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SALINAS GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS DE HISPANIA PARCIAL - Pdf-Desbloqueado
SALINAS GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS DE HISPANIA PARCIAL - Pdf-Desbloqueado
EL GOBIERNO
DE LAS
PROVINCIAS HISPANAS
DURANTE LA
REPUBLICA ROMANA
(218-27 A.C.)
©
Ediciones Universidad de Salamanca
Manuel Salinas de Frías
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN 13
2. Sucesores de Escipión 30
1. Los gobernadores 37
4. De «provinciae» a provincias 86
10 MANUEL
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CONCLUSIONES 159
BIBLIOGRAFíA 181
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INTRODUCCIÓN
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Ter. Phorm. 1,2,22: O Ceta, provinciam elpisti duram; Heaut. 11I,2,5. Sobre el significado y
etimología de provincia (de provincere «extender los límites por la victoria» o de provincire «mante-
ner en la obediencia a los vencidos»), Person, p. 3 Y 8; Arnold, pp. 8-9; Luzzatto, 1, pp. 25-26.
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cial aunque no fuera ese su objetivo concreto. Además de no existir una bibliogra-
fía específica sobre este tema, cuando se ha abordado la figura de los gobernado-
res provinciales se ha hecho generalmente de la misma manera impersonal. En oca-
siones se han destacado ciertas figuras, como Galba, o Lúculo, o Escipión Emilia-
no, pero no para analizar su política sino para hacer juicios de valor sobre su carác-
ter o su obra.
El hecho de que durante la República Hispania fuese el escenario casi conti-
nuo de guerras de expansión, o de guerras civiles durante el último periodo de
aquélla, favoreció el interés prestado por la historiografía clásica a los aconteci-
mientos que se desarrollaron en ella, y muy particularmente de Tito Livio y de
Apiano que proporcionan, a grandes rasgos, un relato continuado de dichas gue-
rras y datos acerca de los magistrados con imperium que las dirigieron y que
gobernaron las provincias. La existencia de dichas fuentes literarias y de los tra-
bajos de Willems, Wilsdorf, Broughton y jashemski, permiten establecer, para el
caso de las provincias hispanas, una de las nóminas más completas de los gober-
nadores provinciales romanos. Dicha nómina presenta sin embargo dos lagunas
importantes, debidas a la dependencia de las mencionadas fuentes literarias. U na
es la que se refiere al periodo del 166 al 154 a.C., provocada por la pérdida del
texto de Livio a partir de la primera de esas fechas, y que sólo puede ser comple-
tada a partir de la segunda de ellas, que es cuando Apiano comienza la narración
de las guerras celtibérica y lusitana. La segunda se extiende del 133 al 100-99 a.C.
y corresponde a un periodo en que la actividad militar romana en la Península fue
muy escasa. Solamente a partir del 99, con la sublevación de los celtíberos y la
represión consiguiente realizada por T. Didio y C. Valerio Flaco, y luego con la
guerra contra Sertorio y las guerras entre Pompeyo y César, volvemos a tener
datos sobre los magistrados provinciales romanos en Hispania.
Es necesario estudiar, principalmente, las figuras de los gobernadores provin-
ciales como individuos en última instancia responsables de la política de Roma en
la Península, dada la gran autonomía y el indudable poder que poseían. Este estu-
dio debería tener en cuenta los grupos nobiliarios o factiones a los que en cada ca;~
pertenecía cada gobernador para comprender, de esta manera, qué sectores de la
nobilitas controlaban el gobierno de las Hispanias, cuáles eran a este respecto sus
intereses y, por consiguiente, comprender la política seguida por Roma en la
Península como una parte integrante de su política exterior. Ya Münzer, Schulten
y Badian realizaron sugerencias a este respecto al ver cómo durante el periodo 218
- 195 la mayoría de los privati cum imperio y los praetores que ejercen en Hispa-
nia pertenecen al ámbito político de los Escipiones. Pero falta por hacer un estu-
dio sistemático de todo el periodo, especialmente de la etapa tardorrepublicana, ya
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que al ser un período más parco en nombres, y al falsearse además el orden cons-
titucional romano, los estudiosos parecen más reticentes a abordar este periodo.
Generalmente, se habla de «buenos» gobernadores y de «malos» gobernado-
res. Los primeros serían quienes dieron prueba de comprender la realidad indíge-
na y siguieron una política basada más en los medios diplomáticos que en la fuer-
za militar, y los segundos quienes basaron su actuación lisa y llanamente en el
ejercicio de la fuerza. Una caracterización de este tipo sólo tiene sentido si expli-
ca la actuación de estos individuos no sólo por su idiosincrasia personal sino por
su inserción en una línea política determinada: la del grupo nobiliario que pro-
movió su elección y designación para el cargo. Incluso individuos que aparecen
como paradigma de «la perfidia de los romanos» (Galba, Lúculo, Tito Didio, etc.)
no eran meros aventureros o cabecillas militares, sino magistrados regulares cuyas
campañas contra los celtíberos, lusitanos y cualesquier otros pueblos, por crueles
que fueran, necesitaron una preparación logística y militar basada en el ejercicio
de la administración romana y los intereses de los grupos incluso hispanos que
apoyaban su política.
En segundo lugar, el estudio de los gobiernos provinciales en Hispania durante
la República tiene que estudiar los procedimientos de gobierno o, dicho de otro
modo, cuáles eran las actividades regulares de un gobernador durante el periodo de
su mandato, desde la toma de posesión hasta la rendición de cuentas ante el Senado.
Este estudio, dada la inexistencia de bibliografía específica sobre él, debe
hacerse sobre todo a partir de las fuentes literarias, seleccionando cada pasaje que
hable de la actividad normal del gobernador en su provincia e intentando recons-
truir, con el conjunto de todas las citas, lo que podría ser la actividad normal de
los magistrados, los medios de que disponían para ejercerla y las funciones que
cumplían. A pesar de la escasez de inscripciones romanas hispanas de época repu-
blicana existentes, algunos documentos especialmente importantes pueden con-
tribuir también a este estudio. Así, la denominada Tabula Contrebiensis nos ilus-
tra sobre el ejercicio de la función judicial por parte del praetor de la Provincia
Hispana Citerior, C. Valerius Flaccus; las téseras de hospitalidad tardorrepublica-
nas del establecimiento de vínculos con la sociedad indígena del tipo de la clien-
tela; algunos miliarios de Cataluña de la actividad edilicia de los pretores y, en
fin, el Bronce de Alcántara con el texto de la deditio del 104 a.C., de las conse-
cuencias concretas de su actividad militar.
Otro aspecto a estudiar son las relaciones entre la figura del gobernador de la
provincia y las diversas colectividades sometidas a su autoridad: relaciones con
los dediticii, relaciones con los socii populi Romani, relaciones con las civitates
foederatae, y relaciones, finalmente, con las coloniae y, a partir de la época de
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César, los municipia que se fundan en Hispania. En último lugar, están también
las relaciones con las poblaciones no sometidas a la autoridad romana.
Un último aspecto que habrá de tenerse en cuenta es la evolución cronológica
del sistema provincial, de la concepción de lo que es el gobierno de la provincia y
de su papel en el conjunto del ordenamiento institucional de la República.
N uestra investigación se ha estructurado en dos partes, divididas en cinco
capítulos. Los cuatro primeros estudian diacrónicamente la evolución del gobier-
no de las dos provincias hispanas. En ellos hemos prestado atención principal-
mente a determinar las listas de los gobernadores, su rango, sus adherencias polí-
ticas y la política realizada en Hispania. A lo largo de esos capítulos vemos la
ampliación progresiva de las funciones de los gobernadores o, mejor, su reflejo en
las fuentes, lo cual está en directa relación con la romanización progresiva de la
Península Ibérica y la formación de la peculiar sociedad hispanorromana, fruto de
la heterogeneidad preexistente desde todos los puntos de vista (económico, social,
lingüístico, etc.), y a la que la conquista romana va a proporcionar una homoge-
neidad relativa.
Si desde el punto de vista militar y administrativo no hay razones para efec-
tuar un corte en el 133 a.C. con la conquista de Numancia y el final aparente de
la guerra contra los lusitanos, desde el punto de vista social sí que se advierte un
cambio. Este cambio es la progresiva integración de las Hispaniae dentro del esta-
do romano, no ya por la pura coacción militar y política, sino por el estableci-
miento de vínculos económicos, sociales e ideológicos que van uniendo a secto-
res de la población hispánica -y diríamos casi de la «demografía» hispánica- con
el estado romano. La feliz expresión tan a menudo repetida, «de provinciae a pro-
vincias» resume bien esta tendencia, que es especialmente evidente en el periodo
posterior al año 81 a.C.
La segunda parte está formada por el capítulo V, en el que presentamos lo que
podríamos llamar el modelo de actuación o procedimiento de los gobernadores
provinciales romanos, con datos pertenecientes a distintos momentos. En la pre-
sentación de este modelo hemos tenido también en cuenta en lo posible la evolu-
ción temporal de los acontecimientos que, sin embargo, creemos que ha quedado
suficientemente expuesta en los capítulos anteriores.
En otros trabajos ya publicados nos hemos ocupado sobre todo de la historia
social y económica de la conquista y romanización de Hispania. Ahora lo que hace-
mos es fijarnos en el aspecto político e institucional. N o se pretende sin embargo
hacer una historia política tradicional ni historia administrativa, sino engarzar los
procedimientos de tipo político en su contexto histórico concreto, económico y
social, que subyace como telón de fondo de nuestra exposición. La redacción defi-
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CAPÍTULO 1
Los sucesos en Hispania durante el otoño-invierno del 218 están relatados en Liv. 21,60,
yPol. 3,95,1-96,6.
6
]ashemski, pp. 22-24; por contra, Richardson, p. 36, piensa que Cneo tenía un imperium pro
praetore.
7 Knapp, pp. 86-87.
Liv. 22,22,1; PoI. 3,97,1-4.
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lega tus de su hermano. Con este ejército los romanos se dirigieron a Sagunto,
donde la astucia de un noble ibero llamado Abilyx les valió que obtuviesen los
rehenes iberos de los cartagineses, que Publio devolvió a sus familias ganándose
de este modo la buena voluntad de los hispanos 9 .
Para el periodo del 216 al 213 no hay datos claros de la actividad de los Escipio-
nes en Hispania ni de la naturaleza de su imperium; probablemente, como Richard-
son apunta, por el uso confuso, por parte de Livio, de fuentes de inferior calidad 1o.
En el reparto de las provincias y las legiones para el212 Livio menciona que a Publio
y Cneo Escipión se les prorrogó el mando sobre las Hispaniae 11 • Es esta la primera
vez que se mencionan en plural y que tenemos constancia de la existencia de dos pro-
vinciae en la Península Ibérica. Puesto que el mandato del Senado establecía la pró-
rroga, ello significa que ya al menos en 213 existían ambas provincias y que el impe-
rium de Cn. Escipión no era una mera delegación del de su hermano. Por desgracia,
Livio no especifica las legiones que había bajo su mando. Knapp ha advertido la dis-
crepancia en una legión entre el número total de legiones dado por Livio para ese año
y el recuento particular hecho por provincia e y cree que esa legión habría sido envia-
da a Hispania y puesta bajo el imperium nuevamente prorrogado de Cn. Escipión 12 •
De ser así, el imperium de Cneo habría sido pro praetore.
Durante el 212 Publio habría conquistado Castulo (Cazlona), en el curso alto
del Guadalquivir, donde habría establecido sus cuarteles de invierno, y Cneo
habría hecho lo mismo en Orso, que es probablemente Urso (Osuna)13. De ser
cierto 10 que nos dice Apiano, entonces ambos hermanos se hallaban operando en
la misma región y el mandato de su provincia no tenía un sentido territoriap4. Los
Liv. 22,22,4-21; PoI. 3,97,5-99,9; Zonaras 9,1; sobre toda esta historia como un doblete de la
devolución de rehenes efectuada por Escipión el joven tras la toma de Cartagena, d. Beloch, K. J. en
Hermes 50, 1915, p. 361; Richardson, p. 37 n. 28.
10 Richardson, pp. 39 Y 40, cree que especialmente algunos sucesos narrados por Livio durante
el año 214 deben pertenecer al 212. En 214 Livio presenta a los Escipiones dividiéndose el ejército de
tierra, cuando anteriormente lo habían comandado siempre juntos, y cree que esta división debió pro-
ducirse en la segunda fecha. No obstante, si tenemos en cuenta que en 212 el Senado prorrogó el man-
dato de ambos sobre diferentes provincias, ello exige que ya al menos el año anterior cada uno conta-
ra con su propio ejército.
11 Liv. 25,3,6: Hispaniae P. et Cn. Corneliis.
12 Knapp, p. 87.
13 Ap.lb. 16,61. Livio fecha la derrota y muerte de los Escipiones en el año 212 (25,32,1 ss.) pero
dice que ello ocurrió anno octavo postquam in Hispania venerat Cn. Scipio, lo que sitúa la fecha en el
211. La llegada de C. Nerón en otoño de1211 para sostener la situación parece indicar que el desastre
de los Escipiones tuvo lugar a comienzos del mismo año. Cf. Richardson, p. 41 Y n. 46.
14 Schulten, P.H.A. IlI, p. 91, propone que la muerte de Cneo tuvo lugar en llurci, Lorca, por-
que Plinio N.H. 3,9, dice del río Tader (el Segura): llorci refugit Scipionis rogum. Publio, por su parte,
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éxitos de los romanos en la Península sin embargo habrían de venirse abajo al año
siguiente, 211 a.C., por la equivocada estrategia seguida por los dos imperatores.
Aunque las fuentes romanas, especialmente Tito Livio, responsabilizan de la
derrota a los mercenarios celtibéricos de los romanos, que habrían vendido su
neutralidad a los cartagineses favoreciendo de esta manera la derrota de Cn. Esci-
pión y luego la de su hermano, lo cierto es que la decisión de dividir las fuerzas
romanas y actuar separadamente contra los cartagineses se reveló como un error
desastroso que no sólo terminaba con la vida de los dos generales sino que borra-
ba de un solo golpe los progresos de los romanos al sur del Ebro 15 .
Las fuerzas supervivientes de los dos ejércitos fueron reagrupadas por un
eques del ejército de Cneo, L. Marcio, que organizó con ellas la defensa de los
territorios al norte del Ebro. Según Tito Livio, Marcio unió sus tropas a las de T.
Fonteyo, lega tus de P. Escipión, y resultó elegido sobre éste como jefe del ejérci-
to por la asamblea de los soldados 16 . Aunque la figura de Marcio, tal como apa-
rece en Livio y en Plinio ha sido evidentemente heroizada, del relato que hacen
las fuentes antiguas puede deducirse que él se consideraba el sucesor del imperium
de Cneo y en la carta que escribió al Senado tras sus victorias sobre los cartagi-
neses se daba a sí mismo el título de propraetor 17 • El Senado, dice Livio, se sintió
molesto porque Marcio utilizaba un título que no le había sido concedido por
mandato del pueblo ni del Senado romanos y le parecía un mal precedente que los
generales fueran elegidos por los ejércitos y que la celebración de comicios debi-
damente auspiciados se celebrase en las provincias, fuera de Roma 18 . Cuando
murió cerca de Amtorgis, en la región de Castulo. Sea como fuere, incluso si es preciso corregir Orso-
oni por Lórkooni en Ap. lb. 16, Cazlona y Lorca se hallan relativamente próximas, en el corredor que
une la costa de Levante, donde los romanos dominaban Sagunto, con la Alta Andalucía.
15 Liv. 25,32,1-36,17; PoI. 8,38; Ap. lb. 16 Y ss.; Silio It. Puno 13,382 y ss.; Eutropio 3,14. El aná-
lisis de Richardson, pp. 41-42, que da crédito a las fuentes clásicas en este punto nos parece erróneo.
