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La Expresión Corporal busca el desarrollo de la imaginación, el placer por el juego, la

improvisación, la espontaneidad y la creatividad. El resultado es un enriquecimiento de las


actividades cotidianas y del crecimiento personal. Además, enseña a encontrar modalidades
de comunicación más profundas e íntegras, lo que repercute en el encuentro con los demás.
La Expresión Corporal ayuda a descubrir los mecanismos de funcionamiento de los
distintos grupos humanos: equipos de trabajo, alumnos de clase, etcétera.
En Colombia existen un sinnúmero de manifestaciones culturales que expresan la variedad
étnica, religiosa, de costumbres, tradiciones y formas de vida de su población, así como su
riqueza natural y diversidad de climas, geografías y paisajes, entre otros.
A la llegada de los conquistadores encontraron una población aborigen aguerrida que
defendieron su territorio con tenacidad, los llamaron los Pijaos.
Las manifestaciones culturales de los pueblos permiten que los ciudadanos participen, se
formen, abran sus mundos hacia otras expresiones, se comuniquen con su entorno y se
identifiquen con los valores propios que les dan identidad y arraigo. Estos ciudadanos, a su
vez, transmiten ideas de acuerdo con el bagaje cultural que han heredado y construido en su
trasegar diario.

En reconocimiento de la importancia de la cultura, los países definen políticas para que se


desarrollen en estrategias de promoción cultural y en proyectos al alcance de todos.

Ibagué no ha sido ajena a este interés por la cultura. En una época ya lejana, hacia los años
cuarenta y cincuenta del siglo pasado, desfilaban por la ciudad compañías importantes de
teatro, de ópera, espectáculos de ballet y otras manifestaciones artísticas. Con la
transformación de la sociedad, las nuevas urgencias diarias, los períodos de violencia, la
preocupación por las actividades del espíritu pasaron a un segundo plano, situación que, en
Ibagué, a pesar de las nuevas políticas estatales, en gran medida se mantiene.

La cultura ocupa un lugar muy precario en los planes de desarrollo del Departamento y del
Municipio, a pesar de que, como ya señalábamos, este es el espacio que le da arraigo y
cohesión a los miembros de una comunidad y que ayuda a construir valores y a avanzar en
el proceso de procesar nueva información y, con ella, construir avances innovadores en
beneficio de las nuevas generaciones y la sociedad en general.
La llegada del solticio de junio era celebrada por los indígenas del Tolima Grande con gran
alegría. Eran adoradores del dios sol. Este acontecimiento lo consideraban como una
bendición de los dioses y del astro rey universal. Los españoles consideraron este acto
aborigen como un culto de idolatría y lo sustituyeron por la fiesta de San Juan Bautista.
Estas fiestas del Tolima Grande nos llevan a reflexionar que nuestros vestidos tradicionales,
nuestras melodías autóctonas, nuestras costumbres deben ser divulgadas durante todo el
año. Para lograr este objetivo es necesario una eficaz colaboración de todos los estamentos
sociales y culturales del departamento, porque no debemos dar prioridad a la música, a los
modismos extranjeros imperantes en esta época contemporánea
A lo largo de mis recorridos por el país, he confirmado que en Colombia no existe una
única cultura nacional sino diversas culturas que convergen y entretejen el sello de
nuestra identidad. Igualmente, he descartado aquellas visiones que hablan de una cultura
masculinizada que se opone a la cultura hecha por y para mujeres. Creo más bien, que el
valor de la mujer en lo cultural desborda cualquier sesgo de género. Su presencia sigue
siendo determinante en los procesos culturales que han tenido lugar en este último siglo y
que sobreviven, con obvias transformaciones, en este nuevo milenio
En este contexto, de sociedades culturalmente reclutadas por las grandes industrias del
entretenimiento, es frecuente caer en lo que podríamos llamar, la “exotización” de las
mujeres campesinas, negras o indígenas, como una manera de discriminarlas
positivamente y disimular el aislamiento cultural al que se ven enfrentadas día a día.
Sabemos que gracias a ellas, se mantienen vivos los cantos tradicionales en el Caribe
colombiano, y que la figura de la partera en el Pacífico desempeña un papel determinante
en las culturas de esta región. Sabemos también, que esa diversidad cultural que abarca
saberes y tradiciones, es la mejor garantía de supervivencia para algunas técnicas
artesanales de recolección y confección que aún se conservan en municipios de Boyacá y
Tolima. Lo que no siempre advertimos, son las difíciles condiciones en que esa
diversidad lucha por su subsistencia en escenarios de violencia y pobreza. Así las cosas,
es tan preocupante la realidad de las mujeres embera, expuestas a permanentes
hostigamientos contra su identidad cultural, como la de aquellas mujeres urbanas,
víctimas de maltratos físicos y morales que les impiden el libre acceso a la educación, al
trabajo o al conocimiento. La cultura, entonces, entendida como un derecho inherente a la
persona y a los grupos humanos, no está definida solamente en función de quienes la
engrandecen con su talento y sensibilidad sino de quienes se deleitan en ella, educan a sus
hijos con cantos e historias, disfrutan de las fiestas tradicionales, hacen uso de sus
conocimientos artesanales y sirven de público indispensable para artistas e intelectuales.
Pero también, para darle su lugar como multiplicadora de saberes, como portadora de
tradiciones, como educadora innata, como líder comunal y consejera espiritual. La mujer
ha preservado y transformado directamente la cultura narrando sus propias historias,
compartiendo su propia sensibilidad, internacionalizando su creatividad y ocupando los
más altos puestos en el mundo laboral.

Para poder generar identidad propia en este caso, es necesario escarbar en las verdades de un
pasado que si se retoma se pueden generar grandes cambios favorables para la identidad de un
pueblo, para la identidad de las mujeres, quienes a través del legado cultural de los antepasados
pueden redescubrirse.

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