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Antología bajo la lupa

Cuentos policiales

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Introducción

Una de las características que diferencia a la Literatura de otros


discursos es su carácter ficcional. Esto quiere decir que es el
producto de la imaginación de un creador, quien inventa una
realidad.
Esta realidad imaginada por el autor debe resultamos "creíble",
nos debe convencer. Cuando, por ejemplo, leemos un cuento o una
novela cuya trama nos atrapa, no nos preguntamos si eso sucedió
realmente, porque la realidad "inventada" por el autor nos
convenció. Este es otro concepto importante, ligado a lo literario: el
de verosimilitud. No importa cuáles sean los hechos narrados en
esa historia —un encuentro entre seres de distintos planetas, una
historia de amor o la aparición de zoombies-, si los "creímos" es
porque nos resultaron verosímiles.
Cada uno de los muchos géneros que nos ofrece la literatura (el
realismo, el fantástico, la ciencia ficción, el maravilloso, entre
otros) se rige por un verosímil que presenta determinadas
características. El del relato policial se caracteriza por presentar la
historia de un crimen (asesinato, robo, etc.) cometido por un autor
desconocido en situaciones misteriosas. Será el objetivo del
personaje que oficie de detective desentrañar -a través de la
observación e interpretación de las pistas o indicios que se
presenten- el nombre del culpable y explicar sus móviles. Y no sólo
el detective buscará develar el enigma: los lectores nos sumamos a
este juego de deducción.
Cabe mencionar que los relatos policiales suelen desarrollar sus
historias en ambientes urbanos y, sobre todo en los primeros
exponentes del género, los crímenes se producían en cuartos
cerrados.

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Un género con historia

El origen del género policial suele ubicarse a mediados del siglo


XIX, más precisamente en 1840, cuando el escritor estadounidense
Edgar Allan Poe (1809-1849) publica su relato "Los crímenes de la
calle Morgue". En este cuento, un detective con gran poder de
observación, Auguste Dupin, resuelve un misterio de difícil La coarta
explicación. A partir de aquí, el género se desarrolló, Ellos no II:
principalmente, en Inglaterra y Francia. cinco de la
suicidó en1
comisaría
Policial clásico y policial negro tránsito. El
de Lister clt
Según el tipo de crimen y las características del detective que
intenta resolverlo, el relato policial suele dividirse en dos clases: el siguiente,
policial clásico - o de enigma - y el policial negro. apartado ni
Erpa Cía.,
El policial clásico presenta un crimen que constituye un misterio
mantecas e
aparentemente irresoluble que sólo la inteligencia superior del
detective puede develar. El investigador concurre a la escena del los tres he
crimen, observa los detalles, interroga a los testigos y luego de un cumpleafin
análisis minucioso, resuelve el caso. A este tipo de relato su intenciós
corresponden los de la primera etapa del policial. de la tarde,
El policial negro se desarrolló a partir de 1920 en los Estados Sus decla
Unidos. En contraposición al detective del policial clásico, el doméstica <
investigador del policial negro no solo resuelve el crimen mujer, que
razonando, sino que deberá luchar físicamente. En este tipo de se retiró a
relato se reflejan los bajos fondos urbanos, la marginalidad, la Stevens fue
corrupción y las mafias. El policial negro, también denominado criada se m.
"duro", es un texto más violento que el clásico. Stevens el 1
Con el paso del tiempo, las fronteras entre clásico y negro se antes de ou
fueron desdibujando, los límites se fueron perdiendo. las adicione
Pero, sin dudas, lo que el género policial no ha perdido es la salidas de
cantidad de lectores que se sienten atrapados por sus historias. encontrabat
subrayado&
8
El Crimen casi perfecto
•del siglo -Roberto Arlt-
frunidense
mes de la
poder de
La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada.
le difícil
Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció desde las
esarrolló,
cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se
suicidó entre las siete y las diez de la noche) detenido en una
comisaría por su participación imprudente en un accidente de
tránsito. El segundo hermano, Esteban, se encontraba en el pueblo
de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del
ctive que siguiente, y, en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había
clases: el apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la
Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de
1 misterio mantecas en las cremas. Lo más curioso del caso es que aquel día
erior del los tres hermanos almorzaron con la suicida para festejar su
scena del cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó de traslucir
go de un su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos
Je relato de la tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua
; Estados doméstica que servía hacía muchos arios a la señora Stevens. Esta
lásico, el mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde
1 crimen se retiró a su casa. La última orden que recibió de la señora
tipo de Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde. La
aidad, la criada se marchó; a las siete y diez el portero le entregó a la señora
°minado Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió
antes de matarse se presume lógicamente así: la propietaria revisó
negro se las adiciones en las libretas donde llevaba anotadas las entradas y
salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se
;do es la encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día
irias. subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta
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mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de cianuro de
potasio. A continuación, se puso a leer el diario, bebió el veneno, y
al sentirse morir trató de ponerse de pie y cayó sobre la alfombra.
El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente
contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de
cosas ordenadas pacíficamente en el interior del departamento,
pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está
cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los funcionarios
que intervinimos en la investigación podíamos aceptar
congruentemente que la señora Stevens se hubiese suicidado.
Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el
cianuro en el vaso. El whisky no contenía veneno. El agua que se
agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el
veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la copa,
pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un
anaquel donde se hallaba una docena de vasos del mismo estilo;
de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba
a utilizar éste o aquél. La oficina policial de química nos informó
que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas
como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se
había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de
que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la
sorprendió la muerte transformaba en disparatada la prueba
mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por
mis superiores para continuar ocupándome de él. En cuanto a los
informes de nuestro gabinete de análisis, no cabían dudas:
únicamente en el vaso, donde la señora Stevens había bebido, se
encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran
completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del
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miro de portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens
•eneno, y después que él le alcanzó el periódico; de manera que si yo,
lfombra. después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado
damertte el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores
no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mí cenar
junto de el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens
tamento, había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba:
dio está ¿dónde se hallaba el envase que contenía el veneno antes de que
ionarios ella lo arrojara en su bebida?
aceptar Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue
o. posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el tóxico.
hado el Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo.
a que se Además, había otro: los hermanos de la muerta eran tres
que el bribones.
la copa, Los tres, en menos de diez arios, habían despilfarrado los bienes
de un que heredaron de sus padres. Actualmente sus medios de vida no
o estilo; eran del todo satisfactorios.
vens iba Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado
informó en divorcios. Su conducta resultó más de una vez sospechosa y
aredes. lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de
?ca'nicas seguros y había asegurado a su hermana en una gruesa suma a su
iuda se favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero estaba
ncia de descalificado por la Justicia e inhabilitado para ejercer su
ndo la profesión, convicto por haber dopado caballos. Para no morirse de
prueba hambre ingresó en la industria lechera, se ocupaba de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta,
ido por había enviudado tres veces.
to a los El día del "suicidio" cumplió 68 años; pero era una mujer
dudas: extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el
tido, se cabello totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta
ts eran vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada
on del a los placeres de la mesa, su despensa estaba provista de vinos y
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comestibles, y no cabe duda de que sin aquel "accidente" la viuda
hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter
era capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su
muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos
treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada
por aquélla en las labores groseras de la casa. Ahora estaba
prácticamente aterrorizada al verse engranada en un
procedimiento judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete
de la mañana, hora en que ésta, no pudiendo abrir la puerta
porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de
acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la
mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro
poder los informes del laboratorio de análisis, a las tres de la tarde
abandonaba yo la habitación donde quedaba detenida la sirvienta,
con una idea brincando en mi imaginación: ¿y si alguien había
entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la
ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso?
Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la
hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era
absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba
mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El "suicidio" de la señora Stevens me
preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, sino
deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, Ii

posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un


recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la
nitidez de aquel vado.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan 17,
identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo
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bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto
tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé;
pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de
agua y un plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el
conjunto aquel. De pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé
al camarero, le pagué la bebida que no había tomado, subí
apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la
sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré
en la habitación donde estaba detenida, me senté frente a ella y le
dije:
- Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora
Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
a - Con hielo, señor.
- ¿Dónde compraba el hielo?
- No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña
que lo fabricaba en paraos.
Y la criada casi iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez.
-Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el
señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de arreglarla en
un momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la
1 suicida con el químico de nuestra oficina de análisis, el técnico
1 retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador de la
heladera y varios pancitos de hielo. El químico inició la operación
destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos minutos
pudo manifestarnos: - El agua está envenenada y los panes de este
hielo están fabricados con agua envenenada.
1 Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado.
a Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al
reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico)
arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto.
Después, ignorante de lo que le aguardaba, la señora Stevens
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preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual
explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la
mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó
poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que
la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer
el periódico, hasta que, juzgando el whisky suficientemente
enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar. 1
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo rru
aguardamos en su casa. Ignoraban dónde se encontraba. Del de
laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez
de la noche. ap
A las once, yo, mi superior y el juez nos presentamos en el de
laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio de
comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar on
nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a pn
la mesa de mármol. uti
Había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un Esi
frasco de veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí. pai
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cual
re la La pista de los dientes de oro
'lene)
-Roberto Arlt-
que
leer
ente
Lauro Spronzini se detiene frente al espejo. Con los dedos de la
e lo mano izquierda mantiene levantado el labio superior, dejando al
Del descubierto dos dientes de oro. Entonces ejecuta la acción extraña;
diez introduce en la boca los dedos pulgar e índice de la mano derecha,
aprieta la superficie de los dientes metálicos y retira una película
n el de oro. Y su dentadura aparece nuevamente natural. Entre sus
vio dedos ha quedado la auténtica envoltura de los falsos dientes de
izar oro. Lauro se deja caer en un sillón situado al costado de su cama y
Lto a prensa maquinalmente entre los dedos la película de oro, que
utilizó para hacer que sus dientes aparecieran como de ese metal.
un Esto ocurre a las once de la noche. A las once y cuarto, en otro
paraje, el Hotel Planeta, Ernesto, el botones, golpea con los
nudillos de los dedos en el cuarto número 1, ocupado por
Doménico Salvato. Ernesto lleva un telegrama para el señor
Doménico. Ernesto ha visto entrar al señor Doménico en compañía
de un hombre con los dientes de oro. Ernesto abre la puerta y cae
desmayado. A las once y media, un grupo de funcionarios y de
curiosos se codean en el pasillo del hotel, donde estallan los
fogonazos de magnesio de los repórters policiales. Frente a la
puerta del cuarto número 1 está de guardia el agente número 1539.
El agente número 1539, con las manos apoyadas en el cinturón de
su corregie, abre la puerta respetuosamente cada vez que llega un
alto funcionario. En esta circunstancia todos los curiosos estiran el
cuello; por la rendija de la puerta se ve una silla suspendida en los
aires, y más abajo de los tramos de la silla cuelgan los pies de un
hombre. En el interior del cuarto un fotógrafo policial registra con
su máquina esta escena: un hombre sentado en una silla, amarrado
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a ella por ligaduras blancas, cuelga de los aires sostenido por el oro, no
cuello de una sábana arrollada. El ahorcado tiene una mordaza en El ca
tomo de la boca. La cama del muerto está deshecha. El asesino ha ningun:
recogido de allí las sábanas con que ha sujetado a la víctima. Hugo retorcid
Ankerman, camarero de interior; Herman González, portero, y ciernen'
Ernesto Loggi, botones, coinciden en sus declaraciones. Doménico — Ent
Salvato ha llegado dos veces al hotel en compañía de un hombre ¿Quiéni
con los dientes de oro y anteojos amarillos. A las doce y media de Algur
la noche los redactores de guardia en los periódicos escriben hacían
titulares así: El enigma del bárbaro crimen del diente de oro persona
Son las diez de la mañana. El asesino Lauro Spronzini, sentado presenti
en un sillón de mimbre de un café del boulevard, lee los periódicos Un ciud
frente a su vaso de cerveza. Pero ni Hugo ni Herman ni Ernesto, cuya ex
podrían reconocer en este pálido rostro pensativo, sin lentes, ni Rubati c
dientes de oro, al verdugo que ha ejecutado a Doménico Salvato. izquierd
En el fondo de la atmósfera luminosa que se filtra bajo el toldo de que aqu
rayas amarillas, Lauro Spronzini tiene la apariencia de un telas.
empleado de comercio en vacaciones. Lauro Spronzini deja de leer inteliger
los periódicos y sonríe, abstraído, mirando al vacío. Una 'Ladrón a
muchacha que pasa detiene los ojos en él. Nuestro asesino ha que no
sonreído con dulzura. Y es que piensa en los trances dificultosos señora ji
por los que pasarán numerosos ciudadanos en cuyas bocas hay que ella
engastados dos dientes de oro. No se equivoca. A esa misma hora, mirando
hombres de diferente condición social, pululaban por las :ludiera
intrincadas galerías del Departamento de Policía, en busca de la L.L>s cn.
oficina donde testimoniar su inocencia. Lo hacen por su propia :•)os luya
tranquilidad.
ata
Un barbudo de nariz de trompeta y calva brillante, sentado en la <
frente a una mesa desteñida, cubierta de papelotes y melladuras cvn at
de cortaplumas, recibe las declaraciones de estos timoratos, cuyas htrtees
primeras palabras son:
atwerz.
—Yo he venido a declarar que, a pesar de tener dos dientes de rrOIS tet
16
nido por el oro, no tengo nada que ver con el crimen.
mordaza en El calvo recibe las declaraciones con indiferencia. Sabe que
asesino ha ninguno de los que se presentan son los posibles autores del
:tima. Hugo retorcido delito. Siguiendo la rutina de las indagaciones
portero, y elementales, pregunta y anota:
;. Doménico —Entre nueve y once de la noche, ¿dónde se encontraba usted?
un hombre ¿Quiénes son las personas que le han visto en tal lugar?
y media de Algunos se avergüenzan de tener que declarar que a esas horas
:os escriben hacían acto de presencia en lugares poco recomendables para
personas de aspecto tan distinguido como el que ellas
tini, sentado presentaban. En las declaraciones se descubrían singularidades.
is periódicos Un ciudadano confirmó haber frecuentado a esas horas un garito
rt ni Ernesto,
cuya existencia había escapado al control de la policía. Demetrio
;in lentes, ni Rubati de "profesión" ladrón, con dos dientes de oro en el maxilar
nico Salvato. izquierdo, después de arduas cavilaciones, se presenta a declarar
que aquella noche ha cometido un robo en un establecimiento de
o el toldo de
incia de un telas. Efectivamente tal robo fue registrado. Rubati
1. deja de leer inteligentemente comprende que es preferible ser apresado como
vacío. Una ladrón a caer bajo la acción de la ley por sospechoso de un crimen
que no ha cometido. Queda detenido. También se presenta una
o asesino ha
s dificultosos señora inmensamente gorda, con dos dientes de oro, para declarar
as bocas hay que ella no es autora del crimen. El barbudo interrogador se queda
I misma hora, mirándola, sorprendido. Nunca imaginó que la estupidez humana
Dan por las pudiera alcanzar proporciones inusitadas.
Los ciudadanos que tienen dientes de oro se sienten molestos en
n busca de la
los lugares públicos. Durante las primeras horas que siguen al día
yor su propia
del crimen, todo aquél que, en un café, en una oficina, en el tranvía
ante, sentado o en la calle, muestre al conversar, dientes de oro, es observado
con atenta curiosidad por todas las personas que le rodean. Los
y melladuras
hombres que tienen dientes de oro se sienten sospechosos del
noratos, cuyas
crimen; les intranquiliza la soterrada (...} de los que los tratan. Son
raros en esos días aquellos que, por tener dos dientes de oro
los dientes de
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engarzados en la boca, no se sientan culpables de algo.
En tanto la policía trabaja. Se piden a todos los dentistas de la recue
capital las direcciones de las personas que han asistido de raros,
enfermedades de la dentadura que exigían la completa ubicación un af
ases ir
de dos o más dientes en el orificio superior izquierdo. Los diarios
solicitan, también, la presentación a la policía de aquellas personas haber
que pudieran aclarar algo respecto a este crimen de características Pero e
tan singulares. Las hipótesis del crimen pueden reducirse en pocas A la
palabras y son semejantes en todos los periódicos. Doménico Criffle7
Salvato ha entrado en su cuarto en compañía del asesino. Ha ardor(
conversado con éste, no ha reñido, al menos en tono aCC3011
:1•Zreek
suficientemente alto como que para no se lo pudiera escuchar.
77'2
Después el desconocido ha descargado un puñetazo en la
Etat
mandíbula de Salvato, y éste ha caído desmayado, circunstancia
que el asesino aprovechó para sujetarlo a la silla con las cuerdas
hechas desgarrando las sábanas. Luego amordaza a su víctima. porde!
Cuando recobra el sentido, se ve obligada a escuchar a su agresor,
quien después de reprocharle no se sabe qué, ha procedido a ni tan
'ruelo
ahorcarlo. El móvil, no queda ninguna duda, ha sido satisfacer un
exacerbado sentimiento de odio y de venganza. El muerto es de Je: die
nacionalidad italiana. La primera plana de los diarios reproduce el aurnent
cuarto del hotel en el espantoso desorden que lo ha encontrado la
si-naprie
policía. El respaldar de la silla apoyado sobre la tabla de una
puerta; el ahorcado colgado en el aire por el cuello, y la sábana "ss ores
7 -t C
anudada en dos partes, amarrada al picaporte de la puerta. Es el
crimen bárbaro que ansía la mentalidad de los lectores de
dramones espeluznantes. La policía tiende sus redes; se aguardan
los informes de los dentistas, se confirman los prontuarios
recientes de todos los inmigrantes, para descubrir quiénes son los
ciudadanos de nacionalidad italiana que tienen dos dientes de oro
en el maxilar superior izquierdo. Durante quince días todos los
periódicos consignan la marcha de la investigación. Al mes, ei
18

