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MANUEL SALINAS DE FRÍAS

EL GOBIERNO
DE LAS
PROVINCIAS HISPANAS
DURANTE LA
REPUBLICA ROMANA
(218-27 A.C.)

EDICIONES UNIVERSIDAD DE SALAMANCA


para uso exclusivo de los alumnos
ACTA para la PEC del curso 2020-2021
SALMANTICENSIA
ESTlJDIOS HISTÓRICOS & GEOGRÁFICOS
96

©
Ediciones Universidad de Salamanca
Manuel Salinas de Frías

1a edición: abril 1995


ISBN: 84-7481-804-4
Depósito legal: S. 205-1995

Ediciones Universidad de Salamanca


Apartado 325
E-37080 Salamanca (España)

Impreso en España - Printed in Spain


Imprenta Calatrava, s.c.l.
PoI. El Montalvo, calle D
E-37008 Salamanca

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Ediciones Universidad de Salamanca

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SALINAS DE FRIAS, Manuel

El gobierno de las provincias Hispanas durante


la República Romana (218-27 A.C.). -
Salamanca; Universidad, 1995

l. España-Historia-0218 A.J.C.-04J4 (Período romano)


2. España-Política y gobierno-0218 AJ.C.-0414 (Período romano)
936.5"0218/0414"
32 (365)"0218/0414"
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ÍNDICE

ABREVIATURAS MÁS FRECUENTES 11

INTRODUCCIÓN 13

CAPÍTULO 1. EL PERIODO DE LOS PRIVATI CUM IMPERIO (218-198 A.C.) 21

1. Los Escipiones en Hispania 23

2. Sucesores de Escipión 30

CAPÍTULO n. EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS DEL


197 AL 167 A.C. 35

1. Los gobernadores 37

2. La creación de las provincias hispanas y el problema de


la lex provinciae 42
3. Los gobiernos provinciales y la aristocracia romana 48

4. Organización de las provincias 56

CAPÍTULO nI. EL GOBIERNO DE LAS HISPANIAS DURANTE LAS GUERRAS


CONTRA LOS LUSITANOS Y CELTÍBEROS (155-82 A.C.) 65

1. Las provincias consulares 68

2. «Buenos» y «malos» gobernadores 77

3. Los gobernadores del 133 al 82 a.C. 81

4. De «provinciae» a provincias 86
10 MANUEL
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CAPíTULO IV. EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS DEL 81 A.C.


HASTA EL FINAL DE LA REPÚBLICA 91
1. La actividad legislativa sobre el gobierno provincial 93

2. Los gobernadores de las provincias hispanas desde el 81 a.C.


hasta la conferencia de Lucca 98

3. De la conferencia de Lucca al final de la República 106

CAPíTULO V. ORGANIZACIÓN, ESTRUCTURA Y PROCEDIMIENTOS DEL


GOBIERNO PROVINCIAL 115

1. Elecciones, reparto de las provincias y toma de posesión 120


2. Funciones del pretor 131
a) Función militar 133
b) Función administrativa 138
c) Función fiscal 144
3. Personal y recursos del gobernador 149
a) Los recursos 150
b) Personal 152

CONCLUSIONES 159

ApÉNDICES I-V 173

BIBLIOGRAFíA 181
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ABREVIATURAS MÁS FRECUENTES

Arnold =W. T. Arnold, The Roman system oi provincial administration to


the accession oi Constantine the Creat, Y, Roma 1968.
FHA =A. Schulten, Fontes Hispaniae Antiquae, fase. III, IV YV, Barcelo-
na 1935, 1937 Y 1940.
FIRA =S. Riccobono, Fontes iuris Romani anteiustiniani, Florencia 1941.
Grueber =H. A. Grueber, Coins oi the Roman Republic in the British
M useum, 3 vols., Londres 1910.
Jashemski =W. F. Jashemski, The origins and history oi the proconsular and
propraetorian imperium, Chicago 1950.
Knapp =R. C. Knapp, Aspects oi the Roman experience in Iberia, 206-100
BC., Valladolid 1977.
Luzzatto =G. Luzzatto, Roma e la province, 1° tomo: organizzazione, econo-
mía e societa, Bologna 1985.
MRR =T. R. S. Broughton, The magistrates oi the Roman Republic, 2
vols. y sup., Nueva York 1951-52, 1960.
Person =E. Person, Essai sur l'administration des provinces romaines sous la
République, Paris 1878.
Richardson =J. S. Richardson, Hispaniae. Spain and the development of Roman
imperialism, 218-82 BC., Cambridge, reimp. 1988.
Rom. Sto =T. Mommsen, Romisches Staatsrecht, 3 vols., Leipzig 1887-1889.
RRC =M. H. Crawford, Roman republican coinage, 2 vols., Cambridge
1974.
Scullard =H. H. Scullard, Roman Politics, 220-150 BC, Oxford 2a 1973.
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INTRODUCCIÓN
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A partir del siglo II a.C. el término provincia designa un territorio extraitáli-


co anexionado a Roma mediante la conquista (lo más frecuentemente) o por
medios pacíficos, sujeto al poder exclusivo de un magistrado de rango proconsu-
lar o propretorio. Esta concepción, sin embargo, no corresponde al sentido origi-
nal del término, que era el de un mandato personal, el de la esfera de competen-
cias conferidas a un magistrado por el pueblo o el Senado romanos dentro o fuera
de Italia. Encontramos ejemplos de este significado originario en el uso de la len-
gua cotidiana l oen la expresión provincia urbana o peregrina para referirse a las
competencias de los respectivos pretores, urbano o peregrino.
Solamente la práctica, posibilitada por el desarrollo del imperialismo romano
desde mediados del siglo III a.C., de asignar de forma estable un determinado
territoÜQ_ªQn magistrado o promagistrado con imperio, permitió el cambio
semántico por el cQalla provincia pasó a ser el territorio sobre el que dicho magis-
trado ejercía su competencia y no la competencia misma recibida.
En este proceso, la constitución primero de las provincias de Sicilia y de Cór-
cega y Cerdeña, y después de las provincias de Hispania Citerior y Ulterior (197
a.C.), constituyeron pasos decisivos en la creación del nuevo sistema provincial,
que tuvo repercusiones trascendentales en el ordenamiento político y jurídico de
la República romana.
Si bien el ordenamiento constitucional del estado patricio-plebeyo fue al
comienzo apto para suministrar dos pretores para las provincias formadas a con-
secuencia de la Primera Guerra Púnica, la anexión de nuevos territorios en His-
pania durante la guerra con Aníbal planteó un reto importante que sólo de mane-
ra dubitativa se atrevió a afrontar el estado romano. De hecho, durante unos vein-
te años, del 218 al 197 a.C., Roma sostuvo dos ejércitos en la Península mandados
a menudo por individuos con rango consular, y solamente en 197 a.C. los preto-
res recibieron la orden de delimitar los territorios de la Hispania Citerior y la

Ter. Phorm. 1,2,22: O Ceta, provinciam elpisti duram; Heaut. 11I,2,5. Sobre el significado y
etimología de provincia (de provincere «extender los límites por la victoria» o de provincire «mante-
ner en la obediencia a los vencidos»), Person, p. 3 Y 8; Arnold, pp. 8-9; Luzzatto, 1, pp. 25-26.
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Hispania Ulterior, lo que demuestra ya la voluntad de Roma de permanecer en la


Península e integrar estos territorios en sus dominios.
El objetivo de este libro es estudiar en todos sus aspectos el gobierno de las
provincias Hispanas durante la república romana, desde su creación hasta la reor-
ganización provincial llevada a cabo por Augusto a comienzos del Imperio, entre
los años 27 y 14 a.C. En definitiva, nuestro objetivo es responder a preguntas tan
elementales como ¿qué hacía un gobernador romano en Hispania?, ¿por qué,
cómo lo hacía?
Creemos que una investigación de esta naturaleza es fundamental, incluso
básica, para comprender el proceso de la conquista romana -con sus incalculables
consecuencias- y la romanización paralela de la Península Ibérica. Resulta sor-
prendente que entre la cuantiosa bibliografía existente sobre la conquista de His-
pania no exista un título específico sobre este tema. La conquista de la Península
por los romanos suele abordarse como un proceso impersonal producto casi de la
fatalidad: de la rivalidad romano-cartaginesa primero, que llevaría al estallido de
la Segunda Guerra Púnica y al desembarco de los Escipiones en Hispania, y luego
de una especie de política romana compulsiva de extender sus conquistas penin-
sulares, sin que se hayan analizado las razones y los móviles de esa política. Obras
recientes sobre el tema, como la de R. C. KNAPP, Aspects af the Raman expe-
rience in Iberia, 206 - 100 B.C., Vitoria 1977; o la de L. CURCHIN, Raman
Spain. Canquest and assimilatian, London 1991, han hecho hincapié en los con-
dicionamientos geoestratégicos de la sociedad y la política «de frontera». Esta
interpretación, probablemente influida por el origen de sus propios autores, nos
parece sin embargo que debe situarse en un contexto más amplio. J. S. Richard-
son, Hispaniae. Spain and the develapment af Raman imperialism, 218-82 Be.,
Cambridge 1986, se interesa sobre todo por las relaciones entre los comandantes
militares y el Senado y no cubre, además, todo el periodo republicano, sino que
se detiene justamente antes del periodo en que se producen los fenómenos que
conducen del gobierno provincial republicano al alto imperial. Existen por otra
parte grandes obras clásicas sobre el gobierno y la administración provincial,
como las de Mommsen y Marquardt, Dahlheim, Person y, muy especialmente, la
espléndida obra por su concisión y profundidad que es la de Arnold. Sin embar-
go el gobierno de las provincias hispanas es tratado en ellas de manera fragmen-
taria y, por supuesto, no se estudia su papel en la formación y desarrollo de la
Hispania republicana.
En cuanto a la bibliografía española, se pueden señalar algunos títulos que, al
estudiar por ejemplo el papel de la diplomacia o el del ejército en la conequista
romana de Hispania, han tratado necesariamente la figura del gobernador provin-
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cial aunque no fuera ese su objetivo concreto. Además de no existir una bibliogra-
fía específica sobre este tema, cuando se ha abordado la figura de los gobernado-
res provinciales se ha hecho generalmente de la misma manera impersonal. En oca-
siones se han destacado ciertas figuras, como Galba, o Lúculo, o Escipión Emilia-
no, pero no para analizar su política sino para hacer juicios de valor sobre su carác-
ter o su obra.
El hecho de que durante la República Hispania fuese el escenario casi conti-
nuo de guerras de expansión, o de guerras civiles durante el último periodo de
aquélla, favoreció el interés prestado por la historiografía clásica a los aconteci-
mientos que se desarrollaron en ella, y muy particularmente de Tito Livio y de
Apiano que proporcionan, a grandes rasgos, un relato continuado de dichas gue-
rras y datos acerca de los magistrados con imperium que las dirigieron y que
gobernaron las provincias. La existencia de dichas fuentes literarias y de los tra-
bajos de Willems, Wilsdorf, Broughton y jashemski, permiten establecer, para el
caso de las provincias hispanas, una de las nóminas más completas de los gober-
nadores provinciales romanos. Dicha nómina presenta sin embargo dos lagunas
importantes, debidas a la dependencia de las mencionadas fuentes literarias. U na
es la que se refiere al periodo del 166 al 154 a.C., provocada por la pérdida del
texto de Livio a partir de la primera de esas fechas, y que sólo puede ser comple-
tada a partir de la segunda de ellas, que es cuando Apiano comienza la narración
de las guerras celtibérica y lusitana. La segunda se extiende del 133 al 100-99 a.C.
y corresponde a un periodo en que la actividad militar romana en la Península fue
muy escasa. Solamente a partir del 99, con la sublevación de los celtíberos y la
represión consiguiente realizada por T. Didio y C. Valerio Flaco, y luego con la
guerra contra Sertorio y las guerras entre Pompeyo y César, volvemos a tener
datos sobre los magistrados provinciales romanos en Hispania.
Es necesario estudiar, principalmente, las figuras de los gobernadores provin-
ciales como individuos en última instancia responsables de la política de Roma en
la Península, dada la gran autonomía y el indudable poder que poseían. Este estu-
dio debería tener en cuenta los grupos nobiliarios o factiones a los que en cada ca;~
pertenecía cada gobernador para comprender, de esta manera, qué sectores de la
nobilitas controlaban el gobierno de las Hispanias, cuáles eran a este respecto sus
intereses y, por consiguiente, comprender la política seguida por Roma en la
Península como una parte integrante de su política exterior. Ya Münzer, Schulten
y Badian realizaron sugerencias a este respecto al ver cómo durante el periodo 218
- 195 la mayoría de los privati cum imperio y los praetores que ejercen en Hispa-
nia pertenecen al ámbito político de los Escipiones. Pero falta por hacer un estu-
dio sistemático de todo el periodo, especialmente de la etapa tardorrepublicana, ya
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que al ser un período más parco en nombres, y al falsearse además el orden cons-
titucional romano, los estudiosos parecen más reticentes a abordar este periodo.
Generalmente, se habla de «buenos» gobernadores y de «malos» gobernado-
res. Los primeros serían quienes dieron prueba de comprender la realidad indíge-
na y siguieron una política basada más en los medios diplomáticos que en la fuer-
za militar, y los segundos quienes basaron su actuación lisa y llanamente en el
ejercicio de la fuerza. Una caracterización de este tipo sólo tiene sentido si expli-
ca la actuación de estos individuos no sólo por su idiosincrasia personal sino por
su inserción en una línea política determinada: la del grupo nobiliario que pro-
movió su elección y designación para el cargo. Incluso individuos que aparecen
como paradigma de «la perfidia de los romanos» (Galba, Lúculo, Tito Didio, etc.)
no eran meros aventureros o cabecillas militares, sino magistrados regulares cuyas
campañas contra los celtíberos, lusitanos y cualesquier otros pueblos, por crueles
que fueran, necesitaron una preparación logística y militar basada en el ejercicio
de la administración romana y los intereses de los grupos incluso hispanos que
apoyaban su política.
En segundo lugar, el estudio de los gobiernos provinciales en Hispania durante
la República tiene que estudiar los procedimientos de gobierno o, dicho de otro
modo, cuáles eran las actividades regulares de un gobernador durante el periodo de
su mandato, desde la toma de posesión hasta la rendición de cuentas ante el Senado.
Este estudio, dada la inexistencia de bibliografía específica sobre él, debe
hacerse sobre todo a partir de las fuentes literarias, seleccionando cada pasaje que
hable de la actividad normal del gobernador en su provincia e intentando recons-
truir, con el conjunto de todas las citas, lo que podría ser la actividad normal de
los magistrados, los medios de que disponían para ejercerla y las funciones que
cumplían. A pesar de la escasez de inscripciones romanas hispanas de época repu-
blicana existentes, algunos documentos especialmente importantes pueden con-
tribuir también a este estudio. Así, la denominada Tabula Contrebiensis nos ilus-
tra sobre el ejercicio de la función judicial por parte del praetor de la Provincia
Hispana Citerior, C. Valerius Flaccus; las téseras de hospitalidad tardorrepublica-
nas del establecimiento de vínculos con la sociedad indígena del tipo de la clien-
tela; algunos miliarios de Cataluña de la actividad edilicia de los pretores y, en
fin, el Bronce de Alcántara con el texto de la deditio del 104 a.C., de las conse-
cuencias concretas de su actividad militar.
Otro aspecto a estudiar son las relaciones entre la figura del gobernador de la
provincia y las diversas colectividades sometidas a su autoridad: relaciones con
los dediticii, relaciones con los socii populi Romani, relaciones con las civitates
foederatae, y relaciones, finalmente, con las coloniae y, a partir de la época de
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César, los municipia que se fundan en Hispania. En último lugar, están también
las relaciones con las poblaciones no sometidas a la autoridad romana.
Un último aspecto que habrá de tenerse en cuenta es la evolución cronológica
del sistema provincial, de la concepción de lo que es el gobierno de la provincia y
de su papel en el conjunto del ordenamiento institucional de la República.
N uestra investigación se ha estructurado en dos partes, divididas en cinco
capítulos. Los cuatro primeros estudian diacrónicamente la evolución del gobier-
no de las dos provincias hispanas. En ellos hemos prestado atención principal-
mente a determinar las listas de los gobernadores, su rango, sus adherencias polí-
ticas y la política realizada en Hispania. A lo largo de esos capítulos vemos la
ampliación progresiva de las funciones de los gobernadores o, mejor, su reflejo en
las fuentes, lo cual está en directa relación con la romanización progresiva de la
Península Ibérica y la formación de la peculiar sociedad hispanorromana, fruto de
la heterogeneidad preexistente desde todos los puntos de vista (económico, social,
lingüístico, etc.), y a la que la conquista romana va a proporcionar una homoge-
neidad relativa.
Si desde el punto de vista militar y administrativo no hay razones para efec-
tuar un corte en el 133 a.C. con la conquista de Numancia y el final aparente de
la guerra contra los lusitanos, desde el punto de vista social sí que se advierte un
cambio. Este cambio es la progresiva integración de las Hispaniae dentro del esta-
do romano, no ya por la pura coacción militar y política, sino por el estableci-
miento de vínculos económicos, sociales e ideológicos que van uniendo a secto-
res de la población hispánica -y diríamos casi de la «demografía» hispánica- con
el estado romano. La feliz expresión tan a menudo repetida, «de provinciae a pro-
vincias» resume bien esta tendencia, que es especialmente evidente en el periodo
posterior al año 81 a.C.
La segunda parte está formada por el capítulo V, en el que presentamos lo que
podríamos llamar el modelo de actuación o procedimiento de los gobernadores
provinciales romanos, con datos pertenecientes a distintos momentos. En la pre-
sentación de este modelo hemos tenido también en cuenta en lo posible la evolu-
ción temporal de los acontecimientos que, sin embargo, creemos que ha quedado
suficientemente expuesta en los capítulos anteriores.
En otros trabajos ya publicados nos hemos ocupado sobre todo de la historia
social y económica de la conquista y romanización de Hispania. Ahora lo que hace-
mos es fijarnos en el aspecto político e institucional. N o se pretende sin embargo
hacer una historia política tradicional ni historia administrativa, sino engarzar los
procedimientos de tipo político en su contexto histórico concreto, económico y
social, que subyace como telón de fondo de nuestra exposición. La redacción defi-
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nitiva de este trabajo se ha realizado en el contexto de un proyecto más amplio de


investigación, financiado por la DGICYT, sobre las Asambleas Provincias de la
Hispania romana. Quiero dejar aquí constancia de mi agradecimiento a todos aque-
llos amigos y colegas que con su aliento han contribuido a que esta obra viese la luz;
y muy especialmente a mi esposa, Juana, ya mis hijas, Beatriz y Alma, por su apoyo
sin límites y por su comprensión.
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CAPÍTULO 1

EL PERIODO DE LOS PRIVATI CUM IMPERIO


(218-198 A.C.)
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1. Los ESCIPIONES EN HISPANIA

En el año 218 a.C., en previsión de la guerra contra Aníbal, el Senado asignó


a los cónsules como provinciae las de Hispania y Africa y Sicilia. Hispania corres-
pondió mediante sorteo a Publio Escipión y la provincia de Africa y Sicilia a
Tiberio Sempronio Langa!. En este reparto, el término provincia tenía su signifi-
cado original de encargo o misión confiada a un magistrado cum imperio, esfera
de competencias otorgada al mismo, y no el de una circunscripción territorial
precisa ya que, para esta fecha, evidentemente Roma no dominaba aún ningún
territorio en Africa o en Hispania2 • A Escipión se le asignaron dos legiones con
4.000 legionarios cada una y 300 jinetes, 14.000 soldados de los aliados y 1.600 de
caballería y 60 quinquerremes, es decir un número de auxiliares y de barcos infe-
rior al de su colega ya que, como dice Livio, se suponía que el enemigo no llega-
ría por mar o no tendrían que combatir de esa forma durante la guerra3 •
La rapidez del avance de Aníbal sorprendió al cónsul en la desembocadura del
Ródano, donde se enteró de que el cartaginés había cruzado el río más al norte y
se dirigía ya a atravesar los Alpes y precipitarse sobre Italia. Escipión entonces
envió a su hermano Cneo con la mayor parte del ejército a Hispania mientras él,
con unos pocos hombres, corría a unirse con las tropas que al mando del pretor
Lucio ManIio estaban destinadas en la Galia Cisalpina4• De esta manera, en otoño
del 218 el ejército romano puso por primera vez pie en la Península Ibérica,
desembarcando en Ampurias. Con este ejército Cneo derrotó a Hannón en una
primera batalla y conquistó Cisis, tal vez la misma KESE de las monedas, que
puede haber sido el nombre indígena de Tarraco o un poblado muy próximo a
ella, y estableció sus campamentos de invierno en Ampurias. Sin embargo hubo
de salir de ellos y combatir durante el invierno contra los ilergetes, ausetanos y

Liv. 21,17,1; PoI. 3,40,2.


Cf. Person, pp. 3 Y 25 sobre el sentido «personal» del término provincia; Luzzatto, pp. 25-26.
Liv. 21,17, 5-8.
Liv. 21,26, 3-5; 32, 1-5; PoI. 3,41,4-8, 49,1-4.
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la PEC

lacetanos, a quienes Asdrúbal el hermano de Aníbal había inducido a hacer defec-


ción de los pactos recién concertados con los romanos 5 •
La naturaleza del mandato de eneo Escipión en el año 218 está lejos de ser
clara, pero la hipótesis más probable parece ser la de considerarlo un legatus pro
consule, siendo él mismo, técnicamente, un privatus cum imperio 6• Varios hechos
parecen apoyar esta hipótesis: En primer lugar, su hermano Publio le confió el
ejército consular, compuesto por dos legiones, y cuando al año siguiente éste fue
destinado a Hispania como procónsul, eneo no depuso su actividad sino que
compartió con él el imperium. Knapp, en cambio, opina que la frase communi
animo consilioque gerebant bellum aplicada por Livio a ambos hermanos, en la
que se apoya la interpretación anterior, no significa realmente que ambos com-
partieran el imperium (lo que hubiera sido expresado más adecuadamente por
eodem iure, eodem imperio o algún giro similar), sino más bien que había una
estrecha cooperación 7 . En segundo lugar, en el 216 Publio y eneo se repartieron
las fuerzas, teniendo eneo el mando del ejército de tierra y Publio el del mar. En
tercer lugar, Liv. 25,32,1 llama a ambos hermanos imperatores, lo que Mommsen
creía un error, pero que se explica porque, precedentemente (año 212), el senado
había dividido Hispania en dos provinciae, asignando cada una de ellas a cada uno
de los dos hermanos. Puesto que Publio Escipión era desde el 217 procónsul y
ahora ambos hermanos estaban en la misma posición de mando, hay que concluir
que el imperium de eneo Escipión era proconsular y, puesto que desde el 222 en
que había ejercido el consulado no había vuelto a ocupar otra magistratura:, jurí-
dicamente él era un privatus. Incluso si admitimos que en 217 eneo no era más
que un legado de su hermano, a quien el senado habría confiado el mando de His-
pania como pro cónsul, hay que suponer que en algún momento entre el 217 y el
212 eneo hubo de recibir el imperium proconsular ya que Livio dice que para
este año ambas provinciae fueron prorrogadas a ambos generales pero no men-
ciona que con tal ocasión se le creara a eneo dicho imperium proconsular.
Para el segundo año de la guerra (217) el Senado prorrogó el imperium de
Publio Escipión en Hispania a la que llegó, sin duda como procónsul, con 30
naves, 8.000 hombres y gran cantidad de suministros 8 • Puesto que Livio mencio-
na Hispania como una sola provincia, en singular, es posible que el imperium
sobre ella lo ejerciera exclusivamente Publio, conservando eneo la condición de

Los sucesos en Hispania durante el otoño-invierno del 218 están relatados en Liv. 21,60,
yPol. 3,95,1-96,6.
6
]ashemski, pp. 22-24; por contra, Richardson, p. 36, piensa que Cneo tenía un imperium pro
praetore.
7 Knapp, pp. 86-87.
Liv. 22,22,1; PoI. 3,97,1-4.
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lega tus de su hermano. Con este ejército los romanos se dirigieron a Sagunto,
donde la astucia de un noble ibero llamado Abilyx les valió que obtuviesen los
rehenes iberos de los cartagineses, que Publio devolvió a sus familias ganándose
de este modo la buena voluntad de los hispanos 9 .
Para el periodo del 216 al 213 no hay datos claros de la actividad de los Escipio-
nes en Hispania ni de la naturaleza de su imperium; probablemente, como Richard-
son apunta, por el uso confuso, por parte de Livio, de fuentes de inferior calidad 1o.
En el reparto de las provincias y las legiones para el212 Livio menciona que a Publio
y Cneo Escipión se les prorrogó el mando sobre las Hispaniae 11 • Es esta la primera
vez que se mencionan en plural y que tenemos constancia de la existencia de dos pro-
vinciae en la Península Ibérica. Puesto que el mandato del Senado establecía la pró-
rroga, ello significa que ya al menos en 213 existían ambas provincias y que el impe-
rium de Cn. Escipión no era una mera delegación del de su hermano. Por desgracia,
Livio no especifica las legiones que había bajo su mando. Knapp ha advertido la dis-
crepancia en una legión entre el número total de legiones dado por Livio para ese año
y el recuento particular hecho por provincia e y cree que esa legión habría sido envia-
da a Hispania y puesta bajo el imperium nuevamente prorrogado de Cn. Escipión 12 •
De ser así, el imperium de Cneo habría sido pro praetore.
Durante el 212 Publio habría conquistado Castulo (Cazlona), en el curso alto
del Guadalquivir, donde habría establecido sus cuarteles de invierno, y Cneo
habría hecho lo mismo en Orso, que es probablemente Urso (Osuna)13. De ser
cierto 10 que nos dice Apiano, entonces ambos hermanos se hallaban operando en
la misma región y el mandato de su provincia no tenía un sentido territoriap4. Los

Liv. 22,22,4-21; PoI. 3,97,5-99,9; Zonaras 9,1; sobre toda esta historia como un doblete de la
devolución de rehenes efectuada por Escipión el joven tras la toma de Cartagena, d. Beloch, K. J. en
Hermes 50, 1915, p. 361; Richardson, p. 37 n. 28.
10 Richardson, pp. 39 Y 40, cree que especialmente algunos sucesos narrados por Livio durante
el año 214 deben pertenecer al 212. En 214 Livio presenta a los Escipiones dividiéndose el ejército de
tierra, cuando anteriormente lo habían comandado siempre juntos, y cree que esta división debió pro-
ducirse en la segunda fecha. No obstante, si tenemos en cuenta que en 212 el Senado prorrogó el man-
dato de ambos sobre diferentes provincias, ello exige que ya al menos el año anterior cada uno conta-
ra con su propio ejército.
11 Liv. 25,3,6: Hispaniae P. et Cn. Corneliis.
12 Knapp, p. 87.
13 Ap.lb. 16,61. Livio fecha la derrota y muerte de los Escipiones en el año 212 (25,32,1 ss.) pero
dice que ello ocurrió anno octavo postquam in Hispania venerat Cn. Scipio, lo que sitúa la fecha en el
211. La llegada de C. Nerón en otoño de1211 para sostener la situación parece indicar que el desastre
de los Escipiones tuvo lugar a comienzos del mismo año. Cf. Richardson, p. 41 Y n. 46.
14 Schulten, P.H.A. IlI, p. 91, propone que la muerte de Cneo tuvo lugar en llurci, Lorca, por-
que Plinio N.H. 3,9, dice del río Tader (el Segura): llorci refugit Scipionis rogum. Publio, por su parte,
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éxitos de los romanos en la Península sin embargo habrían de venirse abajo al año
siguiente, 211 a.C., por la equivocada estrategia seguida por los dos imperatores.
Aunque las fuentes romanas, especialmente Tito Livio, responsabilizan de la
derrota a los mercenarios celtibéricos de los romanos, que habrían vendido su
neutralidad a los cartagineses favoreciendo de esta manera la derrota de Cn. Esci-
pión y luego la de su hermano, lo cierto es que la decisión de dividir las fuerzas
romanas y actuar separadamente contra los cartagineses se reveló como un error
desastroso que no sólo terminaba con la vida de los dos generales sino que borra-
ba de un solo golpe los progresos de los romanos al sur del Ebro 15 .
Las fuerzas supervivientes de los dos ejércitos fueron reagrupadas por un
eques del ejército de Cneo, L. Marcio, que organizó con ellas la defensa de los
territorios al norte del Ebro. Según Tito Livio, Marcio unió sus tropas a las de T.
Fonteyo, lega tus de P. Escipión, y resultó elegido sobre éste como jefe del ejérci-
to por la asamblea de los soldados 16 . Aunque la figura de Marcio, tal como apa-
rece en Livio y en Plinio ha sido evidentemente heroizada, del relato que hacen
las fuentes antiguas puede deducirse que él se consideraba el sucesor del imperium
de Cneo y en la carta que escribió al Senado tras sus victorias sobre los cartagi-
neses se daba a sí mismo el título de propraetor 17 • El Senado, dice Livio, se sintió
molesto porque Marcio utilizaba un título que no le había sido concedido por
mandato del pueblo ni del Senado romanos y le parecía un mal precedente que los
generales fueran elegidos por los ejércitos y que la celebración de comicios debi-
damente auspiciados se celebrase en las provincias, fuera de Roma 18 . Cuando

murió cerca de Amtorgis, en la región de Castulo. Sea como fuere, incluso si es preciso corregir Orso-
oni por Lórkooni en Ap. lb. 16, Cazlona y Lorca se hallan relativamente próximas, en el corredor que
une la costa de Levante, donde los romanos dominaban Sagunto, con la Alta Andalucía.
15 Liv. 25,32,1-36,17; PoI. 8,38; Ap. lb. 16 Y ss.; Silio It. Puno 13,382 y ss.; Eutropio 3,14. El aná-
lisis de Richardson, pp. 41-42, que da crédito a las fuentes clásicas en este punto nos parece erróneo.
16 Liv. 25,37,1-39,18; Val. Max. 1,6,2; 2,7,15; 7,15,11; Front. 1,5,12 (donde dice C. Fonteius por
T. Fonteius); 2,6,2; Silio It. 13,696-703; Plinio, N.H. 2,241; 35,14.
17 Liv. 26,2,1. La vinculación con Cneo Escipión se subraya en 25,37,3.
18 Liv. 26,2,1-6; d. Richardson, p. 44, n. 60, que considera la historia bastante probable, aunque
el uso del término propraetor delataría una fuente analística tardía. Probablemente a dicha fuente se
deba el detalle, narrado por Plinio, de la llama aparecida sobre la frente de Marcio aunque, nos gusta-
ría señalar, tampoco es excluible la iniciativa del propio Plinio que como eques también sentiría sim-
patía por su personaje. La reticencia del senado a la elección de generales por el ejército tal vez tras-
luzca la nefasta experiencia de las guerras civiles y se deba a una valoración hecha desde la época del
propio Livio. Hay que tener en cuenta, de todas formas, que la contio militar que eligió a Marcio no
podía estar realmente auspiciada ya que los auspicia habían de ser tomados por un magistrado cum
imperio pero los Escipiones, en este caso, habían muerto y no consta -sino todo lo contrario- que
transmitieran el imperium y con él los auspicia. Cf. A. Magdelain, «Auspicia ad Patres redeunt»,
Hommages ajean Bayet, Bruxelles 1964, pp. 427-473.
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posteriormente a la toma de Capua se resolvió el asunto, el Senado decidió enviar


a Hispania a C. Claudio Nerón con un ejército de 6.000 soldados y 300 jinetes 19 .
Nerón se había ocupado como propretor del asedio de Capua y consiguiente-
mente era ése el imperium con el que sucedió a Cneo Escipión en Hispania. Final-
mente, para el 210 se envió a Hispania otro propretor, M. Junio Silan0 20 . Knapp
argumenta21 que esta sucesión de propretores no debe ser accidental y constituye
una razón más para considerar que el imperium que Cneo detentaba en Hispania
era un imperium propraetore.
La cronología de los acontecimientos entre el 211 Y el 208 a.c. en Livio, espe-
cialmente en lo que respecta a la elección y duración del mandato de los magis-
trados en Hispania, es sumamente confusa; y el mismo Livio menciona varias
veces las contradicciones existentes en sus fuentes. Livio ha retrasado probable-
mente en un año los acontecimientos, de manera que sitúa la conquista de Carta-
gena por Escipión en el 210 y no en el 209 a.C., como hace con mayor exactitud
Po libio, por la sencilla razón de que él no puede creer que Escipión estuviese un
año en Hispania sin hacer nada22 • La misma elección de Escipión fue extraordi-
naria y Livio probablemente tampoco está en lo cierto cuando sitúa la misma en
el seno de los comitia centuriata y no de los comitia tributa o concilia plebis, como
parece lo más probable 23 . Lo cierto es que en el 211 una asamblea popular eligió
como imperator para Hispania con imperium proconsulare a Publio Cornelio
Escipión, hijo del procónsul Publio Escipión que había muerto ese año en la
misma Hispania. Escipión a la sazón era un privatus, con sólo 25 años de edad,
que únicamente había desempeñado la edilidad.
De esta manera, para el año 210 fueron enviados Publio Cornelio Escipión,
como procónsul, y M. Junio Silano como propraetor adiutor ad res gerendas. El
menor imperium de Sil ano con respecto a Escipión recuerda la relación entre los
imperia de Cneo y Publio Escipión24 . Por otra parte, una relación de esta natura-