16 Liv. 25,37,1-39,18; Val. Max. 1,6,2; 2,7,15; 7,15,11; Front. 1,5,12 (donde dice C. Fonteius por
T. Fonteius); 2,6,2; Silio It. 13,696-703; Plinio, N.H. 2,241; 35,14.
17 Liv. 26,2,1. La vinculación con Cneo Escipión se subraya en 25,37,3.
18 Liv. 26,2,1-6; d. Richardson, p. 44, n. 60, que considera la historia bastante probable, aunque
el uso del término propraetor delataría una fuente analística tardía. Probablemente a dicha fuente se
deba el detalle, narrado por Plinio, de la llama aparecida sobre la frente de Marcio aunque, nos gusta-
ría señalar, tampoco es excluible la iniciativa del propio Plinio que como eques también sentiría sim-
patía por su personaje. La reticencia del senado a la elección de generales por el ejército tal vez tras-
luzca la nefasta experiencia de las guerras civiles y se deba a una valoración hecha desde la época del
propio Livio. Hay que tener en cuenta, de todas formas, que la contio militar que eligió a Marcio no
podía estar realmente auspiciada ya que los auspicia habían de ser tomados por un magistrado cum
imperio pero los Escipiones, en este caso, habían muerto y no consta -sino todo lo contrario- que
transmitieran el imperium y con él los auspicia. Cf. A. Magdelain, «Auspicia ad Patres redeunt»,
Hommages ajean Bayet, Bruxelles 1964, pp. 427-473.
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19 Liv.26,17,1-3.
20 Liv.26,20,4.
21 Knapp, p. 88.
22 Cf. Richardson, pp. 44-45, para quien la hipótesis más económica sería que Escipión no vino
a Hispania a reemplazar a Claudio Nerón hasta el 210, y que el ataque a Cartagena ocurrió en la pri-
mavera del año siguiente.
23 Liv. 26,18,7-11; PoI. 10,6,10; Ap. Iber. 18; d. ]ashemski, p. 29; Knapp, pp. 89-90, quien supo-
ne que la plebe debió convocar los comicios curiados (?) para aprobar una lex curiata de imperio espe-
cífica para Escipión, ya que éste antes no había desempeñado ninguna magistratura con imperio;
Richardson, p. 45.
24 ]ashemski, pp. 25-26, cree por el contrario que no hay problema en suponer que el propretor
Silano ha sido enviado también con imp. procos.; el hecho de que los romanos en el210 tuviesen cua-
tro legiones en Hispania (2 para Escipión y 2 para Silano, que serían las que dirigía contra Hannón y
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leza la volveremos a encontrar, por ejemplo, en 195 a.C., una vez establecida la
administración provincial regular, cuando el cónsul Catón fue enviado a la Penín-
sula y uno de los dos pretores, L. Manlio, fue designado como ayudante suyo.
Hechos de este tipo nos deben precaver contra la tendencia a suponer una siste-
mática demasiado rígida en el funcionamiento del estado y de las magistraturas
romanas. Los hechos por el contrario muestran, más bien, que el Senado impro-
visaba y que sólo tardíamente se llegó a una regularidad, por otra parte no siem-
pre observada.
La elección de Escipión además se hallaba vinculada, en la percepción del
Senado, a la necesidad de aumentar los ejércitos de Hispania25 • A Escipión se le
asignaron 10.000 infantes y 1.000 jinetes, es decir, un ejército consular, más 30
naves. A estas fuerzas había de unir los restos del ejército de su padre y de su tío,
además de las tropas concedidas urgentemente a Claudio Nerón, que eran 6.000
legionarios y 300 jinetes más un número igual de infantes aliados y 800 jinetes. A
estos efectivos sumó probablemente, además, unos 5.000 reclutas hispánicos. De
esta manera, en total Escipión disponía de unos 27.000 soldados de infantería y
unos 2.100 jinetes; ejército con el cual fue desalojando sistemáticamente a los Car-
tagineses de Hispania.
Cuando las provincias fueron asignadas para el año siguiente, a Escipión y
Silano no se les prorrogó el mando por un año, como hubiera sido lo normal, sino
por el tiempo que el Senado lo estimase conveniente y hasta que fuera llamados a
Roma 26 • Richardson cree ver en esta decisión una muestra de la desconfianza del
Senado hacia las capacidades del joven Escipión, junto al cual había colocado al
maduro y más experimentado Silano; pero lo más probable es que el Senado pre-
viese la importancia y duración de la guerra en Hispania y lo poco conveniente,
en esas circunstancias, de cambiar los magistrados 27 • De todas maneras, Livio se
contradice nuevamente cuando al hablar del reparto de las provincias para el 208
dice que el Senado prorrogó a Escipión y Sil ano sus mandatos respectivos para
ese añ0 28 .
En la primavera del 209, dejando a Silano con 3.000 legionarios y 300 o 500
jinetes al cuidado de la línea del Ebro, Escipión con Lelio y L. Marcio como lega-
Magón en 207) y de que Liv. 28,28,14 haga decir a Escipión que Silano ha sido enviado con él eodem
iure eodem imperio, constituirían pruebas a favor de su tesis. Knapp, p. 91, rechaza este argumento,
que en cambio encontraba aceptable para Cneo Escipión.
25 Liv. 26,18,2.; sobre las tropas, Liv. 26,19,10-11; para las de Claudia Nerón, Liv. 26,17,1.
26 Liv. 27,7,17; d. ]ashemski, pp. 29-30.
27 Richardson, p. 46.; d. Develin, pp. 359-360.
28 Liv.27,22,7.
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2. SUCESORES DE ESCIPIÓN
No hay ninguna fuente que refiera la manera en que fueron elegidos los gober-
nadores de Hispania para el 206, L. Cornelio Léntulo y P. Manlio Acidino, ni el
status que tuvieron. Livio menciona que al hacerse el reparto de las provincias
para el 204, el Senado decidió remitir el asunto a los comicios a través de los tri-
bunos de la plebe. Los comicios convocados eran evidentemente los concilia ple-
bis, quienes decidieron prorrogar el mando de Lentulo y Acidino pro consulibus,
como habían sido antes 33 . Para el 203, el Senado prorrogó el mandato de ambos
sobre las Hispaniae (en plural)34; y en 201, como Léntulo y Acidino llevaban ya
varios años en la misma provincia, el Senado ordenó a los cónsules que remitie-
sen el asunto a los tribunos para que la plebe decidiese quién había de ejercer el
imperium en Hispania35 . La repetición de este procedimiento durante varios años
y su semejanza con el procedimiento seguido en el 210 para elegir a Escipión
parece indicar que ésta fue la manera en que Léntulo y Acidino fueron elegidos
en el 206.
La elección de los procónsules del 205 plantea además otros problemas. El pri-
mero de ellos es por qué Roma no utilizó el precedente administrativo de Sicilia
y de Córcega y Cerdeña, en las cuales existía desde el 227 la primera organización
32 Liv. 28,38,3-4; Dio Cass. 17,56; cf. jashemski, p. 30; Knapp, p. 91.
33 Liv. 29,13,7. Para una discusión del texto de Liv. 28,38,1 que hace referencia a la entrega de la
provincia de Escipión a L. Lentulo y L. Manlio Acidino, con la corrección de c.F. Walters (proprae-
toribus provincia tradita), cf. Richardson, pp. 64-65; A. Schulten, en FHA III, p. 162, da por el con-
trario: L. Lentulo et L. Manlio Acidino provincia tradita.
34 Liv. 30,2,7.
35 Liv. 30,41,4. Sobre el papel de los comicios en la elección de los comandantes militares para
Hispania, cf. Person, p. 245.
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36 Person, p. 23l.
37 Una provincia (en sing.): Liv.28,38,1 (206), 29,13,7 (204); dos provincias: 29,13,7 (204); 30,
41,4 (201); 31,50,6 (199); 33,27,1 (196).
38 Richardson, p. 66, admite que el sistema es «inusual».
39 p.68.
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de comando con dos procónsules en una sola provincia, el hecho de que Léntulo
y Acidino juntaron sus fuerzas para combatir a Indíbil, que se había vuelto a
sublevar después de la partida de Escipión y saqueaba el territorio de los auseta-
nos y sedetanos. Pero este argumento no es prueba suficiente ya que, posterior-
mente, vemos que igualmente dos pretores con provincias distintas combinan sus
fuerzas para combatir a los indígenas, como es el caso de Sempronio Graco y Pos-
turnio Albino en el 179 a.C. contra los celtíberos y vacceos 40 . Si tenemos en cuen-
ta estas consideraciones, parece más probable pensar que dentro de la provisio-
nalidad de la política romana en este periodo, marcada por la guerra que conti-
nuaba contra Aníbal, las Hispaniae eran vistas como dos provinciae, confiadas a
dos comandantes de rango proconsular en razón de la importancia de su dominio
y de las dificultades militares para obtenerlo.
Parece que en el año 201 hubo un intento de reducir las tropas romanas en
y
Hispania el mando militar en la misma a un sólo procónsul, sin duda en rela-
ción con la victoria sobre Aníbal y el final de la Segunda Guerra Púnica. En este
año el senado ordenó a los cónsules que requiriesen a los tribunos para que la
plebe decidiera quién debía ejercer el imperium en Hispania, reuniendo los dos
ejércitos en una sola legión más quince cohortes de aliados latinos y licenciando
al resto de los veteranos, que habían de retornar a Italia con los procónsules
salientes 41 . Este intento sin embargo no llegó a prosperar. Uno de los dos pro-
cónsules, L. Cornelio Léntulo, regresó con parte de las tropas; pero Manlio Aci-
dino permaneció hasta el 199 en Hispania junto con C. Cornelio Cetego, que
había sido la persona elegida y que regresó en dicho año para ejercer la edilidad
curul 42 • Cuando ambos regresaron, es probable que trajeran consigo nuevos vete-
ranos, ya que al pretor urbano del 200, C. Sergio, le fue prorrogado el imperium
a fin de distribuir tierras a los soldados que habían servido varios años en Hispa-
ni a, Sicilia y Cerdeña43 .
La última pareja de procónsules enviados a Hispania antes de la creación de
las provincias es la de Cn. Cornelio Blasio y L. Stertinio, cuyo imperium para el
199 les fue prorrogado para el año siguiente.
Si analizamos el carácter del mandato que ejercieron todos estos generales
veremos que todos ellos eran privati cum imperio proconsulare. Como Jashems-
40 Liv. 40,47,1.
41 Liv. 30,41,4. Una discusión de las posibles causas del fallo de este intento en Richardson, pp.
69-70.
42 Sobre Léntulo y Acidino, ]ashemski, pp. 30-31; Knapp, pp. 91-92; Richardson, pp. 67-68;
sobre Cetego, ]ashemski, pp. 31-32; Richardson, pp. 69 Y 70; sobre Blasio y Stertinio, ]ashemski, p.
32 Y Richardson, p. 69.
43 Liv.32,1,6.
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44 Jashemski, p. 30.
45 MRR 1,210.
46 Liv.31,20,1-2.
47 MRR 1, 324 Y 327.
48 MRR 1,324,326 nA en que corrige el error de Liv. 31,50,11 que dice Lentulus por Blasius, y
328; sobre la ovatio, Liv. 33,27,1-4.
49 Liv. 28,39,1-22; según Badian, Foreing clientelae p. 117, los Escipiones habrían seguido en
Hispania una política consciente de vincular a sí mismos a los jefes indígenas mediante tratados espe-
cíficos y juramentos solemnes; una discusión en Richardson, p. 73.
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CAPÍTULO II
1. Los GOBERNADORES
En las elecciones del 198 a.C. para el siguiente año, los comicios eligieron por
primera vez seis praetores al haberse aumentado, dice Livio, el número de las pro-
vinciae y haberse incrementado el imperium de Roma 1. Las nuevas provincias
creadas eran, precisamente, las dos Hispaniae, Citerior y Ulterior, ya que dos de
los pretores elegidos, C.Sempronio Tuditano y M.Helvio, fueron destinados a
ellas, mientras que los otros cuatro cubrían las vacantes preexistentes de la pretu-
ra urbana y peregrina, y de las provincias de Sicilia y de Córcega y Cerdeña.
Las creación de las dos nuevas provincias de Hispania Citerior y Ulterior en
198-197 a. C. muestra, por una parte, la voluntad de Roma de permanecer y ane-
xionarse los territorios conquistados en la Península a los cartagineses además de
otros, como por ejemplo la costa catalana y el bajo valle del Ebro, que en realidad
nunca habían pertenecido a Cartago. Por otra parte, muestra un cambio de acti-
tud en la política exterior romana, ya que con esta decisión el Senado asumía la
obligación de mantener una presencia militar permanente en territorios muy ale-
jados y mal comunicados con Italia, con el consiguiente gasto económico y huma-
no. Probablemente en esta decisión pesó el deseo tanto de explotar unos territo-
rios cuya potencial riqueza, ya demostrada por el imperialismo bárquida, podía
compensar todos los costes implicados en el esfuerzo, cuanto las expectativas y
las ambiciones políticas que podía satisfacer la administración y el gobierno de
ambas provincias. Desde el 206, el Senado había tenido que reiterar varias veces
la negativa a conceder el triunfo a generales capaces y ambiciosos con el pretexto
de que su actuación se había efectuado cum imperio pero sine magistratu; y sola-
mente ante presiones de un sector importante del Senado mismo la mayoría se
había visto obligada a conceder una forma disminuida de triunfo, la ovatio. Resul-
ta evidente que esta situación, prolongada por un largo periodo de tiempo, sólo
podía crear malestar y desanimar a quienes, utilizando los mandatos militares en
Hispania y el prestigio que obtenían los generales victoriosos, cuyo público reco-
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]ashemski,op. cit. p. 43; Richardson, p. 76, por su parte explica el uso del término propraetor
suponiendo que los pretores hispanos habrían tenido al final de su mandato el imperium proconsule y
que las fuentes de Livio, sabiendo que estos individuos habían sido elegidos para la pretura, errónea-
mente supusieron que después de su año de magistratura ejercieron un imperium propraetore. La idea
probablemente la ha tomado de Klotz (Hermes 50, 1915,484 ss.), aunque no lo cita, para quien las
diferencias de denominación se deberían al uso por parte de Livio de fuentes diferentes. En la forma
en que lo expone, la hipótesis de Richardson nos parece confusa y creemos más acertada y coherente
la de ]ashemski.
8 ]ashemski, p. 45. Los Fasti están muy fragmentados; solamente se conservan 6 menciones de
pretores hispanos completas y en todas ellas aparecen registrados como pro consule: M.Helvius (195),
M. Fulvius Nobilior (191), M. Titinius Curvus (175), M. Claudius Centho (174), L. Comelius Dola-
bella (98) y Q. Pedius (45); pero en otros cuatro casos la reconstrucción pr[ocos.] es muy verosímil: L.
Postumlus Albmus (180-179), Ti. Sempronius Gracchus (178), Q. Minucius Thermus (195) y Q. Servi-
lius Caepio (107).
9 Plut. Aem. Paul. 4,l.
10 ILS 5812, 5813, CIL n 4925; H.A.Grueber, Coins of de Roman republic in the British
Museum, Londres 1910, n, pp. 352-356, nos. 1-42.
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la PEC
11 G. Luzzatto, 1, p. 27.
12 En otras provincias constituidas con posterioridad a las de Hispania se recurrió sistemática-
mente al uso de promagistrados; así en Macedonia, con pretores o propretores proconsulares; en Afri-
ca, con propretores; o en Asia Gashemski, pp. 47-58, 58-59 Y 60 respectivamente), a las que en caso de
necesidad se podía enviar un cónsul. Pero el contexto histórico es muy diferente, ya que todas ellas
han sido creadas con posterioridad a la lex Vilia annalis y se inscriben en un contexto de gran reti-
cencia del senado a aumentar el número de magistrados, que sólo se incrementará con Sila; d. M.
Crawford, La República romana, Madrid 1981, p. 88.
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La revisión del apéndice II, que recoge los gobernadores provinciales del periodo
197-167 a.C., muestra que para un periodo de 30 años se eligieron 20 pretores dis-
tintos para la Hispania Citerior y 21 para la Hispania Ulterior. Es decir, que siem-
pre que fue posible se eligió un magistrado específico para el gobierno provincial;
pero que cuando era necesario, como en el periodo 193-190 con C. Flaminio en
la Citerior, o 178-176 con M.Titinio Curvo en la Citerior y T. Fonteyo en la Ulte-
rior, se procedía a la prórroga de la magistratura. Esta prórroga podía deberse a
la conveniencia de mantener en la provincia y frente a los enemigos a un magis-
trado con experiencia adquirida o bien a situaciones de emergencia, como la gue-
rra contra Filipo, que reclamaban en otros escenarios a los magistrados de ese año
y hacían que, entretanto, se mantuviesen a los antiguos con mando prorrogado en
sus prOVInCIas.