111141.1
algo. recuerdo de este suceso se olvida; al cabo de nueve semanas son
.7,s dentistas de la raros aquellos que detienen su atención en el recuerdo del crimen;
han asistido de un año después, el asunto pasa a los archivos de la policía. . . El
rnpleta ubicación asesino no es descubierto nunca. Sin embargo, una persona pudo
Lerdo. Los diarios haber hecho encarcelar a Lauro Spronzini. Era Diana Lucerna.
aquellas personas Pero ella no lo hizo.
de características A las tres de la tarde del día que todos los diarios comentan su
educirse en pocas crimen, Lauro Spronzini experimenta una ligera comezón
<ticos. Doménico ardorosa en la muela. Una hora después, como si algún demonio
del asesino. Ha accionara el mecanismo nervioso del diente, la comezón ardorosa
menos en tono acrecienta su temperatura. Se transforma en un clavo de fuego que
pudiera escuchar. atraviesa la mandíbula del hombre, eyaculando en su tuétano
puñetazo en la borbotones de fuego. Lauro experimenta la sensación de que le
ido, circunstancia aproximan a la mejilla una plancha de hierro candente. Tiene que
a con las cuerdas morderse los labios para no gritar; lentamente, en su mandíbula el
aza a su víctima. clavo de fuego se enfría, le permite suspirar con alivio, pero
Ichar a su agresor, súbitamente la sensación quemante se convierte en una espiga de
ha procedido a hielo que le solidifica las encías y los nervios injertados en la pulpa
sido satisfacer un del diente, al endurecerse bajo la acción del frío tremendo,
El muerto es de aumentan de volumen. Parece como si bajo la presión de su
años reproduce el crecimiento el hueso del maxilar pudiera estallar como un
i ha encontrado la shrapnell. Son dolores fulgurantes, por momentos relámpagos de
: e la tabla de una fosforescencias pasan por sus ojos. Lauro comprende que ya no
I puede continuar soportando este martilleo de hielo y fuego que
uello, y la sábana
de la puerta. Es el alterna los tremendos mazazos en la mínima superficie de un
e los lectores de diente escondido allá en el fondo de su boca. Es necesario visitar a
redes; se aguardan un odontólogo. Instintivamente, no sabe por qué razón, resuelve
a los prontuarios consultar a una mujer, a una dentista, en lugar de un profesional
rir quiénes son los del sexo masculino.
dos dientes de oro Busca en la guía del teléfono. Una hora después Diana Lucerna
rice días todos los se inclina sobre la boca abierta del enfermo y observa con el
gación. Al mes, el espejuelo la dentadura. Indudablemente, al paciente debe
19
aquejarle una neuralgia, porque no descubre en los molares una ba
ninguna picadura. Sin embargo, de pronto, algo en el fondo de la Medí
boca le llama la atención. Allí, en la parte interna de la corona de a dent
un diente, ve reflejada en el espejuelo una veta de papel de oro, y direo
semejante al que usan los doradores. Con la pinza extrae el cuerpo — Ver
extraño. La veta de oro cubría la grieta de una caries profunda. Laurc
Diana Lucerna, inclinándose sobre la boca del enfermo, aprieta con a-instale
la punta de la pinza en la grieta, y Lauro Spronzini se revuelve ventana
dolorido en el sillón. Diana Lucerna, mientras examina el diente 1-..ruscan
del enfermo, piensa en qué extraño lugar estaba fijada esa veta de element
papel de oro.
apee»
Diana Lucerna, como otros dentistas, ha recibido ya una circular análogo
policial pidiéndole la dirección de aquellos enfermos a quienes vengan;
hubiera orificado las partes superiores de la dentadura izquierda. n --&-.a di
Diana se retira del enfermo con las manos en los bolsillos de su ..- -eh
guardapolvo blanco, observa el pálido rostro de Lauro, y le dice:
—Hay un diente picado. Habrá que hacerle una orificación. -
Lauro tiembla imperceptiblemente, pero tratando de fingir
indiferencia, pregunta: —¿Cuesta mucho platinarlo?
—No; la diferencia es muy poca.
Mientras Diana prepara el torno, habla:
—A causa del crimen del hombre del diente de oro, nadie
querrá, durante unos cuantos meses, arreglarse con oro las
dentaduras.
Lauro esfuerza una sonrisa. Diana lo espía por el espejo y
observa que la frente del hombre está perlada de sudor. La
dentista prosigue, mientras escoge unas mechas:
—Yo creo que ese crimen es una venganza... ¿Y usted?...
— Yo también. ¿Quién sino aquel que tuviera que cumplir con el
deber de una venganza, podría amarrar a un hombre a una silla,
amordazarlo, reprocharle, como dicen los diarios, vaya a saber qué
tremendos agravios y matarlo?... Un hombre no mata a otro por
20
re en los molares una bagatela ni mucho menos.
.o en el fondo de la Media hora después Lauro Spronzini abandona el consultorio de
-na de la corona de la dentista. Ha dejado anotado en el libro de consultas su nombre
ta de papel de oro, y dirección, Diana Lucerna le dice:
iza extrae el cuerpo —Véngase pasado mañana.
-ta caries profunda. Lauro sale, y Diana se queda sola en su consultorio, frío de
nfermo, aprieta con cristales y niqueles, mirando abstraída por los visillos de una
ronzini se revuelve ventana las techumbres de las casas de los alrededores. Luego,
; examina el diente bruscamente inspirada, va y busca los diarios de la mañana. Los
ta fijada esa veta de elementales datos de la filiación externa coinciden con ciertos
aspectos físicos de su cliente. Los comentarios del crimen son
)ido ya una circular análogos. Se trata de una venganza. Y el autor de aquella
mfermos a quienes venganza debe ser él. Aquella veta de papel de oro, fijada en la
entadura izquierda. grieta de un diente, revela que el asesino se cubrió los dientes con
t los bolsillos de su una película de oro para lanzar a la policía sobre una pista falsa. Si
? Lauro, y le dice: en este mismo momento se revisara la dentadura de todos los
rle una orificación. habitantes de la ciudad, no se encontraría en los dientes de
't'atando de fingir ninguno de ellos ese sospechosísimo trozo de película. No le
tallo? queda duda: él es el asesino; él es el asesino y ella debe
denunciarlo. Debe... Una congoja dulce se desenrosca sobre el
corazón de Diana, con tal frenesí hambriento de protección y
ente de oro, nadie curiosidad, que derrota toda la fuerza estacionada en su voluntad
;larse con oro las moral. Debe denunciar al asesino... Pero el asesino es un hombre
que le gusta. Le gusta ahora con un deseo tan violentamente
por el espejo y dirigido, que su corazón palpita con más violencia que si él tratara
-lada de sudor. La de asesinarla. Y se aprieta el pecho con las manos. Diana se dirige
rápidamente al libro de consultas y busca la dirección de Lauro.
- Y usted?... ¿Es o no falsa esa dirección? ¡Quiera Dios que no!... Diana se quita
a que cumplir con el precipitadamente el guardapolvo, le indica a la criada que si llegan
hombre a una silla, clientes les diga que la aguarden, y sube a un automóvil. Esto
íos, vaya a saber qué ocurre como a través de la cenicienta neblina de un sueño y, sin
no mata a otro por embargo, la dudad está cubierta de sol hasta la altura de las
21
comisas. Una impaciencia extraordinaria empuja a Diana a través :11a ic
te du
de la vida diferenciada de los otros seres humanos. Sabe que va al
encuentro de lo desconocido monstruoso; el automóvil entra en el IR
7 71 '

sol de las bocacalles, y en la sombra de las fachadas; súbitamente d


se encuentra detenida frente a la entrada obscura de una casa de :ana 1
departamentos, sube a la garita iluminada de un ascensor de
.1-ha
acero, una criada asoma la cabeza por una puerta gris entreabierta,
y de pronto se encuentra... Está allí... Allí, de pie, frente al asesino
que, en mangas de camisa, se ha puesto de pie tan bruscamente,
que no ha tenido tiempo de borrar de la colcha azulenca de la — No
cama la huella que ha dejado su cuerpo tendido. La criada cierra la —
puerta tras ellos. El hombre, despeinado, mira a la fina muchacha L. ..iste
de pie frente a él. Diana le examina el rostro con dureza, Lauro —La a
Spronzini comprende que ha sido descubierto; pero se siente rolo
infinitamente tranquilizado. Señala a la joven el mismo sillón en aeon
: 2.2e
que él, la noche después de ahorcar a Doménico Salvato, se ha
dejado caer, y Diana, respirando agitada, obedece. Lauro la mira, y en
después, con voz dulce, le pregunta:
-
—¿Qué le pasa, señorita?
Ella se siente dominada por esta voz; se pone de pie para
marcharse; pero no se atreve a decir lo que piensa. Lauro
comprende que todo puede perderse: los desencajados ojos de la
dentista revelan que al disolverse su excitación sobreviene la
repulsión, y entonces dice:
—Yo soy quien mató a Doménico Salvato. Es un acto de justicia,
señorita. Era el desalmado más extraordinario de quien he oído
hablar. En Brindisi— yo soy italiano—, hace siete años, se llevó de
la casa de mis padres a mi hermana mayor. Un año después la
abandonó. Mi hermana vino a morir a casa completamente
tuberculosa. Su agonía duró treinta días con sus noches. Y el único
culpable de aquel tremendo desastre era él. Hay crímenes que no
se deben dejar sin castigo. Yo lo desmayé de un golpe, lo amarré a
22
Diana a través la silla, lo amordacé para que no pudiera pedir auxilio, y luego le
Sabe que va al relaté durante una hora la agonía que soportó mi hermana por su
óvil entra en el culpa. Quise que supiera que era castigado porque la ley no
is; súbitamente castiga ciertos crímenes.
de una casa de Diana lo escucha y responde:
in ascensor de —Supe que era usted por las partículas de oro que quedaron
ris entreabierta, adheridas en la hendidura de la caries.
rente al asesino Lauro prosigue:
ni bruscamente, —Supe que él había huido a la Argentina, y vine a buscarlo.
azulenca de la —¿No lo encontrarán a usted?
criada cierra la —No; si usted no me denuncia. Diana lo mira: —Es espantoso lo
fina muchacha que usted ha hecho. Lauro la interrumpió, frío:
dureza, Lauro —La agonía de él ha durado una hora. La agonía de mi hermana
pero se siente se prolongó las veinticuatro horas de treinta días y treinta noches.
rúsmo sillón en La agonía de él ha sido incomparablemente dulce comparada con
Salvato, se ha la que hizo sufrir a una pobre muchacha, cuyo único crimen fue
_auro la mira, y creer en sus promesas. Diana Lucerna comprende que el hombre
tiene razón:
—¿No lo encontrarán a usted?
ie de pie para —Yo creo que no...
piensa. Lauro —¿Vendrá usted a curarse mañana?
ados ojos de la —Sí, señorita; mañana iré. Y cuando ella sale, Lauro sabe que no
. sobreviene la lo denunciará.

acto de justicia,
quien he oído
hos, se llevó de
año después la
completamente
ches. Y el único
rimenes que no
lpe, lo amarré a
23
Roberto Arlt: Nació el 2 de abril de 1900 en Buenos Aires. Fue hijo de
inmigrantes. Tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis. Se crio en
el barrio porteño de Flores y en su hogar se hablaba alemán.
Se desempeñó en diferentes oficios: trabajador portuario, mecánico,
pintor, soldador y ayudante en una biblioteca.
En 1924 comienza a relacionarse con los escritores de Florida y Boedo a
cuyas diferencias poéticas y políticas asiste, pero sin adherirse a ninguna El be
en particular. especia
Su primera novela, El juguete rabioso (1926), está reconocida como Hizo
una de las mejores de la Argentina. En Los siete locos (1929) y Los PerraiS
lanzallamas (1931) aparece retratado de modo muy realista el mundo de —no
los bajos fondos de Buenos Aires, r:c.,:rübrc
Falleció en Buenos Aires el 26 de julio de 1942 víctima de un ataque :r 4 3 d
cardíaco. cc
Era a
:erripraz
a
17.22111er
nadre,
esper
le :os a
'vender t

etendar,

.-zre
. 'bah
zrer,
.divietz
Cavo:

24
'es. Fue hijo de El marinero de Amsterdam
asís. Se cric en
-Guillaume Apollinaire-
río, mecánico,

wida y Boedo a El bergantín holandés Alkmaar regresaba de Java cargado de


irse a ninguna
especias y otras mercancías preciosas.
Hizo escala en Southampton, y a los marineros se les dio
!conocida como
permiso para bajar a tierra.
s (1929) y Los Uno de ellos, Hendrijk Wersteeg, llevaba un mono sobre el
;ta el mundo de hombro derecho, un loro sobre el izquierdo y, en bandolera, un
fardo de telas indias que tenía intención de vender en la ciudad,
a de un ataque
junto con los animales.
Era a principios de primavera, y la noche caía todavía
temprano. Hendrijk Wersteeg caminaba a paso ligero por las
calles algo brumosas que la luz de gas apenas iluminaba. El
marinero pensaba en su próximo regreso a Amsterdam, en su
madre, a la que no había visto en tres arios, en su prometida, que
le esperaba en Monikedam. Sopesaba el dinero que conseguiría
de los animales y de las telas y buscaba una tienda en donde
vender tales mercancías exóticas.
En Aboye Bar Street, un caballero vestido muy pulcramente le
abordó, preguntándole si buscaba comprador para su loro:
-Este pájaro -dijo- me vendría muy bien. Necesito a alguien que
me hable sin que yo tenga que contestarle, pues vivo
completamente solo.
Como la mayoría de los marineros holandeses, Hendrijk
Wersteeg hablaba inglés. Puso un precio que el desconocido
aceptó.
-Sígame -dijo este-. Vivo bastante lejos. Usted mismo colocará el
en una jaula que hay en mi casa. Me mostrará también sus

