Está en la página 1de 32

JOHN LOCKE

SEGUNDO TRATADO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL

CAPÍTULO II. DEL ESTADO DE NATURALEZA

4. Para ent ender rect ament e el poder pol ít ico, y derivarlo de su origen, debemos
considerar en qué est ado se hall an nat ural ment e l os hombres t odos, que no es ot ro
que el de perf ect a l ibert ad para ordenar sus acciones, y disponer de sus personas y
bienes como l o t uvieren a bien, dent ro de los l ímit es de l a l ey nat ural , sin pedir
permiso o depender de l a vol unt ad de ot ro hombre al guno.

Est ado t ambién de igualdad, en que t odo poder y j urisdicción es recíproco, sin que al
uno compet a más que al ot ro, no habiendo nada más evident e que el hecho de que
criat uras de l a misma especie y rango, revuel t ament e nacidas a t odas e idént icas
vent aj as de l a Nat ural eza, y al l iso de l as mismas f acul t ades, deberían asimismo ser
igual es cada una ent re t odas l as demás, sin subordinación o suj eción, a menos que el
señor y dueño de ell os t odos est abl eciere, por cual quier manif iest a decl aración de su
vol unt ad, al uno sobre el ot ro, y l e conf iriere, por nombramient o cl aro y evident e,
derecho indudabl e al dominio y soberanía.

5. Est a igual dad de los hombres según l a nat uraleza, por t an evident e en sí misma y
f il era de duda l a considera el avisado Hooker, que es para él f undament o de esa
obl igación al amor mut uo ent re los hombres en que sust ent a l os deberes recíprocos y
de donde deduce l as grandes máximas de l a j ust icia y caridad. Est as son sus pal abras:

"La propia inducción nat ural l l evó a los hombres a conocer que no es menor
obl igación suya amar a l os ot ros que a sí mismos, pues si se para mient es en cosas de
suyo igual es, una sol a medida deberán t ener; si no puedo menos de desear que t ant o
bien me viniere de cada hombre como acert are a desear cada cual en su al ma,
¿podría yo esperar que al guna part e de t al deseo se sat isf iciera, de no hall arme
pront o a sat isf acer ese mismo sent imient o, que indudabl ement e se hal l a en ot ros
f l acos hombres, por ser t odos de una e idént ica nat ural eza? Si al go l es procuro que a
su deseo repugne, el lo debe, en t odo respect o, agraviarl es t ant o como a mí; de
suert e que si yo dañare, deberé esperar el suf rimient o, por no haber razón de que
me pagaren ot ros con mayor medida de amor que l a que yo l es most rare; mi deseo,
pues, de que me amen t odos mis igual es en nat ural eza, en t oda l a copia posibl e, me
impone el deber nat ural de mant ener pl enament e hacia el l os el mismo af ect o. De
cuya rel ación de igualdad ent re nosot ros y los que como nosot ros f ueren, y de l as
diversas regl as y cánones que l a razón nat ural ext raj o de el l a, no hay desconocedor. "

6. Pero aunque est e sea est ado de l ibert ad, no lo es de l icencia. Por bien que el
hombre goce en él de l ibert ad irrefrenabl e para disponer de su persona o sus
posesiones, no es l ibre de dest ruirse a sí mismo, ni siquiera a criat ura al guna en su
poder, a menos que l o recl amare al gún uso más nobl e que el de l a mera
preservación. Tiene el est ado de nat ural eza l ey nat ural que l o gobierne y a cada cual
obl igue; y l a razón, que es dicha l ey, enseña a t oda l a humanidad, con sól o que ést a
quiera consul t arl a, que siendo t odos igual es e independient es, nadie, deberá dañar a
ot ro en su vida, sal ud, l ibert ad o posesiones; porque, hechura t odos l os hombres de
un Creador t odopoderoso e inf init ament e sabio, servidores t odos de un Dueño
soberano, enviados al mundo por orden del El y a su negocio, propiedad son de Él , y
como hechuras suyas deberán durar mient ras El, y no ot ro, gust are de ell o. Y pues
t odos nos descubrimos dot ados de iguales f acul t ades, part icipant es de
l a comunidad de l a nat ural eza, no cabe suponer ent re nosot ros una subordinación t al
que nos aut orice a dest ruirnos unos a ot ros, como si est uviéramos hechos l os de acá
para l os usos de est ot ros, o como para el nuest ro han sido hechas l as cat egorías
inf eriores de l as criat uras. Cada uno est á obl igado a preservarse a sí mismo y a no
abandonar su puest o por propio al bedrío, así pues, por l a misma razón, cuando su
preservación no est á en j uego, deberá por t odos l os medios preservar el rest o de l a
humanidad, y j amás, sal vo para aj ust iciar a un criminal , arrebat ar o menoscabar l a
vida aj ena, o lo t endent e a l a preservación de el l a, l ibert ad, sal ud, int egridad y
bienes.

7. Y para que, f renados t odos los hombres, se guarden de invadir l os derechos aj enos
y de hacerse daño unos a ot ros, y sea observada l a l ey de nat ural eza, que quiere l a
paz y preservación de l a humanidad t oda, l aej ecución de l a l ey de nat ural eza se hall a
conf iada, en t al est ado, a l as manos de cada cual , por l o que a cada uno al canza el
derecho de cast igar a l os t ransgresores de dicha l ey hast a el grado necesario para
impedir su viol ación. Porque sería l a l ey nat ural , como t odas l as demás l eyes que
conciernen a l os hombres en est e mundo, cosa vana, si nadie en el est ado de
nat ural eza t uviese el poder de ej ecut ar dicha l ey, y por t ant o de preservar al
inocent e y f renar a l os t ransgresores; mas si al guien pudiere en el est ado de
nat ural eza cast igar a ot ro por al gún daño comet ido, t odos los demás podrán hacer lo
mismo. Porque en dicho est ado de perf ect a igual dad, sin espont ánea producción de
superioridad o j urisdicción de unos sobre ot ros, l o que cualquiera pueda hacer en
seguimient o de t al l ey, derecho es que a t odos precisa.

8. Y así, en el est ado de nat uraleza, un hombre consigue poder sobre ot ro, mas no
poder arbit rario o absol ut o para t rat ar al criminal , cuando en su mano l e t uviere,
según l a apasionada vehemencia o il imit ada ext ravagancia de su albedrío, sino que l e
sancionará en l a medida que l a t ranquil a razón y conciencia det erminen l o
proporcionado a su t ransgresión, que es lo necesario para el f in reparador y el
rest rict ivo. Porque t al es son l as dos únicas razones por l as cual es podrá un hombre
l egal ment e causar daño a ot ro, que es lo que l l amamos cast igo. Al t ransgredir l a l ey
de l a nat ural eza, el del incuent e pregona vivir según una norma dist int a de aquel l a
razón y equidad común, que es l a medida que Dios puso en l as acciones de l os
hombres para su mut ua seguridad, y así se conviert e en pel igroso para l a est irpe
humana; desdeña y quiebra el víncul o que a t odos asegura cont ra l a viol encia y el
daño, y el l o, como t ransgresión cont ra t oda l a especie y cont ra l a paz y seguridad de
el l a, procurada por l a l ey de nat ural eza, aut oriza a cada uno a que por dicho mot ivo,
según el derecho que l e asist e de preservar a l a humanidad en general , pueda
sof renar, o, donde sea necesario, dest ruir cuant as cosas l es f ueren nocivas, y así
causar t al daño a cualquiera que haya t ransgredido dicha l ey, que l e obl igue a
arrepent irse de su mal hecho, y alcance por t ant o a disuadirl e a él y, mediant e su
ej emplo, a los ot ros, de causar mal hechos t al es. Y, en est e caso, y en t al t erreno,
t odo hombre t iene derecho a cast igar al del incuent e y a ser ej ecut or de l a l ey de
nat ural eza.

9. No dudo que ést a ha de parecer muy ext raña doct rina a al gunos hombres; pero
deseo que los t al es, ant es de que l a condenaren, me resuel van por qué derecho
puede al gún príncipe o est ado condenar a muert e o cast igar a un ext ranj ero por
cual quier crimen que comet a en el país de aquél los. Es evident e que sus l eyes no han
de alcanzar al ext ranj ero en virt ud de sanción al guna conseguida por l a vol unt ad
promul gada de l a l egisl at ura. Ni a él se dirigen, ni, si l o hicieren, est á él obl igado a
prest arl es at ención. La aut oridad l egisl at iva por l a que alcanzan poder de obl igar a
l os propios súbdit os no t iene para aquél ese poder. Los invest idos del supremo poder
de hacer l as l eyes en Ingl at erra, Francia u Hol anda no son, para un indio, sino gent es
comunes de l a t ierra, hombres sin aut oridad. Así pues, si por l ey de nat ural eza no
t uviera cada cual el poder de cast igar l os del it os cont ra el l a comet idos, según
j uiciosament e ent ienda que el caso requiere, no veo cómo l os magist rados de
cual quier comunidad podrían cast igar a un nat ivo de ot ro país, puest o que, con
rel ación a él , no sabrán al egar más poder que el que cada hombre poseyere
nat ural ment e sobre ot ro.

10. Además del crimen que consist e en viol ar l as l eyes y desviarse de l a rect a norma
de l a razón, por l o cual el hombre en l a medida de su f echoría se conviert e en
degenerado, y manif iest a abandonar l os principios de l a nat ural eza humana y ser
nociva criat ura, se causó, comúnment e, daño; y una u ot ra persona, al gún ot ro
hombre, es perj udicado por aquel l a t ransgresión; caso en el cual , quien t al perj uicio
hubiere sufrido, t iene (además del derecho de cast igo que compart e con los demás
hombres), el part icul ar derecho de obt ener reparación del dañador. Y cual quier ot ra
persona que l o j uzgare j ust o podrá t ambién unirse al damnif icado, y ayudarl e para
recobrar del del incuent e t ant o cuant o f uere necesario para l a reparación del daño
producido.

11. Por l a dist inción ent re esos dos derechos (el de cast igar el del it o, para l a
rest ricción y prevención de dicha culpa, el cual a t odos asist e; y de cobrar
reparación, que sólo pert enece a l a part e damnif icada) ocurre que el magist rado -
quien por ser t al asume el común derecho de cast igo, puest o en sus manos-, pueda a
menudo, cuando no demandare el bien públ ico l a ej ecución de l a l ey, perdonar el
cast igo de of ensas del ict ivas por su propia aut oridad, pero de ningún modo perdonará
l a reparación debida a part icul ar al guno por el daño que hubiere suf rido. Porque
quien el daño suf riera t endrá derecho a demandar en su propio nombre, y él sol o
puede perdonar. La persona damnif icada t iene el poder de apropiarse l os bienes o
servicio del del incuent e por derecho de propia conservación, como t odo hombre
t iene el de cast igar el crimen en evit ación de que sea comet ido de nuevo, por el
derecho que t iene de preservar a t oda l a humanidad, y hacer cuant o razonabl ement e
pudiere en orden a t al f in. El lo causa que cada hombre en est ado de nat ural eza
t enga derecho a mat ar a un asesino, t ant o para disuadir a l os demás de comet er igual
del it o (que ninguna reparación sabría compensar) mediant e el ej emplo del cast igo
que por part e de t odos l es esperara, como t ambién para resguardar a l os hombres
cont ra l os int ent os del criminal quien, al haber renunciado a l a razón, regl a y medida
común por Dios dada a l a humanidad, decl aró, por l a inj ust a viol encia y mat anza de
que a uno hizo obj et o, guerra a l a humanidad t oda, lo que l e merece ser dest ruido
como l eón o t igre, como una de esas f ieras salvaj es con quienes no van a t ener l os
hombres sociedad ni seguridad. Y en el l o se f unda est a gran l ey de, nat ural eza: "De
quien sangre de hombre vert iere, vert ida por hombre l a sangre será. " Y Caín est aba
t an pl enament e convencido de que t odos y cada uno t enían el derecho de dest ruir a
t al criminal que, después de asesinar a su hermano, excl amó: "Cualquiera que me
hal l are me mat ará"; t an cl arament e est aba ese principio escrit o en l os corazones de
t oda l a est irpe humana.

12. Por igual razón puede el hombre en est ado de nat ural eza cast igar l as inf racciones
menores de est a l ey; y acaso se me pregunt e ¿con l a muert e? Responderé: Cada
t ransgresión puede ser cast igada hast a el grado, y con t ant a severidad, como bast are
para hacer de ell a un mal negocio para el of ensor, causar su arrepent imient o y, por
el espant o, apart ar a l os demás de t al acción. Cada of ensa que se ll egare a comet er
en el est ado de nat ural eza puede en él ser cast igada al igual, y con el mismo
al cance, que en una nación. Pues aun cayendo f il era de mi act ual obj et o ent rar aquí
en l os det all es de l a l ey de nat ural eza, o sus medidas de cast igo, es cosa ciert a que
t al l ey exist e, y que se muest ra t an int el igibl e y cl ara a l a criat ura racional y de t al
l ey est udiosa, como l as l eyes posit ivas de l as naciones; es más, posibl ement e l as
venza en cl aridad; por cuant o es más f ácil ent ender l a razón que los caprichos e
int rincados art if icios de los hombres, de acuerdo con ocul t os y cont rarios int ereses
puest os en pal abras; como ciert ament e son gran copia de leyes posit ivas en l as
naciones, sól o j ust as en cuant o est én f undadas en l a l ey de nat ural eza, por l a que
deberán ser regul adas e int erpret adas.

13. A esa ext raña doct rina -est o es: Que en el est ado de nat ural eza el poder
ej ecut ivo de l a l ey nat ural a t odos asist a- no dudo que se obj et e que hubiere
sinrazón en que los hombres f ueran j ueces en sus propios casos, pues el amor propio
l es hace parcial es en l o suyo y de sus amigos, y, por ot ra part e, l a incl inación aviesa,
ira y venganza l es ll evaría al exceso en el cast igo aj eno, de l o que sólo conf usión y
desorden podría seguirse; por lo cual Dios ciert ament e habría designado a quien
gobernara, para rest ringir l a parcial idad y vehemencia de los hombres, sin
dif icul t ad concedo que l a gobernación es apt o remedio para l os inconvenient es del
est ado de nat ural eza, que ciert ament e serán grandes cuando los hombres j uzgaren
en sus propios casos, ya que es f ácil imaginar que el que f ue inj ust o hast a el punt o de
agraviar a su hermano, dudoso es que l uego se t rueque en t an j ust o que así mismo se
condene. Pero deseo que l os que t al obj eción formul an recuerden que l os monarcas
absol ut os no son sino hombres; y si el gobierno debe ser el remedio de mal es que
necesariament e se siguen de que l os hombres sean j ueces en sus propios casos, y el
est ado de nat ural eza no puede ser, pues t olerado, quisiera saber qué cl ase de
gobierno será, y hast a qué punt o haya de mej orar el est ado de nat ural eza, aquél en
que un hombre; disponiendo de una muchedumbre, t enga l a l ibert ad de ser j uez en
su propio caso, y pueda obl igar a t odos sus súbdit os a hacer cuant o l e pl uguiere, sin
l a menor pregunt a o int ervención por part e de quienes obran al al bedrío de él ; y si
en cuant o hiciere, ya l e guiaren razón, error o pasión, t endrá derecho a l a docil idad
de t odos, siendo así que en el est ado de nat ural eza l os hombres no est án de t al
suert e somet idos uno a ot ro, supuest o que en dicho est ado si quien j uzga lo hiciere
mal ament e, en su propio caso o en ot ro cual quiera, será por el lo responsabl e ant e el
rest o de l a humanidad.

14. Levánt ase a menudo una f uert e obj eción, la de si exist en, o exist ieron j amás,
t al es hombres en t al est ado de nat ural eza. A l o cual puede bast ar, por ahora, como
respuest a que dado que t odos los príncipes y gobernant es de l os gobiernos
"independient es" en t odo el mundo se hal l an en est ado de nat ural eza, es evident e
que el mundo j amás est uvo, como j amás se hall ará, sin cant idades de hombres en t al
est ado. He habl ado de los gobernant es de comunidades "independient es", ora est én,
ora no, en ent endimient o con ot ras; porque no cual quier pact o da f in al est ado de
nat ural eza ent re los hombres, sino sól o el del mut uo convenio para ent rar en una
comunidad y f ormar un cuerpo pol ít ico; ot ras promesas y pact os pueden est abl ecer
unos hombres con ot ros, sin por ell o desamparar su est ado de nat ural eza. Las
promesas y t rat os para l l evar a cabo un t rueque, et c. , ent re dos hombres en Turquía,
o ent re un suizo y un indio en l os bosques de América, l es obl iga recíprocament e,
aunque se hal l en en perf ect o est ado de nat ural eza, pues l a verdad y el
mant enimient o de l as promesas incumbe a los hombres como hombres, y no como
miembros de l a sociedad.