19 Liv.26,17,1-3.
20 Liv.26,20,4.
21 Knapp, p. 88.
22 Cf. Richardson, pp. 44-45, para quien la hipótesis más económica sería que Escipión no vino
a Hispania a reemplazar a Claudio Nerón hasta el 210, y que el ataque a Cartagena ocurrió en la pri-
mavera del año siguiente.
23 Liv. 26,18,7-11; PoI. 10,6,10; Ap. Iber. 18; d. ]ashemski, p. 29; Knapp, pp. 89-90, quien supo-
ne que la plebe debió convocar los comicios curiados (?) para aprobar una lex curiata de imperio espe-
cífica para Escipión, ya que éste antes no había desempeñado ninguna magistratura con imperio;
Richardson, p. 45.
24 ]ashemski, pp. 25-26, cree por el contrario que no hay problema en suponer que el propretor
Silano ha sido enviado también con imp. procos.; el hecho de que los romanos en el210 tuviesen cua-
tro legiones en Hispania (2 para Escipión y 2 para Silano, que serían las que dirigía contra Hannón y
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leza la volveremos a encontrar, por ejemplo, en 195 a.C., una vez establecida la
administración provincial regular, cuando el cónsul Catón fue enviado a la Penín-
sula y uno de los dos pretores, L. Manlio, fue designado como ayudante suyo.
Hechos de este tipo nos deben precaver contra la tendencia a suponer una siste-
mática demasiado rígida en el funcionamiento del estado y de las magistraturas
romanas. Los hechos por el contrario muestran, más bien, que el Senado impro-
visaba y que sólo tardíamente se llegó a una regularidad, por otra parte no siem-
pre observada.
La elección de Escipión además se hallaba vinculada, en la percepción del
Senado, a la necesidad de aumentar los ejércitos de Hispania25 • A Escipión se le
asignaron 10.000 infantes y 1.000 jinetes, es decir, un ejército consular, más 30
naves. A estas fuerzas había de unir los restos del ejército de su padre y de su tío,
además de las tropas concedidas urgentemente a Claudio Nerón, que eran 6.000
legionarios y 300 jinetes más un número igual de infantes aliados y 800 jinetes. A
estos efectivos sumó probablemente, además, unos 5.000 reclutas hispánicos. De
esta manera, en total Escipión disponía de unos 27.000 soldados de infantería y
unos 2.100 jinetes; ejército con el cual fue desalojando sistemáticamente a los Car-
tagineses de Hispania.
Cuando las provincias fueron asignadas para el año siguiente, a Escipión y
Silano no se les prorrogó el mando por un año, como hubiera sido lo normal, sino
por el tiempo que el Senado lo estimase conveniente y hasta que fuera llamados a
Roma 26 • Richardson cree ver en esta decisión una muestra de la desconfianza del
Senado hacia las capacidades del joven Escipión, junto al cual había colocado al
maduro y más experimentado Silano; pero lo más probable es que el Senado pre-
viese la importancia y duración de la guerra en Hispania y lo poco conveniente,
en esas circunstancias, de cambiar los magistrados 27 • De todas maneras, Livio se
contradice nuevamente cuando al hablar del reparto de las provincias para el 208
dice que el Senado prorrogó a Escipión y Sil ano sus mandatos respectivos para
ese añ0 28 .
En la primavera del 209, dejando a Silano con 3.000 legionarios y 300 o 500
jinetes al cuidado de la línea del Ebro, Escipión con Lelio y L. Marcio como lega-

Magón en 207) y de que Liv. 28,28,14 haga decir a Escipión que Silano ha sido enviado con él eodem
iure eodem imperio, constituirían pruebas a favor de su tesis. Knapp, p. 91, rechaza este argumento,
que en cambio encontraba aceptable para Cneo Escipión.
25 Liv. 26,18,2.; sobre las tropas, Liv. 26,19,10-11; para las de Claudia Nerón, Liv. 26,17,1.
26 Liv. 27,7,17; d. ]ashemski, pp. 29-30.
27 Richardson, p. 46.; d. Develin, pp. 359-360.
28 Liv.27,22,7.
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dos se dirigió a conquistar Cartagena. La conquista de Cartagena fue no sola-


mente un éxito militar sino también político, puesto que Escipión, utilizando
hábilmente su clementia al devolver los rehenes indígenas que habían tomado los
cartagineses, se atrajo la alianza de régulos como Edescón, Indíbil y Mandonio, o
de aristócratas como Alucio.
La batalla de Baecula (208 a.C.) colocó en manos de los romanos el control de
la Alta Andalucía y especialmente los recursos mineros del Saltus Castulonensis,
aunque Escipión falló en el objetivo principal, que era impedir que Asdrúbal
pasara los Pirineos y fuese a unirse con Aníbal en Italia. Tras la batalla Escipión
fue aclamado «rey» por los iberos, pero él rechazó el título como indigno de un
romano y prefirió utilizar el más constitucional de imperator.
Al año siguiente (207) los cartagineses aumentaron sus fuerzas al arribar a la
Península un nuevo jefe, Hannón, que se unió a Magón. Livi029 dice que Escipión
envió contra ellos a Silano con 10.000 infantes y 500 jinetes, es decir, con la mitad
de las fuerzas romanas. Puesto que Livio en todo momento magnifica la figura de
Escipión 3o, podemos suponer más bien que Sil ano actuaba con las fuerzas a su
mando puestas en el ámbito de su provincia, teniendo el término en este caso el
sentido de mandato personal antes que territorial. Livio y otras fuentes sitúan la
victoria de Sil ano en Celtiberia, «región que está entre los dos mares»; por esta
referencia vemos que no se refiere a Celtiberia estrictamente dicha sino a la Mese-
ta, siendo probablemente la batalla en la submeseta meridionapl. Hannón fue
hecho prisionero y Magón pudo escapar, repartiendo sus fuerzas en el valle infe-
rior del Guadalquivir y acantonándose él mismo en Gades. Hacia finales del vera-
no, Lucio Escipión, actuando como legatus de su hermano tomó también la ciu-
dad de Orongis.
El año 206 a.c. señala el final del dominio cartaginés en la península Ibérica. La
batalla de !lipa a comienzos de ese año fue el último descalabro de los cartagine-
ses, aunque la embajada de Lucio Escipión ante el senado anunciando la «recon-
quista» de Hispania era obviamente prematura y exagerada, ya que los cartagine-
ses se mantuvieron en Gades durante buena parte del año, aunque molestados
desde Carteia por la flota romana. Finalmente los gaditanos, descontentos con
Magón por la crueldad ejercida sobre sus magistrados y el expolio de las fortunas
privadas y de los templos, le cerraron las puertas cuando regresaba de intentar un

29 28,1,1-2,16; d. Ap. Iber. 28-31.


30 Sobre la «contaminación» de la figura de Escipión el mayor por la figura de Escipión Emilia-
no, d. Richardson, p. 45 n. 64.
3\ Cf. M. Salinas, «Geografía de Celtiberia según las fuentes literarias griegas y latinas» Studia
Zamorensia, IX, 1988, pp. 107-115.
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golpe de mano en Carthago N ova y éste, requerido por el Senado cartaginés en


Africa, abandonó la Península mientras Gades se entregaba a los romanos. De
hecho, Escipión pasó la mayor parte del 206 fuera del teatro de operaciones, ya
que tras la victoria de Ilipa se retiró a Tarraco, donde cayó enfermo y desde donde
después hubo de dirigirse a reprimir la sublevación del ejército romano del Sucro
y de los régulos ilergetes Indíbil y Mandonio. Los cimientos de la administración
de Hispania fueron puestos probablemente por él durante este año. Escipión
regresó a Roma todavía a tiempo de solicitar el triunfo, que le fue denegado con
el pretexto de que él era un privatus en realidad y no un magistrad0 32 , y de pre-
sentarse a las elecciones consulares para el 205, en las que venció.

2. SUCESORES DE ESCIPIÓN

No hay ninguna fuente que refiera la manera en que fueron elegidos los gober-
nadores de Hispania para el 206, L. Cornelio Léntulo y P. Manlio Acidino, ni el
status que tuvieron. Livio menciona que al hacerse el reparto de las provincias
para el 204, el Senado decidió remitir el asunto a los comicios a través de los tri-
bunos de la plebe. Los comicios convocados eran evidentemente los concilia ple-
bis, quienes decidieron prorrogar el mando de Lentulo y Acidino pro consulibus,
como habían sido antes 33 . Para el 203, el Senado prorrogó el mandato de ambos
sobre las Hispaniae (en plural)34; y en 201, como Léntulo y Acidino llevaban ya
varios años en la misma provincia, el Senado ordenó a los cónsules que remitie-
sen el asunto a los tribunos para que la plebe decidiese quién había de ejercer el
imperium en Hispania35 . La repetición de este procedimiento durante varios años
y su semejanza con el procedimiento seguido en el 210 para elegir a Escipión
parece indicar que ésta fue la manera en que Léntulo y Acidino fueron elegidos
en el 206.
La elección de los procónsules del 205 plantea además otros problemas. El pri-
mero de ellos es por qué Roma no utilizó el precedente administrativo de Sicilia
y de Córcega y Cerdeña, en las cuales existía desde el 227 la primera organización

32 Liv. 28,38,3-4; Dio Cass. 17,56; cf. jashemski, p. 30; Knapp, p. 91.
33 Liv. 29,13,7. Para una discusión del texto de Liv. 28,38,1 que hace referencia a la entrega de la
provincia de Escipión a L. Lentulo y L. Manlio Acidino, con la corrección de c.F. Walters (proprae-
toribus provincia tradita), cf. Richardson, pp. 64-65; A. Schulten, en FHA III, p. 162, da por el con-
trario: L. Lentulo et L. Manlio Acidino provincia tradita.
34 Liv. 30,2,7.
35 Liv. 30,41,4. Sobre el papel de los comicios en la elección de los comandantes militares para
Hispania, cf. Person, p. 245.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 31

provincial regular, confiada al imperium de un pretor o un cónsul-es decir, de un


magistrado ordinario- cuyo mandato era prorrogado cuando la situación lo
requería. En segundo lugar, si el destino de ambos procónsules era una sola pro-
vincia o dos.
La primera dificultad puede ser resuelta si tenemos en cuenta la resistencia
senatorial a ampliar el número de magistraturas, lo que conllevaba un aumento de
la rivalidad y la competencia política por acceder a los puestos más altos del cur-
sus honorum representados por el consulado. Una evidencia de esta resistencia la
constituye, en nuestra opinión, la aprobación en 194 de la lex Baebia de praetori-
bus, que restringía la elección de seis pretores (establecida desde el 197 precisa-
mente para atender la administración regular de Hispania) a años alternos,
debiéndose elegir en los años intermedios solamente cuatr0 36 . La anomalía del
procedimiento para elegir los gobernadores de Hispania después de la partida de
Escipión podría revelar también que todavía en esta fecha no todo el Senado tenía
claro que Hispania debiera ser objeto de anexión territorial en toda regla. Proba-
blemente ésta sería la opinión de Escipión y de su círculo de senadores, pero tal
vez no de todo el Senado. Solamente la creación de las dos provincias en el 197
constituye una prueba de que en esa fecha era obvio para la clase dirigente roma-
na que si se quería mantener Hispania en la órbita romana, alejando por consi-
guiente la amenaza de una nueva intervención cartaginesa, había de ser a costa de
la anexión territorial garantizada mediante una ocupación militar.
La segunda cuestión, si Hispania constituye en este momento una sola pro-
vincia o dos, es más difícil de resolver37 . En nuestra opinión la dificultad estriba
sobre todo en considerar la provincia bajo una acepción territorial, como ocurri-
rá a partir del 197, Y no en el sentido primitivo del término, como «encargo» o
«tarea». Ya hemos visto que en 212 los Escipiones tenían cada uno su provincia
con el correspondiente imperium aunque actuaban en la misma área geográfica.
Por otra parte, con posterioridad al establecimiento de las divisiones provinciales,
durante la guerra contra Perseo (171-168 a.C.), ambas provinciae fueron confia-
das al mando de un sólo gobernador. Pero lo que no tiene sentido en el sistema
constitucional romano y carece de precedentes, que nosotros sepamos, es el envío
a una misma provincia o para una misma función de dos magistrados de rango
idéntic0 38 . Richardson 39 ha sostenido para apoyar la hipótesis de una estructura

36 Person, p. 23l.
37 Una provincia (en sing.): Liv.28,38,1 (206), 29,13,7 (204); dos provincias: 29,13,7 (204); 30,
41,4 (201); 31,50,6 (199); 33,27,1 (196).
38 Richardson, p. 66, admite que el sistema es «inusual».
39 p.68.
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de comando con dos procónsules en una sola provincia, el hecho de que Léntulo
y Acidino juntaron sus fuerzas para combatir a Indíbil, que se había vuelto a
sublevar después de la partida de Escipión y saqueaba el territorio de los auseta-
nos y sedetanos. Pero este argumento no es prueba suficiente ya que, posterior-
mente, vemos que igualmente dos pretores con provincias distintas combinan sus
fuerzas para combatir a los indígenas, como es el caso de Sempronio Graco y Pos-
turnio Albino en el 179 a.C. contra los celtíberos y vacceos 40 . Si tenemos en cuen-
ta estas consideraciones, parece más probable pensar que dentro de la provisio-
nalidad de la política romana en este periodo, marcada por la guerra que conti-
nuaba contra Aníbal, las Hispaniae eran vistas como dos provinciae, confiadas a
dos comandantes de rango proconsular en razón de la importancia de su dominio
y de las dificultades militares para obtenerlo.
Parece que en el año 201 hubo un intento de reducir las tropas romanas en
y
Hispania el mando militar en la misma a un sólo procónsul, sin duda en rela-
ción con la victoria sobre Aníbal y el final de la Segunda Guerra Púnica. En este
año el senado ordenó a los cónsules que requiriesen a los tribunos para que la
plebe decidiera quién debía ejercer el imperium en Hispania, reuniendo los dos
ejércitos en una sola legión más quince cohortes de aliados latinos y licenciando
al resto de los veteranos, que habían de retornar a Italia con los procónsules
salientes 41 . Este intento sin embargo no llegó a prosperar. Uno de los dos pro-
cónsules, L. Cornelio Léntulo, regresó con parte de las tropas; pero Manlio Aci-
dino permaneció hasta el 199 en Hispania junto con C. Cornelio Cetego, que
había sido la persona elegida y que regresó en dicho año para ejercer la edilidad
curul 42 • Cuando ambos regresaron, es probable que trajeran consigo nuevos vete-
ranos, ya que al pretor urbano del 200, C. Sergio, le fue prorrogado el imperium
a fin de distribuir tierras a los soldados que habían servido varios años en Hispa-
ni a, Sicilia y Cerdeña43 .
La última pareja de procónsules enviados a Hispania antes de la creación de
las provincias es la de Cn. Cornelio Blasio y L. Stertinio, cuyo imperium para el
199 les fue prorrogado para el año siguiente.
Si analizamos el carácter del mandato que ejercieron todos estos generales
veremos que todos ellos eran privati cum imperio proconsulare. Como Jashems-

40 Liv. 40,47,1.
41 Liv. 30,41,4. Una discusión de las posibles causas del fallo de este intento en Richardson, pp.
69-70.
42 Sobre Léntulo y Acidino, ]ashemski, pp. 30-31; Knapp, pp. 91-92; Richardson, pp. 67-68;
sobre Cetego, ]ashemski, pp. 31-32; Richardson, pp. 69 Y 70; sobre Blasio y Stertinio, ]ashemski, p.
32 Y Richardson, p. 69.
43 Liv.32,1,6.
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HISPANAS

ki 44 indica, Livio llama procónsules a todos los comandantes en Hispania después


de la partida de Escipión, aunque ninguno había sido cónsul previamente y sólo
uno, L. Manlio Acidino, había sido pretor urbano en 210 a.C.45, pero en el
momento de su elección era realmente un privatus. De la misma manera, cuando
Cornelio Lentulo regresó en el 200 solicitó del senado la concesión del triunfo,
pero le fue denegado para que no qui neque dictator neque consul neque praetor
res gessisset, triumpharet. proconsule illum Hispaniam provinciam, non consulem
aut pretorem obtinuisset46 • Era la misma objección formulada a Escipión, y Lén-
tulo hubo de conformarse con celebrar la ovatio. Una posición similar era la de
C. Cornelio Cetego, edil curul en 199 y cónsul en 197, es decir, después de su pro-
consulado en Hispania47; y por la misma razón no se concedió el triunfo, sino
solamente la ovatio, a Cn. Cornelio Blasio. Blasio celebró la ovatio en 196 y fue
pretor de Sicilia en 19448 .
Un segundo hecho que llama la atención es que durante el periodo estudiado,
entre el 218 Y el 198, el mando, la administración y la política romana en Hispa-
nia estuvo firmemente en las manos de los Cornelios Escipiones o de otros indi-
viduos de la gens Cornelia vinculados a ellos. En el periodo del 206 al 197 tres de
los cinco procónsules enviados (Léntulo, Cetego y Blasio) pertenecían a ella.
Como Richardson indica, no debe verse en este hecho una especie de «sucesión
dinástica» en Hispania, ya que el sistema de elección de individuos y de reparto
de las provincias hacía imposible el vínculo entre una familia determinada y un
determinado territorio por mucho tiempo. Pero es evidente que Escipión utilizó
su mandato en Hispania para tejer una red de clientelas y de fidelidades entre las
cuales el caso de Saguntum y su embajada ante el Senado para felicitar al cónsul
es sólo el ejemplo más significativ0 49 . Además del prestigio político, es difícil
saber qué otros beneficios podía obtener un político como Escipión de su ex pro-
vincia, pero es fácil intuir una amplia variedad de ellos, incluidos los económicos.
Escipión puede haber utilizado su influencia en el Senado y en Roma para conse-
guir que el gobierno de Hispania se otorgase a miembros de su propia gens con
quienes, en principio, puede suponerse una más fácil sintonía política.

44 Jashemski, p. 30.
45 MRR 1,210.
46 Liv.31,20,1-2.
47 MRR 1, 324 Y 327.
48 MRR 1,324,326 nA en que corrige el error de Liv. 31,50,11 que dice Lentulus por Blasius, y
328; sobre la ovatio, Liv. 33,27,1-4.
49 Liv. 28,39,1-22; según Badian, Foreing clientelae p. 117, los Escipiones habrían seguido en
Hispania una política consciente de vincular a sí mismos a los jefes indígenas mediante tratados espe-
cíficos y juramentos solemnes; una discusión en Richardson, p. 73.
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CAPÍTULO II

EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS


DEL 197 AL 167 A.C.
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1. Los GOBERNADORES

En las elecciones del 198 a.C. para el siguiente año, los comicios eligieron por
primera vez seis praetores al haberse aumentado, dice Livio, el número de las pro-
vinciae y haberse incrementado el imperium de Roma 1. Las nuevas provincias
creadas eran, precisamente, las dos Hispaniae, Citerior y Ulterior, ya que dos de
los pretores elegidos, C.Sempronio Tuditano y M.Helvio, fueron destinados a
ellas, mientras que los otros cuatro cubrían las vacantes preexistentes de la pretu-
ra urbana y peregrina, y de las provincias de Sicilia y de Córcega y Cerdeña.
Las creación de las dos nuevas provincias de Hispania Citerior y Ulterior en
198-197 a. C. muestra, por una parte, la voluntad de Roma de permanecer y ane-
xionarse los territorios conquistados en la Península a los cartagineses además de
otros, como por ejemplo la costa catalana y el bajo valle del Ebro, que en realidad
nunca habían pertenecido a Cartago. Por otra parte, muestra un cambio de acti-
tud en la política exterior romana, ya que con esta decisión el Senado asumía la
obligación de mantener una presencia militar permanente en territorios muy ale-
jados y mal comunicados con Italia, con el consiguiente gasto económico y huma-
no. Probablemente en esta decisión pesó el deseo tanto de explotar unos territo-
rios cuya potencial riqueza, ya demostrada por el imperialismo bárquida, podía
compensar todos los costes implicados en el esfuerzo, cuanto las expectativas y
las ambiciones políticas que podía satisfacer la administración y el gobierno de
ambas provincias. Desde el 206, el Senado había tenido que reiterar varias veces
la negativa a conceder el triunfo a generales capaces y ambiciosos con el pretexto
de que su actuación se había efectuado cum imperio pero sine magistratu; y sola-
mente ante presiones de un sector importante del Senado mismo la mayoría se
había visto obligada a conceder una forma disminuida de triunfo, la ovatio. Resul-
ta evidente que esta situación, prolongada por un largo periodo de tiempo, sólo
podía crear malestar y desanimar a quienes, utilizando los mandatos militares en
Hispania y el prestigio que obtenían los generales victoriosos, cuyo público reco-
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nocimiento lo constituía la celebración del triumphus, pretendían seguir el curso


de las magistraturas del estado. Por estas razones, la creación de las provincias
hispanas debió responder tanto a los intereses generales de la política exterior
romana tras la victoria sobre Aníbal, como a los intereses particulares del Senado
y, más específicamente, de aquel sector de la nobilitas integrado por las familias
menos conspicuas, cuyos miembros debieron ver en dicha medida la oportunidad
para ampliar el campo de la competencia política y escapar a la hegemonía
impuesta por las grandes familias aristocráticas 2•
Las fuentes literarias, especialmente Tito Livio, se refieren a los magistrados
provinciales hispanos titulándolos indistintamente praetores, propraetores o pro-
consules; frecuentemente incluso, da el título de praetor o proconsul a un mismo
individuo. Estas discrepancias han dado origen a una discusión historiográfica.
Para Mommsen3, que mencionó el problema de pasada, era posible que todos
los pretores enviados a Hispania tuviesen el imperium proconsular. Con esta
medida, Roma superaba la dificultad de reemplazar a los anteriores generales con
dicho imperium, en una provincia todavía no pacificada, sin tener que recurrir a
aumentar número de los consulados o proconsulados. Wilsdorf4 criticó la hipó-
tesis de Mommsen; para él existiría una tajante diferencia entre los magistrados
con un título u otro y, en sus Fasti Hispaniarum Provinciarum, solamente listó
como praetor proconsule una pequeña porción de los que las fuentes (Livio) lla-
man procónsules. Gotzfried5, por su parte, aceptando la teoría de Wilsdorf, pro-
porciona sin embargo una lista diferente.
W. Jashemski 6 ha realizado una lista exhaustiva de los pretores de Hispania
que en algún momento son llamados procónsules en las fuentes. El análisis de
estos términos muestra, según J ashemski, que Livio usa siempre la palabra prae-
tor cuando habla de la elección de los gobernadores provinciales. La palabra pro-
praetor es usada en el caso de que su imperium sea prorrogado. Por el contrario,
cuando utiliza el término proconsul, Livio se refiere a la naturaleza del imperium
que ejercen. La equivalencia entre ambos términos es tal que, con una sola excep-

De los 20 pretores que regresaron de Hispania en el periodo 197-178, 10 celebraron el triun-


fo (la ovatio), y de los 10, 7 fueron subsiguientemente cónsules. Cf. J. S. Richardson, «The triumph,
the praetors and the senate in the early second century Be.» ¡oumal 01 Roman Studies 65, 1975, pp.
50-63.
Romisches Staatrecht, Leipzig 1887-9, vol. II, p. 647 Y n. 2.
Fasti Hispaniarum Provinciarum, Leipzig 1878, pp. 68 ss.
K. Gotzfried, Annalen der romzschen Provinzen beider Spanien von der ersten Besetzung
durch die Romer bis zum letzen grossen Freiheitskampf, 218-154, Erlangen 1907.
6 W. F. jashemski, The origins and history 01 the proconsular a..nd propraetorian imperium, Chi-
cago 1950, pp. 51-57.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 39

ción, Livio habla de cada gobernador al que ha llamado procónsul, como de un


praetor. Un ejemplo de ello lo tenemos cuando menciona que el cónsul Marcelo
fue enviado en substitución de G.Sempronio Tuditano, que murió ejerciendo
como pretor, y llama a éste pro cónsul. De esta manera, el término procónsul fue
usado, como Mommsen estableció, para mostrar su título oficial y la naturaleza
de su imperium; mientras que la pretura era la magistratura para la que habían
sido elegidos 7•
Otros datos circunstanciales también refuerzan la opinión de que los pretores
hispanos (cargo o magistratura) estaban revestidos con un imperium proconsular
(rango o título oficial). Uno, y muy importante, es que los Fasti Trumphales, que
registran los triunfos y ovaciones celebrados a su regreso a Roma, los catalogan
sistemáticamente como pro consule 8• En segundo lugar, Plutarco, en su biografía
de Emilio Paulo, refiere que éste se dirigió en 191 a su provincia de Hispania
Ulterior, cuya pretura le había correspondido, con los doce líctores y las otras
insignias propias del consulad0 9 • Finalmente, dos miliarios hispanos erigidos por
Q. Fabius Labeo y uno de M'. Sergius, que deben datarse en el último tercio del
siglo II a.C., llevan el título procos., lo mismo que las monedas de C. Annius con
la inscripción C.ANNIUS T.E. T.N. PRO COS.lO; todo lo cual muestra que los
gobernadores en Hispania se llamaban a sí mismos de este modo y que éste era,
probablemente, su título oficial. La decisión del Senado de otorgar el máximo
imperium posible a los magistrados hispanos se debe sin duda a la importancia y
la magnitud de su actividad militar. Sin embargo, cuando la situación lo requería,
por la envergadura de la guerra o de las sublevaciones de los hispanos, Roma

]ashemski,op. cit. p. 43; Richardson, p. 76, por su parte explica el uso del término propraetor
suponiendo que los pretores hispanos habrían tenido al final de su mandato el imperium proconsule y
que las fuentes de Livio, sabiendo que estos individuos habían sido elegidos para la pretura, errónea-
mente supusieron que después de su año de magistratura ejercieron un imperium propraetore. La idea
probablemente la ha tomado de Klotz (Hermes 50, 1915,484 ss.), aunque no lo cita, para quien las
diferencias de denominación se deberían al uso por parte de Livio de fuentes diferentes. En la forma
en que lo expone, la hipótesis de Richardson nos parece confusa y creemos más acertada y coherente
la de ]ashemski.
8 ]ashemski, p. 45. Los Fasti están muy fragmentados; solamente se conservan 6 menciones de
pretores hispanos completas y en todas ellas aparecen registrados como pro consule: M.Helvius (195),
M. Fulvius Nobilior (191), M. Titinius Curvus (175), M. Claudius Centho (174), L. Comelius Dola-
bella (98) y Q. Pedius (45); pero en otros cuatro casos la reconstrucción pr[ocos.] es muy verosímil: L.
Postumlus Albmus (180-179), Ti. Sempronius Gracchus (178), Q. Minucius Thermus (195) y Q. Servi-
lius Caepio (107).
9 Plut. Aem. Paul. 4,l.
10 ILS 5812, 5813, CIL n 4925; H.A.Grueber, Coins of de Roman republic in the British
Museum, Londres 1910, n, pp. 352-356, nos. 1-42.
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enviaba un cónsul a la Península. El primer ejemplo de esta práctica lo tenemos


solamente dos años después de constituirse las provincias, en 195 a.C., cuando la
sublevación en ambas hizo necesario enviar al cónsul M. Porcio Catón, además de
los dos pretores ordinarios.
Algunos historiadores han creído distinguir dos criterios distintos seguidos
por Roma a la hora de crear y organizar las nuevas provincias l1 . Uno de estos cri-
terios sería el de nombrar magistrados específicos para la administración de la
provincia mediante la designación de pretores; el otro sería el de prorrogar el
imperium de un magistrado durante varios años, en función, generalmente, de las
necesidades militares. Tendríamos varios ejemplos de ambos procedimientos en
un mismo periodo de tiempo, lo que indicaría que el Senado ha tenido dudas y ha
tanteado distintas alternativas antes de encontrar la solución mejor. Así, a
comienzos del siglo II a.C., T.Quincio Flaminio ejerció durante varios años el
proconsulado en Grecia con el imperium prorrogado. C.Flaminio, pretor de la
Hispania Citerior en 193, vio prorrogado como propretor su mandato durante
tres años más, y T.Fonteyo Capitón, pretor de la Hispania Ulterior en 178 a.C.,
siguió dos años más en el cargo y en la provincia. Los ejemplos más significativos
los tenemos sin embargo durante la Segunda Guerra Púnica, durante la cual Cn.
Escipión, como hemos visto, ejerció un imperium prorrogado sobre Hispania
desde el 218 al 211 a.C.; M.Claudio Marcelo ejerció su pro magistratura en Sicilia
desde el216 al 208 a.C.; y L.Manlio Acidino en Hispania desde el 205 al 200 a.C.
El ejemplo más notable de todos estos es, quizás, el de P.Cornelio Escipión, un
privatus elegido proconsul sin haber ejercido más que la edilidad curul y que ejer-
ció su promagistratura del 211 al 206 a.C. Por el contrario, durante el mismo
periodo tenemos la creación en 227 a.C. de dos nuevas preturas para la adminis-
tración de Sicilia y de Córcega y Cerdeña; y en 197 la creación de dos pretores
más para atender la administración de la Hispania Citerior y Ulterior.
Nosotros somos escépticos en cuanto a ver un espíritu demasiado sistemático
en la política y en las iniciativas adoptadas por Roma que, en nuestra opinión,
estuvieron dictadas más por la oportunidad y la improvisación que por un afán de
sistema que tal vez es más propio de los historiadores actuales que del Senado 12 .

