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José Pedro Manglano Castellary

¿Dios en off?
Trampas en las que perdemos a Dios

9ª EDICIÓN

Desclée De Brouwer
Í n d i c e

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

PRIMERA PARTE. Diez trampas al amor


1. Perder de vista mi historia de amor con Él . . . . 13
2. Nombre: Crisis. Apellido: De Crecimiento . . . . . 21
3. Radicalizar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
4. Incomprensiones desde dentro y desde fuera . . 39
5. Relación viva con Dios vivo . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
6. Sinceridad. Mirar con dos ojos . . . . . . . . . . . . . . 53
7. Acertar con el enemigo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
8. Sin libertad… pareces vivo pero estás muerto . . 69
9. Si quieres amar… todo suma . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
10. No da igual una palabra que otra . . . . . . . . . . . . 87
Consideración final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

SEGUNDA PARTE. Crisis contadas


1. Crisis y “disgusto”: Nunca me lo perdonaré . . . 99
2. Crisis de matrimonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
3. Tenía que volver a casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
4. Claro que tuve dudas y tentaciones . . . . . . . . . . 104
5. Crisis y familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
6. A los 88 años siento arder la carne . . . . . . . . . . 107
7. Crisis de fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108
Introducción

¿Dios en OFF? ¿Por qué personas que buscan a Dios, y


quieren compartir su vida con Él, casi sin darse cuenta pier-
den a Dios, o mejor dicho, lo dan por perdido? ¿Por qué un
buen día la clavija que ellos habían puesto voluntariamente
en ON, creen que una mano misteriosa la cambió de lugar
dejándole a Dios en OFF? ¿Por qué tantos, que de buena
gana hubiesen vivido con Dios en ON, lo dan por imposible,
se desaniman? ¿Por qué un Dios que libera y engrandece, en
alguna personas se convierte en un peso que empequeñece y
humilla? ¿Por qué aquella pequeña lucecita de Dios que
comenzaba a asomar, queda ahogada en vez de crecer? ¿Por
qué, sin yo quererlo, puede quedar Dios fuera de mi vida, o
mi vida fuera de Dios?
Podrían darse muchas y muy distintas respuestas. En
todas ellas encontraríamos algunos rasgos comunes: un exce-
so de voluntarismo, falta de conocimientos acerca de cómo
es el hombre y de cómo es Dios, posiciones originarias que se
vician, huidas y olvidos, no saber vivir las crisis, superficiali-
dad en los diagnósticos, sentimentalismo, etc.
En este libro trataremos de exponer diez trampas en las
que perdemos a Dios. Las expondremos de un modo senci-
llo, las afrontaremos desde una antropología básica y desde
la fe.
Primera Parte
Diez Trampas al amor
1
Perder de vista
mi historia de amor con Él

Centramos la atención en el punto que fundamenta toda


historia de amor.

Hoy me ha cambiado la vida

No estamos solos. Desde el momento en el que me deci-


do a seguir a Jesús, no estoy solo.
En una ocasión, hace unos dos mil años, dos jóvenes
judíos –Andrés y Juan eran sus nombres– ven de lejos a
Jesús, que camina solo, seguramente hacia su casa. No le
conocían personalmente, pero algo habían oido decir de él.
La curiosidad, o el interés por escucharle, lleva a esta pare-
ja de jóvenes a seguir sus pasos, aunque a cierta distancia.
En un punto determinado se da cuenta Jesús de la persecu-
ción, se para y se dirige a ellos:
– ¿Qué buscáis?
Le contestan con otra pregunta:
– ¿Dónde vives?
– Venid y veréis.
Se van con Él y, tras un rato de conversación, salen de
su casa siendo discípulos de Cristo. Es el mismo Juan quien
nos lo cuenta en su evangelio, y hace notar que aquel
momento es determinante en su vida, recordando hasta la
hora: eran las cuatro de la tarde (Jn 1, 35-39).
¿Dios en off? Trampas en las que perdemos a Dios