15. A l os que dicen que j amás hubo hombres en est ado de nat ural eza, empezaré
oponiendo l a aut oridad del avisado Hooker, en su dicho de que, "Las Ieyes hast a aquí
mencionadas" -est o es, l as l eyes de nat ural eza- "obl igan a los hombres
absol ut ament e, en cuant o a hombres, aunque j amás hubieren est abl ecido asociación
ni ot ro sol emne acuerdo ent re el los sobre l o que debieren hacer o evit ar; pero por
cuant o no nos bast amos, por nosot ros mismos, a suminist rarnos l a oport una copia de
l o necesario para una vida t al cual nuest ra nat ural eza l a desea, est o es, adecuada a
l a dignidad del hombre, por el lo, para obviar a esos def ect os e imperf ecciones en
que incurrimos al vivir solos y excl usivament e para nosot ros mismos, nos sent imos
nat ural ment e inducidos a buscar l a comunión y asociación con ot ros; t al f ue l a causa
de que l os hombres en l o ant iguo se unieran en sociedades pol ít icas. " Pero yo, por
añadidura, af irmo que t odos l os hombres se hall an nat ural ment e en aquel est ado y
en él permanecen hast a que, por su propio consent imient o, se hacen miembros de
al guna sociedad pol ít ica; y no dudo que en l a secuel a de est a disert ación habré de
dej arlo muy pat ent e.

CAPÍTULO III. DEL ESTADO DE GUERRA

16. El est ado de guerra lo es de enemist ad y dest rucción; y por el lo l a decl aración
por pal abra o act o de un designio no airado y precipit ado, sino asent ado y decidido,
cont ra l a vida de ot ro hombre, l e pone en est ado de guerra con aquel a quien t al
int ención decl ara, y así expone su vida al poder de t al , pudiéndosel a quit ar ést e, o
cual quiera que a él se uniere para su def ensa o hiciere suya l a pendencia de él ; y es
por ciert o razonabl e y j ust o que t enga yo el derecho de dest ruir a quien con
dest rucción me amenaza; porque por l a f undament al l ey de nat ural eza, deberá ser el
hombre l o más posibl e preservado, y cuando no pudieren serl o t odos, l a seguridad del
inocent e deberá ser pref erida, y uno podrá dest ruir al hombre que l e hace guerra, o
ha demost rado aversión a su vida; por el mismo mot ivo que pudiera mat ar un l obo o
l eón, que es porque no se hall an suj et os a l a común l ey racional , ni t ienen más
norma que l a de l a f uerza y viol encia. Por l o cual l e corresponde t rat o de animal de
presa; de esas nocivas y pel igrosas criat uras que segurament e l e dest ruirían en
cuant o cayera en su poder.

17. Y, por de cont ado, quien int ent are poner a ot ro hombre baj o su poder absol ut o,
por ell o ent ra en est ado de guerra con él , lo cual debe ent enderse como decl aración
de designio cont ra su vida. Porque l a razón me val e cuando concl uyo que quien
pudiere somet erme a su poder sin mi consent imient o, me t rat aría a su ant oj o cuando
en t al est ado me t uviere, y me dest ruiría además si de el l o l e viniera el capricho;
porque ninguno puede desear cobrarme baj o su poder absol ut o como no sea para
obl igarme por l a f uerza a lo cont rario al derecho de mi l ibert ad, est o es, hace de mí
un escl avo. En verme l ibre de t al f uerza reside l a única seguridad de mi preservación,
y l a razón me obl iga a considerarl e a él como enemigo de mi val eduría y posibl e
rapiñador de mi l ibert ad, que es el vall ado que me guarda; de suert e que quien
int ent a escl avizarme, por el lo se pone en est ado de guerra conmigo. Al que en
est ado de nat ural eza arrebat are l a l ibert ad que a cual quiera en t al est ado
pert enece, debería imput ársel e necesariament e el propósit o de arrebat ar t odas l as
demás cosas, pues l a l ibert ad es f undament o de t odo el rest o; y de igual suert e a
quien en est ado de sociedad arrebat are l a l ibert ad pert enecient e a los miembros de
t al sociedad o repúbl ica debería suponerse resuel t o a quit arl es t odo lo demás y, en
consecuencia, considerarl e en est ado de guerra.

18. Por ell o es l egít imo que un hombre mat e al l adrón que no l e hizo daño corporal
al guno, ni decl aró ningún propósit o cont ra su vida, y no pasó del empl eo de l a f uerza
para quit arl e sus dineros, o lo que l e pl uguiere; y eso se debe a que, si usa él l a
f uerza, cuando l e f al t a derecho de t enerme en su poder, no me dej a razón, diga él l o
que dij ere, para suponer que quien l a l ibert ad me quit a no me ha de quit ar, cuando
en su poder me hal l are, t odo lo demás. Y es por t ant o l egít imo que l e t rat e como a
quien vino a est ado de guerra conmigo: est o es, lo mat e si pudiere; porque a t al azar
j ust ament e se expone quien decl ara el est ado de guerra, y es agresor en él .
19. Y est a es l a obvia dif erencia ent re el est ado de nat ural eza y el de guerra, l os
cual es, por más que l os hubieren al gunos conf undido, son ent re sí t an dist ant es como
un est ado de paz, bienquerencia, asist encia mut ua y preservación l o sea de uno de
enemist ad, mal icia, viol encia y dest rucción mut ua. Los hombres que j unt os viven,
según l a razón, sin común superior sobre l a t ierra que pueda j uzgar ent re ell os, se
hal l an propiament e en est ado de nat ural eza; Pero l a f uerza, o el decl arado propósit o
de f uerza sobre l a persona de ot ro, cuando no hay común superior en el mundo a
cuyo auxil io apel ar, est ado es de guerra; y l a f al t a de t al apel ación da al hombre el
derecho de guerra cont ra el agresor, aunque ést e en l a sociedad f igure y sea su
connacional . Así cuando se t rat e de un l adrón no l e podré dañar sino por apel ación a
l a l ey aunque me hubiere expol iado de t odos mis bienes, pero sí podré mat arl e
cuando a mí se arroj e para no robarme sino el caball o o el vest ido, ya que l a l ey,
hecha para mi preservación, donde no al cance a int erponerse para asegurar mi vida
cont ra una viol encia present e (y dado que nada sabría reparar mi vida), me permit e
mi propia def ensa y el derecho de guerra, y l a libert ad de mat ar a mi agresor, pues
el t al agresor no me da t iempo para apel ar a nuest ro j uez común, ni a l a decisión de
l a l ey, para remedio en l ance en que el mal causado pudiera ser irreparabl e. Fal t a
de j uez común con aut oridad pone a t odos los hombres en est ado de nat ural eza;
f uerza sin derecho sobre l a persona del hombre crea un est ado de guerra t ant o donde
est uviere como donde f al t are el j uez común.

20. Pero cuando l a f uerza dej a de ej ercerse, cesa el est ado de guerra ent re quienes
viven en sociedad, y ambos bandos est án suj et os al j ust o arbit rio de l a l ey. Pues
ent onces queda abiert o el recurso de buscar remedio para l as inj urias pasadas, y
para prevenir daños f ut uros. Más al l í donde no hay l ugar para l as apel aciones - como
ocurre en el est ado de nat ural eza - por f alt a de l eyes posit ivas y de j ueces
aut orizados a quienes poder apel ar, el est ado de guerra cont inúa una vez que
empieza; y el inocent e t iene derecho de dest ruir al ot ro con t odos l os medios
posibl es, hast a que el agresor of rezca l a paz y desee l a reconcil iación en t érminos
que puedan reparar el daño que ya ha hecho, y que den seguridades f ut uras al
inocent e. Es más: al l í donde l a posibil idad de apel ar a l a l ey y a los j ueces
const it uidos est á abiert a, pero el remedio es negado por cul pa de una manif iest a
perversión de l a j ust icia y una obvia t ergiversación de l as l eyes para prot eger o dej ar
indemnes l a viol encia o l as inj urias comet idas por al gunos hombres o por un grupo de
hombres, es dif icil imaginar ot ro est ado que no sea el de guerra; pues siempre que se
hace uso de l a viol encia o se comet e una inj uria, aunque est os del it os sean
comet idos por manos de quienes han sido nombrados para administ rar j ust icia,
seguirán siendo viol encia e inj uria, por mucho que se disf racen con ot ros nombres
il ust res o con pret ensiones o apariencias de l eyes. Pues es el f in de l as l eyes el
prot eger y rest it uir al inocent e mediant e una apl icación imparcial de l as mismas, y
t rat ando por igual a t odos l os que a el l as est án somet idas. Siempre que no se hace
al go bona f i de, se est á decl arando l a guerra a l as víct imas de una acción así; y
cuando l os que suf ren no t ienen el recurso de apel ar en l a t ierra a al guien que l es dé
l a razón, el único remedio que l es queda en casos de est e t ipo es apel ar a l os ciel os.

21. Para evit ar est e est ado de guerra - en el que sólo cabe apel ar al Cielo, y que
puede resul t ar de l a menor disput a cuando no hay una aut oridad que decida ent re l as
part e en l it igio - es por lo que, con gran razón, los hombres se ponen a sí mismos en
un est ado de sociedad y abandonan el est ado de nat ural eza. Porque all í donde hay
una aut oridad, un poder t errenal del que puede obt enerse reparación apel ando a él ,
el est ado de guerra queda el iminado y l a cont roversia es decidida por dicho poder. Su
hubiese habido un t ribunal así, al guna j urisdicción t errenal superior para det erminar
j ust ament e el l it igio ent re Jef t é y l os amonit as, nunca habrían ll egado a un est ado de
guerra; más vemos que Jef t é se vió obl igado a apel ar al Ciel o: En est e día - di ce - sea
el Señor que es t ambi en j uez, qui en j uzgue ent r e l os hi j os de Isr ael y l os hi j os de
Ammón ( Jueces XI. 27 ); y t rás decir est o , basándose en su apel ación, persiguió al
enemigo y conduj o sus ej ercit os a l a bat al l a. Por l o t ant o, en aquell as cont roversias
en l as que se pl ant ea l a cuest ión de ¿Qui én ser á aquí el j uez? no quiere decirse con
el l o qui en decidi r á est a cont r over si a; pues t odo el mundo sabe que l o que Jef t é est á
aquí diciéndonos es que el Señor , que es t ambi en Juez, es el que habrá de decidirl a.
Cuando no hay un j uez sobre l a t ierra, l a apel ación se dirige al Dios que est á en los
Ciel os. Así, esa cuest ión no puede signif icar qui en j uzgar á si ot r o se ha puest o en un
est ado de guer r a cont r a mí, y si me est á per mi t ido, como hi zo Jef t é, apel ar al Ci el o
par a r esol ver l a. Pues en est o soy yo el único j uez en mi propia conciencia, y el que,
en el gran día, habrá de dar cuent a al Juez Supremo de t odos los hombres.

CAPÍTULO V. DE LA PROPIEDAD

24. Ora consul t emos l a razón nat ural , que nos dice que l os hombres, una vez nacidos,
t ienen derecho a su preservación, y por t ant o a manj ares y bebidas y ot ras cosas que
l a nat ural eza of rece para su mant enimient o, ora consul t emos l a "revel ación", que nos
ref iere el don que hiciera Dios de est e mundo a Adán, y a Noé y a sus hij os,
cl arísimament e aparece que Dios, como dice el rey David, "dio l a t ierra a l os hij os de
l os hombres"; l a dio, est o es, a l a humanidad en común. Pero, est e supuest o, parece
a al gunos subidísima dif icul t ad que al guien pueda l l egar a t ener propiedad de al go.
No me cont ent aré con responder a ell o que si hubiere de resul t ar dif ícil deducir l a
"propiedad" de l a suposición que Dios diera l a t ierra a Adán y su post eridad en
común, sería imposibl e que hombre al guno, sal vo un monarca universal , pudiese
t ener "propiedad" al guna dada l a ot ra hipót esis, est o es, que Dios hubiese dado el
mundo a Adán y a sus herederos por sucesión, excl usivament e de t odo el rest o de su
post eridad. Int ent aré t ambién demost rarcómo los hombres pueden ll egar a t ener
propiedad, en dist int as part es, de l o que Dios ot orgó a l a humanidad en común, y ell o
sin ninguna avenencia expresa de t odos los comuneros.

25. Dios, que diera el mundo a l os hombres en común, l es dio t ambién l a razón para
que de él hicieran uso según l a mayor vent aj a de su vida y conveniencia. La t ierra y
cuant o en el l a se encuent ra dado f il e a los hombres para el sust ent o y sat isf acción de
su ser. Y aunque t odos los f rut os que nat uralment e rinde y animal es que nut re
pert enecen a l a humanidad en común, por cuant o l os produce l a espont ánea mano de
l a nat ural eza, y nadie goza inicial ment e en ninguno de el los de dominio privado
excl usivo del rest o de l a humanidad mient ras siguieren l os vivient es en su nat ural
est ado, con t odo, siendo aquél los conf eridos para el uso de l os hombres,
necesariament e debe exist ir medio para que según uno u ot ro est il o se consiga su
apropiación para que sean de al gún uso, o de cual quier modo prof icuos, a
cual esquiera hombres part icul ares. El f rut o o el venado que al iment a al indio salvaj e,
que ignora los cercados y es t odavía posesor en común, suyo ha de ser, y t an suyo,
est o es, part e de él , que nadie podrá t ener derecho a el lo en l a inminencia de que l e
sea de al guna ut il idad para el sust ent o de su vida.

26. Aunque l a t ierra y t odas l as criat uras inferiores sean a t odos l os hombres
comunes, cada hombre, empero, t iene una "propiedad" en su misma "persona". A ell a
nadie t iene derecho al guno, salvo él mismo. El "t rabaj o" de su cuerpo y l a "obra" de
sus manos podemos decir que son propiament e suyos. Cualquier cosa, pues, que él
remueva del est ado en que l a nat ural eza l e pusiera y dej ara, con su t rabaj o se
combina y, por t ant o, queda unida a al go que de él es, y así se const it uye en su
propiedad. Aquél l a, apart ada del est ado común en que se hal l aba por nat ural eza,
obt iene por dicho t rabaj o al go anej o que excl uye el derecho común de los demás
hombres. Porque siendo el ref erido "t rabaj o" propiedad indiscut ibl e de t al
t rabaj ador, no hay más hombre que él con derecho a l o ya incorporado, al menos
donde hubiere de ell o abundamient o, y común suf iciencia para l os demás.

27. El que se al iment a de bel lot as que baj o una encina recogiera,
o manzanas acopiadas de l os árbol es del bosque, ciert ament e se l as apropió. Nadie
puede negar que el al iment o es suyo. Pregunt o, pues, ¿cuándo empezó a ser suyo?,
¿cuándo lo dirigió, o cuando l o comió, o cuando l o hizo hervir, o cuando lo l l evó a
casa, o cuando l o arrancó? Mas es cosa ll ana que si l a recol ección primera no l o
convirt ió en suyo, ningún ot ro l ance l o alcanzara. Aquel t rabaj o pone una
demarcación ent re esos f rut os y l as cosas comunes. El l es añade al go, sobre l o que
obrara l a nat ural eza, madre común de t odos; y así se conviert en en derecho
part icul ar del recol ect or. ¿Y dirá al guno que no t enía ést e derecho a que t al es
bel lot as o manzanas f uesen así apropiadas, por f al t ar el asent imient o de t oda l a
humanidad a su dominio? ¿Fue l at rocinio t omar él por sí l o que a t odos y en común
pert enecía? Si t al consent imient o f uese necesario ya habría perecido el hombre de
inanición, a pesar de l a abundancia que Dios l e diera. Vemos en los comunes, que
siguen por convenio en t al est ado, que es t omando una part e cualquiera de l o común
y removiéndol o del est ado en que l o dej ara l a nat ural eza como empieza l a
propiedad, sin l a cual lo común no f uera ut il izabl e. Y el apoderamient o de est a o
aquel l a part e no depende del consent imient o expreso de t odos los comuneros. Así l a
hierba que mi cabal l o arrancó, los t epes que cort ó mi sirvient e y l a mena que excavé
en cual quier l ugar en que a el los t uviere derecho en común con ot ros, se conviert e
en mi propiedad sin asignación o consent imient o de nadie. El t rabaj o, que f ue mío, al
removerl os del est ado común en que se hal l aban, hincó en el los mi propiedad.

28. Si obl igado f uese el consent imient o de t odo comunero a l a apropiación por cada
quien de cualquier part e de lo dado en común, l os hij os o criados no podrían cort ar
l as carnes que su padre o dueño l es hubiere procurado en j unt o, sin asignar a cada
uno su porción pecul iar. Aunque el agua que en l a f uent e mana pueda ser de t odos,
¿quién duda que el j arro es sólo del que l a f ue a sacar? Tomól a su t rabaj o de l as
manos de l a nat ural eza, donde era común y por igual pert enecía a t odos los hij os de
el l a, y por t ant o se apropió para sí.

29. Así est a l ey de razón ent rega al indio el venado que mat ó; permit ido l e est á el
goce de l o que l e al canzó su t rabaj o, aunque ant es hubiere sido del derecho común
de t odos. Y ent re aquel l os que t enidos son por part e civil izada de l a humanidad, y
han hecho y mul t ipl icado l eyes posit ivas para det erminar l as propiedades, l a dicha
l ey inicial de l a nat ural eza para el principio de l a propiedad en l o que ant es era
común; t odavía t iene l ugar: y por virt ud de ella cual quier pez que uno consiga en
el océano, ese vast o y supervivient e común de l a humanidad, o el ámbar gris que
cual quiera recoj a all í mediant e el t rabaj o que lo remueve del común est ado en que
l a nat ural eza lo dej ara, se conviert e en propiedad de quien en ell o rindiera t al
esf uerzo. Y, aun ent re nosot ros, l a l iebre que cazan t odos será est imada por de aquél
que durant e l a caza l a persigue. Porque siendo animal t odavía considerado común, y
no posesión part icul ar de ninguno, cualquiera que hubiere empl eado en criat ura de
esa especie el t rabaj o de buscarl a y perseguiría, removiól a del est ado de nat ural eza
en que f ue común, y en propiedad l a convirt ió.