11 G. Luzzatto, 1, p. 27.
12 En otras provincias constituidas con posterioridad a las de Hispania se recurrió sistemática-
mente al uso de promagistrados; así en Macedonia, con pretores o propretores proconsulares; en Afri-
ca, con propretores; o en Asia Gashemski, pp. 47-58, 58-59 Y 60 respectivamente), a las que en caso de
necesidad se podía enviar un cónsul. Pero el contexto histórico es muy diferente, ya que todas ellas
han sido creadas con posterioridad a la lex Vilia annalis y se inscriben en un contexto de gran reti-
cencia del senado a aumentar el número de magistrados, que sólo se incrementará con Sila; d. M.
Crawford, La República romana, Madrid 1981, p. 88.
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La revisión del apéndice II, que recoge los gobernadores provinciales del periodo
197-167 a.C., muestra que para un periodo de 30 años se eligieron 20 pretores dis-
tintos para la Hispania Citerior y 21 para la Hispania Ulterior. Es decir, que siem-
pre que fue posible se eligió un magistrado específico para el gobierno provincial;
pero que cuando era necesario, como en el periodo 193-190 con C. Flaminio en
la Citerior, o 178-176 con M.Titinio Curvo en la Citerior y T. Fonteyo en la Ulte-
rior, se procedía a la prórroga de la magistratura. Esta prórroga podía deberse a
la conveniencia de mantener en la provincia y frente a los enemigos a un magis-
trado con experiencia adquirida o bien a situaciones de emergencia, como la gue-
rra contra Filipo, que reclamaban en otros escenarios a los magistrados de ese año
y hacían que, entretanto, se mantuviesen a los antiguos con mando prorrogado en
sus prOVInCIas.
Además, podemos ver que si era necesario las dos provincias hispanas se redu-
cían a una, a fin de destinar a ellas a un solo pretor y poder disponer de más
magistrados para otras necesidades. Es, por ejemplo, lo que ocurre en el periodo
171-168 a.c., en que las Hispaniae quedaron reducidas a una sola provincia, coin-
cidiendo con la guerra contra Perseo. Algunos historiadores ven en ello una prue-
ba de que todavía en esta fecha las provincias hispanas no estaban definitivamen-
te organizadas ni tenían unos límites estables 13. Pero si se tiene en cuenta que
durante ese periodo no hubo problemas graves en la Península, debido al parecer
a la estabilidad proporcionada por los acuerdos de Tiberio Graco con los celtíbe-
ros, creemos más verosímil atribuir esa medida al pragmatismo y las necesidades
del momento de la política exterior romana.
A partir del 188 a.C., sin embargo, se observa una clara tendencia a prorrogar
por un año el mandato de los pretores hispanos en su provincia 14 • Este procedi-
miento sin duda estaba motivado por las necesidades de la guerra, el gobierno y
la administración de unos territorios geográficamente tan distantes de Italia y de
Roma. El tiempo invertido en el desplazamiento hasta la provincia después de la
asunción del cargo, hacía que los pretores normalmente se presentasen en ella
cuando la temporada militar se hallaba muy avanzada, a finales de primavera o
comienzos del verano. Son relativamente frecuentes las noticias en las fuentes de
gobernadores salientes que realizaron campañas contra el enemigo en tanto su
sucesor se presentaba en la provincia. Las formalidades relativas a la entrega del
mando y la necesidad de ponerse al corriente de los asuntos de la administración

13 Person, p. 7; Luzzatto, 1, p. 58; Richardson, p. 78.


14 Richardson, pp. 95-101 Y 111 hace arrancar esta práctica desde 193, pero no tiene en cuenta
los cuatro años de mandato de C. Flaminio en la Citerior (193-190), que constituyen una excepción
importante.
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hacían perder también un cierto tiempo, de manera que el periodo real disponi-
ble para hacer la guerra contra los hispanos era siempre muy corto. Por ello, y por
la necesidad de rentabilizar la experiencia adquirida durante el primer año, el
Senado debió comprender pronto la ventaja de prorrogar al menos por un año el
mandato de cada pretor.
Parece fuera de dudas que el desarrollo de este procedimiento está directamen-
te vinculado con la aprobación de la lex Baebia de praetoribus, propuesta proba-
blemente por el cónsul de 181 a.C., M. Baebius Tamphilus 15 . Livio se refiere de
pasada a ella cuando habla de las elecciones de los pretores para el 179, diciendo que
en dicho año se eligieron únicamente cuatro pretores, según lo dispuesto por la lex
Baebia, que establecía que debía elegirse cuatro pretores en años alternos 16• Si tene-
mos en cuenta que desde el 188 aproximadamente era normal que los pretores his-
panos prorrogasen por un año su mandato en la provincia, la necesidad de elegir seis
pretores cada año, como se venía haciendo desde 197 para abastecer los dos gobier-
nos provinciales de Hispania, era una necesidad que sólo se presentaba en años
alternos. Para el 179, los dos pretores del 180, Ti.Sempronio Graco y L.Postumio
Albino, debían prorrogar su magistratura según este uso y no era necesario, por
consiguiente, elegir seis pretores. La derogación parcial de la ley, en 177 o 176 17,
muestra también su vinculación con el gobierno de las Hispanias. En 176, se eligie-
ron para el año siguiente dos nuevos pretores con destino a la Hispania Citerior y
lJlterior y, en la medida en que el relato de Livio permite saberlo, parece que la ten-
dencia a partir de esa fecha fue la de renovar cada año las parejas de pretores.

2. LA CREACIÓN DE LAS PROVINCIAS HISPANAS Y EL PROBLEMA DE LA LEX


PROVINCIAE

La ampliación del número de pretores de cuatro a seis a fin de destinar a dos


de ellos a la Hispania Citerior y Ulterior respectivamente, realizada en el 197 a.c.,
está en relación con un problema importante que no puede ser definitivamente
resuelto por falta de testimonios: la existencia o no de unas leges provinciae espe-
cíficas para las provincias hispanas y, en relación con ello, la delimitación de los
territorios respectivos.

15 Person, pp. 27 Y 231; Scullard, p. 172; G. De Sanctis, Storia Romana IV, p. 504 SS.; para una
discusión más amplia de sus problemas, d. Richardson, pp. 110-112.
16 Liv. 40,44,2.
17 Lo que motivó un discurso en contra por parte de Catón del que subsisten fragmentos; d.
ORF, 3, frs.136-138.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 43

Es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que provincia sólo adquirió un


sentido territorial definitivo, como «circunscripción administrativa» con el esta-
blecimiento del Imperio. La organización definitiva de la Península, por consi-
guiente, no tuvo lugar sino hasta la época de Augusto con la conquista de los cán-
tabros y astures y la división peninsular en tres provincias 18 . El periodo tardorre-
publicano, del 133 al 27 a.C., constituye no obstante un periodo de transición
durante el cual, a causa de la extensión de los territorios provinciales, del cese de
las guerras de expansión y de la progresiva colonización itálica, las provincias his-
panas adquieren cada vez más ese carácter de división territorial que constituye el
objeto del gobierno y la administración de un magistrado y que no es, solamen-
te, un campo de batalla y de requisa de botín.
El proceso de creación de una provincia por parte de Roma era largo y com-
plej o 19. Normalmente la creación formal de la provincia era precedida de un
periodo de ocupación militar; de manera que es difícil determinar cuándo termi-
na la conquista y empieza la administración propiamente dicha. De hecho, duran-
te la República no hay apenas una sola provincia que haya sido constituida por un
acto único: Iliria, Macedonia o Acaya fueron objeto durante un periodo de tiem-
po de mandos militares personales, provinciae, antes de convertirse en provincias
territoriales. Incluso la organización dada por Emilio Paulo a Macedonia no tenía
la pretensión de ser definitiva; Macedonia fue organizada in formam provinciae,
y fue modificada algunos años más tarde.
La creación de una provincia pues comprendía normalmente dos pasos: la
redactio in formam provinciae, que era una disposición transitoria, normalmente
realizada por el magistrado que conquistaba el territorio, siguiendo las directrices
del Senado o bien con el auxilio de una comisión senatorial, normalmente de
decemviri. Y la lex provinciae, que era una lex data por la cual el magistrado, en
función de una delegación previamente obtenida de los comicios, registraba las
distintas comunidades que integraban la provincia con sus respectivos estatutos,
sus deberes y derechos, y establecía los rasgos fundamentales de la administra-
ción. A veces podia pasar mucho tiempo entre la anexión del territorio, la redac-
tio del mismo, y la definitiva ley provincial. Sicilia, por ejemplo, fue sometida en
el 237, pero el territorio sufrió una reorganización tras la conquista de Siracusa y
Agrigento (211-210) y la lex Rupilia data sólo del 131, es decir más de un siglo
después de ser anexionado su territorio. Como Luzzatto 20 ha señalado, la dila-
ción en crear formalmente muchas provincias se debe en parte a la resistencia del

18 Person, p. 3; Luzzatto, p. 58.


19 Para lo que sigue, d. Luzzatto, pp. 39-41; Person, pp. 5-6.
20 Luzzatto, pp. 41.
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Senado a asumir más responsabilidades y a perturbar el equilibrio de poder entre


los grupos que formaban la nobilitas. Pero en el caso de las provincias más anti-
guas, como las Hispanias, debió intervenir también la incertidumbre sobre los cri-
terios a adoptar para la organización provincial.
En el caso de la Península Ibérica, además, existía otro problema. Sicilia, Cór-
cega y Cerdeña, las únicas provincias creadas con anterioridad a las hispanas, eran
territorios insulares que, con independencia del momento concreto en que fuesen
objeto de una organización administrativa, ofrecían una superficie claramente cir-
cunscribible y objeto de vigilancia y tasación fiscal. En la Península Ibérica, por
el contrario, los romanos se encontraron al final de la segunda Guerra Púnica con
que dominaban los territorios más fértiles y civilizados, pero tras ellos se exten-
día un país mucho mayor, incluso no plenamente conocido y con respecto al cual,
además, no existían unos límites geográficos naturales que permitiesen establecer
una clara frontera entre el territorio dominado por Roma, la provincia, y el terri-
torio y las poblaciones todavía independientes21 . De esta manera, los magistrados
romanos se vieron obligados casi incesantemente a sostener guerras contra pobla-
ciones tras las cuales, una vez dominadas, aparecían nuevos pueblos o nuevas ciu-
dades a quienes era preciso someter. Se comprende, por consiguiente, que el
Senado difiriese la iniciativa de dar una lex provinciae para las Hispanias, y que
las oportunidades históricas para un acto de este tipo hayan sido escasas.
El problema fundamental consiste en que conocemos varias leges provinciae
de época republicana pero ninguna para Hispania. Refiriéndose a los pretores del
197, Livio dice que el Senado les encomendó determinar los límites de sus res-
pectivas provincias 22 pero no habla para nada de una lex provinciae. A finales del
siglo II a.C., Artemidoro de Efeso describe dicho límite haciéndolo ir desde el sur
de Cartago Nova hacia el interior, pasando por el nacimiento del Guadalquivir
(Baetis). A mediados del siglo 1 a.C. César menciona el Saltus Castulonensis como
límite provinciaF3 pero, como veremos más adelante, estos límites pueden haber
sido fijados en ocasiones posteriores y no necesariamente en el 197.
Summer24, en un estudio sobre los procónsules y las provincias en Hispania
del 218 al 195 a.C., ha intentado demostrar que durante la Segunda Guerra Púni-
ca y el periodo anterior al 197 la estructura del comando en Hispania era doble,

21 Knapp, pp. 29-35.


22 Liv. 32,28,11: et terminare iussi, qua ulterior citeriorve provincia servaretur.
23 Artemidoro, apud Steph. Byz. S.v. «Ibería»; César Be 1,38,1; Liv. 40,41,10 sitúa en 180 el
límite en Carthago Nova.
24. G. V. Summer, «Proconsuls and provinciae in Spain 218/17-196/95 Be.» Arethusa 3,1970, pp.
85-102.
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compuesta por un privatus elegido por los comicios y por un pro magistrado ele-
gido por el Senado. Durante este periodo no habría existido una demarcación
geográfica de las provincias en Citerior y Ulterior, sino que las provinciae con-
fiadas a dichos comandantes habrían tenido un sentido personal y no territorial.
La perduración de dicha estructura de comando, según Summer, con posteriori-
dad al 197, mostraría que a pesar de lo que dice Livio en dicho año no se realizó
la delimitación de la frontera provincial.
Aunque menos tajante que Summer, Richardson es igualmente escéptico con
respecto a que en 197 se trazasen las fronteras. Según él, los pretores de dicho año,
C.Sempronio Tuditano y M. Helvio, se vieron sorprendidos por la sublevación
en las provincias que ocasionó derrotas importantes para los romanos e incluso la
muerte de Tuditano y tuvieron, por consiguiente, pocas oportunidades de reali-
zar la misión que el Senado les había confiado. Incluso si los límites fueron tra-
zados o si el Senado actuó como si tales límites existiesen, los pretores provincia-
les muestran con su actuación que los ignoraron frecuentemente 25 .
No obstante la objección de Richardson, se puede argumentar que las necesi-
dades de la guerra, que fueron apremiantes para los romanos hasta el punto de
que dos años después hubieron de enviar a uno de los cónsules a dominar la
sublevación, pudieron hacer que un pretor acudiese en ayuda del otro y comba-
tiese fuera de su provincia. Una noticia de Livio, referente al 195 a.C., es muy
interesante a este respecto. Cuando en dicho año, tras reponerse de una enferme-
dad, el pretor de la Ulterior M. Helvio regresaba hacia Roma con una guarnición
proporcionada por su sucesor en el cargo, Ap. Claudio Nerón, se encontró con
un ejército celtibérico en la ciudad de Iliturgi. Helvio los venció y desde Iliturgi
fue a unirse con Catón en su campamento, que estaba probablemente en la costa
de Ampurias. Cuando regresó a Roma, M. Helvio solicitó el triunfo por su vic-
toria sobre los celtíberos, pero el Senado se lo denegó y sólo le concedió la ova-
tia, quod alieno auspicio et in aliena provincia pugnasset26 • El alieno auspicio debe
referirse a Catón, cuyo imperium era mayor que el del pretor; pero la aliena pro-
vincia, es decir la Citerior, ya que Helvio había sido pretor de la Ulterior, mues-
tra que en 195 las provincias hispanas tenían un territorio claramente definido
mediante fronteras. Hemos de tener en cuenta, además, que Helvio era uno de los

25 Richardson, pp. 77-79; Knapp, pp. 64-65, destaca que hay que desechar la idea de la ¡ex pro-
vinciae como la elaboración de un mapa geográfico para una región concreta y tampoco cree que se
diese ninguna ¡ex provinciae en 197.
26 Liv. 34,10,1-5. Para una discusión de este pasaje en relación con la nómina y la cronología de
los pretores del 197-195 (sosteniendo que P. Manlius fue pretor de la Ulterior en 195, y no de la Cite-
rior como dice Livio), cf. Richardson, pp. 181-183.
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dos pretores del 197 a quienes se les encomendó trazar los límites provinciales,
que debió permanecer en ella durante el año siguiente probablemente porque su
sucesor, Q. Fabio Buteón, murió antes de asumir el carg027 • Nada impide que
Helvio, enfermo durante el 196 y con poca actividad militar, se encargase de orga-
nizar la administración provincial.
Luzzatto cree que en 197 se produjo la redactio in formam provinciae de
ambas Hispanias 28 . Dicha redactio reproduciría y sancionaría los mecanismos por
los que Roma se había anexionado los territorios y las comunidades hispanas
hasta ese momento, cuyas líneas esenciales había trazado Escipión entre 211-206
al practicar una política de pactos separados con las comunidades y los régulos
hispanos, refrendados con juramentos solemnes. Así, en el norte Roma ocupaba
una zona no muy extensa, apoyada en las ciudades de Emporion y Tarraco, Sci-
pionum opus, comprendida entre el Segre, el Ebro, los Pirineos y el mar; zona de
influencia griega masaliota y focense cuyas principales tribus eran los ilergetes,
lacetanos y ausetanos. En el sur, el valle del Guadalquivir incluyendo la región
minera de Cástulo; región de fuerte influencia fenicia y cartaginesa con ciudades
como Gades, Malaca y Sexi. Estas dos últimas se sublevaron en 197 contra los
romanos junto con los reyes Culchas y Luxinio. En este ámbito, la fundación de
Itálica como un conventus civium romanorum era el punto de apoyo más impor-
tante de los romanos. Entre ambas zonas se extendía una franja costera estrecha
cuya principal ciudad era Cartago N ova.
La existencia de este conjunto de acuerdos individuales entre monarcas y ciu-
dades hispanos y Roma hacía innecesaria la existencia de una lex provinciae
entendida como un documento único con la descripción del territorio y el estatus
de las comunidades incluidas en él; y es evidente que no se votó ninguna lex pro-
vinciae en 197. No obstante, incluso quienes como R.C.Knapp no son partidarios
de admitir la existencia de unas leyes provinciales para Hispania (dadas en cual-
quier momento de la República), postulan la existencia de una organización
administrativa en regiones u otro tipo de subdivisión que presuponen necesaria-
mente la existencia de un documento o formula y de una fecha en que dicha orga-
nización ha sido llevada a cabo.
Aunque la obra organizativa de Catón y de Sempronio Graco en Hispania fue
de una gran trascendencia para la organización del país, no existe la menor cons-
tancia en las fuentes de que uno u otro fuesen los responsables de la organización
administrativa de las provincias y, sobre todo, de que el Senado o los comicios

27 Summer, op. cit. pp. 96-97; en contra, Richardson, p. 182.


28 Luzzatto, pp. 58-60.
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ratificasen sus disposiciones en este sentid029 . Excluidas pues estas dos oportuni-
dades, sólo queda una ocasión en que los territorios provinciales hispanos puedan
haber sido objeto de una organización general y, con ella, objeto de la concesión
de una ley provincial.
En 132 a.C. Roma, según su costumbre dice Apian0 3o, envió una comisión de
diez senadores (decemviri) para organizar los territorios recientemente conquis-
tados por D.Junio Bruto y Escipión Emiliano. La mayor parte de historiadores
que se han ocupado de este tema creen que los decenviros se ocuparon única-
mente de organizar los territorios de los arévacos y los lusitanos y galaicos, sin
que ello implicase la reorganización de las áreas previamente conquistadas en la
Citerior y la Ulterior. Ahora bien, el territorio lusitano conquistado durante el
147-13 7 a.C. se extendía desde la Beturia céltica, en la Andalucía occidental y la
Baja Extremadura, hasta probablemente el Miño; y el territorio celtibérico y vac-
ceo comprendía prácticamente toda la Meseta septentrional. La extensión de
ambos territorios sumada es mucho mayor que la de los territorios que los roma-
nos dominaban antes de las guerras del 155-133 y por tanto la labor de la comi-
sión senatorial implicaba, de facto, la organización de las provincias aunque no se
inmiscuyesen en el estatus y las relaciones de las comunidades que ya anterior-
mente estaban sometidas a Roma. De lo que dicen las fuentes literarias, queda
claro que la comisión efectuó o ratificó modificaciones territoriales, puesto que
Escipión repartió el territorio de Numancia entre los pueblos vecinos 31 • Hay,
además, otro elemento que puede construir un argumento a favor de que en esta
fecha realizarse la organización de las provincias hispanas. En el 131 a.C. el pre-
tor P. Rupilio y una comisión de decenviros redactaron unos estatutos para la
organización de Sicilia que los sicilianos llamaron lex Rupilia y que constituía su
lex provinciae 32 • Si tenemos en cuenta la coincidencia de las fechas en que se envia-
ron las comisiones de decenviro s a Sicilia y a Hispania y que, en ambos casos, se
trataba de las más antiguas provincias, el año 132 parece la fecha más idónea para
ubicar la organización definitiva de las provincias hispanas durante el periodo
republicano; esta organización debió plasmarse necesariamente en un documen-
to o conjunto de documentos, de naturaleza más jurídica que geográfica, que sir-
vieron para la administración y el gobierno posterior. La pérdida para este perio-

29 También Knapp, pp. 76-79, que no acierta a proponer una fecha; en contra, Richardson pp.
80-94 (Catón) y 112-123 (Sempronio Graco).
30 Ap. lb. 99.
31 App. lb. 98.
32 Person, p. 82; comisiones decenvirales actuaron en la creación y redacción de las leyes de las
provincias de Sicilia y Macedonia, y una comisión de 5 legati para la de Iliria; d. Person pp. 78-85
(Sicilia), 66-74 (Macedonia) y 64-66 (Iliria).
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do de nuestra mejor fuente para los actos administrativos romanos, que es Tito
Livio, hace que sólo la referencia de Apiano transmita de manera incorrecta y
aproximada tan importante acontecimiento.

3. Los GOBIERNOS PROVINCIALES Y LA ARISTOCRACIA ROMANA

Durante el primer tercio del siglo n a.C. el desempeño de la pretura en una de


las Hispaniae jugó un papel fundamental en la promoción política de los miem-
bros de la aristocracia romana deseosos de alcanzar el consulado y el mayor pres-
tigio político posible dentro del Estado. Las guerras en Hispania, si eran hechas
con éxito, permitían obtener la celebración pública del triunfo que confería un
prestigio fácilmente capitalizable ante los comicios para aspirar al consulado. Los
botines recaudados entre los pueblos y las ciudades sometidas aumentaban no
sólo la riqueza del aerarium sino también la fortuna privada del general. Estas
riquezas servían para financiar al término de la pretura fastuosos ludi que incre-
mentaban también el prestigio público del expretor con vistas a sus aspiraciones
políticas posteriores. Para ello era importante también contar o pertenecer a una
de las fa ctio n es predominantes en cada caso dentro del Senado, ya que era el Sena-
do quien concedía el triumphus o, en su forma disminuida, la ovatio, y quien
podía limitar los gastos invertidos en la celebración de dichos ludi bien por un
general victorioso, bien por un magistrado (edil, triunvir o septenvir epulón, etc.)
encargado de un culto o ceremonia oficiaP3.
La importancia que adquirió la celebración del triunfo o de fastuosos juegos
públicos para la promoción política de los individuos y el ennoblecimiento de
determinadas familias de la aristocracia patricio-plebeya a comienzos del siglo n
a.C. es evidente. En las décadas siguientes al 200 a.C. la Península Ibérica fue uno
de los principales campos de expansión del imperialismo romano, ya que en
Oriente Roma tropezaba con la existencia de las grandes monarquías helenísticas
y las ligas de ciudades griegas que la obligaban a una política más matizada, sobre
las cuales no desarrollaría una política de anexión territorial sino hasta mediados,
aproximadamente, del siglo n. Las guerras en Hispania, por el contrario, presen-
taban inmensas posibilidades de enriquecimiento personal y prestigio político.
Hasta el año 200, los honores del triunfo estuvieron reservados a los consulares
en ejercicio o a individuos de rango consular; a partir de esa fecha, esta tradición
se rompió, como hemos visto, al concederse la ovatio a L. Cornelio Léntulo a su

33 J. S. Richardson, «The triumph, the praetors and the senate in the early second century BC»
¡ournal of Roman Studies 65, 1975, pp. 50-63.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 49

regreso de Hispania como privatus cum imperio pro consule. Durante el periodo
200-170 a.C. se celebraron en Roma 18 triunfos, la mitad de los cuales fueron
celebrados por individuos de rango inferior al consular; de ellos, 14 fueron obte-
nidos por victorias en Hispania34 .
De la misma manera, el lujo en la celebración de juegos públicos se incremen-
tó en las primeras décadas del siglo Il. Este incremento del lujo es un rasgo más
de la rápida helenización de Roma en el periodo que arranca del principio de la
segunda Guerra Púnica. Una vez expulsados los cartagineses de la Península y
establecida la administración provincial en ella, las riquezas extraídas de Hispa-
nia, que consistían sobre todo en oro y en plata, encontraron un ámbito idóneo
donde emplearse. Significativamente, una de las primeras noticias referentes a esta
generosidad calculada y al incremento del lujo se refiere a Escipión Africano.
Como edil en 213, Escipión celebró los Ludi Romani durante dos días y distri-
buyó un congius de aceite (3/4 de 1. aprox.) en cada calle; la donación pública de
aceite era precisamente un rasgo que las monarquías helenísticas practicaban con
ocasión de las festividades públicas y Escipión debía conocerlo. El gasto suntua-
rio se incrementó rápidamente, y en 182 a.C. el Senado hubo de emitir un sena-
doconsulto limitando el gasto por la celebración de juegos y festivales públicos ya
que el exceso realizado por Sempronio Graco durante su edilidad en ese año había
arruinado no sólo a los aliados latinos sino también, significativamente, a los pro-
vinciales. La misma medida hubo de ser renovada en 179, en que Q.Fulvio Flaco
celebró Juegos a Júpiter Optimo Máximo por su triunfo sobre los celtíberos;
Flaco, además, construyó privadamente un templo a la Fortuna Ecuestre, que fue
el más fastuoso de su época, con las riquezas sacadas de la Hispania Citerior35 .
Resulta evidente, por tanto, que las gentes y familiae hegemónicas en cada
momento dentro de la política romana estuvieron interesadas en colocar en el
gobierno de alguna de las Hispanias a aquellos individuos propios que accedían a
la pretura como un medio de conseguir, posteriormente, el consulado. N atural-
mente existían también otras provinciae con posibilidades de promoción política
posterior, pero durante el periodo 197-167 parece que la pretura en una de las
Hispanias ha sido uno de los medios principales. Esta tendencia cambió a partir
del 167 cuando la conquista del Oriente helenístico comenzó a abrir progresiva-
mente nuevos campos de acción política en un medio mucho más rico, culto y

34 Richardson, op. cit. pp. 52-54; W. V. Harris, War and imperialism in Republican Rome, 327-
70 Be., Oxford 1979, p. 262; additional notes VII: praetorian triumphatores.
35 Sobre la influencia de los gastos en espectáculos para la promoción política, d. Scullard, pp.
23-25; sobre Fulvio Flaco, d. M. Salinas, «Q. Fulvius Q. f. Flaccus» Studia Historica. Ha Antigua VII,
1989, pp. 67-83; sobre la lex Orchia del 182, limitando el gasto en los Juegos, Liv. 40,44,12.
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civilizado. Podría objetarse, sin embargo, que el sistema de sorteo empleado para
cubrir las distintas preturas excluía en principio las posibilidades de maniobra por
parte de una facción o individuo que apeteciese una provincia determinada. Aun-
que las asociaciones y la práctica política típicas de la nobilitas no podían, evi-
dentemente, garantizar el resultado había, sin embargo, en principio dos instan-
cias claves en ese proceso. Por una parte, la considerable discreccionalidad de que
gozaba el magistrado presidente de los comicios para admitir o rechazar a los can-
didatos a las elecciones de pretor e, incluso, una vez electos, para proclamarlos.
Dicha discreccionalidad podía emplearse con facilidad para favorecer en sus aspi-
raciones a los miembros de una misma factio 36 • En segundo lugar, es preciso tener
en cuenta que el recurso al sorteo no se empleaba siempre; sobre todo si había
acuerdo previo entre los pretores acerca de las provincias a elegir37 . Las reformas
introducidas por Sil a en el 82 a.C., sorteando las provincias pretorianas previa-
mente a las elecciones tendían precisamente a buscar una mayor pureza y neutra-
lidad en el procedimiento. El estudio por consiguiente de la nómina de los preto-
res provinciales en el periodo 197-167 a.C. en su relación con las familias de la
aristocracia romana muestra, como se verá, que hay una conexión entre las per-
sonas que ocuparon dichos cargos durante el periodo estudiado y los grupos
familiares que, en cada caso, dominaron la política romana.
El repaso de la lista de praetores hispanos del periodo 197-167 a.C. (Apéndi-
ce II) muestra que, a pesar de la variedad, se repiten sobre todo individuos per-
tenecientes a las familias que predominaron en la política romana de ese periodo
o estuvieron aliadas con ellas: Sempronii (Tuditano, 197; Longo,184-183; Graco,
180-179); Fulvii (Nobilior, 193-192; Flaco, 182-181; Gillo, 167); Manlii (P. Man-
lio, 195 y 182?; L.Manlio,188); y Claudii (Nerón, 195; Centho, 175; Marcelo,
169), una de las principales gentes patricias con la que las anteriores estaban polí-
ticamente asociadas. Otras familias como los 1unii (Bruto, 189; Penno, 172) y los
Licinii (Cayo Nerva, 167; Aulo, 166?) aparecen con menor frecuencia que los
primeros. Y, finalmente, individuos de gentes vinculadas a los Cornelios Esci-
piones sólo aparecen muy esporádicamente: Escipión Nasica (194) y Emilio
Paulo (191-190).
Los Sempronii 38 fueron aliados de los Claudios desde la época de Ap. Clau-
dius Caecus hasta la de los Gracos. El primer Sempronio notable fue P. Sempro-
nius Sophus (cos.304, ces.249), cuyo hijo compartió el consulado con el hijo

36 Scullard, pp. 18-23.


37 Person, pp. 243-245.
38 Scullard, p. 37.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 51

mayor de Apio el Ciego en 268. En el 240 C.Sempronius Tuditanus fue cónsul


junto con el tercer hijo de Apio el Ciego, C. Claudius Centho. Su hijo, M.Sempro-
nius T uditanus, fue cónsul con Ap. Claudius Pulcher, un nieto de Apio el Ciego.
También la rama Sempronia de los Gracos estuvo políticamente relacionada con
los Claudios. El primer Graco cónsul fue Ti. Sempronius Gracchus en 238; su hijo
(cos.!, 215) estuvo estrechamente vinculado a Apio Claudio Pulcher en la guerra
de Aníbal. La colaboración entre las dos familias culminaría con el matrimonio de
Tiberio y Cayo Graco, los tribunos de la plebe, con dos primas, Claudia y Licinia,
nietas de C. Claudius Pulcher, y con el apoyo que Tiberio Graco recibió para su
proyecto de ley agraria del princeps Senatus, Ap. Claudius Pulcher.
P.Sempronius Tuditanus (Cit.,197) es probablemente el hijo mayor de C.Sem-
pronius Tuditanus, cos.240, y hermano de M. Sempronius Tuditanus, pro en 189 y
coso en 185. Publio no pudo hacer la carrera de su padre o su hermano, a la que
estaba destinado por su mayor edad. Primer pretor de la Hispania Citerior, hubo
de enfrentarse a la sublevación que estalló en dicho año, siendo derrotado y muer-
to en una batalla39 •
P.Sempronius Longus (Ult., 184-183) fue elegido pretor bajo la presidencia del
hermano del anterior, M. Sempronio Tuditano (cos.18s). Las elecciones de este
año muestran de manera muy interesante la colaboración política entre los Clau-
dios y los Sempronios 4o • Tuditano, que presidía las elecciones, debió ayudar a su
colega Ap. Claudio Pulcher a hacer campaña en favor de su hermano Publio, que
salió elegido como cóns'ul patricio. Tito Livio atribuye a la vis Claudiana el
acuerdo entre Claudios y Sempronios, que ya habían cooperado en el pasad0 41 .
El plebeyo Porcio Licino obtuvo el otro consulado con la ayuda de Catón y
M.Valerio, así como de otras gentes entre las que se cuentan los Fulvios, todos
ellos opuestos a los candidatos de los Escipiones. Los pretores salientes, Quincio
Crispino y Calpurnio Pisón, solicitaron la deportatio exercitus alegando la pacifi-
cación de sus provincias (y, sin duda, apeteciendo el triunfo), pero los dos nuevos
pretores, informados de las precarias condiciones de la sumisión de los hispanos,
se opusieron. Livio indica que cada cónsul apoyó en el Senado cada una de las dos
posturas; probablemente P. Claudio Pulcher apoyaría la posición de los nuevos
pretores, es decir, de Sempronio Longo. Finalmente se alcanzó una solución de
compromiso por la cual se autorizó a los nuevos pretores a efectuar una leva para
conseguir refuerzos, organizar 4 legiones en Hispania, 2 en cada provincia, y
hacer regresar el resto de los soldados.

39 Liv. 33,25,8-9; Ap. Iber. 39; Oros. 4,20,10.


40 Scullard, pp. 148-150.
41 Liv. 50,39,32.
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Ti. Sempronius Gracchus (Cit., 180-179), si bien políticamente es más ambi-


guo muestra, en líneas generales, una alianza política con los Claudias y los Ful-
vios, la principal familia emergente en su época, y una oposición matizada hacia
los Cornelios Escipiones, aunque el discurso que se le atribuye contra las pre-
tensiones monárquicas de Escipión tras la batalla de Zama es, probablemente,
apócrif0 42 . Una muestra de la ambigüedad de las relaciones de Graco con los
Escipiones es que fue él quien, como tribuno de la plebe, impidió el encarcela-
miento de L. Escipión en 184 con motivo de la acusación presentada por otros
tribunos de haberse apropiado parte del tesoro de Antíoc0 43 . La política segui-
da por Graco en Hispania es opuesta radicalmente a la que seguirían los Esci-
piones y su círculo. La misma oposición se manifiesta con motivo del tratado
entre Hostilio Mancino y los numantinos en 137 a.C., cuyo auténtico impulsor
parece haber sido el hijo de Sempronio, Tiberio Grac0 44 . El rechazo del tratado
de Mancino por el Senado a instancias de Escipión será una de las causas de radi-
cal enemistad entre el futuro tribuno de la plebe y Emiliano. Sempronio fue ele-
gido cónsul para el 177 a.C., a su regreso de Hispania, bajo la protección de Q.
Fulvio Flac0 45 .
Los Fulvii46 son sin duda una de las grandes familias de la primera mitad del
siglo II a.C .. Plebeyos, oriundos de Tusculum, los Fulvios se establecieron en
Roma durante el siglo IV a.C. El primer Fulvio cónsul fue M. Fulvius Flaccus, en
264 a.C.; pero el auge de esta familia se sitúa sobre todo entre el 193 y el 174 a.C.
Durante este periodo, la tenaz oposición a los Escipiones desarrollada sobre todo
por M. Valerio y M.Porcio Catón, promovió indirectamente el ascenso político de
un grupo de gentes de menor importancia, lanzadas a la consecución de las pretu-
ras y los consulados, entre las cuales la de los Fulvios fue quizás la más importan-
te y activa. La gens alcanzó su cénit en 179 a.C., cuando dos Fulvios hermanos de
nacimiento, Q. Fulvius Flaccus y L. Manlius Acidinus Fulvianus, ocuparon con-
juntamente el consulad0 47 , a la vez que otro Fulvio, M. Fulvius Nobilior, fue ele-
gido censor. Durante este periodo, la asociación política de los Fulvios con los
Sempronios, Hostilios, Mucios, Claudias y Valerios fue frecuente y muy estrecha.