25
telas, y puede que haya entre ellas algunas que me gusten.
Muy contento por el trato hecho, Hendrijk Wersteeg se fue con
el caballero, ante el cual, en la esperanza de poder vendérselo
también, elogió al mono, que era, decía, de una raza bien rara,
una de esas cuyos individuos mejor resisten el dima de Inglaterra
y que más se encariñan con el dueño.
Pero pronto Hendrijk Wersteeg dejó de hablar. Malgastaba en
vano sus palabras, puesto que el desconocido no le respondía y ni
siquiera parecía escucharle.
Continuaron el camino en silencio, el uno al lado del otro.
Solos, añorando sus bosques natales en los trópicos, el mono,
asustado por la bruma, soltaba de vez en cuando un gritito
parecido al vagido de un recién nacido y el loro batía las alas.
Al cabo de una hora de marcha, el desconocido dijo
bruscamente:
-Nos acercamos a mi cana.
Habían salido de la dudad. El camino estaba bordeado de
grandes parques cercados con verjas; de vez en cuando brillaban,
a través de los árboles, las ventanas iluminadas de una casita de
campo, y se oía a intervalos en la lejanía el grito siniestro de una
sirena en el mar.
El desconocido se paró ante una verja, sacó de su bolsillo un
manojo de llaves y abrió la cancela, que volvió a cerrar una vez
Hendrijk la hubo franqueado.
El marinero estaba impresionado: apenas distinguía, al fondo
de un jardín, una casa de bastante buena apariencia, pero cuyas
persianas cerradas no dejaban pasar luz alguna.
El desconocido silencioso, la casa sin vida, todo le resultaba
bastante lúgubre. Pero Hendrijk se acordó de que el desconocido
vivía solo.
"¡Es un excéntrico!" pensó, y como un marinero holandés no es
lo suficientemente rico como para que se le engañe con el fin de
;usten. desvalijado, se avergonzó de su instante de ansiedad.
eeg se fue con
er vendérselo ***
aza bien rara,
a de Inglaterra • -Si tiene cerillas, ilumíneme -dijo el desconocido metiendo la
llave en la cerradura de la puerta de la casa.
Malgastaba en El marinero obedeció y, una vez dentro de la casa, el
respondía y ni desconocido trajo una lámpara que pronto iluminó un salón
amueblado con buen gusto.
lado del otro. Hendrijk Wersteeg estaba totalmente tranquilo. Alimentaba la
icos, el mono, esperanza de que su extraño compañero le comprara una buena
ido un gritito •parte de sus telas.
ia las alas. El desconocido, que acababa de salir del salón, volvió con una
conocido dijo jaula:
-Meta aquí el loro -le dijo-. No lo pondré en una percha hasta
que se haya domesticado y sepa decir lo que quiero que diga.
bordeado de Después, tras haber cerrado la jaula en la que, espantado, quedó
ando brillaban, •el pájaro, le pidió al marinero que cogiera la lámpara y fuese a la
a una casita de habitación contigua, en donde se encontraba, según decía, una
iniestro de una mesa cómoda para extender las telas.
Hendrijk Wersteeg obedeció y fue a la alcoba que se le había
su bolsillo un indicado. De pronto, oyó que la puerta se cenaba tras él y que la
cerrar una vez llave giraba. Estaba prisionero.
Trastornado, dejó la lámpara sobre la mesa y quiso arrojarse
guía, al fondo contra la puerta para tirarla abajo. Pero una voz le detuvo:
cia, pero cuyas - ¡Un paso más y es hombre muerto, marinero!
Levantando la cabeza, Hendrijk vio por un tragaluz en el que
lo le resultaba antes no había reparado que el cañón de un revólver le apuntaba.
el desconocido Aterrorizado, se detuvo.
No le era posible luchar: su navaja no iba a servirle en estas
holandés no es circunstancias; incluso un revólver le hubiera resultado inútil. El
le con el fin de desconocido que lo tenía a su merced se escondía detrás de un
27
muro, al lado del tragaluz desde el cual vigilaba al marinero, y
-- atm<
por donde sólo pasaba la mano que esgrimía el revólver.
-2.
-Escúcheme -le dijo el desconocido- y obedezca. El servicio
obligado que usted me va a prestar será recompensado. Pero no
ani
tiene elección. Es necesario que me obedezca sin dudar o lo
u
mataré como a un perro. Abra el cajón de la mesa... Hay dentro
-- Taba
un revólver de seis tiros, cargado con cinco balas... Cójalo.
El marinero holandés obedecía casi inconscientemente. El mono,
subido a su hombro, gritaba de tenor y temblaba. El desconocido
continuó: scsbre L
ze bort.
-Hay una cortina al fondo de la habitación. Descórrala.
Descorrida la cortina, Hendrijk vio un cuarto en el que, sobre
una cama, atada de pies y manos y amordazada, una mujer le
miraba con los ojos llenos de desesperación.
-Desate las ataduras de esta mujer -dijo el desconocido- y
quítele la mordaza. ex raño
Ejecutada la orden, la mujer, muy joven y de una belleza
admirable, se arrojó de rodillas ante el tragaluz, gritando: :
- ¡Harry, es una estratagema infame! Me has atraído a esta casa
para asesinarme. Has pretendido haberla alquilado para que
pasáramos en ella los primeros días de nuestra reconciliación.
Creía haberte convencido. ¡Pensaba que por fin estarías seguro de
que yo no tuve nunca la culpa de nada! ¡Harry! ¡Harry! ¡Soy
inocente!
- No te creo -dijo secamente el desconocido.
- ¡Harry, soy inocente! -repitió la joven con voz estrangulada.
- Ésas son tus últimas palabras, las grabaré cuidadosamente. Se
me repetirán toda mi vida.
Y la voz del desconocido tembló un poco, volviéndose
rápidamente firme:
- Como todavía te amo -añadió-, te mataría yo mismo, si te
quisiera menos. Pero me sería imposible, porque te amo.. .Ahora,
28
marinero, y marinero, si antes de que haya contado hasta diez no ha metido
una bala en la cabeza de esta mujer, caerá muerto a sus pies. Uno,
El servicio dos, tres...
ido. Pero no Y antes de que el desconocido hubiera contado cuatro, Hendrijk,
dudar o lo enloquecido, disparó sobre la mujer, quien, todavía de rodillas, le
Hay dentro miraba fijamente. Cayó de bruces contra el suelo. La bala le había
ájalo. entrado en la frente. De inmediato, un disparo surgido del
ite. El mono, tragaluz le vino a dar al marinero en la sien derecha. Se desplomó
desconocido y sobre la mesa, mientras que el mono, lanzando agudos chillidos
de horror, se refugiaba en su blusón.
da.
!I que, sobre ***
ma mujer le
Al día siguiente, algunos transeúntes que habían oído gritos
;conocido- y extraños procedentes de una casa de las afueras de Southampton,
advirtieron a la policía, que llegó rápidamente para forzar las
una belleza puertas.
Encontraron los cadáveres de la joven dama y del marinero.
a esta casa El mono, saliendo violentamente del blusón de su dueño, le
lo para que saltó a la nariz a uno de los policías. Asustó tanto a todos que,
xconciliación. retrocediendo algunos pasos, acabaron por abatirlo a tiros antes
ías seguro de de atreverse a acercarse de nuevo a él.
¡Harry! ¡Soy La justicia informó. Parecía daro que el marinero había matado
a la dama y que se había suicidado acto seguido. Sin embargo, las
circunstancias del drama eran misteriosas. Los dos cadáveres
angulada. fueron identificados sin problemas y todos se preguntaban cómo
osaxnente. Se Lady Finngal, esposa de un par de Inglaterra, había sido
encontrada sola, en una casa de campo solitaria, con un marinero
volviéndose Segado la víspera a Southampton.
El propietario de la casa no pudo dar dato alguno que ayudara a
mismo, si te la justicia a esclarecer los hechos. La casita había sido alquilada
amo ...Ahora, ocho días antes del drama a un tal Collins, de Manchester, que
29
además continuaba en paradero desconocido. Este Collins usaba
anteojos y tenía una larga barba roja que bien podría ser falsa.
El lord llegó de Londres a toda prisa. Adoraba a su mujer y su
dolor daba lástima a quien le veía. Como todo el mundo, no
entendía nada de este asunto.
Después de estos acontecimientos, se retiró del mundo. Vive en
su casa de Kensington, sin otra compañía que la de un criado
mudo y un loro que le repite sin cesar:
- ¡Harry, soy inocente!
iruid

ant,r).
.17.11

Guillaume Apoliinaire: Nació en Francia en 1880. Editó unas rema


cuantas pequeñas revistas de poesía, en las que empezó a publicar sus si;
primeras obras. Entre ellas se destaca Les Soirées de París (1913-1918). ttnte:
Debido a sus intentos por sintetizar la poesía y las artes visuales,
Apollinaire ejerció una importante influencia tanto en la poesía como en ztu;
el desarrollo del arte moderno.
s-ag
hale
30
Ilins usaba La aventura de los tres estudiantes
r falsa.
mujer y su -Arthur Conan Doyle-
mundo, no

do. Vive en En el año noventa y cinco se produjo una suma de


• un criado technientos, en la que no es necesario entrar, que motivó que
señor Sherloc_k Holmes y yo pasáramos unas semanas en una de
nuestras grandes ciudades universitarias, y durante esa época nos
cedió la pequeña —pero instructiva— experiencia que me
t. dispongo a relatar. Obviamente, algunos detalles que le facilitarían
3 lector identificar con exactitud la universidad o al criminal
serian imprudentes y ofensivos. Un escándalo tan penoso
emos permitirnos que sea olvidado. Con la debida discreción,
ti incidente en sí mismo, sin embargo, puede ser descrito, puesto
que sirve para ilustrar algunas de aquellas cualidades por las que
mi amigo resultaba extraordinario. Trataré de evitar en mi
sición términos tales que pudieran ser utilizados para acotar
acontecimientos a algún lugar en particular o dar una pista
o a las personas interesadas.
En esa época nos albergábamos en una pensión cerca de una
librería en donde Sherlocic Holmes se dedicaba a ciertas búsquedas
laboriosas sobre los primeros fueros ingleses —búsquedas que
condujeron a resultados tan llamativos que podrían ser el tema de
de mis futuras historias—. Ahí fue donde una noche
1. Editó unas timos una visita de un conocido, el señor Hilton Soames, tutor
a publicar sus y auxiliar en el College of St. Luke's. El señor Soames era un
hombre alto y enjuto de una naturaleza inquieta y excitable.
s(1913-1918).
artes visuales, Siempre lo había tenido por alguien de comportamiento
poesía como en intranquilo, pero en esta ocasión en particular se hallaba en tal
estado de incontenible agitación que estaba claro que había
acaecido algo muy infrecuente.
31
—Confío, señor Holmes, en que podrá dedicarme unas horas de
su valioso tiempo. Hemos sufrido un incidente muy penoso en St.
Luke's, y, de hecho, si no fuera por la feliz casualidad de su
estancia en la ciudad, no hubiera sabido qué hacer.
—Ahora mismo estoy muy ocupado, y deseada que no me
distraigan —respondió mi amigo—. Preferiría que solicitara la
ayuda de la policía.
—No, no, señor mío, tal opción es completamente imposible.
Cuando se pone uno en manos de la ley, ya no se puede detener, y
este es precisamente uno de esos casos en que, por la reputación
de la universidad, es absolutamente indispensable evitar el
escándalo. Su discreción es tan bien conocida como sus aptitudes,
y usted es el único hombre en el mundo que puede ayudarme. Se
lo ruego, señor Holmes, haga lo que pueda.
El talante de mi amigo no había mejorado porque se le hubiese
privado de los agradables alrededores de Baker Street. Sin sus
álbumes de recortes, sus productos químicos y su hogareño
desorden, se encontraba a disgusto. Se encogió de hombros con un
asentimiento descortés, mientras nuestro visitante, con palabras szcztz.c- a
apresuradas y ademanes nerviosos, inició atropelladamente su
historia.
—He de explicarle, señor Holmes, que mañana es el primer día =serszetc
del examen para la beca Fortescue. Soy uno de los examinadores. - Ince
=e
Soy profesor de griego, y la primera de las pruebas consiste en un kkiruen nai
extenso pasaje de traducción del griego que el candidato no haya tarr en
visto. Este pasaje se imprime en el papel del examen, y, por "eta
supuesto, sería una inmensa ventaja si el candidato pudiera xzetwha ate
prepararlo con antelación. Por ese motivo, se toman grandes
precauciones para mantener el examen en secreto.
"Hoy, aproximadamente a las tres en punto, llegaron las pruebas
de ese examen enviadas por los impresores. El ejercido consiste en
medio capítulo de Tucídides. Tuve que repasarlo minuciosamente aatIONCM
unas horas de tira que no hubiera ningún error en absoluto en el texto. A las
penoso en St. r_ atto y media todavía no había terminado mi tarea. Sin embargo,
ialidad de su nabía prometido a un amigo tomarme el té en su estudio, así
que dejé las pruebas de imprenta sobre mi escritorio. Estuve
a que no me .isente bastante más de una hora.
e solicitara la ilabe usted, señor Holmes, que las puertas de nuestro colegio
T; aÇor son de dos hojas: la de dentro forrada de fieltro verde y la
ite imposible. a•e mera de pesado roble visto. Cuando me acerqué a mi puerta
ede detener, y rcerior, me quedé asombrado al ver una llave en ella. Por un
la reputación —.omento, me imaginé que había dejado la mía allí, pero, al notarla
ible evitar el e, mi bolsillo, me di cuenta de que estaba todo bien. El único
sus aptitudes, duplicado que existía, hasta donde yo sé, era ese, que pertenecía a
ayudarme. Se mi sirviente, Bannister, un hombre que se ha ocupado de mis
aposentos durante diez años, y cuya honestidad está
se le hubiese absolutamente por encima de toda sospecha. Confirmé que la llave
itreet. Sin sus zra en realidad la suya, que había entrado en mi habitación para
su hogareño neguntarme si quería el té y que había dejado sin darse cuenta la
mibros con un ave en la puerta al salir. Su visita a mi habitación debió de
con palabras suceder a los pocos minutos de marcharme. Su descuido con la
ladamente su 'llave no hubiera supuesto mucho en cualquier otra ocasión, pero
zr un día como el de hoy precisamente ha tenido una
•el primer día onsecuencia de lo más lamentable.
examinadores. En el momento en que miré hacia mi mesa, fui consciente de que
consiste en un alguien había estado revolviendo en mis papeles. Las pruebas
lidato no haya estaban en tres tiras largas. Las había dejado todas juntas. Ahora,
carnen, y, por iescubría que una de ellas estaba tirada en el suelo, una en la
idato pudiera consola cercana a la ventana y la tercera donde la había dejado.
>man grandes Holmes se inmutó por primera vez.
—La primera página, en el suelo; la segunda, en la ventana; la
on las pruebas tercera donde la dejó —dijo.
do consiste en —Exacto, señor Holmes. Me sorprende usted. ¿Cómo es posible
inudosamente que supiera eso?
33
—Le ruego que continúe con su interesantísima exposición.
—Por un momento, me imaginé que Bannister se había tomado
la imperdonable libertad de inspeccionar mis papeles. Sin e
embargo, lo negó, con suma gravedad, y estoy convencido de que é
estaba diciendo la verdad. La alternativa era que alguien al pasar e
hubiera visto la llave en la puerta, hubiese sabido que me hallaba
fuera y hubiera entrado para mirar en los papeles. Hay una amplia
suma en juego, porque el importe de la beca es muy cuantioso, y e
un hombre sin escrúpulos bien podía haber corrido el riesgo con el u
fin de obtener ventaja sobre sus compañeros. a
Bannister estaba muy consternado por el incidente. Estuvo a
punto de desmayarse cuando descubrimos que habían estado
manoseando los papeles. Le di un poco de coñac y lo dejé
desplomándose en la silla mientras realizaba un examen más
minucioso de la habitación. Pronto vi que el intruso había dejado
otras huellas de su presencia además de los papeles arrugados. En
la mesa de la ventana había varias virutas de un lápiz al que había
sacado punta. También había tirada una punta rota de grafito.
Evidentemente, el granuja había copiado el ejercicio con muchas
prisas, se le había roto el lápiz y se había visto obligado a afilarlo
de nuevo.
— Excelente! —dijo Holmes, que había recobrado su buen
humor mientras su atención quedaba más cautivada por el caso—.
Le ha sonreído la suerte.
—Eso no es todo. Tengo una mesa de estudio nueva con una
delgada capa de cuero rojo. Estoy dispuesto a jurar, al igual que
Bannister, que estaba lisa e impoluta. Ahora descubría un corte
limpio en ella de más o menos tres pulgadas de largo: no un mero
arañazo, sino un auténtico corte. No solo eso, sino que encima de
la mesa, descubrí una bolita de masilla, o barro, con motas de algo
semejante al serrín en ella. Estoy convencido de que estos rastros
los dejó el hombre que rebuscó entre los papeles. No había huellas