30. Tal vez se obj et e a est o que si recoger bel lot as u ot ros f rut os de l a t ierra, et c. ,
det ermina un derecho sobre los t al es, podrá cualquiera acapararl os cuant o gust are. A
l o que respondo no ser est o ciert o. La misma l ey de nat ural eza que por t al es medios
nos ot orga propiedad, est a misma propiedad l imit a. "Dios nos dio t odas l as cosas
pingüement e". ¿No es est a l a voz de l a razón, que l a inspiración conf irma? ¿Pero
cuánt o, nos ha dado "para nuest ro goce"? Tant o como cada quien pueda ut il izar para
cual quier vent aj a vit al ant es de su mal ogro, t ant o como pueda por su t rabaj o
convert ir en propiedad. Cuant o a est o exceda, sobrepuj a su part e y pert enece a
ot ros. Nada dest inó Dios de cuant o creara a det erioro o dest rucción por el hombre. Y
de est a suert e, considerando el abundamient o de provisiones nat ural es que hubo por
l argo espacio en el mundo, y l os menguados consumidores, y l o breve de l a part e de
t al provisión que l a indust ria de un hombre podía abarcar y acaparar en perj uicio de
ot ros, especial ment e si se mant enía dent ro de l ímit es de razón sobre l o que sirviera a
su uso, bien poco t recho había para cont iendas o disput as sobre l a propiedad de
dicho modo est abl ecida.

31. Pero admit iendo ya como principal mat eria de propiedad no los f rut os de l a t ierra
y animal es que en el l a subsist en, sino l a t ierra misma, como sust ent adora y
acarreadora de t odo l o demás, doy por evident e que t ambién est a propiedad se
adquiere como l a ant erior. Toda l a t ierra que un hombre l abre, pl ant e, mej ore,
cul t ive y cuyos product os pueda él usar, será en t al medida su propiedad. El , por su
t rabaj o, l a cerca, como si dij éramos, f uera del común. Ni ha de inval idar su derecho
el que se diga que cualquier ot ro t iene igual t ít ul o a ell a, y que por t ant o quien
t rabaj ó no puede apropiarse t ierra ni cercaría sin el consent imient o de l a f rat ernidad
comunera, est o es, l a humanidad. Dios, al dar el mundo en común a t odos los
hombres, mandó t ambién al hombre que t rabaj ara; y l a penuria de su condición t al
act ividad requería. Dios y su razón l e mandaron soj uzgar l a t ierra, est o es, mej orarl a
para el bien de l a vida, y así él invirt ió en ell a al go que l e pert enecía, su t rabaj o.
Quien, en obediencia a ese mandat o de Dios, somet ió, l abró y sembró cualquier
part e de el l a, a el l a unió al go que era propiedad suya, a que no t enía derecho ningún
ot ro, ni podía arrebat ársel e sin daño.

32. Tampoco esa apropiación de cual quier parcel a de t ierra, mediant e su mej ora,
const it uía un perj uicio para cual quier ot ro hombre, ya que quedaba bast ant e de el l a
y de l a de igual bondad, en más copia de l o que pudieren usar l os no provist os. Así,
pues, en real idad, nunca disminuyó l o dej ado para l os ot ros esa cerca para l o suyo
propio. Porque el que dej e cuant o pudieren ut il izar l os demás, es como si nada
t omare. Nadie podría creerse perj udicado por l a bebida de ot ro hombre, aunque ést e
se regal ara con un buen t rago, si quedara un río ent ero de l a misma agua para que
t ambién él apagara su sed. Y el caso de t ierra y agua, cuando de ent rambas queda lo
bast ant e, es exact ament e el mismo.

33. Dios a l os hombres en común dio el mundo, pero supuest o que se lo dio para su
benef icio y l as mayores conveniencias vit al es de él cobraderas, nadie podrá argüir
que ent endiera que había de permanecer siempre común e incul t ivado. Concediól o al
uso de indust riosos y racional es, y el t rabaj o había de ser t ít ul o de su derecho, y no
el ant oj o o codicia de l os pendencieros y cont enciosos. Aquel a quien quedaba l o
equival ent e para su mej ora, no había de quej arse, ni int ervenir en l o ya mej orado
por l a l abor aj ena; si t al hacía, obvio es que deseaba el benef icio de los esf uerzos de
ot ro, a que no t enía derecho, y no l a t ierra que Dios l e diera en común con l os demás
para t rabaj ar en ell a, y donde quedaban t rechos t an buenos como l o ya poseído, y
más de l o que él supiere empl ear, o a que su t rabaj o pudiere at ender.

34. Ciert o es que en l as t ierras poseídas en común en Ingl at erra o en cualquier ot ro


país donde haya muchedumbre de gent es baj o gobierno que posean dineros y
comercios, nadie puede cercar o enseñorearse de part e de aquél sin el
consent imient o de t oda l a compañía comunera; y es porque dicho común es
mant enido por convenio, est o es, por l a l ey del país, que no debe ser viol ada. Y
aunque sea común con respect o a al gunos hombres, no lo es para t oda l a humanidad,
sino que es propiedad conj unt a de t al comarca o de t al parroquia. Además, el rest o,
después de dicho cercado, no sería t an bueno para l os demás comuneros como l a
t ot al idad, en cuant o t odos empezaran de t al conj unt o a hacer uso; mient ras que en
el comienzo y pobl ación primera del gran común del mundo, acaecía ent erament e l o
cont rario. La l ey que regía al hombre inducíal e más bien a l a apropiación. Dios l e
mandaba t rabaj ar, y a ell o l e obl igaban sus necesidades. Aquell a era su propiedad,
que no había de serl e arrebat ada l uego de puest os l os hit os. Y por t ant o somet er o
cul t ivar l a t ierra y alcanzar dominio sobre ell a, como vemos, son conj unt a cosa. Lo
uno daba el t ít ulo para lo ot ro. Así que Dios, al mandar soj uzgar l a t ierra, aut orizaba
hast a t al punt o l a apropiación. Y l a condición de l a vida humana, que requiere
t rabaj o y mat erial es para l as obras, inst auró necesariament e l as posesiones privadas.

35. Est abl eció adecuadament e l a nat ural eza la medida de l a propiedad, por l a
ext ensión del t rabaj o del hombre y l a conveniencia de su vida. Ningún hombre podía
con su t rabaj o soj uzgarlo o apropiárselo t odo, ni podía su goce consumir más que una
part ecill a; de suert e que era imposibl e para cual quier hombre, por dicha senda,
invadir, el derecho aj eno o adquirir para sí una propiedad en perj uicio de su vecino,
a quien aún quedaría t an buen t recho y posesión t an vast a, después que el ot ro l e
hubiere quit ado l o part icul arment e suyo, como ant es de l a apropiación. Dicha
medida conf inó l a posesión de cada uno a proporción muy moderada, y t al como para
sí pudiera apropiarse, sin daño para nadie en l as edades primeras del mundo, cuando
más en pel igro est aban los hombres de perderse, al ej ándose de su l inaj e est abl ecido,
en l os vast os desiert os de l a t ierra, que de hal l arse apret ados por f al t a de t errazgos
en que pl ant ar.

36. La misma medida puede ser t odavía ot orgada, sin perj uicio para nadie, por l l eno
que el mundo parezca. Para most rarl o, supongamos a un hombre o f amil ia, en el
mismo est ado de los comienzos, cuando pobl aban el mundo l os hij os de Adán o de
Noé, pl ant ando en al gunos sit ios vacant es del int erior de América. Veremos que l as
posesiones que pueda conseguir, según l as medidas que dimos, no serán muy
hol gadas ni, aun en est e día, perj udicarán al rest o de l a humanidad o l e darán mot ivo
de quej a o de t ener por agravio l a int rusión de dicho hombre, a pesar de que l a raza
humana se haya ext endido a t odos l os rincones del mundo e inf init ament e exceda el
breve número de l os comienzos. Ahora bien, l a ext ensión de t ierras es de t an escaso
val or, si f al t are el t rabaj o, que he oído que en l a misma España puede uno arar,
sembrar y cosechar sin que nadie se lo est orbe, en t ierra a l a que no t iene derecho
al guno, pero sólo por el hecho de usarl a. Es más, l os habit ant es est iman merecedor
de consideración a quien por su t rabaj o en t ierra incul t a, y por lo t ant o yerma,
aument are l as exist encias del t rigo que necesit an. Pero sea de est o l o que f uere,
pues en l o dicho no he de hacer hincapié, sost engo resuel t ament e que l a misma regl a
de propiedad, est o es que cada hombre consiga t enerl a en l a cant idad por él
ut il izabl e, puede t odavía mant enerse en el mundo, sin apret ura para nadie, puest o
que en el mundo hay t ierra bast ant e para acomodo del dobl e de sus habit ant es; pero
l a invención del dinero, y el acuerdo t ácit o de los hombres de reconocerl e un valor,
int roduj o (por consent imient o) posesiones mayores y el derecho a ell as; proceso que
en breve most raré con más det enimient o.

37. Ciert o es que en l os comienzos, ant es de que el deseo de t ener más de lo


necesario hubiera al t erado el val or int rínseco de l as cosas, que sól o depende de su
ut il idad en l a vida del hombre, o hubiera concert ado que una monedit a de oro, que
cabía conservar sin mengua o descaecimient o, val iera un gran pedazo de carne o una
ent era cosecha de t rigo (aunque t uvieran l os hombres el derecho de apropiarse
mediant e su t rabaj o, cada uno para sí, de cuant as cosas de l a nat ural eza pudiera
usar), t odo el l o no había de ser mucho, ni en perj uicio de ot ros, pues quedaba igual
abundancia a l os que quisieran empl ear igual indust ria.
Ant es de l a apropiación de t ierras, quien recogiera t ant a f rut a sil vest re, o mat ara,
cogiera o amansara t ant os animal es como pudiera; quien así empl eara su esf uerzo
para sacar al guno de l os product os espont áneos de l a nat ural eza del est ado en que
el l a los pusiera, int ercal ando en ell o su t rabaj o, adquiriría por t al mot ivo l a
propiedad de ell os; pero si l os t al es perecían en su poder por f al t a del debido uso,
sil os f rut os se pudrían o se descomponía el venado ant es de que pudiera gozar de él ,
resul t aba of ensor de l a común l ey de nat ural eza, y podía ser cast igado: habría, en
ef ect o, invadido l a part e de su vecino, pues no t enía derecho a ninguno de esos
product os más que en l a medida de su uso y para el l ogro de l as posibl es
conveniencias de su vida.

38. Igual es normas gobernaban, t ambién, l a posesión de l a t ierra. Podría cual quier
t errazgo ser l abrado y segado podían ser al macenados sus product os y usarse ést os
ant es de que suf rieran menoscabo; est e era pecul iar derecho del hombre,
dondequiera, que cercara; y cuant o pudiese nut rir y ut il izar, ganados y product os de
el l os, suyos eran. Pero si l as hierbas de su cercado se pudrían en el suelo o perecía el
f rut o de lo por él pl ant ado, sin recol ección y al macenamient o, aquell a part e de l a
t ierra, aun cercada, seguía siendo t enida por yerma y podía ser posesión de ot ro. Así,
en l os comienzos, Caín pudo t omar t oda l a t ierra que l e era posibl e l abrar, y hacer
suya, y con t odo dej ar abundancia de el l a para sust ent o de l as ovej as de Abel : unos,
pocos est adal es hubieran bast ado a ambas posesiones. Con el recrecimient o de l as
f amil ias y el aument o, por el t rabaj o, de sus depósit os, crecieron sus posesiones al
compás de l as necesidades; pero t odavía comúnment e, sin propiedad f ij a en el suelo,
se servían de ést e, hast a que se const it uyeron en corporación, se est abl ecieron
j unt os y erigieron ciudades, y ent onces, por consent imient o, l l egaron, en el curso de
l as edades, a f ij ar, l os t érminos de sus dist int os t errit orios y convenir l os l ímit es
ent re el los y sus vecinos, y mediant e l eyes det erminar ent re sí l as propiedades de l os
miembros de l a misma sociedad. Vemos, en ef ect o, en l a primera part e de mundo
habit ada, y que por t ant o sería probabl ement e l a de mayor abundancia de gent es,
que hast a l os mismos t iempos de Abraham, iban l os hombres errant es con sus
ganados y rebaños, que eran sus bienes, l ibrement e de uno a ot ro l ado, y est o mismo
hizo Abraham en país en que era ext ranj ero; de donde cl arament e se arguye que al
menos gran part e de l a t ierra era t enida en común, que no l a val oraban los
habit ant es ni recl amaban en el l a más propiedad que l a adecuada para el uso. Mas
cuando no había en un l ugar bast ant e t recho para que sus rebaños f uesen j unt ament e
apacent ados, ent onces, por consent imient o, como l o hicieron Abraham y Lot
separaban y esparcían sus past os a su albedrío. Y por l a misma razón, dej ó Esaú a su
padre y hermano y pl ant ó en el mont e de Seir.

39. Y así, sin suponer en Adán ningún dominio y propiedad part icul ar de t odo el
mundo, excl usivo de t odos l os demás hombres, que no puede en modo al guno ser
probado, ni en t odo caso deducirse de él propiedad al guna, sino t eniendo al mundo
por dado, como l o f ue, a t odos l os hij os de l os hombres en común, vemos de qué
suert e el t rabaj o pudo det erminar para l os hombres t ít ul os dist int ivos a diversas
parcel as de aquél para los usos part icul ares, en l o que no podía haber duda de
derecho, ni campo para l a cont ienda.

40. Y no es t an ext raño como, t al vez, ant es de su consideración lo parezca, que l a


propiedad del t rabaj o consiguiera l l evar vent aj a a l a comunidad de t ierras, pues
ciert ament e es el t rabaj o quien pone en t odo dif erencia de val or; cada cual puede
ver l a dif erencia que exist e ent re un est adal pl ant ado de t abaco o azúcar, sembrado
de t rigo o cebada, y un est adal de l a misma t ierra dej ado en común sin cul t ivo
al guno, y darse cuent a de que l a mej ora del t rabaj o const it uye l a mayorísima part e
del valor. Creo que no será sino modest ísima comput ación l a que decl are que de los
product os de l a t ierra út il es a l a vida del hombre, l os nueve décimos son ef ect o del
t rabaj o. Pero es más, si est imamos correct ament e l as cosas según l l egan a nuest ro
uso, y calcul amos sus dif erent es cost es -l o que en el l os es purament e debido a l a
nat ural eza y l o debido al t rabaj o- veremos que en su mayor part e el novent a y nueve
por cient o deberá ser t ot al ment e al t rabaj o asignado.

41. No puede haber demost ración más pat ent e de est o que l a const it uida por
diversas naciones de l os americanos, l as cual es ricas son en t ierra y pobres en t odas
l as comodidades de l a vida; proveyól as l a nat ural eza t an l iberal ment e como a ot ro
cual quier pueblo con los mat erial es de l a abundancia, est o es con suelo f ruct íf ero,
apt o para producir copiosament e cuant o pueda servir para l a al iment ación, el vest ido
y t odo goce; y a pesar de el lo, por f al t a de su mej oramient o por el t rabaj o no
disponen aquell as naciones de l a cent ésima part e de l as comodidades de que
disf rut amos, y un rey al l í de vast o y f ruct íf ero t errit orio, se al berga y vist e peor que
cual quier j ornal ero de campo en Ingl at erra.

42. Para que est o parezca un t ant o más cl aro, sigamos al gunas de l as provisiones
ordinarias de l a vida, a t ravés de su diverso progreso, hast a que ll egan a nuest ro uso,
y veremos cuan gran part e de su valor deben a l a indust ria humana. El pan, vino y
t el as son cosas de uso diario y de suma abundancia; empero l as bel lot as, el agua y l as
hoj as o piel es deberían ser nuest ro pan, bebida y vest ido si no nos proporciona el
t rabaj o aquel l as más út il es mercancías. Toda l a vent aj a del pan sobre l as bel l ot as,
del vino sobre el agua y de t el as o sedas sobre hoj as, piel es o musgo, debido es por
ent ero al t rabaj o y l a indust ria. Sumo es el cont rast e ent re los al iment os y vest idos
que nos proporciona l a no ayudada nat ural eza, y l as demás provisiones que nuest ra
indust ria y esf uerzo nos prepara y que t ant o exceden a l as primeras en valor, que
cuando cual quiera l o haya comput ado, verá de qué suert e considerabl e crea el
t rabaj o l a mayorísima part e del val or de l as cosas de que en est e mundo disf rut amos;
y el suel o que t al es mat erias produce será est imado como de ninguno, o a l o más de
muy escasa part ecil l a de él : t an pequeña que, aun ent re nosot ros, l a t ierra, l ibrada
t ot al ment e a l a nat ural eza, sin mej oría de past os, l abranza o pl ant ío, se ll ama, lo
que en ef ect o es, erial ; y veremos que el beneficio asciende a poco más que nada.
El lo muest ra cuan pref eribl e es t ener muchos hombres a t ener vast os dominios; y que
el aument o de t ierras y el derecho de empl earl as es el gran art e del gobierno; y que
un príncipe que sea prudent e y que, mediant e l eyes que garant icen l a l ibert ad.
prot ej a el t rabaj o honest o de l a humanidad y dé a l os súbdit os incent ivo para ell o,
oponiéndose al poder opresivo y a l as l imit aciones de part ido, pront o se convert irá
en al guien demasiado f uert e como para que sus vecinos puedan compet ir con él . Pero
est o lo digo a modo de disgresión. Volvamos a l a cuest ión que veníamos t rat ando.

