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ASIGNATURA: Psicología del Desarrollo

Sesión Nº 8

Tema: Los Hábitos


1. Objetivo:

- Explicar el concepto de hábito

2. Desarrollo:

Los hábitos (las virtudes)


La cuestión de los hábitos (virtudes) incide directamente en el problema fundamental de la vida moral:
dónde está la felicidad del hombre y qué bien se debe obrar para alcanzarla. Por eso, quizás sin saber
formularlo e incluso sin conocerlo de manera explícita, se refiere a la vida concreta de cada hombre y a
sus más profundas e intimas aspiraciones. En el corazón del hombre está inscrito el deseo del bien; las
mismas tendencias desordenadas que operan en su interior no consiguen anular esta tendencia radical.
Sin embargo, debido a esas mismas tendencias, obrar el bien se hace de manera ardua, trabajosamente
y, en muchas ocasiones, sin alegría. La división que cada uno experimenta en su interior entre el bien que
quiere hacer y el mal que quiere evitar (cf. Rom. VII, 21-23), y en la que cada uno resuelve también para sí
mismo la libertad que posee, alcanza, a la luz de la consideración de las virtudes (o hábitos) una nueva y
original perspectiva. En efecto, las virtudes hacen connatural el bien que éste quiere obrar y le otorga gran
libertad, cuya pérdida está siempre vinculada al mal moral.

Las virtudes (o hábitos) son bienes máximamente apetecibles, es decir, amables para todos los hombres;
poseen en sí mismas aquella dimensión perfectiva por la que descubierta su bondad no pueden dejar de
anhelarse. Independientemente de las posiciones filosóficas o morales lo que comúnmente se entiende
por obra virtuosa causa admiración entre todos los hombres y todos juzgan que posee especial belleza. Es
por ella una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo volver a presentar ante los ojos de los hombres
el brillo y esplendor de la virtud (o hábito).

La dimensión existencial que con razón quiere acentuarse en el hombre de hoy, su exigencia de
autonomía y autenticidad; y la huida de todas teoría y abstracción han sido presentadas frecuentemente
como objeciones a una lectura actual de Santo Tomás de Aquino. Y sin embargo, no hay autor de tanta
actualidad para acercarse a las preguntas y resolver las inquietudes de nuestros contemporáneos.

En efecto, la concepción del hombre de Santo Tomás parte toda ella de la novedad radical del acto de
ser, perfección de todas las perfecciones y acto de todos los actos; desde su filosofía del ser puede
acoger toda la realidad diversamente participada y sin reduccionismos ni restricciones referirla a Dios.
Lejos de anular a la persona en un sistema abstracto, afirma la dignad singularísima de cada hombre, y su
apertura a la infinitud y trascendencia. La dignidad de la persona humana, exige que sólo en un obrar
verdaderamente autónomo pueda dar gloria a su creador; la trascendencia de Dios, lejos de impedir la
libertad de la presatura racional, la posibilita y ampara. Cada persona humana es única e irrepetible, no
sólo en su ser, sino también en su obrar. Las operaciones voluntarias de la persona humana no se pueden
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reducir a las meras inclinaciones o tendencias de la especie. Cada persona posee una vida personal
distinta de todo otra.

Tampoco la visión de Santo Tomás de Aquino es una pura abstracción en el sentido de algo genérico y
vacío de contenido, por el contrario, es una elevación de la misma realidad y, sobre todo, de la criatura
racional a Dios, la luz en la que puede ser contemplada toda verdad sobre el hombre y el mundo.

Hablar hoy sobre los hábitos o virtudes exige que volvamos a las preguntas primeras retomadas en su
radicalidad, es decir, a las preguntas que todo hombre, al margen de un sistema filosófico concreto
formula sobre su propia vida moral y sin las que sería imposible praxis alguna; parece , no obstante, que
multitud de presupuestos empañan esa perspectiva original. ¿Qué impide hoy que el hombre, cada
hombre, pregunte por su existencia concreta? ¿Qué dificulta que al preguntar por la felicidad o el bien que
tiene que obrar no se sienta interpelado sobre su propia vida? ¿Qué hace que el preguntar sea ajeno su
propia vida mora? Podría decirse que una deforme pedagogía silenció las virtudes o hábitos
transformándolas en valores vacíos de contenido; que los medios de comunicación presentan modelos de
comportamiento ajenos muchas veces a la rectitud del vivir digno del hombre; que se ha creado cierta
situación consensual en la que honrado, generoso, prudente, obediente se dicen circunstancialmente y sin
referencias trascendentes.

