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El texto que nos ocupa es Excursus I, Odiseo, o mito e ilustración, de Dialéctica de la

ilustración de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer (viniendo este capítulo, en concreto, de la


pluma de Adorno). Publicada por primera vez en 1944, la obra nace como resultante del sentimiento
de compromiso social de los autores, quienes establecerán una fuerte crítica contra el fascismo de su
tiempo, tratándo a éste -y al resto de ideologías contemporáneas- como un fenómeno derivado de
las ideas de la ilustración. Será precisamente este apunte, este enfoque de la crítica en el periodo
ilustrado y sus valores, en sus aciertos y en sus fracasos, en sus axiomas y sus incongruencias, lo
que va a dar pie a la estructura de la obra y al propio título de esta.
Dialéctica de la ilustración refleja como muy pocas obras el espíritu critico de la posmodernidad.
Es una obra consecuente de su tiempo y fundacional para su tiempo, donde ya se sienta el abandono
de las verdades históricas y absolutas, donde se plantea una re lectura más sobria y agria del paraíso
idílico de la ilustración y lo que ésta representa, y en definitiva, donde se dispara la bala del ἐποχή1
contra toda la tradición anterior.
De tal modo, muy pocos intelectuales coetáneos y posteriores a esta obra han ignorado lo que sus
páginas encierran, y los que lo han hecho, a menudo han vuelto a caer en las interpretaciones y
críticas que este texto ya venía planteando a fines de los años cuarenta. En definitiva, Dialéctica de
la ilustración es la expresión precisa de un momento histórico, y de toda la carga espiritual e
intelectual que éste acoge: es la abolición de la Edad Moderna y el levantamiento de la Edad
Contemporánea.

Dialéctica de la ilustración es un escrito filosófico perteneciente al género pedagógico donde se


emplea un lenguaje culto, técnico y conceptual, dirigido a un público concreto con cierta capacidad
de análisis interpretativo. Aunque el texto esté claramente enunciado en un lenguaje concreto,
decidido y práctico, y poco literario, se advierten ciertas figuras literarias, tales como la metáfora en
la página ciento trece («Por eso es la Odisea ya una Robinsonada»), que pretende reflejar la figura
del hombre que llega a la isla, domina el entorno y comienza a producir -homo oeconomicus- que se
rescatará en obras posteriores como la de Robinson Crusoe. También es pertinente hacer incapie en
los conceptos empleados por Adorno, tales como ilustración, individuación, sí mismo, alienación,
introyección de la renuncia, y el ya citado homo oeconomicus.
Adorno acuña su concepto de ilustración a partir de la concepción kantiana del mismo, a saber, «La
emancipación de una minoría de edad por parte del hombre de la cual él es responsable». Tomando
como base esta definición clásica, Adorno la lleva más allá al entender que dicho arrojo al saber,
dicho desencantamiento del relato mítico, dicha fe en la razón, y en definitiva, dicha devoción por
la máxima sapere aude, no sólo se expresa en una simple ansia de formulación teórica, sino en una
perspectiva esencialmente práctica. El sujeto de la ilustración es aquel revelado contra el mundo
natural, el que lo conoce y el que lo domina. Y a su vez, todo sujeto pertenece al mundo natural, de
tal modo que la dialéctica de la ilustración reside en la toma de poder de la naturaleza y de los otros
individuos (entiéndase ahora por qué se haya en la figura de Odiseo la esencia del sujeto ilustrado,
según Adorno).
La individuación, recurriendo a la terminología nietzscheana y separándonos de los escritos de
Jung, es el proceso de toma práctica de conciencia del principio de ego mensura. De la
universalidad de la humanidad a la particularidad del humano, del individuo producido y
establecido enteramente por los términos de la industria de la cultura al que ya se ha apropiado de
su propio ser -sí mismo- como único e inalienable -entiéndase, que no se le puede enajenar de su
propio autodominio-. De tal modo, la introyección de la renuncia es la asimilación e interiorización
por parte del sujeto de la negación de la vida, de la vida buena y profunda, y en definitiva, del
vitalismo. Es la punta de lanza para la alienación y el rehúso a la individuación.