Además, podemos ver que si era necesario las dos provincias hispanas se redu-
cían a una, a fin de destinar a ellas a un solo pretor y poder disponer de más
magistrados para otras necesidades. Es, por ejemplo, lo que ocurre en el periodo
171-168 a.c., en que las Hispaniae quedaron reducidas a una sola provincia, coin-
cidiendo con la guerra contra Perseo. Algunos historiadores ven en ello una prue-
ba de que todavía en esta fecha las provincias hispanas no estaban definitivamen-
te organizadas ni tenían unos límites estables 13. Pero si se tiene en cuenta que
durante ese periodo no hubo problemas graves en la Península, debido al parecer
a la estabilidad proporcionada por los acuerdos de Tiberio Graco con los celtíbe-
ros, creemos más verosímil atribuir esa medida al pragmatismo y las necesidades
del momento de la política exterior romana.
A partir del 188 a.C., sin embargo, se observa una clara tendencia a prorrogar
por un año el mandato de los pretores hispanos en su provincia 14 • Este procedi-
miento sin duda estaba motivado por las necesidades de la guerra, el gobierno y
la administración de unos territorios geográficamente tan distantes de Italia y de
Roma. El tiempo invertido en el desplazamiento hasta la provincia después de la
asunción del cargo, hacía que los pretores normalmente se presentasen en ella
cuando la temporada militar se hallaba muy avanzada, a finales de primavera o
comienzos del verano. Son relativamente frecuentes las noticias en las fuentes de
gobernadores salientes que realizaron campañas contra el enemigo en tanto su
sucesor se presentaba en la provincia. Las formalidades relativas a la entrega del
mando y la necesidad de ponerse al corriente de los asuntos de la administración
hacían perder también un cierto tiempo, de manera que el periodo real disponi-
ble para hacer la guerra contra los hispanos era siempre muy corto. Por ello, y por
la necesidad de rentabilizar la experiencia adquirida durante el primer año, el
Senado debió comprender pronto la ventaja de prorrogar al menos por un año el
mandato de cada pretor.
Parece fuera de dudas que el desarrollo de este procedimiento está directamen-
te vinculado con la aprobación de la lex Baebia de praetoribus, propuesta proba-
blemente por el cónsul de 181 a.C., M. Baebius Tamphilus 15 . Livio se refiere de
pasada a ella cuando habla de las elecciones de los pretores para el 179, diciendo que
en dicho año se eligieron únicamente cuatro pretores, según lo dispuesto por la lex
Baebia, que establecía que debía elegirse cuatro pretores en años alternos 16• Si tene-
mos en cuenta que desde el 188 aproximadamente era normal que los pretores his-
panos prorrogasen por un año su mandato en la provincia, la necesidad de elegir seis
pretores cada año, como se venía haciendo desde 197 para abastecer los dos gobier-
nos provinciales de Hispania, era una necesidad que sólo se presentaba en años
alternos. Para el 179, los dos pretores del 180, Ti.Sempronio Graco y L.Postumio
Albino, debían prorrogar su magistratura según este uso y no era necesario, por
consiguiente, elegir seis pretores. La derogación parcial de la ley, en 177 o 176 17,
muestra también su vinculación con el gobierno de las Hispanias. En 176, se eligie-
ron para el año siguiente dos nuevos pretores con destino a la Hispania Citerior y
lJlterior y, en la medida en que el relato de Livio permite saberlo, parece que la ten-
dencia a partir de esa fecha fue la de renovar cada año las parejas de pretores.
15 Person, pp. 27 Y 231; Scullard, p. 172; G. De Sanctis, Storia Romana IV, p. 504 SS.; para una
discusión más amplia de sus problemas, d. Richardson, pp. 110-112.
16 Liv. 40,44,2.
17 Lo que motivó un discurso en contra por parte de Catón del que subsisten fragmentos; d.
ORF, 3, frs.136-138.
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compuesta por un privatus elegido por los comicios y por un pro magistrado ele-
gido por el Senado. Durante este periodo no habría existido una demarcación
geográfica de las provincias en Citerior y Ulterior, sino que las provinciae con-
fiadas a dichos comandantes habrían tenido un sentido personal y no territorial.
La perduración de dicha estructura de comando, según Summer, con posteriori-
dad al 197, mostraría que a pesar de lo que dice Livio en dicho año no se realizó
la delimitación de la frontera provincial.
Aunque menos tajante que Summer, Richardson es igualmente escéptico con
respecto a que en 197 se trazasen las fronteras. Según él, los pretores de dicho año,
C.Sempronio Tuditano y M. Helvio, se vieron sorprendidos por la sublevación
en las provincias que ocasionó derrotas importantes para los romanos e incluso la
muerte de Tuditano y tuvieron, por consiguiente, pocas oportunidades de reali-
zar la misión que el Senado les había confiado. Incluso si los límites fueron tra-
zados o si el Senado actuó como si tales límites existiesen, los pretores provincia-
les muestran con su actuación que los ignoraron frecuentemente 25 .
No obstante la objección de Richardson, se puede argumentar que las necesi-
dades de la guerra, que fueron apremiantes para los romanos hasta el punto de
que dos años después hubieron de enviar a uno de los cónsules a dominar la
sublevación, pudieron hacer que un pretor acudiese en ayuda del otro y comba-
tiese fuera de su provincia. Una noticia de Livio, referente al 195 a.C., es muy
interesante a este respecto. Cuando en dicho año, tras reponerse de una enferme-
dad, el pretor de la Ulterior M. Helvio regresaba hacia Roma con una guarnición
proporcionada por su sucesor en el cargo, Ap. Claudio Nerón, se encontró con
un ejército celtibérico en la ciudad de Iliturgi. Helvio los venció y desde Iliturgi
fue a unirse con Catón en su campamento, que estaba probablemente en la costa
de Ampurias. Cuando regresó a Roma, M. Helvio solicitó el triunfo por su vic-
toria sobre los celtíberos, pero el Senado se lo denegó y sólo le concedió la ova-
tia, quod alieno auspicio et in aliena provincia pugnasset26 • El alieno auspicio debe
referirse a Catón, cuyo imperium era mayor que el del pretor; pero la aliena pro-
vincia, es decir la Citerior, ya que Helvio había sido pretor de la Ulterior, mues-
tra que en 195 las provincias hispanas tenían un territorio claramente definido
mediante fronteras. Hemos de tener en cuenta, además, que Helvio era uno de los
25 Richardson, pp. 77-79; Knapp, pp. 64-65, destaca que hay que desechar la idea de la ¡ex pro-
vinciae como la elaboración de un mapa geográfico para una región concreta y tampoco cree que se
diese ninguna ¡ex provinciae en 197.
26 Liv. 34,10,1-5. Para una discusión de este pasaje en relación con la nómina y la cronología de
los pretores del 197-195 (sosteniendo que P. Manlius fue pretor de la Ulterior en 195, y no de la Cite-
rior como dice Livio), cf. Richardson, pp. 181-183.
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dos pretores del 197 a quienes se les encomendó trazar los límites provinciales,
que debió permanecer en ella durante el año siguiente probablemente porque su
sucesor, Q. Fabio Buteón, murió antes de asumir el carg027 • Nada impide que
Helvio, enfermo durante el 196 y con poca actividad militar, se encargase de orga-
nizar la administración provincial.
Luzzatto cree que en 197 se produjo la redactio in formam provinciae de
ambas Hispanias 28 . Dicha redactio reproduciría y sancionaría los mecanismos por
los que Roma se había anexionado los territorios y las comunidades hispanas
hasta ese momento, cuyas líneas esenciales había trazado Escipión entre 211-206
al practicar una política de pactos separados con las comunidades y los régulos
hispanos, refrendados con juramentos solemnes. Así, en el norte Roma ocupaba
una zona no muy extensa, apoyada en las ciudades de Emporion y Tarraco, Sci-
pionum opus, comprendida entre el Segre, el Ebro, los Pirineos y el mar; zona de
influencia griega masaliota y focense cuyas principales tribus eran los ilergetes,
lacetanos y ausetanos. En el sur, el valle del Guadalquivir incluyendo la región
minera de Cástulo; región de fuerte influencia fenicia y cartaginesa con ciudades
como Gades, Malaca y Sexi. Estas dos últimas se sublevaron en 197 contra los
romanos junto con los reyes Culchas y Luxinio. En este ámbito, la fundación de
Itálica como un conventus civium romanorum era el punto de apoyo más impor-
tante de los romanos. Entre ambas zonas se extendía una franja costera estrecha
cuya principal ciudad era Cartago N ova.
La existencia de este conjunto de acuerdos individuales entre monarcas y ciu-
dades hispanos y Roma hacía innecesaria la existencia de una lex provinciae
entendida como un documento único con la descripción del territorio y el estatus
de las comunidades incluidas en él; y es evidente que no se votó ninguna lex pro-
vinciae en 197. No obstante, incluso quienes como R.C.Knapp no son partidarios
de admitir la existencia de unas leyes provinciales para Hispania (dadas en cual-
quier momento de la República), postulan la existencia de una organización
administrativa en regiones u otro tipo de subdivisión que presuponen necesaria-
mente la existencia de un documento o formula y de una fecha en que dicha orga-
nización ha sido llevada a cabo.
Aunque la obra organizativa de Catón y de Sempronio Graco en Hispania fue
de una gran trascendencia para la organización del país, no existe la menor cons-
tancia en las fuentes de que uno u otro fuesen los responsables de la organización
administrativa de las provincias y, sobre todo, de que el Senado o los comicios
ratificasen sus disposiciones en este sentid029 . Excluidas pues estas dos oportuni-
dades, sólo queda una ocasión en que los territorios provinciales hispanos puedan
haber sido objeto de una organización general y, con ella, objeto de la concesión
de una ley provincial.
En 132 a.C. Roma, según su costumbre dice Apian0 3o, envió una comisión de
diez senadores (decemviri) para organizar los territorios recientemente conquis-
tados por D.Junio Bruto y Escipión Emiliano. La mayor parte de historiadores
que se han ocupado de este tema creen que los decenviros se ocuparon única-
mente de organizar los territorios de los arévacos y los lusitanos y galaicos, sin
que ello implicase la reorganización de las áreas previamente conquistadas en la
Citerior y la Ulterior. Ahora bien, el territorio lusitano conquistado durante el
147-13 7 a.C. se extendía desde la Beturia céltica, en la Andalucía occidental y la
Baja Extremadura, hasta probablemente el Miño; y el territorio celtibérico y vac-
ceo comprendía prácticamente toda la Meseta septentrional. La extensión de
ambos territorios sumada es mucho mayor que la de los territorios que los roma-
nos dominaban antes de las guerras del 155-133 y por tanto la labor de la comi-
sión senatorial implicaba, de facto, la organización de las provincias aunque no se
inmiscuyesen en el estatus y las relaciones de las comunidades que ya anterior-
mente estaban sometidas a Roma. De lo que dicen las fuentes literarias, queda
claro que la comisión efectuó o ratificó modificaciones territoriales, puesto que
Escipión repartió el territorio de Numancia entre los pueblos vecinos 31 • Hay,
además, otro elemento que puede construir un argumento a favor de que en esta
fecha realizarse la organización de las provincias hispanas. En el 131 a.C. el pre-
tor P. Rupilio y una comisión de decenviros redactaron unos estatutos para la
organización de Sicilia que los sicilianos llamaron lex Rupilia y que constituía su
lex provinciae 32 • Si tenemos en cuenta la coincidencia de las fechas en que se envia-
ron las comisiones de decenviro s a Sicilia y a Hispania y que, en ambos casos, se
trataba de las más antiguas provincias, el año 132 parece la fecha más idónea para
ubicar la organización definitiva de las provincias hispanas durante el periodo
republicano; esta organización debió plasmarse necesariamente en un documen-
to o conjunto de documentos, de naturaleza más jurídica que geográfica, que sir-
vieron para la administración y el gobierno posterior. La pérdida para este perio-
29 También Knapp, pp. 76-79, que no acierta a proponer una fecha; en contra, Richardson pp.
80-94 (Catón) y 112-123 (Sempronio Graco).
30 Ap. lb. 99.
31 App. lb. 98.
32 Person, p. 82; comisiones decenvirales actuaron en la creación y redacción de las leyes de las
provincias de Sicilia y Macedonia, y una comisión de 5 legati para la de Iliria; d. Person pp. 78-85
(Sicilia), 66-74 (Macedonia) y 64-66 (Iliria).
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do de nuestra mejor fuente para los actos administrativos romanos, que es Tito
Livio, hace que sólo la referencia de Apiano transmita de manera incorrecta y
aproximada tan importante acontecimiento.
33 J. S. Richardson, «The triumph, the praetors and the senate in the early second century BC»
¡ournal of Roman Studies 65, 1975, pp. 50-63.
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regreso de Hispania como privatus cum imperio pro consule. Durante el periodo
200-170 a.C. se celebraron en Roma 18 triunfos, la mitad de los cuales fueron
celebrados por individuos de rango inferior al consular; de ellos, 14 fueron obte-
nidos por victorias en Hispania34 .
De la misma manera, el lujo en la celebración de juegos públicos se incremen-
tó en las primeras décadas del siglo Il. Este incremento del lujo es un rasgo más
de la rápida helenización de Roma en el periodo que arranca del principio de la
segunda Guerra Púnica. Una vez expulsados los cartagineses de la Península y
establecida la administración provincial en ella, las riquezas extraídas de Hispa-
nia, que consistían sobre todo en oro y en plata, encontraron un ámbito idóneo
donde emplearse. Significativamente, una de las primeras noticias referentes a esta
generosidad calculada y al incremento del lujo se refiere a Escipión Africano.
Como edil en 213, Escipión celebró los Ludi Romani durante dos días y distri-
buyó un congius de aceite (3/4 de 1. aprox.) en cada calle; la donación pública de
aceite era precisamente un rasgo que las monarquías helenísticas practicaban con
ocasión de las festividades públicas y Escipión debía conocerlo. El gasto suntua-
rio se incrementó rápidamente, y en 182 a.C. el Senado hubo de emitir un sena-
doconsulto limitando el gasto por la celebración de juegos y festivales públicos ya
que el exceso realizado por Sempronio Graco durante su edilidad en ese año había
arruinado no sólo a los aliados latinos sino también, significativamente, a los pro-
vinciales. La misma medida hubo de ser renovada en 179, en que Q.Fulvio Flaco
celebró Juegos a Júpiter Optimo Máximo por su triunfo sobre los celtíberos;
Flaco, además, construyó privadamente un templo a la Fortuna Ecuestre, que fue
el más fastuoso de su época, con las riquezas sacadas de la Hispania Citerior35 .
Resulta evidente, por tanto, que las gentes y familiae hegemónicas en cada
momento dentro de la política romana estuvieron interesadas en colocar en el
gobierno de alguna de las Hispanias a aquellos individuos propios que accedían a
la pretura como un medio de conseguir, posteriormente, el consulado. N atural-
mente existían también otras provinciae con posibilidades de promoción política
posterior, pero durante el periodo 197-167 parece que la pretura en una de las
Hispanias ha sido uno de los medios principales. Esta tendencia cambió a partir
del 167 cuando la conquista del Oriente helenístico comenzó a abrir progresiva-
mente nuevos campos de acción política en un medio mucho más rico, culto y
34 Richardson, op. cit. pp. 52-54; W. V. Harris, War and imperialism in Republican Rome, 327-
70 Be., Oxford 1979, p. 262; additional notes VII: praetorian triumphatores.
35 Sobre la influencia de los gastos en espectáculos para la promoción política, d. Scullard, pp.
23-25; sobre Fulvio Flaco, d. M. Salinas, «Q. Fulvius Q. f. Flaccus» Studia Historica. Ha Antigua VII,
1989, pp. 67-83; sobre la lex Orchia del 182, limitando el gasto en los Juegos, Liv. 40,44,12.
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civilizado. Podría objetarse, sin embargo, que el sistema de sorteo empleado para
cubrir las distintas preturas excluía en principio las posibilidades de maniobra por
parte de una facción o individuo que apeteciese una provincia determinada. Aun-
que las asociaciones y la práctica política típicas de la nobilitas no podían, evi-
dentemente, garantizar el resultado había, sin embargo, en principio dos instan-
cias claves en ese proceso. Por una parte, la considerable discreccionalidad de que
gozaba el magistrado presidente de los comicios para admitir o rechazar a los can-
didatos a las elecciones de pretor e, incluso, una vez electos, para proclamarlos.