42 Scullard, p. 282.
43 Scullard, p. 143.
44 Plut. Tib. Grac. 5-6; Claud. Quadr. fr. 73; Val. Am. fr. 57; Cic. De harusp. responso, 43; De
viro ill. 59; Vel. Pat. 2,2,1; Marc. Cap. 5,456.
45 Scullard, p. 187.
46 Scullard, pp. 184-189.
47 Liv. 40,43,4 recuerda que fue el primer plebeyo adoptado por una gens patricia; Vel. Pat.
2,8,2; Fast. Cap.: hei fratres germani fuerunt.
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M.Fulvius Nobilior48 (Vlt., 193-192) extendió los límites de su provincia com-


batiendo a una gran coalición de vettones, vacceos y celtíberos cerca de Toletum,
apresando vivo a un rex Hilernus 49 • Sus guerras contra estos pueblos, hechas en
combinación con el pretor de la Citerior, C. Flaminius, ocasionaron el definitivo
ocaso militar de los vettones y la conquista de la Meseta meridional. Fulvio reci-
bió la ovatio por estos hechos que tal vez hubieran merecido una mayor recom-
pensa. En 189 alcanzó el consulado con la oposición de los Escipiones y ante la
división de la nobilitas, que fue incapaz de ponerse de acuerdo para elegir al otro
candidato. Fulvio entonces cooptó a Cn. M anlius. Al año siguiente, los dos pro-
cónsules obtuvieron el mando sobre Etolia y Asia, desplazando a Q. Fabio Labeo
y a L. Escipión.
Q. Fulvius Flaccus 50 (Cit., 182-181) tuvo como compañero en la otra provin-
cia también a un Manlio, P. Manlius, donde podemos ver nuevamente que la
estrecha asociación entre los Fulvios y los Manlios se mantenía diez años después.
Las campañas de ambos contra los celtíberos son la continuación lógica de las de
N obilior y Flaminio en 193-192 y terminaron por convertir la Meseta meridional
y la Celtiberia citerior en parte del dominio romano en la Península. A su regre-
so a Roma fue elegido cónsul para 179, mientras esperaba fuera del pomerium
para celebrar el triunfo, y cooptado por el colegio de los pontífices. De resultas
de su consulado, celebró un segundo triunfo sobre los ligures y en 174 a.C. fue
elegido censor junto con M. Emilio Lépido, coronando así una carrera que había
recibido de la pretura en Hispania Citerior su principal impulso.
Del pretor del 167, Cn. Fulvius Gillo (Cit.) no sabemos prácticamente nada ya
que a partir de esta fecha la pérdida de la narración Liviana constituye una pérdi-
da irreparable.
Los Manlii 51 proporcionaron también 3 praetores de las provincias hispanas
durante este periodo. Una de las maiores gentes romanas, durante los siglos IV y
III los Manlios ejercieron durante los periodos 360-356 y 247-245 una clara hege-
monía en la política romana en conexión con otra de las gentes más importantes,
los Fabii. Durante el periodo posterior a la segunda Guerra Púnica, sin embargo,
los Manlios parecen haberse asociado a los Claudios y, en particular, a los Fulvios
para contrarrestar la hegemonía de los Escipiones. El punto culminante de esta
colaboración y amicitia fue la adopción de un Fulvio de origen, L.Manlius Acidi-
nus Fulvianus, para evitar la extinción de la gens.

48 Scullard, pp. 135-136.


49 Liv. 35,7,6.
50 M. Salinas, «Q. Fulvius, Q.f., Flaccus» Studia Historica. HistOria Antigua, VII, 1989,69-83.
51 Scullard, pp. 9 Y 32.
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P. Manlius (Cit?, 195; ¿Ult., 182?) constituye un pequeño enigma. Elegido


triunvir epulón al constituirse este colegio en 196, fue elegido pretor de la Hispa-
nia Citerior ese mismo año bajo la presidencia del cónsul M. Claudio Marcelo.
Otros dos pretores elegidos fueron Cn. Manlius Vulso y P.Porcius Laeca; los cón-
sules electos fueron L. Valerius Flaccus y M. Porcius Cato. las elecciones para el
19,5, por consiguiente, parecen haber estado dominadas por la alianza de los Por-
cios y los Manlios, con el soporte de los Fabios y los Claudios 52 • A partir de este
año la influencia de los Escipiones dentro de la política romana entrará en una cri-
sis cada vez más acusada por la oposición de estas familias que sólo muy relativa-
mente podemos calificar de «conservadoras». El consulado de Catón y su poste-
rior censura debieron jugar un papel muy importante en ello y lo cierto es que a
partir del 195 la nómina de los pretores hispanos registra pocos individuos perte-
necientes al círculo de los Escipiones. Una noticia de Plutarc0 53 dice que Catón
expulsó del Senado a un cierto Manilio que aspiraba al consulado, por haber besa-
do a su mujer en presencia de su hija. Como no hay ningún Manilius que haya
sido pretor en los años anteriores, se ha supuesto que el gentilicio dado por Plu-
tarco es erróneo y que el individuo en cuestión sería en realidad P. Manlius, pre-
tor de la Hispania Citerior en 195 54 . De ser cierta esta hipótesis, quedan sin expli-
car las causas de su enemistad con Catón, que tal vez puede haberse remontado a
su servicio en Hispania a las órdenes del cónsul. P. Manlius habría re entrado en
el Senado al desempeñar una nueva pretura en 182, esta vez en la Hispania Ulte-
rior, teniendo como compañero en la Citerior a Q. Fulvio Flaco. Las relaciones
entre ambos pretores parecen haber sido buenas, ya que coordinaron sus opera-
ciones contra los celtíberos y vacceos 55 , y Scullard considera la elección de Man-
lio para el 182 un triunfo del grupo liderado por los Fulvios 56 . En nuestra opi-
nión, sin embargo, no puede excluirse que los Manlios pretores en Hispania en
195 y 182 hayan sido dos personas diferentes.
L. Manlius Acidinus Fulvianus (Cit., 188) era, como hemos dicho antes, un
Fulvio de origen y su elección para la pretura se hizo bajo la presidencia de M.
Fulvio Nobilior. La actuación de Nobilor en estas elecciones se produjo con gran
arrogancia, ya que bloqueó la candidatura de Emilio Lépido, un hombre vincula-
do a los Escipiones 57 • Prorrogado como propretor, obtuvo la ovatio al regresar a

52 Scullard, p. 110.
53 Plut. Cato Mai. 17,7.
54 MRR 1, pp. 338-339 nota 9, y 382-383, nota 1.
55 Liv.40,16,7.
56 Sobre las relaciones entre ambas familias, d. Scullard, p. 184; en p. 203 cree que Manlio murió
en torno al 180.
57 Liv. 50,38,5; Scullard, pp. 138 Y 140.
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Roma 58 pero no alcanzó fácilmente el consulado, ya que hubo de esperar hasta el


179 en que lo desempeñó con su hermano carnal Q. Fulvio Flaco. Entre 183 y 181
participó como legatus en una embajada a los galos y en la deducción de la colo-
nia de Aquileia 59 •
Como hemos expuesto anteriormente, los Clau dii60 , una de las gentes más
importantes en la historia de la república romana, durante este periodo estrecharon
relaciones con otras gentes, como los Fulvios y Sempronios para competir con éxito
por el liderazgo político con los Escipiones. Hay que admitir, no obstante, que por
esta vía obtuvieron sólo un limitado éxito, ya que solamente uno, M. Claudio Mar-
celo, obtuvo el consulado, que desempeñó en tres ocasiones (166, 155 Y 152).
Ap. Claudius Nero 61 (Vlt.?, 195) había sido legatus de Flaminio durante la
guerra con Filipo y fue elegido pretor para Hispania junto con P. Manlius. Pos-
teriormente a la pretura, fue miembro de la comisión decenviral enviada a Asia
para acompañar a Cn. Manlio Vulso en las negociaciones de paz con Antíoco
(189), pero no alcanzó el consulado. Tal vez esto sucediera por oposición de
Catón, de quien se conoce un discurso de moribus Claudi N eroni62 que tal vez se
refiera a él. En ese caso, tendríamos que Catón se enemistó con los dos pretores
que estuvieron a sus órdenes en Hispania en el año 195.
Ap. Claudius Centho (Cit., 175) no realizó nada de importancia en su provin-
cia, substancialmente en paz desde los acuerdos de Graco con los celtíberos pac-
tados tres años antes. Por ello, la ovatio que celebró a su regreso a Roma tal vez
se debiera más a la influencia política de sus socios (Q. Fulvio Flaco fue elegido
censor en 174) que a sus méritos personales 63 .
M. Claudius Marcellus, finalmente, es una gran figura militar que aprovecha la
influencia de su gens para realizar un cursus brillantísimo. Elegido muy joven
pontífice para llenar la vacante producida por la muerte de su padre (177)64, fue
elegido pretor para 169 con jurisdicción sobre toda Hispania que en dicho año fue
reducida a una sola provincia, debido a la necesidad de magistrados por la guerra
contra Perse0 65 • Prorrogado propretor para 168, tomó la ciudad de M arcolica

58 Liv. 39,29,4.
59 Scullard, pp. 167 Y 179; Liv. 39,54,13-55,4; se conserva una inscripción de Aquileia referente
a L. ManIio: CIL 1, 2, 538.
60 Scullard, pp. 36-38.
61 Scullard, pp. 102 Y 137.
62 frs. 101 M Y 102 M; Scullard, p. 261 supone que se refieren a Ti. Claudius Nero, cuestor en
185, o a Ap. Claudius Nero, pretor en 195.
63 Liv. 41,28,1; Scullard, p. 192.
64 Scullard, p. 187; también pp. 203, 229 Y 233.
65 Liv.43,15,3.
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pero no le fueron concedidos ni el triunfo ni la ovatio, aunque obtuvo su recom-


pensa al ser elegido cónsul para el 166. En 153 fue elegido cónsul III para encar-
garse de la guerra contra Numancia, sólo dos años después de su segundo consu-
lado. La elección de Marcelo en esta ocasión estaba claramente determinada, tanto
por su prestigio militar, cuanto por conocer ya la provincia desde la época de su
pretura y haber adquirido experiencia en la guerra de montaña durante su primer
consulado, contra los ligures.
La conclusión que se obtiene del análisis de los pretores hispanos del 197-167
a.C. es que durante este periodo el mando en las provincias hispanas fue visto
como algo interesante por las principales familias aristocráticas romanas, porque
proporcionaba el prestigio militar y la riqueza necesaria para acceder al consula-
do. Si en el periodo del 218-198 a.C. la política romana en Hispania estuvo orien-
tada sobre todo por los Escipiones, que situaron a individuos de su familia o de
familias afines en los mandatos provinciales, el periodo del 197-167 muestra una
recesión de esta importancia de los Escipiones. En nuestra opinión ello se debe
tanto a las circunstancias generales de la lucha política 'dentro de Roma, que ve el
declive de la influencia de Escipión en este periodo, que alcanza su cota más baja
con el juicio contra su hermano en 184 a.C., como a las circunstancias particula-
res del dominio romano en Hispania. Entre esas circunstancias particulares el
mando consular de Catón en Hispania parece haber sido muy importante, así
como su actividad opositora a los Escipiones. Vemos, efectivamente, que las fami-
lias que dan mayor número de pretores a Hispania durante este periodo son aque-
llas que, aprovechando la rivalidad entre los Escipiones y el grupo liderado por
Catón, dominan la política romana durante este periodo: los Fulvios, Claudios,
Sempronios y Manlios principalmente.

4. ORGANIZACIÓN DE LAS PROVINCIAS

En el año 197, como hemos visto, fueron enviados los primeros pretores, C.
Sempronio Tuditano a la Hispania Citerior y M. Helvio a la Hispania Ulterior,
con el encargo de delimitar las fronteras provinciales. A finales del año, una carta
de M. Helvio daba cuenta de la sublevación contra Roma de los reyes Culchas y
Luxino, a la que se habían unido las ciudades fenicias de Malaca y Sexi en la costa
meridional. Más tarde, otra carta dio a conocer en Roma que el pretor de la Cite-
rior, Tuditano, había sido herido en combate y posteriormente había muert0 66 .
Ante estas noticias, los pretores del 196, Q. Minucio Thermo y Q. Fabio Buteón,

66 Liv. 33,21, 6;33,26,5.


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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 57

fueron enviados con mayor número de tropas. Se le asignó a cada uno una legión
de las cuatro que los cónsules habían reclutado, además de 4.000 aliados de infan-
tería y 300 de caballería67 • No parece que con estas fuerzas los nuevos pretores
consiguiesen nada decisivo, ya que al año siguiente se tomó la resolución de
enviar a uno de los cónsules además de los dos pretores ordinarios para dominar
la situación. Entretanto, el antiguo pretor de la Ulterior, M. Helvio, no había
podido abandonar la provincia debido a una larga enfermedad.
Como provincias consulares para el 195 se designaron Italia y la Hispania
Citerior. Al cónsul que recibió Hispania se le asignaron dos legiones, 15.000 alia-
dos de infantería, 800 de caballería y 20 naves. Este mando recayó en M. Parcia
Catón. El senado además envió como pretor a la Citerior a P. Manlio, como adiu-
tor del cónsul, que debería hacerse cargo de la legión mandada por Minucia Ther-
mo; de la misma manera que el pretor de la Ulterior, Ap. Claudia Nerón, se haría
cargo de la legión que había mandado Fabio Buteón. A cada pretor, además, se le
asignaron como refuerzos 2.000 infantes y 200 jinetes 68 •
Con estas tropas, pues, se presentaron los magistrados romanos en Hispania
para operar conjuntamente bajo el mayor imperium y los auspicia del cónsul. En
unas circunstancias así, era evidente que los límites provinciales, divisiones artifi-
ciales impuestas por Roma, que no atendían a las divisiones étnicas ni culturales
ni a las relaciones económicas y humanas previamente existentes entre las comu-
nidades que habían caído bajo su dominio, no podían ser respetados si la actua-
ción militar romana quería ser eficaz. Por otra parte también, el alejamiento geo-
gráfico y el hecho de que la única comunicación posible con Roma fuesen la espo-
rádica correspondencia de los magistrados de Hispania, eran factores que hacían
que éstos actuasen con gran libertad e independencia de los criterios establecidos
por el Senad0 69 •
Como nuestro objetivo no es hacer una historia de la conquista romana,
vamos a resumir muy brevemente la actuación militar romana en el 195 7 Parece °.
que Catón, después de desembarcar en Ampurias, comenzó asegurándose el
dominio de la Cataluña septentrional, donde sólo los ilergetes permanecían fieles
a Roma, derrotando a los bergistanos, y luego se desplazó a Tarraco donde esta-
bleció sus campamentos de invierno. Entretanto, P. Manlio se había desplazado a
la Ulterior con su ejército, donde se hizo cargo también del ejército de Claudia

67 Liv. 33,26,3.
68 Liv.33,43,1-8.
69 Richardson, pp. 123-125.
70 Las fuentes principales son: Liv. 34,8,1-21,8; Plut. Cato Mai. 10; Ap. lb. 39-41; la mayoría
están recogidas en FHA III, 1935, pp. 177-194.
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la FRíAS
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Nerón que, extrañamente, no ha sido el comandante militar de su provincia. Man-


lio concedió una escolta de 6.000 hombres a M. Helvio para que abandonase la
provincia y éste debió ir a encontrase con Catón en Ampurias o, más probable-
mente, Tarraco. Sólo cuando los turdetanos llamaron en su ayuda un ejército
mercenario de 10.000 celtíberos, Manlio solicitó la presencia de Catón en la pro-
vincia. Catón ofreció a los celtíberos que se pasaran a los romanos por una sol-
dada doble a la que recibían de los turdetanos, o regresar sin molestias a celtibe-
ria, o señalar fecha para un combate. Los celtíberos, al no lograr ponerse de acuer-
do entre sí, se dispersaron y el cónsul pudo saquear Turdetania, como antes había
hecho en Cataluña y el valle del Ebro. No está claro el camino que siguió Catón
de regreso, pero parece que fue por la Meseta, donde atacó Segontia y donde pro-
nunció su oratio apud equites en N umantia.
El resto del año Catón 10 invirtió en organizar la explotación y administración
de la Hispania Citerior. Para algunos historiadores, la actividad organizadora de
Catón es muy importante para el desarrollo y organización de las provincias his-
panas; pero a nuestro juicio la importancia que se ha concedido a Catón en ese
sentido es excesiva. Hay que tener en cuenta, primero, que el cónsul vino bastan-
te tarde a su provincia, bien entrado el verano, hacia los meses de junio-julio 71 • La
mayor parte del tiempo lo hubo de emplear guerreando e, incluso, a la vuelta de
Turdetania tuvo que hacer frente a nuevas defecciones y resistencias al norte del
Ebro; en estas condiciones, no parece que pudiera desarrollar una actividad orga-
nizadora de largo alcance. Lo que caracteriza el gobierno de Catón en Hispania
es más bien su avidez de botín y riquezas y el énfasis puesto, por esta vía, en el
ahorro de fondos estatales 72 • En realidad, Catón no sostuvo ninguna batalla cam-
pal de importancia frente a los enemigos sino que practicó fundamentalmente
correrías de devastación y saqueo.
La única actividad administrativa que las fuentes atribuyen a Catón es preci-
samente el establecimiento de grandes impuestos sobre las salinas y las minas de
plata y hierro de la Citerior73 • Dichas salinas son probablemente las de Cardona
y las minas de plata e hierro debían ser las del Pirineo y, tal vez, las de la vertien-
te oriental del Sistema Ibérico. Las minas de plata más importantes, no obstante,
eran las de Cartagena, que pertenecía también a la Hispania Citerior. Se ha discu-
tido si esta medida de Catón significó el traspaso a manos del estado de las minas
de sal, hierro y plata de la Citerior y su explotación mediante arriendo concedido

71 Richardson, p. 80; un relato crítico de actividad de catón en Hispania, ibidem, 80-87.


72 PIut. Cat.Mai. 10,2; Cato frs. 51-59 (ORF, 3).
73 Liv. 34,21,7: pacata provincia vectigalia magna instituit ex ferrariis argentariisque, quibus
tum institutis locupletior in dies provincia fuit.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 59

por los pretores en Roma a compañías de publicanos, lo que constituía un siste-


ma complejo de explotación sobre la Península, o n0 74 . En nuestra opinión, el
famoso «mot» de Catón, de que la guerra debía alimentarse a sí misma75, más bien
induce a pensar que el cónsul, a través de su cuestor, lo que hizo fue imponer una
percepción directa con la ayuda del ejército sobre quienes practicaban la minería
de estas especies.
También se ha discutido si en 197, o en época de Catón, fue regularizado el
pago del stipendium, que constituye uno de los elementos básicos de la adminis-
tración provincial. A favor de esta idea se ha argumentado la mención en Livio a
partir del año 195 del argentum oscense como uno de los elementos del botín de
los generales romanos a su regreso de Hispania. Dicho argentum oscense ha sido
identificado con los llamados «denarios ibéricos», moneda de plata con cuño y
letrero indígenas pero que sigue la metrología romana. Para los historiadores que
sostienen esta tesis, dichas monedas habrían sido acuñadas por las comunidades
indígenas para pagar el stipendium a Roma y constituirían, de esta manera, la
prueba de la existencia de un sistema regular de tributación desde la misma fecha
de establecimiento de las provincias o poco después.
Richardson ha criticado esta teoría, tanto en la cronología propuesta como en
la finalidad de dichas monedas 76 • Según Richardson, el stipendium en el contexto
hispano de finales del siglo III y comienzos del siglo II no era el pago de tributos
de las comunidades a Roma, sino el pago previsto para los soldados romanos de
la provincia. En estas circunstancias, si las ciudades hispanas acuñaron moneda
como stipendium, hubieran debido hacerlo en bronce más bien que en plata, ya
que los soldados romanos fueron pagados con moneda de bronce hasta la década
del 140. Para Richardson, por consiguiente, el argentum oscense es probablemen-
te otra amonedación local, tal vez las dracmas ibéricas a imitación de las ampuri-
tanas, y no debe utilizarse como prueba de la existencia de un sistema de tributa-
ción en esta época.
Las años siguientes al consulado de Catón están dominados por la actividad
militar en Hispania, con guerras continuas contra los lusitanos, los vacceos y los
celtíberos. Para el año 180 fueron asignadas la Hispania Citerior a Ti. Sempronio
Graco y la Hispania Ulterior a L. Postumio Albino. El pretor saliente de la Cite-
rior, Q. Fulvio Flaco, envió una embajada al senado solicitando el licenciamiento

74 E. Badian, Publicans and sinners, Oxford 1972, pp. 32 SS.; en contra, J. S. Richardson «The
spanish mines and the development of provincial taxation in the second century Be.» ¡oumal of
Roman Studies 66, 1976, 139-152.
75 Liv. 34,9,12: bellum, inquit (se Cato), se ipsum aleto
76 Richardson, pp. 91-92, con un resumen de dichas teorías.
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del ejército con vistas, evidentemente, a solicitar el triunfo. Graco se opuso agria-
mente y al final se llegó a una solución de compromiso por la que el Senado,
teniendo en cuenta la duración de la guerra en Hispania, decretó una recluta espe-
cial para substituir a los más veteranos del ejército de Flaco, que regresarían con
él a Roma 77 •
Graco sin embargo no mostró ningún interés en hacerse cargo del gobierno de
su provincia, a la que debió llegar a mediados del verano, por lo que Flaco tuvo
tiempo de efectuar una razzia en el corazón de Celtiberia mientras llegaba su
sucesor. Hay claramente una tradición historiográfica favorable a Graco, de la
que nos han llegado alusiones desde la propia Antigüedad, pero parece evidente
que la actividad militar de Graco durante su pretura no fue nada notable y, en
todo caso, fue prácticamente nula durante su primer añ0 78 •
Prorrogados como propretores para el 179, Graco y Albino concertaron un
plan según el cual Albino, a través de Lusitania, se dirigiría contra los vacceos,
mientras Graco penetraba in ultima Celtiberia 79 • Fue con posterioridad a esta
campaña cuando Graco debió emprender una serie de medidas que constituyen,
que sepamos, el primer intento de organizar de una forma unitaria las posesiones
romanas en la Península o, al menos, una gran parte de ellas. La mayor parte de
las referencias a las medidas de Graco son literarias y se hallan en el contexto de
las guerras celtibéricas, lo que tiene importancia a la hora de determinar el alcan-
ce de dichas medidas para todas las comunidades de la provincia.
La referencia principal es Apiano, lb. 43, cuando, con motivo de las negocia-
ciones entre Segeda y Roma al inicio de la guerra numantina, expresa los conte-
nidos fundamentales de «los tratados de Graco» con los celtíberos: pago de un tri-
buto a los romanos, obligación de contribuir con tropas auxiliares al ejército
romano, y prohibición de fortificar nuevas ciudades. En un pasaje anterior, des-
cribiendo la actividad de Graco en Hispania, Apiano menciona su victoria en
Complega, probablemente una ciudad en el valle del Ebro (Contrebia Belaisca?),
y que Graco distribuyó tras esta victoria tierras a los pobres (aporoi) de la ciudad;
luego, estableció con todos los pueblos del área tratados muy precisos, de acuer-
do con los cuales ellos serían amigos (philoi) de los romanos 80 • El problema está
en determinar el alcance de las medidas de Graco y si estas medidas significaron

77 Liv. 40,35,3-36,11; sobre la entrega del mando de Fulvio Flaco a Sempronio Graco y estos
incidentes, d. M. Salinas, arto cit. pp. 74-77.
78 Un eco en Estrabón III, 4,13 Y su crítica a Polibio; d. G. Fatás, «Hispania entre Catón y
Graco» Hispania Antiqua V, 1975, pp. 269-313.
79 Liv.40,47,1.
80 Sobre los tratados de Graco con los celtíberos, d. M. Salinas, Conquista y romanización de
Celtiberia, Salamanca 1986, pp. 12-14.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS

una organización general de la administración provincial o no; particularmente si


Graco tenía poder para actuar fuera de los límites de su provincia y realizar algún
tipo de organización administrativa en la Hispania Ulterior. Richardson lo cree
firmemente y es quien ha acumulado más argumentos para demostrar que es
Graco el autor de los trazos fundamentales de organización de las provincias His-
panas 81 •
Richardson ha destacado la existencia de una inscripción en Mengíbar, Anda-
lucía, dedicada a Graco por el populus Iliturgitanus 82 • Aunque la inscripción
plantea numerosos problemas, desde la alusión a Graco como deductor hasta el
estatuto y naturaleza de la comunidad establecida; Richardson valora sobre todo
su congruencia con otros actos de Graco en su propia provincia como la funda-
ción de Gracchurris en el valle del Ebro. De acuerdo con su teoría de que en este
periodo los pretores no respetaban las fronteras provinciales o éstas no existían,
Richardson ve en la inscripción de Mengíbar la prueba de que la actividad orga-
nizadora de Graco tuvo un carácter general y no se ejerció sólo en su propia juris-
dicción. Esto desde luego plantea un problema, y es el de qué validez tenían los
actos de un pretor fuera de su provincia (que no fueran los exclusivamente mili-
tares) y sobre qué bases jurídicas podía Graco realizar una organización de una
provincia ajena, ya que no hay en las fuentes ninguna mención de que el Senado
le encomendase una tarea de esta naturaleza ni siquiera en la suya propia. En
segundo lugar, está la firme constatación de que «los tratados de Graco» fueron
siempre los tratados de Graco con los celtíberos; solamente se citan en el contex-
to de las guerras celtibéricas y no se mencionan para nada en cuanto a las relacio-
nes de otras comunidades (por ejemplo, de los lusitanos, de quienes estamos bas-
tante bien informados durante este periodo) con Roma, por lo cual difícilmente
pueden ser tenidos como la base de la organización provincial realizada por
Graco. Se añade además la circunstancia de que dichos tratados no fueron al pare-
cer ratificados por los comicios, sino únicamente por el Senad0 83 , y es difícil-
mente comprensible, por tanto, que las medidas que se supone constituyeron la
base de la organización provincial no hayan recibido la ratificación por parte de
la asamblea en Roma 84 .

81 Richardson, pp. 112-123.


82 A. Blanco y G. La Chica, AEA 33, 1960, pp. 193-195: Ti. Sempromo Graccho/ deductori/
populus Iliturgitanus. los problemas que plantea el epígrafe pueden ser consultados en C. Castillo,
«De epigrafía republicana hispano romana» Reunión sobre epigrafía hispánica de época romano-repu-
blicana, Zaragoza 1986, pp. 146-150.
83 E. Badian, Foreing clientela e, pp. 122-123.
84 Que es el procedimiento habitual, d. Luzzatto, p. 40.
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Otra evidencia sugeriría también -según Richardson- que los términos de los
tratados con los celtíberos fueron aplicados más ampliamente. Se refiere al esta-
blecimiento de una fiscalidad regular, expresada en la existencia de un tributo fijo
llamado stipendium 85 •
En el año 171 una embajada de algunos pueblos de Hispania se quejó ante el
senado de las arbitrariedades cometidas por algunos pretores durante su manda-
to. El Senado decidió que en el futuro ningún magistrado romano estableciese en
Hispania el precio del grano ni obligase a los hispanos a vender la vicésima que
pagaban al precio que él estableciese, ni se impusiesen prefectos en las ciudades
para recaudar los tributos 86 . Para Richardson, la reclamación de los hispanos
muestra que en el 171 ya existía el sistema de tributación fijo conocido como sti-
pendium, de cuyos abusos se quejaban aquéllos, y puesto que, según él, hasta el
180 a.C. aproximadamente el stipendium hispano no era más que la soldada del
ejército librada por el Senado o recaudada en el territorio, debe atribuirse a Graco
el establecimiento de dicho sistema general de tributación.
En nuestra opinión, la identificación de «los tributos fijados por Graco» que
formaban parte de sus tratados con el stipendium que Cicerón describe como un
vectigal certum 87 es arbitraria. Lo más probable es que dichos tributos fuesen
contribuciones semejantes a las que en otras ocasiones, antes y después de Graco,
los generales victoriosos impusieron sobre los celtíberos y otros pueblos hispa-
nos 88 . Hay que tener en cuenta que en 154-153, cuando estalla el conflicto con
Segeda, los mismos Segedenses afirman que la obligación del tributo y de enviar
auxiliares al ejército le había sido condonada por el Senado, a lo cual los romanos
respondieron que efectivamente era así, pero sólo por el tiempo que el Senado
quisiera 89 . Una respuesta semejante confirma que los tributos fijados por Graco
que pagaban los de Segeda efectivamente habían dejado de tributarse hacia el 153
a.C. y una situación de esta naturaleza es incompatible (si tenemos en cuenta, ade-
más, que Segeda en modo alguno era una civitas libera et inmunis) con la hipóte-
sis de que dichos tributos fuesen el vectigal certum o stipendium que Cicerón
menciona como característico de la tributación hispana. Cicerón, además, cita a
los cartagineses junto a los hispanos como pueblos que pagan el stipendium. Aun-
que Richardson niega validez histórica, sin dar razones para ello, a la noticia de

85 Riehardson, pp. 114-116.


86 Liv.43,2,1-12.
87 Cie. Verr. II 3,6,12: vectigal certum, quod stipendiarium dicitur.
88 M. Salinas, Conquista y romanización de Celtiberia, pp. 132-134.
89 Ap: lb. 44.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS

Floro de que Escipión Africano convirtió a Hispania en una provincia estipen-


diaria 9o , la cita conjunta por parte de Cicerón de cartagineses e hispanos como
pueblos sujetos a esta forma de tributación refuerza, en nuestra opinión, la posi-
bilidad de que, efectivamente, se remonte al Africano, que organizó sus conquis-
tas tanto en Hispania como en Africa, el establecimiento de este impuesto que
luego se extendería sucesivamente a las comunidades que en tiempos posteriores
fueron conquistadas por Roma.
La importancia de la década del 179-170 para la organización y el desarrollo
administrativo de las Hispaniae no puede sin embargo ser negada, y la gestión de
Sempronio Graco cae dentro de dicho periodo. La respuesta a la reclamación de
los hispanos en 171 y la creación de Carteia como colonia libertinorum ese mismo
año muestran que el Senado estaba interesado cada vez más en regular la admi-
nistración de Hispanian e interesarse y que se interesaba, aunque tímidamente,
por los derechos y el bienestar de los provinciales.

90 Floro 1,33,7: quasi novam integramque provznciam ultor patris et patrui Scipio ille mox Afri-
canus invasit, isque statim capta Carthagine et alii urbibus, non contentus Poenos expulisse, stipendia-
riam nobis provinciam fecit.
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CAPÍTULO 111

EL GOBIERNO DE LAS HISPANIAS DURANTE LAS GUERRAS


CONTRA LOS LUSITANOS Y LOS CELTÍBEROS (155-82 A.C.)
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Durante el periodo que va del año 155 al 82 a.C. la conquista romana experi-
mentó su mayor impulso en la Península, ya que unas dos terceras partes de ella
(ambas Mesetas y la franja atlántica occidental) cayeron bajo el dominio romano
.durante este periodo. Dentro de él pueden distinguirse a su vez dos etapas: la que
va del 155 al 133 a.C., y del 133 al 82 a.C. Durante la primera de ellas se produ-
cen las grandes guerras contra los lusitanos y los celtíberos, que son casi sincró-
nicas y que terminan respectivamente con la rendición de Tautalos a Décimo
Junio Bruto en 138 y la de Numancia a Escipión Emiliano en 133 a.C. Entre 137
y 133 Bruto proseguiría sus campañas contra los galaicos. En 132 Roma envió una
comisión de diez senadores para organizar los territorios conquistados en Hispa-
nia por Escipión y por Junio Bruto.
A pesar de que en 132 puede parecer que la mayor parte del territorio penin-
sular estaba conquistado y pacificado, las guerras contra los celtíberos y los lusi-
tanos no cesaron por ese hecho. Los lusitanos continuaron sublevándose hasta la
época de la pretura de César en la Ulterior y proporcionando, con ello, ocasiones
de triunfar a los pretores de la provincia, debidamente registradas en los Fasti. Los
celtíberos por su parte tampoco permanecieron tranquilos ya que las causas que
habían llevado al estallido de la segunda guerra celtibérica (desigual reparto de la
propiedad de la tierra, creación de nuevas ciudades, etc.) continuaban estando
presentes. En el año 99 a.C. estalló una sublevación en toda celtiberia y fue nece-
sario enviar, como se había hecho durante el periodo anterior, a uno de los cón-
sules para dominar la situación. Fue enviado Tito Didio que permaneció como
procónsul en la provincia hasta el año 93, en que fue reemplazado por otro cón-
sul, C. Valerio Flaco. Este a su vez permaneció en Hispania hasta el año 81 a.C.,
en que regresó a Roma para ayudar a la facción silana en el contexto de la guerra
civil. El proconsulado de Flaco en Hispania, con doce años de duración, es el más
largo de todo el periodo republicano.
Cuando Valerio Flaco regresó a Roma la situación, tanto en la Península como
en Italia, había cambiado completamente. La feroz represión llevada a cabo sobre
los celtíberos hizo que éstos no se sublevaran nunca más en el futuro. Los lusita-
nos, por su parte, dejaron de constituir un problema importante, aunque todavía
68para uso exclusivo de MANUEL SALINAS
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la FRíAS
PEC del curso 2020-2021

hubieron de pasar veinte años hasta que César los dominó completamente practi-
cando la misma política de exterminio. En Roma, entretanto, Sil a había sido nom-
brado dictador perpetuo y acometió un amplio programa de reformas legislativas
y de la administración. Entre ellas, mediante una lex Cornelia de praetoribus, Sila
reguló el funcionamiento de la pretura y de los gobiernos provinciales, dentro de
la reestructuración y ordenamiento del cursus honorum por él realizado. A partir
de esta reforma, los gobiernos provinciales quedaron confiados a ex pretores y ex
cónsules que pasaban a desempeñarlos como propretores y procónsules de una
manera regular, a la vez que el número de los mismos pretores se aumentó de seis
a ocho a fin de proveer las necesidades de la administración creadas por el aumen-
to de las quaestiones perpetuae y la formación de nuevas provincias.
Por consiguiente, parece adecuado situar en el año 82 a.C. un corte en el estu-
dio de la evolución del gobierno de las provincias hispanas. Con anterioridad a
esa fecha hay unos rasgos comunes a todo el periodo que va del 155 al 82, el más
importante de los cuales es la continuidad de la política de conquista y expansión.
Durante este periodo las provincias romanas de Hispania ya estaban constituidas,
desde el 197 a.C., y fijados los procedimientos y las tareas principales de los
gobernadores, entre las cuales la más importante era la dirección de la guerra. A
partir del 82 a.C., esa función militar pasó, se puede decir, a un segundo plano. A
medida que los territorios peninsulares conquistados por Roma se fueron roma-
nizando progresivamente durante el siglo 1 a.C. y aumentó la presencia de inmi-
grantes itálicos en ellos, o el número de provinciales que adquirieron el estatuto
de ciudadanía, las funciones administrativas de los gobernadores pasaron a ser
dominantes; de manera que con estos cambios, junto con otros respecto al esta-
tus de las personas nombradas como gobernadores, el periodo del 82 al 27 a.C.
aparece como una época de transición entre lo que fue el gobierno de las provin-
cias hispanas durante la República y lo que será durante el Imperio romano.