Como este caso, hubo –y hay– muchos otros. Lo que


ahora nos interesa de todos esos encuentros es lo siguiente:
en todos ellos se da un momento en el que comienza una
historia personal de amor entre esa persona y Jesucristo.
Nos explicaremos.
Tratemos de imaginar qué ocurriría a continuación, có-
mo serían las horas siguientes de esas personas. Si imagina-
mos alguno de esos jóvenes singularmente expresivo, comu-
nicativo, esa misma noche podría haber comentado en casa
con toda sencillez:
Mamá, hoy me ha cambiado la vida. Aparentemente
todo sigue igual, pero ahora las cosas son distintas. Me he
encontrado con una persona, con Jesús de Nazaret, y… no
sé, nos hemos entendido y… (aunque quede algo cursi, de
alguna manera tenemos que expresarlo) he decidido com-
partir mi vida con él. Ahora somos él y yo. Él y yo para
14 todo. ¿Te acuerdas del viaje que iba a hacer pronto? No sé
si lo haré: tengo que hablarlo con él, porque quizá prefiere
que haga otra cosa...
Podríamos continuar, pero creo que basta con esto para
hacer ver que el futuro, el presente y el pasado, las posibi-
lidades, el tiempo y todas las decisiones libres van a quedar
tocadas, influidas por aquel pasado momento de amor. Y
todo lo que continúa a aquel pasado momento de amor va
construyendo la historia personal de amor entre esas dos
personas: Jesús y Juan, Jesús y Andrés... o Jesús y tú (si es
que has vivido un momento en el que tomaste a Dios en
serio). No estamos solos. Desde el momento en el que me
decido a seguir a Jesús, no estoy solo.
Jesucristo vive, y todos los años sigue mirando con
amor, encontrándose con algunas y algunos, con varios en
cada ciudad. Es una suerte poder decir que uno de esos
años, en el mes tal, el día tal, a tal hora más o menos, tuve
Perder de vista mi historia de amor con él

yo ese encuentro con Cristo, que ha marcado mi vida, ha-


ciendo de ella una historia de amor.

Olvidar a Jesucristo, cambiándolo por un


proyecto de perfección

El problema o la dificultad puede venir cuando, con el


paso del tiempo, se pierde de vista la historia de amor. No
siempre ocurre, pero… ¡es tan fácil! Veamos uno de los po-
sibles procesos que puede llevar, sin que el interesado se dé
cuenta, a perder de vista esa historia personal de amor.
Cuando nos decidimos a seguir a Jesucristo, es fácil que
nos hagamos una idea ideal de lo que queremos ser.
Según la vocación de que se trate, pensamos ilusionada-
mente ser el… perfecto o la… perfecta (los puntos suspensi-
vos, cada uno puede rellenarlos con su caso concreto: la
cristiana perfecta, el seminarista perfecto, el marido perfec- 15
to, la madre perfecta, la monja perfecta...). No nos mueve a
eso nada malo, sino la ilusión de una entrega plena. A veces
nos atrae ser como otra persona que escogió el mismo cami-
no y a la que tenemos idealizada. Esto no es necesariamente
algo malo, pues de esas circunstancias se sirve Jesucristo
para movernos a comenzar esta historia de amor. Lo que sí
es un empequeñecimiento es quedarnos ahí, en esos motivos
sin llegar a darnos cuenta con profundidad de por qué y
para qué nos hemos decidido a seguir a Jesucristo.
¿Qué puede ocurrir entonces? Que, sin darme cuenta,
mi vida puede acabar siendo un esforzado intento por hacer
realidad “el ideal” que yo tengo en la cabeza.
Con el tiempo –los días, los meses, los años– voy tocan-
do la realidad mía: no soy lo que creo que debería ser. A
diario encuentro cantidad de limitaciones y fallos. Mi expe-
riencia va convirtiéndose en “mi pobre experiencia”. En mis
¿Dios en off? Trampas en las que perdemos a Dios

desahogos hay un grito que resume mi estado anímico, mi


valoración personal: ¡soy un desastre! Al mirarme es fácil
que, sobre todo en momentos de cansancio, vea en mi vida
un fracaso: ¡no alcanzo los mínimos del ideal que persigo!
Es preciso entonces pararse a reflexionar: ¿qué me está
ocurriendo? Que todo eso es verdad, pero todo eso es ver-
dad sólo en relación a los parámetros mentales míos sobre
mi vocación. He olvidado mi historia de amor. En mis
esfuerzos y luchas estaba moviéndome por alcanzar ser lo
que yo creía que tenía que ser… pero Jesús ya no aparece
en mi vida. Se me ha olvidado que se trata de vivir con él,
y esto hace que mi vocación pase de ser una historia de
amor con Jesucristo, a ser una lucha en solitario por vivir
unos ideales. Y eso no es lo que Jesús me ha invitado a vivir.

Vivirlo todo con Él


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Un ejemplo. Puede costarme el trato con otra persona
con la que estoy obligado a convivir por el motivo que sea.
Existen dos posibles modos de reaccionar.
Primera posibilidad. Pararme y decirme a mí mismo:
tengo que llevarme bien con ella; al menos, hacer esfuerzos
por normalizar el trato. Su simple sonrisa me pone de los
nervios. Mi conciencia me dice que no está bien; y en el
fondo reconozco que quizá esté siendo yo víctima de mi
soberbia. Me esfuerzo, y una vez le sonrío, pero las cuatro
veces siguientes no le aguanto. ¡Esto no puede ser! Me voy
cansando de tanto esfuerzo; me canso de ella; me canso
también de mí mismo… Y espero que, del mismo modo que
la vida nos unió, ojalá llegue pronto el dichoso día en que
la vida nos separe.
La otra posibilidad. Constato que tal persona me resul-
ta insoportable. Pero enseguida adivino en esa situación
Perder de vista mi historia de amor con él

una nueva etapa de mi historia personal de amor con Jesús.