Dicha discreccionalidad podía emplearse con facilidad para favorecer en sus aspi-
raciones a los miembros de una misma factio 36 • En segundo lugar, es preciso tener
en cuenta que el recurso al sorteo no se empleaba siempre; sobre todo si había
acuerdo previo entre los pretores acerca de las provincias a elegir37 . Las reformas
introducidas por Sil a en el 82 a.C., sorteando las provincias pretorianas previa-
mente a las elecciones tendían precisamente a buscar una mayor pureza y neutra-
lidad en el procedimiento. El estudio por consiguiente de la nómina de los preto-
res provinciales en el periodo 197-167 a.C. en su relación con las familias de la
aristocracia romana muestra, como se verá, que hay una conexión entre las per-
sonas que ocuparon dichos cargos durante el periodo estudiado y los grupos
familiares que, en cada caso, dominaron la política romana.
El repaso de la lista de praetores hispanos del periodo 197-167 a.C. (Apéndi-
ce II) muestra que, a pesar de la variedad, se repiten sobre todo individuos per-
tenecientes a las familias que predominaron en la política romana de ese periodo
o estuvieron aliadas con ellas: Sempronii (Tuditano, 197; Longo,184-183; Graco,
180-179); Fulvii (Nobilior, 193-192; Flaco, 182-181; Gillo, 167); Manlii (P. Man-
lio, 195 y 182?; L.Manlio,188); y Claudii (Nerón, 195; Centho, 175; Marcelo,
169), una de las principales gentes patricias con la que las anteriores estaban polí-
ticamente asociadas. Otras familias como los 1unii (Bruto, 189; Penno, 172) y los
Licinii (Cayo Nerva, 167; Aulo, 166?) aparecen con menor frecuencia que los
primeros. Y, finalmente, individuos de gentes vinculadas a los Cornelios Esci-
piones sólo aparecen muy esporádicamente: Escipión Nasica (194) y Emilio
Paulo (191-190).
Los Sempronii 38 fueron aliados de los Claudios desde la época de Ap. Clau-
dius Caecus hasta la de los Gracos. El primer Sempronio notable fue P. Sempro-
nius Sophus (cos.304, ces.249), cuyo hijo compartió el consulado con el hijo
42 Scullard, p. 282.
43 Scullard, p. 143.
44 Plut. Tib. Grac. 5-6; Claud. Quadr. fr. 73; Val. Am. fr. 57; Cic. De harusp. responso, 43; De
viro ill. 59; Vel. Pat. 2,2,1; Marc. Cap. 5,456.
45 Scullard, p. 187.
46 Scullard, pp. 184-189.
47 Liv. 40,43,4 recuerda que fue el primer plebeyo adoptado por una gens patricia; Vel. Pat.
2,8,2; Fast. Cap.: hei fratres germani fuerunt.
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52 Scullard, p. 110.
53 Plut. Cato Mai. 17,7.
54 MRR 1, pp. 338-339 nota 9, y 382-383, nota 1.
55 Liv.40,16,7.
56 Sobre las relaciones entre ambas familias, d. Scullard, p. 184; en p. 203 cree que Manlio murió
en torno al 180.
57 Liv. 50,38,5; Scullard, pp. 138 Y 140.
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58 Liv. 39,29,4.
59 Scullard, pp. 167 Y 179; Liv. 39,54,13-55,4; se conserva una inscripción de Aquileia referente
a L. ManIio: CIL 1, 2, 538.
60 Scullard, pp. 36-38.
61 Scullard, pp. 102 Y 137.
62 frs. 101 M Y 102 M; Scullard, p. 261 supone que se refieren a Ti. Claudius Nero, cuestor en
185, o a Ap. Claudius Nero, pretor en 195.
63 Liv. 41,28,1; Scullard, p. 192.
64 Scullard, p. 187; también pp. 203, 229 Y 233.
65 Liv.43,15,3.
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En el año 197, como hemos visto, fueron enviados los primeros pretores, C.
Sempronio Tuditano a la Hispania Citerior y M. Helvio a la Hispania Ulterior,
con el encargo de delimitar las fronteras provinciales. A finales del año, una carta
de M. Helvio daba cuenta de la sublevación contra Roma de los reyes Culchas y
Luxino, a la que se habían unido las ciudades fenicias de Malaca y Sexi en la costa
meridional. Más tarde, otra carta dio a conocer en Roma que el pretor de la Cite-
rior, Tuditano, había sido herido en combate y posteriormente había muert0 66 .
Ante estas noticias, los pretores del 196, Q. Minucio Thermo y Q. Fabio Buteón,
fueron enviados con mayor número de tropas. Se le asignó a cada uno una legión
de las cuatro que los cónsules habían reclutado, además de 4.000 aliados de infan-
tería y 300 de caballería67 • No parece que con estas fuerzas los nuevos pretores
consiguiesen nada decisivo, ya que al año siguiente se tomó la resolución de
enviar a uno de los cónsules además de los dos pretores ordinarios para dominar
la situación. Entretanto, el antiguo pretor de la Ulterior, M. Helvio, no había
podido abandonar la provincia debido a una larga enfermedad.
Como provincias consulares para el 195 se designaron Italia y la Hispania
Citerior. Al cónsul que recibió Hispania se le asignaron dos legiones, 15.000 alia-
dos de infantería, 800 de caballería y 20 naves. Este mando recayó en M. Parcia
Catón. El senado además envió como pretor a la Citerior a P. Manlio, como adiu-
tor del cónsul, que debería hacerse cargo de la legión mandada por Minucia Ther-
mo; de la misma manera que el pretor de la Ulterior, Ap. Claudia Nerón, se haría
cargo de la legión que había mandado Fabio Buteón. A cada pretor, además, se le
asignaron como refuerzos 2.000 infantes y 200 jinetes 68 •
Con estas tropas, pues, se presentaron los magistrados romanos en Hispania
para operar conjuntamente bajo el mayor imperium y los auspicia del cónsul. En
unas circunstancias así, era evidente que los límites provinciales, divisiones artifi-
ciales impuestas por Roma, que no atendían a las divisiones étnicas ni culturales
ni a las relaciones económicas y humanas previamente existentes entre las comu-
nidades que habían caído bajo su dominio, no podían ser respetados si la actua-
ción militar romana quería ser eficaz. Por otra parte también, el alejamiento geo-
gráfico y el hecho de que la única comunicación posible con Roma fuesen la espo-
rádica correspondencia de los magistrados de Hispania, eran factores que hacían
que éstos actuasen con gran libertad e independencia de los criterios establecidos
por el Senad0 69 •
Como nuestro objetivo no es hacer una historia de la conquista romana,
vamos a resumir muy brevemente la actuación militar romana en el 195 7 Parece °.
que Catón, después de desembarcar en Ampurias, comenzó asegurándose el
dominio de la Cataluña septentrional, donde sólo los ilergetes permanecían fieles
a Roma, derrotando a los bergistanos, y luego se desplazó a Tarraco donde esta-
bleció sus campamentos de invierno. Entretanto, P. Manlio se había desplazado a
la Ulterior con su ejército, donde se hizo cargo también del ejército de Claudia
67 Liv. 33,26,3.
68 Liv.33,43,1-8.
69 Richardson, pp. 123-125.
70 Las fuentes principales son: Liv. 34,8,1-21,8; Plut. Cato Mai. 10; Ap. lb. 39-41; la mayoría
están recogidas en FHA III, 1935, pp. 177-194.
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74 E. Badian, Publicans and sinners, Oxford 1972, pp. 32 SS.; en contra, J. S. Richardson «The
spanish mines and the development of provincial taxation in the second century Be.» ¡oumal of
Roman Studies 66, 1976, 139-152.
75 Liv. 34,9,12: bellum, inquit (se Cato), se ipsum aleto
76 Richardson, pp. 91-92, con un resumen de dichas teorías.
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del ejército con vistas, evidentemente, a solicitar el triunfo. Graco se opuso agria-
mente y al final se llegó a una solución de compromiso por la que el Senado,
teniendo en cuenta la duración de la guerra en Hispania, decretó una recluta espe-
cial para substituir a los más veteranos del ejército de Flaco, que regresarían con
él a Roma 77 •
Graco sin embargo no mostró ningún interés en hacerse cargo del gobierno de
su provincia, a la que debió llegar a mediados del verano, por lo que Flaco tuvo
tiempo de efectuar una razzia en el corazón de Celtiberia mientras llegaba su
sucesor. Hay claramente una tradición historiográfica favorable a Graco, de la
que nos han llegado alusiones desde la propia Antigüedad, pero parece evidente
que la actividad militar de Graco durante su pretura no fue nada notable y, en
todo caso, fue prácticamente nula durante su primer añ0 78 •
Prorrogados como propretores para el 179, Graco y Albino concertaron un
plan según el cual Albino, a través de Lusitania, se dirigiría contra los vacceos,
mientras Graco penetraba in ultima Celtiberia 79 • Fue con posterioridad a esta
campaña cuando Graco debió emprender una serie de medidas que constituyen,
que sepamos, el primer intento de organizar de una forma unitaria las posesiones
romanas en la Península o, al menos, una gran parte de ellas. La mayor parte de
las referencias a las medidas de Graco son literarias y se hallan en el contexto de
las guerras celtibéricas, lo que tiene importancia a la hora de determinar el alcan-
ce de dichas medidas para todas las comunidades de la provincia.
La referencia principal es Apiano, lb. 43, cuando, con motivo de las negocia-
ciones entre Segeda y Roma al inicio de la guerra numantina, expresa los conte-
nidos fundamentales de «los tratados de Graco» con los celtíberos: pago de un tri-
buto a los romanos, obligación de contribuir con tropas auxiliares al ejército
romano, y prohibición de fortificar nuevas ciudades. En un pasaje anterior, des-
cribiendo la actividad de Graco en Hispania, Apiano menciona su victoria en
Complega, probablemente una ciudad en el valle del Ebro (Contrebia Belaisca?),
y que Graco distribuyó tras esta victoria tierras a los pobres (aporoi) de la ciudad;
luego, estableció con todos los pueblos del área tratados muy precisos, de acuer-
do con los cuales ellos serían amigos (philoi) de los romanos 80 • El problema está
en determinar el alcance de las medidas de Graco y si estas medidas significaron
77 Liv. 40,35,3-36,11; sobre la entrega del mando de Fulvio Flaco a Sempronio Graco y estos
incidentes, d. M. Salinas, arto cit. pp. 74-77.
78 Un eco en Estrabón III, 4,13 Y su crítica a Polibio; d. G. Fatás, «Hispania entre Catón y
Graco» Hispania Antiqua V, 1975, pp. 269-313.
79 Liv.40,47,1.
80 Sobre los tratados de Graco con los celtíberos, d. M. Salinas, Conquista y romanización de
Celtiberia, Salamanca 1986, pp. 12-14.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS
Otra evidencia sugeriría también -según Richardson- que los términos de los
tratados con los celtíberos fueron aplicados más ampliamente. Se refiere al esta-
blecimiento de una fiscalidad regular, expresada en la existencia de un tributo fijo
llamado stipendium 85 •
En el año 171 una embajada de algunos pueblos de Hispania se quejó ante el
senado de las arbitrariedades cometidas por algunos pretores durante su manda-
to. El Senado decidió que en el futuro ningún magistrado romano estableciese en
Hispania el precio del grano ni obligase a los hispanos a vender la vicésima que
pagaban al precio que él estableciese, ni se impusiesen prefectos en las ciudades
para recaudar los tributos 86 . Para Richardson, la reclamación de los hispanos
muestra que en el 171 ya existía el sistema de tributación fijo conocido como sti-
pendium, de cuyos abusos se quejaban aquéllos, y puesto que, según él, hasta el
180 a.C. aproximadamente el stipendium hispano no era más que la soldada del
ejército librada por el Senado o recaudada en el territorio, debe atribuirse a Graco
el establecimiento de dicho sistema general de tributación.
En nuestra opinión, la identificación de «los tributos fijados por Graco» que
formaban parte de sus tratados con el stipendium que Cicerón describe como un
vectigal certum 87 es arbitraria. Lo más probable es que dichos tributos fuesen
contribuciones semejantes a las que en otras ocasiones, antes y después de Graco,
los generales victoriosos impusieron sobre los celtíberos y otros pueblos hispa-
nos 88 . Hay que tener en cuenta que en 154-153, cuando estalla el conflicto con
Segeda, los mismos Segedenses afirman que la obligación del tributo y de enviar
auxiliares al ejército le había sido condonada por el Senado, a lo cual los romanos
respondieron que efectivamente era así, pero sólo por el tiempo que el Senado
quisiera 89 . Una respuesta semejante confirma que los tributos fijados por Graco
que pagaban los de Segeda efectivamente habían dejado de tributarse hacia el 153
a.C. y una situación de esta naturaleza es incompatible (si tenemos en cuenta, ade-
más, que Segeda en modo alguno era una civitas libera et inmunis) con la hipóte-
sis de que dichos tributos fuesen el vectigal certum o stipendium que Cicerón
menciona como característico de la tributación hispana. Cicerón, además, cita a
los cartagineses junto a los hispanos como pueblos que pagan el stipendium. Aun-
que Richardson niega validez histórica, sin dar razones para ello, a la noticia de
90 Floro 1,33,7: quasi novam integramque provznciam ultor patris et patrui Scipio ille mox Afri-
canus invasit, isque statim capta Carthagine et alii urbibus, non contentus Poenos expulisse, stipendia-
riam nobis provinciam fecit.
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CAPÍTULO 111
Durante el periodo que va del año 155 al 82 a.C. la conquista romana experi-
mentó su mayor impulso en la Península, ya que unas dos terceras partes de ella
(ambas Mesetas y la franja atlántica occidental) cayeron bajo el dominio romano
.durante este periodo. Dentro de él pueden distinguirse a su vez dos etapas: la que
va del 155 al 133 a.C., y del 133 al 82 a.C. Durante la primera de ellas se produ-
cen las grandes guerras contra los lusitanos y los celtíberos, que son casi sincró-
nicas y que terminan respectivamente con la rendición de Tautalos a Décimo
Junio Bruto en 138 y la de Numancia a Escipión Emiliano en 133 a.C. Entre 137
y 133 Bruto proseguiría sus campañas contra los galaicos. En 132 Roma envió una
comisión de diez senadores para organizar los territorios conquistados en Hispa-
nia por Escipión y por Junio Bruto.
A pesar de que en 132 puede parecer que la mayor parte del territorio penin-
sular estaba conquistado y pacificado, las guerras contra los celtíberos y los lusi-
tanos no cesaron por ese hecho. Los lusitanos continuaron sublevándose hasta la
época de la pretura de César en la Ulterior y proporcionando, con ello, ocasiones
de triunfar a los pretores de la provincia, debidamente registradas en los Fasti. Los
celtíberos por su parte tampoco permanecieron tranquilos ya que las causas que
habían llevado al estallido de la segunda guerra celtibérica (desigual reparto de la
propiedad de la tierra, creación de nuevas ciudades, etc.) continuaban estando
presentes. En el año 99 a.C. estalló una sublevación en toda celtiberia y fue nece-
sario enviar, como se había hecho durante el periodo anterior, a uno de los cón-
sules para dominar la situación. Fue enviado Tito Didio que permaneció como
procónsul en la provincia hasta el año 93, en que fue reemplazado por otro cón-
sul, C. Valerio Flaco. Este a su vez permaneció en Hispania hasta el año 81 a.C.,
en que regresó a Roma para ayudar a la facción silana en el contexto de la guerra
civil. El proconsulado de Flaco en Hispania, con doce años de duración, es el más
largo de todo el periodo republicano.
Cuando Valerio Flaco regresó a Roma la situación, tanto en la Península como
en Italia, había cambiado completamente. La feroz represión llevada a cabo sobre
los celtíberos hizo que éstos no se sublevaran nunca más en el futuro. Los lusita-
nos, por su parte, dejaron de constituir un problema importante, aunque todavía
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hubieron de pasar veinte años hasta que César los dominó completamente practi-
cando la misma política de exterminio. En Roma, entretanto, Sil a había sido nom-
brado dictador perpetuo y acometió un amplio programa de reformas legislativas
y de la administración. Entre ellas, mediante una lex Cornelia de praetoribus, Sila
reguló el funcionamiento de la pretura y de los gobiernos provinciales, dentro de
la reestructuración y ordenamiento del cursus honorum por él realizado. A partir
de esta reforma, los gobiernos provinciales quedaron confiados a ex pretores y ex
cónsules que pasaban a desempeñarlos como propretores y procónsules de una
manera regular, a la vez que el número de los mismos pretores se aumentó de seis
a ocho a fin de proveer las necesidades de la administración creadas por el aumen-
to de las quaestiones perpetuae y la formación de nuevas provincias.
