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CATEQUESIS PARA PADRES

PARROQUIA JESÚS ARTESANO

SUPLEMENTO N° 3
SANTOS PERUANOS

LA VIDA DE LOS SANTOS MANIFIESTA LA GLORIA DE DIOS,


YA QUE EN ELLOS RECONOCEMOS EL PODER DE DIOS QUE
LOS CORONA CON SU GRACIA. ELLOS NOS ANIMAN CON EL
EJEMPLO DE SU VIDA Y NOS OFRECEN LA AYUDA DE SU
INTERCESIÓN. LA IGLESIA QUE PEREGRINA EN EL PERÚ
TIENE UN GRAN TESORO: SUS SANTOS.

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO

Nació en España hacia 1538, y estudió derecho en Salamanca. En 1580


fue nombrado Arzobispo de Lima y partió para América. Lleno de celo
apostólico, celebró frecuentes sínodos y concilios con el fin de
promover la vida cristiana en la Iglesia a él
encomendada y que abarcaba buena parte de
Sudamérica. Defendió con valentía los derechos
de la Iglesia ante el estado y la atendió con
solicitud, especialmente en los más necesitados,
entregando su vida en agotadoras visitas
pastorales por sus inmensos territorios. En 1591
fundó el primer seminario de América. Murió en
1606 y fue canonizado en 1726. Es patrón del
episcopado latinoamericano.
SAN FRANCSCO SOLANO

Nació en Montilla (Córdoba) en 1549. Vistió


el hábito franciscano. Ordenado sacerdote,
se entregó de lleno a la predicación, con gran
fruto. El celo ardiente de la salvación de las
almas lo llevó a Sudamérica. En Lima, y en
Tucumán (Argentina) predicó el Evangelio y
trabajó incansablemente, sobre todo en
favor de los nativos y más pobres. La alegría
espiritual y el fervor de su predicación, lo
caracterizaron. Agotado por largas fatigas y
penitencias, murió lleno de gozo tras una larga enfermedad en Lima,
en 1610. Fue canonizado por Benedicto XIII.

SAN MARTÍN DE PORRES

Martín de Porres nació en Lima en 1579. Era ayudante de barbero


cirujano, cuando pidió entrar en la Orden de santo Domingo y fue
recibido en el convento de Nuestra Señora del Rosario, en Lima, donde
más tarde fue admitido a la profesión de los votos solemnes en 1603.
Dotado de admirable sencillez, inocencia y fe, y destinado a humildes
oficios, fue ensalzado por Dios con dones y carismas celestiales como
bilocación, levitación y éxtasis, señal de su grandísima unión con Dios.
Fue ardoroso en la devoción al sacramento de la
Eucaristía y a la pasión del Redentor. Deseaba ser
misionero en el Japón para poder derramar su
sangre por la fe y, mientras, vivió plenamente
entregado a obras de caridad y servicio médico,
con los frailes y con los pobres, especialmente con
los enfermos. Amaba el ayuno, las penitencias
durísimas y la oración, principalmente de noche, a
ejemplo del Señor, sacando de ella las luces que
iluminaban maravillosamente sus conocimientos de
la doctrina cristiana. Estuvo unido en fraterna amistad con san Juan
Macías y santa Rosa de Lima, que acudió frecuentemente a él en busca
de ayuda, y con san Francisco Solano y santo Toribio de Mogrovejo.
En su caridad universal, que llegaba a la máxima delicadeza incluso con
los animales, hay una señal de la presencia de Dios en los humildes y
caritativos. Murió en Lima el 3 de noviembre de 1639. Gregorio XVI
lo declaró beato en 1837, y fue canonizado por Juan XXIII, el 6 de
mayo de 1962.

SAN JUAN MACÍAS

Nació en Ribera del Fresno (España) en 1585.


Quedó huérfano a los cuatro años y desde muy
niño fue dedicado al oficio de pastor, cuando ya su
vida estaba marcada por una primera educación en
familia llena de especial devoción a la Virgen
María, especialmente mediante el rezo del rosario.
Emigrante hacia América del Sur, llegó a Lima, en
donde pidió el hábito de hermano dominico, en el
convento de Santa María Magdalena en 1622,
cuando contaba 37 años. Su vida se distingue por
una gran pobreza, humildad y caridad. Fue portero del convento
durante 22 años y desde ese puesto ejerció una increíble obra de
beneficencia material y espiritual, con sus limosnas y con su rosario;
ofrecido por los pecados propios, por los de los demás y en sufragio
de las almas del purgatorio. Tuvo también mucho influjo en la ciudad
con sus consejos. Vivió en gran amistad y comunicación con san Martín
de Porres y santa Rosa de Lima. Al igual que san Martín, sufrió, con
valentía, injurias y calumnias por su caridad heroica con los
necesitados. Murió en Lima el 15 de septiembre de 1645. Fue
beatificado por Gregorio XVI en 1813, y canonizado por san Pablo VI
el 28 de septiembre de 1975.
SANTA ROSA DE LIMA

Isabel Flores de Oliva, que por su belleza recibió popularmente el


nombre de «Rosa», nació en Lima en 1586. Fue celebrada como la
primera flor de santidad de América, insigne por la fragancia de su
penitencia y oración. Dotada de brillantes cualidades y dones de
ingenio, se consagró al Señor con voto de virginidad. Sentía una
profunda veneración por santa Catalina de Siena, que luego, siguiendo
el camino de Dios para ella, la llevó a ingresar en la Orden seglar
dominica. Era muy amante de la soledad y dedicaba gran parte del
tiempo a la divina contemplación en su casa, deseando introducir
también a otros en los secretos de la oración, divulgando para ello
libros espirituales, e incluso, animando a los sacerdotes para que
atrajeran a todos al amor de la oración. Retirada casi siempre en una
pequeña ermita del huerto de sus padres, abría, sin embargo, su alma
a la obra misionera de la Iglesia con un celo ardiente por la salvación
de los pecadores y de los indígenas, por los que deseaba dar su vida y
se entregaba a voluntarias y duras penitencias para ganarlos a Cristo,
«doliéndose de que como mujer no pudiera aplicarse al ministerio
apostólico». Durante quince años soportó gran aridez espiritual como
crisol purificador. Con profunda conciencia de los males del pecado,
«deseaba hacerse piedras y cal para poder cerrar a todos la puerta
del infierno». También se destacó por sus obras de misericordia con
los necesitados y oprimidos.
Rosa ardía en vivo amor a Jesús en la Eucaristía, y
en honda piedad para con su santísima Madre, cuyo
rosario se esforzaba en propagar con infatigable
celo, estimando que todo cristiano «debe
predicarlo con la palabra y tenerlo grabado en el
corazón». Murió a los 31 años en Lima, el 24 de
agosto de 1617. Fue beatificada por Clemente IX
en 1668 y canonizada por Clemente X el 12 de abril
de 1671, y toda la América Meridional y Filipinas la
veneran como patrona.

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