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Las ventanas

rotas

Hace 65 años, en la Universidad de Stanford, el profesor Philip Zimbardo realizó un


singular y muy significativo experimento de psicología social. Éste consistió en dejar
dos autos abandonados en la calle, idénticos, de la misma marca, del mismo modelo,
y del mismo color. Se dejó uno en el Bronx, en aquel entonces una zona pobre y
peligrosa de New York; el otro, se dejó en Palo Alto, una zona rica, residencial y
tranquila en California. Dos autos idénticos y abandonados, dos poblaciones totalmente
diferentes. Resultó que el auto abandonado en el Bronx, comenzó a ser vandalizado
pocas horas más tarde: le robaron los espejos, la radio, las llantas; hasta que no quedó
nada, todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no pudieron llevarse, lo destruyeron.
En cambio, el auto abandonado en Palo Alto, se mantuvo intacto. Podríamos,
equivocadamente afirmar, a priori, que esto obedece a una sencilla explicación,
atribuyendo a la pobreza la causa fundamental del delito; y nos habríamos equivocado.
El experimento no terminó allí. Cuando el vehículo abandonado en el Bronx estaba
totalmente desecho, y el de Palo Alto estaba impecable, los investigadores
decidieron romper una de las ventanas del carro de Palo Alto. El resultado fue que se
desató exactamente el mismo proceso observado en el Bronx, de tal manera que el
robo, la violencia y el vandalismo redujeron al vehículo a un estado similar de deterioro
y destrucción que el que presentaba aquel en el barrio pobre. ¿Qué había pasado? Era
evidente que lo ocurrido no tenía nada que ver con la pobreza, pero sí con la
psicología, la conducta humana, y las relaciones interpersonales a nivel social.
Ocurre que la ventana rota del auto abandonado transmitió a la psiquis colectiva una
poderosa idea de deterioro, abandono, desinterés y despreocupación; activó nuevos
códigos de conducta, y desactivó los códigos de convivencia habitual, tales como la
ley, las normas, las reglas, y las relaciones saludables, disparando más bien una
sensación de que el objeto vandalizado no valía nada, y podía ser blanco de una
violencia irracional.

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Experimentos similares de diversos investigadores a través del tiempo, han
desarrollado “la teoría de las ventanas rotas”, muy utilizado en criminología, y
que concluye que el delito es mayor en zonas donde el descuido, la suciedad, el
desorden, el abuso, el maltrato y la desconsideración por el prójimo, son mayores.
Un experimento simple indica, que, si por casualidad se rompe una ventana en
una casa, y pasa el tiempo y nadie la repara, pronto, muchas ventanas en
diferentes casas estarán en la misma condición. Si una comunidad, sea cual
fuere, exhibe signos de deterioro, que parecen no importarle a nadie, entonces
estos crean las condiciones para que surja y prospere lo antisocial. Lo mismo
ocurre con conductas, como, por ejemplo, estacionarse en lugares prohibidos,
exceder el límite de velocidad, o pasarse una luz roja; si estas “pequeñas fallas”, no
son inmediatamente sancionadas, entonces se convertirán en parte de la rutina
cotidiana, e irán conduciendo, como a poco, a faltas más graves. La ausencia de
parques, jardines públicos y privados, ornamentación ciudadana como estatuas y
monumentos, la presencia de calles descuidadas y sucias, de terrales yermos,
montañas de basura, de zonas mal iluminadas, constituyen áreas que pronto
caerán en manos de la delincuencia. La conclusión final es que, ante el descuido,
el deterioro y el desorden, crecen los males sociales y se deteriora
rápidamente la conducta individual y colectiva de la comunidad.
Lo mismo ocurre en las empresas. Un área de trabajo limpia, ordenada,
estructurada, invita al respeto, el compromiso y la productividad. A nivel de
relaciones interpersonales, cuando éstas son saludables, se genera empatía,
colaboración, apoyo, trabajo en equipo y liderazgo, surgiendo la sinergia y
reforzando los principios y valores de la convivencia humana. La mejor actitud
que podemos mostrar, si queremos alcanzar altos niveles de productividad, en
una operación segura y con excelente clima laboral, es la de fomentar entre
nosotros relaciones sanas, respetuosas, humanas y empáticas. Toda forma de
violencia, abuso, incomprensión, desprecio, segregación, soberbia, ocultamiento
de la verdad o sensación de injusticia, actúa como disparador, a través de ciertos
códigos psicológicos, de conductas indeseables, que rápidamente nos alejan de la
colaboración productiva, y nos llevan a la violencia, el egoísmo, la desidia y la falta
de compromiso.

“Somos lo que hacemos


repetidamente. La
excelencia entonces no es
un acto, sino un hábito”.

Aristóteles

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