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un rato en la cama y, tratando de no hacer ruido desde temprano, se movía con ritmo agitado en
para no despertar a Natalia, salió de su cuarto. dirección al centro.
El canto de los pájaros en el jardín la ayudó a
recordar que no estaba en el departamento del
centro, sino en esa casa enorme, desconocida. El lunes, a las siete y media en punto de la
Mientras preparaba el agua para la ducha, pen- mañana, Alicia y sus hijas menores bajaron de un
saba que era bueno recuperar el contacto cotiv taxi en la puerta del viejo edificio del Mariano
diario con sus hermanas e imaginó las mil y una Acosta.
situaciones que vivirían juntas. En diez días más —Adelante, señora, tome asiento. ¿Las chicas
sus padres se irían a terminar de cerrar sus asun— vinieron con usted? —La amabilidad del rector del
tos en Ushuaia. Era miércoles, el lunes Carolina colegio tranquilizó a Alicia. Tuvo la sensación de
y Natalia empezarían el colegio y ellos habían que la elección no habia sido equivocada.
decidido irse el viernes, al finalizar la primera Afuera, en el amplio pasillo del primer piso,
semana de clases. grupos de adolescentes con guardapolvo blanco
Estaba casi lista para irse a trabajar cuando se reenconuaban entre bromas, comentarios y
escuchó la voz de su madre desde la sala que daba alguna mirada de reojo a las dos chicas que, en la
al jardín donde habían instalado provisoriamente puerta del rectorado, aguardaban el momento de
su dormitorio. entrar en las aulas con una mezcla de curiosidad
—jimena, ¿desayunaste? y timidez.
-—Sí, mamá, tomé unos mates. Seguí durmien- —-—Pasen, chicas. En un ratito la jefa de precep-
do que es temprano. A eso de las dos estoy de toras les va a indicar el aula que les corresponde.
vuelta. Un beso. Por ahora, esperen aquí mientras converso con su
Caminó rápido hasta Directorio para tomar el madre.
colectivo rumbo al estudio de arquitectura donde Carolina y Natalia obedecieron. El despacho
trabajaba todas las mañanas. Mientras esperaba, del rector tenía algo del escritorio de la casa de
paseó distraídamente la mirada por la cuadra: un Bilbao: muebles oscuros y antiguos, una ventana
pelotón de autos esperando el semáforo, la esta— alta y angosta que daba a la calle y viejos pisos de
ción de servicio de la esquina, una escuela todavía madera crujientes. Carolina pensó que el edif1—
silenciosa enfrente, la rotisería en la esquina, el cio de Urquiza y Moreno, donde estaba el cole-
banco a mitad de cuadra… En fin, en la misma gio, debía tener los mismos años que la casa de
manzana de la casa, el claro contraste entre una Flores.
calle como Bilbao, con jardines y pájaros en la —l)oril':l, su hermana, me habló muy bien de
mañana, y una avenida como Direc'torio que, las chicas. Dice que son muy ostu(liosas. Usted sabe
l')