43. Un est adal de t ierra que produce aquí veint e cel emines de t rigo, y ot ro en
América que, con l a misma l abor, rendiría l o mismo, son sin duda de igual val or
int rínseco nat ural . Mas sin embargo el benef icio que l a humanidad recibe del primero
en un año es de cinco l ibras, y el del ot ro acaso no val ga un penique; y si t odo el
provecho que un indio recibe de él hubiera de ser val uado y vendido ent re nosot ros,
puedo decir con seguridad que ni un mil ésimo de aquél . El t rabaj o es, pues, quien
conf iere l a mayor part e de valor a l a t ierra, que sin él apenas val iera nada; a él
debemos cuant os product os út il es de ell a sacamos; porque t odo el mont o en que l a
paj a, sal vado y pan de un est adal de t rigo val e más que el product o de un est adal de
t ierra igual ment e buena pero incul t a, ef ect o es del t rabaj o. Y no sol o hay que cont ar
l as penas del l abrador, l as f aenas de segadores y t ril l adores y el ahínco del panadero
en el pan que comemos; porque l os af anes de los que domaron l os bueyes, los que
excavaron y t rabaj aron el hierro y l as piedras, l os que derribaron y dispusieron l a
madera empl eada para el arado, el mol ino, y el horno o cual quier ot ro ut ensil io de
l os que, en t an vast a copia, exige el t rigo, desde l a sembradura hast a l a post re del
panadeo, deben inscribirse en l a cuent a del t rabaj o y ser t enidos por ef ect os de ést e;
l a nat ural eza y l a t ierra proporcionan t an sól o unas mat erias casi despreciabl es en sí
mismas. Not abl e cat álogo de cosas, si pudiésemos proceder a f ormarl o, seria el de
l as procuradas y ut il izadas por l a indust ria para cada hogaza de pan, ant es de que
l l egue a nuest ro uso: hierro, madera, cuero, cort ezas, l eña, piedra, l adril los,
carbones, cal , t el as, drogas, t int óreas, pez, al quit rán, mást il es, cuerdas y t odos l os
mat erial es empl eados en l a nave que t raj o cualquiera de l as mercancías empl eadas
por cualquiera de los obreros, a cual quier part e del mundo, t odo l o cual sería casi
imposibl e, o por l o menos demasiado l argo, para su cálcul o.

44. Por t odo l o cual es evident e, que aunque l as cosas de l a nat ural eza hayan sido
dadas en común, el hombre (como dueño de sí mismo, y propiet ario de su persona y
de l as acciones o t rabaj o de el l a) t enía con t odo en sí mismo el gran f undament o de
l a propiedad; y que lo que const it uyera la suma part e de l o apl icado al
mant enimient o o comodidad de su ser, cuando l a invención y l as art es hubieron
mej orado l as conveniencias de l a vida, a él pert enecía y no, en común, a los demás.

45. Así el t rabaj o, en los comienzos, conf irió un derecho de propiedad a quienquiera
que gust ara de val erse de él sobre el bien común; y ést e siguió siendo por l argo
t iempo l a part e muchísimo mayor, y es t odavía más vast a que aquel l a de que se sirve
l a humanidad. Los hombres, al principio, en su mayor copia, cont ent ábanse con
aquel lo que l a no ayudada nat ural eza of recía a sus necesidades; pero después, en
al gunos paraj es del mundo, donde el aument o de gent es y exist encias, con el uso del
dinero, había hecho que l a t ierra escaseara y consiguiera por ell o al gún valor, l as
diversas comunidades est abl ecieron los l ímit es de sus dist int os t errit orios, y
mediant e l eyes regul aron ent re ell as l as propiedades de los miembros part icul ares de
su sociedad, y así, por convenio y acuerdo, est abl ecieron l a propiedad que el t rabaj o
y l a indust ria empezaron. Y l as l igas hechas ent re diversos Est ados y Reinos, expresa
o t ácit ament e, renunciando a t oda recl amación y derecho sobre l a t ierra poseída por
l a ot ra part e, abandonaron, por común consent imient o, sus pret ensiones al derecho
nat ural común que inicial ment e t uvieron sobre dichos países; y de est a suert e, por
posit ivo acuerdo, ent re sí est abl ecieron l a propiedad en dist int as part es del mundo;
mas con t odo exist en t odavía grandes ext ensiones de t ierras no descubiert as, cuyos
habit ant es, por no haberse unido al rest o de l a humanidad en el consent imient o del
uso de su moneda común, dej aron sin cul t ivar, y en mayor abundancia que l as gent es
que en ell a moran o ut il izarl as puedan, y así siguen t enidas en común, cosa que rara
vez se produce ent re l a part e de humanidad que asint ió al uso del dinero.

46. El mayor número de l as cosas real ment e út il es a l a vida del hombre y que l a
necesidad de subsist ir hizo a l os primeros comuneros del mundo andar buscando -
como a l os americanos hoy-, son general ment e de breve duración, de l as que, no
consumidas por el uso, será menest er que se det erioren y perezcan. El oro, pl at a y
diamant es, cosas son val oradas por el capricho o un ent endimient o de l as gent es,
más que por el verdadero uso y necesario mant enimient o de l a vida. Ahora, bien a
esas buenas cosas que l a nat ural eza nos procurara en común, cada cual t enía
derecho (como se dij o) hast a l a cant idad que pudiera ut il izar, y gozaba de propiedad
sobre cuant o con su l abor ef ect uara; t odo cuant o pudiera abarcar su indust ria,
al t erando el est ado inicial de l a nat ural eza, suyo era. El que había recogido cien
cel emines de bell ot as o manzanas gozaba de propiedad sobre el los; bienes suyos eran
desde el moment o de l a recol ección. Sólo debía cuidar de usarlos ant es de que se
dest ruyeran, pues de ot ra suert e habría t omado más que su part e y robado a los
demás. Y ciert ament e hubiera sido necesidad, no menos que f raude, at esorar más de
l o ut il izabl e. Si daba part e de el lo a cualquiera, de modo que no pereciera
inút il ment e en su posesión, el benef iciado debía t ambién ut il izarl o. Y
si t rocaba ciruel as, que se hubieran podrido en una semana, por nueces, que podían
durar para su al iment o un año ent ero, no causaba agravio; no mal ograba l as comunes
exist encias; no dest ruía part e de esa porción de bienes que correspondían a los
demás, mient ras nada pereciera innecesariament e en sus manos. Asimismo, si quería
ceder sus nueces por una pieza de met al , porque el color l e gust are, o cambiar sus
ovej as por cáscaras, o su l ana por una guij a cent el l eant e o diamant e, y guardar est o
t oda su vida, no invadía el derecho aj eno; podía amont onar t odo el acervo que
quisiera de esas cosas perpet uas; pues lo que sobrepasaba l os l ímit es de su propiedad
cabal no era l a ext ensión de sus bienes, sino l a pérdida inút il de cual quier part e de
el l os.

47. Y así se l l egó al uso de l a moneda, cosa duradera que l os hombres podían
conservar sin que se det eriorara, y que, por consent imient o mut uo, l os hombres
ut il izarían a cambio de l os el ement os verdaderament e út il es, pero perecederos, de
l a vida.

48. Y dado que l os dif erent es grados de indust ria pudieron dar al hombre posesiones
en proporciones dif erent es, vino t odavía ese invent o del dinero a aument ar l a
oport unidad de cont inuar y ext ender dichos dominios. Supongamos l a exist encia de
una isl a, separada de t odo posibl e comercio con el rest o del mundo, en que no
hubiere más que cien f amil ias, pero con ovej as, cabal los, vacas y ot ros út il es
animal es, sanos f rut os y t ierra bast ant e para el t rigo, que bast ara a cien mil veces
más habit ant es, pero sin cosa al guna en aquel suel o -porque t odo f uera común o
perecedero-, adecuada para supl ir l a f al t a dé l a moneda. ¿Qué mot ivo hubiera t enido
nadie para ensanchar sus posesiones más al l á del uso de su f amil ia y una provisión
abundant e para su consumo, ya de lo que su propia indust ria obt uviera, ya de l o que
l e rindiera el t rueque por út il es y perecederas mercancías de los demás? Donde no
exist iere al go a l a vez duradero y escaso, y de t al val or que mereciere ser at esorado,
no podrán los hombres ensanchar sus posesiones de t ierras, por ricas que ell as sean y
por l ibres de t omarl as que est én ell os. Porque, pregunt o yo, ¿qué l e valdrían a uno
diez mil o cien mil est adal es de t ierra excel ent e, de f ácil cul t ivo y además bien
provist a de ganado, en el cent ro de l as t ierras americanas int eriores, sin esperanzas
de comercio con ot ras part es del mundo, si hubiere de obt ener dinero por l a vent a
del product o?, No conseguiría ni el valor de l a cerca, y l e veríamos devol ver al común
erial de l a nat ural eza t odo cuant o pasara del t errazgo que l e proveyere de lo
necesario para vivir en aquel suel o, él y su f amil ia.

49. Así, en los comienzos, t odo el mundo era América, y más acusadament e ent onces
que hoy; porque l a moneda no era en paraj e al guno conocida. Pero háll ese al go que
t enga uso y valor de moneda ent re los vecinos, y ya al mismo hombre empezará a
poco a ensanchar sus posesiones.

50. Mas ya que el oro y pl at a, poco út il es para la vida humana proporcional ment e a
l os al iment os, vest ido y acarreo, reciben su val or t an sól o del consent imient o de los
hombres -en l a medida, en buena part e, del t rabaj o- es l l ano que el consent imient o
de l os hombres ha convenido en una posesión desproporcionada y desigual de l a
t ierra: digo donde f al t aren l os hit os de l a sociedad y de su pact o. Porque en los
países gobernados l as l eyes lo regul an, por haber, mediant e consent imient o,
hal l ándose y convenidose un modo por el cual el hombre puede, rect ament e y sin
agravio, poseer más de l o que sabrá ut il izar, recibiendo oro y pl at a que pueden
cont inuar por l argo t iempo en su posesión sin que se det eriore el sobrant e, y
mediant e el conciert o de que dichos met al es t engan un valor.
51. Y así ent iendo que es f acil ísimo concebir, sin dif icul t ad al guna, cómo el t rabaj o
empezó dando t ít ul o de propiedad sobre as cosas comunes de l a nat ural eza, y cómo
l a inversión para nuest ro uso lo l imit ó; de modo que no pudo haber mot ivo de
cont ienda sobre l os t ít ulos, ni duda al guna sobre l a ext ensión del bien que conf erían.
Derecho y conveniencia iban est rechament e unidos. Porque el hombre t enía derecho
a cuant o pudiere at ender con su t rabaj o, de modo que se hal l aba a cubiert o de l a
t ent ación de t rabaj ar para conseguir más de l o que pudiera val erl e. Eso no dej aba
l ugar a cont roversia sobre el t ít ulo ni a int rusión en el derecho aj eno. Fácil era de
ver qué porción t omaba cada cual para sí; y hubiera sido inút il , a l a, par que
f raudul ent o, t omar demasiado o simpl ement e más de l o f ij ado por l a necesidad.

CAPÍTULO VII. DE LA SOCIEDAD POLÍTICA O CIVIL

77. Dios t ras hacer al hombre de suert e que, a su j uicio, no iba a convenirl e est ar
solo, coIocól e baj o f uert es obl igaciones de necesidad, conveniencia e incl inación
para compel erl e a l a compañía social , al propio t iempo que l e dot ó de ent endimient o
y l enguaj e para que en t al est ado prosiguiera yl o gozara. La primera sociedad f ue
ent re hombre y muj er, y dio principio a l a de padres e hij os; y a ést a, con el t iempo,
se añadiól a de amo y servidor. Y aunque t odas l as t al es pudieran hall arse j unt as,
como hicieron comúnment e, y no const it uir más que una f amil ia, en que el dueño o
dueña de el l as est abl ecía una especie de gobierno adecuado para dicho grupo, cada
cual o t odas j unt as, ni con mucho l l egaban al viso de "sociedad pol ít ica", como
veremos si consideramos los dif erent es f ines, l azos y l ímit es de cada una.

78. La sociedad conyugal se forma por pact o vol unt ario ent re hombre y muj er, y
aunque sobre t odo consist a en aquell a comunión y derecho de cada uno al cuerpo de
su consort e, necesarios para su f in principal , la procreación, con t odo supone el
mut uo apoyo y asist encia, e igual ment e l a comunidad de int ereses, necesidad no sól o
de su unida sol icit ud y amor, sino t ambién de su prol e común, que t iene el derecho
de ser mant enida y guardada por el los hast a que f uere capaz de proveerse por sí
misma.

79. Porque siendo el f in de l a conj unción de hombre y muj er no sól o l a procreación,


sino l a cont inuación de l a especie, era menest er que t al vínculo ent re hombre y
muj er durara, aún después de l a procreación, t odo el t recho necesario para el
mant enimient o y ayuda de los hij os, l os cual es hast a haber conseguido apt it ud de
cobrar nueva condición y val erse, deberán ser mant enidos por quienes los
engendraron. Est a l ey que l a inf init a sabiduría del Creador inculcó en l as obras de sus
manos, vémosl a f irmement e obedecida por l as criat uras inf eriores. Ent re los
animal es vivíparos que de hierba se sust ent an, la conj unción de macho y hembra no
dura más que el mero act o de l a copul ación, porque bast ando el pezón de l a madre
para nut rir al pequeño hast a que ést e pudiere al iment arse de hierba, el macho sólo
engendra, mas no se preocupa de l a hembra o del pequeño, a cuyo mant enimient o en
nada puede cont ribuir. Pero ent re l os animal es de presa l a conj unción dura más
t iempo, pues no pudiendo l a madre subsist ir f ácil ment e por sí misma y nut rir a su
numerosa prol e con su sol a presa (por ser est e modo de vivir más l aborioso, a l a par
que más pel igroso, que el de nut rirse de hierba), precisa l a asist encia del macho para
el mant enimient o de l a f amil ia común, que no subsist iría ant es de ganar presa por sí
misma, si no f uera por el cuidado unido del macho y l a hembra. Lo mismo se observa,
en t odas l as aves (salvo en al gunas de l as domést icas: l a abundancia de sust ent o
excusa al gal lo de nut rir y at ender a l a cría), cuyos hij uelos, necesit ados de al iment o
en el nido, exigen l a unión de los padres hast a que puedan f iarse a sus al as y por sí
mismos val erse.
80. Y aquí, según pienso, se hal l a l a principal , si no l a única razón, de que macho y
hembra del género humano est én unidos por más duradera conj unción que l as demás
criat uras, est o es, porque l a muj er es capaz de concebir y, de f act o háll ase
comúnment e encint a de nuevo, y da nuevament e a l uz, mucho t iempo ant es de que
el primer hij o abandonare l a dependencia a que le obl iga l a necesidad de l a ayuda de
l os padres y f uere capaz de bandearse por sí mismo, agot ada l a asist encia de
aquél los; por l o cual , est ando el padre obl igado a cuidar de quienes engendrara,
deberá cont inuar en sociedad conyugal con l a misma muj er por más t iempo que ot ras
criat uras cuyos pequeños pudieren subsist ir por sí mismos ant es de reit erado el
t iempo de l a procreación. Por l o que en ést os el l azo conyugal por sí mismo se
disuelve, y en l ibert ad se hal l an hast a que Himeneo, en su acost umbrado t ránsit o
anual , de nuevo l es convoque a l a el ección de nueva compañía. En lo que no puede
dej ar de admirarse l a sabiduría del gran Creador, quien habiendo dado al hombre
capacidad de at esorar para l o f ut uro al propio t iempo que hacerse con l o út il para l a
necesidad present e, impuso que l a sociedad de hombre y muj er más t iempo abarcara
que l a de macho y hembra en ot ras especies, a f in de que su indust ria f uera
est imul ada, y su int erés más uno, redundando en cobranza y reserva de bienes para
su común descendencia, obj et o que f ácilment e t rast ornaría l as inciert as
mezcol anzas, o f ácil es y f recuent es sol uciones de l a sociedad conyugal.

81. Pero aunque est as suj eciones impuest as a l a humanidad den al víncul o conyugal
más f irmeza y duración ent re l os hombres que en l as demás especies de animal es,
con t odo podrían mover a inquirir por qué ese pact o, que consigue l a procreación y
educación y vel a por l a herencia, no podría ser det erminabl e, ya por consent imient o,
ya en ciert o t iempo o mediant e ciert as condiciones, l o mismo que cualquier ot ro
pact o vol unt ario, pues no exist e necesidad, en la nat ural eza de l a rel ación ni en l os
f ines de ell a, de que siempre sea de por vida: y a aquell os solos me ref iero que no se
hal l aren baj o l a coacción de ninguna l ey posit iva que ordenare que t al es cont rat os
f ueren perpet uos.

