Está en la página 1de 1

Había una vez un tranquilo

vecindario en un barrio privado


de Tigre, donde vivía mi tía Mily
con sus dos hijas, Valentina y
Gala.

Un cálido sábado de verano, el


sol brillaba, hacía mucho calor
y fuimos a visitarlas con mi
mamá y mis amigos Bautista y
Lautaro, los mellis como yo les
digo. Mi tía nos estaba
esperando con un rico asado.

Después de un rato de
almorzar, nos metimos en la
pileta, jugamos a la pelota en el
agua y nos re divertimos. Más
tarde vino mi papá y mi
hermano Franco y fuimos a las
canchitas de fútbol a pelotear
un rato.

Al volver mi mamá y mi tía nos


habían preparado una rica merienda con torta, medialunas y gaseosas bien
frías, compartimos anécdotas, nos reímos un poco y Lauty propuso lavar el
auto de mi mamá que estaba bastante sucio.

A Bauty y a mí nos encantó la idea y salimos con el balde, un cepillo, un trapo,


el detergente, una esponja y la manguera. Nos reímos, nos mojamos, el día
estaba hermoso y hacía mucho calor, así que el agua nos refrescaba. El agua
nos salpicaba y nos reíamos, cantábamos y planeamos un partido de fútbol con
nuestros amigos del colegio. El tiempo parecía detenerse en ese rincón del
mundo, donde nuestra amistad reinaba supremamente.

Después de un arduo trabajo y muchas risas, el auto brillaba como nuevo bajo
el resplandor del sol de verano. Estábamos orgullosos de nuestro trabajo en
equipo y de la hermosa tarde que habíamos compartido juntos.

Al finalizar la tarea, nos sentamos en el porche de la casa, disfrutando del


fresco atardecer. Las risas continuaron, mezcladas con el canto de los pájaros
y el aroma del pasto recién cortado. Franco fue a buscar la pelota y nos
pusimos a jugar en la calle hasta que decidimos irnos para regresar
nuevamente a la ciudad.

Fue un hermoso día con historias compartidas, juegos y risas

También podría gustarte