Por consiguiente, parece adecuado situar en el año 82 a.C. un corte en el estu-
dio de la evolución del gobierno de las provincias hispanas. Con anterioridad a
esa fecha hay unos rasgos comunes a todo el periodo que va del 155 al 82, el más
importante de los cuales es la continuidad de la política de conquista y expansión.
Durante este periodo las provincias romanas de Hispania ya estaban constituidas,
desde el 197 a.C., y fijados los procedimientos y las tareas principales de los
gobernadores, entre las cuales la más importante era la dirección de la guerra. A
partir del 82 a.C., esa función militar pasó, se puede decir, a un segundo plano. A
medida que los territorios peninsulares conquistados por Roma se fueron roma-
nizando progresivamente durante el siglo 1 a.C. y aumentó la presencia de inmi-
grantes itálicos en ellos, o el número de provinciales que adquirieron el estatuto
de ciudadanía, las funciones administrativas de los gobernadores pasaron a ser
dominantes; de manera que con estos cambios, junto con otros respecto al esta-
tus de las personas nombradas como gobernadores, el periodo del 82 al 27 a.C.
aparece como una época de transición entre lo que fue el gobierno de las provin-
cias hispanas durante la República y lo que será durante el Imperio romano.
durante los años 155 y 154. Estos hubieron de enfrentarse a una sublevación de
los lusitanos llamados autónomos y de los vettones, que vencieron a los ejércitos
romanos y después de devastar el litoral de los blastofenicios y de los conios del
Algarbe, cruzaron el Estrecho de Gibraltar. En el norte del Africa, cerca de Tán-
ger, fueron derrotados por L. Mumio, pretor de la Ulterior en 153, que por esta
razón recibió el triunf0 4 •
Al año siguiente, M. Atilio (152) realizó una guerra contra los lusitanos,
tomando una de sus ciudades, tras la cual firmó con los lusitanos y vettones tra-
tados en los que se contemplaba un reparto de tierras a los hispanos s. Como los
tratados no fueron respetados por los mismos indígenas, el sucesor de Atilio, Ser.
Sulpicio Galba (151-150), atacó nuevamente a los lusitanos. Al año siguiente,
Galba y el procónsul de la Hispania Citerior, Licinio Lúculo, que había hecho la
guerra a los vacceos sin autorización del Senado, atacaron conjuntamente a los
lusitanos. Para inducir su rendición, Galba les prometió tierras a cambio de las
armas pero, cuando los hubo desarmado, pasó a cuchillo a la mayoría 6•
La guerra en Hispania Citerior comenzó en 153 a.c., cuando como conse-
cuencia del desacuerdo entre Roma y la ciudad de Segeda, que se había engran-
decido mediante el sinecismo de otras comunidades celtibéricas como la de los
titos, el senado envió al cónsul Q. Fulvio Nobilior, que atacó a los segedenses y
sus aliados, los numantinos. Nobilior pudo impedir que los segedenses conclu-
yeran el amurallamiento de su ciudad, pero no tuvo éxito frente a Numancia 7 . La
guerra fue terminada por el cónsul del año siguiente, M. Claudio Marcelo, que
concluyó un acuerdo con los arévacos, belos y tittos 8, de manera que su sucesor
Licinio Lúculo (cos. 151), ávido de riquezas y de gloria, atacó sin autorización a
los vacceos 9 y, al año siguiente, en combinación con Galba, a los lusitanos.
A pesar de que el Senado rechazó el tratado de Marcelo con los celtíberos y
ordenó al cónsul seguir la guerra, Apiano cierra con la campaña de Lúculo con-
tra los vacceos la primera sección de su relato sobre la guerra en la Citerior y
comienza a narrar los sucesos en la Ulterior, hasta la muerte de Viriato en 139. A
continuación vuelve a narrar los sucesos en la Citerior a partir de la campaña de
Q. Metelo Macedónico en 143-142 a.C., y no parece que entre 151 y 143 haya
habido guerra entre los celtíberos y los romanos. Incluso en 147-146 el cuestor de
C. Vetilio obtuvo cinco mil soldados de los belos y los titos para combatir a Viria-
tolO. El estallido de nuevas hostilidades con los celtíberos es atribuido por Apia-
no a Viriato, que los incitó a declarar nuevamente la guerra aRoma 11.
En el año 145 fue enviado a la Ulterior el cónsul Q. Fabio Máximo Emiliano
para enfrentarse a Viriato. Emiliano consiguió algunos éxitos, pero las derrotas
subsiguientes de Quincio y de Pompeyo Aulo hicieron que en 141 se enviase nue-
vamente a un cónsul, F abio Máximo Serviliano, hermano adoptivo de Emiliano,
a quien Viriato obligó a pedir la paz y a suscribir un acuerdo por el que ellusita-
no era reconocido como amicus populi Romani. El cónsul del 140, Servilio
Cepión, hermano de Serviliano, logró que el Senado denunciara el tratado con
Viriato y, mediante insidias, consiguió su muerte a traición. Los lusitanos todavía
continuaron la guerra con Roma pero Décimo Bruto (cos. 138) terminó con su
resistencia y extendió la conquista romana hasta el curso del río Miño 12 .
La guerra comenzada en 143 entre los celtíberos y Roma se centró muy pron-
to en el asedio y defensa de Numancia 13 • Los distintos cónsules enviados a la
Citerior no obtuvieron ningún éxito frente a ella (Metelo Macedónico, 143-142;
Pompeyo Aulo, 141-140; Popilio Lenas, 139-138; Hostilio Mancino, 137; Emilio
Lépido Porcina, 137/136; Furio Filón, 136; y Calpurnio Pisón, 135), hasta que en
134 se eligió a Escipión Emiliano cónsul II a pesar de estar prohibida la iteración.
Dos consulares concertaron tratados de paz con los numantinos que fueron
rechazados por el Senado. Pompeyo Aulo a cambio de riquezas y de manera ver-
gonzante, retractándose cuando los numantinos se presentaron con la segunda
entrega de plata en presencia de su sucesor, Popilio Lenas, de los tribunos milita-
res y de unos representantes senatoriales. Hostilio Mancino aceptó un tratado al
verse acorralado junto con el ejército por los celtíberos.
En ambos casos parece que lo que los numantinos pretendían era el restable-
cimiento de los acuerdos de Graco. En efecto, y como indica Apiano, estos trata-
dos fueron siempre objeto de referencia durante la guerra celtibérica. Hemos
visto que en 152 los celtíberos pidieron la paz al cónsul Claudio Marcelo remi-
tiéndose a los tratados de Graco y que, aunque el Senado rechazó formalmente el
acuerdo entre Marcelo y los celtíberos, en la práctica no hubo más guerra hasta el
143, lo que equivale a su aceptación. Precisamente entre 147 y 145, como hemos
visto, los belos y los titos proporcionaron un contingente de cinco mil hombres
14 Ap. lb. 80; Plut. Tib. Grac. 5-6; Liv. pero 55,56; Claud. Quadr. fr. 73; Val. Ant. fr. 57; Cic.
De harusp. responso 43; Velo Pat. 2,1,3 y 2,2,1; d. A. Schulten, F.H.A. IV, pp. 47-54.
15 El argumento de Richardson, pp. 132 Y 152, es un círculo vicioso, además de contradictorio:
se aumentó el estatus de los comandantes enviados a Hispania porque la importancia de las guerras así
lo exigía y, a la vez, las guerras cobraron importancia para el Senado por el superior rango de los
comandantes.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 73
El envío del primer cónsul de este periodo, Fulvio Nobilior, está vinculado a
la discusión del Senado con la ciudad de Segeda y al estallido de la guerra celtibé-
rica. En el relato de Apiano, la posición de Segeda fue en todo momento conci-
liatoria y la actuación por parte de Roma parece ser la de un estado con una deci-
sión ya tomada previamente a cualquier clase de negociación. Ello puede verse en
que el cónsul Nobílior, quien debía haber recibido Hispania Citerior como pro-
vincia el año antes, llegó tan rápidamente ante Segeda que sus habitantes no tuvie-
ron tiempo de terminar la construcción de las murallas 16 . Para Richardson, la
causa de este cambio de actitud del Senado romano, que implicaba el envío de un
cónsul a una de las provincias hispanas, se halla no en la evolución de los aconte-
cimientos en la misma Hispania, sino en la naturaleza misma del consulad0 17.
El rasgo esencial de la magistratura consular era, ante todo, el ser la jefatura
del ejército. Del éxito en su desempeño se podía esperar la concesión del máximo
honor para un general victorioso, el triunfo. Por lo menos un cónsul de cada pare-
ja anual podía esperar una guerra en la que combatir y por la que merecer el máxi-
mo honor posible. Desde el final de la guerra contra Perseo en 167 a.C. esta posi-
bilidad se había vuelto cada vez más remota dada la incontestable superioridad
romana y la ausencia de guerras exteriores. En el caso de la Península Ibérica,
desde el 178 a.C. no se celebraba el triunfo ni la ovatio de ningún general que
regresara de ella. Polibio informa que cuando en 156 el Senado envió al cónsul C.
Marcia Fígulo a combatir contra los ilirios, lo hizo para que la «larga paz» que se
experimentaba desde la victoria sobre Perseo no reblandeciera los ánimos de los
ciudadanos romanos 18 . La conclusión, para Richardson, es que el Senado destinó
a Hispania a uno de los cónsules del 153 porque no había otra provincia con
mejores expectativas de declarar una guerra.
Aunque el argumento de Richardson plantea pocas dudas y en líneas genera-
les resulta verosímil, plantea también algunos problemas de no poca importancia.
La pérdida del texto de Livio referente a este periodo nos ha privado de sus exactas referencias a
los contingentes militares puestos por el senado a disposición de los pretores o cónsules; las cifras
dadas por Apiano en su Iberiké son las siguientes: Nobilior, casi 30.000; Claudio Marcelo 8.000 infan-
tes y 500 jinetes; el ejército de L. Mumio en 153 tenía unos 14.000 hombres; Vetilio en 147, 10.000; G.
Plaucio 10.000 soldados y 300 jinetes; Fabio Emiliano, 15.000 infantes y 2.000 jinetes, habiéndosele
decretado 2 legiones por el Senado; Fabio Serviliano, 2 legiones: 18.000 infantes y 1.600 jinetes; de
Metelo dice que fue enviado con un ejército más numeroso; Pompeyo Aulo, 30.000 soldados y 2.000
jinetes; a Escipión Emiliano, en cambio, el Senado no le autorizó a realizar ninguna leva, ya que había
necesidad de hombres para otras guerras y gran cantidad de ellos en Iberia.
16 Ap. lb. 45.
19 Richardson, p. 137.
20 Insc. lt. 13,1,82 Y 557; sobre Opimio, PoI. 33, 10.
21 Scullard, pp. 226-228.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 75
la antigua alianza entre los Emilios y los Fulvios, que se remontaba a la censura
del 179 compartida por Emilio Lépido y Fulvio Nobilior, parece haberse renova-
do. El mismo Emilio Lépido, princeps Senatus durante veinte años, puede haber
ejercido su influencia en este sentido. De esta manera, el hijo mayor de Nobilior,
M. Fulvio, alcanzó el consulado en 159, y M. Emilio Lépido fue cónsul en 158.
Para el 154 a.C. fueron elegidos censores M. Valerio Mesala y Q. Casio Longi-
n0 22 • Los Valerios habían cooperado estrechamente con los Claudias y otras
familias para contrarrestar la influencia de los Cornelios en el Senado 23 ; habían
promocionado la carrera política de Catón y la formación de aquel «grupo inter-
medio» de senadores una de cuyas familias más prominentes eran los Fulvios. La
elección de Q. Fulvio Nobilior, probablemente el hijo menor del cónsul del 18924
y hermano del cónsul de 15925 , para el consulado del 153 puede haber contado
con la colaboración no sólo de los Fulvios y los Valerios, sino también de otras
familias que habían colaborado con ellos en el pasado, como los Postumios 26 •
Otros Fulvios ya habían ejercido el gobierno de las provincias hispanas y habían
luchado allí contra los celtíberos, el padre de Nobilior como pretor de la Ulterior
en 193-192, y Q. Fulvio Flaco en 182-181. Tal vez Nobilior esperaba utilizar las
influencias y los contactos de su familia en celtiberia como apoyo de su política
en la provincia. El comando sobre la Citerior, en la que los celtíberos estaban
ahora comprendidos, permitía esperar además a un general un gran enriqueci-
miento, ya que los pretores de la provincia durante 197-167 obtuvieron enormes
sumas de ella27 • Cuando Lúculo, dice Apiano, que fue enviado a la Citerior en
151, se encontró con que no podía hacer la guerra a los celtíberos, emprendió una
nueva contra los vacceos sin la autorización del Senado, reclamando oro y plata
de las ciudades atacadas.
El hecho de que a partir del 153 Roma enviase a uno de los cónsules, como
norma general, a la Península Ibérica no cambia en realidad para nada la estruc-
tura del comando sobre las provincias hispanas, tal como se había establecido
desde el 197 a.C. El hecho de que Roma enviase a un cónsul está en relación, ya
lo hemos visto, con la envergadura de las guerras en la Península y la necesidad
de sostener en ella mayores ejércitos con un comandante adecuado. En la medida
22 MRR 1, p. 449.
23 Scullard, pp. 37 Y 111.
24 MRR 1,360.
25 MRR 1,445.
26 Scullard, pp. 135, 190 ss.
27 M. Salinas, Conquista y romanización de celtiberia, pp. 132-134; G. Fatás, «Un aspecto de la
explotación de los indígenas hispanos por Roma: los botines de guerra de la CiteriOr» Estudios de la
Universidad de Zaragoza, 1973, pp. 101 ss.
6
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en que Roma envió cónsules durante su año de ejercicio, estos cónsules eran subs-
tituidos al año siguiente por uno de sus sucesores, pero puede verse también que,
siempre que era posible, se tendía a prorrogar el mandato de aquéllos, como pro-
magistrados, en la provincia que habían tenido encomendada durante el año ante-
rior28 • Las dificultades de Nobilior frente a los celtíberos en 153 no lo recomen-
daban para permanecer un año más. El cónsul del 152, Claudio Marcelo, tenía
prisa en arrogarse el honor de terminar la guerra y regresar, consiguientemente, a
Roma. Pero el cónsul del 151, Licinio Lúculo, vio prorrogado su mando para el
150, a pesar de que su actuación militar fue muy poco brillante. El cónsul del 143,
Metelo, fue igualmente prorrogado para el año siguiente; como el del 141, Pom-
peyo Aulo, y el del 139, Popilio Lena. El cónsul del 137, Hostilio Mancino, fue
depuesto por el Senado a raíz de firmar un tratado con los numantinos que el
Senado juzgaba vergonzoso; su colega, Emilio Lépido Porcina, fue encargado de
venir a España y entregar al excónsul a los numantinos dentro del ritual que
implicaba el rechazo del tratado. Los sucesores de Lépido, Furio Filón (136) y
Calpurnio Pisón (135) no cosecharon ninguna victoria, pero a Escipión Emiliano,
que en 134 comenzó el asedio de Numancia, se le prorrogó el mando como pro-
cónsul para 133, fecha en la que conquistó la ciudad.
En resumen, podemos ver que, salvo que demostraran ser generales ineptos,
lo que los descalificaba evidentemente para continuar al frente de una guerra difí-
cil con toda evidencia, el Senado tendió a prorrogar por un año el mando de los
cónsules enviados a la Hispania Citerior durante el periodo 153-133 a.C. Esta
había sido también la norma para los pretores de la primera mitad del siglo n. Por
consiguiente, aunque ahora quienes venían a Hispania eran cónsules y no preto-
res, no se pude decir que la política del Senado con respecto a la provincia y la
estructura del gobierno de la provincia cambiasen con respecto a la época prece-
dente. El distinto rango de los nuevos generales se debía a la gravedad de la gue-
rra, pero no afectó a la práctica administrativa habitual de mantener al goberna-
dor por dos años al frente de la provincia que había sido el rasgo predominante
del periodo anterior. Con ello se conseguía no sólo una mejor administración
sino también evitar aumentar el número de magistrados que debían elegirse cada
año, como hemos expuesto anteriormente.