La visión del hombre de Santo Tomás es tan existencial, vital y concreta, tan cercana a la realidad de todo
hombre que es precisamente el olvido de esas singularidad el escollo intelectual que imposibilita su
lectura. Si Santo Tomás sigue siendo actual, es porque su reflexión se ordena únicamente a lo que todos
saben, y porque asume como punto de partida para su ciencia especulativa o práctica lo que por todos es
afirmado.

Todos los hombres desean por naturaleza ser felices; la verdad d este aserto está tan íntimamente ligada
a la vida de cada hombre que el que quisiera negarlo afirmaría su validez práctica en el ejercicio mismo de
la duda. De manera semejante, pertenece a la natural sindéresis de cada hombre, no necesariamente de
forma explícita, la inseparable conexión entre libertad y felicidad; esta conexión aparecen con especial
fuerza en todo aquel que entra en su interior y examinándose a sí mismo y sus elecciones y reconoce en
él mismo la razón de no poseer la felicidad.

Sin embargo el camino que ha tomado en muchas ocasiones el pensamiento contemporáneo, separando
la libertad de la verdad y la felicidad de toda referencia a un bien objetivo, ha ocultado en la reflexión del
hombre la radicalidad de aquella conexión. así, aquel bien objetivo en que debería consistir la felicidad es
presentado como contrario al bien del hombre, con el resultado paradójico que cuanto más busca cada
uno su propio bien más parecen centrarse fuera de sí mismo y alienado por las realidades exteriores.
Consecuencia De todo ello es la desolada situación en que se encuentran gran parte de los hombres –
situación de angustia y sufrimiento-, enfrentados a una cada vez más acusiante esclavitud en la medida
que multiplican en bienes efímeros su anhelo insatisfecho de verdadera felicidad. La opinión frente a la
afirmación, el relativismo moral frente a todo búsqueda objetiva del bien, la conveniencia momentánea

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frente a la elección prudente, se han convertido en la tabla de salvación que nos justificaría frente al hastío
y el vacío existencial.

“No es uno virtuoso por que haga obras virtuosas, sino que hace obras virtuosa porque es virtuoso”, “ la
perfección del hombre no consiste en hacer cosas buenas, sino en hacer bien”. La eficacia interna de la
virtud puede fácilmente ser sustituida o quedar encubierta por multitud de modos de comportamiento que
son fríos cadáver de la obra virtuosa. Sin embargo, por medio de l virtud el hombre se hace libre y se
posee a sí mismo para donarse libremente a otro, desde lo más hondo de sí mismo. Aparecen entonces
las virtudes como aquellos hábitos por los que nos vamos haciendo partícipes del bien objetivo
trascendente y que perfecciona las potencias para que el hombre sea completamente libre en su obrar.
Podremos entonces comprender que la vida virtuosa es la que todos buscamos ( y que la insistente
oposición a esta vida de que se hace gala, en algunas ocasiones hoy en día, no hace sino mostrar la
dimensión de empobrecimiento y vaciedad del que sin la virtud quiere usar de la libertad para afirmarla en
meros actos de negar la virtud).

La persona es el único se en la creación que Dios ama por sí mismo; no es algo, sino alguien, como ya
hemos dicho en clases anteriores. Dotado de un alma espiritual e inmortal está llamado a la felicidad
eterna. Dios es el bien del hombre. Ninguna perfección puede darse en el hombre al margen de Dios. Y
sin embargo podemos constatar en muchas ocasiones la dificultad que tenemos para obra bien y dirigirnos
gozosamente a Dios, ¿es desplazado el hombre de lo que verdaderamente anhela su corazón? De
ninguna manera, porque en lo profundo de su corazón el hombre quiere poseer a Dios. Por eso indica San
Agustín- que tuvo una vida llena de actualidad_ nos creaste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en Ti. Por lo tanto al dirigirse a Dios el hombre no pierde su bien propio, sino que
entra en una posesión cada vez más plena de sí. Todo bien del hombre es participación del bien divino;
Bien que Dios quiso difundir y comunicar a sus criaturas. Sin embargo, el hombre participa libremente del
bien que Dios le quiere dar. Mediante la virtud se produce la asimilación racional, personal y libre del bien
divino por parte del hombre. Al participar de la perfección de la virtud el hombre se constituye de manera
cada vez más radical en autor de sus propios actos. En la virtud se sintetiza y resuelve vitalmente que el
hombre al buscar a Dios busca el bien que él mismo quiere para sí.