1. LAS PROVINCIAS CONSULARES

A partir del 155 a.C. tenemos nuevamente un relato cronológicamente segui-


do y coherente de la actividad romana en Hispania debido al estallido de nuevas
grandes guerras, esta vez contra los lusitanos y celtíberos, que se extienden hasta
el 133 a.C. La fuente principal a este respecto es la Iberiké de Apiano (caps. 44-
98). Aunque se ha discutido mucho el valor historiográfico de la Iberiké y las
fuentes utilizadas por Apiano para su composición 1, su obra por lo menos pro-

La discusión más reciente en Richardson, pp. 194-198.


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DE LAS PROVINCIAS del curso 2020-2021
HISPANAS

porciona un relato coherente y libre de los excesos de la analística utilizada por


Livio. Apiano ordena su material más bien por provincias que por años, pero
dentro de la sección dedicada a cada provincia sigue un orden cronológico. Esta
estructura, sin embargo, plantea problemas a la hora de fijar la cronología de los
gobernadores en Hispania y de correlacionar los gobernadores que actuaron
simultáneamente en cada una de las dos provincias hispanas, 10 que tiene impor-
tancia sobre todo a la hora de establecer la cooperación o no (por razones políti-
cas, estratégicas, etc.) entre ellos.
Estas dificultades son más importantes por lo que respecta a los gobernado-
res de la Hispania Ulterior que a los de la Hispania Citerior. Desde el 153 a.C.,
que es cuando comienza Apiano el relato de la guerra en esta provincia, Roma
envió como norma general a uno de los cónsules del año para hacerse cargo de
la guerra contra Numancia, lo que permite que en los casos de duda acerca de la
cronología del magistrado, ésta puede resolverse recurriendo a los Fasti Capito-
lini y Consulares. En cambio, Roma no envió un consular a la Hispania Ulterior
sino hasta el 145 a.C., cuando Q. Fabio Máximo Emiliano fue enviado para com-
batir a Viriato. La cronología y el desarrollo mismo de la guerra contra Viriato
están distorsionados por la visión romántica y heroizadora de este personaje en
buena parte de la historiografía, debida a la filosofía cínica y estoica, y al empe-
ño de relacionarlo con Galba. Las derrotas romanas a manos de Viriato se con-
vierten en venganza de la matanza de lusitanos cometida por la perfidia del pre-
tor romano; la generosidad y nobleza del jefe lusitano constituyen la contrapar-
te de la avaricia y doblez del general roman0 2• Este deseo de vincular la guerra
de Viriato y la matanza de Galba hace que la cronología de dicha guerra sufra
una distorsión de un par de años (datación de la pretura de Vetilio en 147 o 146,
datación de Pompeyo Aulo en 143 o 141, datación de Servilio Cepión en 140 o
139 a.C.)3.
En cuanto al relato de Tito Livio, perdido para este periodo, sobrevive sola-
mente en dos epítomes que sin embargo constituyen un contrapunto interesante
a la narración de Apiano.
Los dos primeros gobernadores hispanos que menciona Apiano son los pre-
tores Manilio y Pisón, probablemente los gobernadores de la Hispania Ulterior

L. García Moreno, «Infancia, juventud y primeras aventuras de Viriato, caudillo lusitano»,


Actas del I Congreso Peninsular de Historia Antigua, Santiago de Compostela 1988, vol. II, pp. 373-
382, donde se subrayan sobre todos los rasgos cínicos en el modelo del personaje de Viriato.
3 Problemas de cronología: A. Schulten, Fontes Hispaniae Antiquae, fase. IV. Las guerras del
154-72 a. de j. c., Barcelona 1957, pp. 96-140; H. Simon, Roms Kriege in Spanien, 154-133 v. c., Mün-
chen 1962, pp. 68-86 Y 192-194; H. Gundel, « Viriato, lusitano, caudillo en las luchas contra los roma-
nos, 147-139 a.c.» Caesaraugusta 31-32, 1968, pp. 175-198.
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durante los años 155 y 154. Estos hubieron de enfrentarse a una sublevación de
los lusitanos llamados autónomos y de los vettones, que vencieron a los ejércitos
romanos y después de devastar el litoral de los blastofenicios y de los conios del
Algarbe, cruzaron el Estrecho de Gibraltar. En el norte del Africa, cerca de Tán-
ger, fueron derrotados por L. Mumio, pretor de la Ulterior en 153, que por esta
razón recibió el triunf0 4 •
Al año siguiente, M. Atilio (152) realizó una guerra contra los lusitanos,
tomando una de sus ciudades, tras la cual firmó con los lusitanos y vettones tra-
tados en los que se contemplaba un reparto de tierras a los hispanos s. Como los
tratados no fueron respetados por los mismos indígenas, el sucesor de Atilio, Ser.
Sulpicio Galba (151-150), atacó nuevamente a los lusitanos. Al año siguiente,
Galba y el procónsul de la Hispania Citerior, Licinio Lúculo, que había hecho la
guerra a los vacceos sin autorización del Senado, atacaron conjuntamente a los
lusitanos. Para inducir su rendición, Galba les prometió tierras a cambio de las
armas pero, cuando los hubo desarmado, pasó a cuchillo a la mayoría 6•
La guerra en Hispania Citerior comenzó en 153 a.c., cuando como conse-
cuencia del desacuerdo entre Roma y la ciudad de Segeda, que se había engran-
decido mediante el sinecismo de otras comunidades celtibéricas como la de los
titos, el senado envió al cónsul Q. Fulvio Nobilior, que atacó a los segedenses y
sus aliados, los numantinos. Nobilior pudo impedir que los segedenses conclu-
yeran el amurallamiento de su ciudad, pero no tuvo éxito frente a Numancia 7 . La
guerra fue terminada por el cónsul del año siguiente, M. Claudio Marcelo, que
concluyó un acuerdo con los arévacos, belos y tittos 8, de manera que su sucesor
Licinio Lúculo (cos. 151), ávido de riquezas y de gloria, atacó sin autorización a
los vacceos 9 y, al año siguiente, en combinación con Galba, a los lusitanos.
A pesar de que el Senado rechazó el tratado de Marcelo con los celtíberos y
ordenó al cónsul seguir la guerra, Apiano cierra con la campaña de Lúculo con-
tra los vacceos la primera sección de su relato sobre la guerra en la Citerior y
comienza a narrar los sucesos en la Ulterior, hasta la muerte de Viriato en 139. A
continuación vuelve a narrar los sucesos en la Citerior a partir de la campaña de
Q. Metelo Macedónico en 143-142 a.C., y no parece que entre 151 y 143 haya

Ap. lb. 56-57.


Ap. lb. 57; M. Salinas, La organización tribal de los vettones, Salamanca 1982, p. 34.
Ap. lb. 58-60.
Ap. lb. 44-47; A. Schulten, Numantia 1, Berlín 1914, resumido y traducido en Historia de
Numancia, Barcelona 1945; M. Salinas, Conquista y romanización de Celtiberia, Salamanca 1986, pp.
14-15,43,81, et passim.
8 Ap. lb. 48-50.
Ap. lb. 51-55.
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habido guerra entre los celtíberos y los romanos. Incluso en 147-146 el cuestor de
C. Vetilio obtuvo cinco mil soldados de los belos y los titos para combatir a Viria-
tolO. El estallido de nuevas hostilidades con los celtíberos es atribuido por Apia-
no a Viriato, que los incitó a declarar nuevamente la guerra aRoma 11.
En el año 145 fue enviado a la Ulterior el cónsul Q. Fabio Máximo Emiliano
para enfrentarse a Viriato. Emiliano consiguió algunos éxitos, pero las derrotas
subsiguientes de Quincio y de Pompeyo Aulo hicieron que en 141 se enviase nue-
vamente a un cónsul, F abio Máximo Serviliano, hermano adoptivo de Emiliano,
a quien Viriato obligó a pedir la paz y a suscribir un acuerdo por el que ellusita-
no era reconocido como amicus populi Romani. El cónsul del 140, Servilio
Cepión, hermano de Serviliano, logró que el Senado denunciara el tratado con
Viriato y, mediante insidias, consiguió su muerte a traición. Los lusitanos todavía
continuaron la guerra con Roma pero Décimo Bruto (cos. 138) terminó con su
resistencia y extendió la conquista romana hasta el curso del río Miño 12 .
La guerra comenzada en 143 entre los celtíberos y Roma se centró muy pron-
to en el asedio y defensa de Numancia 13 • Los distintos cónsules enviados a la
Citerior no obtuvieron ningún éxito frente a ella (Metelo Macedónico, 143-142;
Pompeyo Aulo, 141-140; Popilio Lenas, 139-138; Hostilio Mancino, 137; Emilio
Lépido Porcina, 137/136; Furio Filón, 136; y Calpurnio Pisón, 135), hasta que en
134 se eligió a Escipión Emiliano cónsul II a pesar de estar prohibida la iteración.
Dos consulares concertaron tratados de paz con los numantinos que fueron
rechazados por el Senado. Pompeyo Aulo a cambio de riquezas y de manera ver-
gonzante, retractándose cuando los numantinos se presentaron con la segunda
entrega de plata en presencia de su sucesor, Popilio Lenas, de los tribunos milita-
res y de unos representantes senatoriales. Hostilio Mancino aceptó un tratado al
verse acorralado junto con el ejército por los celtíberos.
En ambos casos parece que lo que los numantinos pretendían era el restable-
cimiento de los acuerdos de Graco. En efecto, y como indica Apiano, estos trata-
dos fueron siempre objeto de referencia durante la guerra celtibérica. Hemos
visto que en 152 los celtíberos pidieron la paz al cónsul Claudio Marcelo remi-
tiéndose a los tratados de Graco y que, aunque el Senado rechazó formalmente el
acuerdo entre Marcelo y los celtíberos, en la práctica no hubo más guerra hasta el
143, lo que equivale a su aceptación. Precisamente entre 147 y 145, como hemos
visto, los belos y los titos proporcionaron un contingente de cinco mil hombres

10 Ap. lb. 63.


11 Ap. lb. 76.
12 Ap. lb. 65-75.
13 Ap. lb. 76-98.
7para
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la PEC

al cuestor de C. Vetilio, el pretor de la Hispania Ulterior, para hacer la guerra a


Viriato. Por la disputa entre Segeda y los romanos en 153 sabemos que los trata-
dos de Graco incluían la prestación de auxiliares para el ejército romano, de
manera que cuando los belos y los titos proporcionaron al cuestor los cinco mil
soldados lo hicieron ateniéndose a lo estipulado en dichos tratados.
De la misma manera, cuando los celtíberos acorralaron a Mancino y le obliga-
ron a firmar la paz, fue determinante la presencia como cuestor de Tiberio Graco,
el hijo mayor de Sempronio. Los celtíberos confiaron en él antes que en el cónsul,
por la memoria de su padre, y de hecho Tiberio fue el autor del tratado con los
numantinos que el Senado no quiso aceptar so pretexto de que había sido concer-
tado sobre las leyes de los enemigos y no sobre las de los romanos 14 . Las razones
por las que el Senado sí aceptó el acuerdo de Serviliano con Viriato en 140 y en
cambio no aceptó el de Mancino en 137, concertado en circunstancias semejantes,
son desconocidas, pero lo más probable es que pesara sobre todo la enemistad de
los Escipiones, decididos a combatir a los Sempronios y sus aliados políticos y a
aplicar una política mucho más dura en Hispania. Podemos preguntarnos si Emi-
liano no vio la posibilidad de recuperar la influencia que su familia había tenido en
la Península forzando la guerra de Numancia hasta sus últimas consecuencias.
Si durante el periodo 197-167 las provincias hispanas estuvieron gobernadas por
pretores de rango proconsular, y no hay razones para pensar que entre los años 166
y 153 no siguiera ocurriendo así, a partir del 153 un gran número de los gobernado-
res provinciales fueron cónsules enviados a la Península durante el año de su magis-
tratura. Ello es especialmente notable en la provincia de Hispania Citerior, donde 12
de los 14 individuos con mando sobre ella fueron consulares. En la Hispania Ulte-
rior 4 de los 12 gobernadores conocidos durante este periodo son también cónsules.
Esta situación contrasta con la de la primera mitad del siglo I1, en que solamente un
individuo consular, M. Porcio Catón, recibió un mandato sobre alguna de las His-
panias. Algunos autores han apreciado en este fenómeno un cambio en la política del
Senado hacia la Península Ibérica. La explicación más razonable es que las guerras
del 155-133 a.C. fueron tan graves para el estado romano que hicieron necesaria la
presencia en Hispania de ejércitos mayores y, por consiguiente, de los comandantes
con un imperium mayor y una nueva experiencia, es decir, de los cónsules 15 .

14 Ap. lb. 80; Plut. Tib. Grac. 5-6; Liv. pero 55,56; Claud. Quadr. fr. 73; Val. Ant. fr. 57; Cic.
De harusp. responso 43; Velo Pat. 2,1,3 y 2,2,1; d. A. Schulten, F.H.A. IV, pp. 47-54.
15 El argumento de Richardson, pp. 132 Y 152, es un círculo vicioso, además de contradictorio:
se aumentó el estatus de los comandantes enviados a Hispania porque la importancia de las guerras así
lo exigía y, a la vez, las guerras cobraron importancia para el Senado por el superior rango de los
comandantes.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 73

El envío del primer cónsul de este periodo, Fulvio Nobilior, está vinculado a
la discusión del Senado con la ciudad de Segeda y al estallido de la guerra celtibé-
rica. En el relato de Apiano, la posición de Segeda fue en todo momento conci-
liatoria y la actuación por parte de Roma parece ser la de un estado con una deci-
sión ya tomada previamente a cualquier clase de negociación. Ello puede verse en
que el cónsul Nobílior, quien debía haber recibido Hispania Citerior como pro-
vincia el año antes, llegó tan rápidamente ante Segeda que sus habitantes no tuvie-
ron tiempo de terminar la construcción de las murallas 16 . Para Richardson, la
causa de este cambio de actitud del Senado romano, que implicaba el envío de un
cónsul a una de las provincias hispanas, se halla no en la evolución de los aconte-
cimientos en la misma Hispania, sino en la naturaleza misma del consulad0 17.
El rasgo esencial de la magistratura consular era, ante todo, el ser la jefatura
del ejército. Del éxito en su desempeño se podía esperar la concesión del máximo
honor para un general victorioso, el triunfo. Por lo menos un cónsul de cada pare-
ja anual podía esperar una guerra en la que combatir y por la que merecer el máxi-
mo honor posible. Desde el final de la guerra contra Perseo en 167 a.C. esta posi-
bilidad se había vuelto cada vez más remota dada la incontestable superioridad
romana y la ausencia de guerras exteriores. En el caso de la Península Ibérica,
desde el 178 a.C. no se celebraba el triunfo ni la ovatio de ningún general que
regresara de ella. Polibio informa que cuando en 156 el Senado envió al cónsul C.
Marcia Fígulo a combatir contra los ilirios, lo hizo para que la «larga paz» que se
experimentaba desde la victoria sobre Perseo no reblandeciera los ánimos de los
ciudadanos romanos 18 . La conclusión, para Richardson, es que el Senado destinó
a Hispania a uno de los cónsules del 153 porque no había otra provincia con
mejores expectativas de declarar una guerra.
Aunque el argumento de Richardson plantea pocas dudas y en líneas genera-
les resulta verosímil, plantea también algunos problemas de no poca importancia.

La pérdida del texto de Livio referente a este periodo nos ha privado de sus exactas referencias a
los contingentes militares puestos por el senado a disposición de los pretores o cónsules; las cifras
dadas por Apiano en su Iberiké son las siguientes: Nobilior, casi 30.000; Claudio Marcelo 8.000 infan-
tes y 500 jinetes; el ejército de L. Mumio en 153 tenía unos 14.000 hombres; Vetilio en 147, 10.000; G.
Plaucio 10.000 soldados y 300 jinetes; Fabio Emiliano, 15.000 infantes y 2.000 jinetes, habiéndosele
decretado 2 legiones por el Senado; Fabio Serviliano, 2 legiones: 18.000 infantes y 1.600 jinetes; de
Metelo dice que fue enviado con un ejército más numeroso; Pompeyo Aulo, 30.000 soldados y 2.000
jinetes; a Escipión Emiliano, en cambio, el Senado no le autorizó a realizar ninguna leva, ya que había
necesidad de hombres para otras guerras y gran cantidad de ellos en Iberia.
16 Ap. lb. 45.

17 Sus argumentos, en pp. 132-137.


18 PoI. 32, 13, 6-7.
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Si la decisión de enviar uno de los cónsules a Hispania estaba ya tomada en 154


es que el Senado había decidido forzar una guerra en la Península; ahora bien,
¿quiénes dominaban en el Senado en 154 para imponer o al menos alentar una
política así? En segundo lugar, ¿por qué se eligió la Hispania Citerior y no la
Ulterior? Richardson señala que sólo a partir del 146, cuando los dos cónsules
anuales estuvieron comprometidos en las guerras de Africa y Grecia, se reveló la
importancia de la guerra contra los lusitanos, y a finales del 145 el cónsul Fabio
Máximo Emiliano fue enviado a la Ulterior. De la misma manera los cónsules del
144, Sulpicio Galba y Aurelio Cotta, ansiaban ser destinados a dicha provincia, ya
que las guerras contra Cartago y contra la Liga Aquea habían terminado, pero sus
deseos fueron frustrados por Escipión Emiliano, que aseguró la prórroga del
mandato de su hermano Fabio Máximo 19 . Este razonamiento, no obstante, no
explica por qué el Senado no envió al cónsul del 153 a la Ulterior, donde ya había
guerra, en vez de a la Citerior. N o puede decirse que la situación en la Ulterior
careciese de peligro, ya que los lusitanos y los vettones no sólo habían derrotado
a dos ejércitos pretorianos, matando incluso a un cuestor, sino que a pesar de los
éxitos parciales de Mumio, el pretor del 153, atravesaron el Estrecho de Gibraltar
y saquearon el Norte de Africa. Una respuesta podría ser que durante el 155 yel
154 fueron decretadas como provincias consulares Dalmacia y Liguria, de donde
regresaron como triumphatores P. Escipión Nasica Córculo y Q. Opimio res-
pectivamente2o .
A pesar de ello, sigue sin estar claro por qué se eligió la Hispania Citerior -
donde, en principio, todavía no había una guerra- como la provincia donde des-
tinar al cónsul Nobilior. La explicación, en ese caso, tal vez pueda encontrarse en
el juego de intereses y competencia dentro de la nobilitas romana.
Entre el 160 Y el 155 a.c., Scullard sitúa un «revival» de los Escipiones en el
contexto de un recrudecimiento de la competencia política entre miembros de la
aristocracia21 . Así, en 162, P. Cornelio Escipión Nasica Córculo fue elegido cón-
sul pero posteriormente su elección fue anulada al anunciar el presidente de los
comicios, Ti. Sempronio Graco, que tanto él como su colega habían sido vitio cre-
a ti. En su substitución fue elegido P. Cornelio Léntulo; Nasica obtuvo la censu-
ra en 159 y el consulado en 155. En 160 fue cónsul M. Cornelio Cetego, en 159
Cn. Cornelio Dolabela, y en 156 L. Cornelio Léntulo Lupo; pero después del
consulado de Nasica en 155 los Cornelios hubieron de esperar al 147 para ver a
otro miembro de su familia, Escipión Emiliano, elegido cónsul. En este contexto,

19 Richardson, p. 137.
20 Insc. lt. 13,1,82 Y 557; sobre Opimio, PoI. 33, 10.
21 Scullard, pp. 226-228.
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la antigua alianza entre los Emilios y los Fulvios, que se remontaba a la censura
del 179 compartida por Emilio Lépido y Fulvio Nobilior, parece haberse renova-
do. El mismo Emilio Lépido, princeps Senatus durante veinte años, puede haber
ejercido su influencia en este sentido. De esta manera, el hijo mayor de Nobilior,
M. Fulvio, alcanzó el consulado en 159, y M. Emilio Lépido fue cónsul en 158.
Para el 154 a.C. fueron elegidos censores M. Valerio Mesala y Q. Casio Longi-
n0 22 • Los Valerios habían cooperado estrechamente con los Claudias y otras
familias para contrarrestar la influencia de los Cornelios en el Senado 23 ; habían
promocionado la carrera política de Catón y la formación de aquel «grupo inter-
medio» de senadores una de cuyas familias más prominentes eran los Fulvios. La
elección de Q. Fulvio Nobilior, probablemente el hijo menor del cónsul del 18924
y hermano del cónsul de 15925 , para el consulado del 153 puede haber contado
con la colaboración no sólo de los Fulvios y los Valerios, sino también de otras
familias que habían colaborado con ellos en el pasado, como los Postumios 26 •
Otros Fulvios ya habían ejercido el gobierno de las provincias hispanas y habían
luchado allí contra los celtíberos, el padre de Nobilior como pretor de la Ulterior
en 193-192, y Q. Fulvio Flaco en 182-181. Tal vez Nobilior esperaba utilizar las
influencias y los contactos de su familia en celtiberia como apoyo de su política
en la provincia. El comando sobre la Citerior, en la que los celtíberos estaban
ahora comprendidos, permitía esperar además a un general un gran enriqueci-
miento, ya que los pretores de la provincia durante 197-167 obtuvieron enormes
sumas de ella27 • Cuando Lúculo, dice Apiano, que fue enviado a la Citerior en
151, se encontró con que no podía hacer la guerra a los celtíberos, emprendió una
nueva contra los vacceos sin la autorización del Senado, reclamando oro y plata
de las ciudades atacadas.
El hecho de que a partir del 153 Roma enviase a uno de los cónsules, como
norma general, a la Península Ibérica no cambia en realidad para nada la estruc-
tura del comando sobre las provincias hispanas, tal como se había establecido
desde el 197 a.C. El hecho de que Roma enviase a un cónsul está en relación, ya
lo hemos visto, con la envergadura de las guerras en la Península y la necesidad
de sostener en ella mayores ejércitos con un comandante adecuado. En la medida

22 MRR 1, p. 449.
23 Scullard, pp. 37 Y 111.
24 MRR 1,360.
25 MRR 1,445.
26 Scullard, pp. 135, 190 ss.
27 M. Salinas, Conquista y romanización de celtiberia, pp. 132-134; G. Fatás, «Un aspecto de la
explotación de los indígenas hispanos por Roma: los botines de guerra de la CiteriOr» Estudios de la
Universidad de Zaragoza, 1973, pp. 101 ss.
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en que Roma envió cónsules durante su año de ejercicio, estos cónsules eran subs-
tituidos al año siguiente por uno de sus sucesores, pero puede verse también que,
siempre que era posible, se tendía a prorrogar el mandato de aquéllos, como pro-
magistrados, en la provincia que habían tenido encomendada durante el año ante-
rior28 • Las dificultades de Nobilior frente a los celtíberos en 153 no lo recomen-
daban para permanecer un año más. El cónsul del 152, Claudio Marcelo, tenía
prisa en arrogarse el honor de terminar la guerra y regresar, consiguientemente, a
Roma. Pero el cónsul del 151, Licinio Lúculo, vio prorrogado su mando para el
150, a pesar de que su actuación militar fue muy poco brillante. El cónsul del 143,
Metelo, fue igualmente prorrogado para el año siguiente; como el del 141, Pom-
peyo Aulo, y el del 139, Popilio Lena. El cónsul del 137, Hostilio Mancino, fue
depuesto por el Senado a raíz de firmar un tratado con los numantinos que el
Senado juzgaba vergonzoso; su colega, Emilio Lépido Porcina, fue encargado de
venir a España y entregar al excónsul a los numantinos dentro del ritual que
implicaba el rechazo del tratado. Los sucesores de Lépido, Furio Filón (136) y
Calpurnio Pisón (135) no cosecharon ninguna victoria, pero a Escipión Emiliano,
que en 134 comenzó el asedio de Numancia, se le prorrogó el mando como pro-
cónsul para 133, fecha en la que conquistó la ciudad.
En resumen, podemos ver que, salvo que demostraran ser generales ineptos,
lo que los descalificaba evidentemente para continuar al frente de una guerra difí-
cil con toda evidencia, el Senado tendió a prorrogar por un año el mando de los
cónsules enviados a la Hispania Citerior durante el periodo 153-133 a.C. Esta
había sido también la norma para los pretores de la primera mitad del siglo n. Por
consiguiente, aunque ahora quienes venían a Hispania eran cónsules y no preto-
res, no se pude decir que la política del Senado con respecto a la provincia y la
estructura del gobierno de la provincia cambiasen con respecto a la época prece-
dente. El distinto rango de los nuevos generales se debía a la gravedad de la gue-
rra, pero no afectó a la práctica administrativa habitual de mantener al goberna-
dor por dos años al frente de la provincia que había sido el rasgo predominante
del periodo anterior. Con ello se conseguía no sólo una mejor administración
sino también evitar aumentar el número de magistrados que debían elegirse cada
año, como hemos expuesto anteriormente.
Si nos fijamos en la Hispania Ulterior veremos que sucedía lo mismo. Los pre-
tores del 155-152 Y del 147-146 sufrieron estrepitosas derrotas a manos de los
lusitanos o incluso, como C. Vetilio (147), fueron muertos. Estos, evidentemen-
te, no fueron prorrogados. Incluso L. Mumio, que consiguió victorias parciales

28 Para lo que sigue, ver Apéndice In.


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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 77

sobre los lusitanos y obtuvo el triunfo a su regreso a Roma, hubo de esperar siete
años hasta obtener el consulado (146), lo que permite suponer que a pesar de todo
la opinión que se tenía de él no era extraordinariamente buena. En cambio, Galba,
que mediante una traición atajó momentáneamente la sublevación lusitana, tuvo
su mando sobre la provincia durante dos años (151-150). Fabio Máximo Emilia-
no (cos. 145), que obtuvo las primeras victorias sobre Viriato, fue prorrogado
para el 144. De la misma manera Pompeyo Aulo (143-142) y Fabio Máximo Ser-
viliano (141-140) también ejercieron el mando durante dos años consecutivos, y
D. Junio Bruto (cos.138) fue prorrogado al menos para el 137, aunque tal vez esa
prórroga se extendió más años, un rasgo inusitado para este momento.

2. «BUENOS» y «MALOS» GOBERNADORES

Durante el periodo que estudiamos, y por razones evidentes, la ocupación


fundamental de los gobernadores hispanos fue la actividad militar: la conducción
de la guerra. Ahora bien, incluso esta actividad supone un soporte administrati-
vo, fiscal, incluso judicial que los gobernadores no podían dejar de cumplir. Por
otra parte, en el trato con los enemigos los sucesivos pretores o cónsules adopta-
ron actitudes muy distintas.
Las opciones políticas tomadas por los gobernadores romanos frente a celtí-
beros y lusitanos que contemplamos en el relato de las guerras de conquista son,
fundamentalmente, de dos tipos. Por una parte, una política basada en el uso
exclusivo de la fuerza, con una represión feroz e indiscriminada de cualquier
movimiento que manifestase disidencia o resistencia frente al poder romano. Por
otra parte, una política que sin excluir el uso de la fuerza buscaba la solución de
los enfrentamientos mediante un tratado entre los indígenas y los romanos que,
generalmente, llevaba consigo un reparto de tierras. Estas dos diferentes políti-
cas han sido asociadas por una parte de la historiografía a la consideración de la
existencia de «malos» y «buenos» gobernadores 29 • La primera clase de opción, la
fuerza indiscriminada y el exterminio, está omnipresente en los doscientos años
de conquista romana de la Península, desde las campañas del 193-192 de Fulvio
Nobilior contra los celtíberos hasta la guerra de César contra los lusitanos del
Mons Herminius en el 61-60, o la de Agripa contra los cántabros en el 19 a.C. Es
la opción, diríamos, natural y lógica en una potencia militar que busca extender

29 Por ejemplo, Knapp, pp. 54-57; E. Badian, Foreing clientelae, p. 124.


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su imperio sobre poblaciones a priori consideradas racialmente inferiores. La


segunda opción, en cambio, es más compleja y matizada.
El problema fundamental es que no sabemos bien qué quieren decir las fuen-
tes literarias cuando dicen que un determinado general repartió tierras a los indí-
genas. Tenemos varias noticias de estos repartos o concesiones de tierras 30 • En el
año 181, según Apiano, los lusones se sublevaron contra los romanos por carecer
de tierras. La mayor parte de ellos se congregó en Complega, que era de funda-
ción reciente y se había desarrollado con rapidez; Q. Fulvio Flaco los atacó y los
dispersó, aunque siguieron saqueando el territorio de los pueblos limítrofes. El
sucesor de Flaco, Sempronio Graco, libró la ciudad aliada de Caravis de un ase-
dio, atacó y se apoderó de Complega, tras lo cual repartió tierras a los aporoi de
la ciudad. Es probable también que en el contexto de las fundaciones realizadas
por Graco en Gracchurris e Iliturgi repartiese tierras a los habitantes de estas ciu-
dades, pero no sabemos si éstos eran indígenas o romanos, aunque lo primero
parece más probable. Con posterioridad a estos repartos Graco suscribió con los
celtíberos los pactos que garantizarían la paz en la zona por veinticinco años y
que, posteriormente, fueron aducidos por los celtíberos ante el Senado. A
comienzo de las guerras lusitanas, el pretor del la Ulterior en 152, M. Atilio, con-
certó también tratados con los lusitanos y vettones y les repartió tierras. Estos
tratados fueron sin embargo rotos inmediatamente después por los indígenas
pero cuando el sucesor de Atilio, Galba, los atacó, ellos ofrecieron acogerse a los
mismos. Galba, con la promesa de repartirles tierras y fingiendo aceptar sus
demandas, los desarmó y los exterminó. El gobernador de la otra provincia, el
cónsul M. Claudio Marcelo, ese mismo año concertó una paz con los celtíberos
arévacos, belos y titos. Tanto Apiano como Polibio coinciden en que lo substan-
cial del acuerdo de Marcelo con los celtíberos consistía en remitirse al status quo
señalado en los acuerdos de Graco. El Senado, que no aceptaba otra salida que la
deditio incondicional de los celtíberos, rechazó el acuerdo e instó a Marcelo a
proseguir la guerra. Este, sin embargo, llegó a un acuerdo privadamente con ellos
y, después de recibir rehenes y tributos, los dejó libres 31 • Sin embargo, a pesar de
la resolución del Senado, no hubo guerra con los celtíberos hasta el 143 y el suce-
sor de Marcelo, Licinio Lúculo, que estaba ávido de botín, tuvo que emprender
una guerra contra los vacceos sin la autorización del Senado.