34
sición. oca prueba en lo referente a su identidad. Me sentía perdido,
abía tomado ando de repente se me ocurrió una buena idea: que estaba usted
)apeles. Sin a ciudad, y me vine a verlo directamente para poner el asunto
mido de que -us manos. ¡Ayúdeme, señor Holmes! Ya ve mi dilema. O bien
nen al pasar r .7uentro a ese hombre o el examen se debe posponer hasta que se
e me hallaba aren nuevos ejercicios. Y puesto que esto no puede realizarse
una amplia - una explicación seguida de un feo escándalo, quedaría en
cuantioso, y ,-- ce.dicho la reputación no solo del colegio, sino de la
riesgo con el .2-2.:ersidad. Por encima de todas las cosas, desearía resolver el
2 -- .2-tto de manera reservada y discreta.
te. Estuvo a — Estaré encantado de investigarlo y de darle el consejo que
3bían estado 7 ...eda —dijo Holmes levantándose y poniéndose el abrigo—. El
ic y lo dejé no carece por completo de interés. ¿Había visitado alguien su
examen más - ritaci5n después de que le llegaran los ejercicios?
había dejado — Si. el joven Daulat Ras, un estudiante indio que vive en la
rrugados. En — sma escalera, vino a preguntarme algunos detalles sobre el
al que había amen.
a de grafito. —¿Se presenta a la convocatoria?
con muchas —Sí.
ado a afilado —¿Y los ejercicios estaban encima de su mesa?
—Que yo sepa, estaban enrollados.
do su buen —Pero ¿podían ser reconocidos como pruebas de imprenta?
por el caso—. — Es posible.
— ¿Nadie más en su habitación?
Leva con una —No.
al igual que —¿Sabía alguien que esas pruebas estarían allí?
bría un corte — Nadie excepto el impresor.
y no un mero —¿Lo sabía el tal Bannister?
ue encima de —No, de ninguna manera. Nadie lo sabía.
notas de algo — ¿Dónde está Bannister ahora?
estos rastros — Estaba muy afectado, el pobre hombre. Lo dejé desmoronado
había huellas la silla, de tanta prisa que tenía por venir hasta usted.
35
--;

—¿Dejó la puerta abierta?


—Guardé bajo llave los papeles primero.
—Entonces, eso significa, señor Soames, que a menos que el Por suses1
estudiante indio reconociera el rollo como pruebas de imprenta, el tos pa
hombre que las estuvo revolviendo, se topó con ellas de manera :ilesa de la
accidental sin saber que estaban allí. pata y así 1
—Eso me parece a mí. —A decir
Holmes puso una sonrisa enigmática. puertalater
—Bueno —dijo—, vamos allá. No es uno de sus casos, Watson: - esc
es mental, no físico. Muy bien, venga si quiere. Ahora, señor Dierne ver
Soames..., ¡estamos a su disposición! levó este
ortrando c
La sala de estar de nuestro cliente daba, a través de una ventana lizarsu lo lit
con celosía larga y baja, al vetusto patio cubierto de liquen del aundo sra
antiguo colegio. Una puerta de arco gótico conducía a una escalera asa. dado
de piedra desgastada. En la planta baja estaba la habitación del ie aran in
tutor. Encima había tres estudiantes, uno por piso. Ya anochecía *adra a
cuando llegamos a la escena del misterio. Holmes se detuvo y miró
seriamente la ventana. Entonces, se acercó y, de puntillas,
estirando el cuello, miró dentro de la habitación.
—Ha tenido que entrar por la puerta. No hay otra abertura salvo
la del cristal —dijo nuestro docto guía.
—Vaya! —replicó Holmes, y sonrió de una manera singular
mientras miraba a nuestro acompañante—. Bueno, si no hay nada
que podamos obtener de aquí, más vale que vayamos adentro.
El profesor abrió con llave la puerta de fuera y nos invitó a pasar
a su habitación. Permanecimos en la entrada mientras Holmes
realizaba un examen de la alfombra.
—Me temo que aquí no hay huellas —dijo—. No cabría esperar
casi ninguna en un día tan seco. Su sirviente parece haberse
recuperado bastante. Lo dejó en una silla, dijo. ¿En qué silla?
—En la de allí, junto a la ventana.

36
_ ea. Cerca de esta mesa pequeña. Ya pueden entrar. He
- a o con la alfombra. Estudiemos primero la mesa pequeña.
a menos que el está bastante claro lo que ha pasado. El tipo entró y
as de imprenta, el •'s papeles, hoja a hoja de la mesa del centro. Los llevó a la
-t ellas de manera la ventana, porque desde allí podía ver si venía por el
. así podía escaparse.
ecir verdad, no pudo —dijo Soames—, porque entré por la
.ateral.
us casos, Watson: Ah, eso es bueno! Bien, en cualquier caso, lo tenía en mente.
ere. Ahora, señor 7...krente ver los tres trozos. No hay huellas digitales..., ¡No! Bueno,
Trett" este primero y lo copió. ¿Cuánto tardaría en hacerlo,
ando cada posible contracción? Un cuarto de hora, no menos.
?es de una ventana zo lo tiró al suelo y cogió el siguiente. Estaba en medio de ello
rto de liquen del do su regreso motivó que se marchara a toda prisa..., a toda
tcía a una escalera dado que no tuvo tiempo de volver a colocar los papeles que
la habitación del , a .rían que había estado aquí. ¿No oyó pasos apresurándose por
fiso. Ya anochecía ::•,:alera mientras entraba por la puerta exterior?
s se detuvo y miró — No, creo que no.
•y, de puntillas, — Bien, escribió de manera tan frenética que rompió su lápiz, y
tuvo, como observó usted, que sacarle punta de nuevo. Esto es
,tra abertura salvo Interesante, Watson. El lápiz no era uno ordinario. Era de un
tamaño mayor del habitual, de mina blanda; por fuera era de color
manera singular oscuro, el nombre del fabricante estaba impreso en letras
lo, si no hay nada a adas, y el trozo que quedaba es solo de una pulgada y media
anos adentro. largo más o menos. Busque un lápiz así, señor Soames, y tendrá
nos invitó a pasar a su hombre. Si añado que posee una navaja ancha y muy
mientras Holmes desafilada, habrá obtenido una ayuda adicional.
• señor Soames estaba un poco abrumado a causa de este
No cabría esperar torrente de información.
e parece haberse —Puedo seguirle en los otros puntos —dijo—, pero, de verdad,
qué silla? • este asunto de la largura...

37

.pwr,
Holmes le tendió un pedacito con las letras NN y un espacio de
madera en blanco detrás. emergencii
—¿Lo ve? salvo tres
—No, me temo que ni siquiera ahora... Holmes le;
—;Bueno.
—Watson, siempre me he mostrado injusto con usted. Hay más
Era una 1
personas como usted. ¿Qué podría ser esto de NN? Es el final de
una palabra. Son conscientes de que Johann Faber es la marca de ex.
Holmes la
fabricante más común. ¿No es evidente que lo que queda del lápiz
eiectrica.
es lo que normalmente sigue al Johann? —inclinó la mesa pequeña
—Su visit
bajo la luz eléctrica—. Esperaba que, si el papel en el que escribió
igual que el.
era fino, hubiese dejado alguna marca sobre esta superficie pulida.
No, no veo nada. No creo que haya nada más que podamos sacar — ¿Qué PI
—Creo qt
de aquí. Ahora pasemos a la mesa del centro. Esta bolita es,
inesperado,
supongo, la masa negra y pastosa de la que hablaba. A grandes
misma pue
rasgos de forma piramidal y ahuecada, por lo que veo. Como dice,
Traicionarlo
parece tener partículas de serrín en ella. Vaya, esto es muy
interesante. Y el corte..., una auténtica cuchillada, ya veo. esconderse
—Dios mi,
Comienza con un fino arañazo y termina con una raja dentada. Le
rje me p
estoy muy agradecido por llamar mi atención sobre este caso,
señor Soames. ¿Adónde lleva esta puerta? :nubiesemos
—A mi dormitorio. —Asi lo en
—¿Ha estado en él desde su aventura? —Segurarn
—No, salí directo a buscarle. visto la venta
—Me gustaría echarle un vistazo. ¡Qué habitación más —Con mi<
encantadora y más clásica! Quizá pudieran esperar un minuto bar:ente de b
hasta que haya examinado el suelo. No, no veo nada. ¿Qué pasa
)
con esta cortina? Cuelga su ropa detrás. Si alguien se vio obligado ;
a esconderse en esta habitación, debió hacerlo ahí, puesto que la de tZTS.: . E t
cama es demasiado baja y el armario no es lo bastante profundo. bly: e: joro
No hay nadie ahí, supongo. -ten& escatr
Mientras Holmes descorría la cortina, me di cuenta, por cierta Hr.lres reo
leve rigidez y actitud vigilante, que estaba preparado para una
38
NN y un espacio de emergencia. A decir verdad, la cortina descorrida no desveló nada
salvo tres o cuatro trajes que colgaban de una cuerda de tender.
Holmes le dio la espalda y se inclinó de repente hacia el suelo.
—Bueno, bueno! Pero ¿qué es esto? —dijo.
con usted. Hay más Era una pequeña pirámide de un material negro semejante a la
te NN? Es el final de masilla, exactamente como la de encima de la mesa del estudio.
Faber es la marca de Holmes la tuvo en su palma abierta iluminándola con la luz
3 que queda del lápiz eléctrica.
trió la mesa pequeña —Su visitante parece haber dejado restos en su dormitorio al
pel en el que escribió igual que en su sala de estar, señor Soames.
?sta superficie pulida. —¿Qué podría querer de aquí?
Ls que podamos sacar —Creo que está bastante claro. Usted volvió por un camino
!ntro. Esta bolita es, inesperado, así que no reparó en usted hasta que no estuvo en la
? hablaba. A grandes misma puerta. ¿Qué podía hacer? Recogió todo lo que podía
que veo. Como dice, traicionarlo y se metió precipitadamente en su dormitorio para
Vaya, esto es muy esconderse en él.
cuchillada, ya veo. —Dios mío, señor Holmes, ¿quiere decir que en todo el tiempo
una raja dentada. Le que me pasé hablando con Bannister en esta habitación
ción sobre este caso, hubiésemos tenido al tipo atrapado de haberlo sabido?
—Así lo entiendo yo.
—Seguramente haya otra posibilidad, señor Holmes. No sé si ha
visto la ventana de mi dormitorio.
—Con celosía, bastidor de plomo, tres hojas separadas, una
?ye habitación más batiente de bisagra y lo suficientemente ancha como para que pase
esperar un minuto un hombre.
veo nada. ¿Qué pasa —Exacto. Y da a un rincón del patio para que no quede a la vista
guien se vio obligado del todo. El tipo pudo haber entrado por allí, dejar rastro al cruzar
do ahí, puesto que la por el dormitorio y, finalmente, como se encontró la puerta
lo bastante profundo. abierta, escapar por allí.
Holmes negó con la cabeza de manera impaciente.
di cuenta, por cierta
preparado para una
39
—Seamos prácticos — protestó—. Creí entenderle que hay tres estad<
estudiantes que usan esa escalera y que tienen costumbre de pasar aterro
por su puerta. — Ei
—Sí, eso es. —
—Y que todos se presentan a este examen. rrle/10
—Sí.
—¿Tiene alguna razón para sospechar de alguno de ellos más flrle
que de los otros? Era
Soames dudó. :MOS
—Es una pregunta muy delicada de responder —dijo—. No ?ert.11
quiero sembrar sospechas cuando no hay pruebas. estaht
—Oigamos las sospechas. Yo buscaré las pruebas.
—Les explicaré, entonces, en pocas palabras, el carácter de los —
tres hombres que viven en estas habitaciones. El de más abajo es cr,a
Gilchrist, un alumno y atleta excelente, juega en el equipo de
rugby y en el de críquet de la universidad, y obtuvo el galardón Tt
azul (es la máxima distinción deportiva otorgada en origen por las
universidades británicas de Oxford y Cambridge y, —Si
posteriormente, imitada por el resto de las universidades —
británicas, australianas y neozelandesas) en carrera de vallas y en taa:bla
salto de longitud. Es un tipo excelente y todo un hombre. Su padre — Rt
era el tristemente célebre sir Jabez Gilchrist, que se arruinó en el tt!
hipódromo. Dejó a mi alumno en la pobreza, pero es diligente y —
aplicado. —Se
Lo hará bien. Sca
En el segundo piso vive Daulat Ras, el indio. Es un tipo callado e
inescrutable, como la mayoría de los indios. Trabaja bien, aunque
el griego es lo que lleva más flojo. Es constante y metódico.
El piso de arriba pertenece a Miles McLaren. Es un tipo brillante
cuando decide trabajar..., una de las mentes más brillantes de la
universidad, pero es rebelde, disoluto y amoral. Estuvo a punto de
ser expulsado por un escándalo de juego en su primer ario. Ha
40
inderle que hay tres :lo holgazaneando todo este curso, y debe de estar esperando
costumbre de pasar - nzado el examen.
— Entonces, ¿es de él de quien sospecha?
— o me atrevería a tanto. Pero de los tres resultaría tal vez el
s improbable.
— Exacto. Ahora, señor Soames, echemos un vistazo a su
alguno de ellos más -nte, Bannister.
•Lr.t un tipo bajo, de cara pálida, bien afeitado y pelo canoso, de
cincuenta años. Todavía sufría por esta repentina
'ander —dijo—. No 7:Libación de la tranquila rutina de su vida. Su cara rolliza
bas. .,t.t.ina crispada por el nerviosismo y no lograba dejar quietos los
ebas. .s.
15, el carácter de los — Estamos investigando este lamentable asunto, Bannister —le
. El de más abajo es . rentó su jefe.
ga en el equipo de — EL señor.
obtuvo el galardón — Tengo entendido —dijo Holmes— que dejó su llave en la
ida en origen por las a.
y Cambridge y, —Si, señor.
las universidades --¿No resulta muy extraño que lo hiciera el mismo día en que
trrera de vallas y en ban esos papeles dentro?
in hombre. Su padre Resultó muy desafortunado, señor. Pero ya me había sucedido
't'e se arruinó en el mismo en otras ocasiones.
pero es diligente y —¿Cuándo entró en la habitación?
—Serían las cuatro y media. A esa hora toma el té el señor
Soames.
Es un tipo callado e —¿Cuánto tiempo permaneció en ella?
.rabaja bien, aunque —Cuando vi que no estaba, me retiré enseguida.
Ni metódico. —¿Miró estos papeles de encima de la mesa?
Es un tipo brillante —No, señor; por supuesto que no.
mas brillantes de la —¿Cómo llegó a olvidar la llave en la puerta?
: Estuvo a punto de —Tenía la bandeja del té en la mano. Pensé en volver después
su primer año. Ha por la llave. Y luego se me olvidó.
41
—¿La puerta exterior tiene cerrojo?
—No, señor. Tres cuad:
—Entonces, ¿estuvo abierta todo el tiempo? nosotros en 1.
—Sí, señor. —Sus tres •
arriba-
—¿Hubiese podido huir alguien de la habitación?
7. 3 :t. s:ar t
—Sí, señor.
:r/114
—Cuando el señor Soames regresó y lo llamó, ¿estaba usted muy
alterado? Carvi
—Sí, señor. Nunca me había pasado tal cosa en los muchos años
— E
de servicio que llevo aquí. Estuve a punto de desmayarme, señor.
—Eso tengo entendido. ¿Dónde estaba cuando comenzó a • rru
sentirse mal? es
7-!