82. Pero marido y muj er, aunque compart iendo el mismo cuidado, t ienen cada cual
su ent endimient o, por lo cual inevit abl ement e dif erirán en l as vol unt ades. Por el lo es
necesario que l a det erminación f inal (est o es, l a l ey) sea en al guna part e sit uada: y
así nat ural ment e ha de incumbir al hombre como al más capaz y más f uert e. Pero
eso, que cubre lo concernient e a su int erés y propiedad común, dej a a l a muj er en l a
pl ena y aut ént ica posesión de l o que por cont rat o sea de su part icul ar derecho, y,
cuando menos, no permit e al marido más poder sobre ell a que el que ell a gozare
sobre l a vida de él ; hall ándose en ef ect o el poder del marido t an l ej os del de un
monarca absol ut o, que l a muj er t iene, en muchos casos, l ibert ad de separarse de él
por derecho nat ural o t érminos de cont rat o, ora est e cont rat o se hubiere por el los
convenido en est ado de nat ural eza, ora por l as cost umbres y l eyes del país en que
viven; y l os hij os, t ras dicha separación, siguen l a suert e del padre o de l a madre,
según det erminare el pact o.

83. Porque siendo f uerza obt ener t odos l os f ines del mat rimonio baj o el gobierno
pol ít ico, lo mismo que en el est ado de nat ural eza, el magist rado civil no cercena en
ninguno de l os dos consort es el derecho o poder nat ural ment e necesario a t al es
f ines, est o es l a procreación y apoyo y asist encia mut ua mient ras se hal l aren j unt os,
sino que únicament e resuel ve cual quier cont roversia que sobre aquél los pudiere
suscit arse ent re el hombre y l a muj er. Si eso no f uera así, y al marido pert eneciera
nat ural ment e l a soberanía absol ut a y poder de vida y muert e, y el l o f uere necesario
a l a sociedad de marido y muj er, no podría haber mat rimonio en ninguno de l os
países que no at ribuyen al marido esa aut oridad absol ut a. Pero como l os f ines del
mat rimonio no requieren t al poder en el marido, no f ue menest er en modo al guno
que se l e asignara. El caráct er de l a sociedad conyugal no l o supuso en él ; pero t odo
cuant o f uere compat ibl e con l a procreación y ayuda de l os hij os hast a que por sí
mismos se val ieren, y l a ayuda mut ua, conf ort ación y mant enimient o, podrá ser
variado y regido según el cont rat o que al comienzo de t al sociedad l es uniera, no
siendo en sociedad al guna necesario, sino lo requerido por l os f ines de su
const it ución.

84. La sociedad ent re padres e hij os, y los dist int os derechos y poderes que
respect ivament e l es pert enecen, mat eria f ue t an prol ij ament e est udiada en el
capít ul o ant erior que nada me incumbiría decir aquí sobre ell a; y ent iendo pat ent e
ser ell a dif erent ísima de l a sociedad pol ít ica.

85. Amo y sirvient e son nombres t an ant iguos como l a hist oria, pero dados a gent es
de hart o dist int a condición; porque en un caso, el del hombre l ibre, hácese ést e
servidor de ot ro vendiéndol e por ciert o t iempo los desempeños que va a acomet er a
cambio de sal ario que deberá recibir, y aunque el l o comúnment e l e int roduce en l a
f amil ia de su amo, y l e pone baj o l a ordinaria discipl ina de el l a, con t odo no asigna al
amo sino un poder t emporal sobre él , y no mayor que el que se def iniera en el
cont rat o est abl ecido ent re l os dos. Peor hay ot ra especie de servidor al que por
nombre pecul iar l l amamos escl avo, el cual , caut ivo conseguido en una guerra j ust a,
est á, por derecho de nat ural eza, somet ido al absol ut o dominio y poder de vict oria de
su dueño. Tal hombre, por haber perdido el derecho a su vida y, con ést a, a sus
l ibert ades, y haberse quedado sin sus bienes y hal l arse en est ado de escl avit ud,
incapaz de propiedad al guna, no puede, en t al est ado, ser t enido como part e de l a
sociedad civil, cuyo f in principal es l a preservación de l a propiedad.

86. Consideremos, pues, a un j ef e de f amil ia con t odas esas rel aciones subordinadas
de muj er, hij os, servidores y escl avos, unidos baj o una l ey f amil iar de t ipo
domést ico, l a cual , a pesar del grado de semej anza que pueda t ener en su orden,
of icios y hast a número con una pequeña nación, se encuent ra de el l a remot ísimo en
su const it ución, poder y f in; o si por monarquía se l a quisiere t ener, con el
pat erf amil ias como monarca absol ut o de ell a, t al monarquía absol ut a no cobrará sino
muy breve y disperso poder, pues es evident e, por lo que ant es se dij o, que el j ef e
de l a f amil ia goza de poder muy dist int o, muy dif erent ement e demarcado, t ant o en
l a que concierne al t iempo como en l o que concierne a l a ext ensión, sobre l as
diversas personas que en ell a se encuent ran; porque sal vo el escl avo (y l a f amil ia es
pl enament e t al , y el poderío del pat erf amil ias de igual grandeza, t ant o si hubiere
escl avos en l a f amil ia como si no), sobre ninguno de el l os t endrá poder l egisl at ivo de
vida y muert e, y sol ament e el que una muj er cabeza de f amil ia pueda t ener lo mismo
que él . Y sin duda carece de poder absol ut o sobre l a ent era f amil ia quien no l o t iene
sino muy l imit ado sobre cada uno de l os individuos que l a componen. Pero de qué
suert e una f amil ia, u ot ra cual quiera sociedad humana, dif iera de l a que
propiament e sea sociedad pol ít ica, verémosl o mej or al considerar en qué consist e l a
úl t ima.

87. El hombre, por cuant o nacido, como se demost ró, con t ít ul o a l a perf ect a
l ibert ad y no sofrenado goce de t odos l os derechos y privil egios de l a l ey de
nat ural eza, al igual que ot ro cual quier semej ant e suyo o número de el los en el haz
de l a t ierra, posee por nat ural eza el poder no sól o de preservar su propiedad, est o
es, su vida, l ibert ad y hacienda, cont ra l os agravios y pret ensiones de los demás
hombres, sino t ambién de j uzgar y cast igar en l os demás l as inf racciones de dicha
l ey, según est imare que el agravio merece, y aun con l a misma muert e, en crímenes
en que l a odiosidad del hecho, en su opinión, lo requiriere. Mas no pudiendo sociedad
pol ít ica al guna exist ir ni subsist ir como no cont enga el poder de preservar l a
propiedad; y en orden a ell o cast igue l os del it os de cuant os a t al sociedad
pert enecieren, en est e punt o, y en él sólo, será sociedad pol ít ica aquel l a en que
cada uno de l os miembros haya abandonado su poder nat ural , abdicando de él en
manos de l a comunidad para t odos l os casos que no excl uyan el ll amamient o a l a
prot ección l egal que l a sociedad est abl eciera. Y así, dej ado a un l ado t odo part icul ar
j uicio de cada miembro part icul ar, l a comunidad viene a ser árbit ro; y mediant e
l eyes comprensivas e imparcial es y hombres aut orizados por l a comunidad para su
ej ecución, decide t odas l as dif erencias que acaecer pudieren ent re los miembros de
aquel l a compañía en l o t ocant e a cual quier mat eria de derecho, y cast iga l as of ensas
que cada miembro haya comet ido cont ra l a sociedad, según l as penas f ij adas por l a
l ey; por l o cual es f ácil discernir quiénes est án, y quiénes no, unidos en sociedad
pol ít ica. Los que se hall aren unidos en un cuerpo, y t uvieren l ey común y j udicat ura
est abl ecida a quienes apel ar, con aut oridad para decidir en l as cont iendas ent re ell os
y cast igar a l os of ensores, est arán ent re el l os en sociedad civil ; pero quienes no
gozan de t al común apel ación, quiero decir en l a t ierra, se hal l an t odavía en el
príst ino est ado nat ural , donde cada uno es, a f al t a de ot ro, j uez por sí mismo y
ej ecut or; que así se perf il a, como ant es most ré, el perf ect o est ado de nat ural eza.

88. Y de est a suert e el Est ado consigue el poder de f ij ar qué cast igó corresponderá a
l as diversas t ransgresiones que f ueren est imadas sancionabl es, comet idas cont ra los
miembros de aquel l a sociedad (lo cual es el poder l egisl at ivo), así como t endrá el
poder de cast igar cual quier agravio hecho a uno de sus miembros por quien no lo
f uere (o sea el poder de paz y guerra); y t odo el l o para l a preservación de l a
propiedad de los miembros t odos de l a sociedad ref erida, hast a el l ímit e posibl e.
Pero dado que cada hombre ingresado en sociedad abandonara su poder de cast igar
l as of ensas cont ra l a l ey de nat ural eza en seguimient o de part icul ar j uicio, t ambién,
además del j uicio de of ensas por él abandonado al l egisl at ivo en cuant os casos
pudiere apel ar al magist rado, cedió al conj unt o el derecho de empl ear su f uerza en
l a ej ecución de f all os de l a repúbl ica; siempre que a ell o f uere l l amado, pues esos,
en real idad, j uicios suyos son, bien por él mismo f ormul ados o por quien l e
represent are. Y aquí t enemos l os orígenes del poder l egisl at ivo y ej ecut ivo en l a
sociedad civil , est o es, el j uicio según l eyes permanent es de hast a qué punt o l as
of ensas serán cast igadas cuando f ueren en l a nación comet idas; y, t ambién, por
j uicios ocasional es, f undados en circunst ancias present es del hecho, hast a qué punt o
l os agravios procedent es del ext erior deberán ser vindicados; y en uno como en ot ro
caso empl ear, si el lo f uere menest er, t oda l a f uerza de t odos los miembros.

89. Así, pues, siempre que cual quier número de hombres de t al suert e en sociedad se
j unt en y abandone cada cual su poder ej ecut ivo de l a l ey de nat ural eza, y l o dimit a
en manos del poder públ ico, ent onces exist irá una sociedad civil o pol ít ica. Y est o
ocurre cada vez que cualquier número de hombres, dej ando el est ado de nat ural eza,
ingresan en sociedad para formar un puebl o y un cuerpo pol ít ico baj o un gobierno
supremo: o bien cuando cualquiera accediere a cual quier gobernada sociedad ya
exist ent e, y a ell a se incorporare. Porque por ell o aut orizará a l a sociedad o, l o que
es l o mismo, al poder l egisl at ivo de ell a, a somet erl e a l a l ey que el bien públ ico de
l a sociedad demande, y a cuya ej ecución su asist encia, como l a prest ada a l os
propios decret os, será exigibl e. Y el lo saca a los hombres del est ado de nat ural eza y
l es hace acceder al de repúbl ica, con el est ablecimient o de un j uez sobre l a t ierra
con aut oridad para resolver t odos los debat es y enderezar l os ent uert os de que
cual quier miembro pueda ser víct ima, cuyo j uez es el l egisl at ivo o l os magist rados
que designado hubiere. Y siempre que se t rat are de un número cualquiera de
hombres, asociados, sí, pero sin ese poder decisivo a quien apel ar, el est ado en que
se hall aren será t odavía el de nat ural eza.
90. Y es por el lo evident e que l a monarquía absol ut a, que al gunos t ienen por único
gobierno en el mundo, es en real idad incompat ibl e con l a sociedad civil , y así no
puede ser forma de gobierno civil al guno. Porque siendo el f in de l a sociedad civil
educar y remediar los inconvenient es del est ado de nat ural eza (que necesariament e
se siguen de que cada hombre sea j uez en su propio caso), mediant e el
est abl ecimient o de una aut oridad conocida, a quien cualquiera de dicha sociedad
pueda apel ar a propósit o de t odo agravio recibido o cont ienda surgida, y a l a que
t odos en t al sociedad deban obedecer, cual esquiera personas sin aut oridad de dicho
t ipo a quien apel ar, y capaz de decidir l as dif erencias que ent re el los se produj eren,
se hal l arán t odavía en el est ado de nat ural eza: y en él se hal l a t odo príncipe absol ut o
con rel ación a quienes se encont raren baj o su dominio.

91. Porque ent endiéndose que él reúne en sí t odos los poderes, el l egisl at ivo y el
ej ecut ivo, en su persona sol a, no es posibl e hal l ar j uez, ni est á abiert a l a apel ación a
ot ro ninguno que pueda j ust a, imparcial ment e y con aut oridad decidir, y de quien
al ivio y enderezamient o pueda resul t ar a cual quier agravio o inconveniencia causada
por el príncipe, o por su orden suf rida. De modo que t al hombre, como queráis que
se l e t il de, Zar o Gran Señor, o como gust areis, se hall a en el est ado de nat ural eza,
con t odos aquell os a quienes abarcare su dominio, del propio modo que est á en él
por l o que se ref iere al rest o dé l a humanidad. Porque dondequiera que se vieren dos
hombres sin l ey permanent e y j uez común a quien apel ar en l a t ierra, para l a
det erminación de cont roversias de derecho ent re el l os, se encont rarán los t al es
t odavía en est ado de nat ural eza y baj o t odos l os inconvenient es de él: con sólo
est a l ast imosa dif erencia para el súbdit o, o mej or dicho, escl avo, del príncipe
absol ut o: que mient ras en el est ado ordinario de nat ural eza, goza de l ibert ad para
j uzgar de su derecho, según el máximo de su fuerza para mant enerl o, en cambio,
cuando su propiedad es invadida por el albedrío y mandat o de su monarca, no sólo no
t iene a quién apel ar, como l os que se hal l aren en sociedad deberían t ener, sino que,
como degradado del est ado común de l as criat uras racional es, se ve negada l a
l ibert ad de j uzgar del derecho propio y de def enderl e, y así est á expuest o a t oda l a
inf el icidad e inconvenient e que pueda t emer el hombre de quien, persist iendo en el
no sof renado est ado de nat ural eza, se hall a, empero, corrompido por l a adul ación y
armado de poder.

92. Al que creyere que el poder absol ut o purif ica l a sangre de l os hombres y corrige
l a baj eza de l a nat ural eza humana, l e bast ará l eer l a hist oria de est a edad o de ot ra
cual quiera para convencerse de l o cont rario. Quien hubiere sido insol ent e y dañoso
en l os bosques de América no resul t ara probabl ement e mucho mej or en un t rono,
donde t al vez consiguiera que el saber y l a rel igión cuidaran de j ust if icar t odo cuant o
a sus súbdit os hiciera, no sin que al punt o acall ase l a espada a quienes osaran poner
en duda aquel l os dict ámenes. Y en cuant o a l a prot ección que real ment e conf iera l a
monarquía absol ut a, y l a especie de padres de sus países en que conviert e a l os
príncipes, y hast a qué grado de dicha y seguridad ll eva a l a sociedad civil cuando t al
gobierno consigue su perf ección, podrá f ácil ment e ent erarse quien l eyere l a úl t ima
reseña deCeyl án.

93. Ciert o que en l as monarquías absol ut as, como en l os demás gobiernos del mundo,
pueden l os, súbdit os apel ar a l a l ey, y l os j ueces decidir cual quier cont roversia y
ref renar cualquier viol encia acaecedera ent re los súbdit os mismos, uno cont ra ot ro.
Cada cual precia est e orden como necesario, y piensa: Merecerá ser t enido por
enemigo decl arado de l a sociedad y l a humanidad quien int ent e derribarl as. Pero hay
razón para dudar que el lo nazca, de un verdadero amor de l a humanidad y l a
sociedad, así como de l a caridad que uno a ot ros nos debemos. Porque ell o no es más
que l o que t odo hombre que gust are de su propia puj anza, provecho o grandeza,
puede, y nat ural ment e debe hacer: evit ar que se dañen o dest ruyan uno a ot ro l os
animal es que t rabaj an y se af anan sól o para vent aj a y pl acer de él; y así andarán
el l os cuidados no por amor al guno que l es dedicare su dueño, mas por el amor que
ést e t iene de sí mismo y del provecho que l e acarrean. Porque si t al vez se
pregunt are qué seguridad, qué def ensa habrá en t al est ado cont ra l a viol encia y
opresión de su gobernant e absol ut o, apenas si ést a misma pregunt a podrá ser
t ol erada. Pront o est arán a deciros que el sólo pedir seguridad merece l a muert e.
Ent re súbdit o y súbdit o, os concederán, deben exist ir regl as, l eyes y j ueces para su
mut ua paz y seguridad. Pero el gobernant e debe ser absol ut o y est ar por encima de
t al es circunst ancias; y pues t iene poder para causar mayor daño y perj uicio, cuando
él lo hace j ust o es. Pregunt ar cómo podríais guardaros de daño o agravio por aquel l a
part e en que f uera obra de l a mano más poderosa, sería al punt o voz f acciosa y
rebelde. Es como si los hombres, al abandonar el est ado de nat ural eza y ent rar en l a
sociedad hubieren convenido que t odos, sal vo uno, se hal l arían baj o l a sanción de l as
l eyes; pero que el except uado ret endría aún l a l ibert ad ent era del est ado de
nat ural eza, aument ada con el poder y convert ida en disol ut a por l a impunidad. El lo
equivaldría a pensar que los hombres son t an necios que cuidan de evit ar el daño que
puedan causarl es mof et as y zorras, pero l es cont ent a, es más, dan por conseguida
seguridad, el ser devorados por l eones.