En el vicio, sin embargo, el hombre siempre tiene que estar buscando un bien ulterior fuera de sí, pues el
vicio no produce placer por sí mismo. El hombre virtuoso, en cambio, se alegra interiormente por la
posesión de la virtud aun cuando no pueda realizar ninguna obra virtuosa. El vicioso está intranquilo,
esclavizado por el vicio, que le impide hacer lo que verdaderamente quiere. El ladrón no es feliz por ser
ladrón, sino que es feliz cuando roba. En cambio el hombre generoso es feliz aún cuando no pueda
realizar actos de generosidad. Aristóteles afirma en la Ética a Nicómaco (L. VII c.8.) “La virtud conserva
el principio, en cambio el vicio lo destruye. En las acciones humanas el fin es el principio(En las
acciones el fin es lo primero en el orden de la intención y lo último en orden a la ejecución)…es la
virtud, ya sea natural o adquirida, la que hace pensar bien acerca del principio”.

El hombre virtuoso es aquel que libremente quiere hacer el bien. Como afirma Aristóteles, en relación con
la educación: “el hombre sano debe ser bien educado, adquirir los hábitos apropiados de modo que
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pueda dedicarse a buenas ocupaciones y no hacer ni voluntariamente ni involuntariamente lo que es malo.


El sentido de toda la educación es que el hombre pueda alegrarse y dolerse como es debido y para ello es
necesario poner orden en él y ese orden o brinda únicamente la virtud.

Todo hombre tiene en su interior una ley inscrita; esta ley inscrita dirige al hombre a su bien.
Frecuentemente sucede, sin embargo, que trasgredimos la ley porque pensamos que no está en
proporción con la felicidad que en ese momento buscamos. Y al trasgredir la ley quedamos marginados de
nuestro propios bien.

La ley protege interiormente La libertad del hombre y hace objetivo del bien al que se dirige. El hombre no
puede no querer ser feliz, pero puede dirigirse a la felicidad sin la ordenación objetiva que le enseña la ley.
Mediante la virtud el hombre se apropia libremente de la ley y la hace cada vez más suya edificando y
haciendo resplandecer cada día más la imagen de Dios en él. Solo el hombre virtuoso hace lo que quiere
y quiere el bien. Y solo el virtuoso es feliz porque posee todo lo que quiere y no quiere nada malo. Al
crecer en la virtud se connaturaliza de tal modo con el bien divino que su voluntad es la voluntad de Dios.

Textos anexos:

Formación en las virtudes

http://www.foroedu.com/educacion/Guionessesionesformacion/formvirtudes.htm

Pretendemos en estas páginas enriquecer el concepto de virtud humana, haciéndolo así más asequible al
hombre de hoy.

Un concepto de virtud que sea capaz de ilusionar a hombres y mujeres de buena voluntad.

Es sorprendente la riqueza de matices que hay en Santo Tomás al hablar de la virtud moral, y que quizá
no se han transmitido con suficiente fuerza, al quedar casi como única definición de virtud moral la de sus
tratados sistemáticos: "hábito operativo bueno". Esta definición, siendo correcta y estando llena de
profundidad, puede haber derivado en un reduccionismo que lleve a muchos a poner el acento, casi en
exclusiva, en la necesidad de repetir actos, y a quedarse con el regusto negativo de que eso que nos
dicen que es bueno tiene su razón de bondad en que alguien me lo impone desde fuera, en tanto que a mí
me resulta costoso, y muchas veces ni siquiera llego a entender por qué es realmente bueno, o incluso si
existe lo bueno.

En todo caso, parece que en una época tan compleja, no podemos conformarnos: hemos de buscar
nuevas formas de dar buena doctrina. Y en esta labor el concepto de virtud es esencial: la definición
comentada no es única, ni lo explica todo.
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En primer lugar, se trata de señalar que en el hombre hay mucho de bueno por el mero hecho de ser
hombre: la naturaleza humana conlleva unas bases muy sólidas que permiten al hombre aspirar a su fin
último, la felicidad en Dios. Existen en nosotros las semillas de las virtudes que Dios ha puesto, y que son
una participación en la misma luz divina. Sobre esto se cimenta nuestra libre respuesta.