—¿Dónde estaba, señor? Pues, aquí, cerca de la puerta. • ir.tea ;

—Qué raro, porque se sentó en esa silla de más allá, cerca de la


de
esquina. ¿Por qué no lo hizo en estas otras sillas?
—No lo sé, señor. Me daba igual dónde sentarme. a
—La verdad, señor Hohnes, no creo que fuera muy consciente de
ello. Tenía muy mal aspecto..., casi cadavérico.
7 rs
7 1. -71ar
—¿Permaneció aquí cuando se marchó su jefe?
—Solo un minuto o así. Entonces, cerré la puerta y me fui a mi
habitación.
—¿De quién sospecha? "PtleratZ, lir»)
Satín*
—Oh, no lo sabría decir, señor. No creo que haya ningún
:4accr zle2
caballero en esta universidad que sea capaz de sacar provecho de
semejante acto. No, señor, no lo creo. tblervaba
est
—Gracias, eso bastará —dijo Holmes—. Ah, una última cosa.
ha mencionado a alguno de los tres caballeros a quienes sirve que
ha ocurrido algo?
—No, señor, ni una palabra.
—Muy bien. Ahora, señor Soaines, daremos un paseo por el
patio interior, si no tiene inconveniente.

42
Tres cuadrados amarillos de luz brillaban por encima de
nosotros en la creciente oscuridad.
—Sus tres pájaros están en sus nidos —dijo Holmes mirando
acia arriba—. ¡Bueno, bueno! Pero ¿qué es esto? Uno de ellos
carece estar bastante inquieto.
Era el indio, cuya oscura silueta aparecía de repente contra la
sted muy rtina. Caminaba con rapidez de un lado a otro del cuarto.
—Quisiera echarle un vistazo a cada uno de ellos —dijo
tos años !mes—. ¿Es posible?
?, señor. —Nada más fácil —respondió Soames—. Este conjunto de
menzó a -:.,.2:taciones es el más antiguo del colegio, y no es infrecuente que
visitantes pasen por ellos. Acompáñenme y los guiaré
T'e rsonalmente,
erca de la —Nada de nombres, ¡por favor! —dijo Holmes mientras
. mábamos a la puerta de Gilchrist.
Abrió un tipo alto, rubio, esbelto, y nos invitó a pasar cuando
sciente de : rnprendió nuestras intenciones. Había dentro algunos elementos
? rcladeramente curiosos de arquitectura doméstica del medievo.
:Irles estaba tan encantado con uno de ellos que insistió en
e fui a mi :...cuiarlo en su cuaderno, rompió su lápiz, tuvo que pedirle
-,-,stado uno a nuestro anfitrión, y, por último, una navaja para
•.,.; :7.r:e punta al suyo. El mismo curioso accidente le sucedió en la
'a ningún _ :ación del indio, un tipo silencioso, bajo, de nariz aquilina, que
ovecho de - :•s observaba con recelo y que se alegró de manera evidente
7- ando los estudios arquitectónicos de Holmes llegaron a su fin.
a cosa. ¿Le logré ver que en ningún caso Holmes hallara la pista que
; sirve que -,:aba buscando. Solo en el tercero, nuestra visita resultaría
:flic-tuosa. La puerta exterior no se abrió al tocar en ella, y de
:eras de ella no salió nada más enjundioso que un alud de
>eo por el yr-lproperios.

43
—Me da igual quiénes sean. ¡Váyanse al diablo! —se oyó bramar
a la enfadada voz—. Mañana es el examen, y no quiero que me
distraiga nadie.
—Menudo maleducado —dijo nuestro guía, enrojeciendo de ira
mientras nos retirábamos escaleras abajo.
—Por supuesto, no se ha dado cuenta de que era yo quien estaba
llamando, pero, a pesar de todo, su comportamiento es muy
descortés y, de hecho, dadas las circunstancias, bastante
sospechoso.
La respuesta de Holmes no dejó de ser curiosa.
—¿Puede decirme su altura exacta? —preguntó.
—Pues, la verdad, señor Holmes, no me arriesgaría a tanto. Es
más alto que el indio, pero no como Gilchrist. Supongo que
rondará los cinco pies y seis pulgadas.
—Eso es muy importante —dijo Holmes—. Y ahora, señor
Soames, le deseo buenas noches.
Nuestro guía alzó la voz presa del asombro y la consternación, y
dijo quejándose:
—Pero ¡cielo santo, señor Holmes, no irá a dejarme de esta forma
tan brusca! No parece darse cuenta de mi posición. Mañana es el
examen. Debo tomar una medida definitiva esta noche. No puedo
permitir que mantengan el examen si han copiado uno de los
ejercicios. Hay que enfrentarse a esta situación.
—Lo que tiene que hacer es dejarla como está. Me pasaré
mañana por la mañana temprano y charlaremos sobre el tema. Es
posible que entonces me halle en situación de indicarle algún plan
de acción. Mientras tanto, no haga ningún cambio..., ninguno en
absoluto.
—Muy bien, señor Holmes.
—Puede quedarse completamente tranquilo. Sin ninguna duda,
encontraremos alguna salida a sus dificultades. Me llevaré
conmigo la masilla negra, también los residuos de lápiz. Adiós.
44
—se oyó bramar Cuando salimos a la oscuridad del patio interior, miramos arriba
quiero que me e nuevo, hacia las ventanas. El indio seguía caminando por su
habitación Los otros eran invisibles.
ojeciendo de ira —Bueno, Watson, ¿qué le parece todo esto? —le preguntó
Holmes al llegar a la calle principal—. Vaya jueg-uecito de salón...,
yo quien estaba una especie de truco de trilero con tres cartas, ¿no? Tiene tres
viento es muy hombres. Tiene que ser uno de ellos. Escoja uno. ¿Cuál elige?
ncias, bastante 15, —El malhablado del último piso. Es el que tiene los peores
antecedentes. Y, a pesar de todo, ese indio está hecho un zorro.
¿Por qué si no caminaría de acá para allá sin parar por su
•habitación?
;arfa a tanto. Es —Eso no significa nada. Mucha gente lo hace cuando están
Supongo que intentando aprenderse algo de memoria.
—Nos miraba de forma extraña.
Y ahora, señor —Así lo haría usted si un tropel de desconocidos entrase cuando
se estuviera preparando para un examen que tiene al día siguiente
zonsternación, y y cada momento contase. No, no veo nada extraño en ello. Lápices,
también, y navajas..., todo era satisfactorio. Pero ese tipo me ha
le de esta forma dejado desconcertado.
n. Mañana es el —¿Quién?
oclie. No puedo —Pues Bannister, el sirviente. ¿Qué pinta en este asunto?
ido uno de los —Me ha dado la impresión de ser un hombre absolutamente
honesto.
stá. Me pasaré —A mí también. Eso es lo desconcertante. ¿Por qué un hombre
obre el tema. Es absolutamente honesto...? Vaya, vaya, aquí tenemos una papelería
carie algún plan grande. Empezaremos con nuestras averiguaciones aquí.
..., ninguno en Solo había cuatro papelerías de alguna consideración en la
ciudad, y, en cada una de ellas, Holmes sacaba sus pedacitos y
ofrecía pagar un buen precio por uno como ese Todos estuvieron
ninguna duda, de acuerdo en que se podía encargar uno, pero que no era un
es. Me llevaré Tamaño corriente de lápiz y que raras veces tenían en el almacén.
ápiz. Adiós.
45
Mi amigo no pareció venirse abajo por su fracaso, sino que se
encogió de hombros con una resignación algo cómica.
—Nada bueno, mi querido Watson. Esta, la mejor y única pista
definitiva, no conduce a nada. Aunque, de hecho, me caben pocas
dudas de que podemos plantear un caso convincente sin ella. ¡Dios
mío! Mi querido amigo, son casi las nueve, y la patrona murmuró
algo de unos guisantes a las siete y media. Que, con su incesante
tabaco, Watson, y sus comidas a deshoras, ya le anticipo yo que le
va a decir que se marche y que tendré que compartir su ruina...;
no antes, sin embargo, de que hayamos resuelto el problema del
tutor nervioso, el sirviente descuidado y los tres estudiantes
resueltos.
Holmes no hizo más alusiones al asunto ese día, aunque estuvo
sentado sumido en sus pensamientos durante mucho tiempo
después de nuestra cena tardía. A las ocho de la mañana entró en
mi habitación justo en el momento en que terminaba de asearme.
—Bueno, Watson —dijo—, ya es hora de que nos acerquemos a
St. Luke's. ¿Puede ir sin desayunar?
—Claro.
—Soames estará hecho un terrible manojo de nervios hasta que
podamos decirle algo conduyente.
—¿Tiene algo concluyente que contarle?
—Eso creo.
—¿Ha llegado a alguna conclusión?
—Sí, mi querido Watson, he resuelto el misterio.
—Pero ¿qué prueba nueva ha conseguido?
—¡Ajá! No me he tirado de la cama a la intempestiva hora de las
seis de la mañana para nada. Le he dedicado dos horas de duro
trabajo y me he recorrido como poco cinco millas con algo que
enseñarle. ¡Mire esto!
Le tendió la mano. En la palma tres pequeñas pirámides de
masilla negra y pastosa.
46
tso, sino que se —Pero bueno, Holmes, ¡ayer solo tenía dos!
ica. —Y una más esta mañana. Es un argumento razonable que de
jor y única pista dondequiera que provenga la número tres es también el origen de
me caben pocas las número uno y número dos. ¿Eh, Watson? Bueno, acompáñeme
nte sin ella. ¡Dios y saquemos al amigo Soames de su sinvivir.
atrona murmuró El desgraciado tutor se encontraba, desde luego, en un estado de
con su incesante deplorable nerviosismo cuando nos encontramos con él en sus
nticipo yo que le aposentos En pocas horas comenzaría el examen, y todavía se
›artir su ruina...; hallaba ante el dilema de hacer públicos los hechos o de permitir
el problema del que el culpable se presentara a la cuantiosa beca. Apenas podía
tres estudiantes quedarse quieto, de tan desasosegado como estaba. Corrió hacia
Holmes con las dos ansiosas manos extendidas.
3, aunque estuvo —Gracias al cielo que ha venido! Me temía que lo hubiese dado
• mucho tiempo por imposible. ¿Qué he de hacer? ¿Sigue adelante el examen?
mañana entró en y —Si, desde luego que sigue adelante.
iba de asearme i —Pero ¿y ese granuja?
tos acerquemos a —No va a presentarse.
—¿Sabe quién es?
—Eso creo. Si este asunto no ha de hacerse público, debemos
tervios hasta que concedemos algunas prerrogativas y tomar una determinación por
nosotros mismos en un pequeño consejo de guerra de carácter
privado. ¡Usted allí, se lo ruego, Soames! Watson, ¡usted aquí! Me
pondré en el sillón de en medio. Creo que ahora resultamos lo
bastante imponentes como para infundir terror en un corazón
culpable. ¡Por favor, toquen la campanilla!
Entró Bannister, y retrocedió con sorpresa y temor evidentes ante
estiva hora de las nuestro aspecto judicial.
os horas de duro —Sea tan amable de cerrar la puerta —dijo Holmes—. Ahora,
[las con algo que Barudster, ¿haría el favor de contamos la verdad sobre el incidente
•de ayer?
ras pirámides de El hombre empalideció de golpe.
—Se lo he contado todo, señor.
47
—¿Nada más que añadir? —Ce
—Nada en absoluto, señor. nos en<
—Bueno, entonces, debo hacerle algunas preguntas. Cuando de lo q
ayer se sentó en esa silla, ¿lo hizo para esconder algún objeto que uno coi
le hubiese enseñado quien hubiese estado en la habitación? liombn
El rostro de Bannister estaba cadavérico. ay er,
—No, señor, desde luego que no. El de
—Es solo una pregunta —dijo Holmes en tono afable—. Admito mirada
abiertamente que soy incapaz de probarlo. Aunque parece —No,
bastante probable, puesto que en el momento en que el señor una nal
Soames se dio la vuelta, usted liberó al hombre que estaba oculto
en ese dormitorio. será coi
Bannister se humedeció los secos labios con la lengua. es des<
—No había nadie, señor. cuntesi<
—Ah, es una pena, Bannister. Hasta ahora había dicho la verdad, Per u
pero ahora sé que ha mentido. rato de
El rostro del hombre adoptó un semblante de hosco desafío. arnaud<
—No había nadie, señor. erre la
—¡Venga, vamos, Bannister! — Van
—No, señor, no había nadie.
—En ese caso, no puede darnos más información. ¿Haría el favor S' 4
de quedarse en la habitación? Quédese allá, junto a la puerta del 11173
dormitorio. Ahora, Soames, voy a pedirle que tenga la enorme
amabilidad de subir a la habitación del joven Gilchrist y pedirle
que baje aquí.
Un momento después, regresó el tutor, trayendo con él al
estudiante. Era un hombre imponente, alto, ágil y flexible, de paso
ligero y un rostro agradable y sincero. Sus ojos azules nos miraron
preocupados a cada uno de nosotros, y, por fin, se quedaron fijos,
con una expresión de consternación absoluta, en Bannister, que se ClZirts
encontraba en el rincón más alejado.
—Cierre la puerta —dijo Holmes—. Ahora, señor Gilchrist, aquí
nos encontramos a solas, y nadie debe saber nunca ni una palabra
eguntas. Cuando
de lo que pase entre nosotros. Podemos ser totalmente francos el
algún objeto que
ibitación? uno con el otro. Queremos saber, señor Gilchrist, cómo usted, un
hombre honrado, ha llegado a cometer un acto semejante al de
ayer.
El desafortunado joven se tambaleó hacia atrás y le echó una
afable—. Admito mirada llena de terror y reproche a Barmister.
Aunque parece
—No, no, señor Gilchrist, señor, no he dicho en ningún momento
en que el señor
una palabra..., ¡ni una palabra! —exclamó el sirviente.
Tue estaba oculto
—No, pero lo acaba de hacer —dijo Holmes—. Ahora, señor,
ngua. será consciente de que, tras las palabras de Bartnister, su posición
es desesperada y que su única oportunidad reside en una
confesión sincera.
dicho la verdad,
Por un momento el señor Gilchrist, con una mano levantada,
trató de dominar el temblor de sus facciones. Al siguiente, se había
sco desafío.
arrojado al suelo, junto a la mesa, de rodillas y, ocultando su rostro
entre las manos, rompió a llorar de manera vehemente.
—Vamos, vamos —dijo Holmes amablemente—, errar es
humano, y por lo menos nadie puede acusarle de ser un
L. ¿Haría el favor
despiadado criminal. Tal vez le resultara más sencillo si yo le
) a la puerta del
contara al señor Soames qué ocurrió, y usted me corrigiera en lo
enga la enorme
que me equivocase. ¿Lo hago así? Bien, bien, no se esfuerce por
Ichrist y pedirle contestar. Escuche y verá que no soy injusto con usted.
Desde el momento, señor Soames, en que me dijo que nadie, ni
nido con él al siquiera Bannister, podía haber contado con que los ejercidos
flexible, de paso estuvieran en su habitación, el caso comenzó a adoptar una forma
les nos miraron definida en mi mente. El impresor podía ser descartado, por
quedaron fijos, supuesto. Podía examinar los ejercidos en su propia oficina.
annister, que se Tampoco consideré que fuera el indio. Si las pruebas de imprenta
estaban enrolladas, no era posible que supiera lo que eran. Por
otro lado, parecía una coincidencia inimaginable que un hombre se
49
fl

