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Dios creó al hombre sin ropa, y si el pecado no hubiera aparecido en el Edén, hasta el día
de hoy siguiera desnudo, sin avergonzarse. ¿Qué pasó después? Que cuando el hombre
desobedeció al Señor, y tomó del fruto prohibido, descubrió que estaba desnudo y elaboró
su primer vestido. Pero el hombre descubrió que era un mal diseñador de modas, porque el
vestido que se hizo de hojas de higuera pronto se secó cuando el sol calentó.
Así que tuvo que venir Dios el que sí sabe cómo vestir al cuerpo, y diseñó para los dos un
vestido caracterizado por la durabilidad del material pues fue hecho de piel de animal, para
lo cual hubo que hacer un sacrificio. Y desde entonces hasta hoy los vestidos con los que el
hombre cubre su cuerpo tienen el sello de la cultura, de las modas y del gusto de la carne.
En esto no será extraño ver todo tipo de extravagancia que van desde los que se cubren
totalmente, como el caso de las “burka” de los talibanes, hasta los que no se cubren casi
nada porque les gusta exhibir sus cuerpos. Y es en medio de estas referencias terrenales
acerca del vestir que aparece una nueva vestimenta, no tanto la que cubre el cuerpo, sino
la vestimenta del alma, la del espíritu y sobre todo la del corazón.
Para el mensaje de esta ocasión Pablo nos va a hablar de vestirnos como se viste un
escogido de Dios, que no es cualquier vestido, sino el vestido que Dios mismo ha diseñado
para cubrir el alma. Esto lo hace el Señor a través de un nuevo imperativo llamado
“vestíos”. Sí, el llamado es a vestirnos como corresponde a los escogidos de Dios; el
vestido que nos acompañará hasta la eternidad. Consideremos, pues, los colores del
vestido de un “escogidos de Dios”.
El término “despojaos” del viejo hombre es una manera de decirnos que hay un vestido que
apesta por los pecados de la carne y por los pecados del carácter. Note como la frase
“vestíos, pues, como escogidos de Dios” es distintiva. No es cualquier cosa saber que
hemos sido escogidos por Dios. Esto habla de predestinación, de elección previa y de una
salvación que se preparó de antemano.
Y en esa lista, lo primero que se nos dice es que el vestido de un escogido de Dios debe
ser santo. Esto tiene que ver con un vestido digno de lo que ahora somos. La palabra
“santos” es una clara referencia a que fuimos apartados de los demás para ser un
pueblo distinto. En la vida nueva, el color blanco y la santidad son dos maneras para
hablar del mismo tema. Los santos en el cielo solo visten vestiduras blancas.
Pero ahora, después de recibir a Cristo como el salvador, Dios nos ha dado una distinción
que es única y especial al llamarnos “amados”. He aquí una poderosa razón que debe
motivarnos a adquirir las virtudes de Cristo.
Somos amados por Dios a pesar de ser tan pecadores (Romanos 5:8). Y hemos sido
amados por Dios para que ahora tengamos la capacidad de amar a otros. Por cierto, no
somos dados a amar de una manera natural y espontánea, porque poseemos una
naturaleza egoísta. Pero el ser reconocido por Dios bajo esta manera nos coloca en la
posición más elevada con la que Dios nos ha distinguido.
Es aquella capacidad para identificarnos con nuestros hermanos que sintamos lo que ellos
sientan, gozarnos con sus alegrías, pero también llorar con sus tristezas. La idea de este
sentimiento tan profundo de afecto fraternal es que cuando estemos con nuestros
hermanos disfrutemos sinceramente de su compañía, que nos conmovemos de corazón al
pensar en ellos y que los añoremos cuando no los veamos.
Es verdad, de acuerdo con lo que Jesús dijo, que “por haberse multiplicado la maldad, el
amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12), y si bien es cierto que esto pareciera ser el
contagio de algunos creyentes, por cuanto tomaron la decisión de no reunirse más con sus
hermanos, el amor entrañable debe movernos a buscarlos, a llamarlos y manifestarles
cuánto anhelamos verlos otra vez con nosotros.