94. Pero, sea cual f uere l a paría de l os l isonj eros para dist raer los ent endimient os de
l as gent es, j amás privará a los hombres de sent ir; y cuando percibieren ést as que un
hombre cual quiera, aunque encaramado en l a mayor sit uación del mundo, se ha
sal ido de l os l ímit es de l a sociedad civil a que pert enecen, y que no pueden apel ar en
l a t ierra cont ra daño al guno que acaso de él reciban, t al vez ll egarán a sent irse en
est ado de nat ural eza con respect o a quien dura asimismo en él , y a cuidar, en cuant o
pudieren, de obt ener preservación y seguridad en l a sociedad civil , para lo que ést a
f ue inst it uida y por cuya sol a vent aj a ent raron en el l a. Y por t ant o, aunque t al vez en
l os orígenes (de lo que más hol gadament e se discurrirá l uego, en l a part e siguient e
de est a disert ación) al gún hombre bondadoso y excel ent e que al canzara
preeminencia de l os demás, vio pagar a su bondad y virt ud, como a una especie de
aut oridad nat ural , l a def erencia de que el sumo gobierno, con arbit raj e de t odas l as
cont iendas, por consent imient o t ácit o para a sus manos, sin más caución que l a
seguridad que hubieren t enido de su rect it ud y cordura, lo ciert o es que, , cuando el
t iempo hubo conf erido aut oridad, y, como al gunos hombres quisieran hacernos creer,
sant idad a cost umbres inauguradas por l a imprevisora, negl igent e inocencia de l as
primeras edades, vinieron sucesores de ot ra est ampa; y el puebl o, al hall ar que sus
propiedades no est aban seguras baj o el gobierno t al cual se hal l aba const it uido
(siendo así que el gobierno no t iene más f in que l a preservación de l a propiedad),
j amás pudo sent irse seguro ni en sosiego, ni creerse en sociedad civil , hast a que el
poder l egisl at ivo f ue asignado a ent idades col ect ivas, l l ámesel as senado, parl ament o
o como mej or pl uguiere, por cuyo procedimient o l a más dist inguida persona quedó
suj et a, al igual que l os más mezquinos, a esas leyes que él mismo, como part e del
poder l egisl at ivo, había sancionado; ni nadie pudo ya, por aut oridad que t uviere,
evit ar l a f uerza de l a l ey una vez promul gada ést a, ni por al egada superioridad inst ar
excepción, que supusiera permiso para sus propios desmanes o l os de cual quiera de
sus dependient es. Nadie en l a sociedad civil puede quedar except uado de sus l eyes.
Porque si al gún hombre pudiere hacer l o que se l e ant oj are y no exist iera apel ación
en l a t ierra para l a seguridad o enderezamient o de cual quier daño por él obrado,
quisiera yo que se me dij ere si no est ará t odavía el t al en perf ect o est ado de
nat ural eza, de suert e que no acert ará a ser part e o miembro de aquell a sociedad
civil ; y a l o sumo podrá decirme al guien que el est ado de nat ural eza y l a sociedad
civil son una cosa misma, aunque j amás hall é en l o pasado a quien f uese t an sumo
val edor de l a anarquía que así l o af irmara.
CAPÍTULO VIII. DEL COMIENZO DE LAS SOCIEDADES POLÍTICAS

95. Siendo t odos los hombres, cual se dij o, por nat ural eza l ibres, igual es e
independient es, nadie podrá ser sust raído a ese est ado y somet ido al poder pol ít ico
de ot ro sin su consent imient o, el cual se declara conviniendo con ot ros hombres
j unt arse y unirse en comunidad para vivir cómoda, resguardada y pacíf icament e,
l inos con ot ros, en el af ianzado disfrut e de sus propiedades, y con mayor seguridad
cont ra l os que f ueren aj enos al acuerdo. Eso puede hacer cual quier número de
gent es, sin inj uria a l a f ranquía del rest o, que permanecen, como est uvieran ant es,
en l a l ibert ad del est ado de nat ural eza. Cuando cual quier número de gent es hubieren
consent ido en concert ar una comunidad o gobierno, se hal l arán por el lo asociados y
f ormarán un cuerpo pol ít ico, en que l a mayoría t endrá el derecho de obrar y de
imponerse al rest o.

96. Porque cuando un número det erminado de hombres compusieron, con el


consent imient o de cada uno, una comunidad, hicieron de el l a un cuerpo único, con el
poder de obrar en cal idad de t al , lo que sól o ha de ser por vol unt ad y det erminación
de l a mayoría pues siendo l o que mueve a cualquier comunidad el consent imient o de
l os individuos que l a componen, y vist o que un sol o cuerpo sól o una dirección puede
t omar, precisa que el cuerpo se mueva hacia donde l e conduce l a mayor f uerza, que
es el consent imient o de l a mayoría, ya que de ot ra suert e f uera imposibl e que
act uara o siguiera exist iendo un cuerpo, una comunidad, que el consent imient o de
cada individuo a ell a unido quiso que act uara y prosiguiera. Así pues cada cual est á
obl igado por el ref erido consent imient o a su propia rest ricción por l a mayoría. Y así
vemos que en asambl eas f acul t adas para act uar según l eyes posit ivas, y sin número
est abl ecido por l as disposiciones posit ivas que l as f acul t an, el act o de l a mayoría
pasa por el de l a t ot al idad, y nat ural ment e decide como poseyendo, por l ey de
nat ural eza y de razón, el poder del conj unt o.

97. Y así cada hombre, al consent ir con ot ros en l a f ormación de un cuerpo pol ít ico
baj o un gobierno, asume l a obl igación hacia cuant os t al sociedad const it uyeren, de
somet erse a l a det erminación de l a mayoría, y a ser por el l a rest ringido; pues de ot ra
suert e el pact o f undament al , que a él y a los demás incorporara en una sociedad,
nada signif icaría; y no exist iera t al pact o si cada uno anduviera suel t o y sin más
suj eción que l a que ant es t uviera en est ado de nat ural eza. Porque ¿qué aspect o
quedaría de pact o al guno? ¿De qué nuevo compromiso podría habl arse, si no quedare
él vincul ado por ningún decret o de l a sociedad que hubiere j uzgado para sí
adecuada, y hecho obj et o de su aquiescencia efect iva? Pues su l ibert ad sería igual a
l a que ant es del pact o gozó, o cual quiera en est ado de nat ural eza gozare, donde
t ambién cabe somet erse y consent ir a cualquier act o por el propio gust o.

98. En ef ect o, si el consent imient o de l a mayoría no f uere razonabl ement e recibido


como act o del conj unt o, rest ringiendo a cada individuo, no podría const it uirse el
act o del conj unt o más que por el consent imient o de t odos y cada uno de los
individuos, l o cual, considerados l os achaques de sal ud y l as dist racciones de l os
negocios que aunque de l inaj e mucho menor que el de l a repúbl ica, ret raerán
f orzosament e a muchos de l a públ ica asamblea, y l a variedad de opiniones y
cont radicción de int ereses que inevit abl ement e se producen en t odas l as reuniones
humanas, habría de ser casi imposibl e conseguir. Cabe, pues, af irmar que quien en l a
sociedad ent rare con t al es condiciones, vendría a hacerl o como Cat ón en el
t eat ro, t ant um ut exi r et . Una const it ución de est e t ipo haría al poderoso Leviat án
más pasaj ero que l as más f l acas criat uras, y no l e consent iría sobrevivir al día de su
nacimient o: supuest o sólo admisibl e si creyéramos que l as criat uras racional es
desearen y const it uyeren sociedades con el mero f in de su disol ución. Porque donde
l a mayoría no al canza a rest ringir al rest o, no puede l a sociedad obrar como un sol o
cuerpo, y por consiguient e habrá de ser inmediat ament e disuel t a.

99. Quienquiera, pues, que sal iendo del est ado de nat ural eza, a una comunidad se
uniere, será considerado como dimit ent e de t odo el poder necesario, en manos de l a
comunidad, con vist a a l os f ines que a ent rar en el l a l e induj eron, a menos que se
hubiere expresament e convenido al gún número mayor que el de l a mayoría. Y el l o se
ef ect úa por el simpl e asent imient o a unirse a una sociedad pol ít ica, que es el pact o
que exist e, o se supone, ent re l os individuos que ingresan en una repúbl ica o l a
const it uyen. Y así lo que inicia y ef ect ivament e const it uye cual quier sociedad
pol ít ica, no es más que consent imient o de cual quier número de hombres l ibres, apt os
para l a mayoría, a su unión e ingreso en t al sociedad. Y est o, y sól o est o, es lo que ha
dado o podido dar principio a cual quier gobierno l egít imo del mundo.

100. Hal lo l evant arse a lo dicho dos obj eciones: 1. Que es imposibl e hall ar en l a
hist oria ej empl os de una compañía de hombres independient es y uno a ot ro igual es,
que se reúnan y de est a suert e empiecen y est abl ezcan un gobierno. 2. Que es
j urídicament e imposibl e que l os hombres puedan obrar así, pues habiendo nacido
t odos los hombres baj o gobierno, a él deben somet erse y no est án en f ranquía para
const it uir uno nuevo.

101. A l a primera hay que responder: Que no es para asombrar que l a hist oria no nos
dé sino cuent a muy parca de l os hombres que vivieron j unt os en est ado de
nat ural eza. Los inconvenient es de t al condición, y el amor y necesidad de l a
sociedad, apenas hubieron congregado a un dado número de el los, sin dil ación l es
unieron y organizaron en un cuerpo, como ell os desearan proseguir en compañía. Y si
no nos f uere l ícit o suponer que hayan vivido hombres en est ado de nat ural eza,
porque poco sepamos de el los en t al est ado, igual ment e podríamos mant ener que los
ej ércit os de Sal manasar o de Jerj es nunca f ueron de niños, porque no dej aron ell os
sino menguado t est imonio hast a que f ueron hombres, y ent rados en mil icia.
Ant ecedió el gobierno dondequiera a l a memoria escrit a; y rara vez cundieron l as
l et ras en un pueblo hast a que por l arga cont inuación de l a sociedad civil hubieran
l ogrado ot ras mas necesarias art es proveer a su seguridad reposo y abundancia. Y
l uego empezaron a inquirir sobre l a hist oria de sus f undadores y a escudriñar l os
propios orígenes, cuando a l a memoria de ello habían sobrevivido. Porque a l as
naciones ocurre l o que a l os individuos: que comúnment e ignoran sus nacimient os e
inf ancias; y si al go saben de el los es gracias a accident al es recuerdos que ot ros
hubieren conservado. Y l os que t enemos del principio de cualquier const it ución
pol ít ica del mundo, sal vo l a de l os j udíos, en que hubo inmediat a int erposición de
Dios y no por ciert o f avorabl e al dominio de raíz pat erna, cl aros ej emplos son del
principio a que hice ref erencia, o al menos guardan de él manif iest os indicios.

102. Manif iest a incl inación abriga a negar los hechos evident es que no armonicen con
su hipót esis quien no reconozca que nacieron Roma y Venecia por haberse j unt ado
diversos hombres, l ibres e independient es unos de ot ros, f al t os ent re si de
superioridad o suj eción nat ural es. Y si José Acost a ha de merecernos crédit o, por él
sabremos no haber exist ido en muchas part es de América gobierno al guno. "Hay
conj et uras muy cl aras que por gran t iempo, no t uvieron est os hombres reyes ni
repúbl ica concert ada, sino que vivían por behet rías, como agora los fl oridos y los
chiriguanas, y los brasil es y ot ras naciones muchas, que no t ienen ciert os reyes, sino
conf orme a l a ocasión que se of rece en guerra o paz, el igen sus caudil l os como se l es
ant oj a. " Si se dij ere que cada hombre nació suj et o a su padre, o al j ef e de su f amil ia,
ya acerca de el l o se probó que l a suj eción por un hij o debida al padre no l e quit aba
su f acul t ad de incorporarse a l a sociedad pol ít ica que est imare idónea; pero sea
como f uere, aquell os hombres pat ent ement e eran de veras l ibres; y cual quiera que
sea l a superioridad que al gunos pol ít icos quisieran hoy conf erir a uno de l os t al es,
el l os mismos, por su part e, no l a recl amaron, sino que, por consent imient o, f ueron
igual es t odos, hast a que, por el propio consent imient o, l evant aron a l os gobernant es
sobre sí mismos. De suert e que t odas sus sociedades pol ít icas nacieron de unión
vol unt aria, y del mut uo acuerdo de hombres l ibrement e obrando en l a el ección de
sus gobernant es y formas de gobierno.

103. Y at révome a esperar que quienes de Espart a sal ieron con Pal ant o, mencionados
por Just ino, serán acept ados como varones que f ueron l ibres e independient es unos
de ot ros, y que por propio consent imient o ordenaron un gobierno sobre sí mismos.
Tengo, pues, dados dist int os ej emplos que consignó l a hist oria, de gent es l ibres y en
est ado de nat ural eza que, bien hall ados se organizaron en un cuerpo y f undaron una
nación. Mas si l a f al t a de t al es ej emplos f uere argument o probat ivo de que así no f ue
ni pudo ser empezado el gobierno, supongo que más l es val iera a los sost enedores del
imperio pat ernal pasarl a por al t o que argüirla cont ra l a l ibert ad del est ado de
nat ural eza; porque si pudieran dar igual número de ej empl os, sacados de l a hist oria,
de gobiernos empezados por derecho pat erno, ent iendo que, con no ser el argument o
de gran f uerza para demost rar l o que debería acaecer según derecho, podríase, sin
gran pel igro, cederl es el campo. Mas en caso t al l es aconsej ara no invest igar mucho
l os orígenes de l os gobiernos empezados de f act o, por t emor a hall ar en el
f undament o de el los al go poquísimament e f avorabl e al designio que promueven y a l a
cl ase de poder por quien bat all an.

104. Pero concl uyamos: siendo pat ent e que l a razón nos acompaña al sust ent ar que
l os hombres son nat ural ment e l ibres, y revel ando l os ej emplos de l a hist oria haber
t enido l os gobiernos del mundo empezados en paz t al f undament o, y hechura de
consent imient o popul ar, poco t recho quedará a l a duda sobre cual f uere el derecho o
cual haya sido l a opinión o práct ica de l a humanidad en cuant o a l a primera erección
de los gobiernos.

105. No he de negar que si miramos a l o remot o, t an l ej os como nos l o permit iere l a


hist oria, hacia el origen de l as naciones, l os hal l aremos por l o común baj o el
gobierno y administ ración de un hombre. Y t ambién al canzaré a creer que donde
una f amil ia hubiere sido bast ant ement e numerosa para subsist ir por sí misma, y
siguiere ent erament e j unt a, sin mezcl arse con ot ras, como a menudo ocurre cuando
hay mucha t ierra y poca gent e, el gobierno empezara corrient ement e en el padre.
Porque disponiendo ést e, por l ey de nat ural eza, del mismo poder, por l os demás
hombres compart ido, de cast igar, como l o est imara oport uno, cual quier of ensa
cont ra aquel l a l ey, podía, por l o t ant o, cast igar a sus hij os t ransgresores, aun cuando
hubieren l l egado a l a edad adul t a y sal ido de su pupil aj e; y el los se somet erían
probabl ement e a su cast igo y se unirían a él , a su vez, cont ra el of ensor, dándol e así
poder para ej ecut ar su sent encia cont ra cualquier t ransgresión y haciéndol e, en
ef ect o, l egisl ador y gobernant e de t odo lo demás que se rel acionara con l a f amil ia.
Era el más adecuado para inspirar conf ianza; el af ect o pat erno aseguraba con su celo
l a propiedad y l os int ereses de ell os, y l a cost umbre que t uvieran de obedecerl e en
su inf ancia hacia más f ácil somet erse a él que a ot ro cual quiera. Si pues necesit aban
que al guien l es gobernara, dif ícil ment e evit abl e como es el gobierno ent re hombres
que viven j unt os, ¿quién más indicado que ese hombre, su padre común, a menos que
negl igencia, crueldad, u ot ro def ect o del cuerpo o espírit u l e incapacit ara? Pero una
vez f al l ecido el padre, dej ando inmediat o heredero menos capaz, por f al t a de años,
cordura, valor o cualquier ot ra cual idad, o bien en el caso de que diversas f amil ias se
reunieran y consint ieran en seguir viviendo j unt as, no cabe duda que se recurrió a l a
l ibert ad nat ural para inst aurar a aquel a quien se reput ara más capaz y de mej or
promesa para el gobierno sobre el l os. De acuerdo con lo dicho hal l amos a l as gent es
de América que, viviendo f uera del al cance de l as espadas conquist adoras y
progresiva dominación de los dos grandes imperios de Perú y México, gozaron de su
l ibert ad nat ural aunque, coet er is par ibus, pref irieran comúnment e al heredero de su
rey dif unt o; mas si de al gún modo resul t aba débil o incapaz, pasábanl e por al t o; y
escogían por su gobernant e al más fornido y bravo de t odos.