Si nos fijamos en la Hispania Ulterior veremos que sucedía lo mismo. Los pre-
tores del 155-152 Y del 147-146 sufrieron estrepitosas derrotas a manos de los
lusitanos o incluso, como C. Vetilio (147), fueron muertos. Estos, evidentemen-
te, no fueron prorrogados. Incluso L. Mumio, que consiguió victorias parciales
sobre los lusitanos y obtuvo el triunfo a su regreso a Roma, hubo de esperar siete
años hasta obtener el consulado (146), lo que permite suponer que a pesar de todo
la opinión que se tenía de él no era extraordinariamente buena. En cambio, Galba,
que mediante una traición atajó momentáneamente la sublevación lusitana, tuvo
su mando sobre la provincia durante dos años (151-150). Fabio Máximo Emilia-
no (cos. 145), que obtuvo las primeras victorias sobre Viriato, fue prorrogado
para el 144. De la misma manera Pompeyo Aulo (143-142) y Fabio Máximo Ser-
viliano (141-140) también ejercieron el mando durante dos años consecutivos, y
D. Junio Bruto (cos.138) fue prorrogado al menos para el 137, aunque tal vez esa
prórroga se extendió más años, un rasgo inusitado para este momento.
30 Sobre los repartos de tierras, M. Salinas, Conquista y romanización de celtiberia, pp. 112-117;
La organización tribal de los vettones, p. 34.
31 Una discusión sobre el tratado de Marcelo con los celtíberos y el significado de la deditio en
Richardson, pp. 141-147.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 79
Es muy probable que el pacto firmado entre el cónsul del 137, Hostilio Man-
cino, y los numantinos, que fue tan enérgicamente rechazado por el Senado, con-
sistiese también en una renovación de los tratados de Graco. Esta suposición se
ve apoyada por el hecho de que todas las fuentes antiguas concuerdan en que el
auténtico autor del tratado no fue Mancino, sino Tiberio el hijo de Graco, que era
el cuestor de su ejército y en quien los celtíberos confiaban por el prestigio y la
memoria de su padre.
En el año 140 Fabio Máximo Serviliano y Viriato acordaron la paz por un tra-
tado que ratificaron los comicios, por el cual el jefe lusitano recibía el título de
amicus populi Romani y todos los que estaban bajo su mando recibían la tierra
que ocupaban32 . Este tratado fue roto por el hermano y sucesor de Serviliano,
Servilio Cepión, con la connivencia del Senado.
Después de la caída de Numancia, dice Apiano que Escipión repartió sus tie-
rras entre los pueblos de alrededor. Una medida de este tipo, sin embargo, pare-
ce más bien relacionada con aquella otra conservada en el decreto de Emilio
Paul0 33 , padre del Numantino, por la que entregaba a los habitantes de Turris
Lascutana, que habían sido siervos de Hasta Regia, la libertad y las tierras que
hasta ese momento habían poseído y que habían pertenecido a Hasta. En ambos
casos, parece que la decisión del imperator es la de, mediante un reparto de tierra,
debilitar la entidad territorial más fuerte que había mantenido un enfrentamiento
con Roma.
Durante el año 98 a.C., T. Didio prometió igualmente repartir las tierras de
Colenda, cuyos habitantes había vendido como esclavos, a unos celtíberos que
habían sido asentados en sus cercanías cinco años antes por M. Mario. Cuando
éstos depusieron las armas y se entregaron al cónsul fueron exterminados de
manera semejante a como los fueron los lusitanos por Galba.
De esta manera vemos dos actitudes distintas frente a los pueblos indígenas.
Una, sostenida por Sempronio Graco, Atilio Serrano, Claudio Marcelo y Hosti-
lio Mancino, que buscaba la pacificación de los territorios que tenían confiados
mediante una política de acuerdos con los pueblos indígenas que incluían la entre-
ga de tierras y, probablemente, la consideración de aquéllos como amici del pue-
blo romano. Estas medidas buscaban solucionar las causas de la inestabilidad
social y económica de las sociedades celtibérica y lusitana. La otra línea, repre-
sentada por casi todos los praetores hispanos, parece especialmente característica
32 Una valoración de este hecho en M. Salinas, «Problemática social y económica del mundo
indígena lusitano», El proceso histórico de la Lusitania oriental en época prerromana y romana, Méri-
da 1993.
33 CIL 11, 5041.
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de los que destacaron por su perfidia y crueldad: Licinio Luculo, Sulpicio Galba,
Serviliano, Servilio Cepión y Tito Didio. Si tenemos en cuenta la cronología de
los gobernadores mencionados, vemos que el cambio de una política a otra por
parte del Senado, que había de refrendar los acuerdos de los generales, puede
situarse en la década del 150-140 y que quizás la expresión más clara de este cam-
bio de tendencia es la violación del tratado con Viriato.
Astin 34 ha sostenido que esta actitud del Senado mostraría la política de Esci-
pión Emiliano, que finalmente aplicaría él mismo con la destrucción de Numan-
cia. Richardson, por el contrario, no cree que pueda verse una actitud personal en
este cambio de política, sino el rechazo del Senado a aceptar una paz que no se
basara previamente en la deditio formal del enemig0 35 . Dejando a un lado que en
todo caso habría que explicar las razones que llevaron al Senado a adoptar una
actitud menos tolerante en la segunda mistad del siglo II, el análisis de la proso-
pografía de los gobernadores del 155-133 sí parece indicar que había relaciones de
afinidad política entre los partidarios de una u otra línea, aunque no quepa ver en
ello un programa definido y determinado, y que el triunfo de la tendencia más
dura coincide precisamente con el apogeo de la influencia de Emiliano y su grupo
en el Senado.
Hemos visto anteriormente que durante el periodo del 190 al 170 los Claudios
y los Sempronios estuvieron en colaboración política. Los Hostilios también per-
tenecieron a este grupo y puede pensarse que Catón, que favoreció la formación
de este «grupo intermedio» de senadores, sostenía en política exterior actitudes
concordantes, si lo deducimos del prestigio que tenía entre los hispanos que lo eli-
gieron como patronus en 171 a.C36. Por el contrario, los Cornelios Escipiones,
Fabios y Emilios, ya unidos por una antigua alianza, a mediados del siglo II debí-
an incluir también en ella a los Servilios. Ello puede deducirse de la adopción por
los Fabios y los Cornelios de los dos hijos de Emilio Paulo, Fabio Máximo Emi-
liano y Escipión Emilian0 37 y por la adopción en los Fabios de un Servilio, Fabio
Máximo Serviliano. Es posible que los Calpurnios, de origen etrusco como los
Fabios, también tuvieran relación con ellos. Es la alianza de estas gentes la que
explica la aceptación del tratado de Serviliano con Viriato en 140, a fin de cuentas
uno de los suyos, y el rechazo del pacto de Mancino sólo tres años después. Los
41 Sobre Metelo, Liv.per. 60; Floro 1,43; Orosio 5,13,1; Estr. JII, 5,1-2; L. A. Curchin, op. cit.,
London-New York 1991, pp. 40-41; sobre Alobrógico, Plut. Cai. Grac. 6.
42 CIL II 4956 (Sergio), 4924 y 4925 (Labeo); ILLRP 461 Y 462; A. Balil, «Report on a Repu-
blican milestone» Fasti Archeologici 14, 1959-1962, nO 4042; G. Fabre, M. Mayer, 1. Rodá, Inscriptions
romaines de Catalogne 1, Paris 1984, nos. 175, 176 Y 181.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS
43 Plut. Marius 6.
44 Cic. Yerro IV, 56; Ap. lb. 99; Festo, Brev. 5,1.
45 Ap. lb. 99.
46 Val. Max. 6,9,13; Eutrop. 4,27,5; lnsc. lt. 13,1,85 Y 561.
47 R. López Melero, J.L. Sánchez Abal y S. García ]iménez, «El bronce de Alcántara: una dedi-
tio del 104 a.c.» Gerión 2, 1984,265-323.
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(Silanus?) en Hispania, Münzer cree que debe ser el cónsul del 109, M. Junio Sila-
no, que debió contar con alguna experiencia militar antes de alcanzar el consula-
do, pero ignoramos la provincia que pudo tener encomendada48 . Por las mismas
fechas, Cn. Cornelio Escipión, hijo de Hispalo, fue elegido pretor para Hispania,
pero el Senado le impidió marchar a su provincia en vista de su incapacidad e
inmoralidad49 . En estas circunstancias, hubiera sido muy interesante saber qué
hizo el senado para llenar la vacante, si prorrogó el mando del pretor anterior o
unió ambas Hispanias en una sola jurisdicción.
Existían precedentes de que Hispania formase una sola provincia, tanto a fina-
les del siglo III como durante el siglo II, y es posible que esa fuese la situación de
la Península a finales del siglo II a juzgar por la información que tenemos sobre
la pretura en 102 de M. Mario, el hermano del cónsul. Apiano refiere que en el
año 98 a.C., en el contexto de la última sublevación de los celtíberos, T. Didio
exterminó a los habitantes de una ciudad próxima a Colenda, constituida por cel-
tíberos de diversas procedencias a los que cinco años antes M. Mario había esta-
blecido allí con autorización del Senado por haber combatido como aliados suyos
contra los lusitanos 50 • La guerra de Mario contra los lusitanos sitúa su actuación
en la provincia Ulterior, pero tanto el reclutamiento de soldados celtibéricos
como el establecimiento de los mismos en una nueva ciudad en Celtiberia, apro-
bado además por el Senado, muestra que Mario tenía también jurisdicción sobre
la Hispania Citerior. Como no conocemos el nombre de otro pretor de Hispania
por esta fecha, tal vez deba suponerse que M. Mario recibió como provincia toda
Hispania. Su campaña contra los lusitanos constituiría la continuación de la de L.
Caesio, que tal vez extendió su mandato al 103 a.C. Con posterioridad a M.
Mario ambas provincias volvieron a separarse nuevamente, ya que el año 100 L.
Cornelio Dolabela celebró su triunfo sobre los lusitanos como pro cónsul de la
Hispania Ulterior 51 •
La sublevación de los celtíberos en el año 99, como hemos dicho antes, obli-
gó a enviar a uno de los cónsules del año siguiente, T. Didio, a la Hispania Cite-
rior para hacerse cargo de la guerra con un mayor ejército. Didio tomó las ciuda-
des de Termes y Colenda y practicó una represión feroz de los sublevadoss2 . Por
una noticia de Plutarc0 53 , sabemos que durante su proconsulado Didio invernó
48 Festo, Brev. 5,1.; d. MRR 1, 537, n.2; pero por el testimonio de Cicerón en las Verrinas sabe-
mos que tenía su tribunal en Corduba, luego era pretor de la Hispania Ulterior.
49 Val. Max. 6,3,3.
50 Ap. lb. 100.
51 Obsequens 42, 44 a, 46; Ap. lb. 100; lnse. lt. 13,1,85 y 562.
52 Ap. lb. 99-100; Liv. pero 70; el triunfo, en el año 93, CIL I,1, 177.
53 Plut. Sert. 3.
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en Cástulo. Durante sus dos últimos años de gobierno Didio tuvo como compa-
ñero en la Hispania Ulterior a P. Licinio Craso (cos. 97), padre del triunviro, que
celebró su triunfo sobre los lusitanos en el 93 al mismo tiempo que Didio sobre
los celtíberos 54 . Los dos procónsules fueron substituidos por el cónsul C. Vale-
rio Flaco en la Citerior, y P. Cornelio Escipión Nasica, pretor de Hispania Ulte-
rior. Flaco terminó la pacificación de celtiberia y N asica combatió nuevamente
contra los lusitanos.
No conocemos la duración del mandato de Nasica en la Ulterior55 , pero el de
Valerio Flaco en la Citerior es el más largo de cualquier gobernador provincial
romano durante la República 56. Valerio permaneció en la provincia del 93 al 81
a.C., fecha en la que regresó a Roma para celebrar un triunfo sobre Celtiberia y
la Galia. La extensión de su jurisdicción sobre la Galia Transalpina se remonta
por 10 menos al año 83, en que Cicerón57 lo menciona allí. Las razones para unir
ambas provincias son tanto la ruptura de los ordenamientos provinciales causada
por la Guerra Social como las necesidades planteadas por las guerras en otros
lugares. Esta relación entre la Hispania Citerior y la Galia Transalpina puede
detectarse en otros fenómenos que ocurren por la misma época. Se ha propuesto
que los piratas contra los que actuó Cecilio Metelo en 123 había sido arrojados
por los romanos a las Baleares desde las costas del sur de la Galia y Liguria, y es
posible que Metelo tuviese en cuenta esa relación. Con posterioridad, durante la
guerra Sertoriana, también hay vínculos estrechos entre el sur de la Galia y Cel-
tiberia tanto desde el punto de vista militar y humano como desde el punto de
vista económico. Los largos años de gobierno de Valerio Flaco en Hispania Cite-
rior vieron una actividad importante no sólo militar sino también civil. El 15 de
mayo del año 87 Flaco ratificó el iudicium sostenido entre las civitates indígenas
de Salluie y Alaun, en el que intervino como jurado el senatus de la ciudad de
Contrebia Belaisca. Por otra parte, aunque es poco probable que la Belgeda que
Apiano menciona en relación con Flaco sea Valeria, en la provincia de Cuenca, no
cabe duda de que, siguiendo una tradición ya larga de sus predecesores, Valerio
54 Triunfos de ambos: Inse. It. 13,1,85 y 562-3; tal vez contemporáneo del primer y segundo año
de Didio en la Península sea Q. Coelius Caldus, pretor de la Ulterior?, cuya campaña es commemo-
rada por una serie de monedas acuñadas en el 51, una de las cuales lleva un estandarte con las letras
HIS; d. M. Crawford, RRC nO 437,2 a.
55 Richardson, p. 159, n. 14, guiado por el hecho de que Craso y Didio celebraron el triunfo en
junio del 93, sugiere que tal vez vino el mismo año que Valerio Flaco.
56. Sobre Flaco, Ap. lb. 100; Granius Licin. 36, p. 31 (triunfo); G. Fatás, Contrebia Belaisca
(Botorrita, Zaragoza) 11: Tabula Contrebiensis, Zaragoza 1980, pp. 11-123, Y Richardson, pp. 159-160
Y 164-165, n. 40.
57 ad Quinct. 6, 24 Y 7, 28.
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4. DE «PROVINCIAE» A PROVINCIAS
58 M. Osuna, G. Suay et al. Valeria romana 1, Cuenca 1978; Knapp, pp. 7-8 identifica Valeria
con la Belgeda de Apiano; sobre estos aspectos de la actividad de Valerio Flaco, M. Salinas, "La fun-
ción del hospitium y la clientela en la conquista y romanización de Celtiberia» Studia historica. His-
toria Antigua 1, 1983, p. 41.
59 Richardson, pp. 160-168; el incremento del control senatorial sobre los comandantes hispa-
nos viene ya, sin embargo, del periodo anterior: d. pp. 149-155.
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obtuvo, que el trigo que Fabio había requisado en Hispania y enviado a Roma
fuese vendido y su dinero devuelto « a las ciudades»6o. Probablemente Fabio
Máximo había actuado en contra de lo dispuesto por el Senado en 171 a.C., prohi-
biendo a los pretores de Hispania fijar el precio del trigo que habían de tributar
los provinciales. Hacia el 109 a.C., el Senado incluso decidió anticiparse a los
hechos, prohibiendo tomar posesión de su provincia en Hispania a Cn. Cornelio
Escipión, dada su incapacidad y lo corrupto de su carácter61 .
Durante el siglo II y comienzos del siglo 1 a.C. los magistrados romanos en la
Península, o el propio Senado, fueron creando núcleos de población itálica con o
sin estatuto jurídico reconocid0 62 . La más antigua de estas fundaciones es la de
Italica, creada por Escipión en el 206 antes partir hacia Roma. En el 171, el Sena-
do autorizó la fundación en Carteia de una colonia libertinorum con los descen-
dientes de soldados romanos y mujeres hispanas. Ni Valentia ni Brutobriga, fun-
dadas hacia el 138 por Décimo Junio Bruto, debieron tener un estatuto colonial
en aquel momento, y su posición jurídica debía ser semejante a la de Italica o a la
de Gracchurris e Iliturgi, fundaciones de Tiberio Graco, pero al menos en Valen-
tia y, probablemente, en Iliturgi debió haber un núcleo de población itálico-
romana. En cuanto a Palma y Pollentia, fundadas por Metelo en 123-122 a.C.,
hay más probabilidades a favor que en contra de que tuviesen un estatus colonial
desde su origen; Estrabón, en todo caso, informa que Metelo instaló en ellas a
3.000 rhomaioi de Hispania, que son probablemente itálicos.