1 Tómese la concepción del término que aporta Husserl.


La tesis principal de Dialéctica de la ilustración es el fracaso de la promesa ilustrada,
esencialmente, en el campo ético. Es una obra que se horroriza al ver que todas las promesas de
progreso del siglo de las luces derivan en una edad contemporánea de guerras y holocausto, que se
pregunta cómo ha sido posible el fracaso de aquellas ideas tan bien formuladas, y que se
compromete en una tarea social nunca antes vista desde los tiempos de Marx. Arranca el capítulo
con una tesis clara: que la dialéctica de la ilustración no es una razón emergente en el siglo de las
luces, sino que ya venía siendo identificable en el poema épico de Homero. Esta trascendencia del
poema épico frente al mito viene determinado por varios aspectos; el primero de ellos, que ya el
protagonista cuenta con la soberbia ilustrada de conocimiento y dominación del medio y del otro,
tan visible durante toda la obra. Aquí, Odiseo hace un uso prácticamente exclusivo de su razón
instrumental, a saber, el “uso” (si así pudiera llamársele) de la razón que rehúsa del atendimiento
práctico de fines y se centra enteramente en el cálculo de los medios más viables. Y el fin último al
que sirve la razón instrumental de Odiseo, más allá de aplicarla particularmente a cada caso en que
éste debe triunfar contra la adversidad de turno, es su destacamiento frente a los demás; rendir
tributo al principio de primus inter pares.
Ya no tenemos un relato de seres suprahumanos y antropomórficos que nos dicen cómo actuar y nos
enseñan las consecuencias de desobedecer, ni tampoco nos ofrecen respuesta a la pregunta científica
y filosófica por el mundo: ahora tenemos a Odiseo, el soberbio, la máxima expresión del modelo de
héroe. El que supera todas las trampas de la naturaleza, el astuto, el que cuestiona y el que engaña,
el que emplea el mismísimo lenguaje contra Polifemo, el que prevalece. Y sobre todo, el que
triunfará cumpliendo su τέλος.
De este modo, Adorno identifica en la Odisea ciertos prototipos actuales. Por ejemplo, entiende
como el homo oeconomicus se va a transformar en la piedra angular del sujeto capitalista, aquel que
aplica su razón instrumental contra todo lo real con el único fin de producir y aumentar el beneficio
de plusvalía (ciertamente, Adorno bebe mucho en esta obra de las teorías de Marx). Advierte cómo
el personaje de Circe modela el arquetipo de mujer astuta y malvada, peligrosa no por su fuerza de
voluntad ni por su fuerza directa, sino por sus habilidades mágicas y retóricas, contra la cual el
hombre -Odiseo- debe hacer frente; dominarla, hacerla suya, y poco menos que domesticarla,
convirtiéndola en una suerte de ser adyacente, en una ama de casa, en una esposa dócil con quien
tendrá descendencia, y con quien yacerá hasta su regreso a Ítaca. Y mientras ésto ocurre, tenemos el
otro arquetipo de mujer: Penélope, ella es lo que Circe acaba siendo. Es la esposa abandonada, la
dama servil, la que cuida del hogar mientras Odiseo corre aventuras. Es la que después de veinte
años y de que los galanes ocupasen el trono de Ítaca, aún sigue siendo fiel a un marido fugado que
ni siquiera sabe si sigue con vida.
De éste modo, La Odisea va a convertirse en un gran ejemplo de industria de la cultura.

Ahora bien, cabe formularse una pregunta: ¿es acertada esta interpretación de Homero en tanto
que productor de la cultura?
Desde luego, es innegable (o prácticamente innegable) esquivar el reconocimiento platónico de la
capacidad de Homero para difundir dichas ideas a través de la cultura. El mismísimo Platón percibe
el poder propagandístico de La Odisea y el éxito de la labor de ingeniería social de ésta,
advirtiéndola como peligroso y formulando su famosa propuesta de la expulsión de los poetas de las
polis. Y por cierto, que es un acto de necedad pensar que la cultura de occidente brotó
exclusivamente, y naciendo desde un punto cero, de la obra de un puñado de hombres que se
dedicaron a hacer obras literarias con una enorme carga intelectual y moral. Es más acertado, a mi
juicio, pensar la Odisea en los términos en los que Adorno la piensa, siguiendo la línea de Marx: no
como una hacedora de la cultura, sino como un producto cultural que contribuye a la perpetuación
de la cultura. Como una obra de su tiempo para su tiempo y para el nuestro, como un desenlace
contingente de su paradigma histórico y como un factor necesario para el nuestro. Es la prueba
escrita de que occidente lleva planteándose en la práctica las mismas preguntas y objetando las
mismas respuestas, y pensando lo real en los mismos términos que hace dos mil quinientos años. Es
la corroboración fáctica de la máxima heideggeriana; «El inicio es aún».
También es pertinente la puesta entre paréntesis de la propia tesis de Adorno. ¿Realmente podemos
afirmar que la dialéctica de la ilustración se haya en La Odisea? Será afirmativo, en caso en que
comprendamos la razón ilustrada con el dominio de lo natural, del otro y de sí mismo, que
caracteriza a Odiseo durante toda la obra. Pero practicando un análisis más puramente ético de la
obra, que es el que nos atañe, será imposible identificarla como una obra ilustrada, precisamente por
ese uso continuo de la razón instrumental por parte de Odiseo que advierte Adorno. La moral de
Odiseo es contrailustrada, precisamente, porque la ética ilustrada alcanza su punto álgido con la
teoría kantiana.
El entendimiento de toda otredad como un fin en sí misma, el prescindir de todo imperativo
hipotético para abrazar el imperativo categórico, incluso, por encima de la emocionalidad, la
autocrítica de nuestras propias acciones… son éstos y no otros los más grandes enemigos de la
razón instrumental, y son, precisamente, los que caracterizaron la teoría ilustrada y contra los que
Odiseo vuelve la espalda en cada escena. Si Odiseo fuese verdaderamente un ilustrado moral, no se
entendería no solo el aprovechamiento constante de quienes le rodean, sino la escena final de la
masacre en Ítaca.

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