106. Así, mirando at rás, hacia l os más ant iguos t est imonios que al guna cuent a den de
l a pobl ación del mundo y de l a hist oria de l as naciones, hall amos comúnment e el
gobierno en una mano, pero eso no dest ruye lo que af irmo, est o es, que el comienzo
de l a sociedad pol ít ica depende del consent imient o de l os individuos que se unen y
f orman una sociedad, l a cual , una vez ell os int egrados, puede est abl ecer l a f orma de
gobierno que t uviere por oport una. Pero habiendo eso dado ocasión a que los
hombres erraran y creyeran que, por nat uraleza, el gobierno era monárquico y
pert enecía al padre, no est ará f uera de sazónconsiderar aquí por qué l as gent es, en
l os comienzos, general ment e se ahincaron en est a f orma; y aunque t al vez l a
preeminencia del padre pudo en l a primera inst it ución de al gunas naciones, dar
origen al poder y ponerlo al principio en, una mano, con t odo es evident e que l a
razón que hizo proseguir l a f orma de gobierno unipersonal no f ue en modo al guno
consideración o respet o a l a aut oridad pat erna, pues t odas l as monarquías menudas,
est o es casi t odas l as monarquías, f ueron cerca de sus orígenes comúnment e, o al
menos en ocasiones, el ect ivas.

107. En primer l ugar, pues, en el comienzo del proceso, el gobierno pat erno de l os
hij os en su niñez acost umbró a ést os al gobierno de un hombre, y l es enseñó que
cuando se l e ej ercía con esmero y habil idad, con af ect o y amor a l os supedit ados,
bast aba para procurar y preservar a l os hombres t oda l a f el icidad pol ít ica que en l a
sociedad buscaban, por l o cual no f ue maravil l a que se l anzaran y apegaran
nat ural ment e a l a f orma de gobierno a que desde niños est aban acost umbrados y que
por experiencia t enían a l a vez por sencill a y de buen resguardo. A l o cual cabrá
añadir que siendo l a monarquía simpl e y pat ent ísima para hombres a quienes ni l a
experiencia había inst ruido en l o que t oca a formas de gobierno, ni l a ambición o
insol encia del imperio induj era a recel ar de l as int rusiones de l a prerrogat iva o los
inconvenient es del poder absol ut o que l a monarquía, sucesivament e, pudo recl amar
e imponerl es, nada ext raño f ue que no se preocuparan gran cosa de discut ir mét odos
para rest ringir cualquier exorbit ancia de aquell os a quienes conf irieran aut oridad
sobre sí mismos, y de equil ibrar el poder del gobierno poniendo varias part es de él en
dist int as manos. Ni sent ido habían l a opresión del dominio t iránico, ni el modo de su
época o l as posesiones o est il o de vivir de el los, que of recían escasa mat eria a l a
codicia o l a ambición, l es dieron razón al guna para t emerl o o t omar precauciones
cont ra él; y así, no es sorprendent e que adopt aran una f orma de gobierno que era no
sólo, como dij e, pat ent ísima y sencill ísima, sino además l a mej or conf ormada a su
present e est ado y condición, más necesit ado de def ensa cont ra invasiones y agravios
ext ranj eros que de mul t ipl icidad de l eyes que mal correspondieran a propiedad
escasísima; sin que por ot ra part e requirieran variedad de gobernant es y
abundamient o de f uncionarios para dirigir y cuidar de l a f unción ej ecut iva cont ra
unos pocos t ransgresores y ot ros t ant os del incuent es. Y ya, pues, que de t al suert e se
compl acían unos con ot ros que al f in en sociedad se unieron, de suponer es que
t endrían al gún conocimient o y amist ad mut ua y conf ianza recíproca, con l o que no
podrían dej ar de sent ir mayor aprensión hacia l os ext raños que ent re ell os mismos; y
por ende su primer pensamient o y cuidado debió de ser forzosament e asegurarse
cont ra l a f uerza ext ranj era. Éral es, pues, nat ural adopt ar una f orma de gobierno que
como ninguna sirviera a est e f in, y escoger al más prudent e y denodado para que l es
conduj era en sus guerras y sacara al campo cont ra sus enemigos, y en eso
principal ment e f uese gobernant e de ell os.

108. Así vemos que l os reyes de l os indios, en América, que es t odavía como paut a de
l as más ant iguas edades en Asia y Europa, mient ras l os habit ant es f ueron sobrando
pocos para el país, y l a f al t a de gent es y dineros no permit ió a l os hombres l a
t ent ación de ensanchar sus posesiones de t ierra o l uchar por mayores hol guras de
t errit orio, casi no pasaron de general es de sus ej ércit os; y aunque mandaran
absol ut ament e en l a guerra, con t odo, vuel t os a sus vidas en t iempo de paz,
ej ercieron muy escaso dominio, con sólo muy medida soberanía; l as decisiones de
paz y guerra se t omaban ordinariament e por el pueblo o en un consej o, mas l a
guerra, que no admit e l a pl ural idad de gobernant es, nat ural ment e' concent raba el
mando en l a sol a aut oridad del rey.

109. Y de est a suert e en el propio Israel , el principal of icio de sus j ueces y primeros
reyes parece haber sido el de capit anes en l a guerra y caudill os de sus ej ércit os, lo
cual (además de l o que signif icaba "sal ir y ent rar del ant e del pueblo", que era sal ir a
l a guerra y volver a l a cabeza de l as f uerzas) clarament e aparece en l a hist oria de
Jef t é. Guerreaban l os Ammonit as cont ra Israel , y l os Gil eadit as, medrosos, enviaron
gent es a Jef t é, bast ardo de su f amil ia a quien habían expulsado, y con él pact aron
que si l es asist ía cont ra l os Ammonit as, l e harían gobernant e de el los, lo que
ef ect uaron con' est as pal abras: "Y el puebl o l o el igió por su cabeza y príncipe", l o
cual signif icaba, al parecer, ser designado j uez. "Y j uzgó a Israel" -est o es, f ue su
capit án general - "por seis años". Así cuando Jot ham echa en cara a l os Chechemit as l a
obl igación en que hacia Gedeón se hal l aran, que había sido su j uez y gobernant e, l es
dice: "Pel eó por vosot ros, y echó l ej os su vida, para l ibraros de mano de Madián".
Nada de él mencionó salvo l o que como general hiciera, y, en ef ect o, eso es cuant o
hal l amos en su hist oria o en l a de cualquiera de l os rest ant es j ueces. Y Abimel ech
part icul arment e es ll amado rey aunque no f ue a l o sumo sino su general. Y cuando
cansados de l a conduct a depravada de los hij os de Samuel, l os nat ivos de Israel
desearon un rey, "como t odas l as gent es; y nuest ro rey nos gobernará y saldrá
del ant e de nosot ros y hará guerras", Dios, acogiendo su deseo, dij o a Samuel , "t e
enviaré un hombre, al cual ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel, y sal vará a mi
pueblo de mano de l os f il ist eos", l o propio que si el único of icio de un rey hubiere
sido acaudil l ar sus ej ércit os y l uchar por su defensa; por lo cual , en l a inst al ación
real , vert iendo una redoma de aceit e sobre él , decl ara a Saúl que "el Señor l e había
ungido para que f uera capit án de su heredad". Y por t ant o, quienes después que Saúl
hubo sido escogido sol emnement e como rey y sal udado por l as t ribus en Mizpa, con
mal os oj os veían t al el ección, sólo obj et aban: "¿Cómo nos ha de sal var ést e?"; como si
hubieran dicho: "No es est e hombre cabal para rey nuest ro, pues de pericia y
experiencia de l a guerra carece, y así no sabrá def endernos. " Y cuando resol vió Dios
t rasponer el gobierno a David, f ue en est as pal abras: "Mas ahora t u reino no será
durable: el Señor se ha buscado varón según su corazón, al cual el Señor ha mandado
que sea capit án sobre su pueblo. ". Como si t oda l a regia aut oridad no consist iera en
ot ra cosa que en ser su general ; y de est a suert e l as t ribus que se mant uvieran
apegadas a l a f amil ia de Saúl y opuest as al reino de David, cuando f ueron al Hebrón a
ver a ést e en t érminos de sumisión, dij éronl e, ent re ot ros argument os, que debían
somet erse a él como rey de ell os; que él era, en ef ect o, su rey en t iempo de Saúl , y
por t ant o l es era ya f uerza recibirl o por rey: "Ya aun ayer y ant es", dij eron, cuando
Saúl reinaba sobre nosot ros, t ú sacabas y volvías a Israel . Además, el Señor t e ha
dicho: t ú apacent arás a mi pueblo Israel y t ú serás sobre Israel capit án".
110. Así, ora una f amil ia se convirt iera gradual ment e en una repúbl ica, y cont inuada
l a aut oridad pat erna por el primogénit o, cuant os a su vez crecieran al cobij o de ell a
t ácit ament e se l e somet ieran, y no of endiendo a nadie su f acil idad e igual dad,
asint iera cada cual hast a que el t iempo pareciere haberl a conf irmado, y est abl ecido
un derecho sucesorio por prescripción; ora diversas f amil ias, o l os descendient es de
diversas f amil ias, a quien el acaso, los ef ect os de l a vecindad o el negocio j unt aran,
se unieran en sociedad, en t odo caso acaecería que l a necesidad de un general cuya
guía pudiera def enderl es cont ra sus enemigos en l a guerra, y l a gran conf ianza que a
unos hombres daba en ot ros l a inocencia y sinceridad de aquell a edad pobre, pero
virt uosa, como l o son casi t odas l as principiadoras de gobiernos que hubieren de
durar en el mundo, induj era a l os iniciadores de l as repúbl icas a poner general ment e
el gobierno en manos de un hombre, sin más l imit ación o rest ricción expresa que l as
requeridas por l a nat ural eza del negocio y el fin del gobierno. Habíal e sido dado
aquél para el bien y seguridad del puebl o; y para t al es f ines, en l a inf ancia de l as
naciones, usado f ue comúnment e; y como no hubieren hecho t al , l as sociedades
mozas no hubieran podido subsist ir. Sin t al es padres para l a crianza, sin ese cuidado
de los gobernant es, t odos l os gobiernos habríanse perdido por l a debil idad y achaques
de su parvul ez, y hubieran perecido j unt os, sin dil ación, el príncipe y el pueblo.

111. Pero l a edad de oro (aunque, ant es que l a vana ambición y el amor scel er at us
habendi , l a mal a concupiscencia corrompiera l as ment es humanas con su f al sa noción
del poder y el honor) t enía más virt ud, y consiguient ement e mej ores gobernant es,
como t ambién súbdit os menos viciosos; y f al t aba, por un l ado, el abuso de
prerrogat iva at ent o a l a opresión del pueblo, y consiguient ement e, por el ot ro, t oda
disput a sobre el privil egio, que menguara o rest ringiera el poder del magist rado; y,
por t ant o, t oda cont ienda ent re l os gobernant es y el pueblo sobre quienes
gobernaren o su gobierno. Pero cuando l a ambición y pompa, en edades sucesivas,
ret uvieron y aument aron el poder, sin cumpl ir con el of icio para el que est e f ue
ot orgado, y ayudadas por l a adul ación, enseñaron a l os príncipes a f incar int ereses
separados y dist int os de los de su puebl o, ent endieron l os hombres necesario
examinar más cuidadosament e l os orígenes y derechos del gobierno, y descubrir
medios que reduj eran l as exorbit ancias y evit aran l os abusos de aquel t al poder, que
por ell os conf iado a mano aj ena sólo para el bien común, resul t ara empl eado no para
el bien sino para el daño.

112. Podemos apreciar aquí cuán probabl e sea que gent es nat ural ment e l ibres, y ora
por su propio consent imient o somet idas al gobierno pat erno, ora procedent es de
dist int as f amil ias y j unt as para const it uir un gobierno, pusieran general ment e l a
aut oridad en manos de un hombre, y escogieran hal l arse dirigidas por una sol a
persona, sin casi l imit ar o regul ar ese poder mediant e condiciones expresas,
creyéndol e suf icient ement e de f iar por su probidad y prudencia; aunque j amás
soñaron que l a monarquía f uese j ure Di vi no (asunt o de que j amás se oyó ent re l os
hombres hast a que nos f ue revel ada por l a deidad de est os úl t imos t iempos), como
t ampoco admit ieron que el poder pat erno pudiera t ener derecho al dominio o ser
f undament o de t odo gobierno. Y l o dicho puede bast ar para comprobación de que, en
l a medida de l as l uces que nos prest a l a hist oria, razón t enemos para concl uir que
t odos los comienzos pacíf icos de gobierno en el consent imient o del pueblo se
f undaron. Digo "pacíf icos", porque en ot ra ocasión t endré l ugar de habl ar de l a
conquist a, que al gunos est iman modo de principiar l os gobiernos.

La ot ra obj eción que hall o urgida cont ra el principio de l as const it uciones pol ít icas,
de l a manera ref erida, es ést a:
113. "Que, nacidos t odos los hombres baj o gobierno, de una u ot ra especie, imposibl e
es que al gunos de el los se hall en en f ranquía y l ibert ad para unirse y empezar ot ro
nuevo, o puedan j amás erigir un gobierno l egít imo. " Si est e argument o
val iera, pregunt aría yo: ¿Cómo vinieron al mundo t ant as monarquías l egít imas?
Porque si al guien, concedida l a hipót esis, pudiere most rarme en cual quier época del
mundo un sol o hombre con l a necesaria l ibert ad para dar comienzo a una monarquía
l egít ima, me obl igo a most rarl e yo en el mismo t iempo, ot ros diez hombres f rancos,
en l ibert ad para unirse y empezar un nuevo gobierno de t ipo monárquico o de ot ro
cual quiera. Dicho argument o demuest ra además que si quien nació baj o dominio
aj eno puede, en su l ibert ad, acceder al derecho de mandar a ot ros en nuevo y
dist int o imperio, t ambién cada nacido baj o el dominio aj eno, podrá ser igual ment e
l ibre, y convert irse en gobernant e o súbdit o de un gobierno separado y dist int o. Y
así, según ese principio de ell os, o bien t odos los hombres, como quiera que hubieren
nacido, son l ibres, o no hay más que un príncipe l egít imo y un gobierno l egít imo en el
mundo; y en est e úl t imo caso bast ará que me indiquen sencil l ament e cual f uere, y en
cuant o l o hubieren hecho, no dudo que t oda l a humanidad convendrá
f acil ísimament e en rendirl e obediencia.

114. Aunque ya sería suf icient e respuest a a su obj eción demost rar que ést a l es
envuelve en dif icul t ades igual es a aquell as que int ent aron desvanecer, procuraré con
t odo descubrir un t ant o más l a debil idad de dicho argument o.

"Todos l os hombres", dicen, "nacieron baj o gobierno, y por t ant o no l es asist e l ibert ad
para empezar uno nuevo. Cada cual nació somet ido a su padre o a su príncipe y se
encuent ra pues en perpet uo vínculo de suj eción y f idel idad. " Pat ent e es que los
hombres j amás reconocieron ni consideraron esa nat iva suj eción nat ural , hacia el uno
o el ot ro, l a cual l es obl igaría, sin consent imient o de el los, a su propia suj eción y a l a
de sus herederos.

115. Porque, en ef ect o, no hay ej empl os más f recuent es en l a hist oria, t ant o sagrada
como prof ana, que los de hombres ret irando sus personas y obediencia de l a
j urisdicción baj o l a cual nacieron y l a f amil ia o comunidad en que f ueron criados,
para est abl ecer nuevos gobiernos en ot ros asient os, de donde nació el sinnúmero de
nacioncill as en el comienzo de l as edades, siempre mul t ipl icadas mient ras quedara
t recho, hast a que el f uert e o el más afort unado devoró al más encl enque; y l os más
poderosos, hechos añicos, se desj unt aron en dominios menores, cada uno de ell os
t est imonio cont ra l a soberanía pat erna, y muest ra cl arísima de que no era el derecho
nat ural del padre baj ando por sus herederos lo que hizo a los gobiernos en los
orígenes, pues sobre t al base era imposibl e que exist ieran t ant os reinos menudos sino
una monarquía universal única, dado que l os hombres no hubieran gozado de l ibert ad
para separarse de sus f amil ias y de su gobierno, f uere el que f uere el principio de su
est abl ecimient o, y sal ir a crear dist int as comunidades pol ít icas y demás gobiernos
que est imaran oport unos.

116. Tal ha sido l a práct ica del mundo desde sus principios hast a el día de hoy; y no
es mayor obst áculo para l a l ibert ad de los hombres el que ést os hayan nacido baj o
ant iguas y const it uidas formas de gobierno, con hist óricas l eyes y modal idades f ij as,
que si hubieren nacido en l os bosques ent re l as gent es suel t as que por ellos
discurren. Porque l os que pret enden persuadirnos de que habiendo nacido baj o un
gobierno cualquiera est amos a él nat ural ment e somet idos, sin t ít ulo ya o pret ext o
para l a l ibert ad del est ado de nat ural eza, no pueden adel ant ar más razón (salvo l a
del poder pat erno, a que ya respondimos) que l a de haber enaj enado nuest ros padres
o progenit ores su l ibert ad nat ural , obl igándose por ell o con su post eridad a suj eción
perpet ua al gobierno a que se hubieren somet ido. Ciert o es que cada cual se hall a
obl igado por sus compromisos y f e empeñada, mas no podrá obl igar por pact o al guno
a sus hij os o post eridad. Porque su hij o, cuando f uere hombre, gozará de l a misma
l ibert ad que el padre, y ningún act o del padre podrá ot orgar un ápice más de l a
l ibert ad del hij o que de l a de ot ro hombre cual quiera. Aunque ciert ament e podrá
anexar t al es condiciones a l a t ierra que disf rut ó, como súbdit o de l a repúbl ica a que
pert enezca, lo que obl igará a su hij o a permanecer en dicha comunidad si quisiere
gozar de l as posesiones que a su padre pert enecieron: pues vincul ándose t al hacienda
a l a propiedad del padre, de ell a puede disponer, o condicionarl a, como mej or l e
pl uguiere.

