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BLOQUE 1. EPÍGRAFE 2
1. LA HISPANIA ROMANA
El inicio de la conquista romana de la Península Ibérica empezó en el año 218 a.C. (siglo III a.
C). Antes de esa fecha la Península estaba habitada por los llamados pueblos prerromanos, durante el
primer milenio antes de Cristo. Entre los pueblos prerromanos destacan los íberos (poblaciones
autóctonas de la Península Ibérica) y los celtas (pueblo de origen indoeuropeo, procedente de
Europa). Los celtas se establecieron fundamentalmente en el norte y oeste de la Península. Eran
pueblos ganaderos y guerreros que conocían el hierro. Los íberos, por su parte, estaban establecidos
en el este y sur de la Península. Eran pueblos agricultores, tribales, y vivían en asentamientos que
podemos considerar pequeñas ciudades. Las zonas de transición entre Celtas e Íberos dieron lugar a
la cultura celtíbera, sobre todo en el Sistema Ibérico, Sistema Central y este peninsular. Ninguna de
estas culturas constituía un país unido, sino que eran poblados y tribus diferentes, parecidos
únicamente por un sentimiento religioso caracterizado por santuarios en plena naturaleza.
Aparte de los pueblos asentados en la Península Ibérica, durante el primer milenio antes de
Cristo se produjeron importantes colonizaciones del territorio peninsular, más en concreto de las
costas mediterráneas. Por colonizaciones hay que entender la llegada de pueblos avanzados a través
del Mediterráneo. Estos pueblos tenían su origen en el este del mar Mediterráneo y se dedicaban a
navegar y comerciar. Fundaron ciudades en la costa mediterránea y a través de sus puertos se
llevaban las riquezas naturales de la Península. Estos pueblos colonizadores fueron:
A partir del siglo III comienza una fuerte crisis del Imperio romano caracterizada por
gobiernos corruptos en Roma, aumento espectacular de los impuestos, disminución drástica del
número de esclavos, descenso de la producción y del comercio, migraciones masivas desde las
ciudades hacia el campo, difusión de la religión cristiana (a partir del año 313 se convirtió en la
religión oficial del Imperio, debido a la conversión del emperador Constantino) y aumento de la
inseguridad porque las legiones estaban desmoralizadas y los bárbaros entraban en el territorio
imperial produciendo bandidaje y gran número de saqueos.
Como consecuencia, en el año 395 el Imperio romano se dividió en dos: Imperio occidental
(capital Roma) e Imperio oriental (Imperio Bizantino, capital Constantinopla o Bizancio). La división
fue realizada por el emperador Teodosio a favor de sus dos hijos. Mientras que el Imperio oriental
sobrevivió casi mil años, el Imperio occidental, Roma, sufrió la presión de los pueblos germanos
(considerados bárbaros por los romanos), que entraron en su territorio poco a apoco. Finalmente, el
último emperador fue depuesto en el año 476.
2) LA MONARQUÍA VISIGODA
En la Península Ibérica habían entrado previamente tres pueblos de origen germánico: los
suevos, los vándalos y los alanos. En 416 los romanos llamaron en su ayuda al pueblo de los
visigodos para que les ayudaran a expulsar a estas tres poblaciones. Los visigodos estaban
establecidos al sur de Francia, en un reino con capital en Tolosa. Pero a lo largo del siglo V volvieron a
entrar en repetidas ocasiones en la Península y ocuparon territorios que añadieron al reino de Tolosa.
En el siglo VI fueron derrotados por los francos y se establecieron definitivamente en Hispania,
fundando un reino con capital en Toletum (Toledo).
La mayor expansión del reino visigodo de Toledo se produjo a finales del siglo VI con el rey
Leovigildo. Atacó a los suevos en Galicia, a los cántabros y vascones en el norte, y a los bizantinos,
que habían ocupado una franja en el sur peninsular. Leovigildo logró la victoria y aplicó en su reino el
derecho romano, buscando la integración entre visigodos e hispanorromanos.
Sin embargo, no pudo resolver el problema de la religión porque los visigodos estaban divididos entre
cristianos y arrianos. Los arrianistas eran seguidores de Arrio, un obispo del norte de África que
consideraba que Jesucristo no era el Hijo de Dios sino simplemente un enviado de Dios. El hijo de
Leovigildo, Recaredo, acabó con la división religiosa. En el año 589 se convirtió al cristianismo, junto
con todos sus nobles, y el arrianismo fue declarado herejía. Esto supuso el triunfo cristiano en la
Península Ibérica y un hecho fundamental para el dominio de la cultura cristiana en la Península
durante toda la Edad Media y la Edad Moderna.
El Reino visigodo de Toledo tenía como forma de gobierno la monarquía electiva: cuando
moría un rey las principales familias nobles elegían a su sucesor. Este sistema dio lugar a una gran
inestabilidad política porque a la muerte de cada rey solía haber guerras por el trono entre las
distintas facciones de la nobleza. El rey pagaba a los nobles que le habían apoyado en la guerra con
beneficios, principalmente tierras (señoríos). Debido a esto se fue formando poco a poco el
feudalismo en la Península Ibérica: señores feudales dueños de extensos territorios y de sus
habitantes (pobladores de aldeas y pueblos de su señorío). También la Iglesia adquirió importantes
señoríos feudales, pues era muy importante que el rey recibiera su apoyo. La Iglesia visigoda se hizo
muy poderosa y muy culta reuniendo gran cantidad de edificios, obras de arte, obras literarias, etc.
A principios del siglo VIII, año 711, Akila, hijo de Witiza, se enfrentaba por el trono a don
Rodrigo, el otro candidato, y pidió ayuda a los musulmanes del norte de África. Tarik, líder musulmán
de esta zona, entró con sus tropas a través de Gibraltar el día 28 de abril del 711. Era el comienzo de
la invasión musulmana de la Península Ibérica y de una dominación que se extendería durante casi
800 años.