llevarlos a cabo; recursos
económicos para poder responder minimamente a las necesidades
más elementales de los puestos misioneros, y un largo etcétera de
imprevisibles problemas que surgían en el momento menos pensado.

En 1912 logró la adquisición del Santuario de Santa Rosa de Lima,


para atender y fomentar el culto a esta santa peruana, construir en
sus inmediaciones un convento de acogida de los misioneros llegados
de España, centro gestor del Vicariato, y casa de descanso y
restablecimiento de la salud de los misioneros.

En 1913 fue consagrado obispo en Roma, y nombrado primer Vicario


Apostólico de las Misiones de Santo Domingo del Urubamba y Madre
de Dios. Ese mismo año fundó la Congregación de las Dominicas del
Santísimo Rosario. Para la nueva congregación adquirió el Convento
del Patrocinio de Lima.

En 1919 fundó la revista Misiones Dominicanas, que recogerá


documentos de inestimable valor para reconstruir la historia del
Vicariato. En ella podemos leer los relatos testimoniales de los
mismos misioneros.

Como su salud se había deteriorado, debido a la acumulación de


problemas de todo tipo y de los esforzados y apasionantes trabajos
misioneros de la puesta en marcha del Vicariato, falleció
inesperadamente en la casa de las Misioneras Dominicas de Huacho
el 19 de noviembre de 1921. Tenía 57 años intensamente vividos al
servicio del Evangelio.

A su muerte dejaba abiertas ocho casas de misión en el Vicariato, con


21 misioneros. Por su parte, la Congregación de Misioneras Dominicas
por él fundadas tenía consolidadas siete comunidades, contando con
60 religiosas profesas.

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