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Introducción
Antecedentes
Sin embargo, hay que estar consientes, que la demanda de préstamos de los
países empobrecidos no es la única razón de la existencia del endeudamiento externo
y su mal uso tampoco la única explicación de las crisis. Los problemas derivados del
sobreendeudamiento encuentran sus orígenes en la oferta de recursos financieros en
los países desarrollados, especialmente en los EEUU. El proceso de acelerado
endeudamiento en los años setenta del siglo XX se debió a la afluencia masiva de los
llamados eurodólares, por efecto, entre otros factores, de los desbalances que provocó
la guerra de Vietnam, mucho antes del alza de los precios del petróleo. La masa de
estos dólares fuera de los EEUU se amplió aún más con la eliminación de la
convertibilidad del dólar en oro, en agosto de 1971.
Por otro lado, el Ecuador, como nuevo rico, se convirtió en un polo de atracción
para la banca y las empresas transnacionales, que veían en los países exportadores de
petróleo enormes posibilidades para acelerar el proceso de acumulación, a través de
la colocación de créditos o del incremento de los flujos comerciales o de las
inversiones extranjeras directas. Hay que anotar, también, que las tasas de interés
bajas, aún inferiores a la inflación, eran una invitación para endeudarse por parte de
los países subdesarrollados.
Como se ve, el endeudamiento agresivo se registró tanto por parte del sector
público como del privado, pero con algunas características que deben ser destacadas.
Hasta 1973, la deuda privada equivalía a menos del 6% de la deuda global, situación
que empezó a variar en 1974, llegando en 1975 a un primer pico con 11%. En 1982,
de la totalidad de los créditos externos, casi 75% correspondía al Estado y el resto a
personas y empresas particulares, esta relación cambiaría en poco tiempo por la
“sucretización”.
En 1982 la deuda privada era de 1.628,5 millones de dólares: 75 por ciento con
un plazo de vencimiento inferior al año, 85 por ciento correspondía a operaciones de
mercado libre, 64 por ciento tenía un aval bancario y 83 por ciento estaba contratada
a tasas flotantes. Poco antes de la ruptura de la burbuja financiera, en abril de 1981,
la deuda del sector privado, con un monto total de 1.543 millones de dólares, aparecía
registrada en un 31,7 por ciento en la industria, 18,9 por ciento en el comercio, 15,7
por ciento en deudas de individuos particulares y un 14,3 por ciento en la
construcción. El resto de sectores tenían participaciones inferiores: el sector
financiero un 7,4 por ciento, los servicios 6,2 por ciento, mientras que la agricultura
recibió apenas un 1,7 por ciento.
Mecánica de la “sucretización”
Por lo demás, un estudio detallado de los reales beneficiarios sólo será posible
cuando se destape el contenido de muchos membretes empresariales para conocer no
sólo nombres de personas qué pudieron haber tenido injerencia en el manejo de la
deuda, sino también las vinculaciones empresariales existentes, por ejemplo el Banco
Continental pertenece a Conticorp SA, con lo cual sólo estas dos empresas de este
grupo financiero aglutinan 16'700.000,- dólares de “sucretización”.
Igualmente, hay que tener presente que el Banco del Pacífico encabeza la lista
de bancos sucretizados y de entidades financieras que intermediaron en esta
operación. Entre los entes intermediarios, el Banco del Pacífico representa más del
13%, seguido por el Citibank con un 9,2% y el Banco Popular con un 6,7%.
Resulta, además, curioso que los empresarios privados no hayan tomado las
debidas precauciones al endeudarse en el exterior. No nos olvidemos que, de acuerdo
a la teoría económica convencional, el sector privado sería incapaz de
sobreendeudarse más allá de sus posibilidades, ya que posee mecanismos
autoreguladores derivados de las fuerzas del mercado (y su “responsabilidad”) que lo
impedirían. No así en el caso del Estado.
Otro de los efectos negativos fue la inflación, debido al aumento de sucres por
la transformación de las obligaciones. Lógicamente, esta inflación benefició aún más
a los que se beneficiaron de este proceso ya que ahora tenían que pagar sus deudas en
sucres cada vez más devaluados y con tasas fijas de interés. Por efecto de la
“sucretización” y luego de la “compra de cuentas especiales en divisas” (canje de
deuda) la inflación alcanzó niveles insospechados en la historia nacional y la
economía se sumergió en un prolongado período recesivo, del cual aún no ha salido.
Por último cabe recordar que en Venezuela se intentó llevar adelante una
operación similar, pero luego de las correspondientes averiguaciones en el exterior
realizadas por el Banco Central de dicho país, el monto de la deuda “socializada”
quedó en apenas 6 mil millones dólares frente a un planteamiento inicial de los
deudores privados de 14 mil millones. El proceso de sobreendeudamiento privado en
México fue similar al registrado en Ecuador, mas no así la forma en que el Estado
ayudó a los deudores privados. En dicho país, el gobierno se negó desde el principio
a avalar dicha deuda, pues ello equivalía a absorber los riesgos comerciales de las
empresas, frente a lo cual elaboró algunos programas para apoyar a que dichas
empresas puedan atender el servicio de su deuda externa, con algunos mecanismos
para disminuir las riesgos de devaluación o de no disponibilidad de divisas. Pero sin
asumir todos los riesgos como en el caso ecuatoriano.
En suma, hay argumentos sólidos para demostrar lo que el abogado León Roldós
Aguilera calificó como la “naturaleza fraudulenta” de la “sucretización”. Según él, lo
que pudo justificarse para ciertas actividades productivas, “se convirtió en un
mecanismo de impúdico beneficio para decenas de personas dada la falta de control
del Banco Central una vez que se procedió a su aplicación”. Fue un mecanismo para
salvar a los “amantes del riesgo, agresivos en la captación de una mayor porción del
mercado, proclives a intermediar con moneda extranjera y poco cuidadosos en la
selección del portafolio”, como caracterizó a los diversos agentes económicos
beneficiarios de la “sucretización” Abelardo Pachano, quien fuera gerente general del
Banco Central con el propio Hurtado, o sea uno de los principales gestores de la
“sucretización”.