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Se nos manda y se nos enseña a vivir de manera tal que nuestro estado caído
cambie por medio del poder santificador del Espíritu Santo. El presidente
Marion G. Romney enseñó que el bautismo de fuego por el Espíritu Santo “nos
cambia de lo carnal a lo espiritual; limpia, sana y purifica el alma… La fe en el
Señor Jesucristo, el arrepentimiento y el bautismo de agua son todos elementos
preliminares y requisitos del mismo, pero [el bautismo de fuego] es la
culminación. El recibir [este bautismo de fuego] significa que nuestros vestidos
son lavados en la sangre expiatoria de Jesucristo” (véase Learning for the
Eternities, comp. George J. Romney, 1977, pág. 133; véase también 3 Nefi 27:19–
20).
Por lo tanto, al nacer de nuevo y procurar tener siempre Su Espíritu con
nosotros, el Espíritu Santo santifica y refina nuestra alma como si fuese por
fuego (véase 2 Nefi 31:13–14, 17); y finalmente, nos hallaremos sin mancha ante
Dios.
El evangelio de Jesucristo abarca mucho más que evitar, vencer y ser limpios
del pecado y de las malas influencias de nuestra vida; también conlleva,
fundamentalmente, hacer el bien, ser buenos y llegar a ser mejores.
Arrepentirnos de nuestros pecados y pedir perdón son cosas espiritualmente
necesarias, y siempre debemos hacerlas, pero la remisión de los pecados no es
ni el único ni aun el más importante propósito del Evangelio. El que nuestro
corazón cambie por medio del Espíritu Santo al punto de “ya no ten[er] más
disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2),
como tenía el pueblo del rey Benjamín, es la responsabilidad que hemos
aceptado bajo convenio.
LIMPIO DE MANOS
“Y ahora bien, por causa de estas cosas que os he hablado —es decir, a fin
de retener la remisión de vuestros pecados de día en día, para que andéis sin
culpa ante Dios—, quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre” (Mosíah
4:26, cursiva agregada).
Nuestro deseo sincero debería ser que fuésemos tanto limpios de
manos como puros de corazón, y tener tanto la remisión de los pecados de día
en día como andar sin culpa ante Dios. El sólo ser limpios de manos no será
suficiente cuando nos hallemos ante Aquel que es puro y que, como “cordero
sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19), libremente derramó Su
preciada sangre por nosotros.
Línea por línea
Algunos de los que oigan o lean este mensaje pensarán que durante su vida no
obtendrán el progreso espiritual que describo. Tal vez pensemos que estas
verdades se aplican a los demás, pero no a nosotros.