30 Sobre los repartos de tierras, M. Salinas, Conquista y romanización de celtiberia, pp. 112-117;
La organización tribal de los vettones, p. 34.
31 Una discusión sobre el tratado de Marcelo con los celtíberos y el significado de la deditio en
Richardson, pp. 141-147.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 79

Es muy probable que el pacto firmado entre el cónsul del 137, Hostilio Man-
cino, y los numantinos, que fue tan enérgicamente rechazado por el Senado, con-
sistiese también en una renovación de los tratados de Graco. Esta suposición se
ve apoyada por el hecho de que todas las fuentes antiguas concuerdan en que el
auténtico autor del tratado no fue Mancino, sino Tiberio el hijo de Graco, que era
el cuestor de su ejército y en quien los celtíberos confiaban por el prestigio y la
memoria de su padre.
En el año 140 Fabio Máximo Serviliano y Viriato acordaron la paz por un tra-
tado que ratificaron los comicios, por el cual el jefe lusitano recibía el título de
amicus populi Romani y todos los que estaban bajo su mando recibían la tierra
que ocupaban32 . Este tratado fue roto por el hermano y sucesor de Serviliano,
Servilio Cepión, con la connivencia del Senado.
Después de la caída de Numancia, dice Apiano que Escipión repartió sus tie-
rras entre los pueblos de alrededor. Una medida de este tipo, sin embargo, pare-
ce más bien relacionada con aquella otra conservada en el decreto de Emilio
Paul0 33 , padre del Numantino, por la que entregaba a los habitantes de Turris
Lascutana, que habían sido siervos de Hasta Regia, la libertad y las tierras que
hasta ese momento habían poseído y que habían pertenecido a Hasta. En ambos
casos, parece que la decisión del imperator es la de, mediante un reparto de tierra,
debilitar la entidad territorial más fuerte que había mantenido un enfrentamiento
con Roma.
Durante el año 98 a.C., T. Didio prometió igualmente repartir las tierras de
Colenda, cuyos habitantes había vendido como esclavos, a unos celtíberos que
habían sido asentados en sus cercanías cinco años antes por M. Mario. Cuando
éstos depusieron las armas y se entregaron al cónsul fueron exterminados de
manera semejante a como los fueron los lusitanos por Galba.
De esta manera vemos dos actitudes distintas frente a los pueblos indígenas.
Una, sostenida por Sempronio Graco, Atilio Serrano, Claudio Marcelo y Hosti-
lio Mancino, que buscaba la pacificación de los territorios que tenían confiados
mediante una política de acuerdos con los pueblos indígenas que incluían la entre-
ga de tierras y, probablemente, la consideración de aquéllos como amici del pue-
blo romano. Estas medidas buscaban solucionar las causas de la inestabilidad
social y económica de las sociedades celtibérica y lusitana. La otra línea, repre-
sentada por casi todos los praetores hispanos, parece especialmente característica

32 Una valoración de este hecho en M. Salinas, «Problemática social y económica del mundo
indígena lusitano», El proceso histórico de la Lusitania oriental en época prerromana y romana, Méri-
da 1993.
33 CIL 11, 5041.
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de los que destacaron por su perfidia y crueldad: Licinio Luculo, Sulpicio Galba,
Serviliano, Servilio Cepión y Tito Didio. Si tenemos en cuenta la cronología de
los gobernadores mencionados, vemos que el cambio de una política a otra por
parte del Senado, que había de refrendar los acuerdos de los generales, puede
situarse en la década del 150-140 y que quizás la expresión más clara de este cam-
bio de tendencia es la violación del tratado con Viriato.
Astin 34 ha sostenido que esta actitud del Senado mostraría la política de Esci-
pión Emiliano, que finalmente aplicaría él mismo con la destrucción de Numan-
cia. Richardson, por el contrario, no cree que pueda verse una actitud personal en
este cambio de política, sino el rechazo del Senado a aceptar una paz que no se
basara previamente en la deditio formal del enemig0 35 . Dejando a un lado que en
todo caso habría que explicar las razones que llevaron al Senado a adoptar una
actitud menos tolerante en la segunda mistad del siglo II, el análisis de la proso-
pografía de los gobernadores del 155-133 sí parece indicar que había relaciones de
afinidad política entre los partidarios de una u otra línea, aunque no quepa ver en
ello un programa definido y determinado, y que el triunfo de la tendencia más
dura coincide precisamente con el apogeo de la influencia de Emiliano y su grupo
en el Senado.
Hemos visto anteriormente que durante el periodo del 190 al 170 los Claudios
y los Sempronios estuvieron en colaboración política. Los Hostilios también per-
tenecieron a este grupo y puede pensarse que Catón, que favoreció la formación
de este «grupo intermedio» de senadores, sostenía en política exterior actitudes
concordantes, si lo deducimos del prestigio que tenía entre los hispanos que lo eli-
gieron como patronus en 171 a.C36. Por el contrario, los Cornelios Escipiones,
Fabios y Emilios, ya unidos por una antigua alianza, a mediados del siglo II debí-
an incluir también en ella a los Servilios. Ello puede deducirse de la adopción por
los Fabios y los Cornelios de los dos hijos de Emilio Paulo, Fabio Máximo Emi-
liano y Escipión Emilian0 37 y por la adopción en los Fabios de un Servilio, Fabio
Máximo Serviliano. Es posible que los Calpurnios, de origen etrusco como los
Fabios, también tuvieran relación con ellos. Es la alianza de estas gentes la que
explica la aceptación del tratado de Serviliano con Viriato en 140, a fin de cuentas
uno de los suyos, y el rechazo del pacto de Mancino sólo tres años después. Los

34 Scipio Aemilianus, Oxford 1967, pp. 139-140 Y 155-160.


35 Richardson, p. 146.
36 Sobre los Hostilios, Scullard, p. 177, n. 2; sobre el patronato de Catón sobre los hispanos en
171, Liv. 43, 2, 1-11.
37 Plut. Aem. Paul. 39; sobre Fabio Máximo Emiliano, cf. PW 109; sobre Escipión Emiliano, A.
E. Astin, Scipio Aemilianus, Oxford 1967.
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Fasti de los gobernadores de ambas provincias muestran un claro predominio de


individuos pertenecientes a estas gentes: en la Citerior, C. Laelius (144), M. Popi-
lius Laenas? (139-138), M. Aemilius Lepidus (137), Q. Calpurnius Piso (135) y P.
Coro Scipio Aemilianus (134-133); en la Ulterior L. Calpurnius Piso (154?), Q.
Fabius Maximus Aemilianus (145-144), Q. Fabius Maximus Servilianus (141-
140), Q. Servilius Caepio (139) y D. Iunius Brutus? (138-133).
La nómina de los gobernadores provinciales del periodo 132-82 a.C. muestra
que también los nombres pertenecientes a estas familias son los más abundantes
o frecuentes 38 : Fabius (123 y entre 123 y 99), Cornelius (109,100,93), Servilius
(109). La conclusión que parece desprenderse es que, superada la pérdida de
influencia política que siguió a la muerte del Africano, los Cornelios Escipiones
recuperaron no sólo su hegemonía dentro del Senado por obra sobre todo de
Escipión Emiliano, sino también una fuerte influencia sobre los asuntos de His-
pania, donde impusieron un cambio de política mediante la asignación de estas
provincias a individuos de su círculo. Esta influencia sólo se quebró con los acon-
tecimientos de las guerras civiles y la crisis de la República.

3. Los GOBERNADORES DEL 133 AL 82 A.C.

Con posterioridad al regreso de Escipión a Roma en 133 y de Junio Bruto por


las mismas fechas, las fuentes literarias dejan de interesarse por los acontecimien-
tos de la Península al no haber ya grandes guerras que constituyan la materia
prima de dicha literatura. Solamente a partir del 82 a.C., con el comienzo de la
guerra sertoriana, la Península volverá a ser objeto de un tratamiento extenso en
la literatura antigua. Esta situación se refleja muy bien en la obra de Apiano,
quien despacha en sólo tres capítulos la actividad militar de los romanos en His-
pania después de la caída de Numancia y el regreso de Escipión 39 .
El periodo del 133-82 a.C., por consiguiente, es el que presenta mayores lagu-
nas y problemas de ordenamiento cronológico de los magistrados provinciales
hispanos 4o • Las referencias ocasionales que tenemos permiten ver, sin embargo,
que durante esta época Roma continuó enviando para gobernar las provincias his-
panas a pretores con rango proconsular que siguieron sirviendo, por término
medio, dos años. Una vez solucionados los graves problemas presentados por las

38 Véase nuestro Apéndice IV.


39 Ap. lb. 99-101.
40 Ver Apéndice IV, «Los gobernadores provinciales del periodo 133-82 a.c.»; una relación algo
diferente, para el periodo 114-99 a.c., la da L. Curchin, Roman Spain, London-New York 1991, p. 41.
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guerras lusitana y celtibérica, dejaron de enviarse cónsules a la Península ya que


con un ejército pretoriano bastaba para el mantenimiento del orden en cada pro-
vincia. Por otra parte, la década del 109 al 99 coincide con el desarrollo de la gue-
rra de Yugurta y de la guerra contra los cimbrios y teutones, que acapararon la
atención de los sucesivos cónsules, de manera que sólo hasta que estos problemas
estuvieron solucionados pudo enviarse nuevamente un cónsul a la Península Ibé-
rica. Esto sucedió en el 98 a.C., cuando T. Didio fue enviado para enfrentarse a
una nueva y grave sublevación de los celtíberos.
N o tenemos ninguna noticia de lo sucedido en Hispania en un periodo de diez
años, entre 132 y 124 a.C. En 123, el cónsul Q. Cecilio Metelo fue encargado de
combatir a los piratas de las Islas Baleares; una vez concluida esta tarea, Metelo
fundó las colonias de Palma y Pollentia, para poblar las cuales condujo 3.000 ciu-
dadanos de Hispania. Si no aceptamos que Metelo era durante este año el gober-
nador de la Hispania Citerior, la fuente más idónea para extraer los colonos con
destino a las islas, entonces esta acción era una interferencia en la provincia de
otro magistrado y el triunfo con que fue obsequiado Metelo se hubiera visto
seriamente comprometido. Por el contrario, si aceptamos que Metelo fue el
gobernador de la Citerior en 123, que ese año fue una provincia consular, hay que
suponer que Q. Fabio Máximo Alobrógico, a cuyo envío de trigo desde Hispa-
nia se opuso Cayo Graco, era el pretor de la Hispania Citerior ese año y, proba-
blemente, también el anterior41 .
En el último tercio del siglo II hay que datar por razones prosopográficas y
epigráficas los miliarios que informan de la existencia de dos proconsules de la
Hispania Citerior: Q. Fabio Labeo y Manio Sergio. Los miliarios de Labeo se
sitúan cerca de Lérida y señalan probablemente una ruta que desde la costa alcan-
zaba el valle del Ebro; los miliarios de Sergio, ubicados en las cercanías de Caldas
de Montbuy y de Vich, señalan probablemente una calzada costera desde Barce-
lona hasta Badalona (Baetulo) o Mataró (Iluroj42. Puesto que tenemos una lagu-
na en la nómina de pretores de la Citerior entre 122 y 114 a.C., tal vez deban
situarse en ese intervalo las preturas de Q. Labeo y Ma. Sergio; o bien en el inter-
valo entre 113 y 99 a.C., en que también hay una laguna importante. Estos milia-
rios testigos de la actividad edilicia de dos pretores provinciales son sumamente
importantes ya que constituyen los testimonios más antiguos de un interés y una

41 Sobre Metelo, Liv.per. 60; Floro 1,43; Orosio 5,13,1; Estr. JII, 5,1-2; L. A. Curchin, op. cit.,
London-New York 1991, pp. 40-41; sobre Alobrógico, Plut. Cai. Grac. 6.
42 CIL II 4956 (Sergio), 4924 y 4925 (Labeo); ILLRP 461 Y 462; A. Balil, «Report on a Repu-
blican milestone» Fasti Archeologici 14, 1959-1962, nO 4042; G. Fabre, M. Mayer, 1. Rodá, Inscriptions
romaines de Catalogne 1, Paris 1984, nos. 175, 176 Y 181.
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actividad de los gobernadores romanos en ámbitos que no son estrictamente el


ámbito militar. Es significativo, en nuestra opinión, que dicha actividad cons-
tructiva se date con posterioridad al 133, cuando la pacificación y organización
del territorio provincial han proporcionado las bases para una actividad de este
tipo.
Durante estos años tenemos noticias de una actividad militar esporádica, prin-
cipalmente en la Hispania Ulterior donde el problema lusitano seguía estando vivo.
C. Mario, pretor de la Ulterior en 114, limpió según Plutarco la provincia de ban-
didos 43 . Tal vez se le prorrogara el mando para el año siguiente. L. Carpurnio Pisón
Frugi (113 o 112) fue su sucesor en la provincia ya que, según Cicerón, tenía su tri-
bunal en Corduba 44 • Fue muerto durante una revuelta lusitana y sucedido por Ser.
Sulpicio Galba (111-110?), quien no recibió tropas por la escasez de reclutas para
enfrentarse a los cimbrios en Italia y a la segunda guerra de los esclavos en Sicilia45 .
Que Galba no recibiera tropas muestra que, aunque continuo, el problema lusita-
no distaba de poner en peligro la gobernabilidad romana sobre la provincia. Galba
fue sucedido por Q. Servilio Cepión (109-108), que debió realizar una incursión a
fondo en el territorio lusitano para poner fin a sus correrías, por lo cual obtuvo el
triunfo en 107 a.C.46 Para el año 105, sin embargo, Obsecuens señala una derrota
de los romanos frente a los lusitanos. Es en este contexto bélico en el que hay que
situar al imperator L. Caesius, conocido por la inscripción en bronce procedente del
castro de Villavieja, que registra la deditio en el año 104 del populus Seano ... a este
general47. L. Caesius debe ser el pretor de la Ulterior de dicho año, cuya actividad
militar sirvió para restaurar el dominio romano, mermado por la derrota del año
anterior. Es interesante destacar que algunos de los pretores enviados a Hispania
Ulterior durante este periodo, como Ser. Sulpicio Galba y Q. Servilio Cepión, con-
taban con antecedentes familiares en la provincia. También un Calpurnio Pisón
había sido pretor de la Ulterior al comienzo de la guerra lusitana. Quizás el Senado
esperaba que estos indivíduos pudieran utilizar las influencias y clientelas previa-
mente adquiridas en la región para su propio gobierno, y tal vez ellos apetecían el
mando de dicha provincia para reforzar los intereses familiares en ella.
No hay noticias de triunfos, en cambio, celebrados durante este periodo por
pretores de Hispania Citerior. Sobre la base de la mención por Festo de un Sylla

43 Plut. Marius 6.
44 Cic. Yerro IV, 56; Ap. lb. 99; Festo, Brev. 5,1.
45 Ap. lb. 99.
46 Val. Max. 6,9,13; Eutrop. 4,27,5; lnsc. lt. 13,1,85 Y 561.
47 R. López Melero, J.L. Sánchez Abal y S. García ]iménez, «El bronce de Alcántara: una dedi-
tio del 104 a.c.» Gerión 2, 1984,265-323.
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(Silanus?) en Hispania, Münzer cree que debe ser el cónsul del 109, M. Junio Sila-
no, que debió contar con alguna experiencia militar antes de alcanzar el consula-
do, pero ignoramos la provincia que pudo tener encomendada48 . Por las mismas
fechas, Cn. Cornelio Escipión, hijo de Hispalo, fue elegido pretor para Hispania,
pero el Senado le impidió marchar a su provincia en vista de su incapacidad e
inmoralidad49 . En estas circunstancias, hubiera sido muy interesante saber qué
hizo el senado para llenar la vacante, si prorrogó el mando del pretor anterior o
unió ambas Hispanias en una sola jurisdicción.
Existían precedentes de que Hispania formase una sola provincia, tanto a fina-
les del siglo III como durante el siglo II, y es posible que esa fuese la situación de
la Península a finales del siglo II a juzgar por la información que tenemos sobre
la pretura en 102 de M. Mario, el hermano del cónsul. Apiano refiere que en el
año 98 a.C., en el contexto de la última sublevación de los celtíberos, T. Didio
exterminó a los habitantes de una ciudad próxima a Colenda, constituida por cel-
tíberos de diversas procedencias a los que cinco años antes M. Mario había esta-
blecido allí con autorización del Senado por haber combatido como aliados suyos
contra los lusitanos 50 • La guerra de Mario contra los lusitanos sitúa su actuación
en la provincia Ulterior, pero tanto el reclutamiento de soldados celtibéricos
como el establecimiento de los mismos en una nueva ciudad en Celtiberia, apro-
bado además por el Senado, muestra que Mario tenía también jurisdicción sobre
la Hispania Citerior. Como no conocemos el nombre de otro pretor de Hispania
por esta fecha, tal vez deba suponerse que M. Mario recibió como provincia toda
Hispania. Su campaña contra los lusitanos constituiría la continuación de la de L.
Caesio, que tal vez extendió su mandato al 103 a.C. Con posterioridad a M.
Mario ambas provincias volvieron a separarse nuevamente, ya que el año 100 L.
Cornelio Dolabela celebró su triunfo sobre los lusitanos como pro cónsul de la
Hispania Ulterior 51 •
La sublevación de los celtíberos en el año 99, como hemos dicho antes, obli-
gó a enviar a uno de los cónsules del año siguiente, T. Didio, a la Hispania Cite-
rior para hacerse cargo de la guerra con un mayor ejército. Didio tomó las ciuda-
des de Termes y Colenda y practicó una represión feroz de los sublevadoss2 . Por
una noticia de Plutarc0 53 , sabemos que durante su proconsulado Didio invernó

48 Festo, Brev. 5,1.; d. MRR 1, 537, n.2; pero por el testimonio de Cicerón en las Verrinas sabe-
mos que tenía su tribunal en Corduba, luego era pretor de la Hispania Ulterior.
49 Val. Max. 6,3,3.
50 Ap. lb. 100.
51 Obsequens 42, 44 a, 46; Ap. lb. 100; lnse. lt. 13,1,85 y 562.
52 Ap. lb. 99-100; Liv. pero 70; el triunfo, en el año 93, CIL I,1, 177.
53 Plut. Sert. 3.
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en Cástulo. Durante sus dos últimos años de gobierno Didio tuvo como compa-
ñero en la Hispania Ulterior a P. Licinio Craso (cos. 97), padre del triunviro, que
celebró su triunfo sobre los lusitanos en el 93 al mismo tiempo que Didio sobre
los celtíberos 54 . Los dos procónsules fueron substituidos por el cónsul C. Vale-
rio Flaco en la Citerior, y P. Cornelio Escipión Nasica, pretor de Hispania Ulte-
rior. Flaco terminó la pacificación de celtiberia y N asica combatió nuevamente
contra los lusitanos.
No conocemos la duración del mandato de Nasica en la Ulterior55 , pero el de
Valerio Flaco en la Citerior es el más largo de cualquier gobernador provincial
romano durante la República 56. Valerio permaneció en la provincia del 93 al 81
a.C., fecha en la que regresó a Roma para celebrar un triunfo sobre Celtiberia y
la Galia. La extensión de su jurisdicción sobre la Galia Transalpina se remonta
por 10 menos al año 83, en que Cicerón57 lo menciona allí. Las razones para unir
ambas provincias son tanto la ruptura de los ordenamientos provinciales causada
por la Guerra Social como las necesidades planteadas por las guerras en otros
lugares. Esta relación entre la Hispania Citerior y la Galia Transalpina puede
detectarse en otros fenómenos que ocurren por la misma época. Se ha propuesto
que los piratas contra los que actuó Cecilio Metelo en 123 había sido arrojados
por los romanos a las Baleares desde las costas del sur de la Galia y Liguria, y es
posible que Metelo tuviese en cuenta esa relación. Con posterioridad, durante la
guerra Sertoriana, también hay vínculos estrechos entre el sur de la Galia y Cel-
tiberia tanto desde el punto de vista militar y humano como desde el punto de
vista económico. Los largos años de gobierno de Valerio Flaco en Hispania Cite-
rior vieron una actividad importante no sólo militar sino también civil. El 15 de
mayo del año 87 Flaco ratificó el iudicium sostenido entre las civitates indígenas
de Salluie y Alaun, en el que intervino como jurado el senatus de la ciudad de
Contrebia Belaisca. Por otra parte, aunque es poco probable que la Belgeda que
Apiano menciona en relación con Flaco sea Valeria, en la provincia de Cuenca, no
cabe duda de que, siguiendo una tradición ya larga de sus predecesores, Valerio

54 Triunfos de ambos: Inse. It. 13,1,85 y 562-3; tal vez contemporáneo del primer y segundo año
de Didio en la Península sea Q. Coelius Caldus, pretor de la Ulterior?, cuya campaña es commemo-
rada por una serie de monedas acuñadas en el 51, una de las cuales lleva un estandarte con las letras
HIS; d. M. Crawford, RRC nO 437,2 a.
55 Richardson, p. 159, n. 14, guiado por el hecho de que Craso y Didio celebraron el triunfo en
junio del 93, sugiere que tal vez vino el mismo año que Valerio Flaco.
56. Sobre Flaco, Ap. lb. 100; Granius Licin. 36, p. 31 (triunfo); G. Fatás, Contrebia Belaisca
(Botorrita, Zaragoza) 11: Tabula Contrebiensis, Zaragoza 1980, pp. 11-123, Y Richardson, pp. 159-160
Y 164-165, n. 40.
57 ad Quinct. 6, 24 Y 7, 28.
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Flaco organizó o reordenó alguna ciudad indígena de celtiberia meridional 58 • En


fin, debió ser él el procónsul encargado de cerrar sin éxito el paso a Sertorio en su
marcha de Roma a Hispania en el invierno del 83-82 a.C.

4. DE «PROVINCIAE» A PROVINCIAS

Aunque durante toda la República la actividad militar continuó siendo consi-


derada la actividad principal de los magistrados provinciales, lo que se expresaba
mediante el imperium que se les confería, a partir del 133 a.C. podemos compro-
bar sin embargo que las funciones de carácter administrativo fueron teniendo una
importancia mayor. Ello se debe a varias razones. Por un lado, al aumento de los
territorios dominados por Roma en la Península, lo que convertía la tasación y
recaudación fiscal en una labor más compleja y que requería mayor personal y
atención. El aumento de las comunidades sometidas, por otra parte, y las dificul-
tades prácticas para que sus jefes tuviesen un contacto personal con el goberna-
dor romano, como había sucedido en la época de los Escipiones, hacía que estas
relaciones tuviesen un carácter cada vez más institucionalizado. El incremento del
número de romanos e itálicos residentes en la Península a consecuencia de una
progresiva colonización militar y civil reclamaba también una mayor atención del
pretor que, en cuestiones de derecho, probablemente no podría actuar ante ellos
con la misma arbitrariedad que en principio podía hacerlo ante los indígenas.
Finalmente, la lealtad de algunas comunidades hacia Roma durante las guerras del
155-133 Y en tiempos posteriores pudo hacer que ocasionalmente se les conce-
diera un trato -si no un estatuto jurídico- de favor, y el Senado fue cobrando pro-
gresivamente conciencia de la importancia de atender a un mínimo bienestar y a
unas relaciones justas para con estas comunidades provinciales. La consecuencia
de todo ello fue que durante este periodo el Senado vigiló cada vez más atenta-
mente la labor de los gobernadores de las provincias hispanas 59 .
Tenemos dos ejemplos de 10 que acabamos de decir. En 123 a.C. Cayo Graco
denunció ante el Senado al propretor (antistrategos) de la Hispania Ulterior Fabio
Máximo por haber gobernado abusivamente en su provincia. Cayo propuso, y

58 M. Osuna, G. Suay et al. Valeria romana 1, Cuenca 1978; Knapp, pp. 7-8 identifica Valeria
con la Belgeda de Apiano; sobre estos aspectos de la actividad de Valerio Flaco, M. Salinas, "La fun-
ción del hospitium y la clientela en la conquista y romanización de Celtiberia» Studia historica. His-
toria Antigua 1, 1983, p. 41.
59 Richardson, pp. 160-168; el incremento del control senatorial sobre los comandantes hispa-
nos viene ya, sin embargo, del periodo anterior: d. pp. 149-155.
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obtuvo, que el trigo que Fabio había requisado en Hispania y enviado a Roma
fuese vendido y su dinero devuelto « a las ciudades»6o. Probablemente Fabio
Máximo había actuado en contra de lo dispuesto por el Senado en 171 a.C., prohi-
biendo a los pretores de Hispania fijar el precio del trigo que habían de tributar
los provinciales. Hacia el 109 a.C., el Senado incluso decidió anticiparse a los
hechos, prohibiendo tomar posesión de su provincia en Hispania a Cn. Cornelio
Escipión, dada su incapacidad y lo corrupto de su carácter61 .
Durante el siglo II y comienzos del siglo 1 a.C. los magistrados romanos en la
Península, o el propio Senado, fueron creando núcleos de población itálica con o
sin estatuto jurídico reconocid0 62 . La más antigua de estas fundaciones es la de
Italica, creada por Escipión en el 206 antes partir hacia Roma. En el 171, el Sena-
do autorizó la fundación en Carteia de una colonia libertinorum con los descen-
dientes de soldados romanos y mujeres hispanas. Ni Valentia ni Brutobriga, fun-
dadas hacia el 138 por Décimo Junio Bruto, debieron tener un estatuto colonial
en aquel momento, y su posición jurídica debía ser semejante a la de Italica o a la
de Gracchurris e Iliturgi, fundaciones de Tiberio Graco, pero al menos en Valen-
tia y, probablemente, en Iliturgi debió haber un núcleo de población itálico-
romana. En cuanto a Palma y Pollentia, fundadas por Metelo en 123-122 a.C.,
hay más probabilidades a favor que en contra de que tuviesen un estatus colonial
desde su origen; Estrabón, en todo caso, informa que Metelo instaló en ellas a
3.000 rhomaioi de Hispania, que son probablemente itálicos.
AlIado de estos establecimientos colectivos, la concesión de derechos de ciu-
dadanía a indivíduos, sobre todo desde comienzos del siglo 1 a.C., contribuyó a
crear dentro de las provincias un núcleo de ciudadanía itálica y romana. El ejem-
plo más conocido es el Bronce de Ascoli 63, que registra la concesión de ciudada-
nía virtutis causa a un grupo de jinetes ibéricos por el imperator Cn. Pompeyo
Estrabón en el año 89 a.C., pero junto a este caso providencialmente conservado
y rescatado por el bronce debió haber muchos otros de los que no ha quedado
constancia.

60 Plut. Caí. Grac. 6.


61 Val. Max. 6,3,3.
62 La obra más reciente es la de A. Marín Díaz, Emigración, colonización y munzcipalización en
la Hispania republicana, Granada 1988, que recoge la bibliografía anterior sobre el tema; para lo que
sigue, d. cap. 111, «Colonias, fundaciones urbanas y magistraturas en la Hispania republicana con
anterioridad a la guerra social»; para Italíca, pp. 119-123; para las fundaciones de Graco, pp. 123-126;
para Carteía, pp. 126-129; para Corduba, pp. 129-134; para las fundaciones de Bruto Galaico, pp. 134-
139; Y para Palma y Pollentia, pp. 139-143.
63 CIL 1, 709= ILS 8888; el estudio fundamental sobre el mismo es el de N. Criniti, L'epígrafe
di Asculum dí Gn. Pompeo Strabone, Milán 1970.
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Desde el estudio de Badian, el análisis de la onomástica provincial romana ha


permitido investigar la difusión de la romanización a través de las concesiones
individuales de ciudadanía. En general, se ha asumido que cuando en una región
el nomen de una gens romana aparece con especial frecuencia y constatamos la
presencia en un momento dado de un magistrado perteneciente a dicha gens,
dicho fenómeno refleja que durante el gobierno de dicho magistrado éste confi-
rió la ciudadanía de manera individual a indígenas que, de esta forma, tomaron el
nomen del magistrado que les otorgaba dicho privilegio y lo transmitieron a sus
descendientes 64 . Evidentemente la frecuencia de un nomen romano no es garan-
tía suficiente de la existencia de una donación viritana de ciudadanía, ya que
puede reflejar simplemente la adhesión de indígenas a una determinada familia
romana de la que son clientes (lo cual tiene un valor político e histórico nada des-
deñable), o incluso simplemente un afán de aparentar por parte indígena lo que
no se es. Un ejemplo claro lo tenemos en el mismo bronce de Ascoli donde los
tres jinetes ilerdenses llevan los nomina Otacilius, Cornelius y Fabius 65 ; ahora
bien, si el bronce constituye precisamente la prueba de la concesión de la ciuda-
danía a estos indivíduos, evidentemente ninguno de los tres era ciudadano antes
del 89 aunque llevasen praenomen y nomen romanos. No obstante ello, resulta
innegable también que la frecuencia de nomina como Cornelius o Fabius en el
valle del Guadalquivir y Cataluña, o como Pompeius, Valerius y Sempronius en
Celtiberia y el valle del Ebro, está en directa relación con la actuación en estas
mismas zonas de procónsules o pretores que tuvieron una actividad política des-
tacada y que intentaron vincular a través de su persona y sus familias a los hispa-
nos con Roma, bien estableciendo clientelas que tomaban el nombre de sus patro-
nos, bien concediendo ocasionalmente la ciudadanía romana66 .
Finalmente, junto a estos casos, había también un número desconocido de
población itálico-romana que se había asentado en la Península por su iniciativa
privada, muchas veces por razones comerciales. Los nomina atestiguados en las
inscripciones de Cartago Nova indican la existencia de un núcleo de itálicos, que
constituirían probablemente un conventus en la ciudad y que tenían un peso eco-
nómico y social en ella 67 . De la misma manera, cuando Estrabón habla de los

64 E. Badian, Foreing clientelae (264-70 B. C), Oxford 1958, pp. 255-257.


65 C Otacilius SUlsetarten fl en. eornelius N esille fl P. Fabius Enasagtn fl. ..
. ../Ile1"densesl
66 M. Salinas, «La función del hospitium y la clientela ... » pp. 39-41.
67 elL Il 343 = 2270 Y3434 = 2271 = 5027; cf. A. Marín Díaz, op. cit. pp. 90-92. Hay que incluir,
además, los nombres de los negotlatores sobre unos treinta plomos republicanos de Cartagena, que
indican la presencia de itálicos en relación con la explotación de las minas y el comercio del metal:
Aquinus, Messus, Fiduus, Lucretius, Planius, etc.; Cf. C. Domergue «Les lingots de plomb romains du
Musée Archeologique de Carthagene et du Musée Naval de Madrid» AEA. 39, 1966, pp. 41 ss.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS

3.000 «romanos» transferidos de Hispania a las Baleares por Metelo no sabemos


exactamente a qué tipo de población se refiere, pero evidencia una presencia (y es
una presencia importante) de elementos de origen itálico en su provincia 68 . Cuan-
do Sertorio llegó a Hispania en el 82 a.C. se encontró con un número indetermi-
nado de hispanos que se le unieron y que presumiblemente eran ciudadanos
romanos. Igualmente, en el 80 se le unieron 2.600 indivíduos, según Plutarco, a
quienes él llamó romanos (lo que implica que no lo eran)69. En cuanto a la impor-
tancia y magnitud del elemento romano-itálico de Hispania durante las guerras
entre César y Pompeyo, ha sido perfectamente estudiado y por caer fuera de los
límites de este capítulo no vamos a tratar ahora de éFo.
T odas estos elementos de extracción romano-itálica se hallaban de forma per-
manente o transitoria en la Península donde tenían propiedades o intereses comer-
ciales sobre los cuales podían surgir conflictos y pleitos. A medida que creció el
número de itálicos y romanos establecidos en Hispania la función judicial del pre-
tor provincial devino progresivamente más importante. Además, la cognitio del
pretor se extendía también sobre los provinciales no ciudadanos, es decir, los dedi-
ticios. Tenemos dos ejemplos respectivos de estas actividades, ya citados anterior-
mente, que caen precisamente dentro del periodo que estudiamos. U na anécdota
contada por Cicerón refiere que el pretor de la Hispania Ulterior en 113-112, Cal-
purnio Pisón Frugi, llamó ante su tribunal en el foro de Corduba a un joyero que
reparase el anillo de oro que se le había roto. La anécdota muestra a Pisón impar-
tiendo justicia en la capital provincial, probablemente ante el conventus de los ciu-
dadanos romanos. Otro documento, el denominado Bronce de Contrebia del 87
a.C., muestra el resultado de un iudicium seguido entre las comunidades ibéricas
de Salluie y Alaun, en el que el Senado de la celtibérica Contrebia Belaisca actuó
de jurado. El pretor de la provincia, C. Valerio Flaco, sancionó (iudicium addei-
xit) la sentencia del tribunal. Aunque la redacción del bronce sigue el procedi-
miento formular del tribunal del pretor en Roma, resulta evidente que el procedi-
miento seguido fue de naturaleza indígena y que el pretor se limitó a sancionar un
resultado al que previamente habían llegado los propios hispanos. Desgraciada-
mente, no estamos en condiciones de saber en cuántas ocasiones el pretor actuaba
así para dirimir el derecho entre los peregrinos o si lo hacía de otro modo.
Finalmente, los miliarios del último tercio del siglo II a que hemos aludido
también anteriormente muestran la actividad edilicia de los pretores de la Hispa-

68 Estr. III, 5, 1.
69 Plut. Sert. 6 y 12.
70 A. J. Wilson, Emigration Irom ltaly in the republican Age 01 Rome, Manchester 1966, pp. 32-
40; A. MarÍn Díaz, op. cit. pp. 169-185.
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nia Citerior en Cataluña. Dichos miliarios probablemente señalan el deseo de


conectar la costa catalana, donde estaban Tarraco y Emporion como principales
bases romanas, con la via Domitia del sur de la Galia que ponía en comunicación
Italia e Hispania, y a la vez de penetrar hacia el valle del Ebro a través de Ilerda.
La construcción de estas vías indica la inversión de dinero público, para lo cual se
requería la aprobación del Senado; y aunque en principio su finalidad era militar,
secundariamente repercutían en una mejora de las condiciones de vida (comuni-
caciones, comercio, etc.) de la provincia 71 •
Algo semejante debió ocurrir en la Hispania Ulterior, donde la via Heraclea,
si no totalmente, al menos en parte debió ser objeto de pavimentación y cuidado
por los gobernadores romanos. Recientemente se ha sugerido que la referencia de
Polibio, hecha hacia el 133, de que la distancia entre los Pirineos y las Columnas
de Hércules era de 8.500 estadios, y que los romanos habían medido y señalado
con exactitud este camino cada ocho estadios, muestra que hacia esta fecha dicha
ruta, siguiendo el litoral, había recibido un trazado definido y acotado por los
romanos 72 .