Por eso puedo ver en la convivencia un problema, pero será
un problema... no mío –desde que decidí seguir a Jesús nada
de lo que me ocurre es un problema sólo mío–, sino un pro-
blema de los dos, y que tenemos que resolver entre los dos.
Sé que, en su providencia, Dios ha permitido –ha querido–
que conviva con esa persona. Jesús ¿qué quieres que haga?
Yo solo no puedo, y... me resulta insoportable ¡Tú verás! ¿Y
qué vas a hacer tú?… ¿Qué quieres que hagamos?
Es evidente que en el primer caso se ha olvidado la his-
toria personal de amor con Jesús –que lo abarca todo–, y
me he quedado yo solo. En el segundo, esa circunstancia
que me contraría me une más al Señor Jesús, y me lleva a
gritar con el salmista:
“Asegura mis pasos con tu promesa, Señor, que ninguna
maldad me domine”. “Señor, no te quedes lejos; fuerza mía,
ven corriendo a ayudarme. Soy un gusano, no un hombre; 17
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo”. “Refugio
mío, mi fortaleza, Dios mío, confío en ti”.
El día que murió Teresa de Calcuta, retransmitieron en
la televisión una entrevista que le hicieron en vida. Le pre-
guntaba el periodista si estaba casada:
– Casada, sí: con Cristo. Y sepa que Jesucristo es un
marido muy exigente. Continuamente me pregunta, me
pide, me requiere.
Un buen ejemplo de lo que es entender la vida como una
historia personal de amor con Jesús.

Aprender a incluir todo suceso en mi historia


de amor

La dificultad se supera con la verdad. No se trata de


engañarse diciendo que va bien lo que va mal. Se trata de
¿Dios en off? Trampas en las que perdemos a Dios

incluir cualquier cosa que me sucede, cualquier suceso que


vivo un día cualquiera, en mi historia personal de amor con
Jesús.
Siendo como soy, él me dice y yo le digo, él me pide y yo
le doy; yo le digo y él me dice, y yo le pido y él me da.
Somos yo y él. Desde el momento en el que Jesús me pidió
mi vida y yo libremente se la di, ya no soy yo solo, yo soy
“él y yo”.
Todo lo que me ocurre, nos ocurre; y todo lo que me
afecta, nos afecta; y a la inversa: lo que le ocurre y afecta a
él, me ocurre y afecta a mí.
Por eso, me da igual no ser el prototipo perfecto de mi
vocación; lo que me importa es decirle que sí a eso que
ahora quiere de mí. O decirle que ya siento haber pasado de
él en ese asunto, porque sé que a él le habría gustado que
me hubiese comportado de otro modo. No lo siento porque
18 se trata de un error, de una especie de falta de ortografía en
este inmenso dictado que es mi vida, sino que lo siento por-
que él siente que me haya comportado así, y si él lo siente,
yo también.
Si en un día me he enfadado nueve veces y una vez he
conseguido vencerme, la valoración no es que he fallado el
90% y he acertado el 10%. En primer lugar, porque no se
trata de fallos y aciertos, sino de momentos de amor o desa-
mor. Y, en segundo lugar, porque la valoración verdadera la
sabemos Dios y yo.
Él siempre sabe perfectamente lo que yo he dado, inde-
pendientemente de si parece mucho o poco: “Estando Jesús
sentado enfrente del arca de las ofrendas observaba a la
gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en
cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa
pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que
Perder de vista mi historia de amor con él

nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra,


pero ésta, que pasa necesidad ha echado todo lo que tenía
para vivir”. (Marcos 12, 41-44).

Sabiendo que viene de Él, todo agrada

Si no olvidamos nuestra historia de amor con Jesús


exclamaremos al final de nuestra vida, agradeciendo lo
duro y lo suave, los momentos difíciles y los fáciles, las cir-
cunstancias que arañan y las que acarician, como exclama-
ba Teresa de Lisieaux al final de su vida: “¡Qué misericor-
dioso ha sido el camino por donde Dios me ha llevado
siempre! Nunca me ha hecho desear cosa que luego no me
haya concedido. Por eso, su cáliz amargo me ha parecido
delicioso”. (Orar con Teresa de Lisieaux, J.P. Manglano,
Ed. Desclée De Brouwer, número 4.6).
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