117. Y el l o general ment e dio ocasión al error en est a mat eria; porque no permit iendo
l as repúbl icas que part e al guna de sus dominios sea desmembrada, ni gozada más
que por los miembros de su comunidad, no puede el hij o ordinariament e disf rut ar l as
posesiones de su padre sino en l os mismos t érminos de ést e, o sea haciéndose
miembro de t al sociedad, lo que l e pone en el act o baj o el gobierno que al l í
encuent ra est abl ecido, igual a cual quier ot ro súbdit o de aquell a nación. Y así, del
consent imient o de los hombres l ibres, nacidos baj o el gobierno, único que l es hace
miembros de él , por el hecho de darse aquél separadament e al l l egarl e a cada uno su
vez por mayoría de edad, y no en conj unt a muchedumbre, no t iene conciencia el
pueblo; y pensando que no ha sido emit ido o no es necesario, concl uye que cada uno
es t an nat ural ment e súbdit o como nat ural ment e hombre.

118. Es, con t odo, evident e que l os gobiernos de ot ra suert e l o ent ienden; no
recl aman poder sobre el hij o por razón del que t uvieran sobre el padre; ni consideran
a l os hij os como súbdit os porque sus padres f ueran t al es. Si un súbdit o ingl és t iene
con ingl esa un hij o en Francia, ¿de dónde será ést e súbdit o? No del rey de Ingl at erra,
pues necesit ará permiso para ser admit ido a privil egios de el l a. Ni t ampoco del rey
de Francia, porque ¿cómo iba a t ener ent onces su padre l a l ibert ad de ll evárselo y
criarl e como l e pl uguiere?; y ¿quién f ue j amás j uzgado como t raidor o desert or por
haber dej ado un país o guerreado cont ra él , cuando sólo hubiere nacido en él de
padres ext ranj eros? Es, pues, not orio, por l a misma práct ica de los gobiernos, al igual
que por l a l ey de l a rect a razón, que el niño no nace súbdit o de ningún país o
gobierno. Encuént rase baj o l a guía y aut oridad de su padre hast a que l l ega a l a edad
de discreción: y es ent onces hombre l ibre, con libert ad para decidir a qué gobierno
se somet erá y a qué cuerpo pol ít ico habrá de unirse. Porque si el hij o de un ingl és
nacido en Francia se hal l a en l ibert ad, y puede hacerl o, evident e es que no l e
impone víncul o el hecho de que su padre sea súbdit o de aquel reino, ni est á obl igado
por ningún pact o de sus padres; y ¿por qué pues no t endría ese hij o, por igual razón,
l a misma l ibert ad aunque hubiera nacid9 en cual quier ot ra part e? Pues el poder que
nat ural ment e asist e al padre sobre sus hij os, es el mismo, sea cual f uere el sit io en
que nacieren; y víncul os de obl igaciones nat ural es no se demarcan por l os l ímit es
posit ivos de reinos y comunidades pol ít icas.

119. Por ser cada hombre, según se most ró, nat ural ment e l ibre, sin que nada al cance
a ponerl e en suj eción, baj o ningún poder de l a t ierra, como no sea su propio
consent imient o, convendrá considerar cuál deberá ser t enida por decl aración
suf icient e del consent imient o de un hombre, para que a l as l eyes de al gún gobierno
se somet a. Hay una dist inción común en consent imient o t ácit o y expreso, que puede
int eresar al caso present e. Nadie duda que el consent imient o expreso de un hombre
cual quiera al ent rar en cual quier sociedad, l e hace miembro perf ect o de ell a y
súbdit o de aquel gobierno. La dif icul t ad consist e en l o que deba ser t omado por
consent imient o t ácit o, y hast a qué punt o obl igue: est o es, hast a qué punt o deba
considerarse que uno consint iera, y por t ant o se somet iera a un gobierno dado
cuando no hizo expresión al guna de su det erminación. Y aquí diré que t odo hombre
en posesión o goce de al guna part e de l os dominios de un gobierno dado, ot orga por
el l o consent imient o t ácit o, y en igual medida obl igado se hal l a en l a obediencia de
l as l eyes de aquel gobierno, durant e t al goce, como cualquier ot ro vasal lo, bien
f uere, t al posesión de hacienda, suya y de sus herederos a perpet uidad, o mero
al bergue para una semana, o aunque se l imit are a viaj ar l ibrement e por carret era; y,
en ef ect o, se ext iende t ant o como l a propia presencia de cada uno en los t errit orios
de aquel gobierno.

120. Para mej or ent endimient o de est o, convendrá considerar que t odo hombre, al
incorporarse a una comunidad, con unirse a el l a le anej a y somet e l as posesiones que
t uviere o debiere adquirir, y que no pert enecieren ya a ot ro gobierno. Porque sería
cont radicción direct a que ent rara cualquiera en sociedad con ot ros hombres para l a
consol idación y regul ación de l a propiedad, y con t odo supusiera que su hacienda,
cuya propiedad debe ser regul ada por l as l eyes de aquell a j unt a de gent es, iba a
quedar exent a de l a j urisdicción de aquel gobierno a que est á él somet ido e
igual ment e l a propiedad de l a t ierra Mediant e el mismo act o, pues, por el que
cual quiera uniere su persona, que ant es anduvo en f ranquía, a cual quier comunidad
pol ít ica, sus posesiones une, que ant es f ueran l ibres, a l a misma comunidad; y
ambos, persona y posesión, suj et os quedan al gobierno y dominio de aquell a
repúbl ica por t odo el t iempo que ést a durare. Así pues, desde ent onces en adel ant e
quien por herencia su permisión adquiere o de ot ro modo goza cualquier part e de
t ierra anexa al gobierno de aquel l a nación y baj o sus l eyes, debe t omarl a baj o l a
condición que l a l imit a, est o es l a de somet erse al gobierno de l a comunidad pol ít ica
en cuya j urisdicción se hall are, en ext ensión igual a l a que compet iere a cual quier
súbdit o de el l a.

121. Pero ya que el gobierno t iene excl usivament e j urisdicción direct a sobre l a
t ierra, y al canza al posesor de ell a (ant es de su ef ect iva incorporación a l a sociedad)
sólo mient ras él permaneciere en dicha t ierra y de ell a gozare, l a obl igación en que
cada cual se encuent ra, por virt ud de t al goce, de somet erse al gobierno, con dicho
goce empieza y t ermina; de suert e que siempre que el propiet ario que no dio sino su
consent imient o t ácit o al gobierno, dej are por donación, vent a o de ot ro modo, l a
ref erida posesión, se hal l ará en l ibert ad de ir a incorporarse a ot ra repúbl ica
cual quiera, o a convenirse con ot ros para empezar ot ra nueva i n vacui s l ocis, en
cual quier part e del mundo que hal l aren l ibre y no poseída; y en cambio, quien
hubiere una vez, por consent imient o ef ect ivo y cual quier especie de decl aración
expresa, accedido a su ingreso en cualquier comunidad pol ít ica, est á perpet ua e
indispensabl ement e obl igado a pert enecer a ella y a cont inuarl e inal t erabl ement e
suj et o, y j amás podrá vol ver a hall arse en l a l ibert ad del est ado de nat ural eza, salvo
que, por al guna cal amidad, el gobierno baj o el cual viviere ll egare a disolverse.

122. Pero l a sumisión de un hombre a l as l eyes de cual quier país, viviendo en él


apacibl ement e y gozando de l os privil egios y prot ección que el l as conf ieren, no l e
conviert e en miembro de aquell a sociedad; sólo se t rat a de una prot ección l ocal y
def erencia pagada a aquel los, y por aquell os, que no encont rándose en est ado de
guerra, pasan a l os t errit orios pert enecient es a cualquier gobierno, por cualquier
part e a que se ext ienda l a f uerza de su l ey. Más no por eso se conviert e un hombre
en miembro de aquel l a sociedad, en súbdit o perpet uo de aquell a nación, l o propio
que no se somet ería a una f amil ia quien hal l are por convenient e vivir con el l a por
al gún t iempo, aunque, mient ras en ell a cont inuara, se viera obl igado a cumpl ir con
l as l eyes y a somet erse al gobierno con que al l í diera. Y así vemos que los
ext ranj eros, por más que vivan t oda su vida baj o ot ro gobierno, y gocen de sus
privil egios y prot ección, aunque obl igados, hast a en conciencia, a somet erse a su
administ ración t ant o como cual quier ciudadano, no por el lo pasan a ser súbdit os o
miembros de aquel l a repúbl ica. Nada puede convert ir en t al a ninguno sino su ciert a
ent rada en el l a por posit ivo compromiso y pal abra empeñada y pact o. Est o es, a mi
j uicio, l o concernient e al comienzo de l as sociedades pol ít icas, y al consent imient o
que conviert e a una persona dada en miembro de l a repúbl ica que f uere.

CAPÍTULO IX. DE LOS FINES DE LA SOCIEDAD Y GOBIERNOS POLÍTICOS

123. Si el hombre en su est ado de nat ural eza t an l ibre es como se dij o, si señor es
absol ut o de su persona y posesiones, igual a os mayores y por nadie subyugado, ¿por
qué irá a abandonar su l ibert ad y ese imperio, y se somet erá al dominio y dirección
de cual quier ot ro poder? Pero eso t iene obvia respuest a, pues aunque en el est ado de
nat ural eza l e val iera t al derecho, resul t aba su goce y seguidament e expuest o a que
l o invadieran l os demás; porque siendo t odos t an reyes como él y cada hombre su
parej o, y l a mayor part e observadores no est rict os de l a j ust icia y equidad el disf rut e
de bienes en ese est ado es muy inest abl e, en zozobra. Ell o l e hace desear el
abandono de una condición que, aunque l ibre, ll ena est á de t emores y cont inuados
pel igros; y no sin razón busca y se une en sociedad con ot ros ya reunidos, o af anosos
de hacerlo para esa mut ua preservación de sus vidas, l ibert ades y haciendas, a que
doy el nombre general de propiedad.

124. El f in, pues, mayor y principal de l os hombres que se unen en comunidades


pol ít icas y se ponen baj o el gobierno de ell as, es l a preservación de su propiedad;
para cuyo obj et o f al t an en el est ado de nat ural eza diversos requisit os.

En primer l ugar, f al t a una l ey conocida, f ij a, promul gada, recibida y aut orizada por
común consent imient o como pat rón de bien y mal , y medida común para resolver
cual esquiera cont roversias que ent re el los se produj eren. Porque aunque l a l ey de
nat ural eza sea cl ara e int el igibl e para t odas l as criat uras racional es, con t odo, l os
hombres, t an desviados por su int erés como ignorant es por su abandono del est udio
de el l a, no aciert an a admit irl a como norma que l es obl igue para su apl icación a sus
casos part icul ares.

125. En segundo l ugar, f al t a en el est ado de nat ural eza un j uez conocido e imparcial ,
con aut oridad para det erminar t odas l as dif erencias según l a l ey est abl ecida. Porque
en t al est ado, siendo cada uno j uez y ej ecut or de l a l ey nat ural , con l o parcial es que
son los hombres en l o que l es t oca, pueden dej arse ll evar a sobrados ext remos por ira
y venganza, y most rar excesivo f uego en sus propios casos, cont ra l a negl igencia y
despreocupación que l es hace demasiado remisos en l os aj enos

126. En t ercer l ugar, en el est ado de nat uraleza f al t a a menudo el poder que
sost enga y asist a l a sent encia, si el l a f uere rect a, y l e dé oport una ej ecución. Los
of endidos por al guna inj ust icia pocas veces cederán cuando por l a f uerza pudieren
resarcirse de l a inj ust icia suf rida. Tal cl ase de resist encia hace muchas veces
pel igroso el cast igo, y con f recuencia dest ruct ivo para quienes lo int ent aren.

127. La humanidad, pues, a pesar de t odos l os privil egios del est ado de nat ural eza,
como no subsist e en él sino mal ament e, es por modo expedit o inducida al orden
social . Por el lo es t an raro que hall emos a ciert o número de hombres viviendo al gún
t iempo j unt os en ese est ado. Los inconvenient es a que en él se hall an expuest os por
el inciert o, irregul ar ej ercicio del poder que a cada cual asist e para el cast igo de l as
t ransgresiones aj enas, l es hace cobrar ref ugio baj o l as l eyes consol idadas de un
gobierno, y buscar all í l a preservación de su propiedad. Eso es l o que l es mueve a
abandonar uno t ras ot ro su poder individual de cast igo para que lo ej erza uno sol o,
ent re el l os nombrado, y mediant e l as regl as que l a comunidad, o l os por ell a
aut orizados para t al obj et o, convinieren. Y en est o hal l amos el primer derecho y
comienzos del poder l egisl at ivo y ej ecut ivo, como t ambién de l os gobiernos y
sociedades mismas.

128. Porque en el est ado de nat ural eza, dej ando a una part e su l ibert ad para
inocent es del eit es, t iene el hombre dos poderes. El primero es el de hacer cuant o
est imare convenient e para l a preservación de sí mismo y de l os demás adent ro de l a
venia de l a l ey nat ural ; por cuya l ey, común a t odos, él y t odo el rest o de l a
humanidad const it uyen una comunidad única, y f orman una sociedad dist int a de
t odas l as demás criat uras; y si no f uera por la corrupción y sesgo vicioso de l os
hombres, degenerados, no habría necesidad de ot ras, ni acicat e inel udibl e para que
l os hombres se separaran de esa gran comunidad nat ural y se asociaran en
combinaciones menores. El ot ro poder que al hombre acompaña en el est ado de
nat ural eza es el de cast igar l os crímenes cont ra aquel l a l ey comet idos. Él de ambos
se despoj a cuando se j unt a a una sociedad privada, si así puedo ll amarl a, o sociedad
pol ít ica part icul ar, y se incorpora a cualquier repúbl ica separada del rest o de l a
humanidad.

129. El primer poder, est o es, el de hacer, cuant o est imare, oport uno para l a
preservación de sí mismo y del rest o de l a humanidad, cédel o para su aj ust e en l eyes
hechas por l a sociedad, hast a el l ímit e que l a preservación de sí mismo y el rest o de
l a sociedad requieran; l eyes que en muchos punt os cercenan l a, l ibert ad que, por l ey
de nat ural eza l e acompañara.

130. En segundo t érmino, abandona ent erament e el poder de cast igar, y empl ea l a
f uerza nat ural -que ant es pudiera usar en l a ej ecución de l a l ey de nat ural eza por su
sol a aut oridad y como l o ent endiere más adecuado- en su ayuda al poder ej ecut ivo
de l a sociedad, y en l a f orma que l a l ey de el l a requiera. Porque hall ándose ya en un
nuevo est ado, donde habrá de gozar de muchas vent aj as por el t rabaj o, asist encia y
compañía de ot ros pert enecient es a l a misma comunidad, así como de l a prot ección
de l a f uerza ent era de ell a, deberá t ambién despoj arse de aquel t ant o de su l ibert ad
nat ural , para su propio bien, y que exij an el bien, l a prosperidad y aseguramient o de
t odos, lo que no sólo es necesario, sino t ambién j ust o, pues los demás miembros de
l a sociedad hacen l o mismo.

131. Pero aunque los hombres al ent rar en sociedad abandonen en manos de ell a l a
igual dad, l ibert ad y poder ej ecut ivo que t uvieron en est ado de nat ural eza, para que
de l os t al es disponga el poder l egisl at ivo, según el bien de l a sociedad exigiere, con
t odo, por acaecer t odo el lo con l a única int ención en cada uno de l as mej oras de su
preservación part icul ar y de su l ibert ad y bienes (porque de ninguna criat ura racional
cabrá suponer que cambie de condición con el int ent o de empeoraría), el poder
social o l egisl at ivo por el los const it uido j amás podrá ser imaginado como
espaciándose más all á del bien común, ant es se hal l ará obl igado específ icament e a
asegurar l a propiedad de cada cual , proveyendo cont ra l os t res def ect os arriba
mencionados, que hacen t an inest abl e e inseguro el est ado de nat ural eza. Y así, sea
quien sea aquel a quien correspondiere el poder supremo o l egisl at ivo de cual quier
nación, est ará obl igado a gobernar por f ij as l eyes est abl ecidas, promul gadas y
conocidas de l as gent es, y no mediant e decret os ext emporáneos; con j ueces rect os e
imparcial es que en l as cont iendas decidan por t al es l eyes; y usando l a f uerza de l a
comunidad, dent ro de sus hit os, sólo en l a ej ecución de aquell as l eyes, o en el
ext erior para evit ar o enderezar l os agravios del ext raño y amparar a l a comunidad
cont ra l as incursiones y l a invasión. Todo el lo, además, sin ot ra mira que l a paz,
seguridad y bien públ ico de los habit ant es.

También podría gustarte