atreviera a entrar en la habitación y que, casualmente, ese mismo Pues hl


día estuvieran los ejercicios encima de la mesa. Lo descarté. El trnprenta.
hombre que entró sabía que los ejercicios estaban allí. ¿Cómo lo :3;3atillas•
.ze la vent
supo?
Cuando me acerqué a su habitación, examiné la ventana. Me —Unos
hizo gracia cuando supuso que estaba valorando la posibilidad de Holmes
que alguien, a plena luz del día, a la vista de esas habitaciones de — Deió
enfrente, hubiese entrado forzándola. Tal idea era absurda. Estaba :ara
calculando lo alto que tendría que ser un hombre para ver al pasar
qué papeles había en la mesa del centro. Yo mido seis pies de alto
y podía, con esfuerzo. Nadie más bajo hubiese tenido oportunidad
de hacerlo. Ya ve que tenía razones para pensar que, si uno de sus 710

tres estudiantes era un hombre de una altura desacostumbrada,


era, de los tres, al que más valía la pena vigilar.
Entré y compartí con usted lo que sabía con respecto a los
indicios de la consola. No podía hacer nada con la mesa del centro,
hasta que en su descripción de Gilchrist mencionó que hacía salto
de longitud. Entonces, se me hizo claro todo en un momento, y
solo necesitaba algunas pruebas para confirmarlo, que obtuve zt.: str.o
rápidamente. 1-1/e4 -s.sten
Esto fue lo que pasó. Este joven le había dedicado la tarde a las
pistas de atletismo, donde había estado practicando el salto. zrra y
Regresó con sus zapatillas de saltar, que están provistas, como
sabe, de varios tacos afilados. Al pasar por su ventana, vio, gracias
a su gran altura, esas pruebas de imprenta encima de su mesa y — 7-1 i•-e
supuso lo que eran. No hubiese sucedido nada malo de no haber
visto, al pasar por su puerta, la llave dejada allí por un descuido de
su sirviente. Un impulso repentino se apoderó de él de entrar y ver .2

si eran realmente las pruebas de imprenta. Una proeza peligrosa


no era, puesto que siempre podía fingir que sencillamente se había 7221 !

pasado para hacerle una pregunta.

50
ese mismo Pues bien, cuando vio que eran realmente las pruebas de
lescarté. El imprenta, fue entonces cuando cedió a la tentación. Dejó sus
. ¿Cómo lo zapatillas sobre la mesa. ¿Qué fue lo que dejó sobre la silla de cerca
de la ventana?
entana. Me —Unos guantes —dijo el joven.
sibilidad de Holmes le dedicó una mirada triunfal a Bannister.
itaciones de —Dejó sus guantes encima de la silla y cogió las pruebas, hoja a
irda. Estaba hoja, para copiarlas. Pensó que el tutor tendría que regresar por la
ver al pasar puerta principal y que lo vería. Como sabemos, volvió por la
pies de alto puerta lateral. De repente, lo oyó en la misma puerta. No había
laortunidad forma de escapar. Se olvidó los guantes, pero cogió las zapatillas y
uno de sus se metió corriendo en la habitación. Ven que el arañazo de la mesa
istumbrada, es leve en un extremo, pero que se hace más profundo en dirección
al dormitorio. Eso en sí es bastante para indicarnos que habían
pecto a los tirado de la zapatilla en ese sentido y que el culpable se había
a del centro, refugiado allí. La tierra que rodeaba el taco se quedó encima de la
hacía salto mesa, y se desprendió una segunda muestra de ella y cayó en el
hornera°, y dormitorio. Puedo añadir que me di un paseo hasta las pistas de
que obtuve atletismo esta mañana, vi que se utiliza esa arcilla negra tan
persistente en el foso de salto de longitud y traje conmigo un
a tarde a las ejemplo, junto con algo del fino polvillo o serrín que se esparce por
lo el salto. encima para prevenir los resbalones de los atletas. ¿He dicho la
pistas, como verdad, señor Gilchrist?
vio, gradas El estudiante se había levantado.
e su mesa y —Sí, señor, es verdad —dijo.
de no haber —Santo cielo, ¿no tiene nada que añadir? —exclamó Soames.
descuido de —Sí, señor, tengo algo que añadir, pero me ha dejado apabullado
entrar y ver la conmoción de que me hayan desenmascarado de forma tan
za peligrosa deshonrosa. Tengo una carta aquí, señor Soames, que le he escrito
mit se había esta madrugada en mitad de una noche de insomnio. Ha sido
antes de que supiera que mi yerro había sido descubierto. Aquí
está, señor. Verá que decía: «He decidido no ir al examen. Me han
51.
ofrecido un cargo en la policía de Rodesia y me marcho a —Lo cierto e
Sudáfrica de inmediato». poniéndose en
—Desde luego, me alegra oír que no iba a tratar de aprovecharse -Bueno, Soare
de su ventaja desleal —dijo Soames—. Pero ¿por qué ese cambio espera el desa3
de intenciones? señor, confío ex
Gilchrist señaló a Bannister. caído bajo por
—Ese es el hombre que me ha hecho recapacitar y me ha llevado llegar.
por el buen camino —dijo.
— ¡Vamos, Bannister! —dijo Holmes—. Le habrá quedado daro
por lo que he dicho que solo usted podía dejar salir a este joven,
dado que usted había permanecido en la habitación, y tuvo que
cerrar con llave cuando salió. Lo de escapar por la ventana
resultaba increíble. ¿No puede aclarar el último punto en este
misterio y contamos las razones de sus actos?
—Era bastante sencillo, señor, de haberlo sabido, pero ni con Arthur Ignati
toda su inteligencia le hubiese sido posible saberlo. Hubo un mayo de 1859.
tiempo, señor, en que fui mayordomo del buen sir Jabez Gilchrist, Edimburg. En e
el padre de este joven caballero. Cuando se arruinó, llegué a la junio de 1882, s
universidad como sirviente, pero nunca olvidé a mi buen patrón Al principio IZO
por haberse venido a menos. Cuidé de su hijo lo mejor que pude comenzó a escrib
por los viejos tiempos. Pues bien, señor, cuando ayer entré en esta Tuvo tanto é.1
habitación, cuando se había dado la alarma, la primerísima cosa abandonó la prái
que vi fueron los guantes color canela tirados en esa silla. Conocía Su primer traba
bien aquellos guantes y comprendí lo que significaban. Si el señor
creó al más fanu
Soames los veía, todo habría terminado. Me dejé caer en esa silla y
publicó en 188;
no me movió nada de allí hasta que el señor Soames fue a buscarle universidad pan
a usted. Entonces, salió mi pobre y joven señor, con quien había
para el razonami
jugado a trotar en mis rodillas, y me lo confesó todo. ¿No le parece
Igualmente *
natural, señor, que lo salvara y no le parece natural también que
acompañan: su
tratara de hablar con él como hubiese hecho su difunto padre, y le
narrador de los c
hiciera entender que no podía sacar partido de un acto semejante?
¿Podría culparme por ello?

52
—Lo cierto es que no —respondió Holmes, de manera cordial,
me marcho a
poniéndose en pie de un salto.
-Bueno, Soames, creo que hemos aclarado su problemilla, y nos
!e aprovecharse espera el desayuno en casa. ¿Vamos, Watson! En cuanto a usted,
qué ese cambio señor, confío en que le espere un brillante porvenir en Rodesia. Ha
caído bajo por una vez. Háganos ver en el futuro lo alto que puede

y me ha llevado llegar.

á quedado claro
alir a este joven,
y tuvo que
por la ventana
o punto en este
Conan Doyle: Nació en Edimburgo, Escocia el 22 de
Arthur Ignatius
ido, pero ni con de 1859. Estudió en las universidades de Stonyhurst y de En
mayo
aberlo. Hubo un Edimburg. En esta última estudió medicina desde 1876 hasta 1881. clínica.
;ir Jabez Gilchrist, se mudó a Portsmouth. Estando ahí, instaló una
ruinó, llegué a la junio de 1882,no le fue muy bien con ella, por lo que en su tiempo libre
a mi buen patrón Al principio
comenzó a escribir historias nuevamente.
o mejor que pude al inicio de su carrera literaria que en cinco arios
Tuvo tanto éxito entero a la escritura.
' ayer entré en esta práctica de la medicina y se dedicó por donde el autor
primerísima cosa abandonó la Estudio en escarlata,
destacado fue Esta novela se
esa silla. Conocía Su primer trabajo
creó al más famoso detective de ficción, Sherlock Holmes.
profesor que conoció en la
hcaban. Si el señor
publicó en 1887. El autor se basó en un su ingeniosa habilidad
I caer en esa silla y universidad para crear al personaje de Holmes con
unes fue a buscarle
el razonamiento deductivo.
paraIgualmente
Kr, con quien había excepcionales son las creaciones de los personajes que le
todo. ¿No le parece acompañan: su amigo bondadoso y torpe, el doctor Watson, que es el
atural también que narrador de los cuentos, y el arc.hicriminal profesor Nloriar.
difunto padre, y le
!, un acto semejante?
53
Cuento policial
-Marco Denevi-

Rumbo a la tienda donde trabajaba como vendedor, un joven


pasaba todos los días por delante de una casa en cuyo balcón una
mujer bellisima leía un libro. La mujer jamás le dedicó una mirada.
Cierta vez el joven oyó en la tienda a dos clientes que hablaban de
aquella mujer. Decían que vivía sola, que era muy rica y que
guardaba grandes sumas de dinero en su rasa aparte de las joyas
y de la platería. Una noche el joven, armado de ganzúa y de una
linterna sorda, se introdujo sigilosamente en la casa de la mujer. La
mujer despertó, empezó a gritar y el joven se vio en la penosa
necesidad de matarla. Huyó sin haber podido robar ni un alfiler,
pero con el consuelo de que la policía no descubriría al autor del
crimen.
A la mañana siguiente, al entrar en la tienda, la policía lo detuvo.
Azorado por la increíble sagacidad policial, confesó todo. Después
se enteraría de que la mujer llevaba un diario íntimo en el que
había escrito que el joven vendedor de la tienda de la esquina,
buen mozo y de ojos verdes, era su amante y que esa noche la
visitaría.

SS
Marco Dettevi: Nació en Sáenz Peña, provincia de Buenos Aires en
1922 y falleció en 1998. Fue un novelista, dramaturgo y periodista que
alcanzó reconocimiento internacional. Desde pequeño sintió una fuerte
vocación por la música. Se graduó como abogado y trabajó en el área legal
de un organismo público.
Algunos de sus libros son: Rosaura a las diez (1955), Ceremonia
secreta (1960), Falsificaciones (1966), Un pequeño café (1967),
Manual de historia (1985), Enciclopedia secreta de una familia
argentina (1986), Hierba del cielo y Música de amor perdido (ambas
de 1991), El jardín de las delicias (1992) y El amor es un pájaro
rebelde (1993). Escribió, también, guiones de cine y televisión.

e
56
de Buenos Aires en Una coartada a prueba de bomba
rgo y periodista que
-Giorgio Scerbanenco-
io sintió una fuerte
tbajó en el área legal

