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Algunas reflexiones en torno a la Amoris Laetitia

Manuel Méndez Evaristo

El 18 de marzo del presente año el Papa Francisco firmó una Carta sobre el Amor en la Familia,
misma que fue entregada, el 8 de abril, «a la Iglesia y a todos hombres y mujeres de buena
voluntad». Los medios de comunicación han hablado de ella queriendo hacerle decir, como tema
principal, que el Papa "autoriza a dar la comunión a los divorciados vueltos a casar". He leído
con mucha atención este documento y no he encontrado esta frase. Lo que el Papa dice es que
escuchemos con atención y amor la historia de todo matrimonio en situación especial y les
hagamos saber que no olviden que son miembros vivos de la Iglesia y les ayudemos a encontrar
su puesto en ella.
Debo confesar que leí esta Carta con avidez, con lupa en mano, buscando esas frases
revolucionarias que los periódicos escribieron con titulares enormes. A medida que avanzaba en
la lectura me fui encontrando con uno de los documentos más sinceros y tiernos que haya salido
de la mano de un Papa. Es verdaderamente una Carta para todos. El Papa Francisco deja a un
lado el lenguaje técnico propio de los sabios y entendidos y, con corazón de pastor solícito,
nombra con sencillez, «los gozos y la esperanzas, las tristezas y las angustias» de las familias de
nuestro tiempo. Es una Carta que nace de una escucha atenta. No inventa la realidad. No la
maquilla para que no muestre su cara desfigurada y herida, pero tampoco la exhibe de manera
fría y desinteresada. La deja hablar. El Papa parece decir, «las cosas son así y desde ellas Dios
nos habla».
En esta Carta no se escuchan las frases sermoneadoras de la Iglesia maestra, en ella habla la
Iglesia madre, la Iglesia preocupada por escuchar los dolores de sus hijos y de sus hijas y
ocupada en velar porque la puerta de la casa esté abierta para todos. También debo decir que me
pareció percibir un tono de tristeza en el Papa. Él sabe que muchos en la Iglesia, educados en la
exigencia de las normas y mandamientos no estamos listos para un mensaje misericordioso.
Tiene bien claro que el cielo no es el punto de partida, es la meta hacia la que corremos todos
con ansia, pero cada uno a su ritmo.
Me pareció volver a escuchar a Jesús respondiendo con el anuncio de la llegada de «un año de
gracia» a los enviados de Bautista que parecen asombrados del actuar terriblemente bondadoso
de Jesús: «Dichoso aquel que no se escandalice de mí» (Mt 11,6). No tengamos miedo a la
misericordia, solo así podremos alcanzarla para nuestras propias historias.
En Amoris Laetitia el Papa describe la situación de la familia en el mundo actual como "un
hermoso poliedro". Como sabemos, un poliedro es una figura geométrica formada por muchos
lados. No es algo deforme, esa es su realidad. Con esto nos recuerda que hoy no se puede decir
que la familia es así y no de otra manera. No se le puede encajonar en una descripción cerrada.
No se puede generalizar. La familia hoy tiene muchos rostros y, por lo tanto, no hay recetas
infalibles de manera automática -no pueden existir- para resolver sus muchas situaciones
problemáticas. Se requiere una mirada limpia y verdaderamente comprometida con la
originalidad de cada familia. No se está diciendo que cada familia sea una estructura cerrada
sobre sí misma, una isla perdida en el océano inmenso sin relación alguna con el continente, no.
Existen criterios y principios que guían y deben dirigir el análisis y la reflexión. Pero nunca
debemos olvidar que cada familia vive su vida, con todo lo que tiene de bueno y de menos
bueno, de una manera única e irrepetible.
Luego de describir las situaciones difíciles de las familias de hoy, sin dejarse atrapar por el
pesimismo ni hacerla de profeta de calamidades, el Papa se da a la tarea de ponerse en el lugar
desde donde Dios nos ve. Abre la Biblia con ilusión y esperanza y, ¿qué es lo que encuentra? ¡A
un Dios que camina al lado de sus hijos y de sus hijas dándoles compañía, fuerza y esperanza! La
Biblia no es «como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también
para las familias que están en crisis o en medio de un gran dolor y les muestra la meta del
camino», escribe el Papa.
La Escritura Santa no es un mapa frío y rígido que nos señala rutas que tenemos que caminar
porque ya están trazadas de antemano. Es más bien alguien que, mientras caminamos, nos ayuda
a descubrir y a dibujar los caminos por los que nos quiere ver andando nuestro Dios. Cómo no
recordar aquí al poeta: "Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol y un camino virgen
Dios" (León Felipe). Hay caminos, muchos, y son muchos los que pueden seguirlos con
seguridad y confianza, pero las circunstancias actuales -difíciles inciertas y cambiantes de
nuestro tiempo- hacen que otros muchos ¿más que los primeros? se sientan desconcertados ante
la falta de claridad en la dirección a seguir.
Ante estas circunstancias, ¿cómo no agradecer al Papa Francisco que nos presente la
Escritura, no como un libro de recetas válidas para todo tiempo y lugar y para todo mundo? Nos
recuerda que la Biblia no se escribió para para enseñar una doctrina, sino para hablarnos de
hombres y mujeres, de grupos y de familias que experimentaron con asombro y alegría como
Dios, el Dios vivo y verdadero, se acercaba a sus vidas les acompañaba, y les animaba. Con todo
lo que esto implica: cercanía, cariño, búsqueda, compartir el pan y la sal, las tristezas y las
alegrías, las dudas y las certezas y, finalmente, llegar juntos, no siempre a la hora planeada, a la
meta soñada. Es hora de abrir la Biblia y leer nuestra propia historia a la luz que brota de ella.
Si alguien pensó que el Papa nos aligeraba el trabajo, se equivocó. Todo lo contrario, lo que él
pide es que nos impliquemos de manera directa y personal con cada familia, de manera que no
nos sea extraño nada de lo que la hace reír y llorar. Se requiere empatía. Porque quien no se pone
«en los zapatos del otro», por mucho esfuerzo intelectual que haga por comprender la situación
problemática del otro, nunca podrá conectar con él, no podrá sentirse cercano. Se abre para todos
un camino emocionante. Dialoguemos. Juntos podremos descubrir el paso de Dios por nuestra
vida. Paso que siempre ofrece luz, salvación y esperanza. Tal vez no como lo esperábamos, pero
si Dios se acerca a nuestra vida, aunque a veces nos desconcierte y hagan llorar, ya es salvación:
¡Dios está a la obra!

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