AlIado de estos establecimientos colectivos, la concesión de derechos de ciu-
dadanía a indivíduos, sobre todo desde comienzos del siglo 1 a.C., contribuyó a
crear dentro de las provincias un núcleo de ciudadanía itálica y romana. El ejem-
plo más conocido es el Bronce de Ascoli 63, que registra la concesión de ciudada-
nía virtutis causa a un grupo de jinetes ibéricos por el imperator Cn. Pompeyo
Estrabón en el año 89 a.C., pero junto a este caso providencialmente conservado
y rescatado por el bronce debió haber muchos otros de los que no ha quedado
constancia.
68 Estr. III, 5, 1.
69 Plut. Sert. 6 y 12.
70 A. J. Wilson, Emigration Irom ltaly in the republican Age 01 Rome, Manchester 1966, pp. 32-
40; A. MarÍn Díaz, op. cit. pp. 169-185.
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CAPITULO IV
Sobre la pretura con Sila, cf. Person, p. 232, Y]ashemski, pp. 72-75. Sobre la lex Camelia de
maiestate, cf. T. Mommsen, Romische Strafrecht, pp. 557-558; sobre la lex Camelia de praetaribus,
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eran, por una parte, aumentar el número de magistrados y pro magistrados (pro-
cónsules y propretores) disponibles para las necesidades administrativas del
gobierno y, por otra, limitar las posibilidades de intervención de dichos magis-
trados y promagistrados dentro de la política interna romana (como el mismo Sila
había hecho) precisando las competencias de su mandato y restringiendo las posi-
bilidades de crearse un ejército personal que, desde Mario, se había convertido en
un factor clave de la competencia política en Roma. La legislación de Sila en este
sentido no era radicalmente nueva sino que recogía reglamentaciones expresadas
ya en otras leyes anteriores 2; su novedad más bien reside en afrontar estos pro-
blemas de una manera sistemática y orgánica dentro de lo que es la ordenación
general del estado. Actos como la lex Baebia, la lex Rupilia o las disposiciones que
sirvieron para organizar el gobierno de las Hispaniae en el siglo anterior tenían
generalmente un valor puntual y particular; por el contrario, las leges Corneliae
pretendieron establecer un procedimiento homogéneo de gobierno provincial en
el conjunto del estado romano.
La innovación más importante en el ámbito de las magistraturas fue el
aumento del número de pretores a 8 y de cuestores a 20. Este aumento tenía
como principal finalidad disponer de suficientes magistrados para la administra-
ción del estado y, en particular, de las distintas quaestiones perpetuae que en
época de Sila eran siete 3 y que el dictador procedió también a reglamentar e ins-
tomo 2, pp. 200-202; las fuentes han sido recogidas en MRR II, p. 75, que sin embargo considera que
existieron varias leges de maiestate. J. M. Roldán, La república romana, Madrid 1981, p. 501, cita en
cambio una lex Comelia de provinciis ordinandis; habría que distinguir, en todo caso, estas leyes de
una lex annalis que regulaba el cursus de las magistraturas. Sobre las leyes de este periodo, en general,
puede encontrarse una relación rápida tanto en el Oxford Classical Dictionary, reimp. 1979; y en Der
kleine Pauly. Lexikon der Antike, Band 3, Munich 1979, s.v.lex.
2 En concreto la lex provinciae o lex repetundarum de Cayo Graco, que es probablemente el
texto latino de la Tabula Bantina; una ley documentada por una inscripción de Cnido, que es proba-
blemente la misma que estaba inscrita en el monumento a Emilio paulo en Delfos, y que debe datar-
se en 101-100 a.e.; y una lex Porcia de la misma fecha, citada por la inscripción de Cnido, que a pro-
puesta del pretor M. Parcia Catón prohibía a un imperator reclutar tropas fuera de su provincia, lle-
var el ejército fuera de ella o, incluso, permanecer él mismo fuera de su provincia. Cf. Richardson, pp.
168-169; sobre la Tabula Bantina o Bembina, OCD, 2a, S.V.; más recientemente, A. N. Sherwin-
White, «The lex repetundarum and the political ideas of Gaius Gracchus» Joumal of Roman studies
72,1982, pp. 18-31; la inscripción de Cnido ha sido publicada por M. Hassall, M. H. Crawford y J.
Reynolds, «Rome and the eastern provinces at the end of the second century Be.» Journal of the
Roman studies 64, 1974, pp. 195-220.
3 De repetundis, creada en 149 y puesta bajo la jurisdicción del pretor peregrino, aunque hacia
122 pasó a un pretor especial; de sicariis et veneficiis, creada antes del 95; de maiestate, hacia el 95; de
ambitu; de falsis; de peculatu; y de vi publica, para unos anteriores a Sila y para otros creadas con sus
reformas. La quaestio perpetua de sicariis solía estar presidida por uno de los ediles. De todas formas,
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 95
siendo 7 las quaestiones y 8 el número de los pretores, éstos eran insuficientes ya que ni el praetor
urbanus ni el praetor peregrinus presidían ninguna de ellas. Para la fecha de creación de las quaestio-
nes, Last en CAR, IX, pp. 306-307; para su relación con las pro magistraturas, ]ashemski, p. 73. Las
provincias en este momento eran nueve: Sicilia, Cerdeña y Córcega, Hispania Citerior e Hispania
Ulterior, Macedonia, Africa, Asia, Galia Narbonense y Cilicia.
4 ]ashemski, pp. 74-75.
Los problemas planteados tanto por la ley de Cayo Graco como por el texto epigráfico men-
cionado son enormes y, de momento, casi insolubles. Un breve estado de la cuestión,]. M. Roldán,
La República romana, pp. 416-417, que distingue una lex de repetundis o iudiciaria, por una parte, y
una lex de provinciis consularibus por otra. Cf. N. J. Woodall, A study of the lex Sempronia de pro-
vinciis consularibus with reference to the Roman constitution and Roman Politics from 123 to 48 Be.,
Ann Arbor 1979. Richardson, p. 166, parece no diferenciarlas, aunque relaciona muy meritoriamente
este texto con la acusación de Cayo Graco contra Fabio Máximo Alobrógico en 123 a.e.
6 Person,234-237.
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lar cita la lex Cornelia de maiestate y la lex 1ulia de pecuniis repetundis 7 • Cuando
en el 51 Cicerón recuerda a su predecesor en la provincia de Cilicia, Apio Clau-
dia Pulcher, que debía abandonarla en el plazo de treinta días a partir de su lle-
gada, cita también una lex Cornelia como referencia legal que es probablemente
la misma lex Cornelia de maiestate, ya que este mismo supuesto estuvo poste-
riormente contemplado en la lex 1ulia de maiestatis8• Algo después, Cicerón
menciona también en su correspondencia con Apio Claudia una ley Cornelia que
prohibía a las comunidades provinciales hacer un gasto excesivo en el envío de
embajadas y en la realización de muestras de agradecimiento a los promagistrados
que dejaban su provincia9, que debe ser la misma ley Cornelia que comentamos.
Es evidente que Cicerón estaba preocupado por que su antecesor ni permanecie-
ra más tiempo del debido ni dejara excesivamente exhausta a la provincia, ahora
que le tocaba disfrutarla a él.
Todos los supuestos contemplados en la ley Cornelia de maiestas, en definiti-
va, tendían a limitar la estancia, el poder y el prestigio de los promagistrados pro-
vinciales y, sobre todo, a impedir que ninguno de ellos pudiera marchar con un
ejército sobre Roma como el mismo Sila había hecho. Es interesante, sin embar-
go, observar que varias de estas disposiciones respondían a problemas que se
habían planteado anteriormente en las provincias hispanas, aunque por supuesto
también podían presentarse en otras provincias. Así, los pretores de la primera
mitad del siglo II habían actuado contra los pueblos hispanos con total ignoran-
cia de los límites provinciales, lo que había llevado al senado a denegar en ocasio-
nes el triunfo, como sucedió a M. Helvio en 195 a.C. En el 151, el cónsul Licinio
Lúculo emprendió una guerra contra los vacceos sin la autorización del Senado,
a fin de obtener oro y plata con el botín. Al año siguiente, Lúculo, que según
Apiano había invernado en Turdetania, es decir fuera de su provincia, se puso de
acuerdo con Galba para atacar a los lusitanos, que pertenecían a la Hispania Ulte-
rior. Igualmente, en 137 a.C., el cónsul Emilio Lépido, enviado a la Citerior en
substitución de Hostilio Mancino mientras duraba el juicio en Roma contra éste,
atacó sin autorización a los vacceos buscando riquezas mediante el botín. Adver-
tido por los legados Cinna y Cecilia de que el Senado desaprobaba la guerra ya
que no quería que hubiese en Hispania más problemas de los existentes, hizo caso
omiso de esta orden y, de acuerdo con su cuñado Décimo Junio Bruto, empren-
dió operaciones conjuntas contra ellos. El Senado depuso a Lépido, quien tuvo
que regresar a Roma como privatus y pagar una fuerte multa. De la misma mane-
ra, hemos visto que en el1 02 M. Mario había utilizado celtíberos para combatir a los
lusitanos. Puesto que estos dos pueblos pertenecían a provincias diferentes, hay que
admitir que o bien Mario tuvo el mando conjunto de ambas provincias o bien, sien-
do pretor de una de ellas (la Citerior probablemente), también intervino en la otra.
Otro paso en la evolución del ordenamiento provincial durante la República
tardía lo constituye la lex Pompeia de provinciis, aprobada en el 52 a.C., por la que
se establecía la obligación de un intervalo de cinco años entre el desempeño de
una magistratura y el mando sobre una provincia como promagistrado 1o . Aunque
la finalidad inmediata de la lex Pompeia era probablemente poner dificultades a la
supervivencia política de César, de quien Pompeyo se distanciaba cada vez más y
cuyo imperium proconsular expiraba el 1 de marzo del año 50, a largo plazo sir-
vió para organizar sobre mejores bases el gobierno provincial, siguiendo la obra
iniciada por Sila.
El primer efecto de la ley fue reducir la avidez y rapacidad de los candidatos a
las magistraturas quienes, en caso de ser elegidos, contaban con el plazo inmedia-
tamente posterior de la promagistratura provincial para resarcirse de las deudas
contraídas durante la campaña electoral. Es de suponer que muchos se retrajeron
de unos gastos de soborno y propaganda que, en el mejor de los casos, sólo podrí-
an compensarse seis años después.
En segundo lugar, y más importante, la ley de Pompeyo terminó convirtien-
do la promagistratura (esto es, el gobierno de una provincia) en un cargo separa-
do y no en una mera prolongación del consulado o de la pretura.
Posteriormente, la lex 1ulia de provinciis, aprobada probablemente a comien-
zos del 44 baj o la dictadura de César 11, abolió el intervalo de cinco años entre una
magistratura urbana y un gobierno provincial establecido por la lex Pompeia,
aunque mantuvo el espíritu de la reforma de Sil a al colocar al frente de las pro-
vincias a ex magistrados. Los propretores gobernarían durante un año y los pro-
cónsules durante dos. No obstante, como veremos más adelante, con anterioridad
a la ley César no siempre colocó a ex pretores o ex cónsules al frente de las pro-
vincias bajo su dominio; y la muerte violenta del dictador impide saber cómo
hubiera funcionado en los años siguientes. De todas formas, la posición del pro-
pio César por encima de la constitución en virtud de los poderes acumulados en
su persona, volvía cualquier texto legal en una fórmula vacía de contenido. El
hecho mismo de que se adjudicara la facultad de designar los gobernadores sin
sorteo es ya un indicio de ello.
10 Dio Cass. 40,56,1; 46, 2; Caes. BC 1,85,9; d. ]ashemski, p. 70; OCD, 2a, p. 604.
11 Sobre la fecha y el contenido, A. Piganiol, La conquéte romaine, p. 557.
MANUEL
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12 ]ashemski, p. 97 Y n.3.
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DE LAS PROVINCIAS del curso 2020-2021
HISPANAS 99
texto general de la crisis del estado republicano, dentro de la cual las magistratu-
ras con imperium extraordinario tienen cada vez mayor importancia.
En los años inmediatamente posteriores a las reformas constitucionales intro-
ducidas por Sila el gobierno de las provincias hispanas fue confiado, de acuerdo
con lo dispuesto por la legislación del dictador, a propretores o procónsules que
ejercieron la promagistratura al año siguiente del ejercicio de su cargo 13 • La dero-
gación de la constitución silana por sus propios sucesores y la persistencia de la
guerra civil en Hispania por efecto de la guerra sertoriana harán que, muy pron-
to, se altere este procedimiento.
El gobierno de las Hispanias durante los diez años que transcurren entre el 81
Y el 72 a.C. se ve complicado por el desarrollo de la guerra sertoriana en la Penín-
sula 14 . Sertorio había estado ya en Hispania en el año 93, como cuestor del pro-
cónsul de la Citerior T. Didi0 15 . Vuelto a Roma, fue cuestor de la Galia Cisalpi-
na en el 90 16 Y formó parte de la factio popularis durante la guerra civil del 88-83
a.C., aunque manteniendo ciertas reservas frente a la actuación de Mario, prime-
ro, y de Cinna después. Durante este periodo Sertorio hubo de desempeñar la
pretura 17, de manera que para el 84 u 83le hubiera correspondido obtener el con-
sulado; sin embargo fue apartado del gobierno de Roma por los propios popula-
res, resultando elegido propretor de la Hispania Citerior para el año 83 18 . Al
regresar Sila de Oriente y aproximarse a Roma Sertorio abandonó Italia y fue a
ocupar Hispania con la intención de formar un núcleo de resistencia antisilana.
Durante el invierno del 83-82 a.C., Sertorio pasó el Pirineo negociando con los
cerretanos y burlando la vigilancia del procónsul de la Hispania citerior y la Galia
N arbonense, unidas bajo el mando de C. Valerio Flaco. En el intervalo había sido
depuesto de su magistratura tras la victoria de Sila y su establecimiento en Roma,
y habían sido nombrado nuevos propretores para Hispania cuyos nombres des-
conocemos (82 a.C.)19. Puesto que Valerio Flaco regresó a Roma para celebrar su
triunfo ex Celtiberia et Gallia en el81 a.C., es razonable suponer que lo que hizo
el gobierno Sil ano fue prorrogar el mando de los propretores que se hallaban en
la Península, que habrían terminado por ponerse de su lado; el triunfo de Flaco
en el 81 sería por consiguiente, como sugiere F atás 20 , más bien el premio a un
cambio de lealtad política. Resulta pues que Sertorio, que en el 83 no había ocu-
pado su provincia de Hispania Citerior, en el 82 se encontraba revocado de su
cargo; además, los gobernadores anteriores se habían negado a hacerle entrega
regular del mand021 . De esta manera, la situación de Sertorio a partir de esta fecha
es la de un gobernador inconstitucional. El hallazgo de unos glandes de plomo
pertenecientes a su ejército con la inscripción Q. Sertori/ pro. cos. 22 muestra que
Sertorio, por el contrario, se consideraba a sí mismo y se presentaba ante los pro-
vinciales de los territorios sometidos a su autoridad como un gobernador pro-
vincial, aunque le faltaban todos los requisitos legales para serlo. Así pues, entre
el 82 Y el 72 las provincias hispanas están gobernadas, por una parte, por los pro-
pretores o procónsules enviados por el gobierno de Roma y elegidos constitucio-
nalmente por los comicios y, por otra parte, por el propio Sertorio en la medida
en que controla en ambas provincias unos territorios de extensión variable según
evoluciona la guerra civil.
Para el año 81 se envió a Hispania a Cayo Annio, probablemente en substitu-
ción del procónsul de la Citerior Valerio Flaco, ya que Annio era procónsul tam-
bién. Annio logró la muerte del legado de Sertorio, M. Livio Salinator, que defen-
día el Pirineo, y penetró en Hispania obligando a Sertorio a evacuar la provincia
y trasladarse al norte de Africa donde derrotó a Ascalis, que aspiraba al trono de
Mauritania, y a Paciano, enviado por Sila con un ejércit0 23 . Al año siguiente, Ser-
torio regresó a Hispania, llamado al parecer por los lusitanos, y derrotó al pretor
de la Ulterior, L. Fufidio, y al procónsul de la Citerior, M. Domicio Calvin024 .