(1955), Ceremonia La esposa, con un velo blanco, algunos granos de arroz aún
queño café (1967), esparcidos entre los pliegues, acabó también ella en el cuartelillo
Fa de una familia de la policía, con el rostro pálido, sin lágrimas, la mirada cargada
mor perdido (ambas de odio ante el funcionario que, detrás de su escritorio, le
amor es un pájaro explicaba:
televisión. -Es inútil que digan que no es verdad, por el amor de Dios, que
no les guste es natural, pero la verdad es la verdad, y ustedes
tienen que conocerla... Él salió esta mañana de su casa a las nueve,
para casarse con usted. Estaba todo calculado, premeditado con
exactitud. Sale de casa con el coche, repito, para ir a la iglesia
donde se iba a celebrar la boda. Pero apenas ha subido al coche
aparece una antigua amiga, y él sabía que aparecería. "Déjame
subir —le dice la antigua amiga-, tú no vas a casarte con ésa, tú te
vienes conmigo". Es una exaltada, una loca, él lo sabe, desde hace
dos arios que ella lo atormenta, él no aguanta más, la deja subir y
la mata repentinamente y luego, antes de venir a casarse con
usted, pasea por el parque, arroja el cadáver detrás de un cesto y
va corriendo a la iglesia para representar el papel de marido que
espera a la esposa...
Usted llega, se celebra la ceremonia, y se van a la fiesta y él está
tranquilísimo, porque tiene una coartada a prueba de bomba, se lo
digo yo. Aunque lo detengamos y le preguntemos: ¿Dónde estaba
la mañana del 29 de abril?, él responderá Estaba casándome.
¿Cómo puede una persona que va a casarse, matar al mismo
tiempo a una mujer? Pero él no podía imaginarse que el coche
perdiera aceite precisamente esa mañana. Cerca de la mujer
estrangulada había un charquito de aceite, seguimos las gotas de
57
aceite como en los cuentos y llegamos hasta la iglesia..., desde la
iglesia llegamos hasta el hotel, donde continúa aún la fiesta,
preguntarnos de quién es el coche y el coche es del marido, y el
marido ha confesado, señora, lo siento muchísimo, pero la verdad
es la verdad...
Bajo su velo blanco, ella, sin embargo, siguió mirándolo con Había
odio. Poirot se
tiempo s
pequeño
facultad e
que leía!
—fflah!
corno el
me teme
interesar
—Imagl
existenci
Al mit
entero p
gran Por
nombre
Giorgio Scerbanenco: Nació en Kiev en 1911. Se marchó a Italia criminal.
siendo niño; primero a Roma y luego, con dieciséis arios, se trasladó a —¿Qué
Milán. Forzado por razones económicas a abandonar sus estudios, ejerció Bond? —I
varios oficios para ganarse la vida antes de tomar contacto con el mundo -Un trc
editorial, en el que trabajó como corrector, editor y, por supuesto, escritor. de mi
Fue con la novela negra con la que alcanzó el máximo reconocimiento, provisto
siendo considerado como uno de los mejores escritores italianos del joyería 3
género. En 1968 le fue concedido el prestigioso premio francés Grand logran d
Prix de littérature a la mejor novela extrajera por Traditori di tutti. Un agente c
ario después, en octubre de 1969, falleció en Milán. En su memoria, el piedras
premio más prestigioso de novela negra italiana lleva su nombre. sirnplern
58
de la Poirot infringe la ley
testa,
el -Agatha Christi e-
rdad

con Había observado que desde hacía una temporada, Hercule


Poirot se mostraba descontento e intranquilo. Llevábamos algún
tiempo sin resolver casos de importancia, de esos en los que mi
pequeño amigo ejercitaba su agudo ingenio y sus notables
facultades deductivas. Aquella mañana de Julio, dobló el periódico
que leía y exclamó:
-Bah! -una exclamación muy suya que sonaba exactamente
como el estornudo de un gato-. Los criminales de toda Inglaterra
me temen, Hastings. Si el gato está presente, los ratones no se
interesan por el queso.
-Imagino que la mayor parte de ellos ni siquiera conocen su
existencia -contesté riéndome.
Al mirarme, sus ojos mostraban reproche. Él cree que el mundo
entero piensa y habla de Hercule Poirot. Ciertamente, goza de
gran popularidad en Londres, si bien eso no justifica que su simple
nombre sea suficiente para sembrar el pánico entre el hampa
Italia criminal.
adó a -¿Qué opina del reciente robo de joyas en pleno día en la calle
jerdó Bond? -le pregunté.
tundo -Un trabajo muy limpio -convino-, estoy de acuerdo, pero no es
ritor. de mi gusto. Pas de finesse, seulement de l'audace! Un hombre
lento, provisto de un bastón rompe el cristal del escaparate de una
is del joyería y coge unas cuantas piedras preciosas. Unos viandantes
3rand logran detenerlo en flagrante delito y, acto seguido, aparece un
V. Un agente de la autoridad. En la comisaría, se comprueba que las
ria, el piedras son falsas. ¿Qué ha sucedido? Nada de particular
simplemente, que el ladrón ha cambiado las auténticas,
59
entregándoselas a un cómplice mezclado entre los honrados
ciudadanos que lo detuvieron. Irá a la cárcel, cierto, pero cuando
salga le espera una pequeña fortuna. No, no está mal planeado, si
bien yo lo hubiera hecho mejor. A veces, Hastings, me fastidian
mis escrúpulos. Pienso que debe ser agradable enfrentarse a la ley,
aunque sólo sea en una aventura, por diversión.
-Alégrese, Poirot. Usted sabe que es único en su especialidad.
-¿Sí? Bien. ¿Ha sucedido algo apropiado para mi especialidad?
Cogí el periódico.
-Un inglés misteriosamente asesinado en Holanda -leí en voz
alta.
-Siempre dicen eso. Más tarde, descubren que se comió el
pescado en malas condiciones y que su muerte fue perfectamente
lógica.
- Compruebo que hoy tiene espíritu de contradicción.
- Tiers! - exclamó Poirot, que se había acercado a la ventana-.
En la calle veo lo que en lenguaje novelístico llaman «una dama
tupidamente envelada». Sube la escalinata, toca el timbre.., viene a
consultamos. Intuyo algo interesante. Una mujer joven y bonita
como esa no oculta su rostro con un velo, excepto si el asunto es de
gran importancia.
Un minuto más tarde, la joven se hallaba ante nosotros. Tal como
Poirot había dicho, sus facciones aparecían protegidas por un
impenetrable velo de encaje español. Al descubrirse, comprobé lo
acertada que había sido la intuición de mi amigo, pues se trataba
de una señorita extraordinariamente guapa, de pelo rubio y
grandes ojos azules. La calidad de su sencillo atuendo me dijo en
seguida que pertenecía a una elevada clase social.
-Monsieur Poirot -dijo ella con voz suave y musical-, me
encuentro en un gran apuro. Y si bien temo que no pueda
ayudarme, he oído de usted tantas maravillas que, como última
esperanza, vengo a suplicarle un imposible.

60
inrados -Un imposible me seduce siempre -contestó él-. Continúe, se lo
cuando ruego, mademoiselle.
ndo, si Nuestra rubia visitante vaciló un momento.
tstidian -Ante todo, séame sincera -añadió Poirot-. No deje a oscuras
la ley, ningún punto.
-Confiaré en usted -se decidió la joven-. ¿Ha oído hablar de lady
lad. Millicent Castle Vaugchan?
dad? Levanté la vista con vivo interés. El compromiso matrimonial de
lady Millicent con el joven duque de Southshire había sido
en voz publicado en la prensa unos días antes. No ignoraba que era la
quinta hija de un arruinado par irlandés, mientras que el duque de
Taló el Southshire estaba considerado como uno de los mejores partidos
amente de Inglaterra.
-Soy lady Millicent -continuó-. Posiblemente habrá leído acerca
de mi compromiso matrimonial. Debería ser una de las mujeres
ta-. más felices de la tierra, pero... ¡oh, monsieur Poirot!, estoy muy
a dama preocupada. Existe un hombre, un hombre terrible, Lavington, y...
Viene a no sé cómo explicarlo. Cuando apenas contaba dieciséis años,
bonita escribí una carta y él... él...
-o es de -¿Una carta escrita a Mr. Lavington?
- ¡No, a él, no! A un joven soldado de quien me había
ti como enamorado, pero que murió en la guerra.
por un -Comprendo -dijo Poirot, amable.
robé lo -Es una carta estúpida, una carta indiscreta, pero... de veras,
trataba monsieur Poirot, nada más que eso. Sin embargo, encierra frases
tibio y que... que podrían ser interpretadas erróneamente.
dijo en -Y esta carta se halla en poder de Mr. Lavington, ¿verdad?
-preguntó Poirot.
11-, me -Sí, y a menos que le pague una fabulosa cantidad de dinero,
pueda una suma imposible para mí, se la enviará al duque.
última -¡Cerdo indecente! -exclamé-. Le ruego me excuse, lady
Millicent.
61
-¿No sería preferible poner en antecedentes de ello a su futuro
marido? -Desde lueg
-No me atrevo, monsieur Poirot. El duque es un hombre muy -murmuró Poi
celoso, suspicaz y propenso a pensar lo peor. Esto podría arruinar Y ella contim
nuestro compromiso. -«Espero qui
-Tranquilícese, mi lady. Veamos, ¿qué puedo hacer por usted? en esta pequeii
-Quizás sea más factible su ayuda si le pido a Mr. Lavington al desplegar li
que le visite a usted. Puedo decirle que le he concedido poderes rápido.
para tratar este asunto. Así tal vez logre reducir sus exigencias. Después de
-¿Cuánto pide? nuevo en la ca
-Veinte mil libras..., que no tengo. Incluso dudo de que me sea no tema -me d
fácil reunir mil. la encontraría.»
-¿Y si pidiera prestado el dinero con la excusa de su próxima Mis ojos se vt
boda? ¡No, me repugna la sola idea del chantaje! El ingenio de pared y él sacu
Hercule Poirot derrotará a su enemigo. Mándeme a ese Lavington. éste.» ¡Oh, qué
¿Considera probable que lleve encima la carta? -Tenga fe en
La joven sacudió la cabeza. Semejante sei
-No lo creo. Es muy desconfiado. acompañaba g
-¿Supongo que no hay duda alguna en cuanto a que realmente embargo, comp
posee la carta? -preguntó el detective. duro de roer. A
Me la enseñó cuando estuve en su casa. preocupado.
-¿Fue usted a su domicilio? ¡Gran imprudencia, milady! -Sí, no veo y
-¡Estaba tan desesperada! Confié en que mis súplicas lo sartén por el ma
ablandarían. entrampado.
- ¡Oh, Li,
Los hombres de esa calaña son inconmovibles ante
las súplicas -dijo Poirot-. Con ello sólo le ha demostrado cuánta
importancia concede usted al documento. ¿Dónde vive tan Mr. Lavington
agradable caballero?
exagerado al d
-En Buona Vista, Wimbledon. Fui allí después del anochecer. cosquilleo en los
-Poirot emitió un leve gemido-. Le amenacé con denunciarlo a la darle una patac
policía y se rió de mí. «¿De veras, mi querida lady Miliicent? abajo. Sus fanfa
Hágalo si lo desea», fue la respuesta.
también sus risa!
62

'
- Desde luego, no es un asunto que deba llevarse a la policía
-murmuró Poirot pensativo.
Y ella continuó:
-«Espero que sea usted más sensata -añadió Lavington-. Mire,
en esta pequeña caja china de madera guardo su carta.» La abrió y,
al desplegar las hojas ante mí, quise cogerlas, pero él fue más
rápido.
Después de sonreírme cínicamente, las dobló y las puso de
nuevo en la cajita de madera. «Aquí está completamente segura,
no tema -me dijo-. Guardo la caja en un lugar secretísimo, jamás
la encontraría.»
Mis ojos se volvieron a la pequeña caja de caudales adosada a la
pared y él sacudió la cabeza y rió: «Sé de un escondite mejor que
éste.» ¡Oh, qué odioso! ¿Cree usted que podrá ayudarme?
- Tenga fe en papá Poirot. Hallaré el modo.
Semejante seguridad estaba muy bien, pensé mientras Poirot
acompañaba galantemente a la dama hasta la escalera. Sin
embargo, comprendí que nos había tocado en suerte un hueso
duro de roer. Así se lo dije cuando regresó y él asintió con gesto
preocupado.
- Sí, no veo una solución plausible. El tal Lavington tiene la
sartén por el mango. De momento, no se me ocurre cómo vamos a
entramparlo.

***

Mr. Lavington nos visitó aquella noche. Lady Millicent no había


exagerado al describirlo como un hombre odioso. Sentí un
cosquilleo en los dedos de los pies, de tantas ganas como tuve de
darle una patada en su parte más carnosa y echarlo escaleras
abajo. Sus fanfarronerías y modales eran insoportables, como
también sus risas burlonas ante las sugerencias de Poirot. En todo

63
momento se mostró dueño de la situación, mientras Poirot parecía -Es muy imprc
desarrollar la más desafortunada de sus actuaciones. en su hogar con
-Bien, caballeros -dijo Lavington mientras tomaba su -¿Cuándo...? Di
sombrero. No puede decirse que hayamos llegado a un morada?
acuerdo. Ahora bien, tratándose de lady Millicent, una señorita -Mañana por k
encantadora, dejaremos la cosa en dieciocho mil libras. Hoy
mismo me traslado a París.., cuestión de pequeños negocios.
Regresaré el martes. Si el dinero no me es entregado el martes por
la noche, la carta llegará a manos del duque. No me digan que Y a esa hora yr
lady Millicent no puede conseguir esa suma. Cualquiera de sus un sombrero oso
amistades masculinas estaría más que dispuesta a favorecer a Poirot me obsei
semejante belleza con un préstamo... si lo enfoca del modo -Su atuendo
adecuado. marcha, tomaren
Indignado, avancé un paso, pero Lavington se había precipitado -¿No nos llevr
fuera de la habitación al mismo tiempo que terminaba la frase. puerta?
-Tiene que hacer algo, Poirot. Parece que lo toma con poco -Mi querido I
nervio -grité. métodos.
-Posee un excelente corazón, amigo mío, si bien sus células Era medianod
grises se hallan en un deplorable estado. No experimento ningún suburbano de Bu
deseo de impresionar a Mr. Lavington con mi ingenio. Cuanto más Poirot se encar
pusilánime me crea, mejor. trasera de la casi
-¿Por qué? por ella.
-Resulta curioso -dijo Poirot haciendo memoria- que expresara -¿Cómo sabía
deseos de trabajar contra la ley, precisamente momentos antes de realmente pared
que lady Millicent viniera. -Me cuidé de si
-¿Piensa registrar la casa de Lavington mientras se halla -¿Qué?
ausente? -pregunté con el aliento contenido. -Si, hombre. 1
- A veces, Hastings, su proceso mental es sorprendentemente inspector Japp y
rápido unos cierres a p
-¿Y si se lleva la carta? ama de llaves m
Poirot sacudió la cabeza. dos intentos de n
la han tenido ya
lograron llevarse
airot parecía
—Es muy improbable. Todo hace pensar que posee un escondrijo
en su hogar considerado por él como inexpugnable.
tomaba su
—¿Cuándo...? Bueno... ¿cuándo consumaremos el allanamiento de
tado a un morada?
ina señorita —Mañana por la noche. Saldremos de aquí hacia las once.
libras. Hoy
ts negocios.
martes por
digan que Y a esa hora yo estaba dispuesto a partir, vestido con un traje y
iera de sus un sombrero oscuros.
favorecer a Poirot me observó un instante y se sonrió.
del modo —Su atuendo es el apropiado para este caso —me dijo—. En
marcha, tomaremos el metro hasta Wimbledon.
precipitado —¿No nos llevamos las herramientas adecuadas para forzar la
t frase. puerta?
con poco —Mi querido Hastings! Hercule Poirot no emplea semejantes
métodos.
tus células Era medianoche cuando penetramos en un reducido jardín
tto ningún suburbano de Buona Vista. La casa se hallaba oscura y silenciosa.
uanto más Poirot se encaminó directamente hacia una ventana de la parte
trasera de la casa. La levantó sin hacer ruido y me invitó a entrar
por ella.
expresara —¿Cómo sabía que esta ventana se abriría? —susurré, pues
antes de realmente parecía cosa de magia.
—Me cuidé de su cerrojo esta mañana.
se halla
—Sí, hombre. Fue cosa fácil. Me presenté como agente del
ntemente inspector Japp y dije que me enviaba Scotland Yard para colocar
unos cierres a prueba de robo solicitados por Mr. Lavington. El
ama de llaves me dio toda clase de facilidades, pues han sufrido
dos intentos de robo últimamente. Eso demuestra que nuestra idea
la han tenido ya antes otros dientes de Mr. Lavirtgton, si bien no
lograron llevarse nada de valor. Después de examinar todas las
65
ventanas y de hacer mis pequeños arreglos, prohibí a los criados
que las tocasen hasta mañana por haberlas conectado a la corriente
eléctrica.
-Realmente, Poirot, es usted fantástico.
-Mon ami, fue de lo más sencillo que pueda imaginarse. Y ahora,
manos a la obra. Los criados duermen en la parte alta de la casa,
así que corremos poco peligro de molestarlos.
-Imagino que la caja estará empotrada en alguna parte.
-¿Caja? ¡Pamplinas! Mr. Lavington es inteligente. Ya comprobará
que tiene un escondite más idóneo que una caja. Eso es lo primero
que todos registran.
Iniciamos una investigación sistemática. Pero, tras varias horas
de registrar la casa, nuestra búsqueda seguía siendo infructuosa.
Vi síntomas de furia en el rostro de Poirot.
--14h, &Trish! ¿Acaso Hercule Poirot puede ser vencido? ¡Jamás!
-exclamó-. Tranquilicémonos. Reflexionemos. Razonemos. En fin,
empleemos nuestras pequeñas células grises.
Guardó silencio y sus cejas se contrajeron en un evidente signo
de concentración mental. De repente, la luz verde que yo conozco
tan bien se reflejó en sus ojos.
-¡Soy un imbécil! ¡La cocina!
-¿La cocina? -interrogué-. ¡Imposible! Los criados descubrirían
más pronto o más tarde el escondite.
-¡Exacto! Lo que el noventa y nueve por ciento de las personas
dirían. Por eso la cocina es el lugar más idóneo. Está llena de
diversos objetos caseros. ¡Vamos a la cocina!
Totalmente escéptico, lo seguí y observé cómo buscaba en el
arcón del pan, tanteaba ollas y metía su cabeza en el horno de la
cocina. Al fin, cansado de mirarlo, me fui a la biblioteca,
convencido de que allí, y solo allí, hallaríamos la caja. Después de
realizar un nuevo y minucioso registro, comprobé que eran las
1s. prohibí a los criados
cuatro y cuarto, por lo que el amanecer estaba próximo. Esto guió
~cado a la corriente mis pasos a las regiones de la cocina.
Para mi sorpresa, Poirot se hallaba dentro de la carbonera. Su
pulcro traje claro estaba hecho una calamidad. Me sonrió al
zmaginarse. Y ahora, decirme:
la parte alta de la casa, -Sí, amigo mío, estropear mi aspecto no me causa placer alguno,
xs_ pero... ¿qué hubiera hecho usted?
alguna parte. -Seguro que Lavington no ha enterrado la caja en el carbón.
Egente. Ya comprobará -Si usara sus ojos vería que no es el carbón lo que examino.
caía. Eso es lo primero Entonces descubrí una oquedad en el fondo de la carbonera,
repleta de leños bien apilados. Poirot procedía a quitarlos uno a
Pero, tras varias horas uno. De pronto, exclamó en voz baja:
¡lía siendo infructuosa. -¡Su cuchillo, Hastings!
Se lo entregué y me pareció que lo insertaba en un tronco, que se
ie ser 1. encido? ¡Jamás! abrió en dos. Entonces observé que había sido pulcramente
os Razonemos. En fin, aserrado por la mitad y que, en su centro, había sido tallada una
cavidad. De aquella cavidad, Poirot sacó una pequeña caja de
en un evidente signo madera, de fabricación china.
verde que yo conozco - Estupendo! -grité.
- Calma, Hastings. No levante demasiado la voz. Vamos,
salgamos antes de que la luz del día caiga sobre nosotros.
criados descubrirían Deslizó la caja en uno de sus bolsillos y, de un ágil salto, salió de
la carbonera. Luego se sacudió la suciedad y abandonamos la casa
ciento de las personas por el mismo lugar por el que habíamos entrado. Finalmente,
idoneo. Está llena de reemprendimos el regreso a Londres.
-yaya escondite más extraordinario! -exclamé-. Sin embargo,
í como buscaba en el cualquiera hubiera podido utilizar aquel leño.
2eza en el horno de la - ¿En julio, Hastings? Además, se olvida de que era el último de
fui a la biblioteca, la pila y un escondite muy ingenioso. ¡Ahí viene un taxi! Ahora a
tos la caja. Después de casa, donde me espera un baño y un sueño reparador.
ymprobé que eran las