La tolerancia que incluye el soportar y perdonar a otros no siempre es una virtud que se ve
en los creyentes. Nos gusta que sean tolerantes con nosotros, que nos estimen y se
acuerden de nuestra condición, pero no siempre estamos listos para hacer lo mismo con
otros. Cuando buscamos un modelo de soportar y perdonar, nadie podrá superar a nuestro
amado Cristo.
¿Te has detenido a contar las veces que el Señor te ha perdonado cuando has
pecado contra su amor y su santidad? Si algo debe distinguir el vestido de un auténtico
creyente es el aprender a soportar y perdonar a los demás. Seremos creyentes más felices
cuando esto hagamos. Soporte a los demás.
Jesús nos dejó dos grandes enseñanzas acerca de esto tanto en el Padre nuestro como en
la parábola de los deudores. Y en ambas enseñanzas nos hizo ver que el perdón de Dios
no sólo debe animarnos a que lo practiquemos de igual manera, sino que, si no lo
hacemos, no se nos quitará si no perdonamos. ¿Nos damos cuenta de lo serio que es
esto?
Pero debemos hablar de este texto. Bien pudiéramos decir que las demás virtudes son
como la ropa interior que nos adorna por dentro, pero el vestido del amor es la real cara
que mostramos a los demás. ¿Cuál es la virtud con la que más te conocen? Si no es la del
amor deberías estar preocupado. Todo esto lo decimos porque el amor ciertamente es la
suma de todas las virtudes.
Pero, sobre todo, el amor es la máxima expresión de la vida de Cristo en nosotros. Vestirse
de amor es la prenda que más se distingue, es la virtud que corona a todas las demás
virtudes, es lo que da origen al fruto del Espíritu y es lo que cubre multitudes de pecados.
Cuando a Jesús se le preguntó acerca de cuál era el primer y más grande mandamiento no
vaciló en decir que era el amor a Dios. Y Pablo puso al amor por encima de los dones
espirituales. Por esto, “sobre todas las cosas vestíos de amor”.
Cuando me visto así veo a todos mis hermanos igual que yo. En la vida hay muchas cosas
con las que podemos estar unidos, pero ninguna de ellas nos llenará de tanta satisfacción
como aquella que nos une el amor como el vínculo perfecto. La vida puede tener muchas
carencias, pero si tiene el amor de Cristo lo tendrá todo.
Y el Señor le dio tanta importancia a esto que cuando habló a sus discípulos de un nuevo
mandamiento para que ellos se amaran los unos a los otros, dijo “Un mandamiento nuevo
os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a
otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los
otros” (Juan 13:34-35). La medida de ese amor entre nosotros es igual a como Cristo
también nos amó.
CONCLUSIÓN
¿Cómo reacciona usted cuando ve a un policía vistiendo su uniforme? ¿No es cierto que su
color infunde respeto? ¿Se ha puesto a pensar lo que significa ponerse el vestido de un
escogido de Dios? No es un vestido cualquiera. El que no ha sido salvo no posee ese
vestido, en todo caso el tiene el vestido del viejo hombre.
El vestido de un escogido de Dios ha sido diseñado por el mismo Dios, no temporal como el
que le hizo a Adán y a Eva cuando pecaron contra él, sino un vestido con el que refleja su
santidad, su compasión, su tolerancia, pero, sobre todo, el vestido del amor; lo mas
importante para un escogido de Dios.
Cuando me veas que tropiezo, me hundo, me caigo, destrozo, lastimo, que lucho y me
pierdo, GRÍTAME. Cuando me veas que hiero, crítico, cuando de testificar me olvido,
REPRÉNDEME. Cuando, hermano, me veas perdido, lejos del camino que Dios nos trazó,
ENDERÉZAME, pero sobre, hermano, ÁMAME”. “Y sobre todas estas cosas vestíos de
amor, que es el vínculo perfecto”. Nunca salga sin ponerse ese vestido.