71 Richardson, pp. 166-167.


72 R. Corzo y M. Toscano, Las vías romanas de Andalucía, Sevilla 1992, p. 31.
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CAPITULO IV

EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS DEL 81 A.C.


HASTA EL FINAL DE LA REPÚBLICA
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El periodo que se extiende del 81 al 27 a.C. aparece como un periodo de tran-


sición en lo que se refiere a la organización, estructura y funciones del gobierno
de las provincias romanas, y en particular de las provincias hispanas, con respec-
to a lo que había sido dicho gobierno durante los siglos III y II a.C. y a lo que
será a partir del establecimiento del Principado por Augusto.
Los hechos más característicos de este periodo son, por un lado, la aparición
de una legislación específica sobre los magistrados provinciales, sus funciones y
obligaciones, que tiene carácter general y que, progresivamente, tiende a «funcio-
narizar» el cargo y a despojarlo del importante contenido político que había teni-
do en la época precedente. En segundo lugar, la aparición, en el contexto de la cri-
sis de la República, de individuos dotados de un imperium extraordinario que
reunen en sus manos el gobierno de varias provincias y que recurren al procedi-
miento de gobernarlas mediante hombres de su confianza, investidos como lega-
ti cum imperio. Tanto el progresivo control del Senado sobre los gobernadores
provinciales como el progresivo recurso a los legati cum imperio anuncian lo que
van a ser los rasgos característicos de la administración y el gobierno de las pro-
vincias bajo el Principado.

1. LA ACTIVIDAD LEGISLATIVA SOBRE EL GOBIERNO PROVINCIAL

En el año 81 a.C. Sila, nombrado dictador, inició una profunda reorganización


del estado romano que afectó también a la organización del gobierno provincial
y a los magistrados encargados del mismo. Desgraciadamente estamos mal infor-
mados acerca de la legislación de Sila a este respecto y, de esta manera, mientras
que es segura la existencia de una lex Cornelia de maiestate, es menos segura la
identificación como la misma o diferentes leyes de una lex Cornelia de praetori-
bus y una lex Cornelia de provinciis ordinandis 1• Los objetivos de esta legislación

Sobre la pretura con Sila, cf. Person, p. 232, Y]ashemski, pp. 72-75. Sobre la lex Camelia de
maiestate, cf. T. Mommsen, Romische Strafrecht, pp. 557-558; sobre la lex Camelia de praetaribus,
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eran, por una parte, aumentar el número de magistrados y pro magistrados (pro-
cónsules y propretores) disponibles para las necesidades administrativas del
gobierno y, por otra, limitar las posibilidades de intervención de dichos magis-
trados y promagistrados dentro de la política interna romana (como el mismo Sila
había hecho) precisando las competencias de su mandato y restringiendo las posi-
bilidades de crearse un ejército personal que, desde Mario, se había convertido en
un factor clave de la competencia política en Roma. La legislación de Sila en este
sentido no era radicalmente nueva sino que recogía reglamentaciones expresadas
ya en otras leyes anteriores 2; su novedad más bien reside en afrontar estos pro-
blemas de una manera sistemática y orgánica dentro de lo que es la ordenación
general del estado. Actos como la lex Baebia, la lex Rupilia o las disposiciones que
sirvieron para organizar el gobierno de las Hispaniae en el siglo anterior tenían
generalmente un valor puntual y particular; por el contrario, las leges Corneliae
pretendieron establecer un procedimiento homogéneo de gobierno provincial en
el conjunto del estado romano.
La innovación más importante en el ámbito de las magistraturas fue el
aumento del número de pretores a 8 y de cuestores a 20. Este aumento tenía
como principal finalidad disponer de suficientes magistrados para la administra-
ción del estado y, en particular, de las distintas quaestiones perpetuae que en
época de Sila eran siete 3 y que el dictador procedió también a reglamentar e ins-

tomo 2, pp. 200-202; las fuentes han sido recogidas en MRR II, p. 75, que sin embargo considera que
existieron varias leges de maiestate. J. M. Roldán, La república romana, Madrid 1981, p. 501, cita en
cambio una lex Comelia de provinciis ordinandis; habría que distinguir, en todo caso, estas leyes de
una lex annalis que regulaba el cursus de las magistraturas. Sobre las leyes de este periodo, en general,
puede encontrarse una relación rápida tanto en el Oxford Classical Dictionary, reimp. 1979; y en Der
kleine Pauly. Lexikon der Antike, Band 3, Munich 1979, s.v.lex.
2 En concreto la lex provinciae o lex repetundarum de Cayo Graco, que es probablemente el
texto latino de la Tabula Bantina; una ley documentada por una inscripción de Cnido, que es proba-
blemente la misma que estaba inscrita en el monumento a Emilio paulo en Delfos, y que debe datar-
se en 101-100 a.e.; y una lex Porcia de la misma fecha, citada por la inscripción de Cnido, que a pro-
puesta del pretor M. Parcia Catón prohibía a un imperator reclutar tropas fuera de su provincia, lle-
var el ejército fuera de ella o, incluso, permanecer él mismo fuera de su provincia. Cf. Richardson, pp.
168-169; sobre la Tabula Bantina o Bembina, OCD, 2a, S.V.; más recientemente, A. N. Sherwin-
White, «The lex repetundarum and the political ideas of Gaius Gracchus» Joumal of Roman studies
72,1982, pp. 18-31; la inscripción de Cnido ha sido publicada por M. Hassall, M. H. Crawford y J.
Reynolds, «Rome and the eastern provinces at the end of the second century Be.» Journal of the
Roman studies 64, 1974, pp. 195-220.
3 De repetundis, creada en 149 y puesta bajo la jurisdicción del pretor peregrino, aunque hacia
122 pasó a un pretor especial; de sicariis et veneficiis, creada antes del 95; de maiestate, hacia el 95; de
ambitu; de falsis; de peculatu; y de vi publica, para unos anteriores a Sila y para otros creadas con sus
reformas. La quaestio perpetua de sicariis solía estar presidida por uno de los ediles. De todas formas,
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 95

titucionalizar de manera fija, entregando su control al Senado. Los diez magis-


trados con imperium elegidos anualmente (los dos cónsules y los ocho pretores)
cumplían su mandato anual en Roma, y al año siguiente, como procónsules o
propretores, eran encargados del gobierno de una provincia. Puesto que había
nueve provincias, la prórroga de la magistratura provincial era ya innecesaria; no
obstante, comprobamos que con posterioridad a Sila en la práctica los goberna-
dores provinciales continuaron en sus provincias a veces más de un año y que, a
pesar de lo dispuesto por la ley, se continuó enviando ocasionalmente pretores (
y no propretores) a las provincias 4 • En época de Cicerón, además, las provincias
consulares eran asignadas a los cónsules del año siguiente antes de la sesión de
los comicios, que entonces se hacía en el mes de sextilis. Es probable que este sis-
tema fuese establecido por la ley provincial de cayo Graco, que se ha querido
identificar en el texto de la denominada Tabula Bembina 5 • Los cónsules electos
tenían pues unos diecisiete meses de plazo hasta ocupar su provincia, lo que les
permitía informarse con antelación acerca de ella y preparar las acciones funda-
mentales de su gobierno. Puesto que casi siempre el reparto de todas las provin-
cias, pretorianas y consulares, se hacía al mismo tiempo, los futuros propretores
se hallaban en la misma situación 6•
El otro elemento fundamental para la organización del gobierno provincial
hecha por Sila es la lex Cornelia de maiestate. Nuestra fuente principal para cono-
cer el contenido de dicha leyes fundamentalmente Cicerón, quien menciona
como acciones prohibidas por la misma a los gobernadores el abandonar la pro-
vincia, conducir un ejército fuera de ella, declarar la guerra por propia iniciativa
o atacar a otro reino sin autorización del Senado y del pueblo romanos. Cicerón
dice que estas acciones estaban prohibidas por varias leyes antiguas, y en particu-

siendo 7 las quaestiones y 8 el número de los pretores, éstos eran insuficientes ya que ni el praetor
urbanus ni el praetor peregrinus presidían ninguna de ellas. Para la fecha de creación de las quaestio-
nes, Last en CAR, IX, pp. 306-307; para su relación con las pro magistraturas, ]ashemski, p. 73. Las
provincias en este momento eran nueve: Sicilia, Cerdeña y Córcega, Hispania Citerior e Hispania
Ulterior, Macedonia, Africa, Asia, Galia Narbonense y Cilicia.
4 ]ashemski, pp. 74-75.
Los problemas planteados tanto por la ley de Cayo Graco como por el texto epigráfico men-
cionado son enormes y, de momento, casi insolubles. Un breve estado de la cuestión,]. M. Roldán,
La República romana, pp. 416-417, que distingue una lex de repetundis o iudiciaria, por una parte, y
una lex de provinciis consularibus por otra. Cf. N. J. Woodall, A study of the lex Sempronia de pro-
vinciis consularibus with reference to the Roman constitution and Roman Politics from 123 to 48 Be.,
Ann Arbor 1979. Richardson, p. 166, parece no diferenciarlas, aunque relaciona muy meritoriamente
este texto con la acusación de Cayo Graco contra Fabio Máximo Alobrógico en 123 a.e.
6 Person,234-237.
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lar cita la lex Cornelia de maiestate y la lex 1ulia de pecuniis repetundis 7 • Cuando
en el 51 Cicerón recuerda a su predecesor en la provincia de Cilicia, Apio Clau-
dia Pulcher, que debía abandonarla en el plazo de treinta días a partir de su lle-
gada, cita también una lex Cornelia como referencia legal que es probablemente
la misma lex Cornelia de maiestate, ya que este mismo supuesto estuvo poste-
riormente contemplado en la lex 1ulia de maiestatis8• Algo después, Cicerón
menciona también en su correspondencia con Apio Claudia una ley Cornelia que
prohibía a las comunidades provinciales hacer un gasto excesivo en el envío de
embajadas y en la realización de muestras de agradecimiento a los promagistrados
que dejaban su provincia9, que debe ser la misma ley Cornelia que comentamos.
Es evidente que Cicerón estaba preocupado por que su antecesor ni permanecie-
ra más tiempo del debido ni dejara excesivamente exhausta a la provincia, ahora
que le tocaba disfrutarla a él.
Todos los supuestos contemplados en la ley Cornelia de maiestas, en definiti-
va, tendían a limitar la estancia, el poder y el prestigio de los promagistrados pro-
vinciales y, sobre todo, a impedir que ninguno de ellos pudiera marchar con un
ejército sobre Roma como el mismo Sila había hecho. Es interesante, sin embar-
go, observar que varias de estas disposiciones respondían a problemas que se
habían planteado anteriormente en las provincias hispanas, aunque por supuesto
también podían presentarse en otras provincias. Así, los pretores de la primera
mitad del siglo II habían actuado contra los pueblos hispanos con total ignoran-
cia de los límites provinciales, lo que había llevado al senado a denegar en ocasio-
nes el triunfo, como sucedió a M. Helvio en 195 a.C. En el 151, el cónsul Licinio
Lúculo emprendió una guerra contra los vacceos sin la autorización del Senado,
a fin de obtener oro y plata con el botín. Al año siguiente, Lúculo, que según
Apiano había invernado en Turdetania, es decir fuera de su provincia, se puso de
acuerdo con Galba para atacar a los lusitanos, que pertenecían a la Hispania Ulte-
rior. Igualmente, en 137 a.C., el cónsul Emilio Lépido, enviado a la Citerior en
substitución de Hostilio Mancino mientras duraba el juicio en Roma contra éste,
atacó sin autorización a los vacceos buscando riquezas mediante el botín. Adver-
tido por los legados Cinna y Cecilia de que el Senado desaprobaba la guerra ya
que no quería que hubiese en Hispania más problemas de los existentes, hizo caso
omiso de esta orden y, de acuerdo con su cuñado Décimo Junio Bruto, empren-
dió operaciones conjuntas contra ellos. El Senado depuso a Lépido, quien tuvo
que regresar a Roma como privatus y pagar una fuerte multa. De la misma mane-

Cic. Pis. 21,50.


Cic. ad Jam. 3,6,3.
Cic. ad Jam. 3,10,6.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 97

ra, hemos visto que en el1 02 M. Mario había utilizado celtíberos para combatir a los
lusitanos. Puesto que estos dos pueblos pertenecían a provincias diferentes, hay que
admitir que o bien Mario tuvo el mando conjunto de ambas provincias o bien, sien-
do pretor de una de ellas (la Citerior probablemente), también intervino en la otra.
Otro paso en la evolución del ordenamiento provincial durante la República
tardía lo constituye la lex Pompeia de provinciis, aprobada en el 52 a.C., por la que
se establecía la obligación de un intervalo de cinco años entre el desempeño de
una magistratura y el mando sobre una provincia como promagistrado 1o . Aunque
la finalidad inmediata de la lex Pompeia era probablemente poner dificultades a la
supervivencia política de César, de quien Pompeyo se distanciaba cada vez más y
cuyo imperium proconsular expiraba el 1 de marzo del año 50, a largo plazo sir-
vió para organizar sobre mejores bases el gobierno provincial, siguiendo la obra
iniciada por Sila.
El primer efecto de la ley fue reducir la avidez y rapacidad de los candidatos a
las magistraturas quienes, en caso de ser elegidos, contaban con el plazo inmedia-
tamente posterior de la promagistratura provincial para resarcirse de las deudas
contraídas durante la campaña electoral. Es de suponer que muchos se retrajeron
de unos gastos de soborno y propaganda que, en el mejor de los casos, sólo podrí-
an compensarse seis años después.
En segundo lugar, y más importante, la ley de Pompeyo terminó convirtien-
do la promagistratura (esto es, el gobierno de una provincia) en un cargo separa-
do y no en una mera prolongación del consulado o de la pretura.
Posteriormente, la lex 1ulia de provinciis, aprobada probablemente a comien-
zos del 44 baj o la dictadura de César 11, abolió el intervalo de cinco años entre una
magistratura urbana y un gobierno provincial establecido por la lex Pompeia,
aunque mantuvo el espíritu de la reforma de Sil a al colocar al frente de las pro-
vincias a ex magistrados. Los propretores gobernarían durante un año y los pro-
cónsules durante dos. No obstante, como veremos más adelante, con anterioridad
a la ley César no siempre colocó a ex pretores o ex cónsules al frente de las pro-
vincias bajo su dominio; y la muerte violenta del dictador impide saber cómo
hubiera funcionado en los años siguientes. De todas formas, la posición del pro-
pio César por encima de la constitución en virtud de los poderes acumulados en
su persona, volvía cualquier texto legal en una fórmula vacía de contenido. El
hecho mismo de que se adjudicara la facultad de designar los gobernadores sin
sorteo es ya un indicio de ello.

10 Dio Cass. 40,56,1; 46, 2; Caes. BC 1,85,9; d. ]ashemski, p. 70; OCD, 2a, p. 604.
11 Sobre la fecha y el contenido, A. Piganiol, La conquéte romaine, p. 557.
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La importancia de la lex Pompeia de provinciis, como de otros actos de Pom-


peyo referentes al gobierno provincial, se proyecta más allá de su abolición por
César. Cuando en el año 27 a.C. Augusto dividió las provincias en imperiales y
senatoriales, entregó el gobierno de estas últimas (teóricamente) al Senado. Este
las administró siguiendo el sistema de la República tardía mediante expretores y
excónsules; pero Augusto mantuvo la obligación establecida por la ley Pompeia
de un intervalo de cinco años entre la pretura o el consulado y la promagistratu-
ra sobre una provincia senatoriap2.

2. Los GOBERNADORES DE LAS PROVINCIAS HISPANAS DESDE EL 81 A.C.


HASTA LA CONFERENCIA DE LUCA (56 A.C.)

A pesar de que durante este periodo no hay nuevas guerras de conquista en la


Península Ibérica, el desarrollo dentro de ella de episodios muy importantes de
las guerras civiles va a hacer que la historiografía antigua preste una atención rela-
tivamente importante a los sucesos en Hispania y, con ello, nos informe de los
individuos que gobernaron las provincias durante este periodo, su acción de
gobierno y el carácter del mismo. Las fuentes principales para reconstruir los fasti
de las provincias hispanas durante este periodo y la actuación de los magistrados
provinciales son los cinco libros de Apiano de bello civili que forman parte de su
Historia Romana y los tres libros de César también sobre la guerra civil, comple-
mentados con el de bello Alexandrino y el de bello Hispaniensi. Además, las bio-
grafías de Plutarco sobre los principales personajes de este periodo, Sertorio,
Pompeyo, César, etc., que por un motivo u otro se relacionaron con Hispania,
son también fundamentales. Los discursos y, sobre todo, la correspondencia de
Cicerón tiene para este periodo, como para el precedente, una gran importancia
también. Dentro de las fuentes epigráficas, las partes conservadas de los Acta
Triumphalia, son importantes sobre todo para aquellos años para los que no dis-
ponemos de fuentes literarias.
Desde el punto de vista de la evolución del sistema de gobierno, lo más carac-
terístico de este periodo es el desarrollo de las magistraturas con poderes extraor-
dinarios y de la importancia que van cobrando los legati cum imperio como la
fórmula más usual de gobierno y administración de las provincias peninsulares
cuando éstas son entregadas a individuos investidos con dichos poderes extraor-
dinarios. Esta evolución es totalmente congruente con lo que sucede en el con-

12 ]ashemski, p. 97 Y n.3.
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HISPANAS 99

texto general de la crisis del estado republicano, dentro de la cual las magistratu-
ras con imperium extraordinario tienen cada vez mayor importancia.
En los años inmediatamente posteriores a las reformas constitucionales intro-
ducidas por Sila el gobierno de las provincias hispanas fue confiado, de acuerdo
con lo dispuesto por la legislación del dictador, a propretores o procónsules que
ejercieron la promagistratura al año siguiente del ejercicio de su cargo 13 • La dero-
gación de la constitución silana por sus propios sucesores y la persistencia de la
guerra civil en Hispania por efecto de la guerra sertoriana harán que, muy pron-
to, se altere este procedimiento.
El gobierno de las Hispanias durante los diez años que transcurren entre el 81
Y el 72 a.C. se ve complicado por el desarrollo de la guerra sertoriana en la Penín-
sula 14 . Sertorio había estado ya en Hispania en el año 93, como cuestor del pro-
cónsul de la Citerior T. Didi0 15 . Vuelto a Roma, fue cuestor de la Galia Cisalpi-
na en el 90 16 Y formó parte de la factio popularis durante la guerra civil del 88-83
a.C., aunque manteniendo ciertas reservas frente a la actuación de Mario, prime-
ro, y de Cinna después. Durante este periodo Sertorio hubo de desempeñar la
pretura 17, de manera que para el 84 u 83le hubiera correspondido obtener el con-
sulado; sin embargo fue apartado del gobierno de Roma por los propios popula-
res, resultando elegido propretor de la Hispania Citerior para el año 83 18 . Al
regresar Sila de Oriente y aproximarse a Roma Sertorio abandonó Italia y fue a
ocupar Hispania con la intención de formar un núcleo de resistencia antisilana.
Durante el invierno del 83-82 a.C., Sertorio pasó el Pirineo negociando con los
cerretanos y burlando la vigilancia del procónsul de la Hispania citerior y la Galia
N arbonense, unidas bajo el mando de C. Valerio Flaco. En el intervalo había sido
depuesto de su magistratura tras la victoria de Sila y su establecimiento en Roma,
y habían sido nombrado nuevos propretores para Hispania cuyos nombres des-
conocemos (82 a.C.)19. Puesto que Valerio Flaco regresó a Roma para celebrar su

13 Para lo siguiente, d. el Apéndice V, «Gobernadores provinciales del periodo 81-27 a.c.».


14 La Bibliografía sobre la persona de Sertorio y su guerra en Hispania es bastante considerable;
citaremos como un clásico en muchos aspectos superado pero en otros no menos interesante de leer
el Sertorio de A. Schulten, Barcelona 1949 (ed. alemana de 1926); la aportación más reciente al tema,
que incluye toda la bibliografía anterior, son los dos libros de F. García Morá, Quinto Sertorio. Roma,
y Un episodio de la Hispania republicana: la guerra de Sertorio, Granada 1991.
15 Plut. Sert. 3. Episodio de Cástulo.
16 Plut. Sert. 4.
17 Sobre la pretura de Sertorio, d. A. Schulten, Sertorio pp. 56-57, notas 198 y 199. El hecho de
que Plut., Sert. 6, le llame anthypatos (<<procónsul») nos parece un indicio a favor de que su cargo en
Hispania era una promagistratura; por contra, Broughton, MRR II, 63, lo registra como pretor.
18 Exuperant. 8.
19 Ap. Be. 1,86; 108; Plut. Sert. 6-7.
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triunfo ex Celtiberia et Gallia en el81 a.C., es razonable suponer que lo que hizo
el gobierno Sil ano fue prorrogar el mando de los propretores que se hallaban en
la Península, que habrían terminado por ponerse de su lado; el triunfo de Flaco
en el 81 sería por consiguiente, como sugiere F atás 20 , más bien el premio a un
cambio de lealtad política. Resulta pues que Sertorio, que en el 83 no había ocu-
pado su provincia de Hispania Citerior, en el 82 se encontraba revocado de su
cargo; además, los gobernadores anteriores se habían negado a hacerle entrega
regular del mand021 . De esta manera, la situación de Sertorio a partir de esta fecha
es la de un gobernador inconstitucional. El hallazgo de unos glandes de plomo
pertenecientes a su ejército con la inscripción Q. Sertori/ pro. cos. 22 muestra que
Sertorio, por el contrario, se consideraba a sí mismo y se presentaba ante los pro-
vinciales de los territorios sometidos a su autoridad como un gobernador pro-
vincial, aunque le faltaban todos los requisitos legales para serlo. Así pues, entre
el 82 Y el 72 las provincias hispanas están gobernadas, por una parte, por los pro-
pretores o procónsules enviados por el gobierno de Roma y elegidos constitucio-
nalmente por los comicios y, por otra parte, por el propio Sertorio en la medida
en que controla en ambas provincias unos territorios de extensión variable según
evoluciona la guerra civil.
Para el año 81 se envió a Hispania a Cayo Annio, probablemente en substitu-
ción del procónsul de la Citerior Valerio Flaco, ya que Annio era procónsul tam-
bién. Annio logró la muerte del legado de Sertorio, M. Livio Salinator, que defen-
día el Pirineo, y penetró en Hispania obligando a Sertorio a evacuar la provincia
y trasladarse al norte de Africa donde derrotó a Ascalis, que aspiraba al trono de
Mauritania, y a Paciano, enviado por Sila con un ejércit0 23 . Al año siguiente, Ser-
torio regresó a Hispania, llamado al parecer por los lusitanos, y derrotó al pretor
de la Ulterior, L. Fufidio, y al procónsul de la Citerior, M. Domicio Calvin024 .
Parece que Calvino continuó como procónsul de la Citerior al año siguiente,
enviándose a la Ulterior otro procónsul en la persona de Metelo Pí02s . La pre-

20 G. Fatás, Contrebia Belaisca I1, Zaragoza 1980, p. 120; tal vez Flaco se interesó más en defen-
der frente a Sertorio puertos claves como Marsella antes que la Hispania Citerior, según parece des-
prenderse de las acuñaciones del final de su mandato, realizadas en aquella ciudad, ibid. p. 118-119.
21 Ap. Be. 1, 86.
22 G. Chic, «Q. Sertorius, proconsul», Eplgrafía hispánica de época romano-republicana, Zara-
goza, 1986, pp. 171-176.
23 Plut. Sert. 7-9; Salustio, Hist. 1,93-99. Sobre la posibilidad de que Paccianus fuese un cogno-
men de origen Hispano y que procediese de la Hispania Ulterior como provincia limítrofe y con
estrechas relaciones con la Mauritania, d. B. Scardigli, «Sertorio: problemi cronologichi», Athenaeum
n.s., 49, 1971, pp. 244 ss.
24 Plut. Sert. 10 y 12; Salustio, Hist. 1, 108.
25 Plut. Sert. 12-13; Pompo 17; Liv. pero 90.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS

sencia de dos consulares en Hispania muestra que en Roma se tomaba cada vez
más conciencia de la gravedad de la guerra en Hispania. Aunque las fuentes anti-
guas, principalmente Plutarco que es filopompeyano, presentan a Metelo como
un general incapaz, un análisis objetivo muestra que a él se debe la infraestructu-
ra logística que acabaría expulsando a Sertorio de Lusitania y sentando las bases
de su posterior derrota.
Los gobernadores del 78 a.c. presentan un problema. Wilsdorf, basándose en
una cita del Pseudo Asconi0 26 , cita a Q. Calidio como propretor de la Hispania
Citerior durante este año. Las fuentes literarias relativas a la guerra sertoriana, sin
embargo, no lo mencionan. Plutarco menciona, tras la designación de Metelo para
la Hispania Ulterior, combates en esta provincia entre Sertorio y Metelo. Serto-
rio había enviado a su cuestor Hirtuleyo a la Hispania Citerior, donde derrotó a
Calvino y a L. Torio Balbo, probablemente el legado de Metelo. La situación en
Hispania se hizo tan peligrosa para el partido optimate que el procónsul de la
Narbonense hubo de intervenir también, pero fue derrotado por Hirtuleyo cerca
de Lérida27 . L. Manlio era gobernador de la Narbonense en 78 a.C.28, cuando se
supone que en la Hispania Citerior estaba como propretor Q. Calidio. Extraña
por consiguiente que las fuentes no mencionen ningún enfrentamiento entre Cali-
dio e Hirtuleyo y que, en el contexto de la guerra durante 79-78, se mencione al
antiguo procónsul de la Citerior, Calvino, como uno de los jefes derrotado por
Hirtuleyo. Puesto que Calvino estaba en el 79 ayudando a Metelo en la Ulterior,
puede haber regresado al año siguiente a su antigua provincia, tal vez porque
Calidio no la ocupara. De esta manera, el delito por el que Calidio fue acusado
pudo ser un delito de maiestate y no de concusión, como Schulten suponía29 .
En el 77 a.C. se hizo pues necesario enviar a la Hispania Citerior a un joven
militar de prestigio, Cn. Pompeyo, como privatus cum imperio proconsulare para
auxiliar a Metelo Pío a combatir al líder popularis. Pompeyo, jactanciosamente,
dirá que no ha sido enviado proconsule sino proconsulibus30 . El dilatado mando
de Metelo (79-71) y de Pompeyo (77-71) sobre sus provincias se debe a la conti-
nuidad de la guerra sertoriana. La prórroga del mando de estos dos no parece algo
específico de este periodo de la crisis republicana sino que entronca con una prác-
tica habitual en el gobierno de las Hispaniae ya antes de las constitución de las

26 Ps. Asconius, in Verr., p. 145; d. A. Schulten, FHA IV, p. 179.


27 Plut. Sert. 12-13; Liv. pero 90; Salustio, Hist. 1,111; Floro, 2,10,6; Eutropio 6,1,2; Orosio
5,23,3.
28 MRR Il, p. 87; sobre Calidio, p. 86.
29 A. Schulten, FHA IV, p. 179; Cic. Verr. 1,38; 2,3,63; lo cita sin embargo como acusado de
repetundis.
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mismas como provinciae. Como ejemplos de esta práctica podemos proponer el


dilatado imperium de Cneo y Publio Escipión (218-211) y de P. Cornelio Esci-
pión Africano (211-206) durante la segunda Guerra Púnica, de Décimo Junio
Bruto (138-133) durante la guerra contra los lusitanos, y de T. Didio (98-94) y C.
Valerio Flaco (93-81) durante la última guerra contra los celtíberos.
N o obstante, si el procedimiento en sí de prorrogar el imperium de un magis-
trado en Hispania hasta el final de la guerra cuya dirección se le ha confiado no es
radicalmente nuevo, sí que lo son las características del imperium confiado duran-
te este periodo de la crisis republicana y, significativamente, el hecho de que Pom-
peyo no era un magistrado ordinario como Metelo sino un privatus pro consule 31 •
Después de un breve paréntesis, en que las Hispanias vuelven a ser goberna-
das por propretores de acuerdo con el procedimiento legislado por Sila32, el fun-
cionamiento normal del sistema se rompe a partir del 67 a.C. con los poderes
extraordinarios conferidos a Pompeyo por la ley Gabinia que aparece, de esta
manera, como un hito fundamental en la evolución constitucional de la Repúbli-
ca tardía hacia el principado. Aunque Pompeyo había sido cónsul en el 70, en el
momento de aprobarse la ley Gabinia era, de hecho, un ciudadano privado. Por
la ley Gabinia se le concedía un imperium proconsulare por 3 años para hacer la
guerra contra los piratas. Su provincia era todo el mar Mediterráneo y el territo-
rio romano costero en una profundidad de 400 estadios hacia el interior. En todo
este territorio, Pompeyo tenía un imperium maius al que quedaba subordinado el
de cualquier otro magistrado y que comprendía la facultad de reclutar tropas y
acuñar moneda. Se le concedió, además, la facultad de elegir 24 legados senato-
riales con imperium propraetore y dos cuestores. En función de dichos poderes,
Pompeyo designó dos lega ti (A. Manlio Torcuato y Ti. Claudio Nerón) encarga-
dos de la vigilancia de las costas peninsulares 33 .