* * *

67
Después de la excitación de la noche, dormí hasta muy tarde.
Cuando al fin entré en nuestro despacho, poco antes de las doce, tan
me sorprendió ver a Poirot apoyado en el respaldo del sillón con la
caja china abierta a su lado, leyendo tranquilamente la carta que No
había sacado de ella.
Me sonrió afectuoso y golpeó la hoja que leía. tal
-Lady Millicent tenía razón. El duque jamás le hubiera
perdonado esta carta. Contiene las expresiones de amor más
extravagantes que jamás he leído. 1.
- Poirot, opino que nunca debió leer esa carta. Nadie de
medianamente educado lo hubiera hecho.
-Pero sí Hercule Poirot -me replicó imperturbable.
-¿También es juego limpio para Hercule Poirot valerse de una
tarjeta falsa? -pregunté recordando el método que usara para
franquearse la entrada en casa de Lavington. la
- Yo no juego limpio, Hastings, cuando llevo un caso.
Me encogí de hombros, incapaz de rebatir sus puntos de vista. cu:
-Se oyen pasos en la escalera -dijo Poirot-. Lady Millicent,
seguro. -n
El semblante de nuestra rubia cliente mostraba gran expresión
de ansiedad, que se trocó en otra de delicia al ver la carta y la caja. do
monsieur Poirot, ¡qué maravilloso es usted!
¿Cómo lo ha conseguido? Po
-Con métodos bastante reprobables, milady. Pero Mr. Lavington
no nos demandará. ¿Esta es su carta, verdad?
Ella la examinó.
-Sí. ¿Cómo podré agradecérselo? Es usted un hombre nc
maravilloso, sencillamente maravilloso. ¿Dónde estaba oculta? Er
Poirot se lo contó. mi
-¡Qué inteligente es usted! -dijo cogiendo la cajita de la mesa-. di,
Me la guardaré como recuerdo. en

68
ni hasta muy tarde.
-Milady, supuse que no tendría inconveniente en dejármela
mi antes de las doce, también como recuerdo.
*Ido del sillón con la
-Espero mandarle un recuerdo mucho mejor el día de mi boda.
arnente la carta que No seré desagradecida, monsieur Poirot.
-Haberle sido útil es para mí un placer superior a cualquier
talón bancario. Permítame que retenga la caja.
iarnas le hubiera -Por favor, monsieur Poirot, significa mucho para mí -dijo
tes de amor más sonriente.
Lady Millicent alargó su mano, pero la de Poirot se cerró sobre la
esa carta. Nadie de ella.
-Seguro -su voz había cambiado.
bable.
-¿Qué significa esto? -preguntó la joven, no sin cierta dureza.
/ros valerse de una - En todo caso, permítame que saque el resto de su contenido.
de que usara para Observe cómo el espacio original ha sido reducido a la mitad. En
la parte superior está la carta comprometedora, pero en el fondo...
Tri Ca.50.
Hizo un gesto ambiguo y sacó la mano. En ella aparecieron
, puntos de vista. cuatro relucientes piedras y dos grandes y lechosas perlas blancas.
Lady Millicent, - Las joyas robadas en la calle Bond el otro día, me imagino
-murmuró Poirot-. Japp nos lo confirmará.
aba gran expresión Mi sorpresa no tuvo limites cuando el mismo Japp salió del
.1r la carta y la caja. dormitorio de Poirot.
ted!
-Le presento a un viejo amigo suyo, según tengo entendido -dijo
Poirot a lady Millicent.
Pero Mr. Lavington -¡Cazada! -exclamó la joven con un repentino cambio de
modales-. ¡Cínico viejo demonio!
-Bien, mi querida Gertie -intervino Japp-. Esta vez ganamos
sted un hombre nosotros. Ya hemos detenido a su compinche, el falso Lavington.
estaba oculta? En cuanto al auténtico, conocido también por el nombre de Corker,
me gustaría saber quién de la banda lo apuñaló en Holanda el otro
cajita de la mesa-. día. ¿Creyeron que se había llevado el botín con él, verdad? Les
engañó como a novatos y lo ocultó en su propia casa. Y ustedes, al

69
fracasar en la búsqueda quisieron engatusar a monsieur Poirot,
189
quien tuvo más suerte y las encontró.
Si
-¿Le gusta pavonearse, verdad? -preguntó la falsa Millicent-.
casi
¡Qué fácil le resulta ahora! Bien, seré buena. No podrá decir que no
a la
soy toda una dama.
piai
* St
divi
-Los zapatos no encajaban -me dijo Poirot cuando estuvimos mu
solos-. Según pequeñas observaciones sobre la vida, las deti
costumbres y los gustos de los ingleses, una dama, una dama de tic
verdad, se muestra siempre muy exigente con sus zapatos. Podrá cau
vestir ropas descuidadas, pero jamás llevará un calzado ordinario. A
Sin embargo, nuestra lady Millicent lucía ropas elegantes y caras, y
zapatos de escaso valor.
Ellos debieron pensar que ni usted ni yo conoceríamos a la
auténtica lady Millicent debido a sus escasas visitas a Londres. Y
hemos de admitir que la jovencita se le parece lo suficiente para
suplantarla con éxito, ante quien no haya tratado con ambas con
anterioridad.
Bien, como le he dicho, sus zapatos despertaron mis sospechas,
acrecentadas por su historia y el uso de tan melodramático vela
Supongo que la caja china con una carta comprometedora en su
interior debía ser conocida por todos los miembros de la banda,
pero no el leño hueco, una idea particular del difunto Lavington.
Hastings, espero que nunca más herirá mis sentimientos como
hizo ayer al decirme que soy desconocido entre el hampa
londinense. iMa foil ¡Si hasta me contratan cuando ellos mismos
fracasan!

70
113112221111S11;42;;Id

Poirot,
Agatha Christie: Nació en Devon, Inglaterra el 15 de septiembre de
1890.
Millicent—.
Su padre falleció cuando ella tenía once años y su madre le dio clases en
decir que no
casa, animándola a escribir desde muy joven. A la edad de 16 años, asistió
a la escuela de la señora Dryden, en París, para estudiar, canto, danza y
piano.
Se casó en primeras nupcias en 1916 con Archibald Christie, del cual se
lo estuvimos divorció en 1928. Después de este matrimonio se la conoció
vida, las mundialmente como la escritora de novelas y cuentos policiales y
ma dama de detectives cos, con el nombre de Agatha Christie, En 1961 fue nombrada
patos. Podrá miembro de la Real Sociedad de Literatura y hecha doctora honoris
lo ordinario. causa en Letras por la Universidad de Exeter.
tes y caras, y Murió de causas naturales el 12 de enero de 1976, a la edad de 85 años.

riamos a la
Londres. Y
iciente para
ambas con

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71
Actividades

Un crimen casi perfecto

Detectives de la historia R
• ¿Quién nana la historia?
• Describir el lugar en el que aparece el cadáver.
• ¿Cuáles son las primeras hipótesis que se esbozaron?
• ¿Por qué el investigador se niega a cerrar el caso como
"suicidio"? Explicar esta frase: "El suicidio de la señora
Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no
policialmente, sino deportivamente."
• ¿Qué hecho es el que permite entender al investigador la
mecánica del crimen?

Detectives en acción

• Los hechos policiales, cuando se dan a conocer, suelen despertar la


curiosidad (y la morbosidad) del público. Ocupan, por lo general,
varias páginas en los periódicos. Escribí la crónica policial que se
publicó el día posterior a la resolución del caso. En lo posible,
citá las palabras del investigador.

La pista de los dientes de oro

Detectives de la historia C
• ¿En qué lugar se produce el crimen? Describir la escena.
• ¿Quién investiga? ¿Por qué se relaciona con el caso? ¿Con
qué pistas se encuentra?
73

o
• ¿Puede afirmarse que el investigador de esta historia
resolvió el caso?

Detectives en acción

• Continúa la historia entre el asesino y la dentista (imagina y


Detectivt
escribí lo que ocurre entre ellos)
• E
a
El marinero de Amsterdam

Detectives en la historiaR
• El cuento tiene tres partes ¿Qué sucede en las dos
primeras? Detective
• ¿Cuál es el conflicto?
• ¿Quién investiga? ¿Logra resolver el enigma? ¿Por qué? • A‹
• Explica qué función tiene la tercera parte. Pa
fu
fal
Detectives en acción
Mujer
• Tiene din(
Escribí la carta que dejó el criminal, que nunca fue
Está enam
descubierto, poco antes de morir.
No le gust
No tiene g

La aventura de los tres estudiantes ¡oven


Es vended
No quena
Detectives de la historia R Es terneros
• A partir de la descripción que aparece en el cuento, arma Observaba
un croquis de la escena del delito. No les pre
74
ta historia • ¿Por qué eran importantes los restos de lápiz?
• Holmes es uno de los detectives más famosos de la
literatura, ¿Qué cualidades propias de su profesión de
muestra en este cuento? ¿De qué manera las demuestra?

(imagina y Detectives en acción


• Escribí una nueva resolución para la historia: ¿Quién entró
a buscar las pruebas? ¿Por qué lo hizo?

Cuento policial

II las dos Detectives de la historiaR

• Acá te presentamos un perfil de la mujer y otro del joven.


'or qué? Para cada característica tenés que encontrar una palabra o
frase en el cuento que la pruebe.. pero hay una que es
falsa.

Mujer Prueba del texto


Tiene dinero
nunca fue Está enamorada del joven
No le gusta escribir
No tiene guardaespaldas

Joven
Es vendedor
No quería ser asesino
Es temeroso
Observaba siempre a la mujer
uento, arma No les presta atención a los dientes
75
• Si la mujer nunca le dedicaba una mirada al joven, ¿por qué
creés que en su diario escribió que era su amante?

Detectives en acción

• Ubicate en el lugar de la mujer y escribí el diario íntimo


que se menciona en el cuento.

Una coartada a prueba de bombas


De

Detectives de la historia R

• El oficial de policía tiene que armar la secuencia de hechos.


Aquí aparece desordenada, vos sos el oficial que tiene que
ordenarla.

El policía habla con la esposa
- Se sube al auto del marido la antigua amiga
Sale para la iglesia
- Se van a la fiesta
Mata a la amiga
Ven gotas de aceite en la iglesia De
Ven gotas de aceite en la escena del crimen
- El marido confiesa

• ¿Cómo puede una persona que va a casarse, matar al


mismo tiempo a una mujer? ¿Qué responderías?

76
Detectives en acción
• Imagina que vos sos la esposa. El oficial observa tu mirada
de odio y te pregunta por qué te sentís así.

Poirot infringe la ley

Detectives de la historia R

• ¿Cómo le llega el caso al detective? ¿Cuál es el conflicto que


se plantea?
• En el comienzo de la historia se menciona otro delito ¿Cuál
de hechos. es? ¿Qué relación tiene con la historia principal?
• ¿Por qué en el título se menciona que el detective "infringe
e tiene que
la ley"?
• ¿Qué características tiene este detective? Justificar la
respuesta con dos citas textuales.
• ¿Quién narra? ¿Qué relación tiene con el detective?

Detectives en acción

• Has leído cuentos de dos de los detectives más famosos de la


historia de la literatura: Holmes y Poirot. Imagina y escribí
un diálogo entre ellos en el que conversen sobre los métodos
de investigación de cada uno, sobre los peligros y las
satisfacciones de su trabajo

77
ÍNDICE

Pág.

Introducción 7

El crimen casi perfecto 9

La pista de los dientes de oro 15

El marinero de Amsterdam 25

La aventura de los tres estudiantes 31

Cuento policial 55

Una coartada a prueba de bombas 57

Poirot infringe la ley 59

Actividades 73
Esta antología está pensada para que los
jóvenes puedan introducirse en el género
policial. Un género que, por el nivel de tensión
dramática de sus historias, resulta ideal para
iniciarse en el mundo de la lectura autónoma y
placentera.
Busca también, a partir de una propuesta
accesible económicamente, recuperar la
posibilidad de lectura desde el libro, soporte
privilegiad o
del encuentro entre el lector y las
grandes historias de la literatura.
Incluye, además, una propuesta de actividades
que permite dialogar con el texto y profundizar
su comprensión.

'Te• '(-

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