Por otra parte, las virtudes perfeccionan nuestras capacidades y potencias naturales. Santo Tomás
demuestra que la virtud facilita y hace deleitable nuestro correcto actuar. Si se reduce sólo la virtud a una
costosa repetición de actos que otro califica de buenos, se pierde esta perspectiva. Normalmente, si se
compara en este sentido la virtud moral con la virtud intelectual o algún hábito práctico (la natación, el
manejo de un artilugio, la lectura) se ofrecerá una imagen cercana de cómo los hábitos operativos
completan las capacidades naturales en orden a facilitarnos el actuar, acertando y aprendiendo a disfrutar
en ese nuevo dominio. Esto acerca la virtud y la hace más atractiva, sobre todo a la hora de transmitirla
con sentido positivo a los más jóvenes.

Otro rasgo de la virtud a menudo ignorado: la virtud supone el orden y la armonía, de lo más elevado que
hay en nosotros, sobre los meras inclinaciones, que por otra parte presentan también una orientación
adecuada a esa ordenación racional. Esto implica que no se trata de reprimir las inclinaciones que
sentimos como seres dotados de cuerpo, sino de gobernarlas políticamente, no de manera despótica o
desgarrada, para llevarlas a incluirse en un orden que nos llevará a sentirnos dueños de nosotros mismos,
más allá de los meros factores que nos lleguen a afectar, externos o internos. Si la virtud es el dominio de
las pasiones (inclinaciones, afectos, sentimientos) por parte de la recta razón, hoy estamos casi en el
paradigma contrario: lo que se enseña y se vive es, muchas veces, el dominio –esta vez despótico- de los
sentimientos efímeros sobre la razón.

La virtud no es algo impuesto, una especie de prohibición con sabor a castigo: es lo que nuestra propia
razón nos dicta si está bien asesorada y si hemos profundizados suficientemente en los motivos más
adecuados que nos pueden mover a actuar. Todo esto nos habla, además, de cómo el hombre –y la
propia naturaleza- actúan siempre por un fin. Y ese fin es la felicidad.

Siempre buscamos el bien, pero hay veces que elegimos mal. Es preciso aprender a encontrar los medios
adecuados para acertar en las situaciones concretas. Lo justo es, lo que hace el justo: en definitiva, quien
adquiere la virtud, adquiere la capacidad de acertar en el caso concreto.

La virtud nos facilita el actuar, y por tanto nos permite alcanzar mejor los objetivos concretos que nos
proponemos. Si nos vamos haciendo dueños de nuestras capacidades según la recta razón, según el
correcto modo de ser hombres, seremos cada vez más libres para elegir, y más efectivamente capaces de
alcanzar aquello que hemos libremente elegido.

Buscamos el bien. También ocurre así con los otros hombres. Si hay conflicto, es probable que se trata
sólo de un malentendido, y eso se resuelve hablando, buscando los puntos en común y, en todo caso,
tratando de comprender esa visión distinta de la nuestra. Esto, Santo Tomás, lo definió técnicamente
como disputatio.
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La virtud está ordenada al amor, y nos lleva a tener más capacidad de amar y de ser amados. "El gran
privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras
criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Y puede amar a Dios".

Todo hombre tiende por naturaleza al bien. No lo demos nunca por perdido: si encontramos el modo y
momento adecuado de ayudarle, esa tendencia natural al bien terminará aflorando: "Mi experiencia de
hombre, de cristiano y de sacerdote me enseña (...) que no existe corazón, por metido que esté en el
pecado, que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he
golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre".

La virtud no sólo hace buena la obra en sí, sino que hace bueno al que actúa. Cuando actuamos, no
permanecemos iguales: si actuamos bien, somos un poco mejores; si mal, hemos retrocedido. No somos
indiferentes en nuestro actuar. Somos libres, pero con una libertad peculiar: no lo somos para dejar de ser
libres.

Si no fuera por las virtudes, nuestra dispersión sería tremenda: la inteligencia por un lado, los sentimientos
por otro, la voluntad perpleja... y el dolor de muelas que no nos deja ni pensar, ni descansar...

La virtud es la que nos permite aprender, y no olvidar inmediatamente lo aprendido. La virtud da


estabilidad a nuestros logros.

La virtud nos hace felices; no hace más que llevarnos, conforme realmente somos, conforme a lo mejor
que hay en nosotros mismos, hacia el fin que realmente deseamos.

Aristóteles y los clásicos precristianos escribieron páginas de un gran atractivo sobre las virtudes: baste
recordar el tratado sobre la amistad de su Etica a Nicómaco. Con más razón, podemos descubrir la
profundidad y belleza del estudio que Santo Tomás hace de la virtud.

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