30 Cic. de imp. Cn. Pompo 62; De viro ill. 77,4; Diod. 36,27,4; Orosio 5,23,8.
31 A pesar de ello, ]ashemski ha destacado cómo los partidarios de Pompeyo pudieron inter-
pretar esta experiencia a la luz de precedentes constitucionales como la concesión del imperium a pri-
vati durante el periodo 218-198 a.e. El imperium de Pompeyo sobre Hispania Citerior en el 77 era el
tercer imperium que éste recibía como privatus y era, por consiguiente, un imperium extraordinario;
cf. ]ashemski, pp. 36 Y 40 (sobre los privati en el periodo 218-198), y 92.
32 Las noticias a este respecto son muy fragmentarias. Tal vez L. Afranius en el 71 a.e., legado
de Pompeyo que pudo continuar su labor en la Península a juzgar por su triunfo ex Hispania, según
A. Schulten, FHA V, p. 3; M. Puppius Piso Calpumianus, que triunfó de Hispania en el 69 a.e. (Cic.
in Pisan. 62); y C. Antistius Vetus, propr. de la Ulterior en 68 cuyo cuestor fue César (Vel. Pat. 2,43,4;
Suet. Caes. 7).
33 Sobre el imperium concedido a Pompeyo por la ley Gabinia, cf. ]ashemski, p. 92; sobre la ley
misma, W. R. Loader, «Pompey's command under the lex Gabinia», Class. Rev. 54, 1940, pp. 134-
136, Y S. ]ameson, «Pompey's imperium in 67: sorne constitutional fictions» Historia 19, 1970, pp.
539-560.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 3

Entre el 65 y el 56 se restablece el sistema normal de gobierno de las Hispanias


mediante procónsules o propretores, no sin que se produzcan algunas anomalías,
como es la designación de Cneo Calpurnio Pisón como quaestor propraetore de la
Hispania Citerior. La designación de Pisón para la Citerior, así como de P. Sitio
Nucerino para la Ulterior se inscribe en el contexto de la lucha política en Roma,
para la cual el potencial representado por las provincias hispanas era cada vez más
importante. Tanto Pisón como Nucerino eran partidarios de Catilina según
Salusti0 34 • La designación de Pisón se hizo después de la llamada «primera» cons-
piración de Catilina por expresa orden del senado (extra ordinemYs y a instan-
cias, al parecer, de Craso, que junto a César era partidario de Catilina en esta
fecha. No está clara la fecha de la muerte de Pisón, que fue asesinado por unos
jinetes hispanos de quienes se dijo en Roma que eran clientes de Pompeyo, pero
lo más probable es que fuese ya bien entrado su año de magistratura o a comien-
zos del año siguiente, durante la prórroga de la misma, ya que las fuentes desta-
can que el motivo aparente del asesinato fueron las injusticias cometidas contra
los provinciales y ello excluye, por consiguiente, que se le asesinara durante el
.. . .
VIaje a su prOVInCIa.
En el 64 los catilinarios enviaron también a Hispania Ulterior a P. Sitio Nuce-
rino, con el fin de inclinar la provincia hacia su bando, pero no conocemos la
naturaleza exacta de su mandato.
Lo más significativo de estos años es la propretura de César en la Hispania
Ulterior durante los años 61-60. Desde el punto de vista militar, la promagistra-
tura de César es importante porque pone fin a las continuas guerras contra los
lusitanos al emprender una campaña de gran envergadura, llevada con la máxima
dureza y crueldad, contra los pueblos situados entre el Duero y el Miñ0 36 • Desde
el punto de vista político, la propretura de César en la Ulterior es importante por-
que le va a permitir cimentar sus propias clientelas en la provincia. N o parece pro-
bable que César, en este momento en los inicios de su carrera política y necesita-
do del apoyo de Pompeyo, concibiese esta acción como un medio de oponerse
específicamente o de contrarrestar las importantes clientelas pompeyanas de la
Hispania Citerior, pero indudablemente le serán de gran utilidad cuando estalle
la guerra civil en el 49 a.C. La finalidad más inmediata, tanto de la campaña con-
tra los lusitanos y galaicos como de su actividad administrativa, fue la de resarcir

34 Salust. Cato 19 y 21; Cic. pro Sulla, 56.


35 Suet. Caes. 9.
36 Plut. Caes. 12, que da la cifra de 15.000 soldados, es decir un ejército pretoriano de una legión
más sus correspondientes auxiliares, para el ejército de César en la campaña lusitana; Dio cass. 37, 52-
53; Zonaras 10,6.
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el maltrecho patrimonio del propio César, que aceleró su partida de Roma a la


provincia que le había tocado para escapar a sus acreedores 37 • Según Suetonio y
Apiano, César amasó una gran fortuna durante su propretura en la Ulterior38 • Por
otra parte César, que desde su debut en política se presenta como un popularis,
vinculado además familiarmente a Mario, sigue una política acorde en la provin-
cia contraria a los intereses de los caballeros (publicanos) y favorable a los de la
ciudadanía y las élites provinciales, gozaran de la ciudadanía romana o no. Es
dentro de esta interpretación general como debemos entender la medida de César,
tomada probablemente durante su propretura, de suprimir el impuesto con que
Metelo había gravado la provincia durante la guerra sertoriana y la referencia de
que César ayudó a los provinciales contra sus acreedores romanos 39 . Según Sue-
tonio, César emprendió la campaña contra los lusitanos instado por los provin-
ciales 4o , seguramente porque las incursiones de éstos interrumpían tanto el desa-
rrollo agrícola como el comercio provincial. Del éxito de César, en el sentido de
crearse una base política en la Hispania Ulterior, da idea el hecho de que L. Cor-
nelio Balbo, un hombre vinculado a Pompeyo desde la guerra sertoriana que por
su intermedio había recibido la ciudadanía en el 72 a.C., se vinculó políticamente
a César durante el 61-60 hasta el punto de que éste durante su consulado en el 59,
nombró a Balbo praefectus fabrum 41 •
Entre el final de la propretura de César y el comienzo de la guerra civil tene-
mos muy pocas noticias sobre Hispania y los gobernadores de sus provincias.
Una referencia del propio César, que había favorecido en ingreso de P. Cornelio
Léntulo Spinther en el colegio de los pontífices, hace pensar que después de su
regreso a Roma para aspirar, y obtener, el consulado, César se preocupó de dejar
el gobierno de Hispania en manos de individuos afines a él que velasen por sus
intereses en las provincias. La importancia creciente de ambas Hispaniae en el
contexto de la crisis republicana y la guerra civil se puede ver también en que el
procónsul de la Hispania Citerior del año 56, Q. Cecilio Metelo Nepote, asistió
a la conferencia de Luca, celebrada en ese añ0 42 . Nepote hubo de sostener una
guerra contra los vacceos y algunas ciudades celtibéricas, como Clunia, que se
habían sublevado a pesar de la represión que pocos años antes Pompeyo, tras la
muerte de Sertorio, había efectuado en el territorio. Es probable que esta suble-

37 Suet. Caes. 71.


38 Suet. Caes. 54; Ap. Be. 2,8.
39 de bello Hispan. 42; Plut. Caes. 12.
40 Suet. Caes. 18.
41 Cíe. pro Balbo 6, 1-3.
42 Plut. Caes. 21.
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vación esté en relación con la guerra de Aquitania, emprendida por César ese
mismo año, ya que los aquitanos contaron con soldados cántabros y vascones.
Durante este período resulta más difícil hacer un análisis de los gobernadores
provinciales en relación con las gentes y familiae romanas, semejante al que
hemos hecho en los capítulos anteriores. Es cierto que con posterioridad a la dic-
tadura de Sila la política romana, tanto interna como externa, estuvo dominada lo
mismo que en el período precedente por coaliciones de familias senatoriales que
se apoyaban mutuamente con vistas a obtener un fin político. No obstante, como
Gruen ha observad042bis, diversos factores como una mayor autoconciencia de la
plebe en su papel político, las tensiones impuestas por la crisis republicana, la par-
ticipación política de individuos nuevos de origen itálico y, en fin, las ambiciones
personales de los líderes, hicieron que dicha mecánica senatorial terminase fraca-
sando en muchas ocasiones. Además, las lagunas existentes en nuestras fuentes,
respecto a la nómina de los gobernadores durante este periodo, hacen que las con-
clusiones de dicho análisis tengan siempre un grado de incertidumbre.
A pesar de ello, el repaso del elenco de gobernadores durante el período del 81
al 55 a.C. (Apéndice V) sugiere algunas observaciones interesantes. Desde el 81
hasta el 78, es decir, durante el periodo de la dictura de Sila, como sería lógico
esperar los gobernadores hispanos fueron adictos a Sila, como L. Fufidio (80), Q.
Calidio (78) y, significativamente, Q. Cecilio Metelo Pío (79-71), uno de los
soportes fundamentales, junto con su familia, del propio Sila. Desde el 77 al 71,
durante la guerra contra Sertorio, Metelo y Pompeyo, un joven prometedor que
hacía carrera a la sombra también de Sila, gobernaron las Hispanias.
Pompeyo, como hemos señalado anteriormente, aprovechó la ocasión para
formar sus propias clientelas y sus medios de influencia en Hispania, y luego pro-
curó retener estas provincias bajo su control procurando la designación de per-
sonas adictas a él para gobernarlas. La década de los 60, que es la década en que
la estrella de Pompeyo brilla más alta en el cielo de Roma, registra como gober-
nadores a reconocidos pompeyanos como M. Pupio Pisón Calpurniano (70) y P.
Sittio Nucerino (65); tanto éste como su compañero en la Citerior, Cn. Calpur-
nio Pisón, fueron acusados de catilinarios y aparecen vinculados tanto a Pompe-
yo y a César, el primero de ellos, como a Craso, el segundo. Otros gobernadores,

42bis E. S. Gruen, The last Generation of the Roman Republic, Berkeley 1974, cap. Il "Political
alliances and allignments», especialmente pp. 48-49. Para el análisis concreto de la filiación política de
los gobernadores, ibid. pp. 190 (L. Fufidius), 31 (Q. Calidius), 61 y 63 (M. Puppius Piso), 60 (Cn. Cal-
purnius Piso), 284 (P. Sittius Nucerinus), 169 y 400 (C. Cosconius), 92 y 104 (P. Cornelius Lentulus
Sphinter), 85-87 y 145 (Q. Caecilius Metellus Nepos); sobre los Metelos como una de las familias más
importantes del periodo, p. 58.
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como C. Cosconio (62), aparece vinculado también a las personas de los triunvi-
ros, ya que en el 59 formó parte de la comisión encargada de aplicar la lex Cam-
pana promovida por César y apoyada por Craso y Pompeyo. El mismo César,
pretor de la ulterior en el 61 y 60, era en estos momentos una figura subordinada
a Pompeyo y Craso.
Los años que van del 59 al 55, en que a consecuencia del convenio de Lucca
las provincias hispanas quedaron en poder de Pompeyo hasta la guerra civil,
muestran la pugna entre el propio Pompeyo y César por colocar a personas de su
confianza en el gobierno provincial. Así, en el 59 obtubo la Citerior P. Cornelio
Léntulo Esfínter quien, enemistado con Pompeyo, se había pasado al círculo de
César que lo apoyará en las elecciones consulares del 58; también Q. Cecilio
Metelo Nepote (56), ex oficial y ex cuñado de Pompeyo, ahora enemistado con
él, ha servido a las ambiciones de César.
En resumen, lo mismo que en los periodos anteriores, el gobierno de las pro-
vincias hispanas estuvo dominado por las alianzas de familias senatoriales que
veían en él un medio para obtener más poder. Es sintomático que la única familia
que registra dos gobernadores durante este tiempo sea la de los Cecilios Metelos
(79-71 y 56), a la que ninguno de los dinastas militares lograron eclipsar comple-
tamente. N o obstante, el ascenso del poder personal de estos dinastas terminará
por poner fin a dicha dinámica. A partir del 55 las provincias hispanas, lo mismo
que las demás, corresponderán a alguno de los generales investidos con un poder
extraordinario y serán gobernadas por legados de su confianza. A partir de esta
fecha, por consiguiente, lo decisivo serían las relaciones personales con los indi-
viduos que detentaban el poder de hecho y no el viejo juego de alianzas entre
familias senatoriales.

3. DE LA CONFERENCIA DE LUCCA AL FINAL DE LA REPÚBLICA

El periodo que va de la conferencia de Lucca (56 a.C.) a la división de las pro-


vincias entre Augusto y el Senado (27 a.C.) puede ser caracterizado como el perio-
do de los lega ti cum imperio. Durante este periodo se generaliza la utilización de
esta figura para el gobierno, no sólo de las provincias hispanas sino de todas las
provincias en general43 • El primero que va a recurrir a legados para administrar las
provincias que recibe es Pompeyo y precisamente para la administración de las

43 Jashemski, pp. 89 Y 92, sobre el uso de los legados para el gobierno de las provincias por parte
de Pompeyo y de César; d. Vel. Pat. II, 48,1; Plut. Pompo 53; Crass. 16; Cato Min. 45.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 107

Hispanias. En la intención de Pompeyo probablemente pesaba más su interés en


no abandonar Roma, desde donde esperaba controlar a sus socios y a la vez riva-
les políticos, Craso y César. Pero el procedimiento adoptado por Pompeyo va a
revelar toda su importancia cuando Augusto, en el 27 a.C., asuma el gobierno de
las provincias imperiales mediante la utilización de legati Augusti. Durante la gue-
rra civil, que abarca todos los escenarios del Mediterráneo, César recurrirá tam-
bién a legados y no a los propretores o procónsules constitucionales para gober-
nar las provincias que controla; solamente en el año 44, en un intento de volver a
una aparente normalidad, M. Emilio Lépido y C. Asinio Polión son enviados, pro-
bablemente como propraetores proconsules, a la Hispania Citerior y Ulterior res-
pectivamente. Después de César los segundos triunviro s continuarán también con
el sistema de los legados, dejando obsoleto lo que había sido el patrón del gobier-
no de la República sobre las provincias, es decir, el envío a ellas de magistrados o
pro magistrados elegidos al efecto por los comicios y el Senado.
El acuerdo alcanzado en Luca en el 56, que sólo impropiamente puede deno-
minarse Primer Triunvirato, consistía el reparto del poder de hecho dentro del
estado entre Pompeyo, Craso y César. Ese acuerdo contemplaba la elección de
Pompeyo y Craso para el consulado del año 55 y, a su término, de un proconsu-
lado extraordinario por cinco años para cada uno de ellos, de manera semejante al
que César tenía ya sobre las Galias, que le fue renovado por otros cinco años 44 .
Craso obtuvo Siria, desde donde esperaba emprender su campaña contra los par-
tos, y Pompeyo las dos Hispanias y Africa, que le fueron atribuidas por la lex
Trebonia en el año 55 45 . Existían ya precedentes legales para un encargo de este
tipo en la misma persona de Pompeyo, ya que las leyes Gabinia y Manilia le habí-
an otorgado años antes el mando sobre un conjunto de provincias. Probablemen-
te recordando la experiencia de su mandato en aquella ocasión, y no deseando
abandonar Roma, Pompeyo gobernó las Hispanias mediante sus legados, L.
Afranio, M. Petreyo y M. Terencio Varrón46 . A partir de este momento y hasta

44 Sobre el pacto de Luca, E.S. Gruen, «Pompey, the Roman aristocracy and the conference of
Luca», Historia 18, 1969, pp. 71-108; C. Luibheid, «The Lucca Conference» CPh 65, 1970, pp. 88-94;
B.A. Marshall, «The coalition between Pompeius and Crassus», Historia 24, 1975, p. 205 ss.
4S Liv. ep. 105; Plut. Cato mino 43; Dio. Cass. 39,33,2.
46 Ap. Be. 2,18; Plut. Craso 15; Caes. 28; Pompo 52; la inscripción CIL IX, 5275 = ILS 878: L.
Afranio Af coso conscrip(ti) et col(oni) col. Valent(inae) debe datarse después del consulado de Afra-
nio, en el 60, Y puede corresponder al periodo 55-49 en que estuvo en la Citerior como legado de
Pompeyo. Como cuestor de Pompeyo en la Ulterior estuvo Q. Casio Longino, que fue herido en un
combate; d. De bello Alex. 48 y 50; Cic. ad Att. 6,6,5; Dio. Cass. 41,24,2. Una inscripción de Carta-
gena, publicada por M. Koch, Chiron 19, 1989, pp. 27-35, da a conocer otro legado de Pompeyo: e.
Herius Hispa[lus?}, que debió actuar en la anterior entre el 54 y el 49. Su mandato debió ser corto, por
causas desconocidas, ya que las fuentes literarias sobre la guerra civil no lo mencionan.
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el final de la República las provincias hispanas ya no serán gobernadas por pro-


pretores de rango proconsular sino por legados de los triunviros que son, de dere-
cho, sus gobernadores en función de los poderes extraordinarios que reciben 47 •
No está clara la división geográfica y de funciones entre los legados de Pom-
peyo y su relación con la división provincial de la República. Sus posiciones den-
tro de la península obedecían a un plan más militar que administrativo, de vigi-
lancia sobre las Galias y el ejército de César que desde allí podía invadir Italia. L.
Afranio, al mando probablemente de la Citerior, tenía confiadas tres legiones a su
mando. M. Petreyo tenía dos legiones y estaba situado en la región entre el Ebro
y el Guadiana, es decir, en la Meseta central, en la cual ni durante la República ni
durante el Imperio se logró trazar una división provincial clara y estable. Final-
mente, Varrón con otras dos legiones tenía a su mando la Ulterior. En esta divi-
sión se ha visto un antecedente de la posterior división tripartita de la Península
realizada por Augusto. Esta situación cambió con la llegada de L. Vibulio con la
orden de Pompeyo de concentrar los ejércitos de Afranio y Petreyo en la Citerior
para oponerse a César, quedando la Ulterior íntegramente al mando de Varrón48 .
La victoria de César en Ilerda (mayo-agosto del 49 a.C.) y la clemencia usada
con sus enemigos arrojaron a su partido a la Hispania Ulterior. La legio vernacu-
la de Varrón se sublevó y las principales ciudades de la provincia, Corduba,
Carmo, Gades e Italica, le cerraron las puertas. Varrón hubo de capitular y, reu-
nido con César en Córdoba, le dio cuenta de su gestión y del armamento, naves,
provisiones y dinero puestos bajo su autoridad 49 •
Antes de embarcarse en Cádiz para combatir a Pompeyo en oriente César dejó
como gobernadores de la Hispania Citerior y Ulterior, respectivamente, a M.

Sobre el carácter del «Principado» de Pompeyo y su política, Ed. Meyer, Caesars Monarchie und
das Prinzipat des Pompeius. Innere Geschichte Roms von 66-44 v. Chr., Stuttgart, 23 ed. 1926.
47 Sobre los segundos triunviros, R. Syme, La revolución romana, Madrid 1989 (ed. ingl. 1939),
pp. 245 ss.; también A. Piganiol, la conquete Tomaine, Paris 1974, pp. 573-576; sobre el gobierno de
Octaviano en Occidente entre el 42 Y el 34, pp. 578-583.
48 J. Harmand, «César et l'Espagne durant le second bellum civile» Legio VII Gemina, Leon
1970, pp. 181-203, ha analizado los preparativos de Pompeyo y César en Hispania antes de la guerra
civil y el desarrollo de las operaciones posteriores. Las fuentes principales para los sucesos de este
periodo son el libro II del bellum civile de Apiano, caps. 42-43, y el libro 1 del bellum civile de César;
sobre la disposición y efectivos de Pompeyo y César, Be., 1, 37-39. Un buen relato de la guerra civil
entre César y Pompeyo en Hispania se encontrará en J. M. Roldán, Historia de España Antigua tomo
Il, Madrid 1978, pp. 155-173, al que nos remitimos para la narración de los hechos.
49 Ces. Be. II, 20.
50 Ces. Be. II, 21; Dio. Cass. 41,24. Casio Longino, según César, Be. Il,19, era tribuno de la
plebe. Sobre Lépido, de bello Alex. 63; Dio. Caso 43,1.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS 109

Emilio Lépido y a Q. Casio Longin0 5o . La designación de ambos gobernadores


no era fruto ni de una elección por los comicios ni de designación del Senado sino
del propio César exclusivamente. La mala administración de Casio, unida a las
simpatías de muchas ciudades por Pompeyo que sólo la victoria de César en Iler-
da había conseguido dominar, promovieron una sublevación de la provincia que
forzó a César a destituir a su legado y substituirlo por C. Trebonio (47 a.C.)51.
Esta situación, sin embargo, fue aprovechada por el partido senatorial y por Cn.
Pompeyo, el hijo de Pompeyo Magno, que desembarcó en Hispania y reempren-
dió la guerra en la Península contra César. Es probable que Cn. Pompeyo eligie-
se para desembarcar la costa levantina confiando en la mayor influencia del nom-
bre de Pompeyo en la Citerior. Sabemos que las Baleares, excepto Ibiza, cayeron
fácilmente en su poder y que una de las primeras tareas que emprendió fue el ase-
dio de Cartagena. Cuando los pompeyanos perdieron la batalla de Munda y, con
ella, el control de la Hispania Ulterior, su hermano Sexto se refugió en Celtiberia
donde reclutó un ejército entre sus clientes con el que mantuvo su resistencia
hasta después de la muerte de César. No puede decirse, sin embargo, que la Cite-
rior fuese en bloque propompeyana o que la Ulterior fuese procesariana en su
conjunto. Lo que las fuentes relativas a la guerra civil en la Península descubren
es que en ambas provincias había un bando procesariano y otro propompeyano
dentro incluso de las mismas ciudades. Las lealtades a uno u otro dependían de la
distinta posición social de las personas, de la fidelidad a las clientelas particulares
y, naturalmente, del azaroso cálculo sobre la evolución de la guerra 52 .
Inmediatamente después de desembarcar, Pompeyo puso cerco a Cartagena,
donde se le sumaron las legiones de la Bética que hicieron defección de Trebonio,
al mando de Quinto Escápula y Quinto Aponio, dos equites. Estas le aclamaron
imperator en Cartagena, y por César sabemos que Pompeyo se proclamó, proba-
blemente, pro cónsul, asumiendo incluso el uso de las fasces. Es decir, que como en
el caso de Sertorio hay que tener en cuenta que durante este tiempo están en His-
pania, además de los legados de César, a quien pertenecían las provincias, el hijo
de Pompeyo, que fue considerado por una parte de los provinciales un magistra-
do legítimo, aunque no había sido elegido por ninguna clase de comicios 53 .
En el 46 César envió a Hispania a sus legados Q. Fabio Máximo y Q. Pedi0 54
para enfrentarse a los hijos de Pompeyo pero aquéllos, impotentes, se hicieron

51 De bello Alex. 64.; Cic. ad fam. 15,21,2; Dio Caso 43,29.


52 J. M. Roldán, op. cit.
pp. 166-167.
53 Cneo Pompeyo acuñó moneda: Grueber, CRRBM 2,364-367; MRR 11,298; Dio Cass. 43,29;
Bellum Hispan. 42,6: fasces imperiumque sibi arripuit; CIL 1,2,2.885.
54 Bell. Hisp. 2; Dio Caso 43,31; inscripciones de fabio Máximo: CIL 11 2581 (Lugo) y EE. VIII,
504 (Braga).
IIO MANUEL
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fuertes en Obulco y solicitaron la presencia del dictador para dirigir la guerra. A


finales de año César se presentó siguiendo la vía de la costa en la alta Andalucía.
La derrota de los pompeyanos en Munda significó el fin práctico de la guerra
civil aunque, como hemos dicho, Sexto Pompeyo mantuviese todavía una resis-
tencia en la Meseta. César procedió a reorganizar profundamente la Ulterior cas-
tigando con dureza a sus enemigos, premiando con la ciudadanía a las ciudades
fieles a su causa (significativamente, Ulia) y promoviendo una importante colo-
nización itálica en la que la fuerte presencia de veteranos de su ejército estaba des-
tinada a asegurar para el futuro la fidelidad de la provincia. La base legal para estas
acciones era probablemente los poderes que tenía conferidos como dictador 55 .
La persistencia de la actividad pompeyana hizo que ese mismo año César
enviara un nuevo legado, C. Carrinas, para combatir a Sexto 56 • No sabemos quién
se ocupo del gobierno de las provincias entre la partida de Fabio Máximo y Q.
Pedio, que celebraron el triunfo juntamente con César57, y la llegada de Carrinas,
toda vez que el nombramiento de éste no era una substitución de aquéllos.
A finales de febrero del 44, César, antes de comenzar su campaña contra los
partos, recibió por diversas leyes la facultad de elegir magistrados para los tres
años siguientes y de recomendar a los comicios la mitad de los candidatos. La
Hispania Citerior y la Galia Narbonense fueron confiadas conjuntamente a M.
Emilio Lépido, probablemente como procónsul. Lépido había sido cónsul en el
46 Y magíster equítum de César en el 45, por lo que su proconsulado ahora no se
ajustaba exactamente a la ley Cornelia que establecía la promagistratura a conti-
nuación del ejercicio del consulado o la pretura en la ciudad. Nuevamente ambas
provincias volvían a estar unidas como entre el 85-81 a.C. La Hispania Uterior
fue dada a C. Asinio Polión, un individuo de origen itálico cuya familia había
adquirido la ciudadanía después de la guerra social y había pertenecido al grupo
de los itálicos sublevados 58 . Polión es un ejemplo de las nuevas gentes itálicas que
en el periodo de la crisis, y significativamente bajo César, comienzan a entrar en
el Senado y en el gobierno de la ciudad y las provincias. Polión no fue cónsul

55 Desde otoño del 45 a Abril del 44 DICT IV, la única base legal de su poder hasta el 1-1-44,
en que volvió a desempeñar el consulado, ya que ellO de Octubre del 45 había renunciado a él. Poco
después del 25-1-44 aparece ya en las monedas la leyenda DICT(ator) PERP(etuus). Cf. A. Piganiol,
La conquete romaine, pp. 556, 560 Y 562.
56 Ap. BC IV, 83. Broughton, MRR II, 308, registra a Carrinas entre los pretores del 46 con ?;
a favor de esta pretura de Carrinas, sin embargo, no hay más que la suposición de que según la ley
Cornelia el gobierno provincial debía entregarse a promagistrados al año siguiente de su cargo, pero
no consta siquiera que Carrinas fuese enviado con el título de propretor.
57 Liv. pero 116; Act. Triumph. año 45; Suet. Caes. 37.
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS

hasta el 40 y, si se le supone una pretura en el 45, de la que no existe ninguna refe-


rencia, es únicamente para dar algún fundamento a su nombramiento como pro-
magistrado sobre la base de la ley Cornelia, pero como hemos visto en otros casos
bajo César, ello no era un requisito imprescindible.
A la muerte de César, Lépido retuvo el gobierno de la Citerior y, en el triun-
virato del año 43, recibió el gobierno de ambas Hispanias y de la Galia Narbo-
nense. Lépido sin embargo permaneció en la Narbonense, atento a lo que sucedía
en Roma, y gobernó Hispania mediante su legad0 59 • Tras la batalla de Filipos, con
el nuevo reparto de las provincias entre los triunviros, Octaviano se adjudicó
ambas Hispanias dejándole solamente Africa en compensación 60. Tampoco
Octaviano gobernó personalmente las provincias, sino que envió sucesivos lega-
dos a ellas 61 : en el 41 a C. Carrinas, que ya tenía experiencia en Hispania; y en el
40, tras la guerra de Perusa, a L. Antonio, hermano del triunviro, que a su vez
delegó en Sexto Peduceo y Balbo el Menor 62 .
Desde el 39 hasta el 27 a.C. ambas Hispanias estuvieron unidas en una sola
provincia, gobernada por distintos lega ti de Octaviano con rango proconsular.
Esta unión debe interpretarse como una solución transitoria ante las necesidades
de Octaviano de atender otros frentes militares y otras necesidades administrati-
vas en la rivalidad con Antonio que llevaría a la guerra civil. Los distintos legados
celebraron todos triunfos ex Hispania: Cn. Domicio Calvino en el 36 sobre los
cerretanos, C. N orbano Flaco en el 34 probablemente de los lusitanos, L. Marcio
Filipo en el 33 y Apio Claudio Pulcher en el 32 63 . Según los Acta Triumphalia, el
rango de todos ellos era el de legatus proconsule.
Es interesante destacar que en los nombramientos de Octaviano parece existir
un mayor respeto de la apariencia de legalidad que en los de su padre adoptivo,
César. Cuando Octaviano designó legatus para Hispania a C. Carrinas éste ya
había sido consul suffectus en el 43, por lo que su designación aparentemente
podía presentarse como un proconsulado constituciona1 64 . L. Antonio, legado
para el año 40, había sido cónsul en el 41; en cambio, Sexto Peduceo y L. Corne-

58 Ap. BC 2,107; 4,84; Nicolás de Damasco, Fr. Gr. Hist. II, 414; Dio Caso 43,51,8 y 45,10.
Sobre Lépido, MRR II, 326; sobre Polión, MRR II, 327; A. Piganiol, op. cit. p. 556; Vel. Pat. 2,73,2
llama praetorius a Polión.
59 Vel. Pat. 2,63; Ap. BC 4,2 y 4,31; Dio Caso 46,55,4; Act. Triumph. año 43 (triunfo de Lépido

ex Hispania).
60 Dio Cass, 48,2,3; Ap. BC 5,26.
61 ]ashemski, p. 90; L. Ganter, Die Provinzialverwaltung der Triunvirn, Estrasburgo 1892, p.

90, cree que los gobernadores servían como legati con imperium proconsular.
62 Ap. BC 5,54.
63 A. Schulten , FHA V, pp. 177-182.
64 Ap. BC 5,26; MRR II, 373.
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lio Balbo, en quienes delegó a su vez L. Antonio, no habían desempeñado toda-


vía ninguna magistratura curul 65 . De la misma manera, C. Domicio Calvino,
enviado a la Península del 39 al 37, había sido pretor en el 56 Y cónsul en el 53 Y
el 40; era, probablemente, bastante mayor cuando revistió el pro consulado a con-
tinuación de su segundo consulad0 66 . Tres de los cuatro cónsules del año 38 ejer-
cieron luego como legados proconsulares en Hispania. C. Norbano Flaco, lega-
do proconsular en el 36 y el 35, había desempeñado el consulado en el 38; L.Mar-
cio Filipo, legado en el 34, había sido cónsul sufecto aquel mismo año; y Apio
Claudio Pulcher, legado en el 33, había sido el otro cónsul ordinari0 67 .
No sabemos quién mandaba sobre Hispania, que pertenecía al bando de Octa-
viano, durante la guerra civil. Octaviano nombró un praefectus orae maritimae en
la persona de C. Bebio, probablemente temiendo un ataque de Antonio desde
Africa 68 . El único legado conocido entre el 29 Y el 27 es C. Calvisio Sabino, que
debió tener bajo su jurisdicción probablemente toda la Península. El se ocupó,
probablemente por indicación de Octaviano, de abrir las hostilidades contra los
cántabros, por la victoria sobre los cuales celebró un triunfo.
Las necesidades administrativas y militares, sin embargo, eran muy diferentes
en la romanizada provincia Ulterior o en la costa de la Citerior, y en los territo-
rios septentrionales cuya conquista planeaba Augusto. La división provincial
republicana en dos territorios delimitados a partir de la costa mediterránea era ya
completamente inadecuada para organizar la diversidad social, cultural y de esta-
tutos políticos de las comunidades peninsulares sometidas al dominio romano. El
valle del Guadalquivir y los territorios limítrofes, profundamente civilizados y
asimilados al estado romano por un dominio de dos siglos y una intensa coloni-
zación, se hallaban en condiciones completamente distintas a las de las tierras
occidentales al sur del Duero o al valle del Ebro y la Meseta oriental, que eran los
territorios de donde habría de partir el ataque contra la franja cantábrica. La divi-
sión de Hispania por Augusto en tres provincias venía a reconocer este estado de
cosas y a favorecer, mediante la delimitación de circunscripciones más homogé-
neas, una mejor administración de Hispania69 .

65 Sexto Peduceo fue coso su!? en el 35; Apiano, BC 5,54, menciona un Loúkios que se suele
identificar con un L. Coro Balbo que acuñó monedas con el título de propretor. Si es Balbo el mayor,
fue coso su! en el 40, posiblemente después de la promagistratura, y si es Balbo el menor, sencillamente
se desconoce que revistiera magistratura en esta época.
66 MRR I1, 388 Y 402.
67 MRR II, 402, 412 (Norbano Flaco); 412 y 416 (Marcio Pilipo); 416 (Claudio Pulcher).
68 elL IX, 623.
69 Dio Cass. 53,12,4. Sobre la división de Augusto, d. Albertini, pp. 25-33; J. M. Blázquez et al.
Historia de España Antigua 11, Hispania romana, Madrid 1978, pp. 178-179; en un contexto más
general, L. Harmand, L'Occident romain, Paris 1970, pp. 121-125; sobre el carácter convencional de
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EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS HISPANAS II3

No es nuestra intención describir ni estudiar las causas de la división provin-


cial de Augusto, que solamente cobra sentido en el contexto de la reorganización
de todo el Imperio. Las sucesivas rectificaciones de los límites provinciales, entre
el 16 y el 13 a.C. durante el reinado de Augusto, y luego a comienzos del siglo II,
afectaron sobre todo a la delimitación de los territorios de la Tarraconense y
Lusitania. Si la rectificación de los años 16-13, que transfirió el territorio de los
galaicos y astures de la Lusitania a la Citerior y fijó el límite norte de Lusitania en
el Duero, se hizo sobre todo por razones militares; las rectificaciones menores
habidas durante los siglos I y II (inclusión del territorio de Avila en Lusitania), se
debieron en cambio a razones administrativas, y muestran que el viejo problema
de la delimitación de las provincias en la Meseta, heredado de la República, nunca
fue resuelto satisfactoriamente por Roma.
De las nuevas provincias creadas, la Hispania Ulterior Lusitania y la Hispania
Citerior o Tarraconense se consideraron provincias imperiales por limitar sus
territorios con pueblos en guerra y tener, consiguientemente, tropas acuarteladas
en su interior. La Hispania Ulterior Bética, provincia inerme, fue entregada al
Senado, que continuó administrándola con procónsules que habían guardado el
intervalo de cinco años después de su magistratura. Las provincias imperiales fue-
ron gobernadas por legados del emperador. De esta manera, tanto las provincias
imperiales como la provincia senatorial hispana fueron gobernadas a partir del
establecimiento del Principado según los procedimientos que habían ido elabo-
rándose al final de la República, entre la dictadura de Sila y la victoria del propio
Augusto.

la división de las provincias en senatoriales e J. M. Roldán, J. M. Blázquez y A. del Casti-


llo, El imperio romano (siglos ¡-Il/), 1989, pp. 62-65.

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