Parece que Calvino continuó como procónsul de la Citerior al año siguiente,
enviándose a la Ulterior otro procónsul en la persona de Metelo Pí02s . La pre-
20 G. Fatás, Contrebia Belaisca I1, Zaragoza 1980, p. 120; tal vez Flaco se interesó más en defen-
der frente a Sertorio puertos claves como Marsella antes que la Hispania Citerior, según parece des-
prenderse de las acuñaciones del final de su mandato, realizadas en aquella ciudad, ibid. p. 118-119.
21 Ap. Be. 1, 86.
22 G. Chic, «Q. Sertorius, proconsul», Eplgrafía hispánica de época romano-republicana, Zara-
goza, 1986, pp. 171-176.
23 Plut. Sert. 7-9; Salustio, Hist. 1,93-99. Sobre la posibilidad de que Paccianus fuese un cogno-
men de origen Hispano y que procediese de la Hispania Ulterior como provincia limítrofe y con
estrechas relaciones con la Mauritania, d. B. Scardigli, «Sertorio: problemi cronologichi», Athenaeum
n.s., 49, 1971, pp. 244 ss.
24 Plut. Sert. 10 y 12; Salustio, Hist. 1, 108.
25 Plut. Sert. 12-13; Pompo 17; Liv. pero 90.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS
sencia de dos consulares en Hispania muestra que en Roma se tomaba cada vez
más conciencia de la gravedad de la guerra en Hispania. Aunque las fuentes anti-
guas, principalmente Plutarco que es filopompeyano, presentan a Metelo como
un general incapaz, un análisis objetivo muestra que a él se debe la infraestructu-
ra logística que acabaría expulsando a Sertorio de Lusitania y sentando las bases
de su posterior derrota.
Los gobernadores del 78 a.c. presentan un problema. Wilsdorf, basándose en
una cita del Pseudo Asconi0 26 , cita a Q. Calidio como propretor de la Hispania
Citerior durante este año. Las fuentes literarias relativas a la guerra sertoriana, sin
embargo, no lo mencionan. Plutarco menciona, tras la designación de Metelo para
la Hispania Ulterior, combates en esta provincia entre Sertorio y Metelo. Serto-
rio había enviado a su cuestor Hirtuleyo a la Hispania Citerior, donde derrotó a
Calvino y a L. Torio Balbo, probablemente el legado de Metelo. La situación en
Hispania se hizo tan peligrosa para el partido optimate que el procónsul de la
Narbonense hubo de intervenir también, pero fue derrotado por Hirtuleyo cerca
de Lérida27 . L. Manlio era gobernador de la Narbonense en 78 a.C.28, cuando se
supone que en la Hispania Citerior estaba como propretor Q. Calidio. Extraña
por consiguiente que las fuentes no mencionen ningún enfrentamiento entre Cali-
dio e Hirtuleyo y que, en el contexto de la guerra durante 79-78, se mencione al
antiguo procónsul de la Citerior, Calvino, como uno de los jefes derrotado por
Hirtuleyo. Puesto que Calvino estaba en el 79 ayudando a Metelo en la Ulterior,
puede haber regresado al año siguiente a su antigua provincia, tal vez porque
Calidio no la ocupara. De esta manera, el delito por el que Calidio fue acusado
pudo ser un delito de maiestate y no de concusión, como Schulten suponía29 .
En el 77 a.C. se hizo pues necesario enviar a la Hispania Citerior a un joven
militar de prestigio, Cn. Pompeyo, como privatus cum imperio proconsulare para
auxiliar a Metelo Pío a combatir al líder popularis. Pompeyo, jactanciosamente,
dirá que no ha sido enviado proconsule sino proconsulibus30 . El dilatado mando
de Metelo (79-71) y de Pompeyo (77-71) sobre sus provincias se debe a la conti-
nuidad de la guerra sertoriana. La prórroga del mando de estos dos no parece algo
específico de este periodo de la crisis republicana sino que entronca con una prác-
tica habitual en el gobierno de las Hispaniae ya antes de las constitución de las
30 Cic. de imp. Cn. Pompo 62; De viro ill. 77,4; Diod. 36,27,4; Orosio 5,23,8.
31 A pesar de ello, ]ashemski ha destacado cómo los partidarios de Pompeyo pudieron inter-
pretar esta experiencia a la luz de precedentes constitucionales como la concesión del imperium a pri-
vati durante el periodo 218-198 a.e. El imperium de Pompeyo sobre Hispania Citerior en el 77 era el
tercer imperium que éste recibía como privatus y era, por consiguiente, un imperium extraordinario;
cf. ]ashemski, pp. 36 Y 40 (sobre los privati en el periodo 218-198), y 92.
32 Las noticias a este respecto son muy fragmentarias. Tal vez L. Afranius en el 71 a.e., legado
de Pompeyo que pudo continuar su labor en la Península a juzgar por su triunfo ex Hispania, según
A. Schulten, FHA V, p. 3; M. Puppius Piso Calpumianus, que triunfó de Hispania en el 69 a.e. (Cic.
in Pisan. 62); y C. Antistius Vetus, propr. de la Ulterior en 68 cuyo cuestor fue César (Vel. Pat. 2,43,4;
Suet. Caes. 7).
33 Sobre el imperium concedido a Pompeyo por la ley Gabinia, cf. ]ashemski, p. 92; sobre la ley
misma, W. R. Loader, «Pompey's command under the lex Gabinia», Class. Rev. 54, 1940, pp. 134-
136, Y S. ]ameson, «Pompey's imperium in 67: sorne constitutional fictions» Historia 19, 1970, pp.
539-560.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 3
vación esté en relación con la guerra de Aquitania, emprendida por César ese
mismo año, ya que los aquitanos contaron con soldados cántabros y vascones.
Durante este período resulta más difícil hacer un análisis de los gobernadores
provinciales en relación con las gentes y familiae romanas, semejante al que
hemos hecho en los capítulos anteriores. Es cierto que con posterioridad a la dic-
tadura de Sila la política romana, tanto interna como externa, estuvo dominada lo
mismo que en el período precedente por coaliciones de familias senatoriales que
se apoyaban mutuamente con vistas a obtener un fin político. No obstante, como
Gruen ha observad042bis, diversos factores como una mayor autoconciencia de la
plebe en su papel político, las tensiones impuestas por la crisis republicana, la par-
ticipación política de individuos nuevos de origen itálico y, en fin, las ambiciones
personales de los líderes, hicieron que dicha mecánica senatorial terminase fraca-
sando en muchas ocasiones. Además, las lagunas existentes en nuestras fuentes,
respecto a la nómina de los gobernadores durante este periodo, hacen que las con-
clusiones de dicho análisis tengan siempre un grado de incertidumbre.
A pesar de ello, el repaso del elenco de gobernadores durante el período del 81
al 55 a.C. (Apéndice V) sugiere algunas observaciones interesantes. Desde el 81
hasta el 78, es decir, durante el periodo de la dictura de Sila, como sería lógico
esperar los gobernadores hispanos fueron adictos a Sila, como L. Fufidio (80), Q.
Calidio (78) y, significativamente, Q. Cecilio Metelo Pío (79-71), uno de los
soportes fundamentales, junto con su familia, del propio Sila. Desde el 77 al 71,
durante la guerra contra Sertorio, Metelo y Pompeyo, un joven prometedor que
hacía carrera a la sombra también de Sila, gobernaron las Hispanias.
Pompeyo, como hemos señalado anteriormente, aprovechó la ocasión para
formar sus propias clientelas y sus medios de influencia en Hispania, y luego pro-
curó retener estas provincias bajo su control procurando la designación de per-
sonas adictas a él para gobernarlas. La década de los 60, que es la década en que
la estrella de Pompeyo brilla más alta en el cielo de Roma, registra como gober-
nadores a reconocidos pompeyanos como M. Pupio Pisón Calpurniano (70) y P.
Sittio Nucerino (65); tanto éste como su compañero en la Citerior, Cn. Calpur-
nio Pisón, fueron acusados de catilinarios y aparecen vinculados tanto a Pompe-
yo y a César, el primero de ellos, como a Craso, el segundo. Otros gobernadores,
42bis E. S. Gruen, The last Generation of the Roman Republic, Berkeley 1974, cap. Il "Political
alliances and allignments», especialmente pp. 48-49. Para el análisis concreto de la filiación política de
los gobernadores, ibid. pp. 190 (L. Fufidius), 31 (Q. Calidius), 61 y 63 (M. Puppius Piso), 60 (Cn. Cal-
purnius Piso), 284 (P. Sittius Nucerinus), 169 y 400 (C. Cosconius), 92 y 104 (P. Cornelius Lentulus
Sphinter), 85-87 y 145 (Q. Caecilius Metellus Nepos); sobre los Metelos como una de las familias más
importantes del periodo, p. 58.
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como C. Cosconio (62), aparece vinculado también a las personas de los triunvi-
ros, ya que en el 59 formó parte de la comisión encargada de aplicar la lex Cam-
pana promovida por César y apoyada por Craso y Pompeyo. El mismo César,
pretor de la ulterior en el 61 y 60, era en estos momentos una figura subordinada
a Pompeyo y Craso.
Los años que van del 59 al 55, en que a consecuencia del convenio de Lucca
las provincias hispanas quedaron en poder de Pompeyo hasta la guerra civil,
muestran la pugna entre el propio Pompeyo y César por colocar a personas de su
confianza en el gobierno provincial. Así, en el 59 obtubo la Citerior P. Cornelio
Léntulo Esfínter quien, enemistado con Pompeyo, se había pasado al círculo de
César que lo apoyará en las elecciones consulares del 58; también Q. Cecilio
Metelo Nepote (56), ex oficial y ex cuñado de Pompeyo, ahora enemistado con
él, ha servido a las ambiciones de César.
En resumen, lo mismo que en los periodos anteriores, el gobierno de las pro-
vincias hispanas estuvo dominado por las alianzas de familias senatoriales que
veían en él un medio para obtener más poder. Es sintomático que la única familia
que registra dos gobernadores durante este tiempo sea la de los Cecilios Metelos
(79-71 y 56), a la que ninguno de los dinastas militares lograron eclipsar comple-
tamente. N o obstante, el ascenso del poder personal de estos dinastas terminará
por poner fin a dicha dinámica. A partir del 55 las provincias hispanas, lo mismo
que las demás, corresponderán a alguno de los generales investidos con un poder
extraordinario y serán gobernadas por legados de su confianza. A partir de esta
fecha, por consiguiente, lo decisivo serían las relaciones personales con los indi-
viduos que detentaban el poder de hecho y no el viejo juego de alianzas entre
familias senatoriales.
43 Jashemski, pp. 89 Y 92, sobre el uso de los legados para el gobierno de las provincias por parte
de Pompeyo y de César; d. Vel. Pat. II, 48,1; Plut. Pompo 53; Crass. 16; Cato Min. 45.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 107
44 Sobre el pacto de Luca, E.S. Gruen, «Pompey, the Roman aristocracy and the conference of
Luca», Historia 18, 1969, pp. 71-108; C. Luibheid, «The Lucca Conference» CPh 65, 1970, pp. 88-94;
B.A. Marshall, «The coalition between Pompeius and Crassus», Historia 24, 1975, p. 205 ss.
4S Liv. ep. 105; Plut. Cato mino 43; Dio. Cass. 39,33,2.
46 Ap. Be. 2,18; Plut. Craso 15; Caes. 28; Pompo 52; la inscripción CIL IX, 5275 = ILS 878: L.
Afranio Af coso conscrip(ti) et col(oni) col. Valent(inae) debe datarse después del consulado de Afra-
nio, en el 60, Y puede corresponder al periodo 55-49 en que estuvo en la Citerior como legado de
Pompeyo. Como cuestor de Pompeyo en la Ulterior estuvo Q. Casio Longino, que fue herido en un
combate; d. De bello Alex. 48 y 50; Cic. ad Att. 6,6,5; Dio. Cass. 41,24,2. Una inscripción de Carta-
gena, publicada por M. Koch, Chiron 19, 1989, pp. 27-35, da a conocer otro legado de Pompeyo: e.
Herius Hispa[lus?}, que debió actuar en la anterior entre el 54 y el 49. Su mandato debió ser corto, por
causas desconocidas, ya que las fuentes literarias sobre la guerra civil no lo mencionan.
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PEC del curso 2020-2021
Sobre el carácter del «Principado» de Pompeyo y su política, Ed. Meyer, Caesars Monarchie und
das Prinzipat des Pompeius. Innere Geschichte Roms von 66-44 v. Chr., Stuttgart, 23 ed. 1926.
47 Sobre los segundos triunviros, R. Syme, La revolución romana, Madrid 1989 (ed. ingl. 1939),
pp. 245 ss.; también A. Piganiol, la conquete Tomaine, Paris 1974, pp. 573-576; sobre el gobierno de
Octaviano en Occidente entre el 42 Y el 34, pp. 578-583.
48 J. Harmand, «César et l'Espagne durant le second bellum civile» Legio VII Gemina, Leon
1970, pp. 181-203, ha analizado los preparativos de Pompeyo y César en Hispania antes de la guerra
civil y el desarrollo de las operaciones posteriores. Las fuentes principales para los sucesos de este
periodo son el libro II del bellum civile de Apiano, caps. 42-43, y el libro 1 del bellum civile de César;
sobre la disposición y efectivos de Pompeyo y César, Be., 1, 37-39. Un buen relato de la guerra civil
entre César y Pompeyo en Hispania se encontrará en J. M. Roldán, Historia de España Antigua tomo
Il, Madrid 1978, pp. 155-173, al que nos remitimos para la narración de los hechos.
49 Ces. Be. II, 20.
50 Ces. Be. II, 21; Dio. Cass. 41,24. Casio Longino, según César, Be. Il,19, era tribuno de la
plebe. Sobre Lépido, de bello Alex. 63; Dio. Caso 43,1.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 109
55 Desde otoño del 45 a Abril del 44 DICT IV, la única base legal de su poder hasta el 1-1-44,
en que volvió a desempeñar el consulado, ya que ellO de Octubre del 45 había renunciado a él. Poco
después del 25-1-44 aparece ya en las monedas la leyenda DICT(ator) PERP(etuus). Cf. A. Piganiol,
La conquete romaine, pp. 556, 560 Y 562.
56 Ap. BC IV, 83. Broughton, MRR II, 308, registra a Carrinas entre los pretores del 46 con ?;
a favor de esta pretura de Carrinas, sin embargo, no hay más que la suposición de que según la ley
Cornelia el gobierno provincial debía entregarse a promagistrados al año siguiente de su cargo, pero
no consta siquiera que Carrinas fuese enviado con el título de propretor.
57 Liv. pero 116; Act. Triumph. año 45; Suet. Caes. 37.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS
58 Ap. BC 2,107; 4,84; Nicolás de Damasco, Fr. Gr. Hist. II, 414; Dio Caso 43,51,8 y 45,10.
Sobre Lépido, MRR II, 326; sobre Polión, MRR II, 327; A. Piganiol, op. cit. p. 556; Vel. Pat. 2,73,2
llama praetorius a Polión.
59 Vel. Pat. 2,63; Ap. BC 4,2 y 4,31; Dio Caso 46,55,4; Act. Triumph. año 43 (triunfo de Lépido
ex Hispania).
60 Dio Cass, 48,2,3; Ap. BC 5,26.
61 ]ashemski, p. 90; L. Ganter, Die Provinzialverwaltung der Triunvirn, Estrasburgo 1892, p.
90, cree que los gobernadores servían como legati con imperium proconsular.
62 Ap. BC 5,54.
63 A. Schulten , FHA V, pp. 177-182.
64 Ap. BC 5,26; MRR II, 373.
II2 MANUEL
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la PEC
65 Sexto Peduceo fue coso su!? en el 35; Apiano, BC 5,54, menciona un Loúkios que se suele
identificar con un L. Coro Balbo que acuñó monedas con el título de propretor. Si es Balbo el mayor,
fue coso su! en el 40, posiblemente después de la promagistratura, y si es Balbo el menor, sencillamente
se desconoce que revistiera magistratura en esta época.
66 MRR I1, 388 Y 402.
67 MRR II, 402, 412 (Norbano Flaco); 412 y 416 (Marcio Pilipo); 416 (Claudio Pulcher).
68 elL IX, 623.
69 Dio Cass. 53,12,4. Sobre la división de Augusto, d. Albertini, pp. 25-33; J. M. Blázquez et al.
Historia de España Antigua 11, Hispania romana, Madrid 1978, pp. 178-179; en un contexto más
general, L. Harmand, L'Occident romain, Paris 1970, pp. 121-125; sobre el carácter convencional de
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